REQUIEM lema Roberto Vidal Bolaño PERSONAJES Don Valeriano Cañete Sor Angélica El Vinchas Don Lorenzo La Roja La Gordecha Lisardo Don Aurelio Don José Florentino Gris 1 Gris 2 Pitita Un Guardia Civil El Peitiños El Juez El Notario El Coronel Don Servando Contreras El del bar Un soldado Un cabo El preso Don Francisco Don Eustaquio La Rizos La Villagarciana El Padre Hilario El Doctor La Toñita Rapazote 1 Rapazote 2 Rapazote 3 Lorenzo El Otro El Borrallas Xuventina Un Municipal Otro preso San Serapio, sombras, moribundos, un can, la campana de la Berenguela, un retrato de José Antonio, el influjo de su Excelencia el Generalísimo y la memoria de un guerrillero muerto. En una Compostela poseída por la locura y por la niebla. ESCENA I (A las puertas del viejo Hospital Real, en una Compostela harta de silencios, mientras en la Catedral van a dar las siete de cualquier tarde gris de invierno. Corren los años cincuenta. Un viejo cano y bien encarado, de verbo y maneras pintorescas y aspecto respetable, razona con una monja resabiada sobre las grandezas y miserias de la afamada clase médica. Un can media en la controversia, ladrando y dándole la razón a la del hábito. Y un paisano enjuto y enfermizo, envuelto en una manta cuartelera lo observa todo con atención mientras aguarda el desenlace del lance. Se presiente al fondo, en la negrura, el bulto inmóvil de un hombre recogido sobre si mismo y como ausente) DON VALERIANO: ¡De esta nueva infamia de la mal llamada clase médica, tendrán puntual información las más altas instancias del Régimen! ¡Lo juro ante las benditas piedras que nos escuchan! ¡Dígaselo de mi parte a esos veterinarios de mierda! (Gritando hacia el interior del Hospital) ¡Que eso es lo que sois todos! ¡Unos veterinarios de mierda! SOR ANGÉLICA: ¡No jure aquí, Don Valeriano, que se condena! DON VALERIANO: Créame, hermana. De no ser por el respeto que pese a todo le tengo y porque aún profeso el sagrado credo carlista, además de jurar, blasfemaba. Es tal el oprobio que, un me cago en la Santísima Trinidad que pusiera a temblar las volutas todas de esta Santa Catedral que nos contempla, no le vendría nada mal al caso. SOR ANGÉLICA: ¡Jesús! DON VALERIANO: Como lo oye. ¡Coño, es que el asunto no es para menos! (Las campanas de la Catedral comienzan a dar los cuartos) DON VALERIANO: ¿La escucha? Incluso ese prodigio del barroco, tan callado y neutral siempre,deja escuchar su voz entristecida y perpleja ante esta nueva fechoría del la ciencia moderna. SOR ANGÉLICA: No hace más que dar las siete, como siempre a esta hora. DON VALERIANO: ¡La hora en la que se cuecen las tragedias, Sor Angélica! No se engañe hermana, hoy hace mucho más que eso. Hoy se duele por la afrenta que se me está haciendo a mí y por la que se le va a hacer a la historia. ¡Si los Reyes Católicos levantasen sus cabezas coronadas y supieran del destino que los tiempos le reservan a esta ejemplar obra de la arquitectura y de la beneficencia! ¡Un hotel, manda llover en la Habana! ¡Y a semejante precio! SOR ANGÉLICA: Y pensar que no hace tanto aún que misaba. DON VALERIANO: No me tire del genio, Sor Angélica. Mise o no, esta alta indefinida es un atropello. ¡Un atentado a la noble ciencia médica! ¡Uno más de los muchos martirios monárquicos! ¡Pero se van a enterar de lo que vale un peine, esos apóstoles de la ineficiencia! SOR ANGÉLICA: Ellos solo hacen lo que les mandan. DON VALERIANO: ¿Y si les mandaran matarnos? ¡Con la salud no se juega, coño! SOR ANGÉLICA: Son normas de arriba. DON VALERIANO: Que a mí no tendrían por qué afectarme, y los dos sabemos de lo que hablo, hermana. SOR ANGÉLICA: Esa es otra de sus patrañas, Don Valeriano. Si tuviera un poco de juicio no utilizaría el nombre de su Excelencia con tanta ligereza. DON VALERIANO: ¡Ya le diré yo si son patrañas o no! Me tuteo con él, y eso, mal que les pese a muchos, hoy en día aún tiene mérito. ¡Y deje de empujarme, leches! Podría mancillar sus santas manos al contacto con semejante enigma de la ciencia. SOR ANGÉLICA: ¡No me arme escandaleras en la puerta, Don Valeriano! EL CAN: ¡Guau, guau! DON VALERIANO: ¡Una revuelta, era lo que debería armarle! Pero no se preocupe. Aunque malherido en lo más hondo del alma por el oprobio de esta puñalada trapera, sabré salir de aquí por mi propio pie y como un señor. Como supe salir siempre de todos los templos de la ingratitud de los que fui arrojado injustamente. Si las secuelas de tanta batalla librada me lo permiten, claro. (Hace ademán de salir con aire de dignidad, pero antes de cruzar el umbral de la puerta, se deja caer al suelo tramposamente. El can acrecienta sus ladridos y se le mete entre las piernas) SOR ANGÉLICA: ¡Vaya por Dios! ¡Ya estamos con la comedia de todos los días! DON VALERIANO: ¡Qué comedia ni qué centellas! La maldita pierna, que se resiente y no aguanta de mí. SOR ANGÉLICA: A causa de la dichosa metralla morisca, ¿no? DON VALERIANO: ¡Sí señora! Por mucho que usted y esos medicuchos imberbes se nieguen a creerlo. SOR ANGÉLICA: ¡Metralla la que le van a meter en el cuerpo los municipales en cuanto los avise! ¡Menos teatro! ¡O me deja franca la puerta o mandaré que vengan a prenderlo! DON VALERIANO: ¡A qué espera, hermana! ¡Hágalo! Que me detengan. Madrid hará oír su voz con más fuerza si cabe, si además de dejarme así, en la calle, vilipendian mi nombre haciéndome pasar un sólo minuto entre rejas. (La monja entra en el hospital dejando una estela de viento tras ella y cierra el portón con gran estrépito. El de la manta se acerca al viejo caído y le ayuda a recomponerse) CAÑETE: Yo de usted, le haría caso. Cuando mosquean, no hay mujer mansa ni bestia que no de coces. DON VALERIANO:(Vencido aún en el suelo) ¡Ay, Valeriano, quién te ha visto y quién te ve! ¡Tú que fuiste el príncipe de esta Compostela a la que ahora te arrojan tan vilmente, para que mueras olvidado y en la indigencia! Y para más inri, va la mala pécora ésa y me hiere con lo de los munícipes. (Gritando hacia la puerta del hospital) ¡A todo caballero mutilado que se precie lo tiene que detener o la Nacional o la Benemérita, y no ésos venidos a menos! CAÑETE: ¡Eh, eh! Venga, agárrese a mí y salgamos de aquí. Parecía dispuesta a cumplir la amenaza. DON VALERIANO: ¡Y lo hará! Sin el menor remordimiento de conciencia. (A la perra) ¡Y tú larga de aquí, piojosa! ¡Sólo me faltaba tener en mi contra además de a esa bola de sebo y a los puñeteros médicos, a todas las perras salidas de Compostela! (Le da una patada al can y lo deja quejándose. Salen juntos hacia quien sabe donde. Aquel bulto presentido que permanecía ausente al fondo, comienza a moverse. Es otro anciano. Lleva con él un extraño instrumento, como un violín ridículo hecho de caña de escoba y de la vejiga de un cerdo. Cubre la desnudez de su cabeza con una chistera deforme y se guarnece del frío bajo la añeja elegancia de un chaqué arrugado y descolorido, plagado de sietes. Observa como Don Valeriano y el de la manta, se alejan, con los ojos teñidos de una inquietante tristeza) EL VINCHAS: (Dirigiéndose al instrumento) Hoy la noche es un clamor de heridas. Demasiado dolor para tanta alma sin consuelo. Presiento, prolongación de mi espíritu, que antes del alba habremos de interpretar un requiem. (Oscurece) ESCENA II (La ciudad es un río de sombras apenas si entrevistas sobre el gris musgoso de la piedra. Los dos viejos caminan despacio calle adelante. Don Valeriano cojea con evidente exageración y carga con su mentira al de la manta cuartelera, que se deja ir con más paciencia de la habitual entre descreídos. Anochece) DON VALERIANO: Media vida en Marruecos, escupiendo arena rifeña en defensa de la integridad del Imperio, para a la postre tener que escuchar cuando a uno lo desequilibra el peso de la metralla, que es un simulador, una mentira sobre pierna y media, una patraña vulgar y despreciable a la que condenar al abandono y a la indiferencia. CAÑETE: El mundo da muchas vueltas. DON VALERIANO: Algunas impropiamente. ¡A mí no se me hace esto, coño! ¡Diez años llevaba residiendo en ese hospital! CAÑETE: ¿Algo crónico? DON VALERIANO: ¡Algo eterno! Soy mutilado de guerra, cura castrense en excedencia forzosa y anciano desvalido. Y para acoger a unos y a otros, además de a enfermos, hicieron construir ese hospital los Reyes Católicos. No para que fuese un hotel de no sé cuántas estrellas. CAÑETE: Dicen que es un antojo del Caudillo. DON VALERIANO: ¡Imposible! CAÑETE: Eso oí. DON VALERIANO: Habladurías. Lo conozco bien. Él nunca consentiría un estropicio así. Y mucho menos que nos pusiesen a todos de patitas en la calle antes de haber acabado el hospital nuevo. Probablemente su Excelencia ni sabrá lo que está ocurriendo. (hablando con la pierna) ¡Y tú, condenada, no debiste fallarme en un momento así! ¡Mira en que trance acabas de ponerme! De no mediar este compañero de infortunio, ahí quedo, para el arrastre. (Al de la manta) No sabes lo que te agradezco que te prestaras a hacerme de muleta. CAÑETE: Mientras no le calme el dolor, nada más. Yo tampoco estoy muy católico. DON VALERIANO: No lo jures. No quisiera asustarte pero, tras esa mirada turbia y secreta, se adivina a la muerte, al acecho. CAÑETE: ¡Así sea! DON VALERIANO: ¿Tan mal estás? CAÑETE: No lo sé, pero..si tarde o temprano la muerte ha de llamar a la puerta de todos y ya ronda la mía, cuando antes lo haga, mejor. DON VALERIANO: No digas estupideces. Vivir duele, pero merece la pena. ¿Que tienes? CAÑETE: Tisis. DON VALERIANO: Una enfermedad noble donde las haya, sí señor. La más grande de las enfermedades románticas. Morir de eso es como ser el último verso de un poema. CAÑETE: Florituras. Morir de eso es como morir de cualquier otra cosa. DON VALERIANO: ¡Malditos médicos! Si por ellos fuese, con tal de no enfrentarse a la autoridad, serían capaces de mandarnos al otro barrio personalmente. CAÑETE: Tal como están las cosas, usted o yo, haríamos lo propio. DON VALERIANO: Usted quizá. Yo, nunca. ¿Vive aquí? CAÑETE: No. En un pueblo de la costa. DON VALERIANO: ¿Y dónde piensa dormir? A esta hora ya no deben quedar coches de línea. Ni pensiones. Además de altas indefinidas dieron muchas transitorias y debe haber gente hospedada en casa ajena por toda la ciudad. CAÑETE: Encontraré acomodo en cualquier rincón. DON VALERIANO: No consentiré tal cosa. Si me hace de muleta mientras resuelvo un par de asuntillos, yo le ayudaré a encontrar donde. Sé de unas cuantas casas limpias y calientes en las que podrá dormir por dos patacones. Y si la suerte ayuda, quién sabe, incluso gratis. Una cosa irá por la otra. CAÑETE: ¿A dónde quiere que lo lleve? DON VALERIANO: Primero, a la de Lisardo. Es un taller de hacer santos que queda aquí cerca. Quiero tener unas palabritas con él por el asunto éste de mi alta improcedente y retirarle una imagen antigua que le dejé en caza. El muy sinvergüenza, con el cuento de que los hace con sus propias manos, presume de llevarse bien con todos los santos del firmamento, pero hoy, ni ellos lo libran de la que le voy a armar. CAÑETE: No quisiera verme metido en pleitos de otros. DON VALERIANO: No se preocupe. Aunque ante tamaña tragedia haya perdido un poco la compostura, está en presencia de un caballero. Es puro trámite. Antes de que se nos eche la noche encima lo habré dejado delante de una buena taza de caldo y de una cama como Nuestro Señor manda. (Estalla una tormenta y comienza a llover) DON VALERIANO: ¡Me cago en la tos! Éramos pocos y parió la abuela. Diluvia. Habrá que ponerse a cubierto y esperar a que amaine. Venga, vamos a la de La Roja a regalarnos el paladar con un buen par de tintorros. Después de darle tanto al pico hasta las palabras se le secan a uno. Le llaman así por el color del pelo, a la Roja me refiero, no por otra cosa, que ser es más de derechas que usted o que yo. Porque usted es de derechas, ¿no? CAÑETE: Supongo. Ahora lo somos todos. DON VALERIANO: ¿Antes no lo era? CAÑETE: Nunca entendí de eso. DON VALERIANO: Y hace bien. Míreme a mi. Abracé el credo carlista por convicción profunda y en su nombre ayudé a salvar a España del desastre de la República y ya ve de qué forma y manera se me agradece. Y eso que no me faltaban mis buenas recomendaciones, que sino, para que contarle. CAÑETE: ¿De él? DON VALERIANO: ¿De quién? CAÑETE: De Franco. Las recomendaciones. Son amigos, ¿no? DON VALERIANO: Si, pero para asuntillos así nunca lo molesto. Se bastan otros. Aunque hoy en día, se ve que ya ni las recomendaciones respetan. ¿Como sabe lo mío con el Generalísimo? CAÑETE: En el hospital era de dominio público. DON VALERIANO: Y si alguien lo ignoraba aún, se va a enterar ahora. (Más que nunca, carga su mentira sobre el de la manta cuartelera y salen hacia la taberna de la Roja) DON VALERIANO: Yo me llamo Valeriano. ¿Y usted? CAÑETE: Cañete. (Oscurece) ESCENA III (En la de La Roja. Taberna de luz mortecina y ahorradora, llena de bancos corridos y mesas generosas, que atiende una cuarentona sonrosada y tetuda. Don Lorenzo, un habitual leído y parlanchín, le predica al viento desde su rincón mientras varios enfermos ojerosos, embozados en mantas del ejército, dormitan al calor de un brasero. Huele a lejía, de limpio que está todo.) DON LORENZO: Estar enfermo es como pasearse desnudo por el patio de un convento. Una provocación. Una muestra fehaciente de la sinceridad de ciertos espíritus puros. (Entran Don Valeriano y Cañete) DON VALERIANO: ¡Pamplinas! ¡Roja! ¡Escánciale dos castillas fresquitos a estos paladares selectos! ¡En cristal! DON LORENZO: ¡El que faltaba para el duro! La noche se anuncia florida. ¡Menudo desfile de espectros! LA ROJA: ¡Usted a callar, Don Lorenzo, que el silencio es un arte sin precio! (A Don Valeriano) ¿Convida el calavérico ese en el que se apoya o se supone que lo he de apuntar en el techo, como siempre? DON VALERIANO: Apúntaselo al Seguro de Enfermedad. DON LORENZO: ¿Existe semejante entelequia? LA ROJA: ¡Que no tenga que repetírselo! Un improperio más y le enseño donde queda la puerta. En cuanto a usted, padre, o veo el dinero encima de la mesa o no hay vajilla en la que escanciar nada. DON VALERIANO: Algo va mal en el mundo, cuando hasta las taberneras olvidáis las excelencias que os hicieron célebres. LA ROJA: La generosidad nunca estuvo entre ellas. DON LORENZO: Pero sí la gracia y el salero. LA ROJA: De eso, algo aún queda. Pero corren tiempos raros y no está el alcacén para gaitas. DON VALERIANO:(Al paisano) Páguele ya, o esta nos deja a secas. CAÑETE: ¿Yo? ¿Por qué? DON VALERIANO: Amigo mío, hoy atravieso una indigencia temporal de gravedad manifiesta, pero una vez que la venza y nos volvamos a ver, el que convidará seré yo. LA ROJA: Dios lo vea. Pero antes pásese por aquí, Don Valeriano. Me debe siete calcadas. La última desde hace casi cuatro meses. DON VALERIANO: En cuanto Madrid haga justicia y me arreglen lo de la pensión, no solo te resarciré cumplidamente sino que te dejaré temblando la bodega. LA ROJA: Madrid queda muy lejos. DON LORENZO: Para algunos más que para otros. DON VALERIANO: ¡Natural! Algunos ayudamos a liberarla mientras otros coreabais estupideces. DON LORENZO: Si se refiere al "no pasarán", un respeto. DON VALERIANO: Me refiero a lo que me refiero. Y no me tires de la lengua, Lorenzo. ROJA: Lo único que quiere es polemizar, Don Valeriano. DON VALERIANO: Pues te advierto que hoy no está el horno para bollos. DON LORENZO: ¡Polemizar! ¿Que es eso? Eliminadas las discrepancias de opinión en el fango de las cunetas, la razón es de los vencedores. DON VALERIANO: La razón es de quién la tiene. DON LORENZO: En eso estamos de acuerdo. Pero no será esa chapuza de guerra que ganasteis la que sentencie semejante pleito. Será la historia. Y ésa, aunque tarda en pronunciarse, suele pronunciarse en conciencia. DON VALERIANO: Como puedes ver, amigo Cañete, en esta ciudad, la autoridad académica simplifica su discurso en la tabernas, para poner al alcance del pueblo llano lo que en las tribunas o en las aulas; silencia. DON LORENZO: Mi destierro me está costando, decir a los cuatro vientos lo que pienso. LA ROJA: ¡He, aquí de teologías nada! DON VALERIANO: ¿Eres censora o tabernera? LA ROJA: Vivo de vender vino y quiero seguir viviendo de eso mucho tiempo. Así que a hablar de cosas que no me comprometan o se acabó la peseta. DON LORENZO: ¿Sabe por qué, pese a las diferencias, me sigo tratando con usted, padre? Porque aunque presume de beligerante, lo suyo nunca pasó del simple apoyo moral. DON VALERIANO: Por mi invalidez, no por mis ideas. Lo de mi pierna es plomo viajero, como usted sabe. Del francés, que según dicen tiene mercurio. Lo llevo dentro desde la guerra de Africa. Es móvil, de ahí que no me acierten con él. En el hospital de campaña de Alhucemas, que fue donde me malhirío la mina, lo tenía en la cabeza. Al estallar el Alzamiento, en el costado izquierdo, y ahora aquí, en esta pierna esclerosada que arrastro de modo tan lamentable. DON LORENZO: ¡Móvil, invisible e imperecedero! !Ni deja de circular ni sale en los rayos X! LA ROJA: Ni caso, Don Valeriano. Tiene una trompa como un piano y busca guerra. DON LORENZO:¿A ti también te pusieron al fresco esos inútiles? DON VALERIANO: Y a este. CAÑETE: Yo no estaba internado, solo venía a mirarme. DON VALERIANO: Lo mío es por esta noche. Mañana estaré de vuelta. DON LORENZO: ¡La medicina moderna es un atentado a la salud pública! ¡Un disparate! ¡Un fracaso de la inteligencia! ¡La madre que los parió! Se deshicieron de tanto moribundo que hoy la ciudad más que un campo de estrellas parece la antesala de un matadero. DON VALERIANO: La Roja no tendrá queja. Gracias a eso tienes el local lleno. LA ROJA: La mayoría vienen a abrigarse. DON LORENZO: O a morir al amparo del techo que se les niega. Por la naturaleza incrédula de mi talante, suponía que no os habríais alzado para nada bueno. Pero no dejáis de sorprenderme. Esto no tiene nombre, Valeriano. DON VALERIANO: Lo sé, Lorenzo. Infamias de algún jefecillo negligente que habrá metido la pata y quiere remendar el entuerto sin que se le enteren. DON LORENZO: No. Ciertos caldos amargos se cocinan en fogones de más altos vuelos. Esta cafrada es obra de los americanos.Quieren que cuando Eisenhower venga a España se acerque aquí, y como si lo alojan en un sitio normal se sabría que somos un país de mierda, van y montan este estipendio. ¡Lo sé de buena tinta, créame! DON VALERIANO: ¡Una buena patada en el culo sería lo que les daría yo a esos luteranos de mierda! Los muy mamarrachos, primero agradecen nuestra neutralidad en la guerra mundial teniéndonos veinte años muertos de hambre y de miseria y ahora; mandan un poco de ropa vieja, cuatro latas de leche en polvo, un par de quesos sintéticos, y ya se creen con derecho a mangonearlo todo y a dormir como reyes haciendo de un hospital un hotel. DON LORENZO: ¡Aleluya! ¡Por fin las dos Españas se encuentran! DON VALERIANO: Transitoriamente. DON LORENZO: Menos da una piedra. ¿Que sabemos de ese valiente que pena en el Valle de los Caídos, Don Valeriano? DON VALERIANO: Que está bien, dentro de lo que cabe. DON LORENZO: Déle saludos, en cuanto lo vea. DON VALERIANO: De tu parte, Lorenzo. (El de la chistera, con el violín bajo el brazo, asoma su inquietante figura por el quicio de la puerta) EL VINCHAS: Ya no llueve. (Se sienta en el escalón de la entrada, y comienza a arrancarle extraños sonidos al instrumento. Cañete se acerca a la puerta y echa una mano fuera, para comprobar si ha dejado de llover) CAÑETE: Es cierto. Parece que la tormenta se aleja. DON VALERIANO: ¡Pues venga! Afilado el pico y consumido el etílico néctar, vamos allá, que esta noche tú y yo, Cañete, vamos a hacer que el mundo se pare o que reviente. (Yendo hacia la puerta a gritos) ¡Lisardo, vete preparando las orejas que, como me llamo Valeriano que hoy te van a quedar calientes!(Al Vinchas) ¿Que toca, maestro? EL VINCHAS: Ensayo un requien. DON VALERIANO: ¿Se ha muerto alguien a quien conozcamos? EL VINCHAS: La muerte es un jinete sin montura que galopa por el universo pisoteando lo mejor del alma de los hombres. Y no avisa. Se muere uno de tantas cosas. DON VALERIANO: Veo que sigues como siempre, Vinchas. ¿Te interesa una imagen policromada del siglo quince? Se la pasé al Lisardo para que me arreglase lo del hospital pero se la voy a retirar ahora mismo. EL VINCHAS: No creo en supersticiones, pater. DON VALERIANO: ¿Y a ti, Roja? LA ROJA: A mí con un santo en casa me llega. DON VALERIANO: Deshazte del que tienes y compra éste. El mío no se te meterá en la cama si no quieres. LA ROJA: Años, hace que el otro tampoco se mete. DON VALERIANO: Allá tú. Harías un buen negocio.(A Cañete) ¿Viste? De momento ya dejó de llover. A nuestra pequeña alianza le aguarda un futuro provechoso y halagüeño, amigo Cañete. (Salen de la taberna) LA ROJA: ¡No olvide las peas que me debe, Don Valeriano! DON VALERIANO: (Ya fuera) ¿Te fallé alguna vez, Roja? LA ROJA: ¡Siempre! (Oscurece) ESCENA IV (En el taller de Lisardo, el santero. Es un sótano oscuro, envuelto en misterio y salpicado de imágenes mutiladas o a medio tallar. Afuera ha ido anocheciendo. Lisardo, enfundado en su guardapolvos de mahón azul y el lápiz de didujar santos en equilibrio sobre la oreja, anda a tirarle los tejos a una criada mofletuda y culona, apodada Gordecha) LA GORDECHA: ¡Deje ese trajín de manos, señor Lisardo, que tenemos a medio santoral presente! LISARDO: ¡Santa, la que te parió, Gordecha!. Mira que te zurció bien la entretelas, la muy condenada. LA GORDECHA: Puede venir alguien. LISARDO: Esta noche ni los serenos asoman la nariz. LA GORDECHA: Me va a desgarrar las medias. LISARDO: ¡Las entrañas te desgarraría yo, si quisieras! LA GORDECHA: ¡Vándalo! LISARDO: ¡Duquesa! Esta tarde, mientras le tallaba las tetas a una Dolorosa, ni por un segundo pude dejar de pensar en tus redondeces. LA GORDECHA: No sabía que las vírgenes tuvieran de esas gorduras. LISARDO: ¡Llevo media vida tallándoselas con mi gubia! No deben llamar mucho la atención, pero tener han de tenerlas para que le sienten bien los terciopelos. LA GORDECHA: Nunca sé si me dice esas lindezas para halagarme o para mofarse de mí. LISARDO: Te las digo porque te idolatro, Gordecha. LA GORDECHA: Me las dice para que me abra de piernas. ¡Y deje de levantarme las sayas, que va relente! LISARDO: ¿Quieres hacerme de modelo para una Eva que me encargaron? Te pondría en un pedestal. (Llaman a la puerta y se escucha a Don Valeriano, desde fuera, gritando) DON VALERIANO: ¡Eh! ¡Lisardo! ¡Ábrele a este recadero del cielo! LA GORDECHA: ¡Qué le decía yo! ¿Ve como podía venir alguien? LISARDO: ¡Ese no es alguien, es el padre Valeriano! LA GORDECHA: Peor me lo pone. DON VALERIANO: (Llamando y gritando otra vez) ¡Lisardo! ¡Lisardo! ¡Sé que estás ahí! ¡Abre! ¡O como me llamo Valeriano que pongo a tocar la trompeta a todos los querubines y te reviento la puerta! LISARDO: ¡Ya voy, ya voy! LA GORDECHA: ¿Qué le ocurre? Viene como loco LISARDO: (Yendo a abrir) Viene como lo que es. Que no te vea. Escóndete. (Abre y entran Don Valeriano y Cañete) LISARDO: ¿Qué se le ofrece a estas horas, padre? DON VALERIANO: ¿Sabes lo de mi alta improcedente? LISARDO: Algo oí. DON VALERIANO: ¡Pues encomiéndate a todos los santos en los que aún tengas fe, que vengo a traerte el Viático! LISARDO: Yo no tuve nada que ver, Quienes gobiernan en las altas y en las bajas son los médicos. DON VALERIANO: Y a ellos los gobiernan el miedo y la ambición. El santo era para que untaras a quien hiciese falta. LISARDO: Y lo hice, pero ni con esas. Les dieron normas muy rígidas. En el nuevo hospital no quieren rémoras, quieren enfermos. DON VALERIANO: ¿Y yo qué soy? LISARDO: Usted es un maulas, Don Valeriano. Es público y notorio. DON VALERIANO: ¡Lo que hay que oír! Una astilla de quinientos gramos de plomo musulmán pasea a su antojo por mi cansado esqueleto, y... LISARDO: Ahora, además de moverse ¿engorda? No le encuentran nada, padre. Dicen que está como unas pascuas. DON VALERIANO: Insuficiencias de esos matarifes de mierda que lo ignoran todo sobre la movilidad del plomo morisco por la osamenta de cristiano. Llegáramos a un acuerdo. LISARDO: Que el primero en no cumplir fue usted. Todavía espero razón del retablo del dieciocho que quedó de ajustarme a precio razonable. DON VALERIANO: Nunca te garanticé nada. El cura no quiere ni oír hablar del asunto. LISARDO: Pues no hay baja hospitalaria permanente, sin santo y sin retablo. Y no me enrede más, que estoy echando unas extras. DON VALERIANO: ¿Para acabar esa Dolorosa que tienes a medio tallar o para ribetearle las enaguas a la golfa que ocultas tras la viruta? LA GORDECHA: (Saliendo de su escondrijo) ¡Don Lisardo! No le consienta que me falte al respeto. DON VALERIANO: ¡Venga, Gordecha! Mueve el trasero y esfúmate, antes de que aparezca la legítima de este conainas y te caliente las cachas. LISARDO: Hazle caso. (La Gordecha le hace caso y se marcha protestando entredientes) LA GORDECHA: ¡Cura de mierda! (A Cañete, que lo mira todo sin entender nada) ¿Y tú qué miras, viejo verde? LISARDO: (Echándola definitivamente) ¡Gordecha! DON VALERIANO: ¡Lo tuyo es enfermedad, Lisardo! LISARDO: ¡No me venga con sermones, padre! ¡A lo nuestro! DON VALERIANO: Reintégrame sin dilación el santo que me empufaste. Si de hoy en adelante he de vagar a la intemperie, vagaremos juntos. LISARDO: Imposible. Ya no lo tengo. Lo tiene Don Aurelio. DON VALERIANO: ¿El trapero? LISARDO: Ahora se les llama anticuarios, Don Valeriano. El es quien le busca salida a la mercancía. Yo intermedio a comisión, simplemente. DON VALERIANO: ¿Fue él quien quedó de arreglar lo mío? LISARDO: Si, pero está muy cabreado. DON VALERIANO: ¿Por qué? El santo es auténtico. LISARDO: Es santo es lo de menos. Por lo del dichoso retablo. Se lo había apalabrado ya a una clienta. DON VALERIANO: Pues su palabra le va a valer a ella lo que me valió a mí la vuestra. O sea, nada. ¿A quien se le ocurre apalabrar un retablo que ni existe? LISARDO: Algo me olía yo. DON VALERIANO: (Empujándolo hacia la puerta) ¡Venga! ¡Arreando delante de mí! A casa de ese trapero a retirarle lo que o es mío o no será de ni dios. Antes de dejar que ganéis un duro con él le prendo fuego. LISARDO: Se va a meter en un lío, padre. Don Aurelio es de armas tomar. DON VALERIANO: ¡Pues ya que además de la madera, trabajas la piedra marmórea, ponte a escriturar tu lápida y la mía, que yo acabaré este viaje en la fosa, pero tú vas delante abriendo camino! (Salen los tres y oscurece) ESCENA V (En casa de Don Aurelio, el trapero. Un salón noble con humos de palacio principal, repleto de antigüedades espantosas dispuestas sin orden ni concierto. Don Aurelio, en zapatillas y bata de casa, tira de un farias humeante y tozudo, sin dejar de pasear de un lado a otro con inquietud evidente. Lisardo lo pone al corriente, mientras Don Valeriano y Cañete esperan fuera) LISARDO: Intenté pararle los pies, Don Aurelio, pero no hubo forma. Ahí está; esperando en la puerta y empecinado en que le devolvamos la puñetera imagen. DON AURELIO: ¿Y del retablo que...? LISARDO: ¡Agárrese, que esa es la gorda! Lo del retablo era una bola, no existe. DON AURELIANO: ¡La madre que lo....! Hazlo pasar. LISARDO: (Abriendo la puerta) Entre, Don Valeriano.(A Cañete) Tú aguarda ahí fuera. DON VALERIANO: Ni caso, Cañete. Tú, conmigo. (Entran ambos. Como siempre, el uno cojeando y el otro haciéndole de muleta.) DON VALERIANO: Pensé que nos iban a dejar al pairo hasta el día del juicio final. Esta no es noche para tener al relente ni a afiebrados ni a mutilados de guerra. Y menos con tanto desahuciado de ronda. DON AURELIO: Esta lo que no és, es noche para venir a molestar a nadie. DON VALERIANO: Pediría disculpas por hacerlo tan a deshora, si hubieran sido de mi elección la necesidad y el momento, pero, como sabe, tanto lo uno como lo otro me han sido impuestos por lo perentorio de un asunto cuya solución no admite demora. DON AURELIO: (Les ofrece unas sillas, muy educado) Tomen asiento y pónganse cómodos. (Se sientan todos, menos Cañete) DON AURELIO: ¿Quieren tomar algo? DON VALERIANO: Pues, la verdad, antes de entrar en materia, un servidor, tomaría una copita de tostado. Siempre y cuando sea de confianza, claro. DON AURELIO: Lo es.(a Cañete) ¿Y usted? CAÑETE: Yo no bebo, gracias. DON VALERIANO: Quien lo diría,¡he Don Aurelio! Ayer rebuscando hierro viejo en los surcos del arado y hoy comerciando en arte. DON AURELIO: Este país está lleno de oportunidades. Cada uno tiene las suyas. Non hay mas que salir, dar con ellas y aprovecharlas. DON VALERIANO: Y usted, por el envoltorio, parece que ha sabido aprovechar unas cuantas. DON AURELIO: Iniciativa y trabajo. Esa es la clave. DON VALERIANO: ¿Algo ayudará no tener demasiados escrúpulos y saber relacionarse? DON AURELIO: En el negocio de las antigüedades, lo que mas ayuda es saber distinguir lo bueno de lo malo y lo auténtico de lo falso. Y no siempre es fácil. DON VALERIANO: Usted no distinguiría un Goya de un Velazquez. DON AURELIO: Pero me sobra olfato para distinguir a un señor de un tunante. DON VALERIANO: ¿Y a mi como me cataloga? DON AURELIO: Hasta hace un momento, como a alguien con quien se podían hacer negocios. Pero desde que sé lo del retablo, tengo mis dudas. DON VALERIANO: Dudas que no me esforzaré en disiparle. Siempre fui un desastre para los negocios. De hecho, ya ve, mientras unos nadan en la opulencia otros nos pudrimos a la intemperie. (El anticuario, se sirve una copa de tostado y toma un pequeño trago. Don Valeriano, hace lo propio, pero su trago es largo y fulminante) DON AURELIO: Hicimos cuanto nos fue posible por resolver lo suyo, créame. Pero no siempre es posible cambiar el curso de las cosas. A veces todo se tuerce. Los facultativos fueron absolutamente rotundos. Usted no tiene nada. Salvo, claro está, los achaques propios de su avanzada edad. Ninguno de los cuales justificaría hoy en día un tratamiento hospitalario. DON VALERIANO: Lo comprendo. De ahí que me quiera llevar el santo. Daremos por roto el acuerdo y aquí no pasó nada. DON AURELIO: No es tan sencillo. Y de eso es de lo que quisiera hablarle. Ese sujeto que viene con usted, ¿es de confianza? DON VALERIANO: Viene conmigo y basta. DON AURELIO: Todo este asunto se ha complicado innecesariamente. Y lo de ese retablo fantasma no ayuda a simplificarlo. Llevado por mi exceso de confianza en usted, he apalabrado ambas partidas con una buena clienta. DON VALERIANO: Pues tendrá que incumplir su palabra. ¡Hecho una vez, hechas todas! DON AURELIO: No sea inconsciente. No sabe donde se está metiendo. La clienta de la que le hablo es alguien muy importante. Más importante de lo que se imaginaría nunca. DON VALERIANO: Así fuese la mismísima Doña Carmen Polo de Franco. LISARDO: ¡Premio! DON AURELIO: ¡Por favor, Lisardo! ¡Esto es muy serio! No sé si alcanza a comprender lo que podría suponer un desaire así. Para mi, y para usted. DON VALERIANO: No sabía que picase tan alto. DON AURELIO: Supongo que no ignorará que pasan unos días en Meirás. Probablemente venga a buscarlos, mañana o pasado. DON VALERIANO: No se preocupe, yo personalmente le explicaré lo sucedido a Doña Carmen. Le encantará saber de donde salen algunas de las piezas que compra. O como algunos de sus proveedores, no conformes con estraperlar con santos y con altares, estraperlan también con la leche y con el queso que mandan los yanquis para paliar la hambruna. DON AURELIO: No se ponga estupendo conmigo, Don Valeriano. No le veo la gracia. ¿Quién le dice que Doña Carmen no lo sabe? ¿Tan bien la conoce? DON VALERIANO: Lo bastante. LISARDO: Presume de ser íntimo de Franco. DON VALERIANO: No presumo, constato una circunstancia histórica. Fui confesor suyo en Marruecos y me tiene en gran estima. LISARDO: Es una patraña. Como lo de la dichosa metralla. DON VALERIANO: (Ofreciéndole un teléfono que hay sobre la mesa) Si tan seguro estás, ¿por qué no llamas al Pardo? DON AURELIO: Si eso fuese cierto no se vería como se ve. DON VALERIANO: Sucede, Don Aurelio, que un servidor, por pequeñeces como esta solo molesta a los mangantes. A su Excelencia lo reservo para cuestiones de más alta enjundia. DON AURELIO: Tendríamos que intentar llegar a un acuerdo. Le ofrezco un trato. Sin letra pequeña y sin sorpresas. DON VALERIANO: Ya teníamos uno. DON AURELIO: Podría conseguir, a través de la Junta de Beneficencia, que le dieran cama en un asilo y un plato caliente al día en la Cocina Económica o en Las Hortensias, a escoger. Siempre y cuando, claro está, me deje quedar la imagen y se comprometa a encontrar un retablo que sustituya al que se nos extravió. DON VALERIANO: Sabe de trapicheos, Don Valeriano, es evidente. Pero lo ignora todo sobre los misterios de la condición humana. Verá, yo puedo ser, lo soy de hecho, un sinvergüenza capaz de robarle los clavos a todos los cristos románicos que se me pongan por delante o de ayudarle a un extraperlista como usted a desvalijar altares, pero no pido limosna, exijo satisfacciones. Como carlista, como respetable caballero mutilado, y como sacerdote en excedencia forzosa. LISARDO: ¡Y dale con lo de mutilado! Si no tienes nada, Valeriano. Te lo dijeron un ciento de veces. DON VALERIANO: Estulticias de esos mamarrachos. DON AURELIO: Por favor, no griten aquí. Hay niños durmiendo. LISARDO: Mira bien lo que haces, Valeriano DON VALERIANO: Está mirado. DON AURELIO: Dejarme en la estacada en esto puede costarle muy caro. DON VALERIANO: Soy insolvente. Lo de más valor que poseo son, la dignidad, y ya ve que no me queda mucha, y este piquito de oro que he ido afilando con los años. Propiedades ambas de un más que dudoso valor. DON AURELIO: ¿No pensará que me voy a creer lo de su amistad con Franco? DON VALERIANO: ¡Allá usted! LISARDO: En la guerra de Africa, estar estuvo, y con el Generalísimo sirvió cuando aún era comandante. DON AURELIO: Bien. Usted lo ha querido, Don Valeriano. Salga de mi vista y llévese la jodida imagen. DON VALERIANO: (Con la botella de aguardiente en la mano) Después del trance en el que me acaba de meter, bien podría tener un detallito. DON AURELIO: (Conteniendo la rabia) Es suya. Tengo muchas. DON VALERIANO: Mil gracias, Don Aurelio ¡Cañete, échale mano al santo! (Cañete, sin mediar palabra, se hace con la imagen) DON VALERIANO: Muy buenas noches tengan ustedes. (Salen y oscurece) ESCENA VI (Calle adelante. La noche se ha ido cerrando en niebla. Se escucha a lo lejos la voz de un sereno y el tañer de una campana, pero no se ve un alma. Cañete, con Don Valeriano y el santo a cuestas, se detiene a tomar aire y a ajustar cuentas) CAÑETE: ¡Le dije que no me metiera en danzas! DON VALERIANO: Con estos mercaderes del templo hay que darse a valer, Cañete. De lo contrario se echarían a ti como lobos hambrientos. CAÑETE: Ciertas valentías no lo sacan a uno de pobre. DON VALERIANO: Pero engordan la dignidad y permiten sobrellevar mejor tanta miseria. ¿Sabes como funciona ese negocio? Engatusan a los párrocos de aldea con el cuento de hacerles retablos o imágenes nuevas a precios irrisórios o incluso gratis. Ellos a cambio se quedan con los viejos, que tienen mucho mérito y una gran de demanda, los despiezan, y los venden como obras de arte o los regalan para agradecer favores a Dios sabe quién. CAÑETE: ¿Con el suyo también se hizo así? DON VALERIANO: Aunque en excedencia forzosa, aquí el confesor soy yo. Lo tuyo es hacerme de muleta y no abrasarme a preguntas.¡Y ahora a por los médicos! Esto nuestro del hospital lo va a saber todo cristo. Primero, al Correo Gallego, y luego a las reboticas y a los cafés todos de Compostela. Mañana esta ciudad amanecerá convulsa y disparatada, como París cuando la famosa Revolución Francesa. CAÑETE: (Señalando al Santo) ¿Y qué hacemos con éste? DON VALERIANO: ¿Y que vamos a hacer? Llevarlo con nosotros. Le encantan estos jolgorios. CAÑETE: Yo no pongo ni una chica más para vino; aviso. DON VALERIANO: Ni hará falta. Yendo con él, invitan siempre. CAÑETE: Me encuentro mal. No podré cargar con los dos mucho tiempo. DON VALERIANO: Lo mío es transitorio. Cuando menos lo espere, la metralla asentará en su sitio y dejará de doler. Y los santos, Cañete, no pesan. Son etéreos. CAÑETE: Pues éste no debe ser santo de mucha devoción, porque pesa como un demonio. DON VALERIANO: Es la debilidad lo que te puede, no su peso. Las tisis aflojan mucho. ¿Qué te dijeron esos chiquilicuatros de mierda? CAÑETE: ¿Qué chiquilicuatros? DON VALERIANO: Los médicos. CAÑETE: Ni me miraron. Me hicieron estar allí todo el día, para al final mandarme volver mañana. DON VALERIANO: Pues con esa pinta afiebrada que tienes bien te pudieron dar de dormir, por lo menos. CAÑETE: ¿Para qué quieren tener santos en casa, habiendo iglesias? DON VALERIANO: ¡Por su valor y porque hacen bonito! O para acallar la mala conciencia, supongo. Sea cual sea la razón, lo cierto es que todo el mundo quiere tener uno a mano. Y cuanto más antiguo mejor. CAÑETE: Si al menos fuesen milagrosos. ¿Éste lo es? DON VALERIANO: Es un San Serapio. Patrón de los borrachos por convencimiento, que somos los de mérito. Mientras cumplas con él no te ha de faltar nunca una jarra de buen vino ni un compañero con el que beberlo. CAÑETE: Los hay con suerte. DON VALERIANO: ¿Por qué? CAÑETE: No todo el mundo tiene quien cuide de él en este barrio y en el otro. DON VALERIANO: ¡Para lo que me sirve! CAÑETE: ¿Y le extraña? Con los humos que se gasta no se lo pone fácil ni a los santos ni a... Su amigo viene a pescar al Ulla un día de estos. DON VALERIANO: ¿Que amigo? CAÑETE: Franco. DON VALERIANO: ¿Y tu como sabes eso? CAÑETE: Por un vecino que es guarda en el coto. Llevan toda la semana trabajando el salmón para que entre bien al cebo. DON VALERIANO: Pues como me llamo Don Valeriano que, o se arregla por las buenas este estropicio o hago valer esa amistad caiga quien caiga. CAÑETE: ¿Como se hizo íntimo de él? DON VALERIANO: Era su confesor cuando en el dieciséis, en Marruecos, lo hirieron de muerte en el abdomen. Yo fui el primero en llegar a su lado y darle ánimos. Y no lo olvidó nunca. Desde entonces en más de una ocasión, hemos comimos juntos en el mismo plato con el plomo de los rifeños zumbándonos en las orejas. CAÑETE: ¿Podría ir con Vd. cuando vaya a verlo? DON VALERIANO: ¡Alto ahí, Cañete! Nunca le pido favores para otros. CAÑETE: No es un favor lo que quiero. Es que, me gustaría conocerlo. DON VALERIANO: ¡A ti y a medio universo! Existe algo que se llama audiencia pública. Solicita una. CAÑETE: ¿Cree que me la darían?. DON VALERIANO: Depende de la importancia del asunto que desees tratar. CAÑETE: Es un asunto de vida o muerte. DON VALERIANO: Eso es lo que piensan todos. Pero además de ser así para ti, habrá de serlo para él. CAÑETE: La es para los dos. DON VALERIANO: Entonces no creo que tengas problemas. Pero no cuentes con mi ayuda. CAÑETE: Ni usted con que le siga haciendo de muleta. (Los deja caer a los dos de bruces) DON VALERIANO: ¿Que haces? Casi me mato. Ésta no es manera de tratar a un lisiado. CAÑETE: Es la única de la que dispongo a mano, para tratar como se merece a semejante desagradecido. DON VALERIANO: Servirme de muleta es una modesta obra de caridad, pero conseguirte una audiencia con Franco, es un imposible. CAÑETE: No para usted. DON VALERIANO: Incluso para mi. CAÑETE: Pídale un milagro al Santo. DON VALERIANO: No me irás a dejar así, como a un perro, con la metralla anidando en mis entrañas y el San Serapio a cuestas. CAÑETE: Teniendo tan buenos amigos como tiene, no le ha de faltar quien le ayude. DON VALERIANO: ¡Déjate de historias! ¿No ves que hoy sólo te tengo a ti? (El paisano hace ademán de irse) DON VALERIANO: ¡Está bien! Espera, no te vayas. Haré lo que esté en mi mano para que lo conozcas. CAÑETE: No me bastará con verlo de lejos, quiero hablar con él. DON VALERIANO: Lo harás. Tienes mi palabra. (Vuelve a echar mano de los dos) CAÑETE: No sé por qué, intuyo que su palabra no vale gran cosa, pero tampoco tengo mucho a lo que agarrarme. DON VALERIANO: ¿Serías capaz de abandonarnos? CAÑETE: ¡Puede jurarlo! DON VALERIANO: Non está de más saber a quién se tiene por compañero. (El Vinchas, oculto hasta entonces en un recoveco, se deja ver entre la niebla) EL VINCHAS: ¡Don Valeriano! DON VALERIANO: ¿De donde sales, Vinchas? Me has asustado. EL VINCHAS: De la noche, vengo. Déjeme abrazar a San Serapio y catar ese tostado con el que se hicieron. DON VALERIANO:(Pasándolle la botella) ¡Hecho! EL VINCHAS:(Después de beber con avidez de sediento) Tiene grado y paladar bastante como para inspirar la mejor de las partituras. Aunque no esta noche.(Como en secreto) Padre, retírese pronto. Hay en el aire un hedor que turba el alma y me llena de desasosiego. DON VALERIANDO: Esta ciudad siempre fue una peste. EL VINCHAS: No, no es eso. Hágame caso. Bajo el influjo del alcohol, los espíritus sensibles, vemos donde no ven los otros. DON VALERIANO: ¿Y tu que ves? (Se quita la chistera con gran ceremonia y mira al cielo) EL VINCHAS: Veo a la muerte sonriendo desde los tejados. Y escucho un trepidar lejano de motores que se acercan transportando a los verdugos de una verdad que no les pertenece. Que es patrimonio del espacio y del tiempo. Como las rosas en primavera o los relámpagos en una tormenta. DON VALERIANO: Será el tren, que remonta el puente de hierro. A veces se escucha aquí arriba, si sopla nordeste. EL VINCHAS: Son ellos, que vienen. DON VALERIANO: Llevo prisa, Vinchas. Y la noche es corta. EL VINCHAS: Ninguna prisa es buena. Cuiden sus pasos. No quisiera que mi requiem fuera por ustedes. DON VALERIANO: No lo será, pierde cuidado. (Don Valeriano y Cañete, se van. Oscurece) ESCENA VII (En la redacción de El Correo Gallego. Cuatro mesas desoladas, a las que la luz rasante de un flexo envuelve en un halo de mediocridad. En el suelo se apiñan los papeles arrugados y a medio prostituir. Un anciano de anteojos gruesos, dormita recostado sobre las pilas de ejemplares sin vender que se agolpan ante las paredes. Entran, el de la manta y Don Valeriano). DON VALERIANO: (Más que nunca, con el pico cantarín y el gesto volatinero) ¡Don José! Póngase al teclado y adórneme, como sólo usted sabe, esta nueva queja que me oprime hasta el dolor en lo más hondo del pecho. DON JOSÉ: (Despertando sobresaltado) ¡A mandar! DON VALERIANO: Yo hoy no acertaría a poner una letra con otra. DON JOSÉ: ¿Tal es la afrenta, Don Valeriano? DON VALERIANO: ¡Faltan palabras! (El viejo de los anteojos, toma posesión de una de las mesas) DON JOSÉ: No debiera decírselo, pero esperaba su llegada. Tiene muy preocupados a Sor Angélica y al Sr. Lisardo y llamaron para avisar que vendría. DON VALERIANO: La censura no ceja en su empeño por silenciarnos. ¿Infructuosamente, supongo? DON JOSÉ: ¡La duda ofende, Don Valeriano! ¿Sobre qué versará su lección magistral de hoy? DON VALERIANO: Sobre como la ciencia médica y la Junta de Beneficencia que preside el meapilas de Don Aurelio, están tratando a los héroes de la primera cruzada del siglo. Además de trasladarle lo sucedido a la autoridad competente por el conducto reglamentario, quiero que las gentes de Compostela sepan de la catadura moral de quienes dicen velar por su salud y por sus intereses. DON JOSE: Déjeme que lo adivine. ¿También a usted lo han puesto en la calle? DON VALERIANO: De ella vengo y a ella estoy condenado. (El viejo, coloca papel en blanco en una máquina de escribir y lo dispone todo para iniciar la faena) DON JOSÉ: ¡Que despropósito! ¡Duro con ellos, Don Valeriano!. Retrátemelos bien retratados. Se lo merecen. DON VALERIANO: Pues venga, a la labor. Linotípieme como sigue. DON JOSÉ: (Dispuesto a escribir) ¡Dicte, insigne maestro! DON VALERIANO: Hoy, una vez más, se ha consumado un nuevo atentado contra la dignidad de nuestros héroes de guerra... DON JOSÉ: ¿Especifico, de la Guerra de Africa, o lo dejo quedar así, en suspenso? DON VALERIANO: En suspenso, que es como procede. ¿Quien le dice que no están haciendo lo propio con los de la Guerra Civil? DON JOSÉ: Lo dificulto mucho, Don Valeriano. DON VALERIANO: Nunca se sabe, Don José. Los que hacen estas judiadas son capaces de hacer cualquier otra. Sobre todo si creen que las pueden hacer impunemente. DON JOSÉ: Lo que, mientras usted y yo vivamos no pasará nunca, ¿no es así Don Valeriano? DON VALERIANO: ¡Esto es un periodista, Cañete! Entre usted, Don José, y esos gacetilleros que lo rodean, media la misma distancia que entre Madame Curie y los matarifes que me dieron de alta. DON JOSE: Me abruma, querido amigo. DON VALERIANO: No he dicho nada que non merezca. Recomencemos. DON JOSÉ: ¡Cuando guste! DON VALERIANO: Hoy una vez más se ha consumado un atentado a la dignidad de nuestros héroes de guerra... DON JOSÉ: ¿No va a hacer ninguna mención, aunque sea marginal, a los demás enfermos? Oí decir que muchos de ellos vagaban por la ciudad como sombras. Y que las pensiones estaban repletas. DON VALERIANO: Buena observación ésa, sí señor. Veamos como queda así: Hoy, una vez más, se ha consumado un nuevo atentado contra la dignidad de nuestros héroes de guerra y de nuestros enfermos en general, de mano de la mal llamada clase médica compostelana... DON JOSE: ¡Alto ahí! Matíceme eso, Don Valeriano. ¿Es imprescindible lo de "mal llamada"? DON VALERIANO: ¡Evidentemente! DON JOSE: ¿No será un poco fuerte de más? DON VALERIANO: No me regatee los adjetivos, Don José, que son la salsa que le da sabor a mi retórica. DON JOSÉ: Y la que puede provocar que a mi me echen y a usted lo prendan. DON VALERIANO: No caerá esa breba. ¿Sabes quién era Molière? DON JOSE: ¡Pssss! Malamente. Sé que murió de amarillo. DON VALERIANO: Correcto. En 1673, tras el estreno de "El enfermo Imaginario" y con el traje del protagonista todavía puesto. Pues bien, ya él entonces, como un servidor hoy, sostenía que... DON JOSÉ: ¡No se hable más, Don Valeriano! ¡Lo que usted diga! Y ahora, abreviando que es gerundio. Cuénteme lo que pasó de pe a pa y con detalle, que ya le daré yo la forma debida. Habremos de decir la verdad, pero de modo y manera que no nos comprometa y le cuele a Don Rufino. Ya sabe que antes de meterlo en máquinas tengo que enseñárselo a él. DON VALERIANO: Encontrar ese equilibrio imposible, amigo mío, más que oficio de trabajador de la pluma lo es de funambulista. DON JOSÉ: ¡El mundo, que es un circo! DON VALERIANO: En el que algunos parecen empeñados en que, los payasos, seamos siempre los mismos. DON JOSE: Lo suyo no es una cabeza, Don Valeriano, es el faro de Alejandría. DON VALERIANO: Déjelo usted, en la Torre de Hércules. (Oscurece) ESCENA VIII (De nuevo en la calle, en procesión, dejando que la luz de una farola maldibuje sus sombras encorvadas sobre las paredes de piedra. Llegan a una fuente, de la que mana un chorro de agua clara. El agua, al caer, salpica la noche de gotas de plata, bajo la mirada atenta de una luna entristecida que asoma el ojo entre dos nubes) DON VALERIANO: Acabamos de hacer feliz a un amigo y de contribuir a mejorar el mundo, querido Cañete. Por unos minutos, mi entrañable y querido amigo Pepe, se ha sentido una vez más un arcángel del periodismo flameando su espada justiciera contra estos apóstoles de la barbarie. CAÑETE: ¿Es así como se mejoran las cosas? ¿Presentando quejas? DON VALERIANO: No exactamente, pero algo ayuda. En cuanto esa panda de sinvergüenzas sepan lo que acabamos de hacer, y lo sabrán de inmediato, ya no podrán dormir tranquilos en lo que queda de noche. CAÑETE: A algunos no se les quita el sueño tan fácilmente. DON VALERIANO: Pero se les traspone el soñar y se les llena de pesadillas. Y si no es así, tampoco importa. Estos gestos de gallardía ayudan a llevarse bien con uno mismo, que ya es bastante. Si además sirven para algo, mejor que mejor. ¡Y a veces ocurre, aunque no lo parezca! CAÑETE: Ya me dirá cuándo. DON VALERIANO: De momento ya he notado una ligera mejoría en la pierna. CAÑETE: Vaya. ¿Y semejante milagro? DON VALERIANO: ¡Que milagro ni qué puñetas! Pura lógica cartesiana. Mientras encuentro contra quien desbarrar no reparo en lo estropiciada que la tengo. CAÑETE: Y esa sarta de improperios que largó, ¿saldrán mañana en el periódico? DON VALERIANO: ¡Coño, Cañete! ¿Dónde piensas que estás? Ni el Apóstol echando mano de toda su magnificencia, sería capaz de obrar tanto milagro. Y mucho menos éste. (Por el San Serapio) Pepe ni siquiera es redactor. Es el que limpia los talleres. Ponerlo a escribir a él es una forma de decirle a esos mamones lo que sé de sus andanzas. De un momento a otro se le habrán puesto a todos los cojones de corbata. (Hiere el silencio un revolotear de voces, tensas y acaloradas. Y llega de lejos el ruido de un tropel de gentes acercándose. Don Valeriano va a refrescarse a la fuente) CAÑETE: ¿Qué es eso? DON VALERIANO: A saber. La noche es manto de demasiadas fechorías, como para preocuparse. CAÑETE: ¿Por qué no sacó a relucir lo de los santos y lo de los altares? DON VALERIANO: Verás, amigo Cañete. El plomo morisco lleva años moviéndose por mi esqueleto, pero nunca se me asentó en la cabeza más de dos días seguidos. Todo en ella funciona aún a la perfección. En lo de los santos hasta estoy enmierdado yo. Y por supuesto la Santa Madre Iglesia. CAÑETE: (Refiriéndose al santo) Es robado, ¿no? DON VALERIANO: !Hombre, dicho así! Digamos que lo encontré abandonado en la sacristía de un colega. ¿Te importa, ser la muleta de un ladronzuelo? CAÑETE: No, si es íntimo de Franco. (Irrumpen dos "grises", arrastrando a un camisa vieja sudoroso y desengominado. Un porrazo mal dado le ha quebrado en sangre el hocico y el trazo recto y ridículo que un bigotillo incipiente le dibujara en el perfil) DON VALERIANO: ¡He! ¿A dónde vais con ése? GRIS 1: A donde iremos con usted si no se quita de enmedio, Don Valeriano. DON VALERIANO: Es amigo mío. Y uno de los nuestros. ¿Qué ha hecho? GRIS 1: El sabrá. A nosotros sólo nos han mandaron detenerlo y su trabajo nos está costando. DON VALERIANO: ¿Qué sucede, Florentino? FLORENTINO: Ya ve, Don Valeriano, aquí los de Orden Público que se empeñan en darme alojamiento gratis. DON VALERIANO: ¿A quién hartaste de ricino,que no debieras? FLORENTINO: A nadie. Se ve que a veces habló de más y hay quien me escucha. DON VALERIANO: ¿Y desde cuándo lo que pensáis vosotros va contra lo que piensan éstos? FLORENTINO: Éstos no piensan, sólo obedecen como carneros. GRIS 2: ¡Éstos tienen nombre, chaval! Y como no te calles te lo van a estampillar en la cara a hostias. ¡Venga! ¡Circulando! ¡Y sin rechistar! FLORENTINO: Mañana viene el Generalísimo, Don Valeriano, y lo que antes hacían solo con los rojos, ahora lo hacen también con nosotros. Non quitan de enmedio. GRIS 1: ¡Déjate de tragedias! En cuanto se vaya su Excelencia, estarás otra vez en la calle, dando guerra. DON VALERIANO: Pues sí que os deben de ir mal las cosas a los camisas viejas. FLORENTINO: La Falange ya no pinta nada en toda esta historia. Esos cabrones de Acción Católica le están vendiendo el país a los americanos y quieren acabar con nosotros. Les estorbamos. Y estos paletos de mierda van y le ayudan. GRIS 1: ¡Deja de provocar, Florentino! Nosotros obedecemos órdenes. FLORENTINO: Pues que conste en acta que esos desalmados os están ordenando detener a patriotas. (Con el brazo derecho en alto) ¡Viva España! (Instintivamente corean todos) TODOS: ¡Viva! GRIS 2: ¡Me cago en la tos, Florentino! ¡Estás alterando el orden y vamos a tener que zoscarte! FLORENTINO: Hacerlo, que ya la historia os pedirá cuentas. Por cierto, Don Valeriano, vaya al casino y hable con Don Servando. Lo estaba buscando. No sé de que coño quería hablar con usted urgentemente. (Los grises y Florentino, el facha, se alejan calle abajo) DON VALERIANO: ¿Que te dije, Cañete? El teléfono es un invento increíble. A su conjuro la noticias no corren, vuelan. Ya lo están arreglando todo. ¡No hay como hacerse valer! Una orden de ese tal Don Servando y aquí se ponen firmes hasta las piedras. Vamos allá, es a la vuelta de la esquina. CAÑETE: Estoy agotado. ¿No piensa acostarse nunca? DON VALERIANO: ¿Ahora que estamos a punto de empezar a recoger los frutos de nuestras gestiones? Cuando el genio se apodera de mi no soy capaz de dormir aunque lo intente. CAÑETE: Si al menos me ayudara con el dichoso Santo ahora que le mejoró la pierna. DON VALERIANO: No importa. Os llevaré a los dos a casa de una amiga y podréis pasar allí la noche. CAÑETE: Yo iré a donde vaya usted. DON VALERIANO: En noches así mi casa es el mundo, mi techo un cielo lleno de estrellas, y mi cama el rellano de una escalera o el abrigo de un soportal. Si esta ciudad sigue siendo lo que era cuando yo interné en el hospital, no cierra nunca. En tu estado no lo soportarías. CAÑETE: Eso déjelo de mi cuenta. DON VALERIANO: ¡Así me gusta, Cañete! Tendrás que adecentarte un poco. En el casino no te dejaran entrar con semejante aspecto. CAÑETE: ¿Pues ya me dirá que hacemos? DON VALERIANO: Cantar bajo la ventana de una de mis antiguas feligresas. CAÑETE: Había entendido que su parroquia era el ejército. DON VALERIANO: La parroquia de un sacerdote como Dios manda, no sabe de fronteras, amigo Cañete. (Les sale al paso, el de la chistera) EL VINCHAS: Se acercan, Padre, se acercan. Cada vez distingo mejor sus rostros de muerte. DON VALERIANO: ¡Joder, Vinchas! ¿Que piensas, seguirnos todas la noche? EL VINCHAS: No quisiera. Pero las calles se están vaciando y ya pronto no quedará quien escuche mi música. DON VALERIANO: Da un concierto mañana en la Alameda. Asistiré. EL VINCHAS: Presiento que lo he de dar hoy. Si oyera esa voz que yo oigo y supiera del dolor que yo sé. DON VALERIANO: Sé lo que me duele esta maldita pierda, y sé bastante. EL VINCHAS: ¡No! En mi pelliza de cerdo residen todas las músicas que importan, y en mis manos y en mi memoria el valor de conciliarlas siguiendo la partitura de alguno de los grandes maestros a los que rindieron culto nuestros antiguos y a los que me debo. Mozart, Tchaikovsky, Hendel. Mude el rumbo, padre. Quisiera interpretar un aleluya y no un requiem. DON VALERIANO: Interpreta una ranchera. Voy a cantarle a Pitita una canción de amor y no me vendría mal algún acompañamiento. EL VINCHAS: La noche se espesa. (Don Valeriano y Cañete se van. Oscurece sobre el Vinchas en trágica mueca) ESCENA IX (En la cocina de Casa Pitita, una fonda de estudiantes venida a menos en la que ya sólo se alojan viajantes de tres al cuarto y clientes de fijo a los que ya no fía nadie. Pitita es una viuda embalsamada en talcos, salerosa y aún de buen ver. Vive rodeada de los retazos de su memoria que sobrevivieron a los embites de las casas de empeño. Don Valeriano y Cañete, aprovechando la coyuntura, al tiempo que arreglan lo de la ropa, acallan el hambre picando algo de fiambre casero) PITITA: Y que sea la última vez, padre, que para llamar a mi puerta se pone a cantar "¡Ay, chaparrita!" al pie de la dichosa ventana. ¿Que quiere? ¿Que todo el mundo se entere de que a veces el cuerpo me pide darle cama gratis? DON VALERIANO: ¡Coño, Pitita, que mi amigo va a pensar que tú y yo tenemos algo! PITITA: ¡Eso quisiera usted! (A Cañete) Lo dejo dormir aquí cuando llega tarde al hospital y ya cerraron, y ahí se acaba la historia. DON VALERIANO: Me han puesto en la calle, ¿sabes? PITITA: Natural. A tres desgraciados, he tenido que alojar hoy con pinta de moribundos. Y ni una cuña dejaron para que no se hagan de cuerpo por ellos. DON VALERIANO: Por eso lo de que nos abrieras tenía su urgencia. Tenemos que ir al Casino a hablar con Don Servando para que arregle lo nuestro, y aquí mi amigo, como puedes ver, no está muy presentable. PITITA: ¿Y usted, sí? ¡Ande, póngase al menos ese alzacuellos derecho! ¡Da asco verlo! DON VALERIANO: Tu difunto a veces llevaba pajarita, ¿no? PITITA: A veces no, siempre. Era muy mirado para lo de la elegancia. DON VALERIANO: Le murió el marido en la guerra, ¿sabes? PITITA: ¿En la guerra? ¡Será cínico!. Lo pasearon esos amigos suyos, como a tantos otros. DON VALERIANO: Eran falangistas, Pitita. PITITA: ¡No señor, Requetés! A veces no sé ni cómo le sigo mirando a la cara. DON VALERIANO: Yo me llevo bien con ellos por lo que sabes y por que me conviene, no porque comulgue con sus ideas. Sigo siendo monárquico y eso nos distancia irremediablemente. PITITA: Usted lo que es es un camándulas.(Les pasa dos trajes alcanforados) Tomen, pónganse esto y salgan de aquí cuanto antes. No quiero verlos delante por más tiempo. Ponerse a cantar "¡Ay chaparrita!" a estas horas en mi ventana. ¡A quién se le cuente! DON VALERIANO: Antes te encantaba, Pitita. PITITA: Antes era una perdida, pero ahora además de la pensión, tengo un puesto en el mercado y he de guardar las formas si no quiero que me lo quiten los de abastos. DON VALERIANO: ¿Quieres que vuelva otro día con más tiempo? Nadie como yo te sabe aliviar ese puntito que se te pone a veces en el espinazo. PITITA: Aprendí a aliviármelo sin ayuda. DON VALERIANO: Nunca es lo mismo. PITITA: ¡Largo! No me devuelvan los trajes, Mándeselos al chico a la carcel, para que al menos luzca elegante. ¿Que sabe de él? DON VALERIANO: Que saldrá de un momento a otro. PITITA: Me alegro. Y vayan a lustrar los zapatos, ¡coño!, que no sé qué da vérselos tan llenos de mierda. DON VALERIANO: Ciertamente con estos ropajes, desmerecen un poco. Por cierto, y sólo por matar la curiosidad. Lo que nos tiraste mientras cantábamos, ¿eran meos o agua? PITITA: Aún debe estar la piedra húmeda. Pásele el dedo y pruebe; si alimenta ya sabe lo que és. (Oscurece) ESCENA X (En el andén modernista de una parada de coches de línea. Carretillas apiladas. Mozos de cuerda afilando el diente con el palillo entre los labios. Gentes que ni van ni vienen de ninguna parte. Enfermos buscando acomodo en los rincones abrigados. Limpiabotas. Un guardia civil, mostachudo y mal educado, interroga a los enfermos sobre algún asunto de trámite y a varios acaba por retirarles las mantas. El que hace pareja vigila desde una de las puertas con el Mauser en la mano) DON VALERIANO: ¡Mira, Cañete! Observa esta confusión de gentes. Aquí Santiago es como París o Roma, cosmopolita y diversificada. Hay personal de todas partes. De Orense, de Lugo, De A Estrada. CAÑETE: La mayoría, enfermos como nosotros que van o vienen de llenarle los bolsillos a los jodidos médicos. (A Cañete le entra un ataque de tos, de los que nacen en las mismísimas entrañas) DON VALERIANO: ¡Mierda, Cañete! (Le pone la mano en la frente) ¡Te estás deshaciendo en agua! ¡Quemas! ¡Esa fiebre acabará matándote! CAÑETE: ¡Y a quien le importa! DON VALERIANO: Yo de ti no esperaba a que me viese nadie. Me hacía con algo de estreptomicina y le ponía atajo a esa condenada tisis. Gratis no, pero a buen precio, si quieres, te la puedo conseguir yo. Sé de alguien que estraperlea en eso y me debe algunos favores. CAÑETE: ¿Quién le dijo que quisiera curarme? DON VALERIANO: Coño, se sobrentiende. ¿Si no a qué rayos ibas al hospital? CAÑETE: Sobrentiende de más. Sólo quiero que me digan cuantos días me restan, con tiempo bastante para arreglar ahí un asunto. DON VALERIANO: ¿Y ese asunto sólo puede arreglarse con un pie aquí y otro en el barrio de enfrente? Una cosa no quitará la otra, ¡digo yo! CAÑETE: No diría eso si supiese de qué asunto hablo. DON VALERIANO: ¿Me lo dirías si te lo preguntase? CAÑETE: No. DON VALERIANO: Eso es claridad meridiana y lo demás coñas marineras. ¡Si señor!. No te lo preguntaré y asunto resuelto. Al fin y al cabo a mi ni me va ni me viene. Y ahora venga, a buscar un "limpia" que te lustre la badana antes de que la palmes, que yo mientras intentaré hacer feliz a otro desventurado amigo del alma. Déjame algo suelto. CAÑETE: ¡De eso nada! DON VALERIANO: ¿No pensarás que nos van a limpiar los zapatos por la cara? (El viejo le da unos patacones. El guardia civil que anda con lo de las mantas, increpa a Cañete y le da el alto) GUARDIA CIVIL: ¡He, tú! ¡Tísico! ¿Dónde te hiciste con esa manta cuartelera? CAÑETE: En el hospital viejo. DON VALERIANO: ¿Sucede algo, cabo? GUARDIA CIVIL: Sucede, padre. Cuatro listillos, que limpiaron de mantas la intendencia del Hospital y se las andan vendiendo a precio a estos desahuciados. DON VALERIANO: Pues ya es delito especular así con la salud pública. GUARDIA CIVIL: Y que lo diga, padre. DON VALERIANO: La de éste es un empréstito. Hasta que abra el día. GUARDIA CIVIL: ¿Quién tuvo la caridad? CAÑETE: Una hermana a la que le dicen, Sor Angélica. GUARDIA CIVIL: ¡Que sea cierto! DON VALERIANO: Lo es. ¡Yo soy testigo! GUARDIA CIVIL: ¿Y esa policromía con la que cargan? DON VALERIANO: De mi propiedad. Y tengo papeles. (En secreto) Es un regalo, para la mujer del Generalísimo. Viene mañana. GUARDIA CIVIL: Lo sé. Si necesitan algo aquí nos tiene, padre. DON VALERIANO: Gracias, sargento. (Al Cañete) ¡Venga, a lo nuestro! (Cañete se acerca a un limpiabotas y Don Valeriano, a voz en grito, llama por un tal Peitiños, que aparece raudo. Es un enano un tanto chuletas uniformado de legionario) DON VALERIANO: (Gritando)¡Peitiños!, ¡Peitiños! PEITIÑOS: ¿Un servicio, Don Valeriano? DON VALERIANO: Uno en cada pie. PEITIÑOS: ¿Con conversación o sin ella? DON VALERIANO: Con conversación, naturalmente. PEITIÑOS: ¡Marchando! (Se acercan a la maleta más próxima) Siente en el trono, padre. (Don Valeriano se sienta y el hace lo propio en un banquito pequeño engalanado de cuquillos de dos reales) PEITIÑOS: Me hice con unos cascabeles, ¿ve? Ya que no llamo la atención ni por alto ni por ancho de pecho, la voy a llamar por cascabelero. A ver si se fija alguna paisana en mí de una vez, coño, que no pruebo hembra desde hace meses. Y a las putas, con perdón de su cara, padre, me las sé ya de memoria. ¿Cómo le van a usted las cosas? DON VALERIANO: Mal, como va el mundo. PEITIÑOS: Como a tododios hoy en día. España, frente a lo que comúnmente se cree, debe estar en la parte del globo terráqueo que cae del revés. Y así va todo. Porque, dígame usted Don Valeriano ¿quién determina eso? Según se mire el Norte varía. Lo descubrí haciendo brazo. Fíjese...(Se pone patas arriba, apoyado en las manos) Visto así el Norte es el Sur y el Este es el Oeste. DON VALERIANO: Pues a mí me acaban de dar por el Sur, Peitiños, y a conciencia. PEITIÑOS: ¿Quién y por qué? Si puede saberse. DON VALERIANO: Los médicos del hospital nuevo. Dicen que no soy un enfermo, sino un maniático. PEITIÑOS: ¿Y ésa no es dolencia catalogable como enfermedad del ánimo o de la cerviz? DON VALERIANO: Por lo visto, para ellos no. PEITIÑOS: ¿Qué se puede esperar de una ciencia tan vanagloriada de sí propia que, en el dieciséis, cuando la presentación del primer Hispano-Suiza en Barcelona, afirmó a los cuatro vientos como verdad irrevocable y por escrito, que el automóvil, ese prodigio de la técnica moderna, no tenía ningún futuro ya que estaba científicamente demostrado que el cuerpo humano no superaba velocidades superiores a los cuarenta kilómetros por hora? Para que luego, claro, aún no transcurridos veinte años, llegara la División Cóndor, de la que un servidor fue mecánico auxiliar de segunda, y lanzase sus Stukas en picado sobre Guernica o sobre Normandía y los dejase quedar en el ridículo más bochornoso. Ciencia es ésta, Don Valeriano, hacer que unos zapatos viejos parezcan recién salidos del escaparate. ¿O no? DON VALERIANO: ¡Sí señor! PEITIÑOS: ¡Listo! Y no deje que le entre una deprimición a la testuz por ése asuntillo de los medicuchos. Todo tiene arreglo cuando la razón está de nuestro lado. Y en su caso lo está manifiestamente. Una manía es una manía, venga quien venga. Sin ánimo ni cortapisa de meterme en lo que no me importa, ¿puedo interrogarlo sobre una cuestión? DON VALERIANO: ¡No faltaría más! PEITIÑOS: ¿Qué hace paseándose por ahí con ése? DON VALERIANO: ¿Con el santo? PEITIÑOS: No, con Cañete. DON VALERIANO: ¿Lo conoces? PEITIÑOS: Pues claro, fuimos vecinos. DON VALERIANO: Me está haciendo de muleta, ¿por qué? PEITIÑOS: ¿No sabe quién es? DON VALERIANO: No. PEITIÑOS: Pues debiera. Por menos de eso ya tienen jodido a más de uno. ¿Capta la inteligencia que le quiero trasmitir? DON VALERIANO: ¡Coño, Peitiños, déjate de laberintos y dime a qué te refieres! PEITIÑOS: Me refiero a que es el padre del Pingallo. Nada más y nada menos. DON VALERIANO: ¡La madre que lo parió! Lo tenía bien callado. PEITIÑOS: Hoy en día, con un hijo así, yo también me guardaría de que lo supiese alguien. (Oscurece) ESCENA XI (Bajo los arcos de unos soportales. Don Valeriano, San Serapio al hombro y olvidada la cojera, va delante con paso airoso y la rabia estallándole en el entrecejo. Cañete consigue darle alcance y echa mano de él para detenerlo) CAÑETE: ¡No es para ponerse así! DON VALERIANO: Ni te me acerques. Podrían pensar que nos conocemos de algo. ¡Venga! A devolverle el mil rayas a la Pitita y cada uno por donde le venga en gana. Tú y yo no nos vimos nunca. CAÑETE: No diga eso, Don Valeriano. DON VALERIANO: ¡Está dicho! CAÑETE: ¿Y la pierna? DON VALERIANO: ¡Se me fue el dolor! Con las buenas noticias la metralla tiende a cambiar de sitio. Y a veces hasta llega a evaporarse. CAÑETE: Creí que éramos amigos. DON VALERIANO: También yo. Pero un amigo no se calla ciertas cosas. CAÑETE: Contra mí no tienen nada. Fue él quien se echó al monte, no yo. DON VALERIANO: ¿Y qué? Lo anda buscando media Guardia Civil. Darían lo que fuese por saber dónde está y detenerlo o verlo muerto y a ti no se te ocurre nada mejor que liarme para que te presente al Generalísimo. ¿Sabes lo que me podría pasar sólo por intentarlo? ¡Menos mal que nunca tuve intención de cometer tamaño despropósito! CAÑETE: Me lo había prometido. DON VALERIANO: Te di por el palo para que siguieras haciéndome de muleta. Nada más. Franco no se ve con el primer cantamañanas que se le presente, por mucho que se lo pida un buen amigo. Y menos si el interfecto es el padre de un comunista confeso que se niega a aceptar la derrota y sigue pegándole tiros al viento de la historia. ¿Para qué demonios querías verlo? ¿Para darle unos chorizos y unos jamones y pedirle por tu hijo? Ni siquiera te escucharía. Es frío como la mismísima muerte. Lo mandaría fusilar delante de ti en cuanto le echase el guante. Eso si no os fusilaba a los dos juntos. CAÑETE: Por mi hijo ya sólo se puede pedir rezando. Y yo no sé pedir así. Murió, hace dos meses. DON VALERIANO: ¿Entonces? CAÑETE: ¿Entonces qué?. DON VALERIANO: Lo de ver a Franco, ¿para qué cojones es? CAÑETE: Para darle un recado. DON VALERIANO: ¿Dejó mensajes, como la Virgen de Fátima? ¿O se comunica contigo desde el más allá para que seas su portavoz en la tierra? Sea cual sea el recado, mándaselo por escrito. CAÑETE: Es para dar en mano. Y personalmente. DON VALERIANO: Pues vete pensando cómo. Por lo que a mi concierne no se lo darás nunca. CAÑETE: No dejaré que vaya sólo al Casino. DON VALERIANO: Iré sólo a donde me dé la real gana. ¡Este es un país libre! CAÑETE: No quisiera que se fuese de la lengua, Don Valeriano. DON VALERIANO: Lo haré. El óbito de tu hijo será la primera buena nueva que reciban esta noche esos mierdas. Y sería un desperdicio que no fuera un servidor quien se la diese. CAÑETE: No debe saberse aún. Podría comprometer a los que lo tuvieron escondido. DON VALERIANO: ¡Habértelo callado!. CAÑETE: Creí que a los amigos no debían ocultársele ciertas cosas. DON VALERIANO: ¡Éstas si! En cuanto descubran que pasé toda la noche contigo querrán saber como nos conocimos, de qué hablamos...¡Y algo tendré que decirles! Siempre será mejor que les suelte esto y no lo de Franco. A tu hijo ya no pueden hacerle mal alguno, pero a ti te desollarían con tal de saber que coño quieres contarle. CAÑETE: Dígales que no sabe nada. DON VALERIANO: ¡Yo nunca miento! CAÑETE: Ni yo amenazo en balde. (Extrae de entre sus ropas un cuchillo de grandes dimensiones y se lo enseña, amenazante) CAÑETE: Iremos juntos, como quedáramos. Y en cuanto mencione este asunto, lo rajo. DON VALERIANO: ¡Virgen santísima! ¿Dónde te hiciste con esa Tizona? CAÑETE: Es la que usamos en casa para matar cerdos. DON VALERIANO: ¡Eh, sin faltar! Déjalo donde estaba. No te hará falta. Si tuviese intención de delatarte ni mencionaría lo del chivatazo del Peitiños. CAÑETE: No sería necesario. Conozco bien a ese pobre diablo y sé que no podría estar callado. Y menos tratándose de mí o de mi hijo. Siempre estuvo en contra de sus ideas. DON VALERIANO: Supongo que a esta altura de la noche ya sabrás que yo también. CAÑETE: Lo suyo es diferente. DON VALERIANO: No tanto. Retira la artillería. Iremos al Casino juntos, como acordáramos. ¿Cómo ocurrió? CAÑETE: ¿Lo qué? DON VALERIANO: Lo de tu hijo. ¿Lo hirieron en algún tropiezo? CAÑETE: No. Fue de muerte natural. Un mal aire. Cayó enfermo y no encontramos con qué curarlo. DON VALERIANO: ¿Y cómo no se supo? CAÑETE: Lo enterramos en secreto, en el monte. DON VALERIANO: Sólo lo conocía de oídas, pero quiero que sepas que lo siento. No debía de ser un mal hombre. CAÑETE: No lo era, no señor. DON VALERIANO: No lo es nadie que pelee así por lo que cree justo. CAÑETE: Últimamente, ya solo peleaba por sobrevivir. DON VALERIANO: Como todos. (Oscurece) ESCENA XII (En el Casino; un salón lúgubre enjaezado de oros rancios y terciopelos deshilachados, en el que un humo sin oropeles dibuja en el aire la sonrisa de la muerte. Al pie de un inmenso retrato de su Excelencia, rodeando una mesa con tapete, cuatro hombres de aspecto y maneras honorables juegan una partida de cartas mientras filosofean pretenciosamente sobre los misterios de la existencia. Apuestan con granos de maíz en lugar de dinero) EL JUEZ: Alrededor de una mesa de juego la vida se ve de otra manera. Desaparecen las diferencias. El azar nos hace a todos iguales. EL NOTARIO: ¡Literatura! EL JUEZ: De fe de esta metáfora, querido notario. ¡Arrastro en bastos! EL CORONEL: Lo tenía bien callado, señor juez. DON SERVANDO: Si en lugar de prestarle tanta atención a sus filosofías atendieran al juego, no llevarían estas sorpresas. EL JUEZ: ¿Qué les decía yo, mis queridos amigos? Vistas las cosas desde esta peripatética tesitura el universo deja de ser ese profundo misterio que tanto ha puesto a prueba la inteligencia y el talento del género humano a lo largo de los siglos, y se vuelve de una simplicidad e intrascendencia rayana en lo ridículo. Todo depende de la fortuna y ella premia o castiga por igual a un coronel que a un soldado. EL CORONEL: Es como la muerte, no discrimina. DON SERVANDO: Usted debe de saber de eso, ¿no mi Coronel? EL CORONEL: Un poco. Me he visto cara a cara con ella alguna que otra vez. EL NOTARIO: ¿Y qué cara tiene, si puede saberse? EL CORONEL: Menuda pregunta. Si estoy aquí ahora, echando una partida con ustedes, es porque nunca se la he visto bien. El que lo hace no vive para contarlo y menos para jugar al tute. ¡Las diez de últimas! ¿Ha visto, Señor Juez? Las partidas, como las guerras, no se ganan o se pierden en una batalla. DON SERVANDO: Tengo entendido que una de las ocasiones en que la vio de cerca se escondía tras el rostro del Foucellas. ¿Es cierto? EL CORONEL: Con ese rostro la vi dos veces. Cuando ese cabrón me metió el tiro en el brazo y cuando lo ajusticiaron. Y se ve de diferente manera, pueden creerme. EL JUEZ: ¿Estaba allí? EL CORONEL: No me habría perdonado nunca dejar de asistir a ese momento. EL NOTARIO: ¿Cómo murió? DON SERVANDO: ¿Cómo habría de morir? Como mueren todos esos cabrones. Dando lástima. EL CORONEL: No señor. Murió muy entero. EL NOTARIO: Pues yo oí que se había cagado por él. EL CORONEL: Tonterías. Murió como un hombre. Quien diga lo contrario, miente. EL JUEZ: Murió como lo que era. DON SERVANDO: Era una bestia. EL JUEZ: Una bestia con los huevos muy bien puestos. Sólo jodería que fuese un calzonazos el hombre que nos tuvo en jaque durante casi veinte años. (Entran Don Valeriano y Cañete con el Santo a cuestas) DON VALERIANO: Perdone que lo moleste, Don Servando, pero me hicieron llegar su recado y aquí me tiene. Vine en cuanto me fue posible. DON SERVANDO: Disculpen un segundo. Tengo que cruzar unas palabritas con el pater, en privado. EL JUEZ: Lo esperaremos en el bar, tomando unas copas. DON SERVANDO: Estaré con ustedes en un santiamén. (El Juez, El Notario y El Coronel, salen hacia el bar) DON SERVANDO: ¡Qué cojones le pasa, Don Valeriano! ¡Que me anda alborotando a la ciudadanía por la historia esa del hospital y ya está alborotada bastante, como para que además venga usted a meter cizaña! Llevan toda la tarde dándome quejas. DON VALERIANO: Pasa, Don Servando, que me echaron y no tengo a donde ir. DON SERVANDO: ¿Y qué? Echaron a muchos. La ciudad está llena de lisiados, ¿o no lo ha notado? DON VALERIANO: Si pero, lo mío es un lamentable error que alguien tendrá que subsanar. DON SERVANDO: ¡Que error ni que puñetas! ¡Bastante disfrutó ya de acogida en esa mierda de Hospital, sin venir a cuento! Lo suyo es de justicia. No tiene absolutamente nada. Está sano. DON VALERIANO: Esta pierna no piensa lo mismo. Ni lo pensarán en Madrid, en cuanto sepan lo que se me está haciendo. DON SERVANDO: ¡Déjese de jilipolleces! ¿Cuándo se va a enterar de que haber sido confesor de Franco no le da derecho a más privilegios que al resto de los españoles? DON VALERIANO: Yo nunca eché mano de eso. DON SERVANDO: Pues tal vez tenga que hacerlo un día de éstos. Y no para lo del Hospital, sino para que no lo muelan a palos. A alguna gente de peso se le están inchando los huevos de tanto aguantarlo. ¿Es ése el santo? DON VALERIANO: Sí. DON SERVANDO: Pues ya se lo está devolviendo a Don Aurelio inmediatamente. De mi parte. DON VALERIANO: No señor. El San Serapio es mío y no pienso dejar que estraperlee con él ese mangante. DON SERVANDO: ¿Cómo ha dicho? DON VALERIANO: ¿Jugar al tute le da sordera?. Me escuchó perfectamente. DON SERVANDO: ¡No me sea rompepelotas! Ya no es suyo, ¿o aún no se ha enterado? Se lo tiene comprometido a quien usted ya sabe y viene mañana esprofeso a buscarlo. DON VALERIANO: Se lo daré yo personalmente. DON SERVANDO: Parece ser, pater, que no acierto a explicarme como es debido. DON VALERIANO: Se explica como los ángeles, Don Servando, pero tenemos alguna que otra discrepancia de parecer. DON SERVANDO: ¡Se está metiendo en un lío de tres pares de cojones! ¡Usted, y el desgraciado ése de su sobrino! DON VALERIANO: A él no lo meta en esto. DON SERVANDO: Ya está metido. Lo ha metido su estupidez. Como siga montando estos cristos no creo que podamos garantizar por mucho más tiempo su seguridad. Y ya sabe que donde está le puede pasar cualquier cosa. DON VALERIANO: Para que eso no ocurriera nunca, ajusté con vosotros más precio que el de estraperlar con santos. Y hasta ahora, que yo sepa, lo he venido pagando religiosamente. DON SERVANDO: ¡Pamplinas! ¡Y no me tutee, cojones, que nadie le ha dado aún esas confianzas! DON VALERIANO: Hable con Don Eustaquio, el boticario. Él sabe a qué me refiero. DON SERVANDO: También yo lo sé. La mayoría de la información que nos pasó, era falsa. Y la buena, si alguna vez la tuvo, que la tendría, se la guardó para usted. DON VALERIANO: Afirmar eso es una canallada. DON SERVANDO: ¡Una mierda, Don Valeriano! Las cifras cantan. Todos los cabrones de los que dio parte o estaban huidos ya o huyeron antes de que nosotros pudiéramos echarles el guante. DON VALERIANO: Una casualidad. DON SERVANDO: Demasiadas. DON VALERIANO: Ahora mismo ando detrás de un asunto de primera. Algo relacionado con el Pingallo. DON SERVANDO: Ya es tarde para remendar entuertos. DON VALERIANO: Oí decir que había muerto de enfermedad y que lo enterraran en secreto. En un día o dos sabré si es cierto o no y si lo es, donde y quién lo enterró. DON SERVANDO: ¡Que le den por el culo! Si está muerto, mejor, y si no que lo busquen ellos. ¡No se entera de la misa la media! Las contrapartidas están disueltas. Usted ya no nos sirve para nada, pater. DON VALERIANO: (Agarrándolo por la solapa) ¡Me cago en todos los santos del firmamento! ¡Cómo le pase algo al chico va a caer Roma con Santiago! (Don Servando se libra del viejo con facilidad y pasa a ser él quien lo zarandea, con no poco desprecio) DON SERVANDO: ¡La próxima vez que vuelva a ponerme la mano encima, lo mato! ¡Lárguese, antes de que me arrepienta! ¡Y déjeme quedar el puto santo! Ya haré yo con él lo que haya que hacer. (Empuja al viejo con brusquedad y da con él en el suelo. Sin inmutarse siquiera, echa mano al santo e intenta llevárselo, pero Don Valeriano se revuelve y se aferra a él, impidiéndoselo. Don Servando echa mano a la sobaquera y saca una pistola) DON VALERIANO: El Santo se viene conmigo. DON SERVANDO: (Apuntándolo, pistola en mano) ¡Deje de provocarme, cojones, o no respondo! (Santo y viejo, vuelven a rodar por el suelo lastimosamente. Cañete no puede más y aprovechando que Don Servando le da la espalda, se va a él, tira de cuchillo y se lo asienta en el gañote) CAÑETE: ¡He usted, como se llame! Suelte al viejo con mucho cuidado si no quiere que lo abra en canal de un solo tajo. DON SERVANDO: ¿De donde salió este loco? DON VALERIANO: No sé, no lo conozco. DON SERVANDO: Estabas mejor callado, pailán de mierda. Esto te va acostar muy caro. CAÑETE: ¡Cállese!. Ni al cuchillo ni a su dueño nos gustan las amenazas. Coja el santo y salgamos de aquí, padre. (Don Valeriano no se lo piensa dos veces. Se hace con el santo y salen los dos corriendo. Los del bar, al escuchar el follón, vuelven a la sala de juego) EL CORONEL: ¡Que coño sucede! DON SERVANDO: ¡Joder! Que le acabo de ver la cara a su amiga. EL NOTARIO: ¿Y qué cara tenía? DON SERVANDO: La de un afiebrado que acompañaba al pater. ¡Me cago en la madre que lo parió! ¡Y no me puso un cuchillo al cuello! Casi me mata del susto. Pero de ésta se acuerda el muy cabronazo. Llama a los chicos. Que salgan a buscarlos. EL JUEZ: Los han trincado a casi todos, por lo de mañana de Franco. DON SERVANDO: ¡Que los suelten, cojones! ¡Son más peligrosos éstos dos, que todos ellos juntos! (Oscurece) ESCENA XIII (San Serapio, Don Valeriano y Cañete, como fantasmas a la búsqueda de consuelo, surgen de entre la espesa bruma y encuentran amparo en el zaguán de un callejón tortuoso y sin salida, santuario de ratas indiferentes y desván de objetos abandonados e inservibles. Hablan susurrando, para no descubrirse) DON VALERIANO: ¡Esta fechoría ocupará un lugar de honor en los anales de la estupidez humana! ¡No era necesario hacer lo que hiciste! Tenía la situación perfectamente controlada. CAÑETE: Parecía dispuesto a disparar. DON VALERIANO: Solo quería amedrentarme. CAÑETE: Le estaba faltando al respeto más de lo que se le consiente a nadie. DON VALERIANO: A mí me falta al respeto todo el mundo, ¿o aún no te has dado cuenta? CAÑETE: No en mi presencia. Usted haría lo propio. DON VALERIANO: No digas sandeces. No le faltó ni un pelo para que te entregase. CAÑETE: Tal vez lo pensara, pero no sería capaz. DON VALERIANO: ¡Bendita inocencia! ¡Qué coño sabrás tú de lo que es capaz este cura! CAÑETE: Sé lo suficiente. DON VALERIANO: ¡No sabes nada! ¡No me conoces! ¡Soy un miserable! Por protegerme a mí o a los míos sería capaz de cualquier cosa. Tengo un sobrino con dos condenas de muerte a sus espaldas picando piedra en el Valle de Los Caídos. ¿Cómo crees que conseguí que aún no lo matasen? CAÑETE: Por su amistad con Franco. DON VALERIANO: ¡Qué amistad ni qué gaitas! Se confesó conmigo una vez y porque estaba enfermo el capellán de su regimiento. El muy cabrón ni tan siquiera tenía pecados de los que arrepentirse, así que ni penitencia pude imponerle. No me reconocería por mucho que le explicase quién soy. Éstos hijos de mala madre sólo me dejan seguir con el cuento, o porque no se atreven a comprobar si es cierto o no, o porque es una excelente pantalla para que nadie sospeche de mí y se pregunten cómo hago para obtener ciertos favores. CAÑETE: ¿Y como hace, además de prometiendo cosas que nunca podrá cumplir? DON VALERIANO: Ya lo oíste. No solo trapicheo con imágenes y con altares, sino con información. Soy un vulgar confidente. ¡Hasta la puñetera palabreja tiene un tufillo despreciable!. CAÑETE: Al parecer sus informaciones nunca fueron demasiado fiables. DON VALERIANO: Hasta ahora he podido engañarlos, pero se acabó. Tendría que ofrecerles un bocado realmente importante para recobrar su confianza. Y tu lo eres. Ese muchacho es lo único que me queda. Y lo que más quiero en el mundo. Haría lo que fuese por él. ¡No vuelvas a jugártela por mi! No soy de fiar. CAÑETE: Lo volvería a hacer ahora mismo. Sé que pese a todo no es mal fulano. DON VALERIANO: Eres un ingenuo. CAÑETE: ¿Y eso es malo? DON VALERIANO: Es peligroso. ¡Venga, hay que sacarse de en medio! Ésos saldrán de un momento a otro a buscarnos para ver de bajarnos los humos y no hay que ponérselo fácil. Sé de un lugar en el que esconderse hasta que amaine la ventolera. ¡Arreando! (Oscurece) ESCENA XIV (En el escenario, dolorido y callado, de un teatro al que la codicia arrojó en manos del cinematógrafo. Al otro lado de la pantalla. Cuelgan aún de las varas, derramándose en jirones como lágrimas, antiguos decorados de tela pintada. Y la utilería en abandono de un sainete del que ya nadie se acuerda, confunde su artificio con la verdad escueta, gris e implacable, de docenas de cajas de sifones, de gaseosas y de oranges, a las que hoy da cobijo aquel antiguo y venerable templo del gesto y de la palabra. Entran sofocados y clandestinos, Don Valeriano y Cañete, apenas si iluminados por las luces escurridizas que se cuelan por la pantalla. Viene con ellos el portero, de uniforme. Un tal Contreras, acostumbrado a auxiliar a huidos) CONTRERAS: Aquí no darán con ustedes. Al menos por un par de horas estarán seguros. DON VALERIANO: Mira bien por donde pisas, Cañete. Estas tablas supieron de los andares enfáticos y majestuosos de Don Enrique Borrás y de Doña Margarita Xirgu. Y en este aire viciado, resuena aún el eco de las palabras afiladas de Benavente y de Echegaray. Incluso es posible que alguna de esas telas humilladas por el abandono y la indiferencia, saliese del pincel de Don Camilo Díaz, un ilustre y prematuro paseado compostelano que pintaba telones para este teatro. ¿Qué ponéis hoy, Contreras? CONTRERAS: Una comedia americana. DON VALERIANO: ¿En colores? CONTRERAS: No sueñe, Don Valeriano. Aquí los colores están proscritos. Seguimos condenados a ver el mundo en gris o en blanco y negro. DON VALERIANO: ¡Como es! Por lo menos hasta donde nuestra vista alcanza. CONTRERAS: En cuanto acabe la sesión tendrán que ahuecar el ala. No puedo dejarlos aquí toda la noche. DON VALERIANO: Nos iremos antes, Contreras. Sólo queremos despistarlos hasta que se les bajen las calores. CONTRERAS: Con la que armaron pueden tardar en bajarles. Yo, en su pellejo, me subiría al primer tren que saliese hacia la meseta y no me apearía hasta llegar a Zamora. A usted, padre, por lo de su amistad con Franco tal vez no le hagan nada, pero a este pobre diablo, como lo trinquen, le van a cantar las cuarenta en bastos. DON VALERIANO: No lo trincarán. De eso me encargo yo. CONTRERAS: Estaré en la puerta. Si hay novedades les daré un toque. DON VALERIANO: De acuerdo, Contreras. CONTRERAS: Por cierto. Aprovechando que están ahí les agradecería que si se tropiezan con alguna rata y se pone a tiro, le den mate. Sin alborotarme demasiado el gallinero, claro. (Al otro lado de la pantalla, las luces se apagan y tras un momento de oscuridad y de silencio, comienza el NO-DO) CAÑETE: ¡Coño! DON VALERIANO: ¡Ahí lo tienes, Cañete! ¡El milagro del cinematógrafo! CAÑETE: No creí que fuese así. DON VALERIANO: ¡Es pura magia! Yo me dejo caer por aquí a menudo. En estas latitudes nadie ve con buenos ojos que un sacerdote, aunque no mise, vea y escuche ciertos dispendios amatorios de los que tanto abundan en las películas. Así que vengo aquí, me deslizo en esta "cheslón" y disfruto de ellas sin escandalizar a nadie y sin gastar una peseta. En el cine el mundo es una maquinaria perfecta y maravillosa. Sobre todo en el americano. Durante hora y media uno vive la ilusión de que algún día, la realidad podría llegar a ser así. CAÑETE: ¿Y en américa no lo es? DON VALERIANO: ¡Ni lo será nunca! ¡Allí menos que en ninguna otra parte! ¡El cine es una fantasía! ¡Un lujo de la imaginación! Ese es su encanto. CAÑETE: Pues los que conocen aquello, cuentan y no paran. DON VALERIANO: Porque los atontan con tanto rascacielos y tanto "haiga". Y porque los pobres de pedir están prohibidos, pero los hay, como en todas partes. Y a miles. (El noticiero es atrasado. Un Franco casero y angelical, rodeado de sus nietos, canta villancicos delante de un belén de Navidad) CAÑETE: ¿Es ése? DON VALERIANO: ¿Quién? CAÑETE: El Generalísimo. DON VALERIANO: ¿Nunca lo habías visto antes? CAÑETE: No. DON VALERIANO: Pues es ése, sí señor. CAÑETE: No parece muy alto. DON VALERIANO: ¡Y porque es un estirado, que si no! CAÑETE: ¿Y esos niños son suyos? DON VALERIANO: Son sus nietos. CAÑETE: Visto así, nadie diría que es tan mala persona. DON VALERIANO: ¡Pura apariencia! En los noticieros sólo le sacan el lado bueno. Tendrías que verlo poniendo firmes a la tropa o masacrando moros. Aunque, ¿quién sabe? El verdadero fondo de los poderosos está siempre demasiado oculto a los ojos del pueblo, y sus hechos, según quien los mida, dicen de ellos cosas diferentes. CAÑETE: ¿Pero usted qué dice? DON VALERIANO: ¿Qué digo de qué? CAÑETE: De si es o no un buen hombre. DON VALERIANO: ¿Tanto te preocupa eso? (Llega Contreras, muy excitado) CONTRERAS: Acaban de pasar en tropel, calle adelante. Son cinco o seis chiquilicuatros. DON VALERIANO: ¿Llevaban armas? CONTRERAS: ¡A saber! Al cinto no se le veían, y no estaba el horno como para interrogarles la sobaquera. (Vuelve a salir) CAÑETE: Quizá sea mejor que nos separemos y me eche al ruedo yo solo. DON VALERIANO: De aquí no se mueve nadie hasta que aparezca en esa pantalla la palabra FIN. Para entonces ya habrán dejado de buscarnos. Mientras tanto tu y yo, amigo Cañete, vamos a tener unas palabritas. ¿Qué coño llevas entre manos? CAÑETE: Nada ¿qué he de llevar? DON VALERIANO: Si vas a hacer un estropicio quiero estar al tanto. CAÑETE: No sé a que se refiere. DON VALERIANO: ¡Déjate de historias conmigo, Cañete! ¡Soy perro viejo de más para que tú me la endilgues! Me refiero a lo de Franco. CAÑETE: Quiero verle la cara de cerca, sólo eso. DON VALERIANO: Acabas de vérsela ahora. CAÑETE: Hablo de vérsela en persona. DON VALERIANO: ¿Para cometer qué barbaridad? ¡Siendo quién eres solo se me ocurre una! CAÑETE: Ve demasiadas películas. DON VALERIANO: (Apartándose de él) ¡Me cago en la tos! Llevo toda la noche con un chiflado y yo sin enterarme. ¿Desistirías si te dijera que era un bendito? CAÑETE: Le juré a mi hijo segundos antes de que expirara que si algún día me veía desahuciado, me llevaría a ese mequetrefe por delante. DON VALERIANO: ¡Hostia, Cañete, eso se avisa! ¡Estás como una puñetera cabra! CAÑETE: Tal vez. DON VALERIANO: ¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Con el espadón ese con el que nos cegaste a mí y a Don Servando? CAÑETE: No dispongo de nada mejor. DON VALERIANO: No fue casual que estuvieses allí cuando me echaron del hospital ¿verdad? Estabas esperándome. CAÑETE: Oyera lo de su amistad con Franco y... DON VALERIANO: ¡Y de ser cierto no dudarías en utilizarme! ¡Corrígeme si me equivoco! (Cañete baja la mirada y guarda silencio) DON VALERIANO: ¡Y yo convencido de que era generosidad lo de ofrecérteme como muleta! De haberlo sabido habría hecho este vía crucis de rodillas o arrastrándome. CAÑETE: Era la única posibilidad que tenía para tratar de cumplir mi juramento. DON VALERIANO: Hay juramentos que nunca deberían hacerse. CAÑETE: Ya no tiene vuelta de hoja. DON VALERIANO: Matar a Franco es imposible. De ese sueño ya despertaron otros antes. CAÑETE: Para cumplir con mi hijo me basta con intentarlo. DON VALERIANO: Lo único que conseguirás es que sea a ti a quien maten. CAÑETE: Estando desahuciado, ¿a quién le importa ya? DON VALERIANO: ¿Y yo qué? Tendré que denunciarte, coño, ¿o no lo entiendes? Si no lo hago, todo el mundo pensará que yo también estaba en el ajo. CAÑETE: Haga lo que tenga que hacer. DON VALERIANO: Prométeme que ni lo intentarás siquiera. CAÑETE: Solo tengo una palabra y ya está empeñada. DON VALERIANO: Te voy a sacar de Santiago lo quieras o no. ¡A hostias, si es preciso! (Entra Contreras, otra vez) CONTRERAS: ¡Queréis callar, cojones! Se os escucha más a vosotros que al puto NODO. (Oscurece) ESCENA XV (En la cantina de la estación de ferrocarril. Cuatro paredes desnudas mal iluminadas por un par de bujías aléctricas que se deslizan desde el techo. Muebles austeros, humo de Peninsulares y de picadura, hedor de vómitos secos. Unos soldados, con el mirar envilecido por la cazalla, cantan aires militares sentados alrededor de una mesa, mientras allá al fondo, arrumbados en el suelo, en la penumbra, como fardos, se distinguen los bultos de algunos hombres de rostro dolorido en los que la derrota y el cautiverio han trazado para siempre el rictus inconfundible de la tragedia. Don Valeriano y Cañete, entran con el San Serapio a cuestas, y lo dejan sobre una mesa a modo de peana) DON VALERIANO: ¡Cuanto envilece la victoria, Dios Santo! ¡Mira, Cañete! ¡Ni Goya desde su alto magisterio retrató nunca tan bien a esta España de meter miedo! ¡Estremece! Unos festejando Dios sabe la muerte de quién y otros llorándola. CAÑETE: Son soldados, que licencian. DON VALERIANO: No todos. Por aquel rincón sombrío arrastran su desventura los perdedores de siempre. CAÑETE: Serán enfermos del hospital, como nosotros. EL DEL BAR: Son cuatro rojos de mierda, que vuelven de cumplir condena. DON VALERIANO: Pues ya es desgracia salir de un cautiverio para entrar en otro. EL DEL BAR: Frene la lengua, Don Valeriano, que nos conocemos. ¿Y semejante procesión? ¿Desde cuando las rogativas se hacen en las cantinas de las estaciones? DON VALERIANO: Es San Serapio, que viene a rendirte pleitesía y a que lo convides a algo. EL DEL BAR: Lo que él pida por esa boquita, corre de mi cuenta. Pero ustedes dos, lo que tomen, lo acoquinan. ¿Que les sirvo? DON VALERIANO: ¡Viva la generosidad! ¿En qué lado de la tragedia aposentamos nuestros culos para tomar algo caliente, amigo Cañete? CAÑETE: En ninguno. Con mi dinero aquí no se toma ni la sombra. DON VALERIANO: ¿Ni un cafecito siquiera? CAÑETE: ¡Ni agua de la fuente, coño! ¡Arréele al tostado si es del frío de lo que quiere librase! EL DEL BAR: Reitero la pregunta. ¿Sirvo algo, o no? DON VALERIANO: Lo estamos dilucidando. EL DEL BAR: Pues abrevien, que no estoy puesto aquí por el Ayuntamiento. DON VALERIANO: ¿Hay que reír o poner peseta? EL DEL BAR: Lo que hay es que ir a tomar viento o a abrigarse a otro lado. Sobra andén cubierto ahí fuera. DON VALERIANO: ¿Queda por pasar en lo que falta de noche algún transporte viario que nos pueda alejar de este mausoleo? EL DEL BAR: ¡Expendo alcoholes e infusiones, no horarios de trenes! Pregúntele ahí a la tropa. Acaban de bajar de ese mixto que todavía resopla en la vía. DON VALERIANO: Cualquiera los calla a esos para preguntarles nada. CAÑETE: Dígales quien es y póngalos firmes. DON VALERIANO: ¡Excelente idea, amigo Cañete! Ayúdame a elevarme hasta este improvisado púlpito. (Don Valeriano se sube a una mesa con ayuda de Cañete y grita desde allí) DON VALERIANO: ¡Eh! ¡Atentos! ¡Firmes! Lamento interrumpir vuestros cánticos guerreros. Soy cura castrense en la reserva y caballero mutilado. Mi rango en activo era el de comandante y necesito de vosotros que me facilitéis una información urgente. UN SOLDADO: ¡Menuda pea, pater! UN CABo: ¡Silencio! ¡A sus órdenes, mi comandante! ¿Que información desea? DON VALERIANO: ¿Va a alguna parte ese convoy del que acabáis de apearos? OTRO SOLDADO: Llevamos tantos días dando vueltas patria adelante, que ya ni se sabe si va o si viene. OTRO: Tendría que dejarnos en La Coruña, que es de donde somos, pero a saber cuando lo hace. DON VALERIANO: ¡Agradecido infinitamente! ¡Sigan cantando, soldados! (A Cañete) En cuanto salga te subes a él y desapareces. EL DEL BAR: ¡Apeeseme de la mesa de inmediato, Don Valeriano! DON VALERIANO: Habló la autoridad competente. EL DEL BAR: ¡Que no se lo tenga que repetir! ¡Y, venga, con viento fresco! No quiero que sea en mi bar donde lo encuentren los que lo andan buscando. DON VALERIANO: ¿Ya estuvieron aquí? EL DEL BAR: Hace un rato. Y amenazaron con volver. DON VALERIANO: ¿Cuántos eran? EL DEL BAR: Siete. DON VALERIANO: Mal número. Arreando, Cañete, que aquí estamos demasiado visibles. (Baja de la mesa. Uno de los presos liberados se acerca a él. Tiene la piel tan ceñida por el hambre al esqueleto que parece una máscara, o la misma muerte figurando a un hombre de bien) EL PRESO: Perdone que lo moleste, señor. ¿No será por casualidad Don Valeriano Taboada? DON VALERIANO: El mismo que viste y calza. ¿De dónde vienes de penar tan cruelmente, muchacho? EL PRESO: No le mentiría demasiado si le dijera que del mismísimo infierno. EL DEL BAR: ¡Eh, tú, rojo de mierda! Si no quieres que te ponga también en la puerta de la calle, deja de enredar al viejo. Tiene prisa. DON VALERIANO: Tú como si no oyeras nada. Este cabestro enviste pero no cornea. ¿Nos conocemos? EL PRESO: Usted a mí no, pero yo a usted bastante. DON VALERIANO: ¿Supongo que para mal? EL PRESO: No. Era compañero de su Mariano. Dormíamos en el mismo chamizo. Me habló mucho de usted. DON VALERIANO: ¿Vienes del Valle de Los Caídos? EL PRESO: Pasé allí los cinco últimos años. DON VALERIANO: ¿Os liberaron? EL PRESO: A todos no, únicamente a los que no teníamos delitos de sangre. Ya sabe... DON VALERIANO: ¿Qué tal quedaba mi Mariano? EL PRESO: ¿Su Mariano? No me diga que no le comunicaron... DON VALERIANO: ¿Qué tenían que comunicarme? EL DEL BAR: ¿Cómo cojones tengo que dar los recados? ¡Desfilando, que és gerundio! (Le da un empujón al preso) ¡Y va por todos! ¡Largo! ¡Fuera! DON VALERIANO: (Se revuelve como una centella y le echa mano a la entrepierna) ¿A qué cojones te refieres? ¿A éstos? (Algunos soldados hacen ademán de mediar por el del bar, pero se levantan otros tantos presos) CAÑETE:(Cuchillo en mano) ¡Hei, hei! ¡Quietos! ¡Cada uno a lo suyo que los dos son hombres hechos y derechos! EL DEL BAR: Cuidado con lo que haces. DON VALERIANO: Si le vuelves a poner la mano encima al chaval, como me llamo Valeriano, que te capo aquí mismo. Voy a seguir hablando con él hasta que termine la conversación y no quiero que entretanto abras la boca para nada más que para respirar o para mandar callar a ésos si se alborotan. ¿Estamos? (Lo suelta) ¿Qué me tendrían que haber comunicado, muchacho? (El preso baja la cabeza y no dice nada. El chiflo del mixto que resopla en el andén, resuena en toda la cantina anunciando su inminente salida, y oscurece) ESCENA XVI (Bajo el pórtico grandilocuente de una joya del Barroco. Don Valeriano golpea la puerta de la Iglesia con más vigor del que nadie le supondría nunca, mientras alza su voz desesperada, rasgando el silencio de la noche con la furia incontenible de las tormentas o de los vendavales. El Vinchas, sentado a la puerta, esboza las primeras notas de un extraño y patético requiem) DON VALERIANO: ¡Don Eustaquio! ¡Sé que está ahí! ¡Deje de insultar a Dios con su presencia y salga inmediatamente o seré yo quien entre a buscarlo! ¡Don Eustaquio! EL VINCHAS: Un ciego afán de venganza conduce su andadura, Don Valeriano. Y del lugar al que lleva, no se vuelve nunca. Míreme a mi. He dirigido orquestas sinfónicas y cosechado éxitos inenarrables. He tenido a mis pies a reyes y a princesas. ¡Y ahora! Buscando consuelo para mi corazón herido, vengué una afrenta de amor segando la vida de mi enemigo y lo perdí todo. La batuta, la cordura, la libertad. El amor mismo. Ella era tan hermosa. DON VALERIANO:(Sin prestarle atención siquiera) ¡Don Eustaquio! EL VINCHAS: Llore en soledad su pena, Don Valeriano. No la airee a los vientos de esta noche de tiniebla. Ya nada puede impedirla salvo la muerte. (La puerta se abre y asoma el hocico un cura relamido y mal encarado) DON FRANCISCO: ¿Has perdido el juicio, Valeriano? Ésta es una casa de oración. ¿Qué manera de llamar a ella es ésa? DON VALERIANO: La que a algunos nos queda, Francisco. DON FRANCISCO: Cada día estás peor. Debieran internarte. DON VALERIANO: Ya lo hicieron, pero no por loco como algunos quisierais. ¿Haces salir a Don Eustaquio o entro yo a por él? DON FRANCISCO: Está velando al Altísimo. DON VALERIANO: Pues que lo deje sin vela. Al Altísimo no le va a importar que un asesino como él deje de darle coba esta noche. DON FRANCISCO: (Santiguándose) ¡Alabado sea Dios! (Se recorta entre la negrura la sombra de un hombre pequeño, bien trajeado, insignificante en apariencia) DON EUSTAQUIO: ¿Qué alboroto es éste? ¿No le da vergüenza, padre Valeriano? DON VALERIANO: ¿Vergüenza? ¿A mí? Tuve que meterla en donde me cupiese cuando entré en tratos con usted. Quiero su cuerpo. DON EUSTAQUIO: No sé de que me habla. DON VALERIANO: Le refrescaré la memoria. ¡Hablo de mi hijo! Hace quince días, según usted, estaba bien, comía del rancho de la guardia como quedáramos, tenía dos mantas para él solo... seguía vivo... DON EUSTAQUIO: Y así era. DON VALERIANO: Vengo de la estación de tren. Está llena de presos indultados. Alguno picaba piedra en ese monumento a la ignominia en el que lo tenían a él. Aseguran que lo mataron hace ya casi tres meses, Don Eustaquio, así que no me venga con cuentos. DON EUSTAQUIO: Lo ignoraba. DON VALERIANO: No me tire del genio, que no es momento y puedo acabar por hacer un estropicio. DON EUSTAQUIO: Ya lo estás haciendo. No sé a qué viene tanto disparate. DON VALERIANO: ¡Cañete, la Tizona! (Cañete le pasa el cuchillo. Don Valeriano amenaza con él al de la adoración nocturna) ¡O me dice lo que sepa sobre su muerte o el Altísimo se va a quedar sin uno de tantos sirvergüenzas que le hacen la pelota! DON EUSTAQUIO: Quiso huir y le dispararon. Es todo cuanto sé. DON VALERIANO: Conozco esa manera de justificar sus crímenes. ¡Quiero la verdad! DON EUSTAQUIO: Cuidado con lo que dice. DON VALERIANO: Para protegerlo a él he venido cuidándome de decir lo que pienso, media vida. Sólo se lo preguntaré otra vez. No me obligue a hacer lo que no quisiera. ¿Cómo fue? DON EUSTAQUIO: Fue un desgraciado error en el que nosotros nada tuvimos que ver. Se destacó en un altercado en protesta por la escasez de la comida y el oficial al mando, sin consultar con nadie, le aplicó la ley de fugas. DON VALERIANO: ¿Desde cuándo lo sabe? DON EUSTAQUIO: Me lo comunicaron al día siguiente. Pero me dijeron que no lo informara, que cuanto más tarde lo supiese mejor. Pensaban que con lo del hospital podría haber follón entre los médicos y que no estaría de más seguirlo teniendo a usted de mano para que diese parte de los alborotadores. DON VALERIANO: No hay alborotadores entre esos miserables de mierda. Quiero su cuerpo o saber dónde está enterrado. ¡Y quiero saberlo ahora! DON EUSTAQUIO: No va a ser posible, Don Valeriano. Lo enterraron en una fosa común junto con otros. DON VALERIANO: ¡Hijos de puta! DON FANCISCO: No jures aquí Valeriano. Estás en sagrado. DON VALERIANO: ¿Y qué? CAÑETE: Venga, Don Valeriano, vayámonos, aquí ya no hay nada más que hacer. DON FRANCISCO: Rezaremos por él. DON VALERIANO: Ni se os ocurra. Rezad por vosotros, si aún queda ahí arriba alguien capaz de escucharos. Os va a hacer falta un Dios más generoso que ese en el que decís creer para perdonaros las canalladas que estáis cometiendo en su nombre. (Don Valeriano y Cañete se van. Los otros dos entran en la iglesia y cierran el portón tras ellos. Queda el Vinchas, sólo) EL VINCHAS:(Con la solemnidad que le es propia) ¡Amarga, se avecina la aurora! Si la campanas supiesen de esta furia, estarían ya convocando a responsorios. (Oscurece) ESCENA XVII (En un banco, perdido entre la fronda de un bosque de Álamos. La luna, aún entre nubes, dibuja al fondo, sobre el gris del cielo, la sombra de una catedral silente y orgullosa enseñoreando sobre los tejados de la ciudad toda. Don Valeriano busca consuelo para su dolor en la soledad y en el silencio. Cañete se acerca a él, respetuoso) CAÑETE: ¿Queda algo de tostado en la botella? DON VALERIANO: Algo queda. (Le pasa la botella. Cañete se sienta a su lado) CAÑETE: ¿Le importa que me siente con usted? DON VALERIANO: No, ¿por qué me habría de importar? CAÑETE: ¿Tal vez prefiera seguir solo? DON VALERIANO: Ya no lo estoy. Tengo a San Serapio conmigo, de mucha conversación. CAÑETE: Me tiene a mi. DON VALERIANO: A ti, ésta noche ¿y después? CAÑETE: Vendrán otras. DON VALERIANO: No, si te tiras a la bebida. La tuberculosis y el alcohol nunca hicieron muy buenas migas. ¿Desde cuando te gusta el tostado? CAÑETE: No me gusta, pero nunca viene mal un trago de vez en cuando. Sobre todo si hay motivo. Y hoy lo hay. DON VALERIANO: Para mi no dejó de haberlo nunca. CAÑETE: No sabía que fuera su hijo. DON VALERIANO: Un desliz de cura enamoradizo. La cobardía hace que les llamemos sobrinos. En Navidad cumpliría cuarenta y siete años. CAÑETE: El mío haría cuarenta y ocho en Mayo. DON VALERIANO: Repaso mi vida con él y descubro que ni sé como era. Estuvimos tan poco tiempo juntos. Casi ni lo conocía. ¡Puta guerra! Nos ha robado tantas cosas. ¡Y media España, empeñada aún en que no se acabe nunca! CAÑETE: Ya nunca debió haber comenzado. DON VALERIANO: ¿Tú no eras el que non entendía de política? CAÑETE: Nunca dije que no entendiera de la vida, de la muerte, del sufrimiento. DON VALERIANO: Saldría un día cualquiera de éstos. ¿Por qué coño tendría que haberse metido en nada? CAÑETE: ¡Repentes, que nos entran a todos alguna vez en la vida! DON VALERIANO: Hace casi tres meses que murió y yo, aquí, como un estúpido, haciéndole el caldo gordo a sus asesinos. Nunca debí intentar salvarlo a cualquier precio. CAÑETE: ¿Podía haber hecho otra cosa? DON VALERIANO: Podía haber dado la cara, como él. CAÑETE: A su manera, fue lo que hizo. DON VALERIANO: La mía fue una manera un tanto peculiar, ¿no crees?. Yo sigo vivo, y él... CAÑETE: Tal vez no sufriera mucho. DON VALERIANO: Ya lo había sufrido todo antes. Hoy, ser hijo de un cura no le pone la vida fácil a nadie. Y menos siendo comunista. CAÑETE: Los hijos nunca salen como uno desea. Lo que no quiere decir que sean peores. Yo siempre quise que el mío aprendiera a amar la tierra y a cuidarla. Y a no meterse en líos...y ya ve. A veces es doloroso, pero a mi modo de ver, nos guste o no, poco importa lo que hagan si hacen lo que les sale del alma. Y tanto el suyo como el mío, no hicieron otra cosa. Seguir su propio camino, por tortuoso que fuese. DON VALERIANO: Le prometí que lo sacaría de allí sano y salvo y ni sé dónde reposan sus restos. CAÑETE: Ya tenemos en común algo más que lo del Hospital. Tampoco yo voy a poder cumplir mi promesa. DON VALERIANO: Tú, tal vez si. Llevo dándole vueltas un buen rato y no sé como, ni para qué, pero te voy a ayudar. Es una locura, lo sé. Pero voy a hacer cuanto esté en mi mano para que esa locura sea posible. Alguien tiene que plantarle cara a tanta tragedia. CAÑETE: No tiene por qué hacerlo. Bastante está sufriendo ya. DON VALERIANO: No lo voy a hacer por ti, ni por él, ni por nadie. Lo voy a hacer por mí. Por intentar rescatar del naufragio lo poco que aún pueda quedar de mi propia estima. CAÑETE: Me alegra oírle decir eso, Don Valeriano. Dos hombres dispuestos a todo podemos ser un vendaval que ni esos cabrones sean capaces de contener. DON VALERIANO: Es un sueño imposible, pero a veces intentar lo imposible es lo único por lo que vale la pena seguir vivo. En primer lugar vamos a saber si estás o no desahuciado. CAÑETE: ¡A quién le importa ya eso! DON VALERIANO: ¡A mi! Una cosa es que te ayude a matar a Franco y otra ayudar a que te mates tú. CAÑETE: Hay cosas que uno presiente. Estoy en la prórroga, Don Valeriano. Lo sé. Ya no necesito que nadie me lo diga. DON VALERIANO: Quiero confirmación de alguien competente en la materia. Y tengo un buen amigo que lo es. A esta hora debe estar en casa de la Toñita, echando la partida. (Le tiende la mano como si fuesen a cerrar un trato) CAÑETE: Por nuestros hijos. DON VALERIANO: (Apretándosela emocionado) ¡Y por nosotros mismos, mi amigo! (Se escucha a lo lejos el sonido del violín del Vinchas, mal interpretando un pasaje del Requiem de Mozart. Oscurece) ESCENA XVIII (En la de La Toñita. Un tapadillo miserable y cotroso, de los de puerta entornada, santo y seña y no cerrar hasta la aurora. Están en la cocina, al calor del fuego que arde en una lareira, bañados por la luz de un quinqué al que tiñe de rojo carmesí el manto de un pañuelo de seda. Una fulana canta coplas encendidas, mientras otra tontea con la imagen de San Serapio, y un cura, habitual de la casa incluso en cuaresma, no sale de su asombro al verse compartiendo golferío con un Santo de cuerpo presente) LA RIZOS: Déjeme al San Serapio, padre Valeriano, que le voy a dar unas friegas. LA VILAGARCIANA: Cuidado con esa pater, que se lo dervirga. Y un santo desvirgado ni es santo ni cosa que se le parezca. LA RIZOS: Si por mi fuera hoy dormía caliente. EL PADRE HILARIO: Sólo a ti se te ocurre venir aquí con el San Serapio. Ésta no es casa de la que los santos deban saber. DON VALERIANO: Ni los curas que todavía consagran a diario. EL PADRE HILARIO: No me vengas ahora con ésas, Valeriano. Sabes perfectamente que yo sólo vengo aquí para echar la partida y tratar de impedir que éstas perdidas se extravíen más de la cuenta. A veces se les da por enseñar lo que no deben, para provocar a los clientes y conseguir que les entren al trapo. Estando yo presente se recatan y hacen su trabajo con cierta decencia. Que entre que ellos pequen por su propio pie o lo hagan tentadas por ellas, a los ojos de Dios, aún hay diferencia. DON VALERIANO: Ahora va a resultar que vienes a putas como quien va a misiones. EL PADRE HILARIO: ¡Pues sí señor! DON VALERIANO: Y hoy a cuál vas a dejar en gracia de Dios, ¿a La Rizos o a La Villagarciana? EL PADRE HILARIO: ¡Alabado sea el Santísimo! No solo no te lo tendré en cuenta, Valeriano, sino que mientras resolvéis lo del tísico rezaré por tu alma y por la de tu hijo. DON VALERIANO: ¿Aquí? EL PADRE HILARIO: ¿Y por qué no? Dios está en todas partes. DON VALERIANO: Dios no existe, Hilario, lo asesinaron esos desalmados de mierda. EL PADRE HILARIO: ¡No digas barbaridades! DON VALERIANO: Es la cruda realidad quien las dice. Yo no hago otra cosa que levantar acta. EL PADRE HILARIO: El dolor te hace decir disparates. CAÑETE: Y el tostado, que algo ayuda. DON VALERIANO: El tostado, aunque es excelente, por venir de quien viene lo que está es envenenándome la sangre. (Hace ademán de tirar la botella, pero una de las fulanas se lo impide) LA RIZOS: Tampoco es cuestión de deshacerse de él así, por las buenas. No siempre se cata tostado de tan buen paladar. (La Rizos, exprime con avidez lo que resta de botella. Entra el médico, un cincuentón raro con los tirantes por abotonar y el lazo deshecho. Trae con él a La Toñita, que se horquilla el pelo y recompone inútilmente las arrugas delatoras de un picardías ribeteado de puntilla calada y pleno de transparencias) DOCTOR: ¡Eh, con uno que precise atención colegiada tengo bastante! Perdón por la demora pero estaba bajándole la fiebre ahí a La Toñita, que la tenía desmandada. ¿Quién es el moribundo? CAÑETE: Servidor. DOCTOR: ¿Así que piensa matar a Franco en cuanto lo desahucien? ¿Y cómo, si puede saberse? CAÑETE: Está por ver. DOCTOR: No le va a ser fácil. CAÑETE: Lo sé. DOCTOR: Podría mentirle, ¿sabe? y decirle que ya está en las últimas, sin estarlo. Algunos por asistir a ciertos trances históricos estaríamos dispuestos a lo que fuese.(Señalándole la mesa) ¡Acuéstese ahí! (Cañete se acuesta sobre la mesa) DOCTOR: ¿En qué parte de la maquinaria nota la avería? CAÑETE: Aquí, en el pecho. Es como si tuviese un puño aprisionándome los menudos del aire. DOCTOR: Respire hondo y déjeme escuchar la música de ese aparato perfecto. EL PADRE HILARIO: (Entre dientes) No debieras ayudarle en esto, Valeriano. Una muerte es una muerte, y tú, mal que te pese, aún eres sacerdote. DON VALERIANO: Me quité. EL PADRE HILARIO: De eso no se quita uno nunca. DON VALERIANO: Yo sí. DOCTOR: ¡Silencio, coño! ¡Que así no hay ciencia que llegue! DON VALERIANO: ¡A callar, que el maestro va a comenzar la faena! DOCTOR: Respire bien hondo y tosa. (Cañete, bien guiado como siempre, hace lo que le dicen.) DOCTOR: Así, muy bien. Otra vez. (Tose otra vez) DOCTOR: Desafina, ciertamente, y no poco. Siéntese y en cuanto lo avise diga treinta y tres. (Cañete se sienta) DOCTOR: ¡Ahora! CAÑETE: Treinta y tres. DOCTOR: No hay más que mirar. ¡Joder, cómo lo tienen, amigo! DON VALERIANO: ¿Que tal lo encuentras? DOCTOR: Podría equivocarme, no sería la primera vez. Usted quizá no lo sepa, pero en cierta ocasión di por muerto a un fusilado y resultó que los disparos sólo lo habían herido. Cuando lo fueron a enterrar, el pájaro había levantado el vuelo y entonces a quien quisieron enterrar fue a mí. Y casi lo consiguen. De entrada me echaron del Colegio Médico y me prohibieron ejercer. DON VALERIANO: No le hagas caso, Cañete. No fue un error, lo hizo aposta. DOCTOR: Eso es lo que dicen ellos. DON VALERIANO: Y en su caso no mienten. DOCTOR: ¿Está a tratamiento? CAÑETE: No. Ni me miraron todavía. DOCTOR: Hay una parte de su aparato respiratorio que ya ni funciona, y la otra... Con estreptomicina, mucho reposo, y siempre que se pusiera a tratamiento cuanto antes, podría durar. De lo contrario... ¿Tiene modo de conseguirla? A la estreptomicina, me refiero... DON VALERIANO: No quiere sanar, Don Hilario. DOCTOR: Ni yo lo voy a obligar. Pero no estaría de más que antes de tomar una decisión reparara en ciertas cosas. Matar a Franco ahora ya no resolvería nada. Pondrían a otro de su catadura en el sitio y todo seguiría como está, o peor. LA TOÑITA: Peor imposible. CAÑETE: ¿Quién le dijo que yo quisiera arreglar nada? Es una promesa. DOCTOR: Que yo respeto. Pero, en su estado y dadas las circunstancias, nadie con dos dedos de frente se atrevería a reprocharle que no la cumpliese. CAÑETE: Aunque aquel a quién se la hice ya no está en condiciones de reprochar nada, tengo que intentarlo, Doctor. DOCTOR: Es su vida, disponga de ella a su antojo. Sin tratarse como es debido no durará más de un mes, tal vez dos. En cuanto a lo otro, nunca conseguirán hacerlo solos. Deberían buscar ayuda. DON VALERIANO: La buscaremos. DOCTOR: Sé de un par de cenetistas que llevan años dándole vueltas a ese asunto. A lo mejor tienen algún plan, o incluso instrumental adecuado... DON VALERIANO: Pensaba ir a donde Lorenzo. DOCTOR: Lo tienen muy vigilado, no les valdría de mucho. DON VALERIANO: ¿Y los galleguistas? DOCTOR: Ésos, para una cosa así no les darían ni la hora. Los suyo es darle al pico y a la pluma. De tiros o de bombas no solo no entienden sino que no querrían ni oír hablar. Lorenzo, lo que sí puede es ponerlos en contacto con algún huido del que no se sepa. Si todavía queda alguno. DON VALERIANO: No deben quedar. DOCTOR: (Acercándose al santo) Si este fuese un santo milagroso y no un borrachuzas, y abogase por tanto devoto como tiene, el asunto sería pan comido, pero así...Están ustedes locos. Lo saben, ¿verdad? DON VALERIANO: ¡Eso es un diagnóstico, Doctor! DOCTOR: Para llegar al cual, nadie precisaría de titulación académica. (Oscurece) ESCENA XIX (Cruzando una plaza recoleta que prolongan cuatro callejuelas en penumbra. Finalmente la niebla se ha adueñado de la noche y ni sus sombras se vislumbran sobre el gris húmedo de las piedras) CAÑETE: ¿A dónde me lleva ahora? DON VALERIANO: A hablar con los camaradas de nuestros hijos. CAÑETE: ¿Cree que nos ayudarán? DON VALERIANO: Si no lo hacen ellos no lo hará nadie. ¡Escucha! (Por una de las calles que desembocan en la plaza, imposible saber cual de ellas, se acercan atropellados los pasos inquietantes de un tropel de gentes. Don Valeriano y Canete, escudriñan las tinieblas intentado averiguar infructuosamente de que lado del laberinto está la esperanza y por cual se acerca la muerte) DON VALERIANO: ¡Son los que nos buscan, Cañete! Y vienen a por nosotros. CAÑETE: ¿Por donde? DON VALERIANO: Con tanta bruma y tanto eco, no hay modo de saberlo. (Surge de entre la niebla la pintoresca e inquietante figura del Vinchas) EL VINCHAS: A mi espalda los traigo, envueltos en oropel de venganza y de muerte. Escóndanse, yo transpondré su andadura. DON VALERIANO: Entremos en ese portal. (Se esconden y aguardan allí. La panda de rapazotes uniformados de azul, entran en la plaza pisando fuerte) RAPAZOTE 1: ¡La madre que los parió! ¿Dónde cojones se habrán metido? RAPAZOTE 2: Cualquiera sabe. ¡Con esta niebla! RAPAZOTE 3: Venir, venían hacía aquí. RAPAZOTE 1:(Al Vinchas) ¡Eh, maestro! ¿Ha visto pasar a dos viejos con un santo al hombro? EL VINCHAS: ¿Rogando por quién? RAPAZOTE 2: ¿Los ha visto o no? EL VINCHAS: He visto el dolor en la piel de los muertos y percibo el aroma de un odio que destruye y estremece. RAPAZOTE 3: ¡Cállese, agorero! RAPAZOTE 1: Déjalo, está como una chota. Separémonos. Vosotros seguir por la calle de la izquierda, nosotros iremos por la de en medio. (Salen, cada grupo por su calle en penumbra. El Vinchas sigue también su camino, salmodiando por lo bajo su letanía agorera) EL VINCHAS: Somos luz y sombra, verdad y mentira, realidad y fantasía, evidencia y misterio. Y lo seguiremos siendo. Nadie por muy bruñida que tenga la espuela o bien ajustada que calce la bota, acabará nunca con eso. Pero se acerca deprisa la hora del requiem. Se acerca. Se acerca. (Don Valeriano y Cañete los ver irse a todos y cuando se han alejado lo suficiente, salen de su escondrijo) CAÑETE: Estamos liando una buena, Don Valeriano. DON VALERIANO: ¡Y lo que te rondaré morena! CAÑETE: ¿Vamos ya?. DON VALERIANO: No, dejaremos que se alejen un poco. CAÑETE: ¡Joder, qué retorcida es la vida! Si alguien en Vilanova, me hubiera dicho hace treinta años que me iba a ver metido en un berenjenal como este, pensaría que estaba loco o que quería tomarme el pelo. DON VALERIANO: ¡La vida, amigo Cañete, es un laberinto por el que mientras se es joven, uno se deja extraviar por ver a donde lleva y para cuando descubre que no lleva a ninguna parte, ya se hizo viejo y no acierta del camino de vuelta! ¿Eres de Vilanova de Arousa? CAÑETE: Soy. DON VALERIANO: ¡Cuna de enormes talentos! Allí nació el más grande escritor de este siglo. ¿Lo sabías? CAÑETE: ¡Allí nadie sabe escribir! DON VALERIANO: Para desgracia del universo mundo murió hace casi veinte años, pero créeme, nació allí. Se llamaba Don Ramón María del Valle Inclán. Sus restos reposan aquí, en Compostela. CAÑETE: Nunca oyera hablar de él. DON VALERIANO: El olvido es una de las muchas miserias, que le acarrea al hombre de genio tener más del que es común en estos tiempos. Hablo de genio creativo, claro, aunque del otro también estaba surtido. ¿Ves esta cicatriz? (Le muestra una mejilla) El recuerdo imborrable de un bastonazo que me propinó él en el transcurso de una disquisición teológica. Algún día todo el mundo aprenderá a leer leyendo sus versos, sus novelas o sus comedias. CAÑETE: Y usted, Don Valeriano, y perdóneme si me meto en lo que no me incumbe...¿cómo siendo sacerdote llegó a esta situación tan penosa? DON VALERIANO: Indisciplina. Nunca acepté de buen grado ciertas arbitrariedades jerárquicas. El amor no entiende de cortapisas, amigo Cañete. Y yo me enamoré y tuve un hijo...Ni mis colegas ni la Iglesia me perdonaron nunca que lo reconociera y le diese mis apellidos. Por ellos debería haber sido siempre uno de eses sobrinos de padres incógnitos que tanto proliferan en las rectorales de aldea. CAÑETE: ¿Y ella? DON VALERIANO: Murió al dar a luz. CAÑETE: Lo siento. DON VALERIANO: Era un remanso de alegría y de paz, entre tanta tristeza y tanta tiniebla. ¿La tuya vive todavía? CAÑETE: ¿Mi mujer? Si. Amalia, se llama. DON VALERIANO: ¿Y sabe lo que estás haciendo? CAÑETE: Estaba presente cuando nos dejó nuestro hijo. DON VALERIANO: ¿Y qué piensa del asunto? CAÑETE: Las mujeres en la aldea, aunque lo piensan todo se lo callan siempre. ¿Como le va la pierna? DON VALERIANO: Bien. La condenada metralla es bastante inoportuna pero sabe retirarse a tiempo. Ya no se escucha a esos fascistas de mierda.¡Vamos! (Oscurece) ESCENA XX (En un horno de cocer pan. La luz trémula que brota de la portilla, al abrirse, deja intuir las escaseces. Poco es el pan hecho y poco el grano molido que aguarda en los sacos que, uno aquí y otro allá, salpican el enlosado del suelo. Lorenzo, el panadero, blanco de harina hasta las cejas, palea la última hornada de la noche entreverada de pan blanco, molletes de centeno y cornechos) LORENZO: ¿Qué viene a hacer aquí, Don Valeriano? Me compromete. Lo anda buscando medio Frente de Juventudes. DON VALERIANO: ¡Necesito hablar con alguien con mando en tropa! LORENZO: Yo alguno tengo. DON VALERIANO: No es suficiente. Es mucho el recado que traigo. Hablo de ver a alguien importante. LORENZO: Los importantes no se pueden dejar ver por cualquiera. DON VALERIANO: Ni éste ni yo somos cualquiera. LORENZO: A ése no lo conozco pero a usted sí. De sobra sabe que entre nosotros ya nadie le tiene confianza. DON VALERIANO: Y hacéis bien, no soy de fiar. Pero el asunto que hoy me trae es diferente. LORENZO: Mientras siga jugando con dos barajas, ningún asunto que venga de usted es diferente, Don Valeriano. DON VALERIANO: Siempre os serví mejor a vosotros que a ellos. Y de más de una cachada os he librado, así que, venga, ponte a andar y haz que pueda hablar con uno de los de arriba, cuanto antes. LORENZO: No cuente conmigo. Con su hijo todavía preso sigue siendo demasiado vulnerable. DON VALERIANO: Mi hijo ya es libre, como los pájaros. Lo asesinaron hace tres meses. LORENZO: ¡Joder, siempre caen los mejores! No sabíamos nada. DON VALERIANO: Ni yo, hasta esta noche. LORENZO: ¿Tan importante es el asunto? DON VALERIANO: Lo es. ¿Vas a hacer algo o no? LORENZO: Lo intentaré, pero no le prometo nada. Hoy no es el día más idóneo para establecer contacto con nadie. En cuanto acabe esta hornada tengo que presentarme en comisaría. Mañana viene Franco. DON VALERIANO: Ha de ser hoy forzosamente. LORENZO: Ya sabe cómo funcionan las cosas. Me tiene que decir cual es el motivo de la entrevista. DON VALERIANO: Diles que tengo conmigo al padre del Pingallo. Tiene los días contados y está dispuesto a llevarse por delante a su Excelencia el Generalísimo Franco, con vuestra ayuda o sin ella. LORENZO: ¡Hostia, Don Valeriano! ¡Eso se dice antes! Aunque no creo que sea éste el momento más oportuno para una acción de esa naturaleza. DON VALERIANO: ¿Es tu opinión o la del partido? LORENZO: Es lo primero que se me ocurre. El partido, que yo sepa, nunca barajó que se pudiese dar una situación así. ¿Qué sé yo lo que pensará o dejará de pensar? DON VALERIANO: Pues tenemos que saberlo. Arregla una entrevista con alguien que pueda tomar una decisión. LORENZO: Tendrá que ser alguien de arriba, de muy arriba. DON VALERIANO: Lo que tendrá que ser es esta noche. Mi amigo no va a vivir siempre. O se hace mañana o ya no se podrá hacer nunca. LORENZO: Vuelve dentro de una hora. Te diré lo que haya. (Oscurece) ESCENA XXI (Entre las cruces presuntuosas de un cementerio. Don Valeriano habla con alguien que se esconde detrás del tronco de un ciprés y a quien no puede ver. A lo lejos, donde el horizonte de cruces se pierde, resuena impertinente y faltón un cincelar de piedra) DON VALERIANO: ¿Qué coño es eso? EL OTRO: Unos cabrones que le están cincelando una cruz a la lápida de Valle Inclán, en secreto. Llevan ahí un buen rato. DON VALERIANO: ¡La madre que los parió! Aún se ha de levantar el prócer y echarlos a bastonazos. Tenía entendido que seguías en Francia. EL OTRO: Y así debe seguir siendo para todo el mundo. Volví hace un año. Hay demasiado que hacer aquí. DON VALERIANO: Me alegra verte tan bien. Se que lo pasaste muy mal después de la guerra. EL OTRO: Los nazis no nos tenían demasiada simpatía. ¿Está él contigo? DON VALERIANO: No, lo dejé fuera, como dijisteis. EL OTRO: Prométeme que harás lo que yo te diga. DON VALERIANO: No puedo prometerte eso. EL OTRO: Tienes que impedir que cometa esa locura. DON VALERIANO: Nunca haré tal cosa. Y no creo que nadie lo consiguiese. EL OTRO: Tanto si fracasa como si no, puede causarnos males irreparables. DON VALERIANO: Él nunca diría quién lo ayudó. EL OTRO: No sería preciso. Siendo padre de quien és lo relacionarían con nosotros, tuviésemos o no algo que ver en el asunto. Y ahora mismo no nos conviene. Es una cuestión de estrategia. DON VALERIANO: Intenta explicárselo a él. EL OTRO: Ya sé que no lo entendería. Tampoco lo entendió su hijo. DON VALERIANO: ¿Qué quieres decir? EL OTRO: Tuvimos que dejarlo a su suerte. Se negó a deponer las armas y a abandonar el país. DON VALERIANO: Se ve que él también prefería morir dando la cara que malvivir escondido. Por mí se acabó la entrevista, no pienso seguir escuchándote. ¡Adiós!, EL OTRO: Espera. Sé que no es fácil comprender nuestras razones. Todavía están demasiado frescas ciertas heridas, pero... éste es un momento muy delicado. El partido considera que mientras la situación no se vaya clarificando, es preferible armarse de paciencia y permanecer quietos que hacer movimientos en falso. Una cosa así tendría consecuencias imprevisibles. Ahora la batalla se está librando en el terreno político y no en el militar. La crisis económica forzará al régimen a abrirse. Los americanos están presionando, puede pasar de todo. DON VALERIANO: A él nada de eso le importa. Lo va a hacer igual os parezca o no conveniente. EL OTRO: Tienes que impedírselo, como sea. DON VALERIANO: Ni lo sueñes. EL OTRO: Si no lo haces tú tendremos que hacerlo nosotros. DON VALERIANO: ¿Serías capaces? EL OTRO: No nos dejáis otra salida. DON VALERIANO: Nunca debiste volver. No para esto, al menos. Escúchame con atención porque sólo lo diré una vez. Si movéis un dedo contra él, como me llamo Valeriano que os delato a todos. (Mientras oscurece, se siguen escuchando, como lamentos, los cincelazos con que la vileza turbó el sueño del maestro) ESCENA XXII (De vuelta del cementerio, por un camino de tierra que jalonan los cipreses) CAÑETE: ¿Nos van a ayudar? DON VALERIANO: Sí, pero desde la sombra. No quieren que relacionen el asunto con ellos. Tiene que parecer que lo hicimos por nuestra cuenta. Hay que hacerse con un arma y me dijeron dónde. CAÑETE: Tengo el cuchillo. DON VALERIANO: Nunca te podrías acercar lo suficiente a él como para poder usarlo. Va rodeado siempre de un ejército de moros. Lo que necesitamos es una pistola, o una bomba de mano. CAÑETE: Lo ideal sería una escopeta. Los perdigones abren mucho y se le da a cualquier cosa por lejos que esté. DON VALERIANO: Una bomba sería lo más ortodoxo. Te llevarías a tres o cuatro tipejos a un tiempo. Con suerte, ministros todos. O estraperlistas, que es de quién se rodea aquí. Pero no sé si será posible hacerse con alguna. Lo de la pistola es seguro. Por cierto que, me dieron un recado para ti. Quieren que sepas que tu hijo fue un héroe, un orgullo para el partido. Y que tú, consigas o no lo que pretendes, ocuparás un lugar de privilegio en la memoria de la resistencia antifranquista. CAÑETE: Dígales, cuando los vuelva a ver, que se lo agradezco mucho pero que yo, con cumplir mi promesa, tengo suficiente. DON VALERIANO: La cumplirás. Dalo por hecho. (Oscurece) ESCENA XXIII (En el trastero de la casa del terco Borrallas. Presiden un retrato de José Antonio y otro de Franco. Los mas diversos objetos se agolpan en desorden a su redor. Baúles desvencijados, juguetes rotos, ropa vieja. El Borrallas, enjuto, casi ciego y con el rostro demudado por el aislamiento, lo revuelve todo buscando algo infructuosamente bajo la atenta mirada de su mujer, Xuventina, y de Don Valeriano y Cañete) EL BORRALLAS: ¡Si señor! ¡Como lo escucha! Cajista del Sindicato de Artes Gráficas, republicano hasta la médula y huido desde el Alzamiento en el interior de mi propia chimenea, de la que no salgo hasta que cae la noche y nunca más allá del umbral de la puerta. A la que solo salgo a respirar, por supuesto, no a mirar hacia el mundo. Aquí solo subo a escupirles a estos cabrones.(Le escupe a los dos retratos) ¡Una bomba! ¡No me jodas, Valeriano! Salvo la de subir agua del pozo no veo una desde hace veinte años. Estás en mi casa, no en un arsenal. Ni tan siquiera sé si funcionará la puta pistola. Era la que llevaba cuando, junto con aquella panda de jilipollas, fui con el viejo Pasín a tomar La Coruña. XUVENTINA: No debiste dejarlos entrar. EL BORRALLAS: ¡Tú a callar, Juventina!. Con motivo de un acontecimiento así, abandonaría mi retiro si fuese preciso. XUVENTINA: Don Valeriano siempre nos mete en líos. EL BORRALLAS: Don Valeriano es un amigo y un compañero del alma, en el combate por la libertad y el progreso. Él a su manera y yo a la mía. XUVENTINA: Es un cura, y carlista por más señas. EL BORRALLAS: De cura se quitó, y lo de ser carlista es una cruz que sus amigos debemos saber llevar con paciencia. ¿Unos escupitajos al unísono, Don Valeriano? DON VALERIANO: ¡Sea! (Ambos a la vez, escupen sobre los retratos de José Antonio y de Franco) EL BORRALLAS: Si disfruto con pacatas minutas como ésta, imagínese viendo como vuela en pedazos o como un tiro le atraviese el cerebelo, si lo tiene. Si no fuese porque ahí fuera todo sigue igual que siempre y me anda buscando medio ejército insurgente, asistía con vosotros al momento glorioso que se anuncia. Aunque sólo fuese como asesor. DON VALERIANO: A ti ya nadie te busca, Senesio. Sigues enclaustrado en la chimenea porque te da la gana. EL BORRALLAS: Y no pienso salir de ella hasta que vuelva la República. DON VALERIANO: ¿Y esperas que vuelva sola? Habrá que echarse a la vida y llamar por ella. EL BORRALLAS: ¿Cómo la llamas tú? DON VALERIANO: No te me pongas faltón en un trance como este. ¿Somos o no somos demócratas? EL BORRALLAS: Los monárquicos ni sabéis lo que es eso. (Por el Cañete) Y el de la manta cuartelera, ¿qué es?. ¿Monárquico o republicano? DON VALERIANO: Él de la manta se llama Cañete y es aquel en quien el destino hizo recaer el envidiable privilegio de matar a Franco, con la ayuda de tu dichosa pistola. EL BORRALLAS: Si aparece. DON VALERIANO: Y si funciona. CAÑETE: Era mejor con el cuchillo. EL BORRALLAS: Nunca dejarán de sorprenderme ciertas coincidencias. Hoy en día todo cristo quiere matar a Franco. Los anarquistas, los comunistas, los militares, los de la Falange... Pero cabe suponer que, aún teniendo en común el deseo de verlo muerto, no a todos nos muevan las mismas razones. ¿La tuya cual es? DON VALERIANO: Coño, Senesio, ya te lo dije. Se lo prometió a su hijo. EL BORRALLAS: ¿Y a su hijo que razón lo movía? DON VALERIANO: Era de la Cuarta Agrupación del Ejército Guerrillero. Llevaba media vida en el monte peleando contra el Régimen. CAÑETE: Él quería que no hubiese gente arriba y gente abajo. Que no hubiese quien mandase y quien obedeciese. EL BORRALLAS: ¡Esa es una razón poderosa, que comparto plenamente! Nunca, como hoy, fue tan insultante la evidencia de que es de ese viento de igualdad de lo que estos bárbaros quieren defenderse. Claro que el presente es aparente y transitorio. DON VALERIANO: No nos enredes con tus prédicas, Senesio, que tú eres capaz de loquearle la cabeza al mismísimo San Serapio pese a tenerla de madera. EL BORRALLAS: ¿Miento acaso? La marcha irresistible del hombre hacia el progreso hará que tarde o temprano las cosas cambien. DON VALERIANO: Mientras no cambien para peor. EL BORRALLAS: Para peor, imposible. Tendrían que asesinar la dignidad, lo cual es un imposible, ya que como se sabe es inmortal e imperecedera. Contra ella nada pueden esos apóstoles del retroceso. DON VALERIANO: Pues acallar, la van acallando. EL BORRALLAS: Como dije, algo aparente y transitorio, amigo mío. Un paso atrás para tomar vuelo y dar cuatro adelante. Quizá mañana mismo, si vuestra locura prospera. DON VALERIAO: No eches soberbias, Senesio, que nunca se sabe. EL BORRALLAS: Sí se sabe. La Historia es una ciencia exacta, y las cuentas cuadran siempre. Con la muerte de Franco volverá la República y con ella la democracia y el socialismo. Tardará más o menos, pero el proceso es imparable. !Será el fin de las injusticias y de las diferencias! ¡Nada, ni nadie, frenará la marcha decidida del hombre hacia el futuro que se merece! Ahí tenéis la pistola y la docena de balas que todavía conservo. Tendréis que mirar si aún funciona. Lleva demasiado tiempo callada. ¿Hiciste la guerra? CAÑETE: ¿Por qué? EL BORRALLAS: ¡Por saberlo! CAÑETE: Depende de lo que cada uno entienda por eso. EL BORRALLAS: Me refiero a si anduviste pegando tiros en el frente. CAÑETE: No, así no. Yo la hice en casa. EL BORRALLAS: A eso no se le llama hacerla, sino sufrirla. CAÑETE: El miedo, el hambre y la muerte son las mismas. EL BORRALLAS: Depende. Te lo pregunto para saber si ya has matado a alguien o éste sería tu estreno. CAÑETE: ¿Quiere decir a alguien con nombre y apellidos? EL BORRALLAS: Quiero decir a alguien como tú o como yo. CAÑETE: No, ¿por qué? EL BORRALLAS: Eso puede ser un problema. Para matar hace falta pecho. Aunque sea a un hijo de puta como ese. Y no todo el mundo lo tiene. CAÑETE: Yo lo tendré. EL BORRALLAS: Eso espero. (Le escupe una vez más a los retratos y oscurece) ESCENA XXIV (Sobre el tejado en escalera de la nave central de la Catedral. La ciudad, vista desde allí, es un mar de tejas encrespadas solo surcado por gatos, murciélagos y cornejas. Y las torres, antes esbeltas como los mástiles de una corbeta que hubiese anclado en el horizonte, son aquí muros espesos y magníficos, ante cuya inmensidad se sabe muy bien lo poco que és un hombre. Don Valeriano acaba de buscarle una peana apropiada al santo, que se adivina al fondo, entre la niebla) DON VALERIANO: El Borrallas tiene razón. ¿Cómo sabes si serás o no capaz de matarlo aunque se te ponga a tiro. CAÑETE: Lo sé. DON VALERIANO: Quiero verlo. En cuanto la Berenguela de la hora, dispárale al San Serapio. Que a cada golpe de badajo corresponda un tiro. CAÑETE: Joder, Valeriano, no es lo mismo. Un santo es un santo. DONVALERIANO: No deja de ser un madero pintarrajeado de colores chillones. Él es de carne y hueso, aunque a veces cueste creerlo. Puede mirarte a los ojos o decirte algo en el preciso momento de tener que apretar el gatillo. CAÑETE: Los tipos como él nunca miran de frente. Seré capaz, no tenga la menor duda. DON VALERIANO: Pues venga, dispárale al santo. Quiero ver como lo haces. Por lo de tener o no tener pecho y por lo de la puntería. CAÑETE: Es un sacrilegio. DON VALERIANO: Y matar a un hombre, ¿qué es? CAÑETE: Depende de a quien. DON VALERIANO: No depende de nada. Por muy negra que tengan el alma, la tienen. (Comienzan a dar los cuartos en el reloj de la Catedral) DON VALERIANO: Espera a la hora. Y dispárale a la cabeza. Ahí lo matas seguro. CAÑETE: ¡No me fastidie, Don Valeriano! ¡Esto no viene a cuento! DON VALERIANO: Sí viene. No quiero que saltes a esa arena sin antes saber si serás o no capaz de defenderte. (Estalla en toda su magnificencia la primera de las campanadas de la Berenguela. El sonido es de una grandiosidad aterradora) DON VALERIANO:(A gritos) ¡Dispara! CAÑETE: Déle la vuelta al menos. Así de cara, impone. DON VALERIANO: ¡Qué de cara ni qué centellas! (Las campanadas siguen sonando majestuosas y su sonido es allí tan intenso, que estremece) DON VALERIANO: ¡Dispara, joder! Ya sólo quedan tres oportunidades. CAÑETE: No puedo. DON VALERIANO: Tienes que poder. CAÑETE: Al santo no. DON VALERIANO: ¡Me cago en sampitoparrulo! ¡Déjame la pistola! (Le arranca la pistola de las manos a Cañete y apunta al santo con determinación, pero también a él, algo lo detiene. No es capaz. Antes de que la última campanada suene, apunta al cielo y aprieta una y otra vez el gatillo inútilmente. La pistola no funciona.) DON VALERIANO: Por lo menos ya sabemos que con este trasto no se puede contar. CAÑETE: Me queda el cuchillo. DON VALERIANO: Olvídate del cuento. Éste no es asunto para dos viejos decrépitos. Ni tú ni yo seríamos capaces de matar a nadie. Y en el fondo me alegra haberlo descubierto. En eso nos diferenciamos de ellos. Esconde la pistola. Volveré mañana o pasado a buscarla. CAÑETE: ¿Y ahora qué? DON VALERIANO ¡Ahora a dormirla! Va a abrir el día y quedé de dejarte delante de una cama limpia y de un plato caliente. Por lo menos esa promesa espero cumplirla. CAÑETE: ¿Y Franco? DON VALERIANO: Acepta la evidencia, Cañete. Somos un par de cantamañanas. Si de nosotros dependiese, ese cabrón, viviría por los siglos de los siglos. (Llegan voces desde la plaza contigua, desde la Quintana de Muertos. Son los rapazotes de Falange que siguen buscándolos sin éxito) RAPAZOTE 1:(Gritando a lo lejos) ¡Don Valeriano, no se esconda! ¡Contra usted no tenemos nada! ¡Entréguenos al cabronazo ese y lo dejaremos en paz! CAÑETE: Ésos siguen ahí. DON VALERIANO: Los joderemos bien jodidos. Dormiremos en comisaría. Allí estaremos seguros y no nos costará ni una peseta. CAÑETE: ¿En comisaría? ¿Y como entraremos? DON VALERIANO: ¡Eso déjalo de mi cuenta! (Esconden la pistola, echan el San Serapio al hombro y se van. Oscurece) ESCENA XXV (En el depósito de la Comisaría Municipal. Gruñir de cerrojos y rechinar de dientes. Y un ¡Viva la República! salido del alma, que brota desde el fondal de un calabozo y que alguien silencia a golpes. La gente se apiña en los corredores o dormita en el suelo. Dos guardias juegan a las cartas con otros tantos presos. A Don Valeriano, Cañete y el santo los entra un municipal risueño a quien, por lo que se ve, el pater conoce de viejo) DON VALERIANO: Si está libre el tres lo preferimos a cualquier otro. Ya sabes que somos viejos amigos. Tiene menos humedad y más vale malo conocido que bueno por conocer. MUNICIPAL: Hoy de escoger, nada, Don Valeriano. Es noche de vísperas y lo tenemos todo a tope. Tendrán que quedarse en el cuartelillo, con nosotros. Por lo menos hasta que no se marche el Caudillo y den orden de soltar a todo éste rojerío. DON VALERIANO: ¿Y cuando calcuras que será eso? Nos caemos de sueño. MUNICIPAL: En cuanto termine la misa de ocho de la Corticela. Con nosotros estarán bien. Incluso pueden echar unas partiditas, si lo desean. (Al pasar ven al Lorenzo) DON VALERIANO: ¡Coño, Lorenzo, ya estás aquí! LORENZO: ¡Y por mi pie! DON VALERIANO: Ignoraba que hubiese tanto rojo en Compostela. LORENZO: Éstos, si no los hay los inventan. ¡Hasta os enchironaron a vosotros! DON VALERIANO: ¡A nosotros por gamberros! Venimos de mear en la puerta del Palacio Arzobispal y de cantarle las mañanitas al Cardenal Quiroga. (Se sientan alrededor de la mesa) CAÑETE: ¿Siempre lo hace así, faltándole al Cardenal? DON VALERIANO: Al estar la Comisaría puerta con puerta con Palacio, nunca falla. Aquí, además de dormir a buen precio, nos guardamos de ese atajo de matones que nos buscan. CAÑETE: Esta noche, pero mañana... DON VALERIANO: Mañana es otro día y ya se le habrán bajado las calores. En frío son unos mierdas. Son chavales, Cañete. Hoy quieren comerse el mundo y mañana se dejarían comer por él. (Suena el teléfono y contesta uno de los presos) PRESO: ¡Aquí Ali Babá y los cuarenta ladrones! MUNICIPAL: ¡Déjate de coñas que puede ser algo serio! (Quitándole el teléfono y contestando) ¡Comisaría Municipal, dígame! Sí... ¡Eh, a callar todo cristo que así no hay quien escuche nada! ¡Dígame! Sí, sí,le oigo. Están aquí, sí señor. (Escucha un rato) De acuerdo, lo que ordene. (Colgando) ¡Caramba, Don Valeriano, sigue teniendo influencias! DON VALERIANO: ¡Hombre, hablarle de tú al Caudillo tiene su mérito! ¿Por qué lo dices, Sarille? MUNICIPAL: Era Don Servando. Quiere que los soltemos. DON VALERIANO: No le hagáis caso. Lo que quiere es darnos un escarmiento y mientras estemos aquí, no puede. MUNICIPAL: ¿Te hacen un favor y así lo agradeces? DON VALERIANO: ¡Qué favor ni qué carallos! Quieren jodernos.¿No lo comprendes? MUNICIPAL: Algo haríais. DON VALERIANO: ¡Pues claro que hicimos! Yo le robé este San Serapio a don Aurelio y él le puso un cuchillo al cuello a Don Servando, en el Casino. ¡Detennos por eso, Sarille! MUNICIPAL: Aquí no consta denuncia alguna por tales hechos. DON VALERIANO: No nos sueltes. Podrían matarnos. MUNICIPAL: No diga animaladas, Don Valeriano. ¿Quién iba a querer matar a semejante par de momias? ¡Venga! ¡Circulando! DON VALERIANO: Es una trampa, créeme. MUNICIPAL: ¡Que no tenga que repetírselo! ¡Fuera! DON VALERIANO: Éste es el padre del Pingallo. Y quiere matar a Franco. Enséñale el cuchillo, Cañete. CAÑETE: Me lo quitaron al entrar. MUNICIPAL: ¡No maree, Don Valeriano! ¡Así fuese el mismísimo Líster en persona! ¡Una orden es una orden y yo estoy aquí para obedecerlas! DON VALERIANO: No saldremos sin la debida protección. Esos cabrones estarán ahí fuera, esperándonos. MUNICIPAL: ¡Lo que van es a salir a hostias como no espabilen! ¡Fuera, coño! ¿Cómo hay que decir las cosas? DON VALERIANO: Devuélvenos el cuchillo al menos. MUNICIPAL: Pasa de la medida. Queda requisado. DON VALERIANO: Lorenzo, dile lo que sabes. LORENZO: Yo no sé nada. DON VALERIANO: ¡Coño, Lorenzo, que así nos retienen otro poco! LORENZO: No sé de qué habla, Don Valeriano. DON VALERIANO: Serás cabrón. Dinos por lo menos de un sitio seguro. LORENZO: Ya no quedan para nadie, pero para ustedes dos, menos. DON VALERIANO: Cañete, en cuanto nos pongan en la calle echa a correr. Tú por un lado y yo por el otro. Nos veremos en la iglesia de San Payo, deben estar con los maitines. Allí no nos harán nada. El que pueda que vaya antes a por la pistola. CAÑETE: Si no funciona, Valeriano. DON VALERIANO: Pero mete miedo, coño, y esos chiquilicuatros se acobardan con cualquier cosa. (Los ponen en la calle a empujones) DON VALERIANO: (Ya fuera) ¡Lorenzo! ¡Sarille! ¡Si salgo con bien de ésta os vais a acordar! ¡Panda de traidores! ¡Corre, Cañete, corre! ¡A saber por donde nos salen esos maricones! (Oscurece) ESCENA XXVI (En el interior de la iglesia conventual de San Pelayo de Antealtares. Como cada mañana, las monjas de la comunidad llenan de gozo la nave con sus maitines. Entra corriendo Cañete, seguido de cerca por las botas de pisar razones de los rapazotes. Mientras las hermanas van dejando de cantar y la iglesia se tiñe de cuero y de azul, una paloma asustada aletea contra la bóveda. Cañete intenta encontrar refugio tras las rejas que guardan el coro, donde las monjas, pero están cerradas a cal y canto y ninguna de ellas se atreve a franquearle la entrada) RAPAZOTE 1: No nos lo pongas difícil. No te conviene. Podría ser peor. RAPAZOTE 2: Sólo queremos bajarte un poco los humos. RAPAZOTE 3: O bajártelos del todo, si te pasas de chulo. CAÑETE: Cuidado con lo que hacéis, no me encuentro demasiado bien, podríais hacerme daño. RAPAZOTE 1: ¿No pensarás que venimos a felicitarte las pascuas? CAÑETE: Hablo en serio, un golpe mal dado y acabáis conmigo. RAPAZOTE 2: ¡Mira como nos apesadumbra esa preocupación! (Ríen como energúmenos y van cerrándose en círculo sobre él) RAPAZOTE 1: (Gritando) ¡Sigan cantando, hermanas! (Las monjas se miran entre ellas en silencio y dudan) RAPAZOTE 2: (Gritando aún más) ¡Que sigan cantando, cojones! (Crecen los murmullos de alarma, pero siguen sin saber que hacer) RAPAZOTE 1: ¿Están sordas o qué? ¿No lo han oído? ¡A cantar, hostia! CAÑETE: Hagan lo que les dicen, no va a pasar nada. (El órgano suena de nuevo y las voces, poco a poco, comienzan a acompasarse. Los rapazotes se van pasando a Cañete de unos a otros, a empujones) RAPAZOTE 1: ¿Cómo te llamas, pailán? CAÑETE: Cañete. RAPAZOTE 2: ¿Cómo? CAÑETE: Cañete. RAPAZOTE 3: Más alto, no te oigo. CAÑETE: Cañete. RAPAZOTE 3: ¿Cañete, qué más? CAÑETE: Seoane. (Tiran con él al suelo, al pie de la verja, y comienzan a patearlo. A una monja se le escapa un grito y la de al lado, sin dejar de cantar, la reprende) RAPAZOTE 2: ¿A quién era que ibas a abrir en canal? CAÑETE: A nadie. RAPAZOTE 1: No dice lo mismo un tal Don Servando al que conocemos. RAPAZOTE 2: Te viste con él en el Casino, ¿recuerdas? SCAÑETE: Sólo quería asustarlo. RAPAZOTE 3: ¿Como nosotros a ti? RAPAZOTE 1: Dice que por tu culpa le vio la cara a una señora muy mala y muy fea. Muerte, le dicen. ¿Habías oído hablar de ella? RAPAZOTE 2: ¿Se la estás viendo tú ahora? RAPAZOTE 3: ¿A cuál de nosotros se te parece? RAPAZOTE 4: Sangra por la boca y por la nariz. Sería mejor dejarlo. RAPAZOTE 2: No es nada. Otras cuatro hostias bien dadas y nos largamos. RAPAZOTE 1: ¿Es cierto que le pusiste un cuchillo al cuello? CAÑETE: (Intentando reponerse inútilmente) ¡Y se lo volvería a poner! RAPAZOTE 1: ¿Sí? ¡Que valiente! ¿Con que mano? (Pisándosela) ¿Con esta? RAPAZOTE 2: ¿Por qué no nos lo pones a alguno de nosotros? CAÑETE: (Entre lamentos de rabia y dolor) Es un cuchillo para matar cerdos, no para acojonar a jilipollas. (Cuando más arrecian las patadas, se abre la puerta como empujada por un vendaval y entra Don Valeriano con el San Serapio al hombro y la pistola al frente) DON VALERIANO: ¡Me cago en la tos! ¡Al primero que se mueva le levando la tapa de los sesos! (Uno de ellos hace ademán de sacar su arma del cinto) DON VALERIANO: ¡Las manos quietas! ¡Hablo en serio! (Las monjas vuelven a callar) RAPAZOTE 1: ¡Venga, Don Valeriano! ¡No se ponga así! Y baje ese pistolón, coño. Contra usted no tenemos nada. RAPAZOTE 2: Sólo queríamos aligerarle los humos a este cabronazo. DON VALERIANO: Ese cabronazo se llama Sr. Cañete y es mi amigo. (Le da un tantarantán al que acaba de hablar y lo manda hacia la puerta) DON VALERIANO: Lo que habéis venido a hacer ya está hecho. Y a conciencia. Así que, ¡largando! RAPAZOTE 3: Vámonos. RAPAZOTE 2: Esto no va a quedar así, Don Valeriano. Estaremos esperándolo. DON VALERIANO: ¡Fuera de aquí antes de que os tirotee los huevos, maricones de mierda! (Salen. Don Valeriano se acerca a Cañete, que se retuerce en el suelo. Deja caer la pistola y se arrodilla a su lado) DON VALERIANO: ¿Te lo dije, no? Se cagan por ellos en cuanto ven una pistola apuntándolos. Aunque no funcione. CAÑETE: Me muero, Don Valeriano. (Un brusco vomito de sangre le cubre de rojo el pecho) DON VALERIANO: ¡Dios Santo, Cañete! ¿Qué te han hecho? ¡Venga! ¡Arriba ese ánimo! ¿No irás a consentir que te manden al otro barrio esos chiquilicuatros de mierda? CAÑETE: Siento que se me va la vida a borbotones. Algo gordo se me ha roto ahí dentro. No sé lo que es, pero me está matando. DON VALERIANO: ¿No me irás a dejar ahora? No encontraría a ningún otro que me hiciese tan bien como tú de muleta. CAÑETE: Lo he visto correr como una liebre. Ya no necesita apoyarse en nadie. ¡Esa pierna es una maravilla de la naturaleza! ¡Un enigma de la ciencia médica! DON VALERIANO: Que en cualquier momento puede volver a fallarme. Aguanta, Cañete. Y no pierdas el humor. Iré a buscar ayuda. CAÑETE: No, no me deje ahora. Presiento que ya no falta mucho para que la desdentada me lleve. Y no quisiera encontrarme sólo en ese momento. DON VALERIANO: Saldrás de ésta, Cañete. CAÑETE: ¿Sabe? Nunca sospeché que me moriría en un sitio así. Pese a no ser muy bebedor, siempre preferí las tabernas a las iglesias. ¿Me haría un último favor? DON VALERIANO: Si está en mi mano. CAÑETE: Lo está. DON VALERIANO: ¿Que se te ofrece? CAÑETE: Confiéseme. DON VALERIANO: Este no es trance para cachondeos, Cañete. CAÑETE: Lo digo en serio. DON VALERIANO: De sobra sabes que ya no ejerzo. Dios perdonará tus culpas, si las tienes, sin la mediación de ningún cura en excedencia. CAÑETE: No es de él de quien quiero el perdón. Sino de usted, de mi hijo, de mis amigos, de mi gente... DON VALERIANO: Para una confesión así te bastas tu solo. CAÑETE: Mi culpa es demasiado grande como para llevármela a cuestas. Necesito su perdón. El de todos. DON VALERIANO: ¡La gente sencilla como tú no tiene culpas de esas! CAÑETE: Yo si. DON VALERIANO: ¡Está bien! Si tanto te atormente, dime ¿cuál es? CAÑETE: No haber sido capaz de acabar con Franco. (Don Valeriano permanece en silencio unos segundos sin saber qué responder) DON VALERIANO: Ese no es un pecado tuyo, Cañete. Es el pecado de muchos. CAÑETE: Hágale saber a mi Amalia que lo intenté. DON VALERIANO: Le haré saber más cosas. Le haré saber que esta noche su esposo ha contribuido a mejorar el mundo. CAÑETE: No delire, Don Valeriano. El que se muere soy yo. DON VALERIANO: Lidiar, lidiamos a un par de cabestros con cierto salero ¿o no? Y les jodimos el dormir. No es mucho, pero menos da una piedra. (En el exterior, poco a poco, el silencio se ha ido quebrando bajo el peso ensordecedor de los motores de una docena de motos, que se acercan implacables) CAÑETE: ¿Qué estruendo es ese? DON VALERIANO: Debe de ser él, que llega. CAÑETE: Al final le anduvimos cerca, ¿he, Don Valeriano? DON VALERIANO: Muy cerca, Cañete. Más cerca de lo que crees. (Don Valeriano intenta hacerse de nuevo con la pistola, pero Cañete, robándole unos segundos a la muerte, se lo impide.) CAÑETE: ¿Que va a hacer? DON VALERIANO: Rematar la faena. CAÑETE: Ya no está en edad de cometer estupideces, Don Valeriano. Lo matarán antes de que se le acerque. Ésos estarán todavía ahí fuera. DON VALERIANO: Saldré con la imagen por delante. Contra ella no se atreverán. Es San Serapio, ¿recuerdas? Mi patrón. CAÑETE: (Por la pistola) Esa antigualla no funciona. DON VALERIANO: Funcionará en cuanto sepa a quien tiene a tiro. CAÑETE: No lo haga, Don Valeriano. Es una locura. DON VALERIANO: Todo se contagia amigo Cañete. CAÑETE: (En el último aliento ya) Lo mío era diferente. Estaba desahuciado. DON VALERIANO: Se pueden tener los días contados por más razones que por una tisis descuidada. La vergüenza y la soledad, tarde o temprano, también matan. He dejado pasar a mi lado demasiadas oportunidades de reconciliarme conmigo mismo como para desperdiciar ésta. CAÑETE: ¡Bobadas! Creo que llegó el momento. Déme la absolución y déjese de historias, pater. DON VALERIANO: ¡Cañete! ¡Cañete! ¡Escucha! ¡No, no me dejes aún...! (Don Valeriano ve como a Cañete se le va la vida entre sus brazos. La paloma asustada que aleteaba contra la bóveda, extenuada por el inútil esfuerzo, cae al suelo) DON VALERIANO: ¡Joder, Cañete! ¡A los amigos no se les deja con la palabra en la boca! Me quedaba por decirte lo más importante. Espero que desde donde estés todavía puedas oírme. No había nada de lo que absolverte. Tú al menos lo intentaste. Y aunque no fuera así, yo no podría. Hay culpas que son de tantos; que son tan vergonzosas y tan terribles, que un pobre cura como yo, sólo puede absolver de ellas a uno de los culpables. A él mismo. La penitencia es poca y el perdón está asegurado. ¡Yo mataré a ese canalla; por ti, por mí y por todos! (Extrae de entre las manos del amigo muerto aquella vieja pistola, carga con el San Serapio al hombro y se va hacia la puerta arrastrando la pierna de siempre de forma más mentirosa que nunca) DON VALERIANO: ¡Puta metralla! (Cruza el umbral de la puerta pistola en mano y se pierde entre la bruma. De un rincón oscuro y tenebroso surge una vez más la figura inquietante del Vinchas con su chistera deforme. Recoge la paloma del suelo y la acaricia contra su pecho) DON VALERIANO: ¡Canten, hermanas! ¡Canten! Celebren el revolotear de la muerte sobre nuestra inconsolable tristeza. ¡Ni mi amigos, ni yo, quisiéramos interrumpir sus maitines por más tiempo! (Las monjas vuelven a sus cánticos, mientras el estruendo de la motos se va haciendo ensordecedor. Y no cesa, hasta que restalla en el aire, como un trueno, el rugir de una descarga cerrada, tras la que brusca y dolorosamente, se hace de nuevo el silencio. El de la chistera echa al hombro su extraño instrumento y se dispone a interpretar el Requiem que ha venido ensayando con tanto empeño) EL VINCHAS: ¿Ves, amigo? Hoy se muere de tantas cosas, que es vivir lo que estremece. (Arranca del violín un lamento prolongado y misterioso con pretensiones de requiem y con él, lentamente, cae el telón o se hace el oscuro)