La familia en el Chile del futuro. Relación conclusiva, Hernán Corral

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La familia en el Chile del futuro. Relación conclusiva1
Hernán Corral Talciani
Profesor Titular de Derecho Civil
Universidad de los Andes
I. Prospectiva
Al conmemorar el Bicentenario hemos mirado hacia el pasado: el recorrido que hemos
hecho como sociedad en los 200 años de vida como nación independiente. Pero se me ha pedido
que cierre este Congreso con una prospectiva, una mirada hacia el Chile del futuro y al papel que
le corresponderá jugar a la familia, cuyos valores se han analizado, ponderado y problematizado
en esta jornada.
Debo decir que esta misión de atisbar al futuro no me fue conferida en atención a ningún
talento ni habilidad singular para adivinar el porvenir. No tengo ni tarot ni bandeja de arena ni
bola mágica que me proporcione una visión de cómo será la familia en el Chile de los próximos
100 años o cuál será la familia que abrirá la cápsula que se enterró en la Plaza de Armas si es que
se llega a abrir el 2110.
Por eso me ceñiré a mencionar aquellas tendencias que parecen desprenderse de las
distintas conferencias y reflexiones que se han hecho este día sobre la familia, de modo que estas
consideraciones pueden servir también como una síntesis o compendio de la imagen de la familia,
en sus diversos tonos: blancos, negros y grises, que tenemos al día de hoy y así entender lo que
estamos proyectando a las generaciones venideras que conformarán la familia del futuro.
II. Cambio y permanencia
Pienso que como sucede a menudo con los que se dedican a la adivinación en los medios
de prensa, puedo dar algunos pronósticos con bastante seguridad respecto de la familia del futuro.
Puedo decir así: en el Chile del futuro la familia experimentará muchos y grandes
cambios.
Y también con la misma certeza podré vaticinar: en el Chile del futuro la familia
permanecerá.
Exposición efectuada en el I Congreso chileno Familia para Todos en el Bicentenario. Centro UC de la
Familia/Instituto de Ciencias de la Familia U. de los Andes, Santiago, 1º de octubre de 2010.
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Y es que así ha sido siempre: la familia es dinámica, va construyéndose y
reconstruyéndose en cada época histórica, con diversos ambientes, diversas culturas, diversas
posibilidades técnicas y de bienestar material. La familia de hoy, no es la familia de los griegos,
ni la de los romanos, ni la feudal, ni la burguesa de los siglos XIX y XX. La familia cambia
porque se adapta a los cambios culturales y a los progresos que se hacen en las ciencias, en la
filosofía, la antropología y la teología.
Pero para que pueda hablarse que la familia cambia, algo debe permanecer, si no el sujeto
del que se predica el cambio no sería el mismo, no sería familia. La familia permanece en lo
esencial, en lo sustancial, que en esta jornada ha venido saliendo por distintas vías: el amor
conyugal, que funda el matrimonio que por su complementariedad sexual se abre a la vida y
transmite a los hijos la cultura humana, la fe y las virtudes que permiten una mejor socialización.
La familia permanece en la paternidad y la maternidad, ambas formas indisociables y necesarias,
en la autoridad y el liderazgo de los padres, pero también en su abnegación y entrega, que no es
sino correspondencia al don que han recibido en el hijo o hija.
También puedo hacer otra profecía: la familia seguirá sometida a encrucijadas y desafíos
y amenazas, que la pondrán en riesgo y conspirarán contra su buena constitución y desarrollo. En
realidad siempre la ha estado. Porque si la familia es bien, para las personas y para la comunidad,
hay que convenir en que se trata de un bien arduo, que exige empeño, compromiso y entrega.
Pero es un bien que no puede imponerse por decreto. La familia se vive en la libertad del
don y del amor gratuito. Por ello, las situaciones irregulares, las desgracias o quebrantos
familiares, desde los divorcios al abandono de niños o incluso su asesinato en el vientre materno,
forman ese claroscuro misterioso que proporciona la libertad humana y que difícilmente se
erradicarán por completo, al menos en este mundo.
Pero, ¿en qué contexto se darán estos cambios y esa fidelidad a lo permanente en la
familia?
III. El contexto de la familia del futuro
Pareciera que hay bastante consenso en que en las próximas décadas Chile puede
experimentar un sostenido crecimiento económico y con ello un estado de bienestar de mejor
nivel. Es seguro que también estaremos cada vez más integrados en la sociedad de la
globalización, que ya no sólo se da en el plano económico y financiero, sino también en
instancias políticas, jurídicas, de respeto de los derechos humanos, y culturales. Las nuevas
tecnologías y las facilidades de comunicación con seguridad irán cada vez sorprendiendo con
nuevos avances que repercutirán en la forma en que se desarrollan las relaciones entre las
personas. Los progresos de la medicina pueden también alcanzar a una mayor parte de la
población y con ello las expectativas de vida se alargarán más aún. Con ello el rol de los abuelos
y de la llamada tercera edad –o incluso cuarta edad– en la familia debe ser necesariamente más
destacado.
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Con todos los avances económicos y tecnológicos, al mismo tiempo hay conciencia de
que no parece claro que este crecimiento irá acompañado de una mayor equidad en la distribución
de la riqueza, y en una disminución de la pobreza. Para sorpresa de muchos hemos comprobado
que los índices de la pobreza extrema no son auspiciosos. A ello se suman problemas de
marginalidad social, desempleo o empleo precario.
La sociedad chilena parece que ya ha diagnosticado cuál es la piedra en el zapato que nos
impide avanzar hacia un mayor desarrollo integral y no sólo de los mercados y del bienestar
material. Y ese es la educación. Todos los esfuerzos deberán centrarse en lograr una educación de
mayor calidad y más equitativa.
Aquí parece que la familia tiene mucho que hacer y qué decir. Como han mostrado
Ignacio Irarrázaval y Claudio Orrego, este último en su concreta experiencia como Alcalde de
la comuna de Peñalolén, la familia estable y bien constituida es un factor protector de primera
magnitud para evitar la delincuencia, el consumo de drogas, el embarazo adolescente, y tantas
otras lacras que en terminan conspirando contra el ingreso y la no deserción de los jóvenes en el
sistema educacional.
Me atrevo a asegurar que si la reforma del sistema educacional no toma en cuenta a la
familia estará destinada al fracaso.
Para ello hay que tener en cuenta que la familia no sólo apoya al sistema educacional, sino
que es el primer y principal lugar donde se adquiere la formación más básica y fundamental.
Álvaro Sierra nos ha señalado la importancia del para qué y el porqué de la educación en la
familia, porque el hábitat fundamental para educar hijos es el hogar de un hombre y una mujer
que lo valoran como hijo, y no como, algunos parecen entender, como mascota, que puede ser
más o menos cara de mantener. Luz María Budge ha puesto de relieve la importancia entre la
familia y el colegio, destacando que ella está marcada por una exigencia recíproca y creciente, lo
cual no, siendo inconveniente, obliga a establecer procesos de claridad y diálogo colaborativo.
Pero no sólo la familia educa en la humanización de los hijos. En una mirada cristiana,
nos recordaba en la inauguración Monseñor Goic que el Evangelio de la familia puede ser
anunciado y testimoniado desde la misma familia. En este sentido, nos ha sugerido Pamela
Pedreros que una familia que trata de vivir según el Evangelio, es después un agente adecuado
de evangelización, de transmisión de la fe, y con ello no sólo se beneficia a la comunidad eclesial
sino a toda la sociedad, creyentes y no creyentes. En particular, la familia cristiana, la iglesia
doméstica, está llamada a ser el primer lugar en el que se cultiva y se desarrolla ese diálogo
mutuamente enriquecedor entre verdad, fe y razón, que, como ha dicho Cristián Vargas, es
especialmente necesario en estos “tiempos de incertidumbre”.
IV. Legislación e incentivos para la buena constitución de la familia
¿Hemos de esperar que la familia sea apoyada desde la legislación y de las políticas
públicas? Cierto es que hemos de desearlo y auspiciarlo. La ponencia de Carmen Domínguez
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nos ha puesto de relieve lo importante que son los incentivos y las señales que se envían desde las
leyes hacia las personas en orden a constituir y perseverar en la familia. Pero también nos ha
advertido de que no pueden mirarse las leyes como la panacea que soluciona todos los problemas
y complicaciones de la familia. La legislación en los últimos años ha estado inspirada por
modelos foráneos y asume la realidad familiar desde una postura más bien fragmentaria y
meramente terapéutica: centrada en el rompimiento, la violencia, el maltrato, la disfuncionalidad.
¿Podemos esperar que esto cambie y se genere una comprensión más aguda sobre la necesidad de
fomentar la familia en las instancias legislativas?
Así lo deseamos, pero no es seguro que ello vaya a ser así. La cultura jurídica está hoy
muy impregnada del lenguaje de los derechos individuales, y estos muchas veces se presentan
como incompatibles con los ideales comunitarios propios de la familia. Por otro lado se impone
la idea de que en materia de familia las leyes deben replegarse y que no le correspondería
incentivar o fomentar un modelo de familia por mucho que de él se generen bienes sociales
evidentes. La verdad es que esta pretendida neutralidad del Derecho de Familia no es tal, y
muchas veces se esconde bajo esa etiqueta, aparentemente más tolerante y pluralista, la
imposición de un modelo de familia que la funda en la mera convivencia afectiva. En este
panorama ideológico, que es políticamente transversal, pienso que a la legislación sólo podremos
pedirle que no siga minando la familia y que, al menos, no la desincentive equiparando el
compromiso matrimonial entre hombre y mujer abierto a la vida con otras formas de convivencia
que no tienen el mismo estatuto antropológico ni producen los mismos beneficios sociales.
Es probable que en los tiempos que vienen la promoción de la familia tenga que venir por
los cauces de la sociedad civil y no del aparato estatal. Hay que desarrollar una visión compartida
sobre la naturaleza y las bondades de la familia, una verdadera cultura pro familia, que la perciba
en todo el esplendor de sus maravillas y aventuras.
Como decía Rodolfo Núñez, los niños tienen gran capacidad cognitiva para entender y
visualizar las relaciones familiares de su entorno. Si se logra que los valores de la familia sean
transmitidos por las escuelas, los medios de comunicación, las iglesias, los clubes deportivos, las
empresas de entretención, los guionistas de películas y seriales de televisión, etc., lograremos un
consenso mejor sobre cómo desarrollar familias estables, sanas y proactivas.
De esta manera podremos dar visibilidad a la familia como una materia de importancia
para los programas de los políticos, como nos ha enseñado Eduardo Hertfelder. Y hay
coincidencia en varias de las ponencias en que no deberían confundirse las políticas públicas
sociales con una política propia y específica de la familia. Las acciones del Estado se refieren a
aspectos que tocan la familia: la salud, la educación, la vivienda, pero pocas, sino ninguna, son
las políticas de ayuda y fomento a la buena integración y desarrollo familiar.
V. Prevenir mejor que curar
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Desde diversos aportes deberíamos concluir que la acción futura para proteger la familia
debería focalizarse no en los efectos o los síntomas de su desintegración o conflictos. Muy bien lo
reflejó Eduardo Hertfelder con su anécdota del pueblo con la curva que causaba accidentes. Se
pueden hacer muchos esfuerzos y gastar muchos recursos para reparar o aliviar los efectos
traumáticos de la disfuncionalidad familiar, pero es mucho mejor, no sólo en rentabilidad
económica sino en el ahorro de dolores y sufrimientos de las personas, si se evitan los conflictos
y los traumas. Además que, como hemos visto muchas veces, cuando se diseñan aportes o ayudas
pensando únicamente en los que sufren los efectos de la desintegración familiar, ello termina
generando una externalidad negativa que opera como un contraincentivo para conformar y
mantener familias integradas y estables.
Es de esperar que el sistema de mediación familiar que se ha implementado en torno a los
tribunales de familia se extienda a momentos o épocas anteriores al conflicto. Esa mediación
preventiva o anticipada tiene importantes bondades como lo ha mostrado la charla de Claudia
Tarud, pero es necesario contar con mediadores no sólo preparados en las técnicas de este
procedimiento sino también en todo lo que se juega en la vida familiar.
En este sentido, parece que conviene fijarse en la preparación de las personas para
acometer las responsabilidades y tareas que supone la buena convivencia conyugal y familiar.
Nos ha hecho ver María Elena Pimstein que es necesaria una educación para la vida conyugal,
que parece ser permanente y que se puede modular durante todas las etapas del matrimonio. No
hay matrimonios destinados a fracasar, todo depende de la forma en que se enfrentan las
dificultades de la vida en común. Manuel Uzal, por su parte, ha puesto de manifiesto la
necesidad de recuperar el sentido de liderazgo y de autoridad (no autoritarismo) de los padres
para dirigir el desarrollo y el ejercicio de la libertad de los hijos.
VI. La identidad de la familia
En todo el Congreso, ha estado presente la inquietud ¿pero cuál es la familia que debe ser
la materia de la preocupación del Chile del futuro? ¿Será el de la indefinición y que finalmente se
decanta en el concepto estadístico o censal de personas que viven bajo el mismo techo? Es un
desafío de lo que viene determinar cuál es la familia que queremos fomentar, proteger y
fortalecer y luego se necesita comunicar y difundir lo que podríamos denominar la identidad
sustancial de la familia
Para ello es necesario sintonizar con los nuevos paradigmas de la sociedad de consumo y
de la comunicación que vivimos, para que esa identidad de la familia sea más fácilmente
inteligible para el mundo de hoy.
No caben añoranzas hacia el pasado. La familia burguesa de los siglos XIX y XX, si bien
era una institución férrea y sólida, lo era de un modo que hoy nos resulta inaceptable: a través de
una fuerte jerarquización de las relaciones familiares, de la minusvaloración de la mujer y de una
rigidez en las relaciones paterno-filiales, y lo que es peor a través de una cierta hipocresía social,
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que aceptaba todo tipo de aventuras extramaritales, siempre que no afectaran la conservación
formal del vínculo familiar.
El individualismo subjetivista y sentimental que se vive hoy día en las sociedades del
mundo occidental parece ser una reacción, aunque extrema, contra esa visión formalista y
avasalladora de la familia burguesa.
Por eso hoy se pondera el amor en su versión más hedonística y se elude el compromiso
tanto a través del matrimonio como con los hijos. La familia se percibe como un “corsés legal”
que impide la espontaneidad y la sinceridad del amor. Como dice en una de sus canciones
Ricardo Arjona, los abogados no saben nada de amor y el amor se cohíbe en los juzgados…
El desafío está en buscar nuevas expresiones que hagan ver que la familia es la unión más
genuinamente libre, que el matrimonio no es sólo una forma de legalizar las relaciones sexuales
sino la manera de enaltecerlas y de lograr que alcancen su más pleno y mejor sentido. Tomás
Melendo nos hablaba de rescatar la verdad del matrimonio. Y es cierto que uno de estos desafíos
que experimentará la familia del futuro es cómo mantener la identidad del matrimonio y estrechar
el vínculo entre familia y alianza conyugal.
Para ello la revalorización y recomprensión del amor familiar en sus distintas facetas:
amor conyugal o esponsal, entre marido y mujer, y amor filial, entre padres e hijos, y la
superación de la noción reduccionista que lo identifica con el placer o el enamoramiento
episódico y pasajero, resulta crucial. Raquel Rubio nos ha hablado de restaurar el amor y de
cómo el amor es una empresa, una aventura que, con todos sus sacrificios, resulta apasionante.
Carolina dell'Oro ha destacado también una realidad que se presenta hoy oscurecida en
algunos sectores, y que es la necesaria diferencia y complementariedad entre varón y mujer, entre
padre y madre en la familia. De nuevo una mal entendida compasión hacia quienes sufren
trastornos de la identidad sexual puede llevar, como ha sucedido en otros países, a desfigurar la
verdad del matrimonio y a ocuparlo como medio de legitimación social de convivencias que no
pueden generar los beneficios personales y sociales de la familia, fundada ciertamente en la
diferencia de sexos y en la transmisión de la vida y la cultura.
VII. Hacia una cultura “pro familia”
Pienso que con lo he dicho he cumplido al menos en parte los dos objetivos que tenía esta
intervención: dar una prospectiva de la familia en el Chile del futuro y recoger y subrayar algunos
de los planteamientos que han hecho los ponentes que han participado en este Congreso.
Sólo me resta por decir que para esa cultura pro familia, que sostengo es necesario
practicar y difundir, la sola presencia y atención de todos ustedes en este Congreso resulta
sumamente estimulante. Aquí hay gente que se interesa, trabaja y se sacrifica no sólo por su
propia familia sino por las de otros. Alguien dijo por ahí: “¿queremos ser más?, seamos mejores”.
Si tenemos mejores personas, con mejor formación y capacidad para expresar las grandes
bellezas de la vida familiar, y por sobre todo si tenemos el testimonio de las mismas familias,
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podremos tener fundadas esperanzas es que nos espera, a nosotros, a nuestros hijos y nietos, un
Chile del futuro más justo y más solidario, en el que efectivamente la familia sea un bien público,
un bien para todos.
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