YO SOLO NECESITO UN SAXOFÓN Seudónimo: LAURA GALINDO M. Mis manos están cansá de hacer lo que no deben, mis manos están cansá, de hacer lo que no saben, me tocó reciclar y me tocó barrer, no es que sea una vergüenza, fue lo que me tocó hacer Ha pasado casi una hora desde que me encontré con Édgar Espinoza en una esquina de la Calle 19 en Bogotá. Sonaron ya “La chica de Ipanema”, “Mujer divina” y la canción que intenta terminar desde hace dos años: “Mis manos están cansá”. El sol brilla pero no calienta y en vista de que hace rato no le cae una moneda, le propongo ir a desayunar. -Bueno, – me dice- pero le advierto que soy un hombre casado. Se ríe, espera a que yo me ría y recoge del suelo un hatillo que se monta en la espalda. - ¿Qué lleva ahí? - Ropa, periódicos, una colcha buena que me encontré ayer y mis artículos de aseo. - ¿Artículos de aseo? - ¡Ah! Y un garrote, mi abuelo decía que loco sin garrote no es sino medio loco. Tiene 57 años, menos de un metro con 65 centímetros y una hernia en la pierna derecha que lo hace cojear. Dice que en la vida ha logrado mucho, que la gente lo reconoce y que a él eso le gusta. Tiene razón. En cada esquina en la que canta hay alguien que le dice “maestro”, que le ofrece comida y le toma fotos. Todos se acuerdan del indigente que en octubre del 2013 metió las manos a través de una reja de la Universidad Distrital y apareció en un video tocando piano con unos estudiantes de música. Se hizo noticia y el video casi alcanza las 200.000 reproducciones. “Ex integrante del Grupo Niche que vive en la indigencia”, titularon algunos, “Del Grupo Niche a habitante de la calle”, dijeron otros. Es Medellín tierra hermosa y siempre canta la primavera son sus mujeres preciosas y más airosas que la palmera (Los Hermanos Martelo - Medellín en primavera) - Me hubieran mochado la cabeza donde yo no salga músico - dice ÉdgarSe ríe y deja ver una línea de dientes amarillos y gastados, pero completos. Viene de una estirpe caleña en la que la salsa corre por las venas y los niños tienen las manos sobre unas congas mucho antes que los pies en el piso. De una mamá saxofonista de iglesia y de un papá trompetista conocido como “Pajuelín”. Lo de las congas no es un una licencia literaria ni el intento de una metáfora. Cuando tenía dos años, su abuelo paterno, en lugar de balones y carritos, le regaló un bombo, un redoblante y unos platillos. Mientras su abuela se retorcía de desespero escuchándolo golpear una y otra vez el parche de su tambor, Édgar, que aún enredaba las palabras y usaba pañales, comenzaba a enamorarse de la música. Cuando cumplió trece años se montó por primeras vez en la tarima de un baile. Fabio Espinoza, su papá, llegó a Medellín para tocar con Los hermanos Martelo, y Édgar, con la osadía que aún mantiene viva, se coló en un concierto para tocar las congas. Así se hizo hombre entre pitos de trompeta, montunos, orquestas y pregones. Pasó por percusionista, bajista y al final se consagró como saxofonista. Que sepan en Puerto Rico, que es la tierra del jibarito, a Nueva York hoy mi canto, perdonen que no les dedico (Grupo Niche - Buenaventura y Caney) En el mundo de Édgar las fechas no importan y los días de la semana se los sabe el periódico. Cuenta que en algún momento se hizo amigo de Nicolás Cristancho “Macabí”, pianista de Niche en la década de los 80s. Que tocaron juntos en la orquesta del Bar Ramón Antigua en Bogotá y que fue él quien le sugirió aparecerse en uno de los ensayos de Niche. - Vé, Édgar, vení. Este loco de los timbales está enfiestado, vos sabés como es, va a estar amanecido y no va a llegar. - No, a mí me da pena, si citaron al man… - Andá y que Varela te escuche. Yo sé que te engancha. Varela era Jairo, el fundador de Niche y 1979 el año de la fiesta del timbalero. Édgar cuenta que la cita era a las diez de la mañana, que tocó, cantó y el director lo enganchó. Dice que al poco tiempo se fue con la orquesta para Cali, que estuvo por varios años, que en tres ocasiones peleó con Varela y que en la última, decidió irse para siempre. - Jairo –cuenta que le dijo-, yo de pronto no voy a volver a estar en una orquesta de tanto nombre, pero yo de hambre no me voy a morir. En el mundo de Édgar no solo se entremezclan las fechas, también la precisión de los recuerdos. Rommel Caycedo, manager actual de Niche, afirma que nunca perteneció al grupo y que quien sí lo hizo fue su hermano Fabio Espinoza Jr., trompetista principal hasta 1987. Fabio, por su parte, cuenta que Édgar hizo algunos reemplazos, participó en la grabación del disco “Querer es Poder” y dejó su voz en los coros y el tumbar de sus congas en “Buenaventura y Caney”. Que todo el mundo te cante, que todo el mundo te mime, celoso estoy pa' que mires, no me voy más ni por miles (Grupo Niche, Cali pachanguero) Seguir el ritmo de Jairo Varela nunca fue fácil. “Era drástico y de una disciplina tenazcuenta Umberto Valverde, biógrafo autorizado del Grupo Niche-. Su relación con los músicos era conflictiva y con muchos no se volvió a hablar nunca. Entendía muy bien el negocio y para él, el mejor cantante era el que tenía en ese momento”. En diciembre de 1988, mientras miles de caleños esperaban en el Parque Panamericano para corear las letras “Del puente para allá”, los inconformes con Varela se aliaron y decidieron abandonar el grupo. Quedaron solo cuatro integrantes dispuestos a montarse en la tarima. Los detractores, bajo la batuta de Alejandro Longa “Pichirilo”, conformaron su propia orquesta y optaron por llamarse Orquesta internacional los niches. “No queríamos que todo lo que había conseguido el grupo cuando estuvimos cayera en saco roto”, confesó Pichirilo muchos años después. Aunque Édgar no plantó a Varela en el Parque Panamericano, se unió a Los niches como corista y saxofonista comenzando los 90s. En las portadas de los discos “Algo diferente” y “Salsa por siempre” se le ve pasado de kilos y sonriendo detrás de un bigote espeso. Quiere la que tienes si no tienes la que quieres quiérela y cuídala… quiere tu mujer como te quiere ojo se te va y no vuelve (Grupo clase – Quiere la que tienes) - ¿Usted cree en Dios? - Claro. Yo comparo la música con la Biblia. ¿Qué me gano con saber tanto de música si a la hora de improvisar no digo nada?, ¿qué me gano con saber la Biblia si doy malos frutos? Es cierto que estuvo casado. Después de ocho años de noviazgo, hizo votos en una iglesia bogotana con Marlen, la mamá de sus hijos: Edwin, Diana y Edgar Jr. No recuerda cómo la conoció, o tal vez prefiere no hacerlo, pero levanta la mano por encima de su cabeza y dice orgulloso: “una mona más alta que yo, toda „acuerpadota‟, muy bonita” . Entre bailes, drogas y mujeres el amor se fue deteriorando y las peleas se volvieron frecuentes. Cuando las amenazas llegaron a ser con cuchillos y machetes Édgar decidió marcharse, volver a Cali y olvidarse de todo. Por más de treinta años se comunicaron a través de demandas por alimentos. Los hijos crecieron casi sin conocerlo y Marlen tuvo que hacerse cargo pegando botones y arreglando dobladillos. Aunque los recuerdos de Diana, su hija, son más malos que buenos, cuenta que era un hombre “pintoso”, pulcro y buen cocinero. Que siempre estaba bien peinado, que sabía combinar las camisas con los pantalones y que en el piso de su closet brillaba una fila de zapatos recién embolados. Que en una ocasión, siendo adulta, la hospedó unos días en su casa en Cali y que en otra, cuando él ya era indigente, ella lo invitó a quedarse en la suya. - No quiso – dice -. Estuvo dos noches, se encerró a fumar sus vainas (marihuana y basuco) y me dijo que él no necesitaba dónde dormir, solo dónde bañarse. Ojos negros en el cielo de una noche fría labios rojos que me hablaban y yo no lo oía tienes cuantos años pregunté de repente con una excusa, te invité a un café (Luis Castro – Ojos negros) Cuando de mujeres se trata, Édgar pierde la memoria. Quizá por caballero o quizá porque en su mundo el amor ya pasó al olvido, responde con vaguedades cuando pregunto si fueron muchas, si estuvo enamorado o si alguna lo hizo sufrir. - Pero a las mujeres les gustan los músicos… - Pues bobitas que son. Nahir Lozano es una vallecaucana de ojos oscuros y curvas generosas que conoció a Édgar veinte años atrás. Hoy trabaja como manicurista, pero en ese entonces, modelaba ropa. - Yo estaba esperando que me recogieran en el Terminal de transportes cuando él llegó a halarme –dice-. La verdad me dio como susto. Sus prevenciones se desmoronaron cuando Édgar hizo su magia y comenzó a cantar: tienes cuantos años pregunté, de repente con una excusa, te invité a un café… Corrían los 90s y en la radio pegaba la canción Ojos negros de Luis Castro. Ella tenía novio, pero aún así siguió escuchando. Ojos negros me decían yo no te conozco, ay tranquila en la vidriera se observaba poco… Seducida por su voz y con la certeza de que la canción había sido escrita justo para ese momento, aceptó el café. El noviazgo duró poco, los celos de Édgar y su fama de mujeriego agotaron la paciencia de Nahir. - Me prohibió ir a los bailes y luego lo encontré con otra vieja en el apartamento- . Se acabó el dinero se acabó el amor tú no tienes alma no tienes corazón. (Grupos Niche - Interés sí vales) - Todo el mundo cree que yo consumo droga, pero no. Pa‟ uno decir que alguien es marica tiene haberlo visto dando… - ¿Pero no ha fumado nunca? - ¡Ah sí! Toda la vida consumí. Vos sabés que uno siempre busca justificaciones, yo decía que cuando estaba fumado sonaba mejor. Pararse en la cima no es tan sencillo. Es estar con los brazos abiertos, al borde de un precipicio y sobre un solo pie. Bien lo cantó Héctor Lavoe: da trabajo llegar a la fama y a la fama poder mantener. Es fácil caerse, quedarse sin equilibrio y perderse entre mujeres, vicios y millones. Le pasó a Joe Arroyo con la marihuana, a Diomedes Díaz con la cocaína, a Alfredo de la Fe con el alcohol y al mismo Héctor con todas juntas. Varios años atrás, en Palmira, Édgar terminó de tocar con la orquesta de turno. Como le ganaban las ganas de fumarse un porro y ya había dejado envueltos sus cigarrillos sobre la mesita de noche, prefirió no esperar la Van del grupo y tomar un taxi. De repente, y entre la neblina, se materializó un carro azul que de un solo golpe mandó el taxi de Édgar contra un poste. El conductor se partió la frente en dos y él se enterró el espejo retrovisor en la coronilla. Con la adrenalina en alto y el alcohol bebido corriéndole por las venas, se puso en pie y se montó en el siguiente taxi que pasó. En contra del sentido común de su nuevo chofer, Édgar insistió en ir a su casa del barrio Manrique antes que al hospital. Su camisa blanca estaba empapada en sangre y así no podía presentarse ante los médicos. Al llegar, se dio una ducha larga, se fumo uno de sus cigarrillos de marihuana y se quedó dormido. Solo hasta que quien limpiaba su casa lo despertó a gritos y lo llevó a rastras hasta un puesto de salud, Édgar se enteró de que necesitaba 26 puntos en la cabeza. La primera noche que te vi yo sabía que eras para mí jamás otros besos preferí porque siempre estas en mí (Joe Cuba – Mujer divina) De las mangas sucias de una camisa de cuadros rojos salen un par de manos de dedos quemados por el basuco. Se cuelan a través de las rejas de La Universidad Distrital, se posan sobre las teclas de un piano, revolotean pesadas, pero precisas. De arriba abajo, certeras, inequívocas. Desde adentro, los estudiantes corean las letras de Joe Cuba mientras Édgar Espinoza guía la música. “Calienten para el coro”, les avisa unos versos antes. Mujer divina, como fascinas y me dominas el corazón… - Saqué mi teléfono y comencé a grabar-, dice Jonny Mendieta, el dueño de la cuenta en Youtube que alojó el video viral del indigente tocando piano-. En los dos días siguientes, las redes sociales se llenaron de mensajes. Gente que se compadecía del maestro salsero, gente que lamentaba su condición y gente que quería ayudarlo. Un embajador le regaló un saxofón, una mujer de nombre Adela le pagó un aparta estudio en la calle 26, el secretario de un candidato a concejal abrió una cuenta para recibir donaciones a su causa, y Omar Medina lo acogió en la fundación para adictos que lleva su mismo nombre. Ninguno tuvo éxito. - Es que yo no necesito ayuda. ¿Vos me ves mal acaso? Yo solo necesito un saxofón – dice ÉdgarYo, soy el cantante Que hoy han venido a escuchar Lo mejor del repertorio A ustedes voy a brindar (Héctor Lavoe – El cantante) En la Aldea Cultural de la Candelaria, un grupo de músicos con glorias pasadas y vidas en la calle se alista para cantar. Son cinco, pero hace unos años, cuando contaba con el apoyo de la Secretaría de Integración Social, Son Callejero llegó a tener hasta veintiún integrantes. Édgar se ha puesto unas gafas sin lentes, un sombrero cloché raído y ha intentado lavarse la cara, pero no se ve limpio, solo mojado. Le grita al de la consola que suba el volumen y le hace muecas al de las congas para que mantenga el ritmo. Ya no parece tan viejo, ni tan perdido, ni tan loco. - Yo había hecho un arreglo con una introducción en escalas, vos sabes: pa tiri tiri tan pan, hasta la dominante, pero estos manes no dieron la talla –me dice al terminar la canción-. - ¿No le dan la talla a usted? - ¿Qué?… Vení, comprame un roncito pa‟ ir calentando… Cuando le pregunto cómo pasó todo, me repite la historia que tiene memorizada y que le cuenta al que puede. Cuatro años atrás, asaltaron su estudio de grabación en Cali y se llevaron sus equipos, su dinero y sus instrumentos. Lo golpearon, le dejaron la hernia que lo obliga cojear y amenazaron con matarlo. Tuvo que salir corriendo y como todos los que huyen llegó Bogotá. - Y mirá la gente como es de mierda, dicen que yo me lo fumé. Que me enloquecí y lo vendí todo por chatarra. Se voltea, aprieta el micrófono con las dos manos y se pone a cantar. Y nadie pregunta si sufro o si lloro, si tengo una pena que hiere muy hondo.