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FUNDADO EN MAYO DE 1915 POR ANTONIO MUT
(SEGUNDA
ANO VIII
ÉPOCA)
SEPTlEMBfíE 1 9 ^
NUM. 88
S U M A R I O
Páginas Literarias, por Julio Nombela (continuación).—Escue'a Nacional de Sanidad.—Noticias
PAGINAS LITERARIAS
por Julio Nombela
(CONTINUACIÓN)
Donde mejor se observa el rigor
con cpue Moratín llevó a la práctica estas teorías, es en las traduí-ciones libres que hizo de dos comedias de Moliere: en El Médico
a palos y en La escuela de los maridos. Fueron las dos últimas producciones que dio al teatro y en
ellas nos dejó los más sazonados
frutos de su experiencia. No sólo
supo acomodarlas con acierto a las
costumbres españolas, sino que reparó con diligente esmero y coa
inflexible severidad las faltas en
que había caído el autor francés.
Ejerció el traductor de crítico, de
acuerdo en todo con el i>ensamientu
de atnbas obras y con sus líneas ge-
nerales; pero iHiostráudose censor
adusto de los <kscuidos y ligerezas
que de algún modo podían disminuir lá verosimilitud de la fábula.
Prtteban las indicadas enmiendas
que el modelo que insfáró a Moratín es uli Moliere esípurgado y corregido, un Moliere intachable en
la forma, y que al imitarle como
al traducirle, nuestro poeta no se
olvidó inunca de limar y de pulimentar las obras del maestro.
Aquellas que principalmente influyeron en el teatro de Moratín
son, a mi humilde juicio, Tariuije, L'école des femmes y L'écolc
des maris.
Moliere había desenmascarado a1
hipócrita. Moratín sacó a la vergüenza a la Mojigata. Una mismi
intención movió a ambos autores
y como nunca llegaron más allá en
sus atrevimientos, se explican los
obstáculos con que tropezó feí re-
C E R E G U m i L FERNANDEZ
Afifflento completo vegetariano a tese de cereates y legtmiínosas
Especial para niüos, ancianos, enfermos del ésttmago y convatecienfts. InSBStHofMe
como alimento en los casos de intolerancia gástrica y aíecciones intestinales.
F»raduMi»z j caiiiv«if..iifALAGA
66
Boletín
de la ttievísta
Ibero-Americana
presentación de Twrtuffe y las dificultades que aplazaron el estreno
de su imitación española (1).
Necesitó la primera del amparo
de IAIÍS X I V : la segunda de la protección del príncipe de la Paz. Fueron las dos objeto de apasionados
aebates y de severas censuras.
No desconoció Moliere los peligros a que se exponía con sus ata
qiies a los que él llamaba «moiitderos falsos de la devoción», ni lo
delicado del asunto que llevaba a
las tablas. Precisamente el arte
de la hipocresía consiste en que lo
fingido se confunda con lo verdi
dero hasta el punto de que los ataques que contra ella puedan dirigirse, alcancen de algún modo a
la sincera piedad. Moliere comprendió-lo difícil de su empeño;
]>ero le acometió con singular arro(1) El Tartuffe fué concluido en noviembre de 1664 ; pero no se autorizó
la representación de esta comedia hasta principios del año 1669. Si no hay
error en la fecha de la carta de Napoli
Signorelli, inserta en las páginas 119 y
siguientes del tomo 2.» de las Obras
postumas de D. Leandro, La Mojigata
estaba ya escrita en 1788. En esta carta
que aparece fechada en 9 de diciembre
de dicho año, decía Napoli a Moratín :
«Aguardo '.su Mojigata ; pero quisiera
saber por qué la han condenado a no
imprimirse ni representarse». En la Advertencia a la referida comedia (Edición
de las obras completas de D. I^eandro,
publicada por la Real Academia de la
Historia) se indica que empezaron a verse copias de la misma desde el año
1791 y que se representó en casas particulares y en teatros de provincias sin
la aprobación del autor y «por manuscritos viciados y llenos de errores, su
yos y ajenos». Hechas por Moratín las
correcciones qu«( le parecieron convenientes. La Mojigata se representó en
el teatro de la Cruz el día 19 de mayo
de 1804. En este mismo año salió impresa con dedicatoria en verso al príncipe de la Paz.
de Ciencias
MédicASt
jo. Su pintura del vicioso y taimado caballero de industria que con
apariencias devotas comete todo
género de tropelías, se separa del
tono burlón con que ordinariamente trata Moliere sus asuntos. La
¡íi'itira en esta obra chorrea sangre;
y para que la comedia no concluya
J e un modo lastimoso, vese obligado el autor a hacer intervenir
-omo «Dcus ex machina» pro^'idencial, a la majestad suprema de I/Uis
XIV, que corta violentamente el
nudo.
Moratín no fué tan lejos ni estacó su indignación con arranques
tan apasionados como los de su
maestm; pero tal vez fueron más
dañinas sus intenciones por lo misma que en «La Mojigata» todo e«
bnr'a, desde el principio hasta el
fin.
Más aún que en las redomadas
astucias del impostor francés, se
revela el carácter agresivo de la
obra de Moliere en las teorías que
i uso el autor en labios del hipócrita. Recuérdense, entre otras, las
siguientes frases que son proverbiales allende el Pirineo:
¡Ahipour étre Dévot, je n'en suis pas moins
[homme.
Et c'est en nous qu'on trouve, acceptant
[notre coeur,
De l'amour sans scandale, et du plaisir sans
[peur.
(Acto III. Escena
III.)
í.e ciel deffend, de vrai, eertins contente
[ments.
Mais on trouve avec lui des accomodements;
Le escándale du monde est ce qui fait
[l'offense;
Et ce n'est pas pecher que pecher en si[lence.
{Acto IV. Escena V.)
No llega a tanto el cinismo de doña Clara; pero indudablemente de-
Boletín de la iRevista Ibero-Americana de Ciencias Médicas»
muestra mayor habilidad y astucia
en las artes del disimulo que el
impostor francés. Su carácter es
más vulgar que el de ((Tartuffe»,
y por lo mismo más temible su hipocresía.
Al sacar a escena a una mujer
gazmoña, podía Moratín invocar el
precedente de «Marta la Piadosa»,
de Tirso de Molina. Compárese,
sin embargo, esta última producción con ((La Mojigata», y saltarán
a la vista las diferencias radicales
que existen entre la antigua comedia española y la de Moratín.
La obra de Tirso no ofende a la
jiiedad, fingida o verdadera; la supuesta devoción de íilarta es puramente accidental, una de tantas
tretas que idea el amor para lograr
sus deseos. Marta, figura femenina de las más desenvueltas que encontramos en el teatro de Fray Gabriel Téllez, es mujer tan apasionada como socarrona y astuta, que
corre una aventura difícil y peligrosa por amor a un hombre. La
ciega la pasión vehemente, que estalla en escenas tan magistrales como aquella en la que Marta, celosa
golpea a su amante, y luego hincándose de rodillas con sincero arrepentimiento de su acto de violencia, le pide humildemente perdón.
Parece complacerse el genio de
Tirso en las artísticas transiciones,
en los contrastes de luz y sombras
que resultan del apasionamiento
de Marta y de su devoción fingida.
Las bellezas de la obra son exclusivamente literarias: en ella se rinde culto al arte por el arte. No vemos que el autor se proponga combatir la gazmoñería, ni se descubre al moralista en el poeta. Pruel<a de ello es que el ardid de Marta produce el fin que se propuso,
su padre la perdona y cae el te-
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lón. De la comedia de Tirso tomó
Moratín lo único que podía convenirle : las cómicas transiciones que
muestran el doble aspecto de doña
Clara, sus cambios de actitud y
de tono cuando un importuno la
sorprende y tiene que ponerse rápidamente la careta; y al apropiarse estos efectos cómicos los atenuó, según su costumbre, en odio
a las pinceladas vigorosas, y porque la heroína de la pieza de Moratín es una mosquita muerta, de
nmy malas entrañas, iiero incapaz
de tener hondos sentimientos.
En cambio, tomó Moratín de Moliere la situación más lógica y verosímil de su «Tartuffe», la que representa el colmo de la hipocresía. Cuando el falso devoto, en t .
obra francesa, y la mojigata, en Vi
esi)añola, son sorprendidos y acusados, ni aquél ni ésta se defienden ; por el contrario, se ofrecen
como víctimas propiciatorias, y con
este rasgo, que demuestra que la hipocresía es en ellos una segunda
naturaleza, consiguen nuevo y brillante triunfo en el desempeño de
su odioso papel.
Nadie ha puesto en duda que en
la ironía de Moratín asoma el «esprit» irreverente de Voltaire, contenido por ciertos respetos, y porque, según confesión de cuantos
trataron a nuestro poeta, fué la timidez la nota dominante de su carácter. Acredítanla las correcciones que hizo en «La Mojigata», así
como son testimonio de la maliciosa intenición del descreído abate,
ciertos punzantes chistes lanzados
tanto en esta obra como en algunos
conocidos pasajes de ((El sí de las
niñasD.
No omitió Moratín, siguiendo
también en esto a Moliere, las oportunas salvedades de que sus cen-
B^eÜM de i« •tRevista tbero^Americana ae CienUas Médicas»
suras Ho iban dirigidas contra la
religión; pero es evidente que no
eran compatibles con la renovación
de la vida nacional a que aspiraba
el autor de «La Mojigata», ciertas costumbres piadosas de sabor
añejo, y ya que no creyó prudente
c<Miibatirlas con franqueza, aprovechó cuantas ocasiones se le presentaron para ponerlas en ridículo.
líabíase mostrado Moliere enemigo de la hipocresía en todas sus
variedades, y no sólo en la que representa «Tartuffe». En «L'ecole
des ferames» y en ((L'eeole des maris», se denuncia la existencia de
este vicio como fundamento de la
educación de la mujer. Dada la índole de la comedia de caracteres,
nada más natural que abordar en
ellos el importante problema de la
educación femenina. Si el autor
cómico quiere corregir los vicios
de que adolece una sociedad, debe
ir derecho a buscar el mal en sus
raíces. Así lo entendió Moliíre : así
a semejanza suya, Moratín.
«L'ecole des femmes» es una de
las más hermosas comedia.ñ de tesis que ha producido el ingenio humano. Encerrará, si se quiere, un
sofisma engañoso, pero fascinador
como ninguno. El pensamiento ce
esta obra, que es de lo más demoledor y revolucionario que puede
imaginarse, está primorosamente
desarrollado.
Se burlaba Moliere de la educación, "fundada en el empeño de
contrariar las leyes de la naturaleza ; y en su comedia celebró regocijado el triunfo de los sentimientos naturales, -casi pudifiamos
decir de los instintos, sobre los artificios que los violentan y desfiguran. Inés había sido educada por
ArndHo con tedas las precaucio•nes exigidas por los más severos
moralistas; el alma de la niña era
hechura del viejo que había dirigido sus pasos, y, sin embargo,
todo el soberbio edificio de kis ilusiones acariciadas por el protector
de la incauta doncella, se derrumbíí
estrepitosamente a impulsos de los
sentimientos amorosos que brotaron espontáneos y con fuerza irresistible en el corazón de la joven.
EUos la enseñaron cautelas y ardides, y entonces se dio el caso de
que la discípula, educada en la escuela del engaño, engañara lindamente a su maestro.
Si la inocente Inés merece citarse como modelo acabado de -Candorosa malicia, la Isabel de "La
escuela de los maridos», educada
por análogo sistema, es refinadísima hipócrita. Moliere tiene buen
cuidado de advertirnos que los caracteres de Inés y de Isabel íon
consecuencia necesaria de la tiranía
de que fueron víctimas. Y para
que nadie lo dude, véase cuan diferentes resultados produjo la li
bertad de que había disfrutado desde su niñez la hermana de Isabel,
Leonor. La corrección de costumbres que en las dos obras se i'roponía el poeti, no podía ser más
audaz; atentaba contra la tradicional organización de la familia y
contra la absoluta soberanía de los
padres para disponer de la muerte
de sus hijos.
A fin de que resultara más visible
la odiosidad del sistema, cuidó Moliere de que sus tiranos domésticos no inspiraran sus actos en móviles grandes y generosos. Su despotismo favorecía solamente las bajas pasiones, los cálculos mezquinos. Arnolfo y Sganarelle no pensaban más que en su inopia c-onveniencia; querían una mujer a
su gusto, obvíente, sumisa, y la
B&letin de la tRevista IberO'Americana de Ciencias Médicast
educación a que sometieron a los
seres que la Providencia había colocado bajo su protección, obedecía
a las excitaciones de cruel y refinado egoísmo. En las comedias de
Moliere, al casar los padres a sus
hijas buscaban siempre alguna utilidad. En el despótico ejercicio de
la autoridad paterna, no se descubría otra ley ni razón que el interés del cabeza de familia o la satisfacción de sus vicios y extravagancias.
Los latigazos que dirigió Moliere contra los iiadres y tutores, alcanzaron también a las madres, respetadas con delicado pudor por
nuestro viejo teatro, y de las que
hallamos en las comedias del escritor francés algunos tipos ignominiosamente puestos en ridículo. Y
no hablemos de las madrastras, representadas por un ser tan odioso
como la Belina de ((El enfermo imaginario».
Las consideraciones que preceden pueden aplicarse con entera
exactitud al teatro de Moratín. En
este punto es donde aparece más
visible la influencia de Moliere en
el autor de (¡El sí de las niñas)).
Los abusos que habían indignado
al escritor francés, son análogos
a los que Moratín observó en la íamilia española. Las consecuencias
que dedujo nuestro poeta, procedían de las mismas causas señaladas por Moliere.
En «La Mojiigata» como en ((La
escuela de los maridos», se contraponen los dos sistemas de educación : el que combate el poeta y el
que propone como modelo. Ya hemos visto que Sganarelle liabía sido causante de la .c©oducta que observó su jpwpüa; Ariate, que haíbfa segiaido «1 cíBoino íCORtrario jen
«9
la educación de Leonor, lo declaraba así:
Mon frere, doucement il faut voire la chose:
D'unc telle action, vos procedes sont cause.
También en la comedia españo
la, el rigor y la intolerancia de don
Martín justificaban los fingimien
tos de la gazmoña doña Clara; y
D. Luis, que había educado de modo muy distinto a su hija, decía a
su hermano:
T u riiíor produjo solo
disimulación, cautelas;
la opresión, mayor deseo
de libertad; la frecuencia
del castigo, vil temor;
y careciendo de aquellas
virtudes que no supiste
diirle aparentó tenerlas,
l^a hiciste hipócrita y falsa.
y asi 4ue adquirió destreza
para engañar a su padre,
le engañó de tal m£^nera,
que solo cuando más vicios
luvo, !a creyó perfecta.
En la obra maestra de Moratín,
en ((El sí de las niñas», se plantea
el mismo problema que en ((L'ecole
des femmes». Doña Paquita había
sido educada con el mayor recogimiento; su madre había querido
hacer de ella, como Arnolfo de
Inés, un modelo de candor y de inocencia. ¿Y qué resultó? Que la obediente y respetuosa D." Paquita,
con toda su humildad y sencillez,
se dejó cortejar de D. Carlos, le
habló a escondidas, y por último,
le entregó su corazón. Doña Irene,
como Arnolfo, no podía sospechar
que de la opresión naciera el disimulo, ni que llegaran a confundirse la candorosa inocencia con la
peligrosa ignorancia. Doña Erancisca burló todas las previsión e-"de sus celosos educadores. Oigamos sus palabras: ((Y dice mi madre que soy una siniple, que sólo
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Boletín de la tRevista Ibero-Americana de Ciencias Médicas*
pienso en jugar y en reír, y que
no sé lo que es amor..., sí, diecisiete años y no cu rnplidos; pero ya
sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta».
(Acto II, escena I ) . Inés, tan simple como Paquita, supo un poco
más: supo escaparse con su novio.
Hemos visto que Moliere, para
atacar mejor la tiranía de los padres y tutores, les hace ridículos
y aborrecibles. En este procedimiento aventajó Moratín a su maestro.
Ni el tutor de D." Isabel de «lU
viejo y la niña», ni la tía Mónica
de «El barón», ni el padre de «I,a
Mojigata», ni D." Irene, usan dignamente de su autoridad. El tutor
de doña Isabel es un bribón que
unió la muerte de su pupila a un
viejo, aprovechándose de la ceguedad amorosa de éste para excusarse de djr cuentas «que r o podí.a
dar». Las intenciones de la tía Mónica, al querer casar a su hija con
el supuesto barón, nos las descubre D. Pedro en los versos siguientes :
Hablemos claros, hermana.
Ese cariño de madre
que me ponderas con tanta
frecuencia, no es el motivo
que te dirige; y si tratas
de engañarme a mí, no pierdas
el tiempo. Mira, tú rabias
por hacer gran papelón;
siempre has sido tiesa y vana,
muy amiga de mandar,
enemiga declarada
de quien tiene m á s dinero,
mejor jubón, mejor saya
que tú. T e comes de envidia
cuando ves que a las hidalgas
'as llaman d o ñ a s : te lleva
Dios cuando las ves sentadas
en la iglesia, junto al banco
de la justicia, y por darlas
que merecer, por vengarte
de la humillación pasada,
eres tú capaz, no sólo
de entregar esa muchacha
a un hombre indigno, sino
de ponerte a la g a r g a n t a
un dogal
V esa ambición insensata,
esa vanidad, ¿ t e atreves
a desmentirla y llamarla
amor de madre ?
{Acto II. Escena
VI.)
El padre de la «Mojigata» quiere
que sea monja su hija para poder
aprovecharse de la herencia ofrecida por un pariente de doña Clara. Pues, ¿y doña Irene? Oigamos
cómo se explica: «No es esto reñirte, hija mía, esto es aconsejarte... Porque como tú no tienes conocimiento para considerar el bien
que se nos ha entrado por las puertas... Y lo atrasada que me coge,
que yo no sé lo que hubiera sido
de tu pobre madre...» (Escena II.
Acto I I ) .
No hay que decir que el padre
de la «Mojigata», la tía Mónica y
doña Irene son tres tipos a cual
más ridículos. Ea figura de doña
Irene es, a no dudarlo, la más acabada que nos dejó Moratín. En el
retrato de la buena señora se combinan hábilmente toques de sorprendente realismo con irónicos
rasgos muy propios del cáustico ingenio del socarrón abate. Doña Irene es una mujer muy española,
puesta en caricatura por un pintor
muy francés.
(Continuará.)
ESCUELA NACIONAL DESANIDAD
Curso para Médicos del Trabajo.
La Escuela Nacional de vSanidad organiza, previa autorización
de la Dirección general de Sanidad,
y en colaboración con el Instituto
Nacional de Previsión, un Curso
Boletín de la tkevista
Íbero-Americana de Ciencias Médicas*
esi)ecial para Médicos del Trabajo,
con objeto, no sólo de contribuir
a la formación de especializados
en esta rama de la Medicina, sino
de poner a disposición de la Caja
Nacional de Seguro de Accidentes
del Trabajo un i>ersonal apto para
sus diversos servicios.
El Curso tendrá lugar en los meses de octubre, noviembre y diciembre próximos, siendo 20 el número de plazas, sin que quepa la
ix)sibilidad de ampliación, y la matrícula de 150 pesetas.
lyas enseñanzas teóricas y prácticas se darán en la Clínica del
Trabajo, Instituto Nacional de Previsión, Instituto Psicotécnico y Escuela Nacional de Sanidad, ooniendo a cargo de los doctores 011er,
Torre Blanco, Bilbao, Espinosa,
Germain, Luengo y de los señores
Aznar, Jordana, Ormaedhea, Madariaga y Escario, más el personal
médico de la Clínica del Trabajo.
Las condiciones para el ingreso
son las siguientes :
Edad máxima : Cuarenta y cinco años.
Méritos preferentes : Los títulos
de Oficiales Sanitarios y diplomas
de cursos especiales en el Itistitiito de Reeducación Profesional; estando los Oficiales Sanitarios exentos de la enseñanza de Higiene
del Trabajo y Enfermedades Profesionales. Serán también considerados como méritos los estudios
especiales en cualquiera de las disciplinas relacionadas con la Medicina del Trabajo, así como el conocimiento de los idiomas inglés
y alemán.
En el caso de que el número de
aspirantes fuera mayor de veime,
un Tribunal formado por los doctores OUer, Torre Bla-nco y Esrñnosa, procederá a la selección, por
?1
las normas que crea más adecuadas, incluso con un examen escrito, en que los candidatos puedan
demostrar los conocimientos tine
aleguen.
Las instancias deberán ir Jirigi
das al Sr. Consejero-Delegado del
Instituto Nacional de Previsión,
Sagasta, 6, desde la fecha de , Ivlicación de la convocatoria liasta el
día 20 del próximo septiembre.
Antes de empezar el Curso, los
alumnos admitidos abonarán el importe de la matrícula.
Madrid, 18 de agosto de lOi*;'..
NOTICIAS
Ha fallecido el Dr.
Corlezj.
En máquina ya nuestro número
anterior, no pudimos dar con la
deseada oportunidad la triste noticia del fallecimiento del Dr. Carlos María Cortezo.
Ya ha publicado la Prensa de todos los matices cuanto había que
decir de este eminente hombre,
juzgándole como político, como escritor, como médico, como periodista, hasta como hombre. Todos
convienen en que el Dr. Cortezo
fué una de las figuras cumbres de
la Medicina nacional, y todo.*, con
absoluta unanimidad, le h a i admirado por su laboriosidad, por su
talento y por su carácter entero.
Tan relevantes condiciones le
llevaron a ocupar los primeros puestos en su carrera, y fué catedrático, médico de hospital, decano ds
la Beneficencia general, académico
de la Española, miembro y presidente de la Academia Nacional de
Medicina, diputado, senador, ministro,- individuo y presidente de!
Consejo de Estado. Llovieron so-
?2
Boletín de la €kevista íbero-ÁMerícana de Ciencias Midicáii
bre él honores y preseas y iiereció
la altísima merced del Toisí()n de
Oro, jamás concedido a médico alguno en el mundo.
Si la política y otras múltiples
actividades de su intensa vida, no
le hubieran distraído de la Clínica, podemos asegurar que su fama
como «médico de enfermos» hubiera alcanzado el primer lugar entre
los nuestros.
En este concepto, que es en el
único que nosotros podemos juzgarle, debemos decir que poseía envidiables dotes de clínico sagaz,
de práctico genial. Únicamente resultaba, hijo quizás de sü temperamento enérgico, un poco duro,
quizá demasiado severo con los
compañeros, a quien no titubeaba
en ponerle la cara colorada, si había razón para ello, por supuesto.
A nosotros, en una ocasión, nos
dejó a la altura de la suela de \ni
zapato, por no haber sabido diagnosticar precozmente una 6ebre tifoidea (de aquellas tifoideas de antes, qnte no eran las de ahoví, vi
mucho menos). Pero véase quién
era D. Carlos. Después de aquel
recipe, que nos dejó atolondrados,
a los pocos días decía estas palabras a la familia del enfermo :
—^Yo me retiro. Tienen ustedes
un médico enterado que les debe
inspirar plena confianza. Si ustedes lo juzgan conveniente, me llaman. De lo contrario, yo no vuelvo.
Y no volvió D. Carlos por aquella casa, a pesar de que se le llamó
varias veces. La enferma curó.
Descanse en paz el ilustre sabio
y reciban sus hijos la expresión sincera de nuestra condolencia por tan
irreparable pérdida.
A. M.
Manuel Cortezo y Callantes paga
también, inesperadamente, su tributo a la muerte.
No repuestos aún de la aflicción
qiue nos causó la pérdida del insigue maestro al que acabamos de
dedicar unas líneas, leemos en el
apreciado colega El Siglo Médico
el fallecimiento del joven, fuerte y
sano Manuel Cortezo Collantes,
víctima de rápida enfermedad.
Profundamente apenado, F . Javier Cortezo y Collantes escribe en
el núm. 4.162 del periódico citado
estas líneas que Ütegan al alma :
«En tan corta suma de tiempo
como son ocho meses he visto morir un padre anciano y dos hermanos en la flor de la vida. Sólo en
diecinueve días se han sucedido
ante mis ojos, dilatados de esjíanto, la agonía de mi padre, serena
y dulce como un sueño, y la bírbara agonía de mi hermano, lleno
de amores por la vida y que me miraba, pidiéndome evitar lo inevitable.»
Ante tan duras pruebas a las que
el Supremo Hacedor somete a esta
ilustre familia, nos sentimos -'erdaderamente acongojados, y no se .les
ocurre sino unir nuestras lágrimas
a las de la esposa, madre, hija y
hermanos del que acaba de abandonamos para siempre.
.\. .Nf.
Enfermos
ilustres.
Según noticias, se encuentra i.v:.y
aliviado de la intervención quirúrgica sufrida, el sabio director ce
Crónica Médica, de Valencia, doctor Peset.
También ha experimentado alguna mejoría la aflora madre 3e
nuestro querido amigo el Dr. Horno Alcorta, de Zaragoza.
A ambos les deseamos pionto y
completo restablecimiento.
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