Los ERMITAÑOS y MONÓLOGO DESDE LAS TINIEBLAS

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Los ERMITAÑOS y MONÓLOGO
DESDE LAS TINIEBLAS
Momentos cruciales en la narrativa de Gálvez Ronceros
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os ermitaños (1962) y Monólogo desde las
Tinieblas (1975), selecciones de relatos cortos
de Antonio Gálvez Ronceros (Chincha, 1932),
constituyen dos instantes cruciales en el proceso creativo de un escritor particularmente representativo de la narrativa costeña y peruana, y, a
su vez, ilustran, de manera clara y ejemplar, los
giros profundos que se vinieron operando en el
desarrollo de la narrativa peruana a mediados
del siglo XX.
Debemos destacar que lo más importante
de la producción narrativa de Antonio Gálvez
Ronceros se ha venido desarrollando sobre
dos vertientes estéticas e ideológicas: a) la
realizada dentro de los principios -aún vigentes
por entonces- de la retórica del indigenismo y
el regionalismo; y b) la que plantea su proceso
discursivo a partir de la auscultación profunda
del referente social y cultural de la nación de
origen africano de la costa peruana. La crítica (y
el reconocimiento público en general) ha dado
muestras de especial interés y atención sobre
la segunda, toda vez que es a través de ella
que Gálvez Ronceros ha tornado su obra notablemente innovadora y original, y ha dado pie a
importantes reflexiones y replanteamientos con
respecto al destino contemporáneo de la literatura peruana. Se ha acumulado, por ende, en
los últimos años, una considerable bibliografía
crítica en torno a Monólogo desde las tinieblas,
pieza ya clásica dentro del canon de la literatura
del negrismo y la negritud, dejando casi de lado
el análisis y valoración de su obra de filiación
indigenista y regionalista, como es el caso de
su primera publicación narrativa, Los ermitaños.
Tomando en cuenta estas consideraciones, el
presente trabajo apunta básicamente a hacer
un estudio paralelo de las dos publicaciones
más importantes de Gálvez Ronceros, Los
ermitaños y Monólogo desde las tinieblas, con
el objeto no sólo de reiterar sus valores litera-
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rios intrínsecos, sino también de enfatizar en
sus diferencias, sus variados planteamientos
ideológicos y estéticos, y en la explicación del
proceso literario personal de Gálvez Ronceros,
estudio que a su vez nos lleva a ahondar en
algunos de los giros fundamentales que a mediados del siglo pasado se dieron en la producción literaria peruana como consecuencia de
las agitadas inquietudes intelectuales, sociales
y políticas que por aquellos años se vivieron en
el ámbito nacional e internacional.
A principios de la década de los 60, se publica
Los ermitaños, conjunto de siete relatos de
sorprendente factura artística y de un novedoso
tratamiento del tema campesino que hasta entonces se había suscrito a los rígidos diseños
del indigenismo de los 40 y 50. Los ermitaños
continuaba esta tradición, pero ofrecía al mismo
tiempo innovaciones que lo hacían, además
de un proyecto de cuidadosa elaboración
formal, una sugestiva propuesta para superar
la retórica indigenista (y con ello regionalista),
que acusaba ya la necesidad de urgentes revisiones y redirecciones. El ambiente intelectual
(fuertemente influido por las fiebres políticas de
la Guerra Fría, la corrientes partidarias radicalizadas, y el ambiente internacional exacerbado
por un espíritu de reformas y enfrentamientos a
lo establecido) en el que Gálvez Ronceros se
desarrolla y enriquece su personalidad artística, determina igualmente que se decidiera por
una tarea creativa experimental y exploratoria,
antes que por la fidelidad a una escuela en
la que obviamente había iniciada su carrera
literaria; opta, en otras palabras, por un trabajo
que, sin abandonar la preocupación social y
política -típica del indigenismo-, incorporaba
de manera gradual y segura las nuevas tendencias narrativas que se difundían a lo largo
del continente, y que expresaban con mayores
detalles y fidelidad las complejidades culturales
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y sociales latinoamericanas. Por los años en
que Gálvez Ronceros escribe y publica Los
ermitaños1, el joven narrador contaba ya con
la experiencia de haberse enfrentado al lector
masivo y a los avatares de la crítica, y se ganaba un espacio en la bohemia creativa del
Grupo Narración2, donde tuvo la oportunidad
de compartir con escritores como Oswaldo
Reynoso, Eleodoro Vargas Vicuña y Miguel Gutiérrez. Esta experiencia, en la que combinaba
el debate ideológico y teórico, la asimilación de
alternativas narrativas, y la práctica sostenida
de la escritura, tiene sus primeros resultados
en los personales esbozos del realismo y crítica social que observamos en Los ermitaños.
Estos relatos no nos muestran aún el interés
primordial por el buceo sistemático y vehemente en las intimidades étnicas de los pobladores
costeños, que posteriormente realizaría brillantemente sobre la etnia afroperuana de su
región; no se vislumbra aún el intencional alejamiento del tema y el narrador concentrados
en el campesino victimado por la feudalidad y
las instituciones estatales y religiosas, que sin
duda aluden más a la realidad del Ande; pero su
visión del campo, del trabajador agrícola costeño, del habitante no urbano, sin dejar de ser de
profundas críticas a la injusticia y desigualdad,
se extienden con otros matices argumentales
y novedosas incursiones y reflexiones sobre
la galopante, desigual, conflictiva y periférica
llegada de la modernidad a los rincones más
apartados del Perú, especialmente a las áreas
rurales de la costa.
El título nos anticipa la formulación de un
referente humano definido más bien como
“ermitaño”, término un tanto desconcertante
que llevado al contexto unitario del libro nos
confirma el estatuto de un sujeto social “apartado”, “aislado”, “solitario”, pero al mismo tiempo
“reflexivo”, “penitente” y hasta “misántropo”. El
universo representado de Los ermitaños, por
consiguiente, se sostiene sobre la configuración de puntos de vista y protagonistas sociales
cuya naturaleza y realidad aparecen determinadas esencialmente por la marginalidad de
clase, y por la condición humana derivada de la
pobreza, el aislamiento y el abuso. En los siete
relatos predomina el narrador-protagonista que,
cercanamente al concepto de “ermitaño”, confiesa, reflexiona y juzga sus duras condiciones
de vida. Un ejemplo típico es el relato “Joche”,
el que precisamente inicia el libro y semantiza
la totalidad de los relatos. La historia discurre
desde la perspectiva de un niño explotado
cuya voz nos detalla los pormenores de sus
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jornadas en la hacienda, la vigilancia despiadada del caporal y la trágica muerte de uno de
sus compañeros de trabajo, Joche, un niño de
apenas doce años:
Y pensé que el jornal de la hacienda ya no
se lo llevaría pegado a los surcos, lampa en
mano, desde que el día clarea hasta cuando
el sol empieza a descolgarse de encimita del cielo; y que entonces el calor y el cansancio
no lo enfilarían derechito a refrescarse en el
agua colorada de la acequia. Y me dije: “ya no
se doblará del trabajo y del sol”. (1962: 15)
La voz narrativa, sin embargo, no se detiene
en el lamento, en las descripciones dramáticas
de los abusos del caporal y hasta del propio
padre de Joche; de pronto, encendida por el
dolor, por la indignación, se torna reivindicativa,
y vira hacia la protesta, hacia las apelaciones
a la violencia:
Y entonces yo me he venido a casa pensando
en muchas cosas: en el padre del Joche que ni
se asomó por el cementerio y la gente dizque se
ha escondido de un hombre que lo busca para
matarlo; en el Joche, que con sus doce años,
uno más que nosotros, se ha ido para siempre;
en que tú me castigarás por no haber venido
estos dos días; pero más que todo, madre,
en que ojalá yo tenga esas manos del Joche,
para tirarles piedras a su padre, al caporal y a
toda esa mala gente, con esa puntería que él
tenía para traerse abajo cernícalos y lechuzas.
(1962: 27)
El relato “El animal está en casa” aborda
igualmente el tema del problema campesino,
pero esta vez sobrepasando los límites de la
objetividad cartesiana para plantearnos una
ficción deudora, sin duda, de las experiencias
fantásticas de Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier. En el argumento, el
hacendado Ricardón, que agoniza a causa de
la mordedura de un perro rabioso, de pronto
empieza a delirar y a hacer confesiones insólitas. Los empleados que lo atienden quedan aún
más atónitos cuando comprueban que quien
habla por boca del patrón es precisamente
el perro rabioso. El uso de la creencia de la
transmigración de los espíritus en otros seres
humanos o animales, que va más bien dentro
de los imaginarios populares y religiosos,
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Abajo: Livio Gómez, AGR,- - -, Jorge
Puccinelli, Carlos Milla Batres, Francisco
Carrillo, Oscar Franco, Manuel Velásquez
Rojas y señora.
En la foto siguiente: AGR, Luis Fernando
Vidal, Adolfo Polack, Francisco Carrillo,
José Antonio Bravo, _,_,_.
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le permite al autor elaborar un complejo de
metáforas y representaciones que le facilitan
delinear de modo sugestivo algunos de los
lados más patéticos de la violencia feudal. Las
confesiones del perro en agonía, que personifica al sujeto social campesino -quien, además
de haber sufrido los atropellos del hacendado,
ha conocido igualmente las crueldades de la
ciudad-, devienen en un discurso de denuncia,
de desenmascaramiento del sistema agrario:
-Yo mismo cuánto sufrí por su culpa. Toda mi
vida le cuidé fielmente la casa y a cambio recibí
hambres y puntapiés. Cansado, abrumado,
abrigué la esperanza de huir, pero parece que
el malvado lo adivinó: fui amarrado a un horcón
y abandonado allí sin alimentos ni agua. Con
torturante lentitud vinieron días atroces. (1962:
58) y del efecto deshumanizante de la modernidad, evidente en la urbe a la que en algún
momento había vislumbrado como refugio:
-Que en la casa se sufría de hambre -continuó
Ricardón-, perfectamente lo entendieron mis
hermanos. La abandonaron una noche y se
radicaron en la ciudad. Les fue peor. A uno lo
atropelló un automóvil y al otro lo envenenaron
en el mercado de abasto un fatal domingo por
la mañana. Y todo por culpa de ese hombre
canalla. ¡Ah, cómo lo odio! (1962: 56)
Repitiendo el mismo esquema de “Joche”, el
monólogo de pronto se hace una delirante
protesta que culmina con expresiones de
extremo rencor, y necesidad de desquite y
reivindicación:
Pero un día amanecí con formidable energía y
me lancé por los caminos a querer destrozara
la gente. Malévola energía: había enfermado.
Y ahora estoy así. Me he convencido de que
jamás volveré a ser el de antes... Y todo por
culpa de ese miserable. Cómo quisiera tenerlo
en mis manos para hacerle pagar toda la mala
vida que nos dio a mí y a mi familia -calló por un
momento, la barbilla recogida sobre el pecho,
la mirada sombría proyectada desde abajo. De
pronto, de un salto se puso de pie en el lecho y
gritó: - ¡Sé que ese hombre se llama Ricardón!
(1962: 58)
Como observamos, Gálvez Ronceros procede a ampliar la retórica indigenista, a incluir
el análisis de otros fenómenos sociales y
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culturales que considera también importantes,
como es el caso de la proximidad de la ciudad
y la hegemonía de la cultura urbana, a las que
entiende como un factor que, paradójicamente, agrava aún más la precaria existencia del
habitante rural. Haciendo uso del humor y, en
cierto modo, la anécdota costumbrista, en el
relato “Sombreros” nos muestra el dramático
e irreconciliable encono de un campesino con
la ciudad a la que ha migrado por necesidad y
en la que es víctima del robo de sus sombreros
cada vez que se le ocurre beber. Al margen de
lo risible de las situaciones, de la superficialidad
de la anécdota, vale detenerse en las reflexiones llenas de amargura que el protagonista
hace al respecto:
Cuando despierto, ya no hay sombrero, me lo
han robado... ¡Pero el tamaño culpable es este
pueblo maldecido! En los años que llevo aquí,
ni por el borde he visto un tiempo serenito. La
mitad del año, frío; la otra mitad, calor. Un frío
que se mete por los pelos, como si un muerto lo
estuviera a uno manoseando; y un calor que se
pega en la cabeza, como si le aventaran a uno
un tizón de candela. [...] Yo a veces pregunto:¿
por qué este pueblo no se vuelve un champón
de hielo o se incendia de una vez? Eso pregunto. Y nadie me responde. ¿A qué hijo de chivata
se le ocurrió fundar este pueblo, eh? Pueblos así, no deben nacer. [...] Pero este pueblo ya
está hecho, y yo estoy en él. ¿Por qué trinches
me vine del mío? Arrastrada la hora en que se
me ocurrió asomar a este pueblo. Pero ya me
voy a largar. Sí, me voy a largar. Algún día tengo
que morir, y yo no quiero morir aquí. (1962: 32)
Trasciende, pues, en este monólogo, la amargura, el desencuentro, la convicción de estar en
un espacio en el que el bienestar es imposible,
es decir, un lugar no mejor que su pueblo de
origen:
También me revienta un capricho: tomar en la
ciudad. ¡No sé qué ley le he agarrado a esas
cantinas! Aquí en las chacras no es lo mismo.
Allá es otra cosa. (1962: 32)
Un tema semejante, e igualmente desarrollado
con humor y agilidad argumental, es el del
cuento “La compra”. El protagonista, Florencio,
un campesino rico gracias a muchos esfuerzos
y sacrificios, se convence de que la utilidad y
valor de un coche moderno es siempre preferible a los atrasos e incertidumbres de un burro,
por lo que decide ir a la ciudad a comprarse
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uno. Al dirigirse a los vendedores, en una
lujosa tienda de automóviles, el entusiasmado
campesino se da con que es sorpresivamente
rechazado y humillado por su aspecto y origen
aldeanos:
Nadie lo había visto entrar. Al poco tiempo, un
hombre maduro y calvo -el jefe del establecimiento- que hallábase al fondo tras de un
escritorio, al levantar la mirada se estremeció
de susto. Creyó ver una cosa extraña, indefinible, que paseaba por la sala; algo así como
un redondeado bulto de basura dando tumbos
entre los automóviles. Restregó sus ojos, sacudió la cabeza y volvió a mirar... No, aquello no
era un fantasma: era un hombre. Se abalanzó
entonces, feroz, hacia él, farfullando: “¡Asquerosos! Eso son ustedes: un poco de basura con
apariencia humana”. (1962: 45)
Esta afrentosa experiencia, que muy bien ilustra
la oposición campo/ciudad, subyacente a lo largo de toda la obra, induce a Florencio no sólo a
no realizar la compra -hiriendo duramente a los
codiciosos vendedores que aparentan haberse
arrepentido-, sino también a reafirmarse en sus
maneras tradicionales de vida y de trabajo. El
relato, al modo de una parábola, concluye con
un párrafo puntual con el que confirma y aprueba la razonable decisión final del protagonista:
Esa noche, en la ciudad, un hombre agonizaba
delirante; mientras otro, en la profundidad de la
campiña, corría a la caza de un burro, llamándolo con suaves palabras. (1962: 47)
Como podemos observar, Gálvez Ronceros
complejiza aún más la profundidad de sus
temas añadiendo asuntos no tratados, o tratados con superficialidad, por sus antecesores
indigenistas y regionalistas, como es el caso
que acabamos de ver sobre la oposición
campo/ciudad. Lo mismo podemos decir de
ciertas constantes temáticas que insinúan la
tipicidad de ciertos conflictos originados en el
interior de la comunidad campesina por causa
de la desigualdad étnica, el rechazo a la gente
que ostenta riqueza, y la violencia familiar
patriarcalista.
A lo largo de los siete relatos, no encontramos
referencias explícitas de comunidades que
protagonicen hostilidades raciales o conductas
intolerantes dentro de la convivencia intercultural; sin embargo en no pocos pasajes podemos
71
advertir referencias, señales sospechosas, de
hechos que evidencian precisamente dichos
enfrentamientos, pero que en el proceso argumental, en el desarrollo narrativo mismo,
se diluyen y pierden relevancia. En el cuento
“Sombreros”, por citar un ejemplo, el campesino
protagonista, que es permanentemente víctima
del robo de sus sombreros, al encontrarse en
un bar de la ciudad, un sujeto, del que se especifica su origen racial afro-peruano, lo ataca
y abusivamente le arrebata el sombrero:
Un sombrero pelmeadito que tuve, lo perdí
como un zonzo en la ciudad. Fue un día en que
la mañana calaba y estaba como para darle un
tajo en su vientre: me metí casi corriendo a una
cantina. Un aparato de colores tocaba música
y, al pie, un negro se culebreaba solito, estirándose como jebe. El negro era así de grandazo;
tenía un cogote como de toro padrillo. Cuando
paró de sonar el aparato, el negro me puso una
mirada dormilona que me acobardó. Apurado,
me aventé un trago y lo pagué. Pero el negro
ya había empezado a andar: me alcanzó en la
puerta, estiró largo y ancho su tamaña jeta y me
sopló la cara: “Trae eso para acá”, levantando
su manaza como una gran tizna, me quitó el
sombrero de la cabeza. [...] Yo, calladito, con la
saliva que se me atoraba en el pescuezo, salí
de ahí, medio acalambrado de piernas. ¿Quién
se iba a meter con tamaña tizna? (1962: 33)
Obviamente, se trata de un personaje no-negro
el que resulta víctima del despojo, hecho que
narrativa e ideológicamente puede no ser relevante. Sin embargo, en el contexto del relato,
y la obra en general, la manera con que el
narrador-protagonista describe a su victimario
adquiere especiales significados, toda vez
que confiere importancia a los rasgos raciales
del victimario para expresar la magnitud de su
miedo y la violencia del asalto. Otro ejemplo,
pero desde otro lado racial, sería el que vemos
en el cuento “El buche”. En este relato, dos
delincuentes que, en la oscuridad, acechan a
una familia a la que piensan asaltar, de pronto
inician una conversación en la que surgen comentarios de desprecio racial para justificar y
alentar el delito que están a punto de cometer:
A estos cholos los he venido observando desde
hace dos semanas y ya sé todos sus movimientos. Hasta lo que tragan. Ahora mismo segurito
que se están zampando un atracón de una
agua sucia de maíz, fideos, camotes y frijoles. Y
teniendo tantos animales en el corral, tragan
lo de chanchos. Son unos míseros.
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Tanto he andado metido por las quinchas, que
hasta me sé de memoria todita la vida de esa
gente. Fíjate que ni tienen cuchara para tragar.
Lo hacen con unos palitos que han acomodado para que parezcan cucharas. No miento, ahí
tú lo estás viendo. (1962: 82)
El tema del rechazo a la gente que ostenta
riqueza en la comunidad campesina, por su
parte, -un asunto que bien podría debatirse
dentro de lo que se ha venido a denominar
“la cultura de la pobreza”-, queda ilustrado
en el relato “El desaparecido”. Don Isaías,
un humilde campesino, se hace súbitamente
rico gracias al hallazgo de un fabuloso tesoro
mientras trabajaba labrando ladrillos. La comunidad, ciega a la realidad de los hechos,
lo atribuye injustamente a un pacto de Isaías
con el demonio, por lo que decide excluirlo y
hostilizarlo por el resto de sus días. El día de
su muerte nadie asiste a sus funerales porque
obviamente se ha difundido un tenebroso rumor
sobre lo que puede acontecer en el velorio de
un condenado:
-Pero, entonces usted no sabe que hay quienes
dicen que toda su fortuna se la debe al diablo.
-Ah, ¿sí?
-Y si no, ¿por qué esta noche han venido escasamente siete personas a su velorio? Porque
le tienen miedo! Eso es. Andan diciendo que
este don Isaías pactó con el diablo... Yo mismo
no me explico qué me ha traído aquí... Tal vez
la curiosidad...
..........................................................................
.........................................................
La sala estaba vacía. Y la noche fácilmente
colaba su negrura, como queriendo apagar los
cirios que rodeaban el féretro.
Parados en el umbral de la puerta, los deudos
miraban codiciosamente la calle: habíase comunicado a muchos la muerte de don Isaías,
pero nadie más llegaba. Evidentemente, su
mala fama los había corrido. (1962: 64-65)
En este, como en otros relatos, observamos la
severidad del principio por el que la comunidad
demarca límites económicos a sus miembros,
de manera que traspasarlos implica una sanción, que, según sea el caso, se traduce en
el aislamiento, el rechazo o la aplicación de
castigos morales o religiosos, como el que sufre
don Isaías, a quien no sólo se le rechaza, sino
también demoniza. En el relato “La compra”,
vemos igualmente la presión de esta postura
L.
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colectiva cuando el protagonista, Florencio,
por mucho tiempo se cuida de mostrar que
había sido capaz de acumular honradamente
una considerable cantidad de dinero. Es tal
su temor que oculta sus ahorros bajo tierra y
continúa una vida de pobreza y estrecheces
por la sola necesidad de mantenerse integrado
a su comunidad:
Ahí está pasando Florencio. ¡Vea usted cómo
va! Como el peor de todos. Con esas piernas
todas pantuercas y las mechas trinchudas por
delante de la cara. Con la ropa retaceada, a
tiritas, de donde los colores y la limpieza hace
rato se ha escapado. ¡Mírelo, allá! Igualito a un
pordiosero. De ésos que van pidiendo de casa
en casa aunque sea un camotito para comer.
Pero no. Porque así como se ve, el hombre
para nadando en plata. Sí, aunque parezca
mentira: con tanta plata y andando como un
espantajo. Lo que pasa es que es un miserable... (1962: 44)
En cuanto al leitmotiv de la violencia familiar de
carácter patriarcalista, dos de los casos más
dramáticos y que dejan una marca temática
profunda en todo libro, son los de los relatos
“Joche” y “La cena”. En el relato “Joche”, uno de
los pasajes que intensifican más la tragedia de
Joche es el instante en que el padre, desentendiéndose de que el niño había estado enfermo
toda lo noche, trata de obligarlo a varazos a ir
al trabajo en la madrugada, sin advertir que
el desafortunado muchacho ya había muerto:
(...) y que no solamente era un putañero sino
también un mal padre, porque esa misma
madrugada él le había estado dando la voz
a Joche para que se fuera al trabajo, y que al
ver que el Joche seguía todavía en su cama y
ni siquiera contestaba, se había llegado hasta
el muchacho y le había dado de varazos hasta
cansarse. Pero que el pobre Joche no había
sentido nada porque había amanecido muerto,
y el mal hombre le había pegado a un muerto...
(1962: 25)
Iguales muestras de crueldad del padre contra
su familia, esta vez como tema central, encontramos en el relato “La cena”. Paula, cansada
de los abusos de Melitón, su marido, quien,
al regresar del trabajo, devora toda la comida
dejando de hambre a sus dos hijos y a ella
misma, decide desquitarse preparándole una
suculenta cena a base de un guisado de ratas.
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En la foto intermedia: Oswaldo Reynoso, AGR y Luis Lumbreras. Debajo: _, Esperanza Ruiz,
Juan Cristóbal, Maynor Freire, Jesús Ruiz Durand, Antonio Muñoz Monge, AGR, _ _ _ _
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Los Hermitaños y Mnòlogo desde las tinieblas
C a r l o s
A diferencia del padre de Joche, que personifica una crueldad incontrolable, equivalente
sólo a la del capataz y el hacendado, en este
segundo relato el desenlace se ajusta más bien
a un esquema de justicia poética. El exitoso
cumplimiento del plan de venganza de Paula,
quien, con la ayuda de los dos hijos, logra que
el padre coma con satisfacción una vianda
inmunda, alcanza los mismos significados de
reivindicación, desquite y sed de justicia que
hemos visto en otros relatos.
Los ermitaños es, pues, el ingreso a un período
narrativo post-indigenista, un discurso literario
de considerable madurez que se ajusta ya a las
nuevas circunstancias socioculturales del Perú,
y a las desafiantes condiciones de creación
planteadas por la profusa circulación de la nueva narrativa latinoamericana. El joven Gálvez
Ronceros, que se ha enfrentado a las retóricas
del pasado esgrimiendo los instrumentos de la
lectura, el debate generacional, y el talento y
vocación por la buena escritura, ha de tomarse
trece años más, luego de la aparición de Los
ermitaños, para publicar una nueva prueba de
su obsesiva búsqueda de una narrativa comprometida y elaborada con la realidad viva del
Perú. En 1975, publica Monólogo desde las
tinieblas, una selección de 17 relatos breves
que de inmediato goza del aplauso de la crítica
y el público, hasta convertirse hoy en uno de
los textos de ficción más difundidos y leídos de
las últimas décadas en el Perú.
Monólogo desde la tinieblas y su antecesor, Los
ermitaños, tienen en común el referente geográfico, la realidad campesina y la perspectiva
interesada en auscultar en las profundidades
humanas del habitante lugareño, el que no
deja de ser visto como un “ermitaño”, un sujeto social apartado, aislado, subalterno, pero
intensamente reflexivo.
Monólogo desde las tinieblas, se diferencia,
sin embargo, por constituir un artefacto de una
sustancia lingüística y una estrategia artística
que la tornan ciertamente única. Llama la atención y atrae, en primera instancia, la compleja
y sugestiva elaboración de su lenguaje y la
especificidad de su referente étnico. Mientras
que en Los ermitaños hay una preferencia
por el análisis del entramado social y cultural
del agro costeño en general, antes que por la
representación del referente humano a través
de la cuidadosa y sofisticada elaboración
discursiva3, en Monólogo... , esta perspectiva
primariamente sociológica y política queda
relegada para dar lugar a un objetivo más bien
cultural, lingüístico y antropológico.
L.
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Monólogo desde las tinieblas parte del proyecto
de ingresar en el universo nacional afro-peruano, específicamente en las entrañas culturales
de un grupo de origen africano de las áreas
rurales de la costa peruana (Chincha), con el
propósito de entenderlo, representarlo, darlo a
conocer, y, de algún modo, contribuir a su rescate e incorporación en el desarrollo histórico
contemporáneo. Gálvez Ronceros se impone,
entonces, esta difícil empresa y se dispone a
resolverlo, como lo anticipamos, mediante dos
vías fundamentales: a) La confección de un
artificio lingüístico de fuertes resonancias orales que pueda producir el efecto, la ilusión, de
estar ciertamente utilizándose el dialecto castellano atribuido a la comunidad afro-peruana
que constituye el referente; y b) dar cuenta, a
través de los diversos mecanismo narrativos,
de un complejo de representaciones y signos
que permitan, igualmente, percibir, intuir, sentir
la ilusión de haberse instalado una voz en los
interiores mismo de dicha nación afro-peruana.
Ambas tareas, sin duda, vienen a conformar las
dos caras de una misma utopía, esto es, del
ideal de constituir una narrativa que de veras
consiga representar la voz de la otredad afroperuana, la de la conciencia de un grupo nacional minoritario y marginal integrante del amplio
espectro cultural contemporáneo. Al margen de
que esta obra, según las conceptualizaciones
teóricas del caso, no conforme efectivamente
una voz étnica y racial formulada desde los interiores de la comunidad afro-peruana, es decir,
una voz propiamente de la negritud4, el aporte
de Monólogo en la tinieblas en el proceso de
integración nacional, en la conformación de
un canon literario que corresponda a nuestra
realidad cultural fragmentada, es invalorable.
Como lo dijera en uno de mis estudios anteriores sobre Monólogo desde las tinieblas:
Es en esta fuerza contraria, en este sentido de
resistencia a la ética tradicional que diferencia
a estas historias de negros frente a las que
se difunden en un ámbito de confrontación
intercultural habitualmente violenta, como
seguiría siendo la sociedad peruana. De otro
lado, queda reconocer que, en este esfuerzo
por ubicar la voz narrativa en la intimidad misma de una cultura “otra”, se ha logrado incluir
algo efectivamente afro-peruano dentro de la
textualidad, un toque de negritud que con seguridad nos facilita un contacto con ese “otro’
peruano. (1996: 392)
La narrativa de Gálvez Ronceros, al lado de
la de prestigiosos escritores como Nicomedes
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Santa Cruz, Gregorio Martínez y, recientemente, Lucía Charún-Illescas, ha pasado ya a
conformar el sólido y consistente corpus sobre
el que se ha fundado un espacio autónomo,
dentro de la literatura hegemónica peruana,
destinada a la presencia viva de la cultura
negra. Demás está decir que la aceptación y
difusión de la narrativa de Gálvez Ronceros no
debe entenderse sólo como un acontecimiento
literario. Sin duda, es también un fenómeno
colectivo que ha facilitado, que sigue favoreciendo, de una manera inusitada un mayor
entendimiento, una mayor revisión, en toda su
amplitud y complejidad, del aporte y la presencia negras, del protagonismo de nuestra tercera
raíz nacional en el proceso moderno peruano.
NOTAS
1
2
Carlos García Miranda nos refiere al respecto:
“A mediados de la década del sesenta un grupo
de escritores, entre los que destacaban Oswaldo
Reynoso, Miguel Gutiérrez y Eleodoro Vargas Vicuña, edita una revista llamada Narración. Esta
publicación se distinguía de otras de su género,
como Mar del Sur o El Dominical del diario El Comercio, por tratar de situarse en una posición alternativa a las publicaciones literarias que representaban a los grupos de poder económico del
país. Esto último los llevó a desarrollar -partiendo
de las tesis maoístas del arte y del realismo crítico- prácticas narrativas, como el testimonio y la
crónica social, que tenían como finalidad evidenciar la situación social y política de los sectores
marginales y empobrecidos de la sociedad peruana”. (García Miranda: 2009).
En las notas del editor de la primera edición de
Los ermitaños, leemos precisamente una aclaración al respecto: “El desastre en que muchas
veces se ha caído al querer traducir fielmente
el lenguaje del campesino de nuestra costa, se
evita aquí por obra de un trabajo que prefiere la
imagen antes que las excesivas consideraciones
del fenómeno. En esta forma se ha eludido ese
hermetismo tan característico del folklore y se ha
otorgado a la obra una proyección amplia que no
sacrifica, sin embargo, las peculiaridades lingüísticas de un mundo enteramente propio”. (Gálvez
Ronceros: 1962)
4
Sobre este asunto léase mi artículo .”La heterogeneidad negrista en la literatura peruana: El
caso de Monólogo desde las tinieblas de Antonio
Gálvez Ronceros”, en: Asedios a la heterogeneidad cultural. Libro homenaje a Antonio Cornejo
Polar. Coordinadores: José Antonio Mazzotti y
Juan Zevallos Aguilar. Filadelfia: Asociación Internacional de Peruanistas, 1996.
-Monólogo desde las tinieblas. Lima: Municipalidad
de Lima Metropolitana, 1986.
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En la primera edición de Los ermitaños (1962),
las notas del editor indican lo siguiente: “Con
este libro de cuentos, Antonio Gálvez Ronceros
hace pública su primera obra orgánica, producto
de una inquietud literaria puesta de manifiesto
hace algunos años a través de algunos trabajos
dispersos en diarios de la capital” (Gálvez Ronceros: 1962)
3
Gálvez Ronceros, Antonio. Los ermitaños. Lima: Difusora Cultural Peruana, 1962.
Orihuela, Carlos L.”La heterogeneidad negrista en la
literatura peruana: El caso de Monólogo desde
las tinieblas de Antonio Gálvez Ronceros”, en:
Asedios a la heterogeneidad cultural. Libro homenaje a Antonio Cornejo Polar. Coordinadores:
José Antonio Mazzotti y Juan Zevallos Aguilar.
Filadelfia: Asociación Internacional de Peruanistas, 1996.
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A
BIBLIOGRAFÍA
García Miranda, Carlos. Utopía negra: Representación, escritura oralidad e identidad cultural en la
narrativa negrista de Antonio Gálvez Ronceros.
Lima: Fonfo Editorial de la Facultad de Letras de
la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
2009.
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