HACIA UNA IDEOLOGÍA DEL DESARROLLO Celso Furfacfo

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HACIA UNA IDEOLOGÍA DEL DESARROLLO
Celso Furfacfo
(Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. París, Francia)
La formación de las modernas sociedades industriales se comprende más
fácilmente al estudiarlas simultánesmente desde el ángulo del desarrollo
de sus fuerzas productivas y de la transformación de las estructuras sociales y del marco institucional, dentro de los cuales operan esas fuerzas.
El alejamiento creciente de esos dos enfoques, causado por la falsa especialización de las ciencias sociales, es responsable de las dificultades que
hoy enfrentamos para plantear los problemas del desarrollo, con respecto
a los cuales pierden validez los criterios tradicionales que permitían diferenciar las variables económicas de las no económicas. Los obstáculos
que ese inadecuado enfoque metodológico opone a la captación de una
realidad social en cambio, aumentan en el caso del estudio de las estructuras subdesarrolladas, en las cuales la diferenciación de lo específicamente económico se encuentra muchas veces en fase no muy avanzada.
En el análisis que sigue, trataremos de captar el problema del subdesarrollo como una realidad histórica, consecuencia de la difusión de
la técnica moderna en el proceso de constitución de una economía de escala mundial. El subdesarrollo debe ser comprendido como un fenómeno
de la historia moderna, coetáneo del desarrollo: como uno de los aspectos de la difusión de los efectos de la revolución industrial. En esta forma, su estudio no puede ser realizado aisladamente, como una fase del
proceso de desarrollo concebido en abstracto, etapa que debería ser necesariamente superada siempre que actuasen conjuntamente ciertos factorcb- Por el hecho mismo de ser coetáneo de las economías desarrolladas, o sea, de las economías que provocaron y condujeron el proceso de
formación de un sistema económico de base mundial,, los actuales países
subdesarrollados no pueden repetir la experiencia de esas economías.
LuegOj comparando con el desarrollo, captaremos lo que es específico del
subdesarrollo- Así, podremos saber dónde la experiencia de los países
desarrollados deja de tener validez para los subdesarrollados, cuyo avance por los caminos del desarrollo pasa a depender de su propia capacidad para crearse una historia.
E! sorprendente crecimiento de las fuerzas productivas, que se conoce
como Revolución Industrial, es un fenómeno que escapa a todo intento
de explicación esquemática, y que solamente puede comprenderse en el
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contexto de la historia europea. En efecto, las innovaciones que originaron esa revolución en las técnicas de producción y aceleraron de tal manera el proceso de formación de capital, tienen sus raíces en un cuerpo
de conocimientos teóricos, que se sedimentó en los siglos anteriores. El
hecho de que la cultura europea haya producido, en la primera mitad
del siglo xviij el método experimental en la plenitud con que lo utilizó
Galileo, y creado^ medio siglo más tarde, ese maravilloso instrumento teórico que es el cálculo diferencial e integral, son sucesos cuya explicación
última debe ser buscada en el propio genio inventivo de esa cultura. Con
el correr del siglo xix, la tecnología que se formó con base en la ciencia
experimental creada a partir del siglo xvir, vendría a transformar fundamentalmente la civilización europea y a sentar las bases de la primera
civilización de ámbito mundial.
El desarrollo de la civilización industrial en su primera fase —digamos hasta los años del decenio del setenta, en el siglo pasado—- se caracterizó por la preeminencia de la acción de factores de orden económico,
principalmente ligados a la transformación estructural de la oferta de
bienes y servicios. La moderna tecnología estaba siendo aplicada en la
creación de nuevos procesos productivos y en la invención de nuevos productos, que entraban en conflicto con el viejo sistema de producción artesanal, acarreando modificaciones en la estructura social, a través de la
concentración de las actividades productivas y de la urbanización. Debido a la elasticidad de la oferta de mano de obra, los salarios reales tendían a permanecer estables, concentrándose los frutos del aumento de la
productividad social en mayores utilidades, gran parte de las cuales serían invertidas en nuevas industrias, lo que permitiría que la transforma»
ción de la vieja estructura social y económica prosiguiera con ritmo más
intenso.
Los economistas clásicos ortodoxos como J. S. Mill^ o los heterodoxos, como Marx, pretendieron vislumbrar limitaciones intrínsecas en ese
proceso de crecimiento. Mili, utilizando argumentos de carácter estrictamente económico —tendencia secular a la baja en la tasa de utilidad,
como consecuencia del aumento excesivo de la oferta de capital— y Marx,
con argumentos de carácter más sociológico —aumento del "ejército de
reserva", creando insuficiencia estructural en la demanda— llegaron a
una conclusión coman: el desarrollo del capitalismo industrial tendería
hacia un punto de saturación o a un colapso.
La historia buscó caminos distintos de aquellos implícitos en las profecías de los clásicos. Ellos no habían captado en su plenitud la im»
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porlancia que tendría el progreso tecnológico en el desarrollo del capitalismo. Las iodustrias de bienes de capital demostraron ser un campo
particularmeníe propicio para la penetración de técnicas más y más avanzadas, lo que crearía condiciones para una reducción progresiva de los
precios relativos de los bienes de capital y la consecuente intensificación
del proceso de acumulación. En esa forma, el abaratamiento de los equipos, en términos de bienes de consumo, permitió que se modificara la estructura del sistema productivo, ampliando relativamente la producción
de bienes de capital. De esta manera^ fue posible absorber el excedente
de mano de obra, formado por la desorganización de la producción artesanal y la penetración de la técnica moderna en la agricultura. Al ser
absorbido el excedente estructural de mano de obra, es decir^ al haberse
eliminado el sector precapitalista como reserva de fuerza de trabajo, la
clase trabajadora pasó a disputar a los capitalistas los frutos del incremento de productividad causado por el avance tecnológico, y se modificó
fundamenlalmeníe la relación de las fuerzas que condicionan el proceso
de distribución del ingreso social.
En las economías capitalistas que alcanzaron elevado grado de integración^ el progreso tecnológico constituye no sólo el factor básico del
crecimiento, sino también un elemento fundamental de la propia estabilidad social. En esas economías, la acumulación de capital tiende a realizarse con gran rapidez, en relación con la disponibilidad de mano de
obra. El esquema de distribución del ingreso, históricamente determinado en su líneas básicas, y el elevado nivel de la productividad, provocan
la formación de una considerable corriente de ahorro, que deberá íransfomiiirse en capital por el proceso de inversión De esto resulla que el
stock de capital incorporado al sistema productivo, tiende a crecer con
más rapidez que la fuerza de trabajo. Por otro lado, las inversiones
hechas en la propia población trabajadora, sea por la iniciativa individual o por acción social^ crecen con rapidez aún mayor. El resultado
final es una mejora progresiva en la posición de regateo de la clase trabajadora, que le da acceso a los frutos del desarrollo, tanto debido a la
elevación de los salarios reales, como por la reducción del número de
horas en la jornada de trabajo.
Si la presión, ee el sentido de la elevación de los salarios reales, no
encontrase obstáculos de ningún orden, sería de esperar que el ingreso
social tendiese a redistribuirse en favor de los asalariados, \o que acarrearía una reducción en la tasa de ahorro de la colectividad y una declinación en la tasa de inversiones, con tendencia al estancamiento. Sin
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embargo, eso no ocurrió porque la clase capitalista tiene en sus manos
un poderoso instrumento de contraíaque, que es la orientación y el control del progreso tecnológico. Orientando el desarrollo de la tecnología
en el sentido de multiplicar mecanismos que ahorran mano de obra, o
que sustituyen trabajo por capital, la clase capitalista ha logrado compensar la escasez de fuerza de trabajo.
En el desarrollo de las economías capitalistas integradas (cuando ya
no existe excedente estructural de mano de obra), prevalece una íntima
conexión entre la orientación del progreso tecnológico^ la disponibilidad
relativa de factores de producción y un cierto consenso de la colectividad
en el sentido de mantener una determinada tasa de ahorro e inversión^
mediante la cual se asegura la estabilidad del esquema de distribución
del ingreso social, al mismo tiempo que se satisface las aspiraciones de
mejora de vida de la gran masa trabajadora. Si pretendiéramos esquematizar, diríamos que el factor dinámico básico está en la presión social
de la masa trabajadora para aumentar su participación en el incremento
del producto. Dicha presión no llega a comprometer el proceso de desarrollo, a través de una reducción en la tasa de ahorro, porque la clasecapitalista está en condiciones de contra-atacar, con una tecnología que
ahorra mano de obra. Con todo, al apoyarse en el progreso de la tecnología para preservar su participación en el producto social, la clase capitalista se transforma ella misma en un factor de desarrollo, pues el avance
de la técnica impone cambios en las estructuras económicas y sociales.
Existe, así, un antagonismo de carácter social entre los capitalistas y la
clase trabajadora, con respecto a la división del producto. Ese antagonismo, sin embargo, va superándose permanentemente, mediante el crecimiento del producto, como consecuencia necesaria de la asimilación de
nuevas técnicas de producción.
El desarrollo económico latinoamericano presenta características fundamentalmente distintas de las que acabamos de señalar. Después de un
largo periodo de integración progresiva en los mercados internacionales,
mediante la exportación de productos primarios, es decir, de la utilización más intensiva de factores abundantes —-mano de obra y recursos
naturales— los países latinoamericanos tuvieron que buscar el canaino
de la diversificación de las estructuras económicas para recuperar un
adecuado crecimiento. La industrialización latinoamericana no es el resultado de la intención consciente de romper con los esquemas tradicionales de división internacional del trabajo. Ella tomó impulso durante
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el largo periodo de depresión de ios mercados internacionaies de productos primarios, iniciado con la crisis de 1929. Fue necesario que pasara
un cuartu de siglo, periodo suficientemente largo para que la población
prácticamente se duplicara—^ a fin de que el quantum del comercio mundial de productos primarios superase los niveles de 1929.
La industrialización latinoamericana constituye un caso típico de lo
que se ha llamado desarrollo mediante un proceso de sustitución dinámica de las importaciones. Las inversiones se orientan en el sentido de
diversificar la estructura productiva, a fin de que la oferta de origen
interno, más diversificada, satisfaga los requerimientos de una demanda
que antes era atendida en proporción relatÍ¥amente mayor a través de las
importaciones. Debido a la disminución de la demanda externa, el costo
de oportunidad de los factores productivos en el sector industrial es muy
bajoj llegando aun a ser cero. En esa forma^ aunque los producios de
las nuevas industrias tengan costos relativamente altos a los similares
importados, esas industrias contribuyen al aumento del producto social.
Los consumidores tradicionales de tales productos pagarán precios relativamente más altos. Con iodo, el consumo global de la comunidad será
mayor de lo que sería el caso si las nuevas industrias no hubiesen sido
instaladas.
La semejanza de la industrialización latinoamericana con la fase clásica del desarrollo industrial, en la cual también se observa un excedente
estructural de mano de obra, es sólo aparente. En las condiciones en que
se desarrollaba el capitalismo clásico, el aumento de productividad desempeñaba un papel básico. El mercado artesanal preexistente iba siendo ganado por la producción manufacturera porque ésta se encootraba
en condiciones de presentar en el mercado artículos de precios más bajos.
En consecuencia, se formó un clima extremadamente propicio para la difusión de la mentalidad empresaria. En el caso de la industrialización
sustituíiva, el proveedor tradicional (externo) es eliminado en razón del
colapso de la capacidad para importar, lo que permite a la producción
interna abrirse camino adoptando una política de precios altos. Instalados desde la fase inicial en posiciones monopólicas u oligopólicas, los
industriales sustituidores de importaciones procurarán retener en las fases siguientes tales privilegios.
La naturaleza sustitutiva de las importaciones constituye una de las
causas básicas específicas de la industrialización latinoamericana. Otra
causa deriva de que ésta se viene desarrollando en una época en que la
tecnología disponible incorpora extraordinarios progresos en e! sentido
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de atorrar mano de obra. Contrariamente a los países que se desarrollaron eo la fase clásica, durante la cual el progreso de la técnica estaba
íntimameníe relacionado con los demás factores causantes de la aceleración del proceso de desarrollo económico, y de cambio social, en el actual
proceso de transformación de las estructuras subdesarrolladas la tecnología constituye un factor exógeno de reducida flexibilidad» Si bien presenta ventajas el disponer de una tecnología ya elaborada, no se puede
desconocer el carácter específico del desarrollo realizado en tales circunstancias. Si la tecnología no desempeña el papel que siempre tuvo en las
actuales economías capitalistas desarrolladas como elemento aglutinador
de los factores de producción en un sentido dinámico, no se puede esperar que la disponibilidad relativa de éstos tenga equivalencia en sus precios respectivos, a menos que se admita la posibilidad de que la tasa de
salarios baje a cero. Sin embargo, como la absorción de factores se efectúa no en función de su disponibilidad relativa sino según el tipo de tecnología que se utiliza en forma más bien inflexible, aun con una tasa de
salario igual a cero queda excluida la posibilidad de absorción de la
mano de obra disponible. En tales condiciones se excluye la idea de un
mercado de factores de producción como mecanismo capaz de orientar
las decisiones de los empresarios en forma compatible con los intereses
de la colectividad como un todo. Las consecuencias, tanto en lo que respecta a la distribución del ingreso, como a la orientación de las inversionesj son significativas. La incapacidad que presentan los países subdesarrollados, en general, para elevar adecuadamente su tasa de ahorro e
inversión^ encuentra abí una de sus causas básicas.
La idea implícita en muchos esquemas teóricos, de que existe a disposición de los empresarios de los países subdesarrollados un amplio espectro de tecnologías alternativas, no corresponde a la realidad. Ya sea
porque los equipos disponibles en el mercado, a los precios más bajos,
incorporan la tecnología en uso en los países más avanzados; o porque
el progreso de la técnica no se hace por lo general aisladamente, en el
sentido de ahorrar mano de obra, siendo las innovaciones en ese sentido
inseparables de otras destinadas a ahorrar materias primas y simplificar
los procesos de trabajo; porque las empresas industriales de los países
subdesarrollados están financiera o técnicamente ligadas a grupos extranjeros y reciben equipos adquiridos por las casas matrices en grandes
cantidades; o por otra razón cualquiera, el resultado final ha sido siempre el mismo: los empresarios de los países subdesarrollados tienden a
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seguir de cerca, y cada ves más, los modelos tecnológicos de los países
más avanzados, que son los productores y exportadores de equipos.
Las estadísticas disponibles proporcionan clara comprobación de ese
heclio. Así, de acuerdo con los datos de CEPAL, entre 1938 y 1948 el
producto industrial del conjunto de América Latina creció a una tasa
anual del 5.8 %, mientras que la ocupación industrial aumentaba a razón
de 3.6 %. Los cálculos hechos para un periodo más reciente —^la década de los años 50— indican que hubo un aumento en la tasa de crecimiento del producto industrial de 6.2 %, mientras que la tasa de crecimiento de la ocupación en las industrias descendía al 1.6 %. En esa forma, el crecimiento de la ocupación industrial se está desarrollando a una
tasa que es apenas la mitad de la del crecimiento de la población. Así,
la participación de los trabajadores industriales, en el total de la población activa, está decreciendo. Cabría indagar qué habría ocurrido si un
fenómeno idéntico se hubiese manifestado en la fase "clásica" del desarrollo capitalista. ¿Habría sido posible la absorción del excedente estructural de mano de obra creado por la rápida desorganización de las
formas de producción precapitalistas? ¿Se habrían creado las condiciones que produjeron el aumento persistente de los salarios reales en la
fase subsiguiente? ¿Se habría producido la elevación del estándar de
vida del trabajador común que, por un proceso de feed-back.^ llevó a la
formación de los grandes mercados y abrió camino para la tecnología de
la producción en masa? Si a esas interrogantes corresponden respuestas
negativas^ tendremos que reconocer que la industrialización **sustitutiva"
constituye un proceso cualitativamente distinto de lo que se conoce, en el
cuadro de la historia moderna, como el desarrollo capitalista.
Cuando la sustitución de importaciones penetra en el sector de las industrias de bienes de capital^ se agravan ios problemas anteriormente
señalados. Es que, en razón de las inadecuadas dimensiones de los mercados internos y de las situaciones monopólicas que semejantes dimensiones originan, la implantación de industrias de bienes de capital en el cuadro de la industrialización sustitutiva provoca una fuerte elevación de los
precios relativos de esos bienes, lo que reduce la capacidad de inversión
por unidad de ahorro, esta última medida en términos de poder adquisitivo de bienes de consumo. En la fase subsiguiente, las industrias de bienes de consumo absorben los costos más altos de los equipos y la declinación de la productividad se propaga al conjunto de la economía. Se
produce, por consiguiente, una tendencia inversa a aquella que observamos en la fase clásica de! desarrollo capitalista, durante la cual la pene-
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tración de la técnica permitió reducir los costos relatÍ¥Os de los equipos,
facilitando la absorción del excedente estructural de mano de obra.
La urbanización ocurrida paralelamente al desarrollo industrial de los
países que marcharon a la cabeza del capitalismo moderno, significó la
creacióri de un niie%'o tipo de sociedad estructurada en clases^ al mismo
tiempo antagónicas y de intereses complementarios. El antagonismo es
consecuencia de que^ al luchar para mejorar sus salarios reales, la clase
trabajadora está exigiendo una redistribución del ingreso a su favor, la
cual, a corto plazo, opera contra los intereses de la clase capitalista. Sin
embargo, la presión que en ese sentido ejerce permanentemente la clase
asalariada —como consecuencia del impulso que, en las condiciones de
vida urbana, toma el "efecto de demostración"— lleva indirectamente
al avance tecnológico y éste al aumento de la productividad del conjunto
de los factores de producción, lo que permite compensar con margen el
aumento de los salarios reales. De esa manera, el propio antagonismo pone
en movimiento fuerzas que engendran su superación. AI tomar conciencia de este heclio, la clase capitalista se dio cuenta de la ventaja de institucionalizar el proceso de antagonismo, lo que se hizo mediante el reconocimiento y reglamentación del derecho de huelga y a través de modificaciones en las instituciones políticas tendientes a adaptarlas a los requerimientos de una sociedad cuyo dinamismo es consecuencia del propio antagonismo de las clases que la constituyen.
Eii el caso de los países latinoamericanos el rápido crecimiento de
unos pocos grandes centros urbanos corresponde menos a modificaciones
en la estructura ocupacional motivada por la industrialización, que a la
acción de factores complejos ligados, en una primera fase, al crecimiento de las actividades mercantiles como reflejo de una gran especializa»
ción en el comercio exterior; y en la segunda^ a la persistencia de formas
de organización feudal en el campo, a la penetración de la técnica moderna en ciertos sectores de la agricultura, a la extrema concentración
del ingreso agravada por la industrialización sustitutiva, al crecimiento relativo de las actividades estatales y a la aceleración del crecimiento
demográfico. La presión que esa masa urbana de estructura poco definida ejerce para tener acceso a los frutos del desarrollo, de ninguna
manera debe ser confundida con las luchas de la clase asalariada industrial, en los países de economía capitalista integrada, para elevar su participación en el ingreso social. En este último caso, se trata de un problema cuya solución se va encontrando en el campo de la técnica, al paso
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que en el caso latinoamericano la solución tiende a ser eminentemente política. Las grandes masas subempleadas de las ciudades latinoamericanas
aspiran a empleos que el sistema económico no está creando en cantidad
suficiente, razón por la cual constituye un creciente problema de orden
político.
Existen, por lo tanto, diferencias esenciales entre las transformaciones sociales provocadas por la penetración de la técnica moderna en las
estructuras subdesarrolladas que practican la industrialización sustitutiva
en las líneas del laissez-faire, y aquellas que caracterizaron el a^-ance
del capitalismo en las naciones qu.e se industrializaron a partir del siglo
pasado. En lenguaje weberiano, cabría afirmar que, en las transformaciones de las actuales economías capitalistas desarrolladas, los problemas
de naturaleza social, consecuencia de conflictos de grupos y clases sociales empeñados en mejorar su posición en la distribución del ingreso
—problemas de racionalidad sustantiva— tuvieron su solución preparada
por el propio progreso de la técnica, es decir, por la difusión de criterios
de racionalidad formal. En otras palabras: los técnicos iban preparando
las soluciones a los problemas que surgían de los conflictos sociales de
mayor siignificación en el desarrollo capitalista, conflictos provocados por
el hecbo de que la sociedad engendraba sistemas de juicios de valor (criterios de racionalidad sustantiva) basados en la visión del todo social
que la inserción en una clase imponía ai individuo. El presente caso de
las estructuras subdesarrolladas, que constituyen la regla en América
Latina, es fundamentalmente diverso: la forma como la técnica penetra
crea problemas de amplias proyecciones en el plano social. De esta manera son los técnicos quienes, al servicio de los intereses de individuos
y grupos privados, crean problemas cuyas soluciones requieren decisiones de naturaleza política. Como las decisiones políticas implican tomas
de posición con respecto a juicios de valor, es decir, están en el plano de
racionalidad sustantiva, no es de extrañar que en los países latinoamericanos el proceso político genere fuertes tensiones que comprometen permanentemente la estabilidad de las estructuras de poder.
El análisis que acabamos de esbozar perm.ite proyectar alguna luz
sobre la naturaleza de los problemas con que se enfrentan los países latinoamericanos. Mientras el desarrollo, en la modalidad del capitalismo
clásico, creó condiciones de estabilidad social y abrió las puertas al reformismo, la situación de los países latinoamericanos es fundamentalmente diversa: la propia penetración de la técnica engendra la inestabilidad social y agrava los antagonismos naturales de una sociedad
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estratificada en clases. De esta manera, el camino del perfeccionamiento
gradual de las iostituciones políticas resulta ser extremadamente difícil.
Por otro lado, la introducción de actitudes ideológicas copiadas directameate del contexto europeo, agrega otros obstáculos al camino del reformismo político. Es que, tanto el pensamiento liberal como el socialista
europeoS; son las resultantes de ua proceso histórico esencialmente distinto
de la presente realidad latinoamericana. En efecto, la eficacia del liberalismo corresponde a una realidad social donde el progreso de la técnica opera en el sentido de abrir camino a la solución de los principales
problemas sociales creados por el desarrollo de las fuerzas productivas
en una sociedad estructurada en clases, lo que simplifica sobremanera la
acción del Estado o la transfiere hacia mecanismos de orientación y control de las decisiones económicas sólo indirectamente condicionados por
criterio* políticos. Por otro lado» la viabilidad del socialismo europeo^
como instrumento para llevar a las clases asalariadas a participar del
control del poder político, supone un dinamismo social basado en conflictos entre clases que derivan su conciencia de la forma en que se integran en el proceso productivo. En el caso latinoamericano, ni la penetración del progreso técnico opera en el sentido de facilitar la solución
de los conflictos sociales de naturaleza sustantiva, ni las masas que se
acumulan en las grandes ciudades están necesariamente estructuradas en
clases con nítida conciencia de sus intereses. La transposición directa
de esos esquemas ideológicos creó la inflexibilidad mental que tanto dificultó la percepción de la naturaleza del proceso histórico latinoamericano, y que obstaculizó la formación de un pensamiento político capaz de
desempeñar en la región el papel que tuvieron las ideologías liberal y
socialista en el perfeccionamiento de las instituciones políticas de las
sociedades industriales modernas.
Si el análisis del proceso histórico latinoamericano lleva por un lado a la
conclusión de que, abandonadas al laissez-faire, las economías de la región tienden al estancamiento y, por otro lado, a que ios métodos de
acción basados en la dialéctica de la lucha de clases resultan ser estérileSj cabría preguntar cuáles son las opciones que se presentan a la acción
política orientada a satisfacer las aspiraciones colectivas, notoriamente
polarizadas por los ideales del desarrollo económico y de la modernización social. Cualquier intento de responder a esa pregunta tendrá que
partir de algunas hipótesis sobre el probable comportamiento futuro de
las fuerzas que en el presente condicionan el proceso económico-social
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latinoamericano. Como dato inicial, se puede admitir como muy probable
la continuación del crecimiento demográfico, así como el rápido desplazamiento de personas hacia las zonas urbanas. Se puede igualmente
aceptar como razonable hipótesis de trabajo que, en razón del "efecto de
demostración" '—por el cual cada grupo social orienta sus expectativas
con vistas a alcanzar patrones de consumo de los grupos inmediatamente
superiores en la escala de distribución del ingreso— la población en su
conjunto, partieularmeote la urbana, seguirá ejerciendo presión creciente
para tener acceso a las nuevas formas de consumo creadas por la asimilación de la tecnología moderna. Por otro lado, teniendo en cuenta que
la organización de la producción permanece básicamente bajo el control
de decisiones tomadas al nivel de la empresa, debemos admitir que la
penetración de la tecnología moderna seguirá acarreando efectos negativos sobre la tasa de creación de nuevos empleos y aumentando la concentración del ingreso. Y más aún: el ritmo de crecimiento de la oferta
de bienes y servicios está declinando en forma difícilmente reversible,
como consecuencia de la acción de factores estructurales ligados a la concentración del ingreso. Cualquier política de desarrollo, para tener éxito,
tendrá que modificar la acción de esos factores primarios. De entre ellos,
los que más fácilmente pueden ser influidos por la acción política son
el efecto de demostración y el control de la organización de la producción.
En consecuencia, se presentan dos caminos a la acción política en
América Latina. Por un lado, se concibe una acción orientada en el sentido de modificar las expectativas de la población, a través del rígido
condicionamiento de las corrientes de opinión, Al contrario de lo que
ocurrió en el desarrollo clásico del capitalismo, la preservación del siMu
quo social en América Latina exigiría la adopción de métodos antiliberales en dosis creciente. Para obtener una efectiva regimeníación mental
de la población, sería necesario reducir sustancialmeníe la movilidad social, interrumpir el proceso de urbanización y aislar en todo lo posible
a las masas de influencias exteriores. Como alternativa, surge la perspectiva de una política que tienda a obtener el crecimiento económico y la
modernización social, mediante modificaciones en el proceso de organización de la producción, que hagan posible racionalizar la asimilación de
las nuevas técnicas en función del interés social. Como esas modificaciones deberán orientarse en el sentido de la adopción de una planificación
efectiva, la norma básica de una política de desarrollo tendrá que ser el
abandono de todas las formas del laissez-faire. Se traía, por consiguiente, de profundas modificaciones que implican la redefinición de las fun-
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Clones del Estado, las cuales sólo podrán realizarse con el apoyo de movimientos políticos de gran amplitud, capaces de alterar las actuales bases
de las estructuras de poder.
En las condiciones sociales que prevalecen en la América Latina, dichos movimientos sólo se harán posibles mediante la movilización de las
masas urbanas heterogéneas, que están ascendiendo a la conciencia política y sirven como base a aquéllos que desafían la estructura tradicional
del poder. De esta manera, la actitud que en América Latina corresponde al socialismo europeo, es decir, la que está orientada hacia la modernización de las estructuras sociales, tendiendo a satisfacer las aspiraciones de los grupos mayoritarios en ascenso tendrá que alejarse de la
dialéctica de la lucha de clases para adoptar nuevos caminos de acción política. Hasta el presente, la acción política apoyada en masas heterogéneas
ha asumido la forma de populismo, que consiste en la manipulación de
la opinión pública en función de objetivos personalistas. En los m.ovimientos populistas todo se sacrifica para subir al poder, que casi siempre se confunde con sus símbolos, muchas veces entregados a los líderes
populistas a través de hábiles maniobras estratégicas de las clases dominantes, con el fin de satisfacer su vanidad y desmoralizarlos más fácilmente frente a las masas. Con todo, debemos reconocer que la existencia
y las ocasionales victorias del populismo, constituyen una clara indicación de que el sistema tradicional de dominación social y control político
está en jaque.
Al contrario del populism.o, el socialismo latinoamericano tendrá que
partir de grandes movimientos de masas heterogéneas, para introducir
modificaciones en la propia estructura del poder político, que deben ser
estratégicamente orientadas para provocar procesos cumulativos de irreversibilidad creciente. Dicha irreversibilidad sólo puede ser conseguida
mediante modificaciones en la estructura económica, que debe ser entendida como un sistema de decisiones controladoras de la organización de
la producción y de la utilización del ingreso social. La reconstrucción
del sistema económico permite consolidar las victorias en el plano político y abrir camino a otras que, por su lado, crean condiciones para seguir adelante con la reconstrucción de las estructuras económicas.
Una acción política apoyada en la movilización de masas heterogéneas y capaz de orientarse en función de objetivos a largo plazo, requiere
una sólida preparación ideológica. Sin ella, se hace impracticable mantener la unidad de propósito que es la base de los cuadros operacionales
de un movimiento político capaz de perdurar. Es la combinación del con-
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tenido ideológico con ia solidez de organización que permite a un movimiento de masas crecer sin perder unidad y conservar unidad sin transformarse en juguete en las manos de ocasionales líderes personalistas.
La falta de contenido ideológico lia sido la principal característica de los
movimientos de masas heterogéneas surgidos en América Latioa, lo que
explica su rápida degeneración en populismo.
La sustancia ideológica del socialismo latinoamericano será seguramente extraída de la conciencia crítica formada en la lucha por superar
el subdesarroUo. Esa lucha tiene lugar dentro de marcos políticos nacionales, los cuales delimitan los centros de decisión que comandan las actividades económicas, tanto en sus aspectos internos como en los externos» La solidez de un marco político nacional constituye un factor decisivo
en la lucha por el desarrollo. Sin embargo^ es sólo a través del propio
desarrollo que se hace posible una mayor solidez y eficacia del marco
político. Como la estructura política nacional dada no se halla aislada
y sí en un contexto internacional que se transforma rápidamente bajo el
liderazgo de países que controlan el desarrollo tecnológico, su propia
supervivencia depende de la obtención de determinada tasa de desarrollo.
En otras palabras: el estancamiento económico engendra el debilitamiento del marco político y la pérdida progresiva de la capacidad de autodeterminación, lo que limita por su lado la aptitud de superar los obstáculos que se oponen al desarrollo. De esa manera, las luchas por la
superación del subdesarroUo y por la preservación de una personalidad
nacional con autodeterminación, se integran dialécticamente en la práctica de la acción política. El éxito de una es inseparable del éxito de
la otra. No es por otra razón que las manifestaciones más avanzadas
de una ideología del desarrollo hayan surgido del movimiento de descolonización, que extrajo sus más vigorosas energías creadoras de la conciencia de solidaridad nacional. La conjunción de esas dos ideas-fuerzas —la afirmación nacional y el deseo de superar el subdesarroUo—
constituyen el núcleo del movimiento político que por caminos variados
está provocando la transformación de la vasta comunidad de pueblos que
constituyen el Tercer Mundo. Es a partir de ese núcleo que cabe realizar el trabajo de construcción ideológica que permitirá a los pueblos de
América Latina romper el impasse en que se encuentran actualmente.
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