S o l_ fe T I fs* o e UA 8N n-imnit R [ÍÍI mii FUNDADO EN MAYO DE 1915 POR ANTONIO MUT (SEGUNDA ANO VIII ÉPOCA) SEPTlEMBfíE 1 9 ^ NUM. 88 S U M A R I O Páginas Literarias, por Julio Nombela (continuación).—Escue'a Nacional de Sanidad.—Noticias PAGINAS LITERARIAS por Julio Nombela (CONTINUACIÓN) Donde mejor se observa el rigor con cpue Moratín llevó a la práctica estas teorías, es en las traduí-ciones libres que hizo de dos comedias de Moliere: en El Médico a palos y en La escuela de los maridos. Fueron las dos últimas producciones que dio al teatro y en ellas nos dejó los más sazonados frutos de su experiencia. No sólo supo acomodarlas con acierto a las costumbres españolas, sino que reparó con diligente esmero y coa inflexible severidad las faltas en que había caído el autor francés. Ejerció el traductor de crítico, de acuerdo en todo con el i>ensamientu de atnbas obras y con sus líneas ge- nerales; pero iHiostráudose censor adusto de los <kscuidos y ligerezas que de algún modo podían disminuir lá verosimilitud de la fábula. Prtteban las indicadas enmiendas que el modelo que insfáró a Moratín es uli Moliere esípurgado y corregido, un Moliere intachable en la forma, y que al imitarle como al traducirle, nuestro poeta no se olvidó inunca de limar y de pulimentar las obras del maestro. Aquellas que principalmente influyeron en el teatro de Moratín son, a mi humilde juicio, Tariuije, L'école des femmes y L'écolc des maris. Moliere había desenmascarado a1 hipócrita. Moratín sacó a la vergüenza a la Mojigata. Una mismi intención movió a ambos autores y como nunca llegaron más allá en sus atrevimientos, se explican los obstáculos con que tropezó feí re- C E R E G U m i L FERNANDEZ Afifflento completo vegetariano a tese de cereates y legtmiínosas Especial para niüos, ancianos, enfermos del ésttmago y convatecienfts. InSBStHofMe como alimento en los casos de intolerancia gástrica y aíecciones intestinales. F»raduMi»z j caiiiv«if..iifALAGA 66 Boletín de la ttievísta Ibero-Americana presentación de Twrtuffe y las dificultades que aplazaron el estreno de su imitación española (1). Necesitó la primera del amparo de IAIÍS X I V : la segunda de la protección del príncipe de la Paz. Fueron las dos objeto de apasionados aebates y de severas censuras. No desconoció Moliere los peligros a que se exponía con sus ata qiies a los que él llamaba «moiitderos falsos de la devoción», ni lo delicado del asunto que llevaba a las tablas. Precisamente el arte de la hipocresía consiste en que lo fingido se confunda con lo verdi dero hasta el punto de que los ataques que contra ella puedan dirigirse, alcancen de algún modo a la sincera piedad. Moliere comprendió-lo difícil de su empeño; ]>ero le acometió con singular arro(1) El Tartuffe fué concluido en noviembre de 1664 ; pero no se autorizó la representación de esta comedia hasta principios del año 1669. Si no hay error en la fecha de la carta de Napoli Signorelli, inserta en las páginas 119 y siguientes del tomo 2.» de las Obras postumas de D. Leandro, La Mojigata estaba ya escrita en 1788. En esta carta que aparece fechada en 9 de diciembre de dicho año, decía Napoli a Moratín : «Aguardo '.su Mojigata ; pero quisiera saber por qué la han condenado a no imprimirse ni representarse». En la Advertencia a la referida comedia (Edición de las obras completas de D. I^eandro, publicada por la Real Academia de la Historia) se indica que empezaron a verse copias de la misma desde el año 1791 y que se representó en casas particulares y en teatros de provincias sin la aprobación del autor y «por manuscritos viciados y llenos de errores, su yos y ajenos». Hechas por Moratín las correcciones qu«( le parecieron convenientes. La Mojigata se representó en el teatro de la Cruz el día 19 de mayo de 1804. En este mismo año salió impresa con dedicatoria en verso al príncipe de la Paz. de Ciencias MédicASt jo. Su pintura del vicioso y taimado caballero de industria que con apariencias devotas comete todo género de tropelías, se separa del tono burlón con que ordinariamente trata Moliere sus asuntos. La ¡íi'itira en esta obra chorrea sangre; y para que la comedia no concluya J e un modo lastimoso, vese obligado el autor a hacer intervenir -omo «Dcus ex machina» pro^'idencial, a la majestad suprema de I/Uis XIV, que corta violentamente el nudo. Moratín no fué tan lejos ni estacó su indignación con arranques tan apasionados como los de su maestm; pero tal vez fueron más dañinas sus intenciones por lo misma que en «La Mojigata» todo e« bnr'a, desde el principio hasta el fin. Más aún que en las redomadas astucias del impostor francés, se revela el carácter agresivo de la obra de Moliere en las teorías que i uso el autor en labios del hipócrita. Recuérdense, entre otras, las siguientes frases que son proverbiales allende el Pirineo: ¡Ahipour étre Dévot, je n'en suis pas moins [homme. Et c'est en nous qu'on trouve, acceptant [notre coeur, De l'amour sans scandale, et du plaisir sans [peur. (Acto III. Escena III.) í.e ciel deffend, de vrai, eertins contente [ments. Mais on trouve avec lui des accomodements; Le escándale du monde est ce qui fait [l'offense; Et ce n'est pas pecher que pecher en si[lence. {Acto IV. Escena V.) No llega a tanto el cinismo de doña Clara; pero indudablemente de- Boletín de la iRevista Ibero-Americana de Ciencias Médicas» muestra mayor habilidad y astucia en las artes del disimulo que el impostor francés. Su carácter es más vulgar que el de ((Tartuffe», y por lo mismo más temible su hipocresía. Al sacar a escena a una mujer gazmoña, podía Moratín invocar el precedente de «Marta la Piadosa», de Tirso de Molina. Compárese, sin embargo, esta última producción con ((La Mojigata», y saltarán a la vista las diferencias radicales que existen entre la antigua comedia española y la de Moratín. La obra de Tirso no ofende a la jiiedad, fingida o verdadera; la supuesta devoción de íilarta es puramente accidental, una de tantas tretas que idea el amor para lograr sus deseos. Marta, figura femenina de las más desenvueltas que encontramos en el teatro de Fray Gabriel Téllez, es mujer tan apasionada como socarrona y astuta, que corre una aventura difícil y peligrosa por amor a un hombre. La ciega la pasión vehemente, que estalla en escenas tan magistrales como aquella en la que Marta, celosa golpea a su amante, y luego hincándose de rodillas con sincero arrepentimiento de su acto de violencia, le pide humildemente perdón. Parece complacerse el genio de Tirso en las artísticas transiciones, en los contrastes de luz y sombras que resultan del apasionamiento de Marta y de su devoción fingida. Las bellezas de la obra son exclusivamente literarias: en ella se rinde culto al arte por el arte. No vemos que el autor se proponga combatir la gazmoñería, ni se descubre al moralista en el poeta. Pruel<a de ello es que el ardid de Marta produce el fin que se propuso, su padre la perdona y cae el te- 67 lón. De la comedia de Tirso tomó Moratín lo único que podía convenirle : las cómicas transiciones que muestran el doble aspecto de doña Clara, sus cambios de actitud y de tono cuando un importuno la sorprende y tiene que ponerse rápidamente la careta; y al apropiarse estos efectos cómicos los atenuó, según su costumbre, en odio a las pinceladas vigorosas, y porque la heroína de la pieza de Moratín es una mosquita muerta, de nmy malas entrañas, iiero incapaz de tener hondos sentimientos. En cambio, tomó Moratín de Moliere la situación más lógica y verosímil de su «Tartuffe», la que representa el colmo de la hipocresía. Cuando el falso devoto, en t . obra francesa, y la mojigata, en Vi esi)añola, son sorprendidos y acusados, ni aquél ni ésta se defienden ; por el contrario, se ofrecen como víctimas propiciatorias, y con este rasgo, que demuestra que la hipocresía es en ellos una segunda naturaleza, consiguen nuevo y brillante triunfo en el desempeño de su odioso papel. Nadie ha puesto en duda que en la ironía de Moratín asoma el «esprit» irreverente de Voltaire, contenido por ciertos respetos, y porque, según confesión de cuantos trataron a nuestro poeta, fué la timidez la nota dominante de su carácter. Acredítanla las correcciones que hizo en «La Mojigata», así como son testimonio de la maliciosa intenición del descreído abate, ciertos punzantes chistes lanzados tanto en esta obra como en algunos conocidos pasajes de ((El sí de las niñasD. No omitió Moratín, siguiendo también en esto a Moliere, las oportunas salvedades de que sus cen- B^eÜM de i« •tRevista tbero^Americana ae CienUas Médicas» suras Ho iban dirigidas contra la religión; pero es evidente que no eran compatibles con la renovación de la vida nacional a que aspiraba el autor de «La Mojigata», ciertas costumbres piadosas de sabor añejo, y ya que no creyó prudente c<Miibatirlas con franqueza, aprovechó cuantas ocasiones se le presentaron para ponerlas en ridículo. líabíase mostrado Moliere enemigo de la hipocresía en todas sus variedades, y no sólo en la que representa «Tartuffe». En «L'ecole des ferames» y en ((L'eeole des maris», se denuncia la existencia de este vicio como fundamento de la educación de la mujer. Dada la índole de la comedia de caracteres, nada más natural que abordar en ellos el importante problema de la educación femenina. Si el autor cómico quiere corregir los vicios de que adolece una sociedad, debe ir derecho a buscar el mal en sus raíces. Así lo entendió Moliíre : así a semejanza suya, Moratín. «L'ecole des femmes» es una de las más hermosas comedia.ñ de tesis que ha producido el ingenio humano. Encerrará, si se quiere, un sofisma engañoso, pero fascinador como ninguno. El pensamiento ce esta obra, que es de lo más demoledor y revolucionario que puede imaginarse, está primorosamente desarrollado. Se burlaba Moliere de la educación, "fundada en el empeño de contrariar las leyes de la naturaleza ; y en su comedia celebró regocijado el triunfo de los sentimientos naturales, -casi pudifiamos decir de los instintos, sobre los artificios que los violentan y desfiguran. Inés había sido educada por ArndHo con tedas las precaucio•nes exigidas por los más severos moralistas; el alma de la niña era hechura del viejo que había dirigido sus pasos, y, sin embargo, todo el soberbio edificio de kis ilusiones acariciadas por el protector de la incauta doncella, se derrumbíí estrepitosamente a impulsos de los sentimientos amorosos que brotaron espontáneos y con fuerza irresistible en el corazón de la joven. EUos la enseñaron cautelas y ardides, y entonces se dio el caso de que la discípula, educada en la escuela del engaño, engañara lindamente a su maestro. Si la inocente Inés merece citarse como modelo acabado de -Candorosa malicia, la Isabel de "La escuela de los maridos», educada por análogo sistema, es refinadísima hipócrita. Moliere tiene buen cuidado de advertirnos que los caracteres de Inés y de Isabel íon consecuencia necesaria de la tiranía de que fueron víctimas. Y para que nadie lo dude, véase cuan diferentes resultados produjo la li bertad de que había disfrutado desde su niñez la hermana de Isabel, Leonor. La corrección de costumbres que en las dos obras se i'roponía el poeti, no podía ser más audaz; atentaba contra la tradicional organización de la familia y contra la absoluta soberanía de los padres para disponer de la muerte de sus hijos. A fin de que resultara más visible la odiosidad del sistema, cuidó Moliere de que sus tiranos domésticos no inspiraran sus actos en móviles grandes y generosos. Su despotismo favorecía solamente las bajas pasiones, los cálculos mezquinos. Arnolfo y Sganarelle no pensaban más que en su inopia c-onveniencia; querían una mujer a su gusto, obvíente, sumisa, y la B&letin de la tRevista IberO'Americana de Ciencias Médicast educación a que sometieron a los seres que la Providencia había colocado bajo su protección, obedecía a las excitaciones de cruel y refinado egoísmo. En las comedias de Moliere, al casar los padres a sus hijas buscaban siempre alguna utilidad. En el despótico ejercicio de la autoridad paterna, no se descubría otra ley ni razón que el interés del cabeza de familia o la satisfacción de sus vicios y extravagancias. Los latigazos que dirigió Moliere contra los iiadres y tutores, alcanzaron también a las madres, respetadas con delicado pudor por nuestro viejo teatro, y de las que hallamos en las comedias del escritor francés algunos tipos ignominiosamente puestos en ridículo. Y no hablemos de las madrastras, representadas por un ser tan odioso como la Belina de ((El enfermo imaginario». Las consideraciones que preceden pueden aplicarse con entera exactitud al teatro de Moratín. En este punto es donde aparece más visible la influencia de Moliere en el autor de (¡El sí de las niñas)). Los abusos que habían indignado al escritor francés, son análogos a los que Moratín observó en la íamilia española. Las consecuencias que dedujo nuestro poeta, procedían de las mismas causas señaladas por Moliere. En «La Mojiigata» como en ((La escuela de los maridos», se contraponen los dos sistemas de educación : el que combate el poeta y el que propone como modelo. Ya hemos visto que Sganarelle liabía sido causante de la .c©oducta que observó su jpwpüa; Ariate, que haíbfa segiaido «1 cíBoino íCORtrario jen «9 la educación de Leonor, lo declaraba así: Mon frere, doucement il faut voire la chose: D'unc telle action, vos procedes sont cause. También en la comedia españo la, el rigor y la intolerancia de don Martín justificaban los fingimien tos de la gazmoña doña Clara; y D. Luis, que había educado de modo muy distinto a su hija, decía a su hermano: T u riiíor produjo solo disimulación, cautelas; la opresión, mayor deseo de libertad; la frecuencia del castigo, vil temor; y careciendo de aquellas virtudes que no supiste diirle aparentó tenerlas, l^a hiciste hipócrita y falsa. y asi 4ue adquirió destreza para engañar a su padre, le engañó de tal m£^nera, que solo cuando más vicios luvo, !a creyó perfecta. En la obra maestra de Moratín, en ((El sí de las niñas», se plantea el mismo problema que en ((L'ecole des femmes». Doña Paquita había sido educada con el mayor recogimiento; su madre había querido hacer de ella, como Arnolfo de Inés, un modelo de candor y de inocencia. ¿Y qué resultó? Que la obediente y respetuosa D." Paquita, con toda su humildad y sencillez, se dejó cortejar de D. Carlos, le habló a escondidas, y por último, le entregó su corazón. Doña Irene, como Arnolfo, no podía sospechar que de la opresión naciera el disimulo, ni que llegaran a confundirse la candorosa inocencia con la peligrosa ignorancia. Doña Erancisca burló todas las previsión e-"de sus celosos educadores. Oigamos sus palabras: ((Y dice mi madre que soy una siniple, que sólo 70 Boletín de la tRevista Ibero-Americana de Ciencias Médicas* pienso en jugar y en reír, y que no sé lo que es amor..., sí, diecisiete años y no cu rnplidos; pero ya sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta». (Acto II, escena I ) . Inés, tan simple como Paquita, supo un poco más: supo escaparse con su novio. Hemos visto que Moliere, para atacar mejor la tiranía de los padres y tutores, les hace ridículos y aborrecibles. En este procedimiento aventajó Moratín a su maestro. Ni el tutor de D." Isabel de «lU viejo y la niña», ni la tía Mónica de «El barón», ni el padre de «I,a Mojigata», ni D." Irene, usan dignamente de su autoridad. El tutor de doña Isabel es un bribón que unió la muerte de su pupila a un viejo, aprovechándose de la ceguedad amorosa de éste para excusarse de djr cuentas «que r o podí.a dar». Las intenciones de la tía Mónica, al querer casar a su hija con el supuesto barón, nos las descubre D. Pedro en los versos siguientes : Hablemos claros, hermana. Ese cariño de madre que me ponderas con tanta frecuencia, no es el motivo que te dirige; y si tratas de engañarme a mí, no pierdas el tiempo. Mira, tú rabias por hacer gran papelón; siempre has sido tiesa y vana, muy amiga de mandar, enemiga declarada de quien tiene m á s dinero, mejor jubón, mejor saya que tú. T e comes de envidia cuando ves que a las hidalgas 'as llaman d o ñ a s : te lleva Dios cuando las ves sentadas en la iglesia, junto al banco de la justicia, y por darlas que merecer, por vengarte de la humillación pasada, eres tú capaz, no sólo de entregar esa muchacha a un hombre indigno, sino de ponerte a la g a r g a n t a un dogal V esa ambición insensata, esa vanidad, ¿ t e atreves a desmentirla y llamarla amor de madre ? {Acto II. Escena VI.) El padre de la «Mojigata» quiere que sea monja su hija para poder aprovecharse de la herencia ofrecida por un pariente de doña Clara. Pues, ¿y doña Irene? Oigamos cómo se explica: «No es esto reñirte, hija mía, esto es aconsejarte... Porque como tú no tienes conocimiento para considerar el bien que se nos ha entrado por las puertas... Y lo atrasada que me coge, que yo no sé lo que hubiera sido de tu pobre madre...» (Escena II. Acto I I ) . No hay que decir que el padre de la «Mojigata», la tía Mónica y doña Irene son tres tipos a cual más ridículos. Ea figura de doña Irene es, a no dudarlo, la más acabada que nos dejó Moratín. En el retrato de la buena señora se combinan hábilmente toques de sorprendente realismo con irónicos rasgos muy propios del cáustico ingenio del socarrón abate. Doña Irene es una mujer muy española, puesta en caricatura por un pintor muy francés. (Continuará.) ESCUELA NACIONAL DESANIDAD Curso para Médicos del Trabajo. La Escuela Nacional de vSanidad organiza, previa autorización de la Dirección general de Sanidad, y en colaboración con el Instituto Nacional de Previsión, un Curso Boletín de la tkevista Íbero-Americana de Ciencias Médicas* esi)ecial para Médicos del Trabajo, con objeto, no sólo de contribuir a la formación de especializados en esta rama de la Medicina, sino de poner a disposición de la Caja Nacional de Seguro de Accidentes del Trabajo un i>ersonal apto para sus diversos servicios. El Curso tendrá lugar en los meses de octubre, noviembre y diciembre próximos, siendo 20 el número de plazas, sin que quepa la ix)sibilidad de ampliación, y la matrícula de 150 pesetas. lyas enseñanzas teóricas y prácticas se darán en la Clínica del Trabajo, Instituto Nacional de Previsión, Instituto Psicotécnico y Escuela Nacional de Sanidad, ooniendo a cargo de los doctores 011er, Torre Blanco, Bilbao, Espinosa, Germain, Luengo y de los señores Aznar, Jordana, Ormaedhea, Madariaga y Escario, más el personal médico de la Clínica del Trabajo. Las condiciones para el ingreso son las siguientes : Edad máxima : Cuarenta y cinco años. Méritos preferentes : Los títulos de Oficiales Sanitarios y diplomas de cursos especiales en el Itistitiito de Reeducación Profesional; estando los Oficiales Sanitarios exentos de la enseñanza de Higiene del Trabajo y Enfermedades Profesionales. Serán también considerados como méritos los estudios especiales en cualquiera de las disciplinas relacionadas con la Medicina del Trabajo, así como el conocimiento de los idiomas inglés y alemán. En el caso de que el número de aspirantes fuera mayor de veime, un Tribunal formado por los doctores OUer, Torre Bla-nco y Esrñnosa, procederá a la selección, por ?1 las normas que crea más adecuadas, incluso con un examen escrito, en que los candidatos puedan demostrar los conocimientos tine aleguen. Las instancias deberán ir Jirigi das al Sr. Consejero-Delegado del Instituto Nacional de Previsión, Sagasta, 6, desde la fecha de , Ivlicación de la convocatoria liasta el día 20 del próximo septiembre. Antes de empezar el Curso, los alumnos admitidos abonarán el importe de la matrícula. Madrid, 18 de agosto de lOi*;'.. NOTICIAS Ha fallecido el Dr. Corlezj. En máquina ya nuestro número anterior, no pudimos dar con la deseada oportunidad la triste noticia del fallecimiento del Dr. Carlos María Cortezo. Ya ha publicado la Prensa de todos los matices cuanto había que decir de este eminente hombre, juzgándole como político, como escritor, como médico, como periodista, hasta como hombre. Todos convienen en que el Dr. Cortezo fué una de las figuras cumbres de la Medicina nacional, y todo.*, con absoluta unanimidad, le h a i admirado por su laboriosidad, por su talento y por su carácter entero. Tan relevantes condiciones le llevaron a ocupar los primeros puestos en su carrera, y fué catedrático, médico de hospital, decano ds la Beneficencia general, académico de la Española, miembro y presidente de la Academia Nacional de Medicina, diputado, senador, ministro,- individuo y presidente de! Consejo de Estado. Llovieron so- ?2 Boletín de la €kevista íbero-ÁMerícana de Ciencias Midicáii bre él honores y preseas y iiereció la altísima merced del Toisí()n de Oro, jamás concedido a médico alguno en el mundo. Si la política y otras múltiples actividades de su intensa vida, no le hubieran distraído de la Clínica, podemos asegurar que su fama como «médico de enfermos» hubiera alcanzado el primer lugar entre los nuestros. En este concepto, que es en el único que nosotros podemos juzgarle, debemos decir que poseía envidiables dotes de clínico sagaz, de práctico genial. Únicamente resultaba, hijo quizás de sü temperamento enérgico, un poco duro, quizá demasiado severo con los compañeros, a quien no titubeaba en ponerle la cara colorada, si había razón para ello, por supuesto. A nosotros, en una ocasión, nos dejó a la altura de la suela de \ni zapato, por no haber sabido diagnosticar precozmente una 6ebre tifoidea (de aquellas tifoideas de antes, qnte no eran las de ahoví, vi mucho menos). Pero véase quién era D. Carlos. Después de aquel recipe, que nos dejó atolondrados, a los pocos días decía estas palabras a la familia del enfermo : —^Yo me retiro. Tienen ustedes un médico enterado que les debe inspirar plena confianza. Si ustedes lo juzgan conveniente, me llaman. De lo contrario, yo no vuelvo. Y no volvió D. Carlos por aquella casa, a pesar de que se le llamó varias veces. La enferma curó. Descanse en paz el ilustre sabio y reciban sus hijos la expresión sincera de nuestra condolencia por tan irreparable pérdida. A. M. Manuel Cortezo y Callantes paga también, inesperadamente, su tributo a la muerte. No repuestos aún de la aflicción qiue nos causó la pérdida del insigue maestro al que acabamos de dedicar unas líneas, leemos en el apreciado colega El Siglo Médico el fallecimiento del joven, fuerte y sano Manuel Cortezo Collantes, víctima de rápida enfermedad. Profundamente apenado, F . Javier Cortezo y Collantes escribe en el núm. 4.162 del periódico citado estas líneas que Ütegan al alma : «En tan corta suma de tiempo como son ocho meses he visto morir un padre anciano y dos hermanos en la flor de la vida. Sólo en diecinueve días se han sucedido ante mis ojos, dilatados de esjíanto, la agonía de mi padre, serena y dulce como un sueño, y la bírbara agonía de mi hermano, lleno de amores por la vida y que me miraba, pidiéndome evitar lo inevitable.» Ante tan duras pruebas a las que el Supremo Hacedor somete a esta ilustre familia, nos sentimos -'erdaderamente acongojados, y no se .les ocurre sino unir nuestras lágrimas a las de la esposa, madre, hija y hermanos del que acaba de abandonamos para siempre. .\. .Nf. Enfermos ilustres. Según noticias, se encuentra i.v:.y aliviado de la intervención quirúrgica sufrida, el sabio director ce Crónica Médica, de Valencia, doctor Peset. También ha experimentado alguna mejoría la aflora madre 3e nuestro querido amigo el Dr. Horno Alcorta, de Zaragoza. A ambos les deseamos pionto y completo restablecimiento.