Historia y compromiso: la necesaria integración de pasado

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Historia y compromiso: la necesaria
integración de pasado, presente y futuro
Rigoberto Rodríguez Benítez1
Hacer referencia a la relación entre historia y compromiso social y a la
necesaria integración de pasado, presente y futuro en la investigación, la
divulgación y la enseñanza de esta disciplina científica, nos remite
obligadamente a considerar en primer término la relación entre ciencia y
sociedad. Al estudiar a los hombres y mujeres en sociedad a lo largo del
tiempo, encontramos que las generaciones pasadas y las actuales han sostenido
y sostienen prácticas económicas, políticas, sociales y culturales cambiantes.
Dentro de las actividades culturales destaca la actividad científica, sobre todo
después de la revolución copernicana de mediados del siglo XVI. La actividad
científica a su vez influye en las formas de producir, de ejercer el poder, de
organizar la sociedad y de concebir el universo. La práctica científica intenta
contribuir a establecer una relación racional del hombre con la naturaleza y con
el resto de los individuos de su especie. El ejercicio continuado de esa relación
de los hombres en sociedad con sus entornos naturales, enriquece a las
ciencias.
Las ciencias naturales y las ciencias sociales, en forma conciente o no,
generalmente estudian la experiencia precedente para atacar los problemas del
presente. Al formular los investigadores sus propuestas para enfrentar los
problemas acuciantes del momento, de alguna manera están sentando las bases
para el futuro. Sin embargo, quienes detentan el poder político y económico y
controlan la vida cultural, ejercen una gran influencia en el apoyo a la actividad
científica y en la aplicación social de los productos de la investigación. Desde
el poder se decide qué se investiga y en beneficio de quién. Así, el progreso
sostenido previsto por la filosofía ilustrada ha encontrado resistencias y ha
tenido descalabros notorios en los siglos XIX y XX. Junto a los logros científicotecnológicos, la industrialización, la urbanización y las producciones literarias,
musicales y artísticas de excelencia, crece la pobreza, se extiende la
contaminación, se exacerban los odios, se multiplican los conflictos bélicos y
––––––––––––––
1
Profesor-investigador de la Facultad de Historia, UAS.
Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 30
se agiganta la incertidumbre. El holocausto y el gulag, los fundamentalismos y
la unilateralidad en la decisión de arrasar vidas y bienes mediante bombardeos
indiscriminados, sumados a los males sociales enumerados más arriba, han
hecho añicos la idea ilustrada de progreso.
Mientras la esperanza no sea una baja más de la guerra y de las
agresiones fundamentalistas de todo signo, mientras no se aniquile el
optimismo, confiemos en que la actividad de los científicos del mundo recoja
críticamente la experiencia, contribuya a elevar la calidad de vida de todos los
pueblos del planeta y asegure un mundo habitable par las futuras generaciones.
La actividad científica tiene que cambiar de objetos de estudio y de
beneficiarios. La comunidad científica mundial no podrá lograr sus propósitos
humanitarios sin que se exprese el civismo de la ciudadanía en cada rincón de
la tierra, sin que haya una movilización generalizada en las comunidades
chicas y grandes, rurales y urbanas, del planeta. Científicos y ciudadanos,
necesitamos dar forma a una nueva Ilustración, a una nueva razón y a una
nueva idea de progreso que no excluya a ningún ser humano de sus beneficios,
que proteja a la naturaleza, que promueva la convivencia pacífica, que tenga
como su base territorial todo el globo, si no es que el universo, y que abarque a
todos los sectores de la actividad humana.
Los historiadores no somos, no podríamos ser ajenos a esta
responsabilidad colectiva de promover el avance de la actividad científica
teniendo como referente el presente y el futuro de individuos y comunidades,
las necesidades y angustias de los hombres y mujeres de hoy y también de los
de mañana. Si el presente y el futuro han sido referentes en la generación de
conocimientos, en unas ciencias más que en otras, aunque no siempre se ha
reconocido así explícitamente, hoy tenemos que hacer un reconocimiento
abierto, franco, del ingrediente temporal en las pesquisas científicas. En la
relación pasado, presente y futuro de individuos y sociedades y del medio
natural que los sustenta, los historiadores tenemos mucho qué decir, mucho
qué investigar, mucho qué proponer y mucho por qué mostrar nuestro civismo
como ciudadanos de un mundo globalizado.
El continuum pasado, presente y futuro ha sido una preocupación
permanente, pero todavía escamoteada recientemente, en la historiografía.
Arrinconado por siglos, Historia a Debate (HaD) intenta sacarlo de la
oscuridad y traerlo a la luz. Desde la historiografía griega hasta la mexicana de
principios del siglo XIX se reconocía la relación del conocimiento histórico con
el futuro. La historiografía derivada de la Ilustración reconocía que la
humanidad marchaba hacia el progreso permanente: del atraso al progreso, de
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la tradición a la modernidad, de la ignorancia a la ilustración. Montados en esa
idea, los historiadores del siglo XX, especialmente los de orientación marxista,
animados por el materialismo histórico, veían un futuro socialista como
producto de las ideas caras a Marx: la lucha de clases como motor de la
historia y la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones de producción, tal como lo formulara en su Introducción a la crítica
de la economía política.
La escuela de los Annales representada por Bloch, Febvre, Braudel y
Vilar, entre otros, tampoco era ajena a un futuro iluminado por la idea de
progreso. El deterioro de la idea de progreso desde finales del siglo XIX y
durante todo el siglo XX, los avances científicos y la crisis del paradigma
historiográfico del siglo XX, están generando un debate sobre un nuevo
paradigma historiográfico que haga consciente, en la metodología y en la teoría
el continuum pasado, presente y futuro, que integre a la subjetividad,
eliminando determinismos y abriendo paso a la contingencia, y que produzca
una historiografía sensible a la otredad y al medio natural y, desde luego, a la
globalidad.2
Carlos Pereyra, en el ensayo homónimo de la obra colectiva Historia
¿para qué?, de 1980, nos recordó que Tucídides en su Guerra del Peloponeso
advertía a sus lectores que: “Aquellos que quisieran saber sobre la verdad de
las cosas pasadas y por ellas juzgar y saber otras tales y semejantes que podrán
suceder en adelante, hallarán útil y provechosa mi historia”. Encontramos aquí
legitimidad epistemológica, utilidad social, y, sorprendentemente, el elemento
de probabilidad, de contingencia, frente a un futuro que todavía no era y que
podía ser múltiple y de allí la referencia a cosas “que podrán suceder en
adelante”.3 En el camino desde la Grecia antigua hasta el presente, se perdieron
dos cosas en la historiografía: incluir la reflexión sobre el futuro y reconocer la
contingencia de ese futuro, en forma abierta.
La historiografía de la primera mitad del siglo XIX mexicano, al iniciar
nuestro país su vida independiente, exhibe nítidamente la preocupación de los
políticos e intelectuales mexicanos de la época por buscar en el pasado
respuestas a las inquietudes del presente y elementos para la planificación del
futuro inmediato. Luis Villoro recoge esa preocupación y la resume
––––––––––––––
2
El Manifiesto de Historia a Debate se reproduce en Micheline Cariño, “La frontera del
debate de la historia, en los albores del nuevo milenio”, Clío, Nueva época, Núm. 27, mayoagosto 2002, 175-199. Desde luego, el lector interesado también lo puede localizar en www.hdebate.com.
3
“Historia, ¿para qué?”, en Carlos Pereyra (comp.), Historia, ¿para qué?, 6ª.ed., México,
siglo XXI editores, 1985, p. 12.
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magistralmente: “Las historias que escriben Bustamante, Zavala, Alamán están
regidas por la misma idea: urge rastrear en el pasado inmediato las condiciones
que expliquen por qué la nación ha llegado a la situación postrada en que se
encuentra; al mismo tiempo que contestan preguntas planteadas por su
situación, justifican programas que orientan la acción futura”.4 Así, la
indagación histórica responde a preguntas del presente y contribuye a la
formulación de los planes para construir la naciente nación mexicana. Aunque
los resultados no favorecieron una rápida consolidación del estado-nación, de
la preocupación de los historiadores liberales y conservadores de la república
temprana, rescatamos, con Luis Villoro, la referencia al presente y al futuro de
México.
Dando un salto en el tiempo, llegamos a las historiografías de mediados
del siglo XX y a las reflexiones a que dieron lugar. Esta parte ha sido
ampliamente tratada por Carlos Barros, enfatizando la insistencia de los
animadores de los primeros y segundos Annales y de la historiográfica
marxista anglosajona en la relación pasado-presente.5 Bloch, Febvre, Braudel
y Vilar representantes de la historiografía francesa, y E. Carr y E. Hobsbawm,
de la inglesa, ocasionalmente involucran en sus reflexiones el futuro,
particularmente Febvre, Braudel y Hobsbawm. Este último, desde sus
reflexiones alrededor del año 1980, no dejará de insistir en la problemática
alrededor de la predicción en la historia.
Corresponde a M. Bloch iniciar la reflexión sistemática sobre la relación
pasado-presente en los años postreros de su vida. En su Introducción a la
historia muestra los peligros de querer conocer el presente por el presente
mismo o por el pasado más inmediato. A pesar de lo vertiginoso de los
cambios recientes, el pasado y el presente mantienen una estrecha relación
explicativa de tal manera que no puede comprenderse y conocerse uno
ignorando el otro término del binomio temporal. Los títulos de los últimos
apartados del primer capítulo de la obra sintetizan la preocupación del autor y
su posición: “comprender el presente por el pasado” y “comprender el pasado
por el presente”.
En este texto Bloch muestra su preocupación por la vida, por la acción en
el presente, y las respuestas a las interrogantes de los vivos las encuentra en los
muertos y en los procesos que nos traen a la contemporaneidad y a la
actualidad. En este punto su formulación es de carácter negativo: “la
––––––––––––––
4
Luis Villoro, “El sentido de la historia”, en Pereyra, Historia…, p. 41.
Para las reflexiones de Carlos Barros, véase la ventana Nuevo Paradigma en
www.cbarros.com.
5
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ignorancia del pasado no se limita a impedir el conocimiento del presente, sino
que compromete en el presente, la misma acción”.6 Rememorando las
vivencias al lado de su colega Henry Pirenne, Bloch insistirá un poco más
adelante en la integración de la vida y la muerte al definir a la historia: “no hay,
pues, más que una ciencia de los hombre en el tiempo y esa ciencia tiene
necesidad de unir el estudio de los muertos con el de los vivos”.7 En estos
pasajes en los que también propone la colaboración, el trabajo colectivo, en la
investigación histórica, Bloch no sólo alude a los muertos y a los vivos, a la
relación pasado presente. Al hacer mención a la acción en el presente hace una
referencia explícita al impacto en el futuro del conocimiento histórico.
De 1946 a 1952, L. Febvre tuvo oportunidad de reflexionar sobre la
historia y el continuum del pasado al futuro. Al anunciar la continuación de los
Annales en 1946, Febvre afirmaba que “[l]a historia responde a las preguntas
que el hombre de hoy se plantea necesariamente”.8 Y tres años más tarde, al
comentar en Río de Janeiro el libro de Bloch, Introducción a la historia,
producía su formulación clásica: “comprender el presente por el pasado y
también y principalmente el pasado por el presente”. Formulación que unos
párrafos adelante sintetizó así: “[conocer el] presente por el pasado como [el]
pasado por el presente”. En esa misma ocasión, ya para terminar sus
reflexiones cariocas, sintetiza su pensamiento en los siguientes términos: “es en
función de sus necesidades presentes como la historia recolecta
sistemáticamente...Es en función de la vida como la historia interroga a la
muerte”.9
En la presentación aludida de los nuevos Annales y en el prólogo a sus
Combates por la historia destacan las referencias de Fevbre al presente y al
futuro. En el primer caso, define al historiador como aquel investigador que “se
lanza completamente a la vida con la sensación de que sumergiéndose en ella,
penetrándose en ella de humanidad presente, despliega su fuerza de
investigación, su potencia de resurrección del pasado”. Al introducir sus
Combates se aprecia un ambiente de futuro al hablar del horizonte y de
humanidad nueva, así como de una nueva ciencia histórica en gestación de la
que espera haber sabido adivinar y abrazar sus directrices por adelantado.10
––––––––––––––
6
Marc Bloch, Introducción a la historia, 12ª. reimpresión, México, Fondo de cultura
Económica, 1984, p. 35.
7
Ibid., 40.
8
L. Febvre, “De cara al viento. Manifiesto de los nuevos Annales”, en Combates por la
historia, 1ª. reimpresión de la 5ª. edición, México, Ariel, 1983, p. 70.
9
“Hacia otra historia”, en Febvre, Combates por la historia, pp. 229, 231, 245.
10
Ibid., pp. 10-11, 71.
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Esa alusión al futuro es aún más contundente al reflexionar y
problematizar sobre la marcha de las civilizaciones: en un texto donde la idea
del cambio, el valor de la solidaridad y la liberación del temor están presentes,
el historiador tiene ante sí el problema de “saber qué civilización se establecerá
mañana en este nuevo mundo que ya se está elaborando en el fondo del
crisol”.11 Más adelante usará el plural para referirse a las civilizaciones en
ciernes en el mundo de la segunda posguerra. Así, junto a la relación dialógica
pasado-presente, el fundador de Annales alude al futuro de la humanidad, de la
historia y de la historiografía.
La preocupación de los historiadores de los primeros y segundos Annales
por el presente y el futuro se expresa también en F. Braudel. En una reflexión
de finales de la década de los cincuenta, publicado en la Enciclopedia francesa
como “El porvenir del mundo (Historia, evolución, prospectiva)”, Braudel se
pregunta de inicio “¿puede la historia de la civilización tal como se ha
desarrollado desde el siglo XVIII...aportar claridad al conocimiento del tiempo
presente y por lo tanto, forzosamente del porvenir, pues el tiempo presente sólo
se entiende ligado al tiempo de mañana?” A pesar de que la respuesta
afirmativa esta implícita en la pregunta, el autor del estudio sobre el mundo
mediterráneo en la segunda mitad del siglo XVI, quiere ser más claro aún.
Primero define la historia como “conocimiento del pasado y del presente, de lo
que ha ‘acontecido’ y del ‘porvenir’, distinción en cada ‘tiempo’ histórico, sea
de ayer o de hoy entre lo que dura, se ha perpetuado, se perpetuará
vigorosamente, y lo que es provisional, incluso efímero.” Luego habiendo
expresado una relación forzosa entre presente y futuro y definido el porvenir
como campo de la historia, concluye que es a toda la Historia a la que hay que
movilizar para la inteligencia del presente. Más adelante, luego de clamar
porque la tecnología se ponga al servicio de la libertad y de la fraternidad, de
un humanismo moderno, se pronuncia “porque las puertas del presente, gracias
a la esperanza, se abran al porvenir”.12 La tríada de historiadores franceses
representativos de los Annales coinciden en la relación del conocimiento del
pasado con el hoy y con el mañana de las sociedades.
Muy cercanas a estas ideas francesas nacidas del estremecimiento de
conciencias de la guerra y la posguerra en la mitad del siglo XX, son las del
historiador económico polaco Witold Kula. Sin negar su ascendencia marxista,
pero intentando ofrecer ideas frescas a la actividad historiográfica, el
––––––––––––––
11
Ibid., p. 62.
F. Braudel, “La historia de las civilizaciones. El pasado explica el presente”, en Escritos
sobre historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp. 215-64.
12
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académico polaco muestra también su preocupación por el presente y el futuro.
Kula invita a que la ciencia histórica no sea indiferente a las preocupaciones
acuciantes de la sociedad de hoy, ni a los retos de mañana. Al compartir con
sus lectores las vicisitudes de la resistencia a la invasión alemana recuerda que
“día y noche pensábamos en el futuro, cómo debía ser, cómo sería y cómo nos
juzgaría. Veíamos el presente constituido al mismo tiempo por la historia
pasada y las proyecciones hacia la historia futura”.13 La correspondencia
ficticia entre Lucio y Claudio, supuestos romanos que habían vivido entre los
siglos V y VI de nuestro era también es una oportunidad para reflexionar sobre
la hechura de la historia y el futuro, simbolizado por la esperanza. Lucio dice a
Claudio: “no existe diferencia fundamental entre nosotros en cuanto a constatar
los hechos, ni tampoco en como caracterizarlos; solo diferimos en la manera de
interpretar esos hechos y en la esperanza que relacionamos con sus efectos”.14
Dicho de otra manera el conocimiento histórico nutre la toma de decisiones
hoy y se tiene la esperanza de que tenga ciertos frutos en el porvenir.
Del otro lado del canal de la mancha, E. Carr reflexionaba también sobre
el pasado y el presente. Él consideraba crucial la relación bidireccional entre
estos dos momentos del devenir: “la función del historiador no es ni amar el
pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para
la comprensión del presente”,15 a la vez que se convertía en abanderado, a
principios de la década de los sesenta, de una historia social. Va a corresponder
a E. Hobsbawm profundizar estas reflexiones y a él nos referiremos un poco
más adelante, pero antes de hacerlo, veamos los conceptos de algunos
historiadores y académicos mexicanos sobre la materia que nos ocupa.
A finales de la década de los setenta, a invitación del Archivo General de
la Nación, historiadores y escritores se reunieron en México para reflexionar en
voz alta acerca del “por qué y el para qué se rescata, se ordena y se busca
explicar el pasado”.16 Todos los convocados, me atrevo a decir, coincidieron
en que la investigación histórica contribuye al avance del conocimiento
histórico a la vez que atiende una necesidad social. Al reflexionar sobre la
historia estaban presentes los binomios ciencia-ideología, legitimidad-utilidad
y funcion teórica-funcion social, entre otros. También estaban presentes las
referencias obligadas a la tríada pasado, presente y futuro.
––––––––––––––
13
Eitold Kula, Reflexiones sobre la historia, México, Ediciones de Cultura Popular, 1984,
pp. 17-19.
14
Ibid., p. 154.
15
Pereyra, Historia…, p. 16.
16
Ibid., p. 7.
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En esa ocasión Carlos Pereyra nos recordó la relación pasado-presente a
través de E.H. Carr y de L. Fevbre, el continuum del pasado al futuro a través
de Tucídides. De Febvre citó que es responsabilidad del historiador reconstruir
“las tendencias que preparan el tiempo presente, que permitan comprenderlo y
que ayudan a vivirlo”.17 Acicateado por el caos y la confusión de principio de
la década de los ochenta, el investigador agregaba que hasta ese entonces “la
elaboración de una imagen del pasado [estaba] demasiado configurado por los
intereses dominantes en la sociedad” y que de lo que se trataba era de recuperar
el movimiento global de la sociedad incorporando la perspectiva ideológica de
los de abajo, de los sectores vulnerables de la sociedad.18 Luego de hacer una
referencia a que no hay ingenuidad ideológica, que la subjetividad es un
componente obligado en la indagación histórica, el investigador concluía que
los historiadores tenemos que “vigilar que la preocupación por la utilidad
(político/ideológico) del discurso histórico no resulte en detrimento de su
legitimidad teórica”.19
Otros investigadores se apoyaron en la historiografía mexicana del siglo
XIX y en el pensamiento francés de la Enciclopedia y de la Ilustración para
sostener sus planteamientos del compromiso de los historiadores con su tiempo
y la manera en que se articulan pasado, presente y futuro. Luis Villoro apeló a
la historiografía mexicana para señalar cómo la historia alimenta la acción y
mantiene vivos los anhelos libertarios y luego afirmó que “[l]a historia al
explicar su origen, permite al individuo comprender los lazos que lo unen a su
comunidad. Esta comprensión puede dar lugar a actitudes diferentes”.20 Luis
González, apoyándose en Voltaire y Diderot, conceptualizaba a la historia
científica como aquella que “asume el papel de explicar el presente y predecir
las posibilidades del suceder real”.21 Los trabajos reunidos en esta pequeña
gran obra, Historia ¿para qué?, muestran la coincidencia de los historiadores y
otros intelectuales mexicanos con los mejores representantes de las escuelas
historiagráficas constitutivas del paradigma común del siglo XX. Regresemos
ahora a E. Hobsbawm.
Muy cercano, al igual que los Annalistas citados, a las propuestas
metodológicas, historiográficas y teóricas de quienes hemos signado el
Manifiesto de HaD, se encuentra E. J. Hobsbawm. En sus elaboraciones de las
––––––––––––––
17
Ibid., pp. 12, 16, 21.
Iiíd., p. 24.
19
Ibid., p. 31.
20
Ibid., p. 43.
21
“De la múltiple utilización de la historia”, en Ibid., p. 56.
18
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últimos tres décadas, el historiador inglés dedica espacio a desarrollar sus ideas
sobre el compromiso social de los historiadores y la manera en que estos
impactan o podrían impactar el continuum del pasado al futuro. Al desarrollar
sus ideas, Hobsbawm problematiza la manera en que la experiencia de vida del
historiador impacta la hechura y la interpretación de la historia contemporánea
y de la historia inmediata. También problematiza la predicción en historia.
Sin duda la preocupación de Hobsbawm por atender las necesidades
sociales del presente, a través del conocimiento histórico y la movilización, le
vienen de su formación y militancia marxista, pero otra fuente parece ser la
academia inglesa. Del profesor David Glass recuerda sus enseñanzas en la
London School of Economics, donde señalaba la necesidad de comprender a la
sociedad para hacerla mejor. El profesor aspiraba a que uno de los frutos de esa
sociedad mejorada fuera que los hijos de la clase obrera pudieran crecer sin
apuros económicos y sociales. D. Glass, a quien Hobsbawm recordó al iniciar
la década de los ochentas, profesaba que los estudios de las ciencias sociales
debían hacerse en y para la sociedad, no sólo acerca de la sociedad.22
Habiendo nacido en 1917, conocido los horrores del nazismo, del
estalinismo y de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, seguido de cerca el
desarrollo capitalista, la construcción del socialismo real y las carreras
armamentista y espacial en los días de la guerra fría, y atestiguado la
desintegración del campo socialista y de la URSS, entre otros muchos
acontecimientos y procesos de la era de los extremos, Hobsbawm estaba en
inmejorables condiciones para sistematizar y sintetizar la historia del corto
siglo XX. Y así lo hizo.23 La escritura de esta historia le permitió probar que la
larga vida de un investigador le posibilita registrar más cambios y tener más
conciencia de ellos, que las apreciaciones propias sobre el pasado cambian con
el curso de la historia y que las creencias de la época se levantan como
obstáculos para la investigación histórica y para la divulgación de sus
resultados. Las ideas sobre la solidez de la economía soviética de los cincuenta
varió después de los acontecimientos 1989-1991; la pugna capitalismosocialismo hace ver como una anomalía la alianza contra Hitler en la segunda
guerra mundial; el repudio generalizado del nazismo hace ver a cualquier
estudio que explique el fenómeno como una concesión a los perpetradores del
holocausto.
––––––––––––––
22
E. Hobsbawm, “Looking forward: history and the future”, en, On history, Nueva York,
The New Press, 1997, pp. 37-55.
23
Véase su The age of extremes. A history of the world, 1914-1991, Nueva York, Vintage
books, 1994. Hay edición en español.
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Para Hobsbawm, al historiador nada humano le es ajeno en el continuum
pasado, presente y futuro. La previsión y la predicción forman parte del
ejercicio académico del historiador, quien está en mejores condiciones
intelectuales que nadie para hacerlo. A principios de la década de 1980
afirmaba que “toda predicción sobre el mundo real se apoya en gran medida en
alguna suerte de inferencia sobre el futuro a partir de lo que ha acontecido en el
pasado, esto es de la historia”.24
Alentando la labor de predicción, Hobsbawm apela por un espacio en la
sociedad para los historiadores que se atrevan a esta práctica deseable, como lo
tienen los que predicen el tiempo. Él no quiere que se discuta la legitimidad o
no de la predicción en historia, sino qué tanta predicción, de qué tipo y cómo
puede mejorarse.25 En este texto señala que es más fácil predecir qué pasará,
que cuándo sucederá. Cuatro años más tarde adoptará una postura más
conservadora, sin dejar de reconocer las ventajas del conocimiento histórico
para la predicción: “el propósito de trazar la evolución histórica de la
humanidad no es prever qué pasará en el futuro aunque el conocimiento y la
comprensión histórica son esenciales para cualquiera que desee basar sus
acciones y planes en algo mejor que la clarividencia, la astrología o el puro
voluntarismo”.26
Así llegamos a las ideas de los animadores del diseño y construcción de
un nuevo paradigma historiográfico encabezado por Carlos Barros. Barros y
un colectivo internacional de historiadores unidos por redes electrónicas
edifican el nuevo paradigma retomando lo mejor de las escuelas
historiográficas del siglo XX y rompiendo con aquellos aspectos que frenan el
avance de la ciencia histórica y su mejor contribución a la solución de las
necesidades de la sociedad. Se trata de la convergencia de la investigación
histórica y la reflexión metodológica, historiográfica y teórica, con las
preocupaciones sociales del presente y el futuro. Se trata de atender las
necesidades actuales de explicación e interpretación de los problemas del
presente, estudiando los procesos históricos que los originaron, y de contribuir
a la planificación de las acciones que aseguren una mejor convivencia entre los
seres humanos y entre estos y la naturaleza, tanto hoy como mañana.
En nuestras escuelas, facultades y centros de investigación dedicados a la
historia tenemos que precisar líneas de investigación que inicien o continúen el
estudio de temas que preocupan, tales como el federalismo, la cultura política,
––––––––––––––
24
Hobsbawn, On history, p. 37.
Ibid., p. 39.
26
Ibid., p. 30.
25
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la cuestión indígena, las relaciones con Estados Unidos, los flujos migratorios,
la frontera, los derechos humanos, los derechos de la mujer, la ecología y el
desarrollo. La globalización, la impunidad, la corrupción y el caudillismo
serían otros tantos de los temas de interés. Al estudiar estos temas, (para el caso
de México, en cualquier lugar y en cualquier segmento del pasado al presente,
sumando e integrando los estudios parciales, desde los mercados
precolombinos al TLCAN, del poder incontestado del imperio Azteca a la
reciente alternancia en el poder, de la arbitrariedad y el abuso del poder a la
creación de las comisiones de derechos humanos, de la matemática maya a los
esfuerzos en ciencia y tecnología de las instituciones mexicanas de educación
superior apoyadas por CONACYT), seguramente surgirán explicaciones a los
problemas actuales y estas explicaciones nos estarán indicando posibles
soluciones para edificar una sociedad que eleve la calidad de la democracia
política y de la relación entre el gobierno federal y los estados que respete la
cultura y las formas organizativas de las comunidades indígenas y les facilite el
mejor aprovechamiento de sus recursos naturales, mantenga una relación con
los vecinos del norte de respeto a la soberanía nacional y de trato justo a los
inmigrantes mexicanos; por último, una sociedad que respete a la dignidad de
hombres y mujeres, jóvenes y viejos y promueva un desarrollo sustentable sin
perjuicio de los recursos naturales y el medio ambiente.
Ser parte de una idea simple, que esperamos no se pruebe equivocada: el
investigador del presente al interrogar al pasado intenta llenar una laguna del
conocimiento a la vez que busca solucionar un asunto actual para el que tiene
una respuesta en la hipótesis de trabajo. En la pregunta va el embrión de la
respuesta y en ella la acción que hay que tomar para mejorar algún aspecto del
desarrollo regional, nacional o global de la economía en alguna de sus ramas,
de la preservación de la biodiversidad y un ambiente limpio, del poder y la
democracia, del desarrollo científico-tecnológico, de la tolerancia a la
diferencia y el respeto a la diversidad. Al conocer las mentalidades y la cultura
popular de comunidades locales o sociedades regionales o nacionales en el
pasado más o menos reciente, y al integrar estos conocimientos con aquellos
propios de la historia económica y la historia política, a través de la discusión
colectiva y el consenso, es posible prever qué tipo de desarrollo sustentable
podría emprenderse con mayores posibilidades de éxito.
Así, los historiadores tenemos un compromiso doble: con la investigación
histórica y con la sociedad que espera, además del rigor académico, la
pertinencia y la relevancia de nuestra labor. El compromiso con la ciencia
histórica implica ir más allá del minucioso trabajo con las fuentes y asumir la
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responsabilidad de la reflexión teórica sobre la naturaleza y los alcances de
nuestra disciplina. Implica un rigor en el oficio de historiar utilizando el arsenal
de la historia normal en el sentido kuhniano y una preocupación permanente en
la elaboración consensuada de nuevos instrumentales teóricos y prácticos, en la
hechura de una historia de frontera que eleve su impacto social y la prestigie
ante la ciudadanía, las autoridades educativas y los sectores privado y público
de la sociedad. Ese doble compromiso con la ciencia y con la sociedad se
cumple mejor si en las líneas de investigación y en los proyectos específicos se
explicita que nuestras investigaciones tienen como objetos de estudio,
temáticas a las que se les problematiza buscando explicaciones y, por ende,
soluciones a los problemas del presente. Debe hacerse explícito, además, que a
pesar de la indeterminación del futuro, la aplicación de soluciones informadas
por la investigación histórica reduce el abanico de futuros posibles, siendo uno
de ellos el deseable, ya sea en el terreno económico, político o cultural, ya sea
específicamente en el terreno del desarrollo sustentable, de la democracia
política, del respeto a la dignidad del ser humano, del respeto a la naturaleza,
de la tolerancia y respeto a la pluralidad y la diversidad culturales, entre y al
interior de las naciones, de los espacios regionales y de las localidades.
Se trata ahora de un compromiso de naturaleza distinta al que se mantuvo
en el pasado reciente –en el caso de México, de finales de la década de los
sesentas a principios de la de los ochenta–, signado generalmente por el
dogmatismo y la intolerancia. El nuevo compromiso de los historiadores es
con la ciencia histórica y con la sociedad, con la tolerancia como premisa,
buscando el consenso en el debate académico y la solución negociada en el
conflicto social.
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