EL MÜNBÓ ILUSTRADO. 62 7 ligeras de ramas y matas reunidas

Anuncio
EL MÜNBÓ ILUSTRADO.
ligeras de ramas y matas reunidas en g-rupos, donde
viven de 2,000 á 3,000 almas; Por vía de adorno píntanse
alg-una que otra vez en la cara líneas rojas y azules; pero
no es costumbre general, aunque sí lo es el adornarse
en uno y otro sexo con la madreperla y algún objeto de
madera rústicamente cortado. No usan ni dibujos incisos en la piel ni la agujerean para meter dentro de la
misma objetos extraños que sirvan de adorno. Como
tal llevan las mujeres alguna ve2 pieles en diferentes
líneas.
Sus alimentos principales son bellotas, chufas, calabazas, el fruto del mezquite y en clase de carne la de
los animales que cazan iiu;lusas ratas, ratones y culebras; luego la de los caballos y asnos que roban de los
ranchos y los echan á perder á fuerza de hacerlos correr
sin dispensarles ningún cuidado. La carne la comen
cruda ó asada á la lumbre y lo mismo las frutas. El
cerdo les causa horror. Despiden por lo general emanaciones de un olor especial. Sus armas se reducen al arco
y flecha y lanza con las puntas de madera dura y á
veces de astillas de obsidiana, de hierro y de cobre, cuyo
último metal es en su comarca muy frecuente en estado
nativo. Catlin encontró los apaches del rio Gila completamente en el período puro de piedra, sirviéndose indiferentemente de la obsidiana y del pedernal para sus
útiles de paz y de guerra, en especial para las puntas
de sus flechas. El mismo autor dice que son buenos
tiradores y Schmitz afirma lo contrario, bien que no
asistió como el primero á, una fiesta de tiradores que
dieron en su honor los indígenas. La lanza no es para
ellos arma arrojadiza ni conocen la honda.
Tampoco conocen la propiedad individual, excepto la
del arco y de las flechas, pudiendo inferirse de esto hasta
donde llega allí la vida social, de la cual la propiedad
siquiera de un ajuar y de provisiones es la primera
base. Así es que viven aislados ó á lo más en pequeñas
bandas de diez individuos sin jefe, salvo en casos muy.
excepcionales cuando la necesidad les obliga, según
dicen, á ir por caballos y asnos, es decir, á robarlos en
alguna hacienda ó rancho lejanos; entonces forman
grupos más numerosos acaudillados por una especie de
jefes que se distinguen por ciertos capacetes de piel
adornados con una pluma. Casi todos los hombres de
armas van montados en caballitos de mucha resistencia,
á los cuales gobiernan, ya con bocado español, robado
por supuesto, ya con una soga de crin. Las mujeres con
cestas de provisiones van en otros caballos en sus traslaciones y excursiones de rapiña; y mientras duran, lo
cual depende de la ocasión y fortuna de coger botin ó
bien de las provisiones que llevan, y mientras reconocen
la efímera autoridad de un jefe, existe una especie de
derecho de propiedad, sobre todo respecto á las mujeres,
teniendo el jefe en este concepto el privilegio de
quedarse para sí cierto número de muchachas, á las
cuales se coloca en la cabellera un pedacito de piel de
animal como señal de que son propiedad especial é inviolable del cacique, y si una de ellas es elevada al rango
de esposa, como única ceremonia se le quiebra sobre la
cabeza un haz de flechas. No existe entre ellos el matrimonio, porque fuera de lo dicho respecto al jefe de la
banda sólo conocen la cohabitación más ó menos larga.
Los hijos quedan con la madre hasta que pueden alcanzar alguna fruta ó coger ratas ó culebras; entonces se
confunden entre los demás individuos de la horda. Hasta
tres años suelen mamar; de suerte que su número se
aumenta poco, además de que temprano dejan de
ser fecundas las mujeres, bien que es difícil fijar su
edad. Dícese que el período de su gestaciqn pasa de un
año, cosa que nos permitiremos poner en duda, ya que
62 7
no negarlo. Lo que sí parece que no saben ni contar el
tiempo, admirándose de que «los hombres blancos saben
encontrar la cuenta de cuantas veces cada uno ha visto
renovarse la hierba de su campo.» Las parteras se arreglan como pueden; alguna vez las otras mujeres las
asisten, pero por lo regular se despacha cada una sola,
efectuando la ruptura del cordón umbilical machacándolo entre dos piedras de superficie redondeada. Para la
primera ropilla del recien nacido sirve un puñado de
arena seca con que lo espolvorean.
Cuando se conoce que uno de ellos vá á morir lo llevan
los compañeros á un sitio apartado y le abandonan á
su suerte, ó si la horda está de camino se marcha y deja
al enfermo ó moribundo que se las componga; así es
que raras veces se oyen entre ellos las lamentaciones
ruidosas con que otros salvajes honran á sus muertos;
para estos apaches reemplaza las lamentaciones de los
amigos el aullido del coyote, que es el enterrador general
de los muertos. No sucede así cuando muere un jefe ó
una de sus mujeres; como en este caso prevalece la idea
de una propiedad, tiene lugar también la sepultura para
hacer ver la diferencia. Entonces envuelven el cadáver
con tiras de piel y lo entierran en una solana, cubriendo
la hoya con un montón oblongo de tierra ó piedras.
Tampoco tienen estos indios idea alguna, tan general
en otros grupos, bien que variada según ellos, de una
vida futura mejor que ésta, ni de un gran espíritu, etc.
La sociabilidad sólo se naaniflesta en una ocasión única
fuera de las correrías dé rapiña, ó sea en la fiesta del plenilunio, bien que tampoco tiene lugar siempre, ni tampoco en dia ó noche fija sino cuando la mayoría conviene
en que la luna es bastante crecida. Entonces se reúnen,
encienden varios fuegos y preparan una bebida alcohólica del zumo de nopal fermentado en calabazas. Cada
uno de los concurrentes se coloca á su gusto; por lo
general prefieren estar echados, y cuando sale la luna
entonan un aullido general, imitando voces de animales, que vá cambiando á medida que progresa. Empiezan
con el aullido y husmeo del coyote en busca de un hartazgo, semejante al sollozo y lloriqueo de un niño de
teta; poco á poco vá subiendo de tono hasta el aullido
del perro de presa, cambiándose luego en el grito ronco
de la hiena-lobo (ó mejor dicho hiena-perro), y van
subiendo las voces más y más hasta llenar el espacio,
que no parece sino que el eco alcanza y reverbera del
disco de la luna : contesta engañada una manada distante de coyotes, y entonces se establece una especie de
desafío sobre quien ganará á la otra en gestos y gritos
salvajes, la horda bípeda ó la cuadrúpeda. De repente
todos callan y luego resuena solitario, cadencioso é indiferente el necio rebuzno del burro, saludado con risotadas generales ó mejor dicho con una horrible mueca
acompañada de chillidos que hace las veces de risa
entre personas estúpidas. En seguida vuelve á empezar
la función y se repite toda la noche hasta que la luna
se pone. Fuera de esta diversión, son aficionados los
apaches á fumar y á juegos como de muchachos, sin
avaricia.
Estos indios no tienen animales domésticos y de consiguiente tampoco saben lo fue es ocuparse de crias.
Roban las caballerías que pueden, las montan y las dejan
el primer dia tan desolladas que luego ya no sirven sino
para comerlas, y acabada la carne van á buscar otras.
Lo que nosotros reconocemos por crueldad y voluptuosidad es para los apaches el estado general y común,
como en ciertas clases de animales; no es la excepción
sino la regla, fundada en su índole y en las circunstancias en que viven. No descuartizan los animales sino
que los destronan á tirones, sin que piensen en crueldad
Descargar