Integracion, gobernabilidad y seguridad regional en la America

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Integración, gobernabilidad y seguridad regional en la
América Latina de los inicios del siglo XXI: bajo el
signo de la fragmentación
Elsa Cardozo
Caracas, diciembre de 2007
Los análisis contenidos en el presente documento de trabajo son de la exclusiva responsabilidad de su autora y no
comprometen al ILDIS como organización que coordinó su elaboración y promovió su debate público.
1
Índice
Presentación .......................................................................................................... 3
La situación latinoamericana en tres escalas ........................................................ 3
1. La región: tendencia “centrífuga” ....................................................................... 4
2. Las subregiones: viejos signos, nuevos problemas ......................................... 6
3. Países claves y su proyección regional ............................................................. 7
Tendencias en tres registros ................................................................................. 8
1. La integración fragmentada ............................................................................... 8
2. La gobernabilidad (des)controlada .................................................................... 9
3. La seguridad en regresión ................................................................................. 9
Escenarios y aproximación a recomendaciones ................................................... 9
1. Las personas: sensibilizar, informar, formar ................................................... 10
2. Los países: papel más activo de algunos gobiernos ...................................... 10
3. Los acuerdos de integración ........................................................................... 11
Referencias .......................................................................................................... 12
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Presentación
La fluidez del panorama latinoamericano obliga a revisar, a la luz de la acumulación de
eventos que ha caracterizado los inicios del siglo XXI, las tendencias y los retos más
significativos que se han ido perfilando en ámbitos tan relevantes como la integración, la
gobernabilidad y la seguridad.
En efecto, en materia de integración, antes que intensificarse el esfuerzo de
fortalecimiento de los acuerdos existentes y de las aproximaciones subregionales
(Comunidad Andina de Naciones -CAN- Mercado Común del Sur -MERCOSUR- y Unión
Suramericana de Naciones -UNASUR-) y extrarregionales concertadas (particularmente
con la Unión Europea), se ha acentuado una dinámica de fragmentación.
Luego, en lo concerniente a gobernabilidad, en lugar de ver avances de importancia en
la superación de los problemas de desbordamiento y de pérdida de confianza en las
instituciones democráticas -y no obstante la cantidad de elecciones exitosamente
realizadas en los últimos tres años- no se ha resuelto la cuestión de la precariedad
institucional que, en varios casos, ha empeorado a causa de soluciones que en lugar de
gobernabilidad favorecen patrones autoritarios de control. Éstos, a su vez, han sido
generadores de polarización doméstica en varios países.
Finalmente, en cuanto a la seguridad, en lugar de acentuarse la tendencia a la
reducción de los conflictos entre y dentro de los países, han reaparecido tensiones inter
e intranacionales de nueva complejidad, incluso en el caso de algunos viejos diferendos
territoriales. Esa dinámica deriva de la naturaleza doméstica-internacional de algunas
“amenazas” (narcotráfico, lavado de dinero, tráfico de personas y órganos, crimen
transnacional, tráfico ilegal de armas, depredación ambiental y calentamiento global) y
del nuevo signo de problemas de gobernabilidad democrática que se manifiestan bajo el
mandato de gobiernos democráticamente elegidos.
La tendencia regresiva en los tres ámbitos se manifiesta, en suma, en fragmentación,
pérdida de institucionalidad y retorno a prácticas de seguridad generadoras de
desconfianza y, a la postre, de más inseguridad. Hay también esfuerzos positivos en
sentido opuesto (de integración, fortalecimiento institucional de la gobernabilidad
democrática y seguridad cooperativa y humana), pero no son los que tienden a
prevalecer.
Para analizar el presente y aproximar argumentadamente tendencias y
recomendaciones, este papel presenta a continuación: un análisis general de la
situación presente en materia de integración, gobernabilidad y seguridad; una
descripción de tendencias en cada ámbito; y una aproximación a recomendaciones
respecto a los esfuerzos que deben recibir impulso para –en suma- frenar la gran
tendencia fragmentadora.
La situación latinoamericana en tres escalas
La situación regional prevaleciente, ya transcurrida casi una década del siglo XXI,
amerita ser considerada en tres escalas: la región, las subregiones y los países-clave a
la hora de contrarrestar la tendencia fragmentadora en los ámbitos de la integración, la
gobernabilidad y la seguridad.
Valga, de inmediato, precisar el sentido en el que serán asumidos en adelante estos tres
conceptos, tomando como base documentos preparados y difundidos desde el propio
3
Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS). Así, al hablar de
integración se la entiende en el amplio sentido político, social y económico con el que se
la dota en los más elaborados acuerdos regionales latinoamericanos, tales como la
Comunidad Andina, el Sistema de Integración Económica Centroamericano y el
MERCOSUR, en los que la agenda propiamente comercial ha sido acompañada por
compromisos de concertación, sociales, culturales, políticos, financieros, energéticos y
ambientales. En cuanto a la gobernabilidad, se la adjetiva como democrática, es decir,
como construida a partir de amplios acuerdos sociales, negociados desde principios y
prácticas pluralistas. Y respecto a la seguridad, se la concibe a partir de los más
avanzados acuerdos regionales y hemisféricos, a partir de los cuales se la califica como
multidimensional, cooperativa, humana y -en suma- democrática.
1. La región: tendencia “centrífuga”
El mapa político regional que resultó de los procesos electorales presidenciales y
legislativos ocurridos entre los años 2005 y 2006, no es el de una Latinoamérica dividida
entre derechas e izquierdas. En cambio, es el de una región en la que hay unos
denominadores comunes innegables: por una parte, de inconformidad e impaciencia
ante la pérdida de legitimidad y eficacia de instituciones clave (incluidas las electorales);
por la otra, y con todo, de disposición a buscar electoralmente las soluciones a cada
situación. Eso se evidencia en el predominio electoral de fuerzas de cambio pero,
ciertamente, de muy diferente signo.
En un extremo, las propuestas e iniciativas “refundadoras” a través de medios reñidos
con principios y prácticas democráticas (Venezuela, Ecuador y Bolivia); en el otro, las
propuestas transaccionales que procuran trabajar de modo pluralista –aunque no sin
tensiones- en la renovación institucional (México, Brasil, Uruguay y Chile). En el medio,
un gran conjunto que se mueve en medio de urgencias domésticas e internacionales
que les imponen una alta dosis de adaptación. “Nunca antes en la historia reciente de
América Latina –ha escrito Wolf Grabendorff- existió tal cantidad de tensiones
bilaterales, incluso entre países con orientaciones ideológicas similares.” (2007:30).
El mapa regional exhibe una fuerte tendencia centrífuga, significativa en tres sentidos.
- Desplazamiento de la conflictividad
La conflictividad regional se ha movido, espacial y conceptualmente. En primer lugar,
por la persistencia –y en varios casos, agravamiento- de la conflictividad subnacional,
producto de razones en las que se combinan tradicionales prácticas de exclusión social,
política y hasta geográfica (Bolivia, Ecuador, Perú, Guatemala y México); dinámicas más
y menos recientes que mantienen o acentúan la desigual distribución del ingreso
(países tan diferentes como Brasil y Guatemala siguen siendo los primeros en la lista); y
el impulso gubernamental de proyectos sociopolíticos y económicos que generan alta
polarización interna (como Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua).
El cuadro general latinoamericano plantea, en suma, problemas en este primer aspecto
que constituyen verdaderos retos para el conjunto de países. Así figura en el caso del
tema de la cohesión social que con insistencia aparece en varias agendas nacionales,
subregionales y regionales; en el de la creación de nuevas oportunidades para el
desarrollo de capital humano y creación de opciones de trabajo, y también lo
encontramos en la preocupación por llevar a la práctica las más humanamente refinadas
concepciones de seguridad y por asumir el reto de renovar con ese propósito los
principios y definiciones nacionales en ese ámbito. Junto a la tendencia innovadora que
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comenzando el siglo XXI se proponía fortalecer la capacidad democrática de respuesta
ante esos desafíos, han ido tomando cuerpo posiciones muy diferentes que van
replanteando muchas veces en sentido opuesto la agenda de la integración, la
gobernabilidad y la seguridad.
Así, en segundo lugar, encontramos nuevos registros de conflictividad entre países y
subregiones, aun en los casos en los que reaparecen viejas tensiones internacionales.
Esos nuevos registros de conflictividad los encontramos, en efecto, en tres ámbitos.
Primero, el de los conflictos tradicionales en los que –no obstante los esfuerzos por
institucionalizar su atención y solución- se siguen planteando típicas fricciones y
competencias, derivadas de roces fronterizos (Argentina-Uruguay), cuestiones de límites
(Chile-Bolivia; Chile-Perú; Colombia-Nicaragua). Junto a ellos, vuelve a presentarse la
competencia geopolítica por la influencia sobre la política regional; así se presenta
nuevamente la tensión entre Brasil y Argentina y, cada vez más abiertamente, el desafío
venezolano a Brasil. El efecto centrífugo no se ha hecho esperar: la fragmentación de la
Comunidad Andina y el MERCOSUR han ido acompañados por el debilitamiento de la
iniciativa de la Comunidad Suramericana de Naciones (rebautizada Unión, bajo las
siglas UNASUR en 2007) y la iniciativa de la Alternativa Bolivariana para América Latina
(ALBA) que, no obstante su fragilidad, tiene por definición efecto fragmentador definida
como viene en términos de contraposición a todos los acuerdos de integración
preexistentes.
- Diferenciación doméstica
Es cada vez más visible la diferenciación entre modelos políticos, sociales y
económicos. De modo que aun habiendo una amplia agenda de asuntos de interés
compartido –el más importante: la búsqueda de iniciativas para vencer la pobreza y la
desigualdad (Grabendorff, 2007: 30-31)- hay simultáneamente profundas divergencias
sobre cómo lograrlo, doméstica, regional y mundialmente.
Este cuadro se asienta en un conjunto de sociedades en las que es denominador común
la pérdida de confianza en las instituciones democráticas y la disposición a aceptar
soluciones autoritarias como engañosa vía para mejorar condiciones de vida y de
seguridad (Latinobarómetro, 2004 y 2005); que en varios casos se expresa en la
“incubación” de propuestas abiertamente antidemocráticas (Mires, 2007: 153).
Es así como en el heterogéneo mapa sociopolítico regional se encuentran diferentes
manifestaciones transformadoras que van desde el socialismo democrático que
promueve cambios graduales a través de políticas cuidadosamente concertadas
nacional e internacionalmente que, aun así, no dejan de producir tensiones, como
ocurre en países como Brasil, Chile, Costa Rica y Uruguay; y, en el otro extremo,
políticas de acentuado populismo que combinan elementos de izquierda (de discurso
“emancipador” y propuestas político-económicas colectivistas) y de derecha (de discurso
“defensivo” y propuestas de control sociopolítico autoritario) tal como en los casos de
Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Esa diferenciación genera, necesariamente, problemas a la hora de atender los
problemas de la inevitable confrontación que plantea el segundo grupo de países a las
instancias y compromisos regionales para la protección de la democracia y los derechos
humanos, así como a los acuerdos de integración y a los compromisos relativos a la
seguridad cooperativa y humana. Veamos esto último en la siguiente sección.
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- Dispersión internacional
Inevitablemente, a la diferenciación entre proyectos y políticas nacionales corresponde
una diferenciación de las políticas exteriores. El más visible signo lo encontramos en
materia de integración económica, con la negociación de acuerdos bilaterales con
Estados Unidos, Europa y países asiáticos. También es visible en la fragilidad de los
compromisos hemisféricos, regionales y subregionales para enfrentar situaciones
críticas para la gobernabilidad democrática, en circunstancias en las que gobiernos
democráticamente elegidos presionan fuertemente –y algunos incluso rompen -con
preceptos fundamentales para la vida democrática establecidos en los más significativos
documentos de alcance regional (Cardozo, 2006a: 24-26). En materia de seguridad,
también se observan no simplemente signos preocupantes respecto al aumento de
compra de armamento por algunos países -Chile, Brasil, Colombia y Venezuela, aunque
regionalmente se mantengan por debajo de los estándares internacionales (Malamud y
Encina, 2006)- sino al distanciamiento de concepciones estratégicas respecto a los
grandes consensos regionales alcanzados desde la última década del siglo XX
(Cardozo 2006b: 79-80).
A medida que se debilitan los compromisos regionales en las tres materias –integración,
gobernabilidad y seguridad- aumentan los estímulos para aproximarse a socios
extrarregionales, realimentando así la tendencia a la dispersión de esfuerzos. Así queda
evidenciado aun en las más optimistas revisiones (CEPAL, 2007: 129-165), que
recogen: los acuerdos de libre comercio alcanzados con Estados Unidos por
Centroamérica y República Dominicana y los ya arduamente negociados con Panamá,
Perú y Colombia; precedidos, ya es sabido, por México y Chile; el retiro de Venezuela
de la CAN y el Grupo de los Tres, la intención de reorientar espacialmente la integración
andina hacia el pacífico –con el retorno de Chile como miembro asociado- y el posterior
anuncio sobre el retorno de Venezuela; el debilitamiento político del MERCOSUR y los
problemas planteados por la adhesión venezolana, su intención de “reformatear” al
MERCOSUR y las tensiones políticas del proceso mismo. Añádanse iniciativas aún
poco definidas operativamente como ALBA y la de la integración energética promovida
desde Venezuela, que si bien no caben dentro de lo que se entiende como integración
en los acuerdos prevalecientes, constituyen un intento de completa reorientación
política, ideológica y económica de aquéllos.
2. Las subregiones: viejos signos, nuevos problemas
En otra escala, una mirada a tres subregiones –del cono sur y Brasil, andina y
centroamericana- muestra tres conjuntos de países en los que reaparecen viejos y
característicos signos. En el sur, vuelven a manifestarse las tensiones de una suerte de
balanza de poder en la que pugnan Argentina y Brasil; resultan afectados los intereses
de los socios menores del MERCOSUR, Uruguay y Paraguay; Chile se mueve en la
periferia buscando sus propios acomodos y procurando resolver sus tensiones andinas
con Bolivia y Perú; mientras que Bolivia intenta sacar provecho del precario equilibrio
entre sus vínculos andinos y sus tensiones económicas con el gigante brasileño.
En Centroamérica vuelven a prevalecer las relaciones estrechas con Estados Unidos,
ahora en el marco de un acuerdo de libre comercio que les permitió negociar unas
reglas, indispensables para tan desigual relación que, sin embargo, no les impiden
cultivar otros vínculos: con México y Colombia a través del Plan Puebla Putumayo; con
Europa a través del desarrollo de las avanzadas negociaciones para un Acuerdo de
Asociación.
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Entre los países andinos, no obstante el esfuerzo que se refleja en el capital institucional
del Acuerdo de Cartagena, se ha acentuado la histórica tendencia a la fragmentación. El
ya mencionado retiro venezolano –incluida su ambigüedad (Sainz Borgo, 2007)- no sólo
es explicable a partir del rechazo expreso a las negociaciones de libre comercio con
EEUU con el que fue argumentado. Las críticas del gobierno venezolano al modelo de
integración andina fueron expresión internacional temprana de lo que se fue perfilando
como una política exterior en disposición a reconfigurar liderazgos y reglas económicas
y políticas de la integración. Quepa también añadir, que ello ocurrió en circunstancias
subregionales e institucionales, de suyo difíciles para el acuerdo andino, en las que ya
se evidenciaba la intensificación de la conflictividad subnacional, la volatilidad
económica y social, y la dispersión de ese esfuerzo integrador. todo ello en un contexto
internacional favorable a la bilateralización de los acuerdos comerciales y la
fragmentación del regionalismo (Steinberg, 2007).
3. Países claves y su proyección regional
Para comprender los retos planteados en materia de integración, gobernabilidad y
seguridad, no sólo es necesario mirar el complejo conjunto regional y el precario estado
de los esfuerzos subregionales de integración. Conviene considerar el peso de algunos
países que, por su posición geopolítica y por la naturaleza de sus compromisos en los
tres ámbitos, pueden ser tenidos por actuales o potenciales factores clave ante los
desafíos que nos ocupan.
- México: tiene ante sí el reto de resolver sus focos de conflictividad sociopolítica
interior, atender su relación tan cercana e importante con Estados Unidos y cultivar
vínculos con los países centroamericanos –como lo viene haciendo a través del nuevo
impulso y extensión a Colombia del PPP- y con los de América del Sur, como lo viene
haciendo a través de acercamientos al MERCOSUR y a la CAN.
- Colombia: enfrenta el desafío de avanzar rápidamente para crear las condiciones que
permitan la solución negociada de su conflicto interno antes del final del segundo
mandato de Álvaro Uribe Vélez, para lo cual debe cultivar (con persuasión y presión) la
alianza con Estados Unidos –por el apoyo material que significa para la política de
“seguridad democrática”- a la vez que necesita cuidar el desarrollo y oportunidades
internacionales para la economía (incluidos el espacio de integración andino, si es
posible y, en todo caso, la relación económica con Venezuela; el TLC con EEUU; el
PPP con el istmo centroamericano y México), evitando confrontaciones innecesarias con
el gobierno venezolano, de rasgos políticos y económicos tan opuestos.
- Chile: se encuentra en la complicada coyuntura que plantea el final de la concertación,
lo que exige de la presidenta Michelle Bachellet especial capacidad para la negociación
nacional; internacionalmente, requiere iguales o mayores destrezas, para asegurar el
suministro energético del que depende la próspera economía chilena, evitar
confrontaciones con los vecinos sin acceder a condiciones –territoriales o energéticasinteriormente inaceptables, y mantener el margen de maniobra para negociaciones
económicas bilaterales sobre las que se ha asentado el éxito comercial chileno.
- Argentina: tras haber superado la etapa más difícil de la crisis financiera y las
negociaciones internacionales en esa materia –con apoyo financiero fundamental de
Venezuela- el discurso aguerrido del presidente Néstor Kirchner y su distanciamiento de
importantes foros y encuentros internacionales va dejando espacio, al ritmo de la
campaña electoral, para el nuevo estilo y las nuevas prioridades perfiladas por la
candidatura de la señora Cristina Fernández de Kirchner. Con mayor presencia
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internacional es posible que Argentina procure una posición de mayor peso para la
recuperación del MERCOSUR.
- Brasil: a diferencia de los otros actores regionales, se presenta con el presidente Luiz
Inácio Lula da Silva como decidido y explícito proponente de un liderazgo socialistademocrático que trasciende al continente, como se evidencia en la participación en foros
(Davos y el G8) y en iniciativas (como el grupo BRIC, el G-20 y la alianza promotora de
cambios en el Consejo de Seguridad de la ONU)) de alcance, efectivamente, mundial.
Regionalmente, por otra parte, varios eventos que involucran al gobierno venezolano
han desafiado a ese país en terrenos que le son de alta prioridad: temáticamente, la
energía y la integración económica; geográficamente, Bolivia, el espacio del
MERCOSUR y el de la integración suramericana promovida por Brasilia desde finales
del siglo XXI. La promoción del etanol, la búsqueda de vínculos estratégicos –como el
labrado con la Unión Europea- y de interlocución directa con líderes mundiales, son
parte de una ofensiva que no tiene, sin embargo, impacto regional similar.
- Venezuela: el proyecto político, el estilo y los medios para promoverlo
internacionalmente, apoyados en la abundancia de recursos energéticos y financieros
con los que cuenta el gobierno venezolano –todo ello montado sobre la situación hasta
ahora descrita- han permitido que en nueve años el Presidente, la persona de Hugo
Chávez, se convierta en un factor muy importante, generador de corrientes y
contracorrientes en la política regional: por el proyecto desafiante que presenta en todos
los órdenes (a nuestros efectos, los de la integración, la gobernabilidad y la seguridad),
por los ingentes medios materiales que ha demostrado tener voluntad de utilizar con ese
propósito, por la polarización que siembra, y por la predisposición a correr altos riesgos
en esa empresa, incluida una reforma constitucional cuyo texto y procedimientos van en
contra de compromisos regionales en los tres aspectos aquí considerados.
En conjunto y suma, se encuentran hasta ahora muy limitados en su capacidad de
actuar los países con potencial de liderazgo para contribuir a fortalecer subregional y
regionalmente principios y prácticas que permitan recuperar el potencial generador de
prosperidad y coordinación de la integración, el de estabilidad, legitimidad y eficacia de
la gobernabilidad democrática, y el de transparencia y confianza de la seguridad
cooperativa y humana.
Tendencias en tres registros
La tendencia a la fragmentación, inicialmente apuntada, se ve reforzada por encima de
las fuerzas integradoras que aún se mantienen en Latinoamérica a través de varios
esfuerzos e iniciativas presentes en la situación recién descrita y analizada. Es esa
fragmentación la gran tendencia a partir de la cual pueden definirse las que caracterizan
a los tres ámbitos bajo estudio.
1. La integración fragmentada
El primer registro encierra dos tendencias desiguales. Por un lado, la del esfuerzo
institucionalizador, que impulsa negociaciones y acuerdos para salvar (CAN), recuperar
(MERCOSUR) o fortalecer (SIECA) los acuerdos fundamentales. Por el otro, la dinámica
que, ante el estancamiento y las tensiones al interior de los acuerdos se mueve en un
extremo hacia oportunidades extrarregionales que refuerzan el debilitamiento de los
compromisos regionales, y la que ante desacuerdos fundamentales -producto de la
diferenciación y confrontación de modelos de desarrollo sociopolítico y económico- se
mueve a otro extremo: el de la confrontación de los acuerdos y la propuesta de
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reformatearlos, refundarlos, o considerarlos dignos de morir (expresiones utilizadas en
diferentes momentos, entre otras muchas, por el presidente venezolano respecto a la
CAN, el MERCOSUR y el Grupo de los Tres).
2. La gobernabilidad (des)controlada
Este aspecto contiene dos tendencias opuestas. Por una parte la de los esfuerzos por
recuperar, proteger y fortalecer los mecanismos para la negociación de acuerdos en
ambientes institucionales más y menos frágiles que tienen como denominador común la
pérdida de legitimidad y eficacia de los principales canales políticos de comunicación y
transacción. Por la otra, la de la tentación de búsqueda de líderes fuertes con la fantasía
de “obviar” las ineficiencias y descréditos institucionales y recuperar el control “desde
arriba”.
Nuevamente, países como Brasil, Chile y Costa Rica, y con mayores dificultades por
delante México, hacen esfuerzos en el primer sentido. Mientras que Colombia por unas
razones y medios, y mucho más acentuadamente Venezuela y los aliados que han
copiado su modelo “participativo” y polarizador desde su etapa constituyente, estimulan
la segunda tendencia.
3. La seguridad en regresión
También describe dos tendencias. En un extremo, aquella que propician los países que
intentan seguir profundizando los acuerdos que impulsaron desde la década de 1990,
basados en el estímulo de la confianza, la transparencia, la reducción de los gastos
militares y la coordinación de esfuerzos para atender amenazas de naturaleza
transnacional y trabajar en la reducción y -de ser posible- la prevención de conflictos. En
el otro, la que a partir de diversos grados de polarización y conflictividad subnacional, y
de regresión en concepciones de seguridad en las que reaparece el enemigo externo
que justifica el armamentismo y la confusión de seguridad con defensa, propicia una
visión de seguridad colectiva en la que reaparecen visiones -tales como “cerco” y
“enemigo externo”, “enemigo interno-externo”, amenaza inminente y preparación para la
guerra- que hacen de la preservación de la defensa nacional una prioridad que relega, a
un muy lejano segundo plano, el cumplimiento con preceptos de gobernabilidad
democrática, de integración para el desarrollo y, en suma, de seguridad sustentada en
la cooperación, la confianza y la preservación de los derechos humanos.
Escenarios y aproximación a recomendaciones
La primera tendencia de cada uno de los tres registros describe una débil probabilidad
de que en los próximos años se fortalezcan la gobernabilidad democrática, las
instituciones de la seguridad cooperativa y humana, y los acuerdos de integración que
servirían de sustento y aliento a un nuevo acercamiento y complementación de
intereses regionales en el amplio abanico de temas que lo requiere. De modo que un
escenario cercano a esas características definible como uno de “integración” en todos
los aspectos anotados luce, desde el presente, con escasa posibilidad.
El predominio presente de los factores de dispersión y confrontación en los tres ámbitos
aquí explorados, sugiere la alta probabilidad de que esa tendencia se mantenga y
eventualmente se acentúe en el futuro. La alta probabilidad de este segundo escenario el de “fragmentación”, que ya se manifiesta dentro y entre varios países y dificulta el
logro de consensos significativos- obliga a pensar en acciones que pudieran, si no
evitarlo, cuando menos frenar la generalización de sus efectos. Se trata, a escala
regional, de romper con el círculo vicioso que encadena la fragmentación de la
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gobernabilidad, la integración y la seguridad en un ambiente en el que la generalización
y profundización de posiciones polarizadas impide crear y evaluar opciones que rompan
ese círculo.
Valga introducir cuatro conjuntos de recomendaciones, apenas como aproximación.
1. Las personas: sensibilizar, informar, formar
Si bien los grandes proyectos, programas, estrategias en los temas aquí abordados
(constitucionales, de revisión de conceptos nacionales de seguridad, de negociación de
acuerdos de integración) están típicamente en manos de las más altas jerarquías
gubernamentales, la recuperación y fortalecimiento del sentido y propósito democrático
de cada uno de ellos –gobernabilidad, seguridad, integración- sólo será posible si estos
temas son trabajados y construidos desde la sociedad misma.
De modo que lo primero, lo obvio, es la necesidad de sensibilizar a actores y sectores
clave sobre los riesgos de la acentuada tendencia a la fragmentación, la
ingobernabilidad y la confrontación. Para ello, sin embargo, es necesario entrar al fondo
de los temas, sensibilizar sobre los diferentes conceptos y prácticas de gobernabilidad,
seguridad, integración y sus efectos sobre la vida de las personas, su autonomía, sus
posibilidades de desarrollo personal en sociedad. Se trata no sólo de una labor
sensibilizadora (ante los riesgos) e informativa (sobre las oportunidades), sino de un
trabajo de revalorización de elementos esenciales de la cultura democrática (tolerancia,
responsabilidad, disposición a participar y a negociar, en el sentido más trascendente).
Talleres, foros, seminarios, cursos, difusión y discusión de informes que alienten el
debate, son todas modalidades útiles para contribuir a influir a favor de la tendencia
integradora, en todas las escalas (regional, subregional, nacional, local, sectorial…).
2. Los países: papel más activo de algunos gobiernos
Así como nacionalmente ciertos actores, los más sensibles ante los riesgos y más
atentos a las oportunidades, tienen una responsabilidad especial, también los países la
tienen. Unos más que otros, en la medida de sus capacidades, deben responder,
participar, promover los acuerdos concertados. Razones prácticas y de principios
deberían impulsarlos a contrarrestar a través de las más adecuadas estrategias, el
impulso fragmentador, de tensión y confrontación regional. México, Brasil y Chile,
también Colombia y Argentina tienen mucho que perder nacional e internacionalmente
en una región desintegrada. Vencer las reticencias entre unos y otros a la vez que
renovar los propósitos compartidos y hacer efectivos los compromisos en materia de
gobernabilidad, seguridad e integración, mirándolos integralmente contribuiría al trabajo
conjunto ante dos agendas: la de las graves y mal atendidas urgencias
socioeconómicas, y la de la gravedad de la emergencia política que plantea el acelerado
avance de iniciativas antidemocráticas.
Dos tipos de tareas deben ser acometidas de la forma más integrada posible por los
gobiernos: las técnicas, destinando a las personas mejor capacitadas para la
negociación y seguimiento de los acuerdos en los tres ámbitos; las políticas, que
requieren igualmente de amplias capacidades para no eludir delicados temas en los que
–como es el caso de los derechos humanos, la gobernabilidad democrática y las
condiciones concertadas en pos de la seguridad cooperativa- los compromisos sean
asumidos y cumplidos.
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3. Los acuerdos de integración
Tanto desde la CAN como desde el MERCOSUR –así como desde el acuerdo
centroamericano- y la propia UNASUR, es posible y necesario contribuir a recuperar –
con las renovaciones necesarias- el sentido autonomista de la integración regional. Les
corresponde, con ese propósito claro, evitar la tentación de la disolución en relaciones
bilaterales –intra o extra regionales- y la de la regresión a un esquema integracionista
ideologizado, económicamente cerrado y militarmente defensivo. Suramérica –y en su
especificidad, también Centroamérica- han acumulado un capital institucional muy
importante en compromisos sobre gobernabilidad democrática y seguridad cooperativa y
humana que es este el momento de renovar para fortalecer. En ello, tanto el trabajo
desde dentro de las sociedades como la más activa participación de países clave,
sugeridos en los puntos precedentes, son indispensables.
A semejanza de lo planteado para los gobiernos, desde los esquemas de integración no
cabe la separación de lo técnico y lo político, en los términos ya descritos. Los únicos
cónsonos con el propósito final de desarrollo integral que todos los acuerdos de
integración fueron asumiendo a lo largo de los años.
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Referencias
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12
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