Alrededor del Mundo AK« VVfV_ Niimori^ l.dftl NIZDIL Los tiempos eran malos; el negocio no marchaba. Pasaban interminables las horas del día, y el propietario veía con amargura que f.u establecimiento estaba siempre vacío. Un dÍ3, alguien le díó un buen conseio; lo puso en práctica, y a partir de aquei momento las ventas se animaron, comenzaron a afluir compradores, y loque había sido hasta entonces un negocio en ruina, se convirtió de pronto, como por arte óc magia, en un venero de riqueza. {LA ANTENA HABÍA HECHO EL MILAGRO! N o Kay procedimiento para aumentar las ventas de cualcjuier negocio como la propaganda radiada. Si usted quiere multiplicarlo, llámenos hoy mismo, y un agente nuestro le indicará la mejor forma de hacerlo. U n a llamada por teléfono puede suponerle una era de prosperidad. U N I Ó N R A D I O Avenida ( E A J - 7 ) Pi y Margall. n ú m . 1 0 - M A D R . J D Teléfonos uúms. 12.930 y 12.939 Apartado 745 SnBcripclóni España, UD año, 20 ptas.; seis meses 10 ptas. 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La charla suya, tan amena siempre, prestaba más realce al encanto de aquellos momentos en que érale forzoso hablar un poco de sí mismo. Y a cierto cariñoso comentario irónico de uno de los presentes opuso el gran artista la evocación que sigue: —Rusiíiol dijo de mí en una ocasión: «¿Sabéis por qué Bagaría simplifica tanto? P o r trabajar menos.» C o n su s o n r i s a peculiar añade: —Yo pienso que tenía razón. Yo me proclamo uno de los h o m b r e s más perezosos del planeta. Creo que la pereza es una de las virtudes más grandes de la Humanidad. L a pereza evita muclios disgustos, muchos males. Recuerden ustedes la historia política de hace algunos años. Los políticos trabajadores nos han hecho un daño espantoso. ¡Ojalá hubiesen trabajado menos! Y, ciñéndose de nuevo a su propio caso, recalca burlón: — Hay años en que no tiene uno ganas de hacer nada. La superficie mágica. Al día siguiente. Bagaría recorrió pausado todos los departamentos de la casa. Iba como saboreando, en su nueva estancia allí, lo antiguo y lo moderno, aquello que le era familiar y lo para él desconocido, entre esto áltimo el local de refacción que no existía cuando el artista marchó a Baleares. Se detuvo en la pieza, de recién pintados muros, y contempló con gran detenimiento la amplia faja de pared comprendida entre el alto zócalo y el techo, de lisa y clara superficie aquel trozo superior. Salió, volvió a entrar, miró de nuevo al mismo sitio.,. A poco, Bagaría delineaba unos trazos en u n o s cartones. Después, Mientras pronunciaba la frase descendió de la silla y, presuroso, se alejó hacia su pupitre especial para trazar más diseños aún. En la tarde del día posterior, reanudado el trabajo, hubo de iniciar un alarmante balanceo la atormentada silla, cuyo asiento, tras de algunos crujidos de progresiva intensidad, se desplomó haciendo perder el equilibrio a Sancha, quien cayó en brazos de su cantarada, que en aquel instante llegaba para hacerle entrega del vigésimo cartón. Se dispuso entonces un sólido andamiaje. Ambos artistas prosiguieron con ardor la tarea, ya simultáneamente, ora por turno. U n a y otra jornadas. Bagaría al descender del andamio, marchaba indefectiblemente a su pequeño estudio para abocetar nuevos modelos y volver luego a encaramarse en los recios tablones. El curioso que se asomaba allí, si era dibujante, tras de haber examinado el curso de la artística obra, se alejaba resuelto a manejar diligente el lápiz o la pluma mojada en tinta china; si redactor de uno de los periódicos que allí radican, se iba a llenar cuartillas con más entusiasmo que nunca. Evidentemente era contagiosa aquella súbita actividad febril d e l formidable caricaturista. Analogía. Bagaría cuando contaba cinco afios de edad. con uno de ellos en la siniestra mano y encaramado en una silla, el genial dibujante trasladaba, ampliados, los rasgos que el cartón contenía a la parte alta del muro, objeto de su detenido examen. Y al lado de esas líneas aparecieron o t r a s , correspondientes a un segundo cartón, y próximas a ellas otras, de un cartón más. En esto, junto á su laborioso colega llegó Sancha. —¿Qué haces?—preguntó a Bagaría. Este puso el cartón en manos del compañero, a la vez que le estimulaba: —Toma. Sigue tú eso. 590 Influjo de lo pretérito. ... Y como en la remota ocasión precedente. Bagaría, en vez de zarpar, reforzó las amarras en Madrid. adonde hizo regresar a los suyos. No interrumpía el trabajo, ni ape' ñas daba punto de reposo a su colaborador. Estaban ya poblados casi completamente loS cuatro paramentos con los caricaturescos trasuntos de personajes célebres, los cuales apari^' cen, casi en su totalidad, en la infof mación gráfica que acompaña a estas líneas. A l fin, una tarde se hizo alto en 1^ labor. Bagaría se encaminó a la ^^' ile. Salimos tras de él. L e abordamos con la interpelación; Caricali,ras:dc;Hei-iiáii Cortés, Mit;ucl Ángel, Darwin, Spencer, Gal dos.^Quc vedo, Dniaiewslti, Jorge Manrique, Maquiavelo, Schopeahauer y NIetzsche. —¿Y aquel famoso canto a la ociosidad? Sonrió enigmático. Juntos seguimos adelante. A nuestra proposición de reanudar el olvidado himno al «dolce farniente> siquiera por espacio de una hora, prestó su asenso Bagaría. Poco después formulaba esta pregunta: —¿Nos sentamos aquí? —Este es un rinconcito acogedor— convinimos. Acomodados ya el u n o [rente al otro, no podemos resistir más tiempo nuestra curiosidad por penetrar el ínisteno. n^—Bagaría, ¿cómo la contemplación de unaparedlehaimpuisado a un cambio tan radical? ¿Cómo se l e ha Ocurrido m e t e r se a decorador? —Ya lo fui otra vez— es la resPuesta. —¿Dónde? ¿Cuándo?—inquinmos, —En América. \enía yo d i e c i siete años, cuando, con mi madre, Carché a Méjico ^ hacer fortuna. í^llí fui mozo de bilí ares; trabajé después como paJ^adero; tuve más tarde el cargo de sereno en la esT^ción del Interoceánico. Luego, ^^ s e n t í indus"^'^1; con un peso Pi'estado p o r un Paisano m í o d e r^iis, compré ^üevos y l e c h e J^'"a h a c e r to•"rijas. —¿Usted? —Yo, no; mi madre. Recordé que en Barcelona se vendían en abundancia unas torrijas llamadas de Santa Elena. Nosotros las denominamos de Santa Emilia, por el nombre de mi madre. Yo hice, con gran ilusión, un cartel p a r a colocarlo en el puerto ambulante. Por la mañana lo instalamos, tan orondos... ¡Ni una vendimos! Por la noche nos comimos la industria. El artista hace una pausa y prosigue: —Nos trasladamos a Veracruz. Allí, con medio peso, también prestado, instalé a mí madre en una fonda la noche de nuestra llegada. Yo busqué un paseo v me tendí en im banco; pero de allí me echaron y me acomodé en otro lecho semejante; me echaron también y tuf de banco en banco hasta el amanecer. T r a s de un nuevo silencio continúa: —Aquella misma mañana me enteré, no sé cómo, de que iban a decorar el Casino Español. Acudí en seguida, me ofrecí a decorarlo, se me confió el trabajo aquel, lo hice y me pagaron más de lo prometido. Decoré luego el Hotel Universal y, por último, otro hotel llamado del Muelle Inglés. Calla un instante y acaba así su narración: —No me probaba el clima. Mi madre y yo regresamos a Barcelona con dinero, con alhajas... Hay un tremor en e l acento de Bagaría. Ahora nos explicamos l a s u gestión que ejercieron e n él las tersas p a r e d e s de u n o d e l o s aposentos de la Casa de El Sol y de La Vos. Aria con bordón. Bagaría en una de sus'grandes hazañas de pesca. 591 Exponemos la hipótesis: —Claro está que anteriormente le habían enseñado a usted a pintar. —Habíaaprendido yo. J a m á s tuve maestro. Vi- vía en mi cíiUe, en Barcelona, un chico que tenía una cajita de pintura. Con ú{ salía yo, al campo todos los domingos. A l cabo de algún tiempo también llevaba yo mi cajita. Esto fué todo. —¿Y al volver de América?... Escribí para el teatro, y a los dieciocho años estrena un esbozo dramíltico, en un acto, que se titulaba "Re-, dención». Gustó mucho. Amplía el lema: —Siempre he sentido una gran afición al teatro. Fui uno de los fundadores del teatro intimo de AdríAn Gual, donde trabajé como actor en • L a Orestiada», en ^"Prometeo encadenado>, en obras de Ibsen, Moliere y Shakespeare. D e un sorbo vacía de rubio líquido el cristal que ante sí tiene, y exclama: —Acabo de nombrar a m i s tres ídolos. —¿Y tras de ellos?,.. —De los clásicos Calderón de la Barca, y entre los modernos me entusiasma, sobre todo, Galdús. No pierdo ni Una sola representación de ^El abuelo». Como asisto también siempre a las de ' E l alcalde de Zalamea». En nuestra mesita temblequea el contenido de otros dos diminutos vasos. Bagaría rememora: —Y por mi afición al teatro, vine a dar en caricaturista. Al observar en nosotros un gesto de estrañeza, aclara; —He sido siempre íntimo de Enrique Borras. En su cuarto del teatro, donde yo acudía todas las noches, estaban una vez Guimcríl, Rusiñol... y no recuerdo quiénes más. En el tablero del tocador vi un cartón al alcance de rai mano. Se me ocurrió de pronto hacer la caricatura de Guimerá. Fué muy celebrada por todos. Al mes se instalaba en el Salón Pares mi primera Exposición de caricaturas. Esto era en 1903. CaricaUíra de Guimerii, la primera que BagarEa hizo. Enarcando las cejas, dice nuestro interlocutor: —De aquello, ¿conservo un recuerdo grato o desagradable? No lo sé a punto fijo. Quedé clasificado y allí murieron m i s grandes ilusiones de pintor. De ve?, en cuando hacía una escapada al paisaje. Anteriormente había yo expuesto cuadros. Me gustaba pintar jardines y escenas del muelle de Barcelona—aquel panorama de grúas, de mástiles, fondo tan adecuado a las figuras de los descargadores de carbón...—. Sin embargo, disfruto como caricaturista al sentir el valor del cinismo... Quiero decir que me sitúo por encima del natural y llego a lo arbitrario. Como pintor, en cambio, soy juguete del natural, que me absorbe, que se apodera por conipleio de mí. Pero comprendo que la pintura no hubiera podido llenar tantos años de mi vida como el género que cultivo y con el que he puesto mi arte al servicio de mi patria, en oposición a la práctica de los de la torre de marfil, que hacen el arte por el arte. Yo, como caricaturista, he •llorado y he roído con mi pueblo, en mi ingenuidad constante, que definía un escritor diciendo: «Bagaría lleva el corazón en la mano de l o s demás.» Confirma el artista su manera de ser con estas palabras: —Siempre expresé lo que sentía, sin preocuparme de las consecuencias, con la satisfacción del deber cumplido. Recuerdo que en otro viaje que hice por América, como director artístico en la primera excursión de Enrique Borras, me d i e r o n un banquete en la Habana p o r haber rehusado un d u e l o estúpido. Años después fundé en Madrid la «Junta de defensa de los hombres sin honor». Y en su risa franca esplende la honradez, como en su continente campea la hombredad. Reímos también y le invitamos: —Beba más el valiente que osó oponerse a la rutina. Tras sendos tragos, nuestro interlocutor formula estas consideraciones: —Amigo, gran fortuna es la de haber nacido, la de Yi^'ir. L a vida es siempre encantadora cuando el hombre consigue llenar el cerebro de una multitud de chifladuras; pero es un estorbo si faltan esas chifladuras que tan bellas son. Primera chifladura: la mujer. ¿Hay mayor dicha que la del hombre enamorado? Otra chifladura gratísima: el vino. f... Y con el zumo de Lus cosechas, dame los rayos del ardiente Sol», ha cantado Maragall. ¡La mujer y el vino! — corrobora entusiasta. Y agrega: • • —La vida no es vida para quienes rehuyen esos dos placeres. E n el ba- Carlcaturas de Prlm, Sliakespeare, PI y Margall, WaRncr, Goyn, Cervantes, Ibscn, Larra y de los tnisticos españoles. 592 Bagaría contando cuentos en la playa de FucngiroLa iMdlaga). lance de la existencia, resulta favorecido e! buen catador de caldos, no el que se ha dedicado a saborear aspirina. Y, sonriente, nos dice al oído, sin que logremos percibir el final de la frase: —Esto último vapor... Cambiamos el tema con esta pregunta: —¿y el arte, Bagaría? —Empezaríj por decirle que no sé lo que es dibujo; ni lo que estA bien ni lo que está mal. Creo que en arte todo consiste en la sensibilidad y en el buen gusto. Con eso y mj^s o menos túcnica, se logra siempre despertar interés Sin eso, con toda la técnica y todo el saber del mundo, no se Consigue nada. Un mal dibujante con temperamento y sin técnica, hace niás que otro de mal gusto y con mucha técnica. El gran Bagaría ha meditado unos momentos y reanuda su interesantísimo razonamiento: —Lo esencial es la concepción. Si pudiera llegarse a esteriorizarla casí sin rozamiento de la práctica y hábil mano, se produciría lo perfecto. El mayor enemigo de la concepción es la técnica. Por eso, en el curso de los años lo que se gana en el dominio del • oficio» se pierde en frescura. —¿Y en cuanto a la personalidad? —interrogamos. —Con temperamento, la personalidad surge por sí sola—nos responde: L a mención del temperamento es como un conjuro que en la mente de Bagaría hace brotar el recuerdo de Julio Antonio, de aquél que fué como -un pequeño hermano> para él, y a quien viú realizar en la soledad del estudio su obra maravillosa; al que vio también renunciar al sustento más indispensable para poder retribuir a los modelos. —Solo, desconocido—prosigue Bagaría—, nadie se preocupaba de él, a excepción de su madre, de Mara&ón y de algún compañero de arte. Y cuando llegó el tiiunfo se dio un repulsivo espectáculo, que consistió en la pugna por llamarse pariente de Julio Antonio, por ser... uo¡,por fingirse su mejor amigo, Del escultor genial sigue diciendo que, hijo de Tarragona, sintió el influjo romano más que el griego y recuerda su extremada afición al cante gitano, que era, en sentir del malogrado artista, lo más personal de España. •—Y él mismo—recuerda su antiguo compañero de bohemia—trataba de aprender a tocar la guitarra y a cantar. — Usted no siente esas aficiones— apuntamos. , Continúa éti la pág. 614.) Caricaturan de Maquíavelo, Sehopenhauer, Nlctzsche, Tolstol, Kant, VoUalrc (en In parts superior). Beethovcn, El Greco, Rousseau (en la parle [superior). Moliere y Vasco de Gama. (Todas estas caricnlnras figuran en los paneles decoraínos del cuarto de vcfacciún del diario El Sol). CUANDO LA TIERRA MUERA... Por Enrique F e y j ó o . es esta que ha preocupado C UESTIÓN a todas las generacioucs desde que el Mundo es Mundo. Nosotros, no obstante el pensamiento de Voltaire, que decía: "sabemos muy poco de lo pasado, bastante mal lo presente y nada absolutamente de lo futuro», hemos d e o c u p a r n o s e n el artículo actual de t a n trascendente cuestión, intentando divulgar e n t r e nuestros lectores un esbozo de historia sobre lo que lo? hombres han pensado a través de las centurias acerca de! final del astro viajero q u e , indiferente a l a s preocupaciones humanas, continúa su derrota sideral alrededor del sol. Remontándonos a épocas pretéritas nos encontramos en el /apocalipsis y en l a s Actas de los Apóstoles, fatídicas profecías s o b r e la muerte del planeta. Y a en % 0 , el famoso Bernardo de Turingia d e t e r m i n ó de un modo indubitable el fin de l a Tierra, fijando con exactitud el momento de la gran catástrofe mundial para el día de la Anunciación del año 992; día espantoso y sin precedentes en la historia del Mundo, en el que, f e l i z m e n t e , no ocurrió nada de lo prcdicho. laboración de Natura, con terremotos, inundaciones, etc., etc., darían al traste con nuestro planeta: «Los astros caerán sobre la Tierra; el fuego divino lo arrasaría todo... Arcángeles y serafines de encendida cabellera y deslumbrantes como soles, con las llameantes espadas segarían del haz de l a Humanidad el aliento de la Vida... L a cólera del Señor vibraría, lonante, sobre el triste vivero humano...». L a impostura continuaba entroni- esto e s : 2.537, aproximadamente. Continuando el relato de las fantásticas profecías, recordamos también aquella predicción de un Comendador de Malta, que en 1332 anunció que: «en Asiría una mujer llamada Rachienne había parido un niño hermosísimo, cuyo nacimiento originó ima tremenda convulsión de la Naturaleza: el Sol, brilió a media noche; después hubo una tempestad de aerolitos, y más tarde, un formidable parto de los montes», en cuyas entrañas de p i e d r a , al abrirse, quedó al descubierto una columna, en la que, en c a r a c t e r e s griegos, se Icia: E L FIN DEL MUNDO SE ACERCA. Los augurios se multiplican y las fatídicas predicciones crean un obscuro ciclo de terror. Otros visionarios intentan descifrar e n e l firmamento, el arcano de los destinos del mundo. L a s conjunciones de astros, hacen verter a los astrólogos torrentes de falsa ciencia. La aparición de una brillante estrella cerca de CASIOPEA, hace que el v u l g o sostenga que ha vuelto la ESTRELLA DE LOS R E Y E S MAGOS como anuncio de acontecimientos sin precedentes. L a presencia de los cometas Estos augures del últiha hecho vibrar de temor mo día del astro, exploa las muchedumbres igtaban el fanatismo e ig- Entonces deambulará por los espacios, sin aire, sin agua, sin vida en fin, como naras: el año 43,(a. de norancia de aquellas edaun ceraenierioaslrai. J. C ) , piítricios y pledes de hierro, teniendo el beyos romanos, aglomerados ante las inípudor de afirmar que sus profecías nizada y las conciencias pacatas se columnatas d e l Senado, contemplase basaban en divinas revelaciones, estremecían, presas d e conlricción ban la aparición de un brillante copues este mismo visionario sostenía farisaica. El propio Arnaldo de Villa- meta, que, según el Colegio de los que Dios le había revelado la época nova, ilustre lemosín, gloria de la Augures, era «el alma divinizada de del fin terrestre, y lanzaba sobre las ciencia medieval, no pudo sustraerse César». Este mismo cometa alumbró acobardadas muchedumbres aquella al venenoso ambiente, y en su obra el sitio de jerusalen, según Jos'='fo, el jomposa alocución, que comienza: «Al historiador judío,, y también Plinio el D E SiGJLLis señalaba el fin del Muncabo de mil años saldrá Satanás de do para 1335, cayendo en el absurdo viejo se ocupa de él, afirmando: «que su prisión y seducirá a los pueblos de de intentar armonizar el estudio de la no se podía mirar, pues se veía 1^los cuatro ángulos de la Tierra...». química—cuya materia trata con el imagen de Zeus mismo, en figura humana...'> Y al igual que esta fanática y anti- mayor acierto—con el empleo de ciercientífica predicción, recordamos mu- tas fórmulas y conjuros místicos para chas más. L a s C A R T A S R E A L E S coahuyentar a los demonios. L a excelsa Y no para aquí la serie de comenmenzaban sus disposiciones con la fa- figura de San Vicente F e r r e r es un tarios e interpretaciones que sus petal profecía: -Acercándose el fin del jardín de esperanza en medio de este riódicas revoluciones han suscitado Mundo...», E n 1186 se llegó a una páramo de horrores, pues, aún sin entre los humai^os. E l año 837, causa verdí.dcra locura de terror por las no- sustraerse por completo a la general el terror de Luis el benigno, que acaticiaí; que propalaron los astrólogos creencia, afirmaba, no obstante, que lla el remordimiento de sus crueldade Oriente: «Guerras, asolamiealos, des con rogativas y cuantiosos donael Mundo viviría tantos años como fieros males...», con la formidable co- versículos contiene el P S A L T E K I O , tivos a los monasterios. E n 1066 anun- ...guarda entre sus escorias las cenizas de una humanidad de seres que se creyeron semidioses. cia la conquista de Inglaterra por el Duque de Normandia... Preocupa, más tarde, a Carlos de Gante, el Emperador, que discute con el astrólogo P. Cristino de Pisan, sobre el porvenir de la Tierra. Y hecho ya a tener observadores imparciales, fija la atención de Bonaparte y el Príncipe de Talleyrand, que no acierta a leer en su brillante núcleo una fecha fatídica: 18de Junio 181ü... ¡Waterloo!.. Este mensajero celeste en sus periódicas visitas cada setenta y cinco aüos, ha arrebatado la atención de millones de seres y su presencia no nos es desconocida a los contemporáneos de esta centuria, pues no hace aun veinte aiíos, recibimos la visita de la deslumbrante masa cometaria, a la que el astrónomo inglés Halley Q¡ó su nombre. H e aquí, pues, presentado al misterioso y deslumbrante penadlo celeste, a cuya aparición se Conmovieron tantas generaciones. Para terminar recordaremos que, ^n tiempos casi actuales, el año 1900, í^^ a n u n c i a d a la terminación del fiundo, cuya fatídica profecía no fué mdiferente a algunos espíritus místicos que tomaron sus disposiciones pa^^ el viaje eterno y a otros desgraciaOs que abreviaron su existencia por ^a vía suicida. Líejemos a las pasadas centurias ^ leyenda negra y miremos al poirve"" Con los elementos animosos que moderna ciencia nos prodiga. lil ¡lustre Buffón—que en la actualidad resulta un naturalista anticuado—afirmaba que, para llegar la tierra a su a c t u a l temperatura, ha necesitado 74.832 años, y que aún puede ser hab i t a b l e por la Humanidad, 93.291 años más... Mil teorías científicas han sido sostenidas, preconizando el fin de nuestra vida astral. Netupnianos y plutonianos en encarnizada contienda, no han conseguido ponerse de acuerdo: Quienes hablan de un enfriamiento progresivo que producirá enormes grietas en la corteza terrestre y en cuyas inmensas oquedades se refugiará la humanidad doliente en demanda de los últimos vestigios de atmósfera... Otros sostienen la teoría de la extinción de los fuegos centrales y la invasión del esferoide por las manchas polares, que, extendiéndose por todo él, lo convertirá en una inmensa bola de hielo... Quienes, que creen en el allanamiento de las superficies y en el asalto furioso de los océanos, convirtiendo la Tierra en un planeta acuático. Hay quien mantiene aún la teoría del núcleo central, que, en su crepitar titánico, después de sembrar el astro en millones de volcanes, solfataras y fumarolas, lo haría estallar en el éter como una bomba colosal... Unos le privan de atmósfera; otros le envenenan con los gases deletéreos que inventan en las cabelleras de los cometas; los de allá, le suponen atraído por una fuerza incon595 trastable, por un astro enorme, a cuyo choque se volatilizaría o convertiríase en polvo cósmico... Nada más lejos de la realidad que todas estas fantasías. Las teorías modernas sostienen, racionalmente, que el potencial vivificador reside en la fotosfera del Sol, cuyo enfriamiento será sensible ¡dentro de un millón de años!.. Mientras el Sol mantenga su energía lumínica, enviando a la Tierra sus poderoso efluvios de luz, calor y electricidad, los campos y las mujeres serán fecudos; los hombres seguirán gestando el progreso y tal vez realicen geniales conquistas para el perfeccionamiento moral de la Humanidad. Claro es, que, llegará un día que en el reloj de los tiempos se señalará el fin de la vida terrestre; más es consolador el pensar que ese porvenir lejanísimo no ha de alcanzarnos a los vivientes actuales ni a nuestros descendientes en varios centenares de generaciones. T a l vez, cuando la inmensa hecatombe sideral se realice, seamos nuevos ciudadanos en otras tierras celestes, más perfectas y progresivas que esta que ocupamos, que entonces deambulara por los espacios sin aire, sin agua, sin vida, én fin; como un cementerio astral que guarde entre sus escorias, las cenizas de una humanidad de seres que se creyeron semidioses... DEL T E A T R O /'"CONSIDÉRASE el teatro griego como ^ ^ el antecesor de la escena de toda Europa y se cree que tuvo su origen en las tragedias y comedias que nacieron del canto ditirámbico en loor a Dionisios y del «comos» o procesión voluntaria organizada p o r e l pueblo en honor al tal dios del vino, y que terminaba con una canción fálica. Los teatros griegos tenían tres puertas principales en fondo. La central, generalmente mayor que las otras dos, era la entrada «rehia», se consideraba la puerta de un palacio y estaba reservada al protagonista de l a obra. Por la puerta de la derecha entraba el segundo actor, y se suponía que daba acceso a las habitaciones de los huéspedes o convidados, y la de la izquierda quedaba para personajes más insignificantes y se suponía que conducía a las ruinas de un templo, de una cárcel o a un desierto. Estas eran las puertas que conducían directamente a l o s supuestos edificios y eran para personajes que se suponían llegaban de lugares fuera de la escena. Los espectadores, sentados al aire libre, tenían bastante con aquello, lo entendían y no pedían más, y seguramente aplaudieron cuando se introdujo el prisma triangular que giraba y presentaba las tres diferentes decoraciones pintadas en sus tres lados, y cuando por medio de cuerdas y poleas las divinidades subían y bajaban por el espacio, como también cuando l o s escotillones hacían aparecer o desaparecer los personajes y cuando oían el ruido del trueno producido por cestos de piedras que vaciaban sobre recipientes de bronce. pectadores. E l número reducido de actores, no hubiese podido representar todos los papeles sin el auxilio de la máscara. L a boca abierta de las caretas, en forma de bocina, era una gran ayuda, Gracias a su gran resonancia la voz llegaba hasta los últimos espectado- De la misma manera, sabían lo que podían esperar de los que aparecían en escena. Las máscaras tenían su objeto. L a expresión facial, l o s gestos de la cara, no se hubieran podido notar a causa del gran tama&o d e los teatros anteriores; la careta daba al actor una expresión típ i c a , visible por todos los es- res. Estaban construidas con tela, corcho y madera y hacían el efecto de un megáfono. Héroe de tragedia, con máscara, onkos, traje adornado y alio coturnio. ÍSBRMHS--^ ^••^^^RjBM^^^lv ^@i^^» W^^^^^Jtftff^' ^^^^^HBi£r^^- y_¿^ I M H ^ ^ ^ B G R I E G O L a máscara no era el único distintivo del personaje que representaban, pues aunque los trajes diferían muy poco unos de otros, variaban algo en detalle y color. Los reyes se tocaban con coronas y los orientales con turbantes, dos características particulares que la escena ateniense compartía con el teatro chino actual. Probablemente, a c a u s a d e las grandes dimensiones del teatro g n e go, los actores calzaban el Kolhornos o coturnio para parecer más altos. Estos según su forma se llamaban • embates" o "okribas". Este calzado tenía una muy alta suela de madera, pintada con colores simbólicos. L a altura del coturnio variaba según la importancia del personaje representado. Los monarcas lo llevaban más alto que los señores de su corte, e iba disminuyendo en altura hasta llegar a los coristas que no lo usaban. Además de el distintivo del coturnio, existió el «onkos- enorme y alta peluca que se ponía sobre la careta, peinado que recuerda los de la Restauración, y a los de ciertos actores en el teatro chino. Entre el coturnio y el onkos, el actor aparecía de cuarenta a cuarenta y cinco centímetros más alto de lo que era y para que no pareciese delgado se le ensanchaba con rellenos para que el grosor estuviese en armonía con la altura. Los reyes llevaban u n a prenda corta bien gruesa y rellenada que recibía el nombre de '•Kolpoma». También los actores romanos usaron la careta y lucían trajes convencionales, así como el calzado y tocado de los griegos. Adornaban la escena y ponían toldos, y para apagar y «refrescar el aire fétido», varios'¿esclavos recorrían el teatro y rociaban con agua de rosas a todos ios espectadores. Carecían d e maquinaria y ap a r a t o s para las representaciones de l a s obras, l a s cuales aparecieron más tarde. Máscaras usadas en el teatro griego: Hervina trágica, mensajero y cortesana. Esculturas y relieves encontrados en Siria Cabeza con liarba, prgbableniLnie de un sacei-doie, tallada en el sitjlo vi antes de Jesucristo, Describiendo estos interesantes descubrimientos, M. Charles Viiolleaud, escribe: «Las escavacioncs arqueolóí;icas e investifíacioncs llevadas a cabo desde ol año 1S)20 en toda Siria y Líbano por el Servicio de Antigliedades de la Alta Comisión francesa, han dado enorme resultado. Multitud de vasijas de lina alfarería encontradas en las tumbas, originales sepulcros y objetos de cobre se han recogido acusando una perfección grande e influencias de Egipto. Pero lo que más entusiasmó a la Comisión fueron los bajorrelieves y esculturas encontrados, algunos en piedra volcánica, en la vivienda de un principe del siglo xni, antes de Jesucristo, llamado Kopora, en Ros-el-Lan, en el Khabour superior.» Las li{,mras de personas no están talladas con la perfección que las de animales, como puede verse porjllosi graba dos que publicamos. Bajorrelieve en quz iigura\una esfinge, siglo xiii, antes de Jesucristo, Arcaico relieve con una original figura humana. ,!^fi" r a m p a n t e , admirable figura del s¡*• " xiii, hallada en unas ruinas de Rosel-Lan, Artística figura de un avestruz, tallada en piedra volcánica, del mismo siglo y procedencia que la anterior. 597 Una de las cabezas más admirables de las encontradas en las excavaciones, perteneciente al siglo VI antes de Jesucrislo. Otro curioso relieve encontrado en el mismo l u g a r que ios anteriores. León atacando a un toro, que muestra una gran superioridad en el artista a! tallar figur a s de animales. TAXIDERMO \ CARLOS AKELE del museo había llevado de un viaje a Laponia, la piel de un rengífero, un trineo y unos arneses que quería exhibiren elmuseo. Akeley, con este material, hizo un grupo, el primero de su carrera, de un lapón guiando un trineo arrastrado por un reno. El segundo fué un grupo de orangutanes en la seh'a. El éxito obtenido le animó y siguió montando grupos que aun se conservan, al cabo de treinta y cinco años, tan flamantes como si acabasen de ser preparados De Milwaukee, Akeley pasó al Museo Field de Historia Natural de Chicago y de allí, en compañía del conservador de zoología, prof'^sor Daniel Giraud Etiot. fué a África en 1896. En el continente negro concibió de idea de llevar Aírica a América, no solo en sus animales sino en su ambiente, en terreno que habitaban, tarea hercúlea que solo uu gran entusiasmo puede emprender. A su regreso de Soraalilandia o Somalí, trabajó durante nueve años como jefe del Carlos E. Alteley el íiimoso laxidermo escultor departamento de taxidermia del Museo Field, mostrando los animales que E n aquella época, la taxidermia no ACE medio año que en el centro había coleccionado y perfeccionando de África, en las vertientes del tem'a nada de artística. al mismo tiempo su método de disePara montar un ciervo por ejemplo Monte Mikeno, moría trágicainente el cación. se metía la piel en un baño de sal y gran laxidermo escultor Carlos AkeAdemás de los grupos de animales alumbre, después se le daba jabón arley. . senical y se cubrían los huecos de las africanos que motó Akeley, ha dejado Había nacido en el estado de Nueva una serie de animales de América patas rellenando con paja el resto del York, en una granja agrícola, pero que llaman la atención de cuantos los cuerpo. sus aÍTciones no estaban en las coseEsto no satisfacía el alma artista de ven. chas. Si le gustaba el campo era por Hay cuatro grupos de ciervos de los animales que habitaban sus bos- Akeley y se le ocurrieron mejoras que entonces no se acertaron porque Virginia en los que presenta al aniques. el trabajo resultaba míís caro y no ha- mal en las cuatro épocas del año y en A la edad de quince años, se proellos se ve la historia del desarrollo bía quien lo pagara. Los muscos quecuró con grandes trabajos, un libro de sus astas, el brote de los nuevos rían ntimcro de jemplarespero no caque enseñaba a disecar animales y aquel librito fué factor determinante lidad ni grupos artísticos. Al ver que no le era de su vida, pues llegó a ser el primer taxidermo ¿el mundo, haciendo de posible realizar su sueño su profesión un arte y desarrollando de montar animales en una labor que ha sido un verdadero le- sus actitudes caracterúslitica-s y rodeados del paigado para los naturalistas. Estudió como pudo, dibujo y pintu- saje q u e " l e s convenía con fondos del país que ra para poder pintar decoraciones del paisaje que convenía a los grupos de habitaban, Akeley dirianimales que pensaba disecar, idea gió sus miras hacia otro que han seguido después muchos di- camino y aceptó una colocación en el Museo de secadores y montadores de grupos. A los diez y nueve años fué a Nue- Milwaukee con cuyosuelva York a solicitar un empleo en el do podía atender a sus Establecimiento de Ciencias Natura- más perentorias necesidades y dedicarse al esles de W a r d , que proveía de animales disecados a todos los museos del mun- tudio. Ocho años permaneció do y era considerado como el centro en aquella ciudad, deditaxidérmico de América. Allí, Akeley consiguió un empleo cado al museo y al trabajo de un pequeño taller con un salario de tres dolares y medio particular que allí estapor semana y con ese capital empezó a estudiar la profesión que tanto le bleció. Trabajo en bronce de Akeley que representa a un joven elefa»'^ pisoteando a la serpiente que le ha mordido en la trompa Uno de los directores encantaba. H ESCULTOR Y SU OBRA pitones, el cambio del color de la piel, de la corta y rojiza del verano a la larga y gris del invierno así como el Cambio del paisaje. Cuatro años tardó Akeley en completar estos grupos y sus acciones en imitar plantas, musgo v nieve. Estos cuatro años, marcan el período de mayor desarrollo del sistema Akeley y por consiguiente del arte de la taxidermia. •" L a segunda expedición al África la hizo en 1905, cuando cazó los elefantes que hoy forman el grupo más importante del Museo de Historia Natural de Field. En 1909, hizo su tercer viaje a África, esta vez por encargo del Museo Americano de Historia Natural, en el cual cazó los animales que en estatuario grupo fo'marán el Salón Africano del citado Museo, tan pronto esté terminado, sueño de Akeley que no llegó a ver realizado. En su expedición a las faldas del ^lonte K e n v a y al Uganda, fué cuando formuló en detalle su idea del Salón Africano. En el centro figurarán el gran grupo de elefantes titulado « L A ALARMA» rodeado de una familia de rinocerontes blancos y otra de negros con dos grupos de indígenas cazadores de leones. Todos los grupos están terminados y sólo falta llevarlos al Salón en Cuanto éste esté terminado. Alrededor del salón central habrá Los vencedores entonan el requiem^deila victima. Bronce de Akeley Los cazadores ds leones: Ataque y defensa.--Grupo en bronce. cuarenta grupos de animales, montados en terrenos imitando los naínrale-s en que viven, veinte de ellos en la planta baja y los otros veinte en el balcón del piso alto. Entre los grupos de animales del Salón Africano, figurarán cabras azules, quagas y otros anímales ya desaparecidos. Sobre cada uno de los veinte grupos de animales del piso bajo, se colocará un bajo relieve reproduciendo la tribu a f r i c a n a que vive en los lugares donde se han cazado los animales que allí figuran y su manera de vestir. Por ejemplo, uno de estos relieves representa a u n a familia d e l o s dorobos en su cabana, con sus perros de caza. El h o m b r e está desollando un antílope. Todos los grupos son de una propiedad admirable y ponen muy alto el nombre de Akeley. AVICU Origen e historia TURA de las gallinas ""Íll!llill1l¡il1il1illlllllilllllllll!ll1!l1llllllllllilllli1^ El;iey del corral se nos prcxenm cun lodii su prusiancia y ¡jathirdia. ESDE tiempo inmemorial lasgíilHD nas vienen asociadas a l a vida del hombre de una u otra forma. Su carne formó parte importante en la alimentación y sus plumas se utilizaron parí» preservarle del frío. El valor, la acometividad del gallo, hizo que se desarrollase una diversión con sus terribles luchas que con frecuencia tuvieron gran influencia en las civilizaciones de los tiempos pasados. Desde el punto de vista estético, muchos han sido los que se han ocupado en trocar el plumaje de esas aves en las más caprichosas variedades y h a n conseguido asombrosos cambios en la forma y colorido demostrándola plasticidad del ave primitiva. D e ahí la innumerable variedad de razas que, además de distinguirle por su aspecto exterior, se diferencian grandemente en la cantidad de huevos que ponen, en el tamaño de éstos y en el sabor de su carne. L a adaptabilidad de l a gallina a todos los climas y terrenos ha hecho que hayan despertado en el hombre más interés que ningún otro animal de los que conoce. Este interés que ya lo sentían los an- tiguos pueblos, lo recuerdan los poetas V las crónicas de los naturalistas. Aves sagradas. "El gallo y el perro eran animales sagrados en la religión de Zoroastro. Un verso que se atribuye a Chanakya, escrito unos trescientos años antes de Jesucristo, dice que el hombre tiene que aprender cuatro coKas del gallo: a pelear, a madrugar, a comer con su familia y a deícnder a sus esposas. E n la antigüedad se ccnsideraba al gallo poseedor de muchas cualidades místicas. Se creía, por ejemplo, que si bien el demonio no entraba nunca en el hogar de un hombre que hubiese matado un gallo blanco con un peine partido, en cambio, l a tal persona perdería todas sus propiedades. Era creencia general que aquél que bebiese una solución en donde- se echase la cresta seca de un gallo, perdía las malas costumbres que tuviese, y c|ue el humo de la cresta quemada de un gallo blanco o rojo curaba la locura. L a pérdida de la memuria se curaba tomando por la mañana, en ayunas, una mezcla de hiél de gallt» en caldo de carnero. Todos los dolores se quitaban inmediatamente tomando pildoras hechas con carne seca de gallo mezclada con zumaque y nuez de agalla y la virilidad se aumentaba considerablemente con cataplasmas de sangre de gallo y miel. Pero no todo era beneficioso en el gallo, pues se creía que si se mezclaba la sangre que echaba un gallo en una pelea con un alimento cualquiera PeJea de giillos inmortal iza Ja en un iinti^uo mosaico cxlsienic en el Museo Nacional de Ñapóles- y se repartía entre varías personas, éstas tenían q u e rehir irremisiblemente. Otra creencia errónea era que ios gallos ponían una vez en su vida Un huevo pequeaito. E n China, desde tiempos remotos, se apreció esta ave por su carne; en Persia, como animal para los sacrificios; en India y Grecia, por las luchas que les procuraban gran diversión, y en muchos pueblos, por su significado religioso. Cuál e s s u o r i g e n . Hace millones de años el ave tiene por antecesor en la primitiva criatura alada el llamado Archaeopteryx, Probablemente no sería ésta la primer ave, aunque sí la primera de que se tiene noticia. En los depósitos del terreno jurásico se han encontrado dos ejemplares de fósiles de estas aves. L'no de ellos se encuentra en el IVIuseo británico y el otro en el Museo de Historia Natural de Berlín. El Archaeopteryx tenía, aproximadamente, el tamaño de un cuervo pero tenía caracteres que no posee ninguna ave de las actuales. En lugar de la cola anclia en forma de abanico de las aves de ahora, la de! Archaeopteryx era como la de los lagartos, orlada |con largas plumas. Tenía tres dedos completamente libres con garra delante de las alas y sus mandíbulas, cubiertas de piel, estaban armadas '^^^4^-^i$0 Cuatro momentos en una pelea de gallos. de agudos dientes, cosa que no se ve en ninguna ave moderna. Los restos del Archaeoptery.\ de que hemos liablado, indican que había plumas perfectamente formadas y definidas hace centenares de años.,, ,, Otros dos ejemplares de pájaros con dientes el Ichthyornis y el Hespe- Fósil del A rchaeopteryx encontrado en los depósitos del periodo jurásico. rórnis, fueron descubiertos por el profesor O. C. Mareh en las rocas del Kansas accidental. El Ichthyornis tenía el tamaño de una paloma y el Hesperornis era tan grande como un hombre y no tenía alas. Estas aves habitaban la tierra en tiempos remotísimos. Los dientes de las aves primitivas han desaparecido y su estructura ha cambiado hasta llegar a las especies de hoy, adaptándose unas para volar, otras para correr, para nadar y hasta para minar la tierra. La primitiva gallina salvaje vivió en el centro y Sur de la India y en las tierras bajes al pie del Himalaya, en Assam, Birmania, Ceylán haeta Sumatra y Java. Darwin, que hizo un detenido estudio sobre el probable origen de esta ave doméstica, afirma que todas las gallinas se derivan del Galius Bankiva o gallina roja de la selva. L a domesticidad de la gallina en China data próximamente d e l año 1400 antes de Jesucristo. En la India, mil años antes de nuestra Era, cuando los Arios llegaron al Ganges, el gallo era ya conocido. De allí siguió hacia el Norte y el Oeste llegando Bactria y Persia. (Continúa en la pág. 6i6.) IMPRESIONES JAPONESAS DE LA VIDA OCCIDENTAL Y DE SU INFLUENCIA por visto f r , i p ¡ ^ j ^ ^ japonés pones ^ ° ' h i t r , r a cuadro 1 • •«me pana,adro ¡'"¡aflame íeiain. ra ed ie's-t-u a - O ra -= la miruduccióo 1t)a ciencia de orCiJtsi,^^^. Londrespueblo mAs ín'P^Ne d e l higc H ' ¡"desame cstuJio'^^''Vida de Londres tiempos de la rei"' Victoria, llos días, no parece compatible con la franca admiración expresada en muchos de estos cuadros. Los tres cuadros que publicamos, referentes a Europa, de Yoshitora, son originalísimos. L a indumentaria y el ambiente están trazados de un modo capriclioso en ciertos momentos, pero que acusan en todos ellos un deseo de reflejar la vida que copian, aun cuando al hacerlo tengan que. fantasear, como en el cuadro dedicado a Washington, o como en lo del puerto mirando al océano, que se atribuye a Paris. En todos los cuadros se ve un deseo de copiar la realidad, de presentar al pueblo japonés aspectos distintos de países lejanos, en los cuales, el fino instinto de los nipones más sobresalientes de la época, veían un modelo que imitar para lograr salir del sopor ancestral que dominaba en oriente, e incorporarse la esencia de una civilización, en la cual no tardaron en sobresalir. INTERESANTE es la colección de 200 cuadros japoneses presentados al Instituto de Arte de Chicago, porque nos dan una serie de impresiones de occidente, tomadas por un japonés, cuando apenas el Japón se aprestaba a salir de su aislamiento, después de la llegada del Comodoro Peary en 18c3. «Es—dice el «Boletín del Instituto»—una serie original de cuadros del extranjero, tal como aparecían éstos a los japoneses allá por los años 70 al 80 del siglo pasado. Esos cuadros pertenecen a discípulos de Utagawa Kuniyoshi, que trabajando desde 1850 a 1880, se contagiaron pronto de occidente». E n todos estos cuadros hay un espíritu de admiración por la civilización y costumbres de los pueblos occidentales. Evidentemente, la actitud del pueblo del japón era amistosa en aquellos tiempos y estos cuadros parecen ser una muestra de aquella actitud. El término «bárbaro de occidente» utilizado por los políticos de aque'Londres, por YoshUora, que nos inutstra cómo veían "eses las modas infilesas del periodo de la reina Victoria. •,,«iCÍ."».fHT»::'; "Washington, tai como Yosliitora se lo imaginaba, con minaretes árabes y todo. Paris, como Y o s b " " "»cluso con puerto de mar. Tipos de carruajes en Tokio, en unión de oti-os occidentales. AHÍ ¿CUANTOS A R T Í C U L O S HA ESCRITO EL PERIODISTA MAS CERVANTINO? Por A u r e l i o B a i g B a ñ o s . jVyiAs de doscientos, comprendiendo '•*•'• algTjnos que hacen referencias a Cervantes o a los personajes de sus obras. Ni Ramón León Máinez, docto cervantista, independientemente de su «Vida del Príncipe de los Ingenios Españoles», en la famosa Crónica de los Cervantistas; ni M a n u e l Tello Amondaraj'n con Cervantes, revista literaria, cuyos productos líquido:^ se destinaban a la construcción de un monumento en Alcalá de Henares, levantado en el solar de la casa donde nació tan preclaro v a r ó n , p u d i e r o n aventajar aquel número. Claro está que, aun s i e n d o profesionales aquellas revistas, la existencia de entrambas fué efímera. L a primera, como todos sabemos, s e publicó en Cádiz, y comprende tres tomos en 4.", el I de seis números y 226 páginas; el II de otros seis números y 250 páginas, y el III, que murió con el tercer número, que contenía más de 100 páginas A p a r e c i ó el primer número el 7 de octubre de 1871 y el último, el 25 de diciembre de 1S79. L a segunda revista cervantina tuvo menos duración, (desde el 7 de julio de 1875 a l 15 d e octubre d e 1876,) aunque alcanzara a veinte números, publicados los diecinueve orimeros en Madrid y el último en Barcelona. Si Cavia, el gran D . Mariano, el maestro de maestros, el sucesor de su tocayo Mariano de Larra, el famoso Fígaro, aquel otro periodista de recio temple aragonés siendo madrileño, como Cavia, de gran exquisitez madrileña siendo un Argensola, no hubiera consagrado su atención a todos los temas políticos y nacionales y a todas las actividades periodísticas, teatros, toros, música y literatura, no le fuera asequible en vida y en muerte eterno lauro. El 18 de diciembre de 1926, en la plaza donde confluyen la avenida de Menéndez y Pelayo y el paseo de María Cristíiia, al descubrirse la lá- pida en memoria de Cavia, el señor Francos Rodríguez afirmó que aquel -excelso literato, honró a la profesión de periodistas con sus cuarentas años riódico «trazados a vuela pluma son piezas de Antología», Cervantes perdió para siempre a su mayor enaltecedor, cuyos artículos cervantinos, indiscutiblemente, merecen ser admirados, en primer término, por la posteridad, entre todas s u s chispeantes crónicas. Hubo un artículo de Cavia que emocionó a todo un pueblo, el que dio a la estampa el 25 de noviembre de 1891 con 1: s titulares; « L A CATÁSTROFE DE ANOCHE.— ESPAÑA ESTÁ D E LUTO.—INCENDIO EN EL MUSEO DE PINTURAS», previniendo a la nación «el riesgo que corría uno de sus más preciados tesoros: el M u s e o Nacional de Pinturas». Pues bien: este artículo sensacional no fué más que un pálido reflejo al cotejarse con una verdadera apología cervantista que. por encargo de D . Jooé O r t e g a Munill?, director por entonces de El Imparcial, insertó el 2 de diciembre de 1903, con el título E L CENTENARIO DEL QUIJOTE, y El gran periodista Mariano de Cavia. de continua labor-, de los cuales, según expresó D. Félix Lorenzo, director de El Solj veinte vivieron en fraternal unión. Otros diez años más, o sea gran parte del tiempo que actuó en la prensa madrileña, los pasó en convivencia espiritual con el Manco o lisiado de Lepanto. Desde el 28 de noviembre de 18S9, en uno de sus «Platos del día.—Canción de Altisidora», de El Liberal, hasta el 13 de marzo de 1920, que insertó en El Sol su último artículo cervantinc "La hermandad de Cervantes en Francia», cuatro meses y un día antes de morir, frecuentem e n t e su «pluma mágica», rompía lanzas en pro del genio inmortal. Y si el periodismo había perdido a su Maestro, muchos de cuyos artículos, según dijo el 15 de julio el mismo pe- los subtítulos: Post teHebras spero liicem.— La Academia. El Gobierno. Las Cortes.— América y Europa en el Centenario.—Lo oficial. Lo popular. Lo aristocrático.—La iniciativa privada y el tOiii/otr* para todos.—Procesiones, Cabalgatas y Exposición Cervantina.— Sir Henry Irvtng en el Teatro Español.— Los monumentos. —El Instituto Cervantes.—Alcalá ante el Centenario. En Europa, América y Oceanla, grandes núcleos de cultura parafrasearon aquellas cinco columnas largas de cincelada prosa. Hubo revistas como el Berliner Tagehlatt y la Gaceta de Colonia que, puntualmente, las transcribieron. Aquí, en Madrid, las comentaron el mismo día 2, Diario Universal, La Época y Kasabal en Heraldo de Madrid; el día 3, El Globo, El Imparcial, El Nacional, en El País, Toribio Andoval, y en Heraldo, El (Continúa en la pág. 6i6.) EL ABRAZO Por L teniente Atkis, Tomás /\i!;¡s, estaba cont rar i a d í s imo: su mujer le liabía h e c h o dos noches antes una declaración que él cons i der ab a vergonzosa y que no excusaban ni su juventud ni el haber llegado recientemente a la India. L a declaración no se r e f e r í a ni mucho m e n o s al raa3-or W i t b u r y , con quien flirteaba siempre que le toc a b a h a c e r «el muerto» en las partidas de b r i d g e ; tampoco tenía relación con sus otros d o s invitados: un capitán con cara de niña y un funcionario enorme, a quien llamaban el hipopótamo por su volumen y el sudor rojizo que transpiraba. E r a una declaración d i g n a de cuiílquier meridional histérica que sentaba mal en los labios de una inglesa, y que él, cazador de tigres en las . islas Fijí y de leopardos en África, consideraba ridicula y hubiera dado una buena libra de oro perno habérsela oído pronunciar. De sobremesa, el mismo día de la llegada, la señora Atliis dijo: DE Gabriel LA COBRA Hernández. tantas como ustedes dicen, no pararé hasta que Tom pida el traslado. Tomás Ailiis había tosnado tres brandis, un i31ack and white y varios vasitos de Sheri'v después de la cena; y la sonrisa de los demás oficiales, que hubiese pasado inadvertida en otra ocasión, fué cazada al vuelo por su inteligencia, a la que el alcoliol ponía alas. En tan pocas palabras había cometido dos delitos: confesar el miedo y asegurar í.[ue su capricho decidía de los actos varoniles. Con gangosa brusquedad repuso: —No creo ser cobarde; pero la sola idea de que puedo e n c o n t r a r m e con Una serpiente, me hiela la s a n g r e y me pone carne de gallina. Si es verdad que aquí hay —¡Estaremos aquí los dos años reglamentarios, Emily! Pensó en su ultima instancia en Inglaterra—tardes tediosas de Picadilly y del W e s t End y Hyde Parlt; veladas llenas de bostezos del club, mientras la ciudad estaba envuelta en una bruma pegajosa que subía del Támesis—y afiadió; —¡Dos años por lo menos! Hubo un vano embarazoso en la conversación. El mayor Witbury y los demás comensales se pusieron a relatar aventuras de ^u estancia en l a , India; y durante más de una hora, en la casita de madera amueblada confortablemente, sintióse la opresión del formidable abrazo de la selva que alzaba a menos de media milla sus primeros b r e ñ a l e s . T o d o en aquella Naturaleza, alavez nueva y milenaria, les era hostil, cual si quisiera protestar de que los hijos de un país gastado la sojuzgaran por la sagacidad del espíritu y la entereza del carácter. E r a un viijo enjuto, tic püliibra torpe y Icnia. 605 U n encantador de serpientes surgió en un relato, y la carne nacarada tuvo un estremecimiento visible que sacó al teniente de su mutismo: — ¡Yo te quitaré ese miedo estiipido, aunque tengamos que estar aquí toda la vida! Pasó la noche; e l i m i n á r o n s e del organismo de Atkis las e x c i t a c i o n e s del alcohol, y su amor tuvo un ren u evo apasionado al contacto d e la nueva comarca estremecida p o r el desperezo g e r m i - ' nativo d é l a primavera. En los largos paseos en«jampan» b e s á r o n s e como no se habían besado desde hacía mucho tiempo en los «cabs» de Londres; arrulláronse a la puerta de la casa defendida por telas metálicas del zumbar de los insectos; fueron muciías veces, bajo la claridad estelar enlazados, hasta el linde del bosque, en cuya hundura palpitaban amenazadores misterios, los mismos que oyeron sus palabras. Pero, en el fondo del hombre, el eco de la voz femenina al asegurar que partirían a su antojo no se había extinguido; y su propósito de quitarle de una vez para siempre aquel miedo disminuiíior a un animal no más peligroso que el lobo y el tigre cuyas voces habían escuchado más de una vez sin casi separar las bocas, invitaciones. Cenarían con ellos Witbury, el capitán de cara de niña y el funcionario de enorme fealdad de hipopótamo. Mientras la señora ultimaba su toilette, los hombres tomaron el aperitivo: bebidas Iiipócritas de sabor frígido y de ardor interno. Apenas vaciaron los primeros vasos, todos comprendieron que algo ocultaba el teniente Atkis. Y quizá éste lo hubiera ocultado hasta el fin, a pesar de las insinuaciones interrogativas, si el mayor no hubiese dicho de pronto: —;Esque va a aaun- me. La más peligrosa de la sel«a... Mire. I Abrió el saco que traía a la espalda, y el monstruo muerto apareció anillado en el fondo cual un enorme cable de prodigiosa coloración. —Ha sido difícil... En este tiempo suelen ir siempre por parejas. E s una hembra, sahib. —Vamos a ponerla donde yo quiero. Ven. Entraron a pasos furtivos en la alcoba, y, callados, oyeron el ruido frivolo de las conversaciones que chisporroteaban en el comedor, enreda- La vieron tendida en el suelo pero teniiida paru siempre. se perfeccionaba poco a poco en él. Varias veces habló a hurtadillas con sus coolíes, que lo relacionaron con un indígena famoso en los contornos del puerto. Era un viejo enjuto, de palabra torpe, lenta; uno de esos seres que constituyen el puente entre las bestias y el hombre y que se entienden mejor con aquéllas que con este. Cuando se hizo explicar dos o tres veces el proyecto del teniente, murmuró: —Ser cosa difícil y cosa peligrosa, mas yo hacer si darme la pólvora y la pistola y las dos rupias además. ^ A q u í tienes ya una. Has de avisarme por la mañana para que tenga tiempo de preparar las cosas, y traérmela por la tarde cuando no haya luz. — Bien, sahib. Y se separaron. Algunos días más tarde, después de recibir un recado misterioso, el criado colocó en el balancín dispuesto en el techo del comedor un abanico nuevo, del que pendía un cordón de seda, y fué a repai'tir ciarnos de sobremesa que ya ha pedido su traslado? —No. Es algo de que se habló precisamente aquella noche. Ya verán, ya verán... L a llegada de Mrs. Atkis detuvo en los labios nuevas preguntas y encendió en los ojos la admiración; hasta la lenta mirada del hipopótamo alzóse hacia ella. Venía resplandeciente de gracia sensual. El influjo de la primavera manifestábase en sus labios, en ía turgencia elástica del busto, en la tersura ambarina del cuello, que se perdía entre los ricÜlos de la nuca, alborotados a cada vaivén del abanico. Mientras hablaban los comensales, Atkis salió y dirigióse a pasos furtivos hacia una puertecilla detrás de la casa donde le aguardaba el viejo indígena. Y dialogaron en voz queda: —Por diez rupias no volvería a hacerlo, sahib. —Te las daré si es grande y si no la has mutilado y parece viva. —Es una cobra, una cobra enor- ron la cobra al pie de una mesrta situada inuv cerca del lecho, donde había cigarros, licores y una caja de bridge. El triángulo de la cabeza quedó alargado sobre el piso, cual si fuese a reptar por él. Al colocarla, con reünado y perverso esmero, Atkis vio, a través de la ventana abierta, el cielo claveteado de oro; y aquel innumerable mirar estuvo a punto de disuadirle de su maldad. Pero cerró los ojos, resucitó en sus oídos el eco de las palabras imprudentes y, después de pagar al indígena, volvió al comemedor y ocupó su puesto. L a cena fué animadísima. El mayor Witbury tuvo intermedios melancólicos entre plato y plato; la cara de niña y la cara de Mrs. Atkis estuvieron dos o tres veces frente a frente, contemplándose como nunca lo habían hecho hasta entonces, y el paquidermo y Atkis entablaron un duelo silencioso con las copas. En medio de la bruma del vino, las manecillas del re(Coníintia en la pág. 6i6) PREPARÁNDOSE PARA LA PRÓXIMA GUERRA Las mejoras en las armas destructoras /"^OBSECUENTES con las intenciones ^ - ' de la Sociedad de Naciones en reducir los armamentos, todas las naciones tratan de perfeccionar los sir3'Os y los Estados Unidos, de Norte América, no habían d e i r a la zaga. Por eso, le lia parecido pobre su maestranza de Sandy Hook y pequeño su campo de tiro y han elegido Uno mucho mayor en Aberdeen,montando talleres enormes, donde los modernos V u l c a n o s c o n s t r u y e n toda clase de armas de fuego, lo tnás moderno, lo más mortífero que se pueda. tranza era la poca efectividad de los proyectiles antiaéreos, y que ello áió lugar al invento de un mecanismo, más delicado que el de un cronóme- El c a m p o de prueba se encuentra al Noroeste de la b a h í a Chesapeake y tiene una extensión de 35.000 áreas. Su anchura es de 6.436 metros y 24 135 metros su largo. En él se prueban los colosales cañonos de costa, los de sitio y de campaña," l o s antiaéreos, las ametralladoras y fusiles, los tanques y tractores, las bombas de mano, las cureñas, fuertes y todo lo que a las ¡ifuas de fuego se refiere. El personal, se •Componía hasta hace poco de 272 oficiales, 4.000 obreLa ciiádriivik amclralladora que un solo hombre maneja, produciendo ros soldados y de balas. 1-200 empleados y obreros pa i sanos, tro, y que, sin embargo, pudiese re^las 3.000 hombres empleados en la construcción de talleres y campos de sistir el choque de expulsión, lograntiro. do dar al proyectil 30.000 revoluciones Claro está que no es público todo pnr minuto. lo que se ha hecho en adelantos e inSe querían obtener fotografías de '^entos, pero se sabe, por ejemplo, un proyectil calibre 30 a la velocidad l u e Una de las cosas que preocupaban de 29.484 metros por segundo, pero ^ los oficiales de Artillería de la maescomo con una exposición de 1/23484 de fi07 un segundo, la bala se movía 25 milímetros, había que disminujr el tiempo. Empleando una chispa eléctrica se logró reducir el tiempo a una diez millonésima de segundo, l o g r a n d o obtenerse la fotografía apetecida, y de esta investigación nació el nuevo proyectil de punta más afilada y *popa de barco», con lo que se ha conseguido maj'or alcance con la misma carga de pólvora. Asi, el mismo cañón que antes de la guerra lanzaba un proyectil a 15.615 metros, l o envía ahora a 23.523. P o r un nuevo mecanismo, el cañón puede ponerse en azimut en ángulos mucho más abiertos, es decir, que se ha hecho de él un arma mucho más potente de lo que era antes de la Gran Guerra. Se sabe, igualmente, que en metalurgia guerrera se han o b t e n i d o grandes ventajas, una de ellas es la nueva aleación del acero que, con un temple e s p e c i a l , da un material mucho más resistente, que aguanta presiones mucho mayores, con lo que se ha obtenido mucho mayor alcance sin a u m e n t o de peso. una verdadera iluvia En lo que se han conseguido importantes mejoras ha sido "en la movilidad de las piezas, empleando el caucho en los montajes oruga, logrando de esta forma que las unidades que antes avanzaban a poco más de ocho kilómetros por hora alcancen ahora velocidades de 48 kilómetros. i\íás aún, se ha conseguido que el tractor pase por el agua sin deterioro y los cañones puedan ser tirados por pendientes de 45 grados. E n los fusiles de la Infantería se han introducido importantísimas mejoras. E l usado en el ejército yanki es el Springíield. Estos, como los demás, tiene que dispararlos el infante haciendo una porción de operaciones de disparo a áisparo, y en la actualidad se ha momodificado haciendo de él una semiametralladora, y el soldado no tieneque hacer sino apuntar y apretar el gatillo. Las ametralladoras, destinadas a lanzar una lluvia de proyectiles sobre las filas enemig-as, se conocían desde mucho antes de la Gran Guerra, pelo, como en la mayoría de las armas ofensivas, se hicieron g-randes mejoras durante la campaña, y de día en díase han venido perfeccionando desde entonces. El gran empleo de ametralladoras para los combates aéreos exige máquinas de éstas de mayor calibre que las B r o w n i n g y Maxim y de mayor alcance y elicacia. llosEstados Unidos han construido una nueva ametralladora que dispara proyectiles de un peso cuatro veces mayor 3' de un alcance tres veces m a y o r qiie l a Browning, que emplearon en Europa d u r a n t e la guerra mundial. En la época del armisticio, se consideraban enormes y [ p o d e r o s a s las bombas de 200 y 240 kilos lanzadas por los aeroplanos, y hoy los grandes aviones de guerra llevan bombas de cerca de 2.000 kilos, que contienen una tonelada de explosivo. De lo que se han ocupado con detenida atención ha sido de los tracto- Howitzer de 20 cm. con nueva cureña y carro de transporte. Aparaio dirtftor de liro para ÜLLuniiiiiar el nlcancc,'altura y velocidad de lus aviones. res con oruga y desde que con ésto se consiguió alcanzar velocidades de 25 kilómetros por hora, todo ha sido ocuparse de su mejora. E l transporte automóvil tiende a hacer desaparecer la tracción de san- Caflóni dejcosln de 16 pulsadas. gre, de la que casi se ha prescindido ya en los Estados Unidos, teniendo en cuenta las siguientes ventajas: el transporte por motor es más barato; el gas y el aceite ocupan menos espacio que el forraje para los caballos; su manejo requiere menos hombres; el embarque en vapores y ferrocarriles es más fácil; ocupa menos espacio en las marchas; es menos vulnerable que los caballos; es más higiénico, y, sobre todo, es más fácil de ocultar por medio del »camouflage». Mucho se habló durante la Gran Guerra de los cañones de 155 centímetros; pues bien, los actuales del mismo calibre envían sus proyectiles a una distancia de ocho kilómetros más que los em- pleados en la gran contienda. Van montados en tractores oruga que hacen 24 kilómetros por hora, pueden vadear los ríos y subir por cunetas de 45 grados. . El límite de estos montajes se ha obtenido con un cañón de 24 centímetros, y esta enorme pieza gracias a la admirable distribución que se ha hecho de su peso, ejerce en e l suelo una "presión, por unidad de área, no mayor que la ejercidad por un hombre que se apoya en un sólo pie. Las mejoras en los tanques son igualmente importantísimas. El último modelo lleva un estroboscopio en una toriecilla cilindrica en lo alto del tanque, provisto de estrechas aberturas verticales en otro cilindrico concéntrico giratorio, con lo que el oficial observador, bien protegido por la armadura, ve constantemente el terreno que le rodea. Al hablar de la nueva maestranza yanki no se puede pasar por alto lo que allí se ha hecho para mejorar la artillería antiaérea. Se habia notado d u r a n t e la Gran Guerra, que los cañones allí empleados perforaban la fábrica del aeroplano, pero que esto no impedía volar y manejar la máquin a al aviador si éste no resultaba muerto o imposibilitado en el combate, y, por consiguiente, era necesario algo que hiciese agujeros mayores. Los artilleros de Aberdeen h'an c o n s e g u i d o construir de 37 milímetros, de gran rapidez en el fuego, de mucho mayor alcance, y provisto de una espoleta y un fulminante tan sensibles que basta la pequeña resistencia de la tela de las alas de un aeroplano para hacer estallar el proyectil e inutilizar el avión. Nuevo cañón de 155 mm. y nueva cureña. Por L e ó n i d a s A n d r e i e v laistcFi® Volvió ansiosamente la cabeza hacia la ventana obscura. —{Es lúgubre? No... Cuando se familiarice usted con él, le encantará. Me encantaba ya; pero con el encanto, con la fascinación de la tristeza y del miedo. L a atracción que ejercía sobre mí era un mortal veneno, del que había que huir. Sin darme tiempo para replicar, Norden empezó a contar un chascarrillo, y al terminarlo rae suplicó con la mirada que me riese, trocados los ojos en tenazas de mi hilaridad. Me sentó frente a ¿4, y los dos prorrumpimos en carcajadas. ¡Qué estupidez y qué bajeza! D e los días siguientes, hasta el 5 de diciembre, no recuerdo nada, como si los hubiera pasado sumidos en un sueño profundo y sin ensueños. El 5 de diciembre el mar apareció helado y cayó la primera nevada, copiosísima. Y aquel día empezaron a ocurrir las cosas extraordinarias que hicieron más inquietante para mí el misterio de aquella casa, aquel misterio que aun sigue siéndolo y que, a veces, se me figura una siniestra fantasía o un cuento de miedo aterrador. Trataré de ser todo lo exacto que pueda y no omitir detalle alguno de importancia, aunque no sea directa su relación con los acontecimientos. Yo le atribuyo una importancia capital a la aparición de aquel ser extraordinario que parecía concentrar en sí todas las fuerzas obscuras, toda la tristeza que pesaba sobre la maldita casa de Norden, todo el dolor que incluso a nií, un extraño, habían de arrastrarme en su terrible torbellino. El 5 de diciembre cayó, como ya he ^'cho, la primera nevada. Empozó al •amanecer y duró toda la mañana. Ciando, terminada la clase de Volo•^'a, salí al jardín, todo estaba silencioso y blanco. Dejando profundas ^Helias en mí camino, llegué a la play^- Y lancé un grito de asombro al ^^r que ya no había mar. Horas antes 'Comenzaba allí la superficie helada, ^asi opaca; ahora la vista no tropezaba con límite alguno entre el mar y la tierra, ambos cubiertos por el mismo blanco sudario. Obedeciendo a esa necesidad que se siente ante toda superficie lisa e intacta de trazar algo en ella, me quité el guante de la mano derecha y escribí con el dedo en la nieve: «Elena». La pirámide se había trocado en una colina de nieve de suaves contornos, en algo sumiso y como- muerto por segunda vez y para siempre. "A este lado, la cabeza; a ése, los pies...» Era difícil imaginarse allí, en aquella superficie impasible, las olas, la lancha volcada. Y me pareció que se me quitaba un peso de encima. "No estaría de más—me dije—un viajecito a Petersburgo, para hacer alguna asomada por la Universidad.- Norden, en aquel momento, se me antojaba un hombre extravagante y desagradable, pero inofensivo. ¿Qué me importaba a mi que contase historietas e hiciera bailar a su familia? A mí lo que me interesaba era reunir algún dinero y marcharme. "¿Cómo te las vas a componer ahora para borrar las huellas?-, pensaba yo, riéndome, al volver de la playa. Y evitaba pisar las ya existentes, a fin de dejar todas las que pudiera. Al día siguiente—y al otro, y al ctro, y al otro, si tardaba en nevar de nuevo—sería para mí un placer, casi un orgullo, el verlas. Los árboles del jardín ya no producían la impresión de soledad y de tristeza de que he hablado; parecían sumidos en un tranquilo sueño, lleno de ensueños dulces. Lo único que turba- (Continuación) ba la placidez del paisaje eran los cajones de madera que Norden había hecho construir para abrigo de algunos árboles meridionales. Yo no había visto nunca proteger los árboles contra el frío en aquella forma, y los altos y extraños cajones me encogían el corazón; semejantes a ataúdes en pie, diríase que se disponían a tomar parte en una procesión macabra. «Estoy orgulloso de mi invento», decía Norden, con gran indignación mía. Hacía dos días que se había ido a Petersburgo, y en la vasta mansión, que yo no conocía aún en su totalidad, reinaban un silencio y una calma absolutos; los niños estaban ya con el aya, en sus habitaciones, quietos y callados, y la servidumbre no hacía tampoco ruido alguno; en el piso alto, una mujer joven y bella, víctima de las fuerzas desconocidas, languidecía solitaria... Estuve cerca de una hora en la biblioteca, pero no tenía gana de leer; una alegre excitación nerviosa me turbaba; la casa, silente y misteriosa, despertaba en mi alma una viva curiosidad V una vaga sed de aventuras. Luego de cerciorarme de que no podía verme nadie, empujé la puerta que daba a las habitaciones del lado de allá del corredor y penetré en ellas de puntillas. Atravesé dos amplias estancias, avancé a lo largo de un pasiUito y salí a la meseta de una escalera interior cuya existencia yo ignoraba. Alzábase frente a la escalera una MATTHS . GRUBER PROVEEDOR DE LA REAL CASA Fábrica de arcaa, molinos y tostadores. Grandes existencias de amasadoras, batidoras, extintores de fuego, básculas y carretillas. A l a m e d a d e San M a m e s , 29, 31 y 3 3 . — B I L B A O Pídale catálogo de los artículos que interesen. E[ aya se postró a mis pies, puerta cerrada. «Ahí dentro, me dije, está la enferma*; y con una resolución desesperada intenté abrir, pero no pude. No sabía qué hacer. Crvzó por mi cerebro la idea de llamar, pero no me atreví. Permanecí allí largo rato, turbado ESTA NOCHE UN BAÑO DE PIES H Q ¡ sufre usted males de pies, 0 1 haga disolver esta noche un puñadito de SaltratosBodell en una palangana de agua caliente y sumerja los pies durante unos diez minutos en esta agua transformada en medicamentosa y ligeramente oxigenada. Bajo la acción tónica, antiséptica y descongestionantc d e tal baño, toda hinchazón, magullamiento e irritaciones, así como toda sensación de dolor y quemazón, desaparecen como por encanto. Los Saltratos Rodell, remozan los pies aún en los casos más rebeldes. De venta a un precio módico en todas las buenes farmacias, droguerías y Centros de específicos. iiiiiiniiiiiiiiiiinTtiiiitiimmiiiiiirmtf; por aquel silencio que lo envolvía y penetraba todo y miraba con sus ojos blancos a través de la claraboya. Oí de pronto pasos abajo, y volví presuroso a la biblioteca. Cogí un libro y hojeándolo me quedé dormido en un diván, llevándome al reino del sueño la visión del mundo cubierto de nieve y tacirtuno. ' jDespués de comer me retiré a mi cuarto V, luego de anotar en mi diario las impresiones del día y escribir dos o (res cartas, me acosté; mas como me había pasado durmiendo casi toda la tarde, no tenía sueño, y estuve cerca de dos horas despierto, atento el oído al silencio, la mirada atenta a las tinieblas. Tras los cristales de la ventana, velada por un blanco storcj reinaba la noche blanca; las nubes cernían y debilitaban la luz de la Luna. Creo que empezaba ya a dormirme, cuando «sentí» de pronto que ante la ventana, en el jardín, había alguien. Me incorporé. Una sombra se dibujaba en el s/ore. Como mi habitación estaba en el entresuelo y la altura de la ventana era escasa, supuse que alguna persona—desde luego de elevada estatura—perteneciente a la servidumbre habría salido llevándose sólo la llave de la verja y no se atrevía a llamar a la puerta del hotel. Con una vaga angustia, no obstante, me levanté, atravesé la estancia y descorrí el store. Un hombre, a quien el antepecho de la ventana le llegaba hasta un poco más aoajo de la barbilla, erguíase en la obscuridad, inmóvil y mudo. L e hice una especie de saludo con la mano, pero no contestó ni se movió. Di unos golpecitos con los dedos en un cristal; el mismo silencio y la misma inmovilidad. —¿Qué quiere usted?—le pregunté en voz baja, sin acordarme de que era invierno y los cristales dobles no le permitirían oírme. Viendo que seguía sin moverse y sin decir palabra, me indigné y decidí bajar al jardín a repetirle ía pregunta. Pero antes de que yo acabase de girar sobre mis talones la misteriosa figura comenzó a alejarse lentamente. Sus hombros eran anchos y horizontales, y cubría su cabeza un sombrero hongo. No había en su aspecto nada de extraordinario. Yo, a pesar de todo, empecé a vestirme para bajar al jardín; pero conforme me vestía iba sintiéndome menos resuelto, y concluí por decirme, con una indiferencia ficticia: «Mañana averiguaré de qué se trata.» Por la mañana les pregunté a los criados; pero me aseguraron que ninguno de ellos había salido aquella noche y que nadie había visto al hombre del sombrero hongo. El portero me contestó sin inmutarse. No así el lacayo Iván, que, visiblemente turbado, me dijo: — ¿Está usted seguro de que era un hombre con sombrero hongo? —Sí; era un hombre con sombrero hongo—le respondí. Esta afirmación pareció tranquilizarle. Más tarde supe que de noche solía inquietar a la servidumbre el temor a un espectro; pero se trataba del espectro de Elena, ahogada en el mar. E r a un miedo vago y poco serio, una de esas supersticiones frecuentes en las casas donde ha acontecido algo trágico. En la esperanza de encontrar allí la clave del enigma, me dirigí a la parte del jardín que caía al pie de mi ventana, y lo que vi me sorprendió de modo harto desagradable; no había huellas en la nieve y, además la altura de la ventana era mayor de lo que yo me hguraba; aunque mi estatura es más que mediana, me costó trabajo alcanzar con las puntas de los dedos a la arista del antepecho. El descono- La ñifla estaba de cara a la pared. cido, según se inducía de este último detalle—ques, como ya he dicho, el antepecho no le llegaba a la barbilla—, o era desmesurada, anormalmente alto, o se .sostenía en el aire... como un fantasma; ' H e sufrido—me dije—una alucinación.» Esta explicación era bastante lógica; la atención sostenida, angustiosa, con que yo observaba todo en aquella casa, ini constante presentimiento de algo maravilloso, podían haber debí litado mis nervios hasta el punto de hacerme 'er^ en este siglo ilustrado y escéptico, un aparecido. Sin embargo, se me ocurrían algunas obj-;cÍones contra aquella hipótesis; vo estaba fuerte, sano; mi cerebro funcionaba muy bien; en mis sensaciones no había nada de anormal. Además, era extraño que mis nervios, debilitados, me hubieran hecho ver un ser que, aunque sombrío, no se salía, por su aspecto, de lo vulgar; un ser sin relación alguna con mis pensamientos y sospechas. Lo natural hubiera sido que mi imaginación enferma se hubiera fingido la aparición de Elena, no la de aquel señor taciturno, con sombrero hongo. Y el lacayo entró y se prosternó junto a la vieja. En el piso alto, tan taciturno el día antes, seguía sonando la alegre música. Lo salvajemente grotesco de aquel regocijo me crispaba los nervios y me arrancaba carcajadas casi dolorosas; diríase que estaban haciéndome PAVIMENTO ATRACTIVO Y PROTECTOR Pero aunque no encontré respuesta a tales objeciones, no tardé en tranquilizarme. Durante el día no ocurrió nada digno de referencia. Por la noche regresó Norden. Cuando estábamos acabando de comer, nos dijo que había traído un nuevo bailable en boga, ^fomentos después lo tocaba la pianista invisible, reílejando en la ejecución, un poco insegura, su desconocimiento de la pieza; los niños bailaban, miss Molí giraba como un caballo de circo, eí amo de la casa remedaba, con mucha vis cómica, a los danzarines de ballet; todos nos desternillábamos de risa. De pronto, al mirar mis ojos lagrimeantes, por casualidad, a una ventana, me pareció ver una figura humana en las tinieblas. Miré más lijamente; tras los cristales no había nadie; mi estúpida imaginación me había engañado. Pero Norden notó mi inquietud momentánea. —¿Por qué está usted tan serio?— me preguntó—. ¿No le gusta a usted el nuevo baile? ¡Anímese, anímese! Si no, miss Molí le impondrá a usted Un correctivo. Y, señalándome con el 'dedo, le <iijo, en inglés, a miss Mull algo que l'i hizo prorrumpir en estridentes carc^íjadas. Luego, continuando la broma, la obligó a acercarse a mí, le asió Una muñeca y con la mano de la vie]3. me dio Unas manotaditas en el hombro. No pararon ahí sus infantiles jovialidades. ^¡Arrodillaos a sus pies y suplicedle que baile un poco!—les dijo a ^os niños, que se apresuraron a obe''ecerle. Y añadió, dirigiéndose al aya: ~ ¡ Y usted también! b-l aya se postró también a mis pies y Unió sus ruegos a los de los niños. Yo no sabía que hucer: todo aque'o me repugnaba; pero como era un i roma no podía enfadarme. , 7-¡Ven tú también a rogarle que oaile, perillán!—le gritó Norden al Cayo Iván, que miraba, asombrado, el grupo desde la puerta. i?jai2isi0ísi2ísíMaja!H!3^i3i3jai3i3rajaiasi2iniii es evidentemente el Linoleum Nacional, pues a ia belleza de sus colores y dibujos, une propiedades desinfectantes, que constituyen una v e r d a d e r a salvaguardia para la salud. En un pavimento construido con Linoleum Nacional El ciesconocido^esialia un io ulio de la escalinata. coquillas, Acabé por ponerme a bailar, y al pasar por delante de las ventanas que se me antojaban innumerables, me preguntaba: «¿Donde estoy? ¿me habré vuelto loco?» Norden tardó largo rato en calmarse. Tuve que estar con él en el comedor hasta mucho después de irse los niños a la cama, oyéndole hablar de la velada tan alegre que habíamos pasado, de la comicidad coreográfica de miss Molí, de lo bien que bailaba Volodia, de lo gracioso que estaban todos de hinojos a mis pies... —Una velada así—decíame dándome golpecitos en la rodilla con su blanca y pulida mano—denota cultura, civilización. Vivimos en un verdadero desierto, A un lado, el mar; al otro, el páramo o poco menos. ¡Y, sin embargo, bromeamos, reímos, bailamosl Mis amigos de Petesburgo me preguntan como puedo vivir aquí sin morirme de tedio. ¡Si nos hubie ran visto esta noche! Y lanzó una serie de carcajadas largas, insoportablemente largas. —Debíamos invitarles a un baUe—^ p r o s i g u i ó - . Es un gran idea, ¿Verdad? (Continuará en el número próximo) se está desprendiendo constantemente, y durante años y años, ácido fórmico, que, como es sabido, es un enérgico bactericida, destructor de los microbios y gérmenes nocivos, no siendo desagradable su olor. Coloque usted en todas las habitaciones de su casa Linoleum Nacional, y cuando vea usted a sus niños que juegan en el suelo, no se alarme usted; el Linoleum Nacional vela por su salud y les proporciona u n a superficie blanda, donde pueden jugar sin peligro y sin luidos ni molestias para usted. Las demostraciones de éstas y de otras importantes ventajas podrán s e r comprobadas por usted si nos escribe pidiéndonos informes. Hágalo usted hoy. L I N O L E U U N A C I O N A L S. A p a r t a d o 979.—MADRID A. Sírvanse enviarme ¡trotia, un ejemplar del folleto La b e l l e z a y l a c o m o d i d a d d e BU hogar. Nombre Direccción Pueblo Provincia iíaíai5ISISI3ÍSiaEI3ISJSraiS13MSJSEISiSMaiSJÍ F EME LA MODA / , . . - • / • DE LA U •^, •A? •-• /^ON las primeras ráfagas de aire ^ frío, con las primeras gotas otoñales llegan, de los centros modísteriles, noticias exactas de io que será la moda en la saison actual, Y estas noticiaf traen la desilusión o la tranquilidad de las damas. Porque aquellas cuyo espíritu esté agitado por una continua ansia de novedades, no encontrarán medio de quedar satisfechas. El fondo de la moda, por decirlo así, la línea y el conjunto no '/arfan. Por el contrario, al parecer, se afirman. Y es que los modistos psicólogos necesariamente han comprendido que la mujer en general, se siente demasiado cómoda con los vestidos actuales, y no aceptará variación alguna que no se desarrolle sobre el mismo tema. Por eso «se lleva», lo mismo que • se llevó» el año pasado con ligeras, ligerísimas alteraciones en los detalles. La misma sobriedad de líneas en los trajes de calle, la misma pluralidad en los de fantasía. Y en uno y otro género de atavio un ancho campo de elección. Puede decirse, al fin, que !a moda se humaniza. Y a no es la tirana que se hacía acatar, sino una buena amiga, simpática y complaciente que se adapta a las necesidades y a los gustos personales de cada mujer. Por eso el ir mal vestida, actualm e n t e , es imperdonable. Hace unos años, cuando el autravé era «obligatorio* constituía un arduo problema para no pocas mujeres, conseguir que la moda y las características de su tipo llegasen a un acuerdo «lógico». Ya no se presentan estos problemas; cada tipo, ' y hasta cada temperamento, encuentra algo que - l e v a » . '\ E S T A C I Ó N / Por . \ NINA Así, por ejemplo, el traje sastre vuelve, pero sin exclusiva, alternando amigablemente con los trajecitos «enteros» y los «dos piezas» —sweaier de punto y falda plegada o tableada—. Depende, pues, solo del gusto y de la sinceridad íntima ante el espejo, de cada mujer, el logro de una toilette acertada para calle y paseo. Pero, quedan ya pocas mañanas claras y soleadas que inviten a flanear a cuerpo por las calles. H a llegado la época de los tés bajo techo y de los teatros. Más que del traje sastre y del entero de lana, es la época de la robe ligera bajo el abrigo. Estas robes de tarde siguen siendo casi únicamente de crespón de seda o de georgette. ¿Formas?: el talle regularmente alto o discretamente bajo, en general bastante vuelo, todo él hacia adelante o recogido en un lado. Este vuelo, obtenido c o n pliegues menudos o grandes godels. Las mangas igualmente amplias que ceñidas. ¿Colores?: toda la gama de ellos, y sobre los tonos obscuros—se lleva mucho el negro y. el azul marino—la nota alegre de un color fuerte formando un bello contraste. Los escotes discretos, ,en ocasiones cerrados, y en cambio las faldas muy cortas, cada vez más cortas. ¡La tela es tan cara!.. Los abrigos que el año pasado tenían vuelo a los lados, son nuevamente rectos, e independientes del vestiHiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii'i i AGUA i = DA EL BRILLO DE LA NIÑEZ s Superior a todo blanco S para quitar toda clase = de manchas, pecas y s paños de la piel. = S 2 S S = S C. SAN JULIÁN.—GIJON ^iiiiiiiiiiiitiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiñ Genial preparado para suonmir las ca Sin r e c u r r i r a las Imlura*: pF y embellece k ei cabello ^ SI.in engráselo J Sar^ In« ú a . do, es decir, que no tienen que igualar ni en el tono de la tela ni en el color o calidad del forro, lo que resul ta mucho más práctico y cómodo. Solo que sobre este capitulo no haj' por qué hablar mucho. E n materia de abrigos, los de pieles siguen obteniendo las preferencias, y solo para viaje y sport se adoptan los de tela gruesa y flexible que este año son, en su mayoría, escocesas c de mezclillas en claro. ¿De sombreros? Poca cosa también. E n París se llevan grandes y pequeños. E n Madrid gustan más los pequeños, aunque no deja de ser un error, pues a la fisonomía de la mujer madrileña va perfectamente el ala grande, cuando—claro está—se tiene estatura, por lo menos mediana. Los sombreros pequeños siguen siendo de copa alta pero más lisa que hasta ahora, el ala pequeña y levantada por delante, en forma de diadema y pegada a la cara de modo que no se vea el pelo. Y, cuando no es el ala lo que enmarca el rostro, es el adorno que viene a descansar en la mejilla, y que es como una orejera de gorro de baño o de aviación hecho con cintas o plumas finísimas. Estas cocas de plumas son actualmente el furor, y temo que lleguen a ser una plaga. ¿De que son los sombreros? D e fieltro sobre todo. E l fieltro—diciéndolo castizamente— se ha hecho el amo. Y es que no hay nada más cómodo, ni más práctico, ni más dúctil bajo las manos de la sombrerera o de cualquier mujer que tenga arte para adaptarlo a su rostro. ^-., Dentro del fieltro, el llamado latipée tiene gran aceptación, pero es mucho más caro que el otro y solo un poco más bonito. Se verá en minoría. ¿Y que más? El renard y la estola de piel se llevan indistintamente sobre los trajes enteros o sastres. También las bufandas de kashá a cuadros escoceses en colores vivos. Los bolsillos grandes. L a s medias más obscuras, «más tostadas» que en años anteriores, y para deportes y dfas de lluvia, las de lana con zapatos de piel de cerdo 3- piso de goma. ¡Ah! y algo desolador. Se dice que las mujeres usarán trinchera... DE UTILIDAD Póngase las patatas en agua hirviendo y déjese que hien-an un minuto o dos. Luego se sacan del fuego, se dejan en el agua un cuarto de hora y se pelan con toda facilidad. L a s patatas pueden cocerse en agua fresca como de costumbre, guisarse, dorarse, etc. No pierden sus buenas cualidades y las manos no se manchan al pelarlas, como sucede cuando se hace esta operación estando crudas. Si el colchón se deja sin funda, pronto se mancha. Una funda de hilo o de brin ayudará a mantenerlo limpio. Estas fundas sólo necesitan lavarse dos o tres veces al año. El sano y fuerte Bagaría (Cojiiifiiia de la pág. ¡^j)—A mí—nos dice — me gusta el cante gitano, como lodos los populares. Pero mis aficiones predominantes son las de buscar setas, la pesca y la caza. Y estas dos últimas no me las perdono, ili^—¿Por qué? —Porque no. Usted no sabe lo que sufro al matar un pájaro o ver morir un pez. Siento el impulso de no disparar la escopeta; pero la afición puede más, ¡y cazo! Se inicia en mí el arranque de librar al pez del anzue- lo y arrojarlo al agua; pero la afición puede más, jy pesco! Le indicamos que tiene aún otra afición. —¿La de los toros?—ha presumido él en seguida —. No soy un gran aficionado a los toros por culpa del público. Me indignan tos insultos al torero. Creo que et hacerlo mal en el redondel es mucho más difícil que el juzgar bien desde el tendido. Ahora le interrogamos sobre sus planes. Nos responde: —Proyecto p a r a el año próximo una Exposición en Santiago de Chile. Así quedó acordado en principio en un té al que me invitaron la otra tarde en la Legación de ese país. —¿Y mientras tanto? —Seguiré esperando en mi despachito de El Sol. Con emocionado acento añade: —Si de allí saliera yo alguna vez, me consideraría como emigrado... Y al pronunciar esas palabras acentúa su privativo gesto—eníre sonrisa y mueca de dolor—aquél de quien, con motivo d e l homenaje nacional que le fué tributado en el Hotel Palace, se dijo que era *el caricaturista intérprete de lo que de más relieve, sarcasmo o significación traen consigo los días». Salimos a la calle; abocamos a una plaza. Habla de nuevo Bagaría: —Hay una patria chica interesante, que no es la ciudad, ni el pueblo, ni aun el barrio donde uno nació, sino que palpita en un vago recuerdo de la infancia —la silueta de unos árboles, de una fuente... la mancha grísea de unos muros...—. Interesante, sí, pero esencial no, porque no lo es ¡a patria geográfica, sino la espiritual. A un chino, a un lapón a quienes subleve toda injusticia, por fuerza he de sentirme yo más nnido que a un español, que a un catalán perversos. En fin de cuentas, he de considerar a aquéllos más hermanos míos que a un hermano efectivo y malvado. Se detiene un instante el preclaro artista y concluye: --jAnte todo ser bueno! Bajo. El bordoneo de preguntas breves, de concisas observaciones que ha servido de acompañamiento, viene a resolver en esta frase: Lector: he ahí a Bagaría. P A S A TIEM POS Resultado del concurso anterior 1. Ricardo Franco. (¡\íadrid). 2. Emilio Franco. (Madrid). 3. Simón López Jiménez. (Jerez). -I. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. Fernando Pereyra. (Madrid). Manuel Ruiz. (Ceuta). Manuel Estrada. (Ferrol). Gonzalo M. Armero. (Madrid). Pedro Martínez López. (Baza). <'Chacharramendi>. (Ferrol). Rosario Tobías. (Valladolid). .Miguel ALirtínez Lodeiro. (Ma- dri). 12. Enrique Thuillier. (Madrid). 13. María de África González y Fernández. (Madrid). U. Consueluchi Duran y Medina. (Cádiz). 15. Ernesto Duran. (Cádiz). 16. M.'"- Luisa Eguia. (Madrid). 17. Domingo Velasco. (Madrid). 18. Domingo Sainz. (Madrid). 19. Edua.'do Serrano. (Irún). 20. Mañu Irureta. (San Sebastián). 21. Francisco Marín. (Madrid). 22. Miguel Montilla. (Madrid). 23. ]. Ramón Aguireche. (Irún). 24. Antonio García-Suelto. (Madrid). 25. Rafael Gómez. (Madrid). 26. Francisco Cañas. (San Fernando) 27. Clemente Rodríguez. (Madrid). 28. "Framaixón». (Madrid). 29. Manuel Alvarez. (Madrid). 30. Ramón González López. 3L Amelia G. de C;istro. 32. M." Luisa Besses. (Madrid). 33. Julián Coque. (Madrid). 34^. Moisés Heras. (Madrid). 35. Amparo Fernández. (Madrid). 36. Manuel Cano. (Madrid). 37. Moisés Ramos. (Madrid). 38. Felisa Herrero. (Madrid). 39. Ernesto Gómez. (San Sebastián). 40. José M. de Soroa. (Madrid). Con una sola falta han enviado pliego, José Pascual Poblet y José Lobo, de Madrid; Monsetú del Rajo, de San Juan del Puerto; Felipe Car r e r a s , de Huesca y Jesús Suárez, de l^a Corana. Se han recibido además algunos pliegos con las soluciones exactas, pero que no han podido figurar en la lista por haber llegado a nuestro poder después de cumplido el plazo de admisión que se señala en las bases. Verificado el sorteo de premios entre los relacionados, correspondió el primero, tres décimos, del número 27.507 para el sorteo del día 1 de diciembre del año actual a don Ernesto Duran, (Cddis), el segundo, dos décimos de igual número y sorteo a don Emilio Franco, ''Madrid), y el tercero, un décimo, también del mismo número y sorteo a don Manuel Cano, (Madrid). Los décimos se encuentran depositados en nuestra Administración, a disposición de los señores agraciados. H Ü M O R M I O faei? -'•No estuvo usted ayer pescando en el rio? — Zí, zeñó, zf que estuve. —¿V no vio usted un h o m b r e que se a h o r c ó , colgándose de un árbol? —Zí, zeñor, zí que lo vi. —¿Y por qué no dijo usted nada? ¿Por qué no t r a t ó u s t e d de evitarlo? —Toma, pu^s porque como primero z e h a b í a tirao al agua, creí que era que ze colgaba para zecarze. D R E P Á l í A f t l E el *• aparejo, Rusío, que mañana voy de pezca^liabíadicho el gitano Rafael a su costilla, al tiempo de meterse en cama. A la mañana siguiente, el señor Rafael salía de sn casa muy temprano, cargado con todos sus bártulos y se encaminaba hacia la r i b e r a del río, prometiéndose p a s a r un buen día, dedicado a su pasión favorita. Llegó, por Hn, al s i t i o elegido por él, aquel en que pensaba que la p e s c a se ría m á s abundante; preparado todo, lanzó el anzuelo, y esj-.eró pacientemente. Llevabaunpar de horas sin hab e r conseguido pescar u n s ó l o pez, y ya su pac i e n c i a se iba agotando,cuando un ruido le hizo volver la cabeza: a su derecha, un pobre hombre se lanzaba al río con intención de quitarse la vida. Anuncio en itii periódico provinciano: -^Se n e c e s i t a muchacho honrado, que sepa algo de j a r d i n e r o y cuidar un cabal l o , acostumbrado a andar en bicicleta y a usar el teléfono--. Enriqueta: Ya sabrás que Antonio se me declaró anoche. Julia: El individuo qne compra un auto de segniida mano llega a su caaa. ¿Pero, es cier-, — ¡ B a h ! Ezte —¿Qué tal? ¿Qué hay, señor Rato? ¿Verdad que lo hace muy bien? tiene una forma muy original de pezc a r ^ c x c l a m ó el señor Rafael.—Se iiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiritiiiiiiiiiiiniiiniiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiniiini:: tira al río para atrapar los peces con 'íi mano. = ^ P 2 ^ CONVALECENCIA, ^ ^ Í Tentado estuvo él de hacer lo mis^ o ; pero en esto el suicida, viendo •^ue la profundidad del río no era suficiente para ahogarse, salió del agua, pero decidido a quitarse la vida. To'i^ó una cuerda y se colgó de un árbol. A la mañana siguiente la pareja de ^^ Guardia civil había encontrado el Cadáver colgado de un árbol a la oñjla del río, y sabiendo que el señor •"Rafael había estado por aquellos luSaues pescando, se dirigió a su casa P^ra interrogarle. VINO Y J A R A B E ! Deschiens alaHemoglobina = ~ Loa MédlcoB proolaman que eate Hierro vital de la Sangre C?B m u y superioi' S S a la carne cruda, a IOB íerruyinoBo^ eto, - Da. salud y luerza. — PAítlS ~ ^iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiiiMiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiiiiiiiiiiiMiiiiiiiiiniiiEiiiiiiiniimiiir Origen e historia de las gallinas (Cotilñiíta de la pdg. 6oi.) L a imagen del gallo aparecía en las monedas del templo de Artemis, en Efeso, por lo menos en el año 700 antes de la Era Cristiana, y, sin embargo, este animal no figura en la mitología griega. A Europa llegó la gallina por tierra. Los romanos la encontraron entre los germanos, los galos y los anglos. Durante siglos, las peleas de gallos han sido la diversión favorita en el Sur y en el Occidente de Asia, en Sumatra, Java, Borneo y las Filipinas. Una receta india para el pienso de los gallos de pelea se compone de 200 yemas de huevo mezcladas con determinadas cantidades de almizcle, azafnín, azúcar, almendras, piñones, ámbar gris y harina de trigo. Esta, se (ríe antes en mantequilla, luego se mezcla bien con azúcar y, por último, se le e¿han los demás ingredientes. El primer día se les da una pequeña cantidad de esta mezcla y como postre más harina sola, sin freir en mantequilla y se le pone un bozal para que no pueda picotear ni comer nada, pero se le deja que haga ejercicio. -SiW P L A C A ' Perfecta audición y pureza absoluta. Economía evidente en consumo. 20 por 100 más barata que las de su categoría. Ño produce ruidos extrafios. Se adapta a cualquier aparato s i n introducir m o d i f i c a c i ó n alguna. PRECIOi 14 PESETAS Enviando este anuncio al Representante g e n e r a ] NICOLÁS RICO Jordán, 19.-Apíirt. 10.044 MADRID recibiréis folleto explicativo Manual d e l r a d i o y e n t e cCuántos artículos ha escrito el periodista más cervantino? (Continúa de la pág. 604.) Arráes Mallrapilh; el dia A, A B Cj El Imparcial, y en La Correspondencia de EspailOj Cristóbal de Castre; el día 6, Alma Española^ Nazarin en La C9rrespondencia Mililar, el Dr. L a r r a y Cerezo en Diario Universal y P.[edro] Vindel en El Globo; el día 6, Rectitudes en El Imparcialj y losé Nogales, en El Liberal; el día 7, Juan de Espaiia en La Correspondencia Militar, y la Unión Militar, José Félix Huerta en el Diario de la Marina y El Imparcial; el día 8, El Correo; el día 9, La Correspondencia Militarj y Joaquín Dicenta en El Liberal; el día 10, Emilio Ferrari en El Imparcial; el día 11, Fierre San en El Libtral; el día 12, Ramiro de Maeztu en Alma Española y El Correo; el día 13, el Diario Universal, El Globo, y un «Despacho del otro mundo», de Camuvenl, por Cavia, en.El Imparcial; el día 14, í L a invocación a Cervantes», de Cávía; el día 15, José de Rocamora en Heraldo y El Pais; el día 16, El Dia y El Nacional; el día 17, Heraldo (Arturo Saúco), y la Pardo Bazán, Málnez y Marqués de Cabriñana en /•"/ Imparcial; el día 18, El Arráez Maltrapillo en Heraldo, y «Dulces coloquios. — Entre Maritornes y el arriero», de Cavia; el día 19, Elat. razo del a cobra. Antonio G. de Linares en El Univer(Continúa de la i>ag. 6o6.) so; el día 21, Francisco Durante en Diario Universal, y Luis Calvo Reviloj contaban para Atkis el tiempo con lla en El Imparcial; el día 24, F . Bowvoluptuosa lentitud. Cuando la cena den en Diario Universal, José M. Terán en El Globo y El Liberal; el día 26, terminó, dijo a su mujer: —Trae la caja de bridge y mi por- La Correspondencia de España; el día tamonedas, que creo que se me cayó 26, El Bachiller Luis Gnbaldón en El Imparcial; el dia 29, F . Pérez Fernánjunto a la cama... Gracias. dez en La Correspondencia Militar; el Cuando los pasos de aquélla se exdía 30, La Correspondencia de España, tinguieron, Atkis dijo con voz breve: Diario Universal y «La mujer ante —Ahora oirán ustedes un grito. No se asusten... Es que no está bien que Cervantes>, de Cavia; el 6 de enero de 1904, El Cuerpo de Inválidos en El la mujer de un oficial del rey tenga Imparcial... miedo de las serpientes y he querido quitárselo. Había dicho bien. Un grito largo, En «La crónica del Centenario», trémulo, agudo, rasgó la noche. Y recopilación de Manuel Becerra y Pamientras explicaba con trabajosas riblo Saw, figura én primer lugar la sas su farsa, el silencio lo envolvió citada apología cervantina de Cavia, todo y los ojos claváronse en la puerquien se dolió amargamente en otro ta por donde la mujer despavorida bello artículo, «El Centenario en sidebía de volver. lencio», de 28 de enero de 1916, del triste sino del Cautivo de Argel. Mas no volvió. Cuando los hombres se precipitaron en la alcoba, la En cuatro rotativos aparecieron los vieron tendida en el suelo; pero ten- 200 y pico de artículos cervantinos, dida para siempre, y vieron también que compondrían dos sendos volúmeuna masa larga y ondulante deslizarnes, de Cavia: E n El Liberal, 11 arse por la ventana. El macho de la cotículos (28'11-89 al 1-2-95); en Heraldo bra muerta había venido desde la selde Madrid, cinco (9-6-95 al 14-10-95); en va en donde estrangularon sus nupEl Imparcial, 201 (27-4-95 y 23-4-96 al cias a vengarse estrangulando las 16-4-17), y en El Sol, nueve (2-12-17 al nupcias del hombre. 13-3-20), que suman 216. Núm. 24.—Debe ser pájaro de cuenta. por R a m ó n ALREUEDOR DEL LiSTA M a r a v e z MUNDO publicará ¿n Núm. 25. Mal pagador. \ e^Ui sección tina serte de pasattetupos, numerado; '^orrelalívanienle, consís/eiiíes en geroglificoí ^omprimictos, charadas, palabras criisadas, el celera, ele, niicslros lectores podrán enviai las soluciones de los niisnios, del I al JO del "tes siguiente, aconipatlando el pliego de soluciones los cttpones que se publiquen durante el concursa, y los suscripCores podrán hacerlo sin este requisito haciendo constar su calidad de stiscriptor. Pasado el dia JO, se examinarán los pliegos recibidos y se premiará al que contenga más soluciones exastas con tres décimos lie lotería del primer sorteo del mes siguiente, al segundo, con dos, y al tercera con uno, y en caso de empate, se adjudicarán los ¡res premios por sorteo, al que podrán asistir los concursantes que lo deseen. Los pliegos se recibirán hasta el dia 10, inclusive, del mes próximo, y en el sobre ha de consignarse: "Para el Concurso de Pasa tiempos". ió. \-JICPX, "I *.V-<*V Núm. 26. Impedimento. Núm. 22.—Las apariencias engañan. N O O o • ENCARO QUE Núm. 27.—Charada. VXON En la "todo", llevó Andrés, BRILLA. el "dos-prima", que era inglés. [ p a ^ Núm. 23.—Tal para cual. 7 DETIENE 1 SOO SOO G ab r i e l e s a| l a A r t d a l u z a GoncursoúePasatiempos —•— Cupón núm. 4 de la serie de cuatro que hay que acompañar al pliego de soluciones. / 4 Lávese usted con : ue pbóm ciualquiera... Lávese luego con J a b ó n Heno de Pravia,. ¡y notará la .; diferencia! Pastilla, lyZú en toda España. PERFUMERÍA GAL. -MADRID