IV Certamen de Cuentos Sobre Medio Ambiente (2015)

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editan
Ayuntamiento de Gijón y FMCyUP Gijón,
en colaboración con Empresa Municipal de Servicios
de Medio Ambiente Urbano de Gijón, Empresa Municipal de Aguas
de Gijón y Jardín Botánico Atlántico
diseño, maquetación e ilustraciones
© Juan Hernaz (www.juanhernaz.com), 2015
corrección ortotipográfica y de estilo
Marina Lobo
revisión de textos en asturiano
Oficina Municipal de la Llingua de Xixón
imprime
XXXXXl
DL AS 02003-2015
impreso en papel reciclado
Igloo Offset 140 gr/m2
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Han sido miles los escolares de Gijón que
estas tres ediciones anteriores han participado
con sus cuentos en este Certamen.
Ya estamos en la cuarta convocatoria y el número de participantes sigue aumentando, y con ellos la calidad y la imaginación de los
niños y niñas que nos trasladan a escenarios en los que cuidar y conservar la Tierra.
Os puedo asegurar que vuestros esfuerzos y talento me sirven como estímulo
para preservar y cuidar el entorno de nuestra ciudad, y para estar convencida
de que hay un futuro más esperanzador para el Medio Ambiente.
Car
Por último solo me queda felicitar a todos los que hacen posible este
Certamen y esta lujosa edición. A los padres y madres, al profesorado, al
autor de estas maravillosas ilustraciones, Juan Hernaz, y como no, a todos
los escolares que han participado en estas convocatorias. A todos,
muchísimas gracias y HASTA EL AÑO PRÓXIMO.
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Gijón, 5 de junio de 2015
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C. P. Montiana
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2º premio
El poder del elefante
Luna Losada Martínez
C. P. Montedeva, 2º B
3er premio
Castanocho
Sergio Freile Díaz
C. P. Montiana, 2º C
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Colegio Montedeva, 2º C
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Mención especial
La ciudad sin humo
Mario Suárez Fernández
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1er premio
La ratita y la pila
Nayara Álvarez Soto
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1er premio
La gota
Patricia Pérez Toribio
C. P. El Llano, 3º B
2º premio
Mi amiga Lisa
Javier González Muñiz
C. P. Atalía, 3º A
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3 premio
Junta lobuna
Paula Lobo Gallego
C.E.I.P. Elisburu
Mención Especial
Los portales y Eco
Paula Cueva González
Colegio La Asunción, 4º A
Mención Especial
Curra, la latita perdida
Joaquín Ranilla Santana
C.P. Montiana
3er premio
La pandilla basura
Úrsula Díez Suárez
C. P. Noega
Mención Especial
En el iceberg
Olaya Vega García
C. P. Severo Ochoa, 6º B
Secundaria Obligat
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2º premio
Rita la tortuguita
Daniela Rodríguez Laria
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Colegio La Asunción, 5º A
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1er premio
Ruedita
Fátima Bartolomesanz de Barutell
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1er premio
La senda de incógnita
Víctor Garnung Menéndez
Colegio Patronato San José, 1º B
2º premio
Árbol de vida
Sergio de la Calle Iglesias
I.E.S. Universidad Laboral
3er premio
Un lugar desconocido, mi mundo
Agnes Ornia Luna
Colegio La Corolla, 2º E.S.O.
Mención Especial
Mi mundo
Victoria Guerra García
Colegio Corazón de María
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1er premio
La ratita y la pila
Nayara Álvarez Soto
2º premio
El poder del elefante
Luna Losada Martínez
3er premio
Castanocho
Sergio Freile Díaz
Mención especial
La ciudad sin humo
Mario Suárez Fernández
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La ratita y la pila
Nayara Álvarez Soto
C. P. Montiana
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rase una vez una ratita que estaba limpiando su casa.
De repente encontró una pila tirada en el suelo. La ratita
quería tirar la pila al contenedor de pilas, pero estaba
muy lejos. La ratita se fue a buscar ayuda y se encontró con
un perro y le habló: ¿Me ayudas a tirar la pila al contenedor? El perro
dijo: No, tírala al río. Entonces la ratita se fue a buscar a su mejor amiga.
Y le dijo: ¿Me ayudas a tirar la pila al contenedor? La amiga contestó:
Tírala por ahí. La ratita siguió buscando ayuda y se encontró con la
gallina y le pidió ayuda para tirar la pila al contenedor. La gallina dijo:
Tírala tú. La ratita siguió buscando ayuda y fue a buscar a la jirafa y le
preguntó: ¿Me subes en tu cuello para tirar la pila al contenedor?
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La jirafa dijo: No, tírala por el suelo. Pero la ratita no se rendía y se le ocurrió una idea. Llamó a las
arañas y les preguntó: ¿Me ayudáis a tirar la pila al contenedor? Las arañas contestaron que no.
La ratita decidió ir sola al contenedor y caminó, caminó hasta que por fin llegó. Cuando llego esperó
a que alguien levantara la tapa. Esperó y esperó durante mucho tiempo. Por fin llegó un niño y
cuando abrió la tapa la ratita aprovechó y consiguió tirar la pila al contenedor. La ratita se puso muy
contenta. ¡Por fin lo había conseguido!
De regreso a casa se encontró con sus amigos. La ratita quedó muy sorprendida. Vio que al perro le
habían salido plumas y le dolía la barriga. A la jirafa le habían salido pinchos de erizo y le dolía el
cuello. A la gallina le salían rayas, le dolía la espalda y en lugar de poner huevos ponía caramelos. A
las arañas les salían rabos de cerdo y les dolía la cabeza. La ratita les preguntó: ¿Por qué estáis así?
Los animales respondieron: Porque bebimos de la fuente y estaba contaminada. La ratita les dijo:
—¿Veis como no se debe tirar la pila al río?
El perro, la araña, la gallina y la jirafa decidieron limpiar
el río entre todos. Los animales sacaron del río:
peces muertos, botas sucias, botellas rotas,
caca apestosa…
A partir de entonces ninguno tiró la basura
al río y todos reciclaron. Y colorín, colorete,
los animales cuidaron el medio ambiente.
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El poder
del elefante
Luna Losada Martínez
Colegio Montedeva, 2º B
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ace muchísimo tiempo, había un bosque tan bonito que se llamaba Paraíso. Estaba
todo cubierto de hierba muy verde, tenía muchos árboles y flores de todos los colores.
También había un río con el agua muy limpia y, al final del bosque, una gran playa de
arena blanca y mar transparente con muchos animalitos acuáticos y hermosos corales.
En el bosque Paraíso todos los seres vivos vivían felices y se ayudaban unos a otros. Todo era
perfecto. ¿Os lo podéis imaginar?
Pero poco a poco los humanos comenzaron a invadirlo. Primero algunos exploradores curiosos iban
allí para estudiar a los seres vivos, tomaban apuntes y sacaban cientos de fotos para compartir con
otras personas.
El bosque Paraíso cada vez era más visitado por todo tipo de personas y con el paso del tiempo los
humanos construyeron una senda para que los excursionistas pudieran recorrer el bosque hasta
llegar a la playa.
La gente disfrutaba caminando por el bosque, tomando el sol en la playa y bañándose en el mar.
Pero los humanos estropeaban el bosque y los animalitos sólo hablaban de eso:
—Ya no tenemos tranquilidad —decía un perezoso.
—La hierba está llena de basura —dijo un conejito.
—Algunos arrancan las ramas de los árboles —decía un pájaro carpintero.
—Y en el río hay muchas cosas raras —lloraba un salmón señalando un paquete de gusanitos.
—¡Y arrancan puñados de flores para llevárselas! —exclamó una pequeña abejita.
—Y ayer un humano pisó a mi hermano —lloraba una hormiga.
Y hasta los cangrejos se quejaban:
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—Aquí en el mar hay unos gusanos de papel que apestan —se referían a las colillas—. Los humanos
los tiran por todas partes.
—¡No podemos seguir así, tenemos que hacer algo! —gritaron todos a la vez.
Y se pusieron a pensar cómo solucionar el problema. Algunos daban sus ideas hasta que habló un
pequeño elefantito azul:
—¡Escuchad! Yo a lo mejor puedo hacer algo. El otro día se me apareció un hada azul y me dio un
poder con su varita mágica.
—¿Qué clase de poder? —preguntó un zorro.
—Bueno, pues… El hada me dijo que el agua que expulso por mi trompa tendrá el poder de hacer
escarmen-tar a los humanos para que
sean más respetuosos con el medio
ambiente.
—¡Tonterías! Una ducha sólo dejará
empapado al humano pero seguirá
destrozando el bosque —dijo un mono.
Entonces el elefante azul les explicó:
—Después de su ducha, el humano tendrá
horribles alucinaciones que le harán ver el bosque
oscuro y contaminado, las flores marchitas y los
árboles secos. También verá muchos animales muertos
porque ya no tienen plantas para alimentarse. El río y la
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playa los verá sucios, contaminados y sin vida acuática. Y muchas cosas más que le harán saber que su
comportamiento no es bueno para el planeta.
—¡Oh, cielos, eso es estupendo! Si funciona estaremos salvados —dijo un pajarito.
Entonces el león le dijo al elefante azul:
—A partir de ahora, quedas encargado de duchar a los humanos que se porten mal con la naturaleza.
Y así lo hizo.
Desde aquel día fue notándose poquito a poco que los seres humanos cada vez eran más respetuosos
con el medio ambiente y hasta eran más felices, viendo cómo el bosque, el río y el mar se iban
recuperando y volvían a ser como antes.
El elefante azul también solucionó con sus poderes un problema muy grande que estuvo a punto de
suceder: eran unos hombres importantes vestidos con traje y corbata que habían ido hasta la playa y
estaban haciendo planes entre ellos.
—Es el lugar perfecto para construir unos cuantos hoteles de lujo. Para ello habrá que hacer carreteras
que lleguen hasta aquí. Vendrán muchos turistas y ganaremos mucho dinero.
Pero el elefante azul también les duchó a todos para que tuvieran alucinaciones, viendo al bosque, al
río y al mar destrozados y contaminados.
Pero estos hombres seguían sin escarmentar y estaban empeñados en construir los hoteles y las
carreteras, así que el elefante azul no tuvo más remedio que ducharles durante horas y horas. Y en
todo ese tiempo, los hombres tuvieron unas alucinaciones que jamás olvidarían. Pudieron ver el
mundo entero sin vegetación, sin agua en los ríos y lagos, con el suelo sin hierba y lleno de basura.
Muchos animales se habían extinguido y los humanos también estaban desapareciendo poco a
poco, porque tenían muy poco agua y casi no encontraban nada con que alimentarse. Además el aire
estaba tan contaminado que se ponían enfermos. Un auténtico desastre.
¿Creéis que esta vez esos hombres escarmentaron? Pues esta vez sí. Así que el bosque Paraíso volvió
a ser tan hermoso como antes de venir el hombre.
Ahora todos los seres vivos (personas, animales y plantas) disfrutaban de la naturaleza sin dañarla.
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Castanocho
Sergio Freile Díaz
C. P. Montiana, 2º C
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rase una vez un carpintero llamado José. En su carpintería tenía muchas herramientas
y maderas de pino, castaño, cerezo, haya, roble americano y arce. Un día José cogió
un trozo de castaño, su sierra y sus alicates y empezó a hacer un muñeco. Fue
haciendo la cabeza, el tronco y las extremidades. Las extremidades superiores las hizo
fuertes y las inferiores las hizo hábiles. Le puso zapatos de madera, con agujeros y cordones.
Cuando acabó el muñeco, lo llamó Castanocho, porque estaba hecho de castaño, y lo colocó con
mucho cuidado en su armario.
Por la noche sintió algo raro y se levantó. José se sorprendió porque vio que Castanocho estaba
hablando. Desde entonces se hicieron muy amigos.
Un día José mandó a Castanocho tirar los papeles al contenedor azul, pero Castanocho los tiró al
suelo. Al volver a casa mintió a José y le dijo que los había dejado en el contenedor azul. De pronto,
Castanocho sintió que le crecían las orejas.
Otro día José le mandó tirar el vidrio al contenedor verde. Pero Castanocho dejó el vidrio en el jardín
del vecino. Cuando regresó a casa volvió a mentir y sus orejas crecieron un poco más. Castanocho se
puso en cada oreja un gorro para ocultar su fealdad.
Pasó el tiempo y Castanocho seguía tirando la basura al río. Un día cogió la sierra y se dedicó a cortar
árboles. Sus orejas crecían, crecían y se llenaban de verrugas y astillas. Castanocho estaba horrible y
sus orejas eran más grandes que las de Dumbo.
Un día Castanocho empezó a llorar y apareció el hada del medio ambiente.
El hada iba vestida de verde y su varita mágica era una ramita de manzano.
El hada del medio ambiente le preguntó:
—¿Qué te pasa?
Castanocho le contó lo que le ocurría. El hada del medio ambiente
cogió a Castanocho por las orejas y le tiró al río. Allí Castanocho
pudo ver peces muertos y agua muy sucia.
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Castanocho se dio cuenta que había que cuidar al río
y no contaminar. El hada volvió a coger a Castanocho por sus
orejas y le llevó volando a las capas altas de la atmósfera. Castanocho
vio humo de color rojo, negro y naranja. Sintió que no podía respirar
y pensó que había que hacer algo para cuidar el aire.
El hada devolvió a Castanocho a su casas y confesó a José la verdad.
Al momento Castanocho recobró el aspecto de antes y empezó
a cuidar el medio ambiente.
Y colorón, colorín, Castanocho fue feliz.
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La ciudad
sin humo
Mario Suárez Fernández
Colegio Montedeva, 2º C
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ablo tenía 9 años y vivía en un barrio a las afueras de su ciudad, Gijón. Como a
cualquier niño de su edad, le gustaba el fútbol, los coches, jugar con sus amigos… pero
en lo que destacaba de los demás es que tenía siempre muchas ganas de saberlo todo,
un nivel de curiosidad mucho mayor que el resto de los niños que lo rodeaban. Te podía
preguntar desde… «¿por qué el humo que sale de la fábrica es gris?»… hasta… «¿cómo se hace
una moto de carreras?», mayoría de preguntas que sus padres muchas veces no sabían responder.
Todas las mañanas eran prisas en casa… «¡venga, a desayunar, a lavarse los dientes! Hoy es tarde», y
corriendo su padre le llevaba al colegio.
Pablo observaba la misma rutina: todos los días muchísimos coches, atascos, personas que perdían
los nervios al volante, hasta a su padre se le escapaba alguna palabrota de vez en cuando y siempre
decía «¡hoy no llegamos!». En fin, un auténtico caos.
En su recorrido hasta el cole pasaban siempre cerca de un gran parque, donde había muchos
árboles, algún animal que otro y un pequeño estanque en el centro, y a Pablo se le ocurrió una idea:
«¡Papá! ¿Por qué mañana no nos lo tomamos con más calma y vamos al cole dando un pequeño
paseo, disfrutamos del paisaje, respiramos aire freso y seguramente el resto del día nos irá mejor?».
«¡Pero eso supone levantarnos antes!», dijo su padre, a lo que él asintió, sin importarle en absoluto.
Al día siguiente así lo hicieron. Fueron caminando, charlando, disfrutando del paisaje, divisando la
ciudad desde lo alto del parque y viendo una gran multitud de coches que parecían un regimiento de
hormigas, todas con un mismo destino. Pablo, sin dudarlo por un momento, le dijo a su padre:
«¡¡¡Recomiendo a todo el mundo que haga esto!!!».
Llegó a clase y sin dudarlo dos veces reunió a su grupo de amigos y les preguntó: «¿Os dais cuenta de
que la ciudad está totalmente contaminada y vivimos en un mundo de estrés extremo, sin valorar ni
disfrutar de lo que tenemos al alcance de nuestros ojos? Y me pregunto qué puedo hacer para
cambiar el mundo. Sé que yo solo no puedo, pero sí aportar mi granito de arena”.
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Se le ocurrió hablar con la profe y contarle lo que pensaba al respecto, proponiéndole movilizar y
concienciar a sus compañeros del colegio, que al menos una semana no se utilizara el coche para ir a
clase, promoviendo así el ir caminando, utilizar la bici, coger el autobús… A la profe le pareció una
muy buena idea e iniciativa y la clase de 4.º C del colegio Montedeva se movilizó e inició una intensa
campaña para descender el nivel de contaminación de su ciudad bajo el lema «HAZLO POR TI,
HAZLO POR TODOS».
Pegaron panfletos por el cole, hablaron con todos los profesores, incluso con el ayuntamiento. Les
pareció tan buena idea que durante esa semana el autobús sólo costaría 50 céntimos.
Pablo no salió de su asombro cuando, llegada la
semana esperada, fue tal el nivel de aceptación
y de respuesta por todos que se sintió
completamente satisfecho, contó sólo tres
coches a la llegada al cole, todo el mundo
venía en bici, caminando, en autobús o
incluso en patinete.
A la semana siguiente, como cualquier
otro día, Pablo iba de nuevo en el coche
con su padre, haciendo el mismo
recorrido de siempre, y en la radio se
escuchaba una noticia: el colegio
Montedeva, gracias a su iniciativa,
consiguió que la semana pasad la contaminación
de nuestra ciudad descendiera en un 35%.
Pablo miró a su padre con una sonrisa
cómplice y éste le dijo… «¡¡¡Hijo,
estoy orgulloso de ti!!!».
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1er premio
La gota
Patricia Pérez Toribio
2º premio
Mi amiga Lisa
Javier González Muñiz
3er premio
Junta lobuna
Paula Lobo Gallego
Mención Especial
Los portales y Eco
Paula Cueva González
Mención Especial
Curra, la latita perdida
Joaquín Ranilla Santana
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La gota
Patricia Pérez Toribio
C. P. El Llano, 3º B
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ivía nuna pieza del motor d'un coche, ella taba encantada porque viaxaba pel mundu
y percorría muncha distancia en pocu tiempu, pensaba que nun podía haber una vida
meyor. Yera una gota d'aceite de motor.
Un día en que'l coche sufrió una avería, arrimóse la gota xunto con otres cuantes fuera
de la pieza y, como taba lloviendo, acabó cayendo dientro d'un charcu. Al tar ellí nun sabía qué
pasaba, nunca saliera d'una cortil zarrada. Lo que vio gustó-y enforma y más cuando se dio cuenta
qu'a la so rodiada había más gotes coles que rellacionase. Pero lo que nun sabía yera que les demás
gotes d'agua nun queríen rellacionase con ella, y nun s'entemecieron.
Tenía qu'entrugar el porqué cuando empezó a llover más fuerte y el charcu convirtióse nun regatu
d'agua con otres como ella.
A la fin de la cai fueron parar a l'alcantariella onde se recoyía l'agua de la lluvia y d'ellí cayeron a un ríu
que pasaba per unos tubos (d'alcantarielláu) que percorría la parte más puerca y fea de la ciudá y de
la qu'ella nin imaxinara qu'esistía un sitiu tan horrible, había suciedá, coses que la xente tiraba al
suelu y que yeren abandonaes como ella.
Como too circulaba bien apriesa, nun-y avagaba entrugar qué taba pasando nin ónde taba; asina
pasó casi toa una mañana, nuna galería escura que travesaba zones con claridá, enrexada, arrodiada
de bagazos y agua enllamurgao. Taba apavoriada. A la fin, dempués de tol día, acabó desaguando
na mar, xunto coles otres gotes d'agua, que se burllaben d'ella y nun la queríen axuntar.
De lloñe, vio dalguna de les sos amigues asemeyaes, ya intentó averase a elles, pero col movimientu
del agua tuvo de facer un duru esfuerciu pa tocales, y cuando eso asocedió, abrazáronse tan fuerte
que nin les foles nin el movimientu incesante llogró dixebrales.
Pasó'l tiempu y viaxaron per mediu mundu. Eso sí, a lo menos afayaron lo que se vía dende l'esterior:
el cielu azul, les ñubes, dalgún barcu, y escucharon el soníu de les gaviotes y el rumor de los pexes que
salíen a alendar. Tamién estimaron ver el sol, aunque a veces eso producía-yos un calor afogadiengo
que cuasi-yos facía amburar.
Un día en qu'esi sol amburaba, les foles averaron a la oriella y ellí probaron el tastu del sable, que-yos
gustó enforma. Taben ellí resposando cuando sintieron unos berríos, nunca lo sintieren: yeren neños
que taben llamando a les sos madres pa enseña-yos lo que taba ellí posao, nel sable.
Vieron cómo s'axuntaba muncha xente al so alrededor y apaecíen unes máquines estrañes que les
recoyíen del suelu y les metíen nun depósitu. Pasaron unos díes apavoriaes y dempués llegó'l so
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final: dixebrar. Y la nuestra gotina
vio como les sos amigues yeren metíes
nun camión que ponía un lletreru de
combustible d'altos fornos, otres fueron
sacaes con más curiáu ya incorporaes
a unos botes de pintura pa madera.
Y ella foi destinada pa facer xabón,
col qu'unos neños paecíos a los de la
sablera, bañábense y nesti casu
daben berríos d'allegría y diversión
coles sos pómpares.
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Mi amiga Lisa
Javier González Muñiz
C. P. Atalía, 3º A
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ola, me llamo Colás y tengo una amiga muy especial. Sé lo que estaréis pensando,
pero no es una de esas amigas que puedes encontrar en el colegio o en el parque.
Es pequeña, tiene orejas diminutas, un morro redondo con unos largos bigotes y vive
en el agua. Me encanta verla nadar a toda velocidad moviendo su cola arriba y abajo,
hacer volteretas y pescar.
Un oscuro día de este otoño, paseando con aburrimiento junto al río Piles, vi algo grande
moviéndose por el fondo. Miré curiosamente y allí estaba. Por cierto, aún no os he dicho que mi
amiga es una nutria y se llama Lisa.
Desde ese día no pasa un fin de semana sin ir a verla. Ella siempre me cuenta sus cosas y yo a veces le
cuento también las mías.
Me cuenta con gran tristeza cómo los humanos contaminamos los ríos, mares y lagos y hacemos que
tengan que emigrar para sobrevivir. Cómo tuvo que nadar y nadar junto a su familia por ríos y ríos
buscando un hogar. Cómo perdió parte de ella por cazadores furtivos o simplemente porque no
aguantaron las largas y duras distancias.
Pero no solo me cuenta cosas tristes, también me cuenta cosas bonitas.
Me cuenta cómo sale nadando a pescar por la playa San Lorenzo y cómo se aleja de la costa y se
sumerge allí para pescar en las brillantes y cristalinas aguas; lubinas, chopas, sardinas y escamones,
cómo por la noche contempla el espectáculo de luces de Gijón desde el mar. Me cuenta también que
ve San Pedro y lo mucho que le gusta el reloj de La Escalerona iluminado.
Me cuenta que otros niños la van a ver y cómo hace piruetas para que ellos también se diviertan y se
asombren y que en primavera tendrá unas hermosas crías.
Siempre pienso lo afortunados que somos por tener nutrias en nuestra ciudad, y lo más importante,
que tenemos nutrias porque tenemos una ciudad limpia.
Todo el mundo debe saber que muy pocas ciudades tienen su mar y sus ríos limpios y casi ninguna
puede tener nutrias.
Pero Gijón puede.
Tenemos bandera azul, pero tenemos algo más importante: tenemos nutrias.
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Junta lobuna
Paula Lobo Gallego
C. E. I. P. Elisburu
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uando el Sol empezaba a asomarse por el horizonte y los primeros rayos bañaban de
luz las cimas de los picos más bajos de la Cordillera Cantábrica, se veía avanzar
grandes manadas de lobos de todos los colores y tipos, lanzando sonoros aullidos que
eran inmediatamente respondidos. Todos iban en la misma dirección, hacia el Naranjo
de Bulnes, en donde se celebraría la Junta Lobuna, siguiendo la tradición que dice que se debe
celebrar cada noche de Luna Llena.
Esta vez, el Jefe de la Junta era Aullido Espeluznante, perteneciente a la manada «Los Lobos
Blancos». Poco a poco las manadas fueron llegando y mientras sus miembros se saludaban y
charlaban sobre sus cosas, los líderes de cada manada ascendían a la cima más alta y acordaban el
tema de la Junta y la organización de la misma.
Decidieron que el tema a tratar en esa ocasión, sería «La Contaminación», ya que era un problema
muy grave que amenazaba su existencia y la del resto de los seres vivos.
Desde lo alto de la cima se dirigieron a sus manadas y lo primero que hicieron fue pasar lista:
—Huella Profunda
—Gr…
—Aullido Celeste
—Gr…
—Vista Aguda
—Gr…
—Olfato Lejano
—Gr…
—Oído fino
—Gr…
Y así hasta que constataron que todos estaban presentes.
Aullido Espeluznante hizo el tradicional discurso de entrada. A continuación planteó el tema a tratar,
explicándoles que la contaminación era un problema que afectaba a todos, tanto a ellos como a todos
los seres vivos, que era muy grave, que cada día se extendía de forma más rápida por todo el Planeta y lo
más importante, que la Cordillera Cantábrica, lugar en el que habitaban ellos, ya estaba contaminada.
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Les dijo que de no poner solución, su hogar podía ser destruido para siempre.
Se oyó un gran murmullo, todos los miembros de las manadas cuchicheaban entre sí.
El líder les planteó la opción de que cada uno aportara su granito de arena y buscara posibles
soluciones.
Poco a poco se fueron animando y empezaron a surgir ideas:
—Podíamos echar agua sobre los océanos para limpiarlos. —Dijo Olfato Lejano.
—Pero ¿y si esa agua se contamina también? ¿Y si el océano se desborda y provoca inundaciones?
—contestó Huella Profunda.
—¿Y si ponemos «notitas» sobre normas de reciclaje a los humanos en sus casas? —pensó Vista
Aguda.
—Eso es impensable, sabes que no nos dejarán acercarnos a sus casas —contestó Aullido
Espeluznante.
—¿Y si hacemos una replantación de árboles para que depuren el aire de nuestra Cordillera? —dijo
Viejo Lobo.
—¡Es una idea genial, Viejo Lobo! —contestó Huella Profunda. —Además, también se podría
reciclar el papel para no tener que talar tantos árboles.
—¿Y si no permitimos que ningún vehículo a motor atraviese nuestra cordillera? —añadió oído fino.
—¡Síii!, podrían venir en bicicleta, no contaminarían nada y además harían deporte —contestó Cola
Peluda.
Así continuaron durante un rato más y aportaron muchas ideas.
Acordaron llevar a la práctica aquellas que estuvieran al alcance de sus patas.
Durante un tiempo consiguieron que la contaminación descendiera. Pero ellos solos no podían.
Necesitaban la colaboración de todos.
¿Estás dispuesto a ayudarles?
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Los portales y Eco
Paula Cueva González
Colegio La Asunción, 4º A
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rase una vez dos portales mágicos. Uno era gris y muy oscuro y el otro era verde lima,
la diferencia entre los dos era muy grande. En el gris vivían unos seres muy
contaminantes, pero en el verde lima todos sus habitantes respetaban tanto la
naturaleza que construían sus casas con materiales reciclados.
Los habitantes del portal verde lima, nos ven como unos grandes contaminantes de la naturaleza.
Una niña llamada Eco que vivía en el portal verde lima era muy amante de la naturaleza. Bueno,
todos lo eran, pero ella tenían un don muy especial. Ese don era muy difícil… Consistía en convencer
a la gente de que, si ponía interés, la vida sería mucho mejor para todos. Pero había una cosa que
hasta para ella resultaba muy difícil, y era convencer a los habitantes de ese portal color gris tan
extraño de que comenzasen a reciclar.
Pero como dice su don: ¡Es muy fácil conseguirlo si pones interés!
Capítulo 1. ¡No puedo!
Eco era una niña muy peculiar, porque además de su don, nunca se rendía… ¡Y se puso manos a la
obra! Cogió su inseparable libreta de apuntes, su mochila y su lata favorita, y se fue corriendo hacia
las fronteras de su portal.
Unas horas después llegó a las fronteras, pero para pasarlas había que superar el «Oráculo del Sur».
Este estaba formado por dos estatuas hechas de latas, trapos… ¡Ni imaginarse todos los materiales
reciclados de distintos tipos que había allí! Eco se paró muy firme, porque solo podían pasar los
aventureros capaces de salvar el medio ambiente. Se puso muy nerviosa y gritó: ¡¡NO PUEDO!!
De pronto, los ojos de aquellas estatuas se iluminaron. Muy nerviosa, Eco cerró los ojos, abrió su
libreta y leyó todas sus aventuras. Se arrepintió de decir eso, dio unos pasos hacia delante y los ojos
de las estatuas se apagaron. ¡Eso era buena señal! Eco echó a correr y lo superó.
Capítulo 2. Esperanza
Cuando salió tuvo que pasar por un pasillo para llegar, pero cuanto más se acercaba, más se oscurecía.
Eco encontró el portal… Se lo imaginaba feo, pero no tanto. Luego muy nerviosa, cerró los ojos y
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metió la mano en el portal; la sacó y… ¡estaba gris!, cogió su lata, y sacó de ella una hoja, se la frotó y
su mano recuperó su color. Cuando entró la volvió a frotar por todo el cuerpo, miró a su alrededor
aterrorizada y encontró una niña de color gris que se llamaba Esperanza.
Capítulo 3. ¡Qué bien!
Se acercó a ella y Esperanza, asustada, le dijo:
—¿Por qué tienes ese color tan raro?
Eco se lo explicó todo, y también le explicó qué era reciclar y cuidar el medio ambiente. Esperanza se
llenó de ilusión y de lo que dice su propio nombre, cogió a Eco de la mano y la llevó a su casa. Eco le
frotó la hoja y se puso de color azul. Cuando llegaron a casa de Esperanza, sus padres se asustaron
por su color y el de la niña que tenía al lado.
Después Eco tocó el suelo con su mano y de él salió un brotecito. Les explicó a los padres de
Esperanza lo que era eso y cómo cuidar el medio ambiente; más tarde los frotó con su hoja y ellos
también cobraron el mismo color que su hija, aplicaron sus consejos y enseñaron al resto de
habitantes cómo hacerlo.
Poco a poco el portal fue cambiando de color y haciéndose azul, pero no verde. ¿Sabéis por qué?
Porque gracias a ello, La Tierra tiene ese color. Pero, al igual que La Tierra hay muchos planetas sin
color y Eco no lo puede hacer sola.
¿Queréis ayudarla?
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Curra,
la latita perdida
Joaquín Ranilla Santana
C. P. Montiana
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urra era una latita feliz, vivía con su familia en una estantería enorme y jugaban a
imaginar a dónde irían todos los envases que marchaban.
Un buen día, Curra se sintió nerviosa, sabía que pronto se tendría que ir de su
estantería.
Después de un viaje a bordo de un carro, terminó en una nevera donde hacía frío. La pobre Curra se
sintió triste. Pero enseguida salió de la nevera para ir a parar a una bolsa de basura.
—¡Oh, no! —exclamó. Curra estaba rodeada por todo tipo de residuos. Olía fatal y se sintió muy sucia.
Pasó una noche muy triste en un contenedor enorme rodeada de todo tipo de basuras. Mientras en el
contenedor vecino escuchaba cómo otras latas se divertían saltando y riendo.
Por la mañana, después de un largo viaje en camión entre pieles de plátano y trozos de cartón que
también se sentían perdidos, llegaron a un enorme vertedero.
Curra estaba exhausta y maloliente, aunque un rayo de Sol le calentaba y se sentía un poquito
reconfortada.
Después de varios días ocurrió un milagro. La pasaron por una cinta, la lavaron y de allí, casi sin
darse cuenta, terminó en un enorme contenedor, lleno de divertidas compañeras. Se sentía feliz,
aunque pensaba que ni una lata, ni un papel, ni ningún residuo orgánico se merecía terminar en el
contenedor equivocado.
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1er premio
Ruedita
Fátima Bartolomesanz de Barutell
2º premio
Rita la tortuguita
Daniela Rodríguez Laria
3er premio
La pandilla basura
Úrsula Díez Suárez
Mención Especial
En el iceberg
Olaya Vega García
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Ruedita
Fátima Bartolomesanz de Barutell
Colegio La Asunción, 5º A
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¡H
ola amigos!
Mi nombre es Ruedina y voy a contaros mi vida.
Cuando nací (mejor dicho, cuando me fabricaron),
sólo servía para una cosa… ¡Ah! Se me olvidaba
deciros que soy una rueda. Somos cuatro hermanas, bueno,
mejor dicho cinco, porque una era de repuesto. A mis dos
hermanas mayores las pusieron delante y la peque y yo
estábamos detrás. ¡Qué sorpresa cuando nos dimos cuenta de que
formábamos parte de un coche!, pero no de un coche cualquiera,
sino de esos que contaminan poco. En él pasamos grandes
aventuras y conocimos bellos paisajes naturales, muchos de ellos
están en peligro por la gran contaminación que hay en el aire.
El Bosque de Muniellos es uno de los sitios más bonitos que he
conocido, pero vi a una persona tirar un cigarrillo encendido y
sólo de pensar que este bosque pudiera desaparecer, me
deshincho de la pena.
Cuando subimos a los Lagos de Covadonga, como era invierno,
y estaba nevada la carretera, nos pusieron unos collares
preciosos, bueno, vosotros los llamáis cadenas. Me contó mi
hermana, ya que yo no lo vi porque estaba tan embobada
viendo el paisaje, que un niño de diez años tiró al suelo la bolsa
de patatas. ¡Con diez años todavía no sabe que no se puede tirar
basura al suelo!
Y podía seguir y seguir contando mis viajes y aventuras pero
como soy muy viejecita ya me canso.
Ahora, ya no somos ruedas, sino que nos han reciclado, y
estamos muy contentas con nuestras nuevas vidas. Mi hermana
mayor es el suelo de un parque infantil, y no veas que bien lo
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pasa cuando los niños
se caen encima de ella
y no se hacen daño.
Mi otra hermana mayor
es un saco de boxeo y no
veáis qué golpes recibe
todos los días. La peque es
un columpio y está feliz de
ver a los niños contentos.
Y yo… ¡soy una maceta!
Todo el día estoy rodeada
de flores, plantas…
¡Uy! Que ya llega la
regaderaaaa.
Glups, glups, glups…
Y la rueda de repuesto…
(continuará)
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Rita
la tortuguita
Daniela Rodríguez Laria
C. P. La Escuelona
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J
aime, al ver esa caja cuadrada grande, envuelta en un papel dorado, no podía
imaginar de qué regalo se trataba. La cogió para ver cuánto pesaba, la agitó pero ni
así pudo adivinar lo que contenía. Sus amigos no paraban de repetir: «Ábrelo Jaime,
ábrelo ya». Así que abrió el regalo, y sus ojos se iluminaron. Pues ahí estaba una pecera
de cristal, con una palmera, una roca y un charquito lleno de agua, donde nadaba una tortuguita
verde con el caparazón de color chocolate.
Aunque a su mamá no le hacía mucha gracia, la tortuga acabó en la habitación de Jaime. A su
hermana Ana también le gustaban los animales y entre los dos le pusieron el nombre de Rita.
Un día, limpiando su charquito, Jaime se dio cuenta de que Rita tenía una muesca en el caparazón.
Con el paso de los meses la tortuguita se convirtió en una tortugota de casi un kilo y medio. Su madre
empezó a protestar, que no soportaba más a Rita en casa, que olía mal, etc., y que, o se deshacía de
ella o que cualquier noche les ponía sopa de tortuga.
Entonces una tarde buscaron un rincón en el río y la soltaron. Siguieron yendo tarde tras tarde, pero
nunca la volvieron a ver. Y con el tiempo, no la olvidaron. Mientras tanto la tortuga, que no se quiso
quedar allí, porque el río estaba muy contaminado y sucio, lleno de latas vacías, bolsas y espuma
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amarilla y asquerosa, nadó corriente arriba buscando un
rincón limpio donde vivir y dejó atrás pueblos que
vertían sus desagües al río, fábricas que lanzaban
enormes chorros de espuma y humo, una mina que
lavaba el carbón en el río y lo dejaba todo negro. No
pudo ver durante todo el camino ni una trucha ni una
nutria ni nada. Al final logró llegar a una zona alta del río
llena de árboles, rocas y aire puro. Allí todo estaba limpio
porque aún no habían llegado los humanos. Rita, en esa
parte del río, se hizo amiga de una trucha, que también
había pasado por lo mismo y dijo:
—Llegará el momento en que alcancen este sitio y
acabe-mos desapareciendo. ¿No se darán cuenta, los
humanos, de que nos necesitan?
—Pues a mí me contó —dijo la nutria— una gaviota que
llegó hasta aquí, un poco perdida por el humo, que cerca
del mar vio unos humanos que estaban haciendo
muchas cosas para limpiar el río.
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Esas personas eran Jaime y Ana, que, convencidos de que Rita se había marchado por la contaminación, empezaron a estudiar y a trabajar con algunos amigos más para conseguir que el río volviese a
estar limpio, como lo habían visto sus abuelos.
Así que lograron convencer a los dueños de las fábricas para que no contaminaran y a los alcaldes
para que todos ayudaran a limpiar el río y se hicieran depuradoras en las casas y que a los niños se les
explicara en el colegio lo peligrosa que es la contaminación.
Jaime y Ana crecieron y se hicieron mayores. Al final lograron ver su río completamente limpio, pero
un poco apenados porque, aunque siempre tuvieron esperanza, no volvieron a ver a Rita.
Jaime, siendo abuelo ya, una tarde estaba enseñando a pescar a su nieto Juan, mientras su nieta
Paula recogía flores por la orilla. Fue entonces cuando oyeron gritar a Paula:
—¡Abuelo, abuelito, encontré un escarabajo verde y grandote!
Jaime fue hacia ella y desde lejos vio que era una tortuga, se acercó un poco más y se dio cuenta de
que tenía una muesca en el caparazón. Rita había regresado a su lugar, que ahora, gracias a Jaime y
a Ana, estaba limpio por fin. No se la llevaron a casa, pero Jaime, Ana, sus nietos y los hijos de estos
pudieron ver a Rita muchos días, porque la tortuguita vivió limpia y feliz durante 138 años, dos
meses y once días.
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La pandilla
basura
Úrsula Diez Suárez
C. P. Noega
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rase una vez, en un vertedero alejado de la ciudad, un grupo de amigos. Una se
llamaba Verdurina, otro se llamaba Cartuchín, el de envases se llamaba Yellow y el de
vidrio se llamaba Crash, y juntos formaban La Pandilla Basura. Verdurina era la que
peor olía, Cartuchín el más fuerte del grupo, Yellow el impermeable y Crash el más frágil.
Ellos tenían dos amigas gaviotas llamadas Pepita y Panchita. Pepita tenía un pico largo y resistente y
se le daba muy bien volar, en cambio a Panchita, como bien dice su nombre, no le gustaba volar y
prefería quedarse en el nido.
Sus días transcurrían alegremente en el vertedero, porque Carlos el operario les solía dar paseos
todas las mañanas con su excavadora. A Crash no le gustaba porque tenía miedo a que se le
rompiera algo, pero todos los demás se lo pasaban pipa; daban volteretas en el aire, las movían de un
lado para otro, era genial.
También tenían un amigo perro llamado Roque. Roque se pasaba por el vertedero todas las tardes
cuando Carlos el operario cogía restos de comida y se los daba.
Un día estaban Pepita y Panchita tumbadas en su nido cuando dos operarios, iban hablando de una
nueva máquina que llegaría mañana y que les reemplazaría a todos. Pepita oyó un nombre y se la
empezó a imaginar con esos dientes afilados y puntiagudos. Panchita estaba ansiosa porque Pepita
dijera el nombre de aquella temible máquina, y cuando se lo dijo le quedó el pico haciendo una «O»
enorme. Se llamaba INCINEREITOR.
Pepita y Panchita fueron volando todo lo rápido que pudieron hasta donde estaban sus amigos.
Cuando llegaron les encontraron dando volteretas con Carlos y Roque. Cuando Carlos decidió irse,
Pepita estaba dispuesta a contarles lo que había oído.
Pepita dijo claramente:
—Mañana llegará una máquina con la que correremos peligro —sentenció Pepita.
Los ocho amigos se quedaron boquiabiertos, sin saber qué decir, hasta que Yellow tomó la palabra.
—¿Y qué vamos a hacer? —les preguntó.
Los chicos seguían con la boca abierta y Crash pudo hablar:
—¿Y cómo era esa máquina? —le preguntó a Pepita.
Y Pepita le explicó con pelos y señales lo que había oído, y enseguida tramaron un plan de escapatoria.
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A la mañana siguiente llegaba Carlos muy disgustado diciéndoles a los chicos que se iban a acabar
los paseos porque le iban a despedir, y Cartuchín preguntó:
—¿Que te van a cambiar por INCINEREITOR, verdad?
Carlos, angustiado, respondió:
—Lo más probable… —dijo muy apenado.
—Y entonces, ¿quién me llevará a mi habitación todas las noches? —preguntó Verdurina muy triste.
—No lo sé —respondió Carlos.
Al día siguiente, a las 7.00 de la mañana llegó un camión grande con algo dentro que estaba echando
humo.
La pandilla basura corrió a ver qué era y qué traía el cartel. Cuando lo leyeron quedaron asustados,
traía INCINEREITOR. Entonces Cartuchín dijo:
—¡Oh, Dios mío! ¡El plan de huida se nos ha olvidado por completo! ¿Ahora qué haremos? —Dijo
muy seria Verdurina—. A ver qué ocurre con nosotros. Habrá que esperar. Pero… ¿me prometéis una
cosa?
—¿Cuál? —dijeron todos a coro.
Y Verdurina respondió:
—Que estaremos siempre juntos pase lo que pase.
Y todos asintieron.
Dos horas después la máquina estaba colocada en el centro del vertedero. A lo lejos divisaron cómo
Carlos llegaba corriendo hacia ellos, con una sonrisa en la cara diciéndoles:
—¡He conseguido un nuevo trabajo! ¡Me voy de informático! —dijo dando saltos.
Todos los chicos se alegraron muchísimo al saber que le esperaba un futuro mejor, pero… ¿y el de
ellos? Todavía no estaba nada claro.
A la media hora siguiente, INCINEREITOR echaba fuego por la boca y la pandilla decidió
esconderse. Poco después Pablo (otro operario) estaba lanzando bolsas de basura a esa temible
máquina. Todos estaban aterrorizados, sin saber qué hacer. Y Crash dijo:
—Da igual lo que pase a partir de ahora, lo importante es que siempre vamos a estar juntos, porque
somos ¡LA PANDILLA BASURA!
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Más tarde, sólo quedaban ellos cuatro y no sabían quién sería el siguiente hasta que de repente, sin
saber de dónde, apareció Carlos diciéndole a Pablo que había última hora, un cambio, que a Yellow,
Crash y Cartuchín les trasladasen a la segunda planta de reciclaje.
Al oír eso fueron todos con Verdurina, que enseguida les dijo:
—No os preocupéis por mí, yo estaré igual de feliz que vosotros aquí —dijo Verdurina.
Entonces Pablo cogió a Verdurina y la metió dentro de INCINEREITOR y Carlos llevó a los chicos a la
segunda planta. Mientras subían Cartuchín le preguntó:
—¿Y ahora qué pasará con Verdurina? —dijo Cartuchín muy triste.
Y Carlos le respondió:
—Pues nada, se convertirá en cenizas y el cielo será su nueva casa, pero ella va a ser feliz, igual o más
que vosotros —dijo Carlos muy reconfortado.
Los chicos siguieron sus vidas, un poco más aburridas sin Verdurina ni Carlos, ni Roque, ni las
hermanas gaviotas Pepita y Panchita, ya que estos estaban en una oficina. Yellow, Crash y Cartuchín
estaban muy aburridos. Verdurina en el cielo se lo pasaba en grande porque supo que le esperaba
una vida nueva.
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En el iceberg
Olaya Vega García
C. P. Severo Ochoa, 6º B
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l 23 de octubre Frida acaba de nacer. Abre los ojos por primera vez y se encuentra
sobre una gran manta blanca. Apenas puede ver, pero percibe el olor y el calor de su
madre y se acurruca para seguir durmiendo.
El tiempo transcurre entre largas siestas y cortos periodos en los que permanece
despierta para alimentarse; así va creciendo sana y segura, junto a su madre.
Llega la primavera. Frida sale por primera vez del cálido hogar en el que ha pasado el invierno.
Tímida pero inquieta, sale medio escondida detrás de su madre y no puede estar más sorprendida: la
manta blanca sobre la que nació es inmensa. Se apresura para ver qué es lo que hay y entonces sus
ojos se abren como platos y puede ver que a su alrededor todo es blanco: Frida ha nacido en el Ártico,
un lugar muy hermoso donde reinan la paz y el silencio.
Su madre le irá enseñando cosas que garantizarán su supervivencia: cómo conseguir alimento,
dónde cobijarse durante el crudo invierno… y sobre todo cómo vivir de acuerdo a las reglas del
medio en el que ha nacido.
Frida, que es curiosa, divisa a lo lejos una cría de pingüino emperador, se llama Milo. También
alcanza a ver un polluelo de búho nival, se llama Nevada; por último, luciendo su hermosa cola
blanca, aparece un cachorro de zorro ártico que se llama Fox. Todos ellos se convertirán a partir de
ese momento en sus mejores e inseparables amigos.
Para Frida y sus amigos, la vida transcurre tranquila y segura, y juntos se divierten con juegos y
travesuras propias de su edad. Su lugar preferido de juegos es el iceberg con forma de tarta de cinco
pisos, donde transcurrirán los mejores momentos de su infancia y del que ellos dicen que está hecho
de nata.
El tiempo pasa y siguen creciendo, se hacen mayores y cada vez dedican más tiempo a aprender
cosas y menos tiempo a jugar.
Han pasado ya dos años desde que Frida nació, se ha convertido en una hermosa osa polar, fuerte y
robusta como su padre, pero con la serenidad y la sabiduría que ha heredado de su madre. Hace un
tiempo que no ve a sus amigos, pero hoy ha quedado con ellos en su lugar preferido, en el iceberg
con forma de tarta de cinco pisos.
Frida está nerviosa y emocionada con la idea de volver a encontrarse con ellos, y atravesando el hielo
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y el agua, llega hasta el iceberg donde sus amigos la están esperando. La alegría del encuentro es
tremenda, pero de repente su amigo Fox, astuto y sagaz como siempre, se ha callado y les ha
alertado. ¿Qué ha pasado? El iceberg de tarta de cinco pisos ya solo tiene tres pisos. Todos se quedan
boquiabiertos y Nevada revoloteando alocada y casi sin pensar, les dice, tranquilizándoles, que no se
preocupen, pues lo que ocurre es que la nata se ha derretido. Frida, con la serenidad y sabiduría que
la caracterizan, ha comprendido lo que está ocurriendo, pues durante las largas tardes que ha pasado
con su madre, en las charlas de esta con sus amigas las ha oído decir que el hielo de los polos se está
derritiendo por la actividad imparable de los hombres que está llevando a la destrucción del hermoso
planeta en el que viven.
Los cuatro amigos no pueden creer lo que está pasando, pero ya son mayores y alcanzan a
comprender la gravedad de lo que ocurre. Juntos deciden que tienen que hacer algo y para ello
emprenden un viaje en el que vivirán la gran aventura de su vida, porque conservar el medio en el
que viven se convierte en lo más importante para ellos; su deseo es no tener que emigrar a otras
tierras y que otras generaciones sigan disfrutando de lo que ellos tienen.
Juntos recorren el mundo y visitan montones de despachos donde hombres de traje impecable y
sonrisa amable los reciben escuchando sus deseos. Nevada, tan alocada como siempre, pregunta si
estos hombres son agentes especiales, pero Frida le explica que son gobernantes que tendrán que
conseguir unir las voluntades de todos los habitantes del planeta para poder buscar una solución al
problema. Cumplida su misión y cansados de tan largo viaje, los cuatro amigos regresan a casa para
rehacer sus vidas, convencidos de que han hecho lo que podían para evitar lo que ya parecía
inevitable.
De vuelta a casa y habiéndose convertido ya en adultos, el tiempo transcurre lento entre crudos
inviernos y primaveras amables donde abunda la comida; algunos ya han formado su propia familia.
Frida ha sido madre de dos hermosos cachorros que a diario se reúnen con sus amigos en el iceberg y
un día fue el lugar favorito de juegos de sus padres y que ahora tiene forma de tarta de tres pisos.
Ahora, Frida ya es una osa polar anciana que ha vivido largamente y que ha ido viendo cómo aquella
importante misión que un día la llevó a recorrer el mundo con sus amigos, ha dado sus frutos pues
nuevas generaciones de oso polar, pingüino emperador, zorro ártico y búho nival juegan en el
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iceberg con forma de tarta, mientras los cuatro amigos los contemplan con orgullo. Nevada, que
también se ha hecho mayor pero que no ha cambiado su carácter alocado e impulsivo, pregunta a
sus amigos: «¿Estáis seguros que aquellos hombres no eran agentes especiales?». Una vez más Frida,
tan serena y sabia como ha vivido, le responde: «No, Nevada, no eran agentes especiales, eran seres
que como nosotros supieron entender que nuestro planeta era demasiado hermoso y valioso como
para destruirlo…».
Tiempo después, tranquila y convencida de haber cumplido con su deber, Frida se tumbó sobre el
mismo lecho blanco que la había visto nacer y cerró los ojos para siempre.
En el iceberg con forma de tarta de tres pisos, cachorros y crías de diferentes especies juegan sobre la
que ellos dicen que es una tarta de nata que ya no se derrite.
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1er premio
La senda de incógnita
Víctor Garnung Menéndez
2º premio
Árbol de vida
Sergio de la Calle Iglesias
3er premio
Un lugar desconocido, mi mundo
Agnes Ornia Luna
Mención Especial
Mi mundo
Victoria Guerra García
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La senda
de incógnita
Víctor Garnung Menéndez
Colegio Patronato San José, 1º B
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O
tra pelota fuera. Miguel llevaba ya veinticinco lanzamientos de pelotitas de papel
desde su escritorio hasta la papelera y no encestaba siquiera uno. Pero él no se rendía,
era persistente cual mosquito y seguía en sus lanzamientos.
—¡Si acierto la siguiente me pongo a hacer deberes!… ¡Casi! Bueno, a la siguiente.
Ya eran las diez y veintisiete del domingo más caluroso que Miguel recordaba (lo sé, quizá era un
poco tarde para hacer los deberes, pero Miguel no era un alumno ejemplar que digamos), cuando
por fin encestó la pelotita. Posiblemente fuese su pelota número cincuenta y siete, pero eso daba
igual ya que por fin lo había conseguido. ¿Creéis que a él le importaba la cantidad de papel que había
desperdiciado en esa tontería? ¡Qué va! Lo único que a él le importaba era conseguir lo que quería.
Por eso mismo le daban igual las cinco libretas que había gastado en una apuesta esa semana, ni los
libros que había quemado solamente para divertirse (se puede apreciar la debilidad que tenía por
estropear el papel).
Feliz y radiante de alegría, por fin se fue a la cama. Claro está, dejó los papeles en el suelo y la
papelera rebosante de porquería.
Amaneció un nuevo día. Los pajarillos cantaban, los árboles se mecían suavemente al compás de la
mañana, las personas… Espera, no había personas. Miguel se levantó de la cama, miró por la
ventana y vio que la calle estaba totalmente desierta y oscura.
—¡Oscura! Pero si son las…
Miró el reloj y observó la hora. ¡Eran las tres y media en punto! De nuevo volvió a la cama, pero a
medio camino los papeles que había dejado tirados en el suelo cobraron vida y lo engulleron sin
compasión. Miguel comenzó una bajada por una especie de túnel, digno de la más vomitiva y
macabra montaña rusa.
¡Ruidos, golpes, gritos de Miguel, más ruido y más golpes! Y de repente, silencio. Un silencio que
ensordecía, un silencio que te calaba hasta el fondo y que te impedía moverte. Miguel siempre
recordaría este silencio, que era igual que todos pero a la vez diferente.
Pudo estar ahí, en medio de la oscuridad, durante minutos, horas o incluso días. Pero, al fin,
consiguió reunir toda la valentía que pudo y se movió. Palpó el suelo; estaba frío y liso. No tenía
ninguna desigualdad. Pensó qué sería, pero no le hizo falta pensar más.
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Justo delante, una luz se encendió mostrando la habitación en la que se encontraba. Era la
habitación más sosa jamás diseñada nunca. Tenía baldosas blancas unidas entre sí de forma que
todo el suelo fuese completamente liso. Además tenía azulejos blancos unidos de la misma forma en
las paredes, y, debajo, una puerta también blanca que solamente una persona con buena vista
podría distinguir.
Sin pensárselo dos veces, la cruzó. Entró en otra sala abarrotada de objetos extraños, desde árboles
en miniatura con pies hasta papeleras formadas por basura flotando por toda la sala. En el fondo de
la sala había un escritorio idéntico al que tenía Miguel en su habitación, y una silla ocupada por un
hombre.
Este personaje parecía una mezcla de todas las épocas de la historia. Tenía un pelo sucio y alborotado
que podría haber sido del más antihigiénico de los trogloditas, una cara apuesta y recia típica de los
romanos, pero con rayas de kohl en los ojos y la barba postiza que se ponían los faraones del Antiguo
Egipto. También llevaba un bombín, botas miliares, una túnica griega y cientos de anillos de oro y
brillantes en las manos. Miguel se acercó y le preguntó:
—Buenos días… o tardes… o noches, caballero, ¿podría decirme dónde estoy?
El hombre levantó la vista y lo miró directamente a los ojos. Le respondió con una voz tranquila y
pausada.
—En el todo y en la nada.
Miguel empezó a preguntarse si ese hombre sería peligroso cuando éste le dijo:
—Espero que hayas tenido una buena bajada. Me llamo de una forma que no te voy a revelar
porque lo descubrirás cuando estés preparado, pero por ahora llámame Incógnita.
—Vale, Incógnita, ¿Podrías decirme dónde estoy?
—¡Claro que puedo!
Miguel aguardó pacientemente a que se lo dijese, pero Incógnita no parecía que fuese a hablar.
Finalmente le preguntó:
—Entonces, ¿dónde estoy?
—Ya te lo he dicho. En el todo y en la nada.
—Ok. ¿Y sabrías porque estoy aquí?
—Para ser juzgado.
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Miguel se quedó de piedra. ¿Le habrían llevado allí para juzgarle por el chicle que robó en el quiosco
de la esquina la semana pasada? Sorprendentemente Incógnita le afirmó:
—Tranquilo, no estás aquí por robar, si no por dañar al mundo de una forma reiterada e
indiscriminada.
¿Qué estaba diciendo ese chiflado? Él, un niño de doce años, estaba «matando» al mundo de una
forma «reitenosequé» e «indinosequemás». Lo único que quería era volver a su casa. Pero parecía
que eso iba a estar difícil.
—Oiga Incógnita, no entiendo lo que está diciendo ni por qué estoy aquí.
—Parece que no sabes escuchar, ¿eh, jovencito? Claro, lo único que sabes hacer es desperdiciar
materias y estropear el mundo.
—¿Así que es por eso? Estoy aquí por derrochar un poquito de papel.
—¡UN POQUITO DE PAPEL, DICES! Ese «poquito de papel» son exactamente noventa y tres
árboles solamente este último mes.
—¡Eso es mentira! Además, ¿quién eres tú para interrogarme?
—¡YO SOY EL PROTECTOR DE MUNDO, EL MÁS ANTIGUO DE LOS DIOSES, EL TERROR DEL
TALADOR, EL ENTERRADOR DE LOS GASTIZOS! ¡Y TÚ VAS A VENIR CONMIGO!
De un momento a otro Incógnita se levantó, agarró a Miguel y los dos empezaron a dar vueltas y más
vueltas veloz e incontroladamente. La habitación empezó a cambiar. Entre vuelta y vuelta Miguel
pudo divisar a su madre, a su padre, su casa, el planeta de nuevo pero sin su color azul y verde
característico, sino de un color marrón enfermizo, árboles quemándose y ciudades secas, un sol
abrasador y finalmente… a él mismo.
Por fin las vueltas cesaron. Le entraron nauseas y se encontraba mareado pero no le dio importancia
porque lo que veía era mucho más importante. Se encontraba en una habitación e Incógnita estaba a
su lado mirándole.
—¿Reconoces esta habitación Miguel?
El niño se fijó más en el lugar y lo reconoció. Era su habitación. Allí estaba el escritorio, tan parecido al
que había en la habitación de Incógnita, allí se hallaba el reloj que le había regalado su abuela por su
cumpleaños y también estaba el armario azul que él recuerda allí incluso antes de haberse mudado a
esa casa; vio su mochila, su consola, y también la papelera, pero los papeles no estaban allí tirados.
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—¡Gracias a dios! ¡Ya me has traído a casa!
Se dispuso a coger su consola, pero al llevar la mano a la carcasa, la traspasó.
—No estás en casa amigo mío. Estás en un recuerdo. Concretamente el 23 de abril de este mismo
año, es decir, hace dos meses.
—Pero… ¿para qué me has traído aquí?
Incógnita lo miró un largo rato y le respondió:
—Ahora lo descubrirás.
Sin avisar, la puerta se abrió y Miguel entró en la sala. Ese Miguel tenía la piel de un tono blanquecino,
casi fantasmagórico. Y no parecía que viese a las dos personas que lo miraban desde el lado opuesto
de la habitación.
El Miguel verdadero se quedó de piedra al verse a si mismo (como es normal). El Miguel fantasma
cruzó la habitación, atravesó a Incógnita y se tumbó en la cama. A continuación, cogió una libreta y
empezó a arrancar hojas y a hacer infinidad de aviones con ellas.
—¿Te acuerdas de esto? – dijo Incógnita.
—Eeeemmm… sí —contestó avergonzado Miguel.
—¿Y crees que esto es gastar solamente «un poquito de papel»? ¿Crees acaso que esto es de recibo o
se puede consentir semejante acto de barbarie?
—¡Bueno, bueno! Puede que esté gastando mucho papel ahora, pero no es mi rutina. Que haya
gastado ahora no quiere decir que vaya a gastar más, ¿no?
—Parece que todavía no lo has entendido. Pues habrá que dar más vueltas.
Incógnita volvió a agarrar a Miguel, y, de nuevo, volvieron a girar. Un rato después el remolino paró y
Miguel se fijó en el lugar en el que se encontraban. Parecía un patio de colegio y… efectivamente era
el patio del colegio de Miguel. Debía de ser la hora del descanso ya que todos los niños estaba allí
disfrutando de su hora de relax. Incógnita se movió y Miguel lo siguió, unos quince metros del lugar
en que habían aparecido volvieron a ver al Miguel fantasma. Esta vez estaba con su pandilla de
amigos (cuatro en total), y uno de ellos llevaba una bolsa. Miguel cogió la bolsa y sacó su contenido.
Parecía… ¿más libretas? Este niño empieza a tener un problema muy serio con el papel. Pero
volvamos a la historia. Cogió las libretas, sacó un mechero y empezó a quemarlas.
—¿También te acuerdas de esto?
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—Si, me acuerdo.
—¿Y eso que decías que no habías derrochado más papel?
—Vale, me equivocaba. ¿Puedo volver a casa ya?
Incógnita le miró a los ojos de tal forma que a Miguel le pareció que lo atravesaba con rayos X.
—Veo en tus ojos que no eres completamente sincero. Hagamos un último viaje.
—¡No, no, no…¡
Pero el hombre le había cogido del brazo y el torbellino comenzó de nuevo. Esta vez no se pararon
sino que vieron a cámara rápida todos y cada uno de los días de la vida de Miguel, desde que era un
bebé hasta un día antes de haber tirado las nefastas bolas.
Cuando por fin pararon de dar vueltas, se encontraban en el estudio de Incógnita y él estaba sentado
en su escritorio.
—Veo que ya has visto tu vida.
—¿Tú no la has visto?
—No suelo violar la intimidad de la gente. ¿Ya sabes por qué estás aquí?
—Sí. Por fin me he dado cuenta de lo malo que es derrochar, y que yo, sin darme si quiera cuenta, lo
hacía continuamente. Te doy las gracias por haberme abierto la mente y por haberme hecho razonar
lo que está bien y mal.
Miguel acabó su discurso y se quedó mirando a Incógnita, que había permanecido en silencio todo
este tiempo. Iba a preguntarle el camino de vuelta a casa pero Incógnita le dijo:
—Veo que has sido sincero, así que tengo una última pregunta para ti. Estoy convencido de que no te
costará responderla. ¿Sabes cuál es mi nombre?
Miguel pensó durante un rato y le respondió:
—Sí, lo sé, tu nombre es…
—¡No! No lo digas, piénsalo.
El niño pensó el nombre de Incógnita y miró a los ojos de este. Tras unos segundos Incógnita le
afirmó:
—Correcto. Ese es mi nombre y tú has pasado el juicio. ¡Adiós, amigo mío!
Incógnita cogió a Miguel de los brazos y, por última vez, las vueltas acudieron a la llamada.
Cuando finalmente las vueltas cesaron, Miguel contempló el lugar, advirtió que ya no volvería a ver a
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Incógnita y se fijó en el lugar en el que estaba, ¡era su habitación! Miró el reloj de su mesita, ¡las tres y
media en punto! Observó el suelo lleno de bolitas de papel y, felizmente, se fue a la cama.
Amaneció un nuevo día, los pajarillos cantaban, los árboles se mecían al compás de la mañana y las
personas… Espera: ¡Había personas! Miguel miró el reloj, eran las 7.30. Se levantó, inició su rutina
matutina y marchó al colegio. Cuando llegó a clase comenzó su charla habitual con sus amigos hasta
que uno le propuso:
—Mickey. ¿Vienes esta tarde a mi casa a quemar unas libretas? Si quieres, después podemos hacer
unos aviones o lanzarle pelotas al gato.
Miguel se le quedó mirando un rato y le dijo:
—¡Te vas a meter esas bolitas por donde te quepan! ¡Y como vuelva a verte quemando o gastando
papel de esa manera, prepárate para la sarta de libretas que te vas a tragar!
Desde la lejanía, un extraño hombre con bombín y túnica griega se sintió orgulloso por primera vez
en su larga vida.
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Árbol de vida
Sergio de la Calle Iglesias
I.E.S. Universidad Laboral
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H
ubo una vez, en un prado como cualquier otro, un árbol que no era como cualquier otro.
Señor Árbol, le llamaban los niños. Él se consideraba el árbol más afortunado de todos
porque a diario recibía visitas de humanos de todas las edades que venían a jugar en
torno a él, ataban columpios a sus ramas, disfrutaban de su sombra y se lo pasaban en
grande bajo su copa. Sentía por ellos un amor que la mayoría de seres vivos no pueden llegar a imaginar.
Un otoño, comenzó a notar una fragilidad inusual en su cuerpo, incluso en esa estación. Y, dado que
no era realmente tan anciano como para estar perdiendo así la fuerza, se preocupó por la causa de tal
debilidad. Veía la facilidad con la que sus ramas se partían en cuanto soplaba un poco de viento y,
aunque trató de ignorarlo, un suceso ocurrido poco después le hizo preocuparse aún más.
Como de costumbre, aquellos jóvenes a los que tanto quería, aquellos adultos que les acompañaban
y les miraban jugar, recordando la época en la que ellos hacían lo mismo, habían venido a disfrutar.
Poco tardó un chiquillo en subirse al columpio que llevaba años colgando de sus ramas, y que habían
aguantado durante todo ese tiempo la sorprendente fuerza que llegaban a ejercer aquellos chavales
en su empeño por llegar cada vez más alto, resistiendo esos impulsos llenos de vida que, para deleite
de Señor Árbol, ejercían felices sobre él.
En cuanto aquel niño se sentó sobre el columpio, la rama, antaño fuerte y resistente, se partió en dos
como si fuera de porcelana, y menos mal que no era un columpio muy alto, porque, de serlo, el joven
se habría llevado algo más que una sorpresa.
Aunque al que más afectó el suceso fue a Señor Árbol, que no podía dejar de pensar ni un momento
en las ramas que se le partían y, por encima de eso, en que ya ningún niño ni adulto volvería a pasar
más tiempo con él, y tendría que pasar solo y siendo un mero tronco el resto de su vida, que no parecía
fuera a durar mucho, pues no tardó en sentir esa debilidad también en su interior, como si la Muerte se
hubiese quedado sin paciencia para esperarle y estuviera tirando de sus ramas para llevárselo.
Una noche, sumido en plena desesperación, Señor Árbol lloraba en silencio ante la situación en la
que se encontraba cuando sintió que de los árboles que tenía alrededor manaba tristeza y sentimiento
de debilidad, lo que le hizo comprender que compartían un problema común.
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Por algún motivo, todos los árboles del lugar estaban perdiendo su vitalidad, e incluso la hierba estaba
desapareciendo también. Pero Señor Árbol comprendió la fatalidad de lo que estaba ocurriendo al
oír a dos humanos que pasaron cerca de allí:
—Mira, está sucediendo aquí también. Algunos de esos árboles dan su fruto en esta época: deberían
estar ya rebosantes de ellos. ¡Y los pocos que han dado tienen un aspecto horrible!
Señor Árbol comprendió entonces que aquello que les ocurría no era sólo una coincidencia, ni
mucho menos: estaban enfermos y el causante de su enfermedad era realmente poderoso si estaba
consiguiendo dejarles sin fuerza ni fruto. Además, se sentía mal en su interior, y su cuerpo estaba cada
vez más dispuesto a no combatir al virus y dejarse vencer por él. Pronto descubriría que lo peor aún
no había llegado.
Los humanos, siempre tan egocéntricos, no se habían dado cuenta de que las plantas, que los veían
como una especie joven e inexperta, tenían sus propias maneras de comunicarse: el viento que hacía
silbar sus hojas, la tierra de la que tomaban fuerzas, el agua que les daba vida, todas eran buenas
maneras de intercambiar noticias. Y las noticias no eran buenas: la enfermedad se propagaba por todo
el mundo. Desde las altas secuoyas al más diminuto hierbajo. Todos sufrían la misma falta de energía.
La mayoría de ellos estaban tan preocupados por sí mismos que se olvidaron de que no eran los
únicos seres vivos en el mundo, pero Señor Árbol no. Él, que disfrutaba tanto con los otros seres
vivos, las ardillas que en su interior hacían madrigueras, los pájaros que acudían a él para hacer sus
nidos e incluso esa especie que tan problemática resultaba: los humanos. Él había visto lo mejor que
tenían: la alegría, la ilusión, la emoción, e incluso en los más jóvenes, nerviosos, inexpertos, llenos de
granos, los que empezaban a adentrarse de lleno en la vida, pensaban que nadie los veía, el
sentimiento que más apreciaban y que tanto les costaba conseguir: el amor.
«Esto es terrible», se decía. «Nosotros somos los que damos soporte a todos los demás, los que
permitimos que se alimenten, que se refugien, que respiren. Si desaparecemos ¡lo hará con nosotros
toda la vida de La Tierra!, incluso esos pequeños seres de dos piernecitas y dos bracitos que década
tras década han venido a jugar aquí… pobres humanos… ¡espera un momento! ¡Los humanos!».
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Fue entonces cuando comprendió cuál era el único ser en el mundo que podría haber creado una
monstruosidad así: los mismos que acudían cada tarde a escalar su tronco y divertirse con él. El árbol
sabía que estas ingenuas criaturitas tenían también un lado oscuro: el que había creado, en su corta
existencia, miles de maneras de dañar el planeta, si bien todas ellas palidecían en comparación con
esta. Era bastante evidente que ni ellos habrían podido hacer algo así a propósito, pero en su empeño
por fabricar coches más rápidos, chicles más gomosos o abrigos más exóticos no era de extrañar que
no hubieran prestado atención a algún barril lleno de elementos tóxicos, que lo hubieran tirado al
primer desierto que hubiesen encontrado, y que poco a poco, toxina a toxina, se hubiese creado un
pequeño diablillo microscópico que acabara en las raíces de alguna planta desdichada, y de ella se
hubiese ido extendiendo por el viento que hacía silbar sus hojas, la tierra de la que tomaban fuerzas,
el agua que les daba vida, y ahora también, muerte.
Pasados unos meses desde que la pesadilla comenzó, Señor Árbol ya no recibía visitas de niños
saltarines, adolescentes enamorados ni adultos nostálgicos. Entre todos ellos reinaba el miedo,
acumulaban frutas y verduras mientras aún quedaban y trataban de hacerse con algún animal con el
que sobrevivir antes de que la comida se terminase definitivamente. Vaciaban almacenes enteros
mientras a duras penas conseguían mantener el orden, pues comprendieron que su fin llegaría
mucho antes si no se organizaban y mantenían a los científicos buscando desesperadamente una
cura. Sin éxito, el virus era el más complejo que hubiesen visto jamás y no tenían ningún recurso
efectivo con el que combatirlo.
Hubiera sido comprensible que Señor Árbol hubiese sentido auténtico odio hacia la especie
humana, sin embargo, experimentaba tristeza y compasión, ya que él se había encariñado con las
personas más que ningún otro árbol, porque era el que más había disfrutado con ellas, llegando a
sentir que toda su vida dependía del cariño de estas.
Aunque el dolor que sentía su dañado cuerpo era superior al de ningún otro, e igual al del resto de las
plantas, aunque dejar de resistir y abandonar este mundo le parecía la única forma de liberación, en
el último momento lo tuvo claro: «No puedo permitir que todo se acabe. Yo, más que ningún otro,
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tengo conciencia de cuantos seres habitan en este planeta, de cuán preciosa es la vida. Si nosotros
nos extinguimos, no quedará nadie en el mundo ¡y no podemos permitirlo!».
Decidido a no dejar que aquello que tanto amaba desapareciese con él, Señor Árbol clavó aún más
sus raíces en la tierra, agarrándose a la vida para no ceder ante la muerte, decidido a no dejar que el
dolor le venciese, y con esa voluntad de hierro, el árbol continuó luchando contra la infección.
Y por mucho que la enfermedad avanzaba y destrozaba su correoso cuerpo, dos pequeñas hojas
resistían en lo alto de su copa, aferrándose a las ramas, sin dejarse vencer por el terrible virus ni por
las inclemencias del tiempo, como si de un invierno cualquiera se tratase. Cuando llegaba la
primavera, las provisiones de los humanos empezaron a agotarse. Los demás árboles habían
asumido que su vida se acababa, pues ninguno de ellos recuperaba ni una mínima parte de sus
fuerzas pese a la cercanía de la nueva estación.
Señor árbol, que estaba decidido a no aceptar su destino, comenzó un día a reverdecer. Primero eran
dos hojas; después, cuatro; después, ocho; y para cuando los humanos se fijaron en él, el árbol
podría haberse visto desde kilómetros por encima del suelo, por ser la única manchita verde entre un
enorme mar de gris y marrón.
La noticia corrió como la pólvora: un árbol se estaba curando del virus. Poco tardaron en llegar
numerosos científicos, reporteros, fotógrafos y toda clase de personas a contemplar al Árbol de la
Vida que podría salvarles del Apocalipsis. A pesar de la brutalidad que les caracterizaba, los humanos
tuvieron el acierto de no arrancar el árbol y llevárselo ni clavarle cientos de agujas y dejarle
absolutamente seco de savia. Si hacían eso, acabarían con su única posibilidad de no terminar en el
olvido junto con el resto del planeta. Sí se llevaron algunas muestras de la savia del árbol para
analizarlas y conseguir encontrar la cura que les salvase. El problema era: ¿conseguirían hacerlo
antes de quedarse sin alimento o de que los gases tóxicos les asfixiasen?
No hubieran podido si el resto de árboles de la pradera no se hubiesen decidido a seguir el ejemplo
de Señor Árbol. Gracias a él, que no se comportó como un egoísta humano, que se hubiera dejado
morir para acabar con su dolor, sino que antepuso las necesidades del mundo a las suyas propias,
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todos habían comenzado a resistir, a no dejarse vences por el dolor, a seguir purificando el aire para
que los animales respirasen e incluso a dar algún que otro fruto para alimentarlos. Y sin saber siguiera
que lo estaban haciendo, los humanos y las plantas colaboraron por fin para poder sobrevivir,
consiguiendo encontrar la cura un poco antes del equinoccio de marzo, por lo que, a la llegada de
este, aquel medicamento ya corría por el interior de todo tipo de pl antas, que habían seguido el
ejemplo del árbol de la vida, y ahora, ayudadas por la sustancia que gracias a él los humanos habían
creado, no tardaron mucho en recuperar su esplendor. Los humanos, por su parte, se concienciaron
por fin de que no se debe maltratar a la naturaleza, porque es como un gran árbol: si cortas el tronco,
las ramas se caen con él.
¿Y qué fue de Señor Árbol? Se quedó bastante debilitado, porque la poca fuerza que conservó, tras
curarse de la enfermedad, la perdió cuando extrajeron su savia. Cuando los niños humanos
volvieron a jugar con él, encontraron que tenía el mismo aspecto del comienzo de aquel mal sueño, y
todos sintieron una profunda tristeza pensando que iban a perder al árbol que les salvó.
Sin embargo, pasado un tiempo, emocionados, comprobaron cómo aún había esperanza. En lo alto
de su copa, sin dejarse vencer por la debilidad ni las inclemencias del tiempo, dos pequeñas hojas
resistían, aferrándose al mundo que le dio la vida y al que él se la devolvió.
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Un lugar
desconocido,
mi mundo
Agnes Ornia Luna
Colegio La Corolla, 2º E.S.O.
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A
quella noche se desveló repentinamente. En la habitación reinaba un silencio
absoluto que la inquietaba de tal manera que se asustaba con el sonido de su propia
respiración. Noches atrás le había ocurrido exactamente lo mismo, y en esos días,
sentía una angustia indescriptible al observar todo a su alrededor, en su habitación… su
habitación de siempre.
Con las manos sudorosas y temblorosas, tomó la decisión de encender la luz. Los muebles y demás
objetos se mantenían en perfecto orden, igual que siempre. Con una mirada rápida, seguida por un
largo suspiro, apagó la luz. Aquellos instantes de tranquilidad, no duraron mucho tiempo, y sus ojos
se abrieron en medio de la oscuridad, pues en seguida se percató de que había algo en la habitación
que nunca había estado allí. Rápidamente volvió a encender la luz y entonces pudo observar un
misterioso baúl. Perpleja, se quedó unos instantes mirándolo, con la boca completamente abierta y
los ojos inmóviles.
Pasó su pie descalzo, sintiendo un escalofrío, se levantó de golpe y, caminando lentamente, se acercó
al baúl, sin perder su mirada de inseguridad en ningún momento. Se agachó cuidadosamente y se
quedó observando el objeto, pensativa. ¡Nunca había sentido tanta curiosidad! En aquel momento,
con los ojos cerrados, se imaginaba lo que podría encontrarse si lo abría… ¿joyas? ¿dinero?… todo
tipo de tesoros, especialmente guardados para ella, pasaban como un torrente por su cabeza.
De repente, sus pensamientos se desvanecieron cuando creyó haber oído un sonido proveniente del
interior del baúl. Entonces, con suavidad apoyó su oreja sobre él y pudo oír el canto de aquellos a los
que ella llamaba sus amigos alados. Sin pensárselo más, apretó sus labios y respiró con fuerza para
calmar esa tensión de la que no conseguía liberarse y entonces abrió el baúl…
Una repentina brisa cálida y delicada acarició su cara y pudo contemplar un cielo azul intenso,
surcado por unas aves de increíbles colores que jamás había visto. Sus cantos se mezclaban con la voz
del viento y ella, desde su habitación, escuchaba aquellos sonidos, fascinada. Sus ojos estaban
iluminados como luciérnagas en la noche, y una plácida sonrisa llenaba toda su cara. Sentía la
necesidad de saber más acerca de aquel lugar que estaba contemplando maravillada. En ese
instante, dejándose llevar por sus impulsos, decidió hacer realidad aquella locura que acababa de
cruzar por su cabeza, y sin pensárselo más, antes de que pudiera arrepentirse, saltó con fuerza hacia
el interior del baúl…
96
Descendió cruzándose por el camino con alguna que otra ave que volaba… Seguro que hacia el Sur.
Apartaba las nubes apresuradamente y podía ver cómo se deshacían entre sus manos, hasta
mezclarse con el viento.
Tenía la ilusión de tocar tierra firme y posar sus pies sobre el desconocido lugar que le esperaba. Pero
entonces, sintió un repentino frío recorriendo su cuerpo, y en un abrir y cerrar de ojos, se vio rodeada
de agua.
Nadó, nadó y nadó, pero por más esfuerzo que hacía, estaba empezando a creer que nunca llegaría a
la orilla, y entonces, a lo lejos, creyó ver lo que parecía un bosque, así que decidió hacer un último
esfuerzo.
Al fin llegó a la orilla, exhausta. Se puso en pie y cuando ya empezaba a recuperar el aliento, quedó
paralizada al ver un gran oso blanco mirándola con atención, detenidamente. «¡Qué extraño color
para un oso! ¡Nunca había visto nada igual!», pensó.
El animal desapareció en la espesura del bosque y ella, temblando aún de frío, decidió adentrarse
tras él. Una voz en su interior la perseguía en cada paso que daba… «¡Basta! Es hora de volver a
casa», le decía continuamente, pero sus piernas no podían dejar de andar, sus ojos no podían dejar
de ver, sus manos no podían dejar de tocar y sus oídos no podían dejar de intentar escuchar.
Simplemente, no podía dejar de sentir aquello que hasta entonces jamás había sentido.
El bosque estaba repleto de sorpresas que no dejaban de despertar en ella una gran curiosidad,
sorpresas inimaginables, sorpresas que podían encontrarse en lo más profundo de una charca, en lo
más pequeño de una flor o incluso en la más diminuta gota de agua. No sabía realmente cuánto
tiempo llevaba allí… tiempo… el tiempo era algo confuso, pero se dio cuenta de que poco apoco, se
había olvidado de las joyas, del dinero y de todo aquello que ansiaban poseer los seres de su mundo,
y descubrió que la palabra «tesoro» significaba ahora algo muy distinto para ella.
Pasaron seguramente días, meses… ¿quizás incluso años?, en los que ella vagaba por aquel lugar sin
saber exactamente a dónde ir, pero con infinitos motivos para no querer regresar.
Un amanecer como cualquier otro, abrió sus ojos grises mientras las gotas de lluvia caían sobre sus
pálidas y pecosas mejillas, cual noche estrellada. Una gota quedó sobre la punta de su nariz y,
observándola con detenimiento, pudo ver reflejados sus propios ojos y en ellos el bosque, sus
criaturas, sus lagunas azules y todos sus secretos.
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Se puso en pie y caminando con rapidez se dirigió hacia uno de los senderos del lugar. El sendero
estaba repleto de plantas e insectos muy extraños, que giraban sus diminutas cabezas cuando ella
pasaba por delante. Por él caminó días y días. Parecía no terminar nunca, pero a ella no le importaba,
no le inquietaba, seguía feliz, era feliz. Cada día observaba algo nuevo, que le llenaba de emoción;
pero, para su sorpresa, el sendero llegó a su fin, y eso sí la inquietó. Allí al final del camino se encontró
con un robusto árbol que le resultaba muy familiar.
Desde pequeña se asomaba a la ventana de su habitación y pasaba largo tiempo mirando al único
árbol de su ciudad, este estaba envejecido, carcomido y apenas tenía hojas en sus débiles ramas. Ella
siempre sintió lástima por él, pero sus padres siempre le decían: «Tan solo es un árbol, ¿por qué habría
que preocuparse?».
Sin saber explicar cómo, encontraba un gran parecido entre el árbol que ahora estaba observando y
el que la había acompañado durante toda su infancia. «Es una simple coincidencia que tenga la
misma rugosidad en la corteza y las hojas con la misma forma, ya que en lo demás es muy diferente…
este es frondoso, fuerte, lleno de vida, de vida… eso es lo que lo hace tan distinto al de mi ciudad»,
pensó con cierta angustia.
Detrás del árbol divisó, a lo lejos, unas hermosas montañas. Decidió que era hora de seguir
avanzando, dio un paso al frente pero, entonces, una voz se metió en su cabeza y susurrando le dijo:
—No duraré mucho tiempo, ellos vendrán, niña, y acabarán conmigo, soy muy frágil, ellos vendrán,
ayúdame…
En ese instante corrió asustada, sin saber a dónde ir, hasta quedar paralizada… y reflexionando se
dijo a sí misma en voz alta: «Tiene que haber sido el viento, que me habrá jugado una mala pasada».
Siguió caminando y a medida que avanzaba observó cómo los animales del lugar se escondía
aterrorizados, como si algo se aproximase con intención destructiva y dañina. Se dio la vuelta y un
silencio absoluto se apoderó del lugar. El oso blanco estaba allí, mirándola fijamente con sus ojos
bañados en lágrimas.
—Tú… —le dijo ella con voz temblorosa.
Él se aproximó lentamente hacia ella, levantó la cabeza y le dirigió una triste mirada, parecía que se
estuviera despidiendo de ella, sus penetrantes ojos negros la dejaron sin aliento y el animal
desapareció entre los arbustos.
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—¡Espera!¡Vuelve! —le gritó.
Siguió sus huellas, que finalmente terminaban en la orilla del mar, donde todo había empezado. A lo
lejos, una ballena se sumergió lentamente, esperó y esperó para verla emerger, pero la ballena no
reapareció.
No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. Confusa, decidió volver al árbol que tan familiar
le resultaba, tumbarse entre sus raíces y descansar mirando las estrellas que ya empezaban a brillar, y
con su compañía se quedó profundamente dormida.
A la mañana siguiente, multitud de ruidos la despertaron. Cuando miró a su alrededor, se percató de
que algo horrible había sucedido. Ellos habían llegado y, con ellos, su voraz ambición, depredadora
y… suicida. Ella se abrazó a su árbol… éste siempre había sido su árbol, el lugar que desde un
principio creyó desconocido era su hogar, pero no lo recordó hasta que lo vio destruido. «¡No dejaré
que te hagan daño!», gritó desesperada, «¡No lo permitiré!», y su grito desgarrado le hizo despertarse
en su habitación, en su propia cama.
«¿Ha sido todo un sueño?», se preguntó, limpiándose el sudor frío que empapaba su frente. Pero
entonces lo vio, el baúl seguía allí. Corrió hacia él y lo abrió apresuradamente, buscando huir a través
de sus tesoros perdidos que allí ansiaba encontrar. Pero no estaban allí… el baúl estaba vacío.
¿Vacío? ¿Completamente vacío? No, allí había algo en el fondo. Un viejo cuaderno, con las tapas
cubiertas de una corteza igual a la de su árbol y una sencilla pluma de fino trazo. El cuaderno sólo
tenía seis hojas, seis hojas en blanco.
Ella se asomó a la ventana, miró con ternura a su viejo y amado árbol y le dijo:
—Sé lo que quieres que haga, sé que tienes la esperanza de que si les cuento mi viaje, tal vez sepan
buscar en su mente la añoranza de los tesoros que yo he visto y juntos los recuperaremos. Tu esperanza
ahora es mía también y quizás juntos consigamos cambiar… quizás… quizás el mirar atrás les hará
recordar que nunca es tarde para dejar de soñar. Soñar que ese sueño consigamos hacer realidad.
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m ecial
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Mi mundo
Victoria Guerra García
Colegio Corazón de María
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ace muchos miles de millones de años no existía nada, tan solo un gran vacío. Pero de
ese «vacío» tras una explosión, varios pequeños trozos de materia se escaparon y
empezaron a viajar por el espacio de un lado a otro. Uno de esos pequeños trozos
comenzó a girar y a moverse por lo que se llama el «Sistema Solar». Ese pequeño trozo de
roca se separó de todos sus hermanos y empezó a viajar solo. Durante muchos años, viajó sin ningún
tipo de compañía.
Gracias a sus características especiales, entre ellas que tenía atmósfera y agua, no le costó empezar a
crear su sueño.
Moldeó su forma para poder hacer pequeños pozos que llenó de agua, y las zonas secas las alisó y en
otras hizo altas formas, con altos y grandes picos y los cubrió con tierra (por eso sus hermanos la
llamaron «Tierra»). Pero aunque «La Tierra» iba construyendo su paisaje ideal, no conseguía
desprenderse del sentimiento de soledad y de vacío. Así que primero colocó unos seres vivos
diminutos, imperceptibles en el agua, a los que llamó «Bacterias» y con el paso del tiempo, estas
bacterias fueron evolucionando y unas quedaron en el agua, pero otras salieron a la tierra y poco a
poco fueron cambiando.
Las zonas secas comenzaron a cubrirse con un bonito color verde, cada instante aparecían diferentes
y nuevas formas de vida, sobre todo vegetal, aparecieron flores, árboles, arbustos, hierba… etc. Con
el paso del tiempo, La Tierra vio cómo los seres que la habitaban iban cambiando y se iban
adaptando mejor a vivir en lugares secos.
Así, con el paso del tiempo, aparecieron los dinosaurios. Unos comían vegetales, otros comían
vegetales y a otros seres vivos y otros sólo comían seres vivos (dinosaurios), y gracias a esto, la Tierra
comenzó a ser más fértil y fuerte, y según pasaba el tiempo, estaba más feliz y contenta: ya no estaba
sola y al sentir vida, se sentía llena de alegría, energía y llena de vida.
Siguió pasando el tiempo y la Tierra creció y se llenó. Aparecieron nuevos seres vivos y
desaparecieron otros. Los nuevos seres vivos eran distintos: pensaban, razonaban… Al principio
todo iba bien, comían otros seres vivos o vegetales, y solo cogían lo que necesitaban para vivir. Pero
muy poco a poco y con el paso del tiempo, las cosas fueron cambiando.
102
Aprendieron a construir pequeñas chozas que les ayudaban a protegerse del tiempo, aunque
aprendieron a trabajar la tierra para que diese más y mejores alimentos, esto no era malo, porque
ayudaba a dar vida a la tierra, a mejorarla, abonándola y oxigenándola. Comenzaron a cazar más
animales de los que necesitaban para sobrevivir. Empezaron a agruparse, es decir, empezaron a
convivir unos con otros, con lo que las chozas que cada vez eran mayores, comenzaron a construirse
más y más, muy cerca unas de otras, y esos seres vivos que la Tierra llamó personas comenzaron a
vivir juntos y a coger de la naturaleza todo lo que les apetecía, lo necesitasen o no.
Con el paso del tiempo, la Tierra envejecía, los nuevos habitantes, aunque inteligentes, eran muy
egoístas. Explotaban los campos, talaban los árboles, cazaban los animales… etc., todo en su
propio beneficio, sin importarles las consecuencias y todo sin ser conscientes de todo el daño que
estaban causando.
La Tierra estaba muy triste y sus energías se agotaban y, aunque no estaba sola, ella sola no podía ser
capaz de todo lo que las personas querían y necesitaban. Por ese mismo motivo, las personas
empezaron a construir fábricas, grandes fábricas que polucionaban el aire con todos los residuos que
expulsaban, contaminaban el agua y la tierra, y las personas no eran capaces de ver lo que estaban
haciendo, porque eran muy egocéntricas.
La Tierra, además de estar triste, enfermó. Nadie la ayudaba y todos la explotaban. Algunos
animales se extinguían, la tierra se secaba, los polos se derretían, la atmósfera estaba dañada, muy
dañada. Pero incluso así nadie se ponía ayudarla, todos querían más y cada vez más, aunque no lo
necesitasen para nada.
Y, además de explotar los terrenos y de contaminar el aire, las personas se habían vuelto sucias y no
les importaba la naturaleza. Tiraban residuos al suelo y no se preocupaban por reciclar, pensaban
que era una tontería y algo absurdo.
Pero algunos humanos se dieron cuenta de que poco a poco la Tierra estaba envejeciendo y que
llegaría un día en que la Tierra no sería como ahora la conocemos.
Y la Tierra pensó que había cometido un error, que nada podía pararlo, así que en el lugar más
profundo de todos los océanos, allí donde se encuentran los peces abisales, encontró una pequeña
104
cueva, en la que puso la tierra más fértil que encontró y plantó una semilla. De esa pequeña semilla
nació un maravilloso y hermoso árbol al que llamó «Árbol de la Esperanza», que crece fuerte, con el
pensamiento de que algún día alguien lo encuentre y comprenda que es hora de para y de pensar en
lo que estaban haciendo, que hay que ayudar a la Tierra, que está muy enferma y muy triste.
Si cada uno pone un poquito de su parte, podemos protegerla y cuidarla, igual que ella nos cuidó
y nos dio todo lo que necesitábamos.
Así que allí sigue, el árbol, esperando, y estoy segura de que nosotros lo acabaremos encontrando.
La Tierra ya no está sola
pero la Tierra está triste,
la Tierra está enferma,
la Tierra envejece.
Yo animo a todos,
a todos los presentes:
ayudemos a La Tierra
para que sea excelente.
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acta
o
d
a
r
ju
En fecha 10 de abril de 2015 se
reúne en el Ayuntamiento de Gijón/Xixón el
Jurado del IV Certamen de Cuentos sobre Medio Ambiente
2015 con el objeto de fallar los premios del Certamen convocado con
motivo de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente el 5 de Junio
de 2015 para fomentar la sensibilización de los escolares sobre la importancia de
cuidar el medio ambiente a través de sus capacidades literarias y creativas.
Conforme a las bases de la Convocatoria se premiarán tres cuentos por cada categoría del
Certamen. El tema de los cuentos es el medio ambiente, participando escolares matriculados en los
centros educativos de Gijón durante el curso 2014-2015, presentando cada centro educativo un máximo
de 3 cuentos por cada aula perteneciente a cada uno de los ciclos educativos de las siguientes categorías:
Categoría A: Primer ciclo de Educación Primaria
Categoría C: Tercer ciclo de Educación Primaria
Categoría B: Segundo ciclo de Educación Primaria
Categoría D: Educación Secundaria Obligatoria
En total concurren 29 centros con un total de 352 trabajos, distribuidos de la siguiente forma:
Categoría A: 5 centros educativos, 47 cuentos presentados
Categoría B: 16 centros educativos, 101 cuentos presentados
Categoría C: 16 centros educativos, 99 cuentos presentados
Categoría D: 14 centros educativos, 105 cuentos presentados
Leídos los cuentos anónimos presentados por cada centro educativo pertenecientes a cada una de las categorías a las
que optan, el Jurado selecciona los cuentos premiados valorando la capacidad creativa vinculada a diferentes aspectos
del medio natural y del medio ambiente, el respeto a la naturaleza y a los problemas ambientales en general.
A continuación se procede a la apertura de los sobres que contienen el nombre y apellidos que corresponden a
cada título y se identifica a los PREMIADOS, publicados en el presente volumen.
La resolución de los premios se comunica a los Centros ganadores. La entrega de los premios
especificados en la convocatoria tendrá lugar el día 5 de Junio de 2015, Día Mundial del Medio
Ambiente.
El Jurado acuerda devolver a los respectivos centros educativos los cuentos
presentados, salvo los ganadores, que son objeto de la presente
publicación y levantar Acta de lo tratado, que se expide en
Gijón, a 10 de abril de 2015.
ecoca
lc
ul
ad
Creado en 2009, el Eco-Calculador permite
calcular la reducción del impacto medioambiental que
se consigue al utilizar un papel reciclado en lugar de un papel
producido a partir de fibras vírgenes. Los resultados se acompañan de
ejemplos muy concretos que facilitan una mejor comprensión de la mejora
medioambiental que se realiza al utilizar un papel reciclado.
El libro que tienes en tus manos ha sido producido con papel 100% reciclado y libre de cloro,
que cuenta con los siguientes sellos y certificaciones internacionales:
El uso de papel reciclado en la producción de la tirada completa de este libro (1.000 ejemplares)
ha permitido ahorrar:
533 kg
79 kg
14.419 litros
de residuos
de CO2
de agua
884 kWh
866 kg
de energía
de madera
Fuentes: El cálculo de la huella de Carbono es realizado por la compañía Labelia Conseil, en base a la metodología
Bilan Carbone®. Los cálculos están basados en la comparativa entre el papel elegido producido a partir de fibras recicladas
y el papel fibra virgen, así como en los datos europeos BREF disponibles (papel a partir de fibra virgen).
Los resultados obtenidos se obtienen según datos actualizados y están sujetos a modificaciones.
ora
Todo parte del principio que producir papel reciclado cuesta menos a nivel medioambiental
que producir papel fibra virgen: menos agua utilizada, menos energía consumida, menos emisiones
de CO2 generadas, menos residuos que gestionar, menos madera utilizada (sea o no certificada).
Este libro
se presentó en Gijón,
durante los actos de celebración
del Día Mundial del Medio Ambiente,
el 5 de junio de 2015.
El respeto y el cuidado de nuestro
entorno es una tarea de todos y
la mejor herencia que podemos
legar a nuestros hijos.
organiza
colaboran
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