Ciencia moderna

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Giordano Bruno, nacido Filippo Bruno
(Nola, Nápoles, 1548 - Roma, 17 de
febrero de 1600) fue un religioso,
filósofo, astrónomo y poeta italiano.
Estudió en Nápoles especializándose en
humanidades y dialéctica.
A la edad de 18 años ingresó a la Orden
de los Dominicos, donde se dedicó al
estudio de la filosofía aristotélica y la
teología de Santo Tomás de Aquino
(tomismo). Ese mismo año cambió su
nombre por el de Giordano.
En Ginebra, Juan Calvino había instaurado una república protestante, doctrina a la
que se adhirió Bruno, pero con la cual también se pronunció en disconformidad. En
una ocasión publicó y distribuyó un panfleto acusando a Calvino de cometer 20
errores en una lectura. Por este motivo fue hecho prisionero hasta que se retractó y
abandonó el calvinismo bajo la acusación de coartar la libertad intelectual. Se
trasladó a Francia donde, luego de varios tropiezos por la guerra religiosa, fue
aceptado por Enrique III como profesor de la Universidad de París en 1581.
En 1583 viajó a Inglaterra, tras ser
nombrado Secretario del
embajador francés Michel de
Castelnau. Enseñó en la
Universidad de Oxford la nueva
cosmología copernicana atacando
las ideas tradicionales. Ese mismo
año regresó a París con el
embajador, para luego dirigirse a
Marburgo.
En Marburgo retó a los seguidores del aristotelismo a un debate público en el College
de Cambrai, donde fue ridiculizado, atacado físicamente y expulsado del país.
A instancias de Giovanni Mocenigo, noble veneciano, regresó a Italia. Mocenigo se
convierte en su protector, para impartir cátedra particular.
El 21 de mayo de 1591, Mocenigo traicionó a Bruno entregándolo a la Santa
Inquisición. El 27 de enero de 1593 se ordenó el encierro de Giordano Bruno en el
Palacio del Santo Oficio, en el Vaticano. Estuvo en la cárcel durante ocho años
mientras se disponía el juicio –bajo el tribunal de Venecia–, en el que se le
adjudicaban cargos por blasfemia, herejía e inmoralidad; principalmente por sus
enseñanzas sobre los múltiples sistemas solares y sobre la infinitud del universo.
Durante la ocupación napoleónica se perdieron la mayoría de los folios de ese juicio.
El proceso fue dirigido por Roberto Belarmino, quien
posteriormente llevaría el similar proceso contra Galileo.
Las múltiples ofertas de retractación fueron
desestimadas.
Finalmente, sin que se tenga conocimiento del motivo,
Giordano Bruno decidió reafirmarse en sus ideas y el 20
de enero de 1600 el papa Clemente VIII ordenó que fuera
llevado ante las autoridades seculares.
Es famosa la frase que dirigió a sus jueces: "Tembláis
más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al
recibirla". Fue expulsado de la Iglesia y sus trabajos
fueron quemados en la plaza pública.
La obra bruniana se encuentra teñida de un ligero averroísmo, consistente en la
defensa de la superioridad de la vida teórica frente a la vida práctica y la
reivindicación del carácter profesional del filósofo.
De entre sus tesis cosmológicas destacan la Idea de la infinitud del universo
entendida como expresión de la infinita potencia de Dios, así como su descripción
de las estrellas: soles rodeados de planetas parecidos a la tierra. El universo es
concebido como un conjunto que se transforma continuamente, que pasa de lo
inferior a lo superior por ser todo una y la misma cosa; la vida infinita e inagotable.
En esta vida quedan disueltas todas las diferencias, propias sólo de lo finito
El Universo está penetrado de vida y
es él mismo vida; organismo infinito
en el cual se hallan los organismos
de todos los mundos particulares, de
los infinitos sistemas solares
análogos al nuestro.
Lo que rige esta infinitud es la misma
ley –porque es la misma vida, el
mismo espíritu y orden– y, en última
instancia, Dios mismo.
“uno y el mismo... lo llena todo, ilumina el universo y orienta la naturaleza para
producir sus especies como le conviene... Nosotros lo llamamos artífice interno
porque forma la materia y la figura desde dentro: al igual que desde dentro la semilla
o raíz gobíerna y hace surgir los brotes; desde dentro del brote despliega las ramas;
desde dentro de las ramas forma otras ramas menores; desde dentro de éstas da
lugar a las yemas; desde dentro forma, figura, extiende, como nervios, las frondas,
las flores, los frutos; y desde dentro, en cierto momento, toma sus humores de las
frondas y frutos devolviéndolos a las ramas, de las ramas a los troncos, de los
troncos a los brotes, de los brotes a las raíces.”
Bruno llegó a la conclusión de que todas las
cosas son animales porque «el espíritu se
encuentra en todas las cosas y colma toda la
materia».
En consecuencia, el alma se asume como la
forma del mundo, forma que determina y dirige
todas las diferentes transformaciones del
universo.
“¿No veis que lo que era semilla se ha hecho hierba, y que lo que era hierba se
hace espiga, y la espiga pan, el pan alimento, el alimento sangre, de esta semilla,
de este embrión, de este hombre, de este cadáver, de esta tierra, de esta piedra,
otra cosa, y otra más, para llegar a todas las formas naturales? ... Es necesario,
pues, que haya una sola y misma cosa que en sí no es piedra, ni tierra, ni cadáver,
ni hombre, ni embrión ni sangre ni otra cosa.”
La negación de la trascendencia divina y la afirmación de la unidad materia-forma
se vinculan a otra idea fundamental de la concepción monística de Bruno: el
principio de la coincidentia oppositorum.
Bruno llevará el heliocentrismo de Copérnico hasta sus
más severas consecuencias: todo el sistema
aristotélico era falso, entonces, la bóveda celeste
estalla en miles de fragmentos... el universo es infinito y
en él hay infinitos mundos. Se produce una ruptura
respecto a la concepción griega en la cual lo perfecto es
finito y limitado. Por otra parte "universo" y "mundo"
dejan de ser sinónimos para incluirse uno en el otro. Se
hace imposible determinar así cuál es el centro del
universo, más difícil aún es afirmar su circunferencia. Ya
no hay esferas transparentes: los astros vagan
libremente por el espacio y también desaparecen las
regiones celestes porque todos los astros se componen
de los mismos elementos.
Es precisamente en esta concepción en la que se inscribe la entusiasta aceptación,
realizada por Bruno, del sistema copernicano. No se basa en las argumentaciones
científicas adoptadas por Copérnico en favor de su propia hipótesis (más aún, es
hasta dudoso que Bruno las comprendiera), sino exclusivamente en el acuerdo entre
esta hipótesis y la concepción bruniana de la infinitud. De manera análoga, Bruno
celebra las investigaciones de Tycho Brahe sobre los cometas sólo por su
significado filosófico.
Ciencia y Renacimiento
Uno de los primeros humanistas que se interesaron seriamente
por la ciencia fue Johannes Müller, llamado Regiomontano
porque había nacido en Konigsberg (1436-1476); se ocupó
sobre todo de astronomía, tradujo las obras de Ptolomeo y
fundó en Nuremberg un célebre observatorio.
Los límites de la concepción renacentista de la historia impiden al hombre satisfacer
plenamente su sed de saber, su ansia por conocer los misterios no sólo de la
humanidad, sino también, y sobre todo, de la naturaleza. Por eso no podían
contentarse con las conclusiones de las obras históricas, sino que siempre existió la
aspiración a un método capaz de captar la verdad de los hechos naturales y a una
técnica capaz de utilizar los resultados de las investigaciones efectuadas para
ventaja de la vida del hombre.
El éxito de la ciencia renacentista se debe sobre todo a esta feliz unión del puro
científico dueño de las teorías y del técnico capaz de experimentar estas últimas y
lograr de ellas resultados concretos
El primer ejemplo de ese afortunado connubio lo ofrece
Leonardo da Vinci, que, por haber reunido en su persona
al artista y al científico, con todo derecho puede ser
considerado el iniciador del maravilloso renacimiento
científico que en el siglo XVI dará lugar a los amplios
desarrollos en todos los campos de la investigación: de la
medicina a la anatomía, del álgebra a la mecánica, de la
física a la astronomía. La producción artística de
Leonardo da Vinci (1452-1519) es conocidísima; no puede
decirse lo mismo sobre sus contribuciones al renacimiento
de la ciencia. Estas contribuciones no fueron recogidas en
obras sistemáticas, sino que por desgracia se
mantuvieron en el estado de apuntes inéditos.
En el campo de la mecánica su intuición más profunda fue la del principio de inercia, que
Leonardo enmarcó en la teoría del ímpetu. Intuyó el principio de la composición de las
fuerzas, el principio de los vasos comunicantes, la analogía entre el fenómeno de la luz y los
fenómenos ondulatorios, etcétera. En geología explicó el origen de los fósiles; en
astronomía intuyó que la Tierra puede ser considerada como un astro, y hasta se propuso
demostrar que ésta debía reflejar la luz de manera análoga a como lo hace la Luna; en
anatomía describió la estructura y el funcionamiento del ojo, hizo varias observaciones
exactísimas sobre la circulación de la sangre, estudió los músculos del corazón y dibujó sus
válvulas, etcétera.
Pero el hecho más importante es que con sus investigaciones Leonardo abrió
muchos nuevos campos a la investigación científica, intuyó la importancia del
método experimental, recurrió con mucha inteligencia a la matemática y al
dibujo para explicar el mecanismo de los fenómenos, supo vincular estrechamente
técnica y ciencia y finalmente repudió con energía tanto las explicaciones
generales de carácter metafísico como todo recurso a la autoridad no basada en la
experiencia. En cuanto a la concepción filosófica de Leonardo, estuvo
probablemente influida por el idealismo platónico. Pero Leonardo no cae en el error
de querer deducir de tal concepción las teorías científicas de los diferentes
fenómenos examinados. A estas teorías llega no por abstractas argumentaciones
generales, sino por impulso directo de las exigencias prácticas. Fue su mentalidad
de ingeniero, no de filósofo, la que lo impulsó a indagar científicamente la
naturaleza.
El autor griego que asume como guía y modelo no es Aristóteles sino
Arquímedes; o sea, ya no es el metafísico constructor de amplísimas
concepciones filosóficas de la naturaleza, sino el matemático y el técnico, que
tiende a buscar en teoremas geométricos la explicación de los fenómenos. Este
renovado interés por Arquímedes, que crecerá a través de todo el siglo
siguiente, será el eslabón de conjunción entre la nueva ciencia creada por el
Renacimiento y la antigua trasmitida desde los griegos.
El principio fundamental de la magia dice
que el mundo de la naturaleza está
movido por fuerzas espirituales,
intrínsecamente similares a las del alma
humana. Se trata de un principio análogo
al de la astrología, según el cual el que
resulta animado es el cielo, y los
espíritus que guían los astros pueden
ejercer influencias decisivas sobre los
acontecimientos de la vida humana.
Identificación de vida y espíritu por un lado, de vida y movimiento por el otro:
llegaban a la conclusión, pues, de que todos los cuerpos en movimiento deben
necesariamente resultar animados. El hecho esencial para la historia de la ciencia es
que esta identificación no los apartaba del estudio directo del movimiento de los
cuerpos, ni de la creencia en la existencia de leyes que regularan esos movimientos.
En la segunda mitad del siglo Giambattista della Porta (1540-1615), ordenó
todo el campo de la magia en un gran tratado, Magia naturalis, en veinte
libros. Distinguía dos tipos de magia: la «infame», basada en el comercio con
los espíritus inmundos, y la «natural», basada, en cambio, en el estudio
directo de los fenómenos. También esta última, en realidad, contenía mil
extrañezas; pero se debe reconocer que entre esas extrañezas también
había observaciones bastante interesantes a las que sería difícil negar un
carácter científico.
Entre las disciplinas científicas, la que estuvo en contacto más
estrecho con la magia y la astrología fue sin duda la medicina.
Recordemos, por ejemplo, que Teofrasto Paracelso (1493 -1541)
se proponía reformar la medicina justamente por medio de la
magia. Dada la correspondencia entre macrocosmos y
microcosmos, Paracelso sostenía la necesidad de indagar el
primero para actuar sobre el segundo: las fuerzas mágicas, que
rigen el macrocosmos, sería las más idóneas para actuar también
sobre el microcosmos, interrogando sus enfermedades. Otro
instrumento indispensable para la medicina era, a su parecer, la
alquimia, entendida como arte de elegir y combinar las
substancias que mejor condensan en ellas las virtudes de los
astros.
Andrés Vesalio publicó en 1543 la
más famosa obra de anatomía del
siglo XVI De humani corporis fabrica,
enriquecida con numerosas planchas
dibujadas por un alumno de Tiziano.
Disección de cadáveres. Desde un
punto de vista metodológico, sus
palabras constituyen un documento
de excepcional interés sobre los
progresos realizados por la instancia
empírica en el ámbito de la medicina.
La mayor personalidad del siglo en física fue la
del inglés William Gilbert (1540-1603), médico de
corte del rey de Inglaterra. En su célebre obra De
magnete, publicada en 1600, se recogen todas las
informaciones que entonces se conocían sobre las
propiedades magnéticas y eléctricas de los
minerales, cuya enorme importancia comprendió
Gilbert. Pero le agregó sus observaciones, que
representan el fruto de indagaciones empíricas,
pacientes y rigurosas. Se trata del primer éxito
verdaderamente científico de lo que será llamado
el método inductivo. Es digno de mención que
fuera justamente Gilbert el que acuñó el nombre
de «electricidad», del griego electrón que
significa ‘ámbar’.
La obra tuvo una notable importancia no sólo desde el punto de vista experimental,
sino también desde el teórico. En efecto, aportó una valiosísima contribución para
la elaboración del concepto de masa material, introducido con mucha inteligencia
en la descripción de los fenómenos magnéticos.
La obra de Gilbert fue ampliamente estudiada y apreciada por Kepler, Bacon y
Galileo.
El problema algebraico frente al que habían tenido que
detenerse tanto los matemáticos griegos (que antes que
nada trataron el tema por vía geométrica) como los árabes
era la ecuación general de tercer grado. El problema fue
reexaminado a fondo por Nicoló Tartaglia (1506-1557).
Este nuevo examen condujo a Tartaglia a descubrir la
regla, bastante complicada, que permite resolver el
problema en toda su generalidad.
En esa época los matemáticos no acostumbraban a hacer públicas sus
invenciones de manera inmediata, sino que se limitaban a dar noticia implícita de
la misma a través de los llamados cartelli di matematica disfida («hojas de
desafíos matemáticos»), en los que el desafiante proponía a los doctos de la
época algún problema de particular dificultad dando la seguridad de poseer —por
su propia cuenta— la regla para resolverlo.
Otra dificultad de la investigación que hemos señalado estaba constituida por el
lenguaje utilizado para su tratamiento. Éste era, sustancialmente, el lenguaje
común. El francés Francois Viete (1540-1603) publica In artem analyticam
Isagoge, publicada en 1591, no contiene ningún resultado algebraico
verdaderamente nuevo; pero tiene el mérito de exponer los temas algebraicos en
un lenguaje simbólico-literal.
Nicolás Copérnico nació en Torun, Polonia, en 1473. Hacia 1505-1506 ideó las
líneas fundamentales de su propio sistema. Pero aún empleó muchos años para
redactarlos y ajustar la exposición. En 1530 publicó un breve extracto de la misma y
obtuvo la aprobación del papa Clemente VII, que hasta lo alentó a publicar la obra
in extenso. Pero a pesar de este impulso esperó todavía diez años antes de
entregarla a la imprenta. El primer libro impreso se lo llevaron a su lecho de muerte
en 1543, cuando su conciencia ya casi se había apagado. La obra que en breve
adquiriría tanta celebridad llevaba por título: De revolutionibus orbium coelestium libri VI.
El primer editor de la obra de Copérnico, Andreas Osiander, incluyó un prefacio
para explicar que la nueva teoría sólo quería ser una hipótesis matemática sin
ninguna pretensión de reflejar la verdad física.
Johannes Kepler nació en 1571 en
Weil, en Württemberg. Pasó los
últimos años de su vida en pleno
ambiente de persecución sorda
suscitado por el fanatismo
protestante y católico, ejerciendo la
profesión bastante remunerativa de
astrólogo; publicaba, en efecto, los
almanaques astrológicos muy en
boga entonces. Murió en 1630.
Aunque poco a poco fue separándose del animismo que había inspirado su primera
obra, Kepler mantuvo durante toda su vida una concepción del mundo
substancialmente pitagórica, en la que son nítidas las huellas de la influencia de
Ficino. Por lo tanto consideró la armonía como ley general del universo, pensando
que ésta se expresa en rigurosas proporciones numéricas. No se le ocultó la
necesidad de apoyar la ciencia en datos sensoriales, pero trató de justificar esta
concesión al empirismo afirmando que las sensaciones ya contienen un factor
matemático, aunque sea en estado embrionario. Interpretó la matemática no como
ciencia de conceptos abstractos, sino como estudio de relaciones reales y
configuraciones efectivas de los objetos. Y en la célebre obra Observaciones sobre
los movimientos de Marte, publicada en 1609, formuló las primeros dos leyes sobre
el movimiento de los planetas que aún hoy se conocen con su nombre. Hasta 1619
no llegó a la formulación de la tercera.
1ª. Las órbitas de
los planetas son
elipses, en uno de
cuyos focos se sitúa
el Sol
2ª. Las áreas
descritas por el radio
vector que une el
Sol con el planeta
son proporcionales
al tiempo empleado
en recorrerlas
3ª. Los cuadrados de los períodos
de dos planetas son proporcionales
a los cubos de los ejes mayores de
las respectivas órbitas.
Las dos primeras leyes estudian el movimiento de un planeta abstrayendo de los
restantes; la tercera, en cambio, relaciona los movimientos de los distintos planetas.
Vídeo Leyes de Kepler
Francis Bacon nació en Londres en 1561, hijo de
un dignatario de la corte; la prematura muerte del
padre le enfrentó desde joven con graves
dificultades financieras. Se dedicó a la vida política y
logró poco a poco hacer carrera, mostrando -en la
lucha por su propia afirmación- una proceder
expeditivo no muy recomendable (se apresuró, por
ejemplo, a romper con su protector Essex apenas se
dio cuenta de que éste estaba cayendo en
desgracia). Con Jacobo I tuvo cargos muy
importantes; fue nombrado lord canciller y barón de
Verulamio.
En 1621, acusado de corrupción, reconoció en seguida su propia .culpa; la cámara
alta lo privó de la dignidad de lord canciller lo condenó a una pena pecuniaria y al
encarcelamiento a discreción del rey. El apoyo real le sirvió para no pagar la multa
y para pasar nada más que pocos días de cárcel. Se retiró a la vida privada y se
interesó sólo por los estudios. Murió en 1626. Sus principales escritos son: el
Novum organum, publicado en 1621, y el De dignitate et augmentis scientiarum,
publicado en 1623 Recordemos, además, el fragmento titulado La nueva Atlántida
que delinea la estructura de una sociedad perfecta (como descripción de una isla
imaginaria habitada por un pueblo feliz); los Ensayos, de tema literario, y los
apuntes recogidos coh el título Silva Silvarum
Suele afirmarse que Bacon fue el filósofo de la nueva ciencia.
Esta aseveración no debe entenderse en sentido literal. Si, en
efecto, confrontamos su obra con la de los mayores espíritus
de su época (científicos puros como Harvey o científicosmetodológicos como Galileo y Descartes) nos vemos
obligados a reconocer: 1) que Bacon no aportó
contribuciones dignas de nota a algún campo especial del
saber; 2) que en realidad no meditó seriamente sobre los
concretos métodos de indagación, ni con las reglas
demasiado genéricas del Novum organum aportó un auxilio
efectivo a su perfeccionamiento técnico, o sea, a la solución
de ninguna de las dificultades con las que chocaban
esos métodos.
La grandeza de Bacon, por 10 tanto, debe buscarse en otra parte.
Consiste no ya en su obra genérica de investigador de los métodos
científicos, sino en la de defensor, convencido y entusiasta, del valor
de la nueva ciencia y de la importancia que estaba destinada a asumir.
Si bien es verdad que todos los espíritus más iluminados de su
generación' y de la inmediatamente siguiente estuvieron firmemente
persuadidos como él de que la renovación de la ciencia y de la técnica
incrementaría en medida enorme el poder del hombre en el mundo
El filósofo de esa era de carácter mercantil
que empezaba justamente en esos años
(cuando nacía la Compañía Inglesa de las
Indias y la Bolsa de Amsterdam, en 1602) a
reemplazar, en los países más avanzados,
a la vieja era de carácter agrícola y artesana.
Es particularmente significativa, desde este punto de vista, la descripción -que
esboza en la Nueva Atlántida- del tipo de sociedad que considera ideal y perfecta.
Si la comparamos con la sociedad ideal descrita por Thomas More en su Utopía o
con la descrita por Tommaso Campanella en La ciudad del Sol vemos que la
sociedad ideal de Bacon tiene esta característica: su estructura se basa por entero
en la ciencia y en la técnica y está dirigida a hacerlas progresar para el bien de la
humanidad. También las relaciones entre ciencia y religión quedan claramente
aclaradas por esa obra: la sociedad ideal de Bacon no desea ser, en efecto, una
sociedad irreligiosa; su religión, sin embargo, está constituida de tal manera que no
entre en contradicción con la ciencia, sino que asuma entre sus funciones más
características la de apoyar la ciencia y garantizar su valor moral. Es evidente
que esto refleja la convicción de los pioneros de la revolución mercantil (convicción
cada vez más difundida en los países protestantes) de que las nuevas estructuras
sociales habrían terminado por encontrar un auxilio para su propio desarrollo en la
seriedad de concepciones y costumbres predicada por el cristianismo.
En realidad Bacon conserva, en varios puntos
especiales de la filosofía y de la ciencia, algunas ideas
de carácter netamente aristotélico: y éstas son
muchos más numerosas de lo que él mismo imagina.
A pesar de esta indiscutible realidad, la polémica que
sostuvo contra el pensamiento antiguo y medieval es,
sin duda, una de las más enérgicase intransigentes
que la historia dela filosofía recuerda; tan enérgica que
no pocas veces resulta hasta intemperante. Se
inscribe en una visión general de la historia basada en
la consideración del saber humano como un conjunto
de energías en continuo desarrollo, que tendría varias
fases análogas a la vida del hombre
En este desarrollo secular, los filósofos antiguos representarían la edad infantil y los
modernos, en cambio, la plena madurez. Es pues perfectamente natural que las
concepciones de la Antigüedad sean en todo similares al balbuceo de los niños,
innegablemente menos sólidas que las nuestras, que son el fruto de larguísimas
experiencias. Sí pasamos ahora a un examen más detallado de la polémica de
Bacon contra Aristóteles, en seguida debemos decir que el primero y más
importante argumento considerado por nuestro autor es la lógica. La objeción
central que Bacon plantea contra la lógica aristotélica es la invencible esterilidad de
sus artificiosas reglas deductivas.
Éstas afirman que deducen el caso particular de las
premisas generales, del silogismo; pero se trata de un
conocimiento pura y simplemente ilusorio. En efecto, no
nos dicen lo más importante, a saber, cómo es posible
obtener tales premisas. En verdad, cualquiera podría
responder a Bacon que el problema en modo alguno se le
había escapado a Aristóteles: tan es así que el Estagirita
había ideado, para resolverlo, el famoso proceso de
inducción. Y justamente éste es, según el inglés, el punto
más débil de la lógica aristotélica.
A la lógica aristotélica Bacon contrapone el recurso a la experiencia; esta remisión,
sin embargo -y es una de las principales características de nuestro autor-, no puede
consistir en la pura y simple recolección de datos de observación, sino que requiere
su más cuidadosa elaboración. Observaciones casuales e imperfectamente
analizadas, comprobaciones no organizadas de fenómenos particulares, no
están en condiciones de cimentar principio científico alguno. Es necesario,
por supuesto, recurrir a los sentidos, pero sobre todo saber llegar hasta la
experientia litterata, o sea, a la experiencia sistemática, realizada metódicamente.
Según Bacon, la filosofía de Aristóteles está afectada, como 10 están en general
todos los sistemas filosóficos de la Antigüedad, excluido el de Demócrito, por un
gravísimo vicio original: un auténtico pecado de presunción. En efecto, presume de
recabar de la mente humana el conocimiento del mundo, en vez de buscarlo
pacientemente en la observación de la naturaleza.
Hay que liberarse de dicho pecado original y de sus perniciosas consecuencias.
Para castigar al hombre por su pecaminosa presunción, Dios lo había privado de
todo poder real sobre las cosas. Si queremos evitar ese castigo no nos queda más
que un medio: liberarnos del mencionado pecado original de presunción
repudiando con él a la vez toda la filosofía griega
Se trata, en otros términos, de abandonar el modo de proceder esencialmente
teórico de los antiguos filósofos y substituirlo por uno nuevo, esencialmente
práctico-operativo, capaz de tener en cuenta todo arte u oficio que nos ponga en
contacto: directo con la naturaleza. Bacon concluye que el nuevo enfoque dará
origen a una ciencia radicalmente diferente de la de los antiguos: ciencia que
estará en condiciones no sólo de aclararnos sobre el verdadero curso de la
naturaleza, sino de hacernos lograr éxitos práctico cada vez mayores; será
a la ves resplandeciente y fructífera. El propósito de reformar todo el saber en un
sentido práctico operativo impulsa a Bacon a proyectar la estructuración de la
ciencia en una nueva enciclopedia (instauratio magna) totalmente diferente
de la de Aristóteles. Se basa en la distinción de tres grados de conocimiento:
a) conocimiento histórico, basado en la memoria, o sea, en la pura recolección de
materiales de observación; b) conocimiento poético, basado en la fantasía, o sea,
en la libre construcción de agradables sueños, sin ningún contacto con los datos;
c) conocimiento filosófico, basado en el intelecto, o sea, en la elaboración racional
de los datos: éste comprenderá la teología natural, la física, la medicina,
y culminará en la philosophia activa, o sea, en el estudio dirigido a
la construcción de instrumentos útiles para el hombre.
La lógica de Bacon puede subdividirse en dos panes, la liberación del error (pars
destruens) y la construcción del saber (pars adstruens). La primera parte está
constituida por la teoría de los idola. Errores y prejuicios son, en efecto, paragonables
-según Bacon- a los ídolos, que ocultan la visión del verdadero Dios.Los ídolos que
velan al hombre el verdadero saber son de cuatro tipos. Los ídolos de la tribu son
aquellos comunes a todos los hombres, y requieren, pues, un examen crítico de la
misma naturaleza humana; como, por ejemplo, la limitación y falibilidad de los
sentidos, la tendencia de la mente a ver una uniformidad y regularidad también donde
no existen, etc. Los ídolos de la caverna dependen, en cambio, de la naturaleza del
individuo y deben ser corregidos tratando de superar la limitación de cada hombre,
sus gustos, sus tendencias particulares, las costumbres contraídas por la educación,
por el ambiente en el que siempre vivió, etcétera. Los ídolos del foro (o sea, del
mercado, donde los hombres entran en contacto unos con otros) derivan sobre todo
del lenguaje, que crea palabras vacías para cosas inexistentes y viceversa, no
dispone de vocablos específicos para indicar cosas efectivamente existentes; la
eliminación de estos ídolos implica la eliminación de todos los conceptos ilusorios y de
las infinitas controversias verbales que se producen alrededor de éstos. Finalmente,
los ídolos del teatro son los debidos a la influencia de las teorías tradicionales, que
engañan a los hombres como los histriones, que recitan en el teatro y engañan al
público espectador;' su eliminación coincide con la crítica del saber tradicional
señalado en las páginas precedentes.
La pars adstruens consiste en la determinación de las regIas que caracterizan· la
experientia litterata único serio fundamento del saber. Son las reglas de inducción
baconiana, contrapuestas a las de la inducción aristotélica. Podemos
esquematizarlas en tres instancias: 1) se trata antes que nada de elaborar, para
cada fenómeno, la tabula presentiae, que registra con la máxima precisión todos
los casos en los que se verifica ese fenómeno; 2) se elaborará luego una tabula
absentiae, que enumera los casos en los que el fenómeno no tiene lugar, mientras
que se creyó encontrarlo; 3) se pasará, finalmente, a la tabula graduum, que
estudia los casos en los cuales el fenómeno aumenta o disminuye.
Sólo la construcción rigurosa de las tres tablas -de presencia, ausencia y gradosnos permitirá, según Bacon, penetrar afondo la naturaleza del fenómeno. Con tal fin
será necesario un cuidadoso examen comparativo de las mismas tablas, al que
seguirá la formulación de una hipótesis y por último, su verificación empírica. De
manera diferente a lo que podríamos esperar, el resultado al que tiende la inducción
baconiana es muy similar al que tendía la investigación científica entendida en el
sentido tradicional. Bacon afirma, en efecto, con palabras muy explícitas, que el
resultado de la investigación científica debe estar constituido por la «forma» de los
fenómenos individuales estudiados. Por ejemplo, el resultado de una investigación
lógicamente rigurosa sobre el calor -él mismo se detiene largamente en esta
ejemplificación- debe ser la «forma» del calor, o sea, la determinación de la nota
característica, efectivamente común a todas las cosas calientes.
Aunque brevemente, será oportuno explicar estas diferencias; conciernen en
particular al carácter matemático de las leyes físicas. Mientras que, como veremos,
Galileo y los grandes científicos de los siglos siguientes reconocerán plenamente
este carácter, el mismo escapaba de manera total a Bacon, por lo cual la ciencia
que debía constituir la gran conquista de su nueva metodología resulta puramente
cualitativa y por lo tanto no es diferente de la física aristotélica. Basta ver que la
indiferencia de Bacon frente a la matemática, su incomprensión hacia el valor de
esta ciencia (tanto en sí misma como en su función instrumental para todas las
otras ciencias) lo lleva a tal nivel de ceguera que le hace descuidar el problema de
una precisa ubicación de ésta en su nueva enciclopedia del saber. Para
comprender la gravedad de esta posición, basta con reflexionar sobre la enorme
influencia progresiva ejercida por la lectura de los textos de Arquímedes en gran
parte de los científicos del Renacimiento: al no captar el valor y el significado de
esta influencia, Bacon se colocó inconscientemente fuera de la orientación. La
ceguera de Bacon hacia la matemática concuerda perfectamente con su
incomprensión del gravísimo conflicto cultural surgido en las grandes controversias
astronómicas de la época. «Nadie -escribe- puede esperar resolver el problema de
si es el cielo o bien la Tierra la que sufre una rotación cotidiana, si antes no
comprendió la naturaleza del movimiento circular espontáneo.» Es una posición
agnóstica que esconde un verdadero retraso científico. En efecto, Bacon
no busca la naturaleza del movimiento circular en el análisis matemática y
mecánico del movimiento mismo, o sea, en las «medidas» y en los «períodos de los
movimientos celestes», sino en la alegría o en el horror que experimentarían los
cuerpos por tal movimiento.
Bacon sostiene que la forma de los fenómenos surge no del examen cuantitativo de
los fenómenos mismos, sino de la composición interna de las cosas (o sea, del
schematismus latens) y de los íntimos procesos que son la base de esa composición
(o sea, del processus latens). También se ha intentado dar una interpretación muy
lisonjera para su autor de estos dos conceptos -del schematismus latens
y del processus latens: la de que constituyen geniales intuiciones de lo que serán los
desarrollos más recientes de la ciencia moderna. Pero se trata, una vez más, de
interpretaciones privadas de fundamento, ya que no se puede atribuir a Bacon el don
de intuir los desarrollos lejanos de la ciencia, cuando se mostraba incapaz de
comprender los progresos más básicos de la ciencia de su siglo. En realidad,
los dos conceptos señalados no son más que simples residuos de la alquimia
medieval, y recurrir a ellos para explicar los fenómenos demuestra sólo la
permanencia en el pensamiento baconiano de una concepción substancialista del
mundo propia ya de una época pasada
Debemos negar, pues, francamente a la conclusión de que los resultados obtenidos
por Bacon, a través de su complejo y laborioso plan de innovación general de la
ciencia, nos deja profundamente desilusionados. Son resultados bastante míseros,
que no escapan al sistema conceptual de la escolástica y que de ninguna manera se
inscriben en el núcleo más vivo de los problemas debatidos, en esos mismos
años, por los verdaderos científicos. Si los comparamos con la efectiva renovación de
la ciencia que se produce en los siglos XVI y XVII, tenemos que reconocer que sirven
sólo para una cosa: para demostrarnos cuán persistentes eran las vinculaciones con
el pasado aun en uno de los hombres que había comprendido con mayor claridad el
giro radical de la nueva cultura.
Por lo tanto, resulta fuera de lugar buscar en tales resultados la grandeza de Bacon.
Mucho más serio resulta buscarla donde ésta efectivamente aparece, o sea, en el
entusiasmo profético hacia las tareas que conciernen a la investigación científica de
cara al conocimiento y al dominio técnico de la naturaleza. Es un entusiasmo que
puede parecer injustificado si se tiene en cuenta la tosquedad de los auténticos
conocimientos científicos de Bacon, pero que expresa con rara claridad la fe de la
nueva sociedad en la ciencia que está surgiendo. Corresponderá a esta fe la
importantísima tarea de infundir en los nuevos filósofos y científicos la fuerza
indispensable para continuar con tenacidad sus investigaciones, animados por la
certidumbre de la insustituible misión civilizadora de la ciencia.
Galileo Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de
1564 en una familia de origen florentino. Se inscribió
a los diecisiete años en la Universidad de Pisa como
estudiante de medicina, pero se mostró muy poco
interesado por esta ciencia y muy pronto empezó a
cultivar la matemática en lugar de ésta, estudiándola
con mucho empeño en las grandes obras de los
griegos, en particular de Euclides y de Arquímedes.
Dejó Pisa sin haber concluido sus estudios. En
1592 logró mejorar notablemente su situación y
obtuvo el nombramiento de profesor de matemáticas
en la Universidad de Padua.
Los dieciocho años que pasó en Padua (1592-1610) fueron sin duda los mejores de
su vida, por la gran libertad de pensamiento de la que pudo gozar.
En ese período Galileo convivió, aunque sin llegar a un casamiento formal, con
Marina Gamba, de la que tuvo dos hijas y un hijo, hacia los que siempre sintió un
gran afecto.
Vida de Galileo (Vídeo en Internet)
El descubrimiento del anteojo es de 1609. Su
mérito, que se refiere no tanto a la prioridad de la
invención (es cierto, por otra parte, que el telescopio
de Galileo resultó mucho más potente que los otros)
como al hecho de que fue indudablemente el
primero en atribuir a este instrumento un efectivo
valor científico.
Orientando el telescopio hada el cielo Galileo tuvo la
suerte y la alegría de descubrir nuevos maravillosos
fenómenos, los cuatro satélites de Júpiter (que llamó
«mediceos» en honor del gran duque de Toscana),
las manchas de la Luna, las manchas del Sol,
etcétera. Galileo dio la gran noticia en el Sidéreus
nuncius
Se convenció de manera definitiva de la verdad del sistema copernicano.
1) Galileo estaba absolutamente seguro de la verdad científica del sistema
heliocéntrico; 2) no estaba filosóficamente dispuesto a admitir (como los
aristotélicos) la coexistencia de verdades antitéticas entre sí; 3) mucho menos
estaba dispuesto a considerar la religión como puro y simple conjunto de reglas
prácticas, inventadas para dominar a los pueblos y engañar a los ingenuos. Los
textos sagrados no contienen —si se los interpreta bien— afirmación alguna en
real antítesis con la verdad copernicana.
En 1616 Galileo es llamado por primera vez a Roma
para dar cuenta de su propensión al copernicanismo y
de sus tentativas de mostrar que la verdad de la Biblia
no es incompatible con la del sistema copernicano.
(Eran tentativas que hoy pueden parecemos
extremadamente claras; pero no era así en el siglo
XVII. Afirmaban, en esencia, que en la Biblia Dios no
quiere revelarnos las verdades astronómicas, sino que
usó el lenguaje que podía ser comprendido por
aquellos a los que hablaba; así cuando hacía
exclamar a Josué las célebres palabras «¡Detente, oh
sol!».)
Reasumiendo el antiguo programa, Galileo se decidió por lo tanto a llevar a cabo
una gran obra destinada a confrontar los argumentos científicos que sostenían
ambas tesis contrarias, la geocéntrica y la heliocéntrica. Para darle un tratamiento
de aparente neutralidad, eligió la forma dialogada, imaginando que un aristotélico
(Simplicio) y un copernicano (Salviati) son invitados a exponer cada uno su propia
concepción a un tercer interlocutor (Sagredo), deseoso de conocer a fondo los
términos exactos de la gran controversia. Obtenida con esta estrategia la
autorizadón eclesiástica, el Diálogo acerca de los dos máximos sistemas del mundo
pudo aparecer en 1632.
Yo, Galileo,
(….…)
Teniendo ante mis ojos los sacrosantos Evangelios
que toco con mis manos,
Juro que he creído siempre, que creo ahora
y que con la ayuda de Dios seguiré creyendo en el futuro
todo lo que la Santa Iglesia católica y apostólica tiene por verdadero, predica y enseña.
En consecuencia,
queriendo eliminar de la mente de vuestras Eminencias
y de todos los fieles cristianos
esta vehemente sospecha
justamente concebida contra mí,
vengo con corazón sincero
y fe no ficticia
a abjurar, maldecir y detestar
los susodichos errores y herejías y, en general, todo error, herejía y secta contraria a la santa
Iglesia. Y juro que en el futuro
no diré ni afirmaré nunca jamás, ni verbalmente ni por escrito, cosas que puedan hacerme
sospechoso.
Si conozco algún hereje o sospechoso de herejía,
le denunciaré al Santo Oficio o al Inquisidor del lugar
donde me encuentre ( … ).
Yo, Galileo, que suscribo,
he abjurado, jurado, prometido
y me he comprometido a lo que precede.
En 1619 una áspera polémica con el jesuita Orazio Grassi
sobre los cometas y la inalterabilidad de los cielos. Al científico
viejo y enfermizo se le ordenó —pero con un tono muy
diferente al de 1616— que se trasladara a Roma para
comparecer ante un tribunal del Santo Oficio. Sus adversarios
sostenían con encarnizamiento que su libro era «execrable y
más pernicioso para la Iglesia que los escritos de Lutero y de
Calvino». Galileo fue procesado, reconoddo culpable y
obligado a abjurar.
El fallo de su programa colmó el ánimo de Galileo con una
profunda amargura que ya no lo abandonó hasta la muerte.
Su único consuelo fue el afecto de sus familiares, sobre todo
de su hija Virginia (sor María Celeste), la cual, sin embargo,
murió en 1634, agregando un nuevo dolor gravísimo al ánimo
ya quebrantado del gran científico
Galileo imprime a la investigación
científica, no entendida ya como
búsqueda de concepciones generales
sino como conjunto de procesos
cognoscitivos que se desmiembra en
varias investigaciones particulares
exactamente determinadas.Buscar en
Galileo una filosofía general, o acusarlo
porque no se esforzó por elaborar un
auténtico sistema filosófico, significa no
comprender el significado profundo de su
obra.
Un ejemplo lo tenemos en la asimilación del saber humano, matemáticamente
fundamentado, con el saber divino, por el cual el hombre puede considerarse
«intensivamente» igual a Dios. Otro ejemplo es la distinción galileana entre dos
tipos de cualidades de los objetos: las espaciales y mecánicas, que residen en los
mismos objetos y sirven para la explicación de los fenómenos, y las que se originan
en el sujeto (colores, sabores, sonidos, etc.). Un tercer ejemplo es la caracterización
de la relación causal, concebida por Galileo como relación de sucesión constante
entre fenómenos (señalado el fenómeno-causa, se produce el fenómeno-efecto;
eliminando el primero, falta el segundo). Esta definición tuvo el mérito, entre otros,
de liberar el concepto físico de causalidad de toda referencia antropomórfica y
por lo tanto de toda indagación sobre los «fines» de la naturaleza.
En Galileo están presentes tanto la
instancia empírica como la instancia
matemática; pero ninguna de ellas
agota por sí sola su método de
investigación. No lo agota la instancia
empírica, que —ya afirmada en la
Antigüedad por Aristóteles en antítesis
a Platón— sólo produjo una genérica
física cualitativa; y tampoco la agota la
instanda matemática, que por sí sola
no está en condidones de sacarnos del
campo de los conceptos abstractos e
insertarnos en la realidad.
El enfoque inicial de Galileo no difiere del de Bacon; la naturaleza no sólo debe ser
«escuchada», sino también «interrogada». Pero entre el italiano y el inglés surge una
gran diferencia apenas tratan de precisar el carácter de esta interrogación. La
interrogación baconiana está, en efecto, estructurada con la intención de buscar en
los fenómenos su «forma», su «esquematismo latente», sus notas comunes; la
galileana tiende, en cambio, a descubrir las leyes de los fenómenos, o sea, las
proporciones matemáticas entre fenómeno y fenómeno.
“La filosofía está escrita en este grandísimo libro que continuamente se nos abre
ante los ojos (me refiero al Universo), pero no puede entenderse si antes no se
aprende a entender el lenguaje y conocer los caracteres en los que está escrito.
Está escrito en lenguaje matemático, y los caracteres son triángulos, círculos y
otras figuras geométricas, y sin esos medios es imposible entender
humanamente nada de él.”
A esta altura surge una pregunta bastante desconcertante: ¿qué nos asegura a
priori que el instrumento matemático pueda resultar eficaz en todas las
investigaciones fenoménicas? En esto Galileo parece remitirse a un acto de fe.
Sería erróneo, sin embargo, apelar a esta fe para hacer de Galileo un filósofo
platónico
1) que Galileo busca, en general, justificar esa fe con una concepción atomística de
la naturaleza (todos los fenómenos son expresables en términos matemáticos,
porque las únicas propiedades reales de los átomos son las geométricomecánicas), y esta concepción atomística está inspirada más en Demócrito que
en Platón;
2) que Galileo deja que sea directamente la experiencia la que le sugiera los
números y las figuras correspondientes a los fenómenos y no impone a los
diferentes fenómenos que va estudiando ciertos números o ciertas figuras.
Método científico
La creación de un modelo es un momento
delicadísimo de la investigación, que vuelve a
insertar (como los instrumentos de medición) la
actividad práctico-técnica en la parte viva de la
observación, inseparablemente asociada a la
actividad matemático-deductiva. Y justamente esta
vinculación constituye el punto más característico de
la innovación metodológica de Galileo: hace de él el
heredero directo no de tal o cual filósofo platónico o
aristotélico, sino del gran iniciador de la ciencia
renacentista, o sea, de Leonardo de Vinci. El
«método experimental galileano» marca la más nítida
separación entre la ciencia del Renacimiento y la de
la Antigüedad clásica.
Mientras que los griegos no habrían admitido otro método de investigación científica
que no fuera el deductivo-matemático, y por lo tanto habían excluido del campo de
la «verdadera ciencia» toda investigación que no pudiera hacerse por vía puramente
matemática, Galileo en cambio propone como «dotado de valor científico» —y
además de proponerlo, lo pone en práctica— un método nuevo que está
impregnado de matemática pero que ya no es enteramente reductible a ésta.
En la literatura fantástica existe una tradición de
viajes espaciales, sostenidos por inverosímiles
propulsiones: de las trombas de agua de la Historia
verdadera de Luciano de Samosata, al hipogrifo del
Orlando furioso. Pero sólo en 1634 fue publicado el
primer verdadero libro de ciencia ficción, el Somnium
de Kepler, que imagina un viaje de ida y vuelta a la
Luna por deslizamiento sobre el cono de sombra de
un eclipse: a la Luna en la ida y al Sol en la vuelta.
También Haydn: El mundo de la luna.
La obra inauguró un nuevo género literario, que desde entonces concentró la atención en los
cohetes de El otro mundo, o Estados e imperios de la Luna de Cyrano de Bergerac, en los
cañones de De la Tierra a la Luna de Julio Verne, en la sustancia anti-gravitacional de Los
primeros hombres en la Luna de Herbert Wells, hasta las astronaves de 2001: una odisea del
espacio de Arthur Clarke.
El
Somnium describe un bello ejercicio del pensamiento, que plantea cuál debe de ser la visión de
la Tierra desde la Luna. El resultado es sorprendente. En efecto, por un lado la Tierra tiene en
el cielo de la Luna fases iguales y contrarias a las que la Luna tiene en el cielo de la Tierra. Por
otro lado, puesto que la Luna muestra siempre la misma cara a la Tierra, ésta sólo puede verse
desde la cara visible de la Luna; y donde se ve, parece fija en el cielo. Lo cual significa que
quien se encuentre en la cara visible de la Luna en un período de Tierra llena, puede observar
«este globo fatal», inmóvil en el cielo lunar, rotar sobre sí mismo en el curso de 24 horas, una
maravillosa demostración visual del movimiento terrestre, que podría hacer exclamar a un
poeta: «¿Qué haces, tú, Tierra, en el cielo? Dime, ¿qué haces, silenciosa Tierra?»
Isaac Newton nació en el pueblo de Wollsthorpe, en el
condado de Lincoln, el día de navidad de 1642. En junio de
1661 ingresó en el Trinity Colledge de Cambridge, donde
inició sus estudios matemáticos bajo la dirección de Barrow.
En 1665 debió abandonar Cambridge para escapar a una
terrible peste que azotaba toda Inglaterra; piénsese que en
el verano de 1665 murieron sólo en Londres más de treinta
mil personas. Se retiró a una pequeña posesión, donde
permaneció cerca de dos años.
Se concentró totalmente en las propias investigaciones y en 1665-1667 el joven Newton elaboró
el núcleo principal de todos sus más importantes descubrimientos matemáticos y físicos.
Fue en este lugar, donde, según la leyenda, la famosa manzana que se le cayó en la cabeza le
habría hecho surgir la idea de la gravitación universal. Publicó en 1687 Pbilosophiae naturalis
principia mathematica.
“Todo hombre de bien está comprometido, según las leyes humanas y divinas, a seguir las
disposiciones legales del rey, pero si Su Majestad decide exigir algo que según las leyes no
puede pedirse, nadie debe ser castigado si no accede a ello”
Fue elegido diputado al Parlamento de Londres por la Universidad de Cambridge. Luego
atravesó uno de los períodos más tristes de su vida por efecto de un agotamiento nervioso que
lo llevó a las puertas de la demencia.
Vida de Newton (Vídeo en Internet)
En 1695 Newton fue nombrado inspector de
la Casa de la Moneda de Londres y algunos
años más tarde se convirtió en su director
general. Nombrado miembro de las mayores
academias científicas europeas y presidente
de la Sociedad Real de Londres (1703),
Newton se convirtió en la más sólida
personalidad científica de Inglaterra.
Newton fue profundamente religioso toda su vida. Hijo de padres puritanos, dedicó
más tiempo al estudio de la Biblia que al de la ciencia. Un análisis de todo lo que
escribió Newton revela que de unas 3.600.000 palabras solo 1.000.000 se
dedicaron a las ciencias, mientras que unas 1.400.000 tuvieron que ver con
teología. Se conoce una lista de cincuenta y ocho pecados que escribió a los 19
años en la cual se puede leer "Amenazar a mi padre y madre Smith con quemarlos
y a la casa con ellos".
Entre las obras de tema religioso que escribió nos limitaremos a recordar la
Cronología, que le costó varios años de trabajo y que se publicó después de su
muerte; en ésta proponía coordinar la cronología de la Biblia con la de los antiguos
pueblos egipcios, griegos, etcétera. Murió en 1727 y fue sepultado con los mayores
honores en la abadía de Westminster.
Después de Kepler, la astronomía se encontró en una situación
análoga a la de la geometría primera de Euclides: como un
cuerpo de leyes empíricas a la espera de una sistematización
lógica y deductiva. Pero no debió esperar mucho para
encontrar sus Elementos. Para ser precisos, hasta la aparición,
en 1687, de los Principios matemáticos de la filosofía natural
de Newton, que incluso en las intenciones de su autor debían
de recordar el modelo euclidiano.
La historia de este libro único en el mundo es singular, porque se remonta a una
apuesta efectuada en enero de 1684 por el astrónomo Edmund Halley, del cual toma
el nombre al famoso cometa. Se trataba de encontrar en dos meses, por cuarenta
chelines, la expresión de la fuerza con que el Sol atrae los planetas. En agosto,
perdido el desafío por vencimiento del plazo, Halley la devolvió al entonces
desconocido Newton, que le dio una respuesta sospechosa: ya había respondido al
problema tiempo antes, pero no recordaba dónde había guardado la solución. Halley
se marchó incrédulo, pero en noviembre recibió una carta de pocas páginas, en la
que Newton demostraba que el Sol atrae a los planetas con una fuerza
inversamente proporcional al cuadrado de su distancia. El astrónomo se quedó
tan impresionado con la precisión del resultado y la elegancia de la demostración,
que incitó al matemático a escribir un libro sobre el tema. Y tres años después recibió
de Newton 460 páginas llenas de fórmulas y diagramas, escritas febrilmente en una
de las más impresionantes explosiones creativas de la historia del
pensamiento humano.
El concepto fundamental del cálculo
de Newton es el de fluxión, que
corresponde a lo que hoy llamamos
«derivadas».
Newton sintetizó los resultados de
esta ciencia en tres célebres leyes: los
llamados tres principios de la
dinámica.
La teoría de la gravitación universal.
Toda la metodología de Newton puede resumirse pues en su conocida afirmación:
«Hypotheses non fingo». Rechaza las hipótesis metafísicas.
Combate el recurso a hipótesis no sólo en filosofía, sino también en ciencia. Es el
motivo por el cual Newton se negó constantemente a buscar una causa a la más
importante ley científica que había descubierto: la de la gravitación universal. Lo
indispensable es, según Newton, lograr determinar la fórmula exacta que regula la
fuerza de gravedad y obtener matemáticamente todas las consecuencias que de
esto se derivan; esa fórmula y estas consecuencias expresan relaciones sobre los
fenómenos que pueden ser rigurosamente controladas, y por eso tiene sentido
afirmar que son verdaderas o falsas. La hipotética causa es algo puramente
teórico, privado de toda posible verificación; cualquier discusión sobre su verdad
o falsedad, por lo tanto, está privada de sentido.
A esta altura puede surgir una pregunta: ¿las teorías científicas no contienen
también otras hipótesis?
La respuesta no puede ser sino positiva. Son ejemplos de tales hipótesis: por un
lado, las mismas leyes científicas que por su generalidad tienen siempre un
evidente carácter hipotético; por el otro, los modelos físicos de los fenómenos
(como el modelo corpuscular de la luz) que sirven para unificar campos fenoménicos
aparentemente diferentes (el modelo citado sirve por ejemplo para reducir los
fenómenos luminosos a fenómenos mecánicos, deduciendo matemáticamente las
leyes de reflexión, refracción, etcétera, de las leyes ya conocidas del movimiento).
Según Newton es la misma naturaleza y sólo la naturaleza la que oportunamente
interrogada puede darnos las leyes y los modelos científicos; éstos nunca son
frutos de la pura imaginación humana.
En conclusión, el control constante y escrupuloso del experimento es el aspecto
fundamental de la metodología newtoniana; en él y sólo en él debe buscarse el
sentido profundo de su afirmación: «Hypotheses non fingo».
“El problema fundamental para la
filosofía natural —escribe en la
óptica— es proceder desde los
fenómenos sin falsas hipótesis y
deducir las causas de los efectos,
hasta llegar a la Causa Primera, que
por cierto no es mecánica... ¿Acaso
no surge de los fenómenos que existe
un ser incorpóreo, viviente, inteligente,
omnipotente, que en el espacio
infinito, como en su sensorio, ve las
cosas intimamente, las percibe
profundamente y las comprende
totalmente a través de su presencia
inmediata en Él mismo?”
William Blake Newton (1795)
Curiosidades: • Cuando se exhumó el cuerpo de
Newton, los científicos descubrieron que contenía
grandes cantidades de mercurio, probablemente a
consecuencia de sus investigaciones alquímicas. •
Newton habría guardado muchos de sus
descubrimientos para sí mismo de no ser porque sus
colegas le insistieron para que los publicara. • A
medida que fue envejeciendo, Newton encargó
muchos retratos y parecía estar preocupado por dejar
la imagen de su semblante para la posteridad. •
Newton creía que los metales podían considerarse
«opuestos vivos» de los árboles que crecían bajo
tierra en lugar de crecer sobre ella. • Miles de
publicaciones en papel o en Internet sugieren que
Diamond, el perro de Newton, saltó encima de una
mesa y tumbó una vela, quemando muchos papeles
de Newton y destruyendo así los resultados de varios
años de trabajo. El biógrafo Milo Keynes, sin
embargo, cree que Newton nunca tuvo perro y que la
historia probablemente sea apócrifa. • En el año 628,
el astrónomo indio Brahmagupta sugirió que la
gravedad era una fuerza de atracción. Utilizó para
designarla el término sánscrito gruhtvaakarshan.
Número de libros de la biblioteca personal de Isaac Newton, según su tema
Tema
Número de libros
Teología
Alquimia
Matemática
Física
Astronomía
477 (27,2%)
169 (9,6%)
126 (7,2%)
52 (3,0%)
33 (1,9%)
Fuente: John Harrison, The Library of Isaac Newton, Cambridge
… el codo apoyado sobre algunas de sus
obras, entre las cuales destacan los
Principia. El científico señala con el dedo
un rollo sostenido por dos querubines, en
el que están esculpidas algunas fórmulas
matemáticas: entre ellas, el famoso
teorema del binomio, que se halla en la
base de su formulación del cálculo
infinitesimal.
La tumba está coronada por la
desconsolada Astronomía, bañada en
lágrimas sobre un globo; por encima de
éste están las constelaciones del Zodíaco
y el recorrido del cometa de 1681, del que
Newton calculó la órbita, descubriendo así
la validez de la ley de gravitación incluso
fuera del sistema planetario. Sobre un
bajorrelieve del sarcófago, unos
querubines juegan con algunos
instrumentos: un prisma que recuerda sus
estudios de óptica, un telescopio, un mapa
del sistema solar y varias monedas recién
acuñadas, porque en la última parte de su
vida Newton fue el director de la ceca, es
decir, gobernador del Banco de Inglaterra.
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