Documento descargado de http://www.elsevier.es el 01/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. CARTAS AL EDITOR 50.097 Limitaciones y subterfugios de la medicina basada en la evidencia Sr. Editor: Todavía está por hacer, en lo que sé, una crítica holista y sistemática de la medicina basada en la evidencia (MBE). Tal crítica debería tener en cuenta no sólo aspectos parciales y matizables, sino que aspiraría a ser capaz de refutar completamente sus principios, objetivos y prácticas. A pesar de que tal tarea aparezca como un imposible, no la considero tan difícil, puesto que: a) sus principios valiosos (el sentido común, la experiencia clínica, la valoración crítica, la propia «evidencia») no son ni patrimonio ni creación de la MBE, sino conceptos clásicos a menudo sustraídos, apropiados y aplazados; b) sus planteamientos más novedosos (la sistematización, la ordenación de la evidencia) tienen grandes problemas metodológicos; c) de sus pretensiones y objetivos explícitos (ser el neoparadigma de la medicina) sus propios creadores se retractaron a toda prisa, y d) su práctica (una espectacular remezcla de holding financiero y de voluntariado militante) con frecuencia crea fuentes de efervescente agua gaseosa. No voy aquí a intentar desarrollar la crítica total que habría de hacerse, pero sí a realizar algún comentario acerca del reciente artículo de Peiró en el monográfico 2002 de MEDICINA CLÍNICA sobre MBE1, en el que se propone «identificar y sistematizar las críticas a la MBE [y] establecer un marco para su clasificación», y de paso, como el artículo formalmente es una revisión-MBE, llamar la atención sobre algo que, siendo obvio, en la práctica se olvida, y es que una revisión-MBE no tiene garantizada per se su validez (ser verdadera) ni su objetividad (ser imparcial o neutra). Dos características básicas de una revisiónMBE son: a) explicitud de fuentes y metodología, y b) asepsia hermenéutica, una «valoración crítica» de aspecto independiente. Sin embargo, por un lado, la explicitud de fuentes y metodología no asegura la exhaustividad ni la adecuada selección de artículos. Por ejemplo, en este caso no se hace referencia a artículos importantes2-4, e incluso se pasa por alto la interesante aportación de Gol-Freixa y Del Llano5, que contiene una buena tabla con limitaciones de la MBE y ha tenido que ser vista a la fuerza, pues va justo detrás del artículo de Rozman (sí citado) del monográfico de MEDICINA CLÍNICA de 1999 sobre la MBE. Por otro lado, el hecho de que en una revisión se dé cuenta de muchos y variados artículos no implica que se recoja objetivamente la información de los artículos seleccionados y tampoco que se sea acertado en juicios y valoraciones. Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, los penetrantes argumentos contra la MBE del gran Feinstein y de Horwitz6 se despachan en un par de líneas. Y en pleno apartado de resultados, el territorio de la neutralidad, se emiten sutiles (y no sutiles) juicios como los que siguen: «e incluso los editores de una revista han creído necesario dedicar cinco números monográficos [en 5 años, anotación mía] a tratar –no sin cierta acritud– los problemas y limitaciones de la MBE», como si no existieran cien veces más monográficos que alaban sus virtudes; «… usualmente acompañadas del subterfugio de recurrir a una buena parte del imaginario eclesiástico para referirse a “prédicas”, “dogmas” y “obispos” de la MBE», y sigue: «otros autores más prácticos han hecho hincapié en los problemas […] que no favorecen el desarrollo de la MBE»; por fin, en «Material y métodos», afirma: «en […] los trabajos hallados […] existía una notoria repetición de argumentos y citas cruzadas», como si Sackett no se dedicara a autoplagiarse en libros, conferencias y artículos, incumpliendo incluso las normas deontológicas mínimas de publicación (p.ej., Sackett y Rosenberg7,8 incluyen copias literales de un editorial9 sin advertencia previa y con leves cambios en título, subtítulos, resumen y colocación de algunas frases para su inútil camuflaje). Las conclusiones finales de esta revisión de Peiró sobre las limitaciones de la MBE son casi equivalentes, pues, a las tesis mantenidas por los propios evidenciólogos, que acostumbran incluir un apartado sobre «limitaciones» que, además de formar parte de su buena imagen (la autocrítica), tiene la inquietante misión de reivindicar explícitamente, bajo ese epígrafe, una mayor penetración de sus postulados; de hecho utilizan el término «limitaciones o desventajas de la MBE» para referirse a las dificultades para su expansión, bien sea a causa de los costes de infraestructura, de los esfuerzos necesarios para su aprendizaje, de los prejuicios por vencer en los médicos, de los problemas técnicos de las bases de datos o por razones similares (cf., por poner un ejemplo, Rosenberg y Donald10). De modo que la única forma de que disponemos para valorar la calidad de una revisiónMBE es volviéndola a hacer o fiándonos de los autores, de su crédito y de su rigor expositivo. O sea, exactamente como toda la vida. Con la salvedad de que la etiqueta MBE otorga automáticamente, en el imaginario actual, el presumible valor añadido de una supuesta pureza metodológica y de una actitud de sincera y desinteresada «valoración crítica». Es éste sólo uno de los subterfugios de la MBE. Félix Miguel García Coordinador de la Unidad Docente de Medicina de Familia y Comunitaria Valladolid Oeste. Gerencia de Atención Primaria. Valladolid. España. 1. Peiró S. Limitaciones y autolimitaciones de la medicina basada en la evidencia para la práctica clínica y la atención sanitaria. Med Clin (Barc) 2002;118(Suppl 3):49-56. 2. Hodgkin P. Medicine, postmodernism, and the end of certainty. Br Med J 1996;313:1568-9. 3. Jacobson LB, Edwards AG, Granier SK, Butler CC. Evidence-based medicine and general practice. Br J Gen Pract 1997;47:449-52. 4. Hope T. Evidence based medicine and ethics. J Med Ethics 1996;22:55-6. 5. Gol-Freixa, Del Llano JE. El fenómeno de la «medicina basada en la evidencia». Med Clin (Barc) 1999;112(Suppl 1):3-8. 6. Feinstein AR, Horwitz RI. Problems in de «evidence» of «evidence-based medicine». Am J Med 1997;103:529-35. 7. Sackett DL, Rosenberg WM. On the need for evidence-based medicine. J Public Health Med 1995;17:330-4. 8. Sackett DL, Rosenberg WM. The need for evidence-based medicine. J R Soc Med 1995;88: 620-4. 9. Sackett DL, Rosenberg WM. On the need for evidence-based medicine. Health Econ 1995;88: 620-4. 10. Rosenberg W, Donald A. Evidence based medicine: an aproach to clinical problem-solving. BMJ 1995;310:1122-6. 51.115 Sr. Editor: La lectura de la carta de Miguel García que comenta mi artículo sobre limitaciones de la medicina basada en la evidencia (MBE)1 me produce sensaciones contrapuestas. Supongo que a dicho autor le pasa, en parte, como a mí: está entre hastiado y aburrido de –al menos una parte– del discurso de la MBE, un tanto irritado por la arrogancia con que a veces se afirma qué cosas deberían hacerse y qué cosas no, por el traje de autoridad científica con que también a veces, se arropan los dogmas. En parte diferimos. Él visualiza la MBE como un conjunto unitario de creencias y apuesta por asestarle el golpe definitivo: «la crítica total que habría de hacerse»; yo visualizo la MBE de una forma no monolítica, en la que «conviven el reduccionismo y actitudes dogmáticas con otras actitudes y comportamientos en nada esquemáticos»1, y apuesto por incorporar algunos de sus aspectos a la «medicina sin apellidos»1. También creo que las bondades y limitaciones de la MBE son, al menos por ahora, un tema opinable, y que las opiniones expresadas en la carta de Miguel García son tan buenas como las de muchos otros. Señalo explícitamente que la frase anterior debe entenderse como una discrepancia con quienes desde el fundamentalismo de la MBE (muy frecuente hoy por hoy) o anti-MBE (casi una rareza) actúan excluyendo al contrario; más que al contrario: al enemigo. Aunque reconozco que algunos aspectos de este debate tienen interés, también creo que resultan frustrantes cuando se alcanzan tonalidades descalificadoras. Así pues, he preferido limitarme a realizar unas pocas aclaraciones en relación con algunas referencias a mi artículo que considero incorrectas. En primer lugar, un posicionamiento ex ante. Del tono y contenido de la carta podría deducirse que personalmente me identifico con la «espectacular remezcla de holding financiero y de voluntariado militante» que se agrupa bajo la etiqueta MBE, y que el objeto del artículo era hacer desaparecer las «evidencias» contrarias a este movimiento bajo «fuentes de efervescente agua gaseosa». Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que tengo un gran distanciamiento de los planteamientos de la MBE. Precisamente por ello en la redacción del artículo intenté ser neutral (que no es lo mismo que «aséptico»). Todos los comentarios que había recibido hasta ahora, incluyendo los de los evaluadores de MEDICINA CLÍNICA, señalaban un descompensado peso de las críticas a la MBE en el trabajo. Esta carta cae en el otro lado de la balanza y, hasta cierto punto, ayuda a encontrar el punto de equilibrio que buscaba. Un aspecto, en mi opinión, positivo. En segundo lugar, mi artículo no es –ni formal ni informalmente– una «revisión-MBE», como se dice en la carta. Contiene una «búsqueda sistemática de la bibliografía sobre limitaciones de la MBE»1, pero se empleó expresamente el término «búsqueda», no el de «revisión», para evitar confusiones entre ambos. La revisión sistemática de la bibliografía requiere una pregunta definida que se intenta responder a la luz del conocimiento empírico preexistente. En este caso, el objetivo era «identificar y sistematizar las críticas a la MBE [...] y establecer un marco para su clasificación»1, pero no establecer o refutar la certeza de tales críticas. De hecho, la mayor parte de trabajos hallados son Med Clin (Barc) 2003;120(5):197-9 197 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 01/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. CARTAS AL EDITOR editoriales, cartas y artículos especiales que expresan opiniones, pero sólo muy raramente trabajos empíricos que pudieran apoyar o rebatir las bondades de la MBE. En tercer lugar, la búsqueda bibliográfica, realizada como se describe en el «Material y método», encontró lo que se cita: 199 referencias, que no ocultan –más bien al contrario– los trabajos críticos con la MBE. Medline y las otras fuentes consultadas no están pensadas –y es razonable– para realizar la búsqueda que necesitaba. Demasiadas referencias a la MBE sin descriptores para seleccionar trabajos críticos. Además, la mayor parte de los trabajos que se buscaban –editoriales, cartas, artículos especiales y de opinión– no incorporan resúmenes, y las búsquedas en texto libre acaban por buscar sólo en los títulos. Los resultados estaban condenados de antemano a no ser «exhaustivos» (que no es lo mismo que no «adecuados»). Desde que envié el manuscrito he encontrado varios trabajos –bastantes más de cuatro– que podrían haberse incluido. Añadiré que ninguno –incluyendo las cuatro ausencias comentadas en la carta de Miguel García– cambiaría sustancialmente el trabajo publicado. Entre los trabajos no citados vale la pena destacar el artículo de Gol-Freixa y Del Llano2. Coincido con Miguel García en que se trata de una aportación de gran interés y de las primeras en español que abordan el tema de las limitaciones de la MBE. Como expliqué personalmente a uno de sus autores, buenos amigos que siguen siéndolo, no se citó por puro descuido. Lo traspapelé en el galimatías de papel que manejaba. Espero que ambas cartas sirvan para resituarlo y estimular su lectura. Lo merece. Finalmente, la extracción de frases de mi artículo que se hace en uno de los párrafos de la carta de Miguel García, descontextualizadas y desordenadas, no refleja el contenido del mismo. Aunque los textos pueden interpretarse de muy diversa forma, y es admisible darles significados muy lejanos a lo que sus autores pretendían, en este caso se realiza de forma excesivamente forzada: el texto no admite la interpretación que se hace. Sería demasiado largo entrar en el detalle y los lectores pueden recurrir a la lectura del artículo. Sirva este párrafo para dejar constancia de que no soy capaz de reconocer mi trabajo en los comentarios de la carta; en mi opinión, las críticas se refieren más al artículo que a Miguel García le hubiera gustado criticar que al artículo criticado; reflejan antes lo que él ha querido leer que lo que está escrito. Hay muchos otros aspectos debatibles en la carta comentada. Desde las acusaciones de doble publicación a Sackett (donde se confunde la –inadmisible– doble publicación de artículos originales con la perfectamente admisible repetición de argumentos y textos en editoriales y artículos de opinión), hasta el valor de las revisiones sistemáticas, pasando por varios temas de interés. Posiblemente coincidiría con Miguel García en algunas cosas. Posiblemente también ésta no es la mejor forma de empezar un debate. Espero que tengamos oportunidad de reanudarlo en un tono más cordial. Salvador Peiró Escuela Valenciana de Estudios para la Salud. Valencia. España. 1. Peiró S. Limitaciones y autolimitaciones de la medicina basada en la evidencia para la práctica clínica y la atención sanitaria. Med Clin (Barc) 2002; 118 (Suppl 3):49-56. 198 Med Clin (Barc) 2003;120(5):197-9 2. Gol-Freixa J, Del Llano JE. El fenómeno de la «medicina basada en la evidencia». Med Clin (Barc) 1999; 112 (Suppl 1):3-8. 50.747 El uso frente a la norma. Más polémica con los milímetros de mercurio Sr. Editor: Presenta especial interés la carta publicada recientemente en su Revista por Sobrino et al1 sobre la correcta escritura del símbolo de la unidad de medida de la presión arterial: milímetros de mercurio. No obstante, creemos necesario precisar algún punto que permite dejar abierto el debate. La revisión de la bibliografía demuestra que no existe un criterio homogéneo que se aplique en las distintas publicaciones tanto nacionales como internacionales. Como los autores apuntan, dos aspectos dan una especial peculiaridad a esta unidad de medida. En primer lugar, el hecho de que, aunque son las unidades del Sistema Internacional (SI) las que por ley2 deben utilizarse como Sistema Legal de Unidades de Medida en España, se admite que por tradición la determinación de la presión arterial se mida en milímetros de mercurio, no en pascales (Pa) como correspondería en el SI. Probablemente sea el campo de la biomedicina el único que utilice aún esta unidad. En segundo lugar, la Real Academia no recogió la forma «milímetro de mercurio» y su símbolo (mmHg) hasta la reciente vigésima segunda edición de su Diccionario de la lengua española3. Por otra parte, la Ortografía de la lengua española4, publicada por la Real Academia en el año 1999, en su apéndice 1 «Listas de abreviaturas, siglas y símbolos» tampoco recoge dicho símbolo, y únicamente se describen de forma separada los correspondientes a milímetros (mm) y mercurio (Hg). Discrepamos, sin embargo, de Sobrino et al cuando afirman que el fundamento del uso de dos símbolos para los «milímetros de mercurio» sea debido a su uso tradicional, sin haber sido fijados por instituciones de normalización. Así, el Centro Español de Metrología, organismo autónomo dependiente del Ministerio de Fomento, creado por Real Decreto 415/1985, de 27 de marzo5, entre cuyas funciones se encuentra la «custodia y conservación de los patrones nacionales de medida», recoge en su página web (http://www.cem.es) dentro del apartado «Unidades admitidas únicamente en sectores de aplicación especializada» la unidad «milímetro de mercurio» para la magnitud «presión sanguínea y presión de otros fluidos corporales» y su símbolo «mmHg» (sin espacios y sin punto). No existe, por tanto, unanimidad con la reciente recomendación de la Real Academia. De acuerdo con estos datos, actualmente pueden considerarse correctos ambos símbolos para la unidad milímetros de mercurio (mm Hg y mmHg). Juan José Ríos Blanco, Jorge Gómez Cerezo, Inés Suárez García y Juan José Vázquez Rodríguez Servicio de Medicina Interna. Hospital Universitario La Paz. Madrid. España. 1. Sobrino E, Montañés C, Ramos R, Valverde JM. «mm Hg» en vez de «mmHg». Med Clin (Barc) 2002;119:239. 2. Real Decreto 1317/1989, de 27 de octubre, que establece las Unidades Legales de Medida. BOE de 3 de noviembre de 1989. 3. Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. 22.a ed. Madrid: Espasa Calpe SA, 2002; p. 1506. 4. Real Academia Española. Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe SA, 1999; p. 97. 5. Real Decreto 415/1985, de 27 de marzo, por el que se reestructura el Ministerio de la Presidencia. BOE de 1 de abril de 1985. 51.135 Sr. Editor: Agradecemos las puntualizaciones que efectúan Ríos Blanco et al, a nuestra carta al editor «mm Hg en vez de mmHg»1, muestra del interés que suscitan los aspectos sobre la corrección de estilo, y estaríamos de acuerdo con todo el contenido de su carta –aceptando como correctos los dos símbolos para la unidad de milímetros de mercurio (mm Hg y mmHg)– si estuviéramos en el año 2001, fecha de la publicación de la vigésima segunda edición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia de la Lengua. La lengua española está viva y la Academia, atenta a la evolución del uso, va revisando de continuo las entradas del Diccionario. Con respecto a la edición anterior, se han enmendado 55.442 entradas, se han añadido 11.425 nuevas entradas, 24.819 nuevas acepciones y 3.896 formas complejas2. «Milímetro de mercurio» y su símbolo «mm Hg» (con espacio y sin punto) es una de ellas3. El aspecto léxico, por tanto, está muy claro. Bastante más complejo es el tema metrológico. Como muy bien dicen Ríos Blanco et al, el Centro Español de Metrología recoge en su página web (http://www.cem.es) la unidad milímetro de mercurio para la magnitud de presión sanguínea y su símbolo «mmHg» (sin espacio y sin punto). Ahora bien, unas líneas más arriba, cuando describe el Sistema Internacional de Unidades (SI), aclara que estas unidades «quedaron establecidas en el Real Decreto *1317/1987, de 27 de octubre (BOE de 3 de noviembre de 1989), modificado posteriormente por el Real Decreto 1737/1997, de 20 de noviembre». Aquí empiezan los problemas; el mencionado Real Decreto 1317/1987 realmente es el 1317/1989, de 27 de octubre –hay un error tipográfico en el año– y establece «mm Hg» (con espacio y sin punto) como símbolo de la unidad milímetro de mercurio4; la modificación posterior por el Real Decreto 1737/1997, de 20 de noviembre, no incluye la unidad de milímetro de mercurio y su símbolo5. Si ha habido modificaciones legales posteriores no hemos sido capaces de encontrarlas. Creemos que la falta de un criterio homogéneo en las distintas publicaciones nacionales se debe sólo al hecho de que no sabíamos cómo escribirlo correctamente en castellano. No figuraba en el Diccionario (hasta la vigésima segunda edición de 2001). Con respecto a la Ortografía de la lengua española de la Real Academia Española6, conviene comentar que es anterior (1999) al Diccionario de la lengua española de la Real Academia de la Lengua (2001), y la lista de abreviaturas, siglas y símbolos no pretende ser exhaustiva. Todo está en constante revisión. La diabetes se definía por las cifras de glucosa superiores a 140 mg/dl, ahora 126 mg/dl; los límites de la Documento descargado de http://www.elsevier.es el 01/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. CARTAS AL EDITOR hipertensión arterial eran 160/95 mm Hg, ahora 140/90 mm Hg, etc. Por ello no sería de extrañar que en otra futura edición del Diccionario nuestros académicos se decantaran por mmHg (por los dos no debería ser, ya que nos estamos refiriendo a un símbolo de una unidad de medida, aunque todavía tenemos la excepción del litro y sus símbolos «l» y «L»); tenemos ejemplos: «kiwi», «quivi» o «kivi», las tres palabras son ahora correctas tanto si hablamos de la fruta como del ave; en la edición anterior de Diccionario, «kivi» y «kiwi» eran un ave, y para la fruta había «quivi» y «kiwi»; a pesar de que la inclusión de novedades obliga a sopesar las decisiones, evitando incluir términos o acepciones que pueden ser efímeros. Cuando el problema es de tratamiento de la diabetes, acudimos a los últimos consensos y guías sobre diabetes; si es de hipertensión, acudimos a los últimos consensos y guías sobre hipertensión; si el problema es de materia léxica, no nos queda más remedio que acudir a quien tiene reconocida autoridad en dicha materia: la Real Academia Española y su Diccionario de la lengua española. Eugenio Sobrino Sorinasa, Carlos Montañés Rustulletb, Rafael Ramos Alexiadesb y José Manuel Valverde Rubioc a Centro de Salud Arquitecte Bennàzar. bCentro de Salud Rafal Nou. Palma de Mallorca. cCentro de Salud Muntanya. Marratxí. Mallorca. España. 1. Sobrino E, Montañés C, Ramos R, Valverde JM. «mm Hg» en vez de «mmHg» Med Clin (Barc) 2002;119:239. 2. Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: Espasa Calpe S.A., 2001; preámbulo. 3. Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: Espasa Calpe S.A., 2001; p. 1506. 4. Real Decreto 1317/1989, de 27 octubre, que establece las Unidades Legales de Medida. BOE de 3 de noviembre de 1989. 5. Real Decreto 1737/1997, de 20 de noviembre, por el que se modifica el Real Decreto 1317/1989, de 27 de octubre, por el que se establecen las unidades legales de medida. BOE de 3 de diciembre de 1997. 6. Real Academia Española. Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe S.A., 1999; p. 97. 49.852 Artritis por Candida tropicalis en un paciente infectado por el virus de la inmunodeficiencia humana Sr. Editor: La artritis infecciosa es una de las manifestaciones osteoarticulares más frecuentes en enfermos con la infección por el virus de la inmunodeficencia humana (VIH). El microorganismo más frecuente es Staphylococcus aureus1. A continuación presentamos el caso de un paciente con infección por el VIH con artritis por Candida tropicalis. Se trata de un varón de 38 años de edad, ex adicto a drogas por vía parenteral, positivo para los virus de la hepatitis B y C, con infección por el VIH de 15 años de evolución, categoría C3, que presenta recuento de linfocitos CD4 inferior a 100 × 106/l desde hacía al me- nos 5 años y carga viral mayor de 1.000.000 copias/ml; tuberculosis ganglionar hacía 6 años y retinitis por citomegalovirus hacía 1 año. El último tratamiento que se le prescribió, con amprenavir, ritonavir, lamivudina y estavudina, lo suspendió por intolerancia gastrointestinal, y abandonó la profilaxis secundaria para citomegalovirus por insuficiencia renal aguda. Era portador de un catéter con reservorio cutáneo para medicación. Consultó por fiebre en otro centro donde se le retiró el catéter, en el que se aisló Staphylococcus epidermidis. Se realizó una biopsia de médula ósea que evidenció granulomas necrosantes y se inició tratamiento antituberculoso. El paciente presentó deterioro del nivel de conciencia realizándose una tomografía computarizada (TC) craneal y punción lumbar, que fueron normales. Se trasladó a nuestro centro. En el momento del ingreso estaba afebril, caquéctico, consciente pero desorientado y con ictericia cutaneomucosa. La auscultación cardiorrespiratoria fue normal, y en el abdomen se palpaba hepatosplenomegalia sin semiología de ascitis. No se palparon adenopatías. La radiografía tórax fue normal; la TC toracoabdominal evidenció esplenomegalia homogénea sin otras alteraciones; la resonancia magnética (RM) cerebral y el ecocardiograma fueron normales. Las pruebas de laboratorio objetivaron: leucocitos, 2,4 × 109/l; hemoglobina, 100 gr/l, y plaquetas 30 × 109/l. En la bioquímica destacaban GOT de 172 U/l y creatinina de 3,3 mg/dl; equilibrio venoso, pH de 7,10 y bicarbonatos de 10 mmol/l. Los hemocultivos para bacterias, micobacterias y hongos fueron negativos, así como el coprocultivo. El aspirado de médula osea no evidenció parásitos ni micobacterias. La cifra de linfocitos CD4 fue de 5 × 106/l. Se mantuvieron el tratamiento antituberculoso y la hidratación intravenosa, y el paciente presentó una mejoría inicial. Diez días después del ingreso presentó dolor y tumefacción en la rodilla derecha. Se realizó artrocentesis que dio salida a líquido inflamatorio de aspecto turbio; glucosa 100 mg/dl, proteínas 36 g/l, 13 × 109 leucocitos/l y con cultivo positivo, en dos ocasiones, para C. tropicalis. El estudio del líquido articular en el microscopio de luz polarizada no evidenció cristales. Se iniciaron lavados de la articulación y tratamiento con 400 mg/día de fluconazol intravenoso, con mejoría de los signos inflamatorios pero persistencia de C. tropicalis en los cultivos del líquido articular. Los hemocultivos y urinocultivos fueron negativos. No se consiguió aislar el hongo en otras localizaciones. Se intentó reintroducir el tratamiento antirretroviral, y el paciente presentó insuficiencia hepática con encefalopatía hepática y descompensación ascítico-edematosa. Dada la mala evolución, se decidió el traslado a su domicilio. Las manifestaciones osteoarticulares son poco frecuentes en enfermos con infección por el VIH2; la incidencia estimada oscila entre el 0,3 y el 3%1,3. La artritis infecciosa es una de las manifestaciones más frecuentes, especialmente en enfermos adictos a drogas por vía parenteral2. Entre los microorganismos causantes se encuentra en primer lugar S. aureus (3060%), seguido de las micobacterias atípicas (16%), Candida albicans (10-20%) y Salmonella (10%)1,4. Característicamente se presenta en forma de monoartritis y afecta a varones jóvenes4. La artritis infecciosa candidiásica es poco frecuente tanto en enfermos immunocompetentes como inmunodeprimidos5. En la mayor parte de los casos la artritis por este microorganismo es secundaria a una infección hematógena o aparece en el postoperatorio o después de un traumatismo directo en la articulación6. En el curso de la infección por el VIH la artritis fúngica se describe en pacientes muy inmunodeprimidos (< 100 CD4/µl) y presenta las mismas características que en otros enfermos inmunocomprometidos5. Los microrganismos más frecuentes son Candida albicans, Sporotrhix schenckii7 y Candida krusei5. Se han identificado factores asociados a candidemia en pacientes infectados por el VIH, a saber: tratamientos antifúngicos previos5,8,9, adquisición intrahospitalaria, sida avanzado5,9, nutrición parenteral, neutropenia, complejo demencia-sida y el uso de catéteres venosos centrales, único factor de riesgo independiente8. Tumbaerllo et al8 describen asimismo como más frecuente C. albicans (48%), seguida de C. tropicalis (19%) y Candida galabrata (11%). El tratamiento de la artritis fúngica por levaduras diferentes de C. albicans es controvertido, dado que el amplio uso del fluconazol ha creado resistencias a este fármaco. En algunos artículos se describe como fármaco de primera elección la anfotericina B5,9, pero también se han utilizado con éxito fluconazol y itraconazol5,9,10. En el paciente descrito, la inmunodepresión era grave; además era portador de un catéter con reservorio cutáneo y el recuento de linfocitos CD4 era inferior a 5 × 106/l. Probablemente presentó una infección diseminada por C. tropicalis, no objetivada, de la cual la única manifestación fue la artritis fúngica candidiásica. El paciente presentó una respuesta clínica aceptable al fluconazol, pero sin llegar a la negativización de los cultivos, dado que su seguimiento se perdió por traslado a otro centro. Helena Guardiolaa, Cristina Turala, Montse Giménezb y Alejandro Olivéc a Servicios de Medicina Interna. Hospital Universitari Germans Trias i Pujol. Badalona. cServicio de Reumatología. Servicio de Microbiología. Hospital Universitari Germans Trias i Pujol. Badalona. Barcelona. España. b 1. Muñoz S, Quiralte J, Del Arco A, Balsa A, Cardenal A, Pena JM, et al. Osteoarticular infection associated with human immunodeficiency virus. Clin Exp Rheumatol 1991;9:489-93. 2. Casado E, Olivé A, Holgado S, Pérez-Andrés R, Romeu J, Lorenzo J, et al. Musculoskeletal manifestations in patients positive for human immunodeficiency virus: correlation with CD4 count. J Rheumatol 2001;28:802-4. 3. Hughes RA, Rowe IF. Septic bone, joint and muscle lesions associated with human immunodeficiency virus infection. Br J Rheumatol 1992; 31:381-8. 4. Vassilopoulus D, Chalasani P, Jurado R, Workowski K, Agudelo C. Musculoskeletal Infections in patients with human immunodeficiency virus infection. Medicine (Baltimore) 1997;76:284-94. 5. Palacios R, Santos J, Romero C, García V, Rivero A, Márquez, M. Fungemias por Candida no albicans en pacientes con infección por el VIH. Enferm Infecc Microbiol Clin 1999;17:279-82. 6. Esdelstein H, McCabe R. Candida albicans septic arthritis and osteomyelitis of sternoclavicular joint in a patient with human immundeficiency virus infection. J Rheumatol 1991;18:110-1. 7. Reveille J. The changing spectrum of rheumatic disease in human immunodeficiency virus infection. Semin Arthritis Rheum 2000;30:147-66. 8. Tumbaerllo M, Tacconelli E, De Gaetano Donati K, Morace G, Fado Cauda R. Candidemia in HIVinfected subjects. Eur J Clin Microbiol Infect Dis 1999;18:478-83. 9. Masiá M, Gutiérrez F, Ortiz V, Martín C, Escolano C, Mora A, et al. Epidemiología de la colonización e infección orofaríngea por levaduras diferentes de Candida albicans en los pacientes con infección por el VIH. Med Clin (Barc) 1999; 112:211-4. 10. Weers-Pothoff G, Havermans JK, Kamphuis J, Sinnige HA, Meid JF. 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