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La Reina de los Monstruos
Ainara Manrique Díez
1
©Ainara Manrique Díez, 2013
www.ayrtha.com
Portada: ©Ainara Manrique Díez, 2013
Fuentes: www.openfontlibrary.org
1ª edición
Edición Gratuita
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A la Familia
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Índice
Capítulo 1 Hace diez años........................................................7
Capítulo 2 Atravesando las olas.............................................17
Capítulo 3 Ruinas...................................................................40
Capítulo 4 Máscaras, mentiras y hombres desnudos............69
Capítulo 5 Aparece la bestia...................................................92
Capítulo 6 Esclava................................................................116
Capítulo 7 Una ciudad y otras cosas sorprendentes............142
Capítulo 8 Noches alegres, mañanas tristes........................180
Capítulo 9 Libre....................................................................211
Capítulo 10 Entre errantes...................................................242
Capítulo 11 Hija de la sabiduría...........................................259
Capítulo 12 Traficantes de esclavos.....................................291
Capítulo 13 El regreso..........................................................308
Capítulo 14 El corazón de un daimión.................................344
Capítulo 15 Juntos................................................................370
Capítulo 16 La reina de las bestias.......................................381
Capítulo 17 En el ojo del águila...........................................414
5
Capítulo 18 No se puede llevar nada al otro lado...............440
Capítulo 19 Hace mil años...................................................466
Capítulo 20 Daimiones.........................................................504
Capítulo 21 La Corona de Daia............................................523
Capítulo 22 De vuelta a casa................................................557
Capítulo 23 Un viejo conocido.............................................578
Capítulo 24 Huida................................................................605
Capítulo 25 El retorno de la Corona....................................631
Capítulo 26 Daia...................................................................676
Capítulo 27 Fin…..................................................................679
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Capítulo 1 Hace diez años
Melia tenía sueños. A menudo la realidad le
resultaba más extraña que sus misteriosas aventuras
nocturnas. Se preguntaba si al resto de la gente le
pasaría lo mismo, después de todo había muchos que
escribían como ‹‹la vida es un sueño›› y cosas así.
También era algo que le preocupaba.
En su familia todos tenían pelo negro. Ella, en
cambio, tenía un peculiar tono marrón oscuro con
abundantes mechones de color rojizo. No era un
pelirrojo brillante como el de los anuncios de tinte.
Era muy oscuro, pero indiscutiblemente rojo.
La única pelirroja anterior en su familia, según le
contaron, había sido su tía abuela Dalia. La pobre
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infeliz Dalia, que comenzó a padecer algún tipo de
trastorno con treinta años.
Melia la conocía por un par de viejas fotos
familiares, el tiempo había hecho que el blanco y
negro se transformara en un marrón apagado, sucio y
feo. Allí su tía abuela no era más que otra mujer de
rostro serio, vestida de negro y con un recogido en la
cabeza. Lo único destacable era lo mucho que la
gente que la rodeaba en las imágenes parecía no
querer acercarse a ella. El vacío era abrumador
incluso a través de cincuenta años de viejas
fotografías.
Nadie sabía muy bien qué enfermedad afectó
exactamente a la pobre mujer, la llamaban
‹‹demente››, era la palabra que la familia consideró
más oportuna para referirse a ella. No se le llevó a un
médico, solo la ocultaron del resto del mundo.
Y con cuarenta y tres años, Dalia se lanzó de
cabeza al río junto a su casa y murió.
Así que Melia, la única pelirrojiza que quedaba
viva en la familia, tenía extraños sueños y, a veces,
encontraba la realidad desconcertante.
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Le preocupaba.
La mayoría de sus sueños eran cosas
intrascendentes y sin sentido, como deberían ser,
pero a menudo se distorsionaban y retorcían, la
arrastraban hacia alguna parte y terminaba en algún
sitio, que sabía que era un sitio en alguna parte, nada
más.
Siendo muy pequeñita, llegó a un gran bosque. Era
verde, verde lima y brillante. Todo en aquel bosque
tenía un tamaño espectacular: hojas de los helechos
podían soportar su peso cuando se subía sobre ellas,
flores anchas como su cabeza y los árboles se alzaban
más alto que cualquier edificio que Melia había
tenido la oportunidad de ver en su corta vida.
El sol entraba a raudales entre las lejanas copas,
también tenía era grande, el astro ocupaba un gran
espacio en el cielo, pero la temperatura era agradable.
Parecía joven y alegre, si los soles podían ser
jóvenes y alegres, aquél lo era.
Melia creía estar en algún país de las hadas, y que
ella tenía que ser una. Así salían en los dibujos de sus
cuentos: plantas enormes y seres diminutos.
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Paseó (y saltó, y trepó, y corrió, incluso intentó
volar, aunque no pudo, lamentablemente) por allí un
tiempo casi infinito. Podía haber soñado con ese
lugar varias veces, o podía ser parte todo de un gran
sueño. Una vez volvía al mundo real nunca estaba
segura si era una cosa u otra, pero sí sabía que estuvo
allí mucho tiempo.
Encontró un arroyo, había alguien arrodillado
junto al agua.
Era un chico joven (un niño como ella, en realidad,
pero lo consideraba un chico joven). Estaba bebiendo
de rodillas en la orilla, metiendo directamente la
boca en el agua.
Melia se preguntó por qué no usaría las manos.
―Hola.
El chico levantó la cabeza.
―¿Hola?
―¿Qué haces?
―Beber.
―¿Por qué no la recoges con las manos?
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El chico torció la cabeza con incomprensión. Tenía
una cabeza adorable: limpia, redondeada, de mejillas
brillantes y con enormes ojos castaño claro y un pelo
rubio dorado enmarcándole la expresión.
A Melia le recordaba los cuadros de angelotes de
su abuela, parecía derramar inocencia a su alrededor,
pero cuando alguien es aún una niña como ella,
inocencia quería decir ser tonto del bote.
Se arrodilló también, hizo un cuenco con las
manos y le enseñó a recoger el agua.
―¿Lo ves?―le dijo―. Así no te agachas y no te
mojas la cabeza.
En vez de copiarla, el niño se puso en pie y empezó
a mirarse las manos. Luego se las llevó a la espalda,
como si se hubiera olvidado algo.
―¿Qué pasa?
El chico sacudió los brazos a los lados, sin
contestar.
―¿Te pasa algo?
―No encuentro mis alas.
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Melia se puso en pie con la boca abierta.
―¡¿Tienes alas?!
Lo sabía, era un angelote de esos. A la porra las
hadas, ahora eran ángeles.
El chico seguía agitando los brazos a los lados,
como si pudiera echarse a volar por mera insistencia.
―Creo que se me ha olvidado…
Parecía preocupado, pero no mucho. En realidad
se comportaba como si su cabeza no estaría del todo
allí.
―¿Tienes alas?―repitió Melia―, ¿eres un ángel?,
¿puedes volar de verdad?
―No, no puedo transformarme.
―¿Puedes transformarte?... ¿en qué?
―En… ¿yo?
Las cosas se tornaban raras, más de lo habitual. No
le gustaba cuando sus sueños hacían eso,
normalmente quería decir que era la hora de
levantarse.
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Sin embargo, el sitio seguía allí y el chico seguía
siendo tan real como todo lo demás.
―Algún día me transformaré―continuó el niño―,
y seré mayor.
―No sabía que los ángeles crecieran.
―¿Qué es un ángel?
―Umm… como unos niños con alas de pájaro
detrás.
―No soy un ángel, no soy un niño.
Melia empezaba a enfadarse.
―¿Y qué eres?
―…no lo sé…
Aquel niño era realmente tonto, eso es lo que era.
Decidió marcharse, algo le decía que era hora de
salir de aquel sitio. El bosque ya no era tan luminoso,
el sol empezaba a desaparecer y las plantas a encoger.
Pero el chico se estaba espabilando por momentos.
Al ver que se marchaba, abrió los ojos y corrió tras
ella.
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―Espera, ¿adónde vas?
―Voy a casa, tengo que levantarme.
Su compañero se pasó un brazo por la cabeza. Le
recordó a un gato lavándose las orejas. Hasta
entonces había dado la impresión de ser bastante
denso o estar medio dormido, ahora le veía nervioso.
―Pero, ¿está lejos?, ¿vas a volver?
―Um…―se encogió de hombros―. No sé, igual,
nunca sé bien por dónde voy.
―Ah… yo estoy aquí, hasta que crezca, puedo
esperarte.
―¿Para qué vas a esperarme?
―Me aburro, estoy solo.
Se le pasó un poco en enfado y empezó a sentir
pena por el pobre querubín.
―Bueno, supongo que podría intentarlo…
En ese momento, los ojos del chico brillaron, un
detalle que ignoró porque inmediatamente una
sombra gigantesca cubrió el bosque, trayendo frío y
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silencio. Melia miró hacia arriba, pero solo veía
sombras.
―¿Qué…?
Y aquel mundo desapareció. Como un cofre que se
cierra de golpe, con todo el bosque, el sol, los
helechos, las flores y el pobre angelito dentro. Era la
primera vez que un sueño salía de ella y no al revés.
Se quedó flotando en una extraña nada un tiempo,
meditando sobre lo que podía haber pasado.
Meditaba mucho en sueños, meditaba sobre cosas
trascendentales y profundas que harían quedar como
idiotas a todos los sabios que habían existido jamás.
Aunque al despertar no recordaba nada.
Del vacío salió un muñeco, era de una serie de
dibujos que le gustaba, hablaba solo, por alguna
razón. Luego un coche, venía a buscar al muñeco,
había una reunión en alguna parte y se había
olvidado su cepillo de dientes de gala, tenía que ir a
buscarlo al Tíbet o los marcianos se comerían el
pastel.
Melia contempló aquel sueño como una
espectadora viendo la tele. Cuando las cosas se
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volvían así de extrañas era la hora de levantarse, ya
solo aguardaba al momento en que su madre vendría
a despertarla.
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Capítulo 2 Atravesando las olas
Melia observó con cierta sorpresa el sol aún
brillando en lo alto. Habitualmente todo estaba
oscuro cuando salía de entrenar, pero el verano se
acercaba, los días se alargaban y las clases
terminarían pronto. El tiempo pasaba muy rápido.
En la calle hacía fresco y mucho viento, un
contraste agradable con el bochorno y la humedad
que había dentro de los vestuarios. Respiró hondo un
par de veces en la puerta del polideportivo,
disfrutando la sensación.
A diferencia de otras ocasiones, su equipo de
baloncesto se fue dispersando con lentitud. Aquel
había sido su último entrenamiento, algunas
compañeras parecían incrédulas, otras tenían ganas
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de quedarse a hablar. Iban a eliminar a todo el equipo
del barrio y el femenino era el primero en caer. El
año que viene no tendrían suficientes jugadoras para
montar un equipo completo, de cualquier forma.
Muchas habían jugado allí desde pequeñas, así que
se mostraban un poco afectadas.
A Melia le daba igual, sentía cierto desapego por
todo aquello. En otoño empezaría la universidad y no
tenía intención de seguir jugando.
Oyó el soniquete que le avisaba de un mensaje en
su móvil.
―¡Uy, lo siento, chicas!, me tengo que ir, nos
veremos en la cena de viernes, ¿vale?
No le gustaba ponerse mustia recordando viejas
batallitas, entendía que algunas quisieran quedarse a
hablar, pero a ella solo sentía desinterés. Tampoco es
que partirían a la guerra, se verían en el instituto, o
por el barrio.
Se alejó de allí casi corriendo, cuando perdió el
edificio del polideportivo de vista volvió a un paso
más tranquilo. Menos mal que había sonado el móvil,
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no se le había ocurrido ninguna excusa para largarse
sin parecer mal educada.
El viento soplaba del mar, era fuerte y un poco
molesto, pero la tarde era luminosa, con aquella
inexplicable alegría que tenían los primeros días
realmente cálidos de la primavera, antes que el
bochorno de la siguiente estación los volvieran
inaguantables. Decidió dar un rodeo hasta y bajó
unas escaleras de piedra, rumbo al puerto.
Sonrió cuando el olor del océano llegó hasta ella,
adoraba el mar.
Llegó a un viejo paseo de piedra que se alzaba
contra las olas, comenzó a recorrerlo con calma,
disfrutando de las sensaciones que traía del puerto y
el paisaje marino. Entonces recordó que, en sus prisas
por marcharse, no había leído el mensaje del móvil.
La sonrisa se esfumó el ver el nombre de su novio
en la pantalla. Tenía tres llamadas perdidas y dos
mensajes.
Dudó dos segundos antes de apagarlo del todo y
guardarlo en la bolsa de deporte, pasó de sentirse
culpable a una cobarde.
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Muy bien, era una cobarde, ¿y qué?
Dos gaviotas chillonas pasaron a poca distancia
sobre su cabeza y Melia sintió algo de irritación hacia
Marcos por estropear su plácido paseo junto al mar,
aunque, en el fondo, sabía muy bien que la culpa no
era de él.
Comenzó a jugar al baloncesto de pequeña porque
se le daba bien. Había sido una niña grande, fuertota,
manazas y no muy lista, ni graciosa. Pero era buena
con los deportes y sus padres consideraron que el
baloncesto la ayudaría a ser un poco menos torpe con
las manos.
Y no le fue mal, pero su interés en el mismo se
basaba en el puro placer de sentirse alabada e
integrada en algo, cuando las otras niñas no querían
jugar con ella porque arrancaba de cuajo las cabezas
de los muñecos al más mínimo intento de peinarlos…
solo le quedó la pelota.
De adolescente, el juego se transformó en un
asunto de costumbre y de mantenerse activa, no tenía
más aficiones. Dejó de ser tan buena jugadora como
fue, no porque perdiera habilidad, si no porque no
tenía motivación para mejorar, mientras que las otras
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chicas sí mejoraron, y se hicieron más altas y fuertes,
mientras que a ella el crecimiento le dio la espalda en
cuanto cumplió los doce.
Había jugado toda la vida, pero no le interesaba.
Marcos había sido una de las pocas personas en su
vida por las que había sentido una atracción honesta
y directa, y había conseguido mantenerla interesada
en su compañía más de tres meses y, aún así, pasado
ese tiempo empezó a aburrirse también de él.
Esa era su situación aquella tarde, casi un año
después de empezar a salir, le ignoraba activamente.
Las dos situaciones la incomodaban, veía en las
dos la raíz del mismo mal. No terminaba de
comprender, por muchas vueltas que le diera, por qué
sentía tanta apatía por todo, por qué su vida le
resultaba tan gris y anodina, ¿era una fase normal de
la adolescencia o algo más inquietante?, ¿empezaría
así su tía abuela antes de terminar lanzándose al río?
Apoyó los antebrazos en una de las barandillas que
daban al mar, se veía oscuro y encrespado. En aquel
momento, un pequeño barco amarraba a puerto a sus
pies. No había más que algunas nubes vagas paseando
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por el cielo azul, pero el agua se sacudía alterada,
como en un día de tormenta.
Decidió seguir con el paseo, dejando que sus
brazos rozaran un poco la vieja barandilla oxidada al
pasar. Los adoquines grises del puerto estaban secos,
pero vio un minúsculo cangrejo corriendo entre dos
grietas en busca del agua. Una fuerte corriente de aire
le trajo olor a pescado, y frío. Empezaba a refrescar
en serio, tardes como aquella solían traer
impredecibles y violentas tormentas desde el mar.
Barajeó dar media vuelta y volver a casa, pero allí
sería más fácil que la localizara su novio o sus
compañeras de equipo, de modo que prefirió aguantar
la incomodidad de aquel inquieto clima costero un
poco más.
Llegó hasta el extremo final del puerto, el paseo
trazaba una brusca ‹‹u›› a su izquierda, una pendiente
por donde se bajaban las embarcaciones al agua,
cerrada con una gruesa y oxidada cadena metálica,
para que ni la gente ni los vehículos bajaran por
accidente. La oyó chirriar un poco, probablemente
meciéndose al compás del fuerte viento, pero no se
volvió para mirarla.
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Aquel extremo del paseo sobresalía hacia el mar.
Suspiró mirando melancólicamente el horizonte, se
apoyó en la barandilla y se inclinó hacia delante.
Meditó con pereza la situación con su futuro exnovio, tenía que sincerarse con Marcos, era un buen
chico, un poco pesado a veces, pero cariñoso. Había
intentado aguantar con él porque le veía enamorado y
creía que ella misma podría cambiar, pero no solo no
cambiaba, la simple idea de hablar juntos se semejaba
cada vez más a una larga y tediosa tarea para el
instituto. No estaba siendo buena con él, lo sabía, lo
que desconocía era cómo enfrentarse a alguien así
para decir…
Una ola descomunal se estrelló contra el muro,
salpicándola y sacándola de sus pensamientos. El
cielo estaba cubierto completamente, nubes bajas y
espesas que amenazaban con devorar la luz débil de
las farolas.
¿Qué había pasado?, ¿desde cuándo estaba todo
tan oscuro?, apenas había apartado la cabeza del cielo
cinco minutos…
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Sería mejor irse corriendo a casa, no era buena
prediciendo el tiempo, pero si no se iba a desatar la
tormenta del siglo como mínimo, iba a estar cerca.
Al girarse vio a un niño en la pendiente hacia mar.
―¡Oye!―le llamó.
El viento soplaba fuerte, las olas rompían con un
estruendo demoledor y la gruesa cadena chirriaba.
Igual no la había oído.
Comenzó a descender hacia allí, en cualquier
momento podría venir otra ola gigante y comerse al
niño, era peligroso.
Miró a su alrededor, no había nadie.
¿Dónde estaban sus padres?
La única protección de la bajada era la gruesa
cadena, pero podía saltar por encima sin dificultad.
―¡Oye!, ¡chiquitín!
Por toda respuesta, el niño se acercó al borde.
Melia dejó caer la bolsa de deporte y corrió hacia
él.
―¡Eh!, ¡aléjate de ahí!, ¡¿me oyes?!
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Por un momento, le pareció que el niño iba a
tirarse al agitado mar. Con el corazón latiéndole a
toda velocidad consiguió sujetarle un brazo, pero el
niño seguía cayendo de cualquier forma.
Entonces se encontró frente a frente con una gran
ola.
Al principio solo sintió frío, un frío horrible. Su
cuerpo se sacudía por el miedo y la gélida
temperatura. Aún tenía sujeto al niño por el brazo, no
se movía. Pataleó en el agua oscura, no veía nada, no
sabía donde estaba la superficie.
El niño seguía sin dar el menor signo de vida.
Le fallaba la respiración, algo le decía que no debía
tragar agua, pero no podía más. Desesperada, intentó
soltar al niño, su brazo no respondía a sus órdenes.
Seguían hundiéndose.
Sintió dolor en los pulmones, sintió pinchazos en
la cabeza y un fuerte pitido en los oídos. Era como si
algo los estuviera empujando a las profundidades,
arrastrada como un muñeco de tela atado a una roca.
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Con suavidad, comenzó a hacer calor, el frío se
disipaba, pero todo seguía oscuro a su alrededor. Una
oscuridad cálida y familiar. Ya no necesitaba respirar.
‹‹Estoy soñando, ¿verdad? Esto es un sueño...››.
Poco después, ya no sintió nada.
Lo siguiente que pudo recordar es que le dolía un
brazo. Un objeto se le estaba clavando en el codo,
intentó moverse y, de golpe, se dio cuenta que estaba
viva. Por alguna razón, creía que no debía estarlo, era
una sensación curiosa.
A continuación se percató de que alguien discutía
cerca, al principio no entendía nada de lo que decían,
poco a poco las palabras se volvieron más
comprensibles: ‹‹fuera››, ‹‹volver››, ‹‹seguro››...
Notó algo haciéndole cosquillas en los pies y el
sonido suave de las olas. Fue entonces cuando se
despertó por completo.
Se irguió y se dio cuenta que estaba desnuda, y
rodeada de gente.
Intentó taparse torpemente con las manos.
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―¡Oh, está despierta!―oyó que decía una vocecita
infantil―. Áncula, dame una manta.
Miró asustada hacia la voz. Había un niño a poco
más de un metro; moreno y sonriente. No podría
jurarlo, pero estaba segura que era el mismo al que
intentó salvar en el puerto.
Poco después, una persona le entregó una manta
de lana marrón y el niño se la puso por los hombros.
―Toma, ahora hace un poco de fresco, pero en
seguida entrarás en calor.
Melia iba a decir que no era el frío lo que la
preocupaba, pero se le debía haber olvidado hablar.
Había muchos hombres a su alrededor, llevaban
puesto lo que le parecía un vestido blanco de tirantes
hasta las rodillas y un cinturón de cuero, cada uno
portaba una lanza y un escudo, algunos llevaban
espadas también. Era como un pequeño ejercito
romano salido de ninguna parte.
La pobre luz de las antorchas iluminaba vagamente
a su alrededor. No tenía ni la menor idea de dónde
estaban, se sentía desorientada. El sonido de las olas
llevaba un suave eco y empezó a comprender que
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debían encontrarse en alguna gruta. La completa falta
de visibilidad, y el retumbo constante, formaba en su
confundida cabeza la impresión de que se
encontraban bajo el agua del mar.
Intentando espabilarse, concentró su atención en
los detalles y los diferentes rostros que alcanzaba a
diferenciar, dio un pequeño grito y un brinco, que
casi la puso en pie, al darse cuenta que una de las
figuras no era humana. Creyó que llevaba un disfraz y
un casco con cuernos, ¡pero era un monstruo!,
gigantesco, con cuernos de toro, rostro plano de ojos
saltones y enormes espaldas cubiertas de pelo
marrón.
―Oh, Oijme, la has asustado, vete al frente y
vigila que no venga nadie―ordenó el niño junto a
ella.
El hocico de la criatura se contrajo y sonó como un
gruñido. Su rostro no tenía demasiada expresividad,
se dio media vuelta y se fue. Se bamboleaba un poco,
pero caminaba como un humano.
en
Melia sabía que había visto algo así en libros, pero
aquel momento estaba demasiado ocupada
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dándose cuenta que perdía la cordura por momentos
para recordar el nombre.
―No te preocupes―continuó hablando el niño―,
solo es un bauro, ¿te encuentras bien?
―Sssí..i... ¿qué...? ¿..estamos?... ¿dónde estoy?
―Estás en la Isla de Ethlan, estás bien, siento
mucho el viaje, no me di cuenta que llevaba una
pasajera, te devolveremos pronto a tu casa, ¿de
acuerdo?
―¿Eh?
El niño sonreía con cierta simpatía y la cabeza
gacha, parecía estar esperando una reacción.
Pero ella no sabía cómo reaccionar.
―Lo siento mucho―gesticuló con la boca al
hablar, como si la creyera sorda―, estás en una isla,
muy, muy... lejos de tu casa, viniste aquí conmigo, yo
puedo separar las barreras, así que te colaste sin que
me diera cuenta.
―¿A qué te refieres... con lejos?
―Es...―agitó la mano― otro mundo.
29
El niño, manteniendo aquella sonrisa simpática y
un poco avergonzada, se movía y hablaba casi como
un adulto.
―Otro... ¿como un sueño?, ¿quieres decir que
estoy soñando o algo así?
El chico abrió mucho los ojos.
―Sí, eso exactamente.
―Bien―Melia asintió con la cabeza―, bien.
Sueños. Podía entender los sueños, había tenido
sueños raros toda su vida. No sabía si se estaba
agarrando estúpidamente a un clavo ardiendo por no
perder la cabeza, pero en aquel momento planteárselo
como un sueño especialmente difícil le ayudó a
serenarse.
―¿Y cómo me despierto?
―Oh, eso va a ser un poco difícil, verás... no
podemos usar esta puerta otra vez en un tiempo... y
estamos en territorio enemigo, de todas formas...
Pero te prometo que será lo primero que haré en
cuanto vuelva a casa.
30
La sonrisa del niño se volvió más ancha. Melia no
hizo más preguntas, le bastaba con aquello. Era un
sueño, todo iba a estar bien, siempre despertaba...
La persona que le había dado la manta antes se
acercó, primero la confundió con chico joven, pero al
comenzar a hablar se dio cuenta que en realidad era
una mujer.
―Tenemos que irnos, Príncipe, se hace tarde.
―¿La ropa?, no vamos a sacar a la pobre... eh... ¿tu
nombre?
―Melia.
―Oh, encantado, yo soy Gerón.
La mujer hizo un gesto de cansancio y le tendió
unas telas dobladas y recogidas con hilo. Al
deshacerlo apareció uno de aquellos vestidos blancos.
Tapándose como buenamente podía con la manta,
se puso la ropa; nadie le dio un cinturón, pero Gerón
le entregó unas sandalias de cuero con la suela tan
fina como el papel.
―No vamos muy cargados, es lo único que
tenemos―se disculpó el niño.
31
―Príncipe, anochece y no podemos permanecer
más en este valle, los ejércitos ánforos...
―Ya sé, ya sé...―Gerón hizo un gesto de
irritación―. Deberías hablar con más respeto,
Áncula, ella es una bicrona también.
―No nació aquí.
―Eso a mí no me importa.
No es que Melia entendiera del todo de qué
hablaban, pero lo suficiente como para saber que
discutían por ella.
La mujer era bajita, delgada e informe, hubiera
parecido una adolescente desgarbada si no fuera por
su rostro: objetivamente podía decirse que era joven,
pero había algo viejo y cansado en su expresión.
Tenía el pelo oscuro y liso, cortado de forma
milimétrica a la altura de las orejas. Sus ojos eran
también oscuros, grandes, pero de párpados espesos
que caían con desgana sobre sus pupilas mientras
éstas miraban a todo el mundo con cierto desprecio.
No puede decirse que le causara una buena
impresión.
32
Cuando terminó de vestirse intentó entregarle la
manta a ella, la miró como si la hubiera escupido.
Bastante confusa se volvió al niño, pero antes de que
intentara dársela a él, uno de aquellos tipos con lanza
y escudo la recogió.
―¡Oh, gracias!
El hombre parpadeó sorprendido, pero no dijo
nada.
―Ignora a Áncula―dijo Gerón―, a la comandante
solo le gusta ella misma. Te acostumbrarás, no le
queda más remedio.
El chico le dedicó a la mujer una sonrisa de oreja a
oreja, ésta se limitó a hacer otro gesto de cansancio y
gritar un par de palabras que no comprendió, pero
seguramente querían decir algo como ‹‹ponerse en
marcha››, porque empezaron a andar.
Subieron por escaleras empinadas pegadas a la
pared. A su espalda, consiguió distinguir el vaivén
brillante de las olas donde había estado tumbada, una
playa de grandes rocas; todo era oscuridad más lejos,
pero oía el océano por toda la inmensa bóveda.
Donde las luces de las antorchas alcanzaban a
33
alumbrar, vio figuras y estatuas talladas en la pared
de roca. Algunas eran personas, muchas eran
monstruos, y casi todas estaban rotas y cubiertas de
liquen.
Había algo tétrico en las estatuas, sus sombras
bailaban al capricho de unas antorchas, que las
deformaban ayudadas por las manchas de muchos
años de humedad. Tuvo la fuerte impresión de que
aquellas imponentes paredes talladas no fueron
grabadas por sus creadores para esconderse allí,
olvidadas en la oscuridad.
Melia luchaba por mantener el ritmo del grupo
mientras seguía observando su entorno con
confusión. Subían por las inclinadas escaleras a un
ritmo ligero, apresurándose a salir de la caverna.
Entonces recordó que la tal Áncula había
mencionado enemigos. Se preguntó si debería
preocuparse, no le apetecía.
La salida surgió por sorpresa, parpadeó a la luz del
sol y se tapó con una mano, haciendo visera para
poder ver mejor. ¿Era normal que el sol pegara tan
fuerte allí?
34
Los soldados (suponía ya que eran soldados), se
detuvieron un momento para apagar las antorchas y
ponerse en orden antes de continuar.
Melia vio un plácido mar extenderse en el
horizonte, con olas de espuma tan blanca que
resplandecían desde muy lejos. El sol estaba muy
caído en el firmamento, pero el cielo seguía siendo
azul.
¿No había atardeceres en aquel sueño?
Se acordó de su novio. No iba a poder llamarle, no
aquella tarde al menos, obviamente.
Tampoco podría ir el viernes era la cena con sus
compañeras del equipo. La última cena antes del
verano, de su última temporada en el baloncesto.
Y...
Sintió miedo, una súbita opresión en el pecho.
¿Dónde estaba?, ¿qué hacía allí? ¿Qué importaba
que fuera un sueño, otro mundo u otro planeta?
¿Estaba atrapada allí?, ¿no podría ver a su familia?,
¿sus amigas?, ¿Marcos?
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Intentó coger aire un par de veces y no pudo, a la
tercera consiguió inspirar y reunir las suficientes
fuerzas para llamar al niño.
―¡Chiquitín!... ¡Gerón!
―¿Si?, ¿te pasa algo?, estás pálida, ¿digo a los
bauros que se vayan más lejos?
Melia ni siquiera se había dado cuenta que había
otros dos de aquellos seres a pocos metros, pero no le
importó.
―¿Cuándo...?, podré volver, ¿verdad?, ¿cuándo?
El chico puso una cara extraña, no supo
interpretar qué quería decir, pero pronto volvió a su
sonrisa simpática de siempre.
―No te preocupes, estás en buenas manos, no va a
pasarte nada.
―Pero...
―Tardaremos dos meses, con suerte, en llegar a mi
casa, allí podré ayudarte.
―¡Dos...!
36
―Oh, se pasarán volando, ya verás... el tiempo
aquí es diferente... cuando vuelvas a Geo quizá no
haya transcurrido ni un día.
Dos meses...
Las piernas le fallaron y cayó de rodillas, llorando.
Si aquello era algún tipo de broma, que alguien lo
parara ya. Si era un sueño, ¿por qué no venía su
madre a despertarla?
Ya basta. Quería salir de allí.
Lloró y lloró, esperando que realmente todo se
detuviera de golpe.
Gerón le pasaba la mano por la cabeza, intentando
consolarla.
―Príncipe, está atardeciendo...
―Déjala, tiene que haberse llevado un buen susto.
―La puede llevar un bauro, este no es un sitio
aceptable para detenerse.
―¿Has visto la cara que puso cuando vio a Oijme?,
¿quieres que se le pare el corazón?
―No es seguro estar aquí.
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―Creía que la seguridad era asunto suyo,
comandante.
Melia quiso dejar de llorar, dándose cuenta que
estaba siendo una molestia importante.
―Estoy bien,
ponerse en pie.
estoy
bien...―dijo,
intentando
Aquel lugar no iba a desaparecer por las buenas,
de cualquier forma. No llorando como una idiota al
menos.
Aún así, le seguían temblando las piernas.
―¿Estás segura? Tienes mi permiso para ignorar a
Áncula.
―… estoy bien.
Se pasó las manos por la cara, intentando hacer
desaparecer las lágrimas.
Evitó mirar a la mujer. Ésta, de todos modos, se
dio la vuelta y volvió a gritar para ponerse en marcha.
El grupo se puso en marcha en dirección contraria a
la mar, hacia un espeso bosque de un verde profundo
y silencioso, lejos del ruido de las olas y las gaviotas.
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Melia se abrazó y, aún luchando por controlar el
llanto, siguió las miles de huellas de sandalias
marcadas en el suelo de tierra.
39
Capítulo 3 Ruinas
Cuando la oscuridad impedía ver más allá de dos
pasos, el grupo se detuvo a pasar la noche.
Melia permaneció pegada al niño en todo
momento. Los soldados encendieron una hoguera
para cocinar y tiraron junto a ella un par de mantas
raídas con olor a moho, también le entregaron un
cuenco de madera con cierto algo que tenía carne y
otro algo que parecía puré de patata, aunque no era
puré de patata.
Al terminar se hizo un ovillo sobre las mantas.
Aquella primera noche la pasó sin pegar ojo, dando
millones de vueltas a todo en su cabeza, se agitaba
nerviosa, se sentaba y miraba los rescoldos de la
hoguera y los soldados que hacían guardia. Luego
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intentaba dormir, abría los ojos y seguía en el mismo
lugar.
No entendía nada.
Al amanecer de un día sin albor, consiguió cierto
descanso, cuando despertó poco después, decidió que
ya era hora de dejar de preguntarse qué hacía allí y
empezar a organizar su retorno a casa.
―¿Gerón?
―¿Sí?
―¿Qué hacías en el puerto?
El chico abrió los ojos muy sorprendido, no
parecía esperar aquella pregunta, pero se repuso
pronto.
―Oh, me gusta salir de aquí, soy el único que
puede atravesar el aionios... las puertas entre un
mundo y otro.
―¿Y para viajar traes un ejército?
―Yo no lo traigo, se vienen conmigo.
Su aguda voz infantil sonó un poco tensa.
―¿No podemos volver por el mismo sitio?
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―No, los aionios tienen... límites, solo pueden
cruzarse una vez cada determinado tiempo. Te llevaré
a otro más seguro para devolverte a tu casa.
―¿Por qué solo puedes hacerlo tú?, ¿es por eso
que hay tanta gente?, ¿y por qué corremos peligro?...
El niño empezó a reírse.
―Ah, está bien, voy a intentar explicártelo mejor:
esta es la Isla de Ethlan, hace un tiempo formaba
también parte de Geo... tu mundo, fue una tierra muy
rica y próspera, pero sufrió una... maldición, y se la
tragaron las aguas del tiempo y el espacio. No se
puede decir que sea otro ‹‹lugar››, porque en realidad
no se ha movido, está enterrada bajo las olas. Los
únicos que pueden pasar de un lado a otro son los
bicronos, y el único con poder para abrir las puertas,
soy yo.
―¿Por qué tú?
―Hubo un tiempo que éramos muchos, pero se
fueron, no quisieron permanecer en Ethlan cuando se
hundió. Los que pudieron irse sencillamente
abandonaron la Isla. Yo me quedé porque soy un
príncipe y mi pueblo necesita guía.
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―Oh...
Estaba segura que había oído a Áncula llamarle
‹‹príncipe›› antes, pero no había creído que hablara
en serio, no es que la mujer pareciera conocer el
sentido de la palabra ‹‹humor››. Aquella información
era desconcertante, pero explicaba la presencia de los
soldados.
Resultaba un niño muy simpático para ser un
príncipe, se los imaginaba más malcriados.
―Cuando Ethlan cayó, hubo algunas guerras: la
Rebelión de los Graneros, la Guerra de los Días…
muchas guerras, en realidad, también se lucha por
mantener el control de los aonios―continuó
Gerón―, está mi pueblo: los anaxes, pilares de la
sabiduría y las buenas costumbres de Ethlan. Luego,
los ánforos: salvajes que creen que tomando el
control de todas las puertas encontrarán la manera
de cruzar a Geo, también he oído que quieren abrir
mi cabeza para conseguir mis poderes. Son unos
ignorantes, sentiría lástima por su desesperación si
no estarían continuamente intentando matarnos. Hay
otros pueblos, como los daimiones y los bauros, pero
no creo que te interesen…
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Melia estaba a punto de perder la cuenta de los
nombres que oía: los lugares para regresar a casa eran
aionios; su mundo, Geo (esta era fácil); aquel sitio,
Ethlan; el príncipe, anaxes; los enemigos, ánforos; los
que tenían cabeza de toro, bauros; y los daimiones
que no sabía aún lo que eran, pero le resultaba un
nombre familiar.
Gerón debió notar su concentración porque
permaneció en silencio mientras ella luchaba por
recordarlo todo.
―Y... ¿qué haces exactamente para poder... eh...
viajar?
―Goeteia.
―¿Qué?
―Goeteia, lo que hago, se llama goeteia, es una
ciencia sagrada, heredada de ilustres ancestros
cuando la Isla nació, hace miles de años.
―¿Se puede aprender?
―No, solo los Ánax bicronos la tienen. No le des
tantas vueltas―le cogió la mano y sonrió con
dulzura―, estás a salvo con nosotros. No te
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preocupes por nada. En cuanto vuelva a mi ciudad, lo
primero que haré será ordenar que preparen nuestro
aionios para que cruces. Es un sitio precioso, en
medio de un parque con rosas de mil colores, hierbas
aromáticas y fuentes de agua cristalina, se encuentra
mi palacio, hecho con raro mármol azul y oro. Te
gustará.
No pudo evitar sonreírle también. Al menos era un
niño muy agradable, necesitaba palabras de ánimo
como el respirar.
Caminaron todo el día por un frondoso y oscuro
bosque, entre sendas estrechas y retorcidas,
deteniéndose poco tiempo para comer o comprobar la
ruta. Melia estaba en forma, pero llegó a encontrarse
agotada. Además, las sandalias no servían para
mucho, se le llenaron los pies de heridas.
Gerón sugirió medio en broma que uno de sus
bauros podía llevarla, quitando a Oijme, era para lo
que usaban a los otros dos, para cargar bultos.
Prefirió declinar la invitación.
Según había podido entender de diferentes
conversaciones, Oijme era una especie de capitán o
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sargento; un bauro especial porque era tan inteligente
como cualquier humano, aunque no era algo que
saltara a la vista mirándole a los ojos. Los otros dos
bauros, en cambio, tenían una inteligencia semejante
a la de sus parientes de cuatro patas: antes de que
pararan para pasar la noche, un soldado tuvo que ir a
buscar a un bauro distraído incapaz de volver con
ellos por sus propios medios.
A Melia le costó adaptarse a las criaturas.
Encontraba su extraño aspecto antropomorfo
inquietante, sus voces eran lentas y cavernosas y,
además, Oijme al hablar sonaba tan cálido y amable
como Áncula. Lo evitaba como una plaga.
Al hacerse de noche, intentó ayudar a los soldados
a levantar el campamento, pero la miraron de forma
extraña.
―Déjales, es su trabajo―le dijo Gerón―, ellos se
entienden, si los interrumpes y se retrasan, Áncula se
enfadará.
Melia obedeció y se sentó en su sitio sin hacer
nada. Podía entender que fuera su trabajo, lo que no
terminaba de comprender es que no le dirigieran la
palabra ni una vez. Tampoco Gerón les hablaba, se
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dio cuenta que el niño ni les miraba la mayor parte
del tiempo.
Pensó en preguntar a Gerón qué significaba
aquello, pero le resultaba incómodo; sospechó que
algunas cosas iba a ser más prudente que las
aprendiera observando que preguntando al niño.
Le gustaba el pequeñín, pero había algo raro en la
forma en la que trataba a los demás.
El lugar de acampada la segunda noche estaba
cubierto de estatuas talladas en roca. En realidad,
todo el camino había estado cubierto de viejas ruinas:
torres caídas, escaleras de piedra cubiertas de musgo,
esquinas de edificios asomando entre los árboles… y
estatuas.
Le recordaban a las esculturas romanas que había
visto en libros, pero no eran tan realistas si no más
estilizadas y angulosas, con narices imponentes y
muy rectas, y ojos enormes. Unas pocas aún tenían
pupilas de roca negra, que la gente debía ser
aficionada a robar, porque solo quedaban en las tallas
más inaccesibles. Al principio las encontró ridículas,
a la luz y el calor del día, pero al fuego de la hoguera
aquellas pupilas redondas, grandes y negras se
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clavaban en su cabeza, como si estuvieran intentando
decir algo a través del tiempo.
Ver todas las estatuas de ese rincón del bosque en
su tiempo de gloria, con todos aquellos grandes ojos
negros mirando inertes a ninguna parte, debió haber
sido sobrecogedor.
Melia tenía la impresión de que aquel mundo se
estaba muriendo, había llegado y, en apenas un día,
solo encontraba conflictos y decadencia, quería salir
de allí antes de que acabara del todo con ella aún en
su interior.
El viaje continuó al día siguiente, y durante varios
días más, de forma idéntica a sus predecesores.
Cruzaban áreas de bosque muy frondoso y terreno
accidentado, al marchar procuraban mantener
siempre silencio, o un tono muy bajo de voz, solo
Áncula y Oijme tenían derecho a gritar.
La tensa quietud se relajaba un poco al montarse
los campamentos, colocados en lugares protegidos
entre viejas ruinas cubiertas de verdín, entonces, y
solo entonces, podía oír a la gente hablar, reírse y
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bromear, incluso escuchaban música durante algunos
minutos.
Melia aprendió a ignorar la indiferencia de los
soldados y los soldados atendían a sus deberes.
Estudió todo lo que ocurría a su alrededor con
curiosidad y ávido interés fruto de la ansiedad por
conocer mejor aquel nuevo lugar, en ocasiones le
hacía preguntas a Gerón, el chico siempre estaba
dispuesto a contestar.
Otras muchas veces, sin embargo, prefería
limitarse a escuchar lo que otros hablaban entre
ellos. No se entendería con los soldados, ni con
Áncula, ni con Oijme, pero eso no quería decir que no
debiera prestarles atención.
Sacó algunas conclusiones algo diferentes a las
tranquilas afirmaciones que le había dado el
simpático Gerón, sobre todo respecto a que no tenía
razón alguna para estar tranquila, aquel viaje por
tierras enemigas había sido un suicidio y solo al niño
le daba igual.
‹‹Eso pasa por hacer caso a criaturitas. Por muy
príncipes que sean no deberían poder mandar tanto››
pensó.
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Y un día, cuando Melia calculó que llevaba al
menos una semana allí, les atacaron.
Era casi de noche y la vanguardia levantaba ya el
campamento, mientras el resto del grupo les
alcanzaba. Melia buscó un sitio donde sentarse y
descansar, mientras los demás trabajaban, cuando
oyó gritos y algo parecido a bocinas largas y nasales.
Eran cuernos.
Los soldados del campamento dejaron lo que
estaban haciendo y dieron media vuelta, estaban
atacando la retaguardia.
Melia se puso en pie, asustada. Miró a su alrededor
buscando un sitio por donde escapar. No quería
terminar atrapada en medio de una batalla.
Entonces, alguien le sujetó de la mano.
―No te preocupes―dijo Gerón―, Áncula se
encarga. Tranquila.
El niño había sido muy amable con ella, pero en
aquel momento sintió unos terribles deseos de
gritarle y mandarle a hacer puñetas.
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Para su alivio, no pasó mucho tiempo hasta que los
soldados regresaron de nuevo. Llevaban compañeros
heridos, o algo peor, los depositaron con cuidado
sobre mantas, mientras el resto de los que iban
llegando continuaban en las labores de levantar el
campamento, como si tal cosa.
―¿Ves?―Gerón hizo un gesto con la mano
libre―, todo en orden.
Aquel crío la estaba tomando el pelo, ¿verdad?
―¿Y... los heridos?
―Los soldados se encargarán.
Volvió a oír un alboroto, pero menos alarmante.
Oijme regresaba tirando de un bulto cubierto de
polvo y sujeto por una soga. Los soldados le gritaban
cosas.
―Oh, un prisionero...―comentó
desapasionadamente,
soltando
su
acercándose a observar al detenido.
el niño
mano
y
Melia prefirió quedarse en la distancia; estaba
segura que aquello no le iba a gustar.
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Oía perfectamente a Oijme gritando preguntas, el
resto del bosque también. A continuación no
entendía mucho, pero por los golpes y los ‹‹ungff››
que salían del pobre prisionero, las respuestas no le
estaban gustando nada al bauro.
Llegó un momento que no pudo aguantar más, se
acercó a Gerón, esperando que él la ayudara, pues no
se atrevía a dirigirle la palabra a Oijme.
―¿Puedes decirles que paren? Diles que paren, por
favor.
El niño
espectáculo.
parecía
casi
entretenido
con
el
―¿Qué?, ¿por qué?
―Le están torturando.
La miró con incomprensión un momento, entonces
se dio cuenta.
―Oh, no te preocupes, no son más que unas
bofetadas, pero les diré que paren si quieres...
Sonrió, quizá esperando un agradecimiento por su
interés, pero Melia solo pudo retorcerse las manos
con nerviosismo.
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Gerón se acercó a Áncula y ésta, tras mirar mal
tanto al chico como a ella, le dio algunas órdenes al
bauro y se detuvo.
El gigantesco hombre-animal se apartó
momento y pudo ver mejor al prisionero.
un
Relativamente.
Lo debían haber rebozado bien contra el suelo,
pues estaba cubierto de polvo y tierra, tenía una gran
melena suelta y completamente caótica, de un color
imposible de descifrar por la suciedad, y de la que
apenas pudo distinguir asomando una nariz, tan
absolutamente delgada, recta y afilada como la de las
estatuas.
Oijme recogió la soga y volvió a llevarle a rastras
hasta un árbol, donde lo dejó amarrado.
―Ya está―dijo Gerón con satisfacción al volver
junto a ella―, ahora tengo hambre, ¿cenamos?
A lo largo de la velada. Melia volvió varias veces la
cabeza hacia el prisionero, tenía la impresión de que
la estaba vigilando.
―¿No le vais a dar de comer?
53
―Creo que Áncula prefiere esperar hasta que diga
algo.
―¿Y si no dice nada?
―No come.
―¿Qué tiene que decir?
―Quien es su jefe, pero es un soldado de fortuna,
lo más seguro es que no tenga ni idea.
―...así que, si sabéis que no sabe nada... ¿por qué
le torturáis?
―Solo le vamos a dejar sin comer un poco, igual se
le ocurre algo interesante que decir, a todos se les
ocurre.
―¿‹‹A todos››?
Empezó a sentirse asqueada por aquella
conversación, Gerón se dio cuenta que había dicho
algo inapropiado.
―Es lo que me dice Áncula―respondió con cierta
preocupación―, ¿está mal?
―Sí, está mal―afirmó Melia categóricamente.
A veces, se olvidaba que hablaba con un niño.
54
Pasó la noche dándole vueltas; por la mañana
decidió que prefería enfrentarse un poco a la
paciencia de Áncula que aguantar la mala conciencia
de no haber hecho nada.
Desayunó rápido. Era una especie de caldo con
semillas, no tenía mucho sabor a nada, pero
espabilaba bastante. Cogió otro cuenco con comida y
se incorporó con prudencia. Miró a su alrededor,
sintiéndose observada.
Seis hombres formaban parte del ataque sorpresa ,
solo aquel había sobrevivido. En el último momento,
el miedo la hizo dudar, pero ya se había acercado
demasiado para dar la vuelta.
El prisionero no parecía estar sufriendo
especialmente en aquel instante. Si no fuera por las
manos separadas y atadas al tronco del árbol, daría la
impresión de que se hubiera sentado a pasar el rato.
Tenía una pierna recogida y miraba distraído la copa
del árbol.
Se sentó junto a él, esperando que se diera cuenta
que estaba allí.
―Umm, te he traído algo para... desayunar.
55
El prisionero movió la cabeza con lentitud, a
través del pelo enmarañado pudo ver por fin un par
de ojos oscuros y afilados como agujas, estaba tenso y
Melia decidió que aquello no había sido tan buena
idea como creía.
―¿Qué haces aquí?
Dio un respingo.
―Tra... traigo algo para comer...
El tipo movió la cabeza hacia un lado y quedó en
silencio un rato eterno.
―Ya veo... eres una criaturita ridícula... ¿vas a
darme de beber o vas a seguir temblando hasta que se
derrame todo?
Intentó ponerle el cuenco en los labios. Temblaba
como una hoja, era milagroso que no se le hubiera
caído la mitad. Cuando terminó de beber, el tipo se
veía más relajado.
―Te llamas Melia.
―Ss... sí... ¿cómo...?
―Los imbéciles de las falditas hablan ¿sabes?
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Ignoró el comentario y bajó la vista. El prisionero
llevaba pantalones y no se había dado cuenta. Así
que, en alguna parte de aquella isla arcaica, alguien
había inventado los pantalones.
Era la mejor noticia que había recibido en una
semana.
―Y...eh, ¿tú cómo te llamas?
―UrsHadiic.
―¿Eh?
―Urrrs... Haaaaaadiic.
―¿Usssadic?
―Casi.
―¿Qué es ese sonido tan horrible?
Melia se encogió al oír la voz fría de Áncula. Miró
hacia lo alto, no se había dado cuenta que la mujer
estaba junto a ellos.
―Es mi nombre―respondió el prisionero con un
claro tono de desafío.
Por el momento la comandante la ignoraba a ella,
solo miraba al prisionero.
57
―Vamos a ver, si digamos que me apetece cruzar
el paso de Dendron, ¿crees que me encontraré con
alguna sorpresa?
―¿Aparte de tu propia estupidez?
Aquello hizo que el prisionero se ganara un golpe
en la cabeza con un largo bastón de punta metálica
que la mujer blandía.
Asustada, Melia se encogió y fue retrocediendo
poco a poco.
―¿Qué tal si te pongo a ti andando el primero?,
¿te apetece que hagamos la prueba?
―Muy bien, ¡hazlo!, con un poco de suerte habré
conseguido correr hacia el otro lado antes que esos
asnos que llamas soldados pasen.
―¡Te arrancaré las jodidas piernas!
―Entonces, si hay una emboscada, los ánforos se
preguntarán por qué la comandante Áncula lleva a un
tipo sin piernas con ella y supondrán que has perdido
la cabeza del todo y saldrán huyendo. ¡Es un plan
brillante!
58
Aquello le ganó directamente una patada en la
frente. El sonido de la cabeza al rebotar contra la
madera hizo que Melia se estremeciera y saliera
corriendo. Se acercó a Gerón y volvió a pedirle que
interviniera, pero el niño se encogió de hombros.
―No le van a hacer nada irremediable, creo que
quieren usarlo de rehén para no sé qué cosa. Solo van
a asustarlo un poco. Además, mira en el exterior del
campamento.
Melia lo hizo. Había dos cuerpos cubiertos con
sábanas y otros tres soldados que no parecían iban a
poder moverse mucho, nunca.
―Él y sus compañeros hicieron eso, no me apetece
tenerle mucha compasión.
―¿Qué va a pasar con los heridos?
―Se quedarán aquí.
―¿Qué?
―Retrasarían la marcha, Áncula prefiere que se
queden. Que los que puedan moverse ayuden a los
demás. Siendo un grupo pequeño podrán esconderse
en los bosques con más facilidad.
59
―¿No necesitan un médico?
El niño volvió a encogerse de hombros.
Melia estaba horrorizada. Tenía la cabeza llena de
todas las cosas que le habían enseñado sobre la
dignidad, los Derechos Humanos y la compasión.
Pero no sabía cómo hacerse entender a aquella gente
sin sonarles como una loca, estaba segura que en
aquellas circunstancias sus palabras les sonarían
huecas.
Frustrada, se sentó y se puso a razonar para sí de
forma descontrolada lo que no era capaz de decir en
voz alta.
Quería irse a su casa.
Cuando Áncula dio la orden de ponerse en marcha,
Melia pudo ver cómo los heridos fueron los primeros
en desaparecer de allí, posiblemente esperando que el
grupo grande tapara sus huellas un tiempo. Para
variar no se había podido acercar a ellos y, de todas
formas, el resto de sus compañeros sabían cómo
atenderles. El nivel de organización del pequeño
ejército era muy alto.
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El silencio y las precauciones fueron extremadas
en los días siguientes, el ataque les había hecho más
conscientes de que estaban en un territorio hostil, los
soldados se mostraban tensos.
Aunque no conocía sus nombres, había empezado
a reconocer a algunos por su forma de actuar y
comportarse. La mayoría eran hombres mayores, de
entre treinta o cuarenta años, pero había descubierto
que le costaba mucho darles una edad, nunca había
sido buena calculando los años de otra gente y, en
aquella isla perdida en particular, parecía ser
especialmente indefinible. Aquellos ojos viejos y
cansados no eran únicos en Áncula, muchos otros
soldados también los tenían.
Uno de sus favoritos era un chico muy joven y muy
delgado, con un bigote inmenso que tenía la sospecha
se dejaba para parecer más adulto, eso no evitaba que
fuera el blanco de bastantes bromas por parte de sus
compañeros mayores. También era el que tenía que
salir corriendo a buscar a los bauros cuando se
despistaban.
En el grupo había también tres mujeres aparte de
Áncula, una parecía ser la responsable de los bauros
61
o, al menos, la que se encargaba de llevar el orden de
los bultos que cargaban y descargaban. Otra era más
bien gris y poco interesante, estaba convencida que
ella y un tipo que llevaba su falda un poco más alta
que el resto (mostrando unos muslos increíblemente
peludos) eran pareja, pero ninguno hacía nada
especialmente llamativo, así que tampoco se fijaba
demasiado en ellos (exceptuando los muslos
peludos). La última mujer era un poco más joven y
bastante guapa, tocaba una flauta curvada, que Melia
no había visto nunca y tenía un sonido muy dulce.
Antes de ir a dormir, ella y dos tipos que tocaban el
tambor y una flauta de madera más sencilla,
dedicaban a todo el campamento una bonita serenata.
Melia llegó a perder la cuenta de las veces que
consiguió conciliar el sueño gracias al sonido de
aquella flauta.
Precisamente esa noche, mientras tocaban, volvió
a darse cuenta que el prisionero parecía estar
vigilándola. Se lo comentó a Gerón pero al niño le
hizo gracia.
―Esa gente son como perros, les das un poquito
de comer y empiezan a perseguirte. No le hagas
62
mucho caso, es un salvaje, aguantará bien sin comer
ni beber un tiempo.
―¿Nadie le ha dado de beber?, ¿en todo el día?
―No.
La temperatura había sido constantemente
calurosa desde que estaba allí, no asfixiante, pero no
entendía que se pudiera aguantar sin agua tras
aquellas caminatas. Ni un perro hubiera aguantado.
Ignorando los comentarios del niño, se acercó con
una jarra de agua y un plato con el extraño puré de
algo que no eran patatas y dos trocitos de carne. La
carne era muy codiciada así que tuvo que esconderla
debajo del puré.
―Um... te he traído... algo.
Bien atado al árbol, aquel tipo aún la asustaba. No
iba a ser tan ingenua como para no creer que podía
ser peligroso, pero, por otro lado, tampoco podía no
intentar ayudarle.
En aquella parte del campamento estaba oscuro,
seguía bastante sucio y su pelo, que sospechaba era
63
castaño en gran parte, continuaba hecho un caos, así
que no le veía bien la cara. Eso era algo bueno.
―¿Te envía el imbécil de Gerón o su perra
guardián?
―No me envía nadie.
―Oh, ¿me estás diciendo que puedes hacer cosas
tú solita? Qué sorpresa.
―Muy bien, parece que es verdad que no necesitas
beber.
Cogió la jarra y el plato y se puso en pie.
―No, no, espera, espera... Era una broma.
Siéntate, por favor.
―Oh, ¿sabes decir ‹‹por favor››? Qué sorpresa.
Se sentó de nuevo y le puso el agua en los labios.
Disimulando el tembleque.
El concepto de ‹‹ataque o huída›› tuvo por fin
sentido: había estado a punto de salir huyendo o de
darle con la jarra en la cabeza. Su entrenador se
hubiera sentido orgulloso de ella, le encantaba sacar
aquellas ideas en los momentos más inoportunos,
64
recordó que una vez intentó explicar el libro de ‹‹El
Arte de la Guerra›› en el baloncesto a un montón de
críos de 10 años.
El prisionero dejó de beber y ella suspiró.
Ya empezaba a echar de menos hasta a su viejo
entrenador. Estaba a un paso de la depresión
profunda, ¿verdad?
―¿No hay carne?
―¿Eh?
El prisionero señalaba el plato de puré con su
augusta nariz.
―Sí, pero la racionalizan, la he tenido que traer a
escondidas.
Apartó el puré con el tenedor de madera y le
enseño los minúsculos trozos. No parecía
impresionado y Melia estaba tentada de volverse a
poner en pie.
Aunque solo fuera por jorobar aquella vez.
―¿Llevas
preguntó él.
mucho
tiempo
65
con
esta
gente?—
¿Cómo sabía…?, o mejor, ¿qué le importaba? Le
miró un poco confundida, pero no podía verle los
ojos ni imaginarse qué pensaba.
―No... Alrededor de una semana... creo...
―¿Vienes de lejos?
Suspiró.
―Muy lejos.
Se quedó callado mientras le daba de comer.
Estaba segura que intentaría tragarse el tenedor si le
dejaba, estaba realmente hambriento.
Cuando terminó, recogió las cosas y fue a ponerse
en pie, pero el prisionero le hizo un gesto con la
cabeza para que esperara.
―¿Recuerdas cómo me llamo?
―Sí, UrssssJadic.
―Cada día lo haces mejor―la sorna era tan fuerte
que hubiera podido tumbar un bauro―. Escúchame,
si llega a pasar algo, pégate a mí. Olvídate de Gerón y
de Áncula, quédate cerca de mí.
Melia parpadeó.
66
―¿Por qué?, ¿es que va a pasar algo?
―Claro que va a pasar algo.
―¿Cuándo?
Vio una larga fila de dientes blancos a la luz del
fuego.
―¿En serio crees que voy a decírtelo?
Melia sintió un escalofrío y se puso en pie.
―No, claro, supongo que no.
Se alejó, consternada. ¿Debería hablar de aquello a
Áncula?
No, posiblemente no importaba. Estaban en
territorio enemigo y Áncula ya debía saber que
acabaría ocurriendo un ataque tarde o temprano. Lo
que la comandante querría saber era el momento y la
manera.
Al acostarse, cuando todo ya estaba en silencio y
en la hoguera solo quedaban ascuas, se dio un
momento la vuelta para mirar a UrsHadiic, y dos
pares de pupilas, brillantes como las de un gato
reflejando la parca luz, le devolvieron la mirada. Se
67
frotó los ojos y se reclinó un poco, las pupilas
desaparecieron e imaginó que habría sido una ilusión.
68
Capítulo 4 Máscaras, mentiras y hombres
desnudos
Algunos días después, llegaron al paso de Dendron
que mantenía a Áncula tan preocupada.
Todo el mundo estaba nervioso. Gerón le explicó
que aquella parte del viaje iba a ser la más peligrosa,
el paso era un lugar ideal para una emboscada, y más
adelante la situación se complicaba de otras maneras:
no había demasiadas fuentes de agua, y la mayoría
estaban vigiladas, el enemigo podría esperarles o
seguirles como les apeteciera cerca de una de ellas.
Melia no entendía el asunto del agua. Todo el
lugar estaba cubierto de vegetación verde brillante,
notaba la humedad hasta en los huesos, la mayoría de
69
las estatuas estaban cubiertas de verdín. Nada le
hacía pensar en escasez de agua.
Obligaron a caminar a UrsHadiic en la avanzadilla,
con Oijme y algunos hombres a pocos pasos tras él.
El prisionero marchaba tranquilo, pero los
soldados de su alrededor estaban rígidos como tablas,
no apartaban la vista de las abruptas laderas de la
montaña ni para ver el camino que pisaban.
Cuando llegó su turno ya había cruzado gran parte
del grupo, no encontraron señales de peligro. En las
laderas unos soldados agitaban las lanzas, indicando
que no había rastro de enemigos por ninguna parte.
La gente se relajó y, al llegar al otro lado, algunos se
dedicaron a gastarse bromas sobre a quién le había
temblado más la falda.
Melia fue ignorada, para variar, pero al adelantarse
un poco a los soldados vio algo que la dejó de piedra:
UrsHadiic estaba tirado en el suelo y Oijme se
dedicaba a darle patadas.
¿Tras cruzar el paso creían que ya no les hacía
falta e iban a matarlo?
¿A patadas?
70
Antes de pensar serenamente lo que hacía, corrió
hacia allí.
―¡Espera!, ¡espera!, ¿qué estás haciendo?―le gritó
al enorme bauro.
Oijme se giró de golpe y Melia retrocedió
acobardada ante los ojos rojizos y saltones, pero no
se marchó.
―Aparta.
Aquella fue la voz de Áncula. La mujer apareció
tras ella, con su eterna expresión de desprecio, y se
acercó al bauro.
―¿Qué ocurre?―le preguntó.
―Ha dicho que hay agua cerca a uno de los
soldados, pero no quiere decirnos más―respondió la
voz cavernosa de Oijme.
―Puede ser una trampa.
―Tampoco quiere decirlo.
Melia esperó en el sitio, mientras los otros dos la
ignoraban. Se le había ocurrido una brillante idea
71
para evitar que no volvieran a golpear a UrsHadiic:
gritaría y agitaría los brazos.
Lo mejor de su idea es que era tan inútil como
cualquier otra, pero más catártica.
Miró al prisionero en el suelo. Curiosamente,
parecía ser el menos preocupado de todos. Pese a
estar de nuevo completamente cubierto de tierra, no
mostraba ninguna herida, se preguntó si Oijme
tendría cuidado de no hacer nada que pudiera
impedirle hablar. Tras el pelo revuelto y la tierra
pegada, su cara revelaba cierto hastío, e incluso odio,
estaba tenso como un gato antes de saltar, pero no
nervioso, ni asustado.
Sus miradas se cruzaron un momento; daba la
impresión que verla allí le hizo enfadarse aún más. Se
reclinó un poco y se volvió hacia sus captores
levantando con cierta arrogancia su distinguida nariz
al aire.
―Hay una fuente a menos de un día...―todo el
mundo se quedó callado, UrsHadiic dejó ver sus
lustrosos dientes en algo que podía haber sido una
sonrisa―. Sale de la montaña, se hunde en el suelo,
es una fosa, pero se puede beber.
72
―¿Cómo sabemos que no es una trampa?
―Es un sitio muy incómodo para tender una
trampa. La zona no es muy grande.
―¿Y por qué tenemos que fiarnos?
―Eh, si os quedáis sin agua, yo también.
―¿Intentas escapar entonces?
―¿Para qué voy a escapar? Voy a divertirme
mucho cuando os aplasten, no quiero irme a ninguna
parte.
La patada de Oijme le hizo rodar diez metros.
Melia movió los brazos con exasperación. Era
difícil ayudar a alguien que no sabía cuándo cerrar la
boca.
Más tarde, al detenerse por la noche, no dieron
aún con la fuente de agua de la que UrsHadiic
hablaba, pero algunos exploradores reconocieron
haber visto una fuerte pendiente que desaparecía en
una fosa a tres horas de allí.
Cuando fue a llevarle la cena, UrsHadiic se negó a
decir nada más. Melia había cogido la costumbre de
73
alimentarle, era la única que lo hacía, él y sus
secuaces habían matado a compañeros de los
soldados y ninguno iba a alimentarle si no se les
ordenaba. Posiblemente, tampoco lo desatarían y lo
llevarían con ellos por las mañanas si a Áncula se le
olvidaba mencionarlo.
Melia le preguntó cómo estaba y cómo sabía de la
fuente de agua, pero el prisionero se mantuvo mudo.
Tuvo la impresión de que le estaba incomodando y
decidió dejarle en paz.
Era divertido que fuera él el que se sintiera
incómodo con ella.
―¿Ocurre algo con el prisionero?―preguntó
Gerón cuando regresó a las mantas. El pequeño comía
como para tres regimientos, estaba segura que la
única razón por la que la carne escaseaba era por él.
―No habla.
―Eso es raro―el niño rió.
―Uh... siempre te veo muy animado, ¿no te
preocupa que puedan atacarnos?
74
El crío terminó de masticar lo que estaba
comiendo y tragó. Miraba el fuego pensativo.
―A veces... pero estoy seguro de que estaremos
bien―se acercó a ella y le pasó un brazo por el
hombro―. Yo voy a cuidar de ti, no voy a dejar que
te pase nada.
Melia sonrió y le cogió la mano.
―Gracias.
Sus continuas muestras de aprecio y su seguridad
siempre conseguían serenarla, pero no era más que
un niño, por muy cariñoso que fuera, ¿qué podía
hacer aquella criatura?
Al día siguiente no avanzaron mucho, lo que por
un lado agradeció, ya que arrastraba varias semanas
de cansancio; por otro, estaban en un lugar muy
abierto a los elementos y el sol picaba.
Como UrsHadiic había dicho, la zona era
incómoda, en todos los sentidos. Demasiado abrupta
para mover, y menos aún acampar, un grupo de aquel
tamaño.
75
Áncula los hizo avanzar hacia otro sitio más
protegido mientras enviaba pequeñas patrullas a por
el agua.
―Creo que me apetece bañarme...―dijo de pronto
Gerón.
―¿Ahora?―Melia se cubría la cabeza con una hoja
ancha que había arrancado de un gran arbusto,
mientras que con otra hoja se abanicaba.
―Sí, voy a decírselo a Áncula. Tú quédate por
aquí, ¿de acuerdo?
Bastante sorprendida por lo repentino de aquella
idea, le vio alejarse. Se preguntó si no debería darse
un baño ella también. Hasta entonces se había lavado
con una jarra y un trapo en una esquina muy
disimulada del campamento, pero si no iban a tener
más agua igual no podría lavarse en una temporada.
Tras pensarlo, descartó la idea; la comitiva podía
esperar a su Príncipe, dudaba que ella tuviera esa
suerte.
Miró hacia los arbustos de su alrededor. Tanto
pensar en agua le estaban dando ganas de buscar un
baño campestre para atender otras necesidades.
76
Se alejó unos metros en la espesura y, al volverse a
incorporar al grupo, se encontró frente a frente con
Áncula.
No pudo evitar encogerse.
La mujer tenía poca estatura y sus extremidades
eran delgadas y de apariencia frágil, pero tenía
aquella forma de mirar, pesada y despreciativa, que
hacía sentir a cualquiera como una cucaracha. Una
cucaracha silenciosa, que evitaba hacer ruidos para
no despertar su ira.
Se dio cuenta que llevaba bien sujeto con ella su
bastón de punta metálica.
―Tú hablas mucho con el prisionero.
―Nno... no mucho...
―¿Qué te cuenta?
―Nada importante.
―He dicho, ‹‹¿qué cuenta?››
―Es muy desagradable, tiende a insultar y
amenazar a todo el mundo. No es nada im...―se
detuvo a tiempo.
77
―¿Ha mencionado algún lugar?, ¿alguna fecha?
―No.
―¿Nada?
―No.
―¿Me ocultas algo?
―No.
―¿Te gustaría volver a tu casa?
Parpadeó sorprendida.
―Ah... sí.
―Entonces no me mientas...―se acercó, alzando
amenazadoramente el bastón.
Melia miró por todas partes, no había nadie cerca,
Gerón estaba en la poza.
―...si se te ocurre mentirme―continuó con voz
pausada―, si se te ocurre ocultarme cualquier mísero
detalle. Te juro que no saldrás viva de aquí. Gerón
puede ser nuestro Príncipe pero tiene que responder
ante el Consejo, y tiene muchas cosas por las que
responder... No podrá salvarte siempre. Y si me
entero que te has callado algo, te desnudaré, te rajaré
78
en canal y te dejaré atada al árbol más grande que
encuentre, para que los cuervos y los buitres te
devoren viva.
La mujer estaba a menos de diez centímetros de su
cara.
Melia temblaba, completamente muda.
Satisfecha por su labor, Áncula sacudió con fuerza
el bastón, que restalló como un disparo e hizo saltar
hojas de vegetación al aire, dio una brusca media
vuelta y se alejó.
Poco después, Melia empezó a respirar de nuevo.
Bastante alterada, fue en busca de Gerón. No
quería decirle lo que había pasado, aún; solo quería
que le diera la mano y que le dijera lo bien que iban a
salir las cosas.
Sentía un miedo horrible.
La bajada a la fosa era muy empinada, por culpa de
su agitación y el complicado camino, casi se tropezó
con dos soldados que llevaban un par de hermosos
odres de agua a la espalda. No le dijeron nada, como
era su costumbre, y ella tampoco habló, como ya
79
empezaba a acostumbrarse, pero le lanzaron una
mirada extraña.
La zona baja era húmeda y resbaladiza, andaba con
cuidado y mirando el suelo con atención, de forma
que no vio al hombre semi-desnudo a pocos metros
hasta que lo tuvo de frente.
―¡Oh, Dios, lo siento!
Semi-desnudo no era muy exacto. Estaba
completamente desnudo excepto por una tela
alrededor de su cuello.
Melia sacudió los brazos y corrió de vuelta cuesta
arriba.
Como cogiera a los dos soldados que habían subido
antes los iba a estrangular como a pollos. Podían
haber hecho algo para avisarla.
Claro que igual allí aquellas cosas no importaban
tanto. Viendo como vestían los soldados, claramente
tenían una visión más saludable de la desnudez que
ella. Igual debería empezar a acostumbrarse a ver
hombres desnudos por los bosques.
―¡Melia!, ¡Melia!
80
¿Aquel soldado la estaba llamando?
Hizo como que no oía y siguió subiendo como alma
que lleva el diablo.
―¡Melia, soy yo!
Se giró un poquito para comprobar que llevaba
algo de ropa encima, luego se giró un poco más para
ver quién se suponía era aquel ‹‹yo››.
Era un chico joven, moreno, de ojos claros y cara
más bien redonda, pero con unos rasgos bonitos y
una expresión bastante agradable que hacía que no
resultara feo.
No le sonaba de nada.
Le ignoró y continuó hacia arriba.
El tipo seguía llamándola.
‹‹Vete a hacer puñetas, payaso en pelotas››.
Cuando casi había llegado donde el resto del grupo
aguardaba, la alcanzó y intentó cogerla del brazo.
―Melia... soy yo, Gerón...
Melia abrió mucho los ojos y puso cara de asco.
81
―¡Qué te jodan, pervertido! ¡Déjame en paz!
El chico pareció muy sorprendido
momento, luego empezó a reírse.
por
un
―Lo digo en serio, ¿quieres que llame a Áncula...?
―¡No!—gritó asustada.
―...muy bien, no la llamaré. No te estoy
engañando, soy yo.
Melia miró hacia abajo, hacia la fuente. No había
nadie, ¿dónde estaba el niño y qué tomadura de pelo
era aquella?
Gerón siguió su mirada.
―No vas a encontrar nada abajo, porque estoy
aquí.
―...no entiendo.
―Es goeteia, ¿te acuerdas que te dije que sé usar
goeteia?
―...puede.
―Es como ir disfrazado, me disfrazo de niño
porque mis enemigos no me reconocerían, pero mi
82
goeteia es débil con mi disfraz, y este es un territorio
peligroso, me pareció prudente cambiar.
Melia aún le miraba con horror.
―¿Y por qué no me dijiste nada?
―No se me ocurrió, todos en el campamento lo
saben y no me di cuenta que podría confundirte.
Sonreía con la misma gracia y dulzura que el niño.
Eso podía reconocerlo.
Pero no era el niño.
Gerón era lo único bueno y tranquilizador que
había conocido allí, y ahora era... era... ¿quién era
aquel tipo?
Bajó la cabeza derrotada y continuó caminando en
un intento de alejarse de aquel extraño.
―¿Estás bien?, ¿necesitas algo?
―No.
¿A quién le iba a dar la mano ahora?
83
Tras recoger suficiente agua, continuaron
avanzando todo lo que la luz les permitió, antes de
detenerse de nuevo para pasar la noche. Melia
descubrió que era el pitorreo de los soldados, la
habían oído gritar y tenían una buena idea de lo que
pasó junto a la fosa. Los soldados la ignoraban
constantemente, pero eso no era razón para no reírse
de ella.
Menudo día de mierda que había sido aquél.
¿Por qué no podía todo el mundo ignorarla?, solo
quería volver a su casa, nada más.
Ni el sonido de la flauta la relajó al caer la noche.
Gerón intentó ser aún más simpático que nunca, pero
ella seguía sintiendo desconfianza.
Al llevarle la cena a UrsHadiic, casi esperaba que
dijera alguna de sus lindezas, porque tenía ganas de
golpear cosas. ¿Por qué no?, todo el mundo parecía
usarle como saco de boxeo.
Pero UrsHadiic permaneció callado otra vez, y
Melia empezó a sentirse más relajada. Se quedó un
poco más de tiempo del habitual junto al prisionero,
escuchando música.
84
Antes solía dormir bastante pegada a Gerón, pero
ahora sería muy incómodo, no quería volver a sus
mantas. Intentó no pensar que un peligroso
prisionero era lo que le resultaba más familiar y
comprensible de aquel mundo, ya estaba más que
confundida.
―Si quieres un consejo...―Melia se inclinó, la voz
de UrsHadiic era casi un susurro―. Mientras estés
aquí, no te fíes de nada. Nadie está siendo honesto.
―¿Tú tampoco?
Vio como asomaba una sonrisa, sus colmillos
parecieron especialmente amenazadores.
―Yo soy el menos honesto de todos.
Melia suspiró.
―Es bueno saberlo...―dijo, poniéndose en pie y
caminando lentamente hacia sus mantas. Las movió
discretamente más lejos del joven acurrucado a su
izquierda y se tumbó, intentando conciliar el sueño.
―¿Te ha dicho algo?
Era Gerón, al que estaba dando la espalda.
85
―¿Quién?
―El prisionero.
―No mucho, que le caes mal.
Oyó una risilla sorda.
―Ya veo.
Y todo volvió a quedar en silencio.
Caminaron durante varios días más. Melia no tuvo
que aguantar mucho tiempo que la gente aún se riera
de lo sucedido, en seguida estuvieron demasiado
preocupados por mantenerse vivos como para
prestarle a ella atención.
Aquella zona, para su sorpresa, era aún más
frondosa que la que habían dejado atrás. Una
auténtica selva amazónica, le parecía.
Se alzaban árboles como pisos de cinco plantas, y
lianas, y estaba segura que había visto algún mono.
Con un grupo tan grande rodeándola era difícil que
los animales se mostraran, pero tuvo algunos días
especialmente movidos al descubrir una araña gigante
86
(¡del tamaño de su mano!) dando vueltas entre sus
mantas, y una serpiente colgando justo sobre la rama
que había decido usar para sentarse y descansar.
―No te preocupes―le dijo Gerón, mientras ella se
había quedado paralizada mirando la gigantesca
araña―, cuanto más grandes son, menos veneno
tienen.
―Ah, como Áncula, entonces.
―Áncula no es muy gr... oh... ja ja ja, muy bueno.
El chico apartó la araña tranquilamente con la
mano.
Así que cuanto más grandes son, menos veneno.
Estupendo, ahora sí que no iba a poder dormir.
La frondosidad de aquella selva ofrecía la
impresión de que habían terminado en alguna región
abandonada de la civilización, sin embargo,
esculturas y figuras de piedra seguían apareciendo
por todas partes. A diferencia de las ruinas que
habían dejado atrás, no veía tantos restos de lo que
hubieran sido edificios, como paredes o escaleras,
pero sí estatuas.
87
La mayoría no eran humanas, eran animales,
algunos que ni siquiera existían en su mundo,
auténticos monstruos: criaturas terroríficas con alas
y largos cuellos enseñando amenazadores colmillos.
Alguien había tenido la mala idea de colocar éstas
precisamente en lo alto de los caminos, haciendo que
asomaran de golpe sobre sus cabezas en cuanto las
espesas hojas y lianas dejaban ver.
Algún soldado nervioso ya había dado más de una
vez la alarma, para acabar descubriendo que el
enemigo no era más que una vieja estatua que salía de
entre la espesura a saludarles.
―Antes significaban cosas...―le contaba Gerón―.
Los colocaban para que la gente no se perdiera, ni se
sintiera sola. Los daimiones, las criaturas con alas,
marcaban los lugares protegidos donde refugiarse,
nada podía entrar dentro para hacer daño, hasta las
panteras se detenían si estaban de caza.
―¿Hay panteras?
―Sí, pero no se acercarán a nosotros siendo
tantos. Son muy listas. Las serpientes señalaban una
fuente de agua y los peces un río grande. Los
jabalíes... que era territorio de jabalíes. Pero de esto
88
hace mucho, mucho tiempo―hizo un gesto cansado
con la mano, parecía triste―, en cuanto los ánforos
nos atacaron dejamos de mantener esta zona, luego
nos la quitaron, los muy ignorantes no tienen ni idea
de cómo mover las señales, y el bosque cambia... Ya
nada está donde corresponde.
Melia asintió con la cabeza. Ahora no eran más que
decoración sin significado.
Empezaba a acostumbrarse al nuevo Gerón. Aún
sentía un extraño gusanillo de incomodidad
reconcomiendo su cabeza, pero era el Gerón de
siempre, amable, solícito y parecía saber cómo
hacerla sentir mejor.
Sin embargo, no estaba preparada del todo para
volver a confiar en él. Su repentina transformación
física la había convencido, más que ninguna otra
cosa, que no podía depender de él como única fuente
de información, descubriría aspectos importantes de
aquel mundo si observaba a la gente. Y sus actitudes
hablaban por sí solas más que las palabras…
Odiaba a Áncula y Oijme, todo lo que el miedo que
sentía le permitía odiarles. Sabía que tampoco era la
única, disgustaban a todos, hasta los bauros de carga
89
retrocedían un poco cuando alguno de los oficiales
pasaba cerca.
Lo que le sorprendía era que Gerón era aún más
odiado que aquellos dos. Cada vez que abría la boca
para dar una orden los soldados le miraban tensos,
calibrando todas y cada una de sus palabras. Melia
llegó a tener la impresión de que no era un grupo de
fieles protegiendo a su príncipe, si no policías
cuidando un criminal peligroso. Sin embargo, Gerón
fingía no darse cuenta. Hacía lo que quería, cuando
quería y, además, con un sonrisa.
Recordó las palabras de Áncula sobre que el joven
tenía que responder ante cierto ‹‹Consejo››. Algo
definitivamente no marchaba bien, y que el príncipe
fuera caprichoso e indolente no podía ser la única
razón de tanto nerviosismo a su alrededor.
Y era el único capaz de devolverla a su hogar.
Sentía angustia al pensarlo.
Ella solo quería volver a casa, no le importaban
sus riñas internas. Únicamente quería irse a casa.
90
Reconocía con frustración que sus deseos no iban
a importarle a nadie. Excepto a Gerón. Y ni siquiera
sabía cuán segura se hallaba con él.
91
Capítulo 5 Aparece la bestia
Los días a través de la selva pasaron sin apenas
contratiempos notables. Abatimiento, cansancio,
diversos dolores, heridas y angustia eran habituales,
y Melia se acostumbró a la rutina en aquellas
extraordinarias circunstancias: levantarse, desayunar,
dar el desayuno a UrsHadiic, andar, andar, comer un
poco, andar todavía más, sentarse, cenar, dar de
cenar a UrsHadiic y dormir.
Los peligros no pasaron de las pequeñas alimañas,
y dejó de asustarse hasta de las serpientes. De vez en
cuando se preguntaba si llegarían algún día a donde
fuera que debían dirigirse.
Finalmente tuvo respuesta, la espesa selva terminó
y se encontraron en un valle estrecho y rocoso, con
92
un río turbulento corriendo a sus pies y altas
montañas peladas rodeándoles. No era la civilización,
solo un cambio de paisaje, pero era mejor que nada.
―¿Vamos a ir a por agua?―preguntó esperanzada,
olía a rayos y apenas tenían para beber. Quería
bañarse. Se tiraría de cabeza si hacía falta.
―Um... no por aquí, buscaremos una zona para
acceder delante. Ahí abajo hay cocodrilos, de todas
formas.
Melia se asomó un poco por el borde del camino.
Vio formas alargadas y rugosas, que al principio
había imaginado serían troncos de árboles,
apelotonadas en las orillas, muy quietas.
Sí, cocodrilos. Había cocodrilos. Ya tenía un nuevo
reptil al que acostumbrarse.
Avanzaban por un sendero pegado a la pared de
roca. Tanto la pared como el camino estaban
descubiertos de vegetación; con rocas caídas en
algunas zonas, el suelo resbalaba un poco, pero
seguía siendo ancho y cómodo incluso para el
pequeño ejército.
93
Un par de exploradores daban vueltas por la zona
baja del río.
―¿No se los comerán los cocodrilos?―preguntó.
―No, mientras sepas que están ahí, los cocodrilos
no son un problema—respondió Gerón.
Era increíble los pocos inconvenientes que podía
encontrar aquel chico en la vida, le gustaría poder
llegar a pensar como él.
Al fondo del sendero vio una pequeña nube de
niebla, tras parpadear un par de veces, decidió que en
realidad no era niebla. Entonces oyó un retumbo y el
curso del río se cortó de golpe.
―¿Una catarata?
Le gustaban las cataratas, eran bonitas.
Gerón no contestó nada, pasó de largo junto a ella
y avanzó hacia el frente.
―¿Gerón?
―Espera aquí...―dijo, deteniéndola con la mano
cuando intentó seguirle.
Parpadeó. ¿Ocurría algo?
94
El príncipe volvió poco después, algo ceñudo.
―Han desaparecido dos exploradores―dijo.
―Vaya...
Notó frío en el estómago. Había oído de un par de
exploradores que tuvieron un mal encuentro con un
jabalí, otro se cayó en una fosa y tardaron todo un
día en sacarlo (y si hubieran tardado más, sus
compañeros le hubieran abandonado, porque la
comitiva siguió su camino).
Que desaparecieran dos por las buenas, en un
terreno relativamente abierto, era preocupante
El grupo continuó avanzando con más lentitud, no
podían quedarse atrapados allí ahora que sabían que
podía haber problemas.
Melia alcanzó el extremo más alto del camino que
seguían, desde donde la ruidosa catarata caía y el
sendero descendía a un nuevo bosque. La hilera de
soldados a sus pies marchaba casi de uno en uno.
Entonces ocurrió algo extraño en la fila: se desdibujó,
y empezaron a sonar los cuernos.
95
―¡Nos atacan! ¡Arriba, arriba! ¡Volved a lo alto!
―oyó gritar a Áncula.
Los soldados de la retaguardia avanzaron para
hacer frente al enemigo. Ella se quedó donde estaba,
confundida.
―¿Gerón?
El chico estaba tranquilo, para variar, aunque un
poco pensativo, se rascaba la mandíbula.
Entonces se escuchó un estruendo terrible, rocas
enormes rodaron ladera abajo a su espalda. Los
soldados que estaban aún en la retaguardia gritaban,
algunos infelices cayeron ni a diez metros de ella,
golpeados por las piedras. Retrocedió asustada, pero
tras de sí solo aguardaba el río y la poderosa catarata.
Cuando aquel caos se calmó, sonó otro atronador
rugido y las rocas comenzaron a moverse de nuevo.
Una se acercó peligrosamente a ellos, Gerón hizo
algo con la mano y salió despedida hacia las aguas.
―¿Cómo han conseguido hacer eso?―se preguntó
el joven, mirando hacia arriba. Ya no parecía tan
tranquilo.
96
Melia vio cómo su compañero avanzar hacia la
pared.
―¿A dónde vas?―le gritó.
Gerón se volvió sorprendido, como si hubiera
olvidado que ella estaba allí.
―Oh, voy a ver si puedo detener algunas rocas, no
te preocupes... espera aquí, ¿de acuerdo?
¿Qué esperara?
No sabía qué era lo que temblaba más, si el suelo o
sus rodillas.
La montaña amenazaba con dividirse y venir a
devorarles en cualquier momento, no podía
retroceder porque el camino por el que habían
llegado estaba atascado por las rocas y los cadáveres,
hacia abajo se libraba una batalla desesperada.
A su espalda, una impresionante caída de agua.
¿Esperar?, ¿podía ir acaso hacia alguna parte?
La montaña volvió a sacudirse, pequeñas rocas
cayeron como lluvia sobre ella, otras grandes y
97
amenazantes quedaron a pocos metros. A la próxima
no tendría tanta suerte...
Miró el río.
Igual... si conseguía agarrarse a alguna rama de la
orilla, o un tronco, igual no caía al agua.
―¡Eh!―llamó alguien junto a su oído.
Gritó por la sorpresa. No se había dado cuenta que
se había acercado: era UrsHadiic, aún llevaba las
manos atadas a la espalda.
―¿No te dije que si había problemas vinieras a
buscarme?
Melia abrió la boca, pero no alcanzó a decir nada.
El prisionero hizo un gesto con los hombros,
extendió los brazos y rompió las ligaduras como si
fueran solo hilo de coser.
―Bien, vamos.
Le tendió una mano. Melia se la quedó mirando sin
hacer nada.
―¿A dónde?
UrsHadiic hizo un gesto a su alrededor.
98
―¿Vas a quedarte aquí?
―Pe... pero... Gerón...
―¡Qué se joda Gerón!
Sonaba terriblemente enfadado, en un principio no
supo si el siguiente rugido vino de él o de la montaña.
Una nueva tromba de rocas empezó a caer. Rocas
enormes, rodando, aplastando todo a su paso,
destrozando piedras más pequeñas que salían
disparadas como proyectiles al romperse en mil
pedazos.
Entonces sintió que se caía.
No, algo la estaba empujando, hacia el río.
UrsHadiic la sujetaba del brazo mientras bajaban
por la empinada pendiente, no hacía demasiado
esfuerzo para arrastrarla, es suelo patinaba y se
desmenuzaba bajo sus pies, Melia no hubiera podido
detenerse en aquel punto ni aunque lo hubiera
intentado.
Lo siguiente sucedió a tal velocidad que sus
aterrorizados sentidos no podían ponerse de acuerdo
sobre lo que ocurría: cayeron al río con un golpe,
99
notó el amargo sabor a tierra húmeda en los labios, el
ruido de la cascada la dejó sorda y el agua se le metió
en los ojos, apenas podía ver más que manchas
brillantes y confusas. Tenía la vaga sensación que
había alguien cerca de ella, pero no tenía
importancia.
Tenía que salir del agua.
Pataleó torpemente, la corriente la había
arrastrado ya una gran distancia. Sin tiempo para
calcular siquiera dónde se encontraba respecto a la
cascada, sintió un gran vació en el estómago, un
terror indefinible y frío, antes de ser consciente de
que estaba cayendo.
Y para cuando lo comprendió y quiso gritar, un
terrible golpe la sacudió.
Por un momento no hizo nada.
El agua saltaba sobre ella, retumbaba, la sacudía y
hacía difícil moverse. Pero podía moverse.
Con las manos patinando en roca y musgo, y aún
sin ser capaz de ver por culpa del agua, intentó
incorporarse.
100
Había caído encima de algo.
―¿Estás bien?
Poco faltó para caerse de lado. Lo que fuera que
tenía debajo se movía también.
―¿Estás bien?―repitió la voz.
―Creo... que sí...
Notó una piedra estable con el pie y consiguió
incorporarse. Bajó de las resbaladizas rocas
ayudándose con los brazos, temblaba como una hoja
y el suelo patinaba. Cuando pisó tierra firme se dio la
vuelta y miró hacia arriba.
Había al menos 20 metros de cascada y un suelo
cubierto de piedra.
¿Cómo demonios habían conseguido sobrevivir?
UrsHadiic salió también de entre la cortina de
agua, había caído encima de él, pero parecía ileso.
El hombre la echó un vistazo de arriba a abajo.
―Muy bien, no tienes nada ¿verdad?
Melia negó con la cabeza.
101
Se acercó a ella y le cogió del hombro, tenía una
gran marca roja, posiblemente le saldría un moratón
en unos minutos. Melia no tenía ni idea de cómo se la
había hecho, pero no la sorprendía.
―Sobrevivirás―dijo UrsHadiic moviendo la
cabeza con indiferencia. A continuación, volvió su
atención a lo alto. Su expresión era grave y pensativa,
no estaba segura qué podía estar pasándole por la
cabeza. Después de aquel susto con la catarata, Melia
solo quería correr y esconderse hasta que el combate
terminara.
―Valientes inútiles...―dijo el joven, antes de
volverse de nuevo hacia ella―. Quédate aquí. Quieta.
Lo digo en serio.
―¿Y... la batalla?
―Terminará en seguida, tú limítate a esperar aquí
sin hacer nada, no querrás que te tomen por una
soldado, ¿verdad?
―No...
UrsHadiic se alejó en dirección contraria a la de la
batalla, hacia una zona despejada entre el río y el
bosque. Por un momento, imaginó que huía.
102
Entonces vio algo que fue muy inusual, raro, pero
hasta cierto punto, asimilable: la cabeza de UrsHadiic
se separó algunos centímetros de sus hombros.
Lo siguiente fue absolutamente indescriptible, aún
contando todas las cosas extrañas que había visto
allí.
Su cuerpo se expandió, en tan solo un instante se
transformó en una inmensa pared púrpura tan alta
como la propia cascada. La pared se extendió, se
dividió en dos alas, alas que ocuparon todo el claro al
desplegarse y bajo las cuales apareció el cuerpo
ambarino de un felino, con una viva melena castaña
de la que nacía, no la cabeza de un gato como la
lógica le dictaba; si no el largo cuello de una
monstruosa serpiente, con afiladas hileras de dientes
en su boca y cuernos sobre sus ojos.
Los músculos del cuerpo de la criatura se
contrajeron y sacudieron como si el escaso espacio la
incomodara, a continuación se agazapó y saltó al aire,
abriendo completamente sus alas, provocando una
violenta sacudida en toda la vegetación a su
alrededor. Así alzó el vuelo, con un rugido que
103
silenció la catarata y, tras coger cierta altura, se lanzó
con letal decisión sobre la batalla.
Melia miró al suelo. Anonadada.
Donde antes estaba UrsHadiic no había nada.
Tierra revuelta. Plantas quebradas. La mancha de sus
ropas. Y un extraño vacío.
Aquel chico estaba allí hacía un momento.
Estaba allí.
Hacía... nada.
La criatura volvió a rugir.
Melia se tapó los oídos y miró a lo alto. Parecía
que alguien la había herido porque se sacudía, pero
pronto volvió a remontar el vuelo y caer sobre el
combate.
¿Que se quedara allí había dicho?
¡Y una mierda se iba a quedar allí! ¡¿Para que se la
comiera después?!
Echó a correr hacia el bosque, corrió tan rápido
como pudo, dejó de oír la batalla, dejó de oír la
cascada. Se adentró en el bosque cuanto sus piernas
104
lo permitían, usando las manos si era necesario para
trepar por pequeños obstáculos de tierra y raíces;
pero pronto, demasiado pronto, una enorme sombra
se cernió sobre ella, adelantándola con facilidad. Los
árboles a su frente se quebraron y cayeron por el
peso de la bestia. Hojas y ramas salieron volando,
tierra y astillas cubrieron el aire y por un momento
apenas pudo ver nada.
UrsHadiic apareció.
―¿No te dije que no te movieras?
Melia intentó girarse bruscamente para salir
corriendo hacia otra parte, pero solo consiguió
enredarse en las raíces y caer de bruces.
―¿Y ahora qué te pasa...? Oh, claro, tú nunca
habías visto un daimión antes, ¿verdad?
Se acercaba a ella.
Arañó el suelo y consiguió encontrar una rama
grande y gruesa. La blandió amenazadoramente.
―Ni te arrimes. Quieto ahí.
El daimión inclinó la cabeza y frunció el ceño.
105
―No soy un perro, Melia.
Melia comenzó a ponerse en pie otra vez, al menos
la criatura se había detenido; con los brazos cruzados
y cara de pocos amigos, pero mantenía la distancia.
Miró tras ella, buscando otra salida, vio un montón
de gente acercándose pesadamente, gente con lanzas
y espadas. Más soldados y no del grupo de Áncula.
―¿Me estás siguiendo los pasos, UrsHadiic?
―gritó uno de los nuevos soldados, adelantándose.
―No, solo tengo más suerte que tú, Dasus.
―Estaba a punto de acabar con ellos.
―Estabas a punto de que Áncula volviera a dejarte
en ridículo.
―Creo que exageras. Reconozco que pelear desde
la posición inferior no ha sido la mejor de mis ideas,
esperaba que los explosivos fueran más eficaces y que
la sorpresa haría el resto. Hubiera podido con ellos
de cualquier forma.
Melia vio hablar a los dos hombres. Eran como dos
perros desconocidos que daban vueltas oliéndose el
trasero mutuamente y comprobando las intenciones
106
del otro. Solo que por el tono de la conversación,
aquellos dos no tenían nada de desconocidos.
Sonreían, pero el ambiente estaba cargado de malas
intenciones.
―Lo que tú digas, todo el mundo ha visto lo que
ha pasado, y sabes que parte de la recompensa por
Áncula y Oijme es mía. A Gerón te lo puedes quedar,
cuando lo desentierres de entre las rocas, claro.
Melia se sobresaltó.
¿Gerón?, ¿qué le había pasado a Gerón?
―Supongo que todo se puede discutir... ¿Quieres
que te preste unos pantalones?
―Para empezar.
Melia había permanecido más o menos ignorada
mientras el bosque se iba llenando de soldados
desconocidos, entonces un tipo medio calvo se acercó
a ella y la miró de arriba a abajo.
―Eh, me gusta esta, ¿me la puedo quedar?
Dio un brinco hacia atrás, sorprendida, y empezó a
blandir su rama en los morros del tipo.
107
―Creo que no quiere irse contigo, Maros―observó
entretenido el llamado Dasus.
―Tengo ahorros, dos esclavos y una casa muy
limpia, no tendrías que trabajar mucho...―insistió el
de la calva, sonriendo hasta que se le vieron los
molares.
Ella solo pudo poner cara de confusión. ¿De qué
demonios hablaba aquel imbécil?
¿Trabajar? ¿Esclavos?
¿Qué?
―No, no... De eso nada. Esta es para mí, tú vete a
buscar entre los otros supervivientes, a ver qué
encuentras...
UrsHadiic, que a lo justo había conseguido ponerse
unos nuevos pantalones prestados, volvió corriendo y
se colocó delante de su pretendiente, agitando el
brazo frente a él como si estuviera intentando
espantar una gallina.
Maros miró a Dasus, buscando un poco de apoyo
contra el daimión.
108
―Déjale, por lo visto UrsHadiic es el campeón del
día hoy, deja que lo aproveche, no le durará mucho.
El hombre de frente profunda suspiró y se alejó de
ellos. El daimión se dio la vuelta bruscamente para
mirarla.
―¿Crees que podré ir a buscar una camisa sin que
golpees a alguien?
―¿Qué le ha pasado a Gerón?
Melia no estaba de humor para aguantar una
inmerecida bronca.
Por un momento, UrsHadiic se mostró
desconcertado, luego su cara se tensó de nuevo en
aquella sonrisa que no llegaba nunca a sonreír.
―Ni idea, pero hay como quinientas toneladas de
roca sobre el camino, igual te dejan ir a escarbar,
seguro que necesitan manos.
―¿Ha muerto?
Le temblaba la boca, le temblaba todo en realidad.
La simple rama que llevaba en la mano comenzó a
pesar y tuvo que dejarla caer.
109
―Ha muerto, ¿no?
UrsHadiic no contestó.
―Voy a por una camisa, no te muevas de aquí. Ni
se te ocurra.
Melia vio cómo se alejaba. A su alrededor un
montón de desconocidos levantaban un campamento.
Ella retrocedió contra un árbol, se sentó hecha un
ovillo y comenzó a llorar.
¿Habían matado a Gerón? Estaba sola...
completamente sola. ¿Cómo iba a regresar a casa?
Solo quería volver a casa.
Para cuando UrsHadiic regresó ya habían colocado
varias tiendas, preparado una gran fogata y cocinaban
algo, pero ella seguía igual que cuando se fue.
―¿Tienes hambre?―le preguntó el joven, dándole
un suave toque con la rodilla en el hombro.
Negó con la cabeza, sin separarla de los brazos.
―Acércate al fuego al menos, se hará de noche
pronto y no se está seguro en los bordes del
campamento.
110
De mala gana, Melia tragó saliva y comenzó a
ponerse en pie.
UrsHadiic no solo había buscado una camisa,
también se había lavado y adecentado un poco.
Llevaba el pelo recogido en la nuca con moño, no se
había dado cuenta que tenía el pelo de dos colores,
un brillante castaño oscuro por gran parte de la
melena y rubio cobrizo en el área de la coronilla.
Arreglado daba la impresión de ser una criatura
civilizada y todo.
Le siguió hasta el campamento y, en cuanto se
detuvieron, volvió a sentarse pesadamente en el
suelo.
―Toma.
Levantó la vista, le estaba tendiendo algo de tela.
―¿Qué es?
―Pantalones, para ti, creo que querías unos.
―Oh, sí...
Se puso en pie con rapidez. En otras circunstancias
hubiera saltado de alegría. Esperaba no volver a tener
pesadillas con arañas trepándole por las pantorrillas.
111
Al ir a cogerlo vio que llevaba algo más, una
especie de tiras de cuero.
―¿Y eso?
―Um, brazaletes, tienes que ponértelos. Cuando
lleguemos a la ciudad te compraré unos mejores.
―¿Para qué?
―Solo los pobretones llevaban brazaletes de
cuero.
―Tú no llevas.
UrsHadiic suspiró.
―Está bien, solo los esclavos pobretones llevan
brazaletes de cuero.
―Yo no soy una esclava.
―Sí, ahora sí.
―No.
―Sí.
―No.
―Oye... Es posible que ahora te cueste
comprenderlo, pero estar a mi cargo es de lo mejor
112
que te podría pasar. ¿Tienes dinero?, ¿tienes familia?,
¿un trabajo?, ¿alguien que pueda ayudarte?, ¿qué
crees que vas a poder hacer ahora mismo tu sola?
―No.
―No... oh... ―se masajeó las sienes con una
mano―. Voy a buscar algo de cenar. Supongo que tú
no tienes hambre.
―No.
―Muy bien, ¿ves aquella tienda de allí?, es la
nuestra, vete a descansar un rato si quieres.
Melia le quitó los pantalones de las manos,
dejando caer los brazaletes al suelo, y se dirigió con
brusquedad a la tienda que había señalado.
Era pequeña y rectangular, dentro había
únicamente unas cuantas mantas dobladas y velas
apagadas. Aún se filtraba luz entre el tejido, por lo
que no creyó necesitar las velas. Solo iba a coger un
par de mantas, enrollarse en ellas, cerrar los ojos y no
pensar en nada.
Nada.
Pero no fue tan fácil.
113
En cuanto se tumbó empezó a sacudirse como si
tuviera espasmos, y todo el dolor, la preocupación y
la angustia que intentaba mantener controlada acabó
estallando. No podía evitarlo, los sollozos salían de lo
más profundo de su garganta, notó el dolor en las
cuerdas vocales y la tensión en la sien, pero no
importaban.
¿Qué iba a hacer?, ¿qué iba a ser de ella?
Gerón estaba muerto. Pobre Gerón, ¿cómo había
podido pasar algo así? Gerón ya no estaba, pero ella
seguía allí, no sabía cómo. El miedo a ha quedarse
sola allí se había hecho real y era casi insoportable.
Lloraba incapaz de hacer otra cosa.
Estaba sola. Estaba sola en un mundo horrible.
La inseguridad, la pérdida y la autocompasión
giraban como un terrible huracán en su cabeza, cada
una llevando de la mano a la otra, y girando hasta
sentir que se ahogaba. Finalmente, la única sensación
que le quedó fue la de una infinita miseria.
Unas horas después, cayó dormida. Despertó unos
segundos y oyó a UrsHadiic moviéndose por la
tienda. Estaba tumbada de espaldas a la puerta y solo
114
vislumbró las sombras que una vela proyectaba en la
tela.
Se quedó completamente inmóvil, esperando ser
ignorada.
Tras un tiempo que se le hizo eterno, la luz de la
vela se apagó, y todo quedó tranquilo y en calma.
115
Capítulo 6 Esclava
―Arriba.
Notó que alguien la sacudía del brazo, pero los
párpados le pesaban como piedras.
―Nnn...
―Arriba, tienes que desayunar.
¡Victoria! Un párpado se abrió.
La cara de UrsHadiic estaba a pocos centímetros
de la suya.
Los dos ojos se abrieron como platos.
―Apártate―le dijo.
―Yo me aparto, pero tú te levantas.
116
―Vale...
Se peleó para desenroscarse de las mantas. Al
ponerse en pie vio que le estaba tendiendo los
brazaletes otra vez.
―No quiero ponerme eso.
―Es la ley, esto indica que eres una esclava, los
esclavos que van por ahí sin sus señales van a la
cárcel, y si su amo no los reclama en dos meses,
reciben diez azotes y son revendidos en subasta
pública... Me he ganado la vida cazando traficantes,
conozco la ley.
―¿Y no puedo no ser una esclava? No soy de aquí.
―Hay un vacío legal en tu caso, pero, que lo sepas,
a esta gente no le gustan los bicronos.
―¿Por qué?
―Manías... viejas rencillas... Más de dos mil años
de guerras...
Melia suspiró. Cogió los brazaletes y se los puso.
Qué más daría. ¿Podía ocurrirle algo peor?
Aquello le recordó otra cosa.
117
―No pienso acostarme contigo.
―No es la primera vez que oigo eso.
UrsHadiic enrollaba sus mantas y ni siquiera se dio
la vuelta para contestar.
―Lo digo en serio.
―Muy bien.
―Si me pones una sola mano encima te arrancaré
los ojos.
―¿Por qué clase de imbécil patético me tomas?
―giró la cabeza, estaba enfadado―. La ley tampoco
permite los abusos, de todas formas.
Melia parpadeó, sintiendo que sus músculos se
relajaban un poco.
―¿En serio?... ¿dónde puedo ver esa... ley?
―Vas a hacer que me arrepienta de haberte dicho
nada, ¿verdad?
―Solo quiero
‹‹abusos››?
saber...
¿Qué
entienden
por
―...termina de recoger las mantas, enróllalas bien
y sujétalas con aquellas tiras. Luego ve a desayunar.
118
UrsHadiic salió de la tienda con cara de pocos
amigos, haciendo que un par de soldados que
casualmente estaban en frente de la puerta saltaran y
dieran media vuelta.
Melia se arrodilló y volvió a pelearse con las
mantas; eran rígidas, pesadas y bastas. No querían
enrollarse. Empezó a moquear y lagrimear por la
frustración.
Se pasó las manos por la cara, aún más frustrada
por no poder contener las lágrimas. Tenía que
centrarse. Seguro que en algún sitio había una
solución para ella, tendría que haber alguien más que
la ayudara. Escucharía y observaría lo que le rodeaba
como un águila. Aprendería cómo funcionaba aquel
mundo de arriba abajo, así encontraría la manera de
volver a casa.
O de sobrevivir, al menos. Tenía que centrarse y
ser más valiente.
Salió fuera, miró a su alrededor y no vio a
UrsHadiic por ninguna parte.
Un gruñido en el estómago le recordó que tenía
hambre y le ayudó a localizar el lugar donde
119
repartían los desayunos. Se acercó con algo de
timidez, estaba acostumbrada a que los soldados la
ignoraran, ¿ocurriría igual con aquellos? Tampoco
estaba segura de cómo se suponía debía comportarse
como ‹‹esclava››.
Había un hombre que atendía un enorme caldero
de algo con una pinta horrible, pero que olía bien,
estaba semi-desnudo y sudaba por todas partes. Solo
llevaba un pañuelo en las ingles y otro en la cabeza y,
aún así, parecía estar cociéndose vivo.
―Hola, guapa―dijo al verla―. ¿Tienes hambre?
―Pss... sí...
El sudoroso caballero cogió un cuenco de madera y
con un enorme cucharón lo rellenó de la sustancia
humeante del caldero.
―Toma, esto te va a dar muchas energías, ya
verás.
―Oh, gracias.
Al menos el cocinero había sido simpático. El día
no empezaba tan mal.
120
Buscó un sitio donde sentarse. Había colocados
varios troncos alrededor de las ascuas de la hoguera
principal, estaban todos ocupados por soldados
hablando. El ambiente era relajado, pero sin
demasiada alegría.
Cuando encontró un hueco donde comer, no se
percató que el tipo que tenía junto a ella era Dasus,
quien el día anterior estuvo gruñendo con UrsHadiic,
hasta que él mismo la saludó.
―Buenos días, ¿has dormido bien?
Estuvo a punto de atragantarse con el líquido
pastoso del desayuno. El hombre empezó a reírse.
―Sí, bien, tranquilo todo...―respondió.
Dasus era un hombre de mediana edad, de pelo
rubio oscuro y con bigote, tenía ya varios mechones
blancos sobre la frente y las patillas. En principio su
expresión resultaba suave y amistosa, pero Melia ya
le vio el día anterior echar rayos por los ojos al
hablar con UrsHadiic.
―¿Puedo preguntarle una cosa?―continuó Melia,
aprovechando que parecía tan amable―. ¿Quién es
UrsHadiic?
121
―¿Te refieres aparte de un sourio?... Es un
buscavidas, como la mayoría de los suyos que asoman
sus feas cabezas de sus guaridas, a este aún no sé
como no le han cortado el cuello todavía. Si tienes
paciencia, seguro que pronto serás una esclava libre...
―¿Y qué ha hecho para que merezca que le corten
el cuello?
―...oficialmente nada, por eso sigue vivo. Tiene
varios ataques violentos y asesinatos sobre su cabeza,
de la mayoría ha conseguido librarse porque los tipos
estaban en búsqueda por diferentes crímenes, de
todas formas, y del resto... digamos que la gente no
sabe distinguir una bestia de otra cuando se
transforman, así que no le pueden acusar de nada,
pero yo sé que no es trigo limpio. A un compañero
suyo le cazaron después de asesinar al alcalde de un
gran pueblo en la periferia de Ares, estaban los dos
juntos pero, por alguna razón, nadie pudo identificar
a UrsHadiic. Solo a su estúpido compañero que no se
le ocurrió otra cosa que ir contándolo por ahí. Desde
que está solo ha tenido bastante cuidado. No sé si ha
sido buena o mala suerte que apareciera ayer por
aquí.
122
Melia se rascó la cabeza, un tanto confundida.
Había asumido que infiltrar a UrsHadiic como
prisionero había sido un plan de ellos. Pero
pensándolo bien, no tenía mucho sentido. Fingir ser
un inofensivo prisionero hasta que se presentara su
oportunidad había sido idea solo del daimión.
―Entonces, ¿tengo que estar preocupada?
―No lo sé, la verdad es que nunca he oído de un
sourio errante con esclavos. Como representante de
la Junta no debería decir algo así, ni animar a alguien
a romper la ley, pero, en tu lugar, yo escaparía de esa
bestia en cuanto pudiera.
―¿Un sourio es lo mismo que un daimión?
―Sí, lo mismo…
―No, no lo es―los dos se volvieron de golpe al oír
la voz del aludido a sus espaldas―. Un sourio es un
lagarto.
―Y un daimión era un dios, tú no eres un dios
UrsHadiic.
123
―Tampoco me arrastro continuamente por el
suelo como vosotros. ¿Qué bobadas le estabas
diciendo a mi esclava, Dasus?
―Algunas de tus hazañas.
―No conoces ni la mitad, así que no sé qué te
estarás inventando.
―No me invento nada, la pobre chica está
asustada del monstruo que tiene por amo e intento
tranquilizarla.
―Melia no tiene nada de qué preocuparse, ya es
demasiado mayor y está rancia. Pero creo recordar
que tú tienes un niño pequeño, seguro que su carne
aún está tierna...
Dasus se levantó y, por un momento, parecía que
iban a pelearse. Finalmente el soldado se limitó a
alejarse de ellos, no sin lanzar antes una mirada
asesina al daimión.
Melia se encogió un poco, esperando que
UrsHadiic dijera alguna de sus lindezas por haber
estado hablando con un hombre con el que se llevaba
claramente mal. Sin embargo, el monstruo se limitó a
sentarse y a comer su desayuno.
124
Tamborileó un poco el tazón, mientras esperaba
algún tipo de comentario, que no llegaba.
―¿Has montado todo ese número para que te
dejara libre el sitio?
―Sí, y también porque me encanta cabrearle,
algún día se ahogará en su propia bilis y quiero verlo.
―¿Coméis gente?
UrsHadiic se volvió, con cara de asco.
―¿Vosotros coméis gusanos?
―No creo que sea lo mismo.
―Ningún daimión estaría
exactamente lo mismo.
de
acuerdo.
Sois
―No puedo entender que caigas mal a todo el
mundo, diciendo cosas tan bonitas.
―No he empezado yo haciendo
estúpidas, ¿por quién me tomas?
preguntas
―No lo sé... Tú mismo me dijiste que no me fiara
de nada.
Curiosamente, se tranquilizó. Seguía pareciendo
enfadado (aunque Melia había decidido ponerse a
125
contar con los dedos las veces que no lo estaba), pero
continuó comiendo sin decir nada.
―En mi mundo hay gente que sí come gusanos... Y
hormigas, lo vi en la tele. Y en mi escuela, un niño se
comió una mosca una vez. Dijo que estaba buena.
―... a veces nuestras crías se comen gente que se
pierde.
―¿En serio?
―Son crías, se llevan cualquier cosa a la boca, y
cuando tienen hambre... Las zonas de cría están
protegidas, los humanos no deberían meterse, de
cualquier forma.
―¿Tú te has comido a alguien alguna vez?
―No.
―No intentaba ofender…
―Mi familia tiene un buen territorio, nadie
entraría en la zona de cría sin darse cuenta, los que lo
hacen no llevan buenas intenciones. Y de todas
formas solo...
―¿Solo?
126
―Nunca hemos tenido humanos en nuestros
terrenos de cría.
―¿Tienes familia?
―No.
―¿Has dicho ‹‹mi familia››?
Le vio reírse, se le hizo raro.
―Los dejé hace tiempo, como si no la tuviera. Fue
la mejor decisión de mi vida.
―¿No te llevabas bien con ellos?
―Es un poco complicado de explicar,
daimiones tenemos... nuestras particularidades.
los
―¿Alguna que pueda interesarme?
―No, no te van a ayudar a volver a casa y, yo
personalmente, no tengo intención de hacerte daño.
Eso es todo lo que necesitas saber por el momento.
Creo que es hora de irse.
Los soldados recogían, ellos se alejaron hacia el
exterior. UrsHadiic estaba contento, por alguna razón
que Melia no alcanzaba a comprender. La felicidad
127
del daimión fue en aumento y se convirtió en una
auténtica sonrisa al ver un bonito caballo zaino.
¿Igual los caballos sí que se los comían?
―Muy amable―le dijo al chico que lo traía―, dile
a Dasus que le envío mi más cordial agradecimiento.
El chico hizo un gesto con las cejas que parecía
querer decir que ni atado le iba a llevar mensaje
alguno a Dasus de su parte.
―¿Sabes montar?―UrsHadiic se volvió hacia ella,
Melia sacudió la cabeza a modo de negativa.
Nunca le habían interesado mucho los caballos,
aunque creía que eran bonitos. A la mayoría de las
niñas les gustaban los caballos, pero las otras niñas
no descabezaban rutinariamente sus muñecas, lo
único que les hubiera hecho falta a sus padres era
perder más dinero para que su hija descabezara
ponis. Sencillamente no le importaban, como no le
habían importado otros millones de cosas.
Aunque ese caballo la hacía sentirse algo
intimidada, los animales resultaban más pequeñitos y
monos en los cromos.
128
―¿Crees que al menos podrás sujetarte en la
grupa?
―¿Vamos a montar ahí?
―Claro, ¿no tenéis caballos en tu mundo?
―Sí, pero me gustan más los coches.
―¿El qué?
―No importa... ¿tengo que subirme contigo?
―No creo que nadie me de un caballo para un
esclavo, aún no soy tan importante... puedes correr
detrás de mí si te apetece.
Melia lanzó un largo suspiro. Aquel día iba a ser
muy largo...
Entonces algo captó su atención por el rabillo del
ojo. Se giró y vio a varios soldados, soldados de
Áncula, moviéndose en fila hacia algún sitio a través
de aquel bosque, seguidos de soldados ánforos.
Caminó hacia allí para ver mejor, pero había gente
vigilándoles a su alrededor y los perdió de vista entre
la maleza. Antes de desaparecer estaba casi segura de
haber visto al joven del bigote y la chica de la flauta...
129
Jamás había intercambiado dos palabras con
aquella gente, pero se sintió ridículamente feliz al
verlos vivos.
―¿A dónde los llevan?
UrsHadiic se había acercado hasta ella.
―A Glaucos, una ciudad anfórea, nosotros vamos
allí también.
―¿Qué pasará con ellos?
―Les interrogarán, quien sea un poco importante
posiblemente se quede como prisionero para hacer un
trueque o pedir una recompensa; y los que no sean
reclamados como parte del botín, se venderán en el
mercado y luego se repartirán el dinero entre los
soldados.
―¿Los tratarán bien?
―Supongo que depende de donde terminen y
cómo se comporten. En cuanto Áncula cayó, tiraron
las armas; si son listos, en cincuenta años podrían
volver a Ánax libres.
130
Se rascó el brazo, pensado, todo aquello le sonaba
muy raro. Al menos, de primeras, no iban a estar peor
situación que ella.
Al darse la vuelta vio a UrsHadiic preparando el
caballo y se percató de un incómodo detalle.
―¿Dónde están los estribos?
―¿El qué?
―Las cosas que se usan para subirse encima.
―Se llaman piernas, no errssdribos.
―No, no, mira, en mi mundo tenemos una especie
apoyos, se colocan a los lados del caballo y ayuda a
subirse encima.
El daimión se quedó pensando un momento.
―Umm, aquí no tenemos eso.
―¿Y cómo monto?
―Una roca, un tronco... te echaré una mano.
Su compañero subió de un brinco sin ningún
problema, saltaba como un gato. A continuación la
llevó hasta un tronco y la ayudó a subir.
131
Nada más estar arriba, Melia supo que no iba a
tardar nada en estar de vuelta abajo. La grupa no era
tan grande como le había parecido desde el suelo,
sospechaba que, pese a su primera impresión,
aquellos caballos eran más pequeños que los de los
cromos.
Primero, empezó el viaje sujetándose a las mantas
sobre el lomo. Luego intentó agarrarse a UrsHadiic
discretamente. Al final, acabó abrazándose a él igual
que un borracho a una farola y, aún así, seguía
escurriéndose hacia todos los lados al son del
bamboleo de las patas traseras del animal.
―Baja―acabó ordenándole su sufrido conductor,
parándose junto a una elevación de tierra.
Melia obedeció algo temblorosa.
‹‹Oh, Dios, no puedo cerrar los muslos›› pensó,
dándose cuenta que sus piernas no estaban
funcionando tan bien como su pudor le pedía.
El daimión se movió un poco hacia la grupa y le
hizo un gesto para que subiera sobre el lomo, delante
de él.
132
―... creo que me voy a sentir muy incómoda en ese
sitio.
―Estoy seguro que no más que en el suelo.
Ahí tenía toda la razón.
Gruñó mientras intentaba subirse otra vez.
El día iba a ser largo, muy largo.
UrsHadiic conseguía mantenerla más o menos
estable y conducir el caballo al mismo tiempo, a costa
de mantenerla sujeta con la piernas y, por supuesto,
rígida y tiesa como una tabla.
El camino era más bien ancho, tranquilo y no iban
muy rápido. La mayoría de soldados tenían que
avanzar a pie. Así que, quitando la conmoción inicial,
Melia acabó por acostumbrarse a estar sentada allí.
De vez en cuando intercambiaban algunas
palabras, preguntas sobre todo, que ella hacía
intentando orientarse y comprender aquel lugar. Casi
toda la Isla era un lugar semi salvaje como aquél, la
mayoría de las personas vivían en ciudades que lo
gobernaban todo, con pequeños y apartados pueblos
aquí y allá.
133
Al llegar la tarde, estaba tan agotada por el viaje y
toda la tensión acumulada del día anterior que acabó,
sin pensar, cabeceando somnolienta sobre su
conductor.
―Hemos llegado.
Parpadeó. Los atardeceres por allí eran muy
cortos, tan pronto era de día como de noche, aún no
se había acostumbrado a calcular bien el tiempo sin
relojes.
Frente a ella vio un terreno despejado con casas
muy bajas, redondas y de color pajizo, rodeadas de
bosque espeso. Parecía un lugar agradable, era la
primera población estable que veía desde que estaba
en Ethlan.
―¿Es Glaucos?
―No, no es más que una aldea, ni siquiera sé como
se llama. Glaucos es una ciudad enorme.
―Ah, no sabía... todos parecéis vivir en la Edad de
Piedra por aquí.
―¿El qué?
―Nada.
134
Cuando ellos llegaron, otros ya estaban levantando
el campamento cerca de las casitas.
Melia dejó pronto a UrsHadiic para a dar una
vuelta por el pueblo y estudiar más aquel mundo,
mientras su compañero se fue a importunar a Dasus.
Sintió un poco de sorpresa al ver a la gente y los
edificios, ella los consideraría pobres, pero había
algunos detalles: como delicadas labores de
metalurgia en algunas herramientas, que hubieran
sido muy caras en su mundo. Los nativos también se
mostraban bien vestidos y bien alimentados, muchos
llevaban adornos de bronce y cuentas de cristal de
colores.
Ellos también la miraban con curiosidad y varios
hicieron preguntas sobre lo que hacían los soldados
allí, ya habían oído rumores sobre la batalla, pero
querían más detalles.
¿Hubo un sourio?, ¿de verdad?, ¿un sourio vivo?,
¿podían verlo?
Estaba segura que a UrsHadiic no le iba a gustar
nada que lo trataran como a un bicho de circo.
135
Algunas personas le ofrecieron cosas para
comprar, pero no tenía nada de dinero encima, y les
extrañó que una esclava diera vueltas por allí si no
venía buscando víveres.
El turismo aún no había entrado en su mundo.
No había demasiado que ver en aquella aldea, así
que regresó pronto al campamento, aunque con cierta
mala gana.
Aquella noche apenas pudo cenar. Se había
mantenido más o menos serena todo el día, pero a
medida que avanzaba la oscuridad, los fantasmas del
día anterior reaparecían. Quiso marcharse pronto a
su tienda otra vez. UrsHadiic lanzó un comentario
arisco sobre lo mucho que corría a desaparecer en
cuanto habían tocado suelo que ella ignoró.
Al entrar hizo lo mismo que el día anterior, se
enrolló en sus mantas e intentó no pensar en nada.
Lloró un poco, pero se sorprendió a sí misma más
segura. Sentía una gran pena por Gerón, el pobre
chico, en algunas partes de su mente aún seguía
siendo un niño que le sujetaba la mano y le decía que
todo estaría bien. Había sido tan dulce con ella...
136
Continuaba asustada por la batalla, los gritos, las
rocas y la cascada, notaba náuseas solo al recordarlo,
no podía dejar de darle vueltas. Y, sobre todo, aún se
sentía nerviosa por lo que podría pasarle, por cómo
iba a conseguir regresar a su casa.
Pero aquella noche comenzó a crecer la esperanza
de que encontraría la forma de salir de allí, todo
acabaría bien.
Cuando UrsHadiic apareció aún no se había
dormido, miraba huecamente la luz de una velita que
había dejado en el suelo, cerró los ojos e intentó
hacerse la dormida, esperando que su compañero se
echara pronto.
Un poco después, el daimión no solo no había
apagado la luz, si no que además soltaba extraños
gruñidos.
Contra su voluntad, Melia entreabrió un ojo,
rezando a todo lo que pudiera ser rezable por no
encontrar a su compañero de tienda haciendo alguna
guarrada.
Estaba sentado en el suelo, con un cuenco relleno
de algo verde a su lado y parecía intentar untárselo
137
por la espalda. Abrió los dos ojos y se dio cuenta que
tenía dos heridas circulares justo bajo el hombro
izquierdo, apenas sangraban, pero se veían rojas y
abiertas.
¿Qué había pasado? ¿Cuándo se hizo eso?
―¿Te echo una mano?
UrsHadiic volvió la cabeza.
―¿No estabas dormida?
―A medias.
―Toma... mira a ver si consigues llegar a la que
está más abajo.
Melia se acercó, recogió el cuenco que le tendía y
lo olió. Hierbas, nada especial, para ella solamente
olía a hierba. Introdujo un poco los dedos y lo acercó
a la herida, aprovechó que su infeliz paciente estaba
de espaldas para poner cara de asco. Podía ver cómo
la herida atravesaba el músculo, como un punzón,
músculo rojo y abierto.
―¿Cómo... cómo puedes tener unas heridas así?
―Los daimiones somos muy duros...
138
―¿…en serio?
―El único problema es que si nos hieren las
heridas tardan mucho tiempo en curarse,
afortunadamente, las aguantamos.
―¿Cuándo te has hecho estas?
―Ayer, Áncula tenía buenos lanceros.
―¿Desde ayer llevas esto así?
―Sí.
―Oh...
―No se cerrarán en dos meses, más o menos, y
tardarán alrededor de un año antes de que empiecen
a cicatrizar en serio, pero mientras haya ungüento no
molestarán mucho.
―Ugh... ¿Crees que es suficiente?
―¿Queda ungüento en el cuenco?
―Sí.
―Ponlo todo.
Melia obedeció. Luego colocó unos trozos de tela
sobre la herida, para que el ungüento no se moviera
139
ni pringara nada mientras se secaba. Se fijó que tenía
varias cicatrices más en la espalda, la mayoría se
concentraban en la zona de las paletillas, ente el
cuello y los brazos. Encontró una con forma circular
y no pudo evitar preguntarse si sería un mordisco de
un congénere.
También había otra que ni siquiera estaba segura
que fuera una cicatriz. Era una gran marca pálida,
más clara que la piel de alrededor, corría desde el
costado izquierdo hasta el hombro derecho,
posiblemente continuara por el pecho, aunque no
estaba segura. Por lo demás, la piel no presentaba
señal alguna, ni costra, ni diferente textura. Solo
cambiaba el color. La tocó un poco por el borde,
intrigada. Si tardaban tanto tiempo en cicatrizar,
¿cuántos años tendrían que pasar para que una
herida de ese tamaño quedara así?... ¿cuántos años
tenía UrsHadiic?
Sin darse cuenta, había seguido la marca hasta su
cuello, cuando el daimión se volvió de golpe.
―¿Qué haces?
―Oh, nada... tienes una cicatriz...
140
―No la toques.
―...lo siento.
Melia se asustó. Casi se le llega a olvidar el miedo
que UrsHadiic podía infundir, era bueno recordarlo.
Dejó el cuenco en el suelo y volvió silenciosamente
a sus mantas.
Se arropó y se quedó quieta esperando que se
apagaran las luces.
―¿Melia...?
Volvió ligeramente la cabeza.
―¿Si?
―Nada, buenas noches.
Y apagó la vela.
―Buenas noches―dijo a un montón de oscuridad.
141
Capítulo 7 Una ciudad y otras cosas sorprendentes
Tardaron algunos días más en llegar a Glaucos.
En aquel tiempo, Melia consiguió subirse y
aguantarse ella solita en el caballo, sin ayuda de
nadie. La primera vez que lo intentó se cayó por el
otro lado. Afortunadamente, solo tuvo que padecer
una vergonzosa culada y un par de jóvenes soldados
vinieron a echarla una mano.
Eran muy simpáticos con ella los soldados. Por lo
visto la tomaban como una especie de víctima
sacrificatoria para la bestia que tenía de amo.
Resultaba un tanto desconcertante, porque Melia
empezaba a tener deseos de defender a UrsHadiic de
las cosas que decían sobre él.
142
Igual si no fuera tan antipático y capullo...
Además de ser un monstruo y un asesino.
Antipático y capullo era lo que más le molestaba
en su vida diaria, de todas formas.
Se dio cuenta que, exceptuando Gerón, había
estado rodeada continuamente de soldados,
prácticamente se ganaban la vida matando a otros.
¿Qué hacía que UrsHadiic fuera peor que ellos?
Reconocía que la trataba bien, no sabía qué
esperar de su situación como esclava, pero tras los
primeros días casi lo tenía olvidado. Nunca le
ordenaba hacer nada extraordinario y, en general,
podía ir y venir a su antojo. Se dio cuenta que, dentro
de sus angustias internas y temores, sentía menos
inseguridad por su bienestar durante aquel viaje con
UrsHadiic y los ánforos que con los soldados de
Ánax.
No, no echaba para nada de menos a Áncula y
Oijme.
Llegaron a la ciudad un día a media tarde. Al
principio, lo único que Melia vio fue una muralla
blanca, algo oscurecida y resquebrajada por el trabajo
143
de las fuerzas de la intemperie; al entrar, más casas
blancas, cuadradas, y apelotonadas entre ellas y sobre
ellas mismas.
Al principio le resultaron simplemente un poco
raras, pero al avanzar y desplegarse la ciudad frente a
ella, se dio cuenta de todo el increíble caos que
formaban. La ciudad parecía extenderse a lo largo y
alto de una ladera que no existía, aguantada tan solo
por aquel enjambre de casas, muretes y carreteras.
La amalgama no resultaba agobiante, las
edificaciones eran blancas o de tonos pálidos,
abundaban las decoraciones, dibujos y estatuas
azules y verde mar. Las calles se abrían anchas, y a su
vera grandes puertas y ventanas invitaban a entrar al
interior de edificios de apariencia fresca y sombreada.
Había zonas con árboles e impresionantes balcones
desde donde caían florecillas rojas.
El camino que tomaron ascendía en espiral, hacia
el centro y lo alto de la ciudad.
Cuanto más alto estaban, las casas eran más
lujosas y amplias. Empezaron a aparecer también
fuentes con agua y plazas en donde brillaban estatuas
de metal bien bruñido.
144
UrsHadiic detuvo el caballo en una de aquellas
plazas, donde había al menos tres estatuas grandes, y
un montón más pequeñas en diversas esquinas, o
excavadas en nichos en las paredes.
Caminaron hasta las escaleras de un inmenso
edificio de columnas rectas y un techo triangular. Le
hizo pensar en fotografías del Partenón griego, solo
que entero, con colores y dibujos a modo de
filigranas en las columnas, que imitaban algún tipo
de vegetación, y detalles de oro y plata en una escena
gravada en piedra en lo alto.
―Esta es la Casa de Juntas, el centro
administrativo de la ciudad―empezó a explicar
UrsHadiic―. Probablemente se pasen varias horas
pensando el dinero que no me van a dar y luego
discutirán conmigo todo lo que me tienen que quitar,
antes de dejarnos ir a comer y dormir.
Le vio entregar las riendas del caballo a un joven
que acudió a recogerlo, y luego se sentó en las
escaleras.
Melia miró a su alrededor.
―Umm... creo que voy a dar una vuelta.
145
―No pierdas de vista la Casa de Juntas.
―No...
Caminó por toda la plaza, observando las figuras.
La gente también llamaba su atención, empezó a
sentirse algo desarropada al ver a todo el mundo
cubierto de perlas y ropas de colores. La mayoría de
las mujeres llevaban amplios y vaporosos bombachos
estampados bajo finas camisas atadas a la cintura por
un pañuelo; los hombres vestían pantalones más
discretos, o no los llevaban, vio varios caminar muy
dignamente con algo que no era más que un delantal
cosido en capas por delante y la camisa tapándoles la
parte de atrás. A veces, no tapaba lo suficiente.
Estaba repitiéndose que tendría que acabar
acostumbrándose a aquellas cosas, cuando vio una
mujer con las tetas completamente al aire.
Se quedó mirándola con la boca abierta.
La mujer tenía un aspecto impresionante. Llevaba
algo similar al delantal de los hombres sobre los
bombachos, pero más largo y bordado. Los sujetaba
con varios pañuelos apretados en la cintura, como un
extraño corsé de colores, mientras un chalequito
146
azul, de bordes gruesos y brillo dorado, enmarcaba su
pecho. Tenía una larga melena negra hasta más allá
de la cintura, formando ondas sin dirección concreta
y sujetas, casi con pereza, por perlas que formaban
una intrincada corona alrededor de su cabeza. Lucía,
además, adornos de oro en la nariz y las orejas, y los
brazos cargados de todo tipo de brazaletes y pulseras.
Para rematar, sujetaba en la mano una vara larga y
oscura, con los extremos metálicos.
Vio como se llevaba la vara a los labios y asomaba
un pequeño hilo de humo, era una pipa.
La impresionante mujer estaba inclinada
lánguidamente, con un brazo apoyado en la figura de
un león, el otro sujetando a un lado la pipa, mientras
que, con los ojos bajos y cargados de pintura oscura,
miraba con cierto desinterés lo que ocurría en la
plaza.
En un principio la mujer la ignoraba, pero Melia
continuaba con la vista fija en ella, a cada minuto
encontraba algo nuevo y fascinante en la
desconocida.
Que, con el tiempo, empezó a enfadarse.
147
Sin ningún tipo de disimulo la mujer se la quedó
mirando en una actitud obviamente hostil, quizá
esperando que solo la fuerza de su mirada pudiera
hacerla salir corriendo. Posiblemente, estaba
acostumbrada a que ocurriera así.
―No, no, no, ¿qué haces?, ¿quieres darme
problemas cuando no llevamos ni dos horas aquí?
UrsHadiic tiró de golpe de ella, arrastrándola de
vuelta a las escaleras de la Casa de Juntas.
―Pe... pero... ¿has visto?... esa mujer... las... las...
las lleva al aire, quiero decir...¿y cómo se pueden
llevar tantas perlas en la cabeza? Tiene que ser muy
incómodo...
―¡Pero no la señales!, y deja de mirar.
―¿Qué pasa?, ¿quién es?
―Una princesa, no te metas con las princesas, si
no te matan sus pretendientes, te matarán sus
madres.
―...¿es ‹‹princesa›› un eufemismo de algo?
―No.
148
―¿Son las hijas de un rey?
―No, son las hijas del montón de oligarcas
cabrones y podridos de dinero que gobiernan estas
ciudades... ¡Oh, Dasus! Hablaba de ti.
―¿Estás listo para defender tu parte del botín?
―Eso siempre.
―Vas a ser el centro de atención en las fiestas.
―No puedo esperar a ver cómo te estalla la cabeza
por la rabia.
―Sigue, dentro de un año yo permaneceré aquí o,
incluso, un poco más arriba. Tú habrás salido
corriendo por la puerta de los escombros en menos de
un mes.
―Un mes que pienso aprovechar, no te quepa
duda.
Pasaron de largo junto a él, UrsHadiic aún la
sujetaba y tiraba de ella. Con el brazo libre saludó a
Dasus, que le devolvió el saludo con mucha
amabilidad.
―Hasta más ver, preciosa. Suerte.
149
Cuanto menos les gustaba
simpática era la gente con ella.
UrsHadiic,
más
Podía acostumbrarse.
El edificio de la Casa de Juntas estaba compuesto
casi enteramente por mármol. Había algunas placas
de metal con nombres e información en las paredes.
Las entradas y las salidas eran todas bastante
grandes, por lo que el edificio resultaba fresco e
iluminado.
UrsHadiic entró en una habitación cerrada y le
pidió que se quedara fuera.
Melia miró a su alrededor buscando un sitio donde
sentarse. Empezaba a estar muy cansada, tenía unas
eternas agujetas en el interior de los muslos por
culpa del caballo.
Pasado un rato, cruzaron frente a ella una pareja
de mujeres idéntica a la que la había fascinado en el
exterior, tenían diferentes colores y dibujos en la
ropa, peinado y abalorios, y una llevaba cerrado el
chalequito del pecho; por lo demás, eran igual de
recargadas e impresionantes que la otra princesa.
150
Luchó por no quedarse mirándolas, pero una
llevaba una gacela, un animalito adorable de patas
largas y finas, no más alto que un pero pastor, y
grandes ojos negros. Lo llevaba atado con una correa
que parecía un hilo de cristales, sujeto a un collar
hecho de decenas de perlas.
Era todo un esfuerzo mental no quedarse mirando,
cuando la puerta tras ella se abrió por fin, suspiró
aliviada.
―No las he mirado.
―¿Qué?
―No mucho, es que lleva una gacela y... ¿aquí
tenéis gacelas de mascotas?
―Los que pueden pagarlas, ¿de qué hablas?
―Han pasado otras dos princesas.
―Entiendo. ¿Ves ese tipo que ha salido del
despacho conmigo y ahora gira por esa esquina de
ahí? Nos está guiando a nuestra habitación y no tiene
intención de pararse a ver si lo seguimos, si quieres
descansar esta noche ya puedes correr tras él.
Melia puso cara de sorpresa.
151
―Haberlo dicho antes.
―No me has dejado.
Le ignoró y echó a correr. El tipo aquel parecía
tener bastante prisa, ¿qué mosca le picaba a aquella
gente? Qué raros eran todos.
Le siguió sin tiempo a fijarse por dónde se metía.
Dentro de aquel conglomerado de edificios que era la
ciudad, ni siquiera fue consciente de cuándo salió de
la Casa de Juntas y terminó en otro edificio, tenía la
impresión de que todo no era más que un gigantesco
y enrevesado avispero.
El apresurado caballero se detuvo frente a una
gran puerta de madera y la abrió con un par de llaves.
―Aquí se alojarán el tiempo que necesiten.
Melia jadeaba.
―Gra...cias...
―Coja las llaves, procure no perderlas, diga a su
amo que la habitación debe quedar limpia cuando se
vayan.
―Gracias...
152
―Tenga unas buenas tardes.
―Sí, usted también.
Raros, raros todos.
Asomó la cabeza dentro y vio que la habitación era
inmensa, se preguntó si no se habían confundido.
Estaba forrada de piedra de color rosáceo, con
algunas alfombras de motivos florales en el suelo. A
un lado había una librería y una mesa para media
docena de comensales. Al fondo, una cama y un
ventanal gigantesco que daba a zonas inferiores de la
ciudad y al bosque que se extendía más abajo de la
misma.
Caminó un poco y se acercó a la librería, pensando
si encontraría algo que pudiera ayudarla allí, cuando
fue consciente de un detalle que había pasado por
alto en su primera inspección: solo había una cama.
Se giró de nuevo hasta la gran cama frente al
ventanal esperando que pudiera dividirse como las
camas de algunos hoteles, pero en aquel mundo igual
no había aún esas comodidades.
Su compañero apareció entonces, asomando un
poco la nariz por la puerta.
153
―¿Te has perdido?
Al verla allí, entró.
―No, imaginaba que estaría por aquí.
―¿Conoces este sitio?
―Más o menos.
―¿Una historia que me puedas contar?
―...igual algún día. No me fío de los espías que
pueda haber por aquí.
UrsHadiic movía la cabeza de abajo arriba, por
todas las esquinas de la habitación, se acercó a una
gruesa cortina azul pegada a una de las paredes,
asomó la cabeza y la soltó. Luego se dirigió a la zona
de la cama y pegó la nariz a los cristales de la
ventana.
―¿Por qué te odian tanto?
―La gente nos tiene miedo.
―¿Sin más?
―Les hemos dado buenas razones en dos mil años.
La gente se acuerda.
154
UrsHadiic seguía dando vueltas por la habitación,
metiendo su afilada nariz por todos lo recovecos que
encontraba.
―¿Habéis estado en guerra?
―A veces... No somos como ellos, no son capaces
de entendernos, así que procuran mantenernos lejos,
y cuando estamos aquí, se ponen nerviosos.
―...tú no pareces muy diferente―el daimión se
volvió para mirarla―, quiero decir, dejando la parte
en la que te transformas en un bicho enorme.
―Creo que no tienes ni idea de lo que estás
hablando.
―...¿por qué no me lo cuentas tú entonces?
―Te acabaría mintiendo, buscar mentiras es
mucho trabajo y no me vale la pena. Prefiero no decir
nada, no necesitas saberlo.
―¿Por qué?
―Tú limítate a mantener esta habitación
ordenada, abrir la puerta cuando traigan comida y
mis cosas en orden para cuando tengamos que salir
155
corriendo. No te pido más y tú no necesitas saber más
tampoco.
Entonces llamaron a la puerta. Melia se tragó el
montón de palabrotas que se le habían acumulado en
la punta de la lengua.
Fue a abrir de mala gana, prácticamente bufó
delante de la pobre chica que traía la cena.
La pobre chica no se inmuto, de cualquier forma.
Tenían una flema inmensa en aquel lugar.
―Su cena―dijo, metiendo un carrito dorado con
varios platos cubiertos y jarrones que echaban
humo―, si quieren algo especial para los próximos
días, el comedor está en el edificio inferior, manden a
sus esclavos con lo que les interese y el dinero extra.
La chica se dio media vuelta y se fue, sin esperar
que le diera las gracias.
UrsHadiic se acercó rápidamente al carro y empezó
a levantar las cubiertas de los platos.
―¿Dónde está la carne? Oh, aquí.
―Idiota.
156
―Muy bien...
Apenas había llegado a levantar los ojos del plato
para mirarla.
―¿Ese es vuestro problema?, ¿sois todos igual de
desagradables?
―No, la mayoría no se molesta en serlo. Detrás de
la cortina azul hay un cuarto para ti, puedes retirarte
a jurar contra mí, si te hace sentir mejor.
―¿Me estás echando?
―No, sueles desaparecer siempre a la hora de
cenar, creía que pensabas seguir la costumbre.
―...me llevo mi cena.
―Bien.
Melia buscó un plato de algo que pareciera
digestible y se fue hasta la cortina. Al menos tenía
que estar contenta de tener su propia habitación; no
era más que un pequeño habitáculo rectangular, con
el espacio justo para la cama de una persona más bien
bajita y delgada, y una mesilla.
157
Dejó el plato sobre la misma y se sentó, lanzando
hondos suspiros.
En el fondo llevaba razón, no tenía que andar
preocupándose por él o por el resto de daimiones,
tenía que entender cómo volver a casa. Tenía que
comprender mejor cómo funcionaba todo aquel
mundo para mantenerse a salvo y poder regresar.
Suspiró otra vez.
Quería irse, no quería seguir allí. Echaba de menos
a su familia y a su gente, no se había dado cuenta
hasta entonces lo mucho que en realidad le gustaba
su vida. Creía que era tediosa, vacía, un sueño sin
diversión.
Había cambiado de opinión.
Quería salir de allí, rápido.
Con otro suspiro, se puso a comer algo.
Si el jodido UrsHadiic fuera un poquito, solo un
poquitín, menos borde...
Al día siguiente la despertó la luz del día.
158
No se había dado cuenta que tenía una ventana en
su cuarto. Se puso de rodillas sobre la cama y se
asomó. Vio las esquinas blancas de un par de casas y,
hacia abajo, varios puestos y estructuras con telas de
colores. Llegaba ya hasta ella mucho bullicio desde
aquella zona inferior pese a ser aún temprano.
Continuó mirando alegremente con curiosidad
hasta que oyó una voz tras ella.
―Es el mercado.
UrsHadiic había levantado la cortina, no estaba
contento.
―¿Puedo ir a verlo?
―Te llevaré luego.
Se quedó donde estaba, parecía esperar algo.
―¿Qué pasa?
―He tenido que levantarme para abrir la puerta
del desayuno.
―Oh, lo siento― no lo sentía.
159
―Es la primera vez que duermo en una cama con
colchón en diez años y he tenido que levantarme
porque mi esclava duerme como un tronco. Y ronca.
―No ronco.
―¿En serio vas a discutirme eso? Si mañana no te
despiertas a la hora, te quedas sin desayunar.
―De acuerdo.
Se levantó y fue derecha al nuevo carrito que
aguardaba junto a la mesa grande.
No había demasiados dulces, el principal
edulcorante que tenían por allí era la miel, por lo
visto. No le disgustaba, pero tampoco la
entusiasmaba. Probó varias cosas, e intentó recordar
las más ricas para el día siguiente.
―¿Hasta cuándo vas a seguir sentada?
―Tsss, estoy comiendo...
Si él iba a ser desagradable, ella también.
―La ley me permite cinco golpes de bastón si mi
esclavo se muestra perezoso.
Le miró fijamente. No sería capaz...
160
―No tienes bastón.
―Estoy seguro que no me costará encontrar uno.
―Si un esclavo insulta a su amo, ¿cuántos golpes
son?
―Depende, máximo 15 si el amo no pide un juicio
para exigir más, también pueden usarse latigazos.
―Entonces no te digo lo que se me acaba de
ocurrir.
Volvió a su cuarto a cambiarse de ropa, rumiando
hasta que punto UrsHadiic sería capaz de hacer
aquello o no.
El día anterior no dijo nada cuando le llamó idiota,
de hecho, si hacía memoria, había varias ocasiones en
las que había sido muy desagradable con él y
UrsHadiic apenas reaccionaba. Era muy antipático y a
veces decía cosas que la ofendía, pero era su manera
de ser, nunca se había vuelto de forma violenta
contra ella por insultarle o desobedecerle, le había
perdido el miedo, y era un grave riesgo, que la
mayoría de las ocasiones lo que le dijera o hiciera le
importara un pimiento, no quería decir que fuera a
ser siempre así. Igual su mal carácter era la
161
advertencia, ¿por eso decía que los demás daimiones
no se molestaban en ser desagradables?
¿De verdad eran criaturas tan terribles?
Al salir por la puerta vio a dos hombres enormes
esperándoles, de los que no llevaban pantalones.
Por un momento se asustó, pensando que se iban a
llevar a UrsHadiic y darle una paliza, o algo así. Pero
el daimión les estaba sonriendo. Feliz. Muy feliz.
―¿Nos vamos?―dijo volviéndose hacia ella.
Melia le obedeció escurriéndose entre los dos
tipos, tenían unos ceños tan fruncidos que podrían
sujetar una pelota de ping pong entre sus cejas.
―¿Quiénes son?
―Guardaespaldas.
―¿Necesitas guardaespaldas?
―No, pero tengo derecho a ellos y pienso
aprovecharlo.
―No se les ve contentos.
―No lo están.
162
―¿Te conocen?
―¿Necesitan conocerme para no estar contentos
de tener que proteger a un daimión?
Se encogió de hombros y miró hacia atrás. La
verdad es que tenían aspecto de aprovechar para
tirarles por una cloaca (si tenían de aquello allí) en
cuanto tuvieran oportunidad.
―¿Vamos al mercado?
―Sí, necesitas brazaletes nuevos, y algo de ropa...
La ropa que le habían dado era de soldado y ni
siquiera de su talla. Ropa nueva sonaba bien.
El mercado resultaba un caos tan imponente como
el resto de la ciudad. No había diferencias muy claras
de donde empezaba un comercio y donde otro. Dio
con puestos de joyas al lado de pescaderías, dentro de
una librería las escaleras para subían a una
peluquería y una alfarería, y de la alfarería se podía
cruzar a la calle de enfrente por una pasarela, donde
estaba montado una especie de comedor al aire libre:
una mesa de piedra larga, con un hueco por debajo
para los fuegos, y agujeros en la parte de arriba,
donde se metían cacerolas cilíndricas con la comida.
163
Todo tipo de gente caminaba junta entre los
puestos, vio esclavos pobretones como ella, corriendo
de aquí para allá, gente más pudiente, que buscaban
con tesón los mejores precios. Incluso algunas
princesas, con grandes guardaespaldas como los
suyos, que apartaban a empujones a cualquier infeliz
que no se hubiera dado cuenta de la augusta
presencia de la dama.
Una era acompañada por un apuesto hombre muy
moreno, no llevaba ningún pañuelo en la cintura, y
solo un chaleco suelto sobre los hombros, dejando
ver unos bien formados pectorales y abdominales.
―¿Ese es un príncipe?
―Probablemente no, es su pretendiente.
―¿No hay príncipes por aquí?
―A veces, pero no es lo mismo que una princesa.
Los hijos de oligarcas se dedican al ejército o a
administrar las fortunas familiares (que, a veces, es lo
mismo), las mujeres se encargan de la política de las
ciudades, además, son siempre las principales
herederas de sus fortunas. Si las ves pasearse como si
164
toda la ciudad las perteneciera es porque, hasta cierto
punto, es así.
―Ooh... suena bien...
―Pero únicamente puedes sentarte en las Juntas y
ser un miembro oficial de la oligarquía si estás
casado. Así que, las princesas tienen cientos de
pretendientes, de todas las clases, esperando ser
elegidos y conseguir la oportunidad de oler un
asiento en las Juntas, y ellas, poca prisa por asentarse
y tener que compartir sus privilegios.
―¿Qué tengo que hacer para ser una princesa?
―Tener mucho dinero.
―Vaya. ¿Es lo mismo en Ánax que aquí?
UrsHadiic tosió.
―No digas ese nombre muy alto.
―Lo siento―susurró.
―No, es diferente, completamente, ellos tenían
una monarquía. Ahora les gobierna una especie de
Consejo de Sabios, aunque de lo último tengo mis
dudas.
165
―Entonces... ¿no hay más monarquía?
―¿Te refieres a Gerón?... no, no hay más como él.
―Ya...
Bajó la vista al suelo y suspiró. Echaba de menos a
Gerón.
―Ven, ahí hay una tienda de ropa...
UrsHadiic le cogió de la mano y la llevó entre la
gente a unas pequeñas escaleras que bajaban en
caracol hasta una casa subterránea. Aunque no era
subterránea en realidad, simplemente estaba a un
nivel inferior por el que pasaban ellos.
Una mujer también muy morena y de mediana
edad salió a recibirles con grandes ojos abiertos que
se movían arriba y abajo con espanto al ver su ropa.
―¿Desean algo?
―Necesito ropa nueva para mi esclava, ella les
dirá lo que quiere.
Melia se volvió. Ella no tenía ni idea de lo que
quería.
166
La dependienta asintió y la invitó a seguirla hasta
un mostrador, parpadeó al ver entrar a los dos
guardaespaldas, mientras le enseñaba unas telas y le
decía cómo quedarían mejor con su color de pelo.
UrsHadiic había salido de la tienda, pero los
guardaespaldas la esperaban allí. La señora fue a
intercambiar unas palabras con ellos, mientras Melia
se decidía entre un estampado floral de lilas violetas
en un lecho carmesí, o un estampado floral de
violetas carmesíes en un lecho lila.
La dependienta volvió un poco agitada. Melia
ignoró su visible estado de ánimo y le indicó lo que
prefería. Al cogerle las medidas, la mujer temblaba.
―Cariño... date la vuelta, tu amo... eh... ¿sabes
quién es?
―Sí... ¿por qué debería saber quién es?
―¿Sabes que es un sourio?
―Sí...
―...¿no te importa?, levanta los brazos...
―¿Debería?
167
―Oí que uno despellejó a una pobre anciana en
Dis porque no quiso darle comida. La encontraron sin
un solo centímetro de piel encima...
Melia no pudo evitar poner cara de espanto, pero
tampoco era dada a creerse todos los chismes que le
contaran.
―Son
monstruos―intervino uno de
sus
guardaespaldas―, no tienen conciencia, ni moral, ni
compasión. Cuando andan entre nosotros solo se
comportan porque saben que acabaremos con ellos si
no.
Los otros dos presentes
comentario con la cabeza.
afirmaron
aquel
―¿Cómo sabéis eso?, ¿conocéis a muchos?
―intervino Melia, sintiendo aquella incomprensible
necesidad de defender a UrsHadiic.
―Son así―continuó el hombre―, esa es su
naturaleza, en otros tiempos se les adoraba, pero Daia
cayó y ya no son más que bestias. No tiene más vuelta
de hoja.
¿Daia?
168
―Hace unos años vivían tres en uno de los barrios
inferiores, cerca de mi casa―siguió la costurera―.
Me daban mucho miedo, un día uno apareció
destripado y las autoridades tuvieron que atacarles
por sorpresa con doscientos soldados para poder
detener a los otros dos.
―¿Cómo sabe que fueron sus compañeros los que
lo hicieron?
―Querida, ¿quién si no es capaz de destripar un
sourio? Jamás pasé tanto miedo en mi vida.
Melia prefirió no decir nada más. El ambiente
estaba cargado, había miedo y tensión. Incluso
aquellos gigantescos hombres parecían tener ganas de
esconderse, como si al hablar de los daimiones
estuvieran invocándolos y fueran a presentarse allí
para despellejarlos a ellos.
Dio las gracias a la señora, llevándose algo de ropa
e indicando la dirección a la que podía enviar el
resto.
Fuera seguía siendo un día soleado. En lo alto de
las escaleras, UrsHadiic esperaba sentado, comiendo
algo.
169
―¿Quieres?―le ofreció.
―¿Qué son?
―Caruones...
Encontró gracioso que después de la tensa
conversación que había ocurrido abajo, UrsHadiic
estuviera allí tranquilamente comiendo dulces. Melia
cogió uno y lo masticó con cuidado. Estaban
calientes, eran como buñuelos, muy ricos. Cogió dos
más.
―Puedes quedártelos todos, yo ya he comido
bastantes.
―¡Gracias!―recogió la pequeña cestita de mimbre
que le tendía. Se encontró que no podía sujetar la
ropa y comer al mismo tiempo.
―Oh, déjales los bultos a nuestros amables
guardias―dijo el daimión con una gran sonrisa―,
seguro que están encantados de ayudarnos.
Un poco cohibida, tendió los bultos a sus
guardaespaldas. Los ojos de los hombres echaban
rayos, sabía que no eran por ella, pero aún así se
sintió mal...
170
Compraron algunas sandalias de cuero. Vio
zapatos, con un ligero tacón, sin talón y punta
triangular, tenían bastantes bordados y piedras semi
preciosas cosidas. Eran incómodos y caros, asumió
que a ella no le servirían para nada.
A mediodía se detuvieron a comer en uno de los
servicios al aire libre, desde donde se podía ver gran
parte de la extensión de todo el mercado. Le gustaba
aquel sitio, era irreal, pero alegre y lleno de cosas
interesantes, sentía como si estuviera haciendo
turismo en un país extraño en un tiempo aún más
extraordinario.
Antes de volver a su habitación, compraron sus
brazaletes nuevos, de bronce, con un dibujo de rosas
y una piedra verde. Eran preciosos y le hubieran
gustado más si no dirían ‹‹miradme, soy una
esclava››.
Una de las cosas que más le llamaron la atención
eran la cantidad de joyas hechas con perlas. Había
abalorios de perlas para casi cualquier parte del
cuerpo, en largas cadenas, o creando formas
complejas, en coronas y collares.
171
UrsHadiic le explicó que hacía más de mil años
que se terminaron las minas de oro y plata en Ethlan,
los metales preciosos tenían un precio ridículo, solo
las más grandes fortunas podían permitirse usarlos y
porque las heredaban. Para el resto, la base del
dinero eran perlas y podían usarse como moneda,
junto con las de latón y bronce.
Al regresar, Melia descansó un poco. Aquella
noche era la primera de una serie de grandes fiestas
para ellos, y el resto de soldados, por la victoria
contra Áncula. No es que la hiciera muy feliz acudir,
no quería recordar aquella batalla y, menos aún,
presenciar cómo otros se alegraban de que Gerón
estuviera muerto. Pero UrsHadiic estaba decidido a
presentarse, iba a usar y abusar todo cuanto pudiera
de los homenajes que debían darles.
Después de una cabezada en su cuartito, se
encontró bastante aburrida y empezó a repasar los
libros de la librería, quería encontrar alguno que
hablara de leyes, sobre todo de las leyes respecto a
los esclavos, ya que su compañero compartía la
información según le interesaba, decidió que tendría
172
que investigar por su cuenta. Un rato después
abandonó la búsqueda alzando los brazos con
frustración, a duras penas entendía lo que había
escrito y los únicos textos comprensibles estaban
llenos de dibujos eróticos.
―¿Qué es ‹‹daia››?―preguntó a su compañero,
que aún roía algo de comida mientras leía un libro
(que hasta entonces había imaginado sería bastante
inocente).
―¿No te lo dijo Gerón?
―...no lo recuerdo, creo que no.
El daimión cerró su libro, tenía el ceño fruncido,
más en gesto pensativo que por estar enfadado. La
diferencia era extremadamente sutil.
―Qué raro, no es que el tipo supiera estar callado.
Se levantó de la silla, se acercó hasta la librería y
remiró las diferentes portadas. Sacó un grueso tomo
con tapas de cuero rojizas, abrió una página y la
colocó en la mesa, delante de ella.
―Esto es Ethlan.
173
Melia se inclinó. Al principio no veía más que
palabras escritas en todas las direcciones posibles y
un montón de rallas. La incomprensión debió de
reflejarse en su cara.
―Esta línea es la costa―continuó UrsHadiic
señalando una gruesa y marrón―, las finas son
divisiones territoriales, no te hace falta entenderlas.
Las negras son bosques y montañas, las azules ríos.
Las palabras marcan una ciudad, o pueblos, o
territorios, o algún monumento que posiblemente ya
no exista.
Gracias a sus indicaciones consiguió encontrarle
algo de sentido al dibujo. La isla era alargada, su
contorno formaba una ‹‹z›› estirada, con puntas finas
y más gruesa, y casi circular, en el centro.
―Daia es un viejo título, también es otra manera
de llamar a la Isla. Era una especie de poderosa reina,
o diosa, su nombre no se pronunciaba nunca, así que
la mayoría no lo conocemos. Ella creó la Isla o, más
bien, puede que sea la Isla, nacieron al mismo tiempo.
No tengo ni idea, dependiendo a quien preguntes dirá
cosas distintas. Al principio, la Isla vivió años felices
en Geo, Daia se encargaba de que las cosas fueran
174
bien, la comida abundaba, el comercio con el exterior
fluía y todos contentos. Sin embargo, la gente de
fuera intentó conquistar la Isla... Resumiendo: hubo
guerra, mucha gente murió por nada, y Daia, que era
todo amor y generosidad, o eso dicen, no podía
entender que la gente se matara de aquella manera,
así que decidió que ella debía morir también, para
poder comprender qué tenía la muerte para que los
humanos la eligieran con tanta alegría. Así es cómo
Ethlan se hundió. Sencillamente, murió con ella.
Permanecieron en silencio un momento, Melia
intentaba asimilar aquello y compararlo con lo que
creía saber.
―Gerón me dijo... que fue una maldición.
―Supongo que será lo que a él le parece.
―Así que luego empezasteis a pelear entre
vosotros.
―Sí, más o menos. Los Ánax eran los aristócratas
e intelectuales, vivían en la zona interior de la
isla―dijo señalando el círculo del centro―, los
ánforos
eran
agricultores
y
ganaderos,
principalmente. Vivían en los grandes campos del
175
exterior. Cuando Daia cayó, la isla... se detuvo, por
decirlo así, no solo quedó aislada de cualquier parte,
el tiempo empezó a funcionar de manera extraña.
Apenas llovía, pero los campos seguían igual, no
germinaban, las frutas no maduraban, los animales y
la gente dejaron de tener crías... En Ánax se
prepararon, cogieron todas las provisiones que
pudieron y decidieron guardarlas, los ánforos se
enfurecieron y exigieron su parte de la comida. Así
empezaron. También luchaban por el dominio de los
Lagos, por ellos y por los daimiones, los anaxes
salieron del interior de la Isla.
―¿Los Lagos?
―Tú viniste de uno.
―¿Los aionios?
―Sí, exactamente. Son aguas extrañas, bendecidas
por Daia, dicen, descubrieron que podían cruzar al
otro lado.
―¿Cómo?
UrsHadiic sonrió, no parecía una sonrisa muy feliz.
―Seguro que te interesa saberlo.
176
―¡Claro que me interesa!, quiero volver a casa.
―¿No te lo dijo Gerón?
―Me dijo que solo él podía.
―Sí, bueno... La verdad es que hubo sorpresas
desagradables, ya que no todos podían cruzar. Los
Lagos hicieron cosas extrañas con la gente no
adecuada o... los ‹‹rebotaron››.
Melia hizo una mueca.
―¿Qué hacían qué?
―Los enviaban de vuelta a la isla... pero a otra
época.
Se rascó el brazo. Aquello empezaba a sonar raro,
y peligroso.
―Mira―continuó―, esta Isla está perdida en una
especie de limbo en ninguna parte, el tiempo no tiene
mucho sentido, hay viejos calendarios de los
primeros siglos que intentaban poner algún orden,
pero los abandonaron.
―Pe... pero, has dicho que los animales y la gente
dejaron de tener hijos, pero yo los he visto.
177
―Sí, nacen, el tiempo no está completamente
quieto, solo ralentizado, y caótico. ¿No te parece que
hay menos niños que en tu mundo?
Intentó recordar. Había vivido en un pueblo
tranquilo, no especialmente tradicional, a principios
del siglo XXI, por inercia, no se tenían muchos hijos;
pero era cierto que en aquel lugar apenas los había
visto. Con toda la gente con la que se habían cruzado
en el mercado, si se ponía a pensar, no era capaz de
recordar un solo niño pequeño.
―Y... eh... ¿sabes dónde puedo informarme más
sobre los Lagos?
UrsHadiic cerró el libro de golpe, dando por
finalizada la clase.
―No, ni idea. Vete a vestirte, es hora de ir a la
fiesta.
Melia le miró con desconfianza.
―Me estás escondiendo algo…
―Te estoy escondiendo muchas cosas, ninguna
que te convenga saber. Levántate y vete a cambiarte,
no voy a repetirlo más.
178
Bufó, molesta. No quería ir a una estúpida fiesta,
quería quedarse a pensar... Se puso en pie de mala
gana y fue hacia su habitáculo, a medio camino se
detuvo y se dio la vuelta.
―¿Puedo saber qué pintáis los daimiones en todo
eso?
―No. Hay un baño para mujeres al final del
pasillo, tienes media hora.
179
Capítulo 8 Noches alegres, mañanas tristes
Melia tuvo que esperar después de prepararse,
había sido todo lo lenta que se le había ocurrido ser,
pero UrsHadiic adivinó sus intenciones y le dijo que
marcharían media hora antes de lo que quería en
realidad. Le miraba con irritación mientras el
daimión seguía con su libro, muy satisfecho consigo
mismo.
Los pacientes guardaespaldas vinieron a buscarles
unos minutos después y marcharon a la fiesta.
Llegaron a un salón circular. Había lujo por todas
partes, a aquella gente le encantaban las cosas
recargadas y brillantes.
180
Caminaba detrás de UrsHadiic, entre él y los
guardaespaldas, mirando con curiosidad a un lado y
al otro a toda la gente interesante. No había mesas,
los esclavos corrían de un lado a otro con grandes y
pequeñas fuentes de alimentos, además de jarras y
jarrones de varios tipos de líquidos. Los invitados
estaban reclinados en largos bancos situados en la
periferia, mientras que en el centro de la sala, había
músicos y bailarines.
Muchos invitados también se paseaban entre los
bancos, hablando con vecinos y amigos, o
saludándolos. Sentados a sus pies, sus esclavos
intentaban recogerse para no entorpecer el paso de la
comida y los comensales.
Indicaron uno de aquellos bancos para UrsHadiic y
Melia pudo ver a Dasus a poca distancia.
―Hola― dijo, saludándolo. El caballero le
devolvió el saludo―. Parece que hay gente agradable
en esta fiesta.
Su compañero se tumbó lánguidamente y suspiró.
―No conseguirás hacerme enfadar.
181
Melia miró a su alrededor. Había una alfombrita
rectangular en el suelo a los pies del banco de
UrsHadiic. Para ella.
―Pues qué bien...
La fiesta fue bastante amena, tuvo que
reconocerlo; pero únicamente hasta que pararon la
música, entonces unos tipos de voz engolada
empezaron a contar batallitas en honor a los
homenajeados de la noche. Comenzaron hablando de
lo terribles y poderosos que eran Áncula, Oijme y
Gerón, de todas las cosas malas que habían hecho a
lo largo de milenios, y millones de chismes más.
Se sentía realmente incómoda por la manera en la
que se referían a ellos, al avanzar la noche se atrevían
con bromas de mal gusto, sabiendo que la gente ya
estaba lo suficientemente borracha como para reírse
de todas y cada una de ellas.
Aquella combinación de tragedia y vulgaridad le
estaba crispando los nervios. ¿Cuánto había pasado?,
¿una semana?, toda aquella gente muerta y hasta sus
compañeros se reían. Sintió náuseas.
182
Dos princesas habían decidido presentarse un
momento en frente de UrsHadiic y tuvo que apartarse
a una pata del banco.
Solo los bombachos ya abultaban más que ella.
―Creía que los bichos como tú no gustaban a
nadie por aquí―dijo cuando consiguió recuperar su
sitio.
―Son princesas, su mundo es otro, y si quieren
conocer a un daimión yo no tengo intención de
negarme.
El doble sentido de aquella frase terminó por
marearla del todo.
―¿Podría volver a la habitación?, no me encuentro
bien aquí.
El ceño de UrsHadiic tembló un poco, pero tras
unos segundos de silencio contestó.
―Vete.
Con un suspiro de alivio, Melia se puso en pie y
pidió a uno de los guardaespaldas que la ayudara a
encontrar
su
habitación.
Aún
se
sentía
completamente perdida allí.
183
Al llegar, el cuarto estaba oscuro y silencioso. La
cama de UrsHadiic, frente al ventanal, recibía algo
de luz nocturna. Se dirigió allí para coger una vela,
esperando no tropezarse con nada por el camino.
Luego fue a su habitáculo, entraba una dulce brisa
fresca por su pequeña ventana. Se puso una nueva
camisola blanca para dormir, se metió en la cama y,
con un breve pensamiento a lo silencioso y tranquilo
que estaba todo, se quedó dormida tan rápido como
no lo había hecho en mucho tiempo.
Tuvo un sueño. Uno de sus sueños especiales.
Hacía tiempo que no los tenía, en Ethlan no soñaba, o
soñaba cosas horribles.
Estaba en su casa, en su cuarto.
Corrió a la puerta encantada, pensando que podría
ver a sus padres.
―¡Mamá!, ¡papá!, ¡estoy aquí!
Corrió al salón, le parecía haber oído voces, pero
era solo una ventana, estaba abierta y entraba el
sonido de la calle.
184
―¿Papá?, ¿mamá?
Recorrió todas las habitaciones, una por una.
No había nadie.
¿Qué hora era?, ¿qué día era?, ¿dónde estarían?
Se sentó en una silla, pensando que igual no
importaba si les esperaba. A veces los sueños podían
durar mucho.
Vio el teléfono y pensó en llamarles, en llamar a
alguien, a cualquiera.
Al descolgar, no daba señal.
Suspiró y volvió a sentarse.
Esperaría, esperaría allí.
Notaba que el sueño terminaba, lo notaba.
Miró con desesperación a su alrededor, intentando
recordar si estaba todo en su sitio. Junto al teléfono,
había un bloc de notas y un bolígrafo.
Los cogió y pensó qué podía decirles. No sabía...
No se le ocurría nada...
Dejó que sus manos garabatearan algunas palabras.
185
‹‹Estoy bien. Os quiero.››
Posiblemente, con eso bastaría.
El sueño terminaba.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
¿Por qué no podía quedarse allí?, no quería
marcharse...
¿Por qué...?
Dos fuertes golpes la sorprendieron. Se levantó de
un salto, venían de su habitación.
Caminó hasta allí con el corazón en un puño.
Otros dos golpes más retumbaron.
¿Quién...?, ¿qué...?
Abrió la puerta con cuidado, pero en el interior no
había nadie.
Entonces
porque...
recordó
que
Su cuarto se desvaneció.
186
tenía
que
levantarse
Estaba de nuevo en un habitáculo minúsculo. La
luz entraba de un ventanuco sobre ella.
Y alguien llamaba a la puerta de muy mal humor.
―Voy, voy...
Se puso en pie, arrastrándose figurativamente
hacia allí. La chica de las comidas estaba allí.
―Hemos traído una ración de caruones como
pidieron.
Metió el carrito del desayuno, sacó el de la comida
y se marchó.
Melia sonrió encantada y cogió los caruones. Ella
no los había pedido, así que imaginó que lo habría
hecho su compañero. Se volvió hacia su cama, con la
intención de agradecérselo si estaba despierto, pero
no había nadie.
Tardó un momento en entenderlo. La cama estaba
perfectamente hecha, incluso una vela que ella había
dejado sin darse cuenta sobre una almohada el día
anterior permanecía allí.
UrsHadiic no había vuelto aquella noche.
187
Por un momento, se imaginó a los guardaespaldas
reduciéndole aprovechando que estaba borracho y
arrojándole a un pozo.
Luego recordó a las dos princesas que se
presentaron junto a ellos la noche anterior y supuso
que en realidad estaría en un sitio más entretenido.
Se sintió molesta, pero decidió encogerse de hombros
y aprovechar que no estaba para desayunar tirada en
la cama grande y mirar por el ventanal.
Su amo llegó al menos una hora más tarde, con no
muy buena cara.
―Melia... toma esta nota y llévala a las cocinas,
ayer no me eché ungüento y las heridas me están
matando.
―Vale.
Le arrancó la nota de entre los dedos, con más mal
humor del que creía sentir y, sin intercambiar más
palabras, bajó a la zona inferior y buscó la cocina.
Volvió un rato después con el ungüento, pero el
daimión se había quedado dormido cabeza abajo
sobre la cama.
188
Barajó la posibilidad de tirarle el ungüento
caliente por la cabeza, pero recordó que aún le
quedaba un poco de sentido común.
―UrsHadiic... UrsHadiic... Te traigo tu potingue
para la espalda...
Se incorporó con cierto esfuerzo, se quitó la
camisa y volvió a dejarse caer en la cama.
―Pónmelo―dijo.
Melia obedeció de mala gana... descubrió que
estaba empezando a sentirse por primera vez como
una auténtica sirvienta. Se le encogió un poco el
corazón ante la idea.
Iba a tener que acostumbrarse a cosas como
aquellas, ¿verdad?
Las fiestas en honor a la batalla duraron casi una
semana, pero en la gran ciudad de Glauco siempre
estaban de celebración en algún lugar. UrsHadiic
acudía a todas y cada una de las cenas, banquetes y
celebraciones que le dejaran entrar. Y aunque una
noche no hubiera podido encontrar fiesta alguna,
189
siempre quedaban otros lugares menos distinguidos
donde entretenerse hasta altas horas. Pocas veces
volvía pronto a la habitación y muchas no volvía
hasta por la mañana, gimoteando por su dolor de
espalda.
Ella intentaba librarse de acudir a las
celebraciones tanto como podía, UrsHadiic no era
difícil de convencer, en el peor de los casos se
exponía a un par de palabras ariscas.
Por lo demás, los días pasaban tranquilos para
Melia, le sorprendió descubrir que disfrutaba de la
vida en la pintoresca ciudad, sobre todo en el
mercado. Aunque apenas se atrevía a salir de allí y
las amplias avenidas que rodeaban en espiral la urbe,
por miedo a perderse, pero aún así tenía más que de
sobra para explorar.
UrsHadiic no solía ir con ella, los daimiones
podían sobrevivir durante mucho tiempo sin comer,
ni beber, ni dormir... pero eso no quería decir que
evitaran hacerlo, más bien al contrario. Si UrsHadiic
era un buen ejemplo del resto de sus congéneres, solo
las alfombras podían pasar más tiempo tumbadas que
un daimión.
190
Un día Melia llegó lo más lejos que había ido
nunca fuera del mercado. Estaba subida al tejado de
un edificio, junto a una carretera principal, a sus pies
se levantaba una de las puertas de salida de la ciudad,
y más allá pudo ver campo abierto y bosque.
Sus pulseras la señalaban como esclava, pero
aparte de eso no había nada más que la impidiera
escaparse de allí.
No quería hacerlo, sin embargo, había aún
demasiadas cosas que no entendía y estaba contenta
con UrsHadiic. No es que no quisiera volver a su
hogar, es que no sabía, la incertidumbre la asustaba.
Pensó que por el momento no tenía prisa, estaba bien
allí, no tenía razón alguna para apurarse, ¿verdad?
Sus emociones eran un amasijo retorcido de dudas
que la confundían. Decidió que prefería su situación
tal como estaba, creía que era lo más prudente.
No muchos días después, su compañero vino
temprano a dormir y estaba tan despierto a la mañana
siguiente que fue a abrir al carrito del desayuno sin
protestar.
191
―¿Ocurre algo?―preguntó Melia muy extrañada,
había quedado a medio camino de la puerta y aún no
podía creer sus ojos.
―¿A qué te refieres?
―Te noto madrugador.
―Tengo que planear cosas hoy.
―¿Planear?
―Posiblemente nos vayamos mañana.
―Mañana... ¿ha ocurrido algo?
―No, pero no voy a quedarme a esperar que ellos
den el primer golpe.
―¿Quiénes son ellos?
―Todos los que no me quieren aquí, conoces a
uno.
―¿En serio es tan malo como dices?
―No estaría seguro de cuan malo puede ser hasta
que se decidan a actuar. Tengo unas cuantas personas
poderosas e influyentes que no me quieren aquí y una
gran mayoría a las que no gusto de cualquier forma, y
les importará tres pimientos lo que me pase. Lo mires
192
como lo mires, me acabarán echando... o algo peor.
Prefiero irme cuando aún tengo todas las puertas
abiertas, comida y dinero bien guardado.
―¿Y tus princesas no te echarían de menos?
UrsHadiic hizo un extraño gesto con la cabeza.
―No, no te creas...
Melia no pudo evitar que se le escapara una risilla
malévola.
―Muy bien, ¿qué tengo que hacer?
―Primero iremos al mercado a por provisiones,
luego las guardaremos y dejaremos todo preparado
para mañana.
Terminaron de desayunar y bajaron hasta el alegre
bullicio del mercado, que estaba más animado que
nunca. Iba a echarlo de menos, esperaba volver a ver
más ciudades en el futuro, con más mercados como
aquel.
Compraron mucha comida, pero UrsHadiic se
detuvo varias veces delante de puestos de joyas.
193
―¿Qué haces?―le preguntó mientras miraba unos
adornos para el pelo.
―Gastar dinero... ¿te gusta ese?
Era una horquilla con una flor roja de cristal
rodeada de finas filigranas de oro a modo de hojas.
―Es muy bonito―reconoció.
Llamó al vendedor y le señaló la pieza, el hombre
la cogió y se la entregó.
―¿De verdad vas a comprarlo?, dijiste que el oro
es muy caro.
―Precisamente, tengo que aprovechar para gastar,
no me voy a poder llevar todo lo que quiero... Toma,
es para ti.
Abrió mucho los ojos.
―¿En serio?
―Sí, póntelo...
―Bien... gracias... ¿Qué tal?
―Igual deberíamos comprar sandalias nuevas,
creo que las vamos a necesitar.
194
Melia suspiró. ¿De verdad no podía haber dicho
nada bonito? ¿La amabilidad daba urticaria a los
daimiones?
De vuelta a la habitación intentó mirarse en el
espejo de metal de la pared (y que al principio no
tenía ni la más remota idea de para qué servía, por lo
visto aún no sabían usar el cristal para hacer
espejos). Le quedaba bastante bien, de hecho, se
encontró bastante guapa en general. Había cogido un
bonito color en la cara y su pelo se veía un poco más
rojizo y brillante que de costumbre.
Aquella noche, UrsHadiic insistió en salir, aunque
a ella no le apetecía nada y no entendía que quisiera
ir de fiesta cuando al día siguiente iban a marcharse.
Consiguió convencerla porque aseguró que el sitio
sería diferente, con poca gente, sin chistes guarros y
que volverían pronto, de todas formas.
Melia se arregló y estudió maneras de colocarse la
horquilla. Igual no era tan mala idea un paseo de
noche.
Al salir fuera de la habitación, se dio cuenta que
faltaban los guardaespaldas.
195
―Me han terminado por aburrir―explicó
UrsHadiic con desinterés―, ¿nos vamos?
Le estaba tendiendo el brazo, Melia lo miró un
poco confundida, pero se acabó sujetando a él.
Caminaron entre oscuros pasillos, iluminados solo
por dispersas antorchas. Entre los resquicios de los
hogares podía ver que era noche cerrada, una noche
azul, con una gran Luna Llena en el cielo. El viento
era fresco y se colaba, haciendo curiosos sonidos,
entre las extrañas callejuelas y puertas de aquella
peculiar ciudad.
Apenas se cruzaron con nadie, oía nada más que
sus pasos y el viento. Resultaba algo inquietante,
contando la cantidad de viviendas que había a su
alrededor, lo enorme del silencio y la oscuridad.
―¿Seguro que vamos a una fiesta?―tenía la
impresión de estar dando vueltas.
―Sí, te llevo al corazón de Glauco.
No le respondió nada. No sabía qué decir de todas
formas. Encontraba todo aquello inusual, pero no la
preocupaba. Se dio cuenta, no demasiado
sorprendida, que confiaba en UrsHadiic pese a todo,
196
si él decía que iban al corazón de la ciudad, sería
verdad. Significara eso lo que significase.
Poco después, comenzó a oír unos tintineos.
Intentó localizar su origen, venía de más adelante.
Les acompañaron algunas voces.
Vio un arco con plantas trepadoras de flores
pálidas a la luz de la Luna. Dos niñas estaban paradas
bajo los pilares, riendo y mirándose entre sí. Cada vez
que alguien entraba, agitaban unas ramas de árbol en
las que brillaban pequeños cristales y objetos
metálicos, provocando aquel suave tintineo.
―¿No hay que entrar por ahí?
―No, eso es para la gente vulgar...
―Ya veo, no es para ti entonces.
―En absoluto.
Llegaron a un patio abierto, donde sonaba música
de flauta acompañada a un pequeño instrumento de
cuerda. Era una balconada semicircular, con plantas
colgando hacia abajo en los bordes. Estaba iluminada
principalmente por la luz lunar, aunque flotaba desde
197
el piso inferior el resplandor anaranjado de las
antorchas.
Alrededor de la balconada, en el suelo, reposaban
alfombras extendidas, con pequeñas fuentes de varios
pisos de comida sobre ellas. Había personas sentadas
allí, charlando y observando con cierto desinterés lo
que ocurría en la zona inferior.
Melia se dio cuenta que la mayoría eran parejas.
Miró a UrsHadiic por el rabillo del ojo. ¿En qué
estaba pensando?
Se sentaron en una de las alfombras. Desde aquel
lugar podían ver parte del piso inferior: pegada a una
alta pared de piedra, que se alzaba por encima de sus
propias cabezas, había una suerte de piscina circular
sin agua, con mosaicos de peces y otras figuras
acuáticas que no pudo reconocer.
Alrededor de aquella piscina vacía había varias
mujeres, la mayoría jóvenes y cubiertas de los
hombros hasta los pies con un faldón blanco, sin
ningún tipo de adorno. Una de mayor edad estaba
subida en un alto, al lado de la pared de roca, en un
atril vio que reposaban tablas de madera. Supuso que
198
sería un libro, los había visto parecidos, aunque no
tan grandes. La mujer mayor tenía un gran moño y,
de vez en cuando, miraba al cielo, al libro y a la pared
de roca.
―¿Quiénes son?―dijo señalando a las mujeres de
blanco.
―Sacerdotisas de Daia.
―¿Qué hacen?
―Esperan. Cuando Ethlan se hundió, el tiempo
atmosférico también cambió, apenas llueve, si te has
dado cuenta. Sin embargo, muchos ríos siguieron
fluyendo de las montañas. La gente intentó buscar su
origen, los conflictos por el control del agua
continúan. Nunca encontraron la fuente original,
solo saben que la mayoría de los ríos provenían de la
Montaña de Etimón... También dieron con rocas
como esta.
―¿Qué les pasa?
―Cada tres lunas lloran. Surge agua.
―¿De verdad?
199
Melia miró con atención la pared de piedra. Estaba
seca y lisa, desde allí no veía nada extraordinario, no
era más que una gran pared gris, de alrededor de 15
metros, opaca y sin brillo.
―Hay gente que cree que esto es una señal de
Daia, una manera de mantener a la isla con vida,
porque creen que tras descubrir lo que es la muerte,
volverá con nosotros más poderosa que nunca,
devolverá a Ethlan al Geo y, esta vez, extenderá su
generosidad por todo el mundo, para que no vuelva a
haber envidias.
‹‹Pues va a tener trabajo›› pensó Melia.
―¿Tú crees eso?―preguntó.
UrsHadiic la miró.
―Yo creo que me da igual.
―¿Y por qué me has traído hasta aquí?
―Siempre andas curioseando por todas partes, se
me ocurrió que te gustaría verlo.
Sonrió, sintiendo que se ruborizaba un poco.
200
Por la noche, los ojos de UrsHadiic podían brillar
como los de un gato en cuanto reflejaban un poco de
luz, resultaba un tanto lúgubre e inquietante; era
imposible saber hacia donde miraban y su expresión
resultaba indefinible. Sin embargo, en aquel
momento tenía la cabeza inclinada hacia ella, con el
pelo proyectando sombras sobre su rostro, por lo que
podía ver sin reflejos sus pupilas oscuras y cálidas.
Incluso cuando sonreía, y en apariencia estaba
feliz, UrsHadiic pasaba la mayor parte del tiempo con
la tensión gravada en la cara, como si ya fuera parte
de sí mismo. Pero no en aquel momento estaba
relajado, y su expresión era casi... dulce.
Melia se sonrojó un poco más ante la idea.
Las conversaciones a su alrededor bajaron de
intensidad, la gente miraba hacia delante con interés.
―¿Ya empieza?―preguntó, rompiendo el extraño
silencio entre ellos.
Se inclinó hacia delante, pero no había nada
diferente en la piedra.
La mujer del moño seguía mirando a lo alto, al
libro y a la roca, ahora con cierta preocupación.
201
―Parece que hoy se
poco―respondió UrsHadiic.
está
retrasando
un
―¿Es normal?
―No lo sé.
Continuaron esperando, las voces volvieron a subir
de volumen, la gente se inquietaba.
Entonces, casi tímidamente. Se dio cuenta que la
roca cambiaba de color, se volvía más oscura; cuando
esto quedó claro para toda la gente que aguardaba,
empezaron a oírse exclamaciones de alivio. Una zona
circular en lo alto de la pared se estaba oscureciendo
a mayor velocidad, y en un momento, un rápido
reflejo, un parpadeo brillante: el agua empezó a
brotar.
Cayó desde aquel alto a la piscina en el suelo,
haciendo un pequeño remolino que fue creciendo a
medida que el agua brotaba con más intensidad.
La gente abajo soltaba vítores y se oían tintineos.
Melia observaba sorprendida como manaba agua
de una roca. Una parte de su cabeza le decía que
202
tenía que haber una explicación, a la otra no le
importaba en absoluto.
En el momento en que el agua iba a desbordarse,
se abrió una compuerta y la piscina se estabilizó.
―¿Hasta cuando va a seguir manando?―preguntó.
―Hasta la próxima Luna.
―¿A dónde va ahora?
―¿Quieres verlo?
―¿Podemos?
UrsHadiic sonrió, se puso en pie y le ofreció una
mano para ayudarla a levantarse.
Bajaron unas empinadas escaleras y se
encontraron en medio de un inesperado bosque en
medio de la ciudad.
El agua corría entre las piedras de una pequeña
cuenca mientras a su alrededor la gente tocaba,
cantaba, batía palmas y bailaba. Vio a las niñas de las
ramitas corriendo entre los árboles, agitando los
cristales brillantes la una a la otra y saltando sobre el
arroyo.
203
En un momento se acercaron hasta ellos y
comenzaron a dar vueltas a su alrededor,
persiguiéndose la una a la otra.
―¡Lluvia viene, lluvia cae, las nubes nos cogen,
los gotas nos mojan y brillan las hojas...!
―canturreaban.
A Melia la cogieron desprevenida y se arrimó a
UrsHadiic para dejarlas sitio.
―No muerden―dijo el daimión, divirtiéndose al
ver su cara de sorpresa.
―Eso no lo sé―respondió, intentando mantener
un poco la dignidad.
Notó como le pasaba un brazo por la cintura y
continuaron caminando en cuanto las niñas salieron
a correr entre otra gente.
Siguieron el curso del agua, parecía atravesar toda
la ciudad hasta el pie de la colina.
―¿No la aprovechan?
―No, es agua sagrada. Tienen pozos para la ciudad
y un río mayor en el área norte. Esta agua es para las
plantas.
204
Melia miró a lo alto a las copas de los árboles.
Podía entreverse la Luna pálida y luminosa entre las
ramas, estaba segura que era más grande que la que
existía en su mundo.
Con el brazo que aún tenía suelto, UrsHadiic rodeó
por completo su cintura y le dio un beso en un lado
de la frente.
Melia sintió que se ruborizaba. Le miró a los ojos y
sonrió, sorprendida por lo cariñoso y amable que veía
a su compañero. Le gustaba.
Ella también se inclinó hacia él, buscando sus
labios. UrsHadiic se mostró un poco tímido, al
principio, incluso hizo amago de soltarla, lo que dejó
perpleja a Melia, pero pronto desaparecieron las
inquietudes y continuaron besándose.
El abrazo del daimión era muy suave, como si
estuviera intentando dejar espacio entre ellos o
tuviera miedo de que se fuera a romper. Ella le pasó
los brazos por el cuello, intentando acercarle más.
Se sentía muy feliz en aquel momento, como si
hubiera encontrado en UrsHadiic algo que ni siquiera
se daba cuenta había estado buscando. Podían haber
205
muchas cosas malas en el daimión, pero en aquel
instante no importaban ninguna.
Melia hubiera pasado la noche allí, en el bosque
con la Luna Llena y abrazada a su compañero, pero
éste se apartó un poco. Le miró con incertidumbre,
preocupada.
―¿Quieres que volvamos a la habitación?—
preguntó él, en un susurro. Sus ojos seguían siendo
cálidos e hipnóticos.
Aliviada porque el momento aún no había
terminado, sonrió.
―Sí, vamos…―respondió.
Se cogieron de la mano y, casi corriendo, volvieron
a la ciudad.
Retornaron por aquellos pasillos vacíos, por donde
el viento soplaba y solo unas pocas antorchas
iluminaban una noche de cielo azul. Melia sentía un
hormigueo en el estómago y esperaba que aquella
noche cambiara las cosas con UrsHadiic para mejor,
sin embargo, a medida que se aproximaban a su
habitación, el daimión comenzó a avanzar más
despacio, las marcas tensas de su rostro
206
reaparecieron y, cuando estaban a pocos metros de la
puerta, andaba con tal lentitud que Melia le tenía que
tirar del brazo.
―¿Ocurre algo?
Su compañero no respondió. Sacó las llaves de la
puerta de entre su ropa, le temblaba la mano y,
cuando iba a abrirla, la cerró de nuevo de golpe.
La joven estaba desconcertada.
―¿UrsHadiic... qué...?
El daimión tenía la frente apoyada en el marco de
la puerta y el gesto de su cara contraído.
―¿Te pasa algo?, ¿te duele la espalda...?
Fue a pasarle un brazo por los hombros, pero se
apartó de ella de golpe.
―¡No me toques!―siseó.
Melia saltó hacia atrás, pálida por la sorpresa. No
pudo decir nada. Hacía tiempo que no había visto al
daimión así, desde que era prisionero de Áncula, al
menos.
207
Entonces se dio la vuelta y se alejó de ella con
paso firme.
―¿UrsHadiic?―llamó. No hubo respuesta, ni
siquiera caminó más despacio.
Abrió la boca para llamarle otra vez, pero se dio
cuenta que iba a ser completamente inútil. Si no
contestó la primera vez no iba a contestar nunca.
Cogió aire y dejó escapar un largo suspiro que
acabó en un patético gemido.
¿Qué había pasado?, ¿qué había hecho?, ¿había
hecho algo mal?
Miró la puerta, la llave seguía en la cerradura, pero
no se atrevió a abrir. Volvió a mirar en la dirección
por la que UrsHadiic se había marchado, casi
esperando que apareciera de nuevo.
No lo hacía.
Se sentó en el suelo, llorando y aguardando.
Quería que volviera, quería que por una vez le
explicara lo que le pasaba por la cabeza.
Pasó el tiempo, no supo cuanto, sus propios
cabeceos al quedarse dormida la despertaron.
208
Se puso en pie, dándose cuenta que el daimión no
iba a volver aquella noche.
Abrió la puerta de la habitación con lentitud,
yendo después derecha a su habitáculo, evitando
mirar la cama grande, completamente iluminada por
la Luna. Una vez allí se cambió, se metió en la cama y
decidió que iba a dormir estupendamente.
No iba a pensar más en aquel imbécil.
Era una absoluta perdida de tiempo.
Por no hablar de una irresponsabilidad, ¿en qué
estaría pensando?, acostarse con un cretino como
aquel.
No podía dejar que su cabeza se enredara en
estupideces como aquella, tenía que centrarse en
encontrar la manera de volver a su casa.
Le aguantaba porque la mantenía mientras ella
buscaba una opción mejor a aquella situación, en
cuanto se distrajera se fugaría tan rápido que no
podría encontrarla ni aunque echara a volar.
209
Era un imbécil y posiblemente peligroso. Seguro
que los daimiones no se habían ganado mala fama en
toda aquella isla por nada.
Había sido una mala idea desde el principio, era un
capullo y jamás se había molestado en disimularlo.
Mucho mejor así.
Que le jodan.
Al volver la cabeza en la almohada, sintió que algo
se le clavaba.
Lo cogió y se dio cuenta que era la horquilla con la
flor de cristal rojo.
La dejó sobre la mesilla y notó como los ojos
volvían a llenársele de lágrimas.
Intentó esconderlas entre las sábanas.
‹‹Me quiero ir de aquí... me quiero ir de aquí...››
210
Capítulo 9 Libre
A la mañana siguiente, se juró a sí misma que no
iba a dejarle ver lo mucho que su abandono la había
afectado. No sabía si mostrarse enfadada o intentar
hablar sinceramente con él, preveía que lo último era
una pérdida de tiempo y la razón por la que confiar
en él había sido una mala idea para empezar.
Desayunó y repasó el equipaje varias veces.
Tardaba. El día anterior parecía que tenía mucha
prisa por desaparecer y aquella mañana decidía
retrasarse.
Se sentó en la mesa. Abrió el tomo con el dibujo de
la isla, intentando estudiarlo, pero era demasiado
caótico, no conseguía encontrar nada. Tras mucho
buscar, dio con Glauco, un punto minúsculo. Aquello
211
no le dio buenas vibraciones, creía que Glauco sería
una ciudad más importante.
Era casi medio día cuando UrsHadiic apareció.
Entró en silencio y echó una mirada de arriba a abajo
a la habitación.
―¿Necesitas la medicina para la espalda?―le
preguntó.
El daimión continuó mirando a su alrededor, sin
contestar.
―¿Has guardado todas las cosas?
―Sí...
―Muy bien, cógelas, nos vamos.
Melia frunció el ceño.
―Te he preguntado si necesitas...
―Te he oído y te diré lo que necesite cuando lo
necesite. Ahora coge las cosas.
Se lo había jurado así misma. Pero que la aspen si
no le iba a costar un mundo contenerse.
―UrsHadiic... ¿he hecho algo mal?
212
El daimión apenas volvió la cabeza para mirarla.
―¿Aparte de molestar y hacer preguntas ridículas?
Muy bien. Se acabó el intento de dialogar,
abandonaba cualquier esperanza de encontrar algo de
decencia en aquel tipo.
Obedeció y empezó a recoger su equipaje; unas
mantas enrolladas con ropa y algunos artefactos más,
que llevaba sujetos a la espalda como una mochila, y
un zurrón donde guardaba el resto de sus
pertenencias.
Tomó aire con fuerza, intentando aliviar un poco
el horrible escozor que sentía en la garganta.
A continuación esperó más órdenes de UrsHadiic.
Éste también había terminado de coger sus cosas y se
dirigió al ventanal frente a su cama, se paró y le hizo
un gesto de impaciencia.
¿Iban a salir por allí?
Vio cómo abría la puerta de cristal y saltaba al piso
inferior. Apenas había metro y medio, Melia saltó
también. A continuación se escurrieron entre un
montón de callejuelas.
213
Acabó reuniendo valor para preguntarle qué planes
tenía, él contestó que buscaba salir por una zona
apartada, para que no les vieran.
Habían estado en aquel lugar algo más de un mes,
le había parecido más tiempo. De alguna manera,
echaría de menos aquella ciudad...
Al atardecer consiguieron atravesar los últimos
muros de Glauco. Fue el primer atardecer rojizo que
presenció en la Isla, oyó a algunas personas a su
alrededor comentar con excitación que era posible
que lloviera.
Aquella luz arrancaba reflejos sonrosados de las
casas blancas de la ciudad y esa fue la última imagen
que tuvo de ella.
―¿Qué vamos a hacer ahora?―preguntó a su
compañero.
―Continuar con mi vida―fue la respuesta, el tono
no dejaba lugar a dudas que no iba a decir nada más.
Tampoco es que Melia se hubiera atrevido a
preguntar.
No le gustaba aquel UrsHadiic.
214
Tampoco se atrevía a decirlo.
Los primeros días viajaron casi en completo
silencio, a lo justo se entendían para llevar los
asuntos cotidianos sin muchos tropiezos.
Melia caminaba intentando retener todo lo que
veía y hacían, convencida ya de que tenía que dejar a
su compañero costara lo que costase. Sin embargo,
tuvo muchas oportunidades que no aprovechó.
Intentaba convencerse que aún tenía que aprender
más, reconocer los lugares por dónde se movía, dónde
podría esconderse y de qué vivir, una vez huyera.
Aunque, en el fondo, temía que lo único que estaba
haciendo era depender más de él y acostumbrarse a
aquella vida triste y rota.
Tal como había dicho, UrsHadiic volvió a su
antigua vida, aún llevaba consigo bastante dinero,
pero prefirió ponerse a trabajar antes de gastarlo.
Descubrió que era, poco más o menos, un matón a
sueldo, Melia no estaba segura si llegó a matar
realmente a ninguno de sus encargos, pero lo que oía
le ponía la carne de gallina.
215
Fuera de la oligarquía de las ciudades, los
pequeños pueblos muy dispersos estaban gobernados
en su mayoría por retorcidos mafiosos y caciques,
tiranos en miniatura que imponían su voluntad a la
fuerza si era necesario, sabiendo que los oficiales de
las grandes ciudades estaban demasiado ocupados en
sus propias batallas para prestarles la menor
atención.
UrsHadiic se encargaba de hacer de chico de los
recados a un módico precio, llevando mensajes a
avisperos de criminales que un ser humano con
aprecio por su vida no se atrevería a pisar.
Amenazando, destruyendo y rompiendo huesos de
vez en cuando.
Tenía una lista de clientes y víctimas habituales
por la que se movía constantemente, el único lado
que Melia podía llamar bueno era que nunca se
quedaba demasiado en un mismo sitio, pasaban más
tiempo viajando que metidos directamente en el
‹‹negocio››.
Tenía la impresión de que UrsHadiic intentaba
mantener aquellos trapicheos medianamente ocultos
de ella. Nunca la llevaba consigo a ver a un cliente o
216
a un trabajo, la dejaba sola en un pueblo cercano y,
entre uno y tres días después, regresaba y se ponían
de nuevo en marcha. El daimión pocas veces
mencionaba lo que ocurría, pero Melia no encontraba
demasiados problemas para descubrirlo; se movían
entre pueblos pequeños donde los chismes y sucesos
eran la principal fuente de distracción, así que si
alguien recibía una paliza o se encontraba su casa en
llamas, la noticia circulaba más rápido que la
pólvora.
Guardaba toda aquella información en su cabeza,
acumulando rabia y frustración.
Varias semanas después de dejar Glaucos, aún no
sabía cómo volver a plantarse a su compañero, la
asustaba de un modo que era difícil de explicar. Un
día, sin embargo, no pudo contenerse. Intentaban
hacer un hueco en el bosque para pasar la noche,
estaba muy cansada y hacía frío.
―¿Sabes que tenía una niña pequeña?
―¿Quién?
―El infeliz al que has roto un brazo.
―¿Cómo sabes eso?
217
―Tengo espías, a ti que más te da. ¿Cómo va a
cuidar ahora de la niña?
―Me da igual.
―¡Oh, por supuesto!
Continuaron en silencio hasta encender una
hoguera y poner carne a calentar. Preparaba carne
casi todos los días, ella empezaba a estar harta.
Prefería comer más puré de no-patatas antes que
tener que roer otra vez aquella suela dura que nunca
se hacía por dentro.
―Cuando el tipo se quede sin brazos, supongo que
se los podrás romper a la niña también.
―La niña no debe dinero que yo sepa, su madre
puede abandonar a ese inútil cuando le de la gana,
por aquí hay muchos hombres con dinero que
estarían encantados de tener hijos, aunque no sean
propios.
―Claro, como si fuera tan fácil.
―Yo no veo el problema.
―Porque eres un monstruo.
218
―Sí, ya lo sé. Buenas noches.
UrsHadiic apenas se inmutó al decirlo, pero Melia
estaba temblando de rabia.
―¿Por qué haces esto?
―Intento dormir, deja de molestar.
―Te comportas como un crío.
―Duérmete, o te amordazaré y te ataré a un árbol.
Melia bufó y se echó sobre las mantas. Estaba
enfadada y dolida, y algo preocupada por la amenaza,
pero no iba a discutir más, sabía que no iría a
ninguna parte.
Aquella noche tuvo otro sueño.
Era en un bosque, verde, de árboles altos y con
mucha luz.
Estaba segura que ya lo había visto antes.
Se movió despacio entre los helechos y se encontró
frente a frente con un niño.
―Hola, chiquitín.
219
El niño era delgado, pálido de piel y pelo moreno.
Tenía cejas finas y juntas, y una sonrisa muy pícara,
como si acabara de hacer alguna fechoría, o estuviera
a punto.
Sin decir nada, el niño echó a correr delante de
ella.
Melia le miró extrañada, el niño se dio la vuelta,
esperándola. Comenzó a andar y el niño echó a correr
de nuevo.
―Oh, es eso, quieres jugar a coger. Muy bien.
Empezó a perseguirle por todo el bosque, el niño
era muy rápido, pero le dejaba ventaja para que le
alcanzara un poco, antes de seguir corriendo. Vio
cómo se metía entre algunos arbustos y, en vez de
correr hacia allí, rodeó todo el matorral,
sorprendiendo a la criatura que no la esperaba por
aquel lado.
Fue un sueño divertido. Se sintió muy feliz.
Agotada, decidió sentarse un momento junto a un
pequeño arroyo. El niño vino a sentarse con ella.
―Mamá casi lo mata.
220
Melia parpadeó, era la primera vez que abría la
boca.
―Pero no te preocupes, no dijo nada―continuó,
medio guiñándole un ojo (no lo guiñaba bien).
―¿Quién?―preguntó Melia.
―Ju, adivina... Dice que saldrá a buscarte. Viene a
llorarme todos los días, como si a mí me importara.
Espero que se largue pronto.
No entendía de qué hablaba. ¿Conocía a aquel niño
de algo?
El sueño empezó a desdibujarse.
―Tengo que irme, chiquitín.
―Ah... nos veremos otra vez, ¿no?
Intentó sonreír.
―Espero que sí.
Calculó que, cuando la dejaba en un pueblo, el
margen de tiempo que tenía para poderse escapar era
bastante alto, normalmente no aparecía hasta el día
siguiente.
221
Lo único que necesitaba era decidirse a hacerlo.
¿De verdad UrsHadiic no se había planteado en
ningún momento que intentaría fugarse?
¿Creería que realmente prefería aguantarle antes
que salir fuera?
¿...tan terrible podía ser aquel mundo?
Al día siguiente volvió a abandonarla para hacer lo
que tuviera que hacer aquella tarde. Ni siquiera
estaban en un pueblo, era una triste posada junto a
un camino.
Melia se sentó pesadamente en la cama de la
habitación, intentando no pensar en qué consistiría el
nuevo trabajo de su compañero.
Al menos no había matado a nadie, aún.
Tenía un fortísimo dolor de cabeza por la
discusión del día anterior, se había jurado no llorar
nunca por culpa de aquella bestia, pero sentía que la
cabeza le iba a estallar.
Vio la bolsa de viaje de UrsHadiic sobre una silla.
Siempre la dejaba atrás, así tenía las manos libres, el
muy animal.
222
También era donde guardaba gran parte de su
dinero.
Entonces se dio cuenta...
Aquel era un buen momento.
Saltó hacia la silla y cogió una gran cantidad, no
estaba segura de si debía coger más, siempre le había
puesto nerviosa llevar mucho dinero encima, pero
aquello era una emergencia, podía necesitarlo si no
encontraba una manera de ganarse la vida.
También pensó en lo furioso que se iba a poner
cuando viera que había desaparecido. El único
momento en el que le había conocido feliz fue cuando
consiguió aquel botín.
Si escapaba, iba a tener que asegurarse bien que no
la encontraría nunca. Sabía que ‹‹nunca›› en ese
mundo era un término muy flexible, pero no tenía
idea de cuánto.
Salió de la posada evitando ser vista y comenzó a
andar, con decisión, pero con disimulado desinterés.
No cogió el camino por el que habían llegado ni
por el que se había ido, tomó uno diferente y, en
223
cuanto vio otra bifurcación, eligió la carretera que
más creía se alejaba de la posada.
Huyó a paso vivo hasta que se hizo de noche y ya
no podía ver nada. Como aquel no era un
inconveniente para UrsHadiic, decidió esconderse
entre unos arbustos y descansar.
Fue una noche horrible.
Todas las razones por las que aquello había podido
ser una mala idea vinieron a rodear, asaltar y hundir
su serenidad y sentido común.
Estuvo muy cerca de salir de allí y echar a correr
de vuelta a la posada, esperando que UrsHadiic no
hubiera regresado todavía.
Durante lo poco que consiguió dormir no tuvo más
que visiones de monstruosos daimiones, enfadados y
terroríficos, que hundían su cabeza entre los
arbustos, intentando cazarla.
La despertó un estrépito de alas y estuvo a punto
de darle un infarto.
224
Al pobre gorrión que se posó junto a su cabeza
también. Voló a hasta una rama más alta sobre ella,
trinando por la desconsideración.
Melia intentó volver a respirar con normalidad. No
era más que un gorrioncito gordo y enfadado, no
pasaba nada.
Salió a rastras de su escondrijo y continuó
andando. No tenía ni idea de adónde iba, solo
andaba.
Sin proponérselo se fue internando más hacia el
interior norte de la Isla. El norte pertenecía
principalmente a los ánforos y el sur a los Ánax, en
medio estaba la gran montaña de Entión y era el
territorio de los daimiones, según entendía. No tenía
intención de viajar hasta Ánax, aún, consideraba que
era un viaje peligroso y no sabía lo que se encontraría
al llegar.
Cuando hallaba algún pueblo en su camino, dejaba
caer el nombre de Glauco para ver la reacción de la
gente. Menos de dos semanas después de su partida,
la mayoría de la gente a lo justo reconocía el nombre,
pero no podría situarlo en un mapa. Estaba
225
alejándose a gran velocidad y no había visto ni la
sombra de UrsHadiic. Se sentía animada.
Pero pasada aquella primera preocupación, no
tardó en encontrarse con otras.
Había intentado viajar con discreción, pero
manteniéndose todo lo segura que consideraba
conveniente, lo cual incluía posadas que disminuían
muy rápidamente el dinero que llevaba. Tenía
problemas para dormir sola al aire libre, le
aterrorizaba que pudieran seguirla y asaltarla.
Continuó buscando información sobre los aonios y
la goeteia con la esperanza de regresar a casa, las
gentes de los pueblos se mostraban muy ignorantes
respecto a Ethlan, Geo, los Lagos y cualquier otro
tema similar.
Decidió que lo mejor sería indagar en las ciudades.
La primera que encontró no era ni la mitad de
grande que Glauco. Poseía una especie de biblioteca y
santuario, donde esperaba que pudieran ayudarla,
pero no tuvo demasiada suerte; todo lo que le
contaban eran cosas que ya sabía. Empezaron a
mirarla mal cuando insistió que le explicaran cómo
226
funcionaba la goeteia, para los ánforos, aquello era
ciencia tabú del enemigo, sus cuestiones la hacían
parecer sospechosa.
Salió de allí casi huyendo, decidida a buscar otra
ciudad sobre cuya biblioteca había oído interesantes
opiniones, pero estaba muy lejos, no supo
administrar bien el dinero que le quedaba y el tiempo
que le costaría alcanzarla, se estaba quedando sin
nada.
Dormir al fresco fue una necesidad, comenzó a
darse cuenta que su ropa también estaba camino de
desintegrarse, pero no más que sus sandalias.
Llegó a un pueblo bauro, no había visto criaturas
como aquellas desde Oijme. Los ánforos no las
usaban para trabajar, había aprendido que, en una
especie de maniobra política, decidieron que era
inmoral usar seres relativamente inteligentes y
sensibles como bestias de carga. La maniobra era más
bien propaganda, ya que los bauros eran un lujo
superficial cuando podían comprar tres esclavos por
el mismo precio, solo querían que los anaxes
aparecieran como gentes sin moral por hacerlo.
En Ánax no tenían esclavos por razones parecidas.
227
El asentamiento bauro estaba compuesto de casas
endebles hechas con maderas y arbustos de la zona.
Los bauros se movían por regiones apartadas, eran
nómadas. Se acercó con precaución, sin saber qué
esperar, las criaturas la miraron un momento y luego
la ignoraron. Intentó comunicarse con algunos,
quería comida, vio que no reaccionaban ante el
dinero, pero sí ante algo de ropa, consiguió fruta seca
a cambio de su manta. En Ethlan solo hacía frío por
la noche en zonas altas y rara vez llovía, así que
decidió que no le hacía falta.
Continuó con su camino de destino incierto,
aquella fruta fue lo único que pudo comer en mucho
tiempo. Se encontró en medio de un área de un vacío
absoluto, marcas como heridas abiertas en la tierra
suelta y árida señalaban lo que fueron tocones de
árboles y los límites de campos de cultivos, pero nada
más. En algunas partes asomaban brotes tiernos de
alguna especie aún indistinguible de vegetal, brotes
tímidos, débiles y que no le servían ni para acallar el
hambre.
Tardó varios días en cruzar el duro páramo y, más
aún, en ver gente.
228
Las primeras personas con las que se encontró
vivían en condiciones muy pobres y se mostraron
hostiles con ella en cuanto apareció; asustada, se
alejó de ellas todo lo rápidamente que pudo.
Tenía hambre y tampoco le quedaba agua, no pudo
dormir bien, lloró sin razón clara, aparte del
insoportable dolor que notaba en su estómago, de lo
perdida que estaba y del miedo que se sentía.
Si alguien le hubiera presentado la opción de
volver con UrsHadiic en aquel momento, la hubiera
aceptado sin parpadear.
Siguió adelante varios días más, dio con un río,
pero no comida, lo siguió sabiendo que debería haber
alguna población cerca de sus orillas.
Aparte de un poco de dinero, aún guardaba sus
brazaletes y la horquilla. Tenía una buena idea de
cuánto podían pagarla por ello, pero el miedo de
venderlos y que le preguntaran de dónde los había
sacado había evitado que lo hiciera hasta entonces.
Una mañana, se encontró una joven esclava con un
burro cargado de queso y sacos de lo que parecía
harina. La detuvo y le pidió que le intercambiara algo
229
de queso y harina a cambio de sus brazaletes. La
esclava no parecía muy convencida, aquella
mercancía era de sus amos y la llevaba a vender.
―Perfecto entonces―insistió Melia―, puedes
vender los brazaletes al mismo tiempo, valen más que
todo lo que te pido, tendrás dinero de sobra cuando
vuelvas con tus amos.
―¿Son buenos de verdad?
―Completamente.
Dejó que tocara uno, la esclava no iba a escaparse
con ellos con un burro cargado. La cogería, la molería
a palos y encima se quedaría con la comida.
Empezaba a sentirse un poco desesperada.
―¿Y por qué no los vendes tú en el pueblo,
entonces?―preguntó, inquisitiva.
―No me coge de camino, tengo que estar en... Bis
(Bis era un nombre de pueblo ridículamente común),
pronto, pero no tengo para comer.
―¿Y de dónde has sacado esos brazaletes si no
tienes para comer?
230
―Eran de mi esclava, tuve que venderla, primero a
ella, y luego los brazaletes...
―Ajá...―la
lentamente.
chica
lo
estaba
pensando
muy
A Melia le dolía el estómago, casi no podía
mantenerse quieta de pie.
―Está bien, trato hecho.
Hubiera saltado de la alegría. Metió todo lo que
pudo en su zurrón que, por primera vez en mucho
tiempo, volvía a estar lleno. El resto se lo cargó a la
espalda y, con el ánimo más ligero gracias al nuevo
peso, decidió ponerse en marcha. La esclava le llamó:
―Yo que tú me bajaría más las mangas, aún se te
ven las marcas.
Melia miró sus brazos, no se había dado cuenta,
pero era cierto, el dorso de su mano era de diferente
color que su muñeca.
―Oh... gracias...―dijo avergonzada.
La esclava continuó con su camino y ella con el
suyo.
231
Cuando llegó a la ciudad descansó en una posada,
se bañó, se compró sandalias, ropa nueva y un
impresionante set de agujas que incluía una enorme
para el cuero. Salía más barato arreglarse ella misma
sus cosas en la marcha que comprarse nuevas, y la
gente la miraba mal cuanto peor iba vestida.
El problema fue que se quedó definitivamente sin
dinero.
Bueno, no del todo. Escondida en el hueco entre su
camisa y el pañuelo de la cintura, llevaba bien
guardada la horquilla con la rosa de cristal rojo. No
era capaz de deshacerse de ella, casi se veía antes
robando que vendiéndola. Se sentía muy tonta
teniendo tanto apego a aquel objeto, pero tenía la
impresión que si se deshacía de ella se acabaría todo.
Habría dado con el punto final, ya no le quedarían
recursos y, consiguiera lo que consiguiera por ella,
acabaría pronto en la miseria de nuevo.
No, buscaría un trabajo, no pasaría nada por
detenerse unos meses y ahorrar algo antes de partir
de nuevo, ¿verdad?
Buscó por toda la ciudad y en todos los rincones,
pero no había nada para ella. No conocía ningún
232
oficio, ni era naturalmente habilidosa, la gente en
aquel mundo estancado en el tiempo llevaba décadas
dedicándose a su profesión, los que no sabían hacer
nada eran rarezas y nadie se ofrecía a entrenarlos
gratis.
Muchos le sugirieron trabajos interesantes si se
vendía como esclava, pero Melia los rechazó. No
entendía a aquella gente, probablemente porque no
era de allí no alcanzaba a comprender cómo podían
ofrecerse voluntariamente a la esclavitud. En teoría
se daba cuenta que tenía cierta lógica; cuando alguien
pasaba por una mala etapa y quedaba en la ruina, ser
un esclavo le daba derecho a comida y refugio, si la
persona tenía suerte, era inteligente y contaba con un
amo decente, en cincuenta años podría volver a
ganarse su libertad. Era un tiempo ridículo si
consideraba que muchos habitantes de la Isla habían
vivido más de dos mil años.
Sin embargo, a Melia los números le daban vértigo.
Ella no quería esperar medio siglo, ella quería volver
a casa ya.
Aprovechó la estancia en la ciudad para recabar
información, no le dijeron nada nuevo sobre la
233
goeteia y los Lagos que no supiera, para variar, pero
planeó mejor lo que haría a continuación; no quería
volver a pasar más días perdida en medio de la nada,
sin dormir y llorando por culpa del hambre.
Encontró trabajo en el campo. Ayudar en la
recolección, la plantación, las desbrozas de terreno...
Eso sí lo podía hacer, no pedían ser hábil en nada
concreto, solo lo suficientemente espabilado para
trabajar rápido y no molestar a los demás. El
problema con el que se encontró, bien pronto, era
que el sueldo era una tomadura de pelo. A lo justo le
daba para viajar con el resto de jornaleros hasta la
siguiente esquina que tendrían que trabajar, apenas
podía ahorrar. A aquel ritmo, los cincuenta años
como esclava sonaban hasta bien. Estaba perdiendo el
tiempo miserablemente allí, por no hablar de
destrozando su espalda y sus manos.
Un día que un encargado idiota estuvo a punto de
abrasarla (a ella, y a la mitad de los jornaleros que
iban con ella), al quemar unos rastrojos sin prestar
ninguna atención a dónde lo hacía y por dónde
soplaba el viento, decidió dejarlo.
234
Cogió su zurrón y su manta nueva, y se puso en
marcha hacia la siguiente gran ciudad con la que se
tropezara con la miseria de dinero que había
conseguido.
Ya sentía menos miedo de viajar sola. Los que
deberían empezar a temblar eran los que pasaban
cerca de ella por los caminos. Tenía hambre y una
aguja enorme.
Cuando se aburría cosía abalorios con bellotas
huecas, conchas y cáscaras de frutos secos. En su
antiguo hogar había visto gente que vendía cosas
como aquellas, podía acabar imponiendo una moda
allí. Siempre había sido una niña torpe, y no se le
habían dado bien tampoco los abalorios, pero estaba
muy aburrida viajando sola.
Y tenía hambre.
En Ethlan era difícil encontrar comida en los
árboles, pero ¿cáscaras vacías? ¡Todas las que
quisiera!
Puso pequeños puestos en los pueblos, esperando
vender algo. Como era de esperar, la mayoría de la
gente se burlaba de ella, creía que vendía basura,
235
aunque consiguió resultar lo suficientemente patética
como para que un par de personas la dejaran algo de
dinero por pura compasión.
Con insistencia vendió algunas cosas, a los niños
les gustaban sus abalorios, y a los padres les salía
más barato comprar joyas de mentira que de verdad.
Sin embargo, había muy pocos niños en Ethlan, se
encontraba en un mercado sin competencia pero con
una franja de interesados claramente escasa.
Necesitaba un estudio de mercado más preciso y
ampliar y diversificar su oferta.
O algo así.
Un día colocó su puestito en un pueblo con mucha
gente, había un grupo de animadores ambulantes y
esperaba que hubiera también niños.
En estas se acercó una jovencita muy delgada.
Aparentaba ser joven, hubiera calculado que más
joven que ella en su mundo (aunque Melia se había
mirado hacía poco en un cristal y parecía una vieja).
Era calva, o llevaba el pelo completamente rapado,
también tenía unos ojos grandes y verdes que
miraban todos sus cachivaches con curiosidad.
236
Se arrodilló con gracia y cogió uno, lo agitó al aire
y se puso a reír al oír el ruido que hacía.
―¡Qué ingenioso! ¿Cuánto valen?
―Dos latones.
―¡Qué maravilla! ¿Crees que podrás hacer más?
―...sí.
―Estupendo, me llevo estos cuatro de
momento―dejó el dinero sobre la manta―, cuando
se haga de noche acércate a nuestro campamento, me
gustaría hablar contigo.
―Bien, muchas gracias.
Melia se guardó rápidamente el dinero. Por el
aspecto extraño, había deducido que aquella chica
estaba con los animadores ambulantes. Al poco de
marcharse ella, se acercaron un par de tipos algo
siniestros y se llevaron puestos unos pendientes para
niña con flores secas pegadas. Se señalaban entre
ellos y reían como colegiales.
Empezó a considerar que aquello de los
animadores ambulantes podía ser una mina
237
inexplorada... No pudo esperar para recoger e ir a su
campamento.
El asentamiento estaba en las afueras del pueblo,
cerca del único río que cruzaba por allí. Eran cinco
carromatos, un grupo bastante grande. Alrededor del
mismo se movían algunos perros con aspecto
famélico y peligroso, Melia dio varias vueltas
intentando evitarlos, hasta que un tipo muy bajito
con una gran barba oscura, que cubría prácticamente
toda su cara, la cogió de la mano y dijo que no se
asustara, que no mordían si uno no salía corriendo.
Una valiosa información.
Había varias fogatas con gente a su alrededor. No
tenía ni idea sobre dónde podía estar la chica de los
ojos verdes, le dio su descripción al hombre de la
barba, que la había acompañado hasta allí.
―Ah,
Culebrilla,
sí,
suele
estar
con
aquellos―señaló una fogata grande―. Eso cuando no
va a visitar a su novio, entonces está con los
malabaristas, allá...
―Bien, muchas gracias.
238
Primero fue a la fogata grande, se cruzó con alguna
gente curiosa, incluidos los tipos de aspecto siniestro
que le habían comprado los pendientes. La saludaron
con mucha amabilidad.
Junto al fuego había gente intentando tocar
música. Paraban cada poco tiempo y se gritaban
mutuamente lo inútiles que eran, para luego ponerse
a tocar otra vez.
La joven Culebrilla se reía y se levantó al verla.
―¡Oh, tú! ¡Qué bien que hayas venido! Acércate,
escucha, te contaré lo que me pasa: soy
contorsionista, se me había ocurrido un número en el
que intento cruzar entre una maraña de hilos, la idea
era que estuvieran atados a un montón de
campanillas, pero el precio del metal está por las
nubes, y al ver tus adornos se me ha ocurrido que
podrían servir. Me gustaría ofrecerte un trabajo, si
puedes acompañarlos un tiempo...
Melia se encogió de hombros.
―Estoy segura que puedo haceros un hueco.
―¿El qué?
239
―Me parece bien.
―¡Eeeeeeeeh!, ¡haced menos ruido vosotros!
―¡Es música!
―¡No, no lo es!―se volvió de nuevo a ella―. ¿De
verdad?, ¿podríamos hacer algo así? Mañana te
enseño el armazón que tengo y fijamos un precio,
pero por el momento ¿qué te parecen cinco cobres?
Levantó una ceja.
―No... veamos... tengo que hacer varios por
encargo, dejar mi puesto, recoger el material... diez al
menos y eso sin ver cómo es de grande...
Culebrilla se rascó la barbilla. Era una barbilla
diminuta. Empezaba a recordarle a una extraña
duendecilla sin pelo.
―Diez, ¿eh?... Pero no son más que cascarones...
―Bueno, siempre puedes hacerlos tú.
La chica se rió.
―Eres una dura regateadora, está bien, diez como
mínimo, mañana te enseñaré el aparato. ¿Has
cenado?
240
Melia sabía perfectamente que era una regateadora
horrible, solo haciendo un par de cálculos se dio
cuenta que si sustituía las campanillas por sus
adornos, se ahorraba una cantidad bárbara de dinero.
Además, la iban a dar de cenar con algo parecido a
música ambiental, no podía pedir más.
241
Capítulo 10 Entre errantes
El invento de Culebrilla era un armatoste inmenso,
Melia se frotó las manos pensando en lo mucho que
le iba a cobrar.
―Mira, estas son las cuerdas... pensaba en poner
hilo, pero no sé si se ve bien desde lejos, tengo
intención de usarlo en un espectáculo muy especial.
¿Conoces la Feria de las Cañadas?
―No.
Culebrilla sonreía mucho, tenía una sonrisa
contagiosa.
―Es una fiesta muy importante, el alcalde da un
premio muy gordo al mejor contorsionista. Sutil
siempre me gana, no es mejor que yo pero tiene un
242
número con cuchillos muy espectacular... la gente se
fija en eso, pero yo voy a hacer que se den cuenta de
lo que es auténtica habilidad con este cacharro.
―¿Cómo funciona exactamente?
―Mira...
El armazón era un prisma rectangular con los
bordes de madera y, atados a los mismos, una
telaraña de cuerdas en diversos ángulos. Culebrilla
metió su cuerpo dentro con los brazos extendidos,
doblándose como si fuera de goma para poder pasar
entre los estrechos huecos que dejaban las cuerdas.
―¿Lo ves?―le dijo de forma casual mientras
seguía retorcida como un árbol viejo―. La idea es
atravesar todo el aparato sin que suenen los
‹‹chinchines›› tuyos, que pondremos colgando de las
cuerdas.
―...entiendo. ¿No sería mejor hacer agujeros para
pasar las cuerdas por la madera en vez de hacer
nudos?
―Sí, probablemente sea mejor idea, pero puede ser
mucho trabajo...
243
―¿Cómo haces para desmontarlo?
―¿Desmontarlo? No sé, no se me había ocurrido...
Lo estoy llevando en el tejado de la carreta, Barbas
me cobra bastante por eso...
―No te preocupes, por ochenta cobres yo te la
hago desmontable y pongo todos los agujeros que
hagan falta.
―¡Ochenta cobres! Eso es una barbaridad... ¡no
puedo pagarte tanto!
―Piensa en todo lo que te ahorrarás si consigo
hacer que ocupe menos.
―Te doy cuarenta, tengo que pagar tu estancia en
la carreta también.
―Dijiste que Barbas te cobraba bastante... y
necesitaré comprar algunas herramientas especiales...
Setenta al menos.
―Maldición, no tenía que haberte dicho nada de
Barbas...
―¿Sabes lo que te costarían únicamente las
campanillas de metal para todo esto...? Y sin contar
244
con que hay que montarlas, hacer lo menos un
centenar de agujeros y... puf...
―Está bien, sesenta cobres y en paz.
Melia sonrió y le dio la mano. Estaba segura que
acabarían en cincuenta, empezaba a ser buena
negociadora... o Culebrilla era muy mala.
―Por cierto―continuó la contorsionista―, entre
los malabaristas hay un tipo que se llama Manos
Largas. No recibió ese nombre por ninguna habilidad
que tenga que ver con su oficio, si sabes a lo que me
refiero, es simpático, pero no dejes que se siente a
menos de dos metros de ti. Lo reconocerás porque
parece que a sus orejas les esté dando el viento
continuamente de espaldas.
―Lo tendré en cuenta. Gracias.
Melia comenzó a trabajar de inmediato, serrando
por la mitad las maderas verticales antes de que los
carros se pusieran en marcha.
No es que tuviera ni la más remota idea de
carpintería, pero ya sabía lo que quería hacer y no era
complicado. Tardó una semana, entre viaje y viaje, en
hacer los agujeros y que fuera fácilmente
245
desmontable. Durante las dos semanas siguientes
trabajó con Culebrilla en poner los abalorios y ajustar
las cuerdas donde la mujer la indicaba para que
vibraran bien al roce. Unas campanillas metálicas
hubieran sido más efectivas, pero Melia se encargó de
buscar cáscaras y semillas que tuvieran un buen
sonido, descubrió varias conchas marinas estupendas,
con colores muy vivos y bonitos.
A continuación, solo quedó pintarlo.
Las dos charlaban a menudo y se sentían muy
orgullosas del proyecto, lo terminaban de noche,
junto a las hogueras, de vez en cuando Hazañón (el
del nombre exagerado), novio de Culebrilla, venía a
echarlas una mano, pero tenía una escasa capacidad
de atención y pronto se aburría y se iba.
―Me
encantará
ganar
el
premio―reía
Culebrilla―, dejaré esto una temporada y me iré a
una casita junto al mar con mi novio. Será estupendo,
me gustaría presentarle a mis padres, pero no creo
que les guste.
―¿Por qué no?
―Oh, son de Ánax.
246
―...¿vienes de Ánax?
―¿Eh?, sí, por aquí hay gente de todas partes.
La joven movió el brazo, abarcando todo el
campamento.
―¿Sabes algo de los Lagos?
Culebrilla dejó de pintar, la miró y soltó una
enorme carcajada.
―¿Cómo lo sabes?
―¿El qué?
―Me crié en un santuario junto a uno, estuve
pensando en hacerme académica y todo, o
administradora de la biblioteca, pero lo deje por
esto... Fue lo mejor.
―Entonces... ¿sabes hacer goeteia?
―Oh, no, en absoluto.
―¿Conoces a alguien que haya viajado usando el
Lago?
―No, para nada, lo prohibieron hace más de mil
años, yo no había nacido aún, es muy peligroso tengo
entendido, el agua puede hacer cosas raras a quien no
247
sabe usarla, solo se les permitía manejar las fuentes a
la nobleza, pero ya no quedan nobles.
―Ajá...
Siempre sonaba la misma canción para ella. Los
bicronos eran un grupo muy especial de gente,
incluso antes de la Caída, eran tratados como si
fueran la realeza de la Isla. Imaginaba que por su
habilidad con la goeteia.
―De todas formas, he oído que los daimiones sí
pueden hacer goeteia, algunos aún pueden enseñar...
si no te comen.
―No comen humanos. Um... prefiero no tratar con
daimiones.
―También hay reliquias que pueden ayudar, pero
es alto secreto, creo que no hay más que una o dos.
Sé que los vejestorios del Consejo protegen una, pero
nada más...
―¿Ayudar? ¿Cómo?
―A cruzar los Lagos sin explotar o cualquier otra
cosa rara.
―¿De verdad?
248
―Eso oí, ¿te interesa?
―Sí.
―Pues no sé decirte mucho más... los daimiones
también tenían reliquias... ah, has dicho que nada de
daimiones. Entonces no tengo ni idea, a la gente
normal no les suele preocupar esas antiguallas, y
menos en territorio ánforo. Siento no poder decirte
más.
―Oh, es muy interesante lo que dices, me gusta
saber sobre historia antigua. Gracias.
Melia meditó sobre lo que acababa de oír, así que
había ‹‹reliquias››... Por la manera en la que
Culebrilla se había referido a ellas sonaban
inaccesibles: protegidas en Ánax por su Consejo de
Sabios o por daimiones; pero eran datos nuevos y
esperanzadores.
Seguía desconociendo demasiados detalles, las
piezas aún no llegaban a encajar y había demasiadas
lagunas, ¿cómo se relacionaban los anaxes, los Lagos
y los daimiones en todo ese contexto...? ¿Qué era la
goeteia exactamente?, ¿magia? Gerón había dicho que
249
él solo podía hacerla, pero ¿se podría aprender?,
¿haría falta para manejar las reliquias?
―¿Puedo preguntarte por qué dejaste el santuario
para dedicarte a esto?
―Oh, sencillamente es lo que de verdad me
apetecía hacer. Siempre he sido muy movida y hábil
con la gimnasia, así que medité sobre lo que me hacía
sentir más contenta y me decidí por esto.
―¿Es habitual con tu gente?
―No, en absoluto, mis padres tardaron muchísimo
en superarlo, espera a que les diga que ahora tengo
un novio ánforo...―se carcajeó.
―Yo nunca he tenido muy claro a qué quería
dedicarme, creo que todo me daba más o menos igual,
así que he ido dando tumbos.
―Lo entiendo, siempre me han dicho que hay que
hacer lo que a uno le gusta, pero no es tan fácil, si me
hubiera limitado a hacer lo que me gustaba
posiblemente me hubiera quedado allí, en el
santuario era feliz también. Pero al final siempre hay
algo que te llama más…
250
Cuando terminaron el ingenio, Melia se sintió muy
orgullosa de su trabajo.
Lo bautizaron como La Celda de la Araña. Se
inauguró en el siguiente pueblo que visitaron.
Después de montarlo con mucho cuidado, Melia se
sentó con el público para ver su invento. Empezó a
sentir pánico escénico por su aparato, había pasado
mucho tiempo trabajando en su bonita celda y, de
repente, temía que las cuerdas se doblarían, las
conchas no se moverían, o que fallaría toda la
estructura y se vendría abajo.
Culebrilla apareció, pintada de negro con motas
rojas y blancas, como una peligrosa araña. Entró en el
laberinto de cuerdas de La Celda con los brazos por
delante, posteriormente su pelada cabeza y, al final,
las piernas. Por la posición de los hilos, una vez
dentro nunca llegaba a tener las dos piernas en el
suelo, era toda una proeza de equilibrio,
coordinación, fuerza y elasticidad.
Melia se había sentado allí para ver las reacciones
de la gente, pero, al final, no les hizo caso.
Contemplaba a su compañera con el alma en vilo.
251
En el último movimiento, Culebrilla salía del
mismo modo que entró: con los brazos. Los bajó al
suelo y, apoyándose en ellos, sacó el resto del cuerpo,
dando una voltereta triunfal que la dejó de cara al
público.
Melia aplaudió hasta que dejó de sentir las palmas
de las manos.
Allá a donde fueran, La Celda de la Araña se
convirtió en un éxito. La gente se apelotonaba a
verlas en los pueblos y personajes adinerados las
invitaban para animar sus fiestas privadas. Culebrilla
estaba más que segura que ganaría en el Festival.
Cuando la fecha clave se aproximó y fue el
momento de acudir, tuvieron que despedirse.
La mayoría de las personas, incluida Melia, no iría.
Solo quienes creían tener una buena oportunidad de
ganar un premio o quienes habían sido invitados se
tomaban la molestia, el trayecto era largo y caro
desde allí hasta la Cañada, estaba cerca del Paso Este
que unía la zona norte y sur de la isla alrededor de la
montaña de Entión. Se sintió triste al no poder
acompañarla y ver el artilugio con el que había
trabajado tanto en toda su gloria.
252
Tampoco estaba segura de que volviera a ver a
Culebrilla, si triunfaba (e iba a triunfar, no tenía
dudas), se asentaría un tiempo con su novio. Sintió
un poco de envidia, por el bonito futuro que su
compañera había conseguido crear. Ella aún seguía
dando tumbos.
No se quedó sola, sin embargo, en el tiempo que
estuvo construyendo la celda, Melia consiguió
hacerse un sitio entre los artistas errantes. Barbas, el
hombre que la ayudó a cruzar el enjambre de perros
la primera vez que llegó, era un empresario que vivía,
entre otras cosas, de alquilar y conducir sus dos
carromatos a quien quisiera pagarlos.
Hizo un trato con él y le dejó viajar a mitad de
precio si le echaba una mano todos los días limpiando
y poniendo a punto los vehículos. Ella no tenía
ninguna destreza extraordinaria, como los demás
viajeros, pero conseguía dinero ayudando, haciendo
chapuzas y dando ideas. Consiguió una modesta fama
como persona ingeniosa y original, Melia sabía que la
mayoría de sus ocurrencias las había sacado de su
mundo, pero necesitaba ofrecer algo útil.
253
Trabajaba, deambulaba y se mantenía ocupada. Se
sentía cómoda, bienvenida y segura, no podía pedir
más. Solo algunas noches la nostalgia la aguijoneaba
y le hacía recordar que tenía diferentes asuntos que
atender, que ella era de otro mundo, que no podía
vivir siempre de aquella manera.
Durante una conversación casual con Manos
Largas y Brazas (una mujer inmensa que se dedicaba
a romper cosas con su cabeza) sobre lo mucho que la
gente la miraba mal al mencionar la goeteia, los dos
asintieron, era algo raro, pero interesante. Ninguno
de ellos sabía nada que pudiera ayudarla, pero
contaban lo que habían oído en otros tiempos sobre
los misteriosos poderes de la goeteia.
Entonces, un tipo que estaba sentado de espaldas y
al que no conocían mucho se volvió.
―¿Sabéis quién es Sofía la Vieja?
Todos le miraron con cierta sorpresa. Era un chico
más bien feo, callado, que se dedicaba principalmente
a disfrazarse y hacer de monstruo. Viajaba con ellos
254
desde hacía muy poco tiempo, con una especie de
circo de rarezas con el que compartían destinos.
―No... ¿Por qué?
―Es una vieja compañera, solía hablar de esas
cosas, creemos que andaba un poco mal de la cabeza,
hablaba de la Caída, los daimiones, la goeteia... más
daimiones. Nos contaba que había llegado a ver más
de cien bestias, aunque nadie la creía. También que
se había bañado en un Lago. Igual por eso se volvió
loca.
Melia abrió los ojos con sorpresa. A veces, los
datos más interesantes provenían de gentes
inesperadas.
―¿Sabes dónde vive ahora esa mujer?
―Regresó a su casa, en Bis.
Había miles de pueblos llamados Bis.
―¿Qué Bis?
―...ummm, no sé si me acuerdo... Creo que cerca
de la montaña de Ankira. Sí, eso, era por Ankira.
255
Melia había empezado a sentir palpitaciones al
saber que alguien había llegado a bañarse en un Lago;
pero al oír en nombre de Ankira se le quedó la
sonrisa helada en la cara.
La montaña de Ankira estaba a un tiro de piedra de
Glauco.
Sin darse cuenta, se llevó la mano bajo el pecho,
donde aún tenía guardada la horquilla.
―Gracias―dijo al chico.
A continuación se quedó en silencio.
También era mala suerte.
Meditó durante un par de noches si debiera ir a
visitar a aquella mujer. Podía saber algo, podía no
saber nada y podía estar loca... ¿Valía la pena
arriesgar lo que había encontrado allí por una pista
tan vaga?
Miró a las estrellas, eran diferentes a las de su
mundo. Se dio cuenta que había pasado muchísimo
tiempo en aquel lugar.
‹‹¿Cuánto...?››
256
Intentó contar, los días se fundían, los meses se
juntaban unos con otros.
Suspiró.
Podía haber pasado como un año desde que estaba
en la Isla. En aquellos momentos debería estar
haciendo exámenes en alguna universidad, no
dudando si debería abandonar un grupo de artistas
ambulantes en busca de una anciana, con no
demasiada credibilidad, con una remota esperanza de
que tuviera la información que necesitaba para
devolverla a casa.
Tenía que reconocer que era la mejor pista que
había recibido en mucho tiempo. Si había una mínima
posibilidad de que la mujer supiera la relación entre
la goeteia y los Lagos le convendría averiguarlo.
Y siempre podía intentar volver a unirse a su
familia errante en el futuro. El mundo de ahí fuera ya
no la asustaba tanto.
Decidió que su mejor opción era marcharse. El
mismo día siguiente se despidió con mucha tristeza
de Barbas y otras personas que la habían ayudado. La
gente viajera abandonaba y se unía constantemente a
257
diferentes grupos, pero ella no estaba acostumbrada
de irse voluntariamente de un ‹‹sitio›› donde se había
sentido cómoda.
Puso rumbo hacia sus espaldas, exactamente a un
destino del que había huido y del que había intentado
alejarse lo más posible.
Quería pensar que haría mucho tiempo que
UrsHadiic
también
habría
abandonado
los
alrededores de Glauco, tenía esperanzas de que no
sufriría ningún encontronazo desagradable. Le
preocupaba aún más que había quien podía
recordarla como una esclava, pero si se mantenía
lejos de la ciudad, todo iría bien.
258
Capítulo 11 Hija de la sabiduría
Llegó a dos pueblos llamados Bis antes de dar con
el que creía correcto. La Montaña Ankira era bastante
extensa y estaba cubierta de mucha maleza, le
recordaba a la selva que tuvo que atravesar con las
tropas de Áncula al poco de llegar a la Isla.
¿Cuánto hacía de aquello?
El tercer pueblo de Bis estaba muy apartado, en
una zona muy alta y semi salvaje de la montaña.
Ethlan era un lugar cálido, pero la ladera de la
montaña era brumosa y fría.
Preguntó a un hombre con una enorme hacha a la
espalda si conocía a alguien llamada ‹‹Sofía la Vieja››.
259
El hombre alzó una ceja.
―Depende de quién lo pregunte, je je, vive en una
casa en una esquina de la montaña, pero no sé... debo
decirle que la conozco porque la veo a veces cuando
sale, pero nada más, no hablo con ella, no quiero
meterme en líos.
―Oh, no, no es ningún lío... solo quería hacerle
algunas preguntas...
―No la conozco bien, nadie lo hace, es una mujer
muy rara. Ahora mismo no creo que se la encuentre
aquí, bajó al río Eos. Volverá en un par de días o así...
si no la cogen antes...
Y el hombre siguió su camino, riéndose por lo bajo.
Melia suspiró. No estaba sintiendo ninguna
confianza en aquel asunto.
Algo contrariada, porque a esas horas ya se estaba
imaginando estirando los pies en alguna parte,
descansando del viaje. Tuvo que dar media vuelta y
buscar un río llamado ‹‹Eos››.
260
A media tarde lo encontró y, un paseíto después,
dio con una persona metida hasta las pantorrillas en
el agua.
Llevaba un plato ancho y cónico en las manos, lo
removía mientras cogía y dejaba el agua de la
corriente.
Era una mujer mayor, con un moño de pelo cano.
Sus pantalones estaban subidos hasta no dejar nada
de su piernas, pálidas y nudosas, para la imaginación.
Miraba con fascinada atención el plato, se preguntó si
aquella mujer no estaría algo desequilibrada.
Lo que posiblemente quería decir que había
encontrado a quien buscaba.
Carraspeó, la señora ni se inmutó.
―Disculpe, ¿es usted Sofía?
―¿La Vieja?
Miró a su alrededor con cierta sorpresa. ¿Es que
había más por allí?
―Sí, Sofía la Vieja, me hablaron de usted en un
circo.
261
―Oh...ja ja... vale.
Y con aquello volvió a ignorarla, moviendo el
plato.
―Disculpe, vengo de muy lejos, querría hacerle
algunas preguntas sobre la goeteia, y los Lagos, me
dijeron que usted estuvo en uno...
―Tsssssssss...―respondió la buena señora.
―¿Qué está haciendo?
―Busco oro.
Melia levantó los brazos, exasperada. Pero como
no tenía nada mejor que hacer, se sentó sobre una
raíz y esperó. Ya había encontrado a quien buscaba,
al menos descansaría un poco.
No se había puesto aún en una postura cómoda
cuando vio a la mujer alzando la cabeza bruscamente
y saliendo del agua a toda velocidad.
―¿Qué...?
―¡Escóndete, boba, escóndete!
Obedeció, optando por esconderse primero por si
acaso y preguntar después. Entonces oyó los cascos
262
de un caballo, un jinete se encontraba en el otro lado
y no pudo evitar maravillarse del oído de la anciana
cuando le interesaba. El jinete gritó algo que no
entendió y volvió a marcharse.
Melia se rascó la cabeza.
―Muy bien, ¿qué...?
―¡Qué haces ahí tirada!, levántate,
levántate... Vamos, rápido, rápido...
mujer,
―No tiene licencia para buscar oro en este río,
¿verdad?
―No.
Entonces vio una increíble transformación, la
señora llevaba una ropa de color azul claro, jugando
con los dobleces y dándole la vuelta con rapidez se
volvió verde oscuro. Metió el plato que usaba para
recoger el oro dentro de un sombrero de paja y se lo
puso en la cabeza. Luego le hizo señas para que se
acercara a ella.
―Abre un momentito la boca, reina.
Aquello le sonó muy mal, pero no la educaron para
desobedecer a señoras mayores. Abrió un poco la
263
boca y se encontró de golpe un puñado de tierra
metido hasta la campanilla. Estuvo a punto de
vomitar.
―¡Ni se te ocurra tragarlo!―le chilló la vieja―.
¡Tiene oro! Te destriparé si lo haces...
Melia aún estaba intentando luchar porque no se
le saltaran las lágrimas cuando la anciana la cogió del
brazo y, con una fuerza prodigiosa, la llevó hasta el
camino de vuelta.
―Muy bien, estamos las dos en este brete, si te
pillan por aquí van a sospechar de ti hagas lo que
hagas, así que obedece, pon cara de buena... más
buena... pareces una criminal peligrosa... ¿quién eres,
por cierto?
―Grmmmfp―acertó a contestar.
―Muy bien, aquí viene...
Efectivamente, al poco ella también pudo escuchar
los cascos. Apareció un hombre de bigote noble y
puntiagudo, mirándolas con expresión de sorpresa.
―¿Qué hacen aquí, señoras?
―¿Ehh?, ¿qué?... oh, paseo con mi sobrinita...
264
―¿De dónde son?
―De Bis.
―¿Qué le pasa a su sobrina en la cara?
―Tiene un flemón.
Melia intentó sonreír con expresión inocente, por
la cara del jinete debió de semejarse más a ‹‹papión
sufriendo terrible agonía››. Se estaba tragando el
embuste de la anciana, de cualquier forma.
―No habrán visto a un miserable ladrón de oro
por aquí, ¿verdad?
―¿El qué?... no hijo, no he visto nada, estoy medio
ciega... ¿Hay algún peligro para nosotras, buen mozo?
―No, no... Pueden irse, yo me quedaré vigilando
la zona...
―Oh, gracias, que caballero tan gentil, hacía
tiempo que no veía uno tan bizarro y gallardo,
¿verdad monita?
―Grrnfffng.
265
―Pues muchas gracias otra vez, ojalá encuentre al
canalla que busca, estos jóvenes de hoy en día no
tienen vergüenza...
Sofía continuó andando, a paso lento, dándola
cariñosos toques en la mano mientras se inclinaba
sobre ella igual que una pobre anciana medio inválida
se inclinaría sobre una amable sobrina.
Hasta más o menos que perdieron de vista al
jinete, entonces volvió a remangarse los pantalones y
salió corriendo lejos de allí como alma que llevaba el
diablo. Melia jamás había visto a nadie tan mayor
moverse así, y a pocos jóvenes.
―Vamos, vamos... ¿te pesa el culo?, corre más,
quiero llegar a mi casa antes de que se vaya la luz...
Encima eso.
Melia se dio cuenta que aún llevaba la tierra en la
boca, necesitaba escupirla, pero la vieja no hacía más
que tirar de ella.
Reconoció el camino que había subido aquella
misma mañana para ir a Bis. La anciana se desvió y
tomó un retorcido y estrecho camino entre los
árboles, que parecía rodear el pueblo por otro lado.
266
Un rato después, en el que le faltó poco para abrirse
la cabeza contra el suelo por culpa de las gruesas
raíces que asomaban por todas partes, entraron a un
pequeño claro.
El espacio estaba rodeado de árboles con troncos
de un desproporcionado tamaño, en comparación con
la minúscula casita que descansaba escondida bajo
ellos.
―Aaahh... ya estamos... ―dijo Sofía con un
suspiro de felicidad―. Ven aquí, mona, escupe...
Se quitó el sobrero y se lo tendió.
Melia expulsó todo lo que tenía en la boca,
sintiéndose enferma al ver el tono verdoso que tenía
aquella tierra.
―Toma, reina, enjuágate con esto... ―tenía un
cuenco en la mano.
Lo cogió y bebió, inmediatamente volvió a escupir.
―Aaarghhh... ¡¿Qué es esto?!
―Agua con sal, caliente, escúpelo todo, escupe,
como se te quede algo te enteras.
267
―Fue idea suya meterme eso en la boca, no me
amenace.
―Bebe otra vez y escupe.
Obedeció porque quería quitarse aquel sabor de la
boca, pero empezaba a estar segura que abandonar a
los animadores ambulantes había sido una de sus
peores ideas en aquel mundo.
Y las había tenido muy malas.
Cuando Sofía se dio por satisfecha, Melia fue a
beber algo de agua normal. La anciana tenía su
propio pozo privado allí. En un sitio donde el agua
era tan valiosa, no pudo evitar maravillarse ante el
buen saber, o la sencilla cara dura, de la mujer.
Sofía echaba más agua al plato con la tierra
escupida, y le daba vueltas para separar el oro.
Mientras, ella paseaba por el pequeño claro. Vio
una estatua, lo que no la sorprendió, estaban por
todas partes en Ethlan. Reconoció que era un
daimión y se sintió algo extraña. Luego se dio cuenta
que había al menos una docena de figuras de
daimiones, alrededor de todo el claro, con las cabezas
vueltas hacia la casa.
268
Ya estaba completamente segura que había topado
con una lunática.
―Uh... le gustan los... daimiones...
―Sí, reina, los he estudiado casi toda mi vida.
―... ¿qué sabe de ellos?
―No voy a decirte nada.
―¿Por qué?
―Es un secreto.
―Me dijeron que en el circo estaba continuamente
hablando del tema.
―...vaya unos chivatos, pero a ti no te voy a decir
nada, si quieres conocer mi sabiduría, tendrás que
esforzarte y ganártela...
Estupendo, a saber lo que se le ocurría a la viaja
chalada aquella.
―¿Sí?, ¿qué quiere que haga?
―Pon la cena, yo tengo que terminar esto, se está
yendo la luz... ¡oh, maldita sea!, no me puedo creer
que haya sacado tan poco...
269
―¿Si pongo la cena me contará lo que sabe?
―Te contaré algo para
preparando el fuego y eso...
empezar,
tú
vete
Agitó su pesada y arrugada nariz para indicarla
donde estaba la hoguera y las cosas de comer.
Melia obedeció, puso la cena como le dio la gana y
lo que le dio la gana.
Sofía la Vieja protestó, por supuesto, pero ella no
estaba de humor para tomársela en serio.
―¿Es cierto que se metió en un Lago?
―Algo así...
―¿Conoce la goeteia?, ¿se puede aprender?
―Oh, eso es complicado...
―Pero, ¿se puede?
―A medias, primero tienes que ser una Hija de
Ethlan... y luego convencer a los mamones de Ánax
que te dejen estudiar en sus templos...
Cogió aire, bueno, aquello no empezaba bien. ¿Iba
a volver a oír un montón de cosas que ya sabía?
270
―...los primeros daimiones también saben, pero su
caso es algo particular...
―Espere, ¿qué?
―Los daimiones, al menos la primera generación,
saben algo de goeteia, es un poder de Ethlan, todos
los Hijos de Ethlan pueden...
―Me está confundiendo, ¿qué quiere decir con
‹‹Hijos de Ethlan››?
―Qué generación más estúpida la tuya, reina. No
me extraña, a la gente no le gusta que les lleven la
contraria, prefieren creer que el mundo siempre es tal
y como es ahora, que las cosas cambien les vuelve
locos...
―Hijos de Ethlan, ¿qué quiere decir?
―Ethlan, Daia, me da igual, los daimiones fueron
hijos suyos, hijos de Ella y de espectros del bosque,
los creó para proteger a su Isla Bendita... A la gente
no le gusta oírlo, prefieren creer que siempre fueron
monstruos. Los Hijos de Ethlan... también dicen
bicronos, aunque siempre he odiado ese nombre, es
muy feo, Hijos de Ethlan eran cuando yo era joven...
271
―¿Qué son los bicronos? ―hasta entonces, Melia
creía que era gente que sencillamente podía cruzar de
un lado a otro entre los mundos.
―Los descendientes de un pueblo nacido de la
unión de daimiones y humanos―aclaró Sofía―, son
Hijos de Ethlan también, por tanto, pueden tener
goeteia...
―Espere, espere, me está diciendo que puedo...
que cualquier bicrono puede aprender a usar la
goeteia...
―Sí.
Se quedó sin palabras.
Le quedaba aclarar el pequeño detalle que no
podía saber con seguridad si confiar en aquella
señora. Gerón le dijo que ella no podría.
Pero si era cierto...
―Y dígame...
―¡Oh!, ¡fíjate qué tarde es buenas noches!
Y, antes de que Melia hubiera podido hacer nada,
la anciana corrió a la casa y se encerró.
272
―¿Sofía?, Sofía, oiga.
Fue a la casa y llamó.
―¡Usa tus mantas!, ¡te permito dormir en la zona
alrededor del fuego!
―¿Qué?, ¿qué demonios?, ¡oiga!
Aporreó la puerta, pero solo oyó un sonoro y
artificial ronquido viniendo de dentro.
¡Maldita vieja!
Dio una patada a un leño que había por ahí.
Desenredó sus mantas y se echó a dormir.
Más le valía a aquella buena mujer estar diciendo
la verdad, más le valía... En menos de una tarde había
estado a punto de ahogarla, envenenarla, que la
detuvieran, que se rompiera la cabeza, la había
amenazado varias veces y dado de beber agua con sal.
Imaginó retorciendo su arrugado cuello como a un
pollo y, con ese feliz pensamiento, se quedó dormida.
A la mañana siguiente, algo la golpeó en la nariz.
―¡Ay!
273
―Despierta, ponme el desayuno... Esta vez quiero
huevos cocidos, ¡y bien cocidos!, no como la cosa
cruda que pusiste anoche...
―No, espere, no pienso hacer nada, no trabajo
para usted, y si va a estar continuamente dando
largas con la información tampoco me va a apetecer
mucho ayudarla.
La mujer puso cara de susto y sorpresa.
―¿Cómo le hablas así a una pobre anciana? No
tienes decencia, encima que ayer te salvé del
guardabosques...
Melia bufó. ¡Sería posible!
―¿Cómo sé que todo lo que me dice es cierto?
Podrían ser desvaríos de vieja aburrida, y lo único
que intenta dándome órdenes es ganar tiempo para
inventarse más cosas mientras tiene cocinera gratis.
―¡Y me llama vieja!
―¡Si usted misma se llama así!
Sofía se hizo un ovillo y se acurrucó junto a una de
sus figuras de daimiones, lloriqueando.
274
Melia la miró con dureza, estaba segura que solo
estaba montando un número...
Alrededor de un cuarto de hora después, suspiró y
decidió cocinar algo.
En cuanto la vio delante del fuego, la anciana dejó
su esquina del lamento y se puso a rebuscar entre sus
trastos.
El claro estaba lleno de cachivaches, con arcones y
pequeñas casetas de madera, para protegerlos de los
elementos, desperdigadas por doquier. Algunas se
habían colocado en medio del claro, molestando al
tiempo que se pudrían.
La vio sacar tres varas finas y largas.
―Hoy vamos a pescar...
―¿Para que la encuentre el guardabosques otra
vez?
―No, vamos a otro río. Y nadie le va a negar a una
pobre vieja un par de peces, no me van a detener por
eso.
―...así que esa es su coartada.
275
―Más o menos.
―¿Va a decirme cómo sabe tanto de daimiones, la
goeteia y Ethlan?
―Graahh... estos huevos están demasiado cocidos.
―¡Oiga!, le he hecho una pregunta.
―Siendo joven, así como tú, pero más guapa. Vi a
dos daimiones, se habían transformado y me
parecieron las criaturas más hermosas que había
visto...―lanzó un hondo suspiro, digno de una
colegiala enamorada―. Aterrorizaron a todo el
pueblo, pero no se perdió nada de valor. Desde
entonces estuve siguiéndolos y estudiándolos.
―¿Es cierto que ha llegado a ver a cientos?
―Sí.
―¿Y quitando las estatuas?
Sofía alzó la cabeza de sus huevos y le dedicó una
sonrisa desdentada.
―Algunos menos... Eres una chica espabilada, me
recuerdas a mí a tu edad. ¿También te gustan los
daimiones?
276
Esquivó la cuestión.
―En realidad, quería preguntarle por la goeteia,
los Lagos y cómo podría averiguar la forma de pasar
de un Lago a otro.
Sofía también.
―Oh, sí, daimiones, criaturas magníficas son.
¿Has terminado?, vámonos.
Le entregó las varas, cogió su sombrero con el
plato y una canasta de mimbre, y se pusieron en
marcha. Tomaron otro extraño atajo para salir, a la
anciana no parecía gustarle codearse con sus
convecinos.
―La, la, lalala...―Sofía cantaba.
Por lo que Melia había podido aprender en el
tiempo que llevaba allí. Antes de que Ethlan se
hundiera, la Isla había sido un lugar de espectacular
belleza, no había nada que se quedara a medias. Las
ciudades eran prósperas, reinaba entre sus calles el
bullicio alegre de las grandes urbes, Glauco apenas
había sido un barrio por entonces. Y en los
alrededores de la gran civilización se extendían los
campos de labor, planicies verdes donde los animales
277
apacentaban hasta donde la vista llegaba a ver y
pastos y cultivos dorados como el Sol. Separando
cada zona y región, se alzaban frondosos bosques
impenetrables que semejaban selvas, con especies de
animales y plantas de espectacular belleza de las que
nadie había visto u oído hablar fuera de la Isla.
Con las guerras, durante los primeros siglos de la
Caída, la mayor parte de las ciudades se destruyeron,
cientos de miles de personas murieron. Y los nuevos
bosques, menos exuberantes, fueron, poco a poco,
ocupando su sitio y el de los campos que quedaron
secos y estériles.
Pero toda la montaña de Ankira siempre había sido
una colosal selva, y por una de sus sendas caminaban
ellas dos, minúsculas humanas.
―¿Has visto algún daimión alguna vez?
Melia se detuvo cinco segundos para coger aliento
y contestar.
―Sí... alguna vez...
―¿Qué te pareció?
―Terrorífico.
278
―Ja, ja... claro, ahí está la gracia.
―¿Qué gracia?
―Tienen que dar miedo, para eso nacieron, para
asustar a los enemigos de Ethlan, el miedo es la
primera defensa. Fíjate en los animales, antes de
lanzarse los unos contra los otros, intentan
intimidarse, y si no lo consiguen, es cuando hay
pelea.
¿Qué estaba intentando explicar?
―¿Es lo que ocurrió aquí?—preguntó Melia.
―Sí, más o menos, durante un tiempo los
daimiones no tuvieron que hacer nada, la gente de
fuera se aterrorizaba al verlos. Pero como todo,
acabaron perdiendo el miedo. Los daimiones no eran
monstruos, no como ahora, eran hijos directos de
Ethlan, tenían su mismo corazón, eran buenos y
generosos. Ese fue su problema tras la Caída, estaban
muy unidos a su Madre, cuando Ethlan murió, su
corazón se fue con Ella, al menos la primera
generación, la segunda son otra historia más triste.
La primera generación ocupaba toda la costa, pero al
hundirse se desplazaron a la zona interior, donde Ella
279
está enterrada. Hubo guerras con los humanos, ya
sabes, aunque hoy en día solo se pelean entre sí. Son
un grupo confuso y perdido sin su Madre, una vez
sintieron cosas, tuvieron emociones, pero ya no...
―¿Quiere decir que no sienten nada?
―No del todo, cosas básicas, como dolor, alegría...
pero no pueden amar, ni odiar, curiosamente...
Recuerdan, recuerdan que a veces sentían emociones
diferentes, pero eso los frustra, algunos lo llevan
bien, la mayoría intenta no pensar en ello, y a
muchos les vuelve violentos...
Melia sintió que se le encogía el estómago. ¿Era
aquello lo que le ocurría a UrsHadiic?
―¿Qué quiere decir con lo de las generaciones?
―¿Uh? ¿Qué estáis muy mal educados?
Empezaba a odiar a aquella mujer.
―¿Ha mencionado algo de primeras y segundas
generaciones? ¿Qué son?
―Ah, la primera generación fueron los daimiones
que la propia Ethlan creó. Las segundas no son más
que hijos de la primera. Ethlan no los creó, así que no
280
están tan unidos a Ella, podrían tener carácter
propio, pero vienen a un mundo muy miserable, no
están bien preparados, son criaturas muy sensibles y
dulces en el fondo, sus familias y congéneres les
destruyen, para cuando son adultos y salen al mundo
son aún más monstruosos que la primera generación,
porque pueden odiar, de hecho, es casi lo único que
hacen. Muy triste.
Continuaron andando un tiempo en silencio. Melia
se sentía mal.
―...y, dígame, ¿usted dijo que podían usar
goeteia?...
―¡Oh, mira! ¡Hemos llegado! Rápido, ven, pon las
cañas, hay que aprovechar el día, fíjate, ya es la hora
de comer.
Muy bien.
De lo malo malo, tenía que reconocer que Sofía
parecía saber de lo que hablaba. Decidió que ayudaría
a la aburrida mujer mientras intentaba sacarle
información, llevaba mucho tiempo dando vueltas
por aquel mundo, un poco más de espera no iba a
281
destrozarla, y menos si conseguía información
trascendental.
Clavó las largas cañas en la orilla y se sentó. Sofía
bailaba río arriba y río abajo, buscando las mejores
zonas, de vez en cuando entraba al agua y removía su
plato.
―¿Pican algo?―le gritaba desde algún recodo
perdido.
―¡No!
―¡Si no pescas nada, no cenas!
―¡Usted tampoco!
―¡Cómo te atreves a gritarme así!
―¡Está en la otra punta del mundo! ¡¿Cómo quiere
que le grite?!
―¡Con cariño y amor!
―¡Eso tiene que merecérselo!
―¡Vas a alertar a los guardias si sigues gritando!
―¡Si es usted la que ha empezado!
―¡Gah!
282
Melia sonrió. Bueno, si no se la tomaba muy en
serio, podía ser una señora entretenida.
Se hizo tarde, pensaba que volverían aquel mismo
día a la casa de Sofía, pero cuando empezó a
anochecer la buena anciana aún seguía dando vueltas
por el río, aprovechando los últimos rayos de sol.
―Bueno, bueno... ¿dónde está la cena?―dijo
cuando estuvo de vuelta, ya casi de noche.
Le señaló un par de raquíticos y feos pescados.
―¿Solo eso? Eres una pescadora malísima.
―Nunca lo he hecho antes, claro que lo soy, no sé
qué ideas tiene de mí.
―¿Y el fuego?, ¿tampoco sabes hacer fuego?
―¿Y si nos descubren?
―Bobadas, solo soy una pobre vieja que se ha
perdido, no esperarán que pase la noche a oscuras en
este sitio.
Cogió las piedras de su zurrón e hizo una hoguera,
luego ensartó los pescados y los puso cerca. Sofía
283
sacó un trozo de queso de su cesta de mimbre y unas
tortas redondeadas, e insípidas, que decía eran pan.
Empezaba a creer que la mandaba cocinar porque
ella misma era una cocinera espantosa.
La cena transcurrió en relativo silencio, solo roto
por la anciana protestando por lo poco hechos que
estaban los pescados. Al finalizar, Melia intentó
volver a interrogarla, pero la mujer gemía y decía que
la comida le había sentado mal.
Al día siguiente tampoco pudo sacarle más
información. Transcurrió más o menos como el
anterior: Sofía dijo que había encontrado una zona
muy buena y se dirigieron hacia allí. Melia puso las
cañas y se colocó en un alto, para poder vigilar los
alrededores mientras la anciana buscaba su oro.
Empezó a sentirse algo preocupada por la mujer,
pasaba muchas horas en el agua y estaba fría.
Siempre había creído que a la gente mayor no le
sentaba bien la humedad y las temperaturas bajas.
Por la tarde se ofreció a ayudarla, pero Sofía se negó
de mala manera. Decía que iba a robarle su oro.
284
―Y eres una inútil, esto es un trabajo muy
delicado, si hasta eres capaz de quemar un par de
pobres pescados no sé qué harás con mi pobre plato y
mi oro.
―Me dijo que los pescados estaban crudos.
―¿Ah, sí?... ¿Qué fue lo que quemaste entonces?
―Nada, pero usted me está calentando mucho la
cabeza.
―Hoy quiero trucha, venga, vete y consígueme un
par.
Pues iba lista.
Igual quería caviar ruso también.
Aquel día tuvo éxito, consiguió tres peces para
cenar. Y uno hasta se podía comer y todo.
―¿Alguna vez conoció algún daimión que... uh...
fuera bueno?
―No.
―Ya...
―Aunque una vez, estaba viajando por el límite de
su territorio, conocí a una joven en la zona de cría,
285
era una daimión, y supongo que era muy joven
porque, aunque ya tenía forma humana, seguía cerca
de la zona de cría. Los adultos suelen asustarles, así
que se esconden allí... Recuerdo que tenía una
pequeña enfermería de animales, recogía criaturitas
heridas e intentaba curarlas. Era tan adorable... Un
día intenté acercarme y hablar con ella, cuando me
vio me lanzó una mirada que hubiera detenido un
bauro en plena carrera, era fría como no te imaginas,
y sin decir nada, se abrazó a algunos de sus animales
y se fue. No volví a verla más. No tengo una idea
precisa de lo que les hacen a esos pobres chicos, pero
no es bueno...
En realidad, Melia sí podía imaginarse la mirada de
la joven daimión, la había llegado a tener muy cerca,
de hecho.
A la mañana siguiente se movieron hacia otro
lugar, pero no era ni medio día, cuando vio a Sofía
acercarse a la carrera hasta ella.
―¿Qué ocurre?
―¡Guardabosques!―la mujer jadeaba― ¡Deprisa!
―No volverá a meterme tierra a la boca.
286
―¡No hay tiempo!, ¡limítate a correr como una
posesa!
Melia recogió sus cosas como buenamente pudo y
salió corriendo tras la mujer. Dejó las cañas atrás,
pero iban a ser una molestia terrible correr con ellas
en el bosque, si Sofía se disgustaba, podía ir en
persona a buscarlas.
Todavía no había visto a sus persecutores, pero
pronto oyó cascos de caballos y se dio cuenta que se
estaban acercando con rapidez. Tendrían que buscar
la manera de despistarlos entre la densa vegetación.
Miró a su compañera delante de ella, se preguntó si
corría hacia alguna parte.
Entonces descubrió un montículo y se le ocurrió
que podrían esconderse debajo, la señora se negó.
―¡Sigue!, ¡sígueme!, ¡adelante!
Melia continuó tras ella, algo a regañadientes, pero
sin el ánimo ni el aliento para discutir. Poco después,
la mujer dio un giro brusco y se metió de cabeza por
un agujero entre arbustos con espinas.
―¡Venga!, ¡muévete!―la animaba a pasar desde el
otro lado.
287
Cogiendo aire y volviendo la vista atrás para
comprobar que los caballos aún no eran visibles, se
metió en aquel hueco y se arrastró como pudo,
intentando evitar los pinchos. Al otro lado le
saludaron los dientes de un daimión de piedra.
―¿Qué...?
―¿Ahora te dan miedo las figuritas? Sal de ahí...
Al asomar la cabeza de entre los arbustos, se dio
cuenta que estaba dentro de algún antiguo edificio de
roca, aunque lo de ‹‹dentro›› no era demasiado
exacto, estaba derruido y abierto en todas
direcciones, pero ofrecía cierta protección.
Se acurrucaron bajo la estatua y miraron tras de sí.
Los jinetes se detuvieron a pocos metros frente a
los arbustos que acababa de cruzar y, por un
momento, se asustó. Eran dos, dieron vueltas con los
caballos, confundidos. En seguida volvieron a
ponerse en marcha.
Melia suspiró de alivio al verlos partir. La vieja
soltó una risilla aguda y nerviosa.
288
―Sabía que no se darían cuenta... estoy
convencida que estas viejas rocas aún tienen poder
dentro de ellas...―dijo acariciando con cierto cariño
el lomo del daimión.
―¿‹‹Sabía que no se daría cuenta››?, ¿por eso está
temblando?
―Es la vejez, y la carrera, hacerle notar esas cosas
a una pobre anciana es de mala educación.
Sofía miró a su alrededor, con el labio inferior
tembloroso y pensativo.
―Es un fastidio―continuó hablando―, estoy
segura que había cosas interesantes en ese río... ahora
tendremos que volver a casa, ya vendré otro día...
Tras un tiempo prudencial en el que esperaban que
sus persecutores se hubiesen alejado, pusieron rumbo
de nuevo al claro en el bosque.
Sofía protestó, gruñó y gimoteó todo el camino por
haber dejado atrás las cañas; iba a morir de
desnutrición en dos días sin pescado fresco, era una
extraña enfermedad que empezó a sufrir de repente.
Melia, sin embargo, no estaba por la labor de dar
media vuelta.
289
Alcanzaron el claro siendo noche cerrada,
conseguían ver relativamente bien gracias a que había
Luna Llena y la anciana daba la impresión de
conocerse aquel bosque como la palma de su mano. O
igual mejor.
La buena señora se fue renqueante hasta su casita,
mientras ella mal extendía las mantas en el suelo y se
tiraba encima a dormir, completamente agotada.
290
Capítulo 12 Traficantes de esclavos
La anciana aquejó lo complicado del viaje y
descansaron unos días en el claro, hasta que una
mañana le pidió que la acompañara a Bis de Muros,
un pueblo interesante. Quería vender el oro que
había conseguido reunir aquellos meses, apenas era
más que un polvillo que ocupaba parte de la palma de
su mano, pero Sofía lo trataba como si fueran los
ahorros de su vida.
Y quería que fuera con ella porque decía que tenía
cara de espantar malhechores. Melia estaba segura
que la buena señora no se había mirado en un espejo
en mucho tiempo.
Llegaron antes del medio día y descubrió que con
‹‹pueblo interesante››, lo que en realidad Sofía quería
291
decir era: ‹‹pueblo que vive de negocios turbios››.
Había visto a aquella gente viajando con UrsHadiic,
tuvo un mal presentimiento que le acompañó todo el
tiempo que estuvieron allí.
Como había conseguido el oro con métodos poco
honrados, Sofía no podía intercambiarlo o venderlo
por monedas en un sitio decente, eso era
comprensible. Lo que no esperaba era la gente con
peor aspecto la saludaba por la calle, y ella les
devolvía el saludo y preguntaba por su familia.
Sin embargo, de entre toda aquella variopinta
comunidad de personas poco amigas del seguimiento
de la ley, los que peor impresión le causaban eran un
grupo de aire foráneo que hablaban entre sí en una
esquina. Por la manera en que miraban a su alrededor
no eran de allí, ni los lugareños les ponían buena
cara. El particular grupo llevaba dos bauros de
aspecto feroz, aquello era muy llamativo, porque los
ánforos no solían emplear bauros para trabajar.
Se alegró cuando la señora salió de la casa en la
que se había metido, con una bolsa de monedas
oculta en su pechera.
―Vámonos, no me gusta esta gente―dijo Melia.
292
―¿Por qué?, el tipo de dentro me ha pedido un
buen precio por ti, yo creo que a él sí le gustas...
―No soy una esclava, no se haga ideas raras.
―Bueno, bueno, era un decir, es un tipo rico
aunque no lo parezca, vivirías muy cómoda.
Melia lo había visto desde fuera, era todo lo
cómoda que quería sentirse con él.
La anciana se sentía feliz, tan feliz que incluso
volvió a su casa pasando por delante del resto de su
pueblo y compró una botellita de licor.
Durante la cena, bebió y cantó todo lo que le dio la
gana. Melia no hizo nada por detenerla, si le daba un
infarto se iba a ir al otro barrio bien contenta.
Y no se metió ni una vez con su comida.
―¿Por qué te preocupa la goeteia, cariñín?―le
preguntó de pronto, cogiéndola desprevenida.
―Ah, quiero ir a Geo...
―¿Y eso por qué?
―Es mi casa, vine aquí sin querer.
La vieja empezó a reírse hasta quedarse sin aire.
293
―¡Esta sí que es buena!, ¡sin querer!, eso es
bastante complicado ricura...
―Bueno, es lo que pasó.
―¿Así que eres una Hija de Ethlan? Oooh... pobre
criatura, igual te dejan ir a Ánax de cualquier forma,
he oído que se les murió su príncipe, necesitarán otro
bicrono que haga magia por ellos... o igual no... Al
Consejo de Sabios le gusta mucho hacer lo que
quiere... Suerte...
―¿No cree que pueda aprender goeteia?
―Aprender puede, que te dejen... ajajajaja...
Melia suspiró, todo parecía tan desalentador… Sin
embargo, se daba cuenta que al menos ahora tenía
posibilidades a los que agarrarse, hacía apenas un par
de meses se veía atrapada allí por siempre.
Ir hasta Ánax no le hacía ninguna gracia, siempre
lo había evitado, el trayecto era caro y sabía que eran
tan hospitalarios con los extraños como allí (nada);
pero su problema tenía una solución al menos,
siempre lo consideraría como un último recurso.
―¿Es cierto que se metió a un Lago?
294
La mujer dejó de reírse de golpe y se quedó
mirando a la nada.
―...cierto, sí... me metí en una de esas fuentes...
―¿Qué ocurrió?
―...oh... ¿sabes?, no tenía ni idea de lo que hacía,
era una chica joven y guapa, como tú...
―...¿y?
―Bueno... cuando salí de allí, dejé de serlo...
―¿Dejó de serlo?
―Soy lo que ves ahora... Me convertí en una
vieja...
―Lo siento...
―Ya, no importa mucho, la gente sigue viviendo
de más aquí, joven o viejo, al final todos esos años
siempre son una carga...
Sofía lanzó un hondo suspiro y volvió a quedarse
mirando fijamente el fuego sin decir nada.
―…al menos puede engañar a todo el mundo con
eso de ser una débil ancianita.
295
―Sí, ahí tienes razón... je je...―dijo antes de
volver a echarle un largo trago a la botella de licor―.
La vida puede ser muy buena también...
Dejó que se acabara la botella y se acurrucara más
junto al fuego, con una inmensa cara de satisfacción,
antes de hacerle más preguntas.
―...¿sabe... si es posible que
pueda...uh... mejorar su actitud?
un
daimión
―Je je jeeeee...―la última carcajada la alargó
hasta parecer un chillido―. Haces muchas preguntas
sobre daimiones, ¿creía que querías saber más de
goeteia?
―Pero si es usted la que está continuamente
hablando de ellos...
―Oh uo... está bien... no lo sé, podrían, supongo
que podrían, si fuera una segunda generación... el
problema es que quisieran, ¿por qué iban a cambiar?
Lo más―bostezó―… lo más cómodo que uno puede
hacer es odiar o ignorar a todo el mundo,
preocuparse por los demás da demasiado trabajo...
ooouugh...
296
Con aquella última expresión, Sofía cayó de medio
lado y comenzó a roncar.
Melia cogió una de las mantas y la tapó, luego ella
misma se echó, pensando, mirando los rescoldos
hasta quedarse dormida.
Durante una semana no fueron a ninguna parte.
Sofía se pasó la mañana tumbada con mala gana.
Melia pensó que no era más que una resaca muy
larga, pero al día siguiente la vio recogiendo algunas
de las cosas tiradas por el claro, cojeaba un poco.
―¿Se
ayudar.
encuentra
bien?―dijo,
ofreciéndose
a
―Ah... sí, es solo un problemilla de cadera, me
viene de cuando en cuando... Toma, rica, guarda esto
debajo de la caseta...
―¿Algo más?
―Umm... no, ve poniendo la cena, me apetece algo
caliente... algo con consistencia... ¿sabes poner
estofados?
―Puedo intentarlo.
297
―Estupendo, estupendo...―Melia empezaba a
preocuparse. Sofía debía estar muy enferma―. Ya
tengo planeado un sitio nuevo, fui hace tiempo, no
hay guardas, pero tampoco creo que quede mucho
oro, aunque si lo hay lo encontraré...
―¿Está segura? No tiene buena cara.
―Tonterías, solo es mi tonta cadera, pronto
mejorará...
Cuando Sofía decidió que se encontraba bien se
pusieron en marcha, aunque todo el viaje de ida lo
hizo cojeando. Melia insistió varias veces que
pararan, pero la anciana no quería oír hablar del
tema. Ella estaba estupendamente.
Aquel río estaba lejos, caminaron todo un día, y
sospechó que la razón por la que Sofía había elegido
un sitio como aquel, sin guardia, era precisamente
para no tener que salir huyendo.
Por el camino encontraron un pueblo remoto y
destartalado, no tenía muchos habitantes y las
miraron con cierta desconfianza.
―No ven viajeros por aquí, es un sitio bastante
perdido, fuera de esta región solo habitan los
298
bauros―explicó la señora, que no se intimidaba con
nada.
Bajaron al río, estaba muy abierto en todas
direcciones, a lo lejos podían ver los humos de las
casas del pueblo.
―Esto era bosque―continuó la mujer―, lo talan
cerca de los ríos, venden la leña y esperan cultivar
algo. Pero la tierra de los bosques es mala, así que
normalmente viven de la madera, de algunos brotes, y
cuando al de un par de decenios ya no sale nada, se
van. En el nacimiento de este río había una mina de
oro, así que espero conseguir algo.
Melia levantó el pequeño campamento mientras
Sofía inspeccionaba la zona, seguía insistiendo que
estaba bien.
Pasaron un par de días tranquilos, la gente del
pueblo en general las esquivaba. Solo un par de
hombres, extremadamente delgados y de espalda
retorcida, se pararon un momento para reírse de
ellas.
―Oro... aquí... ¡ja, ja!
299
A ella no le importaban mucho sus burlas, ya que
no estaba allí buscando oro, y Sofía también los
ignoraba.
―Oh, la tierra está más movida que la última vez,
es bueno, bueno, bueno...
Eso decía la señora, pero al tercer día aún no había
encontrado nada.
A medio día estaba paseando por una zona que aún
no habían terminado de talar, algo alejada del río. A
lo lejos veía los tejados del pueblo, se fijó con más
atención y se dio cuenta que las chimeneas estaban
echando mucho humo.
Pasó un rato mirando, extrañada, aquella gente no
era de las que quemaban leña de más si podían
evitarlo… Entonces se dio cuenta que era un
incendio.
Se disponía a bajar hacia allí para ver lo que
ocurría, cuando oyó gritar a Sofía.
―¡Aaaaaah! ¡Ayuda, socorro, me llevan! ¡Aaaaah!
Melia cogió una rama antes de salir corriendo de
vuelta al río, vio un hombre intentando sujetar a la
300
anciana y llevarla arrastras. La señora se defendía
con furia, completamente dispuesta a complicarle el
trabajo. Se acercó por detrás del hombre, levantó la
rama y le golpeó con fuerza. El agresor de Sofía se
dio la vuelta, confundido y sorprendido.
―¿Qué?...
Melia volvió a golpear, varias veces. Acababa de
reconocer a aquel tipo, era uno de los que había visto
en Bis de Moros y que le habían dado mala espina,
estaba segura que no podía estar allí para nada
bueno. Consiguió que cayera al suelo cuando algo le
arrancó la rama de las manos, al girarse vio un
gigantesco bauro con el rostro descompuesto.
Se disponía a gritar cuando otra persona le sujetó
por detrás.
―¡Cabrones, soltadme!
En alguna parte, oía chillar a Sofía.
El hombre al que estuvo golpeando se puso en pie,
rojo de rabia y con el puño levantado.
―¡No le des en la cara!―oyó que gritaba alguien
detrás de ella.
301
El tipo gruñó y sacudió el brazo, golpeando al aire.
―¡Lleváosla con los demás!―ordenó con una voz
grave y ronca.
Melia gritó y pataleó, pero la arrastraron todo el
camino hasta el pueblo. Seguía oyendo gemir a su
compañera cerca, no podía verla. Un bauro
gigantesco caminaba tras ella, eliminando cualquier
idea de escurrirse de los brazos que la sujetaban y
escapar.
Las llevaron hasta el pueblo, nada más entrar vio
edificios carbonizados y algunos cuerpos inmóviles
en el suelo. En un pequeño hueco entre las casas se
acurrucaban los lugareños, la mayoría mujeres, y un
par de niños, todos miraban con terror a su
alrededor.
Había cerca de media docena de hombres, armados
con garrotes, algunos llevaban incluso lanzas,
espadas y flechas. Contó también tres bauros más,
con la misma expresión desquiciada del que la seguía.
La empujaron sobre la gente acurrucada en el
suelo.
302
―Quietecita ahí...―dijo el tipo que la había estado
llevando. Detrás llegó Sofía, gimiendo y lloriqueando.
―¿Estás bien?―le preguntó―. ¿Te han hecho
daño?
La anciana no dijo nada, pero negó con la cabeza.
Esperaron un tiempo allí, todos pegados los unos a
los otros y mirando a su alrededor con consternación.
Los asaltantes daban vueltas, buscando.
―Traficantes de esclavos...―dijo finalmente Sofía,
en un susurro.
Melia sintió un frío helado en el estómago. Así que
era eso... los querían para venderlos como esclavos.
Era terrible, no iban a ser siquiera esclavos legales,
no tendrían derechos. Nadie que comprara esclavos
ilegales lo hacía porque quería hacer cosas legales
con ellos.
Los lugareños estaban rígidos y pálidos, conocían
mejor que ella los destinos en los que podían
terminar.
Dos horas después, los traficantes les levantaron y
les llevaron a los carros que esperaban en las afueras
303
del pueblo. Había tres, tirados por un par de mulas,
uno de los carros ya tenía gente, otros habitantes de
un pueblo aún más perdido que aquel que habían
encontrado por el camino.
―Vamos, arriba―ordenó uno de los traficantes.
Las cajas de los carros estaban rodeadas por cañas
gruesas y cruzadas entre sí, era una prisión
ambulante. Vio algunas cadenas, pero ninguna otra
medida de seguridad, por lo visto suponían que los
bauros y las armas ya eran más que suficiente para
controlarlos.
Sofía y ella entraron abrazadas a su carro, las
hicieron subir hasta que apenas hubo sitio para que la
gente pudiera sentarse encogida en el suelo. La
anciana seguía gimiendo y llevándose la mano al
costado.
―¿Seguro que te encuentras bien?―insistió Melia.
En aquel momento no respondió, súbitamente,
parecía muy débil.
Antes de que los carros pudieran ponerse en
marcha, hicieron un movimiento brusco para
304
arrancar. La gente exclamó sorprendida y empezaron
a llorar al ser conscientes de que se los llevaban.
Fue un viaje espantoso. Todos estaban
aterrorizados y el carro comenzó a apestar. Si se oían
demasiadas voces, los traficantes se acercaban a los
barrotes y metían sus garrotes entre ellos, golpeando
a diestro y siniestro y gritándoles que se callaran.
Por la noche montaron un campamento, los
hicieron bajar despacio y en pequeños grupos,
dispersándolos por toda la zona. Les obligaron a
sentarse y pusieron un cuenco con una pasta verdosa
en el suelo. Era la comida para toda la gente de su
grupo.
Para dormir encerraron a varias personas en los
carros. El resto quedó fuera, cada pequeño grupo
vigilado por al menos un bauro, o dos hombres
armados.
Al día siguiente, metieron los grupos de vuelta a
los carros y continuaron el viaje en las mismas
condiciones que el día anterior.
Melia observaba con detenimiento lo que ocurría,
como era ya su costumbre.
305
Cuidaba de llevar siempre consigo a Sofía, la mujer
parecía cada vez más enferma y tenía muchos
problemas para andar. Temía que si se daban cuenta
pudieran dejarla tirada en una cuneta, Sofía debió
darse cuenta también, pues hacía esfuerzos visibles
por no quejarse y mantener la compostura.
―¿No deberían alimentarnos mejor?, si van a
vendernos digo, ¿no sacarían más dinero?
―Aah... depende, reina, quizá el lugar al que nos
lleven está cerca... o quizá para lo que nos necesiten
no hacemos falta demasiado sanos.
―¿Qué va a pasar con los niños?
―Nada... estarán bien, los niños son caros,
posiblemente los vendan como hijos adoptivos a una
familia con dinero.
Bueno, eso era un ligero alivio.
Observó a los bauros, no acababa de entender por
qué tenían aquel aspecto. No eran como los que había
conocido, excepto Oijme, todos resultaban bastante
inofensivos, los más espabilados y los menos, no
había oído en lugar alguno que dieran problemas si
306
no se los molestaba. Sin embargo, aquellos parecían
estar completamente fuera de sí.
Una noche, los traficantes dejaron que dos de ellos
se pegaran frente a las jaulas antes de dejarlos salir.
Querían que vieran lo brutales que podían ser
aquellas criaturas, que pensaran lo que les podía
ocurrir si imaginaban tan solo el intentar fugarse.
Melia no se sintió demasiado impresionada, se
había dado cuenta que la mayoría de las veces que
usaban cadenas eran para los bauros. Hasta sus
propios dueños parecían tener problemas para
controlaros. Le hizo una observación sobre ello a
Sofía, y, por supuesto, la mujer sabía algo.
―Los drogan, o eso oí, creo que usan alcohol, les
embota, les vuelve agresivos... Está prohibido vender
alcohol a los bauros, pero ya sabemos que a esta
gente no le importa mucho eso de obedecer la ley...
Qué poca vergüenza...
Continuó observando. Estaba imaginando cómo
podrían escapar. Iba a ser difícil si lo intentaba solo
ella, pero pensaba llevarse a la anciana consigo, no
iba a dejarla tirada de ninguna manera. Lo que
complicaba todavía más las cosas.
307
Capítulo 13 El regreso
En esa misma semana, los traficantes asaltaron
otro pueblo, llenando completamente los tres carros.
Los conducían por caminos muy poco transitados en
áreas apartadas, con bastantes baches que los
sacudían y sobresaltaban, especialmente a los niños,
que lloraban día sí y día también.
En ocasiones se cruzaban con leñadores, o
pequeños grupos de jornaleros de paso. Los
traficantes se pegaban a los carros y les obligaban a
mantener la vista al suelo y permanecer en silencio
mientras pasaban de largo. No es que aquella gente
con la que se encontraban no tuvieran ninguna idea
de lo que ocurría, parecían saberlo, pero se limitaban
308
a mirarlos con expresión triste y, posiblemente,
alegrándose de que no fueran ellos o los suyos.
Melia estaba convencida que no encontraría ayuda
allí.
Un día pasaron junto a un hombre encapuchado,
en un área completamente yerma. El hombre
permanecía quieto a un lado de la carretera mientras
avanzaban, parecía esperar a alguien, mientras,
mantenía la cabeza gacha y oculta, para protegerse de
los tórridos rayos solares que atacaban el
desprotegido lugar; pero, cuando su carromato estaba
a punto de pasarle de largo, empezó a andar junto a
ellos.
Uno de los traficantes le hizo un gesto agresivo
con su garrote.
―Sepárate más, imbécil.
El tipo de la capucha le ignoró. Melia observó con
curiosidad como, en un alarde de desprecio a los
traficantes y sus garrotes, se acercó aún más al carro
y lo cogió de los barrotes, como si intentara frenarlo.
Cosa que, para sorpresa de todos, consiguió hacer.
309
―¿Puede saberse que estás haciendo aquí metida?
El corazón de Melia dio un vuelco.
¿UrsHadiic?
Se inclinó entre los barrotes, haciéndose sitio
entre la gente.
Tenía que haber reconocido la nariz, era difícil de
ignorar, pero allí estaba.
UrsHadiic.
Y no se le veía nada contento.
Por un momento, sintió alegría, en seguida se le
pasó. Se daba cuenta que las la situación iba a
experimentar un giro brusco y potencialmente
desagradable.
―¿Te he dicho que qué haces aquí? No vas a
decirme que estos payasos te dan mejor de comer que
yo...
―Nos han capturado...―empezó a explicar.
Los payasos salieron entonces de su sorpresa,
apuntaron con sus armas al daimión y uno intentó
cogerle.
310
Voló contra un bauro.
UrsHadiic no estaba nada, nada, contento.
―¡Sal de ahí!―la ordenó.
Sofía se había acercado y observaba también entre
los barrotes.
―Oh... yo te conozco...
El daimión la miró un segundo y procedió a
ignorarla.
―No puedo irme así―respondió Melia, sujetando
a su compañera―, necesita ayuda.
―¡Tú, mamón! ¡Sepárate inmediatamente de ahí!
¡Si quieres una esclava, paga!
―¡El día que os de dinero a vosotros será el día
que me entierren!―les gruñó, parecía más molesto
con las interrupciones de los traficantes que con
ella― Sabes lo que va a pasar aquí entonces,
¿verdad?
Se encogió, agarrándose con más fuerza a Sofía.
No quería que ocurriera aquello. Miró a su alrededor,
a la gente asustada. No supo qué responder.
311
Y los traficantes fueron más rápidos que ella.
UrsHadiic gruñó y Melia vio un par de flechas
saliendo de su espalda. Se llevó una mano a la cara,
alarmada.
A continuación el daimión giró la cabeza hacia sus
atacantes, su cuello se había alargado visiblemente y
todo el mundo dentro del carro que pudo verlo soltó
una exclamación ahogada.
Todos menos Sofía, que estaba encantada.
―¡Lo sabía!―dijo con emoción.
Los bauros cargaron contra él, pero salieron
despedidos al encontrarse con sus garras. Antes de
que nadie pudiera recuperarse de la sorpresa.
UrsHadiic, convertido en una bestia, se lanzó a por
los traficantes. Varios intentaron hacerle frente,
sobre todo bauros, que en su estupor alcohólico no
tenían ni idea contra qué combatían, pero no
aguantaron mucho la embestida de un daimión
furioso. Cayeron destrozados, los traficantes que
permanecían en pie huyeron.
Por un momento, Melia creyó que UrsHadiic iba a
perseguirlos, porque hizo amago de alzar el vuelo,
312
pero en el último instante se volvió de nuevo hacia
los carros.
La gente en su interior chilló aterrorizada al verle
venir y empezaron a lanzarse contra los barrotes,
intentando abrirlos a la fuerza. La cabeza del
monstruo bajó sobre ellos, mordiendo la celda y
arrancando aquellos mismos barrotes del armazón del
carromato, para luego lanzarlos lejos.
Todo el mundo quedó petrificado, hasta que le
vieron moverse hasta el siguiente carro y hacer lo
mismo. Entonces se dieron cuenta que eran libres.
Sin decir ni adiós ni gracias, bajaron y corrieron
por la zona.
Melia creía que iban a ir directamente de vuelta a
sus casas, pero la mayoría se paró a revisar los
bolsillos de los traficantes muertos y a quitarles sus
armas, sobre todo las de hierro y metal.
Algunos se llevaron hasta las mulas.
Temblorosa, Melia ayudó a bajar a Sofía del carro.
Miró a su alrededor entristecida, no le gustaba nada,
no le gustaba ver gente muerta, aunque fuera gente
313
como aquella y, sobre todo, no le gustaba que fuera
UrsHadiic el que hubiera hecho algo así.
Que fuera algo inevitable no quería decir que se
debía sentir complacida por ello.
El daimión volvía a tener aspecto humano y
buscaba unos pantalones nuevos para ponerse. Se dio
cuenta, sintiéndose algo rara, que los daimiones
quedaban desnudos al transformarse.
Fue incapaz de recordarle desnudo la primera vez
que le vio. Claro que entonces estaba hecha un girón
de nervios.
Mientras Melia se ocupaba de sus pensamientos,
Sofía seguía a los suyos, bastante feliz.
―Qué bien, qué bien... un valiente y valeroso
daimión ha acudido a salvarme, qué emoción...
UrsHadiic la oyó al acercarse a ellas y varió
ligeramente su dirección para esquivar a la anciana
mientras hablaba con Melia.
―¿Puede saberse qué hacías aquí?
―Nos capturaron, ¡a ti qué te parece!...
314
―¡Te largaste sin decir nada! ¿Qué te crees que
estabas haciendo? ¡No me sorprende que hayas
terminado con esa gente!
―Antes de que me cogieran me las conseguí
apañar mucho mejor que contigo. ¡Déjame en paz!
El daimión cruzó los brazos, enfadado.
―De eso nada, tú te vienes.
―No.
―Compraremos más verdura si quieres, y haré un
poco más la carne.
―¡¿Me tomas el pelo?! ¡¿En serio crees que me fui
solo por la comida?!
Se produjo un pesado silencio. UrsHadiic parecía
que iba a explotar de un momento a otro.
Melia ayudó a su compañera a echarse un
momento y descansar.
Curiosamente, no le había preguntado por el
dinero robado, siempre había creído que eso sería lo
primero que haría si alguna vez se volvían a
encontrar.
315
―Sofía no se encuentra bien y quiero devolverla a
su casa, y aunque ella no estuviera aquí, no tengo la
menor intención de irme contigo. No soy ninguna
esclava y quiero volver a mi mundo.
Le vio girarse con brusquedad y le siguió con la
mirada, sorprendida. Se había acercado a uno de los
carros y empezó a arrancar los restos astillados de los
barrotes.
Se preguntó qué demonios estaría haciendo.
¿Tomándola con unos indefensos barrotes? ¿No había
destrozado suficientes cosas aquel día?
Comprobó que la anciana se encontraba cómoda y
se acercó al carro.
―¿Qué haces?
―¿Cómo piensas llevarla de vuelta a su casa?, ¿a
rastras?
―...te he dicho que no pienso volver contigo.
UrsHadiic se detuvo un momento y se quedó
mirándola. Luego volvió a romper las cañas con más
ahínco.
316
Melia suspiró y examinó los alrededores. El suelo
del carro estaba bastante indecente, decidió echar
algo de hierba y paja encima para limpiarlo; luego lo
quitaría con algunas ramas.
Mientras trabajaba, observaba al daimión, que no
había vuelto a decir nada, pero seguía dando la
impresión que iba a estallar.
―¿Por qué te fuiste?
Por un momento se quedó muda. La voz de
UrsHadiic había sonado muy baja, si no se hubiera
largado todo el mundo ya de allí, no hubiera estado
segura de que se hubiera dirigido a ella.
―¿Lo preguntas en serio?, ¿por qué hubiera
debido quedarme?
―Conmigo estabas segura.
―Eso lo dices tú, que yo recuerde querías
amordazarme para que te dejara de hacer preguntas.
―No hablaba en serio, ¿te he hecho algo alguna
vez?
―¿Y yo que sé si hablabas en serio?, dejaste de
hablarme, no contestabas a mis preguntas, y si lo
317
hacías era como si yo fuera una molestia, cambias de
la noche a la mañana y no entiendo nada, no sabía
qué pensar, no sabía qué más hacer, me levantaba por
las mañanas y sabía qué podría ocurrir, me asustas...
UrsHadiic brincó como si algo le hubiera picado.
Melia se mordió el labio, ya había dicho más que de
sobra.
Terminó de limpiar el suelo de madera, colocó más
hierba limpia y saltó para buscar a Sofía.
―Vamos, cogeremos el carro para volver a tu casa.
―Oh, qué bien―exclamó la anciana, poniéndose
en pie―, nos han dejado dos mulas y todo.
―Probablemente creerían que UrsHadiic se las iba
a comer...
―¿Urs?
―Es el daimión.
―¿Urs?, ¿has dicho Urs?
―Sí, ¿pasa algo?
318
―Oh, es su nombre familiar, a no ser que se lo
haya inventado, es una gran familia, no sabía que se
les hubiera escapado uno.
En aquel momento, el aludido se acercó a ellas y,
con un rápido movimiento, cogió a Sofía en brazos.
La anciana soltó un alegre gritito entusiasmado y
UrsHadiic estuvo a punto de dejarla caer.
―Iiiihhh... ¡Un guapo daimión me lleva en
volandas! ¡Qué emoción, qué emoción!
Melia no pudo evitar reírse por lo bajo.
Condujeron el carro de vuelta a la montaña.
Encontrándose con algunos de los fugados por el
camino. Nadie quería quedarse por allí cuando
vinieran los soldados a investigar.
Melia intentó cuidar que el carro no saltara mucho
para no molestar a Sofía, pero en realidad era casi
imposible en aquellos caminos.
Le preocupaba mucho el estado de la mujer. Lo
que le ocurría no tenía nada que ver con simples
problemas de cadera, pero la anciana seguía
emperrada en fingir que no era nada. Incluso gastaba
319
bromas con UrsHadiic, que intentaba ignorarla
manteniendo la atención fija en el camino.
Se detuvieron en un claro tranquilo a pasar la
noche, habían tomado una dirección que atajaba
directamente hasta Bis de Ankira, así que no se
encontraron con más fugados. Aquellos también
habían arrasado con las provisiones, pero
consiguieron recuperar algunas vituallas y hacer algo
decente para cenar, después del hambre que habían
pasado.
Aunque Sofía no tenía muchas ganas de comer.
Extendió algunas mantas sobre la tierra y la ayudó
a tumbarse encima. Poco después, pareció quedar
dormida.
―Se está muriendo...
Se volvió al daimión, enfadada.
―¿Cómo lo sabes?
―He visto morir a bastante gente, ella lo sabe
también.
Permanecieron un tiempo en silencio.
320
Melia sentía que no estaba entendiendo nada.
―¿Qué vas a hacer viniendo con nosotras? No
pienso ir contig...
―Ya te he oído.
Volvieron a quedarse en silencio. Miró hacia sus
mantas, pensando que lo mejor sería irse a dormir,
sabía lo inútil que era discutir con él.
―Bien... me rindo...
Parpadeó y se giró hacia su compañero. Había
vuelto a hablar en voz muy baja y se frotaba la frente
con las manos.
―¿Qué?
―Gerón está vivo.
Durante un instante, no supo de quién estaba
hablando. Al darse cuenta sintió vértigo.
―¿Q... qué?, ¿de qué hablas?... ¿lo encontraron
o...? ¿Cómo que está vivo?
―Estoy trabajando para él, la idea del ataque fue
suya... a medias, sabía que atacarían, y quería librarse
de Áncula y del Consejo, ahora creen que está muerto
321
y lleva casi un año en silencio, esperando. Yo debería
ser su ‹‹guardaespaldas›› durante el ataque, y armar
follón para que tuviera tiempo de desaparecer sin
dejar huella. Al principio creo que quería que fingiera
que me lo había comido, lo de las rocas resultó más
oportuno...
―No... no... no entiendo...
―Gerón tenía problemas, quería desaparecer, me
pagó para que le ayudara y desapareció. Fin.
―¿Desaparecer?, ¿sin más?, ¿y qué pinto yo en
todo esto?
El daimión se rascó la cabeza.
―No lo sé, un accidente, me dijo... también quiso
que cuidara de ti. Lo que me recuerda que me va a
deber mucho dinero, te fuiste con parte de mi botín...
―¿Sabes dónde está?
―No, oculto, dentro de unas semanas esperaba
recibir noticias suyas, no estaba seguro si podría
llegar a la cita, teniendo en cuenta que había perdido
parte del trato...
―¿Por qué no me dijiste nada?
322
―¿Por seguridad? Pasamos más de un mes
rodeados de ánforos, si se enteran que está vivo y yo
le ayudé, me matan. Luego…no lo sé, creo que Gerón
no quería que lo supieras... aunque tampoco dijo
nada directamente en contra...
―No te apetecía, básicamente.
―Es posible...
Ella también empezó a masajearse las sienes.
¿Qué estaba diciendo?, ¿qué era todo aquello?, no
tenía sentido...
Pero el tipo que había prometido ayudarla a volver
a casa tantas veces estaba vivo. Gerón estaba vivo...
Y UrsHadiic estaba protegiéndola porque él se lo
había pedido.
UrsHadiic cuidaba de ella, porque otro se lo
ordenó.
Tomó aire, y lo soltó poco a poco...
Aquella parte, al menos, ya tenía explicación.
―¿Cuándo se supone que os vais a ver?
323
―No ha dicho nada de vernos, solo que recibiría
noticias.
―¿Podré enterarme yo también de lo que dice?
―Oh... así que ahora sí te interesa venir conmigo...
―Voy a quedarme con Sofía lo que haga falta, os
guste a vosotros o no, pero también quiero saber qué
está pasando.
―De acuerdo... ya hablaremos cuando la dejemos
en su casa...
―¿De acuerdo?
―Sí.
―...¿de verdad te hubiera costado tanto decirme
esto entonces?
―No lo sé, pero ya no va a cambiar nada, así que
no importa.
Le vio estirarse y echarse sobre la hierba.
―Buenas noches.
―Ya... buenas noches...
324
Melia se incorporó, se enrolló en sus mantas y se
acurrucó junto a Sofía.
Tenía que pensar en muchas cosas.
Abandonó a UrsHadiic por miedo, un miedo
confuso, como ella. Hacía tiempo se dio cuenta que
no huyó por su mal carácter, o porque fuera,
literalmente, un monstruo, huyó porque era incapaz
de entenderlo. Nunca sabía lo que pensaba, sus
cambios de actitud, su desidia hacia todo y sus
paradojas. No podía confiar en él cuando era lo que
más quería hacer.
Aquello la aterrorizaba.
¿Tendría ahora todo un poco más de sentido?
Llegaron a la cabaña en pocos días. La anciana
apenas pudo moverse hasta entrar en su casita, seguía
insistiendo que no pasaba nada, pero ella la veía cada
día peor. Insistió en que visitara a un médico, la
mujer se negaba a saber nada de ellos, la presionó
para que reconociera qué le estaba pasando o
llamaría a uno por las buenas o por las malas.
325
―No hace falta, no digas tonterías, mona, estoy
perfectamente, en cualquier minuto me levanto y
salgo corriendo...
―Nada me gustaría más, pero no te creo.
―¿Por qué no?, ¿te he mentido yo alguna vez?
―Sí.
―Pero eran mentiras inocentes...
―Dímelo, por favor, si quieres que haga algo por ti
lo haré, pero primero quiero saber qué te pasa.
Sofía estaba echada en su cama, miraba las paredes
a su alrededor mientras movía los dedos de las
manos.
―Está bien... Sí, estoy enferma, muy enferma...
Fui hace tiempo a un médico, ya ves, no necesito uno,
ya fui... Me dijo que no tenía cura, que lo mejor que
podía hacer era coger todos mis ahorros, comprarme
una casita tranquila en la ciudad y contratar a
alguien que cuidara de mí... Le dije que se fuera a
hacer gárgaras...
Melia asintió con la cabeza, sintiendo que los ojos
se le llenaban de lágrimas.
326
―Entiendo...
―Está bien, tiene que acabar pasando, más tarde o
más temprano, mientras aún pueda moverme pienso
dar la lata...
―¡Oh!, y eres muy buena haciendo eso...
―Je, je, je...
Quedaron en silencio de nuevo, cavilando.
―Vas... ¿te vas a ir con ese daimión amigo tuyo?,
creo que te está esperando...
Melia giró la cabeza hacia la puerta.
―No, me quedo aquí, el tiempo que haga falta.
―¿Estás segura?, podría enfadarse.
―Pffff, que se enfade...
―Deberías tener más cuidado con él...
―No, está bien, no me hará nada.
―Ya... te está escondiendo cosas.
―Estuvimos hablando el otro día, todo está claro.
327
―Ja, ja. No hay nada claro en él, lo noto, oculta
algo... ¿Puedes decirle que entre un momento a
hablar conmigo?
La miró extrañada.
―¿Por qué?
―Quiero saber qué se calla.
―¿En serio crees que podrás sacárselo?
―Lo intentaré al menos. Dile que entre.
―Ajá... ¿seguro que quieres hablar con él?, no
estarás pensando en hacer otros asuntos...
―Ji, ji, ji... uy, ¿a mi edad?, ¡qué cosas tienes...!
Salió fuera, atardecía. UrsHadiic estaba apoyado
en una de las casetas, observando confuso la
colección de estatuas de Sofía.
―Quiere hablar contigo.
Se señaló con el dedo.
―¿Conmigo?, ¿por qué?
Melia se encogió de hombros.
328
―No lo sé, asegurarse que no eres una mala
persona...
―No soy una persona, así que ya va mal... ¿seguro
que quiere hablar conmigo?
―Sí.
―Te lo advierto, para que conste, que si me ataca
pienso defenderme.
―Es una anciana enferma, ¿qué te va a hacer?
―Supongo que tendré que averiguarlo.
Abrió la puerta y entró a la caseta. Melia sonrió, se
agachó y se arrastró hasta la ventana, para oír lo que
decían.
―...saber ¿qué interés tienes con esa chica?
―Un tipo me encargó que cuidara de ella.
―¿Por qué?
―Eso no lo sé.
―¿No te interesa saberlo?
―¿Debería?
―¿Tú qué crees?
329
―¿A usted que le parece?
―Esto no va a ninguna parte, ¿qué estás
escondiendo?.
―No sé a qué se refiere.
―¿De verdad no sabes nada sobre por qué esa
persona quiere a Melia? Nunca me ha hablado de
nadie que podría interesarla... pero me ha preguntado
por vosotros varias veces.
―¿Nosotros?
―Daimiones, eran preguntas muy especiales,
también...
―¿Ah, sí?, ¿como qué?
―No, chico, responde tú primero, ¿para qué
quieren a Melia?
―Le he dicho que no tengo ni idea, solo quiere
que alguien la cuide, no me ha pedido nada más.
¿Puedo preguntar a usted qué le importa?
―Os conozco, le he cogido cariño a la niña y que
me aspen si me voy dejándola en manos de uno de
vosotros.
330
―No tengo intención de hacer nada.
―Ya, una vez oí un refrán sobre a dónde llevaban
las buenas intenciones...
―Y usted tiene pinta de ir allí pronto.
―Je, je, je... sí, pero antes te haré sudar un poco,
te noto nervioso, niño, no te gusta nada que te esté
haciendo estás preguntas ¿verdad? ¿Por qué?
―No sé de qué habla.
―Nervioso, nervioso...
Melia se rascó la cabeza, era como oír discutir a un
burro y una vaca.
―¿Qué preguntas le hizo Melia?
―¿Uh?, no te preocupa por qué te contratan, pero
te preocupa lo que la chica piensa de ti. Eres
intrigante, Hadiic...
―No me llame así.
―Ja, ja... ¿por qué no?
―No es mi nombre.
331
―Seguro que no, seguro que ni siquiera tienes,
¿me equivoco?
―No es asunto suyo.
―¿Qué pasó?, te debiste marchar siendo muy
joven...
―No es asunto suyo, no me gusta jugar al gato y el
ratón, si de verdad cree que me pongo nervioso
créalo, pero yo me largo.
―Espera, espera... ¿sabes qué pregunta me hizo
Melia?
―¿Qué?
―Quiso saber si era posible que un daimión
pudiera llegar a ser una criatura decente.
―...¿y qué le dijo?
―Que erais todos una pandilla de indeseables sin
arreglo.
―Eso está bien, me hubiera preocupado que le
hubiera dicho algo bonito.
―Sí, seguro, muy preocupado.
332
Melia intentó arrastrarse de vuelta a la hoguera,
dándose cuenta que UrsHadiic salía.
Cogió un cuenco y se sentó frente al fuego,
intentando disimular.
No tenía la más remota idea qué había intentado
hacer Sofía, la mitad de las cosas ni siquiera las había
entendido. ¿Había alguna especie de lenguaje secreto
entre daimiones que aún no conocía?
¿Y por qué le había contado aquello sobre ella? No
quería que UrsHadiic se hiciera ideas raras tampoco.
El daimión salió y se acercó al fuego, le brillaban
los ojos frente a aquella luz, así que no estaba segura
de qué podía estar pasándole por la cabeza. El gesto
de su cara era bastante neutro para él.
―¿Qué te ha dicho?―preguntó Melia, fingiendo
ignorancia.
―Cosas...
―¿Algo interesante?
―No.
333
―Voy a hacer algo de comer... no tenemos mucha
carne.
―No importa.
―Voy a preguntarle a Sofía qué quiere.
―De acuerdo.
―Tienes una cucaracha gigante encima de la
cabeza.
UrsHadiic dio un respingo.
―¿Ahora resulta que te asustan las cucarachas?
―No me gusta que haya insectos paseando por mi
pelo, es desagradable.
―Bueno, al menos has reaccionado.
Mientras preparaba la cena, Melia recordó también
recoger algunas plantas y las preparó, su compañero
no reparó en lo que hacía hasta que le puso el cuenco
con el mejunje en los morros.
―¿Qué haces?
―Te hirieron con unas flechas, pensé que te haría
falta.
334
El daimión se inclinó hacia atrás, ella se había
colocado delante del fuego, de modo que ya no se
reflejaba en sus ojos. Se le veía confundido.
―Oh... te acuerdas... está bien, espera...
UrsHadiic se quitó la camisa e intentó tocarse las
marcas, pero no las alcanzaba.
―Déjame, yo lo hago, te acabarás dislocando un
hombro.
―Como si fuera la primera vez...
―¿Te has dislocado el hombro antes?
―¿Te refieres a yo solo, u otra persona?
―¿Ambas?
―No sé... dos docenas de veces o así...
Melia hizo un gesto de negación con la cabeza. No
entendía cómo se podía vivir así.
Comenzó a echar ungüento por la espalda. Las
heridas viejas, que le estuvo cuidando la vez anterior,
ya estaban cerradas y tenían una fina costra de un
rojo intenso. No habría calculado que tendría más de
unas semanas y, sin embargo, sabía que llevaba casi
335
un año con ellas. Era una suerte que los daimiones
fueran tan resistentes, con la vida que llevaban, y las
curaciones tan lentas que sufrían, era milagroso que
no se hubieran extinguido.
―Ya está, buscaré algo para cubrirlas...
―Gracias.
Parpadeó.
―De nada.
El día siguiente transcurrió con bastante calma,
Melia cuidó de Sofía e intentó que estuviera cómoda.
Mientras, UrsHadiic dio varias vueltas por las
proximidades, situándose.
Se preguntó si tenía la intención de irse o se
quedaría con ellas.
La anciana no mencionó su conversación con él, se
limitaba a hablar de asuntos cotidianos, como cuánta
agua podía sacar del pozo sin que tuviera que esperar
a recargarlo, cómo decidió donde colocar las estatuas
para que señalaran diferentes caminos (así que no
estaban al tuntún), y dónde escondía sus ahorros.
336
Aunque ya había reconocido que padecía una
enfermedad grave, que le expusiera de aquella forma
los secretos de su vida cotidiana le ayudó a
convencerse de que Sofía se estaba muriendo.
Se sintió deprimida, había cogido mucho cariño a
la mujer.
Al anochecer la dejó durmiendo, dormía mucho,
prácticamente se desvanecía frente a ella.
Salió fuera de la caseta, pensando en ponerse algo
caliente para beber e intentar animarse un poco.
UrsHadiic le estaba haciendo muecas a una de las
estatuas.
―¿Saludando a un pariente?
Se volvió para mirarla por encima del hombro.
―¿Puedo preguntar por qué nos hacéis siempre
con la boca abierta?
―Igual... para que se os vean los dientes, así dais
más miedo.
337
―Ya, es incómodo, y desagradable... Imagínate
que tallan una efigie a tu imagen y semejanza, con la
boca completamente abierta...
Melia se lo imaginó, y no pudo dejar de reconocer
que UrsHadiic tenía algo de razón.
Cogió un tazón con semillas machacadas y agua
hirviendo. No tenía ni idea de cómo se llamaban las
semillas, pero tenían cierto sabor espeso y
vigorizante. Era lo más parecido a café que había
probado allí, también eran semillas abundantes,
crudas tenían mal sabor y la mayoría de la gente se
las dejaba a los pájaros.
Con un suspiro observó fijamente el fuego y dejó
que se cabeza divagara sin rumbo.
Si moría, iba a echar de menos a Sofía. Una parte
de ella había empezado a reconocer el claro como un
hogar. En aquel mundo en el que todo parecía
haberse detenido, ella no había conocido aún un
lugar estable por más de un mes. Pese a que tenía
muchas esperanzas de volver a su mundo, se daba
cuenta que le gustaba la idea de tener un sitio
familiar y protegido allí, se sentía menos
338
desamparada, pero sin la anciana también se sentiría
muy sola.
Sin darse cuenta al principio, UrsHadiic se había
acercado al fuego y la miraba apoyado en una de las
casetas. Tuvo un pequeño sobresalto al levantar la
vista y verle allí. Podía ser muy silencioso cuando
quería.
―Ah, haz más ruido al moverte, me habías
asustado, ¿quieres beber un poco?, aún hay agua
caliente.
No vio bien su expresión porque el fuego se
reflejaba en sus ojos, para variar, pero se inclinó para
coger una taza.
―Me iré mañana.
Melia movió la cabeza, algo sorprendida.
―¿Mañana?
―No hay mucho que hacer aquí, no quiero que el
contacto se vaya sin darme noticias, prefiero ir con
tiempo.
―...¿estás diciendo que me dejas aquí?
339
―Estoy diciendo que te dejo mientras esa vieja
sigue viva y yo no tenga nada mejor que hacer, en
cuanto reciba noticias volveré a buscarte. O, mejor, si
la vieja se muere, creo que deberías venir tú, igual te
interesa saber qué dicen...
Lo pensó durante un momento. Básicamente, y
muy a su manera, UrsHadiic la estaba dejando hacer
lo que quisiera, más o menos.
―Está bien―respondió―, si Sofía muere antes de
que vuelvas... um, ah, y ¿dónde debería ir a buscarte?
―En Dendron, una pequeña ciudad a tres días de
aquí, no tiene pérdida.
Melia asintió con la cabeza, estaba segura que
había oído hablar de aquel sitio.
Se puso en pie, le incomodaba hablar mientras no
podía verle bien los ojos, así que rodeo el fuego y se
apoyó a su lado en la casita.
―… otra cosa, estamos demasiado cerca de
Glauco, deberías tener cuidado.
―¿Por qué?
340
―Te has quitado los brazaletes, la gente por
Glauco te consideran una esclava, y desconfiarán de
que te haya dejado libre por las buenas. Además, si
no eres una esclava para ellos eres aún un enemigo,
eres una bicrona que viajaba con Gerón y Áncula. Ten
cuidado, aquella gente no es tan simpática como tú te
crees.
―...ya, me lo imaginaba.
Aunque había considerado la amenaza de ser
descubierta sin los brazaletes, la idea de que al
principio UrsHadiic la eligiera como esclava para que
no la trataran como a otro enemigo no se le había
pasado por la cabeza. Probablemente la hubieran
interrogado y luego vendido en cualquier mercado
como botín. Si hubieran sabido además que era una
bicrona (y ella sola se habría delatado, en el momento
exacto que se hubiese preguntado cómo volver a su
casa), posiblemente se hubiera ganado un
interrogatorio más exhaustivo...
Con lo que sabía entonces, empezó a reconocer
que se había librado de varias situaciones
desagradables gracias al daimión.
341
En ese momento, aquél miraba distraído el fondo
de su taza.
Se inclinó y le dio un beso en la comisura de los
labios.
―¿Y eso?
―Por habernos salvado y por haberme ayudado
con Sofía.
―Ah, no es nada, no me has dejado muchas
opciones―dijo, con un ligero tono de reproche.
Melia suspiró, cogió aire y miró al cielo, plagado
de estrellas.
No había cielos así en su mundo.
UrsHadiic
era
un
confuso
amasijo
de
contradicciones. No tenía un lado bueno y uno malo,
tenía alrededor de treinta y ocho, con aristas
irregulares, obtusas, sobresalientes y puntiagudas. Y
se estaba tropezando con todas y cada una de ellas.
Si solo tuviera interés en relucir más a menudo su
mejor faceta. Si solo quisiera ser mejor. Estaba segura
de que UrsHadiic podría ser un buen daimión si tan
solo se esforzara un poco más.
342
O puede que solo se estuviera engañando a sí
misma.
Se sentía tan bien cuando estaban juntos así...
343
Capítulo 14 El corazón de un daimión
Al día siguiente, UrsHadiic se marchó de buena
mañana.
Melia empezó a arrepentirse de no haberle pedido
que se quedara un poco más. Se estaba sintiendo
bastante sola e infeliz. Sofía se hundía
continuamente en un profundo sopor del que solo
salía para masticar algo de comida y preguntar por
cómo estaba la casa.
Para mantenerse ocupada, decidió hacer una labor
intensiva de organización en el claro. Recolocó y
organizó las herramientas útiles, tiró otras que se
estaban pudriendo y arregló uno de los baúles que
tenía un agujero en una esquina.
344
Al tercer día de la marcha del daimión, Sofía se
levantó.
―¿Pero qué puñetas ha pasado por aquí?, ¿un
huracán?
―¿Qué haces fuera de la cama?
―¡Oh, no! ¡No intentes cambiar de conversación,
rica! ¡¿Qué has hecho con mis cosas?!
―¿Ordenarlas?... Deberías descansar.
―El descanso es para los cadáveres, yo estoy
estupendamente.
La anciana cogió un tazón, lo llenó de la comida
que había dejado del desayuno y se sentó junto a la
hoguera con decisión.
Melia no sabía si alegrarse o preocuparse.
―¿Quieres que te prepare algo?
―Hazme huevos, pon huevos cocidos, pero bien
hechos.
Corrió a obedecer, la mujer no había comido
mucho en todo aquel tiempo. Recuperar energías la
vendría bien.
345
―...Melia.
―¿Sí?
―¿Quieres mucho a ese chico?
―...¿quién?
―El daimión.
Comenzó a frotarse los dedos de las manos, como
si los tuviera fríos.
―No lo sé, es complicado...
―Aa... sí, lo es... ‹‹Complicado›› es la palabra. Yo
tampoco sé que pensar, es una segunda generación,
estoy segura, es muy jovencito... También estoy
segura que en algún momento de su vida quiso a
alguien o se preocupó por alguien, tiene empatía,
reconoció lo que te pasaba por la cabeza cuando me
cuidabas. No suelen comprender esas cosas si ellos
mismos no han querido nunca a nadie, ni se lo han
enseñado. El problema es que no sé si aún puede
sentir cariño o es solo un recuerdo para él, lo siento.
―Está bien, tampoco me hago muchas ilusiones.
Solo quiero volver a mi casa, después de todo.
346
―Mmmmmm...
Sofía inclinó la cabeza como si asintiera, pero la
dejó caída unos momentos, parecía que se había
vuelto a desvanecer, poco después la volvió a
levantar.
―¿Dónde están mis huevos?
―Ya van, ya van...
―¿Sabes que ya le conocía de antes?
―¿A quién?, ¿a UrsHadiic?
―Sí, ¿de quién te crees que estamos hablando?
¿Recuerdas que te dije que dos daimiones atacaron
nuestro pueblo? Él era uno de ellos.
―¿En serio?
―Sí, y estoy segura que te va a interesar. Te
cuento... pero esto va a ser una gran confidencia, no
me he atrevido a decírtela mientras él estaba por
aquí, es un favor para alguien especial... ¿de acuerdo?
―No diré nada.
―Muy bien, verás. En mi pueblo natal teníamos un
alcalde que era un completo tirano, un pequeño
347
mafioso que se creía el rey de Ethlan y más allá. Se
creía tan poderoso que no se le ocurrió otra cosa que
jugar con los daimiones. Aún no estoy segura de
cómo, pues era un completo ladrillo, descubrió a un
daimión fugado, le buscaban porque guardaba un
tesoro muy importante para el pueblo de los
daimiones. El idiota de nuestro alcalde intentó
chantajear al fugado mientras negociaba una
recompensa con otra gente. Al final, ocurrió lo que
tuvo que ocurrir: el fugado consiguió engañarle y se
le escapó, cuando ya había llegado a un acuerdo con
alguna gentuza para entregar al daimión... Llamó a un
ejército para protegerse, entonces apareció UrsHadiic
y otro tipo del que no sé nada y, sin mediar palabra, y
seguro de que podría derrotarles porque solo eran
dos, los atacó. Imagino que el final te lo sabes.
―Me suena.
―Bien, como ya dije, no se perdió nada de valor.
Aquí viene lo importante. Nunca encontraron al
fugado, sigue escondido, y bien escondido. Pero yo sé
donde está. ¿Quieres que te lo diga?
―¿Debería?, parece peligroso...
348
―Lo es, lo es... pero igual te conviene conocerle,
no está lejos, en este mismo bosque, sabe algo de
goeteia y, más importante aún, la reliquia que dicen
se llevó puede ayudarte a volver a tu casa.
La miró sorprendida, Culebrilla había dicho algo
sobre reliquias, así que existían de verdad. No es que
dudara de ella, pero le alegró recibir confirmación de
su existencia.
―¿Lo dice en serio?
―Sí. No conozco bien los detalles... verás, los
daimiones no pueden atravesar los Lagos tampoco,
aunque son Hijos de Ethlan, creo que porque Ella no
les deja, o están tan apegados a su madre que les es
imposible salir de la isla. Pero, podrían cruzarlos con
ese objeto, por eso es tan importante. Seguro que tú
también podrías usarlo.
―¿Y por qué iba a ayudarme? Es un daimión.
―Dile que vas en mi nombre, le caigo bien. Es una
primera generación, a veces se acuerda que fueron
concebidos para proteger humanos, no le disgustan
los humanos, pero le gusta es que le dejen en paz...
No te morderá si te andas con cuidado.
349
―¿Dónde se encuentra?
―Ja, ja… cerca. Está en lo alto de esta misma
montaña, el único camino que llega hasta allí empieza
aquí, es el único que no he señalado...
mmmm―empezó a cabecear un poco.
―¿Quieres que te ayude a ir a la cama?
―No, estoy bien... te decía, el único camino que
no he señalado, se llama Baal... No es difícil de
encontrar... pero el camino es largo... y húmedo...
lleva chaqueta...
―Venga, levántese, vaya a descansar.
―No, no, no. Aquí estoy bien, junto a fuego... Oye,
no le digas a tu amigo nada de lo que te he dicho... no
creo que se hayan olvidado de Baal... no se lo digas a
nadie... es mi secreto...
Tuvo que forcejear un poco con ella, pero
consiguió hacer que se levantara y fuera a acostarse.
Melia pasó la noche despierta, yendo a ver cómo se
encontraba cada poco tiempo. No había vuelto hablar
y solo se movía para mirar a su alrededor y volver a
dormirse.
350
Para matar el rato había empezado a hacer
abalorios de nuevo, tenía un par de ideas, pero lo que
en realidad buscaba era tener la cabeza ocupada en
otra parte.
Al día siguiente, Sofía ya no volvió a despertarse.
No supo con seguridad cuando murió. Entraba y
salía de la casa con frecuencia, comprobando que
estuviera cómoda y no necesitara nada, pero durante
un tiempo creyó que estaba dormida, hasta que, al
medio día, asustada por su falta de respuesta, la tocó
y sintió que estaba fría.
Dedicó un tiempo a llorarla junto a su cama, hasta
que se dio cuenta que el Sol bajaba. Entonces se puso
en pie y bajó al pueblo, donde explicó a un par de
vecinos lo que había pasado y pidió que la ayudaran.
Aquella noche veló ella sola el cuerpo de la
anciana. Un par de mujeres cuidaron de que tuviera
comida caliente, pero se marcharon pronto.
Al alba, varios vecinos vinieron a buscar a Sofía y
la enterraron en el cementerio del pueblo: el espacio
de un antiguo edificio rodeado de muros
desprendidos y plantas trepadoras. No hubo
351
demasiada ceremonia, dejaron su cuerpo envuelto en
tela en un nicho, lo cubrieron, le dedicaron un
momento de silencio y se fueron.
Melia se quedó un poco más.
Se fijó en un pequeño daimión caído en una
esquina. Probablemente formó parte de una escultura
mayor que ya se había perdido, le faltaban las garras
y medio ala estaba rota, pero decidió que serviría.
Lo cogió pesadamente con ambas manos y lo
colocó sobre la tierra removida.
Estaba segura de que a Sofía le hubiera encantado.
De vuelta al claro, pensó en prepararse para salir
en busca de Baal, pero la tristeza aún le resultaba
demasiado pesada y lo dejó para el día siguiente.
Se sentó junto al fuego y siguió trabajando en sus
abalorios. De vez en cuando se levantaba e iba a
comprobar que Sofía se encontraba bien, pero pronto
volvía a sentarse, recordando que Sofía no estaba.
Había quedado completamente sola en el claro.
El amanecer la pilló por sorpresa, dormitando con
la cabeza apoyada en un leño que usaban para
352
sentarse junto al fuego. Al incorporarse sintió todos
los dolores que se podían sentir cuando uno dormía
retorcido en el suelo de un bosque húmedo.
Atontada, empezó a ponerse algo caliente para
beber, recordando un poco a su pesar que no tendría
que poner nada para nadie más.
Mientras el agua hervía decidió que se marcharía
inmediatamente después del desayuno. Sofía se iba a
enfadar con ella si se quedaba remoloneando, y
UrsHadiic echaría humo por las orejas si se enteraba
que su compañera había muerto y ella estaba
desaparecida, otra vez.
La Montaña Ankira era bastante fría y húmeda ya
allí, y más arriba era peor. No subía mucha gente, no
había más que bosque y, muy a menudo, estaba todo
tapado por las nubes que se concentraban en las
laderas. Eran nubes estáticas, rara vez se separaban
de la montaña para hacer llover, sencillamente
estaban.
Melia se arropó y cogió mantas extras. Preparó
bastantes provisiones, no sabiendo si aquel Baal
tendría de sobra, y colocó varios de sus abalorios
sobre un bastón.
353
En el bosque había animales peligrosos, no habían
visto panteras en años, pero quería ir segura. Los
animales de la selva suelen esquivar a los humanos
cuando pueden, así que haciendo ruido avisaría de su
presencia y con suerte evitaría encuentros
desagradables.
Cargada con todo aquel el equipaje, no pudo evitar
sentirse si no como un extraño místico ermitaño de
camino a la montaña.
El primer día no pasó nada interesante. Solo
anduvo y anduvo hacia arriba.
Estaba segura que tenía que haber una vista
magnífica del horizonte en alguna parte de lo alto de
aquella montaña. Pero únicamente vio árboles,
árboles, raíces, insectos, árboles y un mono dormido
en una rama, demasiado ocupado siendo un mono
dormido para prestarla atención.
El camino había sido estrecho y poco definido
desde el inicio, en ocasiones, lo único que le decía
que aquello era el camino es que sencillamente no
había más huecos a su alrededor por donde pudiera
pasar una persona adulta. A medida que ascendía, los
354
árboles eran mayores y se encontraban más separados
entre sí, facilitándole muchísimo las cosas.
Por la noche tuvo problemas para encender fuego.
Toda la madera por allí estaba húmeda, ni se le había
pasado por la cabeza que tendría que llevar leña a un
bosque. Tras varios esfuerzos, y después de prender
fuego a media manta para poder iniciarlo, pudo
cocinar algo caliente.
Empezaba a hacer bastante frío también.
Al amanecer estaba todo cubierto en una espesa
neblina, caminó con una antorcha hasta el mediodía,
cuando se despejó lo suficiente para ver. Justo
entonces un par de alas gigantescas aparecieron
sobrevolando sobre su cabeza.
Se acurrucó entre las raíces de un árbol,
sorprendida. Al observar se dio cuenta que no era
más que un águila, pero debía ser el águila más
grande del universo. Se posó en una rama a varios
metros sobre su cabeza, el árbol era respetable y sus
ramas fuertes y gruesas, pero se balanceó como una
espiga cuando el animal se colocó sobre ella.
355
Melia calculó que tendría casi su misma altura.
Dudaba que fuera a atacarla, pero estaba segura que
no quería cabrear a aquel bicho.
Poco a poco, y asegurándose que no hubiera un
nido con huevos gigantes cerca de ella, o cualquier
otra cosa que pudiera hacer enfadar a la rapaz, siguió
andando.
Cuando llegó a estar convencida de que había
alcanzado el centro de ninguna parte, y que se había
perdido y Sofía se pitorreaba de ella en algún sitio del
más allá. Encontró un montón de estatuas.
Eran las mejores estatuas que había visto fuera de
Glauco. La mayoría estaban enteras y relativamente
limpias, tenían algunas manchas de verdín, pero
lucían en muy buen estado, incluso conservaban
aquella piedra negra en sus ojos, lo que les daba un
aspecto fantasmagórico entre la niebla.
De forma bastante repentina, se levantó un muro
frente a ella. Tenía tallado también todo tipo de
figuras y motivos, formando ventanas y puertas
eternamente selladas, no parecía haber ninguna de
verdad, solo roca.
356
Lo siguió un trecho, observándolo de lejos y, por
fin, pudo ver una sombra oscura y alargada frente a
ella.
Era una entrada.
Se acercó y se dio cuenta que había alguien allí.
Podía haber sido perfectamente otra estatua más.
Estaba completamente estático, en medio del
estrecho marco, sus ojos apenas se movieron para
seguirla. Era un hombre mayor, pero aún se le veía
fuerte, tenía el pelo largo y recogido en la nuca, era
rubio, pero por zonas se estaba volviendo gris. Sus
ojos eran claros y penetrantes.
Al principio estuvo demasiado sorprendida para
prestarle una atención detallada, pero cuando
consiguió sobreponerse se dio cuenta que tenía una
gran marca en la cara, le faltaba una oreja y el brazo.
Se quedaron un rato en silencio. Melia decidió que
debía ser ella la primera en hablar.
―Buenas tardes... soy amiga de Sofía, me dijo que
viniera aquí, que usted igual podría ayudarme...
―¿Dónde está Sofía?
357
Inclinó la cabeza.
―Murió.
―¿Cuándo?, ¿por qué?
―Hace un par de días... estaba enferma, yo la
cuidé. ¿Es usted Baal?
La figura quedó un momento en silencio, mirando
a la nada sin contestar. Su rostro estaba tan
petrificado como la roca a su alrededor.
―¿Cómo esperas que te ayude?―dijo finalmente.
―¿Sabe algo de goeteia?, vengo de Geo y me
gustaría regresar a mi casa. Sofía me dijo que igual
podía ayudarme.
―¿Dónde está?
―¿El qué?
―Sofía.
―La enterramos en el cementerio del pueblo.
En aquel momento, el tipo dejó de mirar a la nada
y posó su vista sobre ella.
358
Melia se estremeció. Sus pupilas eran penetrantes
como agujas de hielo, pero aún más vacías que las
estatuas.
¿Era un daimión?
¿Así eran los demás daimiones?
Baal se volvió.
―Entra―dijo, desapareciendo entre las sombras.
Se acercó a la, cuidando donde pisaba, ella no
podía ver en aquella oscuridad. La entrada daba a un
estrecho pasillo, que continuaba recto durante varios
metros, no había ni una sola antorcha en todo el
trayecto. Al final, vio luz anaranjada al fondo y
llegaron a una habitación.
Era una habitación sencilla, contrastando bastante
con los elaborados adornos de piedra en el exterior;
rectangular, con un nicho donde ardía una hoguera
como único adorno en las paredes. Había una
mecedora junto al hogar y una mesa con una silla en
la esquina opuesta.
Nada más.
359
―Siéntate―ordenó, mientras él se reclinaba en la
mecedora y volvía a quedarse estático, mirando a la
nada.
Melia cogió la silla y se acercó, esperando que el
daimión hablara primero, pero no abrió la boca.
―¿Puede ayudarme?―repitió.
―No sabes goeteia.
―No.
―No puedo hacer mucho por ti, no conozco la
forma de volver usando la goeteia.
―Ah, está bien. Sofía me dijo que sabía de un
objeto que podría ayudarme.
―La Corona de Daia.
―La... ¿eh?
―Todos la están buscando, la Corona de Daia,
pero yo no la tengo.
―¿Qué es la Corona de Daia?
―El nombre lo dice.
―Sí, pero ¿para qué sirve?
360
―Puede servirte para pasar de un lado a otro, de
Geo a Ethlan. Es una Joya Sagrada, junto con el
Cetro, que tienen los Ánax. Contienen la esencia de
Daia, pero nadie sabe qué fue de la Corona desde
hace mil años.
―¿Cómo es que no lo saben?
―Se evaporó, oí que cayó al mar... Yo la guardé los
mil años anteriores, pero los Urs nos traicionaron, la
querían para ellos, y luego los En traicionaron a los
Urs. Hubo guerra y acabó en manos de los En, yo me
había marchado ya entonces, y poco después
desapareció la Corona. Los En dicen que los Urs se le
robaron, y los Urs que no saben nada. Me llegó un
vago rumor de que hubo una pelea entre dos jóvenes
idiotas y se les acabó cayendo al mar sin que se
dieran cuenta.
―Vaya...
La conversación estaba decepcionándola un poco.
Se preguntó si con los ‹‹Urs›› se refería a la familia de
UrsHadiic.
―Umm... ¿ha oído hablar de un tal ‹‹UrsHadiic››?
Baal ni parpadeó.
361
―Es un nombre ridículo, ¿conoces a alguien que
se llame a sí mismo así?
―...sí, ¿por qué es ridículo?
El tipo mostró por fin emoción, se la quedó
mirando, obviamente convencido que hablaba con
una burra.
―Hadiic es el nombre que se da a los daimiones
que acaban de hacerse adultos, significa ‹‹nuevo››,
cuando consiguen hacer algo útil para la familia se lo
reconocen poniéndole un nombre de verdad. Ningún
adulto respetable iría por ahí llamándose ‹‹Hadiic››.
Es falso.
Melia estuvo a punto de reírse.
Miró el hueco por donde había llegado. Aquel sitio
la ponía nerviosa, no tenía mucho más que hacer,
saber de la Corona era interesante, pero si varios
daimiones no habían podido dar con ella en mil años,
no había mucho que ella pudiera hacer.
Había pasado de tener un problema sin solución, a
muchas soluciones que no servían.
Aún le quedaba Gerón, de cualquier forma.
362
―¿Conoces más daimiones?
Se volvió, algo sorprendida. Baal a veces mostraba
iniciativa y todo.
―Sí, uno, pero no le diré que está aquí.
―...¿sois amigos?
Su rostro se tensó.
―Más o menos, es una especie de guardaespaldas,
un tipo le ha contratado para que me cuide, pero me
ha dejado un tiempo sola.
―¿Te gustaría librarte de él?
Parpadeó, preocupada por aquella pregunta. Baal
no había interpretado bien el gesto de su cara.
―¿A qué se refiere?
El viejo daimión se puso de nuevo en pie y caminó
hacia una pared.
―No sé cómo hacer para cruzar los Lagos, pero
aún tengo algo de goeteia que podría servirte...
Con un movimiento de su único brazo, en la pared
se formó otra entrada.
363
Melia le siguió, intrigada.
Llegaron a una habitación llena de libros.
―Puedo ayudarte a desaparecer, si quieres―dijo
él―. Es lo que mejor se me da.
―¿Desaparecer?
―Sí, es sencillo, hasta alguien sin experiencia
podría aprenderlo rápido, aunque tiene algunos
inconvenientes.
Le enseñó un libro lleno de símbolos que no
entendió.
―No mires las letras, no van a decirte nada y no
creo que tengas tiempo de aprender eso ahora. Esta
forma de goeteia ayuda a hacer que un daimión no te
detecte, en realidad, con humanos funciona también.
No sirve si el daimión ya sabe que estás ahí, o si tú
misma te delatas de alguna forma, haciendo un ruido
fuerte, o moviéndote con brusquedad.
Abrió mucho los ojos, de nuevo completamente
interesada en las palabras del daimión. Aquello
sonaba como una bendición. ¿Podría desaparecer a
364
voluntad?, ¿hacerse invisible para otros?, ¿como
poderes mágicos y cosas así?
―¿Dice que se puede usar con humanos?
―Sí, supongo, pero ¿a quién le importa?
Ya, claro. Humanos. Pfffff.
Se sentaron. Baal intentó explicarle cómo hacerlo.
Pasaron horas.
Al principio, Melia no entendía nada, el daimión le
explicaba las cosas como si ya tuviera nociones de
goeteia y no había forma de que cambiara su
discurso. Realmente, aquello de la ‹‹empatía›› era un
concepto que a los daimiones se les escapaba como
una anguila. Sintió un renovado aprecio por
UrsHadiic.
Decidió retorcer su cerebro e intentar pensar como
un daimión para comprender qué quería decirle:
‹‹Vamos a ver, soy una criatura aburrida y rancia
que se ha olvidado lo que es tener sentimientos y
además mi ego no me entra por la puerta...››
365
En realidad, eso no le ayudó nada. Pero era muy
tarde ya y comenzó a entrarle sueño, y, por alguna
razón, hizo algo bien.
―Oh, has hecho algo bien.
Era bueno saberlo.
―¿El qué?
―Has estado a punto de lograrlo. Hazlo otra vez.
―No sé que he hecho.
―¿Qué?
―En realidad, me está entrando sueño.
―Pues deja que te entre, eres muy torpe.
Volvió a intentarlo y se dio cuenta de que tenía
razón. Cuando empezó a cabecear sintió algo familiar
que al principio había ignorado, del mismo modo que
sentía que era arrastrada a alguna parte cuando tenía
sus misteriosos sueños. En aquel momento, era como
si ella arrastrara el sueño hacia sí.
Y aquel gran rompecabezas que
preocupado toda su vida, tuvo sentido.
la
Hacía goeteia en sueños, sin darse cuenta.
366
había
Sonrió embelesada a Baal, que no hizo nada.
Era una sensación maravillosa, eso quería decir
que ahora podría intentar controlar sus sueños. Si
aprendía goeteia, aprendería a dominar los sueños.
Baal no encontraba diferencia alguna entre el día y
la noche y, para cuando consiguió entenderlo, había
pasado tiempo suficiente como para hacerse de noche
y vuelta de día.
Dormir era para los débiles.
Por la madrugada, Melia ya tenía medio controlada
la habilidad de desaparecer, le faltaba ponerlo en
práctica fuera, pero el daimión daba la impresión de
estar ya aburrido de verla allí, empezó a despedirla en
cuanto estuvo seguro que al menos dominaba la base.
Melia salió del cuarto casi disgustada, quería saber
más cosas, aquel tipo era la fuente de conocimiento
que necesitaba para salir de allí; sin embargo, la
paciencia de un daimión era algo que no sería
prudente desafiar.
Antes de irse, Baal le recomendó aprender lo que
decían los símbolos que había visto en los libros. Si
quería saber más de goeteia, conociendo los símbolos
367
podría hacer más, mucho más, sin necesitar a los
vulgares humanos de Ánax.
―Y otra cosa...―estaba a punto de marcharse,
pero esperó, viendo cómo metía su brazo bueno por el
cuello de la camisa y sacaba algo. Era una cadena
unida a un anillo―. A cambio de lo que te he
enseñado, quiero que dejes esto en la tumba de Sofía.
Melia lo miró. Era un anillo de oro, con la palabra
‹‹corazón›› grabada. No sabía lo que podía significar.
Al levantar de nuevo la cabeza se encontró con una
pared de piedra.
Baal se había ido.
Iba a tener que aprender también cómo se hacía
eso.
Se marchó de allí lanzando frecuentes miradas
atrás. Sintiendo el peso del anillo en su mano.
‹‹Corazón›› ¿Qué quería decir con aquello?
Sospechaba que Sofía la Vieja se había ido a su
tumba guardándose muchas cosas.
Tras el viaje de vuelta, y vigilando que nadie la
viera, hizo lo que Baal pidió y enterró el anillo en la
368
tumba, colocando de nuevo la figura del daimión
encima.
―Me hubiera gustado que me contaras esta
historia... pero supongo que si te la guardaste para ti
era por algo, ¿verdad?
Se quedó algunos minutos pensando frente al
espacio de tierra aún revuelta y sin vegetación, antes
de ponerse en marcha.
Tenía que buscar a UrsHadiic.
369
Capítulo 15 Juntos
Tres días de distancia no era mucho, menos aún
cuando los caminos eran buenos. Llegó a Dendron sin
ningún tipo de problemas. Un poco cansada, un poco
triste y un tanto alegre por volver a ver a UrsHadiic.
Entonces se dio cuenta que no tenía ni la más
remota idea de dónde buscarle.
Dendron no era muy grande, ni se acercaba a las
proporciones de Glauco, aún así tenía mucho trabajo
por delante. Empezó por algunos hostales baratos y,
mientras preguntaba, acabó, sin tener la más remota
idea cómo, en una pelea de borrachos.
Se agachó detrás de una mesa caída mientras oía a
los borrachos juramentar e intentar golpearse
370
mutuamente con botellas rotas, pero les fallaba la
puntería.
En aquel momento, UrsHadiic entró por la puerta.
Ignoró a la pelea y pareció no darse cuenta de que
ella estaba allí, iba derecho a las habitaciones.
Melia sacó el brazo de su escondite y le llamó.
―¡UrsHadiic, hola!
El daimión parpadeó confundido mirando el brazo
parlante. En ese momento, una botella se estrelló
contra su cabeza.
Se produjo un súbito silencio, frío y nervioso.
Por allí debían saber quién era.
Melia se atrevió a salir de su escondite. El dueño
del local había reaparecido con varios soldados, pero
se quedaron en la puerta, observando.
Con toda la parsimonia del mundo, UrsHadiic se
quitó de encima trozos de barro de la botella e
intentó limpiarse la cara con la manga. Luego lanzó
una mirada asesina a los borrachos, que hizo que al
menos dos se mearan encima y el tercero se
371
desmayara. Cogió a los dos que estaban conscientes
del cuello y los lanzó fuera del local, mientras los
soldados dejaban un espacio prudente.
―¿No vas a matar a nadie hoy?―preguntó Melia,
medio en broma.
―No, estoy de buen humor―respondió él, pero
podría haber lijado granito con aquel tono de voz―,
¿dónde has estado?, me enteré que la vieja murió
hace más de una semana.
―Aah... me perdí un poco.
―¿Sí?, también te has perdido al contacto.
―¿En serio?, ¿qué ha dicho?
―Nos esperan en Oon en un mes.
―¿Está lejos?
―Bastante.
―¿Por eso estás enfadado o porque he llegado
tarde?
Subían hasta las habitaciones y UrsHadiic se paró
en medio de las escaleras.
―Han estrellado una botella contra mi cabeza.
372
―Ya lo sé, lo he visto, ha sido divertido, pero
tengo la impresión de que no estás enfadado solo por
eso.
―Vale, estoy enfadado por muchas cosas, ya
estaba pensando en salir a buscarte, y alguien estrella
una botella en mi cabeza. ¿Cómo estás?, ¿has tenido
problemas para llegar?
UrsHadiic abrió la puerta de un cuarto y entró.
―Nno, no mucho, solo algunas vueltas de más...
―¿Y sobre la vieja…?
―Bien, estoy bien.
―Estupendo, así no me darás la lata durante el
viaje.
―Muy sensible por tu parte. Venga, dime de
verdad lo que te pasa.
Le vio quitarse la camisa sucia y ponerse otra,
ignorándola.
O intentando desviar su atención a su abdomen,
una de dos.
373
Finalmente, se dejó caer sobre la cama, con aire
derrotista.
―Oon está muy cerca de Etimón.
―...¿Etimón?, ¿no es la montaña en mitad de la
isla?
―Sí.
―¿No se supone que alrededor están los dai...?,
oh, ¿tienes miedo de encontrarte con conocidos?
―No, pero no me gusta la idea de ir hasta allí.
―¿Por qué?
―...cosas.
Se sentó junto a él.
―Vamos a tener que viajar juntos de nuevo.
―Lo sé.
―¿Vas a portare bien?
―¿Vas a salir huyendo llevándote todo mi dinero?
―Deberías responder tú primero.
―Se te han pegado cosas de la vieja aquella.
374
―¿Eso es malo?
Le vio reírse y se quedó mirándole. Se hizo un
silencio un tanto peculiar.
―Y... eh, ¿qué planes tienes para el viaje?
UrsHadiic dio un respingo y se puso en pie. Como
si se acabara de recordar algo. Sacó un mapa,
discutieron el recorrido y lo que harían; empezando
al día siguiente, se pondrían en marcha hacia Oon.
Melia no estaba segura sobre qué era lo que más le
debía preocupar: si el viaje, o lo que se encontrarían
al llegar.
No estaba tan contenta ante la idea de volver a ver
a Gerón como habría imaginado.
Los primeros días de marcha se le hicieron muy
agradables, circunstancia que agradeció porque aún
se sentía mal por Sofía y no quería más
preocupaciones.
UrsHadiic se estaba comportando bien y lo mejor
era que no se esforzaba por hacerlo, estaba tranquilo
y relajado. Lo cual contribuía a que ella se sintiera
375
feliz, lo cual daba la impresión que tranquilizaba aún
más al daimión. Era un círculo vicioso que esperaba
no se rompiera nunca.
―¿Por qué tenemos que ir andando?, ¿seguro que
serías capaz de llevarnos volando en un pis pas?
―¿En un qué?
―Rápidamente.
―No, de eso nada, ¿sabes lo que cuesta cargar con
mi propio peso?, gasto menos energías yendo
andando hasta allí que volando. Y aterrizar de la
nada pegando a la frontera de territorio daimión es
un tanto imprudente.
―Vaya...
―¿Pasa algo?
―Pensaba que sería divertido volar un poco.
UrsHadiic la miró como si hubiera dicho algo muy
tonto.
―¿Crees que soy una mula?
―No, claro. Tú eres aún más difícil de montar―el
daimión le lanzó una mirada cargada de suspicacia,
376
pero no respondió nada―. No es más que una idea, si
prefieres andar andaremos.
A veces sentía deseos de preguntarle directamente
por qué no había querido acostarse con ella. Después
de que la dejara tirada de aquella mala manera, solo
le venían a la cabeza malos recuerdos, por lo que el
tema la molestaba. Viajaban muy a gusto y no quería
estropearlo, así que se callaba...
No podía ser porque fueran incompatibles,
¿verdad? Ella era la prueba viviente de que en algún
momento daimiones y humanos habían conseguido
llegar a tener hijos. Lo único que le quedaba por
asumir es que sencillamente no estaba interesado. O
no tanto como para complicar su trabajo durmiendo
juntos. Igual UrsHadiic era un profesional serio.
Era un tanto deprimente que se decidiera a ser
serio así. Le gustaría intimar un poco, puede que no
fuera una buena idea, pero a aquellas alturas
encontraba la diferencia entre ‹‹buenas›› ideas y
‹‹malas›› ideas muy difusa.
Cuando cruzaban alguna región fría y montañosa
conseguía al menos acurrucarse junto a él por las
noches. Generalmente no ponía inconvenientes, solo
377
en algunas ocasiones que no estaba de buen humor…
aquellas en las que no había carne para cenar.
―¿No decías que te daba miedo? ¿Para qué te
pegas tanto entonces?
―…no es que me des alergia, no te entiendo, no sé
qué esperar de ti y eso me asusta… ¿es difícil de
entender?
―No… cuando la gente dice que nos tiene miedo
se limita a apartarse de nosotros.
―¿Eso te molesta?
―Las únicas ocasiones en las que las personas se
acercan a mí es para proponerme un negocio turbio o
porque quieren hacerme daño, así que no, prefiero
que guarden las distancias.
―Yo no quiero hacerte daño.
―Eso es lo que dices ahora.
Melia le miró muy confundida.
―¿No te fías de mí?
378
UrsHadiic puso su cara de ‹‹ya no me apetece
hablar más›› y se mantuvo en silencio unos minutos
antes de seguir.
―Es solo… no puedes decir que nunca vas a
hacerme daño, es imposible.
―Lo dices como si yo fuera la mala. Mi situación
es peor que la tuya y aún así prefiero esperar que
todo funcione bien al final, incluido tú.
―Irá bien, no te preocupes.
―Oh, ¿antes no puedo decir lo que voy a hacer y
ya hora dices que las cosas irán bien?, una cosa u
otra.
―No son incompatibles, tú te largarás con Gerón a
casa y a mí seguro que me racanea mi recompensa, o
logra que me maten y se libra de pagar. Yo estaré en
una mala situación mientras tú tienes lo que querías.
Es simple.
―Eres capaz de robarle la alegría a un niño con
caramelos.
379
UrsHadiic se rió un poco, Melia le cogió del brazo,
triste por aquella conversación. ¿Quién le había
hecho tanto daño como para que acabase así?
―Si prefieres que duerma en mi sitio lo haré―le
dijo.
―No, no me importa.
―…pero, ¿qué prefieres?
―Prefiero que estés aquí.
―Pues me quedo, entonces.
Sonrió con cierto alivio y apoyó la cabeza sobre su
hombro. En ocasiones como aquella no le costaba
imaginar que UrsHadiic podía sentir algo por ella,
solo que nunca iban a más, y al día siguiente las cosas
continuaban como si nada hubiera pasado.
380
Capítulo 16 La reina de las bestias
No había pasado un mes y se encontraron cerca de
Etimón, rondando la primera cordillera que rodeaba
la gran montaña. Era pronto para su cita en Oon y
ninguno de los dos mostró prisa alguna por llegar.
En un pueblo vio un puesto con unas preciosas
pulseras doradas. Una imitación de oro, pero eran
bonitas y tenían cristales rojos.
―Oh, mira... Hacen juego con mi horquilla...―y la
sacó de debajo de su cinturón.
―¿Aún llevas eso?
Melia le miró sorprendida un momento. Sí, aún la
llevaba, de hecho, no se había separado de ella nunca.
Iba a ser interesante explicarle aquello.
381
―Aah...
No se le ocurría nada.
―¿Por qué no te lo pones?, es una tontería llevar
las cosas guardadas.
―Igual me lo roban...
―No conmigo por aquí.
―Ya, porque tienes un campo de fuerza especial
contra las manos largas.
―¿Un qué?
―Nada, no vas a evitar que me lo puedan robar
solo porque tu mera presencia espante un ladrón. No
todo el mundo sabe que eres un daimión.
―Ya―gruñó―, pero ¿qué gracia tiene un adorno
si se lleva oculto?
Melia suspiró. Tenía su gracia, aunque solo tenía
sentido para ella.
Se lo puso en el pelo y se compró los brazaletes.
Aún contaba con dinero ahorrado y de lo que Sofía le
había legado, pero, en general, dejaba que UrsHadiic
pagara o, más bien, Gerón.
382
Que se jodiera Gerón, tenía que hablar muy
seriamente con él cuando se encontraran.
Salieron del pueblo en dirección a otro paso de
montaña. Había muchas grandes cordilleras en torno
a Etimón, la inmensa montaña estaba rodeada de
grandes picos, cada vez más altos y juntos.
Caminaron varias horas sin encontrarse con nadie.
No existían grandes poblaciones en la zona, a la
mayoría de los humanos no les gustaba vivir pegados
a los daimiones.
Entonces encontraron a un chico. No parecía ser
más que un adolescente. Andaba de forma extraña,
dando tumbos como un borracho. Se apartaron con
desconfianza y, cuando pasaron a su lado, vieron que
tenía una gran mancha de sangre en su cabeza,
cayendo por su camisa hasta su cintura.
―¡Oh, Dios mío! ¡Chico, espera!
Melia corrió tras él e intentó cogerle de los brazos.
El joven se dio la vuelta sorprendido, no se había
dado cuenta que había alguien allí, sus ojos no eran
capaces
de
enfocar
y
balbuceaba
cosas
incomprensibles.
383
―Ven, túmbate... UrsHadiic, ¿tienes algo para su
cabeza?
El daimión contempló al chico con desinterés.
―Habría que limpiarlo.
―¡Pues ayúdame!
Encogiéndose de hombros, el daimión dejó su
equipaje y fue a buscar algo de agua.
Consiguieron limpiar la herida y vendársela, tenía
también un brazo roto y le dolía la pierna. UrsHadiic
bajó a un pueblo cercano, avisando que habían
encontrado un herido, y un par de personas
prometieron que se acercarían después. No se
mostraron muy ansiosos de salir de sus casas, por
alguna misteriosa razón.
―Pueblo... están... en el pueblo...
―¿Dices algo?, ¿qué pueblo?
Poco a poco, el chico recobraba el sentido.
―Mi pueblo, unos hombres, han atacado... la gente
se ha escondido, van a matarlos... ayuda, necesitamos
ayuda...
384
―¿Quién va a matarlos?
―No lo sé―se echó a llorar.
Melia miró a UrsHadiic. UrsHadiic la ignoró. Melia
continuó mirando. UrsHadiic frunció el ceño.
―No.
―Solo acercarnos...
―No.
―Igual hay más como él.
―No.
―¿Y si nos los encontramos nosotros también?
―A veces me pregunto si de verdad te gusta tan
poco como dices que ande por ahí matando gente.
―Tampoco me gusta que maten a aldeanos
inocentes. Y no tiene que morir nadie, nos
acercaremos un poco, podría haber más gente herida
que necesite ayuda.
―¿Qué hacemos con este?
El chico había abierto mucho los ojos.
―Id, id... ayudadnos, por favor...
385
―Bueno, los del pueblo de abajo dijeron que se
acercarían. Nosotros no podemos hacer más por él.
Le dejó unas mantas, una fogata y algo de comer y
beber. El pobre infeliz tenía problemas para moverse
y muchos dolores, pero estaba más despierto y
ansioso de que se fueran.
―Solo acercarnos―insistió UrsHadiic.
Continuaron el ascenso con precaución, vigilando
los caminos. Todo estaba muy silencioso.
Encontraron un corto precipicio y manchas de
sangre.
―¿Crees que se caería por aquí?
El daimión miró a lo alto, preocupado. Melia le
notaba muy tenso.
―… hay algo ahí arriba.
Continuaron subiendo. El silencio era tan absoluto
que no se dieron cuenta del momento en que
entraron en el pueblo. Dieron con una pequeña
estructura de madera y, tras una curva, surgieron
varias casas. Éstas formaban un irregular semicírculo
creaba en su centro una plaza.
386
UrsHadiic se detuvo bruscamente y saltó hacia
atrás, prácticamente empujándola, por un segundo
creyó que iba a echar a correr.
En la plaza había tres hombres.
Melia vio cómo se ponía rígido y
ligeramente la cabeza. Empezó a asustarse.
bajaba
Uno de los tres se acercó con desconfianza.
―¿Quién eres?
―Solo estoy de paso―respondió UrsHadiic.
―Tu nombre.
―No tengo.
El tipo le miró de arriba a abajo. Luego se fijó en
Melia.
―¿Quién es?
Melia notó que la agarraba del brazo y la apartaba
de un empujón, cayendo al suelo.
―Nadie, me da calor por las noches. Vete de aquí.
Confundida, y algo herida, se puso en pie notando
escozor en las palmas de las manos.
387
De los dos hombres que quedaban la plaza, uno la
ignoraba y el otro sonreía, le había hecho gracia su
caída.
De una de las casas frente a ella, un brazo asomó
por una ventana y le hizo señas para que se acercara.
Lanzando una última mirada a su compañero,
Melia se dirigió al edificio.
Al entrar por la puerta, alguien la sujetó y la
empujaron hasta el fondo de aquel cuarto.
―¿Quiénes sois?, ¿traéis más ayuda?
No pudo
perpleja.
responder
inmediatamente,
estaba
En el cuarto no entraba mucha luz. Cuando pudo
acostumbrarse a la oscuridad, se encontró con que
había muchas personas allí acurrucadas, todas
mujeres, menos un niño.
―¿Qué pasa? ¿No hay hombres?
―Los han metido en otra casa. Nos quieren
separar, han amenazado con matarnos de uno en uno.
―¿Qué?, ¿por qué?
388
La mujer con la que hablaba, muy mayor, pero
fuerte y de gran tamaño, se echó a llorar.
―No lo sé... dicen que buscan a alguien... y que
nos irán matando uno a uno si no sale...
―¿A quién buscan?
―Usestar... Usistar... Algo así... No nos suena de
nada...
―¿Ellos no saben cómo es esa persona?
La mujer negó con la cabeza.
Melia miró alrededor suyo. Gran cantidad de
rostros aterrorizados observaban desde la oscuridad,
se abrazaban las unas a las otras y lloraban
preguntándose qué estaría pasando en el otro
edificio. Sentada en una silla de perfil, con la vista en
la nada, había una mujer que llamó su atención: tenía
unos rasgos muy marcados y vestía envuelta casi de
los pies a la cabeza en un gran pañuelo negro.
Sospechó en el acto que había algo raro en ella, pero
no pudo precisar el qué.
Se acercó a una de las ventanas y espió con
cuidado lo que pasaba fuera.
389
UrsHadiic hablaba con uno de los tipos, la
conversación parecía tan tensa como cuando les dejó.
―¿Y por qué no hacemos algo? Solo son tres...
Las mujeres abrieron los ojos, encogiéndose aún
más.
―Ss... son daimiones...―musitó alguien, como si
por el mero acto de pronunciar la palabra fuera a caer
muerta.
Melia se quedó petrificada.
Tres...
Tres daimiones...
Oh, Dios.
UrsHadiic no tenía nada qué hacer, por eso se
había asustado. La única forma de salir vivos de sería
convenciéndoles de que no les eran útiles.
―Vaya...
Se frotó los brazos, confiaba en que UrsHadiic
sabía lo que hacía hablando con ellos.
―¿Va a venir ayuda?―repitió otra persona.
390
A Melia se le encogió el estómago.
―Nos... nos encontramos un chico por el camino y
vinimos a ver, estaba herido pero lo dejamos
consciente...
―¿Cómo se llamaba?
―No lo dijo.
―¿Era muy joven y moreno?
―Sí.
Alguien dijo un nombre y una mujer se puso a
llorar.
―Avisamos a un pueblo cercano... pero no sé si
vendrá más gente...
Se produjo un frío tenso y terrible.
―Si conseguís salir de aquí―dijo la primera mujer
que habló con ella―, pedid más ayuda, por favor,
necesitamos mucha ayuda...
―Sí, lo haremos, en cuanto UrsHadiic les
convenza para que nos deje marchar…
―¿Qué has dicho?
391
La voz sonó como un látigo. Todo el mundo
enmudeció de golpe.
Melia miró hacia el montón de gente, intentando
averiguar quién había hablado. Súbitamente, la mujer
del gran pañuelo negro se presentó frente a ella.
―¿Qué has dicho?―repitió.
―Que... buscaríamos ayuda...
―No, el nombre...
―¿UrsHadiic?
Por un momento, los ojos de la mujer brillaron,
con una extraña lentitud la vio asomarse también a la
ventana.
―Mmm... Solo dos entonces...
Melia vio como se daba la vuelta, dirigiéndose a la
puerta con la misma lentitud, pesada pero decidida,
con la que se había acercado. Dejó el pañuelo en el
suelo y salió a la plaza desnuda.
Las mujeres observaban sorprendidas. Los cuatro
daimiones de fuera también quedaron completamente
mudos.
392
Entonces el cuello de la mujer se extendió.
―Oh… ¡Fuera, todas fuera!―gritó Melia.
Cogió a una de las mujeres y la intentó sacar al
exterior a rastras, por un instante se mostraron
reacias y absolutamente descolocadas. Hasta que un
piso superior se vino abajo por el ala de un daimión.
Huyeron entre trozos de madera que caían y unos
rugidos que helaban la sangre. El suelo temblaba por
los golpes y Melia apenas se atrevía siquiera a
volverse a mirar qué estaba ocurriendo.
A su alrededor no había nada más que gente
huyendo, casas que se venían abajo y la sombra
gigantesca de unos monstruos.
Subieron a lo alto de la montaña, subió todo lo que
pudo antes de darse la vuelta, pero, entonces, un
daimión apareció de la nada y cayó a pocos metros,
aterrorizando a la gente que escapaba por el camino.
Melia intentó averiguar si era UrsHadiic, pero la
bestia se levantó con rapidez y se mezcló con otro
daimión en el caos del combate.
393
Continuó corriendo por una pendiente empinada,
hasta quedarse sin aire, y se escudó tras unas peñas
antes de detenerse a observar de nuevo.
Uno de los daimiones era monstruoso. Volaba
sobre el pueblo porque apenas tenía sitio para
apoyarse sobre la plataforma en la que se alzaba, dos
daimiones intentaban lanzarse a por su cuello y sus
alas, pero la gigantesca criatura los rechazaba,
consiguió lanzar a uno al suelo, haciendo volar por
los aires un gran espacio de bosque, árboles enteros
saltaron como si no fueran más que astillas. Antes de
que el caído pudiera hacer nada, su descomunal
adversario apoyó las garras sobre su pecho y, bajando
el largo cuello, le arrancó la cabeza de un mordisco.
A Melia se le encogió el estómago.
No era UrsHadiic, ¿verdad?, por favor, que no
fuera UrsHadiic.
Sabía que la melena que lucía alrededor del cuello
y sobre el pecho era marrón, algo más rubia en su
nacimiento, la del caído era del mismo color pero más
apagada y con más rubio. La del daimión gigante era
negra.
394
Otra bestia intentó sorprender por la espalda a la
de pelo oscuro cuando estaba terminando con su
compañero, pero la criatura extendió de golpe las alas
y arqueó al lomo, golpeando al atacante que no pudo
reaccionar en el aire y cayó de lado. Se incorporó
antes de que su inmenso enemigo también pudiera
alzar el vuelo, intentó alejarse en el aire para coger
mejor distancia, pero su rival no le dejó. Cogiendo
impulso se lanzó contra él, usando su mayor tamaño
para empotrarlo contra la pared de roca de la
montaña, haciendo que esta temblara como si la
sacudiera un gran terremoto.
La bestia cayó, aún moviéndose, pero muy
malherida, rodó montaña abajo, llevándose decenas
de árboles a su paso y desplomándose pesadamente
sobre el pueblo, entonces dejó de verla. Melia
imaginó que se había vuelto humano de nuevo.
De los otros dos que quedaban luchando, uno salió
huyendo apresuradamente en aquel momento. Él y su
rival habían estado muy igualados, ambos llevaban
varias heridas encima, el que se quedó tenía la
melena castaña.
395
Volvió a bajar corriendo por la montaña, oía a la
gente detrás llamándola para que volviera, pero Melia
estaba terriblemente preocupada por su compañero.
El camino de vuelta era un desastre, había tierra y
madera atravesada en varias zonas y tuvo que trepar
por ellas para cruzar, y el pueblo no estaba mucho
mejor. Tan virulento había sido el combate que aún
llovían astillas, serrín y partículas de tierra del cielo
cuando llegó.
Melia tosió, mirando a todas partes.
No había daimiones a la vista ya, excepto el
muerto sin cabeza.
En el área que había sido plaza del pueblo hasta
entonces, encontró a la mujer del pañuelo.
La mujer se volvió un segundo para mirarla, pero
pronto la ignoró.
Estaba completamente desnuda y se acercó a la
esquina de una casa derruida, donde descansaba su
gran pañuelo negro. Con lentitud y ademanes dignos,
se lo colocó alrededor del cuerpo como si fuera una
toga. A continuación, se sentó.
396
―Disculpe... ¿dónde está UrsHadiic?
La daimión no dijo nada, solo hizo un gesto con la
mano.
―Gracias.
Melia se encontró a su compañero medio tirado en
la salida del pueblo, luchando por detener las heridas
del cuello y la espalda con trozos de su camisa.
―Déjame, yo te ayudo.
―Vamos a acercarnos un poquito... no pasará
nada...
―Oye, lo siento... lo siento mucho...
Sintió ganas de llorar, se alegraba tanto de que
estuviera bien.
Nerviosa. Corrió a buscar agua al pozo del pueblo,
encendió una hoguera e intentó encontrar aquellas
plantas que usaba como ungüento, solían ser plantas
bastante comunes, pero no conseguía dar con ellas
entre toda la madera y tierra revuelta. Por el
momento tuvo que conformarse con limpiar las
heridas con agua caliente y vendárselas.
397
Cuando creyó que ya estaba todo, le abrazó con
cuidado.
―Lo siento―repitió, dándose cuenta que no podía
controlar las lágrimas.
¿Y si le hubieran arrancado la cabeza a él? ¿Qué
iba a hacer…?
El daimión perdió por completo las ganas de
bronca y comenzó a acariciarle la espalda.
―Ya, bueno, seguro que nadie hubiera previsto
que pasara esto, no importa...
Le dio un beso en la frente
abrazándole. UrsHadiic no dijo más.
y continuó
Como si fuera un fantasma, la mujer de negro
apareció lenta y silenciosamente de entre el polvo.
―Sigues vivo... Hadiic.
―¿Te sorprende?
―No mucho, posiblemente lo único que sabes
hacer bien es conseguir que no te maten.
―También sé hacer malabarismos con cuchillos.
―¿Has visto lo que ha ocurrido por tu culpa?
398
―¿Mi culpa?, hace años que no vengo por aquí.
―Me faltan guerreros, yo misma tengo que salir en
misiones, gracias a tu irresponsabilidad.
―No, no es ‹‹irresponsabilidad››, es ‹‹dejadme en
paz››, y no se te va a romper una uña por hacer el
trabajo sucio de vez en cuando.
―Ponte en pie, nos vamos a casa.
―No, tengo otras cosas que hacer.
―No estás en posición de negarte, puedo
engancharte en un anzuelo como a un pez y llevarte a
rastras.
Melia notó que la respiración de su compañero se
aceleraba. ¿Qué estaba pasando?
―¿Puedo al menos descansar un poco?, ¿o vamos
a irnos andando?
―¿No has descansado suficiente?
―No.
―Eres patético, Hadiic.
399
La mujer de negro se alejó, la vio desaparecer con
el mismo silencio con el que se había presentado
frente a ellos.
―¿Quién es?―preguntó en un susurro, tenía la
impresión de que podía oírla desde la otra punta del
pueblo.
―UrsIstar... la matriarca de mi familia... Y mi
madre, en general...
Melia parpadeó. Ahora que lo pensaba, sabía que
había algo familiar en aquella nariz y mandíbula.
―Parece que se alegra de verte.
―Sí, ha brincado de la emoción.
―¿Qué quiere hacer?, ¿a dónde quiere ir?
―A nuestro territorio, supongo. Me ha encontrado
y quiere que vaya de vuelta a casa.
―Pero...
―Ya lo sé, ¿crees que ahora mismo puedo hacer
algo por impedirlo?
―No...
Le abrazó con un poco más de fuerza, preocupada.
400
Así que ella era el daimión gigante, así era una
primera generación cuando se transforma. Realmente
era un monstruo. La mujer hubiera podido derrotar
sola a los otros tres, estaba completamente ilesa
después de acabar con dos.
Pero habría preferido que mataran a todo un
pueblo antes que mostrarse y arriesgarse a quedar
herida, también había preferido arriesgar la vida de
su hijo.
Se le crisparon las manos.
―¿Crees que intentará castigarte por haberte ido?
―No lo sé, pero probablemente piense que es
demasiada molestia.
Antes del tiempo que Melia encontró razonable
como descanso para el daimión, la señora volvió a
aparecer.
UrsHadiic se puso en pie, aunque aún no podía
moverse bien, Melia le ayudó.
―¿Qué va a pasar conmigo?
El daimión pareció dudar.
401
―Te vienes. Ten esto en cuenta: UrsIstar es la
Reina, sus hijos directos somos sus súbditos, los
fieles y aliados, son sirvientes. Los humanos sois
gusanos. Tienes suerte, si lo piensas, no te prestará
mucha atención.
Melia sonrió. En realidad, lo que la asustaba es que
la dejara atrás.
Irónicamente, en aquel momento la feroz daimión
se la quedó mirando.
―¿Vas a llevártela? Ya tenemos de estas en casa.
―No me arrimaría a las arpías feas y arrugadas
que tienes por esclavas ni muerto.
―Si crees que puedes con ella...―dijo, pasando de
largo y lanzándose súbitamente por el mismo
acantilado en el que unas horas antes encontraron
sangre. Reapareció volando, transformada en una
bestia.
―Muy bien, Melia, sujétate... ¿no querías volar?
―¿Seguro?, ¿estás bien?
―Sí... cuando me transforme, vete más hacia el
lomo, tengo menos heridas y te moverás menos.
402
Espera.
Espera. Espera espera.
¿Qué?
Antes de que pudiera decir nada más, notó un
fuerte golpe de viento que la levantó hacia lo alto,
para volver a caer de nuevo en algo duro y áspero.
Al abrir los ojos, se encontró el suelo a varios
metros de distancia.
Renqueante, UrsHadiic tomó más impulso del que
tomaría habitualmente para conseguir suficiente aire
y volar. Melia sintió de súbito el viento frío en la
cara, con tal fuerza que a punto estuvo de hacerla
caer hacia atrás.
Recordando lo que le había dicho, y dándose
cuenta que estaba tumbada cerca de una cicatriz en el
cuello, retrocedió a gatas hasta casi el centro del
lomo, donde el pelo de su melena se empequeñecía.
Se dio cuenta entonces que no era pelo, eran
plumas, pero finas y sedosas. Se agarró a ellas,
sintiendo que la protegían del viento frío y la
ayudaban a equilibrarse.
403
Estaba volando.
UrsHadiic.
Estaba
volando
encima
de
Empezó a reírse algo a su pesar, lo encontraba
tontamente divertido.
Cuando comenzó a acostumbrarse, se atrevió a
incorporarse
un poco
más, hasta
quedar
prácticamente sentada, mirando a su alrededor.
Vio moverse las grandes alas violetas a los lados,
con las plumas sacudiéndose por el viento, bajando y
subiendo lentamente en ocasiones, con el aire
pasando bajo ellas a gran velocidad.
Por encima de sus cabezas, bastante alejada, estaba
UrsIstar. Se preguntó si ellos volaban tan bajo porque
UrsHadiic se encontraba mal, o para que ella se
sintiera más cómoda.
En el suelo pudo ver manchas oscuras y verdosas
de árboles y bosques, y peñas de piedra sobresaliendo
entre ellos. Pasaban las montañas por encima, casi
rozando sus picos y, apareciendo por sorpresa entre
las nubes, vio una enorme y oscura masa que
bloqueaba por completo el horizonte.
―¿Esa es la montaña de Etimón?
404
No esperaba respuesta, nunca había oído hablar a
UrsHadiic cuando tenía aquella forma, pero sintió un
suave ronroneo bajo ella.
¿Ronroneaba?
¿Ronroneaba como un gatito?
Vale, aquello sí era muy divertido.
―¿Eso es un sí?―le preguntó.
El ronroneo se repitió.
Melia empezó a reírse otra vez.
Hubiera podido disfrutar de aquel viaje si dos
asuntos no la tuviesen muerta de la preocupación: las
heridas de UrsHadiic y la terrible forma oscura que
volaba sobre ellos.
¿Para qué querría a su hijo?
UrsIstar empezó a hacer círculos y fue
descendiendo. Se internaron en un valle alto, rodeado
de picos oscuros y afilados. El lugar se encontraba en
medio de ninguna parte, hacía tiempo que Melia no
había visto un solo pueblo.
405
La matriarca se posó en una amplia extensión de
terreno, junto a un pequeño lago. Frente a ella se
levantaban unas largas escaleras que daban a un
portal tallado en la pared de roca negra. Del interior
bajaron un montón de figuras minúsculas, que supuso
serían personas o más daimiones, saliendo a recibir a
su señora.
El aterrizaje de UrsHadiic fue más accidentado.
Primero, se cargó la punta de un bonito ciprés y, al
llegar a tierra, estuvo a punto de salirse de la pista y
caer de cabeza al lago. Cuando consiguió parar, se
desplomó.
Melia lo interpretó como la señal para bajarse
inmediatamente.
Su vuelta a forma humana era algo más lenta y
menos espectacular, sencillamente empequeñecía,
parecía que sus alas se caían y desprendían,
mostrando bajo ellas un hombre desnudo y encogido.
Y herido, y agotado.
Se acercó a él e intentó buscar algo en su zurrón
para cubrirle.
406
La gente que había cerca de las escaleras prestaban
toda su atención a UrsIstar, que ya se había envuelto
en
otro
largo
pañuelo
oscuro,
subiendo
majestuosamente las escaleras con su séquito
correteando detrás.
Solo vio una figura acercándose a ellos.
UrsHadiic se puso en pie y comenzó a andar hacia
la gruta. Melia le acompañaba, pasándole un brazo
por la cintura para ayudarle a andar.
El tipo que se acercaba extendió los brazos, como
esperando un abrazo.
Era de pelo muy oscuro, pero pálido de piel, y de
cejas finas y elevadas. Llevaba aquella toga negra
parecida a la de UrsIstar, pero más ancha y larga,
parecía una capa.
A Melia le recordó a un vampiro.
―¡Hadiic!, ¡cuánto me alegro de verte!, ¡dame un
abrazo!
―Qué te jodan.
407
El tipo se quedó con los brazos en alto y sonriendo
mientras UrsHadiic pasaba de largo, entonces la miró
a ella.
―Oh, una amiguita, tú si me darás un abrazo,
¿verdad?
―Ah...
Se le echó encima antes de que pudiera decir nada.
UrsHadiic dio media vuelta.
―¿Qué haces?
―La estoy saludando. Es de buena educación
saludar a la gente... vaya, si es bonita y todo... ¿nos
hemos visto antes?
Negó con la cabeza.
Aunque una vez, en un bar, conoció a un tipo
disfrazado de Conde Drácula que se daba cierto aire...
Su compañero la rodeó con los dos brazos y la
arrastró lejos de allí, lanzando miradas asesinas al
príncipe de las tinieblas.
―Vale, muy bien, es tuya, ya lo has dejado claro,
no hace falta ser tan antipático, sabes que no me
408
interesan las hembras. Cuéntame algo interesante,
para variar.
―No tengo nada que contar.
―Claro, desapareces 500 años y no te pasa nada.
Seguro.
―UrsHadiic está herido, ¿tenéis algo para curarle?
―interrumpió Melia, que empezaba a cansarse de los
dos.
Drácula la miró de forma extraña, como si se
sintiera ligeramente ofendido de que se hubiera
atrevido a abrir la boca, luego se encogió de hombros.
―Muy bien, vete a que te curen, pero espero que
tengas una buena historia cuando vuelva.
Con paso lento y pesado, empezaron a subir las
escaleras.
―¿Quién era ese?―preguntó cuando el otro tipo
se fue.
―Hadiic Dos, mi hermano pequeño, aunque se
ganó un nombre hace tiempo, UrsLeil, o algo así.
409
―¿Hay alguna razón por la que haya tenido que
abrazarme?, ¿debería preocuparme?
―...no sabría decirte, es bastante inofensivo en
general, pero a veces le da por hacer bromas de mal
gusto.
La condujo por una serie de galerías excavadas en
la roca, la mayoría eran de gran tamaño, podían
haber dejado pasar a un daimión como UrsHadiic.
Había antorchas encendidas cada varios metros, pero
el lugar seguía siendo bastante oscuro.
Llegaron a una zona donde entraba luz solar y aire
de fuera gracias a varias ventanas circulares. Había
nichos excavados en las paredes y mantas grandes y
blancas en el suelo. También reconoció un fuerte olor
a hierbas.
―¿Dónde están las malditas viejas?
poniéndole la comida a mi madre, seguro...
Oh,
―Déjame, ¿te ayudo en algo?
―Debería haber una olla en alguna parte, el fuego
está por ahí, ¿puedes poner agua a calentar?
―Voy...
410
Prepararon un ungüento, aquel era más espeso y
oscuro, tenía un olor penetrante. Su compañero se
tumbó en las mantas y empezó a extenderlo por sus
heridas, que estaban por casi toda la espalda y el
cuello. No eran grandes ni profundas, pero sí
abundantes.
Poco después, UrsLeil reapareció.
―Fíjate, qué manitas más monas y pequeñas
tienes. ¿Puedes dejármela luego para un masaje?
―Gno―respondió UrsHadiic boca abajo.
Melia no dijo nada. En caso de duda, lo mejor sería
ser cordial y asentir con la cabeza hasta que la gente
peligrosa se fuera.
―Cuéntame algo, hermano, me aburro en este
agujero.
―Habla con mamá, es divertida.
―No, me apetece vivir algunos años más. ¿Qué
tal?, ¿encontraste a la mujer que buscabas?
UrsHadiic dio un respingo. Ella se quedó quieta un
momento.
411
¿Una mujer?
De forma nebulosa, recordó que Sofía mencionó
que el daimión posiblemente había llegado a sentir
cariño por alguien, alguna vez. Y, obviamente, no por
su hermano pequeño.
―Oh, oh―dijo él―, no debería haberlo dicho
delante de tu amiguita, ¿verdad?
―Desaparece de aquí.
―Vamos, dime, ¿sí o no? Llevo 500 años en
ascuas, no me dejes con la intriga.
―No.
―Vaya, ¿lo ves?, una pérdida de tiempo las
mujeres. No te ofendas.
Sonreír y asentir. Sonreír y asentir.
UrsHadiic decidió que ya era suficiente y se
incorporó.
―¿Sabes si la señora me quiere para algo en
concreto?, ¿o solo por la alegría de tenerme de nuevo
en casa?
412
―Tenemos problemas con los En, otra vez, los
tipos que matasteis esta mañana eran fieles suyos,
estaban buscando ganarse las buenas gracias de la
matriarca. Pobres infelices. No sé si mamá habrá
planeado nada en concreto, ¿sabes que tiene un
espía?
―No, ni idea.
―Oh, tiene un espía, creía que lo había enviado
para averiguar si tenían la Corona o no, pero no ha
dicho nada. Igual te manda a ti el siguiente.
―En En saben quién soy, no duraría mucho de
espía.
―No durarías mucho de ninguna forma...
413
Capítulo 17 En el ojo del águila
El día pasó de forma bastante tranquila. Vio
algunas esclavas, la mayoría mujeres muy mayores y
ninguna particularmente agraciada, que paseaban por
allí como si no tuvieran nada en especial que hacer.
UrsHadiic tuvo que llamar a una dos veces para que
les trajeran algo de comer.
―Solo mueven el culo por mi madre.
―¿Por qué?
―Porque si ella está contenta, saben que no
podemos hacerlas nada.
―¿Hay alguna razón por la que sean todas tan
mayores?, ¿o han envejecido aquí?
414
―Mi madre cree que los humanos son feos, le
gusta rodearse de cosas que le dan continuamente la
razón. También tiene problemas para distinguiros.
La habitación del daimión era tan oscura y tétrica
como el resto del lugar. Tuvo que esperar a que su
compañero encendiera el fuego y pusiera media
docena de antorchas para entrar. No solo estaba
oscura, estaba helada.
―¿No hay camas?
―Sí, ¿ves esa losa grande y cuadrada en medio de
la habitación? Es una cama.
Era de piedra.
―Me tomas el pelo.
―No.
―¿Puedes transformarte un momentito?
―¿Para qué?
―Quiero fabricarme un colchón de pluma.
―No, mis plumas no se tocan.
―Supongo que no hay mucha diferencia con
dormir en el suelo.
415
―Se está más cálido, buscaré mantas... hubo un
tiempo que estoy seguro teníamos colchones en
alguna parte.
Melia se sentó en la gran losa que era la cama y
miró a su alrededor con inquietud.
―¿Tendré que quedarme aquí contigo?
―Si quieres seguro que puedes dormir con los
esclavos, aunque no creo que quieras...
―¿Por qué?
―No es gente agradable, llevan demasiados años
pegados a mi madre como lapas, son fanáticos suyos.
UrsHadiic se había tumbado en la cama cabeza
abajo para descansar.
―¿Estás incómodo? Tengo una manta en el
zurrón.
―Sí, dámela, gracias.
La losa era tan grande que podía caminar de pie
por ella para coger su bolsa y volver. Luego se quedó
a su lado en silencio durante un momento.
416
―¿Qué vamos a hacer?―dijo finalmente―. ¿Crees
que podremos escaparnos a Oon?
―No... no creo que pueda volar muy lejos en una
temporada. Si tú quieres, dos veces a la semana los
esclavos suelen salir fuera a por provisiones, puedes
acompañarles y buscar Oon.
―Prefiero irme contigo―confesó, cogiéndole de la
mano.
―Yo también... si no aparecemos juntos Gerón
podría usarlo como escusa para no pagarme.
Melia suspiró con desgana y retiró la mano.
―¿Hay algo que tengamos que hacer?
―No, cuando se haga de noche cenaremos en el
salón grande, mi madre pasa revista a todo lo que se
esté haciendo y da nuevas órdenes. Hasta entonces,
prefiero dormir.
A la hora indicada, fueron al salón a oír qué se
esperaba de ellos. Al llegar, varios pares de ojos
luminosos se fijaron en UrsHadiic, la habitación era
cavernosa y oscura, abarcaba cerca de una veintena
de daimiones, dispersos entre sus sombras, y varios
417
de sus respectivos sirvientes. Sintió que los pelos del
antebrazo se le encrespaban, pese a que toda aquella
atención no iba dirigida a ella. Por primera vez,
consideró la idea de que ser un daimión no le
confería a UrsHadiic la capacidad de sentir menos
miedo que ella en aquella situación, y sintió una
enorme compasión por él.
Melia pasó aquella reunión con el alma en vilo,
temiendo que le mandaran a luchar contra alguien, o
que le castigaran, pero todo transcurrió con calma.
En general, tras la
activamente ignorados.
entrada
inicial,
fueron
UrsIstar no era precisamente una madre cariñosa,
pero sabía que su hijo sería más útil si podía moverse.
Pasaron más de una semana sin recibir órdenes,
con UrsHadiic recuperándose poco a poco y ella
aburrida como una mona.
Comenzó a acostumbrarse a ver daimiones
entrando y saliendo. Excepto UrsLeil, los hermanos
de UrsHadiic no pasaban mucho por allí, y los fieles,
aunque eran muy competitivos entre sí, mantenían
ciertas distancias con los hijos de la matriarca.
418
A Melia le acabó gustando salir a pasear por el
jardín que tenían fuera. Era precioso y
sorprendentemente bien cuidado para el poco caso
que se le hacía y lo sobrio del lugar y su señora.
Un día vio a UrsLeil pintando por allí. Llevaba una
tabla de madera rectangular pegada a la cintura y
sujeta a los hombros con correas.
Durante todo aquel tiempo, el daimión había sido
solo una pequeña molestia, la mayoría de las veces
concentraba su punzante ingenio hacia UrsHadiic, así
que no encontró razones para temerle.
Se preguntó si sería buena idea acercarse a él
estando sola.
―Buenos días...
―Sssssh...
Quedó callada. El daimión tenía fija su atención en
el papel, hizo unos rápidos giros de muñeca con el
pincel y luego levantó la cabeza.
―Ya, buenos días.
―¿Puedo ver?
419
Se encogió de hombros.
―Oh, si quieres...
Había dibujado una flor. Una flor sencilla, pequeña
y bonita. Y a su alrededor una gigantesca sombra.
―Es... curioso―dijo.
―¿Curioso?
―No sé, no entiendo de arte, está bien hecho, la
flor es bonita... da la impresión que algo la amenaza,
como unos nubarrones negros o algo así.
El príncipe de las tinieblas arqueó sus ya
arqueadas cejas.
―¿En serio?
―Ah, no sé... ¿Qué tenías intención de dibujar?
―Una flor.
―Ah.
―Nubarrones, ¿eh?
Sonreír y asentir. Sonreír y asentir. Y si retrocedía
poco a poco hacia la casa sin darle la espalda igual
sobrevivía a aquello.
420
―Ven un momento conmigo.
―¿A dónde?
―A mi salón de dibujo.
El daimión recogió sus pinturas, guardó el papel y
se puso en pie. Melia le siguió algo inquieta. No
estaba segura de que fuera una buena idea ir con él,
pero tampoco debía ser buena idea negarse, ¿verdad?
Le siguió hasta el interior del edificio, por entre
varios pasillos, hasta una sala por la que entraba algo
de luz solar a través de un hueco en el techo.
―Hay muchos salones en este lugar.
―Sí, preferiría que hubieran hecho menos
habitaciones y más muebles, pero que se le va a
hacer. Mira.
Melia se volvió, una de las paredes estaba cubierta
de dibujos.
―Oh, vaya, qué bonitos. ¿Los has hecho tú todos?
UrsLeil se encogió de hombros, la estaba
observando con la misma curiosidad con la que ella
observaba los cuadros.
421
―Sí.
Cada dibujo era una cosa sencilla y, en general,
alegre. Vio varios niños, una chica de espaldas
recogiendo algo, un árbol. Y todos tenían aquella
oscuridad, aquel aire de peligro inminente.
―¿Cómo los haces?
―No lo sé, los hago, quiero dibujar un objeto, cojo
las pinturas y dibujo, sin más.
―¿Son cosas que te gustan?
―...solo son objetos.
―¿Por qué salen tan oscuros?
―No lo sé.
Melia estaba un poco perpleja, entonces tuvo la
impresión que era UrsLeil el que estaba esperando
que fuera ella la que explicara lo que veía en sus
cuadros. Él mismo no era consciente de lo que estaba
transmitiendo con ellos.
―Umm, son hermosos, pero todos resultan algo
tristes... como si esperaran que fuera a ocurrir algo
terrible.
422
―¿Ah, sí?
―Es lo que me parecen.
Vio al daimión acercándose a una de las hojas de
papel, la de la chica de espaldas.
―Puede ser... nunca me paro a pensar lo que
hago... Tristes, ¿eh?
―Ah, te he dicho que no sé mucho de arte, podría
confundirme. En mi mundo no era capaz de dibujar ni
un círculo con un compás.
―¿Tu mundo?
―...sí, vengo de Geo.
UrsLeil hizo un gesto con la cabeza y Melia se
arrepintió de haberlo dicho. No se le había ocurrido
que podría resultar un problema, pero obviamente, el
daimión había cambiado de actitud de golpe.
Súbitamente, estaba muy serio.
Los dos salieron precipitadamente del cuarto al
tiempo que intentaban fingir que no sentían prisa
alguna. Melia fue en busca de UrsHadiic, preocupada
por haber metido la pata. Se lo encontró paseando
por el bosque.
423
―¿Pasa algo? ¿Qué has hecho?
Aún no había abierto la boca, así que le observó un
segundo, confundida.
―¿Eh?... nada, bueno... no sé...
El daimión frunció el ceño y se cruzó de brazos.
―Estaba hablando con tu hermano... y...
―¿Y?
―Dije una cosa...
―¿El qué?
―Que soy de Geo.
UrsHadiic inclinó la cabeza, como si no entendiera
de qué estaba hablando.
―¿Ocurre algo malo por eso?―le preguntó.
―No creo―respondió él.
―UrsLeil estaba sorprendido, me dio la impresión
de que podía suponer un problema...
―No, no sé qué pue...
424
De golpe notó que se tensaba, durante un
momento se la quedó mirando con los ojos abiertos y,
con brusquedad, salió corriendo hacia las galerías de
piedra.
―¿Qué ocurre?―corrió tras él― ¡UrsHadiic!, ¿qué
pasa?
Empezó a asustarse, aquello no podía ser bueno.
Su compañero despareció en la oscuridad y ella lo
buscó, nerviosa, perdida en el laberinto de pasillos,
hasta dar con el salón en el que se había metido.
Pudo oírle hablando en voz muy alta. Estaba
discutiendo con alguien.
Con el corazón latiendo a toda velocidad y un
nudo en el estómago, intentó escuchar lo que decían.
Se acercó con precaución a la puerta entornada,
mirando hacia dentro. Pudo ver dos esclavas, a
UrsHadiic, a UrsLeil y, sentada semi oculta frente a
ellos, su madre, UrsIstar.
―...humana, ¡qué esperas que pueda hacer!
Apenas oía las respuestas de la daimión, solo a su
hijo.
425
―...¿y por qué habría de obedecerte?... ¿qué
yo… ?, ¿qué?... no. No.
Una de las esclavas la descubrió y, avisando a su
compañera, se acercaron a ella.
Melia retrocedió instintivamente al verlas venir,
las dos mujeres sonreían, eran bastante grandes.
―Ven, bonita, pasa, no tengas miedo...
―Sí, entra...
Intentó retroceder un poco más, pero, tras las
amables invitaciones, una de ellas le pasó un brazo
por el hombro y otra la cogió de la cintura. Iban a
hacerla entrar en el salón aunque fuera a rastras.
Al hacer su aparición, todos los presentes callaron.
Se quedó helada.
Tres pares de ojos brillantes se clavaron de golpe
sobre ella. Ser el centro de atención de varios
daimiones era una terrible impresión, de miedo e
insignificancia absolutas.
Hubiera salido corriendo si las esclavas no la
estuvieran sujetando con una fuerza descomunal.
426
―Acércate más―ordenó la señora.
Las esclavas la empujaron hasta quedar frente a
frente con UrsIstar. La feroz matriarca inclinó
levemente la cabeza hacia ella.
―Repite lo que le has dicho a UrsLeil. Eres de
Geo.
Cogió aire.
―Ssí.
Buscó la mirada de UrsHadiic, esperando apoyo,
pero la tenía clavada en el suelo, se le veía derrotado.
―Eres una bicrona entonces, ¿no es cierto?
―Sí.
―¿Sabes goeteia?
―No―mintió.
A veces, mentir podía ser increíblemente fácil.
UrsIstar frunció un poco el ceño, como si aquello
le supusiera algún tipo de molestia.
―Guardadla en una de las cámaras de abajo,
mientras pienso en algo―ordenó la matriarca,
427
acompañando las palabras con un gesto de su mano
antes de volver su atención de nuevo a alguna parte
indefinible frente a ella.
Melia notó que la empujaban hacia fuera, miró de
nuevo a UrsHadiic, pero éste se giró en otra
dirección.
¿Qué hacían?, ¿a dónde la llevaban?, ¿qué estaba
pasando?
―¡Dejadme!―gritó a las esclavas en cuanto
salieron del salón, intentando sacudírselas de
encima―. Sé andar sola.
―Pues anda―le respondieron, con una gran
sonrisa aún.
En aquel momento, UrsLeil se acercó a ella.
―Siento el chivatazo, no me guardarás rencor
¿verdad?, es que era una noticia demasiado buena
para callarla.
Melia le ignoró, estaba asustada y enfadada, pero,
sobre todo, asustada.
El daimión continuó andando junto a ella.
428
―No te preocupes, únicamente estarás en las
cámaras mientras a mamá se le ocurre una idea, a no
ser que hagas alguna tontería. Solo es por mantenerte
controlada.
―¿Qué es lo que queréis de mí?
―Creo que quiere que vayas a buscar la Corona de
Daia... ¿sabes lo que es?
―Me parece que lo he oído antes, ¿no está
desaparecida desde hace tiempo?
El daimión sonrió, era una sonrisa oscura y
tenebrosa.
―Sí, por eso vas a ir tú, precisamente.
Melia parpadeó, sin entender nada.
Atravesaron varios pasillos y, al fondo, bajando
unas escaleras, abrieron la puerta de una habitación;
pequeña, fría y sin luz.
La miró espantada, no se percató que cerraban la
puerta tras ella hasta que oyó el golpe.
―¡Esperad, esperad!―gritó, sintiendo auténtico
pánico.
429
―¿Quieres algo?―dijo UrsLeil al otro lado de la
puerta.
―Tu... tu hermano... ¿puedes pedirle a UrsHadiic
que venga a verme?
―Claro, enseguida.
Oyó cómo se alejaban.
Sintió un escalofrío. Con una mano se abrazó a sí
misma, con la otra tanteó a su alrededor, intentando
recordar dónde estaban las paredes.
Barajó la posibilidad de poner a prueba lo que Baal
le había enseñado. Aunque metida en una habitación
cerrada no iba a servir de mucho, ya sabían que ella
estaba allí.
Un rato después, la puerta volvió a abrirse y
apareció UrsHadiic.
Soltó un suspiro de alivio, pero el daimión no dijo
nada.
Colocó una antorcha en una pared y la envolvió en
una manta.
430
―¿Qué está pasando?―le preguntó―. ¿Cuándo
voy a salir de aquí?
―Estoy hablando con la señora, saldrás pronto,
probablemente esta noche.
―¿Qué pasa?
―No es nada, no te preocupes.
―¿Qué no me preocupe? Dime lo que pasa.
―...pronto lo sabremos. ¿Tienes hambre?
―No.
Le vio dirigirse hacia la puerta y sintió un nuevo
ataque de pánico.
―...¿puedes quedarte conmigo?
El daimión se volvió, no tenía una expresión clara
en el rostro, solo parecía enfadado y confuso.
―Tengo que hablar con mi madre, esta noche
saldrás fuera.
La puerta se cerró pesadamente tras él.
Melia cayó en cuclillas y se encogió en su manta.
431
UrsHadiic no iba a enfrentarse a su madre por ella.
Si la perdía, perdía únicamente un trabajo, estaba
segura que UrsIstar podría hacerle algo mucho peor a
su hijo si se le ocurría contradecirla.
Ella solo era un trabajo.
Podía entenderlo, de alguna manera...
Se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar.
Algunas horas después la puerta se abrió de nuevo.
UrsHadiic y dos esclavas estaban allí.
La expresión de daimión parecía más tranquila,
pero se dio cuenta que le rehuía la mirada.
―Vamos al salón principal, la señora UrsIstar te
dirá lo que quiere―dijo una de las mujeres.
Melia las siguió, cabizbaja.
permaneció en silencio.
Su
compañero
En el salón de la cena había al menos una veintena
de seres, la mayoría daimiones al servicio de la
matriarca.
Intentó no mirarlos, sabía que solo se pondría más
nerviosa.
432
Siguió a las esclavas hasta la cabeza de la mesa,
donde UrsIstar controlaba a toda la congregación con
aire indiferente.
La hicieron sentarse y le pusieron un plato con
comida delante.
Creía que le iba a dar órdenes en el acto, pero, por
lo visto, no era tan importante. La señora estaba
demasiado ocupada mirando a su alrededor y oyendo
lo que algunos daimiones le decían sobre los
movimientos de una u otra familia.
―Haz que venga Hadiic―le ordenó a un esclavo al
cabo de un rato―, le interesa oír esto.
Las manos de Melia se encresparon y cerró los
puños. Sabía que había llegado su turno.
UrsHadiic apareció, seguía rehuyéndole la mirada.
Su madre le ignoró y se volvió hacia ella.
―Tienes que ir a buscar un objeto para nosotros.
Es la Corona de Daia, hace mil años que nadie sabe
donde esta―aquí hizo un extraño parón―, así que en
vez de perder el tiempo otros mil, voy a ir al origen.
Dentro de nuestras tierras existe un Lago, una
puerta... ¿cómo lo llamaban en Ánax?, un aionon. Te
433
enviaremos a su través hasta el tiempo justo antes de
que se perdiera.
Melia frunció el ceño, luego miró a UrsHadiic que
se mostraba extrañamente tranquilo.
No estaba segura de comprender lo qué quería
decir. Había oído que los Lagos podían hacer aquellas
cosas... pero no esperaba que realmente se hicieran.
Lo que más la trastocaba en realidad, era la idea de
que tendría que atravesar de nuevo una de aquellas
puertas. La última vez su vida se había vuelto patas
arriba. ¿Tenía que cruzarla?, ¿otra vez?
―Nno, no creo que pueda hacer eso... no se
pueden traer cosas de un lado a otro de la puerta.
―No, claro que no―espetó UrsIstar, como si la
creyera estúpida―, no te he dicho que traigas nada.
Solo busca la Corona, infíltrate entre los En,
descubre quién la tenía y quién la escondió. Luego
vuelve.
Siguió buscando frenéticamente dentro de su
cabeza excusas por las que evitar que la enviaran otra
vez por uno de aquellos sitios.
434
―No creo que sea capaz...
―Yo me encargaré de preparar las puertas.
Mañana te indicaré donde están. Eres una humana,
diles que tienes hambre y te vendes como esclava.
Luego encuentra la corona. Cuando pase una Luna
exactamente abriré la puerta, si no vuelves entonces,
la abriré una última vez la Luna siguiente. Si vuelves
con
noticias,
tendrás
mi
más
profundo
agradecimiento y favor.
―¿Y si no lo consigo?
―Dependerá si es por algo irremediable o no. Si es
remediable siempre puedo enviarte más veces.
¿Y si no?
Posiblemente acabaría muerta. Lo cual apenas
sería una molestia.
―¿Para qué quieren ese objeto?
―No te interesa saberlo.
Claro que no, no es como si pudiera usarlo para
regresar a su casa... Podría quedarse la Corona para
sí, podría aprovechar aquel viaje para terminar de
una vez con toda aquella aventura.
435
La idea era muy peligrosa, y casi le daba miedo
pensar en ella y que su expresión la delatara. Sabía
que no debía jugar con los daimiones, y ni siquiera
tenía una buena idea de cómo usar la Corona para
volver a casa, pero ya que estaban tan decididos a
enviarla, no perdería mucho por intentarlo.
UrsHadiic en aquel momento la estaba mirando
por el rabillo del ojo, con la cabeza gacha y la nariz
apuntando al suelo.
Si él le hubiera pedido que se quedara en Ethlan
para siempre, era muy posible que lo hubiera hecho,
pero no iba a ocurrir nunca. Era estúpido
considerarle si quiera en sus planes.
―¿Tengo que hacer algo más?
―Nada. Infiltrarte, descubrir qué pasó con la
Corona de Daia y volver. Dentro de dos días te
enviaremos. Podrás moverte por donde quieras
mientras, pero estarás vigilada.
―No me voy a escapar.
―No, claro que no―la daimión se volvió hacia
hijo―. Ya está, ya sabes lo que tienes que hacer.
436
UrsHadiic no dijo nada, se acercó a ella y le hizo
un gesto para que le siguiera fuera.
Melia miró a la señora, que ya no le prestaba
atención, y luego salió del salón.
―¿Qué es lo que se supone ‹‹sabes que tienes que
hacer››?―preguntó cuando estaba segura que
UrsIstar no podía oírles.
―Nada... vigilarte.
―Oh. Qué novedad.
Le vio detenerse frente a ella, con una larga
mirada suspicaz.
―No estarás pensando en intentar escapar o algo
así.
―¿Por qué?, ¿me dejarías?
Hubo un largo silencio, más largo del que Melia
esperaba.
―No, no te dejaría.
Tras aquello, continuaron sin volver a abrir la
boca.
437
Melia meditaba sobre aquella extraña oportunidad
y las ventajas que disponía.
Tenía los trucos de Baal para hacerse invisible, no
solo podría infiltrarse entre los En. Lo haría sin ser
vista. No tenía tanta confianza en su goeteia para
meterse de cabeza en un nido de daimiones así de
buenas, pero podía intentarlo, tenía casi un mes para
practicar más.
Después de colarse dentro, salir con la Corona iba
a presentar otros problemas. ¿Hasta qué punto
serviría su invisibilidad si tenía que cargar con un
objeto importante y que posiblemente llamaría la
atención?
Investigaría antes de ir cómo se organizaban los
En, y dónde estaban. Cómo se podía acceder al lugar
y volver. Cómo de pesada sería la Corona. Cómo se
alimentaría una vez allí.
Lo que le recordaba... ¿cómo iba a vestirse si no
podía llevar nada?
Tenía muchas cuestiones para resolver y contaría
únicamente con un día entero para responderlas.
Repasó mentalmente las más apremiantes y que
438
necesitaría antes de llegar allí, y dejó el resto de ideas
y planes para cuando estuviera en el otro lado.
¿Quién sabe? Quizá la razón por la que la Corona
llevaba mil años desaparecida era porque ella se la
llevó a su casa.
Sonrió malévolamente para sí.
El único gran defecto de aquel plan sería no ver la
cara de sorpresa de UrsIstar al ser engañada.
439
Capítulo 18 No se puede llevar nada al otro lado
Intentó planificar y organizar sus ideas con detalle
hasta bien entrada la madrugada. Apenas había
vuelto a intercambiar dos palabras con UrsHadiic, se
sentía triste y enfadada con él. Le dolía muchísimo la
indiferencia tan aparente que había comenzado a
mostrar con ella desde que supieron que se
marchaba.
La gran piedra que hacía de ‹‹cama›› era lo
suficiente grande como para que pudiera girar dos
veces sobre sí misma y no llegar ni a rozar el lado
opuesto. Y el daimión dormía arrinconado en la
punta contraria, dándole la espalda.
¿Tanto le hubiera costado al menos fingir que
estaba enfadado con su madre delante de ella? En
440
otras ocasiones no le había costado nada hablar mal
de todo cuanto le rodeaba por tonterías.
Daba igual, qué importaba.
Si su plan tendría éxito volvería a casa. Si no,
estaba muerta.
Lo demás era intrascendente.
Intentó aprovechar lo más posible aquel día de
gracia para aprender sobre cualquier cosa que
pudiera serle útil.
La señora en persona mostró la abrumadora
deferencia de llevarla hasta el Lago en persona. No
era el que estaba en las afueras del palacio de piedra,
como ella se temía. Había que descender más por la
montaña, internándose en el valle, lleno de altos
árboles y grandes helechos. Melia tuvo la impresión
de que había estado allí antes.
Finalmente, rodeado por dos de sus lados por
largas y perpendiculares paredes de roca, apreció una
laguna.
Había varias figuras y formas talladas en roca
negra a su alrededor, en el centro se adivinaba una
441
estructura sumergida de la que solo podía verse
asomando un tímido techo.
―Bajo este Lago hay un arco, has de pasar por
debajo de él cuando el momento sea adecuado. Es lo
único que tendrás que hacer. ¿Sabes nadar?
―Sí.
―No hay problemas entonces.
Esas fueron las instrucciones definitivas que
recibió de ella. Le alegraba que el Lago no estuviera
demasiado cerca de la gruta que la daimión llamaba
hogar, no tenía la más mínima intención de dejarse
ver allí.
Después, UrsLeil la acompañó volando hasta lo
alto de una cumbre en el límite del territorio, donde
le señaló la frontera de tierras de los En con el resto.
El hermano menor de UrsHadiic era el encargado de
organizar y vigilar que los límites del territorio de la
familia estuvieran tranquilos, por eso pasaba mucho
tiempo cerca de la cueva.
Desde los altísimos picos escarpados se podía ver a
cualquier daimión que intentase cruzar de un valle a
otro, o que se acercara desde el exterior. Tan solo la
442
inmensa montaña de Etimón a sus espaldas era un
punto ciego.
Melia observó asombrada desde las alturas que
estaban a un paso del mar. No se había dado cuenta
antes y nadie lo había mencionado, pero a apenas
unas horas de allí podía ver un limpio horizonte azul,
gaviotas blancas y oscuros acantilados.
Hacía tiempo que no veía el mar.
La última vez que lo había estado mirando fue...
cuando llegó a aquella Isla.
Y ahora iba a marcharse de nuevo.
Un estremecimiento la sacudió.
Había mantenido una actitud templada y serena
todo el día, pero la visión del mar atravesó algo en su
interior.
Intentó repetirse que no viajaría a un lugar tan
diferente como la última ocasión, era el mismo sitio y
tendría algunas ventajas. No iba a ser como la última
vez… Pero su ansiedad no disminuía. Dejaría a
UrsHadiic. No volvería a verlo nunca, no importaba
443
las veces que se repitiera que no había allí futuro
alguno con él, la idea dolía…
Siempre podía cambiar de opinión, siempre podía
hacer lo que UrsIstar le ordenó y volver allí.
De qué iba a servir, sin embargo, de qué serviría
volver. No iba a significar nada para el daimión si ella
se iba o si volvía, una recompensa quizá, por su
trabajo, nada más.
Se sentía tan tonta por dejar que algo tan
absolutamente ajeno a su control la afectara con
tanta fuerza...
Después de la reunión de la cena, en la que recitó a
la señora de memoria todo lo que tenía que hacer y
los detalles de lo que había aprendido; intentó salir
fuera y escaparse un momento del daimión, para
poder pensar mejor pero no tuvo demasiado éxito.
―No deberías dar vueltas a estas horas―la
reprendió―, tienes que levantarte de madrugada.
―Argh, solo voy a tomar el aire, ¿no puedes
dejarme un segundo?
―Es tarde.
444
―¡Y a ti que te importa!
―Melia...
―¡Déjame en paz! No me voy a ninguna parte, solo
quiero alejarme un momento de vosotros, estoy harta
de estar rodeada de monstruos. ¡Qué te importa lo
que haga ahora! Con que esté aquí de madrugada ya
has hecho tu trabajo, ¿verdad?
UrsHadiic no respondió, permaneció donde estaba,
quieto y silencioso.
Melia dio media vuelta y siguió andando hasta la
salida, notaba al daimión caminando a cierta
distancia tras ella.
Se sentó sobre un tronco en el borde del bosque y
suspiró. Quería relajarse y aclarar mejor sus ideas
mientras aún tuviera tiempo, pero seguía sintiendo a
UrsHadiic tras ella con la misma claridad como si lo
estuviera mirando de frente.
Se volvió, de nuevo muy irritada.
―¡Eres peor que una lapa! ¿Qué es lo que tengo
que hacer para que me dejes un momento a solas?
Sabes muy bien que no puedo irme a ninguna parte
445
de noche. Eres inaguantable y me alegraré cuando no
tenga que volverte a ver.
Bufó frustrada, intentando creerse todas las
palabras que había dicho, esperando que así la
despedida doliera menos.
Inmediatamente se sintió pero de lo que se sentía.
UrsHadiic se encontraba medio escondido detrás de
un árbol, intentando pasar todo lo desapercibido sin
perderla de vista. Siempre le había resultado extraño
que con la cantidad de necedades por las que el
daimión llegaba a irritarse, cuando ella le insultaba
nunca reaccionaba. Había asumido que no le
importaba, ¿por qué iba a preocuparse una bestia
monstruosa como aquella de lo que dijera una
patética humana?, pero en aquel instante reconoció
que podía existir otra causa peor.
UrsHadiic no reaccionaba porque creía que era
cierto. UrsHadiic tenía una espantosa idea de sí
mismo.
En el tiempo que habían estado allí recordó la
cantidad de veces que su madre o sus hermanos le
habían tratado de inútil... y aún más, estando fuera la
gente reaccionaba mal en cuanto descubrían lo que
446
era, le despreciaban, le miraban como a un
monstruo...
Notó que su cara enrojecía y le asaltaba un
profundo sentimiento de vergüenza y desagrado hacia
sí misma. Se estaba comportando igual que toda
aquella gente que le trataba mal.
No sabía cómo iba a dejarle, pero de aquella forma
seguro que no.
Se puso en pie y se acercó a él.
―Lo siento... ―UrsHadiic no dijo nada, pero
inclinó la cabeza con curiosidad―. Siento mucho lo
que te he dicho, solo quería hacerte daño y que me
dejaras un poco en paz, pero no lo pienso en serio.
No creo que seas un monstruo, ni que seas
inaguantable.
El daimión movió la cabeza hacia el lado contrario,
por su reacción, podía estar hablándole en otro
idioma.
―¿Te encuentras bien?
―Te estoy pidiendo perdón.
―Bien… te perdono, no importa.
447
―¿No te importa lo que piense?, ¿de verdad?
El daimión parpadeó, una reacción, era mejor que
nada.
―No me gusta que pienses mal de mí, pero no
tengo demasiadas opciones de ser como soy, solo
intento sobrevivir. Aquí o fuera, donde los humanos
viven, ¿crees que me llueven las oportunidades para
tener la vida que me gustaría?, ¿crees que puedo
permitirme estar continuamente preocupado por lo
que soy o lo que piensan de mí?
Melia empezó a sentir congoja, recordó los graves
problemas que ella misma tuvo para ganarse la vida.
Le pasó los brazos por la cintura y apoyó la cabeza
en su hombro.
―Ya lo sé…
―Pero… ―continuó el daimión, perdiendo tensión
en la voz a medida que continuaba hablando―podía
haberme comportado mejor contigo, la verdad es que
no he sabido tratar contigo, muchas veces ni siquiera
entiendo lo que hago mal, solo que no me siento
orgulloso…
448
Levantó la cabeza mara mirarle.
―¿Y por qué no me preguntas?, ¿por qué no
quieres hablar conmigo?
―Porque creía que no valía la pena, y ahora te vas,
así que no importa, aunque me alegro que no pienses
del todo mal de mí.
―No pienso mal de ti.
Melia continuó mirándole sin entender demasiado
bien lo que acababa de decir. ¿‹‹Y ahora te vas››?, ¿a
qué se refería con aquello?, ¿sospechaba lo que tenía
intención de hacer en su viaje?
Sus brazos continuaban sujetándole por la cintura,
mientras UrsHadiic mantenía los suyos a los
costados. En aquel momento, levantó una mano y le
apartó algunos mechones de pelo de la cara.
Melia se estremeció. Le había abrazado varias
veces con anterioridad, pero desde Glauco no
recordaba que UrsHadiic hiciera gesto alguno de
proximidad hacia ella.
Sonrió, emocionada y cohibida al mismo tiempo.
449
―Ah... te... ¿te gustaría que nos acostáramos
juntos esta noche?
La mano del daimión quedó quieta en el aire.
―¿Lo dices en serio?
―Sí, ¿por qué no?, ¿te molesta? Solo esta noche.
―Solo esta noche―su entonación sonó extraña, a
medio camino entre una afirmación y una pregunta.
―¿No quieres?
―¿Quieres tú?
―¿Por qué
preguntado?
demonios
crees
que
te
lo
he
―¿En serio no te importa?
―Si no dejas de cuestionar lo que digo, va a
empezar a importarme.
Le pasó los brazos por los hombros con cuidado,
aún tenía heridas, y se inclinó para besarle, segura de
que así dejaría de hacer preguntas inoportunas.
UrsHadiic la cogió de la cintura y la levantó al aire
con facilidad, a continuación se agachó y los dos se
450
pusieron de rodillas en el suelo mientras se besaban
apasionadamente.
Entonces Melia se acordó de algo y se apartó.
―Espera, espera... aquí no, vamos dentro.
―¿Por qué?
―Porque hay raíces, y bichos, y... cosas.
Que se hubiera acostumbrado a vivir al aire libre
no quería decir que quisiera hacerlo todo fuera. Aún
tenía algunas manías.
UrsHadiic empezó a reírse y ella también,
sintiéndose algo tonta. Era tan raro oírle reír.
―Muy bien, vamos dentro.
Fueron hacia la habitación sin apenas intercambiar
más palabras. Al comenzar a desnudarse, la horquilla
con la flor roja cayó al suelo de entre sus ropas. Melia
la recogió y colocó sobre el montoncito que había
hecho con sus cosas, no podía llevársela, nada pasaba
al otro lado.
451
Sorprendiéndose a sí misma, se derrumbó y se
echó a llorar, quedaba tan poco para el día
siguiente...
UrsHadiic le pasó un brazo por los hombros y la
acercó a sí.
―Eh, ¿estás bien? No te preocupes por mañana,
eres muy valiente y estarás bien, ya verás.
Melia se pasó la cara por las manos, ¿cómo iba a
decirle que aquello no era por lo que lloraba?
―¿Has
cambiado
de
idea?―continuó
daimión―. ¿Prefieres descansar?
el
―No... no, estoy bien, no me pasa nada.
Terminó de quitarse las manos de la cara y volvió a
abrazarle.
La noche pasó demasiado rápido. Melia apenas
comenzó a quedarse dormida, bien abrazada a su
compañero, cuando éste le susurró al oído que tenía
que prepararse.
―No...
―Vendrán a buscarte pronto.
452
―Mmm, no.
Cerró los ojos con fuerza, negándose a mirarle.
―No van a esperar a que te decidas a levantarte.
―No quiero irme, quiero quedarme contigo―dijo,
escondiendo la cabeza entre su pelo y el pecho de él.
Aquello pareció dejar aún más confundido a
UrsHadiic, por un momento no dijo nada, y cuando
empezó a hacerlo, sufrieron una desagradable
interrupción.
―Melia, ¿tú...?
La puerta se abrió sin llamar.
―¡Argh,
malditos
sean!―exclamó
obligándose de mala gana a incorporarse.
furiosa,
Un ejército de siniestras y sonrientes esclavas la
esperaban. UrsLeil iba con ellas, hizo una broma que
no entendió y fingió apartarse pudorosamente a un
lado mientras ella se vestía.
Miró a UrsHadiic, pensando que podría ser la
última vez.
453
El daimión seguía en la cama, con la vista fija en la
nada.
Con un dolor insoportable en el pecho. Melia se
dio la vuelta para salir, notando los dedos arrugados
y huesudos de las esclavas en sus brazos. Según
avanzaban, un brillo rojizo llamó su atención por el
rabillo del ojo. La horquilla seguía sobre el bulto que
habían sido todas sus cosas.
Empujó a las mujeres que la sujetaban y fue hacia
el adorno. Lo recogió antes de que las esclavas
tuvieran demasiado tiempo a reaccionar, luego se
acercó a UrsHadiic.
―Te lo devuelvo―dijo.
El daimión enfocó los ojos, frunció el ceño y gruñó
algo, haciendo un gesto despectivo.
Melia insistió. Le sujetó la muñeca y puso la
horquilla entre sus dedos.
―Quiero que lo guardes tú, por favor.
Apretó el objeto entre sus manos, esperando que él
las cerrara.
454
Tardó un momento, UrsHadiic bajó la vista hacia
ella con confusión, pero finalmente lo cogió.
―De acuerdo.
Se inclinó para besarle una última vez antes de que
las viejas se hicieran con ella.
―¡Voy!, ¡voy!, ¡dejad de empujarme, maldita sea!
Intentó girarse una última vez antes de salir.
UrsHadiic estaba de espaldas.
Fuera aún era de noche.
Hacía bastante frío a aquellas horas en la montaña.
UrsLeil iba en cabeza, alumbrando mientras
caminaban entre la vegetación. Tras ella, las esclavas
la seguían a poca distancia.
UrsHadiic no la acompañaría hasta allí, ya lo sabía,
su madre había ordenado que no era necesario.
UrsLeil lanzaba frecuentes miradas atrás y sonreía
misteriosamente. Melia intentó ignorarle, pero se
acabó hartando.
Cuando descendía ya hacia el lago, iluminado por
esclavos puestos en varias zonas, y con la gran
455
matriarca esperando impaciente en la orilla, le
preguntó:
―¿Ocurre algo?
El daimión volvió a sonreír, la hizo bajar unas
escaleras de piedra delante de él y le susurró al
cruzarse:
―Ya sé de qué me suena tu cara. Mi hermano es
un gran mentiroso, ¿verdad?
Quiso volver a atrás y encararse con él, quería
saber a qué se refería, pero otro grupo de esclavos
vino a por ella, empujándola lo que quedaba de
camino hasta colocarla frente a su señora.
Melia cogió aire.
UrsIstar aguardaba, poderosa e inamovible.
La matriarca miró con sus ojos oscuros, como si no
fuera más que un ratón. No dijo nada.
En alguna parte al este, el Sol comenzaba a salir, el
cielo se volvía más azul, pero aquel valle continuaba
frío y oscuro. El fuego de las antorchas lanzaba
extraños destellos de los ojos punzantes de la
daimión.
456
Con un movimiento lento y digno, la daimión
apartó la vista de ella y la posó en el Lago.
El agua comenzó a iluminarse.
―Nada rápido, la puerta solo aguanta unos
minutos.
Todo estaba suspendido en un tenso silencio. No
solo el aire era frío, comparado con el calor que traía
consigo del interior de la montaña, la voz de la gran
daimión helaba el corazón.
Melia se quitó la ropa para nadar mejor y comenzó
a avanzar por la orilla.
El agua que tocaba sus tobillos estaba cálida, era
una sensación agradable. Había bajo la superficie
unas escaleras de roca negra que avanzaban a más
profundidad de la que podía llegar a hacer pie, las
siguió hasta que su pecho empezó a hundirse y,
mirando de donde provenía el resplandor y el arco
una última vez, se zambulló de cabeza al agua.
Sabía nadar, aprendió con sus compañeras del
equipo de baloncesto, hacía años que no las veía.
Cerró los ojos bajo el agua y se impulsó con los pies
hacia donde creía estaba la puerta.
457
En un momento, no sintió nada, poco a poco se
estaba quedando sin aire y no era capaz de
sumergirse tanto como le gustaría. Entonces notó la
oscuridad y la corriente, los conocía, la habían
acompañado toda su vida.
Aquello que la empujaba en sueños hacia alguna
parte.
Cuando sintió que se ahogaba luchó por salir de
nuevo a la superficie. Dio brazadas y pataleó con
todas sus fuerzas. No distinguía donde estaba la
superficie y donde el fondo.
Luchando por abrir los ojos, consiguió atisbar un
fulgor amarillo y alegre sobre su cabeza.
Fue hacia allí con todas las energías que tenía y
asomó fuera por fin, tomando un vigoroso aliento.
¿Había pasado?, ¿lo había conseguido?
Miró a su alrededor.
Era de día. No había nadie.
Eso debería ser una buena señal, ¿verdad?
458
Al principio no estaba segura de donde estaba, no
reconocía el sitio.
Entonces se dio cuenta que miraba el valle en la
zona por la que se había sumergido, al cruzar la
puerta había dado media vuelta y, en vez de salir por
el otro lado de la puerta hundida, emergía por el
mismo que entró.
Dio lentas brazadas hacia la orilla, observando
atentamente su entorno.
Siempre tenía la impresión de que había visto
aquel bosque antes, varias veces.
Posiblemente en sueños.
¿Por qué aquel bosque?
Notó las escaleras de piedra bajo sus pies. Aún
mirando hacia lo alto, distraída, comenzó a salir.
Entonces algo se agitó en la maleza a su izquierda.
Se sobresaltó, había alguien allí. Un chico se había
puesto en pie y la observaba, con la boca abierta.
Melia intentó taparse con las manos, sin mucho
éxito.
459
El chico seguía mirando como un imbécil
Calculó que sería un adolescente de no más de
dieciocho años. El pelo, corto a la altura de los
hombros, se echaba hacia delante y le cubría media
cara, dejando ver apenas una ya importante nariz,
pese a parecer tan joven.
Vaya.
Se acercó con cuidado, midiendo las distancias con
precaución. Estaba algo cambiado, pero acabó por no
tener demasiadas dudas sobre quién era.
―¿UrsHadiic?
El joven saltó hacia atrás como si le hubieran dado
una patada en la cabeza.
―¡Daia!―exclamó.
Melia hizo una mueca.
―Eeh... no.
No estaba segura de qué pensar de aquel
UrsHadiic. Era UrsHadiic, eso era seguro. Pero no
estaba segura de qué pensar.
Por el momento, no se sentía muy impresionada.
460
Le vio acercarse un poco, con los ojos abiertos aún
como platos. Extendió un brazo para tocarla, como si
quisiera comprobar que fuera de verdad.
Melia saltó hacia atrás.
―¡Qué haces!, no me toques.
Retiró el brazo a toda velocidad.
―Lo siento.
Los ojos se hicieron aún más grandes, si eso era
posible, y la miró como si esperase que le saliera
fuego por la boca.
―Disculpa... esto es un poco incómodo para mí...
¿te importaría dejarme tu camisa para cubrirme un
poco?
―Sí, claro.
Se la quitó tan rápido que estuvo a punto de
rasgarla, y se la entregó con una gran sonrisa.
―¿Quién eres?, ¿cómo sabes mi nombre?
―Uh... solo una pobre humana que se ha caído al
Lago...
―¿Vienes del otro lado?
461
―Vengo de otro lado, sí.
―¿Y sabes mi nombre?
―Digamos que te he conocido en el otro lado.
―Ooh...
UrsHadiic de joven
espabilado, ¿verdad?
no
era
especialmente
No estaba segura de cómo enfrentarse a aquello.
No se había esperado algo así. Se daba cuenta que en
realidad no conocía a aquel chico, pero por su cabeza
cruzaban un millón de emociones contradictorias.
―¿De verdad eres humana?
―Estoy bastante segura de ello.
―Sí, pero eres preciosa, parecías Daia resucitada
saliendo del Lago. Nunca había visto una humana tan
hermosa...
Le lanzó una larga mirada de medio lado.
―Tienes que salir de casa de tu madre.
Suspiró, replanteando lo que tendría que hacer.
462
Esperaba encontrar un hueco donde esconderse en
las montañas, desde donde pudiera moverse a otros
sitios a investigar mientras trazaba un plan más
definido. Pero ahora se había encontrado con un
UrsHadiic idiotizado y tenía que pensar en cómo
librarse de él.
―¿Vas a algún sitio?, ¿puedo acompañarte?
―Eh... bueno... verás, voy a buscar un refugio, he
perdido una cosa que tengo que encontrar y puedo
tardar algunas semanas.
―Puedes venir a casa de mi madre.
―No, gracias.
―¿Conoces a mi madre en el otro lado?
―Sí.
―Oh, entiendo.
Le vio dejar la mirada en blanco y hundirse de
hombros.
Sintió algo de pena.
―No quería ofenderte, pero preferiría evitar
encontrarme con más gente, sobre todo daimiones.
463
―¿Por qué?
Parecía herido, y ella empezó a sentirse muy tonta
también.
―... me dais un poco de miedo, solo soy una
humana.
―Ya, entiendo... hay un sitio en el que te puedes
esconder. No está demasiado lejos.
Señaló al otro lado de la laguna.
―Umm, ¿tú crees?
―No suele venir nadie por aquí, aparte de mí.
―¿Por qué vienes?
―...me... agobia nuestra casa.
Su cara se había tensado y, por un momento, pudo
ver al UrsHadiic que conocía.
―Está bien, enséñame donde está.
La tensión despareció y el chico le dedicó una
enorme sonrisa.
Melia creía que se le iba a romper el corazón.
464
Comenzaron a andar aún más al interior del valle,
rodearon las estructuras de piedra que enmarcaban el
lago y siguieron bajando.
UrsHadiic iba delante. Le veía muy delgado, se le
notaban varios huesos, el que ella conocía tenía un
aspecto más fuerte. Aunque, por el lado bueno, aquel
chico apenas tenía cicatrices.
Durante el descenso tuvo que contener las
lágrimas varias veces al observar aquella espalda
limpia y de piel fina.
Resultaba... tan frágil.
¿Qué le habría pasado? ¿Qué habían hecho con él?
465
Capítulo 19 Hace mil años
―Aquí es.
Hadiic señaló un trozo de pared oscura, asomaba
entre varios arbustos, helechos y el musgo pegado a
la piedra. Al acercarse, vio una rotura en la roca, una
caverna.
―Venía aquí de pequeño, cuando llovía... no es
que llueva mucho, de cualquier forma, pero puedes
estar resguardada y nadie te verá.
―Gracias... ¿de pequeño dices?
―Sí, este es territorio de cría.
―Ah...―tuvo una extraña premoción―, oye... y no
habrá crías ahora, ¿verdad?
466
―Sí, Dos.
―¿Dos?
―Ah, no, solo es uno, Hadiic Dos, mi hermano
pequeño.
―Um, ¿es seguro que esté aquí?, ¿y si aparece e
intenta comerme?
El joven daimión se rió.
―No es más que un bebé, está bien alimentado, yo
le traigo la carne, es mi trabajo.
―Ya...―miró con recelo la cueva, era un sitio
bastante bueno, el único inconveniente era que
UrsLeil de bebé podría confundirla con el
almuerzo―. Está bien, es un sitio muy bonito,
muchas gracias.
Se quedaron un momento en silencio. Ella sonreía
con tensa amabilidad, él sonreía, a secas.
Aquello empezaba a ser muy incómodo.
―¿No... no te echarán de menos en tu casa?
Hadiic alzó las cejas.
467
―Ah, claro, ya me voy... te dejo, espero que estés
cómoda... ¿no te importa que me pase por aquí alguna
vez?
―No, no, aunque no estaré siempre, saldré a
buscar lo que perdí, así que...
―Muy bien... hasta luego... no me has dicho tu
nombre...
―Melia.
―Yo soy Hadiic... ah, espera, ya lo sabías... pues
hasta luego entonces.
Le vio agitar el brazo al marcharse.
Pero qué mono y pánfilo era.
Se sentó y se puso a cavilar en lo que debía hacer a
continuación.
Intentó apartar al joven Hadiic de su cabeza, ya
tenía bastantes problemas con el adulto dando
vueltas.
Sus necesidades más inmediatas iban a ser la ropa,
la comida y el fuego. Ya tenía un refugio discreto,
468
agua podía conseguir en el lago (y le importaba tres
cominos si era agua bendita).
Supuso que, temporalmente, podría aguantar con
la camisa de Hadiic, era más corta que la ropa que le
pusieron la primera vez que llegó allí, pero bastaría
por un tiempo.
De la comida había investigado y sabía que algunos
árboles daban bayas comestibles en los alrededores.
Los daimiones no eran muy dados a la fruta, así que
nadie los recolectaba. Cuando preguntó, antes de
partir, de qué otra forma podría encontrar comida,
UrsLeil le respondió que cazara.
Por supuesto, cazar, cómo no se le había ocurrido
antes. En cuanto aprendiera a tallar sílex se
fabricaría un conjunto de lanzas para cazar
rinocerontes.
Iba a tener que conformarse con las bayas.
El fuego sería más complicado. No había
aprendido a hacerlo aún con madera, aunque en todo
el tiempo que había estado en Ethlan había visto a
varias personas haciéndolo y lo había intentado. Sin
ningún éxito.
469
Tendría que buscar piedras. Las noches eran
bastante frías allí.
Razonó que alrededor del lago la zona estaba
desnuda y cubierta de guijarros, la roca negra de los
alrededores no era muy buena, pero podría buscar
entre los cantos de la orilla, era un lugar más
despejado que el suelo del bosque.
Decidió marchar ya a por piedras y bayas, cuando
vio aparecer de nuevo a UrsHadiic.
Solo habían pasado algunas horas desde que se
fuera, era medio día.
¿Ocurría algo?
Llevaba un bulto enorme a la espada. A medida
que se acercaba pudo observar con consternación que
semejaba un cadáver.
―Hola otra vez―dijo el joven daimión como si no
ocurriera nada―, te he traído comida, se me ocurrió
que tendrías hambre.
Había unas pezuñas marrones asomando del
paquete.
¿Era un cerdo?
470
¿Le había traído un cerdo?
No consideraba a aquel UrsHadiic muy espabilado
en cuestiones de humanos, pero aquello era un
disparate.
Le vio echarse las manos a la espalda y dejar un
paquete en el suelo, con un sonido metálico.
Se inclinó con curiosidad y al destaparlo apareció
una bandeja con pescado cocido y grandes trozos de
carne a la brasa.
Suspiró.
―Muchas gracias.
―Iba a darle de comer a mi hermano, pensé que no
te importaría que pasara por aquí un momento.
―No, no, muchas gracias de verdad.
―¿Necesitas algo más?, puedo traerlo...
―..nnno...
―¿Ropa?, tenemos bastante en casa, nuestras
esclavas están haciendo cosas constantemente.
―Bueno,
pantalones.
igual
ropa
471
estaría
bien...
unos
―De acuerdo.
―Y..., si no es mucha molestia, ¿tenéis piedras
para hacer fuego?
―¡Claro!, voy a llevarle esto a Dos, a la noche
volveré con tus cosas y comprobaré que estés bien.
―Oh, gracias.
Hadiic se alejó, otra vez, con el cerdo muerto a la
espalda.
Había esperado que la ignorara, pero empezaba a
ser el obvio que el chico no quería ser ignorado.
Maldito UrsHadiic, hasta cuando era útil le
complicaba la existencia.
De todas formas no pudo evitar quedarse
sonriendo como una boba mientras comía y pensaba
en él. Era bastante mono.
Dejó de comer y se quedó mirando fijamente el
suelo.
Le echaba de menos, no había pasado un día y ya
le echaba tanto de menos.
472
¿Cómo iba a volver a casa si en menos de un día ya
se sentía así?
Incluso contando con su versión rejuvenecida
dando brincos por allí, le seguía doliendo el pecho al
pensar en él.
Quería a su UrsHadiic.
Podía imaginarse que uno o dos meses conseguiría
olvidarle un poco, ¿verdad? Aunque fuera más
complicado con el nuevo cerca.
Como prometiera, por la noche el joven daimión
volvió. Llevaba otro bulto bastante grande y Melia se
preguntó cuánto podía comer una cría de daimión.
Al llegar, dejó el bulto en el suelo y lo fue
desenrollando.
Había ropa.
Mucha ropa.
Y más comida.
Y mantas.
Y un colchón de plumas.
473
―Ah, sí―y metiéndose la mano en un bolsillo,
sacó un par de piedras.
No estaba segura si reír o llorar.
―¿Habéis desollado a algún familiar para hacer el
colchón?
Hadiic se echó a reír.
―No, no creo al menos. Estas rocas son muy
duras, supuse que te haría falta, también he traído
mantas.
Melia empezó a hacer fuego inmediatamente, no
veía bien y quería contemplar todo aquel mercadillo
en su gloria.
―¿Has traído más carne? Aún me queda...
―¿No te gusta la carne?
Parecía un poco preocupado.
―Ah, sí, pero no necesito comer tanta, y también
me gustan otras cosas.
―¿Cómo qué?
Se rascó el brazo.
474
Quería ser agradecida, pero le estaba crispando un
poco los nervios. Por un lado sentía que la trataba
como si fuera un cachorrito que intentaba criar en el
garaje a escondidas sin que sus padres se enteraran,
por otro, la sensibilidad que mostraba a todas sus
palabras la preocupaba.
Tenía la impresión de que estaba caminando en
medio de un nido de serpientes. Un paso en falso y
algo la mordería. O le mordería a él.
Su UrsHadiic no era así, la estaba poniendo
nerviosa porque a cada momento se daba más cuenta
que no conocía bien a aquel daimión, y no sabía hasta
que punto podría confiar en él.
―Me gusta... umm, algo de verdura de vez en
cuando, y fruta... y los caruones, me encantan los
caruones.
―¿De verdad?... ¿fruta?―puso cara de asco.
―Sí, pero ahora estoy llena y no necesito comer
mucho, de todas formas. Te agradezco todo lo que
has hecho por mí, pero no hace falta que me traigas
nada más en un tiempo.
475
―Oh, ya, entiendo―parecía pensar―, solo es
que... no estaba seguro... ¿puedo quedarme a cenar
contigo si no vas a querer más?
―Claro, por supuesto.
El chico sonrió, se acercó a una de las bandejas y
se puso a comer con ganas.
―¿De qué lado vienes?
Quedó un momento sorprendida, no había
imaginado que podía encontrarse con algo así, no
había planeado ninguna excusa.
―De... aquí, en otro tiempo.
―¿Y me conoces en otro tiempo?, ¿cómo soy?
―...más serio.
―¿Sabes si me ponen nombre?
―No...
―¿De qué tiempo es ese?
―...¿quinientos años?
Mintió porque no quería herirle, pero falló
miserablemente porque le vio quedarse pálido de
476
todas formas. Vagamente tuvo también la impresión
de que aquel dato podría dar a confusiones en el
futuro, pero no pensó mucho en ello.
La cara de angustia del chico la preocupaba más.
―...¿tanto?, ¿en quinientos años aún no tendré
nombre?
―... no importa, estarás bien, eres un daimión
fuerte y valiente, no importa lo que tu madre crea
que hagas, si tú estás contento con lo que haces es lo
que cuenta.
Estaba segura que había leído aquella frase alguna
vez en una revista de moda.
Sorprendentemente, a Hadiic pareció animarle. No
había muchas revistas de moda en aquel sitio.
―¿De verdad seré fuerte y valiente?
―Sí.
―...eso está bien, mis hermanos siempre dicen que
soy una birria.
Sonrió, volviendo a sentir un gran conflicto de
emociones encima.
477
Si no recordaba mal, el territorio de los En se
encontraba más allá de la montaña bajo la que se
estaba ocultando. Era una interesante ventaja de su
escondite, si conseguía dar con un camino cerca que
la atravesara, llegar hasta allí no debería suponerle
más problemas.
Tendría que marcharse de su caverna si no daba
cerca con la forma de cruzar la montaña, y buscar por
otra zona.
Así pasó los primeros días, dando vueltas
intentando localizar un camino a través. Hadiic venía
a verla prácticamente a diario, algunos, hasta dos
veces. Si no la encontraba dejaba algo dentro de la
cueva, normalmente comida.
Era un perrito en un garaje.
Al principio, achacó su comportamiento a que
(como siempre había sabido, por supuesto) en el
fondo era un buen daimión al que su familia aún no
había destrozado lo suficiente y, en general, a ser un
adolescente hiperactivo emocionado con la novedad.
Luego empezó a preocuparse.
478
Iba a tener problemas para realizar sus planes si no
dejaba de rondar por allí.
Y, esperaba que no, cabía ser posible, que fuera el
caso, de algún modo, que estuviera colgado por ella.
Sacudía las manos sobre su cabeza, intentando
apartar aquel pensamiento.
Tenía más problemas que dedos para contarlos.
Preocuparse de no romperle el corazón a un daimión
adolescente era demasiado ya. Debía seguir buscando
un paso discreto para el territorio de los En.
Oculto entre grandes helechos; y tan empinado y
quebradizo que decidió ignorarlo hasta que fuera su
último recurso, encontró un sendero.
Consiguió subir hasta una zona donde la montaña
se suavizaba y podía cruzar al otro lado con
comodidad, cuando estuvo segura que no era un
callejón sin salida y podría alcanzar el territorio de
los En, decidió regresar.
Temblando como una hoja.
479
Valía la pena perder un par de días más para hacer
el camino más transitable. Abrirse la cabeza entre las
peñas no estaba en sus planes.
Trabajó duramente llevando piedras, madera y
tierra con la que rellenar huecos y estabilizarlo. El
par de días se convirtió en dos semanas. A la tarde
del último día fue a recoger algunas bayas. Eran
dulces y quería darse un premio por el trabajo.
Masticaba distraída y no se sintió demasiado
sobresaltada al oír unas ramas quebrarse tras ella,
tenía entendido que era una región segura.
Criaban daimiones allí, ¿quién se iba a atrever a
pasar?
Al darse la vuelta, vio un daimión bebé.
Más grande que un caballo.
Se quedó quieta en el sitio. Intentando recordar si
el procedimiento era no moverse, correr en zig zag,
hacerse un ovillo o ponerse de rodillas y rezar.
La cría no se movió de donde estaba, pero alargó la
cabeza y abrió la boca, dejando escapar un ‹‹Aaah››
extrañamente humano.
480
Melia le vio los dientes.
Muchos dientes.
¡Eso no podía ser un bebé!
Retrocedió hasta un árbol cercano, intentando no
quitarle la vista de encima y se puso a trepar.
El monstruito se acercó con un galope alegre,
estiró su largo cuelo hacia arriba y volvió a decir
‹‹Aaah››. Ella seguía trepando, esperando llegar lo
suficientemente alto para que no pudiera alcanzarla.
Nunca había subido a un árbol. O era muy buena, o
era cierto que el terror daba alas.
El pequeño UrsLeil se puso a dos patas, dejando su
cabeza a pocos centímetros de Melia.
Sacó la lengua y empezó chuparle los pies.
―Quita, bicho, son míos, déjalos en paz.
Vio como agachaba un poco la cabeza y soltaba
algo parecido a un gruñido. Luego volvió a ponerse a
cuatro patas, corrió alrededor del árbol un par de
veces, se sentó y dijo: ‹‹Aaah››.
―¿Eso es que no vas a comerme?
481
―Aaah.
―¿No se supone que para decir sí es un ronroneo?
―Brrrrrrrurrrrurrrrrurrrrr...
―Espera, ¿puedes entenderme?
―Aaah.
―Muy bien, voy a bajar, y cuando baje, ni se te
ocurra comerme, ni morderme, ni chuparme, ¿de
acuerdo?
―Aaah.
Y se puso a ronronear otra vez.
Melia descendió poco a poco (no era tan fácil como
la subida). Al llegar abajo, UrsLeil seguía sentado
donde estaba.
―Muy bien, eres un daimión muy bue...
Entonces se lanzó rápidamente hacia delante, le
dio un golpe con la cabeza, media vuelta y salió
huyendo gritando ‹‹Aaaaaaah››.
Tras el terrorífico susto inicial, se dio cuenta de
que estaba jugando.
482
―Vivir para ver...
Fue tras él sin demasiado entusiasmo, no le
apetecía nada jugar después del susto y tras un día
bastante largo de trabajo.
Pero tampoco quería enfurecer a un bicho con
tantos dientes.
Media hora después, se le pasó el miedo y hasta
consiguió convencer a la criaturita para que le llevara
a su caverna a cuestas.
―Creo que me sobra algo de carne, tu hermano
siempre trae de más, no importa cómo se lo diga...
Cuando lleguemos te daré un poco, ¿qué te parece?
―Aah.
―Ese ‹‹Aah›› no suena muy entusiasmado. ¿Estás
cansado?
El daimión se puso a trotar y Melia se echó a reír.
Cuando volviera a casa, escribiría un guión de cine
con aquella historia: ‹‹Melia. La Reina de los
Daimiones››.
483
De vuelta a su cueva, estaba dándole de comer algo
de carne asada, cuando apareció Hadiic, no parecía
muy contento de ver a su hermano pequeño allí.
―Hola.
―¿Qué hace éste aquí?
―Nos hemos encontrado en el bosque, me ha
traído al refugio y le doy un poco de carne en
agradecimiento.
―Fuera―dijo al chiquitín, haciéndole gestos con
las manos.
UrsLeil tenía sus propias ideas.
Se pegó a Melia y gruñó al intruso.
―¡Será posible!
Hadiic le agarró la cabeza e intentó llevárselo
arrastras mientras el pequeño lanzaba un sonido
semejante a un mugido triste.
―¡Basta! Hadiic, déjale, le haces daño.
―No se va a romper.
―¿No me dijiste que era un bebé? Déjale, no pasa
nada porque esté aquí.
484
―Sí, molesta.
―No, no molesta, a mí no. Ven chiquitín.
El daimión mayor había dejado de agarrar al
pequeño, Melia comenzó a acariciarle el cuello y le
llevó de vuelta a la cueva.
Hadiic parecía muy muy confundido.
―¿De verdad no te importa que esté aquí?
―No, ¿debería importarme?, ¿por qué no quieres
que esté?
―...no sé. Las crías deberían quedarse lejos, para
que aprendan a buscarse la vida solas y crecer más
rápido.
‹‹Así os va››.
―Estoy segura que Ur... Dos crecerá cuando le
parezca más oportuno. Deberíais ser un poco más
cariñosos entre vosotros, tú has sido cría hasta hace
poco ¿verdad? ¿No recuerdas cómo era?
Vio cómo el joven daimión se lo pensaba. Aún con
una expresión irritada hacia su hermano, se acercó a
485
ella e intentó sentarse a su lado, pero la cría puso la
cabeza en medio.
―Serás desgraciado...
―Tsssss, Dos, bonito, ven aquí, no cabrees a tu
hermano.
Intentó apartarle para dejar sitio a Hadiic. Dos
empezó a hacer ruiditos como ‹‹Aaah grrah ah grrr
aaah››, todos dirigidos con manifiestas malas
intenciones a su hermano mayor.
A Melia le hacía gracia.
―Creo que planea tu muerte cuando seas mayor...
El daimión grande bufó.
―No si lo mato antes yo.
Dio un respingo y se volvió hacia él, no le gustaba
el tono en que lo había dicho.
―Era una broma... no irás a matar a tu hermano
¿verdad?
Por segunda vez en el día, Hadiic quedó
completamente callado y confundido.
486
Después de la pequeña reyerta con su hermano
mayor, el pequeño UrsLeil se alejó por voluntad
propia, posiblemente buscando cosas para jugar.
Melia podía verle investigando entre los helechos en
una zona más baja del valle.
―Deberías portarte mejor con él, o cuando crezca
te amargará la existencia con bromas pesadas.
―Mientras se conforme con eso...
Ella no estaba segura de querer profundizar sobre
qué le hacían a él sus hermanos mayores, así que
prefirió no continuar con el tema.
―Mañana me iré durante unos días, ¿recuerdas
que te dije que había perdido una cosa?, voy a ver si
la encuentro...
―Mmm, ¿vas a salir del valle?
―Puede, ¿por qué?
―Eso está fuera de nuestro territorio.
―¿Y?... ¿podría tener problemas?
El daimión pensó.
487
―No... Supongo que a ti no te pasaría nada... pero
puedes cruzarte con los En. Son malos y peligrosos,
he oído que la matriarca obliga a luchar a muerte a
sus hijos contra sus siervos cada año, para quedarse
solo con los guerreros más fuertes...
―Eso es terrible... pero tú has amenazado a tu
hermano hace nada, ¿por qué son peores que
vosotros?
Hadiic
brincó,
la
miró
con
expresión
completamente ofendida y la boca abierta.
Melia esperaba que el chico dijera algo, pero no lo
hizo, poco después la volvió a cerrar y centró su
atención en algún sitio a sus pies.
―Te vas mañana entonces.
―Sí, por unos días, dos o tres.
―Ajá...―se puso en pie―. Voy a volver a casa
ahora. Si te marchas, te recomiendo que guardes las
cosas y las cubras con piedras o algo, o el bicho ese
de ahí abajo las hará trocitos.
―¿Te refieres a Dos?
―Sí, ése. Buenas noches, descansa bien.
488
―Buenas noches, igualmente.
Los daimiones podían pensar de los humanos
como poco más que gusanos. En general, no eran una
amenaza, no eran de su interés y estaba realmente
segura que no habría diferencias entre los En y los
Urs en ese aspecto, si no hacía nada sospechoso,
probablemente sería ignorada.
Eso no quería decir que se sintiera completamente
segura del buen final de su misión. Los gusanos
podían ser aplastados sin querer, incluso con sádica
malicia o por ser un estorbo.
Y tenía la intención de hacer muchas cosas
sospechosas.
Cuando comenzó a acercarse a su territorio, usó la
goeteia que Baal le había enseñado. Había practicado,
pero no sabía si tendría algún límite de tiempo.
Caminó por una zona boscosa, no muy diferente a la
que dejaba atrás, con menos helechos y oscuras
coníferas. Había multitud de pequeñas y afiladas
hojas en el suelo, que crujían bajo sus pies más de lo
que encontraba seguro.
489
La madriguera de los En era tan discreta como la
de los Urs. Dio con ella cuando terminaba el día,
apenas quedaba luz y vislumbró a lo lejos las
antorchas de algunos esclavos que controlaban que
los alrededores estuvieran en orden antes de volver
dentro para pasar la noche.
Con todo el silencio que podía les siguió en la
oscuridad.
Había también un gran claro abierto, justo a la
entrada. No encontró ningún lago visible, ni
escaleras; pero una importante cortina de agua se
deslizaba por la ladera, justo a su lado se abría un
gran hueco en la montaña, parecía salir de debajo de
la tierra como una grotesca boca abierta.
Melia se preguntó cuánto se atrevería acercarse, no
veía bien en la oscuridad y podría encontrarse con
algo desagradable que estuviera oculto en las
sombras.
Pensó en dar la vuelta, pero cambió de opinión tras
razonarlo un poco más: aquella oportunidad era tan
buena como cualquier otra, por la noche estaría todo
más tranquilo. Los daimiones no necesitaban dormir
mucho, pero les encantaba hacer el vago cuanto
490
podían, así que por las noches eran bastante
inactivos.
Los esclavos probablemente estarían dormidos
también.
Era el mejor momento para entrar sin que la
vieran.
Caminó con precaución hasta la entrada, miró
hacia el interior con curiosidad. La construcción se
hundía en la tierra, vio largas escaleras bajando hacia
la oscuridad del fondo. Abajo no parecía existir más
que una gran nada, pero, entonces, salió a un esclavo
de entre las sombras.
Melia esperó, manteniéndose todo lo quieta que
podía.
El esclavo fue al exterior y volvió un rato después
con una silla de madera.
Sin dar ni una sola muestra de haberla visto.
Sonrió encantada y observó de nuevo la inmensa
garganta oscura a sus pies.
Las escaleras descendían durante varios metros.
En algunas partes se levantaban figuras de animales
491
portando antorchas,
encendidas.
pero
no
todas
estaban
Al llegar abajo comenzó a moverse siguiendo los
ruidos de movimiento y conversaciones. En el
interior todo era parecido al palacio de UrsIstar, por
donde ya había adquirido cierta costumbre de
moverse en penumbras.
Fue siguiendo cada voz, internándose más en la
elaborada madriguera.
Al cabo de un par de horas, temió que se estaría
perdiendo, consideró dar media vuelta y buscar la
salida antes de que se hiciera tarde.
Volvía ya, cuando una conversación en voz muy
alta, que había pasado de largo porque creía que no
era más que una riña personal, consiguió llamar su
atención.
―¡...turno!, ¡eres una jodida tramposa, EnBeker!
¡Madre me hubiera enviado a mí a cuidar la Corona!
―¿Por qué no lo discutes con ella entonces?
―¡Sabes que nunca cambia de opinión!
492
―Que te jodan entonces, Hadiic, otro día tendrás
más suerte.
―¡Otro día volverás a pasar por encima de mí!
Melia oyó un golpe brutal y retrocedió dos pasos.
Luego avanzó de nuevo, su invisibilidad funcionaba,
pero no quería tentar a la suerte. Ocultándose detrás
de una pared, atisbó el interior de aquella habitación.
Parecía un simple cuarto, con dos esclavos
cargando con varios bultos arrinconados contra una
esquina del mismo, observando nerviosos la escena
frente a ellos.
Una daimión con los ojos brillantes reía, en el
suelo había tirado otro daimión joven, con una gran
mancha de sangre roja cubriéndole media cara.
―Si paso por encima de ti es porque no eres más
que un mierda y madre lo sabe, confiaría antes la
Corona a sus esclavos que a una basura como tú.
―Es mi turno―dijo el chico poniéndose en pie,
desafiante.
―Si tanto te apetece tener un nombre, vete a
matar un Urs o algo así. Imbécil.
493
La joven hizo un gesto a los esclavos, que se
pusieron en movimiento, salieron corriendo por la
puerta con notable alivio. Posiblemente no la
hubieran visto a ella aún sin la goeteia.
Poco después iba a salir la daimión, pero cayó de
bruces justo a sus pies, con un furioso adolescente
encima.
―¡Te mataré, mentirosa! ¡Cabrona!
La joven se incorporó de golpe y, sujetando los
tobillos del chico, se lanzó hacia atrás, estrellándolo
contra el marco de roca de la puerta.
Melia ya había retrocedido, pero retrocedió un
poco más.
Aquí es donde podían aplastar a los gusanos sin
querer.
Con cierta controlada lentitud, la daimión se puso
en pie, vigilando al chico caído a sus pies.
El Hadiic de los En gimió y empezó a moverse con
torpeza.
―Tú... tú...
494
Se cayó al suelo.
Melia los observaba a los dos. Sintió algo de pena
por el chico en el suelo, pero no podía hacer nada por
él; y si no había entendido mal la conversación, la
mujer iba a ir a vigilar la Corona.
La daimión se arregló la ropa y, con una última
mirada de disgusto al que posiblemente era su
hermano, se puso en marcha, detrás de sus esclavos.
Aquel EnHadiic consiguió levantarse, siguió a la
chica con ojos brillantes a la escasa luz de las
antorchas y, mientras murmuraba las veinte formas
en que iba a matarla, intentaba quitarse la sangre de
la cara.
Melia decidió alejarse de allí, algo le decía que
aquel joven daimión estaba más allá de cualquier
ayuda.
Siguió a la joven, pensaba que saldrían fuera, pero
EnBeker se adentró más aún en aquel laberinto. Se
detuvieron en un salón aparentemente vacío, vio
cómo levantaban una gruesa puerta de roca del suelo
entre los dos esclavos.
De abajo llegaron voces.
495
―Ya era hora.
―El inútil de Hadiic me ha retrasado.
Otro daimión salió de la puerta en el suelo.
―Estaba harto de esperar, si no salgo a que me de
el aire pronto te juro que empezaré a derribar
paredes.
―Pues lárgate y llévate tus cosas.
―Dile a los esclavos que las recojan.
―Son mis esclavos, llama tú a los tuyos.
―No me da la gana de llamar a mis esclavos a
estas horas.
―Y a mí no me da la gana entrar ahí con tu ropa
sucia, llama a tus esclavos o recoge toda esa mierda
tú.
¿Iban a pelearse otra vez?
Sintió un nuevo aprecio por UrsHadiic y UrsLeil,
nunca les había visto intentar matarse por tonterías.
El daimión varón soltó un gruñido, musitó algo
sobre que dentro de un momento vendrían a por sus
cosas y se largó del salón.
496
Mientras, EnBeker se quedó de brazos cruzados,
haciendo un gesto a sus esclavos para que no se
movieran de donde estaban.
Melia observó la puerta abierta con interés.
Aquel era un buen momento para entrar, casi se lo
habían puesto en bandeja.
Eso si atrevía a cruzarse a plena vista con aquella
daimión y sus dos esclavos.
Sintió que se le aceleraba la respiración, aunque
aún no había dado un paso.
¿Podría hacerlo?, ¿podría llegar hasta la puerta?
No, era muy arriesgado.
Pero la Corona podría estar allí, justo delante de
ella.
¿Y si había algo protegiendo la entrada?, ¿como un
campo de fuerza anti-goeteia?
Se mordió los labios, había visto muchas películas.
Según lo que Sofía había dicho, los daimiones
jóvenes no solían aprender nada de goeteia, solo la
conocían los mayores y, aún así, no la empleaban
497
mucho. Si querían algo se liaban a mordiscos con
todo lo que se les cruzara por delante para
conseguirlo, la goeteia había caído en cierto desuso.
Pero, ¿podía estar segura que no estaría protegida?
Era la Corona de Daia, al fin de cuentas, no dudaba
que harían lo imposible por defenderla.
Cogió aire lentamente una última vez.
Si iba a intentar alguna acción, tendría que
iniciarla rápidamente, antes de que vinieran los otros
esclavos.
Avanzó por el salón, en silencio, vigilando todo lo
que había a sus pies. La habitación estaba vacía, pero
una simple irregularidad en el suelo, un pequeño
traspiés, y quedaría completamente a la vista de los
afilados ojos de la daimión.
Se acercaba a la puerta, ya podía ver el interior.
Vigiló a EnBeker, se había colocado de costado a
ella, como si eso pudiera evitar que se diera cuenta
que estaba allí si algo fallaba. Cuando estuvo
convencida que ni ella ni sus esclavos eran ni
remotamente conscientes su presencia, se inclinó
sobre la abertura en el suelo y se asomó.
498
Adivinó, más que vio, algunas escaleras. Estaba
completamente oscuro allá abajo.
―En cuanto saquen sus cosas metéis lo mío y
traéis un poco de agua de rosas...
Levantó la vista, notando que el corazón le iba a
dar un vuelco. No era más que la daimión dando
instrucciones, pero hubiera podido caer muerta de la
misma del susto.
Con pies temblorosos comenzó a bajar por el
hueco en el suelo.
La luz que llegaba de arriba era muy escasa, pero
en cuanto se acostumbró un poco más, pudo ver el
borde de algunas formas.
No parecía ser más que una simple habitación, no
encontraba nada relevante.
Y EnBeker tenía razón. Algo olía fatal allí.
Oyó pasos apresurados a su espalda y una súbita
luz. Se apartó de las escaleras y se pegó a una de las
paredes.
Los esclavos venían a por las pertenencias de su
señor.
499
Vio cómo dejaban una antorcha y se ponían a
recoger bultos apresuradamente. En cuanto se
llevaron un gran colchón el olor pareció marcharse
también.
Menos mal.
Calculó que sería buena idea salir antes que la
daimión que debía hacer guarda bajara y la dejara
encerrada.
Pero, ¿dónde estaba la Corona?
En la oscuridad no había visto nada, a la luz de las
antorchas descubrió un nicho en una de las paredes,
alrededor del nicho había varias figuras talladas:
trece daimiones entrecruzados entre sí. Dentro del
mismo, un arcón de madera tallado en extrañas y
complejas formas.
Melia reconoció los símbolos que se usaban en la
goeteia.
Bueno, era posible que el cofre sí estuviera
protegido. Y era casi seguro que aquel cofre tendría
la Corona.
500
Observó la puerta abierta y los esclavos corriendo
arriba y abajo por las escaleras.
No, no podría llevárselo ahora.
Lo miró, tomando nota mental del cierre y tamaño.
Podría cargarlo si no pesaba mucho, aunque
necesitara ambas manos. Podría con ello, si
encontraba otra oportunidad para cogerlo, esperaba
que el tamaño no fuera un problema.
Oía a los daimiones discutir en lo alto, los esclavos
dejaron de bajar.
Decidió hacer una prueba.
Colocó una mano sobre la madera e
inmediatamente notó un golpe. Como si alguien le
hubiera atizado en la frente.
Sintió frío y se miró las manos.
La goeteia se había ido, el cofre estaba protegido
entonces. Así que si quería llevarse la corona, antes
tendría que sacarla del cofre.
Las voces disminuyeron y oyó otra vez pasos en las
escaleras.
501
Asustada, volvió a hacerse invisible. Sería mejor
marcharse mientras pudiera.
Los esclavos de EnBeker bajaron con las cosas de
su señora y comenzaron a colocarlas. Su señora vino
tras ellos, dando órdenes de cómo quería todo en
orden.
Moviéndose siempre con cuidado, cruzó tras la
daimión y, todo lo rápido que creía prudente
moverse, subió las escaleras.
En lo alto no había nadie e inspiró profundamente
varias veces. Allí abajo se le había olvidado que
necesitaba respirar para vivir.
Muy bien. La misión estaba siendo un éxito por el
momento. Sabía dónde estaba la Corona, sabía cómo
conseguirla y aún le quedaban una semana hasta que
UrsIstar abriera por primera vez la puerta.
Tenía tiempo de sobra para planear algo. Solo
tenía que descubrir la frecuencia de los cambios y
volver para el siguiente turno, o el siguiente.
Se dirigió hacia la salida, sintiéndose débil y
mareada. Dio varias vueltas hasta encontrarla y, una
vez fuera, solo tuvo ganas de adentrarse unos metros
502
en el bosque, acurrucarse bajo una piedra escondida y
dormir.
503
Capítulo 20 Daimiones
Despertó en el suelo con agujas clavadas por todas
partes, pero con un agradable olor a pino a su
alrededor.
Barajó la posibilidad de volver a su cueva, pasada
la sensación de éxito de la primera misión, empezó a
preocuparse por el tiempo que tenía realmente. ¿Y si
los cambios de turno ocurrían cada Luna? No
disfrutaría de demasiadas oportunidades.
Optó por volver a la guarida de los En y descubrir
cuándo la puerta de piedra se abría de nuevo antes de
dar aquel viaje por acabado.
504
La goeteia la dejaba agotada y mareada, pero tras
descansar hizo otro esfuerzo y esperó noticias en la
puerta de la guarida.
El daimión que había custodiado la Corona hasta
la noche anterior salió de buena mañana de la gruta,
se transformó y voló fuera. Posiblemente a tomar
aquel aire fresco que quería.
Esperaba que no significara que pasaban mucho
tiempo allí dentro y que en un mes no volvían a salir,
o algo así.
Aguardó con paciencia, observando con curiosidad
a los esclavos trabajando, manteniendo el jardín y la
pista de aterrizaje presentable; o sacando y metiendo
bultos. En el territorio de Urs traían muchas cosas de
los pueblos más cercanos, los pocos humanos que se
atrevían a vivir en sus fronteras lo hacían
precisamente por el comercio con ellos. Los
daimiones tenían oro guardado en el interior de sus
cavernosos palacios de piedra.
A medio día tuvo que alejarse para buscar comida,
se terminaba la que tenía, y descansar. La goeteia no
tenía más límite de tiempo que ella misma y su
resistencia.
505
Estaba frustrada por la falta de noticias y pensaba
que quizá debería usar una aproximación diferente al
problema, sin usar goeteia, acercarse y preguntar
directamente a algún esclavo. Si no, sospechaba que
volvería a pasar otra noche allí.
A media tarde, un daimión volvió, aterrizando
aparatosamente en el claro frente a la cueva.
Reconoció otra vez al daimión que terminó la noche
anterior la guardia.
EnHadiic salió entonces a recibirle e, impulsada
por un presentimiento, decidió seguirle.
Oyó su conversación, el más joven parecía
enfadado, tenía una gruesa línea roja en la frente,
donde la noche anterior le golpearon. El mayor se
reía de él.
―...no podrás en una semana...
―¡Pues la próxima!
―Sí, sí... si consigues el nombre en una semana te
juro que te doy mi turno y mi habitación si te
apetece.
506
EnHadiic soltó un gruñido bajo, que solo consiguió
arrancar una sonrisa mordaz al mayor.
Melia hizo una mueca.
¿Una semana?, ¿una semana qué?, ¿en una semana
cambiarían los turnos?, ¿eso era cada siete noches?,
¿o en una semana tenía que buscarse un nombre?
―La próxima semana será mi turno, EnCiric, yo
custodiaré la Corona igual que vosotros dos. Mamá
me prometió un nombre pronto.
―Mamá no te ha prometido nada, deja de soñar,
idiota. No sirves ni para fregar el suelo con saliva.
El daimión más joven se encrespó e hizo ademán
de atacar, pero antes de lograrlo el mayor le sujetó de
la muñeca y, con un violento empujón, le tiró al suelo
mientras sujetaba el brazo retorcido en un ángulo
imposible.
EnHadiic chilló mientras el adulto se reía. Melia
tuvo que apartar la vista y taparse los oídos. Aquellos
gritos iban a resonar en sus pesadillas.
507
Finalmente, el mayor se alejó, frotándose la mano
con la ropa, como si hubiera tocado algo
desagradable y pegajoso.
Con los ojos rojos por las lágrimas, EnHadiic se
alejó cabizbajo en dirección al bosque.
Se estaba haciendo de noche y Melia decidió que
era hora de regresar y pensar un plan. Había tentado
mucho a su suerte, empezaba a sentir náuseas por
abusar de la goeteia.
Cuando estuvo a una distancia prudencial echó
una cabezada, pero no pudo dormir bien. Poco antes
del amanecer se puso de nuevo en marcha.
Caminaba ya cerca del límite del territorio cuando
oyó una voz.
Quedó clavada donde estaba.
―Sal de dónde estés... no llegarás muy lejos...
¿Le hablaban a ella?
Uso de nuevo la goeteia, por si acaso, y siguió
avanzando.
508
―Sí, huye como un perro, si te descubro te
mataré...
Se detuvo, había alguien cruzando entre algunos
troncos caídos, mirando detrás de ellos con atención.
Reconoció a EnHadiic.
¿La estaba buscando a ella?
No, no podía ser. Estaba segura que no la habían
visto.
Miró a su alrededor.
Si no era ella, entonces, ¿quién?
El
frustrado
daimión
siguió
avanzando,
controlando cada rincón de bosque según avanzaba.
Un poco más arriba vio asomar una cabeza medio
rubia, medio castaña.
Hadiic.
Vigilando al joven de los En, se acercó a su amigo.
Podía verla.
―¿Qué haces aquí?―susurró.
509
―Yo... te he estado siguiendo... quería ver que
estabas bien.
―¿Y te cuelas en territorio enemigo?
Intentó localizar de nuevo a su perseguidor, pero
no conseguía encontrarle. Preocupada, le hizo un
gesto para que la siguiera.
Ella podía avanzar delante sin que la vieran.
Vigilaba continuamente los alrededores, solo se
volvía para comprobar si su Hadiic la seguía. Era muy
silencioso, pero estaba bastante asustado.
No tenía una idea clara de cómo funcionaban las
edades de los daimiones. De lo que había visto y
había podido entender, una vez adultos su aspecto
humano cambiaba muy poco, sus rasgos se volvían
más duros, les salían heridas, les crecía el pelo, pero
ninguno podría decirse que tuvieran más de
veinticinco años, a excepción de las primeras
generaciones, que eran más antiguas.
Pero sabía que como bestias, el tema era muy
diferente. Las fuerzas entre un daimión mayor y uno
más joven podían ser grandes. Y aunque aquellos dos
510
eran ‹‹Hadiic››, tenía la impresión de que el de En era
de mayor edad y, por tanto, mucho más fuerte.
O eso, o su Hadiic era un cobarde sin remedio.
Estaban ya acercándose a lo alto de la montaña,
prácticamente de vuelta en el territorio Urs, donde
más abajo hallarían el paso a través de la montaña
que ella había reconstruido.
Se sintió más tranquila al ver que faltaba tan poco,
pero entonces una gran sombra se perfiló en el cielo.
Un daimión volando se acercaba a ellos.
Hadiic lo había visto también, se quedó
petrificado. Melia se acercó a él y le hizo quedarse
quieto.
Cuando ella quedaba invisible, su ropa también,
así que imaginaba que de alguna forma la goeteia
podría afectar a su compañero si le tocaba.
Le pasó los brazos por los hombros y cerró los
ojos, intentando concentrarse.
El daimión volaba a poca altura, podía oír el roce
de sus patas contra las copas de los árboles y el batir
de sus alas.
511
Notó una ráfaga helada cuando su sombra cruzó
justo por encima de ellos.
Continuó concentrada en mantener la goeteia todo
lo fuerte que podía. No tenía ni idea si funcionaría,
pero solo podían intentarlo. En aquel bosque, las
coníferas daban una protección muy pobre.
La gran sombra cruzó de nuevo en dirección
contraria y se alejó.
Pasados unos minutos, se atrevió a abrir los ojos.
Su perseguidor no estaba por ninguna parte.
Se separó de Hadiic y se alejó con cuidado, el paso
de la montaña estaba cerca, pero les dejaría muy
expuestos ante un daimión en el aire.
Volvió con su compañero.
―Esperaremos un poco más aquí―dijo.
El joven asintió con la cabeza, había pasado de
muy asustado a confundido, la miraba casi con
recelo.
Tras una paciente espera en la que no volvieron a
ver a nadie más, se acercó de nuevo ella sola al paso y
512
observó a la distancia, vigilando el vuelo de cualquier
ave del cielo. No había ni rastro de su perseguidor.
Hizo un gesto a Hadiic para que se acercara y
atravesaron a la carrera aquel trayecto de vuelta a
casa. No pudo respirar tranquila hasta que no llegó a
su acogedora caverna.
Oh, bueno. Lo había logrado, con algunos
pequeños contratiempos pero había conseguido lo
que se proponía con aquel viaje.
Ahora lo que tenía que hacer...
―¿Qué estabas haciendo?
Miró a Hadiic algo incómoda, no tenía ni idea de
cómo explicárselo, no tenía ni idea de cómo iba a
reaccionar. No confiaba en aquel Hadiic, de hecho,
no hubiera confiado lo que iba a hacer ni a su
UrsHadiic.
―Buscando un objeto.
―¡¿En el agujero de los En?! Te vi entrar.
Se estaba enfadando.
513
―No es asunto tuyo. ¿Qué haces siguiéndome para
empezar?
―Estaba preocupado.
―Lo siento mucho, pero esto no tiene nada que
ver contigo, has sido muy amable, pero preferiría que
dejaras de hacer preguntas. No te incumbe.
El joven daimión se encogió de hombros. Se le veía
claramente dolido.
Melia rememoró súbitamente una conversación
similar, con los papeles de ambos invertidos.
Aquello era una especie de venganza del universo,
¿verdad? ¿Contra cuál de los dos?, no estaba segura.
―De acuerdo―dijo Hadiic con gravedad y,
volviéndose bruscamente, salió de la cueva.
Melia suspiró, sintiendo una gran congoja en el
pecho.
Había hecho bien no diciéndoselo, ¿verdad? Había
hecho bien intentando alejarle de allí, no quería
hacerle más daño.
514
Los días siguientes los ocupó planeando su vuelta
al hogar de los En, e imaginando las mejores formas
de entrar y salir y qué hacer a continuación. Había
pensado volver en una semana. Si para entonces no
ocurría el cambio... mala suerte, aún le quedaba otro
mes, esperaba que el tiempo no fuera un problema,
había visto suficientes películas en su vida para saber
que el tiempo siempre llegaba al límite en situaciones
como aquella, así que prefería no arriesgarse.
Lo que debería hacer una vez consiguiera la
Corona... era algo que no tenía claro.
Durante aquellos días no volvió a ver a Hadiic. Por
una parte se alegraba, por otra... le echaba de menos,
la mayoría de las ocasiones su compañía agradable y
le ayudaba a añorar un poco menos a su UrsHadiic.
Se daba cuenta de lo paradójico que era, pero no
podía evitarlo.
Los dos eran el mismo y los dos eran diferentes.
No tardó mucho en preparar lo que quería llevar,
sin nada que hacer su cabeza no dejaba de dar
vueltas. A menudo los pensamientos que la asaltaban
515
no eran los más agradables del mundo, así que buscó
cómo distraerse.
El pequeño Dos solía acercarse a jugar cuando
estaba aburrido como ella, pero aparte de
entretenerla un rato, poco más podía hacer. Un día
decidió que iría a ver el mar, estaba segura que no
tardaría más de unas horas, podría ir por la mañana y
regresar por la noche, mientras, recogería frutas.
Hadiic ya no le traía comida, y se terminaba la que
podía guardar, así que tenía que buscarla.
El viaje a través del bosque fue largo, tuvo que dar
un rodeo para evitar un camino que llevaba hasta el
palacio de los Urs, pero mereció la pena.
No había playas cerca, solo grandes acantilados
perpendiculares de piedra oscura donde anidaban
cientos de miles de aves. El agua tenía un tono azul
intenso y profundo, como el que solo existe mar
adentro y, en el horizonte, se alzaba una tenue y
pálida bruma.
Según lo que le habían dicho allí, los barcos que
intentaron escapar de Ethlan a la desesperada cuando
se hundió, desaparecieron en aquella bruma, no
salieron de ella, nadie volvió para traer noticias.
516
Algunos infelices creyeron que en realidad habían
llegado al otro lado y no podían volver y, durante
varios siglos, continuaron lanzándose hacia allí,
hasta que solo quedó en Ethlan quienes creían
firmemente que aquella neblina era la muerte segura.
Con un Sol brillante a su espalda, los chillidos y el
alboroto de las aves marinas, la bruma no resultaba
amenazante, no más que la oscuridad del mar, pero
Melia estaba con los que preferían no tentar al
destino. Aquella bruma parecía conducir a la nada.
Cuando se dio cuenta que el disco solar se
inclinaba mucho hacia Etimón, decidió que era hora
de regresar.
Al darse la vuelta, encontró una figura encogida
entre las rocas. Era Hadiic.
Se acercó a él, con sentimientos encontrados.
―¿Has estado siguiéndome otra vez?
El chico tragó saliva.
―No... no del todo, no quería bajar al valle, así
que vengo aquí... cuando te vi no supe qué hacer y me
senté entre las rocas... ¿te molesta?
517
―No, las rocas no son mías, puedes hacer lo que
quieras.
Al joven daimión no pareció gustarle la respuesta.
Permanecieron un momento en silencio, cada uno
metido en sus propios pensamientos.
―¿Te enfadaste porque te seguía... o porque te
preguntara qué estabas buscando?
Melia lanzó un largo suspiro.
―Las dos cosas...
―Solo quiero ayudarte...
Se le veía triste y confundido.
―Ya lo sé, es complicado... Me hace feliz que
quieras ayudarme, pero podrías buscarte problemas
muy graves con tu gente si te inmiscuyes, y soy capaz
de hacerlo yo sola, de verdad.
Hadiic extendió una mano hacia ella, se quedó
quieta por la sorpresa, le acarició el pelo y le rozó el
hombro antes de retirarla, súbitamente avergonzado.
―Lo siento.
518
Melia parpadeó
confundida.
y
se
alejó
un
poco,
muy
―Bueno, estaba pensando en regresar porque se
va hacer de noche y yo no veo en la oscuridad. ¿Te
apetece acompañarme?
Hadiic la miraba con los ojos muy abiertos, como
si no hubiera esperado una respuesta tan afable, pero
se recuperó en seguida y sonrió.
―Sí, claro.
En el camino de vuelta no hablaron mucho, y sobre
tonterías básicamente, el joven daimión estaba
contento.
Cuando llegaron cerca del camino que llevaba de
vuelta a la casa de los Urs, ya era casi de noche y se
ofreció a acompañarla un poco más para señalarle el
camino. Melia aceptó agradecida, no le gustaba
demasiado andar de sola a aquellas horas.
Cuando llegaron de vuelta a la cueva, se
encontraron con UrsLeil metido de cabeza y el
colchón desplumado sobre su espalda.
―Oh, vaya.
519
―Te lo dije, es un desastre.
―No importa, solo es un niño, también tiene
derecho a refugiarse de cuando en cuando, ¿verdad?
Estaba siendo muy diplomática delante de Hadiic.
Por la mañana el renacuajo le iba a oír. Aquel
colchón se había convertido en su vida.
Se acercó para buscar algunas mantas donde poder
tumbarse, la cría parecía dormir profundamente.
―Bueno, muchas gracias por acompañarme...
Le miró. Hadiic estaba muy serio.
―¿Ocurre algo?
―Buscas la Corona de Daia, ¿verdad?
Melia siguió mirándole fijamente, sin saber qué
responder.
―No importa―continuó el joven―, no se lo diré a
nadie, solo quería estar seguro.
―¿Cómo... cómo lo has sabido?
―Je, es lo único interesante que tienen... ¿Piensas
volver pronto?
520
―...puede.
―Mi familia intentará otro ataque, en uno o dos
días, te recomiendo no acercarte por allí hasta que se
pase. Dudo que consigan la Corona, quizá muera
algún daimión y luego volveremos a casa otra vez.
Su voz se había vuelto lúgubre, daba la impresión
de que esperaba que él iba a ser uno de los muertos.
―¿Tú irás también?
―Sí, todos los adultos lucharán.
―... estoy segura que lo harás bien.
―Eso espero...
Sintió deseos de abrazarle y darle ánimos, pero
antes de que extendiera los brazos se dio cuenta de
que podía entender mal la caricia y no se atrevió.
―Vuelve a verme cuando termine la batalla, me
quedaré más tranquila si sé que estás bien.
Aquello pareció animarlo.
―Claro, volveré. Oh, es tarde, tengo que irme o
creerán que soy un desertor. Buenas noches, que
duermas bien... si puedes.
521
―Ya, al menos no pasaré frío. Buenas noches.
Le vio alejarse con el corazón en un puño.
Hadiic y UrsHadiic. Los dos iguales: un dolor de
muelas.
Se metió en su cueva y se acurrucó junto al
pequeño UrsLeil.
Al menos a aquel le faltaban aún algunos decenios
para empezar a hablar y convertirse también en otro
problema.
522
Capítulo 21 La Corona de Daia
Obedeció a Hadiic y se quedó en su rincón del
valle aquellos dos días. Era justo cuando creía que
iba a producirse el cambio y UrsIstar abriría las
puertas por primera vez, así que estaba un tanto
disgustada, pero seguía creyendo que tendría tiempo.
Le quedaba otra Luna.
Si lo pensaba, con conseguir la Corona ya tendría
lo que quería, pero tener éxito antes de que el Lago
se iluminara por última vez ofrecía cierta calma a una
incómoda inquietud que nunca la abandonaba.
¿De verdad sería capaz de marcharse?
Esperó aquellos días con ansiedad, preguntándose
si no debería acercarse a la cueva de los Urs a mirar,
523
solo para comprobar que las cosas estuviesen en
orden. Pero había visto luchar ya a aquellas bestias
varias veces, el caos que podían sembrar a su
alrededor era inmenso y combatirían dos familias
enteras entre sí, dudaba que hubiera sitio seguro en
las cercanías.
Estaba ya esperando el momento en que Hadiic
regresara cuando su hermano pequeño vino a verla,
moviéndose nervioso, la golpeaba con el hocico y la
empujaba al interior de la cueva.
―¿Te ocurre algo?, ¿qué pasa?
En ese momento, ella también lo oyó.
Un rugido lejano, que retumbó por todo el valle
como un trueno; poco después, le siguió otro.
Los daimiones luchaban.
La cría soltó uno de sus tristes mugidos y se metió
de cabeza en la gruta.
Melia le siguió.
―Pobrecito, ¿estás asustado?
Le acarició el cuello.
524
―Aquí estás seguro, no te va a pasar nada―se
preguntó si su hermano mayor también se escondería
allí para ocultarse de los combates―. Ya verás, de
mayor serás también un daimión bueno y valiente, y
te pondrán un nombre precioso.
La cría la miraba, con ojos redondos y oscuros,
siempre daba la impresión de comprender lo que
decía, aunque fuera tan joven.
Melia esperó con el pequeño. Era tranquilizadora
la seguridad de que Hadiic saldría vivo de allí. Menos
tranquilizador era pensar el cómo y lo muy asustado
que debía estar. Era un daimión muy joven, los demás
deberían ser monstruos a su lado, ¿lucharían también
las matriarcas? Se estremecía solo de recordar el
tamaño y la fuerza de UrsIstar, aquella daimión podía
echar abajo montañas si quería.
Al finalizar el día, UrsLeil salió de la cueva y fue a
buscar conejos que perseguir antes de irse a dormir.
Interpretó aquello como que el combate había
terminado, la cría se olvidaba con rapidez de los
problemas.
Esperó hasta bien entrada la noche que Hadiic
volviera, pero no apareció.
525
A la mañana siguiente no empezó a preocuparse
hasta el mediodía. ¿No estaba tardando?, ¿lo habrían
herido?
Subió al lago a por agua y se lo encontró allí.
Suspiró aliviada al verle caminar sin problemas y
corrió a darle un abrazo.
―¿Estás bien?, ¿qué ha ocurrido?
El joven daimión sonrió y Melia reconoció muy
bien esa sonrisa que no era del todo una.
―Oh, nada, tengo un corte en el brazo. Al empezar
un En me empujó contra unas rocas y, cuando intentó
rematarme, mi hermano mayor lo cogió de sorpresa y
le rompió el cuello. Todos están muy felices con mi
actuación, dicen que hice un buen papel como cebo.
Es posible que ese sea mi nombre: UrsCebo.
El chico estaba canalizando su versión más adulta
en aquel momento.
―Pero estás bien, tendrás otras oportunidades de
ganarte un nombre... ¿Ganasteis?
526
―No, matamos a uno de sus hijos, pero ellos
mataron a dos de nuestros sirvientes... Quedamos
algo empatados.
Se sentaron en el suelo de roca frente a la caverna.
UrsLeil no se había ido muy lejos y se acercó a
curiosear. Comenzó a darle golpecitos en el hombro a
su hermano mayor.
―¿Qué te pasa ahora?
―Igual quiere que juegues con él.
―¿Jugar? Estoy cansado, hemos tenido un gran
combate hace poco, por si no te has enterado...
La cría gruñó, pasó de largo a su hermano y se
tumbó con ella.
―¿Melia?
―¿Sí?
―¿Qué planeas hacer con la Corona?
―No estoy segura...
―¿Vas a marcharte?
―Es posible.
527
Hadiic se quedó serio, mirando al frente. Melia
decidió prepararía el fuego para calentarse un poco y
poner la comida.
―Puedes quedarte conmigo...
Levantó la cabeza como si se hubiera quemado.
―No, no creo que pueda, lo siento.
―Me gustas.
―Lo siento.
La expresión del joven daimión era difícil de mirar,
estaba claramente dolido y daba la impresión de estar
haciendo grandes esfuerzos para comprender algo
que se le escapaba.
―Tú... no... ¿No te gusto?
A ver cómo explicaba eso.
―Me gustas mucho, Hadiic, pero... es un poco
complicado...
―¿Qué es complicado?, ¿te gusto o no?―había
cierta demanda en su tono de voz.
―No me hables así, sé que cuesta entender, pero
no tengo respuestas fáciles. Compréndelo. Me gustas
528
Hadiic, pero hay asuntos que debo resolver y hay otra
persona a la que quiero también.
El daimión intentaba comprender, pero no como a
ella le gustaría. Su rostro se volvió tenso y sombrío,
acababa de ser consciente, a su manera, de lo que
Melia intentaba decirle.
―Tú no me quieres...
Se sobresaltó, no le gustaba el matiz que tomaba
aquella conversación. El pequeño UrsLeil, aún
echado, empezó a gruñir también, su melena se
encrespó.
Hadiic se puso bruscamente en pie y dio una
patada en la barbilla al pequeño.
―¡Cállate!―le gritó, enfurecido.
Melia saltó hacia atrás por lo súbito del ataque.
La cría encogió el cuello como para protegerse,
pero rápidamente volvió a lanzarlo hacia delante, con
la boca abierta. Hadiic lo esquivó con facilidad y
saltó sobre su cuello, sujetando con fuerza la cabeza
contra el suelo.
529
―¡Para!―ordenó Melia―. ¡Le estás haciendo
daño! ¡Hadiic! ¡Déjale!
Se acercó corriendo a los dos daimiones para
separarlos, pero al intentar sujetarle del brazo, Hadiic
se volvió y de un solo golpe la lanzó a varios metros
de distancia, rodando.
Levantó los brazos para protegerse la cabeza, pero
el choque contra el suelo fue bastante violento. Se
quedó completamente quieta un momento, al
principio no sentía nada, luego comenzó un dolor
punzante en la boca y el brazo que había quedado
bajo ella.
―Melia... Melia...
Oía a Hadiic llamándola, pero le ignoró. Estaba
muy enfadada.
Sintió sangre en la boca, se había mordido el labio.
―Melia... ¿Estás bien?
El joven daimión se arrodilló frente a ella, estaba
pálido como un cadáver. Le lanzó una mirada
furibunda y el chico se echó a llorar.
―... lo siento...
530
Y antes de que ella pudiera contestar nada, Hadiic
se puso de nuevo en pie y salió corriendo tan rápido
que patinó varias veces.
Melia suspiró.
Ya no estaba enfada, solo triste.
En su brazo no tenía más que un golpe, se pondría
algo morado y en un par de semanas desaparecería.
Escupió algo de sangre al suelo, se le estaba
acumulando y era desagradable, pero tampoco era
para preocuparse.
UrsLeil se acercó, dándole golpecitos en la cabeza
con el hocico.
―Eh... ¿Estás bien?, ¿te ha hecho daño ese bruto?
―Aaah...
―Me alegro...
Sacó la lengua y le lamió una oreja.
―Eeegh... espera, qué dijimos de lamer a la gente.
Estoy bien, no pasa nada.
Se abrazó a su cuello y apoyó la cabeza en su
frente.
531
―Parece que ninguno tiene arreglo, ¿verdad?
Debería volver a mi mundo...
La cría mugió.
―No, no puedo quedarme, ya lo has oído. Tengo
que irme.
Cerró los ojos, intentando contener las lágrimas.
¿Cuándo?, ¿cuándo podría irse?
Aún tenía casi otra semana para lo que calculaba
sería la siguiente guardia, aquello la dejaba a menos
de tres semanas antes de que UrsIstar volviera a abrir
el Lago. Quería conseguirlo antes, por si las cosas se
torcían, definitivamente no quería terminar atrapada
allí.
Esperaba que las familias no peleasen otra vez,
pero no tuvo suerte. Por lo visto, los En buscaron su
revancha y atacaron a los pocos días. Fue una
escaramuza en la que ninguno murió, pero tan cerca
que pudo oír sus rugidos con nitidez por todo el
valle.
532
No había vuelto a ver a Hadiic desde la pelea
anterior. Aunque le dejaba pequeños regalos cerca de
la caverna, o del Lago, imaginó que era su forma de
pedir disculpas.
Melia hubiera querido que diera la cara y hablara
con ella, pero prefería esconderse, para variar.
Cuando llegó el día del cambio de turno, no había
vuelto a aparecer.
Preparó a conciencia el viaje, llevando en un nuevo
zurrón algunos cachivaches que igual podían serle
útiles. Cogería solo la Corona, dejando el cofre en el
lugar calculó que ganaría algo de tiempo antes de que
descubrieran el robo.
Salió de mañana temprano para estar bien
preparada por la noche, no quería que realizaran el
cambio de turno antes de que estuviera allí.
Concentrada, y cada vez más segura de su
habilidad, llegó a la cavernosa boca que era el hogar
de los En. Había algunos árboles caídos
recientemente, supuso que por los combates, los
esclavos aún no habían tenido tiempo de limpiar toda
la zona.
533
Se internó en la oscuridad, sin mirar a ninguna
parte que no fuera frente a ella, y avanzó hasta el
salón donde estaba el escondite de la Corona.
El lugar estaba completamente a oscuras, decidió
que se acuclillaría en una esquina y esperaría.
Llevaba allí unos minutos cuando empezó a oír un
sonido vago... una respiración. Por un momento miró
a su alrededor extrañada, ¿había alguien más allí?
Prestó atención. Sí, había alguien, y si era un
daimión podría verla en aquella oscuridad y ella no.
Mantuvo la goeteia encima, no había pensado
deshacerse de ella, por si acaso, pero entonces se
mantuvo aún más concentrada.
Oyó un chirrido y la puerta que guardaba la
entrada al escondite de la Corona se abrió. Continuó
quieta, esperando, no venía ninguna luz de su
interior.
―¿Dónde están mis esclavos?―reconoció la voz
de la mujer de la vez anterior―. ¿Por qué nadie ha
venido a relevarme antes?
534
―Es mi turno...―respondió
permanecido oculto en las sombras.
quien
había
―¿Qué haces tú aquí, Hadiic? ¿Les ha salido pelo
a las ranas?
―Han matado a EnCiric, es mi turno.
―¿Muerto?, ¿cuándo?
―Hemos tenido unas escaramuzas con los Urs.
―Valiente inútil, pero no me creo que tú seas su
sustituto...
En aquel momento aparecieron varias luces,
llegaron algunos esclavos y miraron a los dos
daimiones algo confusos y esperando órdenes.
―¡Ya era hora!―dijo EnBeker, saliendo del
escondite―. Recoged mis cosas...
Entonces, el daimión más joven se coló en el
interior y cerró la puerta.
―¡Maldito seas, Hadiic! ¡Abre inmediatamente!
La daimión tiró de la puerta, pero no se movía.
Debía poder cerrarse desde dentro.
535
En aquel momento aparecieron más luces, más
esclavos y otro daimión.
―¿Qué ocurre?
―¡Hadiic se ha encerrado ahí dentro!
Al nuevo daimión le entró la risa.
―¿Y no puedes echarlo?
―¡Inténtalo tú!
Si la situación no fuera tan precaria para ella,
Melia se hubiera llevado las manos a la cabeza ante
tanta estupidez.
Los dos daimiones adultos empezaron a tirar de la
puerta. Y la arrancaron.
Bueno, igual su estupidez le iba a ser útil.
Entre los dos sacaron al joven daimión de su
escondite, mientras el pobre infeliz se debatía como
una anguila. Los esclavos con antorchas aguardaban
en una esquina, contemplando la pelea con los ojos
muy abiertos.
Nadie prestaba atención a absolutamente nada
más. Aquel era su turno.
536
No podía correr, podría tropezarse o hacer más
ruido del debido, pero le hubiera encantado. Nadie
imaginaría siquiera que ella estaría allí, gracias al
alboroto, pero al mismo tiempo los golpes y gritos le
estaban crispando los nervios.
Bajó al escondite, la luz era escasa, encontró el
arcón tanteando con los dedos.
De fuera seguía llegando ruido, sin que diera la
impresión de que se fuera a detener pronto.
Tocó la cerradura, sintió de nuevo el golpe y el
frío... era visible.
Miró hacia lo alto. Si a alguien se le ocurría bajar
entonces...
Con dedos temblorosos luchó por levantar la tapa
lo más rápidamente posible. No tenía cerradura, solo
permanecía
cerrada
mediante
un
gancho.
Probablemente aquellas criaturas de fuerza
descomunal encontraban cerrar cajas de madera con
llave una pérdida de tiempo. Podían romper la
madera y el hierro de un golpe, ¿para qué molestarse
en otra protección?
537
Al abrirla, las bisagras soltaron un suave chirrido
y, por un momento, contuvo la respiración. Después
dio gracias a que EnHadiic chillara como un cerdo en
un matadero, por desagradable que le resultara.
El interior del cofre estaba forrado de terciopelo
negro y, acomodada como entre almohadones,
descansaba una pequeña corona de oro y rubíes que
emitía un tenue resplandor.
Melia se sintió impresionada y decepcionada al
mismo tiempo. El oro era brillante, elaborado en
finas y elegantes filigranas abstractas, con las piedras
preciosas en forma de lágrima. Era una de las cosas
más hermosas que había visto en su vida. Por el otro
lado, no era mayor que su puño, parecía un brazalete,
más que una corona.
Fue cogerla, notando inicialmente cierto calor que
ignoró, pero al sostenerla unos segundos antes de
guardarla en su bolsa, sintió que los dedos le ardían.
Se mordió con fuerza el labio para no soltar un
quejido y la dejó de nuevo con cuidado sobre el
terciopelo.
538
¡Maldita sea! ¡Ni se le había ocurrido que pudiera
ocurrir algo así!
¿Qué podía hacer?, ¿qué podía hacer?
Tenía que darse prisa...
Los gritos y el ruido de fuera no la dejaban pensar
bien, aunque podía sentirse moderadamente segura
mientras continuaran, tenía que actuar rápido.
Arrancó con decisión parte del terciopelo pegado
al arcón, guardando la corona en el centro. Si la tela
había podido contenerla hasta entonces, aguantaría
algo más. Al rasgarse hizo un ruido bastante alto, los
daimiones tenían una vista y un oído ligeramente más
agudos que los humanos convencionales, pero
tampoco tanto como para darse cuenta de aquello,
afortunadamente.
Desde arriba le llegaba lo voz de EnBeker
ordenando de nuevo a sus esclavos que recogieran
sus cosas.
Rápido, rápido.
Envolvió la corona con precaución. Estaba caliente
aún a través de la tela.
539
Vio luces en las escaleras.
Rápido.
Sacó la corona con una sola mano, sintiendo que
empezaba a quemarse. Con la otra bajó a tapa del
arcón y cerró.
Se hizo de nuevo invisible, alejándose poco a poco
del cofre.
La corona quemaba.
Apoyada contra una pared, vio moverse a los
esclavos.
Con cuidado, abrió su zurrón y guardó el preciado
paquete entre los pliegues de una manta de lana que
creyó que podría serle útil, aunque no se imaginó que
sería para eso.
Respiró hondo varias veces.
La tenía, ya la tenía. Tenía la Corona de Daia...
Los esclavos continuaron recogiendo, ajenos a ella.
Ahora solo le quedaba salir de allí.
Esperó hasta sentirse más tranquila, no podría
escaparse bien si le temblaban las piernas.
540
Entraron nuevos esclavos con las cosas del
siguiente ocupante del escondite, empezaba a estar
muy lleno aquello, si se tropezaban con ella podía
despedirse de su cabeza.
Subió con cuidado las escaleras, aún oía voces en
lo alto.
Antes de salir al exterior observó el piso, los dos
daimiones mayores habían acorralado al joven en una
esquina y le insultaban, mientras le empujaban con
los pies para que se mantuviera quieto en el suelo.
Muy bien, aquella era su oportunidad.
Se dirigió con rapidez a la salida del salón, pero
cuando ya se sentía de nuevo envuelta en la
oscuridad de la caverna, se encontró un par de ojos
fríos y brillantes clavados en ella.
Retrocedió, paso a paso...
¿La había visto? ¿La había visto?
¿Qué iba...?
Continuó retrocediendo, girando lentamente, hasta
pegar la espalda a la pared.
541
No necesitó ninguna señal, ni ninguna
presentación, para saber que aquellos ojos eran de la
matriarca de los En.
Fríos y duros como el hielo.
La daimión pasó de largo. No la había visto.
No se parecía demasiado a UrsIstar. Era bajita, de
aspecto fuerte y basto, con una corta melena pelirroja
y rizada y una cicatriz atravesándole la cara de una
ceja al labio inferior.
Estaba a punto de suspirar aliviada cuando la oyó
hablar.
―Noto algo extraño aquí... siento calor...
Se llevó una mano al zurrón, la tela estaba
templada.
EnHadiic se levantó entonces y corrió hacia su
madre, cortando sus palabras.
―Señora EnMot... ellos no me permiten...
La matriarca golpeó al joven daimión según se
acercaba, dejándolo tirado a sus pies.
542
―¿Qué le ha pasado a la puerta?―preguntó al
alcanzar el salón.
Sus otros dos hijos mayores palidecieron y se
miraron el uno al otro. Mientras, EnHadiic aprovechó
para ponerse en pie, casi contento, y se alejó
rápidamente por los pasillos.
Melia decidió que era el momento de que ella
hiciera lo mismo, era la hora de salir de allí.
Avanzó por los oscuros pasillos, notando la calidez
de su zurrón en la pierna.
¿Cómo se suponía que iba a poderse poner aquello
si quemaba?
¿Debería sumergirlo antes en el Lago?
Cuando estuvo fuera se detuvo a aspirar un
momento el aire fresco de la noche, le llegaba un
agradable olor a pinos y enebro.
Lo había conseguido.
Dejó libre una sonrisa triunfal.
Aún estaba demasiado cerca de la boca del lobo
para hacer nada más, cuando regresara a la calidez de
543
su cueva daría brincos. Por el momento, se
contentaba con sonreír.
¡Tomad esa, daimiones!
Se alejó de la caverna con andares decididos y pasó
el resto de la noche en el mismo escondite que la vez
anterior.
Por la mañana emprendió el camino de regreso a
su refugio.
A mediodía, tuvo un pequeño sobresalto cuando
vio a un daimión volando por encima de ella.
Reconoció a EnHadiic por el tamaño y se preguntó
qué haría allí.
Hadiic no habría vuelto a seguirla, ¿verdad?
Continuó avanzando con más precaución y un mal
presentimiento.
¿Por qué aquel En se acercaba tanto al territorio
de los Urs si no había nadie más por allí?
Volvió a su cueva por el camino de siempre,
pensando en qué tendría que hacer a continuación,
cuando oyó un mugido cargado de alarma.
544
Era UrsLeil.
Bajó por el estrecho sendero con algo de
precipitación y se encontró de pronto a la cría de
daimión, agazapada en el suelo, lanzando largos
mugidos aterrorizados.
―...saber que existía este atajo, pero ahora puedo
pasar a su territorio cuando me de la gana sin que se
den cuenta, los idiotas de los Urs deberían guardar
mejor a sus crías... Creo que te mataré en nombre de
EnCiric y llevaré tu cabeza conmigo...
Melia quedó petrificada al ver a EnHadiic. Cuando
se dio cuenta de que había alguien más allí, el
daimión levantó un momento la cabeza.
―...oh, humana... ¿te encargas tú de criar al
mocoso?, voy a dejarte sin trabajo entonces...
Se agachó para recoger piedras del camino.
―¡Aléjate de él!
El daimión se rió.
Lanzó un piedra, luego otra. Hizo que llovieran
rocas sobre él y cuando terminó las que tenía en las
manos se agachó a por más.
545
―¡Eh, asquerosa! ¡Esta mierda duele!
EnHadiic se apartó de la cría y se lanzó a por ella.
UrsLeil se levantó y salió corriendo mientras gruñía y
mugía al mismo tiempo, dando pequeños saltos, como
si luchara por volar.
Al ver al daimión acercarse, quedó helada en el
sitio.
En el último segundo, intentó lanzar una piedra,
pero el joven la sujetó el brazo antes de que pudiera
hacer nada y la lanzó contra el suelo.
Melia sintió un agudo dolor en la cabeza.
―Te voy a quitar las ganar de arrojar cosas... creo
que te arrancaré los brazos...
Sus pulmones se quedaron sin aire.
¿Que iba a hacer qué?
Sin embargo, el daimión se había detenido,
mirando a alguna parte sobre su cabeza.
Ella intentó volverse, vio su zurrón abierto, con su
contenido desperdigado camino abajo, la manta
fuera, y una tira de terciopelo negro extendida...
546
―¿Qué...?, ¿qué...?
Sintió cómo la mano que la sujetaba cedía, el
daimión la soltaba.
Consiguió erguirse y arrastrarse un poco lejos de
él.
―Es... es la Corona de Daia... ¿cómo...?, ¿cómo
tienes tú...?
EnHadiic fue a cogerla, pero al tocarla saltó una
fuerte luz amarillenta y un zumbido. El daimión aulló
de dolor.
¿Aquello ocurría si un daimión intentaba tocarla?
El joven se volvió furioso.
―¡¿Qué haces tú con algo así?! ¡La has robado!,
¡nos la has robado! ¡Me llevaré tu cabeza y la corona
de vuelta!, ¡me haré famoso y dejaré en ridículo a los
jodidos imbéciles de mis hermanos...!
No supo más de su elaborado plan. Saltando detrás
de él, Hadiic apareció, ciñendo al otro daimión con
un brazo mientras con el otro codo parecía intentar
romperle el cuello.
547
El sorprendido EnHadiic se debatió con furia,
consiguió librar uno de sus brazos y golpeó a su
atacante en la cara.
Hadiic aflojó la fuerza de su nudo, su contrincante
aprovechó para soltarse del todo y abalanzarse contra
él.
Rodaron un momento por el suelo, intentando
inmovilizarse el uno al otro.
Melia se puso en pie, su Hadiic parecía llevar las
de perder, pero, en un momento, consiguió quitarse
de encima a su adversario. Sus miradas se cruzaron y
Melia sintió una corriente helada corriendo por su
espalda.
¿Qué iba a hacer?, ¿en qué estaba pensando?
El joven daimión echó a correr, su rival le
persiguió, en plena carrera se trasformaron, echando
abajo los árboles en su camino.
Se alejaban de allí.
Fue a correr tras ellos, tras un momento de duda,
recordó la Corona y torpemente volvió a recogerla y
guardarla en el zurrón, que dejó escondido tras
548
algunos arbustos, antes de perseguir los rugidos que
oía en lo alto.
Pasó de largo el Lago y siguió corriendo.
Cuando podía se subía a una peña, o cualquier
alto. Los dos daimiones chocaban y se lanzaban
dentelladas en el aire, subían y se dejaban caer en
picado, esperando sorprender al rival. El rival le
esquivaba e intentaba atacar antes que el otro se
recuperara del picado.
Volaron por todo el valle y más allá, hasta los
picos de las montañas y hacia el mar.
Melia continuaba siguiéndoles, luchando contra el
cansancio después de varias horas de carreras.
¿No se daban cuenta de lo que ocurría?, ¿en todo
el valle?, ¿no acudían en su ayuda?
No, claro que no, solo eran dos Hadiic. Dos nadies.
Debían matarse el uno al otro sin tener que
molestar a los demás.
Les vio luchar hasta que comenzó a declinar el día,
luchaban sobre el mar, aprovechando el espacio en el
aire sin molestas montañas de por medio, pero a
549
medida que caía la tarde, estaban más y más
agotados.
Ya ninguno intentaba hacer picados, solo se
mordían y arañaban, entrelazados en un feroz abrazo,
cayendo al vacío hasta que sentían cerca las olas y
reemprendían de nuevo el vuelo cada uno por cada
lado, reiniciándose la lucha otra vez.
Melia observaba desde los altos acantilados, con el
corazón en un puño.
Su Hadiic era algo más pequeño, pero se defendía
con ganas, el otro no era más que un montón de furia
caótica, que empezaba a apagarse a medida que se
cansaba más.
El Sol se ponía, una línea naranja se levantó en el
horizonte, jugando con el fulgor de la fría bruma
fantasma a lo lejos.
Las dos bestias cayeron al agua entrelazadas.
Esperó, angustiada. Había olvidado que se suponía
que Hadiic tenía que salir vivo de aquel combate. Aún
tenían que reencontrarse en el futuro, ¿verdad?
550
Uno salió, impulsándose desde las profundidades,
cogió altura y volvió a caer hasta que sus garras
rozaron las olas.
Se dirigía a la orilla, moviendo las alas
pesadamente... no había ni rastro de la otra bestia.
Era Hadiic.
Apenas tocó tierra, adoptó de nuevo forma
humana, dejándose caer a plomo.
Melia corrió hacia él.
Estaba tumbado boca abajo, apenas se movía.
Se detuvo espantada al ver una gran herida
sangrante cruzando su espalda, de una cadera al
hombro contrario.
Miró a su alrededor... Necesitaba agua, fuego, un
caldero... y las hierbas, tenía que haber hierbas por
allí...
―¿Melia...?
Apoyándose en un tembloroso brazo, el joven
daimión intentaba incorporarse.
551
―Quieto, no te muevas... tengo que buscar algo
para curarte...
Empezó a deshacer el pañuelo en su cintura, que
usaba como cinturón, e intentó cubrirle la herida.
―Melia...
Consiguió levantarse un poco, apoyándose en un
codo.
―Quieto, vas a empeorar las cosas.
―Eso... va a ser difícil... ¿vas a marcharte?
Cerró los ojos. ¿Tenía que preguntarle aquello
ahora?
Su mano libre se posó en su mandíbula y tocando
su labio inferior con un dedo.
Aún lo tenía hinchado.
―...lo siento. Quédate conmigo, Melia, puedo ser
mejor, sé que puedo, nunca te haría daño a
propósito...
―Déjalo. Tú no me harías daño a propósito a mí,
pero harías daño a tu hermano, o a cualquier otro y, a
la larga, acabarías haciéndome daño a mí...
552
―... pero tengo que luchar... soy un daimión...
―Ya lo sé.
―¿Por eso me dejas?
―No, no es por eso...
―Aprenderé a contenerme, aprenderé a tener
cuidado, no atacaré a Dos, seré el mejor, seré mejor
con todos...
―Sé que lo harás si quisieras, pero no puedo
quedarme aquí...
―¿Es por el otro?
―Más o menos.
―¿Si no existiera te quedarías conmigo?
―No lo sé, podría, no es un momento para
ponerse a suponer...
―¿Volveremos a vernos?
―Sí.
―Lo prometes.
―Claro.
553
―Vete.
―¿Qué?
―Has dicho que te irías.
―Sí, pero...
―Hazlo ahora, enviarán a alguien a ver qué ha
pasado, voy a decirles que se nos cayó la Corona al
mar, no sería buena idea que te vieran por aquí, vete.
Dudó.
Hadiic le sujetó la mano con fuerza un momento,
antes de aflojarla, el malherido daimión había
comenzado a llorar. Melia se inclinó para darle un
suave beso en los labios.
―Todo estará bien. Volveremos a vernos...
Hadiic no respondió.
Soltó su mano del todo, con cuidado, se puso de
pie y, lanzando frecuentes miradas atrás, se alejó de
allí.
Estaría bien.
Sabía que saldría de esa.
554
Todo iba a estar bien.
Sentía que su corazón iba rompiéndose en
pequeños trocitos cuánto más se alejaba.
De verdad, ¿estaba bien? ¿Era lo correcto?
Vio unas antorchas a cierta distancia.
Usó goeteia para pasar desapercibida. Si
descubrían a Hadiic mintiendo acabarían en
problemas los dos. Le encontrarían pronto, estaba
segura. Curarían sus heridas.
Deambuló por el valle toda la noche, sin fijarse de
por dónde caminaba, y sin importarle.
Al amanecer, comenzó a llover.
Debería ser la primera vez que veía llover estando
en la Isla.
Se quedó quieta donde estaba, dejándose empapar
por el agua.
¿Qué iba a hacer ahora?
Fue a recoger su zurrón de entre los arbustos
donde lo había escondido, el arbusto había quedado
seco.
555
Lo llevó hasta la cueva, casi arrastrándolo. Una
vez allí, se dejó caer entre las mantas y miró
indefinidamente la pared de la cueva durante horas.
Se sentía mal. Se sentía terriblemente mal.
¿Qué había hecho?
No podía volver a su casa, era ridículo, no podía
volver así.
No iba a mentirse más. No quería marcharse. Tenía
que hablar con UrsHadiic, tenía que hablar con él de
nuevo, una última vez al menos, tenía que decirle
muchas cosas. No podía dejarle así.
556
Capítulo 22 De vuelta a casa
Faltaban varios días para la siguiente Luna Llena,
esperó en la caverna, sabía que Hadiic no podría
moverse en bastante tiempo así que tenía pocas
esperanzas de volver a verle antes de irse.
Meditó sobre qué podría hacer con la Corona,
decidió esconderla en lo más profundo de la caverna,
la metió, boca abajo, en un pequeño caldero, regalo
de Hadiic, y lo cubrió todo con piedras, las de mayor
tamaño en lo más alto. ¿Aguantaría aquello mil años?
Posiblemente.
Sonrió tristemente para sí. La Corona que todos
los daimiones buscaban estaba ahora escondida en un
agujero cubierto de piedras. Era casi divertido.
557
En la noche de Luna Llena esperó sentada junto al
Lago.
UrsLeil la había acompañado, con la cabeza gacha,
posiblemente no sabía lo que iba a ocurrir, pero sí
sabía que ella se iba.
Sintió una ráfaga de aire frío... y la superficie del
Lago comenzó a iluminarse. Aquella era la señal.
―Aaah.
―Pórtate bien, y no hagas enfadar tanto a tu
hermano, intenta ser bueno.
La cría agachó más la cabeza y empezó a
ronronear.
Melia se adentró en el Lago como la última vez,
avanzando por las escaleras hasta que no pudo
tocarlas y, entonces, se hundió en el agua.
Se hundió con decisión, manteniendo los ojos
ligeramente abiertos, siguiendo la luz.
Volvía con UrsHadiic.
Cuando sacó la cabeza del agua, seguía siendo de
noche.
558
Había gente con antorchas a los lados del Lago y,
por un momento, tuvo la impresión de que allí no
había pasado el tiempo.
UrsIstar esperaba en la orilla, tan digna y temible
como siempre.
Salió del agua, hacía frío, comenzó a tiritar.
No había dado dos pasos en tierra firme cuando la
matriarca de los Urs la asaltó.
―¿Qué fue de la Corona?
―Cayó al mar... no pude hacer nada...
―Mientes.
La daimión la agarró del cuello, apretando sus
dedos como tenazas. Era aún más dura y fría que las
rocas que la rodeaban.
Sintió un momento de terror, dándose cuenta que
UrsIstar sabía algo.
UrsHadiic había hablado. ¿La había traicionado?
―No... Cayó al mar... eran daimiones... no pude
hacer nada...
Siguió apretando.
559
La había traicionado. No importaba, le había
dejado tirado… desangrándose... no había hecho
nunca mucho por él...
Cuando sintió que su cabeza se iba hacia atrás, a
punto de perder la consciencia, súbitamente la soltó y
Melia cayó al suelo medio desvanecida.
Alguien le puso una manta sobre los hombros.
¿Seguía viva?
Algo mareada, vio como la gran señora se alejaba,
con varios esclavos tras de ella.
―Vaya, estás helada como un témpano...
Era UrsLeil.
―¿Qué ha pasado?
―Umm... ¿qué versión quieres? Según la que me
acaba de contar, mamá ya sabía que la Corona se
había caído al mar, pero creía que Hadiic le mentía,
no sé por qué... debe estar muy cabreada. ¿De verdad
cayó al mar?, no recuerdo muy bien aquella época...
―Sí, al mar... con el otro infeliz... Hadiic ganó la
pelea.
560
―Vaya, eso tampoco lo sabía.
La ayudó a levantarse y a andar, se sentía débil.
Caminaron por el bosque, de vuelta al palacio de
piedra. Aquella vez solo había un par de esclavos con
antorchas siguiéndoles.
Melia miraba a todas partes, al acercarse a las
escaleras de la entrada, se paró un segundo.
No estaba allí.
Subieron las escaleras y entraron en las galerías,
nada parecía haber cambiado desde que se fuera, casi
podía creer que era la misma noche... quizá estaba
aún en su habitación... dentro de la cama...
Cuando abrió la puerta del cuarto, lo encontró a
oscuras y silencioso.
―Oh, vaya, creo que se olvidaron que venías, qué
esclavas más cafres... llamaré para que te pongan
unas antorchas o algo.
―...dic.
―¿Qué?
―UrsHadiic... ¿dónde está?
561
―En una misión, vigilando los movimientos de los
Isi, mi madre sospecha que van a intentar
traicionarnos. Igual consigue un nombre si vuelve
vivo de esta...
Una misión, claro.
Se abrazó.
Quería verle... quería tanto poder verle.
Pasaron varios días,
completamente ignorada.
en
los
que
fue
casi
Una mañana, caminó hacia el mar, estaba más
cerca del hogar de los Urs que de su vieja guarida.
Aún no se atrevía a ir a ésta última, no tenía ni idea
de qué hacer una vez en ella.
Caminó durante algunas horas, entonces vio dos
grandes daimiones volando sobre ella, hacia mar
adentro. Estaban volando en círculos.
Pegada tan cerca del borde del precipicio que
podría caer al agua solo con un suspiro, se levantaba
la figura oscura de UrsIstar a varios metros de
distancia.
562
La miró furiosa. Ella le había alejado de UrsHadiic,
ella le había atormentado y ella lo había complicado
todo.
De lo único que se podía reír era que la Corona de
Daia aún estaba escondida. Reuniendo valor gracias a
la ira y la indignación, se acercó a la daimión.
―¿Qué hacen?
La matriarca no se volvió a mirarla.
―Buscan la Corona, y buscarán durante mil años
más si hace falta.
―¿Por qué no la hizo esto antes?
―No creí a Hadiic, los daimiones no podemos
tocarla sin protección especial.
―¿No estaba en una caja?
La señora giró levemente la cabeza hacia ella.
―Es posible, pero los En juraron que aún la
tenían... también es posible que mintieran.
―Así que creyó antes a los En que a su hijo... o a
mí antes que a él.
―Tú solo has servido para confirmarlo.
563
UrsIstar se volvió de nuevo hacia el mar.
―Hadiic ha sido siempre un hijo patético, nunca
he podido confiar en él, esa fue una de las pocas
luchas que ganó y perdió la Corona. Es un inútil y un
cobarde.
La odiaba. La odiaba a muerte.
¿Qué pasaría si la empujaba desde allí? ¿Tendría
tiempo a transformarse y alzar el vuelo? ¿Se
estrellaría? Aquella caída tenía que ser terrorífica
hasta para una gran daimión.
―Es curioso...―continuó hablando, haciendo que
Melia saliera de sus felices pensamientos―. Desde
que ha vuelto parece un poco más dispuesto a
colaborar, quiere que estés cuidada y segura, te
habría matado en el Lago si no le hubiera jurado que
estarías bien―se giró, mirándola de nuevo con sus
ojos negros, fríos y penetrantes―. Así que mientras
una simple humana se encuentre bien, mi hijo
obedecerá... es realmente un joven patético...
La iba a empujar. Estaba a medio centímetro de
empujarla a las rocas.
564
En lugar de ello, dejó escapar una sonrisa tensa, se
dio media vuelta y se alejó.
Con que aquellas teníamos, ¿verdad?
Muy bien.
Y una mierda se iba a quedar ella allí a merced de
aquella monstruo. No era una muñeca de cuerda
bailando al son de sus caprichos. Iba a largarse de
allí.
Empezó a planear inmediatamente la huida. Sabía
que los esclavos iban y venían por un camino de las
montañas hasta los pueblos a sus pies. Podía
escaparse por allí, nadie la vigilaba muy de cerca, se
haría invisible y se marcharía.
Simple.
Aunque le preocupaba no tener una buena idea de
su situación, contaba con suficientes experiencias
desagradables por no preparar bien sus viajes como
para tener pesadillas toda una vida.
Según lo que había entendido, UrsHadiic no
volvería en dos meses. Se le hacía demasiado tiempo
para esperar y planear la huida juntos, no estaba
565
segura de lo que podría ocurrir en aquellos meses.
Cuanto antes desapareciera de allí, mejor.
Se encontró a UrsLeil en el jardín mientras
cavilaba. El daimión estaba pintando a un chico muy
guapo.
Les observó un momento.
―¿Un nuevo esclavo?
―Sí, si Hadiic puede tener una bonita humana, yo
también.
El chico sonreía como hace alguien feliz de estar
vivo aunque sin estar muy seguro de por qué. Melia
conocía aquella sensación.
―Espero que lo trates bien.
―Por supuesto, ¿sabes lo que me costaría
encontrar otro así?
Se rascó la cabeza, no era aquello lo que había
querido decir.
―Intento hacer dibujos más alegres, ¿te gusta?
―Sí, es bonito...
―¿Solo bonito?
566
―Parece que se va a salir del papel, es un trabajo
precioso.
―Gracias... ¿sabes lo que hay al fondo del valle?
Melia frunció el ceño, sorprendida por el giro de la
conversación.
―El Lago...
―No, más al fondo.
―La zona de cría.
―Más...
―Ni idea.
El daimión suspiró.
―Existe un cañón, largo y seco, un antiguo río
según tengo entendido, corta el valle a través, al otro
lado empiezan las tierras de los humanos. Hay una
ciudad llamada Dromos a unos tres días de allí.
¿Por qué le decía aquello?
―¿Sabes si queda cerca de Oon?
―Ni idea, Dromos es la ciudad más importante de
la región, allí lo sabrán.
567
¿Era una trampa?
―El cañón es bastante largo y no hay nada de
agua, pero en la zona este del valle hay un pequeño
arroyo justo antes de llegar.
―Ya...
―Si te largas, será mejor que no vuelvas. Nunca.
―¿Lo dices en serio?
―¿Me ves con pinta de tener algo mejor que
hacer? Además, mi memoria es mala, pero no tanto...
―Gracias.
―...y no aguanto a Hadiic por aquí, de repente él
parece llevarse las misiones interesantes y yo me
quedo aquí muerto del asco. Qué se largue también.
Sonrió. Aquello sonaba más creíble.
A Dromos entonces.
Hacía tiempo que había pasado la fecha en que
deberían haberse encontrado con Gerón, pero ya no
la preocupaba. Su prioridad ahora era poner la mayor
cantidad tierra posible entre ella y UrsIstar.
568
Al día siguiente ya tenía todo preparado, lo había
ido colocando discretamente fuera, cerca del Lago,
para que nadie la descubriera cargando su zurrón de
golpe.
Solo echaba de menos su horquilla, UrsHadiic se la
había llevado.
Tenía que presentarse todas las noches en la cena
de la señora, aunque nunca se dignaba a hablar con
ella, después nadie la prestaría atención hasta la
siguiente cena. No podía caminar mucho de noche,
pero calculó que no tendría demasiados problemas en
llegar a su vieja gruta, al menos. Dormiría allí y en
cuanto se iluminara un poco el cielo, saldría de
nuevo.
Tampoco quería abusar de la goeteia, si tenía que
caminar invisible hasta el cañón posiblemente caería
agotada antes de llegar y aún quedaría atravesarlo, no
tenía ni idea de cómo era. Necesitaba salir con
ventaja.
En cuanto terminó la cena, se puso en marcha.
Salió con cuidado de la guarida de los Urs,
procurando que nadie la viera. Apenas había nada
que iluminara el camino aquella noche, pero Melia lo
569
conocía y, poco a poco, consiguió llegar hasta el Lago
y, unas horas más tarde, alcanzó la caverna.
Exceptuando el hecho de que no estaban las cosas
que había dejado atrás, nada parecía haber cambiado
mucho.
Se internó hasta la parte más profunda, tanteando
las paredes con las manos, reconoció las grandes
rocas bajo las que había escondido el pequeño
caldero y la Corona. Empezó a quitarlas una por una,
casi no se podía creer que nadie hubiera estado allí
en mil años, solo UrsLeil y UrsHadiic, no había oído
que hubieran tenido más crías después de ellos, y
ninguno era especialmente inquisidor.
Apartó las piedras pequeñas a bulto, intentando
dar con el metal entre ellas, preocupada porque no lo
encontraba, entonces oyó un chirrido y suspiró
aliviada. Tocó la superficie metálica del caldero y
sintió un agradable calor.
Allí estaba aún.
Levantó la cubierta y la tenebrosa caverna se
iluminó con suavidad al resplandor de la Corona.
Era aún más preciosa que lo que recordaba.
570
Extendió las mantas y se tendió a su lado, como si
fuera una pequeña y dulce hoguera.
Por la mañana la recogería y se la llevaría con ella.
Traía consigo una caja de madera forrada
precisamente para ello, iba a esconderla lejos de
aquellos daimiones.
Al día siguiente se puso en marcha con paso vivo.
Atravesó el valle y llegó al cañón, buscó la fuente de
agua de la que UrsLeil le había hablado y rellenó su
cantimplora. Luego siguió andando hasta bien
entrada la noche. El cañón era una ancha herida en la
tierra, tenía las montañas y bosques frondosos del
territorio daimión a un lado, al otro podía distinguir
algunas llanuras y campos de cultivo. En el centro
solo existía una profunda depresión oscura.
Se escondió en un pequeño agujero a un lado del
camino de descenso, era todo lo que pudo avanzar
aquel día. La noche era fría, pero la Corona le
proporcionaba cierto calor.
Por la mañana empezó a sentirse nerviosa. UrsIstar
ya debería haberse dado cuenta que no estaba y era
muy posible que la buscarían, el enorme espacio de
terreno abierto frente a ella no ofrecía protección
571
alguna. Posiblemente no podría atravesar todo el
camino hasta el otro lado solo con la goeteia, decidió
esperar y confiar en que nadie bajara por allí. A no
ser que UrsLeil la hubiera traicionado, aquel
recorrido no era común.
Comenzó a andar a paso ligero por el camino de
polvo y rocas trituradas. El cañón era realmente
interminable, para cuando la luz del sol llegó al
fondo, ella aún no había terminado de bajar, estaba a
pocos metros.
También se dio cuenta de lo mucho que iba a
necesitar el agua.
El aire del suelo comenzó a animarse en cuanto el
sol le tocó, cientos de minúsculas partículas de
aquella roca áspera empezaron a levantarse y a
abalanzarse contra ella. El calor no era excesivo, pero
notaba cómo se le pegaban a la piel y la irritaba,
también en su nariz y su boca, las sentía secas.
Aguantó cuanto pudo sin beber, aún tenía que
llegar al otro lado y subir.
Al caer la noche, aún no había cruzado.
572
Se sentó en el suelo uniforme y se cubrió con una
manta. Estaba completamente al descubierto.
Entonces, vio al daimión.
Se hizo invisible inmediatamente, pero no estaba
segura de si la habría detectado. Con aquella luz no
distinguía quién podía ser, pero sabía que aquello no
era un problema para la bestia.
Voló desde lo alto del valle y, con un elegante giro,
subió y se posó en un peñasco de roca en una cumbre,
vigilando todo el territorio. Quieto así, no hubiera
podido distinguirlo del resto de rocas en la noche.
Melia tragó saliva, inquieta.
Estaba agotada, quería dormir, pero sabía que el
daimión estaba allí, vigilando.
Aguantó, aguantó toda la noche, por la mañana le
vio alzar el vuelo de nuevo, saltó de la peña y abrió
las alas, casi rozando el suelo voló hacia el cañón.
Definitivamente, buscaba algo.
Se posó en el otro lado, esperó unos minutos,
mirando a su alrededor y, a continuación, dio media
vuelta y se alejó valle arriba.
573
Esperó un poco, pero no le vio regresar.
Melia comenzó a andar de nuevo, sintiendo que las
piernas se le doblaban.
Tenía que llegar al otro lado pronto.
No vio más rastro del daimión aquel día, esperaba
que hubieran dado aquella zona por controlada y que
no volvieran.
Por la noche, se dejó caer en otro agujero del
camino de ascenso y durmió como un tronco. Ya no
le molestaban ni el frío ni las rocas.
Llegó sin excesivos problemas a Dromos un par de
días después, allí pudo intercambiar algunas cosas,
que robó de la casa Urs, por dinero y elegir la
dirección a la que iba a ir. Sería un viaje largo, pero
no estaba preocupada.
Sintió algo de vergüenza al recordar la primera vez
que se había embarcado en un viaje sola y lo que
había hecho mal, pero también orgullo, al darse
cuenta de todo lo que había aprendido.
Consiguió hacer que el dinero aguantara más,
siguió a artistas ambulantes buscando refugio y
574
cuando no, sabía de buenos sitios donde pasar la
noche sin molestias. El viaje transcurrió sin
demasiados incidentes y, algunas semanas después de
salir de las laderas de la gran montaña de Entión,
llegó a las de Ankira.
UrsHadiic conocía la casa de Sofía, era el mejor
sitio que se le había ocurrido para esconderse, si
volvía a buscarla, estaba segura que recordaría el
lugar.
‹‹Si vuelve a buscarme…››
Y si no, podría apañárselas una larga temporada
con lo que había por allí. Era lo más parecido a un
hogar que tenía en aquella Isla.
Llegó al claro por uno de los atajos, no quería
atravesar el pueblo, igual se estaba volviendo tan
huraña como la vieja Sofía.
Al llegar todo estaba más o menos igual. Algunos
arcones se encontraban más rotos, se habían caído
hojas y tierra sobre el pequeño pozo y lo habían
dejado medio atascado, tardaría toda una mañana
para limpiarlo y que estuviera de nuevo
aprovechable.
575
Por lo demás, estaba exactamente como lo
recordaba.
Suspiró al entrar en la casa, nadie la había usado
desde que murió Sofía... pero sabía que la mujer se
iba a enfadar si dejaba la madera pudrirse sin ser
aprovechada, así que se puso a limpiar y a
adecentarlo todo, para trasladarse allí y dormir bajo
techo aquella noche.
Antes de que se hiciera completamente oscuro,
bajó hasta el cementerio a presentar sus respetos a la
antigua señora del lugar. Habían empezado a salir
tímidos brotes verdes de entre la tierra y alguien
había limpiado la estatua del daimión.
¿Serían los aldeanos?
A la mañana siguiente, siguió con la limpieza y
buscó una de aquellas estatuas de terribles daimiones
de boca abierta que pudiera mover un poco. Luego
empezó a excavar bajo ella y metió dentro la caja con
la Corona de Daia. Volvió a cubrirlo con tierra y dejó
caer (la estaba sujetando en alto con cuerdas) la
estatua en su sitio.
Allí estaría bien.
576
¿Quién iba a sospechar de aquel lugar?
Pensó en Baal, probablemente aún viviendo en lo
alto de la montaña. No creyó oportuno decirle nada,
no se fiaba de cuál podía ser su reacción, pero pensó
en subir algún día a saludarle y llevarle comida, darle
las gracias por lo útil que habían sido sus enseñanzas
y, con un poco de suerte, igual le contaba qué había
pasado entre Sofía y él.
577
Capítulo 23 Un viejo conocido
Pasaron varias semanas, las semanas
transformaron en un mes, luego en otro.
se
Empezó a impacientarse.
Un día, apareció un desconocido.
Venía del camino principal, diciendo ‹‹hola, hola››
constantemente, como si quisiera hacer ver que no
subía con malas intenciones.
Melia sospechó, sin embargo, sonaba forzado.
―Hola, ¿eres Melia?
Le miró de arriba abajo: era joven, moreno, no muy
alto, parecía simpático.
578
―¿Quién eres?
―Me llamo Calos, me envía Gerón para buscarte.
―Oh, ¿de verdad?, qué bien. Ven, siéntate, te
prepararé algo caliente, seguro que has pasado frío en
la montaña.
―Oh, gracias, estoy bien...
El joven se sentó, puso agua a hervir y preparó una
infusión.
―¿Cómo sabe Gerón que estoy aquí?
―Umm, preguntando, averiguó que te escapaste
otra vez y ha estado buscándote, los del pueblo
dijeron que habías vuelto aquí.
―Qué bien... toma, que no se te enfríe.
―Gracias.
Entró en la casa y salió con un cuchillo, se lo
colocó delicadamente al chico en el cuello.
―¿Y cómo saben los del pueblo que estoy aquí?
No he bajado hasta allí ni una sola vez desde que
regresé.
Calos se quedó quieto.
579
―E... ¿es un cuchillo?... no voy a hacer nada, en
serio, me envía Gerón...
―Pues dime cómo sabéis que estoy aquí y que me
he escapado varias veces.
―Nn... no lo sé, el daimión mencionó algo, pero el
señor Gerón lo sabe, sabe muchas cosas... Solo me
envió a buscarte.
―¿Dónde está el daimión?, ¿y por qué no ha
venido Gerón en persona?
―Ah... no estoy seguro, tenía algunas cosas que
hacer, también estaba buscando al daimión, creo que
lo encontró, pero... no sé más...
Le apartó el cuchillo, estaba bastante asustado y
sonaba convincente.
―¿Y por qué no me has dicho eso desde el
principio?
―El señor Gerón me dijo que no mencionara a la
bestia... igual intentabas escapar de nuevo...
Melia estaba a punto de reírse. ¿Creía que
intentaba esconderse de UrsHadiic? Gerón no sabía
tantas cosas entonces.
580
―Muy bien―dijo más tranquila―, si el señor
Gerón lo pide, iré con él.
El joven sonrió, aliviado.
―¿De verdad?, oh, gracias.
―Pero no vuelvas a ocultarme cosas... eh, Calos, si
es ese tu nombre.
―Sí, lo es.
―Muy bien, ¿cuándo partiremos entonces?
―Cuando esté preparada.
―Mañana al amanecer, puedes dormir en
cualquier esquina, pero no te acerques a las estatuas,
a veces se despiertan y muerden.
Calos hizo como si quisiera reír y luego lanzó una
mirada nerviosa alrededor suyo. La gente no se
acostumbraba al claro a la primera.
―¿Y qué es de Gerón?, ¿por qué fingió estar
muerto?
―Umm, no conozco los detalles, el Consejo quería
quitarle poderes... bueno, ya se los ha quitado de
todas formas, y el señor Gerón está planeando una
581
forma de restaurar su poder, no estoy seguro cómo,
nunca dice más que lo que necesita ser dicho, es un
hombre inteligente.
―¿Trabajas para él?
―Más o menos, me paga, pero soy fiel suyo, aún
creo en la monarquía, ellos podrán sacarnos de esta.
―¿...de esta?
―Ethlan puede volver a ser grande con una buena
organización y sin esos avariciosos ánforos
destruyéndolo todo. El señor Gerón puede hacerlo.
―Ajá...
Gerón ya tenía una llamativa luz roja sobre su
cabeza. No se fiaba demasiado de él desde que supo
que no había muerto y que muchas de las cosas que le
había dicho eran mentira, pero, en ese momento,
decidió no fiarse absolutamente de nada. Lo más
prudente era pensar en él como un enemigo.
Sin embargo, seguiría al chico, si buscaban
también a UrsHadiic podría reunirse con él. Y tenía
cierta malsana curiosidad por saber qué estaba
planeando el Príncipe de Ánax.
582
Al día siguiente partieron, con un Calos cansado y
cabizbajo, probablemente por una mala noche al aire
libre.
Sorprendentemente, Gerón y su grupo no estaba
demasiado lejos de allí. Tuvieron problemas con
‹‹algo›› (nada que ella pudiera saber, por supuesto) y
tampoco había llegado a Oon como habían planeado,
aunque más aliados esperaban allí sus órdenes. Ahora
buscaban a UrsHadiic, que hasta hacía unas semanas
no había vuelto a dar señales de vida...
Calos interrumpía a veces sus explicaciones para
añadir lo irritantes que eran los daimiones y las
carreteras tan ruinosas que tenían los inútiles de los
ánforos.
Ahora Gerón quería dirigirse de nuevo a la
montaña de Etimón, tenía algo muy importante que
hacer allí.
Melia intentó descubrir varias veces sin éxito a qué
zona de Etimón se refería, no quería arrimarse al
territorio de los Urs; pero el chico realmente no tenía
ni la más remota idea.
583
En un par de días llegaron a un pueblo medio
abandonado, no encontraron mucha gente local y
todos tenían el aspecto pobre y desconfiado de
aquellos asentamientos perdidos. Gran parte del
movimiento de la zona venía del pequeño grupo de
Gerón, que intentaba pasar desapercibido en
territorio enemigo y todos se referían a él como
Arcadios.
Se acercaron a una casa que había sido alguna vez
de color blanco, parte de su techo estaba hundido y
amenazaba con venirse abajo en cualquier momento.
Fuera, un tipo sentado en la puerta vigilaba, como si
estuviera descansando, con una capucha echada
sobre su cabeza, pero Melia se dio cuenta que no les
quitó la vista de encima desde el momento que
entraron en el pueblo.
―Soy Calos―dijo su acompañante.
―¿Es la chica?
―Sí.
―¿Te han seguido?
―No, no he tenido ningún problema.
584
Melia asomó un poco la cabeza por una de las
ventanas. Había cuatro hombres reunidos alrededor
de una mesa, completamente serios y hablando en
susurros. Reconoció a Gerón, con el rostro grave
como nunca recordaba haberle visto.
―Pasad, os esperábamos para irnos.
Calos abrió la puerta y la dejó pasar primero
amablemente. Al entrar, la cara de Gerón se iluminó
de golpe.
―¡Melia!, ¡me alegro de verte!, ¿cómo estas?
―Oh, muy bien.
Le dio un abrazo y se quedó sujetándola por los
hombros y mirando de arriba a abajo.
Se sintió muy incómoda.
―Sí, parece que estás bien, no has cambiado
mucho, sigues igual de guapa... te ha crecido un poco
el pelo.
―Sí, un poco.
585
―Estarás cansada, siéntate, te ofrecería algo para
comer, pero no tenemos mucho aquí, cuando
lleguemos al siguiente pueblo nos reabasteceremos.
―No importa, traigo mi comida.
―Oh, estupendo... De verdad me alegro de verte,
intentaré resolver tu problema pronto. Siento mucho
lo que ha ocurrido, te lo debería haber dicho antes,
pero a veces hasta las cosas que esperas te cogen con
la guarida baja.
―Oh, sí, sé lo que es eso.
―No te preocupes, estarás a salvo con nosotros,
solo tengo que encargarme de un asunto y te enviaré
de vuelta a casa.
―Está bien, muchas gracias.
Estaba siendo tan agradable y simpático como
recordaba.
El muy perro le ocultaba algo, seguro.
―Ponte cómoda, tengo que discutir algunas
tonterías sobre el viaje con mi gente.
586
Se sentó en una silla comida por las polillas y
fingió entretenerse mirando hacia fuera, pero su oreja
estaba puesta continuamente en la discusión. Solo
hablaban de regiones, caminos y pueblos, pero Melia
quería estar atenta.
Prepararon una frugal cena y, cuando la
conversación empezó a menguar, decidió que era el
momento de hacer algunas preguntas.
―¿Qué va a ser del daimión?
―Umm, mi grupo en Oon le encontró hace un par
de semanas y han conseguido retenerlo en la ciudad
un tiempo, pero dicen que está muy nervioso y que ha
estado a punto de marcharse varias veces, mandaré
un mensaje para que salgan a recibirnos antes de que
se me escape otra vez.
―¿Y por qué no contratas a otro?
Gerón se rió.
―¿No te gusta?
―Es un animal, deberías haberle pagado con carne
cruda.
587
―Sí, es posible, pero la mayoría son así y necesito
a este.
―¿Por qué?
―Oh, una tontería.
―Oh.
Iba a quedarse callada, si Gerón era tan listo no iba
a decirle nada si no quería, y si quería decírselo, se lo
diría. Si quería engañarle a conciencia lo haría mejor
fingiendo desinterés.
―Estoy buscando un objeto y, según lo que me
han dicho mis fuentes, ese daimión es el último que
consiguió verlo―continuó el príncipe, por lo visto,
iba a hablar.
Melia masticaba su cena con cuidado, si no lo
hubiera hecho, posiblemente se habría atragantado en
aquel momento.
―¿Y no puedes preguntarle directamente y ya
está?
―Umm, creo que me mentiría... ¿tú nunca se lo
habrás oído mencionar?, ¿algo sobre una corona?
588
Negó con la cabeza.
‹‹Mastica, mastica, mastica despacio››.
―¿Ha hablado alguna vez de cuándo estaba con su
familia?
―No, que se alegraba de no estar ya... por lo que
le entendí, su madre era una mujer terrible.
―Sí, posiblemente, las primeras generaciones son
algo atravesadas... ¿No sabes nada entonces?
Le miró inocentemente, bajando la cabeza e
inclinándola hacia un lado.
―No... ¿Debería?
Gerón suspiró.
―No, no importa, ya encontraré la manera de que
me lo diga... ¿carne cruda dices?
―La quema por fuera y por dentro
completamente cruda, es muy desagradable.
―¿Crees que podría sobornarle con eso?
―Posiblemente.
589
está
Poco después se retiraron a dormir, Melia le dio
vueltas frenéticamente a para qué podía querer Gerón
la Corona de Daia. Repasó varias veces todas las
conversaciones que recordaba y todas sus pequeñas
mentiras y omisiones, intentó encontrar un nexo
común, un punto que arrojara alguna luz sobre lo que
se proponía; lo único que sacó en claro, es que los
Lagos tenían algo que ver.
Salieron temprano del pueblo y caminaron de
nuevo rumbo a Etimón, a un lugar del que todavía no
sabía nada, pero que, afortunadamente, no quedaba
cerca de los Urs. Deberían encontrarse con otro
grupo que salía de Oon a medio camino, a un par de
semanas de allí.
El viaje fue lento, estaban en territorio enemigo y
procuraban pasar lo más desapercibidos posibles. Su
muerte había sido muy convincente, pero, tras no
encontrar ni rastro de su cadáver por ninguna parte,
no fueron pocos los que empezaron a olerse a
chamusquina. Gerón tenía una gran fama de
escurridizo entre sus enemigos y éstos no solo se
encontraban entre los ánforos, muchos de su pueblo
590
querían que desapareciera de verdad y estaban
dispuestos a aliarse con sus rivales para conseguirlo.
Melia fue interpretando aquello de varias
conversaciones que cazaba al vuelo, porque en
principito insistía en que todo marchaba bien, que
únicamente eran algunos descontentos los que
querían cogerlo.
Se preguntó hasta qué punto creía que era tonta.
Cuando apenas se hallaban a unos días del lugar
del encuentro con el grupo de Oon, se dio cuenta que
alguien les seguía.
Vio un grupo de artistas ambulantes y Melia fue a
saludarles inocentemente, esperando que le dieran
noticias de algunos viejos compañeros, pero los
artistas no conocían a ninguno de sus amigos.
Lo dejó estar, creyendo que quizá por aquella zona
habría grupos diferentes que no se cruzaban nunca,
aunque lo encontraba raro.
En un pueblo cercano, volvieron a encontrarse con
la misma gente y, definitivamente, supo que algo
marchaba mal con ellos. Había más artistas en aquel
momento en la zona y sus perseguidores debieron
591
creerse bien camuflados allí, pero apenas se hablaban
y saludaban con el resto, lo que para Melia era un
cartel que ponía ‹‹sospechosos›› sobre su cabeza.
Decidió decírselo a Gerón porque, aunque no se
fiaba de él, si le cogían era muy posible que ella
también acabara mal. Colaboraría por el momento.
El joven se mostró poco sorprendido inicialmente,
y volvió a repetirle que no se preocupara, sin
embargo, cuando abandonaron el pueblo y se dieron
cuenta que aquel grupo precisamente se venía con
ellos, empezó a mostrarse más inquieto.
Los supuestos artistas ambulantes no eran más que
tres, pero si les habían reconocido no tardarían en
juntarse más.
Decidieron buscar un paso, o pueblo perdido,
donde pudieran emboscarles y quitárselos de encima
antes de que llegaran los refuerzos. Después
intentarían desaparecer lo más rápidamente posible
de la zona, Gerón no quería descubrir al grupo que
venía de Oon bajo ninguna circunstancia.
Tras algunas indagaciones encontraron un pueblo
abandonado que les vendría bien, pero al dirigirse
592
hacia allí comprendieron que sus perseguidores
también planeaban algo, porque solo podían ver a
dos.
En el pueblo se dividieron en dos grupos y se
ocultaron entre las ruinas de las casas abandonadas.
―No te preocupes, Melia, tú vendrás conmigo.
Estarás a salvo.
―Quiero un puñal.
Se produjo un silencio tenso que a Melia no le
gustó nada.
―Va a haber un combate, ¿no?, y no me vais a
dejar las espadas, así que quiero un puñal al menos,
tengo derecho a defenderme.
El silencio continuó. En aquel momento solo
empezó a sospecharlo, pero más tarde supo que
después de haberse fugado (dos veces) de un daimión
y el cuento que les había contado Calos, la
consideraban una mujer ‹‹incooperante››.
Gerón sonrió por fin.
593
―Dale un puñal―ordenó a uno de sus hombres―,
así estará más tranquila. Pero ya verás como no te
hace falta.
‹‹Sí›› pensó ella ‹‹, ya lo veremos...››
Su equipo de emboscada consistía únicamente de
Gerón, otro hombre y ella. No estaba segura de
porqué eran tan pocos, sospechaba que el principito
tenía algo que ver. Se escondieron en una vieja casa
con tres pisos, en algún momento debió haber sido
una posada.
Esperaron junto a la ventana que daba a la calle
principal. De vez en cuando, el otro tipo que les
acompañaba se paseaba por las habitaciones,
comprobando que no vinieran por ninguna dirección
diferente.
Pasaron varias horas y todo permaneció en
perfecta calma.
Entonces oyeron el sonido de pies sobre el camino
de piedra.
Melia se encogió en su esquina. No tenía la menor
intención de pelear si no era absolutamente
necesario, y tampoco le iba a apetecer ver la lucha.
594
Los seguidores de Gerón se hicieron señas de un
lado al otro de la calle.
―¿Solo uno?―susurró el príncipe de Ánax a su
compañero.
¿Solo un perseguidor?, ¿qué quería decir aquello?,
¿primero desaparecía uno y luego el otro?
Entonces se oyó una voz.
―¡Gerón!, ¡imbécil de los cojones!, ¡sal de donde
estés!
Melia brincó hacia la ventana.
Reconocía muy bien aquella voz.
¡UrsHadiic!
Todos salieron despacio de
mirando arriba y abajo de la calle.
sus
escondites,
Solo estaba el daimión.
―Oh, UrsHadiic, me alegro de ver...
En cuanto Gerón apareció el daimión se lanzó a
por él, sujetándolo del cuello de la camisa, lo estrelló
contra una de las paredes de los edificios. Sus
seguidores se llevaron las manos a las espadas,
595
alarmados, pero su líder les hizo un gesto para que
las bajaran.
―¿Te crees que soy como estos monos que tienes
de comparsas?, no vuelvas a engañarme, ni a
ordenarme nada a través de terceros, si descubro que
intentas liarme en uno de tus trucos te arrancaré la
jodida cabeza.
―Te veo de mal humor.
―Hay lo menos un centenar de hombres rodeando
el pueblo en este momento, imbécil. Eres tan discreto
como un bauro con cascabeles.
―Oh... entiendo... Te has adelantado
avisarnos, muy amable por tu parte.
para
―No, me he adelantado para que no te rajen en
canal antes de que me pagues lo que me debes.
Le soltó por fin, los hombres a su alrededor
respiraron aliviados.
Gerón se colocó bien la camisa, como si aquel
ataque no hubiera tenido importancia, y, escuchadas
las novedades, se acercó a sus hombres para planear
una nueva estrategia.
596
Melia se había quedado en el marco de la casa,
nerviosa e indecisa. En aquel momento, UrsHadiic se
dio cuenta que estaba allí, sus miradas se cruzaron un
segundo, el daimión palideció e, inmediatamente,
intentó unirse a la discusión con los demás, pero a las
primeras preguntas que le hicieron solo respondió
con monosílabos.
―Muy bien―decía Gerón―, entonces creo que lo
más prudente será escabullirse de aquí mientras se
pueda. Parece que hay un camino por el este que
asciende hasta un bosque, será más difícil que nos
sigan allí.
Repasaban un viejo mapa con atención.
―Eso si no han conseguido rodear esa zona
también.
―¿Qué dices, UrsHadiic? ¿Has podido verlos?
El daimión se rascó la cabeza.
―Les he visto prepararse, ascendían desde el otro
pueblo... al sur. Es posible que esta parte aún no esté
vigilada.
597
―¿Al sur? Muy bien, vamos a confundirles un
poco... Vosotros dos y UrsHadiic os quedáis por aquí
y prendéis fuego a las casas de la zona inferior, que
es por donde deberían venir, darán un rodeo, y el
humo podrá ocultarnos... ¿que os parece?
―Tendrá que ser rápido.
―¿Y qué ocurrirá con los que nos quedamos en el
pueblo?―observó el daimión, algo escéptico.
―Umm.... nos reuniremos en esta peña marcada de
verde, si para el amanecer no estáis allí nos iremos
sin vosotros.
―Muy bonito.
―¿Qué son cien hombres para un daimión,
UrsHadiic?
―Más de lo que puedes pagar, Gerón.
―Llámame Arcadios, estoy intentando pasar
desapercibido.
―Prendiendo fuego a un pueblo... tienes un estilo
muy particular de pasar desapercibido.
―¿Algún inconveniente más?
598
―Que me pagues.
―Pues entonces nos pondremos en marcha.
Vamos, Melia. Estaremos más seguros en los bosques.
Melia fue tras ellos, volviendo frecuentemente la
cabeza atrás. UrsHadiic respondió con una mirada
inquieta, pero fue con los otros dos seguidores de
Gerón a encargarse de su trabajo.
Maldijo por lo bajo. Necesitaba hablar con él.
Urgentemente. Todo aquel circo que Gerón tenía
montado le importaba tres pimientos, solo quería
hablar con UrsHadiic.
Comenzaron el ascenso cuando varias columnas de
humo empezaban ya a elevarse por el aire. Entre
ellas, a lo lejos, pudieron ver movimiento en los
caminos.
―Están a buena distancia, podremos adelantarles
antes de que se den cuenta que nos vamos.
―¿Y los demás?―preguntó Melia.
―Encontrarán por donde huir, además, el daimión
irá con ellos.
Ya, claro, porque cien soldados eran pan comido.
599
¿Por qué no se quedaba él a luchar entonces?
Avanzaron el resto del día, huyendo por el bosque
y observando a lo lejos siempre que podían asomar la
cabeza entre la maleza. Cuando llegaron a la peña ya
no alcanzaban a ver el pueblo, aunque en el cielo aún
se percibía la humareda en el sur.
―¿Qué haremos ahora?, si saben que estamos aquí
nos buscarán de todas formas―observó Melia.
―No te preocupes, queremos ir a Etimón, una vez
lleguemos a los límites de la montaña no se atreverán
a entrar en territorio de daimiones.
Si volvía a decir que no se preocupara le iba a
clavar su aguja de abalorios en un ojo.
―¿Vamos a estar huyendo hasta entonces?
―Sí, más o menos.
―¿Y si reúnen a más personas?, si han adivinado a
dónde intentas huir podrían cortarte el paso.
Gerón alzó las cejas.
―Sí, lo sé, íbamos a discutirlo ahora, pero no
tienes que preocuparte―‹‹Grrargh››―, no tengo
600
suficiente personal ahora mismo para pelear, solo nos
queda huir.
Se sentó algo frustrada, empezaba a estar muy
harta de Gerón, estaba hasta el moño de aquella
misión que no le interesaba y que ni siquiera
entendía; y, para colmo de males, había visto a
UrsHadiic y no había podido hablar con él.
Qué demonios. Posiblemente no podría hablar con
él hasta que salieran del bosque, o llegaran a
Etimón... Gerón estaba convencido que ella y el
daimión se llevaban muy mal y prefería seguir
manteniéndole engañado. Si él se guardaba cosas, ella
también.
Por la noche se medio acostaron sin encender
ninguna hoguera, había dos hombres haciendo
guardia, pero Melia se mantenía con un ojo y las dos
orejas abiertas.
Era de madrugada cuando oyeron pasos entre la
maleza.
―¿Quién está ahí?―preguntó uno de los hombres,
reconoció a Calos.
601
―Tú madre―respondió uno de los recién llegados,
reconoció a UrsHadiic.
Comenzaron a incorporarse y a hacer preguntas al
grupo que llegaba.
La misión había tenido éxito, no les seguían, los
soldados habían tenido que detenerse y dar la vuelta
por el fuego. Posiblemente, a aquellas alturas aún
debían estar rascándose la cabeza, preguntándose qué
había pasado. Solo había un problema: eran más de
cien.
Según intentaban huir, vieron más soldados
acercándose alertados por el fuego desde el norte.
Muchos soldados.
―¿Y con muchos queréis decir...?
―Queremos decir que podrían rodear este bosque
si quisieran y no dejar salir un mosquito sin su
permiso.
―Ummm... dejad que piense un momento.
Todo el mundo miraba expectante a Gerón,
excepto Melia y UrsHadiic, ninguno de los dos se
602
mostraba muy impresionado con él, aunque tenía que
reconocer que sabía planear las cosas. A su manera.
Melia estaba segura que ‹‹su manera›› no tenía
porqué incluir necesariamente que todos salieran
vivos de allí.
Esperaron al amanecer para consultar el mapa. Sin
saber por dónde podrían atacar o, incluso, si
realmente rodearían todo el bosque, la decisión de
qué camino seguirían para huir se basó en encontrar
el lugar más alejado por el que había menos
posibilidades de ser atrapados.
―Tendremos que ir a Etimón rápido, quiero que
uno de vosotros se escabulla y vaya lo más
velozmente posible hasta donde está el grupo de Oon
y le digáis que continúen sin nosotros y sin mirar
atrás. Tienen que salir de aquí antes que los
descubran también. Nosotros seguiremos por el
camino que rodea este valle. ¿De acuerdo?
Nadie dijo nada. Eligieron a Calos para el trabajo
de enviar el mensaje, ya que era el más joven y
rápido, y sabía confundirse muy bien entre la gente.
Los soldados ánforos iban a tener que estar muy
despiertos para cogerle.
603
Melia empezó a preocuparse por el interés que
tenía Gerón de que no descubrieran al otro grupo.
¿Qué estaría guardando?
Al ponerse todo el mundo en marcha, quiso
acercarse a UrsHadiic, pero el principito quería
tenerla cerca ‹‹por su seguridad››. Y al daimión lo
envió en cabeza.
604
Capítulo 24 Huida
Acabaría matando ella misma a Gerón y
entregándoselo a las autoridades. Podría vivir muy
bien durante muchos años con la recompensa por su
cabeza.
La mayor parte de su cerebro no se tomaba
aquellas consideraciones en serio, pero había una
muy pequeñita que empezaba a perder la paciencia de
verdad.
Siguieron aquel camino durante dos días,
avanzaban con lentitud pues no estaba muy
transitado, era malo y tenían que detenerse a menudo
para vigilar que no caían en alguna trampa. Se
cruzaron con casas perdidas cuyos propietarios les
605
lanzaron miradas asesinas y no ofrecieron excesiva
hospitalidad precisamente.
Cuando comenzó a adivinarse el final del bosque,
se cruzaron con una patrulla. Estaban tan
sorprendidos de encontrarlos allí como ellos y,
aunque eran cerca de una treintena de soldados, no
se mostraron muy animados a luchar.
El grupo de Gerón intentó esconderse de nuevo en
la maleza mientras los soldados se organizaban.
―Parecen nerviosos, quizá podamos librarnos de
ellos sin combatir, ¿qué dices UrsHadiic? Estoy
seguro que con un pequeño susto saldrán corriendo
como conejos.
―No lo creo, y es la única ropa que tengo y me
gusta.
―¿Prefieres que muera alguien?
―Prefiero que muevas tú el culo para variar, ¿de
verdad vas a pagarme todo lo que me debes o estás
esperando que me maten?
―Te pagaré, no te preocupes... Está bien, vamos a
asustarles un poco. Vosotros, acompañadme. Melia,
606
quédate en la retaguardia con UrsHadiic. Solo será un
momentito.
―Oh... bueno, si es solo un momentito...
Gerón y sus seguidores avanzaron hasta los
soldados. Melia fue tras ellos unos metros para
asegurarse de que se iban, mientras lanzaba miradas
al daimión, preguntándose si sería un buen momento
para hablar; posiblemente no, pero era lo más cerca
que habían estado de quedarse juntos en mucho
tiempo.
UrsHadiic se acercó a ella, le rozó el brazo y sintió
como sus dedos la buscaban, se sujetaron las manos
durante un momento.
―¿Qué haces
susurrando.
aquí?―preguntó
el
daimión,
Fue a responder cómo Gerón la había encontrado,
pero antes de decir nada se dio cuenta que no era
aquello lo que interesaba al daimión, si no por qué no
había regresado a su casa, fuera de Ethlan, y no
encontró las palabras.
―No importa, me alegro de verte―continuó.
607
Melia sonrió, sintiéndose enrojecer.
Entonces comenzó la batalla.
Los fieles de Gerón gritaron y corrieron hacia los
soldados, que se lanzaron al ataque con confusión al
ver avanzar al enemigo siendo tan poco numerosos.
De pronto, los fieles detuvieron su carrera y se
colocaron a la defensiva, recibiendo a los primeros
soldados con sus espadas.
Una fuerte luz iluminó entonces la batalla, como
un rayo de tormenta surgiendo de la tierra. Varios
soldados cayeron del golpe y el resto retrocedió
sorprendido.
Quienes luchaban también intentaron echarse
atrás, un segundo haz de luz hizo que varios árboles
se agitaran y cayeran, atrapando a muchos y haciendo
que los que aún dudaban huyeran.
―¿Eso
alucinada.
ha
sido
Gerón?―preguntó
Melia,
―Sí, es un maestro de la goeteia y un cabronazo
integral.
608
Por lo que a ella respectaba, no lo iba a poner en
duda. Apenas había visto moverse al príncipe de los
Ánax y él solito había conseguido que una treintena
de soldados cayeran o salieran huyendo presas del
pánico.
¿Y ella hubiera podido aprender a hacer aquello?
Se maldijo por no haber hecho caso a Baal y no
haber intentado estudiar los símbolos de la goeteia.
Pocas horas después, descubrieron que un grupo
aún mayor les seguía y tuvieron que poner pies en
polvorosa hasta bien entrada la noche, mientras
UrsHadiic intentaba guiarles por nuevos bosques y
caminos.
Todo el trayecto hasta Etimón fue una carrera
continua plagada de incidentes. Apenas tenían
tiempo para descansar escondidos entre la maleza, en
cuevas o bajo grandes peñas.
Tuvo la oportunidad de ver un nutrido repertorio
de lo que Gerón podía hacer, con tan pocos hombres,
y UrsHadiic no muy colaborador a la hora de pelear,
hasta el principito tenía que tomarse la molestia de
hacer algo: con un vago movimiento de brazo del
609
líder Ánax vio filas de soldados que caían como si les
hubiera empujado un huracán, rayos que brotaban
del suelo y mataban a pobres infelices en el acto,
temblores de tierra y árboles y piedras que se
abalanzaban sobre sus perseguidores.
Ya no le sorprendía que la gente de ambos bandos
quisiera cazarle a cualquier coste. Tanto poder en un
hombre egoísta e imprevisible era una bomba de
relojería.
Y había otra cosa que comenzaba a molestar a
Melia y acabó ocupando gran parte de sus
pensamientos:
¿Por qué estaba ella allí?
Súbitamente, se dio cuenta que ya no se creía que
su llegada a Ethlan había sido un accidente.
Era otra mentira, estaba segura.
Observando el escaso interés que Gerón parecía
sentir por la vida de los demás, se preguntaba por qué
la llevaba como si fuera un preciado tesoro.
¿Qué querría de ella?
610
Aquello no le gustaba nada y empezó a perder
interés por lo que Gerón planeaba, tenía la
apremiante sensación de que debía alejarse de él,
pronto.
Llegaron por fin al límite de la tierra de los
daimiones, más adelante se alzaba, oscura y
gigantesca, Etimón, rodeada de abruptos valles y
montañas.
Melia vio el cañón que le resultaba familiar y
consideró con inquietud si no estarían demasiado
cerca del territorio de los Urs.
Fingiendo algo de inocencia, inquirió sobre el
asunto a Gerón.
―Es la Tierra de Nadie, o la Herida de Ethlan,
apareció cuando la Isla se hundió―dijo, refiriéndose
a la Caída―. Al principio dicen que un río de fuego
corría por el fondo. Recorre prácticamente todo el
perímetro de la cordillera. Al otro lado empiezan las
tierras de los daimiones y es donde nos espera
nuestro grupo. ¿Estás cansada?
―No, estoy bien.
611
―Me alegro, la subida por la montaña va a ser
agotadora.
―¿Qué hay arriba?
―Oh... un templo, vamos a dejar algunas cosas
guardadas allí.
―Muy bien.
En lo alto de la montaña era donde, según las
historias, Daia estaba enterrada, era su templo. ¿Qué
asuntos podía tener Gerón allí?
Cruzaron el cañón con rapidez, el aire seguía tan
seco y desagradable como recordaba y el agua fue un
problema hasta el otro lado. Hasta Gerón se mostraba
más hosco de lo habitual.
El otro grupo les esperaba en una honda llanura,
con un pequeño lago en su centro. Al verles les
saludaron con alegría, aunque no tanta como con la
que recibieron el agua del lago.
Melia contó más de una treintena de seguidores
más, había hombres y mujeres, y un crío que rondaría
los catorce años (o su equivalente allí). Todos fieles a
Gerón.
612
Sintió cierta lástima por ellos.
Mientras la gente se entretenía saludándose,
descubrió una caja de madera rectangular y semi
cubierta por telas. Se acercó a curiosear qué podría
ser, pero, sin haberse dado cuenta de que estuviera ni
remotamente cerca de ella, Gerón la cogió del brazo
antes de que hubiera podido inclinarse siquiera.
―No, deja eso.
Estaba sonriendo, pero se le veía algo tenso.
―¿Qué es?―preguntó poniendo una de sus caras
de absoluta inocencia que había conseguido
perfeccionar.
―Nada, un objeto muy importante.
―¿Es la corona esa que decías?
―No, pero casi, es igual de importante a su
manera.
―¿Hace algo?
―Puede ser un arma, pero solo son capaces de
usarla los que poseen goeteia, para los demás es
peligroso, así que no te acerques mucho.
613
―Oh, vaya, lo siento, gracias por decírmelo.
La estaba mintiendo, para variar. Ahora tenía que
imaginar qué era aquello y lo que hacía realmente.
Solo por precaución, de momento observaría de lejos.
Se tomaron el resto del día de descanso y Melia
intentó ignorar el paquete, para que Gerón se
apartara un poco de ella. Le agobiaba tenerlo
constantemente encima, y cuando él estaba cerca,
UrsHadiic ni siquiera se molestaba en acercarse.
Al día siguiente, en cuanto se iluminó el cielo, se
pusieron en marcha hacia lo alto; donde una oscura
montaña cuyo pico atravesaba las nubes los estaba
esperando.
Con un grupo tan grande, la comida empezó a
flojear en menos de una semana. Tuvieron que
detenerse y buscar alimentos en la zona.
Melia hizo un repaso a sus cosas, contando las
pocas provisiones que llevaba encima. Gerón se había
sentado a pocos metros, él no tenía provisiones que
contar porque para empezar ni siquiera se molestaba
llevar nada. Otros eran los elegidos a portar su regio
equipaje.
614
Vio cómo UrsHadiic se acercó hasta él.
―Necesito ayuda―le dijo a Gerón.
―¿Por qué?
―No pienso alimentarme de vuestras asquerosas
plantas, quiero carne, voy a cazar algo, pero necesito
a alguien que me ayude.
Melia sonrió.
―Yo podría, no sé qué hacer...―dijo mirando al
príncipe, que, obviamente, no se iba a ofrecer
voluntario.
―Mmm... ¿Estás segura?
―Mientras no la cocine él...
―Está bien, a ver si encontráis algo.
Melia se puso en pie y siguió a UrsHadiic hacia la
maleza. Volvió la cabeza a menudo para comprobar
que Gerón se mantenía en su asiento, si sospechaba
de ellos no quería que se hiciera invisible y los
sorprendiera, pero se mostraba absolutamente
indiferente. Lo último que le vio hacer fue coger un
cuenco con agua que el joven adolescente le ofrecía.
615
―¿Qué has hecho con la Corona?―preguntó de
pronto el daimión.
―Está escondida, Gerón la busca.
―Ya lo sé, por eso te lo pregunto, creía que te
habrías ido de vuelta a tu hogar, pero volviste y luego
te evaporaste otra vez. UrsLeil me dijo que te
escapaste al norte, imagino que sería Oon y cuando
voy allí me dicen que estás con Gerón...
―Fui a casa de Sofía. Allí me encontró un
mensajero de Gerón y me dijo que estabas con ellos y
les seguí... no podía irme a casa, tenía que hablar
contigo.
―¿Hablar conmigo?
Dudó un momento, mirándole a los ojos. Tenía
muchas cosas que decirle, pero todas le resultaban
complicadas de explicar.
―...lo siento.
―¿Por qué?
―Te dejé tirado.
―¿Cuándo?
616
―Cuando me fui, hace mil años, estabas muy mal
y lo único que hice fue dejarte allí y salir huyendo.
El daimión inclinó la cabeza a un lado y la sacudió.
―Eso fue hace mucho, no importa.
―Para mí no hace tanto.
―Estoy bien, he pasado cosas peores. Si no
recuerdo mal, yo te pedí que te fueras. Estamos en
paz. ¿Era eso?, ¿es lo único que te preocupa?
―...no.
Cogió aire, preguntándose si de verdad valía la
pena.
―¿Ocurre algo?
―Es solo... que entonces no podía decirlo, porque
no era del todo cierto, pero ahora... probablemente
sea muy tarde...
―¿El qué?, dilo...
―Es una tontería...
―Dilo.
―No creo que te importe ya.
617
―Has preferido volver aquí a hablar conmigo a
irte a casa, y ¿ahora no dices nada?
Volvió a coger aire. Muy bien, allá iba.
―Es que no quiero irme, quiero quedarme aquí,
contigo... Te quiero.
Soltó aire.
No había sido tan terrible, ¿no?
La expresión de UrsHadiic se tornó de confusa a
ausente, le hizo recordar a su versión más joven y
más idiota.
El leve fruncimiento de ceño le dijo que estaba
regresando.
―¿Es… una broma?
Sintió como si algo la golpeara en el pecho.
―...no es una broma. ¿Crees que bromearía con
algo así?
―No, no, perdona, pero tú… ―le vio llevarse una
mano a la cabeza y masajearse las sienes― ¿Soy yo el
tipo del que hablabas?, cuando me dijiste que había
otro... ¿era yo?
618
Melia asintió con la cabeza.
―No sé cómo explicar...
―No, no me interesa ahora.
Se inclinó sobre ella y la abrazó. Melia sintió que
iba a ponerse a llorar.
―¿UrsHadiic...?
―¿De verdad te quedarás conmigo?
―Sí.
Sintió que él temblaba, ¿lloraba también?,
¿UrsHadiic aún la quería?, ¿cómo era posible?, ¿de
verdad estaba ocurriendo aquello?
Cuando sintió que su respiración se tranquilizaba
un poco se separó de él, mirándole a los ojos.
―Pero...tengo una condición.
El daimión frunció el ceño, preocupado.
―¿Cuál?
―Tienes que pedírmelo tú.
―¿El qué?, ¿que te quedes?
619
―Sí.
Le colocó una mano en la cara y se inclinó hacia
ella hasta que sus frentes se encontraron.
―Te quiero. Quédate, por favor.
Sonrió, mientras notaba que las lágrimas volvían a
asomar, y le besó.
Era feliz. Era tan feliz.
Notó que UrsHadiic le pasaba la mano por la
cabeza y que algo le tiraba, al tocar sintió la horquilla
de piedra roja en el pelo.
―Es tuya, la estaba guardando... por si volvías...
―¿De verdad creías que volvería?
―No, pero era feliz imaginando que sí.
―¿No se te pasó por la cabeza que me refería a ti
cuando dije que quería a otra persona?
―No soy otra persona, era yo. ¿Cómo esperas que
me imagine eso?
Sonrió con tristeza, sin saber qué responderle. Le
acusaba de ocultarle cosas y ella misma terminaba
620
cometiendo terribles errores por no pensar en lo que
él podía haber sentido.
No tenían mucho tiempo para quedarse juntos,
aunque estaban solos, había gente buscando comida a
su alrededor y podrían tener un encuentro incómodo
en cualquier momento.
Se separaron con desgana y comenzaron a pasear
erráticamente por el bosque, sin ser capaces
realmente de despegarse mucho el uno del otro. Melia
confesó todo lo que le inquietaba aquella situación y
la desazón que tenía respecto a Gerón.
UrsHadiic no dijo nada, solo asintió con la cabeza.
―Déjame tu cuchillo un momento.
―¿Para qué?
―Bueno, vamos a cazar algo.
―¿Lo dijiste en serio?
―Claro, tengo hambre.
―Pensaba que era una excusa para hablar
conmigo.
―También, puedo hacer las dos cosas, ¿no?
621
No pudo evitar reírse.
El daimión cogió una rama de un árbol, más o
menos recta, la afiló con el cuchillo y miró a su
alrededor.
―¿Ves aquellos arbustos?
―Sí.
―Acércate por detrás y sacúdelos, a ver qué sale.
―Muy bien.
Consiguieron volver al campamento con dos
conejos, una perdiz y un bicho grande y feo que
parecía una rata gigante, pero que le dijeron estaba
en realidad emparentado con los cerdos.
No era mucho para aquel grupo, pero serviría para
ir tirando.
Al volver tuvo que aguantar de nuevo la asfixiante
proximidad de Gerón, le hizo varias preguntas
respecto a la salida de caza, algunas le resultaron
incómodas, pero estaba segura de que no sospechaba
nada.
622
De nuevo en marcha, intentaba buscar a UrsHadiic
con la mirada más veces de las que podía controlar,
esperando descubrirle haciendo lo mismo.
Por la noche acamparon en un lugar estrecho entre
algunas peñas. Tenían siempre un par de vigías
controlando, aunque no esperaban encuentros
desagradables allí, no sabían hasta qué punto podían
estar siguiéndolos aún, incluso en territorio daimión.
Los enemigos de Gerón estaban muy determinados a
darle caza.
Melia se acostó con un montón de pensamientos
felices, recordando la conversación con UrsHadiic y
recreándose en todas y cada una de sus palabras y
expresiones.
El mundo era súbitamente tan hermoso.
UrsHadiic la quería de verdad, no se había
equivocado al volver con él.
Estaba completamente dormida cuando sintió que
alguien le tapaba la boca. Se despertó sobresaltada y
se encontró los ojos brillantes del daimión.
Le hizo un gesto para que mantuviera el silencio y
mirara hacia arriba.
623
Incorporándose poco a poco, Melia observó a su
alrededor, sin entender lo que UrsHadiic quería
decirle. Lo que sí vio era que él llevaba su bolsa
encima.
Volvió a mirar y entonces comprendió: los
vigilantes no estaban.
El daimión hizo un gesto con la cabeza: ‹‹Ven››.
Con cuidado, Melia recogió su manta y su bolsa y
le siguió. Su compañero le dio la mano, aunque podía
ver relativamente bien.
Caminaron con cuidado hasta el extremo del
campamento, donde se encontró uno de los vigías en
el suelo. Miró interrogativamente a su compañero y
éste hizo un gesto poniendo una mano junto a su
cara. ‹‹Duerme››.
Prefería no saber lo que había hecho para
conseguirlo.
Descendieron por un camino de bosque iluminado
por la Luna Llena. Al principio caminaron despacio,
intentando no hacer ruido, pero, a medida que se
alejaban, aumentaron la velocidad hasta que
acabaron corriendo sin razón alguna.
624
Llegaron jadeantes a una gran roca negra que
sobresalía de la montaña. Melia podía ver a sus pies
los valles y montañas por los que acaban de subir e,
incluso si se esforzaba, muy a lo lejos, estaba la
Tierra de Nadie. Era una visión magnífica, pero no
había salida por allí.
―¿A dónde vamos?
―¿No decías que no te fiabas de Gerón?, ¿no
prefieres que nos marchemos?
Sonrió. ¿Se estaban fugando?
―Sí, pero ¿a dónde vamos?
―Ah, no sé, ya lo hablaremos, un lugar perdido de
momento. ¿Te parece bien?
―Me parece perfecto, ¿...qué haces?
Se estaba desnudando.
―Desnudarme.
―No, eso ya lo veo.
―Podemos salir de aquí corriendo y tropezando
con todos los árboles del mundo, o podemos
desaparecer en el aire.
625
―¿Estás seguro?, ¿no será peligroso que te vean?,
¿no es este territorio de daimiones?
―Nah, nos vamos de aquí, no me perseguirán si
me marcho. Nadie me reconocerá en este territorio.
Guarda mis cosas, por favor, es lo único que voy a
tener para vestirme una temporada.
Continuó sonriendo como una boba mientras
guardaba sus pertenencias en la bolsa.
―Ahora sujétate a mi espalda, ¿recuerdas lo que te
dije la última vez?
―Sí.
―Muy bien, pues agárrate fuerte.
No había espacio suficiente en la roca para
transformarse, ni para coger impulso, pero no se dio
cuenta del detalle hasta que UrsHadiic saltó al vacío
con ella detrás.
Lo que en un principio fue una terrorífica caída,
con el viento frío clavándose hasta sus huesos, se
detuvo súbitamente, sintiendo cómo su cuerpo se
comprimía un momento contra algo cálido.
626
Cuando se atrevió a abrir de nuevo los ojos,
estaban volando.
Retrocedió hasta la zona más segura de la espalda,
rodeada de aquellas plumas suaves y acogedoras. Se
abrazó a ellas, protegiéndose del frío de la noche.
Con el viento silbante pasando raudo bajo sus alas,
se alejaron de la ominosa montaña, cruzando varios
campos, hasta que alcanzaron el mar.
Sobre su cabeza ya no había nada más que la Luna
Llena y la infinita multitud de estrellas que nunca
había visto en su mundo. Todo era tan grande y
cercano que estaba segura podrían alcanzarlas si se
elevaban un poco más.
Sentía como si no existiera nada más en el mundo
que las estrellas y ellos.
Miró hacia el frente, el mar negro lanzaba rápidos
destellos según pasaban. Se acercó de nuevo al cuello
y oyó como UrsHadiic ronroneaba.
―Estoy bien, solo voy a asomarme un poco―le
dijo.
627
Su vuelo era mucho más estable que la última vez,
estaba segura que podría andar desde su cabeza hasta
el nacimiento de la cola sin problemas, pero prefirió
no intentarlo. Se conformó con asomarse a
contemplar el mar.
A lo lejos, la niebla que contenía aquel mundo se
mostraba fría y fantasmagórica como siempre, había
algo inquietantemente silencioso en ella, como si solo
al mirarla sus sentidos quedaran taponados, le daba
escalofríos.
Volvió su atención a las olas.
UrsHadiic debió notar su interés y descendió,
hasta que sus garras casi rozaban la superficie.
El agua era oscura, las olas se elevaban y
balanceaban a su propio ritmo, hacia la Isla, sus
playas y acantilados, donde iban a romper.
Vio hogueras y humo, y un pequeño pueblo de
pescadores. Estaban ya lejos de la tierra de los
daimiones.
Estaban muy lejos de todo.
628
Un estremecimiento la sacudió y se abrazó de
nuevo a las plumas, sintiendo el calor que daban.
―Te quiero―dijo, acariciando su espalda.
Entonces oyó un sonido profundo y dulce, le
recordó a la flauta curvada que tocaban en la Isla.
Venía de UrsHadiic.
―¿Haces tú ese sonido? Es bonito.
Lo repitió. Los daimiones podían cantar cuando
estaban contentos, pero era algo que nadie había oído
en milenios.
Solo ella.
Volvieron a tierra, volaron sobre más campos y
frente a ellos se levantó una montaña en forma de
aguja, al acercarse más, vio varios edificios de gran
tamaño en ruinas. UrsHadiic se posó en lo alto de
uno de ellos.
Al bajarse, Melia comprobó que a su alrededor
todo estaba desierto. En el horizonte solo se
distinguía los redondeados perfiles de un gran bosque
y el mar.
―¿Dónde estamos?
629
―Un antiguo templo, el hogar de una primera
generación, cuando la Isla estaba aún en Geo. Nadie
viene jamás por aquí desde que su propietario se fue
con sus cosas y los locales saquearon lo demás.
―¿Cómo conocías este sitio?
―Una vez tuve una misión que incluía cruzar a
territorio Ánax sin ser visto, volé por los límites de la
costa y vi este pico. Pensé que sería un buen
escondite si un día me hacía falta.
―Así que aquí solo estamos nosotros, ¿no?—dijo
sujetándole de la cintura.
―Sí, solo nosotros…
630
Capítulo 25 El retorno de la Corona
UrsHadiic no dijo de qué conocía aquel lugar o
cuántas veces había estado antes, pero durante
muchas semanas fue el escondite perfecto.
El viejo templo crecía sobre un alto y abrupto pico
pegado al mar, en el sur, una línea de vegetación
costera y arena blanca nacía desde donde el talud de
la montaña se suavizaba hasta donde llegaban las olas
a romper. Melia eligió para dormir una habitación en
los últimos pisos del templo, allí aún podía oler la sal
en el aire y oír el graznido de las gaviotas. Le
gustaban las vistas al mar, aunque la tétrica franja de
niebla blanca que separaba la Isla de toda demás
existencia en ocasiones la incomodaba.
631
El terreno en el resto de direcciones consistía de
un espeso bosque poco transitado, ocasionalmente
subían algunos leñadores a sus lindes, pero, por lo
demás, sus únicos vecinos eran pequeñas gacelas,
jabalíes, liebres, zorros y una pantera que consiguió
robarle a UrsHadiic una liebre en una ocasión en la
que el daimión estaba distraído.
UrsHadiic se enfadó mucho y rezongó durante
días, hasta que Melia tuvo que pedirle de forma
brusca que se callara de una vez. Por toda respuesta,
el daimión se enfadó más y decidió largarse para
cazar a la pantera, desapareció varios días, a la vuelta
no trajo pantera, y una Melia furiosa le recibió.
―¿Te crees que puedes largarte así?, ¡¿solo por
una pantera?!
―Me quitó la liebre, podría darnos problemas. ¿Y
si te ataca a ti?
―No digas que fuiste a buscarla por mí, dejarme
sola varios días sin saber cuándo volverás no me hace
sentir más segura así que encima ni se te ocurra decir
que lo hiciste por mí.
632
―¡Bien!, pues lo hice por mí, ¿de acuerdo? Me
apetecía matar una pantera.
―¿Y para eso tienes que largarte sin decir
prácticamente nada?
―¿Qué quieres que te dijera? Me dijiste que me
callara.
―Te dije que te callaras porque estabas
continuamente refunfuñando como un crío, me
estabas hartando.
―Pues mejor que me fuera, ¿no?, así no tienes que
aguantarme.
La discusión se alargó absurdamente hasta que a
ninguno se le ocurrió qué responderle al otro,
terminaron en silencio, ambos enfadados y ambos
absolutamente insatisfechos con la situación, pero
viéndose incapaces de solucionarla. Sin embargo,
Melia aceptó la riña con relativa tranquilidad, una
situación poco agradable, pero no inesperada
conociendo al daimión y el carácter de ambos.
Al día siguiente se encontró sola de nuevo, se llevó
una mano a la cara, frustrada, y se preguntó de qué
forma podría convencer a UrsHadiic de que
633
abandonara el asunto de la puñetera pantera y dejara
de largarse sin avisar.
Poco después apareció su compañero. La expresión
de su cara se había suavizado, lo que solía ser una
buena noticia, Melia esperó a que diera alguna
explicación, porque daba la impresión de que algo
había cambiado respecto a su estado de ánimo del día
anterior.
Tardó un poco, pero ,finalmente, se decidió a
hablar.
―¿Quieres marcharte?
―¿A dónde me voy a marchar?—preguntó,
perpleja, sin comprender la pregunta.
―A tu casa, a tu mundo.
Aquello dejó aún más perpleja a la humana.
―No… claro
marcharme?
que
no…
¿por
qué
―No lo sé, igual ya no quieres estar aquí.
634
querría
Melia frunció el ceño, haciendo un esfuerzo por
entender qué podía estar pasándole por la cabeza a
UrsHadiic.
―No me voy a ir por una estúpida pelea, ¿lo dices
en serio?
El daimión no respondió.
Se acercó a él y le dio un abrazo.
―No me voy a ir porque refunfuñes un poco.
―¿Y si refunfuño mucho?
―Preferiría que no lo hicieras.
―Entiendo.
Las riñas no eran habituales, pero ocurrían.
UrsHadiic seguía irritándose con relativa facilidad
por asuntos que Melia encontraba absurdos y ella
perdía la paciencia de vez en cuando. La humana lo
asumía como parte de su convivencia, pero el
daimión parecía esperar que todo tendría que
marchar siempre bien, si no se ponía aún más
nervioso y hacía aquellas tonterías como marcharse
sin decir nada.
635
Melia sospechaba que UrsHadiic aún temía que
fuera a dejarle, no importaba las veces que había
intentado tranquilizarle al respecto. La idea de verse
abandonado de nuevo agitaba al daimión como nada
más lo hacía, cada riña temía que se convirtiera en la
última y ella se veía frustrada a la hora de
convencerle de que no iba a ser así, esperaba que
fuera algo que el tiempo curara.
De cualquier manera, estar a solas durante
aquellas semanas estaba ayudando mucho a mejorar
la actitud del daimión: no recibía insultos, ni miradas
de medio lado, no tenía que preocuparse por estar
alerta. Aprendió a bajar la guardia y a hablar de cosas
que nunca se hubiera atrevido a mencionar antes.
Era un alivio ver a UrsHadiic sincerándose con
ella, pese a que le mostraba toda la tensión y el miedo
con la que había convivido todos aquellos largos
años.
―¿Puedo saber qué tengo ahora que no tuviera
hace mil años?
Melia sonrió por la pregunta, sabía que había
estado inquietando a su compañero y no se había
atrevido a hacerla hasta entonces.
636
―Eres… más listo—dijo.
―Oh... muy bien, ya lo entiendo.
Se sintió un poco sorprendida, por su tranquilidad,
había respondido medio en broma.
―¿Aún te molesta que me fuera?
―No, ahora no, hiciste bien, era un crío imbécil,
tardé 500 años en creerme lo suficientemente fuerte y
reunir bastante valor como para abandonar a mi
familia. Si te hubieras quedado posiblemente nos
hubiera buscado la ruina a los dos. Lo que me
preguntaba es si de verdad era tan distinto.
―...sí, y no... Es difícil de explicar, había
momentos que era como estar contigo, y otros que
no... Fue raro.
―Mmm, ya, creo que me hago a la idea.
―¿En serio?
―Sí, verás, cuando te conocí hace mil años creía
que eras la criatura más hermosa que había visto, y
eras valiente, te metiste de cabeza al territorio de los
En, protegiste a Dos, y a mí, robaste la corona... Eras
absolutamente increíble, y durante mil años es la
637
imagen que retuve en mi cabeza, adornándola un
poco más en el tiempo y todo... ¿Y sabes qué?,
reapareces y descubro que eres una humana bastante
vulgar y cobardica que corretea constantemente tras
las faldas de Gerón.
―Yo no correteaba.
―Sí, sí lo hacías.
―No.
―Sí.
―Estaba un tanto asustada, ¿vale?
―Te creo. Pero fue un tanto decepcionante, por
aquel entonces estaba bastante frustrado con mi vida,
y ya no creía que volviera a verte, y cuando apareces,
casi preferí que no lo hubieras hecho. Me acabé
dando cuenta que me seguías importando mucho, de
todas formas.
―¿De todas formas?
―Eh, han sido mil años soñando con cosas que no
existen, tuve problemas para asumir la realidad.
―Ummm...
638
―No me mires así, ¿sabes lo que significan mil
años aquí? Parece que pasa rápido, igual por ser la
Isla que es, igual por ser un daimión, pero las ideas se
arrastran todo ese tiempo, no las puedes abandonar,
no las puedes olvidar. No te dejan. Puedes ver pasar
un número infinito de noches y en todas tienes las
mismas pesadillas. Luché por ser un daimión
diferente, por hacer lo correcto, por sentirme
orgulloso de quien era. Y fracasé. Al principio lo
asumí creyendo que nunca estaría a tu altura, luego
acepté que era sencillamente un desastre. Si la
‹‹gente decente›› te trata continuamente como un
monstruo o un indeseable, lo terminas por creer; pero
tampoco quería ser otro daimión miserable más, si
dejé a mi familia fue porque quería dejar aquella vida
atrás. Y cuando volviste a aparecer, estaba cansado
de luchar, no tenía nada que ofrecerte, y creía que tú
tampoco.
Melia suspiró, conmovida por la sinceridad de su
compañero. UrsHadiic no era dado a mentir, pero
hablaba poco de cómo había vivido durante todo
aquel tiempo y de lo que sentía. Podía ver, cualquiera
podría, que no había sido feliz, solo le quedaba saber
el por qué y, poco a poco, el daimión se lo contaba.
639
Pasaron muchos meses. Cuando necesitaban
buscar ropa y otras comodidades, bajaban a los
pueblos más cercanos, Melia descubrió que se
encontraban en el lado Ánax de la Isla, aunque las
diferencias no eran muy aparentes entre la gente
humilde. Al principio les atendían con suspicacia,
pero, mientras tuvieran dinero, les atendían bien.
El dinero en sí mismo comenzaba a agotarse, no
era una situación alarmante: tenían pocas
necesidades y podían vender caza y moluscos del mar
si lo necesitaban; el amplio bosque era generoso para
dos únicas criaturas jóvenes y sanas como ellas. En
caso extremo, podían abandonar el templo y buscar
un trabajo durante un tiempo, UrsHadiic tenía sus
recursos, y algunos no implicaban necesariamente
maltratar a nadie. De todas formas, el dinero no
preocupaba a Melia, pero sí había otra incertidumbre
que comenzó a ensombrecer su feliz existencia.
A veces veía pequeños barcos de pesca navegando
perezosamente en la lejanía, si ella los veía
sospechaba que también podrían ver el humo del
fuego que usaban para cocinar y calentarse las
noches que hacía frío. Hasta el aleteo de las aves en
640
las ventanas del templo comenzó a sonar como algo
inquietante.
Pensó en lo que había dejado atrás, mientras
continuaban con su vida juntos, ajenos a todo,
alguien los estaría buscando, o si no a ellos, a la
Corona, ella era la única que sabía donde estaba y
muchos sospechaban del papel de UrsHadiic en su
desaparición.
Después de, al menos, dos años (¿tres, cuatro?) en
la Isla, comenzaba a comprender mejor lo variable del
tiempo, estaba segura que tarde o temprano les
encontrarían. UrsHadiic tenía razón cuando decía
que el tiempo pasaba rápido, pero la sensación de que
poco cambiaba era muy engañosa.
La inquietud le reconcomía la cabeza, al principio
pudo ignorarla, pero, se fue volviendo más
persistente cada vez. Empezó a plantearse la idea de
que prefería atar aquel cabo suelto, y librarse
definitivamente de sus perseguidores, antes de que
fueran ellos los que les encontraran.
Iba a ser interesante decírselo a UrsHadiic. El
daimión parecía tener aún menos interés que ella en
salir fuera y, con aquel constante miedo con el que
641
vivía de que le abandonaría de nuevo, temía que se
hiciera ideas equivocadas.
Sin embargo, UrsHadiic reaccionó mejor de lo que
esperaba: solo se negó a hablar del tema dos veces.
―¿Y a quién piensas dárselo? ¿A Gerón o a mi
madre?―preguntó a la tercera.
―Bueno...tu madre ahora mismo no nos busca, y si
somos hábiles igual no descubre que tuvimos algo
que ver...
―Y yo de Gerón no me fío.
―¿Te fías de tu madre?
―No, pero es más predecible que Gerón, si no le
gusta lo que le digamos nos matará, y ya está.
―Le diremos a Gerón que le entregamos la Corona
si nos deja en paz. Es un buen trato, en mi opinión.
―Sabes que no podrás volver nunca a tu casa si se
la entregas.
―Creía que eso ya lo habíamos hablado.
―Comprobando que estuvieras segura...
642
Le pasó un brazo por la cintura, ¿cómo se le iba a
ocurrir irse de allí?
―...y aún así―continuó él―, no tenemos ni idea
de si cumplirá su parte. Es muy… retorcido.
―Entonces, ¿nos quedamos esperando hasta que
nos encuentre?, ¿o que tu madre empiece a oír
rumores, atar cabos y decida buscarnos también?
El daimión se rascó la cabeza y gruñó con
frustración.
―Esta es una de esas cosas que la gente dice es
mejor quitarse de encima antes que después,
¿verdad?
―Puede.
―Pues yo creo que preferiría hacerlo después.
―Tampoco tengo prisa, lo dejaremos si quieres.
―Déjame pensarlo...
―De acuerdo.
Como si una vez sacado el tema, empezara a
molestarle igual que a ella, a los pocos días estaba
haciendo comentarios sobre cómo tendrían que
643
hacerse con la Corona, cómo hablar con Gerón y qué
propuestas iba a aceptar en las negociaciones y cuáles
no.
Finalmente, reconoció que no tendrían paz juntos
si no sentenciaban aquel conflicto.
Eligieron un día para partir algunas semanas
después, de noche. Melia apagó con tristeza el fuego
del hogar y colocaron con cuidado las pocas
pertenencias que habían acumulado y no se iban a
llevar. Volaron durante horas, no había Luna y se
veía poco, pero para el daimión la oscuridad no era
un problema. Melia no se dio cuenta de cuándo
exactamente
volvieron
a
sobrevolar
tierra.
Atravesaron aquella parte del recorrido poco antes de
que el cielo comenzara a clarear, avisando de la
salida del Sol, y aterrizaron en un lugar discreto en
los alrededores de Ankira. El plan, a continuación,
era continuar a pie hasta el hogar de Sofía.
UrsHadiic se mostró sorprendido cuando le reveló
dónde había escondido la Corona, ni se le había
pasado por la cabeza que la guardaría allí, había
preferido no indagar sobre el tema hasta entonces.
644
Pero Melia recordó cómo Calos la encontró en la
casa de Sofía
―¿Tú le hablaste a Gerón de aquel lugar?
―No, yo no.
―¿Y cómo supo dónde encontrarme?
―Alguno de sus hombres te seguiría, o nos
seguiría, en algún momento...
Sintió frío en el estómago al pensar en las veces
que pudo haber sido seguida o espiada por Gerón o
sus lacayos. Era una buena razón más para librarse de
aquella carga de una vez por todas.
El pequeño claro de Sofía no cambiaba nunca,
hasta las hojas que atascaban a menudo la fuente de
agua parecían las mismas. Sin embargo, la puerta de
la pequeña casa de madera estaba abierta, Melia no la
había dejado así, alguien había estado allí.
Sintió rabia, por un momento quiso creer que
había sido Baal bajando a visitar el hogar de su vieja
conocida, pero algo le decía que el taciturno daimión
645
eran de los que se aseguraban de no dejar rastro
alguno de su presencia.
Había sido Gerón, o alguno de sus siervos,
indagando, buscando. Lo sintió como si fuera un
sacrilegio, una afrenta contra ella y Sofía. No veía ya
el día de librarse del Príncipe de Ánax.
Calcularon que enviarle un mensaje y recibir
respuesta les llevaría tiempo. Sin embargo, no habían
pasado dos semanas desde su llegada, cuando
recibieron una imprevista visita.
Era Calos. Los espías
maravillosamente eficaces.
de
Gerón
eran
―¿Qué haces aquí?―preguntó Melia al verle,
sorprendida.
UrsHadiic se acercó y le observó con atención,
pero no dijo nada.
―Oh, me alegro de encontraros, el señor Gerón
estaba muy preocupado, nos ha enviado a buscaros a
todos los sitios donde os refugiáis.
―Preocupado, sí, no me vengas con tonterías,
¿cómo sabe que estábamos aquí?
646
―Pues... ya lo he dicho, estamos bus...
En aquel momento, UrsHadiic le sujetó del cuello
y lo empujó contra un árbol.
―¡UrsHadiic!―gritó Melia, algo preocupada.
El daimión hizo que el joven levantara la cabeza.
―Seguro que nos buscabais, y seguro que tenéis
también algunos pequeños chivatos... hay muchos
fieles tuyos dispersos por ahí, ¿verdad Gerón?
―Yo no... soy...
―Ya, tú no, pero nos está oyendo de todas formas,
¿me equivoco?
Calos parpadeó. Melia se acercó.
―¿De qué hablas?
―Un truco de los viejos bicronos, compraban
fieles como este infeliz de aquí, les vendían su alma…
o algo así, podían ver con sus ojos, oír con sus oídos
y hablar con su boca si les apetecía...
Contempló fijamente a Calos, ya no parecía tan
simpático, pero que te sujetaran contra un árbol por
647
el cuello podía tener esas cosas. Por lo demás, no le
encontraba nada raro.
―¿Cómo lo sabes?
―¿Se te ocurre alguna idea mejor que explique
cómo Gerón sabe dónde estamos la mayoría de las
veces?, tendrá más de un ‹‹fiel›› cerca de Glauco que
nos habrá estado siguiendo. Y no me gusta como
mueve los ojos, hay algo raro en él...
―Muy bien, me has cogido, ahora haz el favor de
soltarle.
La voz de Gerón les cogió de sorpresa a todos.
UrsHadiic incluso obedeció y dejó libre a Calos. O
quien fuera entonces.
―¿Qué quieres?―le preguntaron.
―No, no, decidme primero qué queréis vosotros,
¿os habéis ido por alguna razón en particular?
Melia vio que el daimión se apresuraba a decir
algo, pero le cogió del brazo, intentando contenerle.
Si estaban hablando con el principito de verdad, sería
mejor tener cuidado.
―¿Tú que crees?―le dijo.
648
El Calos poseído sonrió.
―La verdad es que me tenéis muy confundido...
sobre todo tú, Melia. El daimión es más simple que la
calavera hueca de un bauro, así que imagino que lo
estás manipulando por algo.
Tuvo ganas de poner los ojos en blanco.
―¿Y por qué habría de manipularle?
―La Corona, la Corona de Daia. No sé cómo has
descubierto para qué sirve, pero es lo único que te
podría interesar y que ese tipo sabe dónde está, ¿no
es cierto?
―Puede...
―Entonces, ¿la tenéis?
―Puede... dinos para qué la quieres.
Calos calló y quedó un rato mirando el suelo, como
si su huésped se hubiera desligado de él pero no tanto
como para dejarle actuar por su cuenta.
Gerón estaba pensando y aquello no podía ser
bueno.
649
―Intento sacar a Ethlan de la ruina en la que
está―respondió finalmente, alzando la cabeza de
Calos de nuevo.
―Eso no nos dice nada―gruñó UrsHadiic.
―Los simplificaré para ti,
despertar a la Señora... a Daia.
daimión,
quiero
―¿Me tomas el pelo?
―En absoluto, y sabes que puedo.
Melia miró a su compañero, inquieta. Empezaba a
entender lo que quería hacer, pero no conocía los
detalles y parecía que el daimión tampoco, aunque no
lo mostraba.
―¿La Corona sirve para despertarla?―preguntó.
―Sí, entre otras cosas...
―¿Qué cosas?
―Eso depende... puedo llevarte de vuelta a tu casa
sin la Corona, pero la necesito para el ritual, pide lo
que queráis a cambio.
―Para empezar, lo que le debes a UrsHadiic.
650
―Ah, bien, claro, puedo cubriros de oro si queréis,
sé donde los viejos idiotas que intentaron gobernar
esto antes que yo escondieron sus porquerías para
que no las encontrara el enemigo.
―También queremos que nos dejes en paz.
―¿Qué os deje...?
―Te entregamos la Corona y no volvemos a saber
de ti el resto de nuestras vidas.
Hubo otro momento de silencio, seguido de una
sonrisa perturbadora.
―Oh, ya veo... está bien, puedo hacerlo si me
entregáis la Corona, voy a decir la verdad: pensaba
usar a Melia en el ritual, una tontería, básicamente si
no hay dos bicronos presentes la goeteia pierde
fuerza, pero si tengo la Corona no me hace falta.
Dádmela y no recordaré ni vuestras caras.
Se volvió a UrsHadiic, que se limitaba a mirarlo
fijamente, sin dejar traslucir ninguna idea.
―Tendremos que pensarlo, déjanos―le pidió
Melia, con un ademán.
651
―De acuerdo, decidle a Calos que se vaya a dar un
paseo, volveré mañana.
Acto seguido, el chico parpadeó repetidamente y se
puso pálido al verles de nuevo. Las miradas que le
estaban lanzando debían de aterrorizarle.
―Ah... ¿ha ordenado algo?...
―Que vuelvas mañana.
―Claro, mañana, está bien...
Le vieron ponerse en marcha, de vuelta al camino,
pero se volvió un segundo.
―Una cosa, ¿podéis darme un sorbo de agua?,
todo eso me deja la garganta seca...
Melia suspiró.
―Sí, espera un segundo.
Después de la marcha del sirviente de Gerón.
Pasaron el resto del día y de la noche pensando la
respuesta que le darían al Príncipe de Ánax, sabían lo
que querían, pero se daban cuenta que habían
demasiados detalles no del todo claros.
652
―¿Sabes si de verdad puede despertar a Daia?, he
oído que se intentó varias veces tras la Caída, pero
todos fracasaron―le preguntó a UrsHadiic.
―Supongo que si él dice que puede... Ha tenido
dos mil años para prepararlo y creo que lo tiene todo.
Necesita la Corona de Daia, que llevaba desaparecida
mil años y le podemos entregar nosotros, su Cetro,
que han tenido bien custodiado en Ánax, y estoy
seguro era ese cajón que llevaba con tanto misterio
y... una especie de ritual, del que no conozco los
detalles, pero con toda seguridad él sí. Es el único
Gran Maestro de goeteia que queda.
―¿Nada más?
―Lo dices como si fuera algo sencillo...
―Bueno, visto así lo parece. ¿No pudieron ponerse
de acuerdo los Ánax y los daimiones para despertar a
Daia si era tan sencillo?
―Yo aún no había nacido entonces, pero creo que
el templo estuvo sellado quinientos años tras el
hundimiento, y hubo guerras, luchas por el control de
enclaves importantes, y todo eso. Si las cosas eran
653
parecidas a como son ahora, estudiarían como sacarse
mutuamente los ojos antes que colaborar.
Cuando Calos volvió, su respuesta estaba bien
estudiada, sabían que la de Gerón también.
―Venid los dos a Entión, a lo alto de la montaña,
tengo una pequeña colonia de compatriotas míos allí,
estoy seguro que a UrsHadiic no le supondrá
demasiado problema alcanzarnos... o huir si no se fía
de mí, es un pico pelado, podréis ver desde lejos si
escondo algo.
―¿Y el dinero?
Melia no estaba tan preocupada por el dinero en
realidad (aunque les vendría bastante bien), quería
tantearle y evitar que descubriera que lo más
importante era poder estar juntos. Si él creía que
estaba manipulando a UrsHadiic, que lo creyera.
―En un viejo templo en el norte de Ánax, y cerca
de un pueblo llamado Cuarto, está escondido el
tesoro de un primo mío que se largó para no volver.
Os daré más detalles cuando vengáis. ¿Tenéis la
corona?
654
―Te la enseñaremos allí.
Calos-Gerón sonrió.
―Muy bien. Es todo un dolor de muelas negociar
contigo, Melia, y creía que el daimión era malo...
―Ella no va a romperte los dientes si dices algo
que no me guste, Gerón―intervino el aludido.
―No, pero tampoco me los romperías a mí, en
todo caso. Solo al pobre Calos... no es que crea que
tienes demasiados escrúpulos para hacerlo, de
cualquier forma.
―Espera que nos veamos en la montaña y lo
comprobamos.
A veces ni Melia estaba segura si la actitud de
gorila de UrsHadiic iba en serio o intentaba seguir en
el papel que Gerón tenía de él. Sospechaba que un
poco de cada cosa.
―¿Eso quiere decir que hay trato? Os espero
entonces... ¿vais a darme una fecha?
―De aquí a un mes, no te puedo decir más y no
queremos a ninguno de tus espías cerca. Ya ves que
UrsHadiic sabe cómo cazarlos y cómo tratarles.
655
La sonrisa de Calos se hizo aún más grande.
―Se te pegan cosas de ese monstruo, Melia. Bien,
os esperaré. No habrá problemas, permaneced
tranquilos y todos conseguiremos lo que queremos.
―Más te vale.
Vieron al pobre chico parpadeando, Gerón se había
ido.
―¿Tienes sed?―le preguntó Melia.
―Ah, sí... gracias...
No necesitaban un mes para coger la corona e ir
allí, pero no querían dar ideas de dónde la habían
guardado. Melia apreciaba la casa de Sofía y no
quería que Gerón, o alguno de sus esbirros,
sospechara algo y la destruyera.
Por no hablar que podría poner a descubierto a
Baal.
―Ayúdame a levantar la estatua― pidió cuando se
aseguraron de que Calos ya estaba lejos.
UrsHadiic se acercó y obedeció, mientras Melia
cavaba.
656
―¿A dónde lleva ese camino?―preguntó el
daimión señalando el escondido sendero que subía a
la montaña. No pudo evitar abrir mucho los ojos y su
compañero se dio cuenta.
―Ahh... ninguna parte...
―¿Seguro?
―... es un secreto.
―Vale, mientras no tengas escondido a un
hombre.
―Ah...
UrsHadiic levantó una ceja.
―¿Tienes escondido un hombre, Melia?
―No... yo no...
―¿La vieja tenía escondido un hombre?
―Algo así.
―De acuerdo. No quiero saber más detalles,
¿seguro que la enterraste aquí?
―Sí, aquí está, noto la madera.
657
La sacó sintiendo de nuevo el calor que
desprendía, quitó la tierra alrededor de la caja y la
abrió.
Era una joya realmente preciosa.
UrsHadiic seguía de pie a algunos pasos, sin
ningún interés en acercarse.
―¿No quieres verla?
―Ya veo cómo es desde aquí.
―¿Ocurre algo?
―Tengo un mal presentimiento.
Melia volvió a cerrar la caja con la Corona dentro
y sonrió a su compañero, para darle ánimos.
―Deberíamos prepararnos, no quiero quedarme
más tiempo aquí... ¿estás bien?
―No es nada, de repente no creo que sea buena
idea ir.
―...¿y qué hacemos con la Corona, entonces?
―No he dicho que no vayamos a ir, solo que de
repente hay algo que no me gusta nada.
658
Le pasó los brazos alrededor de la cintura y se
apretó contra él.
―Estaremos juntos, ¿de acuerdo?, todo estará bien
si estamos juntos.
UrsHadiic no respondió.
Abandonaron el claro al día siguiente, caminando
entre senderos ocultos del bosque, esquivando
cualquier posibilidad de que los espías de Gerón les
encontraran. Cuando llegaron cerca del optaron por
volar, UrsHadiic decidió aquel recorrido porque
llamaba menos la atención que por tierra, reduciendo
las posibilidades de ser avistados y que reconocieran
su origen y destino. Aunque también hacía el viaje
más agotador para él.
Una vez en las montañas tomaron diferentes
precauciones. No fueron directamente hacia lo alto
de Etimón. Volaban por encima de algunas peñas de
difícil acceso, paraban y caminaban durante varios
días, en parte para aclimatarse y en parte para no
llamar la atención de los daimiones que podrían vivir
por allí.
659
Cuando llegaron más alto de lo que los daimiones
acostumbraban a vivir, allí donde la Etimón rompía
las nubes, descubrieron un extraño cúmulo de ellas:
oscuras y amenazantes, daban vueltas sobre la
cumbre, con ráfagas de rayos como chispazos, azules
y violetas, saltando de una nube a otra.
UrsHadiic decidió ascender primero en solitario y
comprobar que no había nada más preocupante que
aquello.
Melia esperó, observando las nubes. La hacían
sentirse algo mareada. Gerón era el culpable de
provocar aquel fenómeno, estaba segura, el ritual
para despertar al espíritu de la Isla había comenzado.
Cuando el daimión volvió, anunció no haber
encontrado nada sospechoso en la cumbre, había un
campamento y unos tipos apostados en la entrada del
templo. Nada que debiera incomodar a alguien como
él.
Melia abrazó un momento la corona antes de
ascender. Tenía una sensación desagradable en el
estómago y, al mismo tiempo, un fuerte impulso por
terminar de hacer lo que estaba haciendo. Las dos
emociones se debatieron un momento, pero solo pudo
660
reconocer que era bastante tarde para dar marcha
atrás y volver a perderse entre los bosques con
UrsHadiic.
Al llegar arriba aterrizaron cerca del campamento.
Mientras el daimión volvía a cambiarse, esperaron
que alguien saliera a recibirles, pero nadie apareció.
―Muy raro―observó él.
Le cogió del brazo y se movieron entre las tiendas,
estaban vacías. Todo estaba guardado y en orden, así
que el campamento no se había abandonado
precipitadamente, pero a Melia le daba escalofríos.
¿A dónde había ido todo el mundo?
Continuaron avanzando hasta la puerta del
templo, que asomaba de la pendiente de la montaña,
ésta ascendía aún más arriba, formando un pico
perfectamente cónico: era la boca de un descomunal
volcán.
Los dos hombres que custodiaban la entrada ni
siquiera portaban armas y, al verles, se levantaron
con cordialidad.
661
―Gerón está ocupado, por eso no ha podido salir a
recibiros. Esperad aquí, solo será un segundo―dijo
uno.
―¿Dónde está el resto de la gente?
―Dentro, hace menos frío y querían ver el
Renacimiento.
Ninguno de ellos daba la impresión de estar
mintiendo.
Entonces se oyó un murmullo desde el interior y
los guardas les invitaron a entrar, abriendo ellos el
camino.
Melia cruzó el umbral mirando con inquietud a su
alrededor.
La entrada y los corredores eran amplios, y los
habían dejado bien iluminados, había multitud de
estatuas en los pasillos, la mayoría en buen estado,
aunque encontró algunas caídas y rotas aquí y allá.
En general, aquel interior le recordaba a los palacios
de los daimiones, excavados en la roca negra, pero
con más luz y los adornos, figuras y dibujos que
decoraban las paredes, eran más abundantes y
elaborados.
662
Avanzó hacia el interior siguiendo a los vigilantes,
ocasionalmente pasaban de largo puertas y
corredores oscuros, pero no había nada a simple vista
que la intimidara o pusiera en alerta. Empezaba a
sentirse hasta cómoda allí.
Al volverse hacia su compañero, cambió de
opinión.
UrsHadiic estaba pálido, y se movía de forma lenta
y desacompasada.
―¿Estás bien?―le preguntó.
―Sí... no... Hay algo raro...
―¿Gerón ha hecho algo raro?
―No, yo no he hecho nada.
La voz llegó desde el otro lado de la habitación que
había frente a ellos: una sala circular con una
escalera abierta de caracol en el centro. Gerón les
aguardaba, tenía un aspecto horrible y cansado.
Melia retrocedió, sin decidirse a entrar.
―¿Qué le pasa a UrsHadiic?
663
―Es el templo, hace cosas raras a los daimiones,
por eso no viven tan arriba en la montaña.
―¿Tú lo sabías?
―Oh, claro, ¿esperabas que os lo dijera?
Los dos guardas que les habían seguido se
lanzaron entonces sobre el daimión, sujetándole de
los brazos y haciéndole caer de rodillas.
―¿Qué hacéis? ¡Dejadlo!
Melia empujó a uno de ellos, pero vio como el otro
sacaba un puñal escondido en su cinturón y lo
acercaba al impotente daimión acuclillado.
Gerón sonreía.
―No es nada, no quiero que embrolle este asunto,
simplemente. Cuando todo acabe podréis hacer lo que
queráis.
―¿‹‹Cuándo todo acabe››?
―Acércate, Melia.
―No, suéltale.
El príncipe suspiró.
664
―Lo digo en serio, puedo quitarte la Corona y
arrastrarte hasta aquí, intento ser dialogante.
―Eres un imbécil, es lo único que consigues ser.
¡Suéltale!
―Insisto, Melia, has pasado demasiado tiempo con
esa bestia. Acércate, cuánto antes terminemos mejor
para todos.
Se volvió para mirar a UrsHadiic. Su compañero se
movía sin fuerzas, el firme amarre de su captor era
puramente superficial cuando el infeliz daimión
apenas tenía el vigor suficiente para levantar la
cabeza y hablar.
Se le encogió el corazón y sintió una gran congoja
por verle así.
Iba a matar a Gerón por aquello.
Al entrar al salón y aproximarse al Príncipe de los
Ánax, se dio cuenta que había más gente a su
alrededor... desmayados en el suelo junto a la pared.
―¿Qué es esto?, ¿qué les pasa?
―Duermen... ven, sube las escaleras.
665
―¿Los has matado?
Gerón estaba perdiendo su habitual paciencia. Su
rostro se contrajo y enrojeció, súbitamente parecía
más viejo y terrible.
―No, solo duermen―respondió con irritación,
pero en se guida su voz comenzó a serenarse de
nuevo―. Imagino que no tienes un buen concepto de
mí, pero esta es mi gente, me preocupo por ellos,
estoy haciendo esto por ellos, y ellos lo saben y se
han ofrecido voluntarios.
―¿Voluntarios?, ¿para qué?
Uno de los guardas le dio un pequeño empujón,
obligándola a seguir andando hacia las empinadas
escaleras de caracol.
Mirando repetidamente atrás, Melia empezó a
subir detrás de Gerón. Intentó ver una última vez a
UrsHadiic antes de que el suelo del piso superior le
tapara.
El vigilante que la seguía quedó haciendo guardia a
los pies de las escaleras.
666
Al llegar a lo alto, sintió un fuerte viento
golpeándola en la cara. Sobre su cabeza las nubes
giraban formando un oscuro vórtice.
Estaba en la cima del volcán, abierta
completamente a los cielos. El cúmulo envolvía el
cono como un abrazo, girando rápido sobre ellos,
lanzando aquellas pequeñas descargas eléctricas.
Las paredes del interior de aquella sala debieron
estar decoradas con magníficos adornos que ahora no
eran más que fragmentos de roca diseminados por
todo el suelo de la estancia, haciendo complicando el
caminar.
En la estancia solo permanecía en pie, inamovible,
un trono tallado directamente sobre la roca negra.
―La Corona...
Gerón le hizo un gesto para que se la entregara.
Melia dudó un instante antes de tenderle la caja
donde la guardaba. Cuando la tuvo en sus manos, el
príncipe la abrió un momento para mirar y luego, con
una amplia sonrisa triunfal, se giró y se acercó al
trono.
667
En cuanto le dio la espalda, Melia se agachó, cogió
una piedra del suelo y escondió el brazo a su espalda.
―¿Ya está entonces?, ¿nos podemos ir?―el viento
hacía que su voz sonase lejana―. No necesitas nada
más.
Gerón sacó la Corona de la caja con aire servicial y
la colocó en lo alto del trono. Hizo lentos
movimientos con la mano, que Melia reconoció como
goeteia, aunque desconocía su función.
Entonces el hombre se acercó a la caja que ya
había visto antes y sacó otra joya. Un báculo de oro,
alargado y terminado en una brillante piedra roja. El
viento se agitó aún más, aullando con ferocidad a su
alrededor.
―No, no podéis iros aún, no es tan sencillo. Verás,
Daia murió, es difícil de explicar, pero no se puede
resucitar a los muertos.
―¿Qué intentas entonces?
Tenía que gritar para hacerse oír, sobre ella, el
vórtice se había hecho visiblemente mayor. Sintió una
desagradable sensación en la boca del estómago, el
668
impulso de salir huyendo de allí, sin embargo,
continuó acercándose, poco a poco, a Gerón.
―Um... Daia en sí, es Ethlan, en el fondo no puede
morir mientras la Isla exista, pero para ‹‹vivir››, para
despertarla de nuevo para nosotros, necesita un lugar
donde alojar su consciencia.
Gerón se había vuelto con una sonrisa, y Melia le
lanzó una mirada asesina.
―Ni se te ocurra.
―No será doloroso, será un honor, serás una gran
reina, seguirás manteniendo parte de tu persona.
―¡Y una mierda!
―Mira el vórtice, está creciendo, aunque intentes
escapar ahora no podrás, y menos con el daimión
como está―el Príncipe de Ánax colocó también el
Cetro sobre el trono, y continuó haciendo signos
sobre el mismo―. No se puede usar un simple
humano para despertar a la Señora, no aguantaría
todo el poder de Daia, es necesario el poder de la
goeteia para contenerla, y los daimiones tampoco
sirven, sus espíritus están subordina...
669
Melia se había acercado hasta ponerse a su lado,
Gerón se dio cuenta que estaba allí y fue a girarse
aún con la palabra en la boca, pero antes de darle
tiempo a que hiciera nada levantó el trozo de roca
caído y golpeó con furia sobre su cabeza. El hombre
se inclinó y trastabilló, mareado, pero aún podía
moverse; hasta que ella volvió a golpearle, con todas
las fuerzas que era capaz de reunir.
Gerón cayó al suelo inconsciente.
Le tocó con una pierna para comprobar que no se
movía y dio algunos pasos hacia atrás para alejarse.
Miró a lo alto.
Tenía razón, el vórtice crecía, desde que había
colocado la Corona sobre el trono, había crecido
como una boca abierta acercándose para devorarles.
Y, en medio de las siniestras nubes, Melia podía ver
una insoportable oscuridad.
Se mordió un labio, asustada.
Corrió de nuevo a las escaleras. Todo el mundo en
el salón se había desmayado, hasta los guardas.
670
―¡UrsHadiic!, ¡UrsHadiic!―llamó―. Tenemos que
irnos, rápido, por favor.
Se arrodilló junto a él, le cogió de los hombros e
intentó comprobar que se encontraba bien.
El daimión parpadeó un momento, débil.
―¿Qué... qué ocurre?
―Tenemos que irnos.
Parecía medio dormido, intentó moverse, pero a lo
justo alcanzó a ponerse de rodillas. Melia lo
abrazaba, no iba a marcharse sin él.
―¿Qué ha ocurrido?
―Se acerca el vórtice... viene a por nosotros...
En ese momento las luces de la sala se apagaron y
solo se oyó el rumor del viento, que crecía, crecía
hasta envolverlo todo.
―¡No te veo!―gritó consternada.
―Yo sí...
Los brazos de él la rodeaban también, con las
pocas fuerzas que tenía.
671
Sintió calor.
Era agradable, una sensación confortable, que, al
principio, no supo reconocer. Entonces sintió que los
brazos de su compañero se aflojaban.
―¿UrsHadiic?
―Ya... no te veo tampoco.
―¡UrsHadiic!
No la estaba soltando, estaba desapareciendo.
La oscuridad la había alcanzado.
Empezó a llorar.
―UrsHadiic... no me sueltes... UrsHadiic...
―...Melia...
Su voz sonaba lejana, dejó de notar sus brazos.
Siguió gritando a las sombras, desesperada por una
respuesta.
Los gritos no le permitieron darse cuenta que el
viento se había detenido.
Flotaba en la oscuridad.
672
La oscuridad por la que había viajado en sus
sueños.
Familiar y cálida, y horrible.
―¿UrsHadiic?
¿Qué había sido de él?, ¿dónde estaba?, quería
volver, necesitaba volver...
Algo susurró tras ella, pero al darse la vuelta, solo
había más oscuridad.
El susurro se oyó de nuevo.
―¿Qué ocurre?
―Te están llamando...
―¿Quién es?
―Te llaman, te necesitan.
―¿Qué está pasando?, ¿quién eres?, ¿Gerón?
Le había parecido la voz del príncipe Ánax, pero
era diferente, más suave y femenina.
―Te llaman, ve a verles... enséñanos el camino de
vuelta...
―¿Y UrsHadiic?, ¿dónde está?
673
―Guíanos... guíanos de vuelta a casa...
Vio una luz a lo lejos. Crecía.
¿Volver a casa?, ¿eso estaba haciendo?
―Ve... guíanos...
―¿UrsHadiic…?
―Todos iremos, guíanos…
Se acercó a la luz. Era amarillenta y débil... como
una bombilla antigua... Extendió lentamente una
mano, tocándola con la punta de los dedos.
La luz creció, la luz creció y la envolvió.
Sintió que, por un momento, se quedaba sin aire y,
al instante siguiente, un fuerte dolor por todo el
cuerpo, y voces, y pitidos, y caos.
Durante varios minutos fue lo único que sintió, su
cuerpo pesado y dolorido y un gran alboroto a su
alrededor. Su cabeza tardó un segundo en ordenar las
cosas y su cuerpo un poco más en relajarse.
En cierto momento se dio cuenta, de forma
sorprendente, de que tenía los ojos cerrados.
¿Por qué tenía los ojos cerrados?
674
―Esperan a que salgan...―oyó que alguien decía
cerca.
―Al menos no encuentran nada...
―...tonces, ¿por qué...?
¿Por qué?
Empezó a abrir los ojos, pesaban, era difícil. Vio
luz, blanca y fría.
Había gente cerca de ella, la miraban.
Tuvo que abrirlos y cerrarlos varias veces, no
parecían estar funcionando bien.
Tardó un poco, pero reconoció aquellas caras.
―¿Mamá?, ¿papá?
Sus padres se echaron a llorar y, solo por aquel
momento, se sintió completamente feliz de estar de
vuelta en casa.
675
Capítulo 26 Daia
El daimión hubiera llorado, si tuviera fuerzas.
Le rodeaba la oscuridad, algo a lo que no estaba
acostumbrado. Para los ojos adaptados a la noche de
los daimiones, la penumbra absoluta solo aparecía en
sueños.
Melia se había ido, se había ido de entre sus
propios brazos.
Se había quedado solo.
Otra vez.
El dolor en el pecho era terrible, pero no podía
llorar, apenas sentía su cuerpo, no podía hacer que
llorara.
676
La había perdido.
La tenía en sus brazos hace unos segundos... ¿Por
qué no podía llorar, al menos?
Entonces con una agradable lentitud, todo volvió a
iluminarse. Seguía en el suelo, de rodillas, en la
habitación circular del templo de Daia, con un
montón de gente dormida a su alrededor.
De lo alto de las escaleras caía, con la suavidad de
una cortina de seda, una luz dorada.
Vio que alguien bajaba.
Una figura alta y extraña.
Estaba vestida con un largo traje negro, que
parecía hecho de la oscuridad que los rodeaba,
llevaba un centro en un brazo, acunado como a un
niño, y una gran corona de oro en la cabeza. No la
había visto nunca, pero la reconoció.
Daia.
La Gran Reina le resultaba familiar, reconoció
parte de sus rasgos de Gerón y otra parte, no lo eran.
Se alzaba más alta que ningún humano y su forma se
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desdibujaba entre las luces y sombras de su
alrededor.
―Hola, mi niño. ¿Qué te ocurre?
No contestó, aunque hubiera podido, no quería
decir nada, solo que le dejaran llorar de verdad.
―Ooh... ya veo―la Reina se inclinó sobre él y le
dio un beso en la frente―. Has perdido un mundo,
¿verdad?
Daia le miraba, el dolor se mitigó.
―Yo también... perdí un mundo porque no pude
entenderlo... Pero ya pasó. ¿Quieres recuperarlo?,
¿quieres ayudarme a recuperar nuestro mundo?
UrsHadiic se agitó, intentando moverse.
―...Melia...―pudo susurrar.
―¿Quieres ser mi heraldo? Dame tus alas y
recuperaremos nuestro mundo y, esta vez, lo haremos
bien.
UrsHadiic agachó la cabeza.
¿Dar sus alas...? Si eso podría devolverle a Melia,
lo que fuera, podía coger lo que quisiera de él...
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Capítulo 27 Fin…
Despertar en una cama de hospital fue un retorno
a la realidad muy desagradable, aunque su
recuperación física fue rápida y sorprendió a quienes
la rodeaban. Mientras estuvo ingresada, pudo oír las
historias más increíbles sobre ella y lo que había
pasado la tarde que desapareció.
Solo había estado ausente nueve días en aquel
mundo, o, más bien, tres, es lo que tardaron en
encontrarla después de que su cuerpo cayera al mar.
Y fue increíble para todo el mundo encontrarla con
vida, aunque inconsciente.
Su historia había salido por la tele. Sus
compañeras del equipo de baloncesto le prometieron
que le traerían un portátil con el vídeo.
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Nadie consiguió explicarse lo que había ocurrido, y
ella no se sentía por la labor de contestar. Recibió
varias veces la visita de una psicóloga que no dejaba
de hacer preguntas incómodas. Melia solo quería que
la dejaran en paz y asumir, poco a poco, que estaba
de vuelta en casa.
Nadie se iba a creer de todas formas por lo que
había pasado, no quería que le diagnosticaran algo
que no tenía.
No habló a nadie del niño Gerón... ni de nada de lo
que pasó después, solo que había sido un accidente.
Por eso la maldita psicóloga trituraba sus nervios,
no dejaba de preguntarle cómo se sentía.
¿Qué le iba a decir?
No podía...
Nadie podría saberlo nunca...
Nadie sabría de la Isla, ni de Glauco, ni de
Culebrilla, ni Sofía...
Nadie iba a saber nunca de UrsHadiic.
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Volvió a casa después de un mes de vigilancia y
pruebas. No se podían creer que una persona que
cayera el mar en una tormenta y reapareciera tres
días después estuviera en tan buen estado.
Tenía varios dolores musculares y había empezado
a desarrollar algo de sordera en un oído, todo lo
demás, funcionaba perfectamente.
Bueno, menos su cabeza.
Aún fuera del hospital tenía que visitar con
regularidad a un especialista para comprobar que las
cosas marcharan como debería.
La sombra del suicidio volaba sobre las cabezas de
la familia y su comportamiento no les aliviaba, se
había vuelto huraña y cuando se forzaba a fingir
normalidad solo empeoraba las cosas.
Melia se sentía muy infeliz y confusa en su vuelta,
y le era muy difícil disimularlo. Tenía 17 años otra
vez, conocidos a los que no reconocía y preocuparse
por los estudios y qué carrera iba a elegir, cuando
prácticamente los había olvidado.
Y si la frustración por su futuro, y la añoranza por
todo lo que había dejado atrás, no la mantenía
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continuamente hundida, eran sus sentidos los que la
alteraban: ya no funcionaba al mismo ritmo que el
resto del mundo, todo iba muy deprisa, podía ver
pasar el tiempo como las ruedas de una maquina
girando a gran velocidad, sentía vértigo y náuseas.
No podía acercarse a la televisión, ni salir a la calle
y ver cómo se hacía de noche.
Durante sus primeras semanas de vuelta en casa,
se pasaba días enteros en la cama, o sentada en una
esquina de su habitación, con las persianas bajadas,
intentando ignorar el mundo de fuera.
Afortunadamente, fue mejorando con el tiempo,
aquel era originariamente su mundo, había nacido
allí, tendría que acostumbrarse de nuevo. Cuando se
sentía agobiada se sentaba en una esquina y se ponía
a entretejer abalorios. Eso la calmaba.
Familiares y conocidos quedaron bastante
perplejos por su nueva afición y su habilidad, ya que
la última vez que la habían visto aún se liaba con los
nudos de los cordones. Había sido así de manazas.
Durante más de un año estuvo completamente
absorbida en su mundo, negándose a mirar hacia el
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exterior más de lo necesario. Perdió aquel curso, pero
estudió y consiguió acceder a la escuela de Bellas
Artes el año siguiente.
De esta forma, no supo hasta mucho más tarde que
un gigantesco volcán había hecho erupción en el
Océano Atlántico, la mayor explosión registrada en la
historia.
Al principio la noticia solo interesó a algunos
geólogos y especialistas que la recogieron en sus
aparatos, ya que estaba prácticamente en medio de
ninguna parte bajo las aguas y no afectó a nadie.
Apenas era una curiosidad.
Pero, con el pasar de los meses, las cosas
cambiaron. El volcán crecía a gran velocidad, las
costas del norte de África y sur de Europa recibieron
varias mareas altas que sembraron el caos en algunos
lugares. Y el oscuro anillo de una cima humeante
asomó de entre las profundidades marinas, arrojando
gigantescas nubes que se extendieron hacia el oeste y,
desde allí, a todas las partes del globo.
Ocurrieron graves problemas con el transporte
marítimo y aéreo en la zona. Se previeron
alteraciones de los ciclos biológicos en todo el globo,
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descensos en las temperaturas a escala mundial,
conflictos con las cosechas, hambrunas y tormentas.
Todos los medios pasaron el verano siguiente a su
vuelta preocupándose por aquellos cambios radicales
y discutiendo cómo aminorar sus consecuencias,
mientras, el gigantesco volcán en medio del océano
seguía creciendo.
Para cuando fue el momento de empezar sus clases
en otoño, había un extraño clima apocalíptico a su
alrededor.
El único cambio que Melia había llegado a sentir
era más frío que de costumbre, y no podría decir con
seguridad que el volcán tuviera algo que ver, así que
continuó ignorando la noticia más tiempo. No la
impactó de ninguna manera, seguía absorta en sus
propios problemas...
Un día, a finales de invierno, vagabundeaba por
una tienda de revistas, buscando fotografías
interesantes para realizar un collage para la
universidad, cuando observó en la portada de un
periódico una imagen por satélite del misterioso
volcán.
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Ella conocía la forma oscura que empezaba a
adivinarse sobresaliendo del lecho marino.
La había visto, en un mapa, en un libro de tapas
rojas.
Era Ethlan.
Gritó y dio un salto atrás, mirando consternada a
su alrededor, pero solo se encontró las miradas vacías
o sorprendidas de los clientes de la tienda.
Con el corazón latiendo apresuradamente, salió
corriendo del local, en dirección al puerto.
Había nieve en la calle, el suelo era traicionero,
pero no le importó.
Pasó entre algunos valientes caminantes del paseo
y bajó hasta el muelle. Habían recibido un par de
aquellas mareas altas hacía varios meses, y
acumularon por diferentes zonas del puerto sacos de
arena en previsión a que vinieran más, los barcos
también amarraban en una zona diferente. Pero el
paseo de piedra, aquel por el que se cayó hacía tanto
tiempo, seguía igual.
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Soplaba el viento con fuerza, como siempre. El mar
rugía, agitado, con algunos copos blancos y perezosos
balanceándose en el aire, siguiendo las corrientes del
viento.
Melia no sabía qué esperar al correr hacia allí, no
sabía qué esperar de nada.
Sintió deseos de gritar y lo hizo. Aterrorizando a
dos gaviotas que escaparon del paseo y alzaron su
vuelo al cielo gris plomizo.
―Oh... vas a hacer que te tomen por una loca...
―dijo alguien tras ella.
Melia se volvió, gruñendo.
Sabía de quién era esa voz.
―¿Qué haces tú aquí, Gerón?
―¿A ti qué te parece? Estamos preparando el
terreno.
―¿Preparando?
―Te consideraba más inteligente. Ethlan se alza
de nuevo, Ethlan vuelve a casa... Pero no va a ocurrir
de un día para otro.
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―¿Qué va a pasar?, ¿va a aparecer todo el mundo
de allí aquí como caído del cielo?
―Más o menos, cuando esté preparado, las puertas
se abrirán de nuevo y la gente pasará.
―¿Cuánto tardará eso?
Gerón se acercó a la helada barandilla y,
desafiando el hielo, se subió a ella, apoyando un pie
en lo alto y otro en la barra inferior.
―Algunos siglos.
Melia cogió una bocanada de aire helado. Unos
siglos, muy bien...
El dolor no se iba.
―Pero eso no te interesa, ¿verdad?―inquirió
Gerón―. No, quieres saber si podrás volver a ver al
daimión.
―...¿y a ti que te importa?
―Me importa, me importa todo el mundo, ¿no te
has dado cuenta?, Daia es parte de mí, tú perdiste la
ocasión, ahora el honor es mío y es algo magnífico.
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Le vio levantar los brazos, desafiando aún más a
los elementos.
―Vas a caerte.
―¿Intentarías cogerme?
―No, ahógate.
Le oyó reír.
―Destruiremos un poco, habrá caos algunos años,
pero todo acabará bien. A veces hay que destruir
cosas, para permitir que crezcan otras nuevas. Por
eso la gente muere.
―Morir no es agradable.
―No, pero buscaremos el equilibro, después de
estos años de oscuridad, Ethlan se levantará con
todas sus fuerzas, los humanos tendrán una nueva
Edad de Oro y, esta vez, todos la disfrutaremos.
―Bonito, muy bonito. Díselo a los chalados que
lanzan sermones sobre el Apocalipsis en la plaza.
―Ja, ja, ja... es difícil impresionarte.
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―Muertos, años difíciles y cientos de ellos antes
de que ocurra nada. Qué bien, no estaré viva para
verlo.
―Eso no lo sabes, sigues siendo una bicrona, has
estado en Ethlan, has conocido la goeteia, eres una
persona con poder, te asombrarías lo que podrías
hacer si quisieras.
Se quedó en silencio, aquello no le importaba
nada.
Gerón bajó de un salto y se plantó frente a ella.
―Está aquí.
―¿Qué?―preguntó, parpadeando confundida.
―Está aquí... es nuestro heraldo. Ha perdido sus
alas... una parte del ritual que se me olvidó
comentarte
también,
disculpa.
No
podrá
transformarse nunca más, pero está aquí.
―¿Dónde?
―Buscándote, posiblemente, ha sido un poco
difícil hacer que se centre en su trabajo, pero no nos
importa. Quizá deberíamos decirle directamente
donde encontrarte...
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―¿UrsHadiic?, ¿hablas de UrsHadiic?―había
empezado a llorar, le oía incrédula, con miedo de
creer en lo que decía.
―Sí, ¿qué otro? Un dolor de muelas, hasta Daia lo
cree.
―¿Dónde está?
―No muy lejos, le di algunas pistas, pero es un
tanto espeso el chico.
―Dímelo, por favor...
―No tan deprisa, las cosas buenas requieren
paciencia y tiempo para prepararse.
―¡Gerón!, ¡Daia!, lo que seas, habla o te tiro al
agua.
―Oh, infeliz, ¿qué crees que nos hará eso?, aparte
de mojarnos. Ven por el puerto de vez en cuando,
quizá algún día te encuentres una sorpresa.
Gerón-Daia dio media vuelta y comenzó a alejarse
sin añadir nada más. Melia decidió seguirle, pero
apenas había caminado unos pocos metros cuando se
esfumó en el aire.
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Quedó en medio del muelle, sola a excepción de
los
pequeños
barcos
de
pesca
atracados
balanceándose a sus pies y los gritos de las gaviotas
sobre su cabeza.
No tenía razón alguna para confiar en Gerón, sus
palabras la habían dejado al mismo tiempo
impaciente y descorazonada. Sin embargo, sabría que
a partir de entonces hasta que hiciera falta, volvería
al puerto, todos los días.
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