Notas sobre la institución imaginaria de la muerte

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NOTAS SOBRE LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DE LA MUERTE
Notas sobre la institución imaginaria de la muerte
Roberto Manero Brito
Raúl R. Villamil Uriarte
RESUMEN: El sentido de la muerte en una cultura violenta es un tema central en la actualidad.
El escrito indaga la multiplicidad de formas y maneras en que este fenómeno se presenta. La
muerte violenta, el suicidio o la eutanasia, nos llevan a explorar un imaginario que las sociedades
construyen con modelos estereotipados a partir de los cuales las personas tienen que vivir, sentir
e imaginar su propia muerte. Todo esto caracterizado por un manejo del terror que es atributo
del control social. La idea de muerte en las sociedades modernas está impregnada de una intensa
tradición y de formas tecnológicas nuevas que hacen cada vez más compleja la inteligibilidad del
proceso de dejar de existir. El artículo es una provocación para pensar el miedo a la muerte desde
la acción de las fuerzas más oscuras de la sociedad hasta la capacidad de devastación que
caracteriza a la sociedad altamente tecnologizada.
Lo que antes estaba puesto para castigo del que pecase se
había ya convertido en instrumento de donde naciese al
hombre más copioso y abundante el fruto de la justicia. Así
pues la muerte no debe parecer buena porque la vemos
transformada en una utilidad tan considerable, no por virtud
suya, sino por la divina gracia, la cual determina que la que
entonces se propuso por terror y freno para que no pecaran,
ahora se proponga que la padezcan para que no se cometa
pecado; y para que el cometido se perdone y se conceda a
tan plausible victoria la debida palma de la justicia.
(C. DE D., XII, Vll) (ROZITCHNER, 1997:138)
Boceto de la idea de muerte
EN ESTE ESCRITO la tesitura es lo que consideramos el motor de desarrollo del
pensamiento de lo que hoy se denomina antropología social de la muerte: nos referimos
a la noción de la cultura que muchos autores han desarrollado basándose en la
desaparición y en la finitud del ser humano. Por lo que no se puede de manera
definitiva plantear una sola concepción específica y al mismo tiempo universal de la
idea de muerte.
ANUARIO 2001 • UAM-X • MÉXICO • 2002 • PP. 93-108
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Para Heidegger (2000) la muerte es la voz de la conciencia, es la imposibilidad
de comprender la finitud del ser en el mundo si no es a través del otro, es decir, la
conciencia de la muerte es la vida con toda su complejidad. Lo que se pone de
manifiesto es una cuestión central que atraviesa todas las comunidades, pueblos,
sociedades y etnias, así como las diferentes valoraciones, lecturas y cosmovisiones de
la existencia y los sistemas económicos colectivos de subsidiarla. Esto es, mirar a la
muerte como un analizador regio del tiempo en que sucede nuestra manera de estar
vivos. La antropología de la muerte es una versión distinta del sentido que tiene para
el sujeto sobrevivir a la cultura.
La sola posibilidad de desaparecer que sobreviene al hombre es ya un campo de
sentido que delinea una serie de rituales que oscilan desde la fiesta y la alegría, hasta
lo funesto de la tristeza del sistema humano que se inscribe en la forma de partir de
este mundo, porque la muerte en toda sociedad está fuertemente cargada de sentido.
Lo anterior puede parecer un lugar común por su obviedad, pero el pasaje de un
estado de estar vivo a otro, que es el estar muerto, es una conmoción que se sublima
en la benevolencia que significa irse al más allá, como un estado superior del alma,
o en la aflicción irreparable de perder al otro.
La muerte suele ser considerada en la cultura moderna de la violencia una amenaza
a las aspiraciones de los actores institucionales y a las expectativas que como seres
vivos imprimimos a nuestras formas cotidianas de estar en el mundo.
Entonces, si algo dentro del pensamiento antropológico es complementario —a
riesgo de equivocarnos— es en el evento privilegiado que constituye el fenómeno de
la muerte en todas sus acepciones, como analizador cultural que pone al descubierto
la deriva que denuncia el sistema hegemónico de poder que le atribuye un valor
imaginario a la amenaza permanente de muerte, sea ésta natural o socialmente
producida, cuestión que dibuja un campo de significación que actúa permanentemente sobre el sentido de la vida. Es decir, se trata de hacer inteligible el hecho de
poder morir en lo cotidiano y el sentido que esto adquiere en lo socialmente
determinado por el Estado. La tendencia apunta a pensar la libertad de la muerte
como el último acto del individuo que realmente podría ser autónomo.
Uno de los aspectos de la muerte y que resulta escalofriante, es lo que tiene de
azaroso e indeterminado la posibilidad de perder la vida, y lo que para un futuro
inmediato representa este sino. No obstante que el morir consista en la paradoja de
que los seres humanos estamos condenados a la sorpresa de encontrarnos con lo
inesperado de la muerte, o con la condena del ya saber lo que nos espera. El sufrimiento
ante la posibilidad de desaparición es inevitable. Aflicción, miedo y terror que en su
eficacia simbólica actúan como sensores de la vida. La muerte como límite de la vida.
Ante este horizonte, en las sociedades contemporáneas caracterizadas por su alto
índice de sofisticación de la violencia, el sentirse amenazado de muerte para el
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NOTAS SOBRE LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DE LA MUERTE
ciudadano del mundo, no es cualquier cosa; es más bien una estrategia movilizadora
de ansiedades básicas de los individuos y de sus colectividades, generadora de
incertidumbre como terreno fértil para el ejercicio del poder.
Por lo que revela la muerte en el imaginario social, el impacto que tiene en las
culturas despliega la violencia en todos sus ámbitos como modelo de cohesión social,
y es al mismo tiempo una función que permite la inteligibilidad de lo frágil que
puede ser nuestra existencia. El hecho de morir es una experiencia íntima que adquiere
una valoración social, y esa connotación de lo público determina el sentido personal
de vivir la propia muerte, como la devastación del sujeto.
La muerte social
Tal vez esta concepción de la manera en que se entromete el Estado en el inconsciente
individual ayude a tratar de comprender la finitud de la vida y la fantasía de eternidad
o de re-encarnación que la acompaña. Nos negamos a morir pese a los miles y miles de
suicidios que nos sacuden desde las estadísticas o como casos cercanos a nosotros.
Resistimos ante el ejemplo. Esta rebelión frente a la muerte nos permite establecer
como ethos, algunos límites imaginarios de territorios identificados por los mapas y
topografías que imponen una existencia como yo, como grupo, como nosotros, diferentes
a los otros, con la fantasía del ser colectivamente únicos, lo que garantiza una producción
permanente del sujeto. Aunque el acto de rebelarse también es una fascinación que
sentimos por el vértigo, por la muerte. En este punto, las culturas se diversifican como
modelos planetarios de supremacía, o se singularizan como culturas locales que,
paradójicamente, no dejan de estar imantadas por lo universal del fenómeno humano
que reside en la condena ineluctable de nuestra biografía.
Se habla así, desde una perspectiva específicamente humana, de muerte física o
caída en lo homogéneo y la entropía que afecta al cuerpo máquina, de muerte
biológica, que culmina en el cadáver, el cual experimenta una prolongada tanatomorfosis
(enfriamiento, rigidez, livideces y petequias, putrefacción, estadio final de mineralización); de muerte psíquica, la del “loco” encerrado en su autismo; de muerte
social, por último, que se manifiesta en la reclusión carcelaria o psiquiátrica, el paso
a la jubilación (defunctus) o el abandono en el asilo. A lo que podría agregar la muerte
espiritual, es decir, la del alma en pecado mortal, según la doctrina cristiana. O si se
prefiere, desde la perspectiva de las vivencias humanas, se muere para la conciencia
lúcida en la demencia senil y para la conciencia simplemente (no siempre en forma
total) en el coma prolongado; se muere para la vida plena y vigorosa en la vejez y para
la vida misma en el coma sobrepasado (coma dépassé), o muerte cerebral; así como
se muere para la sociedad en el destierro o en la pena infamante. Se puede también
morir para sí mismo y terminar dándose muerte [Thomas, 1991:12 y s.].
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IMAGINARIO, REPRESENTACIÓN E INSTITUCIONES
La producción social de la idea de muerte es una de tantas maneras en las que se
pone de manifiesto lo propiamente cultural,1 que constituye la expresión de la diversidad
de la vida, pero al mismo tiempo como envés de la vida; es decir, la muerte como el
soporte de las relaciones humanas que permanentemente está en juego en una doble
referencia local y universal. La forma de morir, la producción social de lo que se debe
sentir, su difusión y la plusvalía que el poder obtiene de este fenómeno humano es
también, y antes que nada, un engendro de la cultura. Es ese predominio de la muerte
sobre la vida lo que se usa como método estructural de control social. Control como
campo de sentido que atribuye valor a los objetos y a las relaciones colectivas.
La utilidad que una cultura confiere a la idea de muerte es un fenómeno muy
complejo, ya que recorre diversas problemáticas, planos de análisis y enigmas éticos.
El imaginario que acompaña a la idea de muerte nos describe, desde las tradiciones,
mitos, tabúes y ritualísticas, una red de relaciones insospechadas que nos remiten a
la historia de las mentalidades y su producción social de la idea de muerte en su
aspecto de dominación y control social.
Podemos hacer inteligible la muerte colectiva dentro del registro del autoaniquilamiento, ya sea por la decadencia del proyecto filosófico que sostiene la
grupalidad,2 o por las condiciones histórico sociales que llevan a las comunidades a
su desaparición como efecto del poder y de la segregación a los que son condenadas.
Los antropólogos afirman, en efecto, que a menudo los grupos se desintegran por su
carencia de objetivos o de función auténtica, o porque sus miembros no los consideran
un medio válido para alcanzar sus fines, o también porque la identificación afectiva
resulta insuficiente [ibid.:17].
Por tanto, la idea de morir en los grupos está perturbadoramente conectada a la
desafección que los sujetos padecen en los naufragios de los proyectos grupales. Pero
también a la desilusión que se da en las fracturas institucionales que no soportan el
riesgo de vivir sin violencia, sin amenazas, sin la institución del autoritarismo, que se
basa en la masacre del cuerpo, pedagogía que se transmite a todo color por medio de
la televisión y la prensa, difusión total de la imagen de devastación, que en la cultura
occidental produce un sistema de significación imaginaria, cada vez más presente en
la posibilidad que se le presenta al ciudadano de fallecer inesperadamente por un
1
La cultura es, como propuso la doctora Margarita Nolasco en la segunda sesión de trabajo del curso
propedéutico para los aspirantes al doctorado en Antropología Social: “un conjunto de símbolos compartidos
que permiten la sobrevivencia”.
2
Véase Bauleo, A., (1997); también resulta de especial importancia el trabajo de François Roustang
(1980), cuando se refiere a la horda salvaje, a su constitución psíquica, a su rivalidad y a la guerra a muerte
por el lugar del Déspota.
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NOTAS SOBRE LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DE LA MUERTE
hecho de violencia extrema. Síntesis que da cuenta de la infinita vulnerabilidad del
ser humano, de su presencia y de la debilidad de su cuerpo ante la mirada devastadora
del poder. Cuestión que reactiva el miedo, la paranoia, la incertidumbre y que en
sentido contrario activa la función social de control del Estado, pero ahora ya de una
manera más determinante y al mismo tiempo más sutil. La totalidad de la función
alienadora del Estado es posible cuestionarla desde el valor de lo local como imaginario
de la resistencia que paradójicamente plantea una visión universal de rebelión en
contra del proceso de violencia extrema que la instauración propone en la historia de
un modelo de cultura. En la fase lúcida del pensamiento sobre lo propiamente
cultural, se encuentra la reflexión morineana de ¿por qué pensamos lo que pensamos?
En este caso particular, ¿por qué pensamos lo que pensamos sobre la muerte?
La institución imaginaria de la muerte
En las sociedades burocráticas y aburguesadas, es adulto el que
tiene que vivir menos para no tener que morir tanto, empero,
el secreto de la juventud es éste, vida quiere decir arriesgarse
a la dificultad, vida quiere decir arriesgarse a la muerte.
EDGAR MORIN
Tal vez lo anterior es una cuestión que involucra al sistema de significaciones
imaginarias que hacen al corpus teórico de la antropología física centrada en el hombre
y, por lo tanto, en sus huellas, fragmentos óseos y restos materiales, que inevitablemente
se convierten en escrituras que provienen del pasado y que permiten tender puentes
en el presente sobre el sentido de la muerte y sus relaciones con el ejercicio de la
dominación social. Como decía Michel Foucault, a la manera de una Microfísica:
De todas formas se trata de hacer de la historia un uso que la libere para siempre
del modelo, a la vez metafísico y antropológico, de la memoria. Se trata de hacer
de la historia una contramemoria, y de desplegar en ella por consiguiente una
forma totalmente distinta del tiempo [1978:25].
La institución imaginaria de la sociedad es en cada momento la institución de un
magma de significaciones imaginarias sociales, que podemos y debemos de llamar
mundo de significaciones. Pues es lo mismo decir que la sociedad instituye un mundo
como su mundo o su mundo como el mundo, y decir que instituye un mundo de
significaciones, que se instituye al instituir el mundo de significaciones que es el suyo
y que sólo en correlación con él existe y puede existir para ella un mundo [Castoriadis,
1983, II:312].
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IMAGINARIO, REPRESENTACIÓN E INSTITUCIONES
La idea de muerte en las culturas duramente impactadas por la violencia puede
dibujar un horizonte de percepción de los aspectos culturales que develan la ficción
del mestizaje como intercambio, asimilación y fusión, como elementos yuxtapuestos
estratégicamente en resistencia, latentes y potencialmente disruptores de la yuxtaposición que la cultura mexicana detenta en contra de las estructuras de dominación
colonial que se inició, como diría Todorov (1995) hace más de 500 años.
El etnocidio como actividad de desaparición, de extermino, es un dato contundente
del uso que una cultura violenta imprime al sentido de dominación. Pero el etnocidio
incluye a los delincuentes, a los pacientes psiquiátricos, a los niños, a las mujeres, a las
minorías sexuales, raciales y religiosas. El etnocidio, en su sentido estricto, se refiere a
los indios y al sistema de exterminio que lleva ya más de 500 años, pero también hace
hincapié en los sucesos más recientes: Acteal, Aguas Blancas, Los Bosques, etcétera. En
este nivel de lectura se encuentran otros grupos vulnerables en riesgo, como los pacientes
psiquiátricos y sus granjas del olvido, en las que se subsume a los sujetos que el discurso
médico considera irrecuperables. Son también las cárceles y las condiciones infrahumanas
en que viven los convictos y la función de laboratorios sociales que cumplen éstas, los
niños de la calle y el inhalante. El infierno de asesinatos con lujo de saña de las más de
200 mujeres en Ciudad Juárez. El hostigamiento y la intolerancia homofóbica y misógina
ejercidos sobre grupos que han optado por una u otra alternativa sexual; la amenaza del
SIDA; la matanza de indocumentados que se atreven a cruzar la frontera con los Estados
Unidos; la virulenta reacción de la mayoría cristiana en contra de los grupos evangélicos
y protestantes, que parte del fanatismo religioso que orilla a la muerte y al asesinato
impunes.
Una de las intenciones de este ensayo es interrogarse sobre el uso pedagógico que el
Estado mexicano hace de esta expresión del poder en la devastación de grupos y sujetos
al imponer el gran ejemplo de muerte que destruye la organización social y devasta el
cuerpo físico de los individuos.
¿Cómo es que cada colectividad imprime un campo de sentido al presente?
De la complejidad de los elementos que contribuyen a la necesidad de hacer
inteligible la idea de muerte, pienso en la legitimación que necesitan ciertos grupos
en cuanto a su idea colectiva de muerte social e imaginaria, para adquirir peso político.
La resistencia social ante la propagación del terror a la muerte
Tal vez el movimiento guerrillero, la resistencia étnica, el motín penitenciario, la autogestión psiquiátrica, el proceso universitario de oposición, el de los maestros, el de
los trabajadores de los sindicatos independientes, el de la guerra declarada contra la
tendencia al olvido, etcétera, sean ejemplos visibles de la conciencia que ha adquirido
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NOTAS SOBRE LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DE LA MUERTE
históricamente el ciudadano común ante la hegemonía que establece el miedo a la
muerte, en este caso de la llamada muerte social. Nos parece que es desde estas formas
de impunidad e injusticia que los investigadores sociales, entre ellos el antropólogo, se
enfrentan a un gran compromiso que plantea distintos matices y extremos, que van
desde el ser testigo y denunciante, hasta partícipe directo de la militancia guerrillera,
poniendo en peligro su vida, es decir de compromiso hasta la muerte.3
¿Vale la pena morir en aras del terreno definido como antropológico?
Otro de los puntos torales que se inscriben en el campo de compromiso del
antropólogo es el que se refiere a la frontera sutil y opaca que se da entre el proceder
científico y su compromiso con el objeto de investigación, que engendra un problema
eminentemente ético. Como los casos que proporciona el estudio e investigación de la
contrainsurgencia y de los efectos de la guerra de baja intensidad, como objetos
privilegiados para tratar de entender la resistencia de comunidades y pueblos indígenas
y de los movimientos urbanos de oposición armada, lo que centra indiscutiblemente el
eje de la investigación en la fenomenología de la víctima y de sus repercusiones psicológicas, antropológicas, sociológicas y por ende políticas ante un modelo social de
desarrollo basado en el neoliberalismo y la globalización del capital y de las nuevas
tecnologías. Globalización, por ende, de la lógica del exterminio, del terror y del miedo.
La tendencia marxista nos lleva a preguntarnos, si necesariamente en nuestros
días todo cambio de raíz debe ser por la vía de la violencia, que propaga la muerte
como pedagogía del terror y como elemento insustituible de la invención de futuro.
Los derechos humanos de los pueblos indígenas, en cuanto a los llamados usos y
costumbres, que son la piedra de toque de la organización y de las instituciones civiles
y religiosas que sostienen su cosmovisión y marcan su diferencia con el resto de la
sociedad, son objetos privilegiados por el método de las ciencias sociales en general
y desde un enfoque muy particular de la antropología social. Sobre todo por la defensa
que legítimamente sostiene de las víctimas de este etnocidio que no se ha detenido
desde la Conquista. Es una toma de postura que se inscribe de una manera significativa
en la filosofía que anima el proyecto antropológico contemporáneo de defensa e
intervención en la potencialización de la resistencia, proceso histórico de una cultura
que se caracteriza por la dominación y el ejercicio del poder en nombre del desarrollo
y del proceso civilizatorio que está implícito. Al decir de Evodio Escalante Betancourt,
cuando describe la resistencia indígena de los tepehuanos de la sierra gorda de Durango
como una estrategia —con sus formas de simulación del vínculo impuesto, ya que se
les toma como cosas por parte del cacique, porque por definición no poseen alma y por
ende devienen en algo menos que animales—, esta vida de tolerancia, espera y paciencia,
3
Rodolfo Stavenhagen comenta este modelo del compromiso del antropólogo ante su objeto de estudio,
que puede llegar hasta la muerte en el caso de algunos que se han inscrito en la clandestinidad de la guerrilla
y han sido asesinados por su participación directa en estos procesos de rebelión.
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produce por lo menos un primer efecto de resistencia: la sobrevivencia ante la
posibilidad que confiere la simulación del sometimiento absoluto, la dilación del
tiempo ante el destino que impone un sistema de desapariciones sin tregua, al que
han sido sometidas las etnias a lo largo de los siglos.
El engaño del enemigo. He aquí una vieja táctica en que se basa el arte de hacer la
guerra. No podría negarse que los tepehuanes supieron ponerla en práctica, al menos
para dar comienzo a su movimiento. La docilidad, la sumisión aparente, en estas
circunstancias, se convertía en un modo disfrazado de combatir sin combatir, o
mejor dicho, en un instrumento para preparar el combate verdadero. Y es que el
enemigo engañado pega dos veces: No sólo recibe el golpe del puño sobre el cuerpo,
sino que se resiente también del golpe de la sorpresa. Engaño y ausencia de informaciones: Estos son los dos elementos que rodearon, como un verdadero saco amniótico,
la gestación de la gran insurrección de 1616 [Escalante, 1995:2].
La muerte social se caracteriza por el sentido de la resistencia de muchos grupos
que se oponen a morir enmedio de la indiferencia.
La mirada del ecólogo sobre la idea de muerte
La relación del hombre con el medio ambiente —la compleja red de relaciones que
una sociedad establece con los recursos naturales y su modo de explotación— constituye
ya una amenaza real de proporciones todavía no calculadas de desaparición de los
recursos naturales, y con ellos de la devastación del hábitat del hombre. Los sistemas
ecológicos, su desarrollo y conservación, son asuntos de estrategia y seguridad nacional
que algunos países con poder económico han logrado entender desde hace décadas,
como resultado de la sangría que han generado en los países del tercer mundo.
En esta perspectiva, la óptica del ecólogo nos permite leer la relación hombremedio ambiente como dispositivos de poder que promueven la destrucción y la muerte
de quienes se oponen históricamente al avance implacable de la idea de progreso.
Desde este campo de visibilidad y opacidad, también se enmascara y se define un
modelo cultural institucionalizado que delinea al mismo tiempo sus dimensiones
religiosas imaginarias. Modelo cultural inoculado por un proceso de transformación
contundente e inobjetable que opera en el pasaje de la cultura de la violencia, característica
de la barbarie más ritualísta, sacrificial y entusiasta, a la cultura del terror, que en la
espera de su estallamiento, en ese “suspense”, arrebata fría y calculadamente al sujetos
y a sus grupos la tranquilidad, el cuerpo y la vida de la forma más abrupta, cínica y
cruel. Para la víctima, el terrorismo es el orden de las desapariciones que la condena a la
no despedida. A la imposibilidad del duelo.
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NOTAS SOBRE LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DE LA MUERTE
En una compleja relación que se tensa y vuelve paralela se encuentra la función
catalizadora de los accidentes naturales en la toma de conciencia social a que puede
llegar un pueblo, cuando se ve sacudido brutalmente por la fuerza de los terremotos,
huracanes, incendios, inundaciones, explosiones, erupciones volcánicas, bajas de
temperatura o excesos de calor. O aquéllas que por culpa del mal manejo y desconocimiento han ocasionado grandes desastres de sistemas ecológicos, como la fuga de
material radioactivo, el estallido y ensayo continuo con bombas nucleares, etcétera,
que ponen de manifiesto la corrupción y la impunidad de las autoridades y del Estado
político que representan, cuando la contingencia pudo ser paliada con una buena
planeación y el ejercicio de los recursos públicos; la magnitud del desastre pone de
relieve la magnitud de la corrupción que impidió tomar medidas a tiempo. El
descubrimiento de la demagogia que encubre el discurso del Estado sobre el bienestar
público genera enojo y movilización; esto es, se reinventa un proceso de resistencia
activa de las comunidades engañadas hasta el hartazgo y emerge la sociedad civil, que
toma en sus manos los procesos en los que se encuentra metida. El poder de destrucción
de la naturaleza sigue siendo un gran misterio a vencer, pues cuando se manifiesta con
toda su intensidad es capaz de mover y perturbar hasta la conmoción a la conciencia
colectiva, que sirve de motor a la invención de nuevas formas culturales de resistencia
como medio de sobrevivir al terror.
Duelo, aflicción e ira en la sociedad contemporánea
Es necesario propiciar diálogos, intercambios de mundos simbólicos diversos,
encuentros y desencuentros sobre la profundidad de la aflicción que provoca en el
individuo una pérdida humana cercana, sobre todo si esa pérdida es por un hecho
violento que impacta de manera brutal el psiquismo y la historia pasional del
individuo. La violencia contemporánea alecciona básicamente con pedagogías
colectivas, con el propósito de que el ciudadano común conozca y experimente el
terror. En el campo de lo social, la significación de la idea de muerte también es una
intromisión en la imposibilidad del duelo. La relación dialéctica violencia-muerte
actúa como obstáculo que impide la despedida de las víctimas y sus objetos amados,
cosa que también es muy trágica para los vivos, ya que los sacude con una descarga
de azar como cálculo político de terror. Tan contundente es el ejemplo del asesinato
con lujo de violencia ante cualquier incidente, que se instala en el imaginario social
como una advertencia.
Lo anterior es ya una intervención que se prefigura como un Estado inconsciente
(Lourau, 1980),4 desde la densidad biográfica de la experiencia interior del individuo
4
Es curiosa la traducción que se hace al español de este texto, ya que su título original en francés es
L’État-Inconscient, el Estado-Inconsciente, no el Estado y El Inconsciente. Al parecer, el editor del libro en
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IMAGINARIO, REPRESENTACIÓN E INSTITUCIONES
y en la elaboración que la cultura le impone como un sistema de objetos simbólicos
que asignan una forma de sentir.
No obstante, la pasión demolida y el deseo de morir ante la impotencia que
genera la muerte del otro, cercano y amado, se rebela a claudicar en una guerra de
emociones encontradas que permite que la aflicción se convierta en ira, y ésta en un
deseo perverso, oscuro y turbio, por cierto inconfesable, porque se trata de matar a
otro. Algunos psicoanalistas lo verían como los diversos caminos inimaginables que
toma la pulsión de muerte:
Las pulsiones de muerte se dirigen primeramente hacia adentro y tienden hacia la
autodestrucción; secundariamente se dirigen hacia el exterior, manifestándose
entonces en forma de pulsión agresiva destructiva [Laplanche y Pontalis, 1979:349].
El punto de vista del antropólogo Renato Rosaldo, severamente debatido por sus
estudios antropológicos, literarios, sociológicos e históricos, es interesante a la idea de
muerte en las sociedades contemporáneas, ya que propone un estudio original y
conmovedor de los cazadores de cabeza de la etnia de los ilongotes del norte de Luzón,
Filipinas. Sobre el por qué cortar cabezas humanas remite a lo siguiente:
Dice que la ira, nacida de la aflicción, lo impulsa a matar a otro ser humano. Afirma
que necesita un lugar “a donde llevar su rabia”. El acto de cortar y arrojar la cabeza de
la víctima le permite ventilar y desechar la ira de su pena, explica [Rosaldo, 1990:15].5
A estas alturas ya tenemos varios problemas que elucidar: por un lado la fundación
de la mónada psíquica6 del sujeto, que incluye entre otras derivas la idea de muerte,
que va germinando y potenciando desde el haber nacido angustiado. El momento
su versión castellana no pudo imaginar un Estado que viene desde adentro del sujeto y de una manera
desconocida para la conciencia.
5
La lectura del texto propuesto podría ser interesante para la discusión de cómo el impacto de la
pérdida genera ira que desencadena la necesidad de venganza, matando al otro real o imaginariamente. Aquí
el papel de la cultura es fundamental para que esta reparación contundente del daño —ojo por ojo— sea
simbólica o violentamente real. La pérdida que se convierte en ira y que exige venganza es uno de los temas
centrales que René Girard (1995) trata en su texto. Efectivamente, es una crítica a la interpretación
arquetípica de los psicoanalistas y su aparato hermenéutico, interpretación que arman desde sus prejuicios;
una idea sobre la muerte y por ende sobre la idea de sujeto.
6
Cornelio Castoriadis (1983) pone el dedo en la llaga: ¿cómo que la representación surge de una nada
de representación, otorgándole al psiquismo la posibilidad de crear algo de la nada, sin lo cual está perdido?
Esta afirmación es también una convulsión que pone al animismo por encima del pensamiento científico.
La nada de representación es el mundo inerte del cual proviene la vida. ¿De una nada de vida por generación
espontánea se crea la representación, la fantasía y la imaginación?
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de la concepción es ya el ineluctable camino hacia la muerte. Este destino es una
marca en la biografía del sujeto en la adquisición de la conciencia. Por otro lado, el
imaginario social sirve de pantalla de proyección del conflicto personal, pero desde
una dinámica que transgrede a la violencia para hacer que en los sistemas sociales de
los Estados modernos se viva la posibilidad de morir como un acontecimiento terrible,
que se inscribe en las instituciones sociales como una amenaza permanente que
administra la ira y la desolación volviéndolas naturales y cotidianas. Esto es la muerte
y su proyecto social de futuro.
Por eso, la aflicción por la pérdida de un sujeto amado —sobre todo si es por
muerte violenta y con la imposibilidad de despedirse— acarrea el recuerdo permanente
de la idea de muerte sin duelo. Esto es, a fin de cuentas, el significado de la indefensión:
la vulnerabilidad y la impotencia de quien vivo aún no puede, no pudo, ni podrá hacer
nada en contra de una desaparición inmediata y total de la vida. La potencialización
del sentimiento de indefensión es una estrategia de anulación y desaparición del sujeto
que baña de sentido al hecho de morir, haciendo que la gente lo viva cargada de terror.
La aflicción que se convierte en ira detona la penetración cultural que afecta al
psiquismo desde diversos escenarios, niveles de lectura y maneras de ver el mundo.
El campo social funge como espejo de la proyección del dolor por la pérdida que el
sujeto vive, lo que también se carga de un sentido complementario y antagónico que
es la ira convertida en deseo de matar a otro como única posibilidad, en este estado
de conmoción, de paliar en algo la pena por la pérdida. Ausencia sin posibilidad del
duelo que establece un campo de significación social e imaginaria que intenta recuperar
la ausencia produciendo otra, determinante e igual de terrible a la que se vive como
experiencia personal.
El deseo de matar a otro como compensación no reclama la venganza sobre el o
los individuos concretos que pudieron producir el crimen, es más bien una venganza
contra lo que el sujeto considera gente de misma familia, en un delirio que converge
en la recuperación del desaliento mediante el sinsentido que anima esta necesidad.
Con que la venganza recaiga sobre la misma familia, aunque no sea sobre el sujeto en
específico, la aflicción se calma.
Pero cabe mencionar que posiblemente la causa de la muerte no involucre directa
o indirectamente a ningún sujeto, a ninguna familia; la causa de aflicción por la
muerte que genera zozobra en el sujeto despojado de una presencia amada, puede
ser un accidente natural. El campo de implicación en el que el investigador Renato
Rosaldo se vio inmerso respecto de su esposa es un llamado de atención sobre la
subjetividad que está en juego. La muerte accidental de su mujer le devuelve el
sentido de duelo como ser humano. Esto lo obliga a cambiar su opinión en relación
a su postura de no entender la ira que genera la pérdida como sentimiento que
obligaba a cortar cabezas a un grupo social en pleno siglo XX. Es decir que la pérdida
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IMAGINARIO, REPRESENTACIÓN E INSTITUCIONES
del objeto amado reclama otra muerte a manos del afectado por la aflicción. Este
hecho real es una forma de intercambio entre los ilongotes, un bálsamo que suaviza
la tristeza como mecanismo de regulación que soporta la impotencia personal ante el
dolor de la ausencia. Suponemos que en el contexto occidental del autor, aparece la
misma ira, el deseo de matar, pero la cultura tiene la eficacia de reenviar este deseo
a la dinámica del imaginario social que se ancla en la cultura como sublimación.
La idea de muerte en las sociedades violentas compromete directamente al sujeto
en su forma de ver el mundo, de pensarse en él y de darle sentido a su experiencia
cotidiana, sobre todo ante la amenaza explícita que caracteriza a la modernidad de
poder morir en cualquier momento, ya sea por destino personal o a causa de la violencia
generalizada. La gente está permanentemente asustada en un proceso de acumulación
de resentimiento y odio. Pero no por falta de optimismo o de fuentes de felicidad, sino
porque en la vida en común estas opciones son éticamente inaceptables.
La eutanasia y la pena de muerte7
Ambos temas involucran una gran cantidad de preguntas que bordan sobre el campo
de la ética. Así, la muerte por compasión no es aceptada por la Iglesia, ni por la
Medicina. ¿De qué se trata cuando al mismo tiempo la Iglesia apoya la pena de muerte
como remedio fundamental del escarmiento cristiano y la Medicina en su área de
psiquiatría mantiene una terapéutica moderna que literalmente extermina al individuo?
Esto, en la antropología de la subjetividad, constituye un ejemplo del infierno en vida
que conduce a la muerte. La prohibición de la eutanasia es la negación a integrantes de
una sociedad en su conjunto de la libertad individual de elegir su forma particular e
íntima de morir. En contra de la determinación que el Estado acepta como forma
normal de vivir y sentir la muerte, la pena de muerte que la ley establece como pena
máxima frente al delito es, en este caso, una regla presente en muchas sociedades,
y constituye el control social ante la imposición del gran ejemplo, que distingue a una
cierta pedagogía por la propagación del terror.
La ortopedia social que trabaja Robert Castel (1997) es como el subterráneo, el
analizador o la latencia de un proyecto de corrección de la desviación, como el
mundo que en el encierro habitan los muertos sociales (reclusos, locos, marginados,
indígenas, homosexuales y otra marginación que se refiere a los anteriores estados pero
vividos desde el punto de vista femenino). La sociedad salarial constituye para el autor
7
En este punto quiero precisar que no se debe deslindar estrictamente la eutanasia de la prohibición de
suicidio, ya que están íntimamente relacionados; la censura de la eutanasia es una prohibición al sujeto de
bajarse de este mundo cuando debido al dolor, al sufrimiento vivido íntimamente, o por lo que sea, decide
morir.
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NOTAS SOBRE LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DE LA MUERTE
un elemento fundamental que estructura la idea de muerte social, por no tener empleo,
ni posibilidades de conseguirlo por su posición social, su apariencia corporal, su lenguaje,
su estado físico, sus creencias o su postura crítica.
La eutanasia y la pena de muerte se tocan en la visión del destino que marca el
momento de morir ya que no hay forma de escapar. O también ambos conceptos
son complementarios, cuando en el último minuto el salvoconducto llega por teléfono
y salva a un inocente a punto de ser ejecutado por el sistema penitenciario del error.
Y después, apenas escapado de la pena de muerte, en un caso excepcional en el
sistema penitenciario americano que le perdona la vida a un latino y lo libera, a los
tres meses de estar en libertad muere “accidentalmente” en una carretera mexicana.
La muerte es el evento más significativo de la vida y el único que el hombre, con
todo y las tecnologías de punta a su alcance, no ha podido controlar. La muerte sigue
siendo un enigma que nos expropian los fanáticos de su culto. Como ejercicio de poder
se usa la imagen de la devastación inmediata de toda una historia, el desvanecimiento
del cuerpo de manera más que veloz, instantánea. El tiempo de producción de la
muerte instantánea acarrea para la subjetividad una serie de cuestionamientos ontológicos
que necesariamente generan virulencia en las nociones sociales sobre la eutanasia (el
dejar de sufrir por voluntad propia ante lo irremediable), y el castigo que tiene que
ofrendar el Estado ante la anomia que caracteriza el mal comportamiento. La muerte
como elemento mercantil fetichizado por un modelo de normalidad social que establece
la incertidumbre. Pero también una forma social de morir con todo y apellido, es decir,
“murió de amor”, “por alcohólico”, “por drogadicto”, “por sidoso”, “de muerte natural”
o en uno de tantos asesinatos colectivos. O lo más siniestro: “de muerte natural”.
¿Quiere esto decir que la naturaleza nos mata?
El suicidio
¿Por qué la gente se quita la vida? Es una pregunta central que requiere distintas
maneras de pensar esta acción. Ya un clásico texto de Émile Durkheim (1971)
trabaja sobre esta pregunta conmovedora y determinante. La indagación viaja por
un campo de sentido densamente poblado de lecturas e interpretaciones sobre esta
manera de obtener como resultado la muerte.
¿Cómo se puede leer la relación que el imaginario de la muerte social guarda con
el hecho de suicidarse? ¿Cuándo se llega hasta este último momento de la existencia?
¿El suicida tiene derecho a quitarse la vida por propia mano? ¿Qué sucede con la
ética de la sociedad contemporánea ante el suicida?
En cuanto al sentimiento de aflicción, éste es polivalente, ya que el mundo que
rodea al suicida es tan opresivo y tan devastador, que para la forma de pensar del
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IMAGINARIO, REPRESENTACIÓN E INSTITUCIONES
sujeto que está en el umbral, sólo queda un último acto de rebeldía que conduce a
esta experiencia final, contundentemente avasalladora.
La idea de muerte en las sociedades violentas anida en los intersticios más sutiles del
hombre contemporáneo e incrementa de manera alarmante la práctica del suicidio
entre poblaciones de jóvenes, como una cuestión meditada y pensada profundamente,
como acto libertario en este nivel de conciencia y corporalidad. Esta dimensión de la
muerte merece un capítulo aparte por las cuestiones filosóficas que engendra, por el
sentido que mantiene el estar vivo ante el que se mata como un alienado por la vida.8
La doble muerte en un mismo cuerpo es también la muerte de dos cuerpos en la
misma muerte. Cinta de Moebius, serpiente que se muerde la cola. Es el misterio de
engendrar dos vidas que al mismo tiempo representan dos proyectos de morir.
El suicidio colectivo establece un gran debate en la actualidad, ya que algunas
personas que han reparado en este asunto lo consideran como un crimen, un asesinato
colectivo.
Los medios de comunicación y la difusión de la idea de muerte
Los medios masivos de comunicación tienen un papel protagónico en las sociedades
modernas, ya que la televisión, los medios escritos, internet, la comunicación vía satélite
y la radio, como tecnologías de punta, cada vez adquieren, detentan y utilizan más, un
liderazgo político que les genera una plusvalía de poder sobre los asuntos básicos que
afectan a las sociedades de hoy. En esta tendencia, la idea de muerte y su significado se
difunden con una dosis desmesurada de terror, desestabilizando la tranquilidad de los
diversos grupos sociales e imponiendo un poder del manejo de la imagen y del contenido,
como un discurso que penetra en los espacios más íntimos y amenaza a las plazas
públicas.
La virtualización de la muerte es un tema que espera un estudio profundo sobre
su significado, a pesar de los brillantes intentos que Paul Virilo ha realizado acerca
de la imagen y sus posibles campos de significación en la actualidad. En este plano
nos referimos a la difusión en imágenes de idea de muerte.
Dicho tema es un ejemplo cotidiano en la televisión, en los videojuegos, en las
primeras planas de los diarios, etcétera. De modo tal que matar se ha convertido
en juego para las generaciones modernas. Muchos de los pilotos que participaron en
la operación de la Guerra del Golfo pertenecen a la generación de niños que ya
jugaban de manera interactiva con un disparador y una televisión.
8
Una adolescente ante el doble rechazo de su madre y su novio, por estar embarazada, se mete dos
puñaladas en el vientre. Con la misma daga, mata al niño y se asesina ella. ¿ El derecho al cuerpo deviene en
el derecho a muerte?
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NOTAS SOBRE LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DE LA MUERTE
En otra dimensión de lectura, pero al mismo tiempo, la imagen del cuerpo
lacerado, desmembrado, violentado y ensangrentado cada vez es más común en
todos los puestos de revistas y periódicos. En contraste, aumenta la persecución
moral que ciertos grupos de poder llevan a cabo en contra del cuerpo desnudo, del
cuerpo seductor, del cuerpo deseante.
Para una consideración final, el manejo de la idea de muerte por parte de los
medios masivos de comunicación es una de las máquinas más virulentas de producción
de terror e incertidumbre, lo que es terreno fértil para el campo de batalla en el que
se debate cotidianamente nuestra visión de la política.
El mundo simbólico e imaginario en el que adquiere valor la idea de muerte no
es más que la cara visible de un proyecto social que intenta vaciar de sentido la
cuestión de la muerte, haciendo de lo terrible que resulta la muerte violenta, la gran
moraleja que se basa en el ejemplo que difunden los medios electrónicos y de papel,
lo que hace que el sentido “educativo” de la violencia extrema se empiece a volver
normal en la vida cotidiana.
¿Se puede pensar un erotismo inspirado por la muerte como resistencia al campo
imaginario del terror, sin la necesidad de asociar, como Freud, esta pulsión a Thanatos,
y después de esto no hay combinaciones posibles, aunque sean antagónicas?
Bataille (1980) arrugaría el ceño ante esta postura dilemática y nada dialéctica:
Debemos, sea como fuere, tomar conciencia de dos posibilidades opuestas. Si la
unión de dos amantes es el efecto de la pasión, apela a la muerte, al deseo de
asesinato o de suicidio. Lo que designa a la pasión es un halo de muerte.9
9
El erotismo como una dialéctica que toca la muerte, como una interdicción que hace más virulenta
la experiencia de morir, pues la vivencia erótica sólo se puede entender como la confusión con el otro, como
un fenómeno básicamente colectivo de acercamiento a la muerte.
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IMAGINARIO, REPRESENTACIÓN E INSTITUCIONES
Bibliografía
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