el sátiro

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EL SÁTIRO
EL SÁTIRO
MARTÍN MUÑOZ KAISER
© Austrobórea Editores 2015
© El Sátiro
© Martín Muñoz Kaiser
Diseño de portada
© Luis Naranjo Rojas
Ilustración de cubierta
© José Canales
Edición
©Aldo Astete Cuadra
Corrección de estilo:
Michael Rivera Marín
Impreso en Santiago de Chile
ISBN
978-956-9568-05-3
Registro de Propiedad Intelectual
N° 250.481
Primera edición abril 2015
500 ejemplares
http://austroborea.cl
© Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este documento por cualquier medio sin el
previo y expreso consentimiento por escrito de los autores.
Para la señorita L.
Porque no todo es lo que parece. Y los designios de los
dioses no pueden eludirse.
El sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le
alcanza el amor.
Gabriel García Márquez
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CAPÍTULO I
MENAGE A TROIS
El local no es muy grande, hay varias mesas vacías, es
temprano aún. El administrador del boliche ha puesto un
disco completo de Sade, la música cadenciosa y la iluminación invitan al romance, Néstor trata de concentrarse en
los compases y los bajos, se deja llevar por la melodiosa
voz de la cantante.
Un par de parejas conversan apegadas, otras ríen suavemente. El lugar es para adultos, los precios son un poco
prohibitivos y es por eso que Andrea lo escogió. Néstor
no lo conocía y se había preguntado cómo es que Andrea
sabía de él, porque está claro que es un lugar para encuentros románticos, pero esa ha sido una de las tantas preguntas suscitadas por la conducta de ella que él ha refrenado. «A menor diálogo, menos problemas», esa era la
metodología que Néstor había adoptado los últimos meses para evitar las discusiones. Aun así observa a los meseros, buscando una señal de reconocimiento cuando Andrea hace su pedido, pero no nota nada extraño. Lo que
ve le parece demasiado sutil como para que signifique
algo.
Néstor observa la hora en su teléfono móvil y ve cómo
el ícono de la batería está apenas lleno.
—Olvidé cargarlo —dice.
—¿Tu teléfono? —pregunta Andrea.
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—Sí, me voy a quedar sin batería en cualquier momento. Por eso me gustaba más mi celular viejo, la batería duraba semanas. Estas cosas en cambio...
—La batería te duraría más si no jugaras tanto con él
—le reprocha Andrea. Néstor va a contestarle algo, pero
en vez de eso prefiere darle un largo trago a su bebida.
—¡Aquí viene! —anuncia Andrea golpeándolo con el
codo—, ¡es ella!
Néstor voltea la cabeza y la ve. Una muchacha rubia
de un metro sesenta y cinco de estatura, muy bien formada. Su cintura es estrecha y sus caderas generosas. La chica los busca con la mirada, Andrea levanta la mano saludando y ella se acerca con paso felino, sonriente, natural.
Trae puesto un vestido negro que se le ajusta deliciosamente al cuerpo y le llega justo arriba de la rodilla. Calza
unos tacos negros y camina con ellos con la gracilidad de
una modelo de pasarela. Lleva una chaqueta de paño delgada, roja, con bordados intrincados del mismo color; de
su hombro cuelga una pequeña cartera, también roja, y su
largo cuello es adornado por una finísima cadena de plata.
—Hola, Rebeca, te estábamos esperando —dice Néstor
levantándose para saludarla con un beso en la mejilla—.
Esta es Andrea, mi esposa —continúa haciendo un esfuerzo para que no le tiemble la voz, Andrea se levanta y
la saluda también—. ¿Quieres tomar algo?
—pregunta
acomodándole el asiento.
—Son más atractivos de lo que imaginaba —dice ella
acomodando la cartera en el respaldo de la silla y colgando la chaqueta—, me gustaría uno igual al que está tomando Andrea, pero que sea doble.
—Tú eres muy atractiva también —replica Andrea—.
Por eso te escogimos del catálogo.
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Néstor observa en silencio la dinámica que se da entre
las dos. Observa detenidamente sus rostros y sus curvas.
Andrea tiene treinta y seis años, pero se conserva bien.
Viste una falda ajustada de tela beige y una polera amplia
que resalta su busto. Su maquillaje es más sobrio que el de
Rebeca.
El vaso de Néstor está a la mitad, se apura en bajarlo,
sonríe relajadamente, se echa hacia atrás, pide otro trago.
Mientras ellas conversan, él se repite a sí mismo que va a
poseer a estas dos mujeres y busca las sensaciones de
hombría y poder que deberían embriagarlo más que el
vodka, pero no las encuentra.
—Eres más bonita que en las fotos —dice Andrea—,
estábamos ansiosos por conocerte.
—¿Quieres hacerme algunas preguntas para conocernos mejor? —inquiere Rebeca.
—Por supuesto —contesta Andrea—, iré directo al
grano si no te molesta.
—Para nada, soy una profesional.
—De acuerdo... ¿Has tenido alguna enfermedad de
transmisión sexual?
—Ninguna —dice Rebeca con seguridad propinando
un sorbo a su tequila—. Me controlo todos los meses, y
me cuido siempre.
—¿Cuáles son tus límites?
—Los que están especificados en mi ficha. No trabajo
con fetiches, pero si con fantasías simples, como disfraces
o teatralizaciones, de escolar o enfermera... mucama me
han pedido, y tríos, parejas siempre, nunca dos hombres
ni dos mujeres. No me gusta el lenguaje vulgar ni que me
nalgueen, si quieren sexo anal, cobro extra.
—¿El sexo oral lo realizas con protección?
—¿En el hombre o la mujer?
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—Ambos.
—Con protección en el caso del hombre.
—¿Te incomoda la luz encendida?
—No tengo problemas con la luz, ¿y ustedes?
—Tampoco.
—¿Puedo preguntar yo ahora?
—Claro.
—¿Están seguros que quieren hacer esto? Si se arrepienten ahora, yo cobraré igual. ¿Está claro?
—Sí, por supuesto —contesta Andrea visiblemente
complacida y le pasa un fajo de billetes.
Luego de esto el ambiente se vuelve más relajado, y a
la vez más enrarecido para Néstor.
—¿A cuál de ustedes dos se le ocurrió la idea de contratar mis servicios? —pregunta Rebeca—, porque por lo
general esto suele ser iniciativa de uno de los dos, y el
otro suele acceder para darle en el gusto al de la idea. Hay
excepciones, claro, pero son las menos frecuentes.
—Fue idea de ella —dice Néstor automáticamente,
como si estuviese acusando a su esposa con su mamá por
haber hecho una travesura. Andrea lo mira abriendo muy
grandes los ojos y luego dice:
—Si bien es cierto que fui yo quien hizo la gestión, esta
es una fantasía que tanto Néstor como yo hemos tenido
desde hace mucho, ¿no es verdad, mi amor?
—Sí, es verdad —replica él sin mucha convicción.
—Ya veo... ¿Tienen alguna petición en específico? —
pregunta Rebeca.
—Queremos hacer cosas en conjunto, pero también
observarnos mutuamente —responde Andrea—. Nos interesa que todo fluya con naturalidad.
Ambas mujeres miran a Néstor y él asiente con la cabeza para luego bajar su primer vaso de vodka tónica. Sus
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manos están húmedas, se las seca en los muslos, rogando
para que el alcohol haga efecto pronto.
—¿Han tenido experiencias similares por separado? —
continúa preguntando Rebeca.
—No —contesta Andrea—, no somos swingers ni nada
por el estilo... Somos un matrimonio joven común y corriente con deseos de experimentar, eso es todo.
—O sea que tu piel no conoce el tacto de otra que no
sea la de tu marido —dice Rebeca acariciando por debajo
de la mesa el muslo de Andrea—. ¿Se conocieron de adolescentes y han estados juntos desde entonces?
—Nos conocimos en la universidad —responde Andrea, estremeciéndose por la excitación—. Néstor tuvo
una polola antes, y yo también...
—¿Tuviste una novia, Andrea?
—No —ríe ella por la confusión, sus mejillas están
sonrosadas y un calor se apodera de su entrepierna—.
Néstor tuvo su novia, y yo tuve un novio en la universidad, nada serio la verdad, éramos unos adolescentes.
Andrea termina la frase casi suspirando, los dedos de
Rebeca ya se han puesto a trabajar en el clítoris de la mujer.
—¿A qué te dedicas, Néstor? —pregunta ella clavándole su mirada.
—Soy profesor de educación básica en un colegio municipal —responde él.
—Le he conseguido miles de oportunidades en colegios del barrio alto —interviene Andrea antes de beber un
trago de su tequila y acomodarse en la silla, abriendo las
piernas—, pero Néstor es un idealista.
—Me gustan los niños —dice él, desviando la mirada
antes de continuar—. Andrea trabaja hace poco como
abogada para un bufete multinacional que se dedica a
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proteger la propiedad intelectual de sus clientes. Gana
más que y dice que su trabajo es más emocionante que el
mío.
—Lo es —dice ella con una sonrisa de satisfacción en
el rostro—, en mis manos están las decisiones que se toman para proteger miles de billones de dólares.
—Pues a mí me parece que ambos trabajos son interesantes‖y‖necesarios…
—Me disculpan —dice Néstor—, debo ir al baño —y
acto seguido se levanta y camina lo más rápido que puede
hacia los servicios.
Se enfrenta con la pantalla roja nuevamente. Orina y se
lava las manos. El vodka comienza recién a surtir algo de
efecto, pero Néstor se siente débil. Sabe que su esposa no
lo comprende, que sus intereses no coinciden; recuerda
que en algún momento las cosas fueron distintas, que
mientras él estudiaba Pedagogía y ella Derecho en la universidad, el dinero no les interesaba. Él tocaba guitarra en
las fogatas en la playa y fumaban marihuana y soñaban
con construir un mundo mejor, una utopía en donde todos pudiesen disfrutar un poco de la felicidad que ellos
tenían en ese momento, mirando las estrellas, escuchando
el oleaje del mar, haciendo el amor entre los médanos,
comiendo vienesas y tomando jugo de sobre en una botella vacía de refresco. A Andrea le gustaba escucharlo, lo
miraba como si fuera el hombre más brillante de la Tierra
cuando le exponía la importancia de la educación en la
fase más temprana de la niñez, que un buen profesor podía influir en miles de vidas, y eventualmente, cambiar el
mundo.
Ahora, diez años después, él era un idealista, un fracasado, un quijote, dándose cabezazos contra gigantescos
molinos, perdiendo el tiempo y perdiendo dinero. Ella
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había cambiado, y Néstor se preguntó que había hecho
que su mujer dejase de mirarlo con admiración, y en cambio lo tratase casi con desprecio y autoritarismo.
Se enjuaga la cara y se dirige con paso seguro hacia la
mesa, está decidido a mandar a Rebeca de vuelta. Sin embargo, para su sorpresa, Rebeca no se ve por ninguna parte, no está sentada junto a su mujer, lo cual le provoca un
alivio indescriptible que se prolonga hasta que se percata
que lo más probable es que la chica esté en el baño.
Mientras se sienta, observa la inusual postura de Andrea, rígida en el asiento, agarrando con fuerza el mantel
con las dos manos empuñadas mordiéndose los labios y
apretando los ojos.
—¿Y Rebeca? —pregunta él.
—Abajo —responde Andrea con la respiración entrecortada, apenas con un suspiro.
—¿Tiene subterráneo este lugar?
—Abajo —vuelve a indicar ella con la respiración entrecortada. Néstor levanta el mantel y ve a Rebeca debajo
de la mesa, atrapada entre los muslos de su mujer que
retiene los gritos con gran esfuerzo para no alertar a la
gente de alrededor.
Néstor suelta el mantel con el estómago revuelto, sin
saber si vomitar o excitarse.
—Sal de ahí, vas a conseguir que nos echen a patadas
—le susurra a Rebeca al tiempo que Andrea se desploma
en la silla con una sonrisa de oreja a oreja.
Rebeca emerge de debajo de la mesa relamiéndose los
labios, con la expresión de una niña golosa en el rostro.
—Tu mujer es deliciosa, Néstor —dice clavándole los
ojos—. Luego seguiré contigo.
—Pero no aquí, por favor —implora él.
—Debo ir al baño —dice Andrea colocándose de pie.
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—Voy contigo —se suma Rebeca, y ambas se retiran
dejándolo solo en la mesa.
La realidad es siempre peor de lo que imagina, las situaciones se precipitan más allá de lo esperado. Néstor se
siente mareado, las náuseas son acompañadas de un sudor frío y debe hacer un enorme esfuerzo para no vomitar
en el lugar. Camina hacia la barra y compra un paquete
de cigarrillos y un encendedor, le avisa al mesero que saldrá a fumar, que su mujer y su «amiga» están en el baño.
Sale a la calle y el frío le abofetea el rostro despabilándole. Retira la primera capa de plástico delgado y transparente y luego la capa de papel dorado que protege los
cilindros, saca uno, lo pone entre sus labios y aspira solo
para sentir el aroma a nicotina antes de encenderlo. Luego
pone la llama en un extremo y sus pulmones se inundan
con el humo. Una agradable sensación de alivio lo embarga por un momento, expulsa una bocanada azul y se calma un poco, pero todo sigue igual, excepto que sus dedos
están hediondos y su boca amarga.
Abre la puerta del local, y se dirige al baño nuevamente pensando que va a vomitar. Néstor coloca sus manos
húmedas de sudor bajo el agua que sale de la cañería. Se
limpia el jabón refregándose con fuerza las palmas y entre
los dedos, se moja la cara y contempla su rostro detenidamente, sopesando las consecuencias que va a acarrearle
el acto que está a punto de cometer. Aún puede tomar a
Andrea del brazo y llevársela de vuelta a casa, mas Néstor
sabe que eso no cambiará nada. Andrea pone toda su voluntad en los objetivos que se propone y los cumple. Néstor, en cambio, posee una tendencia a dejarse llevar, como
un desperdicio arrastrado por la corriente del Mapocho.
Néstor está convencido que uno debe vencer con su
propio ritmo, y su andar por la vida es más bien lento y
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pausado. Esto, que en un principio sirvió como contrapunto y balance para la hiperactiva Andrea, con el tiempo
se convirtió en una de las cosas que ella más le criticaba,
junto a su aparente desidia y pocos deseos de superarse y
alcanzar mayores logros y objetivos. «Eres inteligente, el
hombre más inteligente que he conocido» le había dicho
Andrea en más de una ocasión. «Podrías estar haciendo
algo mucho más provechoso que clases en una escuelita,
sabes que Matías te podría dar fácilmente un puesto en
una de las empresas de su suegro». Pero para Néstor no
había nada más provechoso que su carrera. Disfrutaba
haciendo clases porque podía mostrarse realmente cómo
era, podía ejercer su inteligencia sin temor, ya que para
los niños era normal que los adultos supieran más que
ellos. Lo aceptaban y lo esperaban y si llegaban a la casa
diciendo que el profe era muy inteligente, a lo más sus
padres asentirían, satisfechos de que la escuela contara
con alguien como él.
Néstor considera su inteligencia como la de un salvaje
y le teme desde niño. Siente que posee una agudeza superior a los seres civilizados, y es por ello que se siente obligado a marcar el compás, pues su ritmo no es armónico
con el mundo. Néstor se refrena para seguir siendo parte
de la civilización humana y no salir disparado a otra esfera existencial. A eso se debe esa «lentitud» que desespera
tanto a Andrea, y esa era también la causa de aquella
«humildad» que para otros parecía hipócrita, pero que
para Néstor era un natural derivado de la comprensión
fatal de su situación.
Ahora bien, pese a juzgarse en cierto sentido «superior» al resto de los seres humanos, al mismo tiempo Néstor se sabe en muchos aspectos inferior. Ellos tienen algo
que él no posee, una cierta comodidad en lo que a habitar
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el mundo se refiere. Un acostumbramiento que él aún no
consigue en sus treinta y cinco años de existencia.
«Si quisiera hacer un cambio de verdad», piensa Néstor, «tendría que dejar a Andrea y mudarme a otra ciudad... a otro país, incluso. Llegar hasta la Antártica y meterme en sus aguas, ahogarme y congelarme para así terminar con esta carrera de caracoles. Decir que voy por
cigarrillos y desaparecer».
Pero Néstor sabe que no lo hará, que los dados están
echados y que seguirá hasta el final con el plan que ha
trazado Andrea. Contradecirla sería acrecentar aún más la
entropía que carcome su matrimonio. Debe seguir adelante y dejarse llevar como siempre lo ha hecho, como una
ramita en medio de la corriente del río de la voluntad de
Andrea.
Néstor toma una toalla de papel y se seca las manos,
extrae otra y se seca el rostro. Respira profundo, traga
saliva con dificultad y se recompone. Con la predisposición de una polilla, mira la luz teñida de rojo que proviene de la ampolleta de bajo consumo, tapada por una pantalla de cartón con flecos dorados; cada detalle del lugar le
parece sobrecogedor e imagina paisajes pantanosos y petrificados en la cubierta de mármol del lavabo, puede ver
el proceso de putrefacción que formará carbón y luego
petróleo, el combustible de esta decadente sociedad que
se alimenta de podredumbre.
Un hombre entra al baño. «¿Con qué derecho interrumpe mis divagaciones?», piensa Néstor, pero entonces
recuerda que está en un lugar público. El tipo viste un
terno plomo de corte americano, se para delante de un
urinario relajado, bamboleante, hecha su cabeza hacia
atrás y hace lo suyo.
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Es más joven que Néstor, lleva un cigarrillo en los labios. Se para a su lado, pone las manos bajo el agua y sonríe con los ojos entrecerrados, con esa sonrisa cómplice de
los borrachos contentos. Néstor observa su reflejo, se fija
en sus zapatos, unos Guante puntiagudos, color café. Se
entretiene en ellos, imagina cómo el joven tomó la decisión de comprar justamente esos zapatos y no otro modelo; lo indujo su esposa o su novia, diciéndole que esos se
le veían mejor, que combinaban con su ropa de trabajo,
que era lo que estaba de moda. Está superponiendo sus
propias experiencias en otro sujeto, su mente trata de escapar de su cuerpo y se aferra a lo que encuentra para no
enfrentarse a lo que está allá afuera, en ese mundo que no
es el baño de hombres del restaurante.
El joven saca una toalla de papel y se seca las manos.
Néstor las observa. Son más grandes que las suyas, los
dedos más anchos. Imagina aquellas manos sobre los pechos de Andrea. Lo imagina introduciendo los gruesos
dedos como habanos en la vagina de su mujer y se enfurece, no con el sujeto, sino con él mismo por permitir que
aquello ocurra. Por no haber sido lo suficientemente
hombre para evitar convertirse en el hijo inútil de su esposa.
A continuación, Néstor repara en las uñas del tipo.
Están cortas, demasiado cortas. Es evidente que se las come. Néstor se siente satisfecho, ha encontrado una debilidad en su rival; pero su victoria imaginaria es fútil, su
verdadero enemigo está frente a sus ojos, en el espejo, y se
sabe derrotado. El joven se retira, Néstor debe contraer el
esfínter con fuerza para no sentir que se desparrama, el
retorcijón pasa.
Se toca la nariz con la punta de los dedos y se miente a
sí mismo una vez más, aprieta el estómago y camina hacia
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la máquina de condones, saca tres y los mete a su bolsillo
antes de salir al pasillo y de vuelta al salón principal. Se
sienta en la mesa apartada que han escogido. En medio de
la mesa hay una pequeña vela roja, mira constantemente
en dirección a la puerta del baño de mujeres tratando de
fingir tranquilidad, y pese a que tendrá que conducir más
tarde, pide otro vodka tónica. La situación requiere del
espíritu que infunde el alcohol, necesita dejar de pensar,
de vivir en este constante diálogo interno... Solo por curiosidad, busca con la vista al tipo del baño, pero no lo
encuentra.
Pide un tercer vodka y la cuenta. En ese momento Andrea y Rebeca regresan riendo como si fuesen las mejores
amigas. Néstor no dice nada, solo pone las llaves del auto
sobre la mesa.
—¿Ya nos vamos? —inquiere Andrea.
—Sí, ya pagué la cuenta —contesta escuetamente él—,
vamos.
Los tres suben al Volkswagen Vento, Néstor echa a andar el motor y nota que no hay nadie a su lado. Las dos
mujeres están en el asiento trasero. Apenas él vehículo se
mueve ellas comienzan a besarse. Néstor observa por el
espejo retrovisor como Andrea deja las perfectas gotas de
carne de Rebeca a la vista, se relame y comienza a chuparlas ávidamente, succionando los oscuros pezones como
amamantándose.
Andrea pasa babosamente de un pecho a otro y recorre
la areola del pezón con la punta de la lengua mientras el
largo cuello de Rebeca se estira hacia atrás como un cisne
y jadea con intensidad. La abogada introduce dos dedos
en la húmeda entrepierna de la escort, quien momentos
después la guía con la mano en la nuca para que su cabeza se pierda entre los torneados muslos de la rubia que se
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encorva nuevamente y se mueve sosteniendo con fuerza a
su benefactora que le revuelve el clítoris con la lengua.
Los dedos de Andrea entran y salen aceleradamente y
Rebeca grita y sus caderas se balancean con violencia.
Andrea se levanta con los ojos brillantes y una sonrisa
en la cara embadurnada de flujo vaginal. Se miran a los
ojos y Rebeca comienza a lamerle el rostro como una perrita agradecida.
Néstor se detiene frente a un citófono. Pide una habitación y un portón se abre automáticamente, avanza lento
buscando el número que le ha indicado la recepcionista.
Se estaciona en un cubículo y cierra una gruesa cortina,
las mujeres se bajan y entran de inmediato desnudándose
con impaciencia al tiempo que se prodigan lametones y
agarrones intermitentes. El hombre se queda de pie frente
a la cama, mirando cómo Rebeca le come la concha a su
mujer que no para de bufar y suspirar.
El citófono de la habitación suena y él contesta.
—Buenas noches, señor —pregunta alguien del otro
lado de la línea—. ¿Por cuánto tiempo se quedará?
—Hasta mañana —responde él.
—¿Desea algo para beber? Hay bebidas, ron, vodka y
pisco por cuenta de la casa.
—Tráigame un roncola y un vodka solo por favor.
―Muy‖ bien,‖ le‖ llevan‖ los‖ tragos‖ y‖ la‖ cuenta‖ de‖ inmediato.
Néstor se acerca a una trampilla en la pared que tiene
dos puertas, una en cada extremo y un espacio en el medio, donde dejan una bandeja con los tragos, unos dulces
de menta, papas fritas y un plato con una boleta. Toma la
bandeja, la deja en una mesa de centro, coloca el dinero en
el plato, abre la puerta, lo deja en medio y cierra. La otra
puerta se abre y retiran el importe.
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Cuando se voltea, las mujeres jadean desesperadas,
han abierto las piernas y juntado sus sexos para rozar sus
clítoris mutuamente. Néstor se sienta frente a ellas, se saca
la chaqueta, se desabrocha el pantalón y comienza a masturbarse. Un sentimiento helado y amargo crece desde su
espalda y amenaza con arruinar su impulso, pero la visión de esos dos cuerpos moviéndose espasmódicamente,
los largos cuellos, los firmes pechos, los duros pezones,
los grandes y redondos glúteos, las hermosas caderas, los
montes de venus que luchan, los labios entreabiertos, las
mejillas sonrojadas y el olor a almizcle se concentran en
su vientre y llenan de sangre el cuerpo cavernoso que está
a punto de explotar en su palma.
Las mujeres vuelven a besarse, sus lenguas salen de
sus bocas y se entrelazan. Néstor reconoce en Andrea todos los signos de la verdadera excitación, ella está disfrutando, goza como cuando eran jóvenes, busca a Rebeca
como lo buscaba a él en el pasado y entiende que Andrea
está completamente entregada a su nueva amante y se
siente engañado.
El miedo, el asco se apodera de su cuerpo, su pene se
empequeñece en su mano helada, deglute con esfuerzo, se
pasa la mano por el pelo y nota que está temblando. Trata
de ponerse de pie, pero no puede, los jadeos de las mujeres se intensifican, sólo puede ver saliva y lenguas y piel.
Le toma un enorme esfuerzo levantarse y llegar al baño,
se arrodilla frente al retrete y vomita absolutamente todo.
Después de las contracciones de su estómago se limpia
la boca y enciende un cigarrillo, absorbe el humo desesperado y trata de calmarse, pero no puede, sostiene la píldora azul que guardaba en la billetera entre sus dedos, piensa en usarla para entrar ahí como un héroe y ensartar a las
dos hembras que se revuelcan en sus viscosos fluidos cual
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planarias buscando sus órganos sexuales, pero sería completamente inútil. Él está de más, Andrea no quería un
trío, Andrea quería una experiencia lésbica.
Néstor se sienta en las baldosas y espera hasta que los
gemidos y el crujir del catre han cesado. Piensa en el divorcio, piensa en el hijo que nunca tuvieron, piensa que
Andrea ya no lo desea, que Andrea ya no lo ama y trata
de buscar en sus recuerdos el momento en que su mirada
cambió, en que la admiración se convirtió en desprecio y
el desprecio en desagrado y no lo encuentra. Recuerda la
universidad, y luego los primeros años de matrimonio.
Recuerda cuando fueron a hacer los trámites para el préstamo del departamento y el ejecutivo coqueteaba descaradamente con Andrea. Ella lejos de ofenderse le seguía el
juego mientras Néstor se anulaba a sí mismo impotente
porque necesitaban el crédito. «Sigo siendo el mismo inútil de siempre» piensa una y otra vez.
Néstor sale por fin del baño y contempla a las dos mujeres desnudas, durmiendo como un par de ángeles recién
creados por el demiurgo. Se coloca la chaqueta, deja las
llaves del Volkswagen en el velador y abandona la habitación. Una vez afuera se percata que ha olvidado su teléfono inteligente y que además no tiene idea de cómo llegar
a la calle. El motel está diseñado para entrar y salir en automóvil y no a pie. Se visualiza tocando el citófono y saliendo a la mitad de la carretera y se siente aún más imbécil y ridículo. Pero ya no hay vuelta atrás.
«Antártica, aquí voy...».
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CAPÍTULO II
MONSERRAT
Los huevillos del camino crujen bajo los zapatos de Néstor. La noche está helada y seguro tendrá que caminar
horas antes de poder llegar a su casa, pero eso no le importa, siente que necesita mover su cuerpo para despejarse y pensar.
El sonido de un motor acercándose lo saca de sus cavilaciones, está a un paso del citófono. Unas luces lo encandilan. Trata de hacerse sombra con su mano, se hace a un
lado, pero el vehículo se detiene. Néstor espera ver una
pareja dentro, pero es una mujer sola. El vidrio del piloto
baja lentamente.
—Hola —saluda ella.
—Hola —responde Néstor.
—¿Podrías pedir que abran para salir? Quedé muy
lejos, no alcanzo el auricular.
—Claro, yo también voy de salida.
—¿Viniste solo y a pie? —Pregunta la mujer.
—No —Néstor contesta y se voltea, toma el auricular y
presiona el botón de llamado, nadie contesta.
—¿Tienes tu auto estacionado afuera?
—No.
—¿Llamaste a un taxi?
—No.
—¿Piensas caminar?
—Sí, necesito pensar.
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—¿Quieres que te dé un aventón?
—La verdad...
—Hola, le abro de inmediato —interrumpe el altavoz y
el portón comienza a moverse.
—Gracias —contesta Néstor y cuelga rápido para rodear el auto y subirse al asiento del copiloto—. Me llamo
Néstor.
—Ponte el cinturón, Néstor —dice ella—. Yo soy Monserrat.
—Gracias, Monse. Mucho gusto.
—¿Quieres contarme qué pasó?
—No lo sé, no estoy pensando muy bien ahora.
—Yo tampoco... Necesito un trago.
—Creo que yo también, es más, me gustaría emborracharme hasta el tuétano.
—Vamos por algo de beber entonces, los dos lo necesitamos.
El departamento de Monserrat está en el piso diecinueve de un edificio de departamentos del barrio El Golf,
es amplio, huele bien y está delicadamente amoblado, se
nota que la mujer dedicó tiempo a elegir cada sillón, alfombra, lámpara y cuadro. La vista es insuperable. Monserrat enciende solo unas lámparas, una música suave
comienza a sonar y se acerca a Néstor con dos vasos de
escocés en las rocas.
Fuman en el balcón, conversan, se ríen. La tristeza de
Néstor se disipa con suavidad, no se ha sentido así de relajado en mucho tiempo. Monserrat suelta su cola de caballo y su pelo rubio cae sobre sus hombros, se ve hermosa y atractiva, tiene la piel blanca y los ojos azules, sus
facciones son redondeadas y delicadas, sus labios perfectos.
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—Es muy lindo tu departamento, tienes muy buen
gusto.
—Gracias.
—¿Vives hace mucho aquí?
—Unos seis años.
—¿Te costó mucho encontrarlo?
—No la verdad, me metí a un sitio de corretaje de propiedades de un amigo de mi tío y me lo entregaron a la
semana.
—¿Así de fácil?
—Sí —sonríe ella inocente—, así de fácil. ¿Debería haberme costado?, este departamento no es la gran cosa la
verdad, pero yo no necesito más por el momento.
—No, es solo que a mí me costó bastante encontrar
donde vivir aquí en Santiago, el mes de garantía y los documentos y las referencias...
—Por suerte me ahorré todo eso, él hizo todos los trámites por mí.
—Que buena onda tu tío.
—No, tonto, el amigo de mi tío que trabaja en la agencia de corretaje de propiedades. Él hizo todos los papeles.
—Ah, bueno, igual buena onda.
—Es que le debía unos favores a mi tío, no tenía opción.
—¿Y te acomoda vivir sola, no te dan ganas de traer
alguna amiga o algún pololo?
—Me gusta mi independencia, además, así puedo traer
a quién quiera y nadie me dice nada.
—Supongo que de eso se trata la libertad —suspira
Néstor—. ¿No te has enamorado?
—¿Enamorado? —Ríe ella sorprendida, toma un trago
y sonríe de nuevo—. No, eso jamás. A mí me gusta pasarlo bien, de verdad creo que en la variedad está el gusto,
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además, aún no conozco al hombre que me haga sentir
completa, que me quite el hambre por probar cosas nuevas.
—¿Tú dices, de probar otros hombres?
—Sí, Néstor, otros penes. Soy una mujer, me gusta el
pene y una vulva de vez en cuando no me cae mal tampoco. Me gusta el sexo y no tengo problemas en admitirlo,
evidentemente en esta sociedad pacata tengo que andar
con cuidado y ser discreta —Monserrat toma otro sorbo y
se ríe—. No soy lesbiana tampoco, no te asustes, soy bien
mujercita para mis cosas.
—¿Has estado con mujeres?
—Sí, ¿te parece raro? —ríe ella botando humo por la
boca.
—Con lo bonita que eres, no me extraña que hombres
y mujeres se sientan atraídos por ti.
—Las cosas que dices, Néstor, pareces un adolescente...
—No me mal intérpretes, no me parece raro eso de
experimentar, es solo que vengo de una situación por el
estilo.
—¿Una situación por el estilo?
—Estaba con mi mujer en el motel, y con una escort.
Terminaron durmiendo y yo no participé de nada, lo que
vi‖me‖dejo‖pensando…‖
—Si tu mujer es lesbiana, ¿esa es tu duda?
—En efecto, creo que lo es, o quería comprobarlo y se
dio cuenta que es lesbiana —la mirada de Néstor se pierde en el horizonte.
—¿Yo creo que es muy pronto para juzgar eso?
—¿Y tengo que esperar mientras ella se decide?
—¿Qué pasaría si fueras tú quien quiere probar con
otro hombre?
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—Supongo que me iría de la casa, no la invitaría a
verme, eso es seguro.
—¿Has pensado en tener relaciones homosexuales,
Néstor. En lo delicioso que es tener un pene palpitante en
la boca, en lo excitante que es sentir como el semen sale
con fuerza de él mientras el miembro se infla y te llena la
garganta?
—No, Monse. ¿Tengo cara de homosexual acaso?
—No, pero hay que experimentar, la vida está llena de
oportunidades, y yo creo que no hay que dejarlas pasar.
—El mundo está lleno de oportunidades, pero esas
oportunidades no son para todos —sentencia Néstor con
un dejo de amargura.
Ambos se miran, guardan silencio y vacían sus vasos.
—¿Estás triste? —pregunta de pronto Monserrat.
—¿Triste? —dice Néstor.
—Por lo de tu mujer.
—¿Tú dices por que descubrí que ella es lesbiana?
—Tal vez no lo sea.
—¿Cómo?
—Néstor, ¿por qué andas viendo lesbianas en todos
lados? ¿Tanto te excitan?
—Bueno, ver a dos mujeres gozando una de la otra me
excita tanto como a cualquier varón heterosexual. Al menos hasta que me tocó presenciarlo en vivo, y me excitó,
debo admitirlo. El problema es que vi algo en la actitud
de mi esposa que me hizo sentir descolocado.
—Supongo que te sentiste traicionado.
—Algo así, conmigo ella nunca ha sido tan apasionada... tal vez yo soy malo en la cama, tal vez tiene un
amante del cual yo no sé nada, tal vez su amante es una
mujer y la idea del trío era una manera de integrarme a la
ecuación y no sentirse tan mal, algo así como validar la
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infidelidad. No lo sé, Monserrat, me siento desorientado.
Cuando nos conocimos todo era diferente, desde el sexo
hasta la manera en cómo nos mirábamos, hoy existe una
distancia entre nosotros que definitivamente no entiendo.
—Yo no estoy casada, lamentablemente no puedo darte consejos al respecto, pero sí sé una cosa, cuando uno
tiene curiosidad, lo mejor es averiguar, es la única manera
de estar tranquila. Te recomiendo que le des a tu mujer un
tiempo.
—Debo ser muy mal amante —insiste Néstor moviendo la cabeza de lado a lado.
—El sexo es una cuestión de a dos, yo me considero
bastante buena en la cama, pero hay veces que no hay
química simplemente.
—Supongo que tienes razón, además vine aquí para
alejar esos pensamientos de mi cabeza —dice Néstor llenando su vaso nuevamente, de verdad necesito emborracharme.
—Creo que tú necesitabas el alcohol más que yo —ríe
ella—. ¿Quieres fumar un poco de marihuana?
—¿Prensado?
—No, Néstor. Esta es una variedad africana, el efecto
es muy suave y agradable, y es completamente natural.
—Algo sabes de drogas parece.
—No soy una gran conocedora, pero tengo un buen
proveedor.
—De acuerdo, hoy probaré lo que sea —suspira Néstor
y Monserrat sirve la tercera ronda, la cual beben con un
cigarro de marihuana.
Los dos ríen, y vuelven a reír, luego se miran a los ojos
y sus pupilas se dilatan en mutua contemplación, guardan silencio, hablan pero no se escuchan, Néstor toca a
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Monserrat para saber si es real, si está ahí, ella se estremece y le da un beso.
Néstor no se lo espera, se sorprende y retira su rostro
un par de centímetros, pero ella insiste, su lengua busca la
suya, él se rinde y la aprieta entre sus brazos, siente intensamente la tibieza de su cuerpo que traspasa sus ropas,
los latidos de su corazón, el aire entrando y saliendo de
sus pulmones. Los besos se vuelven húmedos y Monserrat siente su erección y se sobajean, jadean, pero no se
despegan, Néstor se siente desesperado, amasa los pechos
y los glúteos de la mujer como un adolescente primerizo.
Desabotonan sus ropas y entran, continúan besándose y
desnudándose en medio de la sala, ella huele tan bien, su
piel es tan suave, sus besos tan delicados y apasionados al
mismo tiempo. Sus pantalones han caído y se apoyan en
la pared, desnudos, Néstor hurgando el sexo de Monserrat y Monserrat exprimiendo el de Néstor.
No hablan, no cruzan palabras, solo se dejan llevar por
las pulsiones de su cuerpo, se recuestan en la mullida alfombra blanca y Monserrat coloca su tonificado trasero en
la cara de su amante mientras trata de engullir el glande
al tiempo que lo masturba apretándolo desde la base hasta el frenillo, bajando y subiendo. Néstor separa las nalgas
de Monserrat y abre boca todo lo que puede para introducir su lengua lo más profundo dentro de su chorreante
canal. De esa forma, como niños en una dulcería, se devoran mutuamente hasta atragantarse con los fluidos de sus
palpitantes intimidades.
Monserrat acaba en el rostro de Néstor llenándole la
boca de su marina esencia. Detiene el movimiento de sus
caderas y él se mueve a un lado para descansar, ella continua mamando su falo, lamiéndolo de arriba a abajo, él le
toma el pelo y la guía mientras Monserrat engulle su
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hombría con denuedo, y cuando siente que está a punto
de explotar la aparta, la levanta, la besa, la toma de las
caderas, la gira y la inclina sobre el sillón dejando su hermoso culo a su disposición. Le abre las piernas para dejarla a la altura correcta y luego, pene en mano, se acerca
hacia su gruta, ella toma el falo y se lo acomoda empinando aún más su trasero. Con el glande dentro, Néstor la
sostiene con fuerza de la cintura y comienza a bombearla
con fuerza descomunal, siente que su pene va a reventar
en cualquier momento, y por eso mismo no puede bajar el
ritmo, los gemidos de Monserrat son deliciosos, la curvatura de su espalda, el surco de su columna, la estrechez de
su cintura y el golpe de sus caderas amortiguado por los
músculos firmes del trasero son una combinación irresistible.
Néstor sigue entrando y saliendo de ella con fuerza,
sistemáticamente, buscando el ángulo en que su pene llegue lo más profundo que se pueda, hunde su carne en
aquel lubricado esfínter una y otra vez, hasta que sus brazos se acalambran e incluso duelen, hasta que sus abdominales arden, hasta que sus piernas tiritan y su cuerpo
está bañado en sudor y le pide que se detenga, pero él
hace acopio de toda su fuerza de voluntad para seguir
taladrando aquella concha ardiente que le traga el miembro a cada embestida descomunal.
Néstor siente que está a punto de acabar y saca su verga palpitante, Monserrat no pierde tiempo y se la hecha a
la boca y cuando el impulso se calma, Néstor la aparta
nuevamente y la penetra sin piedad repitiendo la operación a cada tanto para dosificar el placer y dilatar la eyaculación hasta que por fin cae rendido, pero sin haber
eyaculado al lado de Monserrat que no pierde tiempo y se
monta en el acerado instrumento.
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Se besan apasionadamente mientras ella, ensartada, se
mueve en círculos primero, de adelante hacia atrás después. Néstor procede a engullir sus pechos que le quedan
a la altura mientras aprieta y abre el trasero de su compañera que vuelve a soltar sus marinos efluvios en un frenesí sexual que la deja bañada en sudor y con el pelo revuelto colgada del cuello de su amante, quien aún con su pene
dentro, se desliza hacia la alfombra y la acuesta de espaldas, le separa las piernas y la penetra, esta vez con un
ritmo suave y profundo, entrelazan sus manos por sobre
sus cabezas y sus lenguas y ella empina las caderas un
poco para que él pueda llegar más hondo. Néstor aumenta el ritmo y la fuerza paulatinamente, ella le sostiene los
glúteos para ayudarlo a llegar más adentro, luego entrelaza sus piernas en su cintura.
Él la sostiene firme de los hombros para llenar por
completo su intimidad, y cuando toca la tetita que está al
fondo del tracto vaginal, comienza a moverse con toda las
fuerzas que le quedan, ella gime en su oído pidiéndole
que continué, que no se detenga, que la llene. Néstor siente que no puede más y sus testículos bombean su semen
espeso y caliente dentro de Monserrat a cada intenso embate, inundando su vagina que se desborda. Néstor pronto está vacío, pero los impulsos de su orgasmo continúan
y sigue penetrándola hasta que cae rendido, flácido, empapado y sin aliento a su lado.
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ÍNDICE
Menage a trois /
09
Monserrat /
25
La japonesa /
35
Andrea /
51
Un café y un habano /
63
Una nueva furgoneta /
89
La verdadera desnudez /
103
La montaña de los dioses /
113
Cecilia y los noruegos /
127
Tocar fondo /
143
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