Una historia de amor en tiempo futuro

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Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Una historia de amor
en tiempo futuro
César Frometa
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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“Si te parece que el mundo es muy aburrido: por favor,
lee esta novela”...
(el autor)
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Casarse en primavera era lo que siempre había deseado. El flamboyán era su árbol preferido. Pasaba
largas horas contemplando su ígnea fronda. Ella desconocía el misterio; pero sentía la transformación. Su
mente se llenaba de acuarelas, de avecillas doradas con su inefable canto. Toda la belleza del mundo le
llegaba en un Amazonas de imágenes.
Para Amanda Rivera, las cosas en el amor, estaban bien definidas. De cientos de hipótesis, había arribado
a su propia tesis: Amar incondicionalmente lo que uno quiere. El amor le proporcionaba un alimento
adicional, que ella sabía deglutir en su momento preciso.
Todos esos juicios los había materializados, después que se marchó a Europa su Lidico Cabrales. Ella trató
de concentrar toda su energía para ponerla al servicio de ese gran amor. De moda o no; solo le importa su
existencia. Huía de lo dañino y enajenante: “Un amor grande no puede ser rebelde”, se decía. Mientras más
le agobiaban las preocupaciones, más felicidad sentía. Gustaba de una forma sutil de las cosas
Chespereana. Amanda, sentía que había alcanzado el Everest del amor. ¿Acaso sabía ella, si otras habían
alcanzado la luna, el sol y las estrellas?. Eso no le preocupaba en lo absoluto. Estaba segura de las
dimensiones de su amor, y le parecía el más elevado de todos. Lidico Cabrales, no desperdició la
oportunidad de irse a Europa, para terminar el doctorado en fono-entomología. Además, de amor, sentía
viva pasión por los insectos. Una causa tan grande, solo podía conllevarlo a separarse de su querida
Amanda. No obstante, lo hizo receloso y nostálgico. Al marcharse, Lidico, solo tuvo que despedirse de dos
personas; Amanda y su tía Amapola. Esa tía solterona y austera, que lo había criado desde los ocho años;
edad en que quedó huérfano. Sus padres murieron en un accidente aéreo. Desde entonces; Lidico, vivió
alimentándose del amor y cariño, que se esforzaba en darle su tía, quien lo encaminó en el estudio de la
fono-entomología. Al principio tuvo que comprarle muchos álbumes; que llegaban de Japón y otros países
de Europa. Las fotos, estaban tiradas en tercera dimensión, y cada una por separada, traía una memoria,
que contenía los sonidos más peculiares de insectos.
Al principio, Lidico, lo vio como algo pueril, y una manera más de perder el tiempo. Pero, Amapola era
intransigente e incansable, y no se desanimó. Le compró, entonces, cassettes con grabaciones de diálogos,
entre los hombres y los insectos. Así fue como lo sedujo.
Amanda, tuvo la suerte de haber recibido, el tierno e innegable amor de padres. Y si ser único hijo es un
privilegio; ella fue privilegiada. Desde niña la felicidad le estuvo rondando en su vida, como una especie de
duende universal. La vida de sus padres no tenía razón de ser sin la de Amanda. Ella era la prolongación de
sus vidas. Por eso Alarmado, su padre, no vaciló en decir cuando empezó a construir la nueva vivienda: “La
hago para que mi hija, Amanda, sea feliz”. Alarmado, cumplió su palabra y construyó una hermosa casa,
toda de cristal. Mandó a buscar los mejores cristaleros chinos. Los alojó en la hacienda “La siempre verde”,
y no los dejó marchar, hasta que no pusieran el último cristal. Tenía, cuatro habitaciones; cocina; un amplio
comedor, dos baños y la oficina de Alarmado. Después que estuvo terminada, Alarmado, se paraba al frente
y se ponía a contemplar la gran obra. Miraba los cristales oscuros, como encajaban tan fácilmente en las
rectangulares columnas de aluminio. Por aquella misma columna subía la vista y chocaba con las
semicilíndricas vigas, también de aluminio, pero más relucientes. Encima de las vigas, veía descansar el liso
techo, veteado, con laberintos negros y blancos. El cristal del techo, tenía un grosor de ocho pulgadas, y
sobresalía después de la viga como dos metros hacía delante, para conformar el largo portal. Lo que más le
gustaba a Alarmado, era contemplar la puerta principal. Era de un tipo de cristal amarillento, y en cada hoja
había un águila devorando una liebre. Todo el grabado estaba hecho en bajorrelieve, con tanto disimulo que
había que pasarle la mano para comprobarlo. Para tirar de ella tenía una argolla de metal parecido al oro,
pero más rojizo y brillante, a Alarmado le dijeron que se llamaba piro, y que era de una aleación de seis o
siete metales.
Otras veces, Alarmado, casi arrastraba a su esposa, Violeta, para que viera la casa, él le recostaba la
cabeza sobre su ancho pecho, y la obligaba a mirar desde allí. Luego de haber observado la casa, la
caminaba por todo el jardín. Primero se detenían entre los pinos enanos, y Violeta los rozaba adrede con
sus brazos, para sentir sus suaves caricias. Alarmado, sentía una especie de celos y la halaba para donde
estaban las rosas multicolor. Allí se quedaba mirando largo rato y entonces, lanzaba su interrogante:
“¿Cómo es posible que se hallan obtenidos en el cosmo?”. Violeta, no contestaba, y miraba los pétalos
rojos, azules, amarillos y blancos; cómo brillaban con la luz del sol y cómo palidecían cuando esta faltaba.
En algunas ocasiones, se les unía Amanda, y los tres casi pegaditos se quedaban absortos con tantas
variedades de cactus. Alarmado, era como el guía en aquel recorrido. El se paraba, orgulloso, y empezaba
a decir: “Estos de espinas transparentes son de Las Polinesias; estos que tienen las espinas curvas son de
desierto de Sahara”..., y de ésta manera los iba seleccionando por grupos, diciendo el lugar de procedencia.
Lo que nunca pudo decir fueron los nombres científicos. Amanda, trató de colocarles a cada cactus su
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nombre científico, pero Alarmado lo consideró innecesario, aludiendo que eran palabras muy extrañas, y
difíciles de pronunciar. Amanda, no insistió mucho y todo quedó como él mismo dispuso.
Desde que Lidico Cabrales, se marchó a Europa, Amanda no dejó de ir un solo día a su trabajo. Ser
profesora de Didáctica Pedagógica, era para ella una profesión noble y necesaria, ya que estaba forjando
futuros maestros. Sus padres, querían que hubiese sido médico o ingeniera. Lo que la hizo decidirse por el
magisterio, fue el día en que visitó con su padre, la aldea Las Tres Voces, y vio tantos niños, sin dar clases
por no tener maestros.
Amanda, iba todos los días al trabajo, en su moderno auto Plutón. El auto era largo y aplanado, casi rozaba
el pavimento. Tenía la carrocería metálica, revestida de plástico, y en la parte delantera una hilera de focos
multicolores, que le permitían aplicar el lenguaje de conducción. El Plutón, usaba como combustible el
uranio degradado, de esa manera los residuos de la combustión, no eran nocivos.
Amanda, recorría siempre el mismo camino, para llegar a su trabajo. Primero subía por la Avenida de los
Capitanes, después, bajaba por la Avenida de los Rascacielos, y justamente donde termina la avenida,
estaba la Universidad “Progreso”. Las horas de trabajo, era el único modo, de librase del asedio, que el
amor de Lidico, le ocasionaba. Pero, eso duraba unas cuantas horas, después, llegaría a su casa, y se
encerraría en su cuarto a leer la última carta de Lidico:
“Amanda mía, yo no sabía lo que era sufrir. Mi corazón nunca estuvo tan desordenado, como en estos
tiempos. Por mi parte no quiero que sufras. Sé fuerte, te besa tu...”. Amanda, no podía leer el nombre,
porque sus ojos se le nublaban por el llanto. Ella entonces, tomaba una hoja entre sus manos y empezaba a
escribirle: “Lidico, de mi alma, no me acostumbro estar sin ti....”. Luego la dejaba a medio comenzar, para
terminarla el día en que estuviera menos fatigada y deprimida. Prefería, mejor, acostarse en su blanda cama
y llenarse de reminiscencias. Recordaba las escapadas de la escuela, cuando era niña, que recién
comenzaba a menstruar. Lidico, la arrastraba cerca del viejo álamo cercado de viejos arbustos. Allí hicieron
el amor muchas veces entre arañazos y caricias. Fue allí, donde lo sintió caliente entre sus piernas. Ella
supo que le dolía, y que después había sangre; pero no tuvo miedo. Luego, todo cambió y lo sintió bueno y
civilizado. Todo pasaba rápido, y salían sudorosos y polvorientos. Ella recordaba, que después que fueron
grandes, lo hacían en su propio cuarto, cuando Alarmado y Violeta se iban de cacerías. Ellos se quedaban
solos, disfrutando el amor como una fruta madura. Hacían acrobacias sobre la cama, mordían las blancas
sábanas, o tiraban al frío piso el mullido colchón. De esa loca manera fue que sintió por primera vez un
orgasmo. Ella recordaba que se contrajo, como una rana electrocutada, y que después lo otro eran solo
segundos.
Así pensando, y queriendo volver a revivir esos momentos de felicidad era que, Amanda , se quedaba
dormida, hasta el otro día, en que Violeta, le llevaba el desayuno, y le hacía la misma pregunta: “¿Cómo has
amanecido?”. Nunca antes, su vida, había, sido tan rutinaria.
Lidico, sentado sobre la cama, a medio vestir, la veía como era; sus grandes ojos negros, su delicado pelo
de textura de seda. Le veía su pequeña boca, sostenida por unos gruesos labios, siempre húmedos, como
si en ellos existiera una eterna primavera. Lidico, se dejaba llevar por una corriente de imágenes y
metáforas, que habían surgidos al lado de ella. Sentía el influjo de una carne voluptuosa y firme, de fácil
modelación al tacto, él sabía que sus dientes la penetraban sin romperla.
Para Lidico, el amor era una especie de engendro diabólico, por eso en su mente siempre estaba presente,
la siguiente interrogante: ¿Cómo es posible que un final tan corto, pueda tener principios tan largos y
disímiles?. Casi siempre se dormía con esa pregunta rondándole en la mente.
La ausencia de Lidico, fue duro para su tía Amapola. Desde pequeño descargó sobre del un torrente de
amor que se fue acrecentando, con el transcurso del tiempo. Ella fue la madre y la institutriz. Amapola,
aprendió de memoria los cuentos de “La caperucita roja”, y el de “El Soldadito de plomo”; ella se lo recitaba
todas las noches antes de dormir. Lidico, siempre durmió en el mismo cuarto de su tía, en una pequeña
cama construida de plástico. La cama llevaba un televisor incrustado; así Lidico, se dormía viendo las
famosas “Aventuras del perro To”. Amapola, nunca le negó su amor, y mientras el estuvo en Europa, tuvo la
oportunidad de demostrárselo, escribiéndole semanalmente una carta. En las mismas se refería a todos los
pormenores de su vida; sobre todo esa soledad que le abrumaba y la convertían en un ermitaño civilizado.
Lidico, recibía sus cartas con un fresco humor que le hacía insinuar una pintoresca sonrisa.
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El carácter de Amapola, era una especie de máscara, que casi nunca cambiaba de expresión, aunque para
ser cincuentenaria mantenía su rostro limpio de arrugas. Sus ojos, eran redondos y algo sobresalientes,
parecían pequeñas volutas, señal de un hipertiroidismo sufrido a través de toda su vida. Para ella, el
matrimonio fue una cosa inconcebible, solo recibió en toda su vida las sanas caricias de su difunto padre.
Ya casi, no recordaba a ese gallego dicharachero, que llegó una vez de España, y no regresó más, fue uno
de los tantos frustrados garimperio que llegó al Amazonas, en busca de su filón de oro. No encontró oro,
pero encontró a Mondina.
Amapola, conservaba la foto de Juan Sebastián y Mondina, sus queridos padres. La tenía colgada a la
entrada de su cuarto, y todas las noches, se paraba frente a ella y se persignaba, con sentida reverencia.
Lidico, sentía un delicado amor por sus abuelos paternos. Aunque muchas veces, se paraba frente a la foto,
acompañado de Clobel y Calistro, y comenzaban a reírse de los grandes bigotes del abuelo.
Amanda, estaba parada a cien metros del barranco. Una jauría de perros destrozaba las yerbas y los
matorrales. Dentro del bosque se escuchaban los gritos frenéticos de Alarmado, azuzando los perros, contra
las liebres. De vez en cuando se escuchaba la detonación de un disparo, y seguidamente, la voz autoritaria
de Alarmado: “Agárralo, Clom”. Clom, era su mejor perro de caza. Amanda, se sentía inquieta, caminando
de un lado a otro, siempre a la expectativa. Lista, para cuando salieran del bosque, las asustadizas liebres.
Al fin, un centenar de liebres, salieron al pequeño claro, dando acrobáticos saltos, detrás venían los furiosos
perros, con sus amenazadores ladridos, y enseñando sus incisivos colmillos.
De pronto, salió, Alarmado montado en su enorme caballo negro. Traía, el sombrero caído hacia atrás,
sujeto al cuello por el cordón de seda. Venía desesperado, como si una extraña fuerza, lo empujara hacia el
barranco. Amanda, le vio su rostro, tal como lo había visto la noche en que no pudo dormir, hasta que la
luna no se vistió de amarillo, y su aureola, se infló rojiza y titubeante. Fue una visión mefistofélica; su rostro
convulso, los ojos inyectados en sangre, y su boca como queriendo morder. Amanda, no pudo soportar;
abrió los brazos y gritó. Su grito, se clavó como un puñal en las entrañas del bosque. Entonces, fue que el
cao, voló batiendo sus alas y emitiendo un sonido desgarrador. Amanda, vio cuando el caballo de Alarmado,
se asustó, y levantó sus patas delanteras; abrió sus esféricos ojos e infló su nariz. Y con el belfo
espumeante, se dejó caer por el barranco. La cola del caballo, se vio como un puntico negro y erizado, y el
sombrero de Alarmado, se quedó flotando en el aire, como una pequeña nube de tormenta. Después, fue
que llegaron Amable y Obediente, los inseparables ayudantes de Alarmado. Eso fue lo último que vio
Amanda, antes de caer inconsciente sobre la alfombra de hojarasca.
Alarmado, era un hombre de carácter recio, y unos modales fríos. Hablaba poco, pero preciso, de esa
cualidad dependió mucho el éxito de La Hacienda La Siempreverde. Era imparcial con sus órdenes y
estricto en su proceder. Después, que cumplió los sesenta, se volvió aún más austero, y hasta adquirió
algunos malos modales, como los de fruncir el ceño, cuando no estaba conforme con algo.
La Hacienda Siempreverde, era la más productiva de cuantas habían a su alrededor. No en vano, Alarmado,
era el más rico de los hacendados. La producción de la Hacienda, se calculaba en varios millones de
Kilones. Alarmado, siempre se preocupó por cosechar, todo tipo de productos. El mismo, controlaba todos
sus negocios, nunca le gustó la idea de poner un economista o una secretaria, le parecía que era alimentar
la burocracia.
Lo que más le gustaba era ver los peones, enfilados, recogiendo la cosecha. Esas escenas de trabajo, lo
ponían eufórico, por eso caminaba entre ellos, y se ponía a infundirles ánimo. Otras veces les proponía un
aumento de salario, pero casi siempre terminaba olvidándolo.
Una vez Alarmado, le dijo a Amanda:” Hija, cuando yo muera, te será difícil controlarlo todo”, ella lo miró con
escepticismo, y no pensó en si misma, si no en Lidico, siempre le vio condiciones para encargarse de la
Hacienda. Fue el propio Lidico, que le dio la idea de comprar las tierras de Río Seco, y todo resultó en un
gran éxito. Las ganancias aumentaron en un diez por ciento.
Violeta, cerró por última vez los grandes ojos de Alarmado, y se dejó caer sobre su cuerpo, casi si aliento. El
cuerpo de Alarmado, estaba acostado en una ancha cama, con el cabello desordenado. Tenía los brazos
doblados, sobre el pecho, y las manos crispadas. Violeta, gritó desesperadamente. Su grito se metió entre
la cabellera del difunto Alarmado. Amanda, estaba frente al yaciente padre, con su rostro cubierto con sus
menudas manos. Ella gemía, como un pequeño animal adolorido.
Todo había terminado para Alarmado, un pequeño pedazo de piedra caliza, trepanó su cráneo y sus sesos,
quedaron incrustado en la roca, como una pintura rupestre de color blanquecino.
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Cuando Alarmado rodó por el barranco, sus ayudantes; Amable y Obediente, salieron precipitadamente a
darle auxilio. Amable, bajó a gatas el empinado barranco, mientras tanto Obediente, fue a recoger del suelo
a Amanda, que yacía inmóvil, revuelta entre la hojarasca. Amable, subió con el cuerpo de Alarmado,
llevándolo encima de sus fuertes hombros. Mientras tanto Obediente hacía lo mismo con Amanda.
Amanda y Alarmado, fueron conducido rápidamente al Hospital Gran Galeno. Cuando llegaron al hospital,
ya Amanda había vuelto en si, pero Alarmado ya no respiraba.
Alarmado, desde su infancia fue una especie de niño-hombre, así lo llamaba su tierno padre. Y todo eso era
porque, muy de mañana, aún cuando el sol no había dejado de ser abanico, ya Alarmado, estaba montado
sobre una cosechadora, manejándola como el mejor chofer.
Alarmado, recordaba siempre, el día que su padre lo regañó porque se llevó al río el trailer de empacar el
heno. El lo llenó de amigos, y cruzó el río, que le cubrió las ruedas, y bajó por toda la ribera, que estaba
cubierta de mangle. Los amigos, saltaban y reían dándole vítores. Alarmado, aceleró demasiado y el trailer
se atascó en un banco de arena. Su padre, no lo sacó, y se quedó allí, como un monumento a la osadía y a
la intrepidez.
Alarmado, se paraba a veces a la orilla del río a contemplar el viejo trailer, encima del ancho tocón. El
mismo que le servía de trampolín para lanzarse al agua fría y oscura, que la hería con su delicado cuerpo,
produciendo una fusión de suaves olas. Detrás del salto, se escuchaba el chasquido, cuando su cuerpo
partía el agua. El sonido, se perdía por el sinuoso río Siemprelleno.
La Santa Iglesia de Los Desposeídos, llamó a misa temprano en la mañana. Las enormes puertas, se
abrieron, y una ráfaga de húmeda brisa, llenó cada resquicio del santo templo. La gente comenzó a entrar
lentamente, y cada vez que uno ponía los pies en el interior del recinto, se inclinaba reverente ante la
imagen de Cristo, y se persignaba.
No tardó mucho en que la iglesia estuviera repleta. Un silencio sepulcral, lo envolvía todo. Solo una butaca,
permanecía vacía; la quinta de la cuarta hilera. Era la de Alarmado. Ese fue su lugar desde que lo
bautizaron, allí se sentía mejor cerca del púlpito. Allí mismo cabeceó muchas veces al influjo de los largos
sermones del padre Apolonio.
-2El padre Apolonio, atravesó despacio el largo pasillo que lo conducía al púlpito. Se paró frente al micrófono,
y miró fijamente la butaca vacía donde debía estar sentado Alarmado. El padre, carraspeó un poco, y
comenzó su sermón habitual, con palabras lentas y pausadas:
-Feligreses, hermanos. Dios ha solicitado el cuerpo de Alarmado, y como es nuestro deber, no faltar a su
llamado, él como fiel devoto se ha marchado ayer, en horas de la tarde...¡Amén!..-. La inmensa
congregación contestó con un rotundo “Amén”, que hizo balancear las lámparas eléctricas. El padre tomó
aliento y continuó:
-Esperamos, que muy pronto esa butaca esté ocupada por un nuevo miembro, que sea tan preocupado por
los pobres, como el difunto Alarmado...El supo dar en vida todo lo que...-. Así continuó, el padre Apolonio
dando una especie de apología de Alarmado. La congregación escuchaba con esmerada atención. Hasta
que por fin terminó su largo sermón diciendo:
-...Y vivirá por los siglos de los siglos... ¡Amén!..-Y terminando la frase, las campanas tañeron. El sonido
metálico se quedó allí dentro, buscando desesperado los cientos de tímpanos presentes. Todos miraron
para la butaca vacía de Alarmado, y un escalofrío general, recorrió las almas. La iglesia quedó vacía, y las
enormes puertas se cerraron. Alarmado, nunca estuvo vinculado a la política, aunque simpatizaba con el
Partido Absolutista Democrático. Siempre quiso que su primo, Amaranto, fuera presidente; pero a duras
pena llegó a alcalde de Buena Esperanza, una pequeña ciudad que quedaba a tres horas de camino en
auto desde La Siempreverde.
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A pesar del carácter agrio de Alarmado, tenía un alma dadivosa. El mismo todos los años repartía el
excedente de la producción entre los más pobres. Eso le granjeó buena fama entre los campesinos
desposeídos, que lo admiraban y lo tomaban de ejemplo en la vida cotidiana.
Delante del féretro de Alarmado, estaban los pobres, a quienes él había ayudado. Estaban también los
menos pobres, y los ricos. Una mezcla heterogénea componía la multitud. Violeta y Amanda estaban
forradas de luto, y mantenían sus manos puestas encima del ataúd. Un pequeño llanto salía de la boca de
Amanda. Violeta, por su parte respiraba profundo, y de vez en cuando musitaba, con una voz lacerada:
“Pobre Alarmado”.
Los sepultureros, bajaron despacio el ataúd. Violeta y Amanda se fundieron en un abrazo, y ocultaron su
rostro para no ver cuando el cuerpo inerte de Alarmado, se escondía para siempre de la luz.
Una nube negra de tormenta detuvo su camino, y una fina lluvia comenzó a caer. Los árboles, se mecieron
llorosos, y la multitud silenciosa se dispersó.
La muerte de Alarmado, dejó una huella indeleble en el alma de Violeta y su querida hija Amanda. La casa
parecía desabitada. Había cesado la voz grave y autoritaria, que lo dirigía todo. Ellas se habían
acostumbrado a esa voz, a ese timbre, que mantenía el hogar en perfecta armonía.
Ellas decidieron dejar la habitación de Alarmado, tal como había quedado el día de su muerte. Allí estaba su
amplia cama, tendida con una sábana blanca. Entrando, a la izquierda de la habitación estaba el gigantesco
espejo, que ocupaba casi toda la pared. Las paredes estaban enchapadas en mármol blanco importado de
Italia...Encima de una silla de alto espaldar estaba su pijama de dormir a medio doblar. En el piso habían
tirados unos papeles escritos de su puño y letra, y en una de las paredes se podían ver las huellas de las
manos de Alarmado, en color oscuro.
Amanda, estaba parada frente a la ventana de su cuarto. Sus grandes ojos negros estaban absortos. Su
lacio pelo se alborotaba cuando un suave viento, procedente del sur, soplaba de vez en cuando. Debajo de
su fino refajo, las delicadas líneas de su cuerpo se acentuaban. Sus frágiles manos se apoyaban sobre el
cristal de la ventana.
Era domingo, los tibios rayos del sol caían oblicuamente, sobre las verdes yerbas, que miraban con sus
ojitos irisados. Las tímidas codornices corrían en todas direcciones, como segando las yerbas, con sus
rápidos movimientos.
El cielo estaba despejado, solo una nube viajera, pasaba como un papalote blanco, empinado desde el Pico
Real. Allí estaban clavados los ojos de Amanda .Recordando que Alarmado, le dijo una vez, que ese mismo
pico, era un volcán y que entraba en erupción. A ella lo que le atemorizaba era, pensar que vivió allí una
tribu de indios, y que el volcán los sepultó a todos, como el Vesubio a la ciudad de Pompeya.
Amanda, dejó de mirar para el pico. Su mirada se detuvo en la verde pradera. Una paloma pasó volando.
Ella la miró con ojos tristes. Después vio pasar los pichones, en un raudo vuelo. Entonces, Amanda, sonrió
feliz. Ella quería olvidar, arrancarse el sufrimiento de la muerte de su padre y la ausencia de su Lidico.
Amanda, se pegó más al cristal de la ventana, para verlo mejor. Ella lo vio cabalgando sobre un potro
blanco, con un paso picado y elegante. El jinete miraba hacia donde ella estaba. El caballo, revolvía las
yerbas con sus pesados cascos. Las codornices, volaban asustadas, y el sol formaba una especie de luna
en las ancas del caballo, al incidirlas con sus rayos. Amanda, lo miraba exaltada nunca antes había visto
aquel jinete. Ella pensó en Lidico, pero después se recordó que el nunca había montado a caballo. El
hombre, picaba los ijares del caballo, con fuerzas. El animal saltaba hacía delante como suspendido, y
encorvaba su corto rabo.
El jinete, siguió cabalgando, hasta perderse dentro de unos pequeños arbustos. Amanda, corrió las cortinas
de la ventana, que cayeron como un telón en aquella improvisada pieza de teatro.
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-3Lidico Cabrales, recibió la noticia de la muerte de Alarmado, con cierta indiferencia, hasta se puede pensar
que se alegró. Cuando leyó la carta de la noticia, la manoseó drásticamente y haciendo una mueca con su
boca se dijo:” Al fin dueño de la Hacienda Siempreverde”.
Alarmado, nunca había mirado con buenos ojos a su futuro yerno. El siempre le tendió una barrera
infranqueable, hasta el extremo que no le permitía visitar la casa. Lidico, siempre buscó la forma de vulnerar
esa barrera; y solo con su muerte pudo lograrlo.
Después que, Lidico, leyó la carta de Amanda, se tumbó sobre la cama, poniendo de almohada, un grueso
libro de fono-entomología. Entonces, pensó en su futuro. Lo veía ahora diferente, debía casarse con
Amanda, a toda costa, la vida le había puesto delante una gran fortuna, y no podía desperdiciarla.
Chue, el mejor amigo de Lidico, entró en la habitación, se paró frente a él y alargando más sus ojos le
preguntó:
-¿Qué nuevas tienes, Lidico?-.
-¿Nuevas?-.
-Sí, te veo pensativo, como calculando algo ¿Es que acaso sabes de algún tesoro escondido?-. Ambos
rieron, y Chue se sentó el borde de la cama.
Lidico pensó lo que le iba a decir con detenimiento, y después que dejaron de reír dijo:
-¡Lo mío es más que suerte!... Acaba de morirse mi suegro... ¿Sabes lo que significa eso? ¡Soy rico!...
¿Entiendes, Chue?...-.
Chue, se quedó boquiabierto, sin saber que decir. Después, lo tiró todo a broma, para ver si Lidico en
realidad decía la verdad:
-¡Ah!, yo soy dueño de todos los rascacielos de Pekín...Tengo acciones en casi todos los comercios de
Hong Kong... ¡Soy rico!... ¿Me oyes?-. Lidico, rió a más no poder, sus pequeños dientes apenan se veían
por entre el espeso bigote. Chue, también reía, mientras golpeaba frenético el colchón.
Se calmaron. Lidico, volvió a hablar:
-Aquí tengo la carta de Amanda, por si no lo crees. Mi suegro era un hombre de negocio... Tenía mucho
dinero, ni él mimo sabía cuanto- Lidico respiró profundo y continuó- Ahora ella lo hereda todo... ¡Estupendo!
entonces, cuando nos casemos todo va a cambiar para mi. Esa es la historia, Chue-.
-Te creo, amigo -acotó Chue, y continuó algo emocionado- Ojalá, yo pueda visitar América un día-.
-Te prometo que te voy a invitar, Chue. Verá gente alegre y hospitalaria...
¡Las mujeres! ¡Qué bellas!...Esa cintura...Esa nalga...Esa sonrisa. Te quedará bobo de tantas cosas
novedosas-.
Chue, lo miraba con ansiedad, tratando de darle una forma circular a sus alargados ojos. Chue, abrió la
boca, mientras delante de su cara volaba una mosca, que él espantó con un folleto de fono-entomología.
-4Granada, se presentó temprano en casa de Amanda. Era la única hermana de Violeta. Era temperamental,
y al menor síntoma de alteración familiar, era la conciliadora por excelencia. Violeta, la recibió con abrazos y
besos, ambas se sentaron en un cómodo sofá rojo. Violeta, fue la primera en romper el mutis:
-Hermanita, anoche no pude dormir de la neuralgia. Estaba desesperada, Amanda se pasó la noche
pasándome la mano por la cara. ¡Es horrible!
Puedes imaginarte-.
-Te considero hermana... Eso debe ser desesperante... ¿No tomaste ningún analgésico?-.
-Uuuuuf...Uno detrás de otro... no quieras saber...Y nada- Y diciendo esto, Violeta, se pasó la mano por la
cara, como para demostrarle a su hermana, lo que había sufrido con su neuralgia.
Mientras tanto afuera comenzó a caer una fina llovizna, arrastrada por un suave viento. Los grandes álamos
entrecruzaban sus ramas, y se escuchaba el ¡crash! como de ramita partida. El sol alumbraba con
marcada timidez, dejando ver su cara de vez en cuando, al permitírselo una inoportuna nube.
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Dentro, Granada, tomaba una aromática taza de café. Amanda, se había levantado y desayunaba
tranquilamente, a rato mecía su taza de leche y le parecía que veía la imagen de Lidico, que salía del
centro, y después era lanzada a las paredes de la taza. Luego, alzaba la vista para no verlo y la iba a fijar en
el cuadro de naturaleza muerta que colgaba de la pared del comedor. A ella le gustaban las piñas y allí
había para escoger, también las naranjas a medio pelar, que parecían soltar el penetrante jugo. Por último
miraba el carnoso mamey; su rojo intenso le hacía hervir la sangre, y el cuerpo de Lidico se le revolcaba por
sus arterias como un glóbulo rojo.
En la sala Violeta y Granada, volvían a animarse:
-Amanda duerme mucho los domingos-. Apuntó Granada.
-Como no trabaja hoy. Yo nunca la molesto-Ella debe de sufrir mucho con lo de su padre-sentenció Granada, revolviéndose en el mullido sofá.
-Por favor hermanita no me recuerde a mi Alarmado-.al decir esto, Violeta, ocultó su rostro con ambas
manos y dejó ver su brillante sortija colocada allí por el difunto hacía treinta años. La cara se le enrojeció y
las lágrimas salieron de sus ojos. El pelo rubio, se le había alborotado y se dividía en pequeños mechones.
Granada, trató de consolarla:
-Tienes que tratar de olvidar. Es la ley de la vida. Algún día tendré que perder a mi querido Antimico, y me
quedaré sola con mi querida Adamara...Eso si no me toca a mi primero-.
-Ay, hermana. -Se quejó pesadamente Violeta, mientras se secaba las lágrimas con sus usadas manos.
Amanda, terminó su acostumbrado desayuno de tostada y leche, y se incorporó a la conversación:
-Dime algo de Adamara, tía. Hace tiempo que no viene-.
-Ah, la pobre...Anda ahora enredando con un concurso de modelo, que auspicia la revista “Trompeta”...Ella
está que no sabe que va a hacer ha comprado vestidos en,”La moda al Día”; ropas interiores en “La luzca
bien”...en fin tiene todo el cuarto abarrotado-.
-¿Y ya fue a la peluquería,”La Nueva Onda”?-.Preguntó Amanda algo emocionada.
-¡Oh!, no. Piensa ir a la “Pretty Hair”...Quiere exhibir el peinado que anda de moda por Asia...Creo que se
llama “High”...es muy ostentoso-.
La conversación fue girando en torno a Adamara. Poco a poco el tema se fue agotando, y Granada se
despidió con besos y abrazos, no sin antes prometer que volvería al otro día. Afuera, la lluvia había cesado,
y el sol resecaba la tierra, dañándole la epidermis. Una chicharra acaba de reventar en lo alto de un álamo.
Amapola, se caló sus espejuelos bifocales, y comenzó a leer:
“Querida tía. No te había escrito porque el tiempo en estos días me ha faltado. El estudio es realmente
complejo, por eso hay que aprovechar cada minuto. Hoy recibí carta de Amanda, la pobre está muy dolida
con la muerte de su padre...” Amapola, dejó de leer y repitió dos o tres veces:”La pobre...la pobre”.
Por un instante pasó por su mente la idea de perder a Lidico. El significaba todo en su vida, porque desde
pequeño la había acompañado como el lazarillo al ciego.
Amapola, pensó en otra cosa, y su memoria voló al pasado. Recordó los días de la primaria de Lidico. Ella
lo levantaba temprano, le preparaba el desayuno, y lo llevaba a la escuela. A veces se paraba frente a la
puerta del aula, y se quedaba ahí hasta que él levantaba la mano, para contestar.
Por su memoria pasaron los días en que lo llevaba al Parque de Diversiones. Ella lo montaba en los
avioncitos, y se sentaba en los bancos de mármol a contemplar, el mechón de pelo rubio que golpeaba la
frente de Lidico. El desde los avioncitos, batía las manos, como para que su tía lo viera.
Amapola, dejó de pensar y volvió a leer:”Bueno tía, otro día te escribo más. Te quiere, Lidico. Amapola, dejó
caer con mansedumbre la carta sobre la cama.
Mientras tanto una fuerte lluvia comenzó a caer. Amapola, saltó de la cama y fue a correr las cortinas del
cuarto, no sin antes lanzar una sarta de improperios contra la madre naturaleza.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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-5Lidico, acostumbraba a tenderse en su cama, con un libro de fono-entomología y casi siempre leía el mismo
párrafo:”... De los insectos que mejor han asimilado la fono-entomología, se encuentra la Sudamericana
hormiga tambocha. La misma posee un sistema auditivo que le permite la recepción con extraordinaria
sensibilidad las ondas hertzianas. Después de recibida la señal, solo tarda una milésima de segundo para
enviar su respuesta...”, y ahí cerraba el libro, y se decía con autosuficiencia:” Yo conozco las tambochas,
como a las palmas de mis manos”.
Cuando terminaba de leer, dejaba el libro a su lado, y se dormía pensando en Amanda. Por la mañana el
libro aparecía en el piso, y él con sus torpes movimientos, lo recogía y lo ponía sobre la mesita. Después se
desperezaba estirando los brazos y haciendo una horrible mueca.
Su amigo Chue, siempre lo despertaba con los mismos insultos:
-¡Dormilón!-¡Déjame dormir!-Se te pegó la sábana Americano perezosoAl oír esto, Lidico, se ponía en pie, y profería un grito al estilo Asiático y hacía unos cuantos ejercicios
calisténicos. Primero hacía cuclillas, después movimientos del torso, y por último ejercicios de brazos. Chue,
lo contemplaba, con las manos puestas en la cintura, con una picardía que solo los Chinos conocen. Un rato
más tarde Lidico, salía silbando la quinta sinfonía de Bethoveen.
La muerte de Alarmado, transformó la conducta de Amanda. Ella se sentía sola y desconsolada. Le había
perdido un poco el amor al trabajo. Solo la compañía de su prima Adamara le resultaba grata.
Unos de esos días en que se encontraban sentada en la cama, Adamara, le pidió que le contara como
habían muertos los padres de Lidico. Amanda conocía muy bien el trágico suceso; pero no le gustaba hablar
de esas cosas. De todas formas ese día hizo una excepción y comenzó la historia:
“Fue en uno de esos viajes de negocio, en los cuales, Ascencio, el padre de Lidico, acostumbraba a llevar a
su esposa Deseada, es decir la madre de Lidico. Ella, se sentía feliz cuando viajaban juntos. Lidico, se
quedaba siempre al cuidado de Amapola...
...El día del accidente, pensaban visitar a Francia, Italia e Inglaterra. La noche antes del viaje Deseada tuvo
un sueño enigmático. Soñó que una multitud, vestidas de blanco, alzaban los brazos, y movían la boca
como queriendo proferir una frase. Ella no escuchaba nada. La multitud se retorcía, se golpeaban el
abdomen; pero no le salían las palabras. Deseada, se tocaba los ojos en medio del sueño y los sentía
vacuos. Solo respiraba el efluvio que salía de su cuerpo, con un olor a azufre, que penetraba quemante
hasta los pulmones. En esa desesperación despertó, con el brazo izquierdo aplastado, por el pesado cuerpo
de Ascencio... ¡Fue terrible, prima!...Ella lo presintió todo...-.Amanda, hizo un alto, y respiró profundo y
Adamara aprovechó para comentar:
-¡Qué nefasto destino!-.
Amanda, volvió a tomar aliento, y con una voz más pausada continuó:
-Era una tarde de esas que las nubes viajan bajas y amontonadas. Esa tarde estaba autorizado el vuelo...
¡Cosas de la vida, prima!...ah, a veces se me olvida la historia...Entonces el avión despegó, hasta tocar las
nubes. Después vino la explosión y el gigantesco avión se convirtió en pequeñas esquirlas...
-¿Y llegaron a conocer las causas? -Interrumpió, Adamara, mientras ponía sus pies desnudos sobre la
cama.
-...Gracias a la llamada caja negra, se conoció la causa...Creo que al piloto le dio un infarto...O algo así, hay
muchas versiones.
-¿Y Lidico, sufrió mucho? -Volvió a interrogar, Adamara
-Ya casi ni lo recuerda-.
Ambas siguieron conversando, el tema variaba constantemente. Y así entre diálogo y diálogo, el sol dijo
“hasta mañana”, y una claro-oscura sombra lo envolvió todo.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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-6Amapola, le robó unas horas a sus quehaceres y fue a ver a Amanda con urgencia. Al llegar la propia
Amanda le abrió la puerta. Amapola, lucia un peinado exótico, llevaba el pelo alisado sobre el lado
izquierdo, y una ancha raya que parecía una autopista. Vestía con sobriedad; un “Jean” azul y un pullover
blanco con la efigie de Cristo.
Cuando se enfrentaron, después de saludarse amistosamente, Amanda la miró fijamente, y notó en ella que
sus ojos pestañeaban más rápido que de costumbre, y que movía las llaves de su auto con marcado
nerviosismo. Unos instantes después Amapola y Amanda estaban sentadas en el cómodo sofá.
Amapola, miró unos instantes el cuadro que estaba frente a ella. En el mismo se podía ver un pequeño
velero próximo a zozobrar. Ella, trató de leer el nombre del autor; pero se recordó que no traía puestos sus
bifocales. Después le echó una rápida ojeada a los nuevos muebles; cuatro cómodas piezas forradas en
damasco, en rojo y blanco. Lo que no pudo notar fue que eran reclinables.
-Mi querida Amanda...he venido...porque Lidico me escribió-Rompió el silencio, Amapola, con voz de cura.
-¿Y qué tiene de extraño eso? ¿El siempre no te escribe?-.Contestó ocupada Amanda, arrellanándose en el mullido sofá-.
-No se trata de que me escriba o no, querida ¿Comprendes? es un asunto delicado -Amapola, bajaba y
subía el tono de voz-, se trata de sus estudios
¿Sabes?-.
-¿Estudios?-. Preguntó escéptica Amanda.
Amapola, se secó la frente con un pequeño pañuelo, dándose suaves golpecitos. Luego mojó sus resecos
labios, con su puntiaguda lengua y continuó:
-El mismo me lo mandó a decir. Está saliendo mal en los exámenes... ¡Mal!... Eso es lo único que podía
pasar... ¿Dónde están mis esfuerzos de toda la vida?¿Ese es el pago?...Ya verá ...Hum...-.
Amanda, enmudeció al recibir la noticia. Estaba segura de la inteligencia de Lidico. Solo algo
verdaderamente grande podía influir negativamente sobre él y sus estudios. Por eso esperó que Amapola
continuara para ver a dónde quería llegar, Y no tuvo que esperar mucho:
-Y,¿Tú no dices nada? Tú debes de estar enterada de todo... A eso he venido... Di algo... No me gusta ese
mutis-.
-¿Qué quieres que diga? ¿Que yo le mando a decir que venga? ¿Que le escriba persuadiéndolo de que no
estudie?... ¿Eso?... -Amanda, terminó un poco alterada-.
Amapola, se movió hacía un lado, abriendo un poco sus ojos y contestó:
-Algo está perturbando a mi Lidico...El no puede desaprobar el doctorado -.Amapola, estaba nerviosa, se
comía las uñas, se arreglaba el pelo, cruzaba y descruzaba las piernas.
-Yo tampoco quiero que desapruebe -.Dijo Amanda subiendo la voz.
-El pobre-sentenció Amapola
-¡Querido!-Se lamentó Amanda.
-¡Todo es en vano!-Terminó por decir Amapola, tratándose de sacar una pestaña de su ojo derecho.
Violeta, apareció con una taza de café. Amapola, la tomó entre sus arrugadas manos, y sus ojos quisieron
meterse dentro del líquido. Después enseñó un beso en sus pulposos labios y sorbió el café, en pequeños
sorbitos, no sin antes escapárseles de sus labios dos pequeñas gotas del preciado néctar. Violeta, volvió a
la cocina y Amanda habló:
-Amapola, yo creo que Lidico necesita ayuda, y nosotras somos las únicas que podemos brindársela. Yo
también estoy preocupada como tú. La diferencia radica en que tú costeaste los estudios. Yo por mi parte
he pasado horas de insomnio pensando en sus estudios. Muchas veces pienso que estoy a su lado
hojeándole un libro de fono-entomología; otras veces pasándole en limpio algún resumen. Eso sucede casi
siempre...Ah...y más cosas que me las reservo-.
Amapola, la miraba con su acostumbrada incredulidad. Pensaba que eran meras palabras. Por eso mientras
Amanda hablaba, la miraba a los ojos, haciendo uso de su psicología instintiva. Ella intentaba descubrir en
el rostro tibio y jovial de Amanda, algo que la inculpara. Amanda, por su parte hablaba poniendo en cada
palabra su tierno corazón.
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El diálogo continuó:
-Le escribiré urgente -.Dijo Amapola, poniéndose de pie para marcharse
-Yo también-.
Las dos se dirigieron afuera y atravesaron el largo pasillo de granito que conducía a la calle. Se despidieron
entre un intruso diálogo de cientos de pajarillos.
-6Era la hora de la cena. La mesa estaba servida. Seis comensales se disponían a comer. El doctor
Francesco, su esposa y sus dos hijos, estaban presente por invitación de Violeta. Francesco, era un hombre
regordete, caído de vientre, y muy amigo de las bromas. Era italiano y vino a América a buscar fortuna. Lo
único que encontró fue un empleo, después le nacieron sus dos pequeños hijos.
Eran tiempos de mucha emigración de Europa hacía América, venían en busca del Jardín del Edén; pero al
llegar la realidad era otra. Algunos, para no hacer un viaje en balde, buscaban cualquier empleo y se casaban. Francesco, tuvo la suerte de encontrar un empleo en su profesión de médico, en La Clínica “Los
Asegurados”.
La comida comenzó animada. Fue Violeta, quien dio la orden:”A comer”. El guiso era apetitoso. Era la
primera vez, después de la muerte de Alarmado, que se preparaba algo especial. Un enorme pavo
descuartizado, sangraba la fina manteca; lo rodeaban diferentes platos: caviar a la Roché, calamar al jugo,
ostiones liberados y un pollo asado.
El doctor Francesco, fuera por costumbre o confianza, agarraba los trozos de pavo, sin utilizar ningún tipo
de cubiertos. La grasa le rodaba por la comisura de sus labios, y le iba poniendo brillante la barbilla.
Mientras tanto su esposa, Aureliana, luchaba por arrancarle un muslo al pollo asado.
Los pequeños halaban las tirillas de calamar con las manos, mientras Aureliana, los regañabas con un
gesto. Por su parte Amanda, masticaba lentamente, mirando fijamente el inmenso pavo. En su mente
estaba presente su Lidico, recordaba cuando iban juntos al restaurante “Los Camellitos”, propiedad de unos
argelinos. Ella casi siempre pedía el mismo plato: ternera guisada.
Violeta, que estaba sentada en el extremo opuesto al de Amanda, se servía diligentemente de la gran fuente
de cristal, el rico pavo. El silencio se hizo muy prolongado. La primera en hablar fue Aureliana:
-¡Qué comida más rica!-.
-¡Unjú!-.Rumió atragantado el Dr. Francesco
Todos los miraron. Amanda, dejó entrever una sonrisa. Aureliana, bajó la cabeza apenada, los niños apenas
lo notaron. Violeta lo ayudó a salir del apuro:
-Bueno, al menos a Francesco le ha gustado-.
-Ah...mucho...mucho...-.Pudo decir al fin el doctor.
Amanda, gustaba de las anécdotas que le contaba Francesco; fueran ciertas o falsas. Por eso siempre que
tenía la oportunidad le pedía que le contara una de esas historias. Ese día no fue la excepción y con voz
dulce le suplicó:
-Dr. Francesco...¡Doctor!...Cuénteme algo de su vida-.
El doctor, la miró, se sonrió, enseñando sus largos dientes. Se rascó la cabeza, como llamando a la
memoria, y empezó:
-Bueno, mi querida Amanda, esto que te voy a contar me sucedió la última vez que fui a Venecia. Todo
sucedió como te lo voy a contar. Yo llevaba unos deseos tremendos de montar en góndolas,¡figúrate cinco
años sin montar!. Sentía una nostalgia especial por las tranquilas aguas de los canales, por el contacto con
las góndolas. En fin todas esas cosas maravillosas que uno siente. El caso es que cuando llegué me dirigí al
Una historia de amor en tiempo futuro
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Atracadero más cercano. A cada instante los amigos me cerraban el paso, para preguntarme por América;
pero yo les decía : “no puedo parlar mucho” -Francesco hizo un alto para tomar agua, y continuó-.Cuando
llegué al atracadero ,pedí una góndola para mi solo. Cuando me dijeron:”es esa”, yo salté desesperado,
para montarme; pero la mala suerte quiso que mi pie derecho pisara en el borde de la góndola, en vez de en
el centro. La góndola comenzó a bambolearse, y yo queriéndola controlar. Me abrí de manos, bajé el cuerpo
como los equilibristas; pero nada. Todo duró fracciones de segundos ¡Oh, bambina!,se me doblaron las
rodillas y el cuerpo se me arqueó, y ¡Chass!, caí al agua como una piedra-Al decir esto, todos empezaron a
reírse a más no poder. Amanda, soltó el tenedor y la cuchara y se cubrió el rostro con sus manos, muerta de
risas. Francesco, continuó:
-¡Qué chapuzón!.El traje me pesaba como diez libras, imagínense ustedes, yo caminando ensopado por las
calles de Venecia, ¡Qué vergüenza!, yo iba con cabeza baja, exprimiendo el traje. Después de ese suceso,
no he vuelto más a Venecia-.
Las risas se prolongaron. Por primera vez Violeta y Amanda, reían con tanto fervor, después de que
Alarmado, cayó retozando por el barranco. Amanda, tenía la cara roja de tanto reír, sus blancos dientes,
ligeramente redondeados en la punta, se mantuvieron en exhibición largo rato. Aureliana, era la que menos
se reía de los cuentos de Francesco; pero para disimular lanzaba una carcajada atronadora. Los niños
reían porque veían a los mayores reír.
Las risas se aplacaron. Se volvió a comer. Después, Violeta, preparó el camino hacia la sobremesa:
-¿Doctor?¿Es verdad que en Italia las mujeres se comprometen después de los treintas?-.
-Más bajo-.Contestó sonriente Francesco
-¿Cuántos?-Volvió a interrogar Violeta
-Veinte-Afirmó el doctor
-Amanda, también se comprometió a los veintes, y por eso me siento orgullosa de ella.
A Aureliana, no le agradó mucho la respuesta del doctor, y aprovechó para descargar un pequeño ataque
de celos:
-Y bien...querido Francesco...A Italia no voy...-.Y dio un golpecito con el tenedor en la mesa.
-Todavía celándome-se defendió el Doctor.
Amanda, se limpió la boca con la suave servilleta, luego la colocó hecha un montoncito, sobre la mesa, y
dijo:
-Bueno, señores el pavo alzó el vuelo-.
Todos rieron con deseos, hasta que las risas hicieron vibrar las finas copas de cristal.
- 7Amanda, estaba tirada sobre la cama. Su transparente refajo, dejaba ver sus pequeños senos, que parecían
dos tasitas de café. Más abajo el triángulo rojo intenso de la bikini, se veía rosa a través del blanco del
refajo. Su cabeza descansaba sobre su mano izquierda, y en la otra sujetaba la última carta de Lidico
Cabrales. Ella la leyó detenidamente:
“Querida mía, debo ser sincero contigo. Siempre lo he sido. Los estudios no marchan bien. No sé lo que me
pasa. He pensado cuando regrese dedicarme a la Hacienda. Escríbeme. Tu Lidico”.
Por primera vez Amanda, descubrió en Lidico, una dosis de interés por su riqueza.”Una enfermedad
incurable”, se dijo paras sí. Pero por encima de cualquier cosa, ella sentía el influjo de su amor, que se le
metía por cada poro de su esbelto cuerpo. Para ella nada cambiaría el rumbo de su vida. Lidico significaba
todo para ella. Los desaciertos de él los veía como algo
pasajero; fáciles de enmendar, propio de una juventud altiva e inestable.
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Amanda, había conocido tres amores, pero con ninguno sintió tanto como con Lidico. El era distinto a los
demás; se entregaba sin reservas, sin temor a quedar mal, y con la convicción de que a él le iba a gustar
tanto como a ella. Ahí radicaba el secreto de ese amor tan grande y perdurable.
Cuando pensaba en Lidico, su mirada se quedaba fija en un mismo punto; sentía que sus senos se les
hinchaban, y un escozor mortificante le recorría el cuerpo. Así se quedaba largos ratos, hasta que con una
alquimia inefable, desde un puntito blanco salía la imagen de Lidico.
Ese día era de fiesta. El nuevo presidente, el Dr. Albergado Álvarez del Rey, en representación del Partido
Ultra Republicano, tomaba posesión. El país estaba alborotado. La gente estaba en las calles desde
temprano. Los comercios no abrieron ese día. Se paralizaron los trabajos; solo los hospitales y el transporte
funcionaban normal.
Amanda, vio desde su cuarto una multitud que pasó frente a su casa. Llevaban en alto una inmensa valla
con la efigie del presidente. Ella solo le pudo ver sus grandes bigotes, y la armadura de sus espejuelos.
Amanda, miró la multitud con frialdad. Sabía que al principio todo era promesas, y que al final casi nunca se
cumplían. Eso lo aprendió de su padre Alarmado.
Esa mañana hubiese deseado lanzarse a la calle e ir detrás de la gente; gritar, aullar la saciedad.
Necesitaba distraerse. Romper el stress. Olvidarse un poco de Lidico, de su nuevo afán de riquezas.¿Pero
valía la pena lanzarse a gritar detrás de aquella frenética multitud? Amanda, prefirió quedarse en su cuarto y
seguir meditando. Por algún momento pensó en que Lidico, un hombre de ciencias, tuviera tanto interés por
los negocios. Pero por otra parte sabía que el dinero mueve todos los engranajes de la vida, y que de una
forma u otra todos los amamos. También sabía que los que no los tenían eran los que estaban condenados
a mendigar por las calles oscuras y frías del sacrificio.
A Amanda, lo que le preocupaba era la forma de ganarse el dinero. Ella misma vio como su difunto padre
tuvo que sacrificarse para obtener todo lo que logró. Cuantas veces tuvo que doblar la jornada. Y ahora,
Lidico, lo ambicionaba todo sin dar un golpe. Ella no olvidaba nunca la vez que su padre le dijo: “Hija el
sesenta por ciento del amor es por interés, trata siempre de tener algo”. Amanda, nunca se lo creyó. Pero
ahora estaba frente a una realidad evidente. Sin embargo no le importaba entregar toda su riqueza al
hombre que amaba.
Muchas veces Amanda, pensó dejar su trabajo y vivir de la riqueza que había heredado. Pero su filantropía
era congénita y creía en el deber de contribuir a la educación de los demás. Mientras meditaba a solas, un
suave viento le acariciaba el rostro; ella lo recibía con agrado. Se fue quedando quieta, con una ternura
inefable, hasta que las mágicas puertas de sus ojos se cerraron.
Lidico, seguía pensando en la Hacienda Siempreverde. Se imaginaba sobre un jeep descapotable,
atravesando los campos cultivados, arengando siempre a los trabajadores; siempre exigiéndoles un poco
más. Otras veces se veía entre las miles de cabezas de ganado de disímiles razas; ora contemplando el
cebú de grande giba, el Holnstein o el famoso híbrido Evermeet. Todo lo veía con agrado, estaba confiado
de su futuro.
¿Para qué conversar con los insectos? se preguntaba; pero inmediatamente, volvía a interrogarse: ¿Es
posible destruir tan fácilmente ese monumental cúmulo de conocimiento sobre Fono-entomología?, claro, el
lo aplicaría a la Hacienda Siempreverde. Formaría cientos de colmenas, que él mismo dirigiría. Unas veces
orientando a los zánganos en su vuelo nupcial; otra indicándoles a las obreras, cuando la calidad de la miel
era óptima. De esa manera aumentaría la productividad por colmena. De esa manera sus conocimientos
contribuirían al desarrollo científico-técnico de la humanidad.
Una cosa que ayudó a Lidico en su formación, fue la constancia de su austera tía Amapola. El siempre la
obedeció, y hasta se puede decir que le tenía un poco de temor. Todavía siendo un hombre, se le paraba
delante con obediencia y le decía:
“Tía voy a la matinee del Salón Rojo”; o a veces un poco nervioso le decía que iba a recoger a Amanda,
para ir a comer al restaurante “Los Camellitos”. Cuando se escurría sin decir nada, era para escaparse a dar
una vuelta con Janet, su compañera de aula de la universidad. Ella tenía los ojos alargados como las
japonesas, y los labios finos y delicados. Lidico, se enamoró de su pelo rubio que le tapaba los glúteos.
En la mayoría de las escapadas con Janet, se iban al balneario de “Las Lajas”,
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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era un lugar de ensueño. Los que no estaban enamorados, allí se enamoraban. Una silenciosa cascada
descendía por las pulidas lajas. Debajo estaba el estanque natural, con sus cristalinas aguas, enseñando de
vez en cuando sus moribundas olas que chocaban con las rocosas orillas.
Un poco más arriba una pequeña planicie de finas arenas, invitaba a caminar. En otra cascada que estaba
más alejada, el agua caía rápida y espumosa, y abajo se diseminaba en varios canales naturales, rodeados
de una vegetación exuberante, que iban desde el mangle hasta el fino junquillo.
Los canales semejaban una especie de túneles arbóreos, por donde se podía navegar en pequeña
embarcaciones o simplemente nadar, sintiendo el rumor del viento penetrando por las enredaderas.
Era allí donde Lidico, se escapaba con Janet. Ellos se lanzaban canal adentro, nadando despacio, con una
pereza provocada. Cuando sentían el roce suave del agua en su epidermis, entonces, se pegaban y
nadaban ladeados como si fueran uno solo. Al llegar al primer recodo, ya no soportaban más y se detenían
para hacer el amor. Ella era fogosa, y con el agua su fogosidad aumentaba.
En el centro del canal, parecían anguilas torcidas y retorcidas. Ella lo halaba hacía su cuerpo como un
remolino. El se dejaba llevar con la interminable protesta de sus besos. Y así entre un ruido sordo de
gemidos y suspiros la tarde los cegabas.
Después de Janet, fueron Julia, Hoa la asiática y Martha la que llamaban La Cleopatra. Aquel lugar fue para
él un refugio del cual Amanda nunca había tenido noticias. Pero era solo una forma de pasar el tiempo. Con
Amanda era diferente, no solo había pasión y furia; con ella existía comprensión y afinidad en todas las
aristas de la vida. Por eso su amor con Amanda, había perdurado, ese amor lo tenía clavado como un puñal
en el corazón.
Cada primavera que Lidico, pasó al lado de Amanda, lo revitalizaron. Siempre esperaba con vehemencia la
ansiada estación; para sentarse juntos en el parque Primaveral, a contemplar los floridos flamboyanes, que
despedían, la roja llama por sus ramas de fuego. Le gustaba ver los pajarillos libar el dulce néctar de las
flores. Verlos partir henchidos, batiendo sus alas en una muestra de agradecimiento eterno a la madre
naturaleza. Y Amanda a su lado comiéndoselo a besos. Dulces besos de primavera. Ellos miraban las
miríadas de aves migratorias que pasaban casi rozándoles la cabeza. Entonces Lidico, miraba la profusa
cabellera de Amanda y le parecía un lugar ideal para anidar las avecillas. Lidico, desde Francia, no olvidaba
ese apacible nido, donde tantas veces se perdieron sus manos como dos pichoncitos.
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SEGUNDA PARTE “UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO”
La Hacienda Siempreverde mantenía su progreso. La productividad por hombre no había mermado desde
que Alarmado rodó por el barranco. Todo fue posible por el trabajo realizado por Conrado Autoritario; quien
quedó al frente de los trabajos de la Hacienda, por disposición de Violeta. Autoritario era uno de esos
hombres, en que el nombre le viene como anillo al dedo. Desde pequeño fue obrero de la Siempreverde, y
estuvo muy cerca de Alarmado; era como su ayudante personal, razón por la cual conocía el manejo de
recursos y hombres.
Los asuntos administrativos de la Hacienda recayeron en Amanda, mientras regresara Lidico de Francia.
Ella tomaba las decisiones de las nuevas inversiones. Manejaba presupuestos, y aumentaba y disminuía los
sueldos de los trabajadores, según estimara conveniente.
Violeta, solo se inmiscuía, cuando se trataba de modificar alguna construcción hecha por su difunto esposo.
Se ponía de mal humor cuando le proponían semejante cosa. Casi siempre decía lo mismo:” Eso es
intocable”, para luego añadir lo de mi difunto Alarmado no lo toca nadie.
Amanda, nunca le contradijo a su madre; siempre respetó su criterio. Así se quedaron tal como el los dejó:
los graneros, las naves de acopio, y el laboratorio de inseminación.
Amanda, después que llegaba de la universidad, se ponía los pantalones bombachos, con sus rodilleras de
piel, y una camisa mangas largas. Y recorría toda la Hacienda en compañía de Autoritario. Prefería ir a
caballo. Tenía el suyo predilecto; uno blanco de buena alzada.
A trote picado, salvaban la distancia que había desde la casa hasta la Hacienda. Amanda, se alzaba sobre
los estribos, como para ver mejor, y llenaba sus pulmones con prolongadas inspiraciones. Autoritario, le iba
contando, como marchaba todo. Ella se sentía satisfecha de los resultados; por eso no hacía más que
reafirmar lo que le decía Autoritario.
Cuando llegaban a la Hacienda, entraban por la ancha puerta, de dos hojas, construida de caoba. A la
izquierda, quedaban los campos de maíz. A Amanda, le gustaba verlos cuando se llenaban de las doradas
espigas, que danzaban al compás del viento como avezadas bailarinas.
A la derecha, quedaban las plantaciones de plátanos, que era como un bloque verde que dividía la tierra y el
cielo. Más adentro estaban las hortalizas; donde el verde retozaba en toda su gama. Había canteros de
lechugas, de tomates, col. y muchas variedades de vegetales. Amanda, sentía afinidad por las plantaciones
de vegetales.
El recorrido terminaba en los inmensos corrales donde pastaba el ganado. Eran miles de cabezas, y
Amanda, trataba a veces de contarlas, como si fuera un extraño hobby. Después del recorrido, regresaba
sola a casa, con las mejillas coloradas y sudorosas.
Un día en que Amanda, cabalgaba sola cerca de su casa, muy próximo a la vivienda de Los Merenkos, unos
rusos que trabajaban en la mina de uranio de Loma Blanca. De repente se encontró con un viejo amigo. El
venía en una motocicleta japonesa, que tenía, una especie de carrocería que protegía al motociclista del
tórax hacia abajo. Amanda se sorprendió al verlo venir. El frenó la moto, casi en las patas del caballo. Ella
haló la brida, y el caballo resopló asustado.
-Hola Amanda-.
-Hola Regio-.
Regio, se quitó el casco protector, y el viento le hizo un nido en la cabeza. Amanda, miró los mechones, y
recordó que allí se refugiaron un día sus manos.
-No te había visto más desde aquel día ¿Dónde te metes? -Preguntó Regio
-De mi casa al trabajo-¿Es verdad lo de tu padre?-.Volvió a preguntar Regio
-Sí-Lo siento-.
Regio, volvió a ponerse el casco protector. Miró las azules sienes de Amanda, como latían. El recordó la
primera vez que la besó, casi arrodillado frente a ella.
-Adiós-Adiós-.
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Amanda, se quedó mirando los mechones de pelo, que se le salín por debajo del casco. El viento quería
arrancárselos uno a uno. Ella recordó el día en que lo conoció en La Feria De Arte Municipal. Amanda,
compraba un cuadro. Era una pintura asiática; dos chinas sentados frente a su huso hilaban la seda,
mientras un simpático gatito les enredaba el hilo.
Amanda, recordó cuando Regio se le pegó bien cerca, cuando le habló, casi le quema la epidermis : “Tienes
un gusto envidiable”. Dos horas después, estaban enredados como un nido de reptiles. El tenía la cosa más
grande que ella había visto. Por eso gritó tan fuerte como cuando perdió la virginidad. Ella rememoró
cuando sus manos de largos dedos, se entretejieron en su monte venus; y el exploró la exuberante
vegetación, en las entrañas húmedas del bosque.
Regio, era un puntito, y todavía Amanda lo miraba. Las auras planeaban bajo el plúmbeo cielo. Un olor a
lluvia recargó los pulmones de Amanda. El cielo reventó llenándose de incandescente grietas. Amanda, se
tapó los oídos, cuando el potente trueno hizo temblar la tierra.
El cielo se había despojado de nubes. El sol quemaba con libre albedrío. Las hojas de los árboles parecían
dormir. El verano se acercaba. Era domingo. En casa de Amanda, ya estaban Granada y Adamara. Solo
faltaba el doctor Francesco y familia. La Hacienda Siempreverde cumplía veinte años de fundada. Violeta
,quiso celebrarlo. Para tal ocasión se preparó la amplia sala. Se colocó en el centro una larga mesa,
rodeada de sillas; y se dispusieron todos tipos de bebidas y comestibles.
Amanda, se había recogido el pelo en una suerte de moño, parecido a una cebolla. Se había empolvado el
rostro y lucía más blanca que de costumbre. Una tenue pintura, hacía resaltar sus gomosos labios. En
contraste el rostro de Adamara, estaba encendido por un rojo carmín. Ella exhibía un peinado de delineadas
trenzas, que le rodeaban la cabeza en forma de corona. Su ovalada cara se disimulaba bajo semejante
peinado. Muy pronto comenzó un animado diálogo:
-Estos momentos son necesarios para la vida-Dijo Granada, mientras se examinaba las
uñas meticulosamente.
-Una tiene que relajarse ¿Verdad?-.Acotó Amanda, comprobando si su moño estaba en su lugar.
Violeta, que estaba ocupada en colocar algunas vajillas sobre la mesa, detuvo su trabajo,
y con una voz un poco triste dijo:
-Si Alarmado estuviera vivo...el pobre...disfrutaba mucho estos momentos-.
-Sí-¡Qué lástima!-.
-¡Pobre padre!-.
La sala se llenó de lamentos; pero muy pronto se desvanecieron, cuando vieron llegar a Francesco y familia.
El venía delante, con un traje gris, de corte rectangular. Detrás venía su esposa, Aureliana, y sus dos
pequeños.
-¡Buenos días!-.
-¡Buenos días doctor!-.Al unísono
-¡Buenos días, Aureliana!.Luces elegante-.Aprovechó para sentenciar, Granada.
Violeta, los invitó a que se sentaran directamente a la mesa, de esa manera no tenía que servirles las
bebidas. Francesco, se sentó en una esquina, y Aureliana en la otra; como dos boxeadores.
El doctor le dio una ojeada a la mesa para comprobar las marcas de licores y vinos. Empezó por la parte
más cercana al borde de la mesa: Matusalén añejo, cubano; se limpió el paladar y sintió la suavidad del ron.
Luego, continuó: Vodka, soviético, entonces sintió un ardor en la garganta que lo hizo carraspear. Siguió
mirando, y su vista chocó con una botellita semicilíndrica, la marca estaba en letras bien condensadas, y
Francesco, tuvo que apretar bien los ojos:” ¡Será posible!”, comentó, y continuó:”Si es aguardiente de
Rímini”.
Francesco, no pudo resistir la tentación y agarró por el cuello, con sus romos dedos la pequeña botella.
Instantes después, reía satisfecho.
Por su parte Granada, bebía una copa de vino tinto, que había perdido la etiqueta, y ella trataba de adivinar
se marca; reteniendo en la boca un buchito y luego tragándolo, como el mejor catador.
-¡Es dulzón!-Decía.
-¿No es Francés?-.Preguntó, Amanda.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
18
-No. Los franceses son rigurosos en el sabor de los vinos-.Contestó Granada.
-Es americano, entonces-.Afirmó, Adamara, dando por terminada la decisión.
-¿Americano?¿Es que acaso no ha tomado el “Cool wine”, o el”Everlight” -sentenció Granada.
-¡Claro, mama!-.
-Bueno…bueno…esa marca solo la conocía mi Alarmado-.Dijo Violeta, poniendo punto final a la discusión.
Como Violeta vio que todos habían callados, y que el mismo Francesco, no hacía más que beber,
aprovechó para descargar sus recuerdos, traídos a la mente por el duende del vino.
-Mi eterno Alarmado…él no tuvo descanso. Se levantaba cuando escuchaba la sirena del Puerto, oscuro
todavía. Nunca desayunaba, ni almorzaba en casa ¿Qué duro? -Violeta respiró
Profundo, y continuo-, Regresaba al anochecer; pero se le veía el ánimo en los ojos. Siempre de buen
humor conmigo, a pesar de su carácter. Me besaba, y me abrazaba y con voz animada
Me decía:”Otra jornada vencida”.Entonces, se quitaba la camisa ¡Ay hija!,se podía exprimir, Luego se
quitaba sus grandes botas, que yo casi no podía con ellas. El se quedaba sentado un rato
En el portal, mirando los árboles mecerse, como si hubiera hecho algún pacto con la naturaleza ¡Qué días
más felices!…ya esos no vuelven.
-¡Hermana!¡Hermana!…Eres joven…Encontrarás un hombre..-¿Hombre?-.
-Si-.Replicó Granada
-Por qué no, mamá. Más vieja que tu se casan todos los días ¿Recuerdas a Angélica Pascuala?, cuando se
casó por tercera vez tenía setenta-.Intervino Amanda.
-Oyeee…caso especial..hum…-Balbuceó Francesco, que había terminado con la botella
de aguardiente.
-¡Ya empezó!-.Gritó Aureliana, venciendo la pereza
-¡Déjame carcelera! En la primera oportunidad me marcho a Italia, y te dejo con tus resabios.
-¡Márchate!-.
-¡Basta!¡Basta!-.Intervino ,Violeta.
Amanda, comenzó a sentir la acción del vino. La nostalgia se revolvió en su cabeza. La imagen de Lidico le
llegó apretada en un montón de recuerdos, que se desvanecieron, cuando de su boca se escapó el nombre
de su querido amor. Adamara, su prima, la rodeó con el brazo derecho, y se pegaron cabeza con cabeza.
-Yo también me enamoré una vez-La consoló Adamara
-¿Como yo?-.
-Quizás-.
-Adamara, yo quiero a mi Lidico de una forma especial. Nunca me sucedió antes con nadie.¿Recuerdas a Regio?,hoy lo vi. Hablamos. Después, lo miré hasta que se perdió de vista; pero fue
algo efímero, cuando llegué a casa ya lo había olvidado ¿comprende?-.
-Este Albier, con quien yo salgo no es mi tipo-,Adamara se separó de Amanda, y continuó-.
Hay un mexicano que trabaja en la revista “Trompeta”…¡Qué guapo!…Bah…tonterías,
es casado. Así es la vida, prima-,y diciendo esto se tiró rudamente contra el respaldo del sillón.
En esos Francesco, se puso de pie, en medio de todos. Se desabotonó el saco, y se metió las
manos en los bolsillos del pantalón. Dio medio paso hacia delante. Un disimulado eructo escapó
de su redonda boca y empezó:
-¡Ahora es …mi turno!-,todos callaron, y Francesco continuó-,esto que mee…sucedió, no fue en
Italia…fue aquí. Iba con mi Aureliana-La miró-,vestido de paisano; pero llevaba el estetoscopio al
cuello. Entramos a la …”Mediútil”…recorrimos las vidrieras…¡hip!…
-¡Ahora, sí!-Interrumpió Aureliana.
…No encontramos lo que buscábamos-continuó el doctor-,y a la retirada ¡hip!,sonó la alarma
¡riiiiiiiiiiing!…¡hip!…-todos rieron-,y un seguidor de luz roja me marcó…salté del susto…nos
rodearon: gerente, empleados, policías…todo el mundo…entonces el gerente se me acercó y me
dijo:”Ud., robó ese estetoscopio”.Yo me reí en su cara ¡hip1,y le contesté:”es que no tengo cara de
médico. Luego se aclaró todo, y hasta ellos rieron,¡hip!..
Amanda, era la que más reía con los chistes del doctor, ella se arqueaba y casi tocaba el piso,
con la cabeza. Cuando Francesco, terminó la casa era una algarabía. Los niños se habían parados
de sus sillas, y saltaban sobre un sillón, con las manos embarradas de confituras. Violeta, tuvo
que poner orden. Vino la normalidad.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
19
El almuerzo levantó los ánimos. Los alimentos, detuvieron la acción del alcohol. Las mentes,
Se fueron desempañando de la telaraña. El ánimo se apagó. En el Puerto a lo lejos se escuchaban
las sirenas de los barcos.
-8Habían transcurridos seis meses desde que Lidico partió para Francia. Amanda, no dejaba de pensar en él.
Los días le parecían alargados por un Crono cruel, que se había empeñado en hacerla sufrir. Aunque lo
veía todos los días en sus cartas saltar sobre las letras, detenerse en cada punto, o hacer zigzag en las
comas.
Lidico, pensaba en ella; pero pensaba también en la Siempreverde. Una idea malévola, se
habíaapoderado de él. Ya tenía concebida las ganancias que le reportaría una inversión en la apicultura.
Hasta tenía en mente el número de obreros y salarios, y su posible fluctuación.
Muchas veces se le metió en la cabeza regresar sin terminar el doctorado; pero la recia figura de su tía
Amapola, se lo impedía. Su imagen se le paraba delante y lo llenaba de insultos .Le contaba centavo a
centavo, todo lo que se había gastado en sus estudios. Después, lo acusaba de malversador, y
autosuficiente. El quería evitarse todos esos regaños y posibles vejaciones.
Amapola, aunque severa, siempre lo había tratado con molicie. Una sola vez le habló con rudeza: “Crees
que tienes edad para eso…”,le dijo cuando él le planteó la decisión de casarse con Amanda. Después, de
eso Amapola, buscaba motivos para separarlo de su querido amor. Por eso cuando le propusieron a Lidico,
el doctorado en Francia, ella se sintió feliz; y pensó en el viejo adagio:
“LA DISTANCIA ES EL OLVIDO”.
Lidico, nunca hizo caso a sus insinuaciones, le parecían propia de una madre. Como la perdió a tan
temprana edad, no podía hacer comparaciones. El solo le replicaba poniendo como valladar, La belleza de
Amanda, y su delicada manera de conducirse ante la sociedad.
Amapola, para demostrarle que había mujeres más bonitas, se valía de su afición por la filatelia.
Entonces, le enseñaba la última edición de mujeres famosas: Betty Davis, Carmen la de Ronda, Sarita
Montiel, y muchas más, a quienes Lidico miraba con especial atención y profundo respeto; pero con menos
embeleso que a su Amanda.
En el amor ,Amapola, nunca logró dirigir a Lidico. Para él era algo muy individual e invulnerable. Con esa
máxima logró salvar sus relaciones con Amanda. El mismo se lo dijo a Chue, con otras palabras:”Tuve que
ponerme duro con mi tía”.
Lidico, en seis meses solo había estado con Catherine, una menuda francesita, que conoció en El
Louvre. Ella supo que era americano en la forma de curiosear. Se fueron hasta la torre Eiffel, a contemplar
el longevo monumento. Ella le tomó una foto, recostado a la torre. Nunca se la enseñó.
Esa noche amanecieron en el apartamento de Catherine, tropezando con un montón de botellas vacías.
Nunca más la vio. Su recuerdo se esfumó como una débil pompa de jabón.
La tarde caía. El sol aún se mantenía activo. Los altos edificios se tragaban la luz. Abajo se formaban
pequeños cuadros iluminados aquí y allá. La gente aún entraba y salía de los mercados. Otros apretujados
bajaban las escalinatas del metro. El tránsito comenzaba a incrementarse, en la “Avenida Pilco”,
hormigueaban los autos ligeros. Mientras, que por la calle “Única”, tronaban las rastras y camiones. Amanda
y Adamara, que habían coincididos en la ciudad, estaban sentadas en unos de los bancos de” La Avenida
La Arboleda”.Era la avenida más tranquila de la ciudad, sus Grandes árboles la tornaban oscura y apropiada
para platicar…
Cientos de enamorados se agrupaban en parejas, sentados en las hileras de bancos, dispuestos a lo
largo de la avenida..Parecía una especie de coro amoroso; pero solo el viento podía escuchar su extraña
melopea.
-¡Qué escena tan Hermosa!-.Se atrevió a decir, Amanda, mientras arreglaba algunos paquetes.
-¡Un verdadero regalo de amor!-.Contestó eufórica, Adamara.
-Si estuviera Lidico-.Dijo algo nostálgica, Amanda.
-Ni que fuera a quedarse-.
Amanda, apretó sus gruesos labios y se los dejó finos, como una cáscara de cebolla. Luego,
Los soltó, y salieron rojos y humedecidos.
-Adamara, un día para mi lejos de Lidico, significa un año ¿Comprendes? Yo estoy adaptada a sus regaños
y caricias. Cuando me faltan parece que voy a morir ¡Eso es amor!…lo otro es pasión, lascivia,
concupiscencia…
-Pero,¿Qué dices prima con esa jerga-.
-…Mucho…mucho…-.
Una historia de amor en tiempo futuro
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Una pareja de enamorados, pasó frente a ellos. El la llevaba del talle. Ella llevaba la cabeza, reclinada
sobre su hombro izquierdo. El largo pelo se regaba en la espalda del novio, al influjo de un vientecillo, como
las aguas de un río en un anchuroso delta.
Amanda, vio en la mano derecha de la novia, la delicada flor, que todavía regaba su perfume.
-Esos se aman-.Se limitó a decir.
Adamara, aprovechó la ocasión para desahogarse:
-Muchas veces yo pasé por aquí tomada de la mano de Ibert; ilusionada. Con un montón de estúpidos
proyectos. El me inventaba cosas para mantenerme engañada. Me decía que cuando se hiciera ingeniero
se iba a casar por la iglesia.¡Embustes!…no les creo a los hombres. Son mentirosos-.
Amanda, se puso pálida al escuchar tales injurias. No creía a Lidico capaz de mentirle. Ella siempre había
descubierto la verdad en él. Por eso a toda costa trató de defenderlo:
-No todos son iguales. Yo no puedo decir lo mismo de mi Lidico. No sé. Si un día me falla es otra cosa. Me
parece que no voy a tener tan mala suerte-.
Sus negros ojos buscaron un pedazo de cielo por entre las arboledas. Un ave hacía acrobacia
formando una cruz negra en el vacío. Amanda, se estremeció y se llevó a Adamara, tomada de la mano.
Los meteorólogos, habían anunciado un día despejado. La noche antes había caído una pequeña llovizna, y
la tierra tenía un color pardo-oscuro. Algunas palomas,trillaban con su alegre pico, las diminutas piedrecitas.
Era día de asueto para Amanda, por eso decidió ir de compras. Ella lucía un nuevo pelado, que llegaba
recto hasta las orejas y allí caía en forma de cascada hasta los hombres.
Ese día vestía sport: pantalones mezclilla hasta las rodillas, un chaleco de piel por encima de un pullover
blanco, y zapatillas de gamuza.
Amanda, subió a su auto “Plutón”.Revisó el nivel de aceite. Probó los frenos electrónicos, y se caló sus
circulares gafas. Puso en marcha el auto. Encendió el video-cassette. Cambió la música por una de rock, y
empezó a mover la cabeza al compás de la música. Un suave viento, le echaba el pelo hacia atrás. Su
destino eran los grandes comercios de la ciudad. Por eso después de recorrer los dos kilómetros que
separaban su casa del centro de la ciudad, dobló dos veces a la izquierda cuando llegó a “Calle
Alba”.Después, tuvo que doblar a la derecha para por fin, alcanzar la populosa calle de Los Mercados.
La primera de las tiendas era “La Ilusión”.Su construcción era en forma piramidal. Tenía cuatro puertas;
dos de entradas y dos de salidas. En la primera planta se ofertaban joyas y perfumerias. En el Segundo
piso, ropas de ambos sexos. Y en la última planta había cafeterías y restaurantes. Amanda, no se detuvo
allí. Prefería la tienda China. La conocían mejor, y cuando llegaba le enseñaban la última moda llegada de
Asia o Europa.
La tienda de Los Chinos estaba construida en forma de herradura. Amanda, dejó el auto en el amplio
parqueo, y entró por la puerta principal. Ya dentro, se encaminó al departamento de perfumerías, que
estaba entrando a la derecha, cercano al de joyerías. Amanda, saludó a los empleados. Ellos fueron muy
amables y enseguida le mostraron el perfume “Enjoy”, importado de norteamérica. Ella lo olió, y aventó su
naricita respingada y exclamó:”Es sutil, lo probaré”.
Amanda, veía su imagen reflejada en los espejos de la cuatro paredes del departamento. En el del frente
se veía completamente. En el de la izquierda solo se podía ver la cara de medio lado y parte del cuello y los
hombros. A su derecha, la imagen era más completa, se veía de medio lado hasta las rodillas. Y por detrás
su cuerpo se reflejaba hasta la mitad. Amanda, no reparó en eso, y ni siquiera se dio cuentas.
Amanda, siguió recorriendo los demás departamentos de cosméticos y ajuares. Su imagen se
multiplicaba en los espejos de la tienda. Después, de revisar una variada gama de artículos, se fue directo al
departamento de trajes de bodas.
La idea de revisar los vestidos de novias, se le metió en la cabeza la noche antes mientras veía un
comercial en la televisión: una pareja de novios que subía las escalinatas de una Iglesia. Ella lo miró con
envidia, y pensó en comprar el vestido, antes que Lidico, regresara de Francia.
Esa era la razón del por qué estaba parada frente a tantos vestidos de bodas, espiándolos uno a uno, con
sus grandes ojos negros. Las empleadas la complacieron, mostrándole varios de los más modernos.
Primero, le trajeron uno de larga cola, que estaba adornado con mariposas construidas de finas piedras.
Algunas batiendo sus alas; y otras con sus alas plegadas. Amanda, lo miró, y lo manoseó. Una pequeña
cosquilla le produjo en las manos, la suave tela. Después, le enseñaron un vestido de cola más pequeña,
pero no menos delicado. Ella lo rechazó.
Después, de haber pasado por sus manos, seis o siete vestidos, se decidió por uno de fino encaje, que
estaba adornado con decenas de campanitas, que tañían suavemente al menor movimiento. Las
empleadas, la llevaron al probador. Amanda, se puso el vestido, y se paró frente al espejo. Vio su imagen
blanca, como una paloma. Sintió, entonces, una opresión en el pecho. Se dio la vuelta, para observar su
fina cintura, oprimida por el corsé del vestido.
Una de las empleadas le dijo:
-¡Estás Hermosa!-.
-Gracias-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Amanda, quiso decir algo más, pero solo se limitó a enseñar sus relucientes dientes. Fue, entonces, que
vio la imagen de Lidico, parado a su lado. El la rodeaba con su brazo derecho, por el fino talle, y sonreía
feliz mostrando sus cortos dientes. Amanda, bajó la cabeza, y cuando la levantó de nuevo ya la imagen de
Lidico, no estaba.
Frenética por la escena, suspiró henchida de amor, y dijo:
-Me lo llevo. Pronto lo voy a necesitar-.
Sus palabras llevaban impregnado todo el amor que sentía por su Lidico. Ese amor fresco, e incubado
en su noble corazón.
Amanda, salió a la calle con su rostro alegre. Y su alegría hubiese crecido aún más, si no hubiese visto
a Amapola, que la esperaba recostada de su auto.
Amapola, llevaba puestas unas gafas oscuras y cuadradas, para poder ocultar bien sus ojos saltones.
Cuando, Amanda, la vio disminuyó el paso ágil y danzado que llevaba, y lo cambió por uno lento y menos
coordinado.
Amapola comenzó el diálogo:
-Llevo una hora parada aquí-.
-Estaba de compra-.contestó Amanda.
-¿Muchas cosas?-.
Y diciendo esto, Amapola miró de reojos el paquete de Amanda, a la vez que cambiaba de manos, uno
pequeño que ella traía.
-He comprado un vestido de bodas-.
-¿De bodas?-.
interrogó, Amapola.
-Sí-.
Amapola, sintió que la tienda se le venía encima. Revolvió sus grandes ojos, e hizo una mueca feroz.
Amanda, no pudo notarlo.
Amapola, afianzó más su cuerpo sobre el auto y con gran ironía dijo:
-Lidico, me dejó encargada de comprar el vestido a mi-.
Amanda, se defendió:
-¿Acaso no puedo comprarlo yo?¿No soy la que se casa?-.
Amapola, le contestó furiosa:
-Yo no pretendo estropearte tus planes…verás …solo quería poner lo mío…son cosas de madre, Lidico está
muy pegado a mi…y…
-Y no quiere perderlo-.,completó Amanda
Amapola, la miró con sus ojos saltones. Sus labios se estiraron, y los pómulos le crecieron como dos
pelotas. Y cambiando el tono de voz dijo:
-No quise decir tanto. Yo solo defiendo lo mío-.
-¿Lo tuyo? y yo ¿Qué?-.Contestó Amanda, subiendo la voz.
Amapola, no contestó. Se puso en marcha hacia su auto, manoseando drásticamente, el paquete que
llevaba.
Amanda, la siguió con la vista. Hasta que vio ocultarse dentro del auto sus voluminosas nalgas.
El
viento batió. Y el pelo de Amanda, se regó. Los sonidos de los claxon, la acribillaron. Montó en su auto y se
marchó detrás de Amapola.
Amanda, sintió cuando el pitazo del tren, hizo vibrar los cristales de las ventanas de su cuarto. Entonces, se
recordó que era día de envío de ganado. Impulsándose con las piernas, se puse en pie rápidamente.
Cuando salió al patio, ya Amable le tenía su caballo blanco ensillado. Apenas tuvo tiempo para
desayunar, gracias a que Violeta, su madre, se lo tenía listo como de costumbre.
Cuando llegó a la Hacienda ya el tren estaba estacionado en la plataforma donde sería montado el
ganado. Autoritario, junto a cinco peones, había terminado la labor de clasificación del ganado. Ya estaban
en los corrales, listos para subir al tren. El tren los conduciría hasta el puerto, y desde allí seguirían en barco
hacia Europa.
El ganado era de primera. Se les veía impacientes dentro de los corrales. Unos pegándose a la cerca, y
olfateando los gruesos tablones de madera dura. Otros se apretujaban en los bebederos para mitigar la sed.
Era uno de los envíos más grande que se iba a hacer, desde que se fundó la Siempreverde.
El día era bueno para la operación. El cielo azul e inmenso. El sol redondo y radiado. Sobre la
plataforma, el ir y venir de los peones se intensificaba. Unos abastecían de pasto el coche que transportaría
los alimentos para el ganado. Otros, apartaban algunos objetos, que se encontraban tirados en la
plataforma, para que no interfirieran con el paso del ganado. Y un tercer grupo, utilizando mangueras a
presión, lavaban los coches del tren.
Cuando las partes interesadas firmaron el contrato de compra y venta, Amanda autorizó la operación de
transporte. A cada lado de la puerta de salida, se situó un contador de ambas partes. El ganado, cuando
llegaba a la puerta de salida, se resistía y había que hostigarlos con un bastón eléctrico.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
22
Dentro de los corrales se escuchaban las voces de los peones arriando el ganado, para concentrarlos en un
punto. Amanda, se movía con diligencia de una parte a otra, para estar segura de que todo marchaba bien.
Era la primera que ella dirigía una operación de esa magnitud; pero su padre la llevó varias veces a
presenciar dicha tarea.
Autoritario, el capataz, no dejaba de arengar a sus peones. Esa era su característica.
Mientras la labor de carga se efectuaba felizmente un toro negro, logró saltar la cerca de uno de los
corrales. Cuando el animal se vio libre, resopló y mugió, con una mezcla de libertad y odio. Entonces,
emprendió una loca carrera por la pulida plataforma. No había recorrido ni veinte metros cuando sus patas
comenzaron a resbalar. Primero le falló la pata izquierda; después la derecha, y por último calló de rodillas y
se arrastró como seis metros por la superficie de la plataforma.
Los vaqueros, con sus lazos en la mano, lo perseguían con frenética algarabía. El toro, logró ponerse en
pie. Un vaquero, que había logrado darle alcance, le lanzó su lazo. El lazo, pasó rozándoles los cuernos, y
se dobló justamente allí en el espacio que los separa uno del otro.
El toro, persiguió al vaquero, que iba corriendo en forma de zigzag. La operación se detuvo, el vaquero
logró saltar dentro de un tanque gigante, que contenía pintura blanca. Al fin, el toro fue alcanzado por dos
lazos. Instantes después el vaquero salía del tanque chorreando pintura, y apretándose el corazón.
Después, continuó el embarque, hasta que los corrales quedaron vacíos.
El fuerte pitazo del tren rompió la débil epidermis de Amanda. Un enorme reptil de acero, hizo crujir los
rieles. Amanda, lo vio serpentear por la ancha sabana. Luego subió a su caballo blanco. A lo lejos el aire se
tragaba el mugido de las reses.
Lidico Cabrales, atravesó el largo pasillo que conducía al Aula Magna. Contra su pecho oprimía la carpeta,
que contenía su tesis de doctorado. A su lado desenfadados caminaban sus tutores. Lidico, vestía un traje
blanco, ceñido por un cinturón ancho, y pantalones negros.
Llevaba la mirada baja, como si fuera contando cada uno de los mosaicos del largo pasillo. Sólo, cuando
ya estaba próximo a entrar en el aula, levantó la vista para encontrarse con Chue, que lo esperaba con la
mano extendida. Segundo después Lidico se hundió en uno de los sillones.
Amanda, se levantó sobresaltada. Un sueño mefistofélico le había robado la noche. En veintitrés años
nunca había soñado con algo parecido, máxime cuando se trataba de Lidico. Ella lo vio cabalgando sobre
un gigantesco caballo. El venía desde la Hacienda, y el ruido que traía hacia doblar los árboles. El caballo
resoplaba, y lanzaba gigantescos chorros de sangre por la nariz, que iban quemando todo a su alrededor.
Amanda, lo veía desde un pequeño promontorio. El pasó por su lado, y no la vio. Entonces, el caballo sacó
dos alas enormes, y batiéndola con gran ímpetu se perdió en la oscura noche.
Lidico, esperaba su turno con la cara presa entre sus delicadas manos. El corazón le jadeaba en el pecho.
Su mirada traspasaba los cristales de los ventanales, para perderse en el fuego disperso del matinal sol.
Una bandada de pajarillos rozaba con sus alas el diáfano cristal; después huraños, ascendían arremolinados, para perderse entre las copas de los árboles.
Al lado de Lidico, se animaba una conversación:
-Tienes que hacerlo todo bien-.
-Voy a hacer el esfuerzo-.
Lidico, ladeó la cabeza ligeramente y vio que era Chue y sus tutores los que hablaban. Lidico, quiso
desearle suerte; pero se recordó que ya lo había hecho en la habitación. Y que además se habían
abrazados y se habían persignados.
Amanda, subió a su auto “Plutón”.Encendió el motor. Revisó la carga de las piritas de uranio. Todo estaba
en orden. Se caló sus redondas gafas y puso en marcha el auto.
Amanda, se sentía un poco confundida y algo nerviosa; por eso puso una música movida para vencer el
stress. Miró los árboles, y los comparó con unas criaturas peresozas, que se quedaban rezagadas. Ella,
subió como de costumbre por La Avenida de los Capitanes. El tránsito era profuso. El sol se reflejaba sobre
los cristales de los autos, y salía disparado en forma de estrellitas, que casi formaban una constelación.
Amanda, trató de sacar de su mente el insólito sueño. Miró a su derecha y vio el gigantesco Boulevar,
de donde ya salía y entraba la gente en multicolor comparsa.
Más adelante, recreó su vista en los enigmáticos restaurantes Chinos. El olor a comida, le saturó el auto.
Miró a la izquierda, y su vista chocó con los lujosos hoteles, cargados de anuncios. Abajo, en los vestíbulos
una heterogénea etnia se movía sin dirección definida.
Amanda, manejaba despacio, dando golpecitos en el timón, y tarareando las canciones de su
cassettera. Cuando entró en la Avenida de Los Rascacielos, sintió una especie de vértigo, nunca antes
sentido. Se estrujó un poco el rostro, y aguzó su naricita respingada.
El terrible sueño volvió a hacer diana en su mente. Un vaho gélido le enfrió la cara, y le metió la visión
Una historia de amor en tiempo futuro
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por los sus grandes ojos. Amanda, vio a Lidico, cabalgar hacia ella, por la misma senda. Su imagen se fue
acercando y aumentando de tamaño.
Caballo y jinete, se dividieron en dos mitades. Por un momento la imagen de Lidico, llenó toda la Avenida.
Los ojos de Amanda, se desorbitaron. Sus dedos se crisparon sobre el timón, en un último intento por
controlar el auto. El claxon. La sirena de auxilio. Todo sonó.
Sus delicadas manos soltaron el timón. El auto quedó libre. Comenzó a zigzaguear sobre el asfalto.
Después, giró sobre sus gomas. Volvió a girar una y otra vez. Hasta que el auto perdió el equilibrio, y
comenzó a dar volteretas,y fue a incrustarse en un poste de alumbrado. Allá arriba una nube se
desparramó. Y unas avecillas entonaron una larga plegaria.
Lidico Cabrales, terminó su exposición sudoroso y cansado. Sus últimas palabras fueron:”Terminó, con la fe
en que la Fono-entomología, dentro de poco, se convierta en una de las ciencias más útil para el hombre”.
El jurado lo miró detenidamente. Lidico, debía esperar el veredicto afuera. Instantes después, volvió a
verse hundido en el mullido sillón, con la cara oprimida entre sus manos ,esperando el fallo del jurado.
Lidico, escuchó, cuando su amigo Chue, recibía la calificación de aprobado. Chue, salió corriendo dando
saltos de canguro.
Lidico, lo miró con envidia. Entonces, trató de animarse; se paró, y caminó hasta los ventanales. El aire,
se le metió por los tupidos bigotes, y se le quedó allí haciéndole cosquillas.
La sangre afluyó con fuerzas a su cabeza. Su mente se aclaró, entonces sus oídos escucharon, una voz
ronca y precisa que anunciaba:”Lidico Cabrales, Insuficiente…lo sentimos..”.
Lidico, sintió que estaba sobre el patíbulo, y una carga de fusilería le destrozaba las entrañas. Laxo,
como quien ha perdido la vergüenza, emprendió el camino de regreso por el largo pasillo.
Sintió que tenía herida su conciencia. Por primera vez lo derrotaban en el campo del estudio.
Amanda, abrió sus grandes ojos en el Hospital “Gran Galeno”.Un equipo médico multidisciplinario cuidaba
de ella. Violeta, su madre, la miraba a través del liso cristal de la pequeña ventanilla de la Sala de Cuidados
Intensivos. Entre tanto dolor, Violeta, recordó cuando la vio salir de su vientre, envuelta entre los residuos de
la placenta; con sus dos ojitos negros como dos puntitos, que pedían una enumeración de cosas que ella no
podía adivinar.
El rostro de Amanda, estaba pálido, y recibía el oxigeno a través de un tubo. Sus labios un poco
doblados
Hacia afuera, lucían más gruesos.
En su brazo izquierdo estaba conectado un suero que goteaba poco a poco. Por el otro penetraba la roja
y nutritiva sangre.
En los ojos de Violeta, aún quedaban lágrimas, y un viento inesperado las secó.
*******************************************************************
Cuando Lidico, llegó a su habitación. Chue, y algunos compañeros de aula lo esperaban. Al entrar, Lidico,
lanzó la carpeta que contenía la tesis hacia el pulido techo. La carpeta, se abrió en el aire, y una lluvia de
hojas comenzó a descender. Sus amigos se cubrieron la cabeza con ambas manos.
Chue, gritó sorprendido:
-¡Te has vuelto loco, Lidico!-.
-¡Al Diablo todo!-.
Aulló Lidico, dejándose caer pesadamente sobre la cama.
Chue, se sentó a su lado, mientras los demás recogían la carpeta y las hojas. Chue, sintió lástima por
Lidico,y trató de consolarlo de una manera pueril:
-No te pongas así…eso es normal…no eres el único ¿Sabes?-.
Lidico, respiraba profundo y se trillaba el cabello, con sus finos dedos. Los demás terminaron de recoger
las hojas, y rodearon a Lidico como a un enfermo.
-Fueron injustos conmigo. Mi exposición fue brillante, y razonable. Mis palabras fueron más precisas que las
de Cicerón en su Filípicas. Mis argumentos, menos refutables que la teoría de la Relatividad, de Eisten.
Estuve más concentrado que el gran Fangio en sus legendarias carreras.¡Bah!…todo en vano ¿Acaso
merezco esto?…pero no se preocupen…¡soy rico!…-,Lidico, dio un fuerte puñetazo sobre el espaldar de la
cama y continuo-,¡Estoy harto de insectos!¡Que vivan errantes esos desangrados!
Yo…no volveré a utilizar más un libro de Fono-entomología…¿Me oyen?-.
Al terminar se mordió con fuerzas el espeso bigote y abrió sus ojos en señal de rabia.
Cayó sobre él el consuelo en grupo:
-Tu eres joven aún-.
-¡Claro!-.
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-¡Anímate!-¡Más perdió Napoleón!-.
Lidico, no contestaba, solo como réplica movía la cabeza afirmativamente.
Después, Chue, le contó que cuando él estaba en secundaria había desaprobado un curso, y que muy duro
para él. Pero, que el próximo curso fue el mejor del aula. También le dijo, que el éxito se lo debía a la ayuda
proporcionada por sus compañeros, quienes lo alentaban, día a día.
Lidico, escuchó atentamente la historia de Chue; pero la que le importaba era la suya. Por eso, cuando
su amigo terminó, él se puso aún más furioso. Se sentía haciendo el ridículo delante de sus amigos. Nunca
antes había pasado por un trance como ese. Siempre fue orgulloso, y cuidó su imagen ante los demás. Por
eso por su mente pasaban las cosas más horribles en esos momentos.
Sus compañeros fueron abandonando la habitación uno a uno hasta dejarlo solo. Lidico, se acostó de
espaldas. Y como en un estudio de anatomía le llegó la imagen de Amanda: primero, la cabeza, después, el
tórax y por último las extremidades.
El fue uniendo cada parte ,hasta verla parada en el jardín con las manos llenas de flores. Afuera, la
algarabía de los estudiantes, se iba regando como el polen en primavera.
Cuando el auto de Amanda, chocó con el poste eléctrico, los carros de auxilios de carretera, la sacaron
ensangrentada, y la condujeron al Hospital Gran Galeno. Al llegar fue conducida, a la sala de operaciones
con urgencia. Su columna vertebral se había fracturado por tres partes.
Un equipo multidisciplinario, se encargó de la operación. Fue necesario practicarle una meduloplastia,
ya que la médula espinal estaba deformada. Una especie de hendiduras en forma radiadas la habían
dañado.
Las médulas conque se efectuaba el proceso de meduloplastia, eran conservadas por un proceso
bioeléctrico, a una temperatura de menos veinte grados bajo cero.
El estado de Amanda, era de extrema gravedad. Aunque los médicos le vaticinaron a su madre, que se
salvaría.
Violeta, permanecía atenta al parte médico que se emitía cada una hora. En horas de la tarde, se le
unieron su hermana Granada y su sobrina Adamara. Así se sintió acompañada y un poco más reconfortada.
Granada, no pudo esconder una idea que se le metió de repente en la cabeza, y un poco nerviosa lanzó
la interrogante
-¿Todo esto no guardará una relación con Lidico?-.
-No sé que decir…estoy confundida..-.respondió Violeta.
Entonces, Adamara, terminó el asunto:
-¡No, mamá!…suposiciones tuya ¿Qué tiene que ver el pobre Lidico, en todo esto?-.
Cada dos o tres minuto Violeta se ponía de pie para mirar por la ventanilla. La cama de Amanda, estaba
ligeramente inclinada, y Violeta, podía verle la venda que tenía en la cabeza.
Violeta, se quedaba mirándola con atención. Después, debilitada por la dolorosa escena rompía en
sollozos.
Luego, volvía a sentarse al lado de su hermana y sobrina. Mientras, las tres se abrazaban, y pedían por la
salud de Amanda, allá dentro su corazón trataba de reanimarse.
El día era bueno para salir al jardín. Ya las mariposas aleteaban peresozas entre las flores. El sol estaba
terminando de resecar el fino rocío.
Amapola, quiso enseñorearse en aquella matinal escena, y salió al jardín vestida con un ancho blusón
multicolor. Ella, gustaba de rozar las húmedas hojas con sus macizos muslos, y sentir la escalofriante
cosquilla, que la estremecían como si se tratara de un hombre-planta.
Amapola, se movía dentro del jardín con diligencia. Alzaba sus brazos e inspiraba profundo. Se inclinaba
para oler alguna flor, o se arqueaba hacia atrás sacando el busto, en una extraña gimnasia.
Amapola, sabía que Lidico, llegaba de un momento a otro; por eso se sentía feliz. Y quería lucir lo más
lozana posible. Por eso se había peinado a la moda, y se puso algunos cosméticos para disimular cualquier
arruga.
A juzgar por las últimas cartas que recibió de Lidico, ella se sentía confiada de que volvería con el título
de doctor en Fono-entomología. Amapola, lo imaginaba convertido en un hombre interesante, dirigiendo él
mismo su propio laboratorio.
Lo que a ella no le caía nada bien era la idea de casarse con Amanda. Entonces, si que lo perdería para
siempre.
Amapola, sentía hacia Lidico, un extraño amor, que ella sola sabía y experimentaba. Cuando estaba a su
lado sentía un magnetismo inexplicable, era una especie de impulso natural, que a veces se confundía con
el amor filial.
Muchas veces, su instinto de hembra sobrepasó los límites. Cuando él se le paraba al frente ella lo
miraba como un macho viril; pero cuando él la llamaba tía todo cambiaba en ella.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
25
Otras veces se desesperaba y no sabía lo que hacía. Una noche de lluvia, se levantó y llegó hasta la
puerta de la habitación de Lidico. No se atrevió a pasar, se quedó parada, en la puerta escuchando su
respiración de hombre soltero. Y sintiendo como el frío de la lluvia le llenaba la piel de pequeños puntitos.
La última vez que intentó seducirlo, fue cuando se iba para Francia. Ella lo abrazó y lo atrajo hacia su
cuerpo con deseos vehementes. Pero, cuando sintió que sus blandos senos se hundieron en el pecho de
Lidico, lo soltó rápido con un miedo pueril.
Lidico, no se dio cuenta de nada. El lo vio como algo normal. Nunca fue capaz de imaginarse algo
anormal, en aquella mujer que el amaba y respetaba como a su madre.
Amapola, esperaba ver cambiado a Lidico, a su regreso. Esperaba verle más gruesos los bigotes, la voz
un poco más potente, y el modo de conversar más atildado. Sin dudas vendría con más experiencias. Un
mundo de cosas imaginó Amapola, sobre su sobrino Lidico.
En el jardín, Amapola, siguió respirando el perfume de las flores. No existía olor que ella no percibiera,
por muy sutil que fuera. Ella, no se marchó hasta que su ancho blusón, se convirtió en horno, y las gotas de
sudor rodaron por sus mejillas.
Lidico, llegó al atardecer, bajo una fina lluvia que se retorcía por la acción del viento. Amapola lo vio vencer
la puerta del jardín y salió disparada a su encuentro. El traía la cabeza baja, y el rostro serio y amargado.
Ella se le lanzó encima y lo abrazó. Lidico, tuvo que bajar las maletas para no caerse. Así, abrazados,
permanecieron unos instantes, hasta que la voz de Amapola, rompió el silencio:
-¿Cómo estás hijo?¡Cómo te extrañaba!-.
-Un poco extenuado del viaje-.
-¿Directo?-.
-Directo-.
Amapola, le quitó los equipajes, y ella misma lo condujo hasta el interior de la casa. Lidico, se dejó caer
drásticamente en un sillón. Lo sentía todo extraño .Le parecía que todo estaba más pequeño. La lámpara de
la sala le quería rozar la cabeza. La puerta de entrada le parecía, que se había estrechado. Entonces, miró
su foto en la mesita, con sus diminutos bigotes y el pelo recortado a lo militar, y sintió un poco de nostalgia.
Lidico, recorrió con su vista el librero. Tal como él lo dejó, estaba allí el libro de Don Quijote de La
Mancha. Más a la derecha en orden vio: Poesías Completa de Gabriela Mistral; La Divina Comedia de
Dante Alhigieri, y cientos de títulos más que ya conocía de sobra. Mientras, lo miraba todo, Amapola, le trajo
una taza de café bien cargado.
-Para que te repongas-.Le dijo, mientras le reía con gran mansedumbre.
-Gracias, tía. Me sentará bien-.
Lidico, empezó a tomar el café, buchito a buchito. Estaba silencioso, no se atrevía a preguntar por
Amanda.
Amapola, por su parte, desde la cocina, mientras le preparaba la comida, lo colmaba de preguntas, que
Lidico, no alcanzaba a oír. Que cómo pasó el viaje. Que si Francia era muy bonito. Hasta se atrevió a
preguntar que si era cierto que La Torre de Eiffel se estaba cayendo, y le sucedería lo mismo que a la Torre
de Pissa, que se partió en mil pedazos.
Pero, no tardó mucho en que Amapola, se diera cuenta de que Lidico no escuchaba y volvió a la sala,
para importunarlo, con la pregunta que Lidico no quería escuchar.
-Bueno ¿Y el doctorado, qué?
-Después hablamos, tía, sobre eso-.
La vergüenza lo ruborizó. El corazón le dio tres fuertes golpes, y se puso de pie para mirar, la foto de su
abuelo.
-9Cuando Lidico, llegó al hospital, Violeta, lo recibió con un llanto prolongado, y tristes lamentos. Lidico,
sintió un golpe seco en el pecho, que lo mantuvo sin habla unos instantes. Violeta, se empeñaba en detener
sus emociones; pero le era imposible. Un poco más calmados se sentaron en el mismo sillón.
-Cuéntamelo todo, querida suegra-.
Violeta, respiró profundo. Levantó su rostro, y Lidico pudo ver sus hinchados ojos. Sus mejillas aún
estaban mojadas, y sus labios humedecidos.
-Verás…todo fue muy rápido…¡Dios, quien la mandaría a salir de casa!…después el terrible accidente-.
-¿Y las investigaciones?-.
Violeta, sacó su aguda lengua para limpiarse los labios. Un mechón de pelos, le cubrió
momentáneamente el rostro, al influjo de una pequeña brisa que irrumpió, al entrar una enfermera.
-Se opina que perdió el control del auto-.Contestó al fin Violeta.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
26
Violeta, le indicó a Lidico donde quedaba la pequeña ventanilla, por donde podía ver a Amanda. Lidico
caminó con pasos lentos, como temiendo ver la imagen de su amada. Al llegar, miró hacia dentro; pero los
médicos le impedían ver a Amanda, ya que tenían rodeada su cama. El bajó la cabeza al ver la escena.
Violeta, le hizo señas con su mano derecha, dándole a entender que debía quedarse allí.
Disuelta la junta médica, Lidico, pudo ver el cuerpo de Amanda, que estaba inmóvil. El vio su cuerpo,
conectados a tubos de todos tipos, y se mordió fuertemente los labios hasta casi hacerlos sangrar.
Lidico, no creía lo que estaba mirando. Nunca pensó encontrarse su amor tendida en una cama, medio
moribunda. Aquella escena lo consternó. Pero, tuvo que sacar fuerzas para seguirla mirando.
Lidico, nunca había imaginado que un suceso tan cruel podía pasarle. El siempre le dio a la muerte una
importancia secundaria. Por eso se lamentó de no haber sido más mortal de lo pensado por él.
El contempló a su querida novia hasta que los médicos, volvieron a ocultársela.
Cuando Lidico, llegó a casa, Amapola, lo esperaba sentada, con las piernas cruzadas, y sus saltones ojos,
clavados en la puerta de entrada.
Lidico, trató de evadirla, utilizando un paso largo y desordenado; para mostrarse cansado, y con gran
deseos de estar tirado en una cama. Amapola, no respetó tal postura, y le cortó el paso rápidamente:
-Siéntate ahí. Tenemos que conversar-.
Ella le indicó el sillón que quedaba a la derecha. El se sentó de mala gana. Abrió sus piernas, y se dejó
caer contra el espaldar. Sus pies casi chocan con la mesa de centro. Entonces, contestó:
-Usted, dirá-.
-Quiero una explicación sobre los resultados de los estudios-.
Lidico, se quedó pálido. Cruzó los brazos para disimular un poco, y dijo con palabras quebradas:
-Verás, tía,…los estudios…estaban duros…yo traté…pero no pude…-.
-¿Qué?-.Amapola golpeó el sillón.
-…sí, sí…desaprobé-.
Lidico, bajó la cabeza con el servilismo más connotado de este mundo. El rostro de Amapola, se
desfiguró; sus ojos se aventaron, la nariz se le infló como a un caballo asustado, y la boca se le quedó
abierta, hasta que arremetió contra Lidico, con una sarta de injurias:
-¡Malversador!¡Mal hijo!¿Cómo pudiste defraudarme de tal manera?.Eres el hazmerreír de todos
¿Acaso, te olvidaste de la cantidad de dinero que invertí en tus estudios? Eso no se le hace a una
madre…¡Me engañaste!-.Y rompió a llorar.
Amapola, lloraba con verdaderos sentimientos. Lidico, no la miraba, tenía la vista clavada en un grueso
volumen de Fono-entomología.
Amapola, hizo un alto, y tomando un poco de aire adicional continuo:
-Yo sé que eso no puede ser normal en ti. Detrás de todo esto, debe de haber algo que te tiene así tan
confundido.¡Pero, lo voy a averiguar!…Como sea la …-.Sus sollozos volvieron.
Lidico, no pudo soportar la idea de que tal insinuación se refiriera a Amanda. Entonces, un poco picado,
se revolvió en el sillón y dijo:
-Te lo suplico, tía. No trates de mezclar a la pobre Amanda en todo esto. Ella está sufriendo mucho, está
casi moribunda y tu culpándola de mis problemas…-.
-¿Amanda?¿Moribunda?…¿Qué pasó?..-.
Preguntó un poco desconcertada, Amapola, mientras en su cerebro trataba de organizar las ideas.
-¿Y no lo sabías?-. contestó Lidico
-¿Qué?-.
-Que Amanda, sufrió un accidente automovilístico. Por poco pierde la vida…¿Eso no lo sabía?
¿Verdad?-.
Lidico, aprovechó la oportunidad para atacarla. Y librarse un poco de sus ataques. Amapola, quedó unos
instantes pensativa, con sus ojos de batracios bien abiertos. Después, de hacer un movimiento de cabeza,
una especie de torsión, se lamentó:
-La pobre…Debe de estar sufriendo…¿Cómo no me avisaron?…tengo que ir a verla. Iré mañana…sí…eso
es-.
Y diciendo esto, se dirigió a su cuarto, dejando a Lidico, en libertad temporal. Lidico, se mordió la guía de
su bigote; dijo no, dos o tres veces con la cabeza. Escuchó atentamente el viento que golpeaba los
ventanales plásticos, produciendo en ellos un pequeño aleteo. Pensó en Amanda, y su rostro tomó forma de
niño abandonado.
Otra jornada de trabajo había terminado en la Hacienda Siempreverde. Los obreros, caminaban hacia los
ómnibus que los trasladarían a sus casas. Los pajarillos, querían arrancarles la hojas a los árboles.
Autoritario, sudaba profusamente.
Cuando, ya estaban próximo a subir a los ómnibus, uno de los obreros observó una humareda, que
provenía de uno de los campos de maíz.
-¡Fuego!¡Fuego!…Allí miren…en el maíz-.Gritó desgañitándose el obrero.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
27
Todas las miradas, se posaron encima de la columna de humo, que se elevaban desafiante hacia el cielo.
Autoritario, se puso al frente de la operación, y con su acostumbrado metal de voz arengó:
-¡Hay que apagarlo rápido!¡Vamos todos!¡Que no se quede nadie!-.
Un enjambre de hombres salió corriendo desesperadamente, en dirección al fuego. Por el camino se iban
armando de pedazos de palos, de ramas verdes, y todo lo que se les ocurría, que podía servir para mitigar
el fuego.
Autoritario, era el primero, desde que partió, fue bajándose las mangas de la camisa, para protegerse del
calor. Detrás le seguía un vocerío:
-¡Apúrense!-¡Hay que cortarle el paso!-.
-¡Vamos muévanse!-.
Cuando, llegaron al lugar de los hechos, se produjo una especie de enfrentamiento entre los obreros y el
fuego. Parecía una batalla al estilo romano, y que Autoritario era el mismo Julio César, que gritaba frenético
a sus soldados:
-¡Por el flanco derecho!¡Por ahí hay una brecha!…-.
Los obreros, obedientes, se lanzaban decididos contra el imponente fuego, batiéndolo con sus
improvisadas armas.
Unos de los obreros, saltó encima de un tocón chamuscado. El tocón se astilló, y el obrero perdió el
equilibrio, y cayó envuelto entre las llamas. Sus gritos de auxilio, agrietaron las cortezas de los árboles.
Gran parte de los obreros acudieron a su llamado de auxilio, mientras los demás luchaban contra el
fuego.
Cuando lo sacaron, halándolo con una larga vara, estaba negro como un carbón. Los pedazos de su
ropa, se fueron quedando revueltos entre el montón de cenizas. Cuatro hombres, en una loca carrera, se
llevaron al quemado.
Después, del accidente, los hombres tuvieron más cautela a la hora de lanzarse contra las llamas.
Autoritario, ordenó que se abriera una gigantesca trocha, para impedir el avance hacia los corrales del
ganado.
Un viento contrario provocó que las llamas pelearan entre sí, en una especie de guerra de rapiña.
Entonces, se aprovechó el momento para acometer con decisión.
Las llamas se retorcían una sobre otras. Una columna de humo pardo-oscuro alimentaba el cielo. El
fuego, lo devoraba todo.
Ya estaba oscureciendo. Pequeñas fogatas estaban diseminadas, por lo que antes fuera un campo de
maíz. El fuego estaba controlado. Los hombres, con los rostros tiznados, y sudorosos, se apiñaban cerca de
las fogatas, semejando una tribu salvaje.
Lidico y Amapola, llegaron bien temprano al Hospital Gran Galeno. Ya Violeta, estaba allí, mirando por la
ventanilla.
-¡Buenos días!-.
-¡Buenos días!-.
-¡Déjame verla!-.
Dijo Amapola, mientras empujaba un poco con el hombro derecho a Violeta, como para desplazarla
de su lugar.
Violeta, le abrió paso, y se quedó mirando las grandes gafas negras, debajo de la cual se escondían unos
unos enormes ojos.
-¡La pobre!¡Pero, si tiene el tórax enyesado!-.se lamentó Amapola.
-Así es-.Afirmó Violeta, mientras miraba la gruesa armadura de carey de las gafas de Amapola.
-Bueno, me toca a mi-.Intervino , Lidico, mientras se arreglaba un poco el bigote, pensando que Amanda lo
vería.
Amapola, se apartó y le dio paso a Lidico. Lidico, la contempló con ojos tristes. Amanda, estaba tapada de
la cintura hacia abajo. Un corsé de yeso oprimía su tórax. Lidico, sintió celos, por aquel candado blanco que
la mantenía prisionera. Después, miró su naricita respingada, y ya no tenía la manguerita.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
28
TERCERA PARTE UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO.
Se la vio roja, como cuando a ella le daba coriza. Estaba dormida, su rostro estaba más animado. Parecía
como si la sangre hubiese comenzado a afluirle sin obstáculos. Entonces, Lidico, sintió que la muerte se
había ido lejos, y evocó una pequeña sonrisa que se reflejó en el cristal como una mueca.
Mientras Lidico, miraba a su querida Amanda, Violeta y Amapola, conversaban animosamente sobre
Lidico.
Ampola , tomó la delantera:
-¿Qué, no te lo ha dicho?¡Deshonesto!…-.
-Lidico, es inteligente. No sé como pudo haber desaprobado-.
-¡Las mujeres!-.Amapola, quiso incriminarlo con esa frase, y en cierta medida lo logró-.
-Tal vez-.Contestó secamente Violeta.
Violeta, se quedó meditando un buen rato, sobre lo que Amapola le había dicho. Por su mente no podía
pasar que Lidico, hubiese malgastado el tiempo miserablemente, en brazos de mujeres, mientras que
Amanda, lo esperaba con recato y obediencia.
-¡Es inconcebible!-.Dijo Violeta, queriendo descargar todas sus maquinaciones.
-Ese es el pago que le dan los hijos a las madres, que se preocupan por ellos.¡Cuánto tiempo perdido!-.Y
diciendo esto, Amapola, se quitó sus grandes gafas, para refrescar sus enormes ojos. Violeta, vio cuando el
viento le batió, sus largas pestañas.
Instantes después, apareció, uno de los médicos que atendían a Amanda, traía una placa de rayos x en
las manos, y cada dos o tres pasos se detenía para observarla. Violeta, aprovechó la oportunidad, para
preguntar sobre el estado de Amanda. Se puso en pie, y le cortó el camino al médico:
-¿Doctor?¿Doctor?-.
-¡Unjú!-.
-¿Cómo sigue ella?-.Violeta, cruzó sus pecosas manos, a la altura del pecho con cierto nerviosismo.
-Su evolución es satisfactoria…no hay cuadro febril…solo un poco de arritmia…esperemos pues…no se
desesperen…-.
-¿Doctor ¿Doctor?-.
Violeta. vio cuando la larga bata, casi se queda mordida por la puerta. Esa fue la respuesta a su segunda
interrogante.
Violeta, se quedó en el mismo lugar, como un guardián, mientras allá dentro, Amanda, abría sus negros
ojos.
Amapola, no miraba con buenos ojos a Lidico. Su fracaso en el estudio, resultó ,un duro golpe para ella. Por
eso no hacía más que hablar del asunto, con cuantos conocía. Por su parte, Lidico ,no le prestaba atención
a su histórico proceder, ya que el mayor tiempo se lo dedicaba a su Amanda. El necesitaba, que Amanda,
se recuperara pronto, ya que era la única que podía sacarlo de los momentos difíciles por los que
atravesaba.
Cada vez que Amapola, le preguntaba, qué pensaba hacer en lo adelante, él le contestaba:”Ahora, solo
me interesa la recuperación de Amanda”.Esa respuesta, irritaba sobremanera a Amapola. Le parecía que
todo estaba perdido. Le resultaba imposible, adaptarse a la idea de ver a Lidico, en brazos de Amanda para
siempre. Ella sabía que sería su fin.
Amapola, a veces pensaba que lo mejor hubiese sido, que Amanda, hubiese perdido la vida en ese
accidente, así todo quedaría resuelto por vía natural. En ausencia de Lidico, ella se ponía a hablar a solas, y
realizaba en su mente un centenar de planes, con la astucia y estrategia que le permitía su limitada
inteligencia. Cuando, se encontraba embotada en algo, entonces, revolvía ese haz de recuerdos, que ella
sola sentía y sufría.
Lidico, para evitar choques con su tía, regresaba, ya entrada la noche. Se tumbaba en la cama y leía
algún diario. Casi siempre “El Amanecer”.Le gustaba ese porque contenía muchas noticias deportivas, y él
siempre estaba atento al equipo de futbol que llevaba la punta en el torneo.
Aunque su equipo favorito era “Tres Balones”,que casi siempre quedaba a la zaga. El tenía predilección
por ese equipo, porque ahí jugaba, su prima una tal Datri, que llevaba en su camiseta el número 100.
Después, de leer el diario, encendía la televisión. Por lo general veía la novela “Las Estrellas Rutilan”.Que
trataba de una muchacha, que se pasaba todas las noches mirando las estrellas.
A Lidico, le gustaba mucho porque su protagonista se parecía bastante a Amanda, solo que no tenía la
nariz respingada. Al terminar la novela, se quedaba dormido, hasta el otro día.
Por la mañana, Lidico, se levantaba temprano, tomaba su desayuno, y se iba al hospital. Allí se pasaba
el día completo, del sillón a la ventanilla, siguiendo cada movimiento de Amanda, para ver si podía adivinar
algo nuevo para su consuelo. El almorzaba y comía en el restaurante del hospital.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
29
Violeta, parecía haber olvidado rápido los fracasos de Lidico, y comenzó a tratarlo como antes o un poco
mejor. Por su parte Lidico, comenzó a buscar en ella, el cariño que le negaba su tía.
Lidico, durante que Amanda, estuvo ingresada, no tuvo tiempo de pensar, en la Siempreverde. Su afán
de riquezas se le escapó temporalmente, con la celeridad del rayo. El ni siquiera lo notaba. Amanda, le había cercado se mente.
La situación de Amanda, lo tenía tan preocupado, que hizo un estudio del tránsito, para determinar cual
era la vía para llegar más rápido al Hospital.
Primeramente entraba en La Ave, de Las Luces, por allí el tránsito era pobre. Luego, venía calle Iglesia.
En esa calle se encontraban, casi todos los tipos de iglesias. Estaban: La Adventista, La Bautista, La
Pentecostal, y después le seguía la majestuosa Iglesia Católica. Esta última era inmensa, ocupaba casi dos
cuadras. Su construcción era de líneas horizontales. Por el frente tenía un largo vestíbulo, sostenido por
columnas helicoidales, que remataban en una especie de frisos cuadrados. En cada piso, sobresalía un
alero, de dos metros de longitud, de donde colgaban unos hermosos jardines la estilo Babilónico.
En la parte de atrás, estaba el atrio. Allí se podían encontrar todos tipos de árboles ornamentales.
Además, se encontraba un parque para los niños, y un inmenso parqueo para autos.
Cada vez, que Lidico, pasaba por allí, se quedaba mirando la majestuosa iglesia. Muchas veces se
persignaba, como un avezado devoto.
Después, bajaba por la calle Prado; la calle de los parques. Por allí, las viviendas y los comercios, eran
escasos. A un lado estaban los parques para niños y jóvenes. Al otro lado, para mayores y ancianos.
Los parques, siempre estaban concurridos, a cualquier hora del día. En el área de los niños, no faltaban
los payasos y malabaristas. Y en la de los jóvenes, eran los grupos musicales, casi siempre de música rock.
A los adultos y ancianos, se les situaban mesas de dominó, también amenizaban orquestas sinfónicas y
bandas de música.
Lidico, nunca había llevado a su Amanda, a aquel lugar acogedor y en unos de su recorridos, por allí,
pensó en la idea de llevarla cuando se pusiera bien.
Donde terminaba la calle Prado, era una especie de plaza gigante. Desde allí, se podía ver el imponente
“Hospital Gran Galeno”, que parecía una pequeña ciudad dentro de otra.
Lidico, cuando alcanzaba a ver el hospital, para donde primero miraba era para el edificio circular, donde
estaba ingresada Amanda. Después, contemplaba la entrada principal, con su largo pasillo de granito,
cercado con pequeñas columnas de bronce, que se unían entre si en la parte superior , por una especie de
canal de mármol, en cuyo interior crecían plantas ornamentales.
Por último, su vista chocaba, con la sinuosa escalinata que conducía al vestíbulo.
Ese era el recorrido diario, de Lidico, desde que llegó de Europa con todos sus sueños de hacendado.
Amanda, despertó, temprano en la mañana. Ya el sol se estrellaba en los cristales, refractando su luz, en
fúlgidos destellos.
Afuera, los pajarillos, batían sus alas, contra los cristales, y en disonante sinfonía; cantaban, chirriaban o
silbaban.
El blanco corsé de yeso, oprimía el pecho de Amanda, y la obligaba a aventar la naricita, para llenar sus
delicados pulmones.
Violeta, estaba sentada, al lado de la cama de Amanda. Habían transcurridos dos semanas, desde que
se produjo el accidente.
La evolución de Amanda, era satisfactoria. No existían complicaciones algunas. Por eso se le permitió
a Violeta, que la acompañara todo el tiempo posible; pero solo ella tenía acceso a la sala. Lidico, tenía que
seguirla mirando a través de la ventanilla.
Amanda, hizo un gesto involuntario como de dolor, cerró un ojo, y alargó un poco la boca hacia ese
lado. Una ceja le quedó un poco más baja que la otra. Violeta, lo advirtió, y le preguntó:
-¿Duele?-.
-Un…po-co..-.
Amanda, volvió a enderezar su rostro, y miró el suero, que la alimentaba día y noche. Entonces, pasó su
húmeda lengua, por sus relucientes dientes, y los sintió afilados, deseosos de morder. Su estómago le
golpeó fuertemente. Y como para completar aquel deseo, le dijo a su madre:
-Ten-go…ham…bre.-.
-Aún no puedes injerir alimentos, hija,¡Cálmate!,muy pronto podrás comer todo lo que quieras-.
Amanda, se quedó quieta, por unos instantes, y entonces se recordó de Lidico.
-¿Y Lidico?-.
-Por la ventanilla-.Le dijo amablemente, Violeta.
-¿Por qué no me viran la cama, para verlo?Violeta, se llenó de compasión, y le acarició su lacio pelo. Sus manos se deslizaban suaves, como por un
cristal, hasta que cho caban con la venda, que rodeaba su cabeza.
Una historia de amor en tiempo futuro
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30
Amanda, recibió con agrado aquellas caricias. Se sintió como una pequeña niña metida en una cuna.
Amanda, se quedó quieta, con una quietud de hija obediente.
Todos los días se repetían las mismas escenas entre madre e hija. Se acostumbraron tanto una a la otra,
que hasta llegaron a pensar que estaban en su casa.
A medida, que la recuperación de Amanda, se hizo más marcada, las conversaciones se dilataban más, y
hasta hablaban de La Hacienda Siempreverde, de como sería mejor para que Lidico, saliera airoso.
Otras veces hablaban de su matrimonio con Lidico, y Amanda, siempre decía que anhelaba que fuera en
primavera, como ella siempre había deseado. Violeta, a veces la contradecía, alegando que cualquier día
era bueno para casarse. Le decía que lo importante era quererse, y llevarse bien, y que si quería que su
matrimonio perdurara debía obrar con prudencia e inteligencia, tal como ella hizo con Alarmado, y de esa
manera vivieron juntos treinta años.
Amanda, exponía su propio criterio, sobre el matrimonio, lo consideraba una especie de lucha constante
entre la pareja, donde la mujer debía ser la más tenaz, por cuanto era ella la que tenía el mayor por ciento
de perder.
Después de múltiples disquisiciones, Amanda, terminaba por quedarse dormida, y entonces Violeta,
como si fuera su propia enfermera, comenzaba a mirar detenidamente el suero, percatándose de que el
goteo fuera continuo, o si existía las posibilidades de que se le fuera de vena.
Violeta, trataba de ajustarle bien la venda de la cabeza, para impedir que pudiera infectársele la herida.
Después, le daba una especie de masaje, suave, sobre el corsé de yeso, como para facilitar un poco su
respiración. De esa manera, Violeta, se sentía útil, y no solo estaba para conversar, sino también para dar
su humilde ayuda.
Violeta, había adelgazado. Sus dedos se les habían alargados. Se les veían nudosos y resecos. Las
bolsas de los ojos eran más prominentes. Sus ojos, se les cerraban al menor contacto con cualquier
vientecillo, por las horas sin dormir que había pasado.
Los pantalones, les danzaban cuando caminaba.
Por su parte Amanda, había experimentado una recuperación asombrosa, propia de la juventud.
De sus oscuras ojeras, solo quedaban lunares irregulares, que se disimulaban bajo la crema que su
madre le ponía.
Su rostro pálido, como de cera, había vuelto a ser rosa como una manzana.
Por sus poros ya se transpiraba esa energía, que solo se transpira una vez en la vida; cuando se es
joven.
- 10 Lidico, no pasó la noche en casa. Cuando regresaba del hospital, en la calle Prado, se encontró con sus
dos amigos: Clobel y Calistro. Al ver a Lidico, pasar en su auto le formaron tremenda algarabía:
-¡Lidico!¡Lidico!-.
-¡Hola!-.
-¡Ven con nosotros!-.
Lidico, le negó primero con la cabeza. Dio dos o tres golpecitos sobre el timón. Y accidentalmente tocó el
claxon. Clobel y Calistro, saltaron hacia atrás del susto.
-¿No saben lo de Amanda?-.Gritó Lidico.
-Sí-.Contestó Clobel.
-Pero…ya está mejor-.afirmó Calistro.
Ambos amigos, levantaron a un tiempo sus respectivas botellas de cerveza, que sudaban, de frías que
estaban.
Lidico, sintió el frío de la cerveza que le quemaba la garganta; pero aún así, quiso rechazar la invitación:
-No puedo. Amanda, no me lo perdonaría-.
-¿Se lo vas a decir, nené…-intervino Clobel, enseñando sus larguiruchos dientes.
-¡Dale!.Que tu no eres tan santo..-Se animó a decir Calistro, al tiempo que le abría la puerta del auto.
Lidico, se rió con una risa pícara, que solo ellos conocían. Por primera vez, Amanda, iba a un segundo
plano, desde que se accidentó.
Lidico, bajó del auto, se caló sus gafas negras, y caminaron juntos hacia el tumulto de personas.
Se detuvieron en una hilera de mesas, la rodearon por el extremo más cercano, y fueron a sentarse un
poco más atrás en una mesa circular, donde conversaban animadas tres chicas.
Al verlos llegar las chicas, comenzaron a reírse, y cuchichear disimuladamente.
Se sentaron. Clobel, presentó a Lidico.
-¡Este es Lidico!-.
-Vinki-
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
31
-Ori-Myaya-.
Lidico, las fue mirando una a una. Los ojos se les encendieron. Su respiración aumentó ligeramente.
Hubiese querido decir muchas cosas, pero solo pudo articular una frase:
-Encantado de conocerlas-.
Los seis ojos femeninos cayeron sobre del, como rayos letales. El sintió que lo acribillaban con la mirada,
y trató de esconder su rostro en la sombra de una columna que lo partía en dos.
Al rato, comenzaron a chocar las botellas. Lidico, se tomó una sin apenas respirar. Todos se quedaron
asombrados por tal hazaña. Lo hizo con la intención de ponerse a la par del grupo.
Pronto comenzó la música. Clobel, salió a bailar con Ori, y Calistro con Myaya. Vinki y Lidico, se habían
quedado solos.
Lidico, la miró de soslayo, tenía el pelo cortico, y unos ojos verdes, que centelleaban bajo los efectos de
la luz de mercurio. Lidico, agarró, otra botella, y la sorbió completa. Y como si el, alcohol hablara la invitó a
bailar:
-¿Bailamos?-.
-¡Bailamos!-.
Lidico, la tomó de la mano. Se la sintió fría. Llegaron a la cancha de baile, y se pusieron flojos los dos
cuerpos. Era una música suave, sublime, donde sobresalía el melancólico sonido del violín.
Lidico, aspiró el perfume de Vinki, y pensó:”Qué extrañas son las mujeres, ninguna huele igual a la otra”.
Vinki, por su parte sintió el roce suave de los bigotes de Lidico, que le cosquilleaban la oreja derecha.
Clobel y Calistro, parecían que bailaban solos. Las parejas estaban fundidas en una sola pieza.
La música terminó. La mesa volvió a sentirse acariciada por los brazos. Los ánimos estaban exaltados.
Lidico, se sentía desembarazado, hasta se atrevió a quedarse sujetando la mano de Vinki.
Pronto, los efectos del alcohol, desenfrenaron la lengua. Clobel, fue el primero en comenzar:
-¡A gozar!…la vida es una sola…¡huyuyuiiiii…!-.
-¡Riiiicooo!…bebidas…música…nenas…-.
-¡Bailes…pepillos…¿Qué más?-.
-¡No hay mejor lugar para vacilar!-.
-¡Vinki!¡Vinki!…tuviste suerte…-.
-¡Claro, hija!-.
La música rompió de nuevo. Era una música rápida. Lidico, se movía con rapidez excesiva. Era como si
todo su cuerpo temblara bajo un frío musical. Vinki, movía su fina cintura, como dividiendo su cuerpo en dos
mitades. Sus anchas caderas hacían palidecer a Lidico, que la miraba con ojos de ladrón.
Vinki, era algo bajita, por eso no deslucía ante la estatura mediana de Lidico. Ella había perdido el control
sobre sí, y deseaba más el desenlace del drama, que dar aquellos saltos al compás de la música.
Terminó la música. La noche envejecía, con su cara oscura, lejana como un abismo.
Volvió la música. Bailaron con los ánimos casi caídos. La luna salió redonda, como una gigantesca yema,
sacada de un huevo gigante como
la tierra. El grupo se dispersó.
-¡Adiós, Clobel!-.
-¡Adiós, Myaya!-.
-¡Que la pases bien, Lidico!-.
-¡Pórtate bien, Vinki!-.
-¡Calistro, sinvergüenza!-.
Cada cual escogió su rumbo. Vinki, montó en el auto de Lidico. Ella le dio su dirección.
Minutos más tarde caminaban abrazados, hacia un apartamento, situado en lo bajo de un edificio
antiguo.
Vinki, abrió la puerta trabajosamente. Había perdido un poco el equilibrio.
Lidico, entró tras ella. La puerta golpeó. Un perro ladró, y su ladrido, se metió en el apartamento, y se
quedó rondando como un trompo.
Vinki, empujó la puerta de su habitación. Al lado, roncaba impunemente, su padre, separado por una fina
pared de ladrillos.
Lidico, un poco acobardado, se quitó la camisa, y la tiró sobre una pequeña cómoda, que esta repleta de
cosméticos.
Lidico, se sentó en la cama. Vinki, le quitó los zapatos de charol. Luego, el pantalón. El se tendió boca
arriba sobre la cama, para mirar a Vinki, como se desvestía. Ella lanzó los zapatos debajo de la cama. Miró
a Lidico, y se rió , provocativa.
Vinki, se quitó el pullover a rayas rojas, y desde sus blancos senos, destellaron sus erectos pezones,
como dos diminutas estrellitas.
El rostro de Lidico, se encendió. Sus pequeños ojos quisieron traspasarla. El la miró, con una mirada de
halcón hambriento, desesperado.
Una historia de amor en tiempo futuro
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32
Vinki, se bajó sus pantalones mezclillas. La luz resbaló por sus compactos muslos.
Lidico, clavó sus vista en el triángulo rojo, que quedó allí, atravesado por unas pequeñas rayitas blancas.
Vinki, se tiró sobre Lidico, y lo hundió en el mullido colchón. Lidico, la besó con furia, hasta sentir que sus
dientes se hundieron en sus candorosos labios.
El alcohol, los exacerbó, y su sangre juvenil quería salirse por las venas.
Lidico, le dio la vuelta y quedó arriba. Sus labios encontraron el dulce pezón. Después, mordió los
blancos senos erizados.
Vinki, no pudo más y ella misma se lo pidió, con una voz llena de temblores y saltos.
Lidico, sintió como su miembro, apartó la blanda masa; ardiente, palpitante.
Vinki, se retorció, como un bejuco, y gimió como una fiera herida. Después, entre los movimientos y
convulsiones, Lidico, escuchó la voz apagada de Vinki, que le decía suplicante:”Adentro, no, Lidico”.Lidico,
no se pudo contener. Sintió unos latigazos que lo estremecieron.
Lidico, se quedó quieto. Escuchando como Vinki, respiraba profundamente, y su corazón quería partírsele
en pedazos. El acomodó su cabeza sobre su blando pecho.
Afuera, volvió a ladrar el perro. Lidico, miró hacia la pared, y vio como un telón negro la fue cubriendo
poco a poco.
Vinki, ya se había dormido.
Amapola, esperaba a Lidcio, en el jardín. El traía la cabeza baja, y la mente lejana. Ella, lo empezó a mirar
desde que abrió la puerta de hierro.
Lidico, fingió verla y aceleró sus pasos. Ella dejó caer la regadera. No había dormido en toda la noche
esperándolo.
-¡Lidico!¡Lidico!-.
-¿Qué?-.
-¿Dónde has estado?_.
Lidico, tenía pensado decirle que en el hospital, debido a que Amanda, se había puesto grave. Después,
se dio cuenta que tarde o temprano se enteraria por la boca de Violeta.
Entonces, se le ocurrió decir otra cosa:
-Pasé la noche con unos amigos…-.
-¿Amigos?…y yo desvelada…como un guardián…¡Qué bueno!…,el niño trasnochando, dándose a los
deleites y placeres del mundo, sin pensar que tiene que llegar a su hora a la casa…¿Hasta cuándo,
Lidico?-.
-Aaaaaaaaaaaa…-.
-¡Que no vuelva a suceder otra vez!-.
Lidico, la miró con los ojos pesados de sueño. Y sintió un desprecio, hacía ella nunca antes
experimentado. Si hubiese tenido algo en sus manos, se lo hubiese tirado, para ver como caía enredada
entre las flores y con los ojos saltando de su cuenca.
Amapola, por su parte le vio el bigote estropeado, y sintió unos celos atroz. Una extraña fuerza la elevó
hasta el mismo cielo, y después la volvieron a bajar, como la reina de la desgracia, acompañada de un
séquito de sufrimiento.
Lidico, se tambaleó un poco. Enderezó su cuerpo, y trató de escapársele, caminando deprisa hacia la
sala. Pero, no había vencido la puerta de entrada, cuando volvió a escuchar la voz, seca y áspera de su tía:
-¡Lidico!¡Por Dios!¿Cómo está Amanda?-.
-Yo la dejé bien ayer. Supongo que hoy esté mejor-.
Con esa pregunta, Amapola, trataba de suavizar un poco el encontronazo con Lidico. Pero, el no lo
advirtió, su estado de ánimo no estaba para eso. No tenía deseos de hablar. Lo que quería era acostarse y
dormirse plácidamente, si que ningún intruso lo molestara.
Lidico, traía su alma vacía, y su corazón rebosante de amor. Vinki, le había estigmatizado su cuerpo. De
su cabeza salían nubes de recuerdos. Nunca imaginó que su mente pudiera desencadenar tanta ficción.
Cada vez que se enfrentaba a una mujer su caudal de experiencia aumentaba. El sabía que todas no
eran iguales. Había comprobado “In situ”, que no sentían el amor igual. Unas gritaban, y otras simplemente
callaban tímidamente.
Todavía con un poco de cosas en la cabeza, Lidico, se fue a la cocina, abrió el refrigerador y tomó un
poco de agua fría. Sintió que el agua bajaba desgarrándole el esófago y tosió cruelmente. Amapola, lo
siguió con la vista, mientras trituraba furiosa, una rosa entre sus manos. Su perfume se regó por el jardín y
las mariposas volaron desconcertadas.
Los finos hilillos de lluvia se doblaban como viejecillos, cuando la brisa del norte batía enajenada.
Muchos, transeúntes eran halados por sus paraguas. Otros compraban periódicos en los estanquillos, a la
espera de un fuerte chaparrón. Algunos, desde sus casas, levantaban la cabeza como jirafas, mirando las
negras nubes, que preparaban su ejército para el ataque.
Una historia de amor en tiempo futuro
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33
En el hospital, Lidico, caminaba con pasos marciales, hacia la cama donde estaba Amanda. Ella lo
esperaba con una sonrisa dibujada. El llevaba los brazos abiertos, y la mirada clavada en los negros ojos de
Amanda.
Violeta, estaba allí en su lugar de siempre. Al llegar, Lidico, apretó con molicie, el blanco corsé de yeso
que subyugaba a Amanda. Ella, no sintió sus tibios brazos.
Lidico, la besó en la boca largo rato, como si tratara de reanimarla con respiración artificial.
-¡Amanda!
-¡Lidico!-.
Y volvieron a besarse con más fuerzas. Violeta, los miraba con un dulce dolor en su cara. Arrugaba su pequeña frente y abría sus ojitos pícaros y redondos. Entonces, pensó en
Alarmado, en la primera vez, que la besó. Fue, en una fiesta de navidad, en casa de los padres de
Alarmado. El la invitó a tomar el aire en el jardín. Caminaron largamente entre los rosales. La luna estaba
pálida. Alarmado, no le dijo nada. La tomó por el talle y la besó fríamente. Violeta, sintió en esos momentos,
que se le ablandaron hasta los huesos. Pero, siempre se lo agradeció.
Lidico y Amanda se separaron. El todavía irradiaba el olor a Vinki. Tenía en la parte izquierda del cuello
un pequeño lunar de sangre. El lo sabía y trataba de disimularlo, adoptando una posición estratégica.
Amanda, no tenía fuerzas para imaginarse nada. Solo le preocupaba escapar con vida de aquel lugar, de
olores fuertes, de constante trajín, y permanente vigilia.
Lidico, se pegó un poco más de la cama. Sus piernas se hundieron en el colchón de espumas. Entonces,
dejó caer su mano derecha sobre las rodillas de Amanda, que formaban un pequeño Kilimanjaro, debajo de
la sábana blanca. Luego, se frotó, los bigotes y dijo:
-Pronto estarás en casa-.
-El desespero me consume-.Amanda, trató de moverse y un inconsciente ,ay, precedió sus palabras.
-¡No te muevas, hija-.la voz dulce de su madre la tranquilizó.
Amanda, volvió a quedar quieta, mirando cómo el rostro de Lidico,
se contraía, en señal de dolor. El le hubiera dicho, muchas frases de consuelos, pero prefirió callar.
Entonces Amanda, irrumpió en lamentos:
-Este yeso, me obstina. Me mantiene secos los pulmones ¡hasta cuándo!-.
Sus palabras eran realmente sentidas, porque sus negros ojos, se tornaron lejanos, melancólicos, como
una noche solitaria y oscura.
Afuera, la lluvia caía y un centenar de flechas blancas herían los cristales.
Amanda, escuchó el golpe tintineante de la lluvia contra los cristales, y sintió la nostalgia de estar en su
casa, y en su habitación.
-¡Llueve!-.Musitó, Amanda.
-¡A torrencial!-.
-¡Es un diluvio!-Completó Lidico.
Los médicos aparecieron en la sala. Una bandada de batas se inflaron, al influjo de un suave vientecillo.
Amanda, quiso decirle algo a Lidico, pero no le dio tiempo, y él se encaminó rápidamente hacia la puerta de
salida.
Afuera, el agua seguía arrancándole jirones a la tierra.
- 10 La recuperación de Amanda, era rápida. Habían transcurridos dos meses, desde que sufrió el accidente.
Sus manos estaban libres, y ya las usaba para ingerir los alimentos. Solo quedaba allí, como un adorno el
blanco corsé. El vendaje de la cabeza se lo habían sustituido por una diminuta cura, que ella, disimulaba
con su hermosa cabellera.
Lidico, no dejaba de visitarla día y noche. Siempre que llegaba, le daba un beso, y le acariciaba sus
manos largo tiempo. Después, se decían frases
amorosas, él la llamaba,”mi palomita”.Otras veces le decía,”mi doncella encerrada en el castillo blanco”.
Amanda, no se quedaba atrás, y lo llamaba,”Su caballero Salvador”,o su “héroe Teseo”.
Ella, era feliz, mientras Lidico estaba a su lado. Cuando se marchaba, volvía el tedio y la ansiedad por
regresar a su hogar.
Otros de los momentos alegres que pasaba Amanda, era cuando el doctor Francesco, la iba a visitar,
junto a su esposa Aureliana. El siempre le traía algún chiste nuevo. Por eso cuando se marchaba del
hospital, Amanda se quedaba con la cara roja de tanto reírse.
Su prima Adamara, junto a su madre, no dejaban de visitarla. Por su parte Amapola, lo hacía de vez en
cuando, un poco recelosa y altiva.
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34
Amanda, en una de esas noches en el hospital, mientras dormía, soñó con aquel extraño jinete, que vio
un día desde la ventana de su habitación. Esa noche lo vio atravesar de nuevo la sabana, con su grande
corcel, triturando las yerbas con sus cascos. El no dejaba de mirarla, mientras hostigaba con las espuelas
los ijares del caballo.
Ella, trató de ver su rostro, entre los destellos luminosos del naciente sol. Fue imposible, sus grandes ojos
solo alcanzaron a ver, cuando el jinete se perdía entre los arbustos. Amanda, recordaba ese sueño como un
suceso extraño en su vida.
Lidico, pasaba a toda velocidad por la calle Prado. Vinki, lo vio venir. El no lo advirtió hasta que ella, casi
se tira delante del auto, moviendo desesperadamente sus manos. Lidico, frenó, y la defensa acarició los
compactos muslos de Vinki.
-¡Me vas a matar, estúpido!-.
-¡Hola, Vinki!-.
Vinki, subió al auto, y Lidico lo puso en marcha. Hubo un silencio. Una mosca se metió dentro del auto, y
Vinki, le cayó a manotazos con desespero y asco. La mosca chocó contra el parabrisas, y cayó turbada
unos instantes.
Vinki, trató de aplastarla con su cartera. La mosca, voló a ras del cristal dejando una húmeda huella,
apenas perceptible. Vinki, insistió y se abalanzó sobre ella. No la alcanzó, y chocó con sus gomosos senos
el cuerpo de Lidico. Lidico, soltó, ligeramente las manos del timón. El auto zigzagueó un poco.
-¡Estas loca!-.
Lidico, volvió a tomar el control sobre el auto. Vinki, estaba pálida, buscando con sus verdes ojos el
desgraciado insecto.
-¡Casi, nos matamos por una mosca!-.
-Es que me asquean, Lidico-.
-¡Bah!…ellas tienen derecho a vivir…-Pero…en su sitio…-.Respondió Vinki.
Lidico, le miró su rostro descompuesto por la expresión, y olvidó momentáneamente, los agradables
momentos que pasaron juntos.
Al rato Vinki era otra. Mostró sus joyas dentarias, y preguntó zalamera:
-¿A dónde vamos, cariños?-.
-No sé-.
-¿Al Especial?-No-.
-¿Al club de Jóvenes?-.
-¡A casa!-.
Contestó, Lidico,y la imagen de Amanda, se le pegó en el cristal como una calcomanía.
-¿Qué te pasa Lidico?¿No tienes deseos de divertirte?-.
Preguntó adulona, Vinki, mientras le pasaba la mano por la cabeza, con una ternura de madre.
Lidico, calló. Encendió la cessetera, y se refugió en la música.
Vinki, cruzó sus pulidas piernas. La saya de mezcilla, le hizo un surco que se perdió entre los glúteos.
Lidico, miró la osada carne, y algo le palpitó entre las piernas. Vinki, notó su turbación y trató de recoger
más la saya con un movimiento de la cintura hacia abajo. Eso, fue suficiente para que en Lidico, se
encendiera el deseo irrefrenable de macho.
-¡Vamos a tu casa, Vinki?-¿De nuevo?¿No es muy aburrido?-.
-Me gusta tu cama…es una incubadora…¿Sabes, Vinki?-.
-¡Pues, allá!…-.
Una risa despiadada, llenó el auto. La risa de Lidico, se apagó, y todavía, la de Vinki, rondaba, haciendo
vibrar los cristales.
Vinki, se atrevió a preguntarle por Amanda. Lidico, le habló fríamente de ella, como si su preocupación
fuera más por humanidad, que por amor.
Vinki, no era una tonta, lo tomó como una verdad a media. Entonces, le habló de su vida. De los
hombres que había conocido. Le contó, que el último había sido un boxeador profesional, y que terminó con
él porque era muy áspero, y poco caballeroso, además algo tacaño.
Vinki, también, le hizo la historia de cuando perdió la virginidad. De cómo la embriagaron primero, y así
inconsciente se burlaron de ella.
A Lidico, no le gusto mucho esa historia. y la recibió con una postura
gélida. Atento, siempre al paso de peatones y cruce de autos.
Entre un huracán de palabras llegaron a casa de Vinki. Esta vez, ella, no tuvo dificultad en abrir la puerta.
Al entrar, Lidico, chocó con un pequeño juguete plástico, que había en la sala. Era un payaso, de largas
orejas y nariz redonda y colorada.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
35
El payaso, emitió una especie de grito, como un chillido largo, y agudo. Lidico, se paró en seco. Vinki,
sonrió y se llevó el índice de su mano derecha, a la boca, imponiéndole silencio. Lidico, un poco más
calmado, sonrió, y sus labios estiraron el espeso bigote.
En el cuarto, Vinki, tumbada en la cama, miraba cómo Lidico, se quitaba la camisa, algo desesperado.
Ella, le vio su piel blanca, sembrada en el pecho de ensortijados vellos negros.
Lidico, se aflojó el cinto, y ella vio cuando sus pulmones se llenaron de un aire húmedo y pesado.
Después, vio cuando se quitó, el Jean y lo lanzó al aire. El pantalón se elevó hasta tocar el techo. Allá arriba
se abrieron las piernas, como un abanico. Luego, cayó torpe y pesado, produciendo un sonido ahuecado.
Lidico, ya estaba confiado, y esta vez no se desesperó. Fue buscando cada pulgada de carne; besando,
mordiendo, o simplemente rozando con su espeso bigote.
Vinki, ondulaba, como un pulpo, y trataba de buscar con sus delicadas, manos, algo recto y duro que la
pinchaba en todas partes.
Una pequeña lámpara, con una luz roja y mortecina, caía, regándose por todo su cuerpo. Parecía como
si un leve efluvio, con tonalidad violacea, emanara de su epidermis.
En la pared, lisa y blanca, dos sombras imperfectas se movían, como fantasmas.
Lidico, desesperado, mordió la fina cadena que colgaba del cuello de Vinki. Ella sintió, cuando rodó, fría
y acariciante por su delicado cuello.
Después, sintió, como los pequeños dientes de Lidico, se le clavaron tiernamente, cerca de la yugular.
El viento silbaba. Hacía besarse las ramas, y una punzada honda y aguda se clavaba en las entrañas de
la noche.
En los lechos revueltos y sudorosos, crecía la fantasía con poderes de hadas. Las tinieblas volaban con
sus ineptos ojos de centinela.
Una caravana larga de disímiles cosas, pasaba dejando una profunda y milenaria huella.
Al llegar al hospital, Lidico, vio que Amanda, estaba liberada del blanco corsé de yeso, que por tanto
tiempo la tuvo prisionera. Lidico, no pudo contener la alegría:
-¡Amanda!¡Amanda!-.Y la abrazó tiernamente.
-¡Qué alivio, Lidico!-.Y las palabras le salieron del corazón a Amanda.
Ella, se mantenía rígida en la cama. Cuando intentaba mover sus piernas, recibía un latigazo, que le
convulsionaba cada átomo de su cuerpo.
Amanda, era paciente, e intentaba los menos movimientos posibles. Los médicos, le dijeron que era un
secuela de la lesión recibida en la medula espinal, y que mediante un proceso terapéutico todo volvería a la
normalidad.
Amanda y Lidico, conversaban con variedad y dinamismo. El regreso a casa no tardaba mucho.
-Cariño,¿Es verdad que estás contento, por que pronto voy a regresar a casa?-.
-Eso no se pregunta, querida-.Lidico, sonrió levemente, sin que sus cortos dientes, salieran a escena.
Violeta, que se mantenía cerca de Amanda, no quiso quedarse a la zaga, y apretando sus labios hasta
dejarlos sin sangre, los soltó bruscamente y con ello, una sarta de palabras:
-¡Al fin!…creo que vamos a descansar muy pronto…estoy extenuada…el cuerpo se cansa…mis párpados
tienen pegamento…-.
-Te considero, mamá-.
Amanda, buscó en los ojos de Violeta, las sombras violáceas que lo circundaban. Violeta, dejó la cabeza
fija como para que Amanda, la viera mejor.
Lidico, caminó un poco más hacia la cabecera de la cama. Amanda, respiró, su olor mezclado todavía
con el olor vago ,sutil y vergonzoso de Vinki.
Lidico, tomó, entre el pulgar y el índice, la respingada naricita de Amanda, y se la apretó, dejando un
circulito rojo en la punta, que se fue borrando poco a poco, como por una goma invisible, cuando el
retiró sus largos dedos.
-¡Me ahogas!-.
-No fue mi intención-.
-¡Eh!…¿No sabes de juegos?¿Por qué te ruborizas?-.Replicó Amanda.
-¡Oh!,no. Es esa tela roja que cubre la ventana…solo es eso..se refleja en mi cara…¿No lo ves?-.
Amanda, lo miró fijamente, y le vio en los pómulos la rojiza mancha.
Luego, vio el pequeño rayo rojo, con sus invisibles fotones, que atravesaba la sala, débil, depauperado.
-Quisiera ver el sol cayendo sobre los pastizales…-Dijo lastimera Amanda.
-Pronto lo verás-.Agregó Lidico
Amanda, continuó:
-…ver cómo se ponen erectas como agujas, las dormidas yerbitas…
¡Qué placer!…¡Pronto será!…¿Verdad mi amor?-.
Lidico, la trató con ternura:
-Yo mismo te sacaré a pasear; a caballo, a pie, o en auto…entonces podremos ver los grandes
flamboyanes, que tanto te gustan…¿Recuerdas cómo tú manoseaba las flores horas enteras?..¡Ah!…y
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¿Cómo sonaban las largas vaínas, sacándoles una música seca y enredada?-.Y Lidico, movió las manos
cómo si tocara un son, con unas invisibles maracas.
Amanda, se desesperó un poco, cuando oyó hablar a Lidico, y trató de levantar su cuerpo ,como para
sentarse, pero el dolor la detuvo, con su infranqueable frontera.
-¡Qué dolor!-.Y cerró sus grandes ojos negros.
Violeta, frotó su liso vientre, y el dolor huyó acosado y perseguido.
-No te muevas, hija-.la voz de Violeta, salió dulce y larga como una
flauta de caramelo.
Amanda, sintió el balsámico efecto de sus palabras y se quedó quieta, abriendo las esclusas de sus
venas.
Lidico, la dejó tranquila, observando como su naricita respingada se aventaba, y sus largas pestañas se
entretejían misteriosamente.
Un tintineo de frascos, tubos de ensayos, probetas, llenó de una cristálica música la sala. Amanda, se
había dormido.
La misma voz que la durmió, despertó a Amanda temprano en la mañana:
-¡Despierta, hija!…hoy vendrán los médicos-.
Amanda, abrió sus hermosos ojos negros, y vio que Violeta, ya mecía en sus manos la taza de leche.
-¡Tómala, ahora, calientita!-.
Amanda, inclinó un poco la cabeza hasta tocarse con la barbilla, el níveo pecho, y comenzó a beber sorbo
a sorbo la espumosa leche.
-¡Tómatela toda!-.le aconsejaba Violeta, mientras tragaba disimuladamente la saliva que había en su boca.
-¡Está muy caliente, mamá!-.
-Así es mejor, te reconforta ¿Olvidaste que intentarás caminar hoy?-¡No!…no es eso…es que me quema…-.
Violeta, se llevó la taza de leche cerca de su boca y haciendo un embudo con sus labios, la sopló
largamente. Una pequeña gota saltó fuera, y le quemó-con una quemadura volátil-,el dedo índice.
Violeta, sopló su dedo, y la gota salió disparada y se convirtió en minúsculas gotitas.
Amanda, vio el fondo oscuro, de la taza y dejó de tragar. Sus tripas se retorcieron, y hablaron en un
lenguaje cólico.
La cama rodeada de médicos parecía una cuna, de barandales blancos, y Amanda una hermosa niña a
quien todos querían mimar.
-¡Caminará!-.
-¡Ya lo creo!-.
-¡Ya lo verás!-.
-¡Qué bueno!-.Concluyó Amanda. Y miró el pulido piso, en donde se reflejaban las imagines de los médicos
como en una especie de ballet.
Dos de los más corpulentos médicos, la tomaron por las axilas y la levantaron trabajosamente.
Amanda, sintió que su cuerpo era una brújula sin norte, y se puso laxa., los ojos se les nublaron, y le
pareció que había una pantalla negra entre ella y su madre.
Después, cuando recobró la visión, y la sangre le empezó a pinchar en las orejas, escuchó la voz de los
médicos que le decían:
-¡Camina!¡camina, por favor!…-.
Amanda, casi suspendida, levantó su pierna derecha ,y la dejó caer suavemente. Entonces, trató de
levantar la izquierda, y todo el peso de su cuerpo recayó sobre su pierna derecha. Ella, no resistió el dolor.
Un grito aullado, salió de su garganta, y cayó de rodillas frente a su madre, que le tendía la mano, como a
un niño cuando comienza a dar sus primeros pasos.
Violeta, la tomó por la cintura, y entre todos, como cuando un hormiguero cae sobre una migaja, se la
llevaron a la cama.
Amanda, lloraba, con una tristeza de niño abandonado. Violeta, la consolaba prometiéndole como el
Quijote a Sancho, una nueva salida victoriosa.
El tiempo pasaba. Todos los días se repetía el mismo drama. Los médicos, se devanaban los sesos, en
sus coloquiales juntas.
Violeta, ofrecía gustosa todo el capital de La Siempreverde, con tal que su hija caminara. Amanda,
sufría la paliación. Lidico, enterado de la situación, completaba la trilogía del sufrimiento.
Cierto día los médicos trataron de darle una explicación científica a Amanda:”La actividad motora se
hace imposible debido a…”, ella no los escuchó, se tapó la cabeza con la sábana, y lloró largamente.
Violeta, al verla llorar, rompió en llanto desesperadamente. Hasta a Lidico se les saltaron las lágrimas,
por mucho que trató de ser fuerte.
Amanda, solo deseaba una cosa: volver a caminar. No se acostumbra a la idea, de que ella tan joven,
tuviera que vivir, uncida a una silla de ruedas, arando en el campo de la desgracia.
Los consejos de Lidico y Violeta, solo le servían de alivio temporal;
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la conllevaban a que confiara más en la ciencia. Ella estaba segura de que todos los recursos del hospital
los habían puestos a su disposición, y que además, de eso había sido tratada humanamente.
A veces, Amanda, se recordaba de la mujer, que se accidentó una semana después que ella, y por no
tener suficiente dinero, no se le pudo operar en el momento preciso, y murió con las piernas gangrenadas.
Ella, la vio salir de la sala, cubierta con una sábana blanca, como una momia egipcia; y un hombre huesudo,
con el rostro contraído, caminaba con la cabeza baja, al lado del camillero.
Dentro del dolor de sus huesos y músculos, aquella escena, le produjo a Amanda, un dolor adicional, que
no pudo olvidar nunca.
El doctor, Francesco, pasó muchas veces a consolarla, y él mismo en un alarde de científico, se
comprometió a dedicarse al estudio de su caso, con todo el vigor de sus conocimientos, aunque él decía
que solo conocía la propedéutica de la medicina.
Francesco, le hablaba siempre a Amanda, de un pintor Francés, que vivió hace muchos años, y que
inválido tuvo la fuerza, y el ingenio para conmover al mundo con sus maravillosas pinturas.
Amanda, repasaba su fresca mente, y recordaba que Francesco se refería a aquel que había pintado el
cuadro”Mujeres en los Burdeles”, que ella había visto en la Exposición de Arte Municipal. Ella, lo sabía pero
no se lo decía a Francesco.
*********************************************************
La ciencia agotó todos los recursos. Amanda, fue dada de alta. Y con ella una inseparable silla de ruedas.
Violeta, preparó el cuarto de Amanda Le dio un ambiente ventilado y agradable. Abrió los amplios
ventanales y sacó de él lo innecesario; solo dejó un mesita de ébano, para colocar los alimentos.
Violeta, entró en la habitación, empujando, con sus cansados brazos, la silla de ruedas, donde viajaba
Amanda, recelosa, pálida, y con una tristeza de horizonte.
-¡Aquí estarás mejor!-.
Afirmo, Violeta, colocando la silla cerca de los ventanales. Amanda, sintió una manotada de aire fresco,
puro, con olor a hierba, que la hizo pestañear.
-¡Sí, mamá!…de aquí se ve el verde prado y las pálidas flores…-.
-Y los árboles frondosos y murmurantes…-Completó Violeta, abriendo los ojos, como para darle más
alcance a su vista, que se clavaba en el corazón de unos altos algarrobos.
Violeta, continuo con sus trajines, simulando que lo transformaba todo, para de esa forma agradar más a
su querida hija. Amanda, por su parte trataba de esconder el sufrimiento utilizando frases humorísticas:
-¡Ni para una princesa!…¿Qué crees?¿Qué soy la Bella Durmiente?
…¡Oh!…no …ya sé…soy La Princesa del Castillo de Cristal…-.
-Hija, hija…no te burles de tu madre-.Y por primera vez después del accidente Violeta y Amanda rieron
ruidosamente.
Lidico, que acababa de llegar, escuchó desde el portal el concierto de risa, y abrió más la compuerta de
sus oídos, y sintió que la risa de Amanda, se desesperaba por pasar, cálida y sonora, hasta sus delicados
tímpanos.
Lidico, miró hacia el cuarto de Amanda, y vio los ventanales abiertos, y las manos usadas de Violeta, que
pulían el diáfano cristal. Después, atravesó el desolado portal, y abrió la espaciosa puerta, mirando de
soslayo las águilas, en bajorrelieve, que querían desgarrarle los antebrazos.
Lidico, pasó por la sala. Su silueta se reflejaba en las paredes de cristales amarillos y rosa. Del techo, lo
miraban una constelación de estrellitas artificiales. Después, subió tres escalones, y dobló a la izquierda.
Entonces, empujó la puerta de la habitación de Amanda. Una algarabía de risas ,volvió a acribillarlo.
-¿Están contentas?-.
-A mal tiempo buena cara-.contestó Amanda.
-Estoy terminando de arreglar el cuarto de Amanda-.La secundó Violeta.
Lidico, fue hasta donde estaba Amanda, y la besó con esmerada ternura.
Amanda, lo abrazó, y la silla se deslizó hasta chocar con la pared.
-¡Esto no frena, querida!-.
-No tuve tiempo, amorcito-.
Lidico, pasó su espeso bigote, por la frente pequeña, tibia y azulosa, de Amanda. Ella, sintió un escalofrío
que le llegó hasta la cintura, y se le quedó ahí enredado entre los vellos del pubis.
Violeta, terminó sus arreglos, y viendo que importunaba, se excuso, como mejor le vino en gana.
-Tengo que atender la cocina…el otro día casi se me queman los frijoles…Lidico no te marches sin
comer…-.
Violeta, salió de la habitación, moviendo sus pesadas caderas, y quitándose con un cepillo, algún polvillo
de los brazos. Amanda, la miró por encima del hombro derecho de Lidico, hasta que la puerta blanca se la
llevó.
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César Frómeta
38
-Lidico, de mi alma-,comenzó algo lacerada, Amanda-,yo no sé si pueda adaptarme a esta nueva vida;
sin trabajo, sin diversión. Con el único consuelo de verte llegar todos los días, para luego verte partir
de nuevo,¡Dios mío!,¿Cómo pudo sucederme cosa igual?¿Qué mal le he hecho yo a la humanidad?,si yo
heredé de mi padre su filantropía y altruismo-.Amanda, calló. Dos gruesas gotas de lágrimas estaban
esperando que se les diera la hora de salida de los ojos. -Creo que no voy a resistir-,continuo-.¡Es
horrible!¡Es inhumano!-,y las gotas de lágrimasrecibieron la orden de salida, y se deslizaron mejilla abajo,
dejando una huella húmeda y cálida en la cara pálida e inquieta de Amanda.
-Todo cambiará. Te lo prometo, corazoncito. Haré todo lo posible por alegrar tu vida. Esta misma tarde te
enviaré un televisor nuevo. Te traeré todos los días los mejores diarios. Te compraré un ramo de flores, de
la más lozana y perfumada-,Lidico, mientras hablaba la iba besando en la cara, los brazos, y en la larga
cabellera.
-Todo estará bien -,continuó, cambiando el tono de voz contra-alto, por uno bajo y moderado.Los primeros días serán difíciles; pero después, todo es como si volvieras a nacer-.
Los ojos de Amanda, se quedaron vacuos y fijos, en un punto indefinido, del lejano, grisáceo e insondable
firmamento.
Una parvada de patos ,se levantó asustada, por el ciego galope de un caballo. El parpar de los ánades,
dobló los finos juncos, de la pequeña laguna, que estaba como a doscientos metros de la casa. Las aves,
formaron un circulo en el aire, y después, enderezaron para formar dos filas largas y condensadas. A lo
lejos, los aleteo, querían deshojar los frondosos árboles.
Amanda, veía pasar todos los días, desde su ventana, aquel extraño jinete. Como de costumbre siempre
atravesaba la pequeña pradera, y luego se internaba en el espeso bosquecito. Ella, lo miraba con curiosidad
extrema, ya había observado bien su vestimenta; una armadura al estilo de los caballeros medievales, con
la diferencia, que en vez de yelmo usaba sombrero, y en lugar de adarga, una fina fusta. A medida que los
días iban pasando, Amanda, notaba que la trayectoria que seguía el jinete, iba cambiando, y le parecía que
se acercaba más a su ventana.
Amanda, no podía explicarse la presencia de aquel sujeto exótico, que se dejaba ver solamente en horas
de la mañana, y no se parecía a nadie en específico. En varias ocasiones, ella, estuvo a punto de contárselo
a Violeta y Lidico, pero un fuerza mayor la detenía; y seguía guardando en su mente aquella especie de
ficción combinada con la realidad.
Largas eran sus meditaciones en torno al asunto; pero todo razonamiento, desembocaba en un río
turbulento de necedades e incoherencias. Turbada la cabeza una vez; otra clara y despejada, no desistía de
ver la matinal escena. Hasta se le metió la idea de escribir una novela, sobre el personaje que tanto enigma
encerraba para ella. Luego renunció al proyecto, por no conocer nada referente a su vida. Dos preguntas
siempre le golpeaban su mente:¿Quién era? ¿De dónde venía?.
Acostumbrarse es una cosa y obsesionarse es otra; eso le sucedió a Amanda; se obsesionó. Esperaba
impaciente todas las mañanas, que pasara aquel jinete. Le parecía que era imposible que existiera otro
igual sobre la faz de la tierra.
Amanda, recordaba como el caballo movía sus cuatro patas, midiendo exactamente el largo del paso,
la altura, y hasta el ángulo conque flexionaba los cascos. El corcel, mantenía su rabo encorvado de la
misma manera que encorvaba su fibroso cuello. Y sus resoplidos, apartaban del camino las finas ramas de
los arbustos. Era una escena fascinante. Por eso Amanda, la esperaba con tanta ansiedad.
Una especie de leyenda, se enredó en la cabecita de Amanda. Se imaginó, que aquel jinete, era un
hombre decepcionado, a quien su mujer lo había abandonado por otro. Y que él en su desesperación vagaba sin consuelo, con la única compañía de su corcel, a quien como el árabe, amaba en demasía. Se lo
imaginaba durmiendo en el primer refugio natural que encontrara, ya fuera cueva o enramada. Lo veía
comer frutas silvestres, hojas amargas, o raíces coloradas.
Amanda, estaba segura de que era un hombre humano, con una mirada dulce, triste; unas palabras
cortas y lastimeras. Lo veía sonreír poco; solo cuando se recordaba de alguna travesura de sus hijos,
arrebatados de sus manos, por la alevosa mujer.
Otras veces, lo imaginaba sentado debajo de un algarrobo, entonando una larga y quejumbrosa
melodía; improvisada por él sin ajustarse a estilo lo género.
Pensar en ese mito creado por ella misma, le ocupaba gran parte de su tiempo; lo que le sobraba lo
dedicaba a leer los diarios, con especial atención”La Verdad”,que contenía las últimas y fidedignas noticias,
que llegaban de todo el mundo. El diario, le gustaba, por su estilo sencillo, casi plástico de decir las cosas;
donde un asesinato parecía un nacimiento, y un robo una ofrenda, que pasaba de una mano piadosa a una
necesitada, lógicamente, sin fomentar en la población el hábito dañino y envilecedor que constituye el robo
para cualquier sociedad.
Otras veces, la televisión era una válvula de escape, para los males de Amanda. Aunque le molestaban
las novelas, con la misma factura de siempre; ese interminable triángulo amoroso. Los mismos sufrimientos
en vano, y al final el conocido desenlace. Y la mujer, siempre perdía ,era que más amaba, y la que más
sufría. Lidico, por lo general llegaba en momento en que la novela estaba más emocionante. El se
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interponía entre la pantalla y Amanda, y era como un eclipse; de sol, o de luna daba igual, el caso era que
ella no podía seguir mirando la novela; y sus negros ojos chocaban con el pecho velludo, como un pubis, de
Lidico.
Lidico, no reparaba en que Amanda, estuviera viendo la televisión, para colmarla de besos y caricias; y de
decenas de frases amorosas, en la que no faltaban algunas relacionadas con los insectos.
Amanda, se olvidaba de su novela, y se entregaba a las pueriles caricias de Lidico. Llevada por un
éxtasis involuntario que solo un amor como el de ellos podía engendrar.
Al influjo de las caricias, el rostro de Amanda hervía como un “geiser”.Sus blancos senos se
hinchaban, como a los de una lactante. Pero de la cintura hacia abajo, un “icebert”, nadaba sobre el fondo
azulado de su silla. Lidico, no lo notaba. El acomodaba una silla, al lado de la de Amanda, y dirigía sus
caricias de los hombres hacia arriba.
Amanda, sentía que la planta de los pies, le sudaban profusamente. Ella, los apretaba sobre su
pantuflas, para hacerlos entrar en calor; pero ellos le pedían algo que ella no podía ofrecerle: la sangre roja
y tibia.
Amanda, sacaba, su cabecita por encima de los hombres de Lidico, y se esforzaba en recordar, cómo
era realmente la armadura de aquel jinete de la alborada. Cuando, lograba recordarlo, volvía a esconder su
cabecita en el inmenso pecho de Lidico.
Lidico, tomó las riendas de La Hacienda Siempreverde, por orden expresa de Violeta. Los sueño de
Lidico, se habían materializados. Ahora, solo le faltaba casarse con Amanda, para considerarse legítimo
heredero, de los bienes de Amanda; aunque ya se consideraba dueño y señor.
Violeta, con su largo sermón,,dignificó el nombre de su difunto Alarmado; y le pidió a Lidico, que obrara
conforme a los atildados métodos de su difunto esposo. Lidico, la escuchó, sin replicas ni objeciones, solo
se limitaba a mirarles sus pícaros ojitos, que aunque un poco turbios se movían con rapidez asombrosa.
Violeta, le recalcó, que deseaba ante todo, que la hacienda, no cambiara su estructura, sino por el
contrario se mantuviera tal como lo dejó su legítimo dueño.
Los primeros días fueron de adaptación, para Lidico. No se movía de al lado de Autoritario, observando
cómo él conducía los trabajos, con habilidad y aplomo.
Lidico, solo llevaba en su mente el carácter reformista, y a cada cosa que Autoritario hacía ,ya Lidico,
tenía pensado cómo transformarla, por supuesto siempre en beneficio de la hacienda.
Los trabajadores, poco a poco, lo fueron mirando como su nuevo jefe. Lidico, fue sintiendo esa
hinchazón, que se comienza a padecer, cuando uno tiene la dicha de tener bajo su dominio a otros, y que
tienen que depender de ti para su subsistencia.
Una tarde, mientras caminaban, Lidico, y Autoritario, por entre los corrales de las vacas lecheras. Entre
el ruido del mugido lastimero de los terneros, por la separación temporal con sus progenitoras, Lidico,
escuchó la voz fuerte y grosera de Autoritario:
-Estas eran las niñas lindas de Alarmado-.Y escupió una saliva condensada, que se quedó colgando de uno
de los postes del corral. Lidico, vio cuando un pajarillo vino y se la llevó como un hermoso trofeo.
-El suegro, tenía buenos gustos-.
-Y eso que tu no lo conociste como yo-,contestó Autoritario, sin entender realmente lo que quiso decir
Lidico.
Siguieron caminando. Lidico, deslizaba sus finas manos por los postes. Las vacas, querían lamerles los
largos dedos.
Autoritario, cada dos o tres pasos le decía:
-¡Cuidado con las astillas!-.
Lidico, pensaba que era un buen comienzo para ir curando sus lisas manos, y solo enseñaba sus cortos
dientes, hechos tiritas por sus largos bigotes.
Autoritario, rechinaba, sus romos dientes y se bebía las gruesas gotas de sudor, saladas, turbias por la
capa de polvo, que arrubiaban su morena cara.
Una historia de amor en tiempo futuro
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CUARTA PARTE UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO.
-¡Dios mío!¡Qué clase de ubres!-,exclamó asombrado Autoritario, señalando una vaca mona, que recién
acababa de tener su primer parto.
-¡Buena lechera!-,sentenció Lidico, mientras se quitaba el sombrero, para acomodar su lacio y sudoroso
cabello.
-Este año va a ser de leche…habrá que hacer mucho queso-,comentó Autoritario, fríamente y se metió el
índice de su mano derecha, en los oídos, y lo movió como un barreno..
La charla, continuo .A lo lejos en el puerto pitó un barco. El sonido, hizo levantar la cabeza a las reses.
Lidico, miró el sol y estaba dividido, allá, hasta donde su vista llegaba, por una pardusca y alargada
montaña.
Lidico, vio a Vinki, parada frente a su casa. Clobel y Calistro, la acompañaban. Ella, movía los brazos
incesantemente, síntoma de una conversación animada.
Lidico, quiso dar marcha atrás; pero fue demasiado trade. Clobel y Calistro, le cortaron la retirada con
amenazadores gestos.
-¡Acaba de bajar de ese cacharro!-.
-¡Vaya el hacendado!.
-¡Lidico, mi vida!¿Dónde te has metido?-,gritó Vinki, sin moverse de su
sitio, mientras se metía las manos en los bolsillos del jean, y abría ligeramente las piernas.
-¡Bonito recibimiento!,alcanzó a decir Lidico.
Lidico, bajó del auto, y saludó secamente a sus amigos, después fue hacia donde se encontraba Vinki.
Ella, lo esperaba con los brazos abiertos;
pero Lidico le extendió su larga mano, y ella tuvo que conformarse con esa limosna.
-Estás muy particular Lidico. Ya para verte hay que sacar audiencia-,le dijo Vinki, con una dulce voz.
-El trabajo…ya no es igual. Ahora tengo responsabilidades ¿Sabes?-,respondió Lidico.
-Lo sé. Pero no te vayas a tirar a viejo. Las cosas tomadas con clama salen mejor-,y diciendo esto, Vinki,
trató de cruzar su brazo derecho por la cintura de Lidico, y él la rechazó con un movimiento brusco.
Vinki, miró a Clobel y Calistro, que estaban entretenidos leyendo el cuenta millas del auto de Lidico.
Entonces, ella, reanudó su diálogo con Lidico:
-¿Estás de mal humor?-.
-No, Vinki-.
-Algo debes tener…tú nunca eres así ¿Sufres por lo de Amanda?-.
Lidico, miró a Vinki, con una mirada aterradora. Su cara se contrajo como para morir. Los pómulos se
les inflaron. Un suspiro profundo no le permitió que se ahogara. Entonces, junto su nariz con la de Vinki, y le
dijo ásperamente:
-¡Al carajo Vinki!…lo nuestro terminó…¡Basta de rendir cuentas!…
es a mi a quien le rinden ahora…¿Entiendes?..-.
Vinki, se quedó petrificada, nunca había visto a Lidico en un ataque de cólera. Ella trató de persuadirlo.
Se recostó de la cerca del jardín, abrió un poco sus piernas de animal salvaje y le dijo dulcemente:
-Mi cariñito…mi querer…no te pongas guapito…muuu…muuu..-, y le lanzó al aire todos los besos que
habían en sus libidinosos labios.
Lidico, se mostró confundido, y los rechazó apretando sus labios. Clo Bel y Calistro, se les acercaron.
Ellos habían entablado una pequeña discusión, con respecto al cuenta millas. Uno decía que marcaba cinco
mil millas, y el otro cincuenta mil.
-¡Pregúntale a Lidico, burro!-.
-Los Clobeles, tienen más cara de burro-.
-¡Ah!,sí-.
-¿Apuestas a cien kilones?-.propuso, Clobel.
-¡Apuesto!-,contestó Calistro.
Y enredados en esa banal discusión, quisieron erigir como juez a Lidico.
-Lidico, tu eres el dueño ¿Cuántas millas ha recorrido tu auto?-,preguntó desesperado, Calistro.
-¿No es verdad que son cinco mil?-,se interpuso Clobel, antes de que Lidico, diera un veredicto.
-¡Vamos!…¡Vamos!…¿Qué discusión es esa?…parecen muchachos-, dijo, quietamente Lidico, con muy
poco deseos de complacerlos.
-¡Acaba de decirlo-,insistió Calistro -¡nos jugamos cien kilones!-,dijo eufórico, Clobel, mientras se tocaba
los bolsillos, dando a entender que estaban allí oyendo la conversación.
-Vamos a casa a oír un poco de música ¿Quieren?-,invitó Lidico, para desviar la discusión.
Clobel, y Calistro, olvidando lo del cuenta millas, saltaron de alegría.
-¡Eso es!-¡Así se hace, hacendado!-.
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Los cuatro, penetraron en el jardín de la casa. Violeta, estaba sentada en el portal, hojeando una revista
de modas. Tenía puestos sus espejuelos bifocales, y se los ajustaba constantemente, como para
cerciorarse que lo llevaba puesto.
Amapola, conocía desde que eran pequeños, a Clobel y Calistro; pero era la primera vez que veía a
Vinki. Al ver otra mujer en su casa la irritó en grado sumo.
-Dentro de poco no vienes ni a dormir-,Dijo, Amapola, dirigiéndose a Lidico, y mirándolo, con una mirada
aterradora, con sus ojos crecidos.
Lidico, no contestó, y con un gesto invitó a sus compañeros a pasar. El silencio de Lidico, aumentó la
cólera de Amapola, que no se pudo contener:
-Lo mejor que haces es que te acabes de marchar para la hacienda…así estaré más tranquila de una
vez…¡no soporto esta humillación!...si la difunta estuviera viva…-.
Ya todos estaban en la habitación de Lidico, cuando Amapola, dejó de hablar. Ella dejó clavado sus
dominantes ojos, sobre las chispeante luces de la ciuda. Mientras tanto, el cuarto de Lidico, se llenaba de
música y gritos:
-¡A gozar!-.
-¡Mira cómo me muevo, Lidico mío!-.
¡Sabroso!-.
-¡Aprende , Clobel!-.
-¡Ay…!-.
Lidico, había abierto una botella de un buen licor, y viajaba de mano en mano, y de boca en boca. La
habitación era espaciosa, las paredes estaban pintadas de blanco, y un olor a ropa nueva lo contagiaba
todo. Entrando a la izquierda estaba el estante donde se encontraba el sofisticado equipo de música. Era de
la marca “Impacto”. Poseía cuatro baffles, con una potencia de salida de 4000 watts.
Unos pasos más a la derecha, estaban tiradas sobre el piso dos revistas de fono-entomología, tenían sus
hojas erizadas. En una de las páginas, se podía ver un insecto de grandes pinzas, cerca de un aparato
electrónico, que al parecer seguía los movimientos del insecto.
De las paredes colgaban cuadros de pinturas magnéticas, logradas a partir de aleaciones ferrosas,
sometidas al magnetismo sobre un lienzo, donde se lograban múltiples figuraciones y tonalidades.
En el centro de la habitación estaba la cama de Lidico; estirada como una cuerda, pulcra y bien
conservada .La cama, era de madera, con incrustaciones de cristales en forma de rombos de diferentes
colores. Encima del espaldar tenía un pequeño librerito, donde Lidico, colocaba el libro que estuviera
leyendo en esos momentos.
Al lado de la cama estaba el armario de aluminio que le había comprado su padre Ascencio, antes de
morir. Era largo y aplastado, pero resistente y llamativo. En el Lidico, guardaba hasta los zapatos.
En un rincón de la habitación, Lidico, había olvidado uno de sus calzoncillos, y yacía hecho una pelota.
El grupo bailaba animado. Vinki, movía desaforada sus voluminosas caderas, desequilibrando al primero
con quién chocara.
Clobel y Calistro, cogidos de la mano daban vueltas formando una especie de círculo, que solo
interrumpían para darse un trago largo y enloquecedor.
Lidico, bailaba al lado de Vinki, algunas veces la tomaba por un brazo y le daba una vuelta en redondo.
Ella se mostraba resuelta y giraba con la facilidad de un trompo, enseñando sus joyas dentarias.
Bailaban una música de ritmos estridentes, donde se imponía una alienada percusión; con bruscos
cambios, pero nunca dejando la escala de los altos. Las trompetas querían fundirse, bajo el cálido aliento de
los trompetistas. A los tambores les dolían sus callos. Las pianolas, reían desenfrenadas bajo las cosquillas
de los músicos. Las guitarras lanzaban sus flechas sonoras, con sus temblorosas cuerdas. La habitación era
un envase repleto de música.
La música se escapaba por las persianas de de aluminio, e iba a meterse en los atormentados oídos de
Amapola. Ella, socavada por una virginidad eternal, y una menopausia precoz, se revolvía en un ancho
balance, como una clueca en su parvada. Y sin esperarlo, llegaba a su imaginación el único día en que
asistió a una fiesta. Eso fue cuando tenía quince años, cuando sus pasos eran ágiles, y los ojos los tenía
como dos granos de café verde. Ella, fue con Ilse, una amiga del conservatorio, que era mulata, pero tenía
el cuerpo bien formado, como tallado en ébano. Ese fue el único día en que Amapola, bailó con un hombre; pero siempre separados por una barrera de castidad innata. Cuando, les llegaban esos recuerdos,
trataba de achicar sus ojazos, como para concentrarse mejor. Ella nunca quiso desterrar de su mente ese
agridulce momento. Amapola, quería seguir recordando; pero unos gritos exasperado, la hicieron olvidar.
-¡Basta, estúpidos!-.
-¡De-ja-lo!-.
Era la voz de Vinki, que trataba de detener con sus alaridos a Clobel y Calistro, que se peleaban por una
pequeñez. Clobel, le había asestado un puñetazo a Calistro, y éste sangraba profusamente. Lidico, sujetaba
a Clobel. Lo tenía abrazado por la espalda, y le mantenía los brazos pegados al cuerpo. Las manos de
Lidico, se entrelazaban sobre el estómago de Clobel. El, trataba de zafarse, dando unos frenéticos saltos,
que casi tocaba el techo.
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Calistro, por su parte un poco acobardado, se limpiaba la sangre, con un pañuelo, mientras de su rubia
cabellera, salía un vago vapor de alcohol.
Vinki, haciendo de réferi, permanecía entre los dos, lanzando todo tipo de injurias.
-¡Qué clase de amigos son!.
-¡No salgo más con ustedes!-.
Lidico, y Clobel forcejeaban sin hablar. Clobel, se empleaba a fondo(enseñando sus largos dientes),y
mordiéndose el labio inferior, Lidico, en un intento por neutralizarlo, giró sobre sus pies, llevándose a Clobel
en el lance. Ambos perdieron el equilibrio y cayeron enredados sobre la cama. La voz de Clobel, salió como
un trueno.
-¡Suéltame, Lidico!-.
-¡Te suelto…pero esto se acabó…¿Me oyes?…-.
Clobel, un poco indeciso de si cumplía o no la promesa; puesto ya en pie y arreglándose la ropa dijo:
-Está bien, Lidico, esto se acabó..-.
Calistro, algo decepcionado se sentó en el borde de la cama, con la cabeza baja y la cara oculta dentro
del pañuelo ensangrentado.
Vinki, se sentó a su lado lo rodeo con su brazo derecho.
-Ya Calistro…todo acabó…-.
-No Vinki…me marcho..Lidico, fue a abrir otra botella, pero Vinki no lo dejó. Ella, se paró de la cama, furiosa, y le arrebató la
botella de la mano.
-¡Se acabó la fiesta!…nos vamos…ya hemos bebido demasiado-.Vinki, terminó casi ahogada.
-¿Qué tu di-ces?¿Que te vas?…hip…nooo…querida-.
-Mis padres, Lidico…compréndelo-.
-Teee queeeda-.replicó Lidico, entrado en copa.
Lidico, le dirigió a Vinki, una mirada borracha, que la hizo vacilar; y pensó que lo mejor era obedecerle, y
luego tratar de enfrentar a sus padres.
Después de algún tiempo de diversión, Vinki organizó la retirada, para evitar futura confrontación entre
Clobel y Calistro.
Mandó primero a salir a Clobel, y cuando había transcurrido como media hora, despidió a Calistro, no
sin antes lavarle un poco la cara.
Calistro, salió triste, despojado de la carga de alcohol. Vinki, quedó alegre, inspirando a pulmón lleno, el
aire viciado por el alcohol, los gritos y las palabras obscenas.
Una música, suave, romántica, afloró en la intimidad de Lidico y Vinki. Un micro mundo de caricias y
besos, y quien sabe de cuantas cosas más, se formó dentro de esas cuatro paredes, que parecían oír,
ver y sentir.
Allá adentro se descubrían nuevas formas de hacer el amor. Afuera, Amapola, contaba las estrellas.
Amanda, desconocía sobre las relaciones casuales entre Lidico y Vinki. Ella, amaba tanto a Lidico, que
la falta mayor por parte de él, hubiera pasado inadvertida. Amor y necesidad se fundían en una sola
alma, condenada ahora al eterno martirio que le imponía la vida.
Salvar un amor en condiciones normales no es tarea difícil para nadie;
pero en las condiciones de Amanda, la lucha tenía que ser constante y tenaz. Su juventud ,le hacia sentir
vigorosa. Esa energía la volcaba por entero sobre Lidico. El por su parte cada cierto tiempo ,se llenaba
con el amor brusco y atormentado de Vinki; que a toda costa se había empeñado en apartarlo de al lado de
Amanda. Ella nunca se lo había dicho con palabras, pero lo estaba fraguando de una manera sutil en
su corazón.
Lidico, sentía una especie de amor y lástima hacia Amanda. Por su mente no pasaba la idea de
abandonarla. Vinki, representaba un pasatiempo para él, aunque cuando estaba con ella lo cierto es que se
olvidaba de Amanda.
Mientras él se divertía, bailaba, bebía y hacia el amor, Amanda estaba sentada en una silla de ruedas,
encerrada entre cuatro paredes, pensando solamente en él; esperando que llegara un nuevo día, para
sentirlo cerca, y convencerse de que no la iba a abandonar.
¿Acaso tenía ella algún presentimiento? Lo tuviera o no, su objetivo era luchar por lo que realmente
amaba en demasía.
Muchas veces, Amanda, conversando con su madre tocaban el tema de Lidico. Violeta, anteponiendo el
amor de madre; estando o no convencida de que Lidico, no la abandonaría, siempre consideraba difícil que
él cometiera esa injusticia; sobre todo ahora que se le había entregado en sus manos la Hacienda
Siempreverde, para su administración.
Lidico, por su parte, en medio de tantas preocupaciones y ajetreo, siempre le dedicaba el tiempo
necesario a su querida Amanda. Sudoroso, con olor a polvo y hierba, se restregaba, contra la cara pálida de
Amanda. Ella, lo recibía ,con el deseo vehemente, conque reciben el sol las plantas. Amanda, necesitaba
para su vida esa fotosíntesis del amor, que solo se lograba con la combinación, de los rayos que irradiaba
Lidico y su propio cuerpo.
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Muchas veces de sus negros ojos, de oscura noche, saltaban sus lágrimas, como mansos
manantiales, demostrándole a Lidico, cuanto lo amaba y lo necesitaba.
Lidico, se quedaba quieto escuchando sus quejas; y sentía entonces que su corazón se le ablandaba,
cocido en aquella llama de amor que emanaba del cuerpo de Amanda.
Un día hablaron de bodas. Hicieron planes. Los volvieron a deshacer, con la esperanza de que un día
todo cambiara, y ella volvería a caminar por si misma, sin necesidad de aquella maldita silla de ruedas.
Por otra parte él se sentía demasiado distante de ella, y la vida con su tía se le hacía cada vez más
difícil, ya que ella le imponía arcaicas maneras de pensar en sus estúpidos razonamientos sobre el amor.
**************************************************
Amanda, aprovechaba las frecuentes visitas de su prima Adamara, para contarle todos sus proyectos. Su
prima, no la contradecía, por el contrario le infundía valor, para que pudiera enfrentar la difícil situación por
la que estaba atravesando.
Amanda, sentía que la compañía de Adamara, le proporcionaba una especie de fuerza adicional para
seguir luchando .Aunque los consejos, venían de una más joven que ella, no por eso dejaban de tener
principios y fundamentos. Adamara, era muy suspicaz e inteligente, y siempre tuvo a la expectativa en todo
lo relacionado con el amor. Su tendencia a la sospecha le había granjeado gran experiencia, todo
condicionado lógicamente por tantos fracasos en el inmenso campo del amor.
Hasta las charlas humorísticas del Dr. Francesco, les resultaban provechosas a Amanda. El aunque no
muy avezado en el amor, combinando conceptos de la medicina con los de la vida, formulaba sus
vulnerables hipótesis sobre el amor. Amanda, se reía al escucharle, otras veces se ponía seria, y hasta llegó
a llorar ante las largas prédicas del Dr. Francesco.
Aureliana, la esposa del doctor, por lo general se sentaba al lado de Amanda, y solo intervenía para
afirmar algo en los incoherentes discursos de su esposo. Aunque, lo hacía solo llevada por el influjo de
la perorata, que la iba extasiando, y cuando venía a caer en cuenta, ya había afirmado algo que era
imposible de realizarse.
Un día Francesco, aconsejó a Amanda, que debía casarse inmediatamente; que era la única manera
de mantener a Lidco cerca y controlado. Pero, al otro día llegó objetando que el matrimonio tan de repente
solo conllevaría al fracaso, porque Lidico, se cansaría pronto de ella. De esa manera, poniendo y quitando,
Francesco, se divertía en aquel juego peligroso.
Cuando Amanda, quedaba a sola, se enterraba las uñas en sus blancos muslos, hasta dejar en ellos,
una huella profunda y violácea. El dolor le llegaba en pequeñas dosis, que apenas transmitían sus
peresozos nervios.
Indudablemente, su cuerpo estaba dividido en dos hemisferios; uno cálido y vivificante, y otro frío e
insensible .Esa prueba la hacía todos los días obteniendo los mismos resultados.
Después, del fracaso, echaba su cabecita hacia atrás y se quedaba mirando la lámpara del techo. Le
veía su exquisita redondez, y le parecía que todo era armonía en ella. Que era un cuerpo perfecto, inmaculado, además útil. que nunca se negaba a dar la luz.
Sus imaginaciones no tenían fronteras; era una especie de sonda, que ella lanzaba sin rumbo definido.
Que iba y venía cargada de informaciones, que ella las iba separando según su naturaleza. Era por decirlo así un hobby involuntario, que se cernía sobre una criatura, imposibilitada de llevar una vida normal.
Tan normal como la llevaba, el más humilde de los pordioseros, que deambulaba noche y día, por
las calles, al amparo de un techo azul; lejano e inalcanzable. .Sin embargo ese ser podía sentir la tierra
hundirse bajo sus pisadas, o su cuerpo tambalearse, empujado por una invisible fuerza, que le permitía
aparecer aquí y allá. Si eso hubiese podido hacer Amanda, hubiera sido feliz entonces.
Era un día agradable de verano. El sol miraba alegremente, con su efervescente cara, a lo lejos ,el cielo
azul, parecía el fondo de una gigantesca olla. Entre el verde de los árboles, se destacaban manchas
amarillas. El viento arrancaba un fino polvillo a la reseca tierra.
El padre Apolonio, en su afán proselitista, llegó temprano en la mañana a casa de Amanda. Violeta, lo
recibió de buen gusto, echándole en cara la prolongada ausencia del hogar. El padre, se justificó poniendo como óbice, sus repetidos oficios, en misas adicionales, para recaudar fondos, para la construcción de
un nuevo templo en Vega Baja. Lo calidad cercana que había aumentado considerablemente su feligresía.
Después de algunos comentarios, en torno a la obra misionera, el padre, preguntó por Amanda:
-Y mi querida Amanda,¿cómo está?-.
-Dentro de sus penas está bastante bien-.Contestó Violeta, si quitarle los ojos al relicario que colgaba del
cuello del padre Apolonio.
-He venido a verla…-,comenzó con dulce voz, el padre, y continuo,- porque Dios me ha dado la tarea de
conquistar su alma pecadora, para purificarla, para gloria de Nuestro Señor, amén-.Y se persignó, Violeta lo
imitó y sus usadas manos, atravesaron dos veces su huesudo pecho.
-Que así sea, padre-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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El padre, sacó la Biblia, de una manoseada carpeta y buscó un texto, Arrugó su espaciosa frente. Tres
finas arrugas, como arroyitos, se unieron en su basta calva. Carraspeó un poco, y comenzó a leer:
“Por que de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en el
crea no se pierda, más tenga vida eterna”. Y cerró el evangelio.
Violeta, se quedó mirando su grande boca, con sus labios gruesos y humedecidos, como si tratara de
buscar allí la verdad del versículo que Acababa de leer.
El padre Apolonio, se arregló su corbata a rayas, y estiró su saco color vino, y rascándose su larga
planicie preguntó:
-¿Puedo ver a Amanda?-.
-¡Claro! No faltaba más…-.
Violeta, se paró del sillón y casi al mismo tiempo lo hizo el padre Apolonio, que casi golpea con su
prominente barriga el pecho de Violeta. Ambos atravesaron la sala y se encaminaron al cuarto de Amanda.
Aunque el difunto Alarmado, había sido miembro de la Santa Iglesia de los Desposeídos, ni Violeta, ni
Amanda, tomaron la decisión de convertirse. Algunas veces, cuando ellas no tenían nada que hacer iban
a algunas misas de viernes santo, o de epifanía. Alarmado, siempre insistió; pero fue en lo único que no
pudo convencer a su querida esposa. Esa, era la verdadera razón por la cual el padre se había ausentado
temporalmente de la casa, independientemente de todas las misas que haya tenido que oficiar.
El padre, Apolonio, después de saludar cortésmente a Amanda; se sentó frente a ella, al lado de los
ventanales. Acomodó su manoseada cartera sobre sus voluminosos muslos, miró hacia afuera, en esos
momentos un aura planeaba sobre la pequeña laguna. Luego, el padre, recogió su vista y se la metió
completa en la pálida cara de Amanda.
-¿Cómo estás hija?-,resonó grave la voz del padre contra los cristales.
-Sufriendo la claustrofobia, padre-.
Los ojos de Amanda, buscaron en los resecos ojos del padre, un reflejo de conmiseración. Apolonio,
bajó la vista y la miró de la cintura hacia abajo. Amanda, vio sus pecosos párpados, que parecían no tener
fuerzas para levantarse de nuevo.
-He venido a traerte el mensaje, hija. Dios a conmovido mi corazón. Un sueño largo me ha revelado que tú
estará entre las escogidas, cuando cristo venga en majestad y gloria, amén-,Apolonio, mojó sus gruesos
labios, con una larga lengua cuarteada en la punta. Amanda, se revolvió en su silla, el padre continuo,-todos
somos pecadores, hija, uno más que otro; pero solo basta con arrepentirse de nuestros pecados, y nos son
perdonados, amén-.
Amanda, acercó más la cabeza hacia los ventanales, para buscar un poco de aire. Una suave brisa le
separó el cabello en pequeños mechones.
-Mi papá me hablaba de la santa palabra-.Dijo con timidez Amanda, mientras miraba como la luz se
reflejaba en la cabeza lisa y redonda del padre.
-El arrepentimiento, hija. Eso es lo importante ¿Entiendes? Sin eso no hay salvación…-.
-¿Y falta mucho para que Cristo venga?-,interrumpió Amanda picada por la curiosidad.
-Hija…hija…¿Quién lo puede decir?…Es un secreto que solo Dios sabe…pero…pero las señales cada día
evidencian que no falta mucho, para que ese importante acontecimiento se produzca, y los verdaderos
seamos salvos, amén-,Apolonio, se persignó con tal euforia, que la carpeta, rodó por sus piernas, cayó al
piso y se metió debajo de la silla de Amanda. Ella intentó bajar su brazo derecho, pero el padre se lo impidió
con gesto y frase.
-No te molestes, hija-,dijo el padre, mientras le enseñaba la palma de la mano en señal de detención.
Después, que el padre Apolonio, recogió su manoseada carpeta, Amanda, hizo un esfuerzo para
explicarle, las verdades que ella siempre había albergado en su mente.
-Padre…-,comenzó Amanda, como si fuera a confesarse-,Yo oía hablar siempre de Dios, por medio de mi
difunto padre; pero yo era demasiado, joven y sentía una atracción especial por las cosas del mundo, que
no estaban en concordancia con las cosas de Dios. Me gustaba la fiesta…las bebidas…todo…todo lo bello
que genera el mundo-,El padre Apolonio, levantaba y bajaba las arrugas de la frente, presa de su horror.
Amanda, seguía hablando con plena libertad-,¿Entiendes padre?,eso me separó siempre de las cosas de
Dios. Ahora, no me da pena confesárselo, yo solo iba al templo a estrenarme un vestido nuevo ¡Se lo juro,
padre!-,Apolonio, se persignó, y musitó quedamente dos palabras:
-Perdónala padre…-.
El padre, siguió insistiendo con sus seductores sermones, y Amanda trataba de rechazarlo como podía,
aludiendo que una decisión tan rápida, podía ser contraproducente, y que ella lo analizaría detenidamente,
antes de entregarse a Dios.
Apolonio, para fortalecer más su sermones, le leyó el libro del Apocalisis. Amanda, lo escuchó
embobecida, mirando como se separaban trabajasomente los gruesos labios del padre.
Antes de despedirse, el padre Apolonio, dejó en poder de Amanda un folletín, cuyo título era:”Cristo te
espera”.
El padre, puesto de rodillas, oró largamente. Amanda, solo repetía los amenes, que él decía. Ella se le
quedaba mirando su lisa cabeza, donde podía caber perfectamente su auto.
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César Frómeta
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Apolonio, besó las húmedas manos de Amanda, y salió meciendo su prominente barriga.
Amanda, volvió a leer el título del folletín y lo lanzó sobre la cama, haciéndolo girar en el aire. El
pequeño opúsculo, cayó hecho un abanico.
Amanda, vio una cara pálida que la miraba desde el folletín, con una molicie inusitada.
Sintió miedo y refugió su cara paliducha, en el cielo azul, manchado de blancas nubes.
En la Siempreverde todo marchaba a pedir de boca. Lidico, manejaba los negocios como un decano. Los
trabajadores se habían encariñado con él. En seis meses, les subió dos veces los salarios. En
correspondencia con eso la producción aumentó en un diez por ciento.
Se hicieron nuevas inversiones. Se saldaron algunas viejas deudas, que el difunto Alarmado, había
olvidado, y se sustituyeron algunas maquinarias, por otras más modernas y productivas.
Amanda, se sentía orgullosa con el trabajo, que estaba desplegando su Lidico., y por esa razón lo
trataba con más cariños que antes .Violeta, por su parte no dejaba de alabar su acertada decisión, al poner
en las manos de Lidico, las riendas de La Hacienda Siempreverde.
Lidico, se sentía confiado en su trabajo, y vaticinaba un futuro próspero, para la hacienda. Ya tenía en
mente la compra de unas cuantas caballerías de terrenos baldío, que lindaba por el este con la Siempreverde. Esos terrenos los dedicarías a la cría de ganado ovino, por tener gran demanda en los mercados
nacionales e internacionales.
Lidico, dejó a Autoritario, como su ayudante personal, por considerarlo, un hombre capaz y disciplinado.
A Lidico, se le veía sobre un jeep descapotado, que Alarmado nunca usó, por considerarlo innecesario,
ya que con el caballo, se podía entrar por cualquier camino por angosto que fuese.
En algunas ocasiones, Lidico, iba a la hacienda con el caballo blanco de Amanda, aunque no era muy
buen jinete, pronto aprendió el abc, con su inseparable Autoritario.
A las seis de la mañana ya Lidico estaba en la hacienda, con su alargada libreta de reportes diarios.
Cuando, iba en el jeep, se recostaba de la carrocería para tomar la asistencia, y se echaba el sombrero de
castor hacia un lado, para protegerse del sol.
Muchas veces después de haber pasado la noche entera con Vinki, llegaba al otro día con los ojos
hinchados de sueños; pero no dejaba de asistir a su trabajo. Esa puntualidad le granjeó el respeto de todos,
que veían en él un ejemplo a imitar.
Lidico, tenía un trato afable con los trabajadores. Cuando alguno le planteaba algún problema él trababa
de ayudarlo. Y si se trataba de reprender, lo hacía con moderación, utilizando un lenguaje persuasivo,
que podía entender el más renuente.
Una tarde, en la hacienda, mientras Lidico fiscalizaba una siembra de maíz, montado en su jeep, pensó
en la necesidad de casarse con Amanda. Su obra no era perfecta si no materializaba el matrimonio con ella,
ya que hasta esos momentos solo vivía de un sueldo que Violeta le había asignado. Pero, para tener parte
en el negocio ante la ley debía estar casado, con Amanda, así se convertiría en legítimo heredero, y le
tocaría su parte y en un futuro haría con ella lo que le viniera en gana.
Lidico, le habló a Amanda del proyecto de bodas. Ella al principio no lo creyó. Después, aceptó
gustosamente. La primavera estaba lejos. Sus sueños de casarse en primavera no se iban a cumplir; pero
no quería perder a su Lidico, y había llegado la oportunidad de retenerlo para siempre.
Amanda, le contó a su madre la decisión de casarse. Violeta, recibió la noticia de buen humor.,y entre
abrazos le dijo:”Al fin será tuyo”.Amanda, la miró, y le sonrió vagamente.
La noticia de la boda llegó muy pronto a todos los oídos. Enseguida se levantaron los comentarios, de si
Amanda, estaba realmente apta para enfrentar la situación. Otros pensaron que solo era un ardid de Lidico
para afianzar sus riquezas. Y hasta llegaron a pensar que era el fin de Amanda.
Los chismorreos llegaron hasta los oídos de Amapola, quien utilizando una panoplia de armas, trató de
sacarle la idea de la cabeza a Lidico. El utilizando las más refinadas estocadas, evadía los constantes
ataques de la solterona tía.
Por fin en medio de tanto tira y jala, la fecha de la boda fue fijada para las fiestas de navidad.
Granada y Adamara, estaban tan contentas como Violeta y Amanda. Emulaban en agencias y
preocupaciones. Hasta el propio Antimico, esposo de Granada, (que después de la muerte de Alarmado no
había visitado la casa de Violeta) se apareció una tarde lleno de regales. Amanda, lo recibió de muy buen
agrado, y él con su voz ronca le dijo:”Sobrina, esta es mi humilde contribución”.Antimico, salió de casa de su
sobrina, con la tarjeta de invitación en los bolsillos, orondo, como si se tratara de algún título honorífico.
Lidico, pasó más temprano que de costumbre por el cuarto de Amanda, la saludó, luego salió al patio y
montó en el caballo blanco, y salió a galope, levantando una nubecilla de polvo. Después, llegaron Adamara
y Granada, envueltas en la atmósfera de la boda.
-¡Violeta!¡Violeta!-,era la voz fina y clara de Adamara.
-¡Ah!,¿Son ustedes?…me han despertado…¡Alguna novedad?…pero, pasen adelante…
pasen adelante…hermanita ¿Cómo estás?-.
Adamara y Granada, pasaron a la sala y sentaron en los sillones que estaban más cercano a la mesa de
centro. Granada, se dio cuenta de que habían colocado un nuevo búcaro de porcelana, lo que no sabía si
era China o Japonesa. Interesada en la pieza preguntó:
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-¿Es de la tienda de los Chinos?-.
-Sí. El Dr. Francesco se lo ha traído a Amanda como regalo de bodas ¿No es verdad que es hermoso?-.
Adamara, lo acarició suavemente, con sus manos de ángel y comentó:
-¡Es auténtica!¡Qué hermoso, mamá!-.
-¡Cásate, hija!.Así no te faltaran regalos ¡Claro! Eres muy joven todavía, no ha llegado a los veintes.intervino Granada, con entusiasmo.
Adamara, se rió y dos hoyitos aparecieron, justamente, al terminar las comisuras de sus labios. Violeta,
también rió, y a Granada no le quedó más remedio que enseñar su dentadura postiza.
-Bueno, a lo que vinimos-,tomó la delantera Granada, después de calmarse la risa, y continuó-,Antimico,
cobró ayer una buena prima, en la fábrica donde el trabaja…entonces, aprovechamos para comprarle
algunos ajuares a Amanda…¡Aquí están!…,y mostró una bolsa llena de cosas-.
-Pero…¿Para qué hicieron semejante inversión?.Amanda, ya tiene sufisiente-.
-Nunca está de más -,agregó Adamara, mientras manoseaba el abultado bolso.
-¡Vayamos al cuarto de Amanda!-,invitó Violeta, deseosa de saber lo que contenía el bolso.
-¡Vamos!-¡Vamos, mamá!-.
Con pasos ágiles, atravesaron la sala, y sus sombras se reflejaron en las paredes, como fantasmas en
noche de luna.
Cuando entraron, Amanda se encontraba leyendo una novela de misterio, y al sentir que la puerta se
abrió, dio un pequeño brinco sobre la silla.
Violeta, que no dejaba pasar una, le preguntó:
-¿Te asustaste hijita?-.
-Me sorprendí. Esta novela me tiene en tensión-.
-¡Amanda!-.
-¡Hola tía!-.
-¿Amanda?-.
-¡Hola prima!-.
Las tres se sentaron en la cama. Granada, dejó caer el pesado bolso en el centro de la cama. Una leve
brisa levantó los ánimos.
-¿Cómo estás, sobrina?…debes sedarte bien para el día de la boda-.
-Creo que lo lograré. Estoy poniendo de mi parte. No será fácil, pero no hay nada imposible en este mundo-.
-¡Así se habla, prima!-,y Adamara meció su cabeza como un títere.
Granada, ya había comenzado a abrir el bolso, y con los primeros ajuares en sus manos, le dijo sonriendo
a Amanda:
-Esto es para ti. Te lo hemos comprado ayer-.
-¡Qué belleza-,gritó Violeta como una grulla.
-¡Es hermoso!-,sentenció Amanda abriendo sus ojos negros, al ver una fina bata de dormir, de una seda
blanca y reluciente. El cuello de la bata estaba rematado con una fina filigrana, que estaba entretejida con la
tela.
Un olor a ropa nueva lo envolvió todo. Amanda, manoseó largamente la delicada prenda, y se la estrujaba
por su pálida cara para sentir mejor su textura.
Granada seguía sacando del bolso los demás ajuares: vikinis, ajustadores, sayuelas, y un sin número de
peinetas para recogerse el pelo antes de dormir.
Amanda, lo fue mirando todo con ojos de halcón. Las cosas iban pasando de mano en mano para
comprobar su belleza y calidad.
Violeta, cada vez que agarraba algo en sus manos exclamaba:
-¡Es finísimo!-.
Amanda, suspiraba profundamente, inflando su naricita respingada. Adamara, manoseaba las prendas,
como queriendo llevársela a casa de nuevo.
Granada, no dejaba de hablar de los precios que habían aumentado considerablemente. Que los
comerciantes se estaban enriqueciendo de una manera deshonesta. Ella suponía que no debían
enriquecerse a costa del aumento de los precios, sino, aumentando la demanda de productos, sin
obviar su calidad y diversidad.
Después, de haber pasado requisa a todo el contenido del bolso, empezaron a emitirse todo tipo de
opinión acerca de la boda.
Adamara, que ya estaba casi acostada, y solo sostenía en alto su cabeza, apoyada en su brazo derecho,
comenzó diciendo:
-Hay que tratar de comenzar temprano en la mañana. Una boda a esa hora es más vistosa…-.
-¡Ay!, no…por la tarde..resulta mejor-,interrumpió Granada.
-Yo también creo lo mismo. Así hay más tiempo para uno arreglar los detalles que siempre se
olvidan…estoy de acuerdo contigo hermanita…¡Son tantas las cosas!…-.
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Y dicho esto, Violeta, se quedó mirando tiernamente a su hija, que constantemente se movía en la silla,
para buscarle alivio a sus dolidos glúteos.
-Cualquier hora para mi es igual..;-,dijo Amanda, cruzando las manos a la altura de las rodillas.
-¿Recuerdas la boda tuya y de Alarmado?-, apuntó Granada, mirando de soslayo a Violeta, con sus
descolorados ojos. Luego continuo,-comenzó a las nueve en punto ¡Qué mañana!…,el sol no estaba ni
caliente, ni frío…el viento era moderado…el cielo…¡ah el cielo!…tenía un azul intenso, y…-.
-¡Mamá, poeta!…¡Es poeta!…-,interrumpió Adamara. Todos rieron, y Granada, continuó:
-…las blancas nubes, como motas de algodón…¡Qué delicias!…-,Granada, se dejó caer sobre la cama,
presa de una emoción incontenible. Todos rieron a más no poder, hasta que el timbre de la puerta sonó, y
Violeta, salió corriendo a abrir la puerta. Detrás le siguieron Granada y Adamara, haladas como por una
soga invisible, atada a la cintura de Violeta.
Amanda, le dirigió una mirada al paquete que estaba tendido sobre la cama, y un frío gélido le recorrió
su cuerpecito de inválida.
Vinki, estaba sola esperando, frente a la casa de Lidico. Este al verla, palmoteó fuertemente el timón, y el
auto se desvió un poco de su senda; pero pudo controlarlo. Ella oprimía ,contra su pecho una bolsa de piel.
Al ver a Lidico, se recostó un poco de la cerca del jardín, y abrió sus tensos muslos.
Lidico, transformó su carácter alegre por uno serio y amargo.
-¡Lidico!…llevo como dos horas esperándote…-.
-Pues debiste haberte derretido…¡la última noche te dije que me dejara en paz!¿Cómo quieres que te lo
digas?-.
-¡En el idioma que me lo digas no te dejaré!¡Escúchalo bien, Lidico!
¡Métetelo en la cabeza de una vez!-.
-¡Perra!-.
-¡Odioso!-.
-¡Te par…!-,Lidico se quedó atascado como un camión en un pantano. Sus bigotes les temblaban. La cara
se le quedó pálida de ira.
-¡Poco hombre…!-,Vinki, levantó su rostro para decírselo. Lidico, se cegó. Una corriente de rabia, sustituyó
a su sangre. Se mordió el labio inferior con sus cortos dientes, y lanzó su mano derecha al aire. Su
mano encontró el hermoso rostro de Vinki. Ella cayó contra la cerca del jardín, empujada por la violencia del
golpe. Una mueca fea y horrible apareció en su rostro. Entonces, se viró de espaldas, y con la cabeza
apoyada contra la cerca, lloró amargamente.
Entre sollozos y sollozos, se podían escuchar las palabras más obscenas de éste mundo. Así terminó
aquel amor fugaz de pasión y juventud.
Amapola, que había observado la escena desde el portal de la casa, recibió de mala gana a Lidico.
-¡Esas son formas de tratar a una dama!¡Eso no es de caballero!-.
-Me persigue por todas partes. De alguna forma tenía que quitármela de arriba.
Amapola, no se conformó con esa respuesta y continuo con sus severos ataques:
-Hay otras formas de terminar…¿Todo tiene que ser violencia?¿Si tuvieras una hija, te gustaría que te la
trataran de esa forma brusca y prosaica?-.
Lidico, mantenía su cabeza, como haciéndole los últimos honores de respeto. Amapola, se había quitado
sus bifocales, y dejaba ver sus grandes ojos de batracio. A Lidico, no les infundían miedo, estaba
acostumbrados a ellos.
Amapola, después de unos cuantos regaños más, quiso enterarse de cómo iban los asuntos de la boda.
-¿Se decidió la hora por fin?-.
Lidico, fingiendo haber interpretado mal su pregunta, le contestó con otra:
-¿Qué hora?-.
-La de la boda-.
-¡Ah!…Creo que sí…-.
-¿Por la mañana?-.
-No estoy seguro-.
Acosado de preguntas, Lidico, entró en la sala y se dejó caer sobre un sillón Entrelazó las manos por detrás
de la nuca, y recostó la cabeza en el respaldo del sillón. Allí pensó largo rato. Se recordó la primera vez
que abofeteó a una muchacha. Fue a la llamada Cleopatra, ella tenía mucho genio, y en todo momento
quería decidir. Pero, una tarde, cuando estaban en la calle Prado, Lidico, no soportó que lo humillara
delante de unas amigas, que había conocido allí. El la llevó a un rincón, donde había poca luz, y tres
paredes; una especie de cepo. Allí la metió. Entonces, la abofeteó. Ella, solo se protegía con sus hábiles
manos, y daba unos gritos salvajes. La policia, se la quitó, y mandó a cada uno para su casa.
Lidico, dejó de pensar. Posó sus pequeños ojos sobre el librero, y leyó un título:”Principios de la fonoentomología”.Se mordió sus gruesos bigotes, y los soltó bruscamente, como para barrer el aire.
La voz de Amapola, llamaba a comer. Lidico, se sentó a la mesa, sintiendo antipatía por los alimentos.
Miró el pollo asado, y le pareció que unas alas enormes, salían de sus atrofiadas alitas. Y emprendía un
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vuelo lento, y torpe, dentro de toda la casa. Amapola, lo miró, y con los ojos, casi reventados, apartó la
fuente de pollo, para servirse.
Lidico, quedó allí, quieto, pensativo, haciendo una especie de esgrima, con la cuchara y el tenedor.
Cuando Violeta, abrió la puerta, se encontró frente a un hombre de estatura alta, finos modales y
sonrisa cortés. Granada y Adamara, aprovecharon la oportunidad para marcharse sin despedirse.
-¡Buenos días, señora!-.
-¡Buenos días, Sr.!-.
-Soy el rector de la Universidad Progreso, donde trabaja Amanda…he venido a visitarla y a traerle un
pequeño obsequio-,y señaló con su índice de sumano derecha, la cabecita blanca, de un perrito, que se
asomaba por la ventanilla del auto.
-Nos honra con su visita, Sr. Rector-,dijo Violeta, tratando de sacar de su apretado acervo cultural, las más
refinadas palabras.
-Gracias, Sra.¿Puedo entrar con Coti?-¡Por supuesto!-.
El Rector, se dirigió al auto, extrajo el lindo perrito, y lo cargo como a un niño. Atravesó la sala, y su
sombra contra la pared ,parecía una cangura, con su pequeña criatura bailándole en su bolsa.
Violeta, lo anunció desde la puerta. Amanda, solo tuvo tiempo de pasarse las manos por el cabello, para
alisárselos un poco.
-¡Mi querida Amanda!¿Cómo te sientes?-,comenzó el Rector, haciendo una leve reverencia, y apretando un
poco más el perrito contra supecho.
-¡Bastante bien, Sr. Rector. Su visita me hace ahora un poco más feliz-.
El Rector, más desembarazado, y se sentó en una silla, que Violeta, había situado en el mismo sitio
donde se sentara el padre Apolonio.
El Rector, descansó ,del perrito, poniéndolo sobre sus largas piernas. Amanda, miró a Coti, con sana
curiosidad, y le acarició el hocico.
-¡Es para ti!.He venido a verte y a traerte este hermoso poodle-.
-¡Es encantador!-.
-Solo tiene tres meses-.
¿Tres meses?…y ya está así…cuando tenga un año se va a parecer a aquel famoso perrito Dinki, de los
muñequitos-.
-¡No exageres, Amanda!.Lo que te aseguro que es cariñoso y obediente, era la mascota de Troki, mi hijo
menor.¡Tremenda lucha para convencerlo. Pero, después que le expliqué cómo tu estabas, él se convenció
y quedó contento. Así son los muchachos-.
Amanda, sonrió agradecida por el regalo. El Rector, agarrando a Coti,
entre sus grandes y huesudas manos, se lo alargó a Amanda. Esta estiró sus delicadas manitas, y asiendo
el perrito por su barriguita lo atrajo, hacia su pecho.
-¡Qué olor!¡Qué pelos más suaves!…es …es un niño-,se atrevió a decir Amanda, mientras pegaba su cara a
la de Coti.
-Será una buena compañía para ti .Los perros tienen unos sentimientos muy elevados. Es mucho lo que se
cuenta de ellos. Pero a veces el hombre lo trata con crueldad. Mientras que algunos le erigen estatuas,
otros los destrozan a pedradas.¡Eso es injusto!-,terminó algo exaltado el Rector,
abriendo y cerrando sus verdes ojos.
-¡Coti!¡Coti!…¡Coti!…-.
Amanda, llamó varias veces a su perrito. Este movía su felpudo rabo, y sacaba su espumosa lengua.
-¡Es encantador!-,volvió a decir Amanda.
El Rector, reía enseñando sus disparejos dientes, y ponía el rostro ingenuo como el de un niño.
Amanda, desatendió a Coti, y poniendo su rostro serio y frío, como un día de invierno, le preguntó al
Rector:
-¿Usted cree que pueda trabajar de nuevo?-.
El Rector, cambió su cara infantil, por una austera y soberbia.
-Bueno, Amanda, tu situación se está analizando. Es posible que atienda el Decanato, sin ejercer la
docencia…tú sabes que en tu estado es imposible…debes de estar preparada para eso-, una voz suave le
cortó el discurso.
-Yo solo quiero volver a ser útil a la sociedad. No quiero pudrirme entre estas cuatro paredes, y mis años de
estudios que se conviertan en nada. Aunque sea tocando el cambio de turno.¡Cualquier cosa!
¿Comprendes?-.
El Rector, miró sus piernas inútiles, con una mirada triste ,vaga, como una endeble nubecilla, que estaba
pasando en esos momentos, frente a la ventana.
-Voy a hacer lo posible para que vuelvas a trabajar. Te doy mi palabra. Ahora, tengo que irme porque estoy
cargado de trabajos.¡Ah!,
vendré para la boda.¡Felicidades por anticipado!-.
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-Gracias Rector, lo espero sin faltas-.
El Rector, se paró con u fuerte estirón, como si se tratara de una nave espacial, que acababa de ser
lanzada. Mientras, le daba la espalda a Amanda, y movía su mano derecha, en señal de despedida.
Amanda, le hizo un movimiento similar, y entonces, vio como el Rector, casi choca con la parte superior del
marco de la puerta.
Amanda, volvió a la soledad; pero esta vez no completamente, porque quedaba en compañía de su
perrito Coti.
Ella lo miró detenidamente; era blanco como un copo de nieve. Una especie de felpa le cubría el cuerpo,
y caían en largos mechones desde sus cuatro paticas.
Amanda, se fijó en sus redondos ojos, que parecían dos granos de café maduro, y les brillaban entre la
pelambre como dos lentejuelas.
Sus orejas aplanadas y semicirculares, las mantenías como colgándoles de la cabeza.
Coti, se movía con extraordinaria ligereza en las manos de Amanda. Ella, lo puso en el piso suave y
húmedo. El salió moviendo su rizada cola, y con su blando y esponjoso hocico, olía todo cuanto se
encontraba alrededor.
Coti, chocó, con su negro hocico, con la puerta. Levantó su cabeza, y vio la diáfana barrera de cristal.
Después, oyó la voz dulce de Amanda que lo llamaba:
-¡Coti!¡Coti!…¡Coti!…-.
Coti, se volvió y encendió sus rojos ojillos. Un leve aullido salió de su garganta, y abrió su pequeña boca,
y sacó su aguda lengua, espumeante, violácea, y la pasó por encima de sus incisivos.
Afuera, unas nubes negras y amontonadas, anunciaban tormentas.
Solo faltaba una semana para celebrar la boda entre Lidico y Amanda. El ajetreo en la casa de Amanda
era grande. Violeta, se movía como una agenciosa hormiguita de aquí para allá; ordenando, decorando, y
tratando de ingeniar nuevas ideas.
Amanda, estaba un poco nerviosa. Sentía una especie de miedo. Aunque desde muy joven hacia el amor
con Lidico. le parecía que todo comenzaría de Nuevo. Ella se lo contaba a Lidico, como una especie de secreto militar. Lidico, trataba de sacarle de su mente toda idea derrotista.
Una noche, para tratar de estimular a Amanda, Lidico la llevó a una pelea de boxeo.
Era la primera vez que Amanda, salía desde que le ocurrió el accidente. Violeta, los acompañaba. Fueron
en el auto Pall de Lidico. El la cargó para meterla dentro del auto. La silla viajó en la parte trasera.
La pelea se desarrollaría en el Gimnasio “Los Puños”.Amanda, no era muy aficionada al boxeo, pero ese
día tenía deseos de salir de casa.
La entrada principal al Gimnasio era amplia y lisa, por lo tanto permitió que Amanda pudiera entrar en su
silla de ruedas empujada por Lidico.
Para subir a los palcos fue el problema. Lidico, había reservado uno de los primeros. La gente había
abarrotado el gimnasio desde horas tempranas. Todo era un hervidero. Lidico, tuvo que cargar a Amanda. Y
con la cara casi reventándole, subió los diez peldaños que tenía que vencer. Llegó con las
piernas temblándoles. Amanda, viajó asustada en los brazos de Lidico, por temor a caerse.
Amanda, se sentó entre Violeta y Lidico. La pelea comenzó como estaba prevista a las ocho de la
noche. Peleaban por la faja del mundo; Kid Chaling, coreano, y el mexicano Benito Mejías. El combate se
contrató a quince round. Era la división de los sesenta y tres y medio kilogramos.
Cuando, los dos púgiles salieron al cuadrilátero, una tormenta de voces hizo temblar los palcos; se
agitaban banderolas, pancartas, y muñecones.
Amanda, gritó frenética; su voz salió partiéndole la garganta, y se confundió con las miles de voces que
llenaron el Gimnasio.
El coreano estaba en la esquina azul; tenía los brazos lisos como una mujer. Era inquieto, se movía
como una marioneta dentro de su larga bata.
Por su parte el mexicano, era más fornido; por dentro de la bata, se le podían ver sus abultados biseps.
Se movía menos que el coreano, solo daba vueltecitas en redondo, mientras escuchaba los consejos de
su segundo.
El réferi, llamó al centro del cuadrilátero. Aconsejó a los dos boxeadores. Estos ya en movimientos
chocaron los guantes. Amanda, se estremeció, una pequeña punzada le atravesó el corazón.
El coreano, comenzó impetuoso, lanzando una lluvia de jab que se quedaron en los guantes del
mexicano.
La gente se alborotó y comenzó a pedir acción. Lidico, que era gran aficionado al boxeo, movía sus
puños cerrados y los lanzabas al aire.
El combate continuaba. Amanda, se emocionó e hinchaba por el mexicano.
Alguien lanzó un sombrero al aire y le cayó a Lidico en la cabeza.Lidico, se volvió y lo lanzó hacia arriba
y dijo una palabrota. desde arriba le contestaron una decenas de bocas.
Terminó el primer round. Hubo quietud en los palcos. Amanda, aprovechó para comentar:
-El pobre coreano no aguantará-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
50
-¡Apuesto que sí!-,contestó Lidico, algo eufórico.
Alguien se acercó a Lidico, proponiéndole una apuesta de cien a veinte al mexicano. Violeta, le dijo que
la aceptara; pero Lidico la rechazó ,con un movimiento brusco de la cabeza.
La pelea comenzó de nuevo. Los palcos se animaron. El coreano, salió imponiendo un estilo nuevo a la
media distancia. Con esa técnica logró conectar dos rectos a la cara del mexicano.
Un grupo de coreanos que estaba por el ala derecha del Gimnasio, se debatía de alegría.
El mexicano, perdió el control momentáneamente. La gente le daba ánimo. Amanda, gritaba desde su
asiento:
-¡Dale, Benito!¡Pégale duro!-.
-¡Arriba México!-,gritaba Violeta.
-¡Llévalo contra la soga!-,indicaba Lidico, como si fuera el segundo del mexicano.
Cuando terminó el segundo round, se veía cansado al mexicano. Había perdido un poco de fuerzas.
El coreano, se veía alegre, y confiado. La gente aprovechó el ínterin para tomar algo. A lo largo de los
palcos, viajaba una estera transportadora, sobre unos rieles, que a la vez servían de descanso de los
brazos, que tenían la peculiaridad de cerrarse y abrirse, como puertas para facilitar la entrada a los palcos.
Sobre de esas esteras se enviaban comestibles y jugos. Cada cual tomaba lo que deseaba, y encima
colocaba el dinero.
En cada descanso se lanzaban como proyectiles aquellas esteras cargadas, de frutas, entremeses,
bocadillos, jugos, café y muchas golosinas más. La gente parecían hormigas, estirando las manos y
comiendo desesperadamente.
Amanda, solo tomó una rodaja de piña. Violeta, un jugo de melocotón y Lidico, una cerveza “KOL”.
Al comenzar el tercer round, la gente estaba eufórica, y comenzaron a lanzar las banderolas, los vasos
vacíos, las cucharitas; en fin todo cuanto tenían a manos.
Algunas que otras riñas se produjeron entre los simpatizantes del mexicano y del coreano.
El coreano volvió al ataque. Logró llevar a una esquina neutral al mexicano. Allí lo combinó dos veces
con jab arriba y gancho al estómago. El mexicano se dobló; pero se recostó de la soga, y sacando un recto
de derecha, golpeó en la nariz al coreano Chaling.
Todos de pusieron de pie, menos Amanda. El coreano, tambaleó; cruzó las piernas, y un hilillo de sangre
brotó de su aplastada nariz.
Amanda, gritó con fuerzas antes de que el coreano fuera a la lona:
-¡Lo mató!…¡Lo mató!…-,y se cubrió su rostro.
-¡Cállate, Amanda!-,vociferó indignado Lidico.
El coreano, se retorcía en la lona, mientras el árbitro hacía el conteo reglamentario.
Todo terminó de esa trágica manera para el coreano. El mexicano, saltaba como un canguro, en su
esquina, mientras el Gimnasio parecía que iba a estallar.
Esta vez no eran solo los vasos y las cucharitas; sino las camisas, los sombreros, hasta los zapatos, los
que se lanzaron al aire.
Por la derecha del Gimnasio, muy cerca de donde estaban las cadenas de radio y televisión, comenzaron
a lanzarse los fuegos artificiales. El fuego se elevaba en una llama compacta, como un cometa, y después
que perdía impulso, se desparramaba en una lluvia de diminutas estrellitas incandescentes, de diferentes
colores y tamaños.
El sonido estrepitoso de los fuegos artificiales exacerbaba más los ánimos de los hinchas. Amanda,
gritaba y aplaudía llevada por la euforia de aquella alienada ola humana.
Lidico, lanzaba al aire, como un amotinado todo tipo de consignas, en favor del mexicano.
Después, que se le entregó el trofeo y le ciñeron la faja al mexicano, volvió la calma al Gimnasio. Lidico,
Violeta, y Amanda, vieron casi desfilar a toda la gente antes de que pudieran salir.
El regreso a casa fue alegre y divertido. Amanda, reía; Lidico chillaba y Violeta se desgañitaba.
El rostro pálido de Amanda, había tomado una tonalidad rosa. Sus ojos se movían con rapidez y
agudeza. Parecía que no se recordaba de que estaba inválida.
Lidico, viendo tanta alegría en ella le dijo:
-Vamos a tener que sacarte un poco más-.
Amanda, sonrió satisfecha. Sus gruesos labios se desplegaron con una facilidad asombrosa. Ella le
contestó lanzándole, una mirada llena de un obsesionado amor.
-No estaría mal. Hoy me he sentido enteramente feliz-.
Las palabras de Amanda, hicieron un impacto positivo en Lidico y Violeta.
Desde que se fijó la fecha de la boda, Lidico, había refrenado un poco su ambición por la hacienda. Ya
no imaginaba tantos planes. Parecía, un poco más seguro en su posición, y eso lo mantenía inmutable. Se
había forjado en él una especie de sentimiento humanitario hacia Amanda, además del amor que aún le
profesaba.
Lidico, pudo haberse quedado con Vinki, que estaba físicamente perfecta. O por el contrario salir a la
calle y enamorarse de la primera muchacha que se encontrara y casarse con ella.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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¿Tenía Lidico, un corazón despiadado?¿Sería capaz de abandonar una mujer inválida, apartada un tanto
del mundo?.Amanda, confiaba en él y por su mente no pasaba tamaña traición.
Amanda, esa noche, le pasó por su mente un vago recuerdo del extraño jinete.
Después, que su madre, la sacó de la silla, y la colocó sobre su mullida cama, le dijo:
-¡Hija!,pronto Lidico en persona te ayudará a acostarte-.
-¡Qué bueno, mamá!-.
Amanda, le tomó las manos a su madre, y se las acarició largamente, mientras afuera el viento
jugueteaba con los árboles, haciéndolos reír, con una cosquilla suave y majadera.
Granada y Adamara hicieron la decoración para la boda. A la entrada de la casa, se pusieron dos
corazones entrelazados, de tal manera que todo el que pasara, tenía que hacerlo por dentro de ellos. Uno
era rojo y el otro azul.
En el primero iba impreso con letras doradas el nombre de Amanda, y en el otro el de Lidico. Los
corazones eran de un metal plateado, y estaban repletos de pequeños bombillitos multicolores, que
intermitían constantemente.
Inmediatamente después de los dos corazones, le seguía una especie de túnel, compuesto de largos
ramilletes de flores, que se cruzaban en la parte superior.
Las paredes de la sala, se llenaron de afiches de famosos bailarines, todo al gusto de Amanda y su
prima.
Las mesas y las sillas fueron dispuestas cerca de las paredes, para dejar el centro libre, donde se colocó
una especie de plataforma, para que subieran los novios, y pudieran ser vistos mejor.
La hora de la boda, después, de tanto regateo fue fijada para las tres de la tarde.
A la una de la tarde, ya las mesas estaban repletas de licores y vinos, esperando los invitados.
Amanda invitó sus compañeros de trabajo, a la familia López Ortiz, a los Carreras, Los Merenkos, y
muchos más.
Violeta, por su parte invitó al padre Apolonio, a la Sra, Luzbertina (una cubana muy hermosa).
Lidico, se recordó de invitar a sus dos amigos de la infancia: Clobel y Calistro, y además a su querida tía
Amapola. También se recordó de su amigo Chue, y le pasó un telegrama, aunque estaba seguro que no
haría el viaje desde China.
Para las dos de la tarde, habían llegados, casi todos los invitados, solo faltaba el Dr.Francesco y familia.
Las mesas se llenaron. Los invitados empezaron a beber en cuanto llegaron.
En una mesa estaba el padre Apolonio y la Sra.Luzbertina. Más a la derecha estaban en otra el Rector y
tres profesoras de la universidad.
Entrando a la izquierda, en la otra hilera de mesas estaban Calistro y Clobel, con dos amigos más.
Después, le seguían Los Carreras: el esposo, la esposa y dos hijas. En la próxima mesa se sentaban la
familia López Ortiz.
Granada y Adamara, se encargaron de vestir y maquillar a Amanda. Lidico permanecía en una
habitación oculto hasta que la novia saliera. Su tía Amapola, estaba con él como para resguardarlo.
Para las tres en punto, Amanda, salió del cuarto, sentada en su inseparable silla de ruedas. Lucía
hermosísima. Sus ojos parecían destellar una especie de rayos, que tenían el poder de aletargar.
Sus grueso labios, brillaban bajo los efectos del cryón “Star”,que dejaba la sensación que en los labios
rutilaban diminutas estrellitas.
Su rostro semejaba un arrebol. Su linda naricita respingada estaba pálida por un brochazo de cosmético
mal dado.
Las campanitas de su mágico vestido iban tañendo a medida de que su madre la trasladaba hacia la
plataforma.
Cuando la subieron, la gente aplaudió, y se escucharon los gritos de:
-¡Qué belleza!-.
-¡Es divina!-.
-¡Es un ángel!-.
-¡Juijuiooo!-.
Después, salió Lidico, tomado del brazo de su austera tía. Vestía un hermoso traje color vino, que iba
ceñido a la cintura por una banda elástica. Por debajo del saco se veía la blanca pechera rizada, con
botonaduras doradas. En la solapa del traje, vegetaba un hermoso crisantemo.
Lidico, se esforzaba por enseñar sus pequeños dientes, por debajo de sus espesos bigotes.
Una historia de amor en tiempo futuro
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52
QUINTA PARTE UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO.
Con Lidico, el alboroto fue mayor:
-¡El caballero Lidico!-.
-¡Qué apuesto!-.
-¡Viva el hacendado!-.
-¡Estás nervioso!-.
Lidico, subió a la plataforma. Allí se paró al lado de Amanda; se inclinó un poco y la besó tiernamente en la
boca. Amanda, sintió los labios temblorosos de Lidico, y cerró unos instantes sus negros ojos para soñar un
poco, en aquel momento de inolvidable sensaciones.
Dos fotógrafos comenzaron a accionar sus cámaras. Uno sobre Lidico y Amanda, y el otro sobre los
invitados.
Las luces de los flashes imposibilitaban la visión. Las risas invadían los oídos, como tribus salvajes.
En esos instantes entraron el DR. Francesco y familia. El primer recibimiento fue de un fogonazo de una
cámara de 35mm.La redonda cara del doctor se puso pálida, como la de un difunto.
Aureliana, un poco tímida bajó la cabeza, y los niños por su parte rieron a carcajadas. Acto seguido la
familia se sentó en una mesa al lado de la familia López Ortiz.
Después de las fotos, se animaron las conversaciones en cada una de las mesas por separado.
El padre Apolonio, aprovechó para llevarle el mensaje a la Sra.Luzbertina:
-Mi apreciable hermana, ha desperdiciado usted los mejores días de su vida. Dios, nos da la oportunidad de
arrepentirnos de nuestros pecados-,el padre bajó su mirada, apretó entre sus manos la copa de vino tinto, y
se la llevó a la boca, ya pegajosa por el dulzor del vino. Sorbió un largo trago y continuó-,es la hora del
arrepentimiento. Eres un alma noble y no debe perderse, amén-.
La señora Luzbertina, que ya comenzaba a sentir el efecto del vino, abriendo sus grandes ojos le dijo:
-Padre, yo quiero disfrutar mi vida. Soy muy joven.¿Comprendes?.Quizás dentro de diez años me lleve
usted a su feligresía.¡La vida es una sola!…pero beba…beba usted, padre…-.
El padre, Apolonio, se puso rojo y no le quedó más remedio que seguir bebiendo.
En la mesa de Clobel y Calistro, los ánimos estaban caldeados:
-¡Vinki, es más bonita!-,aseguraba , Clobel.
-¡Y está sana!-,completó Calistro, todavía un poco receloso con Clobel por lo del puñetazo.
-Pero…Amanda, tiene dinero…-,intervino un trigueño de la barba copiosa.
-¿Y eso qué?-,interrogó sin saber a quién un debilucho rubio, que se sentaba al lado de Clobel.
Lidico y Amanda, eran el centro de atracción de todos. Sin un orden lógico, fueron a felicitarlo, cada uno
de los invitados. Amapola, fue la última en hacerlo, con sus ojos de batracio, dilatado por la tensión, solo le
extendió la mano a Amanda.
Amanda, en medio de la muchedumbre, sudaba profusamente; y por el uso prolongado de su pañuelo
había borrado de su cara la mascara facial. Adamara y Granada, se empeñaban en retocarla.
Violeta, se impacientaba con tanto ajetreo. Lidico, se movía de mesa en mesa, probando los diferentes
licores. Cuando pasó por la mesa de sus amigos, estos lo saturaron de preguntas:
-¿Dónde vas a pasar la luna de miel?-.
-Vinki, se quedó llorando…¿Qué me dices de eso?_.
-Estos son mis amigos…¿Los conocía?-,refiriéndose al trigueño y la rubio.
-No.-¡A su salud, señor hacendado!-.
El Dr. Francesco, traje en mano, con su largos dientes afuera, se le acercó a Amanda. Ella bebía una
copa de sidra.
-¿Eres feliz?-,le preguntó el doctor, ingenuamente, mientras le acomodaba la corona que se le había
ladeado ligeramente.
Amanda, le sonrió, como cuando el contaba una de esas inauditas historias.
-¡Claro!…¡Claro, que lo soy!…-.
En esos momentos uno de los fotógrafos, disparó su cámara contra ellos. El rostro de Amanda, palideció.
Sus labios tomaron una tonalidad violácea, y sus ojos se cerraron un poco.
-¡Bonito recuerdo!-.
-La conservaré siempre, Francesco…-.
El doctor Francesco, se retiró de al lado de Amanda, y cuando pasó cerca de la mesa del padre Apolonio,
le hizo a éste una pequeña reverencia. El padre, le contestó con la santa trinidad. Francescó, soltó una
fuerte carcajada, que hizo temblar las finas copas de cristal, y se metió en los embotados oídos de los
visitantes.
Después, de las fotos y felicitaciones, rompió la música. La grabadora “Impacto” de Lidico, llenó la sala
de una música picante.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
53
El primero en salir a bailar fue Clobel, que invitó a la hija de los Carreras una rubia de ojos azules como
el mar. Acto seguido, se animó Calistro, y fue en busca de la otra hermana,
que era un poco tímida y más joven.
Los amigos de Clobel y Calistro, se decidieron por las amigas de Amanda. El centro de
la sala se convirtió en una pista de baile. Lidico, bailaba con Adamara. Francesco y Aureliana, cerca de su
mesa, habían perdido el paso del baile y trataban de reacoplar.
Amanda, reía de alegría. Violeta y Granada, seguían moviéndose por todas partes, con bandeja en
mano, garantizando un nuevo servicio de bebidas.
La música hacía vibrar los cristales de la casa. La gente movían los brazos desesperadamente. Los
tacones, de los zapatos, golpeaban el piso, con un golpe seco y continuado.
De la confusión se escuchaban frases, que se metían intrusas dentro de los oídos presentes:
-¡Música!-.
-¡Vivan los novios!-.
-¡Bailen!¡Bailen!-.
-¡Venga usted, padre Apolonio!-.
El padre Apolonio, un poco confundido, movió la cabeza en señal de negativa, y sorbió un trago de vino
tinto. Sus labios casi se le quedan pegados en la fina copa.
Amapola, estaba sentada sola en una mesa. Ella miraba asustada aquella escena, inconcebible para ella,
ya que hacía muchos años no asistía a una fiesta. En sus pecosas manos, sujetaba una copa llena de
refresco. Sus ojos de batracios estaban puestos,
casi siempre sobre Lidico. Amanda, la miraba de soslayo de vez en cuando, y se decía:
“no lograste tus objetivos, malvada”.Violeta, siempre que pasaba por su lado, la invitaba a un nuevo
refresco, pero ella lo rechazaba, enseñándole la copa rebosante.
La euforia fue aumentando a medida que pasaba el tiempo. Calistro, chocó con una mesa, e hizo un
desperdicio de copas y vasos. Todos miraron hacia el lugar de los hechos, pero solo las risas burlonas,
acompañaron el trágico suceso.
El alcohol, había aumentado la capacidad física, y los movimientos del baile eran más violentos y
groseros. Lidico, estaba sudado y se quitó el traje.
Violeta, le trajo a Amanda, una nueva copa de sidra, pero ella la rechazó, y le pidió champagne. Violeta,
volvió con el de buena gana.
En el centro de la sala, se hizo un coro. Todos bailaban alrededor, sin preocuparse
de su pareja.
Clobel, casi tocaba el piso con sus manos. La rubia de los Carreras, se había metido en el centro del
coro, y se contorsionaba, como una serpiente encantada por una estridente música.
Eran las seis de la tarde y todavía se bailaba. El Dr. Francesco, casi agotado, solo daba pequeño
brinquito. Aureliana, a duras pena se movía. Los más jóvenes, aún mantenían un paso arrollador. Lidico,
bailaba animado, con Adamara. Era la primera vez que la contemplaba tan cerca. Le pareció que su cara
era la más hermosa de cuantas mujeres había visto en su vida.
Adamara, por los efectos del licor, se había atrevido a mirar a Lidico, detenidamente. Lo que más le
llamó la atención fue su negra y abundante cabellera, que hacía contraste con su piel blanca. Una sola
pieza bailaron agarrados, fue entonces, que Lidico, respiró un perfume entre natural y artificial, que lo
sumergió en un éxtasis desconocido hasta entonces.
Para las siete de la noche, ya Aureliana, llevaba en brazos a Francesco, que no dejaba de balbucear
todos tipos de elogios para Amanda. Los ojos del Dr. se les habían cerrado un poco por los efectos del licor.
Y su nariz le aleteaba como las agallas de un pez fuera del agua.
El Rector, y los profesores, se acercaron a Amanda antes de marcharse:
-Nos marchamos, querida Amanda, ya hemos cumplido-,era la voz del rector, que le llegaba un poco
dormida.
-¿Se han divertido?-,preguntó, Amanda, algo preocupada.
-¡Como nunca antes!-.
-¡Fue estupendo!-.
-¡Felicidades!-,alcanzó a decir el Rector, mientras inclinaba su cuerpo de palma real reverentemente.
-¡Gracias!-.
-Adiós-.
-Adiós-.
Detrás de ellos, desfilaron los Carreras y los López Ortiz. No sin antes, pasar por la mesa donde estaban
los comestibles y servirse a su antojo(Se tenía por costumbre después de las bebidas y el baile, repartirse
los comestibles, por si alguien deseaba llevárselos a casa). Por eso ellos no dudaron en llevárselos en unos
envases plásticos.
El padre Apolonio, antes de retirarse se dirigió al sitio donde estaba Amanda, y acto seguido pasó su
relicario por sus piernas inválidas , y musitó brevemente una oración.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
54
Amanda, vio inclinada la redonda cabeza del padre Apolonio, y vio en su amplia calva, como las gotas
de sudor las miraban con sus transparentes ojillos.
-¡Amén!-, terminó el padre, y trastabilló un poco al incorporarse.
-¡Gracias, padre!-.
-¡Que la paz del señor sea contigo!-.
Después, del padre Apolonio, se acercaron Calistro y Clobel, entre un alboroto de risas y frases
alcohólicas.
-¡Hasta luego, Lidico!-,bramó Clobel.
-O.k-.
-¡Que te diviertas en la luna de miel!-.
-¡Gracias!-.
Y acto seguido se marcharon Calistro, Clobel y sus dos amigos.
Al fin quedaron los tres en la casa: Violeta, Lidico,y Amanda. Violeta, recogía diligentemente los envases
vacíos. Amanda, trataba de despojarse un poco de su atavío. Comenzó por quitarse los guantes, después la
corona de fina perlas. Lidico, la ayudó a liberarse de la gargantilla. Luego, Lidico, le secó el sudor de su
frente. Ella sonrió dulcemente. Lidico, la besó, mientras a Violeta, se le caía de las manos una fina copa,
que fue a estrellarse contra el frío piso. El pequeño estallido, hizo separase a Lidico y Amanda. Violeta, dijo
un conjuro y siguió su labor.
La decisión de pasar la luna de miel en casa, vino de la propia Amanda. Ella pensaba, que hospedarse
en un hotel, en su situación , podía ser motivos de burlas y mofas. Muchos, trataron de convencerla para
que cambiara de opinión , pero ella no lo hizo. Lidico, aceptó la idea mansamente, ya que él tenía
experiencias en eso de hotel. Y se había sentido muy ofendido cuando fue al hotel “Los Galeones”, que se
olvidaron de cambiarle la ropa de cama, y al día siguiente cuando fue a reclamar le hicieron caso omiso.
El cuarto de Amanda, esperaba por los desposados. Violeta, había tendido la cama con una hermosa
sábana roja. Una fina lámpara de noche, estaba encendida junto a la cama. Al otro lado encima de las
gavetas, estaba puesto un portarretrato, con la foto de Amanda, cuando cumplió los quince años.
Lidico, empujó con la espalda, la puerta de la habitación, y entró caminando hacia atrás; luego apareció
la silla de ruedas y con ella Amanda. Lidico, la colocó cerca de la cama. El rostro alegre de Amanda, tenía
ahora una expresión de dudas.
Antes de que Lidico, la acostara, miró unos instantes la cama, y dijo:
-¡Qué sábanas más hermosas, cariño!¿No te gustan?-.
-Tiene un color llamativo, amor. Violeta, supo escoger-.
Amanda, nunca se había sentido cohibida con Lidico, a la hora de hacer el amor. Pero, esa noche algo la
hacía sentirse insegura, como si se tratara de la primera vez. Lidico, por su parte no se daba cuenta de
nada.
Lidico, sacó a Amanda de la silla. Los lisos brazos de Lidico temblaron. Cuando la llevó a la altura de la
cabeza la besó. Amanda, se aferró más a él y esto la hizo sentirse más segura, en el corto viaje de la silla a
la cama.
El cuerpo de Amanda, cayó blandamente en la cama. Lidico, la ayudó a desabrocharse el blanco
vestido, y se lo fue quitando suavemente, hasta dejarla en el suave refajo. Luego, Amanda misma se quitó
el refajo. La blancura de su piel, resaltaba más, bajo el fondo rojo que proporcionaba la sábana.
Lidico, le quitó los ajustadores, y las dos colinas de sus senos, centellearon bajo el ardiente sol de sus
ojos. Hacía casi dos años que no los veía.
Amanda, cerró sus ojos para no ver, cuando Lidico, se los metió en la boca, revuelto entre su copioso
bigote. Ella, se conmocionó y trató de reptar como una serpiente, pero sus inválidas piernas no se lo
permitieron. Entonces, él la besó con deseos vehemente.
Después, mordió levemente su liso cuello. Amanda, estaba desesperada un fuego abrasador la
envolvía de la cintura hacia arriba; y de la cintura hacia abajo un frío gélido la estaba consumiendo. Allí no
llegaban los impulsos nerviosos. Amanda, en su desafuero, le pedía a su cerebro que dirigiera sus órdenes
urgentes, hacia ese lugar, deshabitado, inhóspito. Su cerebro, no respondía a sus súplicas.
Lidico, en medio de su lascivia no podía notar nada. Un poco fuera de si terminó
de despojarse de su vestimenta. Los dos quedaron como recién nacidos. Lidico, envuelto en un torbellino de
sensaciones, abrió las inútiles piernas de Amanda. Ella, apenas lo notó. Solo sintió que algo duro y tosco la
penetraba. Lidico, frenético se movió deseperado. El no encontró aquel calor que lo hacia desfallecer. Un
frío glacial lo esperó, como el humilde iglú a su esquimal.
Un viento fuerte que venía del sur, casi revienta los cristales. Los árboles como fronteras enfrentaban sus
pequeñas hojitas a la furiosa tempestad. Los rayos, desgarraron las nubes, con sus curvos cuchillos. La
lluvia, como metrallas, acribilló la parda tierra.
Un leve ronquido salía de la naricita respingada de Amanda. Lidico, les acariciaba sus inútiles piernas.
Una historia de amor en tiempo futuro
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55
Amapola, colgó un anuncio en la puerta de su casa que decía:”SE NECESITA UNA CRIADA”.La
pérdida de Lidico, la hizo reaccionar con cierta lógica, debía buscar una compañía. El dinero que le había
dejado Juan Sebastián, su difunto padre, le alcanzaba para vivir, y además poder pagar una criada. Por eso
no pensó mucho para colocar el anuncio.
La primera que llegó fue una trigueña de unos veinte años. Tenía la cintura fina, y las nalgas prominentes.
Amapola, la hizo pasar. En la sala, la reconoció de arriba a abajo, con sus ojos de batracios,
minutos después comenzó a interrogarla:
-¿Sabes cocinar?-.
-Un poco-.
-¿Has trabajado alguna vez como sirvienta?-.
-No-¿Conoces la cocina francesa?-No-.
-Lo siento, querida, no eres lo que busco-.
La muchacha se paró, un poco desconcertada, y salió de la casa moviendo sus pesadas nalgas, sin
apenas despedirse.
Amapola, la siguió con la vista, y pensó:”Esta nada más sirve para mover el trasero”.
Dos más fueron rechazadas, por diferentes motivos.
Al fin se decidió por una muchacha paliducha del pelo lacio, como el rabo de un caballo, y los ojos
verdes y profundos. Se llamaba, Clotilde.
Amapola, le dio las instrucciones precisas, de cómo debía conducirse en la casa. Ella misma le preparó
el cuarto de Lidico.
Lo que más influyó en su decisión de contratar a Clotilde, fue su hijo Tombi, que era un niño rubio,
como el sol de la mañana.
Amapola, decidió que Tombi se quedara a vivir en la casa junto a su madre.
Independientemente de la presencia de Clotilde y Tombi en la casa, Amapola, sentía una profunda nostalgia
por Lidico. Le resultaba difícil acostumbrarse a estar sin él. Verlo en los brazos de Amanda, era lo que más
le remordía, ya que se sentía frustrada por haber agotado toda su filosofía doméstica, sin ningún resultado.
Por las noches, Amapola, se tiraba en la cama, con las luces encendidas, y en su mente se revolvía un
amasijo de cosas. Primero, el amargo destino de no haber conocido hombre, y como consecuencia de eso
no tener hijos, que le dijeran dulcemente:”Mamá”.Su rostro quería reventar de tristeza. Sus ojos querían
escapar de sus órbitas, como queriendo evadir una cárcel maldita.
Después, le llegaba a su mente, la traición de Lidico, tantos años dedicada a su crianza y educación, y
que todo se desmoronara como castillo de naipes, en un abrir y cerrar de ojos ¿Era eso realmente tener
suerte?¿Acaso había venido al mundo solo para sufrir?.Le amargaban los recuerdos, la confinaban a la
vigilia. Su carne blanda, a veces temblaba como terremoto.
Por el día era un poco más feliz, echaba de su mente un poco de sufrimientos, gracia a la magia infantil
de Tombi. Amapola, le compró juguetes. Ella, se entretenía largas horas, mirando cómo Tombi se montaba
en su caballito de ruedas, y cabalgaba como un jinete, espoleándolo suavemente y tirando frenético de su
brida, mientras vociferaba:”Arre caballito”.Luego, Tombi, soltaba el caballito y cogía los abigarrados títeres, y
los hacía bailar, reír y abrir los ojos como los de Amapola.
Tombi, no se cansaba; era Amapola, la que después de verlo jugar, se iba hasta la cocina, y se paraba
frente a Clotilde, y le decía con voz de bajo:
-¿Clotilde?…no eches tanta sal a la comida..-.
-Sí, señora-.
-Y no olvides de fregar las losas..-.
-Sí, señora-.
Luego, Amapola, se dirigía al jardín ,a revisar cada mata, una por una, para cerciorarse, si le había caído
alguna plaga. Cuando estaba metida entre los cactus, con su alta estatura, se parecía a Gulliver en el país
de los Liliputiences.
Amapola, nunca se paraba directamente frente al sol, no le gustaba recibir sus cálidos rayos
directamente en su redonda cara, le parecía que eso la avejentaba con mayor celeridad.
Muchas veces, Clotilde, se paraba por la pequeña ventana de la cocina, para mirarla. En algunas
ocasiones observó como Amapola se reía cuando encontraba algún gusanito en las hojas de las matas.
Solo cuando lo aplastaba entre sus largos dedos, recogía su ancha boca.
Tombi, a veces, se le aparecía en el jardín. Amapola, lo veía desde que asomaba su mechón de pelos
rubio, a la entrada del portal. El llegaba risueño, enseñando sus dientecitos separados. Amapola, lo recibía
con los brazos abiertos, y lo levantaba en vilo, hasta hundirlo entre su blando pecho, para después decirle:
-¡Tombi!...cuando seas grande serás un hombre fuerte y hermoso-.
-¿Eh?-.
-Que serás muy bonito…-.
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Tombi, se quedaba mirándola con su carita ovalada, y sus largados ojillos grises. Ella, lo besaba; le
revolvía la rubia cabellera, y acto seguido lo soltaba en el jardín como a una mariposa.
El comenzaba a rastrearlo todo, en busca de las azules lagartijas. Los pequeños reptiles, huían al menor
movimiento. Tombi, los perseguía desesperado, entonces se escuchaba la voz melancólica de Amapola:
-¡Cuidado, Tombi!…vas a estropear las matas..-.
Tombi, se detenía y la miraba, con una mirada tierna indecisa, llena de una infancia envidiable. Por su
parte, Amapola, lo miraba con sus ojos de batracio buscando en él un felicidad perdida, lejana, como las
estrellas que colmaban el firmamento en las oscuras noches.
Lidico y Amanda, eran felices, a pesar de que todas las noches se repetía el mismo drama en la cama.
Amanda, estaba segura de su frigidez, pero aún no se lo había dicho a Lidico. Por su parte, Lidico, también
callaba y pensaba que eso era algo pasajero, y que pronto todo volvería a la normalidad.
El hecho de estar juntos como esposos, de dormir abrazados, y sentirse seguros uno al lado del otro,
los hacía sentir felices.
Lidico, antes de marcharse para la hacienda, a despertaba amorosamente, y le decía que la queria, y
entonces le daba un beso.
Amanda, lo esperaba por la tarde desesperada, para que la sacara al jardín, a tomar el aire y a
contemplar las hermosas flores, y tocarlas con sus propias manos.
Lidico, la llevaba hasta los cactus, y ella recordaba a su difunto padre, lo exigente y cuidadoso que fue
con las distintas variedades. Aunque, Violeta, había asumido esa responsabilidad, Amanda, siempre decía
que no había como su padre, porque él conocía hasta cuando le dolía una espina.
Cada mañana, Amanda, seguía viendo pasar el extraño jinete, que día a día se acercaba más a su
ventana. Eso la mantenía intrigada, aunque la luna de miel la había desviado un poco de esa fantasía, de
vez en cuando, necesariamente tenía que pensar en su hipotética historia.
Ella no podía explicarse como las demás personas no habían advertido el suceso, ya que en ninguna
parte de hablaba de ello. Ni siquiera su propia madre, que era amiga de espiar cuanto le oliera a suceso, se
había percatado.
Violeta, se esmeraba en darle un trato amable a su hija; su desayuno no pasaba de las nueve de la
mañana. Esto después, que Amanda, hubiera realizado su aseo personal, para ello Violeta le llevaba todos
los días una palangana de agua bien tibia, y la ayudaba personalmente en esa necesaria tarea.
El almuerzo era siempre a las doce en punto, ni más ni menos. Amanda, siempre almorzaba en su
propio cuarto, bajo la custodia y constante velar de su lindo perrito Coti.
Casi siempre le dejaba a Coti, una ración de su propia comida, aparte de la que le correspondía
normalmente.
Coti, era muy tierno con Amanda, no dejaba de darle vueltas a su silla, y de lamerles sus ruedas de
goma.
Amanda, lo acariciaba, y le enseñaba las buenas costumbres que debía tener un buen perro. Ella, no
trataba con perros desde la muerte de Alarmado, ya que Violeta decidió regalar al perro Clom y los demás
perros de caza.
Se los regalaron a Amable y Obediente, que decidieron marcharse a otra hacienda vecina, después de
la muerte de su patrón. Fueron ellos tan fieles servidores, que se marcharon por la nostalgia que sentían por
Alarmado. Violeta y Amanda, sintieron mucho la separación pero no pudieron oponerse a ella.
La comida se efectuaba en familia. Lidico, sacaba de su cuarto a su querida esposa y la sentaba a la
mesa frente a él. En una de las esquinas se sentaba Violeta.
Durante la cena se producían largas conversaciones, algunas versaban sobre la hacienda, y otras sobre
la posible recuperación de Amanda.
Cuando se hablaba de la hacienda, Lidico, exponía su nuevo proyecto, donde aplicaría sus
conocimientos sobre fono-entomología. Amanda y Violeta, le escuchaban detenidamente, y como no
entendían nada sobre el tema, solo movían la cabeza afirmativamente.
Cuando, se trataba de la enfermedad de Amanda, era Violeta, la que hablaba con todo el sentimiento
maternal que se la desbordaba. Ella casi siempre caía en reiteraciones, y alegaba que todo dependía del
desarrollo de la medicina, a partir de los últimos descubrimientos realizados en el cosmos.
Lidico, siempre tenía que ayudarla, en algún nombre científico, como ingravidez absoluta, o estado de
alteración cósmica.
Amanda, escuchaba esas conversaciones, con deseos febriles, y por si mente pasaba una vaga
esperanza de que un día ella volvería a sentir bajo sus delicados pies el suelo duro y áspero haciéndole
cosquillas.
Despues, de las conversaciones, Lidico encendía su grabadora “Impacto”,y llenaba la casa de una
música romántica, para alegrar a su querido amor.
Amanda, invitaba a Lidico, a que se sentara a su lado. Ella, dejaba descansar su cabeza sobre su
pecho. Amanda, suspiraba profundo, mientras por sus finos oídos se metía la música.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Violeta, los contemplaba, arrellanada en su sillón, con su cara blanca, llena de pequeñas arruguitas
alrededor de los ojos. Cuando ella los veía enamorados le invadía la reminiscencia, y recordaba sus años
de juventud, junto a su inseparable Alarmado. El siempre la trató con un cariño desmesurado.
Violeta, sentía en su carne ajada, una pequeña chispa de amor, que la encendía, cuando presenciaba
alguna escena amorosa. Era algo que ella no podía evitar.
Lidico y Amanda, no podían entender lo que pasaba por la mente y el corazón de Violeta, mientras
ellos se dejaban llevar por una corriente de sentidas emociones.
La música a veces invitaba a tomar algo. Lidido, prefería un licor de calidad, por su parte Amanda y
Violeta, tomaban algún vino de buen paladar.
Lidico, que era adicto a los mariscos, siempre que bebía abría alguna lata de conserva, preferiblemente
calamar en su jugo.
Amanda, prefería las aceitunas españolas. Violeta, después de la cena, no podía probar nada, porque
su digestión era muy lenta y casi siempre se llenaba de gases, que expulsaba disimuladamente, aunque no
dejaba de tomar las pastillas digestivas que el doctor Francesco, le había recetado, en una de sus visitas
festivas.
Adamara, los visitabas con marcada frecuencia. Ella se pasaba el día completo en la habitación de
Amanda. Allí se contaban historias, jugaban con Coti, y veían la televisión.
Para Adamara era una manera más para emplear el tiempo libre, ya que estaba en espera de los
resultados del concurso de modelos auspiciado por la revista “Trompeta”.
A veces, Adamara se sentía confiada y presentía que iba a ganar; pero otras veces el pesimismo la
quería sepultar.
Lidico, se alegraba de la presencia de Adamara, ya que eso resultaba terapéutico para Amanda
Lidico y adamara solo se veían por la tarde, cuando el llegaba de la hacienda. Casi siempre se
cruzaban, en el portal o en la puerta de entrada. Solo intercambiaban algunas frases:”Cómo anda la
hacienda, Lidico”.El se hinchaba un poco de pecho y le contestaba, con una voz
agradable:”Envidiablemente bien, querida prima”.
Al principio Adamara no podía comprender por qué la llamaba prima; pero luego entendió que era por lo
de el parentesco con Amanda.
Las visitas de Granada, no eran muy frecuentes, porque su esposo, Antimico, había comenzado a
trabajar de noche, y se la pasaba todo el día metido en casa. Ella, por no dejarlo solo prefería no salir de .
Por intermedio de Adamara, ella, se enteraba de cómo iban las cosas en casa de su hermana.
Lidico, mandó a construir cien colmenas en la hacienda. Se hicieron tal como él lo orientó.Se escogió
para ello un lugar cerca de un pequeño bosquecito, donde abundaban las flores de todo tipo.
Lidico, quedó satisfecho con la terminación del trabajo ya que se hizo con calidad y en un tiempo record.
Cuando, Lidico, comenzó a aplicar sus conocimientos sobre fono-entomología, en función de las
colmenas, el personal que trabajaba en la hacienda quedó atónito. Nunca habían visto a un hombre
impartirles órdenes directamente a un insecto. Ellos, escucharon boquiabiertos cuando Lidico, le dijo a las
obreras en un lenguaje cifrado, que marcharan en dirección oeste, que allí se encontraban las flores idóneas
para una miel de buena viscosidad.
Las obreras obedecieron y en un apretado grupo, se dirigieron al lugar indicado. Las voces de asombro
no se hicieron esperar:
-¡Es imposible!-.
-¡Yo no lo creo!-.
-¿Hasta dónde va a llegar la ciencia?-.
-¿Cómo es eso, jefe?-.
Muchos se interesaron por la fono-entomología. Lidico, les explicó, que todo era muy complejo, y que él
estuvo ocho años estudiando en la universidad, y que después cuando pretendió terminar el doctorado lo
habían desaprobado.
Les dijo además, que era una de las ciencias más modernas, y que aún estaba en proceso de desarrollo.
Muy someramente, les explicó que los mensajes, se enviaban a través de las ondas hertzianas, muy
parecidas a las señales recibidas en los receptores de radio y televisión; pero con un nivel de purificación
mayor.
Le aclaró, además, que cada insecto de acuerdo a su variedad, tenía su propia gama de ondas.
Después, de aplicar la fono-entomología a la apicultura, Lidico, se granjeó gran fama por sus
conocimientos. Todos, hablaban bien de él. El nombre del difunto Alarmado, ya casi no se mencionaba.
Las ganancias de la hacienda iban en aumento. Se aprovechaba al máximo cada jornada de trabajo. De
todas partes llegaban hombres con deseos de trabajar en la Siempre verde. Lidico, los hubiera empleado de
buenas ganas; pero él estaba muy atento a la rentabilidad.
Muchos hacendados llegaban allí con el ánimo de adquirir experiencias. No faltaron los que mostraron
su interés por aplicar la fono-entomología a sus respectivas haciendas.
Una historia de amor en tiempo futuro
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En muy poco tiempo, Lidico, demostró ser un buen hacendado. Su propósito de modificar por completo la
hacienda los iba poniendo en práctica poco a poco. Lidico, lo quería todo moderno, a la par de los últimos
descubrimientos científicos-técnicos. Sabía que tenía que luchar contra las ideas dogmáticas de Violeta y
Autoritario.
-¡Violeta!¡Violeta!…-.
Entró llamando Francesco y familia, una mañana soleada, llenando con su voz de bajo, cada resquicio de
la casa.
-¿Qué pasa? ¿Alguna novedad?-.
-Pasamos a despedirnos…-.
-¿A despedirse?-.
-Sí-.
-¡Así de prisa?-.
Violeta, se quedó desconcertada por la noticia, no se le ocurrió pensar en nada.
-¡Pero…siéntense, por favor, así podrás hablar más cómodo, Francesco!…Francesco, dejó caer su pesado cuerpo, suspiró un poco y enseñó sus largos dientes.
Aureliana, entornando sus castaños ojos, se sentó en otro sillón cerca de Francesco.
Violeta, los imitó, tratando de vencer un poco la pereza de la mañana, y dijo:
-Hablen ahora, para poderles entender, porque no los he comprendido todavía-.
-Habla tu, Francesco-.Comenzó, Aureliana.
-La situación es la siguiente, hemos decidido marcharnos a Italia…-,acotó, Francesco.
-¿A Italia?-,preguntó algo escéptica, Violeta.
-Sí, prima…creo que es lo mejor…aquí una nunca está segura ¿entiendes, prima?.
-Piensen bien lo que van a hacer. La vida está dura en todas partes, y cada día que pasa se pondrá peor…-.
Francesco, sonrió, un poco seguro de sí mismo, sus largos dientes mojados por la saliba, brillaron, con un
brillo pálido de mortecina luz. Luego, con una voz calmada, comenzó a hablar:
-Me voy a mi Venecia, Violeta querida…¡ah! las góndolas- suspiró, y continuó-,me han propuesto un trabajo
en la Academia de Ciencias de Venecia.¡Un sueldo elevadísimo!…en dos o tres años soy rico…¿te
imaginas?…yo miembro de honor de la Academia de Ciencias ¿me oyes prima?-,y se pasó su larga lengua
por sus resecos labios, y apuntó-,cuando haya reunido un capitalito, vendré a América a hacer inversiones, aquí cerca; en los Remedios, y en Campo Alegre, y en cualquier parte que se me ocurra. Esa es la
idea…ahora ¿dime?…¿es buena o es mala?…-.
-Violeta, se quedó meditando un poco antes de contestar, y cuando había organizado sus ideas en el
cerebro dijo:
-Me parece razonable…¿Pero crees que los muchachos se acostumbren a esa ciudad tan vieja?-.
Francesco, se sintió un poco ofendido, cuando Violeta, le llamó vieja a su ciudad natal. Se puso un poco
serio y continuo:
-¿Vieja?…lo interesante no envejece, querida. Allí están los antiguos canales, con sus cristalinas aguas tan
vírgenes y acogedoras como la fuente más joven de cualquier ciudad moderna. Estoy seguro que a los
bambinos, le va a gustar mucho-, terminó un poco excitado, y sacó su pañuelo y se limpió su espaciosa
frente.
Aureliana, que se sintió emocionada, por las palabras de su esposo, se apretó sus gruesas manos y dijo:
-Los muchachos se adaptan fácilmente. Lo más difícil será para mi. Le voy a echar mucho menos a mi tierra
y a ustedes.¡Imagínate treinta años viviendo en un mismo lugar sin salir de el…¿Dime tu?¡Anda!¡Anda!…-.
-Te comprendo, prima-,se apresuró a decir Violeta, en un tono nostálgico.
Francesco, había sacado del bolsillo de su camisa los pasaportes y los pasajes, y con ojos de aduanero
los revisaba, como para cerciorarse de que todo estaba en orden. A él le preocupaba su segundo nombre,
que casi siempre lo escribían sin H intercalada.
Como para estar más seguro lo leyó en voz alta:”Francesco Aluhiere Lupini”. Después se rió satisfecho, y
dijo como si acabara de pasarle revista a una compañía:
-¡Todo en orden!-.
Violeta, no pudo disimular una pequeña sonrisita, y las comisuras de sus labios, se llenaron de pequeñas
arruguitas, que parecían diminutos arroyitos que iban a desembocar en el fresco lago de su redonda boca.
-Amanda, se va a poner muy triste-,dijo Violeta, cuando pudo refrenar su sonrisita.
-Pobre Amanda…ella es feliz, cuando le cuento historias divertidas.¡Es duro!- Sentenció, Francesco,
mientras acomodaba en su bolsillo el montón de documentos.
-¡Vamos a verla!-,se agitó un poco, Aureliana.
-Vamos!-¡Vamos!-.
Francesco, miró para el techo, y vio las pequeñas estrellitas artificiales, que les guiñaban sus ojitos.
Mientras iba camino a la habitación de Amanda, pensó que algún día tendría una casa tan bonita, como
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aquella, para que sus hijos se sintieran felices, y sus sueños de siempre se cumplieran. Absorto, en sus
quimeras, casi choca con la puerta.
-¡Amanda, mía!¡Mi ángel!-. Dijo, Francesco, al entrar a la habitación.
-¡Oh, qué sorpresa!…no los esperaba .usted, como siempre, Dr. Francesco-.
-¿Cómo estás, Amanda?-,preguntó casi pegada a la pared, Aureliana
-Casi bien. Por ahora soy feliz. El matrimonio me va bien, espero que todo siga marchando así-,Amanda,
lanzó sobre la cama el diario que estaba leyendo, y se arregló un poco el cabello.
-Nos dejan solos, Amanda…se marchan,…han venido a despedirse…-, Violeta, le dio la noticia algo
nerviosa.
-¡Qué falsos!…ah…me han puesto nerviosa. Sí nerviosa…-.Volvió a hablar Violeta.
-¿Cómo que se van?¿A dónde?-.
-A Italia-.
-¿A Italia?_.
-Sí-.
Amanda, miró a Francesco, con una mirada de niño. Sus negros ojos comenzaron a brillar bajo los
efectos de una fina película de lágrimas. Francesco, notó la turbación de Amanda, y se le acercó y, movido
por un arranque emocional, le pasó largo rato sus gruesas manos, por su lacia cabellera.
-Te escribiré siempre…Te lo prometo.¡Parole!¡Parole!-.
Amanda, lo cambió todo con una sonrisa y agregó:
-Los extrañaremos muchos. Ustedes, han sido como unos padres para mi. Me saludan a los niños ¿Por qué
no los trajeron?-.
-Están en la escuela-,contestó Aureliana, dando un paso hacia adelante. Su grueso cuerpo se tambaleó un
poco, pero logró mantener el equilibrio.
El diálogo continuó. Francesco y Aureliana, hacían todos tipos de juramentos. Amanda y Violeta
siguieron lamentándose de la partida.
Francesco, dejó recuerdos especiales para Lidico. Dijo que pasaría a despedirse de los regaños, de
Amapola, y más tarde lo harían de Granada y familia.
Una historia de amor en tiempo futuro
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SEXTA PARTE UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO
Al despedirse, Francesco, abrazó largamente a Amanda. Ella lloró sin consuelo. Violeta y Aureliana, lloraron
también, presa de una incontenible emoción.
Violeta, los acompañó hasta el jardín. A través de la ventana se veía a Amanda, mover sus manos
frenéticamente. Desde afuera le contestaban Francesco y Aureliana:
-¡Hasta luego, Amanda!-.
-¡Te escribiremos!-.
Al fin se marcharon entre una lluvia de consejos que salían de la boca de Violeta. Ellos los aceptaron
todos como buenos y prometieron cumplirlos al pie de la letra, en cuanto se ofreciera la primera
oportunidad.
Amanda, los miró hasta que montaron en su pequeño auto “Box”. Después miró el sol, que parecía como
un ojo de cíclope, con sus erizadas pestañas, y que miraba a la tierra con una ternura milenaria.
Desde un pequeño hierbazal, casi quemado, una bandada de garzas alzó el vuelo. Amanda, vio como
una tomó la delantera, y detrás las demás formaron en dos hileras un ángulo agudo.
Adentro, Coti, que había permanecido en un rincón del cuarto, mientras se efectuaba la visita, le lamía
sus delicados pies.
Amapola, recorría el jardín como una torpe mariposa. Su ancha bata repleta de arabescos, tremolaba al
influjo de un seco viento, que constantemente cambiaba de dirección.
Tombi, semidesnudo, con su rubia cabellera alborotada, la inquietaba con preguntas de todo tipo.
Amapola, terminaba de arrancar un crisantemo, cuando miró para la calle, y vio la banderita roja de su
buzón de correos levantada. Ella se desesperó, ya que no recibía correspondencia desde que
Lidico estaba en Francia.
Mientras se dirigía al buzón, iba meditando sobre quién podía ser el remitente. Primero, pensó en una
prima por parte de madre que vivía en una isla del pacífico, pero rápidamente desechó la idea, porque se
recordó que la prima había quedado paralítica, y que solo estaba capacitada para recibir cartas. Después,
se forjó una idea definitiva, cuando casi afirmó que era de su tía Lucrecia, que vivía en Europa, y que era
hermana de Juan Sebastián su difunto padre.
Tombi, se reía al ver la bata de Amapola, que se movía de un lado a otro, como una bandera, y luego
se le metía entre sus voluminosas nalgas. Por la ventana de la cocina, Clotilde veía reír a su hijo y ella
también reía, estirando como liga sus disecados labios.
Amapola, volvió con su carta. Se sentó en el portal, en su cómodo balance, y comenzó a leer:
“Muy respetable Sra.,hace tiempo, como un forastero duende, me rondaba una idea en la cabeza. Hoy
después de desayunar, la idea ha tomado forma de resolución-Amapola, abría más sus grandes ojos, a
medida que se adentraba en el texto-,así lo demuestra mi decisión de escribirle con la mayor urgencia. Le
ruego sepa disculparme Ud.,mi osadía, pero le aseguro, que en un futuro no se va a arrepentir de haberme
escuchado. Ahora, debo exponerle el propósito de mi carta. Soy un hombre viudo(mi esposa murió
ahogada en una playa al tratar de salvarle la vida a otra persona),y necesito una esposa-al llegar a esa
parte, Amapola, bajó la carta, y un escalofrío recorrió su cuerpo virginal, por un momento pensó en no
continuar la lectura, pero el veneno de la curiosidad no lo permitió. Después, de un intenso pestañeo,
continuó-,He meditado mucho en eso ,y he llegado a la conclusión de que en la ciudad no hay otra mujer
con sus condiciones y virtudes-Amapola, al llegar a la parte de los elogios, movió la cabeza afirmativamente-,movido por todos esos encantos femeninos, que posees, he decidido proponerle matrimonio“¡infame!¡Canalla!¡cobarde!, comenzó a decir en voz alta.
Clotilde que la oyó desde la cocina, salió rápidamente gritando:
-¿Qué pasó, Sra.?¿Le ocurrió algo?-.
-¡Vete, Clotilde!¡Déjame sola!-.
Después de pasar el momento de histeria, todo volvió a la normalidad. Le interesaba ahora saber quien
era el impostor, que se atrevía a mancillar su castidad.
Luego, de restregarse un poco los ojos continuo leyendo:”debo agregar a esto que poseo un capital
respetable, con lo cual podremos vivir holgadamente ud.,y mis cinco hijos-“¿Cinco?”,se interrogó, Amapola,
y continuó-espero sepas valorar mi proposición ,y la acepte, como una forma de completar mi felicidad.
Espero su respuesta a la dirección estampada en el sobre. Queda de u ud, SSS, Alfonso Guisardo
Montelero Irribir
“El caballero de las mujeres”
Amapola, terminó con las bilis regada por todo el cuerpo. Por un momento pasó por su mente, la idea de
estrujar la carta y lanzarla bien lejos, pero después meditó y llegó a la conclusión de que con ella en la
mano, podía encontrar el llamado”caballero de las mujeres”
-¿Clotilde!¡Clotilde?…ven acá…-,llamó con voz desgañitada sin dejar de leer la dirección del remitente.
-Dígame, Sra.¿Qué deseas?¿Algún te?-.
-No, Clotilde..ven acércate…dime por favor…¿conoces a alguien con el nombre de Alfonso Guisardo
Montelero Irribir?-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
61
Clotilde, se encogió de hombres. Su blanca bata parecía colgada de un perchero. Después, carraspeó un
poco y exclamó:
-¡Qué nombre tan largo y enredado!.Nunca se lo he oído a nadie-.
-¡Clotilde!…dime una cosa…¿sabes donde queda esta dirección: Corazón #47 e/ Cariño y Placer, Reparto
Los enamorados…¡anda!…dime Clotilde…-.
Clotilde volvió a encogerse de hombres, temía contestar con otro NO, Pero Amapola, no le dio la
oportunidad de callar, y la reprimió severamente:
-¡Termina de hablar, estúpida!¡Retrazada mental!…-.
-No…no conozco esa dirección…eso no existe en la ciudad…-¿Cómo?¿No has oído hablar del Caballero de las Mujeres?-.
Clotilde, repasó como un rayo su reducida memoria, y sin darle tiempo a Amapola, que rompiera en un
nuevo ataque de cólera, le contestó casi temblando:
-Sí si sí si….a ese si lo conozco-.
-¿De dónde?¿Dime?-.
Clotilde, se secó sus larguiruchas manos en el delantal, frunció el seño y dijo vacilante:
-A ver…¿de dónde?…de La Plaza Ibis…No…¡ya sé!…lo he oído nombrar en el parque de Los Mitos .De ahí
Sra.-.
-Ese parque no es el que está al lado de la Iglesia de Los Desposeídos.¿Es ese, Clotilde?…¡habla orate!…-.
-Sí. Ese mismo Sra.-.
Amapola, se sintió satisfecha, ya tenía en su poder la información de dónde podía encontrar al malvado.
Por otra parte sentía cierta curiosidad, por conocer el hombre que se había fijado en ella, y tan
caballerosamente le había propuesto matrimonio.
-¡Clotilde!…¡anda, prepárate!…¡vamos a ese lugar!…quiero encontrarme frente a frente con ese Caballero
de las Mujeres.
-Pero…Sra.…,¿y el almuerzo?-,preguntó algo turbada Clotilde, mientras se quitaba el delantal-.
-¡Termina de cambiarte, peresoza!. Cuando regreses lo termina. No te olvide de vestir a Tombi…¡rápido,
boba!…ya yo me visto-.
Clotilde, fue para un cuarto y Amapola para otro. Tombi, siguió a su madre, sin dejar de preguntarle:”¿A
dónde vamos, mami?”.Y ella le respondía sin dejar de caminar:”a pasear, Tombi”.
Transcurridos cinco minutos, los tres estaban listos en el portal, para la partida. Amapola, tomó la punta y
con voz de hombre dijo:
-¡Vamos!…¡apúrense!…Hay que tomar un taxis-.
Clotilde, la siguió, detrás iba Tombi, dando pequeños saltitos. Amapola, mientras caminaba iba limpiando,
sus espejuelos, con su pullover de algodón.
Mientras tanto, Clotilde se subía la cremallera de su jean, y parecía que sus débiles manos se iban a
partir en la operación.
Arriba, una gris, se quedó mirándolos y vertió sobre ellos su finaregadera.
Amanda, miraba a través de su ventana, la transparente claridad de la mañana. En sus ojos apretujados
se mezclaban las escenas matinales. Una bandada de pajarillos amarillos con los ojos negros, como el
carbón, casi penetra por los ventanales. Su trino se quedó rondando en los oídos de Amanda.
En la laguna, ya los ánades se deslizaban sobre la quietud del agua, como empujados por una mano
invisible. Un poco, más allá, los árboles como negados a la pereza, comenzaban a mover sus ramas, con un
entusiasmo propio de ellos.
Su penetrante mirada, se quedó fija en el jardín. Sobre la tierra esponjosa, caminaba una pareja de
lagartijas. Amanda, vio como el macho enseñaba su blanco pañuelo, y perseguía a su pareja con lascivia.
La hembra se detenía como invitándolo, pero a la vez abría su boca triangular en actitud defensiva.
Amanda, movió la silla, y la pegó un poco más a los ventanales. En esos instantes, el macho logró darle
alcance a su pareja, y le clavó sus cartilaginosos dientes sobre su nuca.
La hembra serpenteó debajo, y movió la cabeza de un lado a otro, en un extraño desespero.
Amanda, sintió una especie de lástima; pero pronto se disipó de su corazón, cuando vio que la excitada
lagartija se quedó quieta.
El macho se ladeó un poco, y ella como si hubiese recibido una orden, levantó su anillado rabo. El
macho, se dobló como un anzuelo, y se quedó inmóvil, como queriendo prolongar aquel momento.
Amanda, no supo lo que sucedió después, porque Coti, levantando sus patitas delanteras se dejó caer
sobre sus piernas. Ella con dulce voz le habló:
-¡Coti!¡Coti!…Dame un beso…¡Anda, majadero!-.
Coti, con su intuición canina pasó su húmedo hocico por las mejillas de Amanda.
Mientras, Amanda, acariciaba a su perrito, la puerta del cuarto se abrió, y la eufórica voz de Adamara
llenó la habitación:
-¡Amanda!…¡Amanda!…¡Gané!…gané el concurso…-.
Adamara, entró como una alienada, y sin percatarse de que Coti, estaba entre las piernas de Amanda, y
se abrazó de los dos. Adamara, no podía contener la emoción.
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Pronto, Amanda, se contagió y empezó a decir:
-¡Felicidades!…¡al fin!…¡lo lograste, Adamara!…¿y ahora qué?¿dime?-.
Adamara, se separó de Amanda y Coti, y fue a sentarse en la cama. Acto seguido sacó una bolsa roja
de piel, una revista, y comenzó a decir:
-Ahora, hay que esperar por lo menos seis meses, antes de comenzar el curso. Ese es el reglamento. Pero
eso no es nada, esperaré sin impacientarme-,a medida que hablaba iba bajando la revista. Las manos le
temblaban un poco. Después, de encontrar lo que buscaba, continuó-,¡ah!,
Amanda…mira..aquí estoy yo fotografiada en la revista…-.
-Acércamela-,interrumpió, Amanda extendiendo sus manos.
Adamara, se levantó un poco de la cama, hasta que Amanda, alcanzó la revista. Ella miró fijamente la
foto. Adamara, estaba parada sobre una plataforma de cristal, su cuerpo estaba ligeramente ladeado, con la
pierna izquierda extendida hacia adelante, y las manos en la cintura. Ella exhibía un juego de short, que
terminaba desflecado en los bajos de la blusa . Después, de examinar las prendas de vestir, Amanda
comentó:
-Te ves Hermosa…mejor no pudiste quedar…¡Qué piernas más Linda se te ven!…y la ropa es divina…si yo
pudiera…-.
-¡Claro, que podrás!…no te desesperes-,la interrumpió Adamara, adivinando casi sus pensamientos.
-Tendrás que cuidarte mucho-,continuo Amanda-,es un trabajo donde hay que mantener la apariencia. Es
verdad que eres bonita-,Amanda, miró el bello rostro de Adamara-,pero los años pasan rápido…¿no sé?…
así pienso yo-.
Adamara, se sonrió y enarcó sus delicadas cejas, en un visible gesto de orgullo.
-Estoy de acuerdo contigo, mi querida prima. Pero esos son hábitos que se adquieren con el ejercicio del
trabajo…¿me comprendes?.Si supieras, prima, al principio no me gustaba mucho eso de ser modelo,
porque todo tiene que ser muy estricto. Realmente me presenté al concurso porque tenía necesidad de un
buen empleo. Pero ahora…¡me fascina!…después que estuve allí dentro de las modelos más famosas, y
conocí un poco de ese mundo; alegre, divertido. Te lo juro, te hablan sin hipocresía…da gusto prima…da
gusto…¿me oyes?-.
Amanda, hubiese querido ser su prima, y sentirse libre de sus ataduras, para saltar, correr, dejarse caer
en el piso y rodar como una pelota.¿Acaso volvería ese momento para ella?¿Sería tan despiadado el
destino para no permitírselo?.
Una envidia humana se apoderó de Amanda. La blancura de su tez se acentuó más, y sus ojos se
llenaron de una tristeza inefable.
Mientras tanto ,Adamara, seguía en su celebración, tejiendo su futuro, pletórico de fantasías.
Amanda, hubiese querido decirle muchas cosas, pero no alcanzaba a organizar sus ideas, y solo se
dedicaba a escuchar a su prima. Si no hubiese sido porque Violeta, entró en esos momentos con un vaso
de jugo, para cada una, Adamara, no habría interrumpido su perorata.
Violeta, con gesto amable puso la bandeja al alcance de las dos y dijo:
-Esto es para que refresquen. La mañana está un poco calurosa.¿verdad, hija?¿no tienes calor?-.
-Un poco, mamá. La noche ha estado fresca. Lidico, quiso conectar el aire acondicionado, pero yo no quise,Amanda, sorbió un poco de jugo y continuo-,parece que este verano va a ser un poco caluroso. No me
gusta el calor. Si pudiera vivir en los polos, viviría allí toda la vida ¿Quién sabe si los esquimales, son más
felices que nosotros?¿Verdad, mama?-.
Violeta, no contestó, descubrió en Amanda, una tristeza mayor a la acostumbrada. Adamara, después
de sorber el ultimo trago de jugo, exclamó:
-¡estaba exquisito!…el jugo de zanahoria es rico en vitamina A…recuerdo cuando era niña, mi mamá no se
cansaba de darme a toda hora del día, yo nunca lo rechazaba. Ese color anaranjado me gusta. Créemelo
tía…¿y a ti no te gusta?-.
-Sí, pero ya casi no lo tomo a mi edad necesito más calcio que eso-.
-No lo creo, tía. También necesita las vitaminas. Si Francesco, estuviera con nosotros podía explicárnoslo
mejor.
Mientras, Violeta y Adamara, conversaban animadamente, Amanda, reclinó la cabeza contra la silla, y le
llegó a la mente la escena amorosa de los pequeños reptiles. Pensó, que aquellos seres irracionales eran
felices. Sin embargo, ella, que era un ser que razonaba, y a la vez el más desarrollado de cuantos habitaban
en la faz de la tierra, no era feliz.
¿Cuál era realmente su futuro?¿Estarían realmente perdidas sus esperanzas?.
Amanda, volvió a mirar el rostro alegre de su prima, y luego se interrogó:”¿Cuánto tiempo perdido
alimentando a un ser humano y que al final resulte improductivo?.En esos momentos deseaba estar sola.
Un pesimismo atroz la desesperaba. Adamara, parecía intensificar más aquel suplicio con su desenfrenada
algarabía.
Violeta, fue la primera en abandonar la habitación, con el pretexto de siempre; la cocina.
Adamara, se quedó un rato más, pero después de haber agotado algunos temas, propios de mujeres se
despidió de Amanda, aludiendo que tenía que pasar por la tienda, con la finalidad de adquirir algunas ropas.
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Amanda, volvió a quedar sola. Recordó el extraño jinete, que esa mañana casi le vio el rostro, le pareció
algo moreno, pero no pudo precisar si era por la sombra que proyectaba el sombrero sobre la cara.
Cuando el jinete, miró para su ventana, ella notó un sonrisa, que no pudo identificar, por lo fugaz del
momento. Ella apretó sus labios para evitar corresponderle, aunque en su corazón se produjo un pequeño
palpitar.
Aquel extraño ser provocaba en Amanda, un cambio constante de emoción; unas veces lo veía con una
tristeza indescriptible, y otras veces con una felicidad desbordante. En medio de su sufrimiento, tenía un
enigma que descifrar, y ella no despreciaba momentos libre para tratar de lograrlo.
Ese día, Lidico, llegó un poco tarde de la hacienda, por tal motivo, después de bañarse y comer, se metió
en la cama temprano. El aprovechó la oportunidad para preguntarle algo a Amanda, que hacía tiempo
estaba por hacer. Pasándole el brazo derecho por su delicado cuello, la atrajo hacia él
y en tono amoroso, le preguntó:
-Amanda, cariño, dime una cosa ¿Cómo te ocurrió el accidente?-.
Ella volvió su pálido rostro hacia él, cerró sus lindos ojos y los volvió a abrir. Entonces, con voz queda le
contestó:
-Amor mío, después de tanto tiempo, ahora es que me preguntas…¿Por qué no te habías preocupado
antes?…pero, bueno ya que te interesa te lo contaré. Todo sucedió por un trágico sueño…¡una visión
horrible!…tú venías cabalgando sobre un enorme corcel, que iba quemando todo a su paso Amanda,
comenzó a temblar ligeramente y rompió en sollozos. Lidico pegó su cara a la de ella y le dijo en tono
tranquilizador:
-Otro día me lo cuentas…eso ya pasó…no…no sé…pero, ya no tiene sentido. Lo importantes es que estás
viva ¿comprendes ,amor?-.
Amanda movió la cabeza afirmativamente, sin dejar de sollozar. Un golpe seco atravesó su corazón. Le
resultaba difícil rememorar el trágico accidente, por eso se sentía mejor no hablando del tema. Solo a su
madre y a Adamara se lo había contado tal como le sucedió, y eso fue en el hospital cuando ella ya estaba
mejor.
Lidico, por su parte, se sintió culpable de haberle revuelto en su mente el horrible suceso.
Para tratar de calmarla, la colmó de caricias y besos. Amanda, lo recibió con agrado.
Esa noche, Lidico, aprovechó para abrir la llave de paso de sus sentimientos, y del tema del accidente,
pasó a uno más delicado. Lo otro que le preocupaba era la frigidez de Amanda. Le resultaba difícil, adaptarse a una nueva forma de vida.
Su plena juventud y sus sanos impulsos, eran incompatible con la laxitud y frialdad de Amanda.
Después, que hacia el amor casi unilateralmente, se viraba de espalda, y allí pensaba en la lozanía y el
ímpetu de Vinki.
A veces pensaba en su prima Adamara, y le parecía que estaba exhalando el mismo perfume del día de
la boda. El no podía borrar de su mente, la imagen de aquella mujer viva, arrolladora, que todos los días lo
saludaba y le sonreía en las tardes cuando él llegaba del trabajo. Le parecía que recibía una inyección de
amor por sus ígneas venas.
Lidico, para hablarle del nuevo tema, le besó sus gruesos labios, y se le quedó mirando fijamente a sus
negros ojos. El vio la fina capa de lágrimas que lo envolvían, y con una voz tierna como de niño le dijo:
-Amanda, mi tesoro…no sé como empezar…pero…hay algo que me preocupa…-.
-¿Dime?…pregúntame lo que quieras…yo te responderé-,interrumpió, Amanda, dando muestra de
recuperación.
-Se trata de nosotros…¿recuerdas cuando hacíamos el amor, antes de tu tener el accidente?…todo era
diferente…un fuego ingente me quemaba…
tú eras otra…¿no es verdad, Amanda?¿Qué sucede?¿Dime?-.
Amanda, organizó en su atropellado cerebro las ideas. Hacía tiempo que esperaba ese momento, sabía
que tarde o temprano llegaría. Antes, de contestar, miró hacia afuera y vio que las estrellas le guiñaban los
ojos. Entonces, con una triste voz que parecía lamento, comenzó:
-Hace tiempo que esperaba este momento tan difícil. Mi mente se consumía día a día, tratando de encontrar
una solución a mi problema…pero…nada…¿acaso tengo yo la culpa de mi desgracia?¿Es que acaso no te
quiero? No. Tienes que comprender-,Amanda, volvió a sollozar, esta vez Lidico, la dejó terminar-,todo ha
sido la secuela dejada por el accidente…hay que esperar…quizás…no sé…estoy tan confundida ¡Ay,
Lidico de mi alma!¡ayúdame!¡ayúdame!-,y rompió en un llanto prolongado. Lidico, secó sus lágrimas con sus
manos y la colmó de besos. Ella, recostó la cabeza sobre su pecho y hundió su naricita respingada .
Lidico, no sabía que decir, estaba confundido ¿podía el acusarla de ser la culpable de todo?.De toda
forma algo tenía que decir. Entonces, pensó que cargando con la culpa, podía ayudar en algo.
-Creo…Amanda…que todo es culpa mía…no lo tomes a pecho. Ya verás todo pasará, creo que no es para
tanto-,la boca de Lidico, era la que hablaba, porque su mente y corazón estaban en una cruenta conspiración-,esas son pruebas a las que la vida nos expone, y debemos saberlas enfrentar ¿recuerdas los
consejos de tu padre? Tú misma, siempre me hablabas de ellos.¡Amanda!¿me oyes?-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
64
-Te oigo, querido-,contestó, Amanda, con una voz que se escuchaba lejana, porque el pecho de Lidico, le
impedía salir con fortaleza.
Lidico, continuo:
-Somos personas inteligentes. No podemos dejarnos atrapar por las redes de la ignorancia. Enfrentemos la
situación, como la quilla del barco enfrenta la ola, penetrándola por mucha oposición que ella ofrezca.
Amanda, escuchaba en silencio. Por su mutis, parecía acatar lo que Lidico, decía, pero en su mente no
albergaba tal optimismo. Ella solo veía infelicidad en su camino; en su futuro incierto y nefasto.
Esa noche platicaron, hasta que cantaron los primeros gallos en casa de los Merenkos.
Amanda, se durmió con la cabeza pesada. Lidico, trató de olvidar los momentos de infelicidad sexual
vividos con ella.
Un taxis rojo, se detuvo frente al Parque Los mitos. Amapola, Clotilde y Tombi, bajaron de él.
Clotilde, caminaba delante; después le seguía Amapola, y por último Tombi.
Subieron una pequeña escalinata, y caminaron por las cuadradas losas de granito del parque.
Amapola, que iba algo entretenida, por poco choca con la estatua de la Diosa Venus. Ella, hizo un gesto
adusto al ver que le faltaban los brazos.
Después, se sentaron en uno de los bancos que estaba cerca a la fuente de Las Nereidas.
Desde allí podían ver, además, a Zeus y Hera abrazados, en una lasciva posición. Zeus, con su larga
barba y encrespada cabellera, miraba con unos ojos redondos y resecos. Hera, con su lacio pelo, tenía la
cabeza hundida en el amplio pecho de Zeus.
Amapola, vio la semidesnudez de los dioses, y sintió vergüenza y refugió su vista en la cinegética
estatua de Diana Cazadora. La estatua, media como dos o tres metros de alto, Diana, estaba descalza, con
el carcaj al hombro, lleno de flechas, y sosteniendo el arco en la mano derecha, parecía caminar por una
espesa selva.
Era un día de poco sol, y Amapola, se quitó los espejuelos oscuros, para ver mejor.
Su encantamiento, no duró mucho, porque Clotilde, al ver una multitud que subía por la escalinata del
oeste del parque. le dijo:
-¡Ahí viene!-.
-¿Quién?-.
-El Caballero de Las Mujeres, Sra. Es aquel que viene delante ¿no lo ves?-.
Amapola, abrió sus ojos de tal manera que casi se les escapan de sus órbitas.
-¿Pero, cuál es tonta?_.
-El que lleva el bastón-.
Amapola, por fin lo logró ver. Era un vejete, con una larga barba, canosa, y partida al centro. Apoyaba su
doblado cuerpo sobre un bastón de ébano. Un poco más cerca se escuchaban los gritos de la gente:
-¡El Caballero de Las Mujeres!-.
-¡Descaraoooo!….-.
-¡Come vidrio…!-.
-¡Ladrón!…-.
Un niño, rubio, tiraba fuertemente de su bolsa de piel raída, que llevaba al hombro El Caballero de Las
Mujeres. El anciano, forcejeaba con el niño y se tambaleaba hacia todos los lados, como si bailara una
troika rusa.
Amapola, contemplaba la escena con cierto desespero, por un momento había olvidado realmente a lo
que iba, y ahora le preocupaba la suerte de aquel pordiosero que luchaba, inútilmente por liberarse de la
multitud.
Amapola, un poco excitada por la escena, exclamó:
-¿Por qué permiten eso?¿Es que no hay policía aquí?…¿Clotilde?….¡Llama a la policía!…¡Anda!…corre-.
-Pero…Sra.…aquí no hay policía, por ninguna parte…-.
Amapola, se movió impaciente sobre su asiento .La turba, seguía importunando al anciano.
El pobre vagabundo, repartía bastonazo de derecha e izquierda. Una sola vez hizo diana el pulido bastón,
y fue sobre el hombro izquierdo de un niño flacucho, que se quedó rezagado, mientras se retiraban.
Amapola, al ver que la gente no cesaba, se paró de su asiento, con los puños crispados, y el corazón
arrítmico y comenzó a gritar:
-¡Déjenlo!…¡lo van a matar!…¡hijos de mala ma…!-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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SEPTIMA PARTE UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO
La respuesta de los chicuelos no se hizo esperar, y sobre Amapola, llovieron todas clases de injurias:
-¡Cállate, vieja chocha!-.
-¡A mandar a su casa si es que la tiene!-.
-¡Vieja piojosa!-.
-¡A bañarse!-.
Amapola, nunca se había visto en una situación tan difícil como aquella, y por tanto no estaba preparada
para enfrentarla.
Clotilde, al verla en esos aprietos, la tomó por un brazo, y casi halándola la sacó del tumulto. Todavía
lejos ,seguía gritándole frenética a la multitud:
-¡Me las van a pagar, delincuentes!-.
-¡Vayan a estudiar!-.
Tombi, que había presenciado la escena, agarrado siempre de su madre, reía en medio de aquella
confusión.
En medio de la ciudad se oían los gritos, que se iban apagando con el ruido de los claxones de los
vehículos.
Lidico, comenzó a fijarse en Adamara. Cada vez que se encontraban las conversaciones se iban
haciendo más extensa. Ella desplegaba todo su arte coqueteril. Algunas pequeñas insinuaciones
comenzaron a surgir de ambas partes.
Lidico, había observado detenidamente a Adamara. El había visto sus punzantes senos, y su bien
formado trasero. Todos esos atributos femeninos, despertaron en él su furia de varón. Ella por su parte no
dejaba de pronunciar su nombre, cuando llegaba a su casa. Hasta se atrevió a decirle a su madre una
vez:”Lidico, va a ser infeliz al lado de Amanda”.
Su madre no le contestó, pero le torció los ojos, como diciéndole, no te metas en eso.
Amanda, por su parte, después de la conversación con Lidico, se sentía más deprimida que antes.
Pensaba que él se estaba desilusionando, y que esas insinuaciones eran el preludio de un desenlace
funesto.
Ella tuvo la osadía de conferenciarlo con su madre. Esta, como madre al fin, trató de convencerla de lo
contrario. Le dijo que ella en particular no veía nada extraño en Lidico. Que él actuaba igual que el primer
día en que se conocieron.
De todas forma, Violeta, le prometió ponerse en vela, por si notaba algún cambio, que pudiera demostrar
lo contrario.
Las visitas de Adamara, se repetían con mayor frecuencia e incluso se notaba un cambio en el vestir.
Ella trataba de lucir lo más elegante posible, hasta había dejado de usar ropas de diario, sustituyéndola por
otras que parecían festivas.
Amanda, con su ingenuidad característica, le atribuía todo ese cambio, a la pasión desenfrenada por la
nueva carrera de modelo. Por eso en vez de mirarla con ojos torcidos, la miraba con buena cara, y hasta la
elogiaba con cierto eufemismo.
Violeta, para sacarles los malos pensamientos a su hija, le comenzó a dedicar más tiempo. A veces, la
sacaba, por la mañana al portal y allí jugaban a las cartas. Esos momentos resultaban confortante para
Amanda, ya que dejaba de pensar en cosas negativas.
Muchas veces, se les unía al juego la Sra. Merenko, una señora rusa de pelo ralo y ojos azules, que era
amiga de los chistes, y que vino a sustituir al Dr.Francesco.
Otras veces, Violeta, llevaba a Amanda, hasta la cocina y allí conversaban largo rato. Una vez hablaron
de contratar una criada; pero al final llegaron a la conclusión de que no era necesario. Además, el difunto
Alarmado, nunca había permitido tal cosa, porque decía que eso era acomodar a una mujer, ya que estas
debían de estar siempre ocupadas, para que no le diera por pensar en lo malo. El dogmatismo de Alarmado,
quedó siempre en la conducta de Violeta.
Una mañana ,mientras jugaban a la carta, Amanda, recibió una misiva del Dr. Francesco. Las tres se
pusieron muy contenta, y la obligaron a que la leyera, en voz alta y al instante. Amanda, no se pudo rehusar,
y comenzó a leer :
“Querida Amanda. Te deseo mucha salud. Te diré que hemos llegados con buen pie. Ya estoy trabajando, y
los muchachos en la escuela. Hemos alquilado un bonito apartamento a un americano, parece que las
cosas de allá nos persiguen. Aureliana, se ha quedado maravillada con los canales. Los muchachos
también…si vieras los atracones de pizza que se da Aureliana-,Amanda, rió y las demás también-A los
muchachos lo que más le gusta son los spaguettis. Estoy preocupado por ti. Escríbeme, y dime como te
sientes. En la próxima te relato alguna anécdota. Dale recuerdos a Lidico y Violeta. Aureliana y los
muchachos les manda recuerdos, también. Cariños. Dr. Francesco”.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Amanda, seguía pensando en su trabajo. Siempre estuvo enamorado de él. A veces, le parecía que
estaba frente al aula impartiendo una clase. Entonces recordaba que en la primera fila de la derecha, se
sentaba Irene, la alumna más aventajada; ella no dejaba de hostigarla con preguntas. A su lado en
contraposición se sentaba Balto, un rubio intranquilo, que atendía poco, y resultaba el más rezagado.
El Rector, volvió a visitarla. Esta vez se mostró más sincero, y le dijo que lo mejor era retirarse, y que
comenzara a preparar en su propia casa algún trabajo científico, para tratar de alcanzar el doctorado. A ella,
no le agradó mucho la idea, pero tuvo que conformarse.
En otra ocasión fueron sus alumnos quienes la visitaron. Fue un momento de alegría y a la vez de
tristeza. Ellos, le trajeron muchos presentes que ella aceptó de buenas ganas.
Una tarde, en que se produjo unos de esos encuentro fortuitos entre Adamara y Lidico. A él se le ocurrió
una idea, y para tratar de materializarla, sin demostrar interés alguno, le dijo:
-Adamara, ¿Por qué no nos hace la visita a la hacienda?-.
Ella, lo pensó un poco, se quedó mirando el verde césped, y haciendo un movimiento de dudas con la
cabeza, le contestó con cierta coquetería:
-No sé…me gustaría…-.
-¿Mañana?-.
-De acuerdo-.
Ambos se separaron, un poco intrigados. El pensando, en el resultado de su posible plan. Ella, con la
inquietud de una proposición, que en el fondo desconocía sus objetivos, pero por una intuición de la vida, le
veía su carácter ambiguo.
A la mañana siguiente, Adamara, se presentó temprano, lista para acompañar a Lidico a la hacienda.
Venía vestida con un pantalón mezclilla, un pullover rojo de algodón, y una pamela amarilla.
Cuando llegó, ya Lidico, la esperaba afuera en el parqueo, montado en el jeep. Apenas tuvo tiempo de
saludar a Violeta, que parada en la puerta de atrás, le movía su mano derecha en señal de saludo.
Amanda, aún dormía plácidamente. Solo, cuando sintió el motor del jeep, se revolvió un poco y sus
pesados ojos volvieron a cerrarse.
Adamara, iba sentada en el asiento delantero, con las piernas cruzadas. Un fresco vientecillo, la
obligaba a sujetarse la pamela. De vez en cuando miraba a Lidico, y evocaba una sonrisa. Lidico, le
contestaba con otra sonrisa un poco más prolongada pero sin enseñar sus pequeños dientes.
El día era agradable. El cielo era un inmenso telón azul, con pequeñas manchas blancas, de algunas
nubes que en su precipitada huída se habían desgarrado. El sol, había salido orondo, queriendo reafirmar
que era el rey del firmamento.
Lidico, manejaba despacio. Su blanco rostro, parecía un poco más rosa. El se había recortado un poco
el bigote, y algunos vellos se escapaban del montón, y parecían pequeñas lanzas clavadas allí por algunos
guerreros pequeñitos.
Cuando estaban próximo a llegar a la hacienda, Adamara, comenzó a preguntarle todo lo que su aguda
mente pudo organizar:
-Lidico, ¿por qué no talan aquellos grandes árboles?-,y señaló con el índice del derecho unos viejos álamos,
que a duras penas se mantenían en pie.
-Hemos pensado en eso…pero…por ahora su sombra nos hace falta-, Lidico, se frotó su fina nariz, y
continuó-,es allí donde hacemos las reuniones con los trabajadores ¿entiendes?-.
Adamara, vio entonces, una cerca de postes de cemento, que las mayoría habían sido arrancados y
otros permanecían virados. Y como si se tratara de una inspección, volvió a preguntar:
-¿Por qué no restauran esa cerca?¿Es que no se necesitan esos terrenos?-.
Y como para demostrar que su pregunta era bien intencionada enseñó sus joyas dentarias.
-Todo eso está en los planes-,comenzó diciendo, Lidico, sin impacientarse, y luego continuó-,en este año
pensamos que todo queda como nuevo. Ahí en esos corrales tenemos pensado que pasten las
paridas…¡ah!…más allá de la cerca ¿ves?-,Adamara, miró y afirmó con la cabeza-,ese va a ser el
lugar destinado a los sementales…todo está por modificarse…-.
-Bueno. Hemos llegados-.
-Sí-.
Lidico, parqueó el jeep, cerca del pequeño laboratorio de inseminación. Ambos bajaron. Adamara,
sonreía con una felicidad de niña.
Cuando llegaron a los campos, ya las labores habían comenzado. Autoritario, había situado los hombres,
cada cual en su puesto de trabajo. Al llegar cerca de él, Lidico, lo saludó y le hizo la misma pregunta de
siempre:
-¿Cómo ha comenzado todo?-.
-Bien, Sr.-.Contestó secamente Autoritario, y le hizo una reverencia a Adamara, en señal de saludo. Ella, no
lo advirtió y guiñó sus ojos cuando el sol la quemó fuertemente en su delicado rostro.
-¡Vamos, Adamara!-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Invitó, Lidico, señalándole el camino que conducía a las hortalizas. Adamara, lo siguió. Autoritario, se
quedó parado mirando el trasero de Adamara, entonces mordió una yerbita seca que tenía en sus manos y
pensó:”¿Quién fuera joven?”.Y escupió con fuerza sobre la húmeda tierra, la triturada yerbita.
Amanda, despertó de mal humor. Cuando su madre fue a llevarle el desayuno, ella le dijo en un tono
descompuesto:
-Ya estoy cansada de la misma rutina. Estoy cansada de ser una criatura inútil, a quien se lo hacen todo
¿hasta cuando Dios mío?…soy una desgraciada…ni siquiera puedo acompañar a mi marido…¿para qué
vivo?…que me llegue la muerte cuanto antes-,su pálido rostro se encendió-, el mejor día …-.
-Pero…¿Qué dices, Amanda?-,interrumpió Violeta, y depositó drásticamente, el desayuno sobre la mesita-,
¿es que no le tienes amor a la vida?¿te crees un vieja?…¡anda, boba!…Tómate el desayuno…soy yo quien
te lo hago todo y no me pesa ¿entiendes?-.
Amanda, entendía pero no quería comprender. Su agitado nerviosismo la obligaba a rechazar la verdad
y la razón. Entonces, por su mente le pasó una vaga idea, y con la taza de leche en la mano, preguntó:
-¿Por qué, no habrá llegado, Adamara?-.
-¿Adamara?_.
-Sí-.
-Fue a visitar la hacienda con Lidico. Esta mañana vino vestida muy varonil…iba contenta…a ella les gustan
esas aventuras-Amanda, había dejado la taza a medio camino, y escuchaba con la boca abierta-,Lidico,
la invitó ayer, parece que se aburre un poco solo ¡el pobre!-Amanda, sorbió un trago de leche y retiró la taza
con violencia, al sentir la elevada temperatura del líquido.
-Te he dicho que no me caliente tanto la leche ¡hasta cuándo mamá!-.
-Hija mía, te daré algo para los nervios. Te noto excitada. Ahora vuelvo…
¡ah! tómate toda la leche…¡anda, querida!…-.
Amanda, no la miró. Sus lindos ojos se cerraron con gran desesperación. Decenas de ideas se
atropellaron en su cerebro. Ella siempre había confiado en el amor de Lidico. Pero, después de su
conversación referente a lo sexual, ella se había puesto sobre-aviso. La presencia de Adamara en la
hacienda, le preocupaba ahora. Amanda, estaba segura de la belleza de su prima; pero no la creía capaz de
traicionarla. Por un momento desechó esa idea de su cabeza.
Después, pensó que el amor era como una fiera suelta, que devora todo lo que encuentra a su alcance; y
entonces sintió celos de su prima.
Lidico y adamara, se sentaron debajo de una mata de mango, para tomar la sombra. La cara de
Adamara estaba perlada por las pequeñas gotas de sudor, y sus mejillas habían adquirido un color rojo
intenso.
Se sentaron encima de unas raíces torcidas. Estaban uno al lado del otro, separados, por una pequeña
rama seca, que se había caído de la mata, y yacía aprisionada entre las raíces.
Lidico, la miró, y ella trató de refugiar su mirada en una pareja de mariposas, que volaban entre unas
flores silvestres. El como tratando de interpretar sus pensamientos, le preguntó:
-¿Te gustan esas mariposas?-.
-Me gustan, porque además de ser bonitas, son libres…no sé…nadie las detiene…nadie les impone un
reglamento ¡eso si es vivir!.A nosotros nos dirigen y nos controlan-,Adamara, se agachó, tomó una hoja
seca y la estrujó como un papel-, quisiera ser como esas mariposas ¿tú que crees, Lidico?-.
El abrió sus pequeños ojos, y apretó sus labios hasta desangrárselos, después, los soltó y dijo en tono
divertido:
-A mi que me dejen así como me hicieron…para mi todo es hermoso en el género humano…me gustan
mucho las …las mujeres-,se rió y sus pequeños dientes sintieron el frescor del viento-,sobre todo las
bonitas…-.
-Tienes una bonita…-.
-Sí, pero…-.
-Pero está inválida…-,concluyó, Adamara.
Lidico, no contestó. Su mirada se clavó en los pequeños senos de Adamara, que querían horadar el
pullover. Ella, sintió la magnitud de aquella mirada, y se quedó quieta como si posara para Goya.
-¡Vámonos, es tarde!-,dijo Lidio, parándose de un tirón. Y le tendió la mano derecha. Adamara, la recibió
con agrado. Y sin mucho esfuerzo se puso en pie.
Lidico, se quedó sujetando su tibia mano unos instantes. Ella, un poco turbada trató de soltarse; pero él
se la apretó más. Entonces, Adamara, se quedó quieta, como turbada. Lidico, aprovechó el momento y la
haló hacia su cuerpo. Ella, se dejó caer pesadamente. El, la abrazó, y buscó en su sonrozada cara sus finos
labios.
Fue un beso largo y desesperante. Mientras se besaban una pareja de pajarillos, los miraba desde una
rama de un viejo álamo.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Lidico, encontró a Amanda, tapada de pies a cabeza. Todavía con los labios húmedos, de los de
Adamara, le apartó la sábana para besarla. Amanda, recibió el beso con una frialdad, nunca antes
experimentada.
Lidico, sintió la indiferencia, y se sentó en la cama, y dejándose caer, apoyando las manos sobre el
colchón, le preguntó:
-¿Qué te pasas, cariños?-, Lidico, sintió un pequeño estremecimiento.
Amanda, esperó unos instantes para contestarle. Después, de mirarlo fijamente le dijo:
-¡No aguanto, más!¡Estoy harta de tanta soledad!…prefiero estar bajo tierra…total…ya no sirvo para
nada…¡soy una basura!…tú mismo me lo dijiste la otra noche ¿acaso crees, que no sé lo que estas
pensando de mi?…que no sirvo como mujer…que no te complazco como antes… que…-.
-¡Por favor, Amanda!¡Cállate de una vez!…¿te has vuelto loca?…¿Cómo vas a pensar eso de mi?¿me
crees un canalla?-,su tono de voz jamás se había elevado tanto para dirigirse a ella-,de esa manera no
conseguirás nada…te estás haciendo daño ¿me oyes?-.
Amanda, no contestó, sus lindos ojos se apartaron de Lidico, y se fijaron en el haz de luz eléctrica que
caía sobre el espejo ovalado, que colgaba de la pared de enfrente.
Lidico, embriagado aún por el néctar de los labios de Adamara, no tenía muchos deseos de discutir, y
como para poner fin a la conversación exclamó:
-¡Contrólate!…tienes que ser fuerte…¿entiendes?…Lidico, se paró de la cama y abrió la puerta de la habitación, apartando a Coti con los pies. Este en tono
amistoso movió su felpudo rabo y sacó su lengua rojiza, y le lamió las botas de piel.
Amanda, no lo miró, cuando se dirigía afuera. Ella volvió a taparse la cabeza. Su respingada nariz, volvió
a respirar el aire caliente y viciado. Sus ojos trataron de cerrarse. Sus oídos escucharon el agudo ladrido de
Coti, mientras trataba de abrir en vano, con su hocico, la puerta de la habitación.
-¡Ese canalla!¿Qué se habrá creído?-.
Exclamó Amapola, al tiempo que se dejaba caer, casi desmayada en un sillón. Clotilde, no perdió la
oportunidad y se sentó en unos de los cómodos sillones. Tombi, se quedó jugando en el jardín.
Amapola, se quitó sus pesados espejuelos, y los sostuvo entre sus pecosas manos. Clotilde, que la
miraba con especial atención se le ocurrió preguntar:
-Y…¿quién le habrá dado su dirección?-.
-¡Alguien que no tenía nada que hacer!…para mi…eso no es obra…de ese estúpido…¿no lo viste ?…es un
analfabeto…¡un cochino!…-.
-Y…¿por qué lo defendió, Sra.?-.
Amapola, se restregó sus voluminosas nalgas sobre el sillón y contestó:
-Sentí lástima, por el desgraciado…eso es injusto…¡son fieras esos muchachos!…deberían recogerlos a
todos por largo tiempo ¿esos son los hombres del futuro?-.
-Son chicos que ni trabajan, ni estudian…son unos vagabundos, como el mismo Caballero de las Mujeres-.
-¡Por favor, Clotilde!…no menciones ese nombre en esta casa…di..el mendigo…el pordiosero…¡cualquier
cosa!…¿de acuerdo?-.
Clotilde asintió con la cabeza y se restregó el ojo derecho, como si le hubiese caído alguna basurita.
En esos momentos, Tombi, entró corriendo, y se dejó caer violentamente sobre las piernas de su
madre.
-¡Cuidado, que me desarmas!-.
-¡Mami!¡Mami!….mira esto…
-¡Qué Linda!-.
Tombi, traía prisionera, entre sus tiernas manos una hermosa mariposa de vistosos colores. Con su
mano derecha la sujetaba por sus alitas y con la otra formaba una especie de prisión para que no pudiera
escapar de ninguna manera. Amapola, al verlo sonrió, dejando ver sus dientes cuadrados y consistentes.
-¡A ver, niño!…¡Qué belleza!…¿dónde la encontraste?…apuesto que fue entre los lirios ¿no es verdad,
Tombi?-.
Tombi, se quedó mudo. Amapola, lo abrazó y lo besó, como buscando en su infantil cariño, el remedio de
todos sus males.
-Es un poco extraño ese caballero…-.
-¿Qué dices, babosa?-.
-¡Perdona mi señora…,es que…-.
-Es que nada…te dije que no hablaras más del asunto…¡basta!…-.
Clotilde, se paró del sillón, y salió caminando con pasos ágiles hacia su habitación. Tombi,
desprendiéndose de Amapola, siguió a su madre. Ya dentro de la habitación, todavía ,Clotilde, escuchaba
las injurias de Amapola.
Amapola, cruzó trabajosamente sus torpes piernas, y se sumió en unos profundos pensamientos, que
les llegaban de la Hacienda Siempre- verde. Hacia tiempo, que Lidico, no la visitaba, y ella aunque con
cierto remordimiento todavía lo quería como antes.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Pensó primero, en Lidico niño, que con tanta mansedumbre se metía entre sus piernas, buscando el
calor de una madre. Entonces, no había nada que no fuera tierno e inocente.
Amapola, pensó en los días de torrenciales lluvias, cuando ella lo cargaba, entre sus robustos brazos, y
se acercaban a la ventana de la cocina y desde allí, veían la muralla gris plateada, impenetrable, con su
extraño mugido. Lidico, le enseñaba con sus manitas los charcos de agua y los impetuosos arroyuelos, que
surcaban la tierra en todas direcciones.
Amapola, se mordió los labios, y suspiró como para llenarse de pensamientos. Su mente vino al
presente. Pensó en Lidico hombre. En la necesidad que tenía de verlo más a menudo. Entonces, por su
apretada mente, le pasó la idea de ir verlo directamente a la hacienda. Después, pensó que seria rebajarse,
que lo mejor era esperar a que él se decidiera ir por su propia voluntad.
Pero, uno instante más tarde volvió a convencerse de que lo mejor sería que ella lo buscara. Entre
pensamientos y razonamientos, sus grandes ojos se fueron cerrando poco a poco.,hasta que se quedó
dormida, con la boca abierta y la cabeza caída hacia un lado.
En el cuarto, Tombi, destrozaba, entre sus menudas manos la delicada mariposa.
Amanda, despertó sobresaltada. Miró a su lado y ya Lidico, no estaba. Esa noche había tenido un
sueño feliz. Soñó que no estaba en su silla de ruedas, que sus piernas se movían con la agilidad de la
gacela. Ella caminaba por un prado verde y recortado, y a su lado corría alegremente una niña rubia y con
unos ojos azules como el inmenso mar. La niña le decía:”mamá, vamos a jugar”.
Entonces, se tomaron de la mano, y empezaron a bailar una especie de ronda. La niña sonreía y
cantaba, con su fina y delicada voz. Después, Amanda, vio un hombre de alta estatura que venía hacia ella,
con los brazos abiertos y riendo feliz. Cuando, estaba próximo a llegar, ella despertó y terminó así ese
instante de felicidad.
Amanda, pensó unos instantes en aquel sueño tan feliz ,del cual hubiese preferido no regresar:”Si todo
se convirtiera en realidad”,se dijo. Pero, la voz de su madre la hizo salir de su meditación:
-¡El desayuno, querida!-.
-Ponlo ahí, mamá-.
Violeta, colocó el desayuno en su lugar, y se marchó sin decir palabras. Coti, comenzó a ladrar.
Amanda, lo miró y vio que sostenía en su boquita una media de Lidico. El perrito, la mordía y luego la
soltaba y entonces ladraba. Amanda, le sonrió con ternura, y comenzó a llamarlo:
-¡Coti!¡Coti!…-.
El perrito, soltó la media, y parándose en sus patas traseras, se apoyó con las delantera sobre la cama.
Amanda, le tiró muchos besos al aire. Coti, los recibió con su boquita abierta, enseñando una hilera de
afilados dientecitos. Coti, se puso en sus cuatro patas de nuevo, y volvió a morder la media. En la sala sonó
el teléfono. Amanda, oyó el ruido de la silla al levantarse Violeta.
El día era alegre. El sol sonreía al no encontrar obstáculos para alumbrar. Los árboles, a lo lejos, se
veían plateados. Amanda, los podía ver desde su cama.
Hacia algunos días que el extraño jinete no pasaba. Amanda, estaba un poco preocupada, ya que ese
suceso le producía una especie de satisfacción adicional.
Por un momento volvió a pensar en el sueño. Después, al ver su triste estado sintió gran aflicción.
Aquella hermosa niña había dejado en ella un recuerdo imborrable ¿se cumpliría su sueño algún día?.
Adamara, abrió la habitación de Amanda, con un empujón, que la hizo golpetear la puerta en la pared.
Amanda, volvió la cabeza un poco asustada.
-¡Perdóname, prima!…casi rompo la puerta…¿cómo estás querida?…
¿qué te pasa?…¡cambia esa cara!…¡vamos!…¡anímate!…-.
Una ira estrepitosa se adueñó de Amanda; pero se contuvo, y sosegándose un poco se le ocurrió
preguntarle:
-¿Qué tal te fue el viaje a la hacienda?-.
Adamara, suspiró, y cerró un poco sus ojos, y con voz cambiada le contestó:
-¡Estupendo!…¡maravilloso!…¡está todo tan verde!…¡qué bien trabaja, Lidico!…dentro de poco será un
hombre grande…te lo aseguro…-.
Amanda, sintió en su corazón unos celos enorme. Sus ojos estaban fijos, y sus manos debajo de la
sábana, se les habían crispado institivamente.
Era la primera vez que sentía unos celos tan atroz, aunque ni siquiera imaginaba lo sucedido entre
Lidico y su prima; pero un instinto natural, la conllevaba a sentir esos extraños celos.
Adamara, hablaba como si nada hubiese ocurrido entre ella y Lidico. No le importaba en lo absoluto,
que la prima querida de tantos años, se convirtiera ahora en su víctima. Los besos de Lidico, le habían
endurecido el corazón, y toda la noche se la pasó pensando en él y cómo arrancárselo de sus manos.
Amanda, para tratar de sacarse un poco los celos de su corazón, trató de cambiar el rumbo de la
conversación:
-¿No has vuelto otra vez por la revista “Trompeta”?-.
-No. Hasta que me vuelvan a llamar-.
-¿Quedaron muchas finalistas?-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
70
-Seis-.
Amanda, clavó sus ojos sobre Adamara, y le contempló su hermoso rostro, casi infantil. Ella, se fijó bien
en sus expresivos y chispeantes ojos y en sus finos y delicados labios. Adamara, se dio cuenta de que su
prima la miraba con especial atención, y casi sin pensarlo soltó la pregunta:
-¿Estoy más vieja?-No, querida. Estás juvenil…estoy admirando los dones que te dio la naturaleza…si sabes usarlos no
pasarás trabajos en la vida ¿verdad, prima?-.
Adamara, sonrió satisfecha con su belleza, y como para adularle un poco a su prima le contestó:
-Tu también eres bonita, Amanda…solo que ha tenido la desgracia del accidente…pero te lo
aseguro…luces hermosa en esa silla de ruedas-,su vana hipocresía no la dejó continuar, y se acercó a los
ventanales, con el pretexto de que una tos la ahogaba.
Amanda, un poco turbada, y como si tratara de vengarse, le dijo:
-Tengo la esperanza de que todo cambie algún día…mi mal no puede ser eterno…la ciencia camina con
pasos agigantados, y en cualquier momento llega mi medicina…no todo está perdido…
mientras el corazón esté latiendo hay esperanzas..-,Amanda, entornó un poco sus ojos, como para mirar a
media a su prima, y continuó, esta vez imprimiéndole un tono melancólico a sus palabras-,la vida no puede
ser pareja para todos; muchos nacimos para sufrir-,Adamara, se movía dentro de la habitación con pasos
silenciosos, y la mirada clavada en el piso. Amanda, continuo:-y dentro de esas puedo contarme yo-.
-No prima…hay otras que llevan encima una desgracia peor que la tuya, y desean seguir viviendo…no
pienses en lo malo…eres feliz con Lidico…
eso es lo importante ¿entiendes?-.
Adamara, no tenía valor para mirar frente a frente a su prima, la hipocresía de sus palabras la obligaron
a mirar los grandes árboles, que se mecían uno al lado del otro sin estorbarse, en una hermandad
envidiable.
Un silencio prolongado se adueñó de la habitación. Un rato más tarde, Coti, llenaba de alaridos todo el
recinto.
Amanda, sola de nuevo, pensó en la visita de su prima Adamara a la hacienda. En el diálogo con ella
había descubierto cierta indiferencia. Pero, a su vez lo atribuía a ciertos complejos desencadenados en ella
por cualquier cosa. Su estado la iba convirtiendo en un ser inferior a los demás. Comenzaban a aparecer en
ella ciertos rasgos de aversión hacia los demás; como su mirada sombría y su sonrisa más forzada.
Lidico, por su parte no advertía nada, ya que solo pensaba en Adamara. Solo, su madre estaba al tanto
de los cambios de ella.
Después, de dos años del accidente, Amanda, había cambiado bastante. Su cara se le había llenado, se
le veía redonda y blanca como una galleta. Su piel había tomado una tonalidad casi transparente, y sus ojos
habían perdido un poco su brillo natural.
Amanda, no hablaba tan rápido como antes. Procuraba escoger bien las frases, y después, las
pronunciabas como en las clases ,secas, severas.
Luego, de muchas divergencia familiar, Amanda, se quitó el anticonceptivo. Los médicos le dijeron que
podía parir. La noticia le devolvió un poco la alegría. Pero, a Lidico, le empezó a preocupar el hecho de
tener un hijo con ella. El, se sentía distanciado espiritualmente. Solo pensaba como materializar su unión
con Adamara.
Lidico y Adamara, se veían con frecuencia en la hacienda. Los días en que ella no visitaba a Amanda,
montaba en su bicicleta, y muy próximo a terminar la jornada, llegaba a la hacienda; sudorosa, y con el corazón latiéndole con violencia, con una mezcla de cansancio y amor.
Casi siempre se veían detrás de los graneros, en un pequeño montesito lleno de arbustos. Allí rodaban
como dos alienados por la alfombra de hojarasca, y hacían el amor quemándose como dos brasas.
Todos en la hacienda lo sabían, menos Amanda y Violeta. A veces, Lidico, llegaba a casa y todavía
llevaba entre su lacio pelo los restos de hojas secas triturada. Amanda, con la molicie de siempre, se los iba
quitando uno a uno ,y le suplicaba que no se expusiera a trabajos duro. Lidico, un poco avergonzado,
la besaba fríamente.
Amapola, cumplió su palabra de ir a visitar a Lidico, y una mañana sin que él lo supiera, llegó a la
hacienda acompañada de Clotilde. Cuando, Lidico, la vio se sorprendió un poco. Lidico, se encontraba
orientando un trabajo en las colmenas. El, lo dejó todo a media y fue a darle alcance a su tía.
Amapola, abrazó y besó a Lidico, entonces, con un tono de reproche le dijo:
Una historia de amor en tiempo futuro
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71
OCTAVA PARTE UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO.
-Esta es la única forma de verte…ella es Clotilde, mi sirvienta, y su hijo Tombi…tuve que hacerlo…¿me
comprendes?-.
-Encantado…hiciste bien tía…así te sentirás mejor. Una buena compañía siempre hace falta…¡qué niño
más hermoso!…¡ven acá, belleza!…-,Tombi, trataba de aplastar una abeja con una rama seca-,él también
te hará mucho bien…¿oye travieso?…deja esa abejita…-,Tombi, se volvió hacia Lidico, y le sonrió
cariñosamente.
Amapola, no apartaba sus grandes ojos de Lidico. Lo contemplaba como si tratara de adivinar en él si
aún quedaba una pizca de amor hacia ella. Clotilde, por su parte, no dejaba de mirarle su espeso bigote, y
sentía que su sangre juvenil pulsaba más rápidamente.
-¡Todo está muy verde!-.
-Hay que trabajar duro…pero…los provechos se ven…pensé que no me adaptaría a éste ritmo de trabajo, y
ya ves todo es cuestión de interés…¿entiendes tía?…-Amapola, asintió con su redonda cabeza.
Clotilde, salió corriendo a sujetar a Tombi, que se acercaba a las colmenas.
-¡Cuidado, que te pican?-,gritó, Amapola, llevándose las manos a la cabeza. Lidio, hizo un movimiento para
salir en su persecución; pero ya Clotilde lo traía a empujones.
-¡Vámonos, Clotilde!.con éste muchacho no hay quien pueda-,Lidico, sonrió, mientras Tombi, tiraba
fuertemente del vestido de su madre.
-Es temprano, tía-.
-Este muchacho es inquieto…-.
-Ehhhhhh-,intervino, Tombi.
-¡Mira, malcriado!-.
-¡Tombi, qué pasa!-,el regaño de Lidico, hizo que éste se escondiera detrás de su madre.
-¡Adiós, tía!-.
-¡Adiós, hijo!-.
-¿Tombi?-¿Eh…?-.
Lidico, se quedó mirando a su tía con cierta nostalgia. Solo el reclamo de los trabajadores, lo hizo volver
sen sí.
Ya en las colmenas, volvió a mirarla cuando ya era un pequeño punto apenas reconocible.
**********************************************************
Amanda, había dejado de menstruar. Parecía que todo había cambiado en ella. Una alegría general la
invadía. A todo el mundo le hablaba de su embarazo. Violeta, estaba contentísima. La idea de ser abuela, la
había recibido con agrado.
Lidico, por su parte, no estaba bien seguro de cómo debía reaccionar, ante la nueva situación que se
le presentaba en su vida. Su amor por Amanda, no era como antes. Ahora, estaba enamorado de Adamara.
Adamara, ante ésta situación se mostró recelosa y fría. A ella no le agradaba la idea de que Lidico,
tuviera un hijo con Amanda.
Adamara, pensó bien cual debía ser su posición. Después, de mucho meditar, se hizo quitar su
anticonceptivo sin que Lidico, lo supiera. Transcurrido un mes su plan tuvo éxito; se había embarazado.
A partir de esos momentos, las visitas de Adamara, la hacienda se hicieron más frecuentes. Ella, trataba
por todos los medios de que la vieran con Lidico. Los comentarios no se hicieron esperar y la noticia se hizo
eco por toda la hacienda. Lidico, había cambiado un poco su carácter, se le veía más pensativo y hasta algo
histérico.
Después, de Amanda, consultar con su ginecólogo, se le hizo un examen de ultrasonido, y la prueba dio
como resultado una hembra. Amanda y Violeta, saltaron de alegría con la noticia. Lidico, confesó que
hubiese preferido un varón; pero que de todas formas la querría igual.
Amanda, pensó ponerle el nombre de su abuela; pero Violeta, no estuvo de acuerdo, y acordaron que se
llamaría: Amalín. Una mezcla, de los nombres de los padres. El nombre fue recibido de buena gana por
Lidico, a quien no le agradó fue a Adamara por considerarlo una forma anticuada de poner nombres.
Cuando, Adamra, le dijo a Lidico, que estaba embarazada, éste no supo que contestar; se quedó atónito.
El ultrasonido, anunció un varón.
Ellos convinieron en que se llamaría: Lidico.
Después, que Lidico, supo lo del embarazo de Adamara se enamoró más de ella. Un día se atrevió a ir a
su casa. Granada, se sorprendió con la visita; pero Lidico y Adamara, supieron disimular muy bien.
Entre el embarazo de Amanda y Adamara, mediaba un mes de diferencia.
Una historia de amor en tiempo futuro
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72
Para los cuatro meses, ya Amanda, había cambiado. Los brazos les habían engordado. En su blanca
cara, se veían algunas manchitas oscuras. Los senos, se les habían abultado un poco.
Por su parte, Adamara, mantenía un silencio absoluto, y trataba de disimular todo cambio que se
produjera en ella. Al principio tuvo algunos vómitos; pero ella lo atribuyó a problemas estomacales.
Adamara, fue disminuyendo las visitas a casa de Amanda, para no levantar sospechas. Sin embargo,
Amanda, necesitaba de esas visitas en su condición de embarazada.
La fono-entomología había dado buenos resultados en la hacienda. La producción de miel, sobrepasó
los pronósticos. La calidad de la miel, superaba a cuantas se vendían en el mercado mundial.
Lidico, aumentó el salario a los apicultores, y con una parte del ingreso de la miel, abrió una cuenta
personal, en el Banco Reforma, a espalda de Amanda y Violeta. Además, recibía el diez por ciento de las
ganancias de la producción de la hacienda.
Lidico, comenzó a fraguar un plan para escapar con Adamara. Inicialmente habían escogidos a Francia
como lugar ideal, ya que él había aprendido bastante sobre el idioma y el país. Pero, Adamara, no quería
alejarse mucho de su querida madre y determinaron que fuera Hawai el lugar donde escaparían. Adamara,
gustaba mucho de los cocoteros. Por las postales y revista había visto el paisaje de la isla y le fascinaba.
A Lidico, lo que más le importaba era aumentar el capital, para cuando llegase a la isla, abrir algunos
negocios en el campo del turismo.
Para lograr sus objetivos, aumentó, sin el consentimiento de Violeta, el precio de las reses y de los
productos agrícolas. Todas las ganancia las fue depositando en su cuenta personal. Se acostaba tarde
haciendo todo tipo de cálculos y operaciones en su computadora personal para que nada le fallara.
Amanda, que solo se preocupaba por su embarazo, no podía imaginar lo que Lidico pretendía. Ella, a
veces, trataba de convencerlo para que no trabajara tan entrada la noche; pero él alegaba que era
necesario mantener al día la contabilidad, ya que era la garantía para que el negocio funcionara
correctamente. Amanda, se convencía de sus alegaciones y no lo molestaba.
Adamara, no pudo esconder por mucho tiempo su embarazo. Una tarde, mientras se desvestía, su
madre, entró inesperadamente a su habitación y por mucho que trató de disimular, ella terminó por
decirle:”Es verdad, mamá, estoy embarazada de Lidico, y lo voy a parir”.Granada, por poco se muere al
recibir la noticia. Muy pronto su padre, Antimico, también se enteró, y ofrecieron una resistencia tenaz, a la
idea de parir el niño.
Adamara, paras tratar de librarse de los ataques de sus padres, procuraba pasar la mayor parte del día
fuera de la casa. Cuando, no iba a la hacienda, se paseaba por las tiendas, y compraba algunas prendas de
canastilla.
A Granada, se le metió en la cabeza ir a casa de Amanda, y contárselo todo, pero ,Antimico, se lo
impidió. El era del criterio que prefería que Amanda, se enterara por boca de otros. Cada vez que tocaban el
tema, a Granada se les salían las lágrimas, y Antimico, trataba de infundirle valor aludiendo:”Eso es cosa de
juventud, en nuestros tiempos eso no se veía”.Granada, nunca quedaba conforme con el criterio de su
esposo, y terminaba por llamar a su hija: oportunista, desconsiderada, y desafortunada.
Cuando la barriga de Adamara, se hizo visible, dejó de visitar a Amanda y a Lidico en la hacienda. Un
sentimiento de culpabilidad no la dejaba vivir en paz.
Amanda, por su parte, había engordado demasiado. La mayor parte del tiempo se la pasaba acostada.
La barriga le había crecido redonda y abultada. Tenía un apetito voraz. Violeta, le decía a cada instante:”vas
a reventar, hija”.Amanda, se reía y no dejaba de comer, siempre que se asomara a su estómago el menor
deseo.
Amapola, al enterarse del embarazo de Amanda, no dejaba de hablar de lo inepta que podía resultar para
cuidar su futuro hijo. Ella, la consideraba una criatura incapaz de acometer cualquier tipo de tarea de
una mujer normal. Clotilde, a veces, la contradecía en eso, pero, terminaba por darle la razón casi a las
fuerzas.
Un día en que, Amapola, fue a visitar a Lidico a la hacienda, le dijo que lo mejor que hacia Amanda era
interrumpir el embarazo. Lidico, no le contradijo a su tía, y hasta lo vio como una solución. Y ese día cuando
llegó a la casa se lo propuso a Amanda. Ella, se encolerizó y lo llamó: Herodes. Lidico, derrotado tuvo que
aceptar la idea de que el niño naciera.
Violeta, un poco en contra de su voluntad, contrató una niñera, la petición de Lidico y Amanda. Ella, iría
solamente por el día a cuidar el bebé, y por las noches lo harían Lidico y Amanda.
Una tarde, después de haber salido de la hacienda, Lidico, fue a ver a su tía Amapola. El la encontró
sentada en el portal, con Tombi entre las piernas .Amapola, le enseñaba a Tombi, un libro ilustrado de
muñequitos.
Tombi, reía a carcajadas. Amapola, dio un brinco en el asiento, al ver llegar a Lidico, y poniendo a un
lado a Tombi, se puso en pie para recibirlo.
-¡Qué sorpresa, hijo!-.Se adelantó a decir Amapola, mientras lo abrazaba con ternura.
-Vine a darle una vuelta a la casa. Siento un poco de nostalgia por todo esto; mi cuarto, mis libros…en fin
todo lo que hay en esta casa está ligado a mi-,en los grandes ojos de Amapola, se asomaron dos gruesas
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César Frómeta
73
lágrimas. Lidico, las vio y le dio un poco de tristeza-,hace días estaba por venir…pero el trabajo…ya no
tengo tiempo para nada…-Pero…¿no vas a pasar?-,le interrumpió, Amapola, al tiempo que le abría la puerta.
-¡Claro, tía!. ¿Tombi?-.
-Unhhh….-.
Lidico, entró en la sala y percibió el olor a libros viejos. Se fue hasta el librero y vio que los libros estaban
un poco empolvados. Detrás escuchó la voz de su tía, que le llegaba seca y áspera.
-Ya le dije a Clotilde que les sacudiera el polvo…pero es tan remolona….Lidico, se quedó mirando el grueso volumen de “Principios de la Fono-entomología”.Por su mente
pasaron un montón de insectos. Entonces, le llegaron encadenados los recuerdos de los días en que
comenzaba su carrera en la universidad. Ya hacía casi dos años que no leía nada sobre fono-entomología.
Los negocios le habían sacado de su mente el mundo de los insectos; solo se recordaba de las astutas
abejas.
Amapola, que había ido por una taza de café, regresó animada, y fingiendo la voz le dijo:
-Toma, hijo…como te gusta a ti, calientico…siéntate…hay tiempo para los libros…¡anda!…-.
Lidico, se sentó en un sillón y tomó entre sus manos la taza de café. Ella, se sentó a su lado, como para
obligarlo a tomársela toda.
Lidico, probó el café. Hizo un pequeño chasquido con lengua, en señal de satisfacción, y exclamó:
-¡Exquisito, tía!…hacia tiempo no tomaba uno así…Violeta, no tiene buenas manos para hacer café…yo
tomo en la hacienda del que lleva Autoritario…es un café puro ¿es cubano éste?-.
-Sí-.
Amapola, quería contarle el suceso de la carta, pero no tenía por donde comenzar. Hasta, que por fin,
después de darle muchas vueltas al asunto, le dijo:
-Sabes que alguien se gastó una broma conmigo…-.
-¿Una broma?-.
-Sí-.
-¿Qué broma?-.
Amapola, escondió su mirada en los abigarrados mosaicos. Se sintió avergonzada, del que quería
como a un hijo, y que a la vez había sentido su único impulso amoroso, hacia él en toda su vida. Y sin
levantar la vista, empezó diciendo:
-Alguien me ha enviado una carta…un tal Caballero de Las Mujeres…
¿qué ofensa?¿Tú te das cuenta?.Me han faltado el respeto…una mujer que no sale de su casa-,Lidico, se
rió pícaramente-,Eso es vergonsozo…no sé quién le daría mi dirección a ese mocoso…y el muy canalla
proponiéndome matrimonio…¡asqueroso!…-.
-No te pongas así por eso. Fue alguien que no tenía nada que hacer…-¡Bonita broma!-.
Lidico, no podía soportar la risa. El autor de la carta había sido él mismo. Un Domingo en que se sentía
aburrido, se le ocurrió la idea de enviarle la carta a su solterona tía, pensando que de esa manera ella se iba
a olvidar un poco de su matrimonio con Amanda. Y como para dar por terminado el tema le dijo en tono
tranquilizador:
-Olvida eso tía. Ya todo pasó, lo importante es que no se repita ¿Comprendes?-.
Amapola, quiso añadir algo más al asunto, pero Lidico no se lo permitió al impedírselo con una pregunta:
-¿Y Clotilde que tal es?-Hasta ahora es buena…Es aseada y obediente…El niño es majadero; pero yo lo quiero. Al menos no me
aburre-,Amapola, lo miró fijamente, y continuó:- ¿no vas a comer con nosotros?…mandé a cocinar un pollo
para ti…-.
-¡Estupendo!…me quedaré…-.
-Me voy a la cocina-.
Lidico, volvió a quedar solo. Aún estaba su foto en la mesita de centro. Entonces, se dio cuenta que
había envejecido un poco. Por su estrecha frente, comenzaban a divisarse dos finas arrugas; su fina piel
estaba cambiando de textura.
Lidico, se pegó bien al cuadro para ver mejor su foto. La contempló unos instantes, y luego,
exclamó:”Diablos, como he avejentado”.Después, se pasó las manos por la cara para comprobar si era
cierto lo que pensaba.
En la comida, se habló de muchos temas. Amapola, se sentía animada, y hasta Clotilde y Tombi,
comieron junto a ellos. Lidico, se mostró cortés y familiar durante la cena. Amapola, volvió a tocar el tema de
la interrupción del embarazo de Amanda. Ante tales planteamientos, Lidico, guardó silencio.
Después, de la comida, Lidico pasó por su antiguo cuarto y levantó el colchón de la cama y tomó la
pequeña foto se sus difuntos padres, que él conservaba desde niño. La miró con detenimiento. Hacia tiempo
no veía aquellos rostros que le habían dado el ser. Primero miró la cara pálida de su madre, y sus ojos
pequeños y hundidos. Después, observó el rostro severo de su padre, y tragó en seco.
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Volvió a colocar la foto en su sitio y salió de la habitación entristecido. Cuando pasó por al lado de la foto
de su abuelo, le miró los bigotes y se rió. Caminó unos pasos y se interrogó:”¿Quién sabe si mis nietos se
van a reír de mi?”.
Amapola, lo despidió con un beso. Por primera vez, Lidico, la besó también. Ella, rió y Lidico recordó
sus cuadrados dientes. Tombi, salió hasta el portal a despedirlo. Desde su auto, todavía, Lidico le decía
“adiós”.
Amapola, no dejaba de sonreír, y Tombi de alborotar. Cuando, Lidico se marchó ya las luces de la
ciudad fantaseaban en la oscuridad de la noche.
*********************************************************
Amanda, fue llevada de emergencia al hospital Materno”Las Cigüeñas”.Se había levantado ese día con
un poco de sangramiento. Lidico, la acompañó al hospital. Amanda, fue hospitalizada. Violeta, fue con ellos,
y con pasos rápidos, ambos, caminaron hacia la puerta. El médico los esperaba,
con la cabeza levantada y la mirada fija. Violeta, que fue la primera en llegar, acto seguido, se paró frente a
él. Lidio, le hizo una señal con la cabeza en señal de saludo. El medico, se pasó la mano por su rubia
cabellera, y comenzó a hablar:
-Lo siento….-.
-¿Qué ha pasado?-.interrumpió Violeta, casi echándosele encima. Lidico, bajo la cabeza y recordó cómo
Adamara, se retorcía la noche antes. El médico, continuó:
-El bebé ha muero…no pudimos hacer nada…¡créanme!…ella está bien…-.
-¡Qué desgracia!…ella no tiene suerte…-,se lamentó Violeta, mientras se cubría el rostro, para esconder
dos gruesas lágrimas que acaban de rodar por sus mejillas. Lidico, le volvió la espalda a el médico, y se
quedó mirando su imagen en el pulido piso.
Violeta, sin dejar de sollozar se dejó caer en un sillón. Lidico, comenzó a caminar por el salón sin un
orden lógico. Por primera vez sintió deseos de llorar en su vida. Le parecía que le habían arrancado un
pedazo de su alma.
Después, de una breve recuperación, Amanda, fue llevada a la casa. Una tristeza inmensa embargaba su
alma. Casi no hablaba. El menor indicio de bulla la irritaba. Una sombra azulina recorría sus pálidas sienes.
Sus gruesos labios aparentaban resecos. Ni siquiera, Violeta, se atrevía a hablarle.
Este nuevo golpe, era casi decisivo para Amanda. Los deseos de tener un hijo se habían frustrados en
fracciones de segundos. Tantos días esperando el ansiado momento. Tantos días alimentando una
esperanza, que trajo tan nefasto desenlace. Era como si todo lo malo la persiguiera.
Lidico, casi no se le acercaba, regresaba más tarde que lo acostumbrado de la hacienda. Casi siempre,
cuando llegaba, ya Amanda se había dormido.
Por las mañanas se marchaba antes que despertara. Ni siquiera la besaba como antes. En la hacienda
él solo pensaba en Adamara. En ella veía las posibilidades de tener un hijo. Ella, estaba completamente
sana; no era posible que hubiera problema con el parto.
Lidico, casi siempre andaba solo, sumido en sus pensamientos. Hasta los trabajadores, habían notado el
cambio. Autoritario, era quien lo controlaba todo, mientras, Lidico, vagaba por los corrales de las reses
simulando que contaba el ganado.
Adamara, enterada de la situación de su prima Amanda, cayó en una especie de ataque de histeria. No
podía estar quieta en ninguna parte de la casa. Lloraba con frecuencia y no soportaba consejos de nadie. La
ausencia de Lidico la irritaba aún más.
Granada, se empeñaba en hacerla entrar por sus cabales; pero ella se refugiaba en su cuarto, y allí
permanecía casi todo el día.
Un día los desafueros de Adamara, sobrepasaron los límites, y sin que la madre lo advirtiera, fue a ver a
Amanda. Violeta, la recibió sorprendida al verle la barriga que había escondido por tanto tiempo. Adamara,
habló muy poco con su tía. Con una ira que se le salía por los poros, traspasó la puerta de la habitación de
,Amanda. Al entrar la encontró sentada en su silla, con la cabeza baja. Adamara, se paró frente a ella.
Amanda, se quedó boquiabierta al ver a su prima embarazada. Y con una voz temblorosa solo atinó a decir
su nombre:
-¡Adamara!-.
-¡Amanda!-.
Las miradas chocaron entre sí. La mirada iracunda de Adamara, con la mirada triste y aterrorizada de
Amanda. Ninguna podía decir nada, una fuerza natural las hizo enmudecer.
Adamara, había repetido por el camino, decenas de veces, lo que le iba a decir, y al final todo se le
olvidó. Y se quedó esperando por su prima, como si estuviera parada en el pelotón de fusilamiento.
Amanda, no había tenido tiempo de pensar en nada. Dijo lo primero que se le ocurrió:
-¿Y esa barriga?-.
Adamara, explotó:
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-¡De Lidico!-.
-¿De quién?-.
-¿Es que la parálisis te has dejado sorda también?-.
Amanda, comenzó a temblar, los músculos de la cara les saltaban, y sus dientes, producían un leve
chasquido.
Adamara, no dejaba de ofenderla. Y aprovechando la debilidad de su contrario, le alzaba la voz y le
manoteaba en la cara.
Amanda, no pudo soportar por mucho tiempo aquella vejación. Y con las fuerzas que le pudo sacar a su
voz, comenzó a llamar:
-¡Mamá!…¡mama!…¡mata a esta perra!…¡mátala!…¡auxilio!…-.
Adamara, al ver que la cosa estaba tomando un camino desfavorable, para ella, se volvió rápido, y desde
la puerta le gritó:
-¡Lidico, es mío!…¡inservible!…¡tullida!…-.
Cuando, Violeta, corría en auxilio de Amanda, se cruzó con Adamara, en la cocina. Violeta, le preguntó
algo pero ella no contestó.
A pesar de la barriga, Adamara, se movía rápido. Cuando, Violeta, quiso volver por ella, ya había
salvado el jardín y estaba en territorio de nadie.
Parada en el portal, y moviendo desesperadamente los brazos, se escuchaba la voz amenazadora de
Violeta:
-¡Anda!…vuelve aquí…¡perra!…¡me las pagará!…-.
La voz irónica y lejana de Adamara, le llegaba:
-¡Lidico, es mío!…¡mío!…¡esa inválida no se va a quedar con…-.
Violeta, no escuchó lo demás. La rabia le embotó los oídos y cerró la puerta con un golpe violento, que hizo
temblar los gruesos cristales.
Violeta, volvió por Amanda, y la encontró desmayada. Su cabeza descansaba sobre su hombro
derecho. Y tenía la cara desangrada y sudorosa.
Violeta, no se desesperó. fue corriendo al botiquín del baño y trajo un frasco de alcohol. Con una
pequeña almohadilla, primero le dio a oler y luego le pasó por la frente y la nuca.
Dos golpecitos en la cara bastaron para que Amanda, recuperara el conocimiento.
-¿Mamá?…ma…má-,llamaba, con una voz lejana mientras su cabeza se bamboleaba en todas direcciones.
-Tranquila, hija-.
Violeta, entre dientes, no dejaba de maldecir a Adamara Por unos instantes, trató de organizar en su
cerebro, los posibles momentos, que fueron aprovechados por ambos, para sus furtivos encuentros. Repasó en su cerebro, los días en que Lidico, había llegado tarde de la Hacienda, y recordó con odio el día en
que Adamara lo acompañó.
Mientras, le quemaban esos recuerdos, no dejaba de pasarle alcohol a su querida hija.
Saber que su propia familia había sido la causante de aquella tragedia, la encolerizaba sobremanera.
Amanda, poco a poco se fue recuperando hasta que se quedó dormida en los brazos de su madre.
El teléfono de la casa de Granada, sonó irritado. Ella, que estaba en la cocina, y corrió a atender la
llamada. Soltando el delantal a medio camino se sentó en una silla pequeña junto al teléfono.
-¡Aló!…¡aló!…-.
-¿Es la casa de, Adamara?-Sí-.
Granada, sujetó el teléfono con ambas manos, como para que no Se le escapara, y preguntó
preocupada:
-¿Sucede algo?-.
-Es del Hospital Gran Galeno…venga urgente….su hija sufrió un accidente….-.
-¿Cómo?-.
Granada, dejó caer el teléfono y salió corriendo rumbo a su habitación, llamando con voz desesperante:
-¡Antimico!…¡Antimico!…Adamara, se muere…¡apúrate!…-.
Antimico, se lanzó de la cama como un resorte. Granada, no sabía que hacer, corría del armario a la
cama.
-¿Qué le sucede a nuestra hija?…¿dime?…¿habla?…-.
-¡Un maldito accidente!-.
-¡Apúrate!…¿qué esperas?-.Gritó, Antimico, desesperado.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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NOVENA PARTE
UNA HISTORIA DE AMOR EN TIEMPO FUTURO.
En diez minuto estuvieron listos para partir. Antimico, sacó sacó del garaje su vieja camioneta “Ford”,y se
pusieron en marcha hacia el hospital. Ese día había llovido, el asfalto brillaba como una piel sudada. La
velocidad de los vehículos era menor. Las hileras de carros parecían caravanas de bibijaguas. En el cielo,
aún pululaban algunas nubes grisáceas El sol se burlaba de ellas, haciendo cabalgar sobre sus espaldas
sus cálidos rayos.
Cuando, Adamara, salió de en casa de Amanda, tomó un taxis, que subió por la Ave. de Los Capitanes, y
la dejó frente al Boulevar. Ella, se bajó con la vista casi nublada y oscurecida por la histeria. Trató de cruzar
la calle, precisamente por donde el tráfico estaba más violento.
Solo tuvo tiempo de proferir un grito largo y desgarrador. Un auto, la arrastró como diez metros, por el
brillante pavimento. Al recibir el impacto fue lanzada contra el parabrisas, y allí se mantuvo hasta que el
chofer pudo controlar el auto. El auto, frenó, y Adamara, rodó, con los brazos y las piernas abiertas hasta
caer sobre el pavimento mojado. La gente acudió en su auxilio. Adamara, tenía la cara ensangrentada, y
las dos piernas molidas. Al llegar al hospital, estaba inconsciente.
Lidico, se sentó en el borde de la cama. Amanda, en su silla, miraba a través de los ventanales la
tarde que iba feneciendo. Un rayo rojizo caía sobre las frondas de los árboles. Ella, sentía que su sangre
bullía como el agua. El le miraba el cabello que le caía desordenado sobre los hombres, y se mordía los
labios con sus pequeños dientes.
Violeta, que desde la mañana esperaba ansiosa la llegada de Lidico entró en el cuarto, sin previo aviso.
Llevaba el rostro contraído, y las manos crispadas en gesto amenazador. Lidico, al verla se dejó caer un
poco hacia atrás, hasta acodarse sobre el colchón. Violeta, no lo miró. Se paró frente a su querida hija, y le
preguntó una voz que nada tenía de agradable:
-¿Ya se lo dijiste todo?-.
-No. Mamá-.
-¿No tienes valor?…pues yo se lo diré…-.Y clavó sobre Lidico una mirada de odio. El evadió la mirada, y
observó a través de los ventanales las primeras luces de la ciudad.
-¡Eres un canalla, Lidico!-,Violeta, levantó los brazos con los puños cerrados, y continuo:-nunca pensé que
nos traicionaría de esa manera…
¡eres un cobarde!…no te queremos más en ésta casa…¿me oyes?…-.
Lidico, mantenía la mirada fija hacia afuera. Su exaltados ojos vieron, la raya azul-rojiza de una estrella
fugaz. Amanda, reventó en un llanto nervioso y sentido.
-¡La vas a matar!…¿esos son tus propósitos?¿quieres quedarte con su dinero, para disfrutarlo con
Adamara?…¿no?…te equivocas..-.
El llanto no la dejó continuar. Ella, caminó hasta los ventanales, para respirar una pequeña brisa que
batía dosificadamente. Lidico, que había tratado de mantenerse callado, no pudo soportar tales injurias, y
tratando de reforzar su voz, le contestó:
-No necesito su dinero…¿entiendes?….¡quédese con su hija y con su hacienda!…no las necesito a ninguna
de las dos…-.
-¡Lidico!…¡Lidico!…no me dejes…¡por favor!…,interrumpió, Amanda, dándole un giro a la silla, hasta
ponerse frente a frente con él. Lidico, no la miró. En esos momentos un odio incalculable se apoderó de él.
-No le ruegues a ese hipócrita…¿no ves que te quieres destruir?…
si te quisiera no actuaba así…no te preocupes ya encontrarás a otro…en éste mundo se sobran los
hombres…
-¡Y las mujeres!…-,interrumpió. fuera de sí, Lidico.Y se paró violentamente de la cama.
Amanda, le miró la blanca espalda, y el cuello rojo quemado por el sol. El corazón le palpitó
desesperado, y ella se apretó el pecho, como para detenerlo.
Violeta, buscaba alivio, en las peregrines luces de la ciudad. Un olor a conflicto llenaba toda la
habitación. Lidico, parado frente al espejo, contemplaba su rostro contraído y su respiración agitada.
Entonces, volviéndose bruscamente, sin dirigirse a nadie explotó:
-¡Me marcho de ésta casa!…¡no volveré a pisarla jamás!…
amo a Adamara, y me voy a casar con ella…¡Sépanlo de una vez!…-.
Amanda, se ahogó en un desesperante sollozo. Coti, que estaba debajo de la cama, salió dando
fuertes ladridos. Violeta, lo calló. Y como si eso le hubiera servido de combustible, dijo decidida:
-¡Acábate de ir!…nos las arreglaremos sin ti…-.
-¡No!…que no se vaya…¡quédate, Lidico, de mi vida…-.
-¡No aguanto un minuto más en ésta casa!…-.
-¡Vete!-.
-¡Noooo….!-.
Una historia de amor en tiempo futuro
César Frómeta
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Lidico, no aceptó las súplicas de Amanda. Se puso la camisa, y soltando maldiciones entre dientes,
salió violentamente de la habitación.
Amanda, al verlo partir arreció sus gritos, que terminaron en convulsiones. Violeta, trató de consolarla
pero ella no entraba en razones.
Amanda, lloró hasta que sus ojos quedaron resecos como dos conchas vacías.
En el hospital, Granada, no cesaba de llorar. Lidico, enterado de la situación, había acudido
rápidamente, y prefiriendo estar mejor, como el desgraciado Edipo, se cubría el rostro para no ver a nadie.
Aunque, él había provocado la pérdida de Amanda, ante la nueva desgracia se maldecía por haber actuado
de esa manera cobarde.
Constantemente se anunciaban los partes médicos, por los audios. El estado de gravedad de Adamara,
se mantenía. Además, de los partes, cada seis horas un médico se presentaba para informar directamente a
los familiares.
Granada, no quiso avisarle a su hermana ,Violeta, tenía la sospecha de que el accidente tenía algo que
ver con ella. Por eso, además de su suposiciones sentía un poco de odio por su hermana.
Antimico, estaba sentado al lado de su esposa, con las piernas cruzadas y el rostro serio y lejano. De
vez en cuando miraba a Lidico, pero rápidamente quitaba su vista de encima de él.
Adamara, llevaba diez horas en la mesa de operación. Su situación era de extrema gravedad. Los
médicos no habían informado sobre el destino de la criatura.
Lidico, estaba ensimismado en su dolor. De repente, escuchó los gritos de un niño; levantó la cabeza y
vio una mujer alta y rubia, que traía entre sus manos un hermoso bebé. Lidico, miró su carita rosada y
redonda, y se interrogó:”¿Cómo se llamará?”.Y luego, volvió a esconder su dolido rostro.
********************************************************
Violeta, mandó a buscar al padre Apolonio, para que tratara de reconfortar el alma de Amanda. El
llegó temprano, con su natural altruismo y laboriosidad. No traía su manoseada carpeta; solo un pequeño
folleto.
Violeta, lo recibió con gran deferencia. Y después, de obligarlo a tomar una taza de te, lo condujo a la
habitación de Amanda.
La encontró jugando con Coti, pero seria y pensativa.
-¡Buenos dias, hermanita!-.
-¡Buenos dias, padre!-.
Amanda, observó atentamente los movimientos reverente del padre. Después, su vista de refugió en su
espaciosa frente.
El padre Apolonio, parado frente a ella, cerró sus ojos y comenzó una larga oración, que solo Dios la
podía escuchar. Violeta, que había ido por una silla, regresó rápido y la colocó a su lado.
Cuando terminó su oración, se sentó y tomando las frías manos de Amanda, entre sus cálidas y largas
manos, le dijo en tono casi adormecido:
-Amanda, el señor te reclama…no te resista, hija…solo él puede remediar tus males…¡entrégate,
Amanda!…-.
-¡Padre, Apolonio!-.
-¡Hija!,olvida de una vez las cosas terrenales, que solo traen placer temporal. Este mundo convulso y
pecaminoso pronto será destruido e, instaurado el reino del todopoderoso,¡amén!…-,y se persignó
efusivamente-:Amanda, piénsalo bien. Este domingo te espero en la casa de Dios ¿aceptado?-.
Amanda, abrió su corazón a las palabras del padre. Sintió que su alma se transformaba, y se quitaba de
encima una pesada carga. Pero, no estaba segura si se trataba de una emoción pasajera, o del fin de sus
penas.
-Trataré de ir, padre…-.
El padre, Apolonio, viendo el efecto que había causado en Amanda, su pequeño sermón, se retiró
henchido de gozo, no sin antes volver a insistir en la invitación. Ya parado en la puerta, volvió su pesado
cuerpo para decirle adiós. Y además, del saludo de Amanda, recibió el de Coti, que comenzó a ladrar
queriendo reventar.
La noticia, sorprendió a todos. Adamara, perdió la criatura, y tuvieron que amputarle las dos piernas.
Granada, anegada en llanto, no se despegaba de Antimico. El trataba de consolarla. Lidico, caminaba
desesperado por todo el salón. Detrás le seguía como una escolta su tía Amapola, quien no dejaba de
repetir: ”Qué desgracia¡”.
El dolor de Lidico, era grande en un mes había perdido dos hijos. Se sentía abatido. Ahora, el destino lo
ponía en una disyuntiva ¿Volvería de nuevo con Amanda, después de la desgracia de Adamara?.El,
lacerado, no tenía fuerzas para pensar en eso.
Cuando Violeta y Amanda, supieron la noticia del accidente de Adamara, se quedaron petrificadas.
Nunca hubiesen imaginado una venganza de esa magnitud. Pero, a pesar de todo lo malo que le habían
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deseado, después, de haber recibido la noticia-como si su conciencia le remordiera-,comenzaron a hablar
en otro tono de ella, y hasta empezaron a preocuparse por su salud. La parte buena del corazón venció a lo
vil y alevoso que hay en él.
Amanda, se sentía nerviosa e inquieta. Tres veces había pasado el jinete desconocido, y ella apenas lo
había mirado. Ella, comenzó a sentir una especie de culpa por lo sucedido a Adamara.
En esos días difíciles, no hacia más que pedirle a Dios, que le diera fuerzas para poder soportar
tantas cargas.
Por eso, el Domingo, atendiendo a la invitación del padre Apolonio, se presentó temprano en la
mañana a la iglesia, para asistir a la misa.
Violeta, la llevó, junto a su inseparable silla de ruedas. La congregación se mostró curiosa al verla.
Todos la miraban con ojos ávidos. Los más viejos asociaban su rostro con el de Alarmado. Otros se
mostraban misericordiosos, al verla tan joven y que ya no pudiera caminar.
La visita a la iglesia, la reconfortó un poco. El padre Apolonio, se sintió muy honrado por su presencia, y
al final de la misa extendió a Dios una larga oración en su nombre.
El regreso de Lidico, al hogar despertó en Amapola, una felicidad nunca antes experimentada. Sentía
que tenía poder, porque al final después de tantas pesadillas, había logrado arrancarla del seno de Amanda,
y por añadidura de Adamara.
Amapola, se movía en la casa, con gran ligereza, y hasta evocaba largas sonrisas, tratando de
dulcificar su duro carácter.
Lidico, que estaba atormentado, casi no le ponía atención a su cursilería. Clotilde, se reía a solas en la
cocina, al ver a su señora tan cambiada. Amapola, en la cena se mostraba locuaz y aparentaba un
apetito nunca antes visto. Por la tarde, acostumbraba a usar un ostentoso peinado, con un moño que
parecía una pirámide. Tombi, se burlaba de ella a escondida, por encargo de su madre.
Las atenciones hacia Lidico, se hicieron más marcadas. Ella lo trataba con un mimo especial, semejante
a los tiempos en que era niño. Lidico, hasta cierto punto necesitaba de esos lazos afectivos. Amapola,
comenzaba a forjarse nuevas ilusiones, aprovechándose de la desgracia de Lidico.
Era una mañana hermosa, el sol sonreía enseñando sus erizados dientes. Los árboles vestidos de
verde, irradiaban una frescura envidiable. Los flamboyanes, florecían, y sus frondas parecían centellear. Los
pajarillos, entraban y salían en las espesas ramas de los árboles. El cielo gris y plateado, se iluminaba al
influjo de los rayos solares. El viento soplaba, tímido y húmedo.
Amanda, miraba a través de los ventanales, los encendidos flamboyanes. Su mente estaba llena de
ilusiones, como en los tiempos en que era realmente feliz, y pasaba muchas horas contemplando el
llamativo árbol.
Mientras miles de hermosas imagines, afluían a su mente, vio salir de los pequeños arbustos al
misterioso jinete. El corazón le golpeó fuertemente en su débil pecho ¿era el amor?.Un misterioso escalofrío
le recorrió todo el cuerpo. Sus ojos quedaron sin pestañear. Pero, el mayor asombro le sobrevino, cuando
se percató de que el jinete se dirigía directamente hacia su casa.
Al verlo acercarse, sintió miedo, pero otra fuerza pudo más; la curiosidad. El jinete, detuvo su
cabalgadura frente a su ventana. Amanda, lo vio perfectamente. Tenía el rostro rozado, los ojos verdes, y
era de alta estatura. Ella, lo comparó con Lidico y le pareció que le daba por los hombres. Aunque el extraño
jinete, permanecía sobre su caballo, y Amanda, no podía precisar bien su estatura.
El jinete, para infundirle confianza a Amanda, le sonrió y enseño su perfecta dentadura. Amanda, casi, le
sonrió también. Hubo un instante de tensión. Amanda, sintió miedo, y quiso llamar a su madre. Pero el jinete
no le dio tiempo, y sacó una pequeña cajita y comenzó a hablar y el equipo a traducir.
-¡No temas, Amanda!…he venido a salvarte…-.
-¿Quién eres?-,preguntó sorprendida Amanda, al escuchar la voz electromagnética que salía del dispositivo.
-Soy Kvh…de la galaxia Kala-0….-.
Un miedo mayor se apoderó de , Amanda, el cuerpo entero le comenzó a temblar. Los dientes les
castañeaban.
-¡Mamá!…¡Mamá!…¡auxilio!…¡pronto!…-.
Kvh, no se impacientó, y mantuvo su calma. Sentía seguridad en sí mismo. Por eso cuando recibió la
voz de alarma proferida por ,Amanda, solo se limitó a sonreír con infantil inocencia.
Vileta, acudió, precipitadamente al llamado de su hija. Amanda, le contó desesperada el suceso, como si
se tratara de una ficción. Violeta, miró al extraterrestre, y tratando de controlar sus nervios, y le preguntó con
rectitud:
-¿Qué quieres de nosotras?-.
-He venido a salvar a su hija…¿me escuchas?…cambio…-.
Violeta, no podía creer lo que esta ba viendo. Muchas veces había oído hablar de extraterrestres; pero
esta vez estaba frente a uno, y nada menos que dialogando con él:
-¿Cómo podemos creerte, extraterrestre?-.
-Kvh…es mi nombre…cambio…-.
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Amanda, no podía hablar no hacia más que pensar en una nueva desgracia. Y ahora, la imaginaba más
nefasta. Pero, sin embargo, no dejaba de mirar a Kvh. Veía en su rostro, una castidad, nunca vista en los
humanos. Sus ojos tenían tal quietud, que hicieron que Amanda, se fuera transformando poco a poco.
-¿Me permiten pasar?-,preguntó, Kvh, después de unos minutos de silencio. Violeta, conferenció con
Amanda, y ésta un poco más calmada aceptó.
Instantes, después, Kvh, estaba sentado frente a las dos. Ellas, lo miraban sorprendidas. Amanda,
buscaba, en su rostro un rasgo que lo pudiera diferenciar con los terrícolas. El cabello, era liso y recortado,
en nada se diferenciaba del nuestro. Su cara parecía blanda y suave. Solo, al bajar la vista, Amanda, pudo
encontrar, la ansiada diferencia; en cada mano tenía seis dedos. Amanda, se quedó mirando la ancha mano
cubierta de vellos. Kvh, notó la insistente mirada, y trató de esconder sus manos por detrás de los muslos.
En su mano derecha aún mantenía la caja traductora, y sobre sus anchas espaldas, llevaba una especie de
mochila, construida de un material parecido al plástico.
Kvh, vestía semejante a los terrícolas, pero con la diferencia de que las ropas estaban confeccionadas
de piel, para protegerse de las altas temperaturas en la tierra, y sobre todo de las quemaduras del sol.
-¿Cómo está tan seguro de que puedes curar a mi hija?-.Preguntó, Violeta, después de una larga
conversación, donde Kvh, trataba de convencer a Amanda, de que se sometiera al tratamiento.
-Deben confiar en mi…en mi planeta cada habitante se dedica a estudiar el destino de uno de los terrícola.
Yo escogí a Amanda Rivera.¿Entienden?-,Kvh, hablaba rápido ,y a cada instantes humedecía sus labios,En mi computadora personal, tengo registrado todo lo referente a Amanda. Lo que no podemos evitar es la
tragedia, pero sí tenemos los recursos para restaurar cualquier daño, que se produzca en el organismo
vivo-.Amanda y Violeta, se miraron escépticas, Kvh, subía poco a poco la voz-:Tenemos en nuestro poder el
rayo “panacea”,capaz de curar cualquier mal por grande que éste sea…-.
-¡Eso es fantástico!…-,gritó eufórica, Violeta.
Kvh, rió un poco para demostrar sus buenas intenciones. Una hilera de dientes largos y fuertes
aparecieron. Amanda, se quedó extasiada al ver la blancura de aquellos dientes.
-¿Y qué debo hacer para someterme al tratamiento?-,preguntó decidida, Amanda, mientras en sus negros
ojos brillaba una chispa de felicidad.
-Muy sencillo…-,tradujo al instante la pequeña caja, y continuó con su fañosa voz-:solo tienes que
mantenerte quieta unos instantes, mientras yo aplico el rayo sobre tu cuerpo-.
Amanda, rió algo nerviosa, sus gruesos labios palpitaron, en una contenida emoción.
De esa manera quedó todo preparado para comenzar el proceso de curación. Kvh, descolgó su mochila
y la puso en el piso. Rápidamente, comenzó a buscar con sus grandes manos, y en poco minutos ya había
sacado un pequeño aparato d forma circular. Por un extremo, tenía un pequeño cañón como el de un
revolver, y por el otro tres botones de diferentes colores.
Violeta y Amanda, miraban con gran entusiasmo. Amanda, se frotaba las manos por la cara para limpiar
el leve sudor, y con la mirada fija esperaba que sucediera el milagro.
Kvh, reguló el equipo, y se lo llevó a la altura de la cintura. Acto seguido, obturó el interruptor, y un rayo
blanco-verdoso, como la luz de las luciérnagas salió del aparato. Cuando, el rayo incidió en el cuerpo de
Amanda, se regó por todo su cuerpo como pulverizado.
Amanda, sintió como un estallido dentro de su cuerpo. La habitación se envolvió con una nube verde.
Violeta, asustada, miraba a su hija que se estremecía por la acción del rayo “panacea”.
Cuando, Kvh, dejó de aplicar el rayo, Amanda, quedó rodeada de una aureola, donde se mezclaban los
colores del iris.
Instantes después, volvió a parecer el cuerpo nítido de Amanda, y la habitación se llenó de la
transparencia de antes.
Amanda, se quedó como muda. Violeta, trataba de sonreír, pero solo conseguía apretar sus finos labios.
Kvh, decidido, caminó hacia donde estaba Amanda, la tomó por los brazos y repitió la milenaria
frase:”Levántate y anda”.
Amanda, se paró de su silla. Por un momento pensó que sus piernas le fallarían, pero su inmenso
deseos de caminar se impuso.¡Sus piernas resistieron!.
-¡Mamá!…puedo pararme…¡hurra!…¡gracias k…!…-.
Violeta, se abalanzó sobre su hija, y la abrazó entre risas y lágrimas. Amanda, sentía que la vida le
entraba por cada pedacito de su cuerpo. Kvh, las hizo separarse. Amanda, le sonrió con un gesto de
agradecimiento. El extendiéndole su grande mano, la invitó a caminar por la habitación.
Amanda, dio los primeros pasos, insegura, como si temiera perder el equilibrio, y caer de bruces al piso.
Ya caminando, le parecía que había una gran distancia entre su ojos y el piso.
Después, de dar los primeros pasos , Kvh, la dejó sola, y Amanda, sintió que el mundo, se abría ante
sus ojos, con nuevos brillos y un encanto inusitado.
Mientras, en casa de Amanda, sucedía un milagro para el mundo entero, en el hospital, Lidico, con los
ojos pegados a la ventanilla, miraba desconsolado a Adamara.
Por una casualidad del destino, Adamara, estaba ocupando la misma cama en la que convaleció
Amanda.
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César Frómeta
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Lidico, la miraba con unos ojos que no acertaban a organizar bien las imagines. La cara blanca y lejana
de Adamara, le parecía un espejo convexo, por donde resbalaban las figuras distorsionadas.
Casi no se atrevía a mirarla de la cintura hacia abajo, y cuando lo hacia que veía las sabanas hecha un
rollo, donde deberían estar sus juveniles piernas, refugiaba su vista en los deshabitados rincones
de la sala.
Adamara, permanecía casi todo el tiempo dormida. Su cuerpo estaba débil. Siempre que se despertaba
trataba de buscar desesperadamente, sus antiguas piernas. Su madre, a su lado la consolaba como
podía.
*******************************************************
Amanda, saltaba de alegría. No hubo rincón de la casa, que no lo recorriera, para probar la fortaleza de
sus piernas. Ella, caminó hasta el jardín, allí estuvo largo rato tomando el sol, y admirando la belleza
de las flores, que anunciaban la llegada de la primavera.
Kvh, la contemplaba con unos ojos curiosos, por su mente pasaban extrañas asociaciones. El recordaba
en su galaxia Kala-0,su primera novia, que tenía algunas características semejante a Amanda. Su andar
delicado, y sus gruesos labios, era lo que más recordaba.
Amanda, desde donde estuviera, no dejaba de mirar al extraterrestre, Muy pronto el recuerdo de Lidico,
se le fue borrando. Aunque no sabía qué era, en su corazón comenzó encenderse una pequeña llamita.
Kvh, accedió a la petición de Violeta, de quedarse unos días en casa.
Una tarde, mientras Kvh y Amanda, paseaban juntos por el jardín. Ella, sintió la fuerza de la Mirada de
Kvh, que la quería traspasar. Amanda, se quedó helada. Entonces, miró a lo lejos, y el flamboyán ya estaba
florido. Sus ojos fabricaron dos hermosas lágrimas. Su corazón aceleró su trabajo. Ya estaba fuera de si,
cuando Kvh, la tomó por el talle, con sus anchas manos, y le dio la vuelta y la apretó contra su corpulento
pecho.
Amanda, gimió como una gacela alcanzada por el feroz león, y se entregó dispuesta a que la devoraran.
Una nube blanca, con bordes grises, no permitió que los rayos del sol pasaran impunemente.
Un fresco vientecillo, arrastró los pétalos de una flor, y pasaron como diminutos pajaritos, por encima de
Amanda y Kvh.
Esa noche, después, de una apetitosa comida, vino la confesión:
-¡Mamá!…Kvh, me ha propuesto matrimonio…-.
Violeta, demostrando estar agradecida por los servicios de Kvh, aceptó la propuesta de muy buenas
ganas.
Esa noche hablaron de la boda. Decidieron que fuera el padre Apolonio, quien los casara.
La noticia de la aparición del extraterrestre, pronto circuló por toda la cuidad. Los periódicos, en grandes
cintillos anunciaban al advenedizo. Hasta las autoridades de la cuidad se acercaron para interrogarlo; pero
después de enterarse del milagro lo hicieron huésped de honor.
Kvh, se negó a ser fotografiado para los periódicos, alegando que esa no era su costumbre.
Lidico, enterado del restablecimiento de Amanda, trató de acercarse a la casa, pero recibió el rechazo
de Violeta, que no lo dejó, si quiera, atravesar el jardín. El se volvió triste con los deseos de ver a Amanda,
de nuevo caminando como antes.
Amanda, enterada de la presencia de Lidico, cerca de su casa, se mostró fría e indiferente, como si se
tratara de uno de los tantos curiosos que habían ido a verla.
Amanda, no dejó que se escapara la primavera para celebrar su boda. Al fin sus deseos se iban a
cumplir.
El día de la boda todo estuvo organizado. No hubo que poner la plataforma, para que ella subiera, ni iba
sentada en la silla de ruedas.
Tal como se había concertado, el padre Apolonio, fue el encargado de unirlos en matrimonio. El fue, el
primer sacerdote en casar una terrícola con un extraterrestre.
La boda, levantó un revuelo grande. En todos los sectores tuvo repercución. Los científicos empezaron a
especular sobre el futuro de sus hijos. Algunos planteaban que podían traer malformaciones. Otros, que les
iba ser imposible adaptarse a la vida de la tierra. Muchos, proponían hacerle a Kvh, un estudio biológico,
antes de que comenzaran a tener hijos.
Un científico, se atrevió a vaticinar:”si tiene seis dedos, a los hijos le van a salir siete”.Pero, Kvh, reía
ante cada una de las hipótesis de los científicos terrícolas.
La luna de miel, la decidieron pasar en el centro turístico”El Paraíso”, que estaba enclavada en las
márgenes del río Amazonas. El mismo, río, que Le había parecido a Kvh, un pequeño mar, desde su nave
especial, cuando estaba próximo a aterrizar.
Amanda, decidió conducir ella misma su nuevo auto, demostrando una recuperación rápida. Violeta,
insistió mucho en que no lo hiciera, pero ella no aceptó las súplicas de su madre.
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Amanda, con un entusiasmo enorme, montó en su auto, junto a su esposo. Ella, sonriendo se despidió
de su madre.
Puso en funcionamiento su auto, y encendió la cassettera. A su lado los árboles pasaban veloces. Una
sensación de libertad se apoderó de ella. Se sentía el ser más feliz de la tierra. Kvh, la miraba y le sonreía
enseñando su blanca dentadura. El era también feliz porque había realizado sus sueños.
Al pasar por la Avenida de Los Capitanes, los ojos de Amanda, se abrieron más ¡Qué dicha poder
manejar de nuevo por las calles de la ciudad!.
Después, de tanto sufrimiento para Amanda, le esperaban ahora, muchos años de felicidad. La vida
empezaba de nuevo para ella. Esa avalancha de cosas bonitas se lanzaban sobre ella con gran ímpetu. La
vida se abría ante ella como el ancho Amazonas.
En el mismo corazón del Amazonas, allí donde ahora crecen apretujados los grandes árboles, que
parecen ahogarse uno con otros. Donde cada noche es un misterio, y la jungla se estremece, cuando en
sus entrañas se mueven las miríadas de aves, emitiendo sus sonidos desgarradores. Allí dentro de algunos
años se levantará la cuidad “EL Espejo”.En esa hermosa cuidad del futuro, los que aún vivan podrán ser
testigos de ésta historia de amor que acaban de leer.
Amanda, como movida por una intuición natural decidió pasar frente al hospital “Gran Galeno”.Y ¿cuál no
fue su sorpresa al ver a Lidico, que bajaba por la ranfla, conduciendo la silla de ruedas en que viajaba
Adamara?.Amanda, no pudo resistir la tentación de verlos unidos por el nefasto destino.
Amanda, detuvo el auto. Lidico, alzó la vista y la vio. El, por poco pierde el control sobre la silla. Sus
cortos dientes mordieron sus labios hasta sangrarlos.
Adamara, llevaba la mirada caída. Amanda, le vio el rostro como de luna. Entonces, se miró en el espejo
del auto y vio el de ella juvenil. Kvh, no podía entender aquella escena, y se quedó callado mirando a lo
lejos la galaxia Kala-0.
Amanda, hubiese querido, esperar a su prima, para decirle frente a frente todo cuanto merecía. Pero su
corazón había cambiado. Por eso sintió lástima, por Adamara. Y en medio de aquella escena, Amanda,
puso en marcha su auto, llevándose en su mente la siguiente interrogante:”¿Aparecerá otro extraterrestre,
que sea capaz de devolverle las piernas a mi prima?.
FIN.
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