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Dominicos | Orden de Predicadores
Homilías
Ciclo
C
IV Domingo de Pascua
17/04/2016
Yo doy la vida eterna
Introducción Los relatos evangélicos de estos domingos de Pascua están tomados del evangelio de San Juan. En ellos Jesús sigue
presentándose como un pastor muy peculiar: no sólo cuida de las ovejas, les da la vida. Y una vida eterna. Para Juan los términos
“vida” y “vida eterna” son prácticamente idénticos porque el creyente en el Resucitado ha entrado en una existencia nueva en la que
nada ni nadie se pierde y todo cobra un nuevo sentido. Jesús vino al mundo para que los humanos tuviéramos vida y la tuviéramos en
abundancia.
Esta vida que regala el Señor desarrolla su dinamismo desde la Palabra. Lucas, en el Libro de los Hechos, de donde está tomada la
primera lectura, evoca esta fuerza vivificadora de la palabra de Dios. Puede ser rechazada, si cerramos los oídos y corazones como
quienes se enfrentaron a la evangelización de Pablo y Bernabé. Pero es causa de alegría y acción de gracias para quienes la reciben.
La vida de los salvados se describe elocuentemente en el Apocalipsis, de donde se toma la segunda lectura. Es una vida sin dolores y
sin lágrimas que discurre en el frescor de las fuentes de aguas vivas, un paraje renovado al que nos conduce el Señor Resucitado.
Fray Fernando Vela López
Convento Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)
Lecturas
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43–52
En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron
asiento.
Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles al
favor de Dios.
El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a oir la Palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían
con insultos a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones:
–Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna,
sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: «Yo te haré luz de los gentiles, para que seas la salvación
hasta el extremo de la tierra.»
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la Palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna,
creyeron.
La Palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los
principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.
Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y
de Espíritu Santo.
Sal 99, 2. 3. 5 R. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R.
Lectura del libro del Apocalipsis 7, 9. 14b-17
Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y
del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y uno de los ancianos me dijo:
–Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo.
El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los
conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 27-30
En aquel tiempo, dijo Jesús:
–Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las
arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno.
Comentario bíblico
Primera lectura: (Hechos 13,14.43-52)
Marco: Hechos 13 recoge el único discurso kerigmático que el autor de Hechos coloca en labios de Pablo. El fragmento que
proclamamos hoy recuerda el resultado final del discurso.
Reflexiones
1ª) ¡Primero los judíos, luego los gentiles!
Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis... sabed que nos dedicamos a los gentiles. El
plan salvador de Dios debía seguir un itinerario: primero los judíos y después los gentiles (Gn 12,1ss). Este proyecto de futuro, abierto
a todas las gentes y naciones, recorrerá un camino difícil desde el punto de vista de la historia. En la etapa posterior al exilio de
Babilonia, para salvaguardar la pureza de la fe de Israel, se fue cerrando el círculo cada vez más, hasta el punto de considerar a los
gentiles como unos impuros y malditos. El relato joánico nos ha conservado un encuentro entre Jesús y la samaritana de especial
significación en este asunto (Jn 4,22). También en el relato mateano encontramos dos momentos en este sentido: antes de la
resurrección (Mt 10,5-7); después de la resurrección (Mt 28,18s). Y en las últimas recomendaciones de Jesús antes de su Ascensión
aparece la misma preocupación (Hch 1,8). Todos estos testimonios reafirman la actitud de Pablo cuando observa que los judíos no
aceptan el Evangelio. Dios ha querido llegar a las naciones a través de Israel, su pueblo elegido. Pero el destino final son todas las
gentes. Se trata de un plan salvador universal. Es consolador contemplar este proyecto de Dios que trasciende todas las fronteras y no
admite acepción de personas, nacionalidades o razas. Todos caben en la sala de bodas. Cristo resucitado ha roto todas las fronteras
en todos los sentidos. La Iglesia tiene la misión y la tarea de ser sacramento de salvación para todo el mundo.
Segunda lectura: (Apocalipsis 7,9.14-17)
Marco: Sección de los siete sellos y revelación del sentido de la historia. El autor describe la multitud, que nadie puede contar, que
celebran una fiesta sin fin ante el trono y el Cordero.
Reflexiones
1ª) ¡El inmenso número de los salvados!
Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del
Cordero, vestidos con vestiduras blancas y palmas en las manos. Los versículos que preceden al fragmento que proclamamos hoy se
refieren a los 144.000 señalados de las 12 tribus de Israel. Sabemos que se trata de un número simbólico, resultado de la multiplicación
de 12 por 12.000. En realidad significa que todo el pueblo de Israel es invitado a participar del triunfo y de la gloria de su Mesías. Pero
el horizonte marcado por Dios era más universal y amplio. El vidente contempla en el cielo una inmensa muchedumbre. ¿Será verdad
que Dios tiene un proyecto universal, para todos los hombres y para todas las naciones? El autor del Apocalipsis trata de responder,
con esta visión, que en la meta de la salvación se reúnen hombres y mujeres de toda raza, pueblo y nación en un número incontable.
En definitiva, la salvación depende de la respuesta libre del hombre y de la fidelidad mantenida en medio de las dificultades de este
mundo.
Es verdad que la finalidad inmediata del vidente es alentar, consolar y animar a sus lectores inmersos en la persecución. No olvidéis, les
dice, que en la meta final os espera una gran recompensa de la que todos podréis participar. No perdáis el ánimo en medio de las
luchas y dificultades. Mantened el espíritu alerta y animado por la constancia, la perseverancia, el aguante y la longanimidad, porque la
meta es la gloria compartida con el Cordero degollado. Pero a partir de esta experiencia inmediata, y apoyado en ella, se abre un
abanico que se extiende a todos los tiempos y en todas las direcciones. Son muchos los que se salvan, repite la Escritura. Pero advierte
ya el Maestro que es necesario vigilar y orar para no caer en la tentación de la apostasía, del abandono, de la renuncia a seguir
adelante el camino marcado por el Evangelio y asumido por todos en el bautismo. Y para aquellos a los que no ha alcanzado todavía el
Evangelio y, por tanto, todavía no participan de la fe en Jesús, el proyecto salvador de Dios se refleja en sus conciencias que empujan
a un comportamiento conforme a la voluntad del Padre y del Creador.
Evangelio: (Juan 10,27-30)
Marco: El contexto presenta a Jesús como Luz de mundo: curación del ciego de nacimiento y presentación de Jesús como el Buen
Pastor que conduce a los suyos a la vida.
Reflexiones
1ª) ¡Seguridad del destino de los seguidores de Jesús!
Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen... En la Escritura es frecuente encontrar, como en el Oriente Antiguo, la
imagen del pastor para referirse a Dios o a los que Él envía para cuidar de su pueblo. En el Antiguo Testamento hay algunas páginas
significativas en las que se presenta tanto a Dios como a sus lugartenientes bajo la imagen del pastor (Sl 79; Ez 36). Podemos suponer
que los redactores joánicos han tenido delante de sus ojos dos realidades importantes, a saber, esta profecía de Ezequiel y la
experiencia de la misión de Cristo. Jesús ha realizado el proyecto ideal querido por el Padre al enviarlo al mundo. Y lo ha realizado
como un Pastor fiel y auténtico. Jesús invita a los hombres a seguirle para conseguir la vida eterna. La imagen está tomada de la forma
y estilo de realizar el pastoreo ya que las ovejas siguen detrás del pastor. Jesús conduce a su rebaño hasta la meta que culmina su
obra, porque las ovejas siguen al pastor hasta el final. Con estas imágenes tan frecuentes y adecuadas en la cultura del antiguo
Oriente y de Israel, el redactor joánico expresa una tarea, una misión, un talante y una meta: la gloria que Jesús posee y disfruta (Jn
17,24). Quizá esta imagen del pastor y las ovejas no tenga esa fuerza plástica y significativa en nuestro tiempo. Es necesario subrayar
lo significado por la imagen. Jesús, el Pastor fiel y auténtico, ofrece a la humanidad un camino y unas posibilidades reales que la
conducen a la meta final de la salvación que es la posesión de la vida feliz sin término. Y, dirigiendo la mirada a la Iglesia, se trata de
una urgencia para presentar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo lo que significa la solicitud respetuosa con su libertad y la
generosidad y solidaridad.
2ª) ¡La causa última de la seguridad: Yo y el Padre somos uno!
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Sabemos que a la escuela joánica le
gusta llegar al fondo de la realidad. La garantía que se ofrece a los seguidores de Jesús es, dice el evangelista, que el Lugarteniente y
el que lo envía son una misma cosa. El Padre es quien sale garante de la misión del Hijo. Y del Padre nadie puede arrebatar las ovejas
porque tiene poder para custodiarlas contra todas las dificultades y asaltos. Pero la escuela joánica no sólo contempla al Padre como
quien tiene un poder soberano sino, sobre todo, como quien se revela en su amor a los hombres hasta enviarles a su propio Hijo para
salvar a la humanidad y no para condenarla (Jn 3,16ss). La comunión plena del Hijo con el Padre es la garantía de éxito en la misión y
fundamenta la seguridad y la esperanza de los que siguen a Jesús, cuya meta final es la vida eterna. Una vida que comienza ya aquí,
porque los que aceptan la palabra del Buen Pastor pasan de la muerte a la vida y se asientan definitivamente en la vida. Y esta vida se
consolida en la comunión del Pan que se le ofrece como la propia carne de Jesús (Jn 6,31-58). La escuela joánica, en la que no
faltaban problemas de comunión, quiere expresar de esta manera que la tarea de Jesús está en plena sintonía con el proyecto del
Padre que le ha enviado como Salvador del mundo. El Jesús resucitado sigue presente en su Iglesia actualizando su misión de Buen
Pastor, pero ahora oculto en sus pastores. Es necesario que los pastores traten de asemejarse a Jesús en la misión y que los hombres
y mujeres puedan encontrar creíble y fiable la oferta del propio Jesús.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)
Este comentario está incluido en el libro: La Palabra fuente de vida. Ciclo A. Editorial San Esteban, Salamanca 2004.
El Buen Pastor es quien da la vida
Iª Lectura: Hechos (13,43-52): La gracia de Dios es para todos los hombres
I.1. La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de los que aparecen
frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio judío, pero con presencia de paganos
que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los
seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha
delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el evangelio entre los paganos.
I.2. Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de Pisidia, se nos ofrece un
discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos se
acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto de Is 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el
evangelio de la vida a aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas
enquistadas en privilegios que son signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los
Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas
que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la comunidad judeo-cristiana.
IIª Lectura: Apocalipsis (7,9.14-17): Dios enjugará las lágrimas de la muerte
II.1. La visión de este domingo, siguiendo el libro de Apocalipsis , no es elitista, es litúrgica, como corresponde al mundo simbólico, pero
se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor, como hizo
Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor
resucitado.
II.2. Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión proclamando y
alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es
toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de
Jesús.
Evangelio: Juan (10,27-30): Dios da su vida a los hombres en Jesús
III.1. Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el
comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado
en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías.
Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con
un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.
III.2. No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida
verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y
que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una
concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la
vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.
III.3. Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio
que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación
teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo
hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono,
menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el
Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten
los adversarios.
III.4. Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su
dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que
Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él
da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino
que estamos ante el “dador de vida”.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C.
Editorial San Esteban, Salamanca 2009.
Pautas
Oyentes de su palabra
Es casi un tópico decir que los humanos vivimos actualmente envueltos en mensajes. Casi todos ellos prometen algo que mejora la
vida, la hace más confortable, e incluso más compartida. No obstante, siempre logramos desprendernos de la sospecha de que tales
mensajes esconden confusos intereses, no siempre confesables.
Y es que la palabra, ese instrumento tan propio de los humanos, es ambigua: trasmite la verdad o la oculta, nos acerca o nos distancia,
nos conforta o nos debilita. Con la palabra nos ofertamos o nos vendemos, que no es lo mismo. Con ella construimos experiencias de
humanización o las amenazamos. “Desarmar la palabra” fue una propuesta evangelizadora hace unos años en una campaña
diocesana. Buen eslogan porque, como dice el canto, hay palabras que hieren.
Por eso hay en muchas personas un deseo de devolver a la palabra la sencillez, la sinceridad y la fuerza que tienen las palabras de
Jesús. Su modo de hablar, con palabras, gestos y compromisos, conmovía a sus oyentes y dejaba intrigados a los más escépticos.
Todo su ser y actuar era un lenguaje que revelaba una honda sabiduría. Esa que trasmite saber y da sabor a la vida.
Porque de eso se trata, de una palabra que dé vida, que ayude a vivir. De una palabra que genere cercanía y seguimiento más allá de
las circunstancias concretas. Una palabra que proyecta la vida hacia el hoy de Dios, que es también nuestro mañana.
Una palabra que hace nuevas las cosas
La Resurrección de Jesús ha introducido un nuevo elemento para comprender la vida y situarse en ella de una manera digna. No se
trata de una mera continuidad, aunque mejorada, de lo que nos rodea y de nosotros mismos, Tampoco es un mero enriquecimiento de
percepciones y matices, como el que nos ofrece una buena educación. Es algo más y algo nuevo: lo mortal revestido de inmortalidad (1
Co. 15, 53).
De esa honda transformación de la condición humana se hace eco el Apocalipsis, libro del que se toma la segunda lectura. Sabemos
que es una obra escrita en tiempos de persecución y conflictividad, para mantener la esperanza de aquellas comunidades. La
esperanza, que no es un refugio ilusorio en bellos sueños de futuro, sino una apuesta por la vida de resucitados que ya ha comenzado.
Las imágenes de la abundancia, del frescor y de las fuentes de agua viva, del cesar de las lágrimas…, son imágenes de la novedad del
mundo en que se enmarca el hombre nuevo. No podemos vaciarlas de su poesía, pero tampoco de su realidad. ¿Qué quedaría del
cristianismo sin la fe en la resurrección?
Esas imágenes no pretenden movernos a un pasivo abandono, sino animarnos a vivir escuchando la voz, la palabra del Señor, y a
seguirle. Decidirnos a hacer también nosotros las cosas nuevas, y las maneras nuevas. Vivir el día a día siguiendo a Jesús,
incorporando sus valores y sus apuestas a nuestras experiencias y compromisos. Seguir a Jesús es compartir su vida y su causa. Es
adentrarse con Él en el Reino que, ciertamente no es de este mundo, pero que tiene que ver con lo que nos alegra y entristece en este
mundo.
La palabra de Jesús en la palabra del Padre
El evangelio de hoy termina con unas palabras de Jesús que merecen toda nuestra atención: Yo y el Padre somos uno.
Creer en el Resucitado es revisar críticamente las imágenes de Dios que hay en nuestro medio e incluso en nosotros mismos. Creemos
en Dios, pero no en cualquier Dios. No creemos en el Dios que se distancia -un Dios altivo y perezoso- ni en el Dios que se inmiscuye un Dios justiciero y metomentodo-. Creemos en el Dios de Jesús: el que se hizo hombre, el que pasó por el mundo como uno de tantos
pero haciendo el bien, el que se conmovía ante la necesidad y el sufrimiento de las personas, el que comía con los pecadores y les
perdonaba, el que sólo se indignaba ante la hipocresía y la dureza de corazón.
No hemos visto nunca a Dios, pero entrevemos su rostro en los gestos de Jesús. No hemos oído nunca a Dios, pero las palabras de
Jesús reflejan su Palabra. Porque Jesús y el Padre son uno.
El Dios de Jesús supera a todas las experiencias e instancias en las que hombres y mujeres buscamos o ponemos la esperanza. No es
que cuanto constituye nuestro mundo sea inconsistente y falso. Tiene su dignidad y capacidad para construirnos. Pero necesita un
fundamento y un horizonte que le dé plenitud y así nuestra vida pueda ser en verdad una vida para siempre.
Fray Fernando Vela López
Convento Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)
© Orden de Predicadores 2016
www.dominicos.org
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