notas al pie (1951 -1971)

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NOTAS AL PIE (1951 -1971)
Guillermo Blanco
Mensaje mi: pide un testimonio personal, como
escritor, de eslos veinte años. Digamos de partida
algo obvio, pero no menos cierto: el testimonio personal de un escritor —por pequeño y poco importante que él sea— se da en su obra. O no se da.
En la práctica, entonces, éstas son sólo noias al
pie. Lo desdeñable. Lo que no quita ni pone a lo
otro. Pero algo es posible decir.
En 1951 yo no había publicado ningún libro.
Y pocos artículos, y casi ningún trabajo de creación
literaria. ¿Qué hacía por ese año? Escribía. Pensaba
mi mundo, a mi gente, mi país. Comenzaba a ganarme el sustento como empleado. Me casaba y al
poco tiempo esperaba la llegada de mi primer hijo.
No hacia mucho, me había convertido al catolicismo.
Surgían los compromisos y las ataduras.
También en otras formas. Una definición poh'tku, entonces difícil, hacia la izquierda, Era la época en que hablar de reforma agraria constituía sedición. Maritain era un personaje peligroso. Y qué
decir de sus profetas nacionales. Manuel Larraín,
Francisco Vives, y los otros, los que hoy es expuesto
nombrar por los mismos prejuicios de entonces cun
la polaridad invertida.
La atmósfera era más bien irrespirable. En esa
rancia sociedad, hoy tan distinta, escribir cuentos o
novelas era una actividad subterránea, o en el major de los casos, un "hobby". Pero para ganarse la
vida —o algún sucedáneo— era preciso "trabajar".
Igual que ahora.
Trabajé. Dios me ayudó en eso y en todo. Nacieron, uno a uno, mis cuatro hijos. Primero fueron
amarras, y después —no: simultáneamente— Fueron compromiso feliz. Eran nuevas y nuevas razones de ser. Hacían que ser fuera una hermosa aventura.
Trabajé.
Y mientras, escribía.
Fui descubriendo poco a poco, no sé en qué
etapa, ni en qué momento, la importancia de tener
la palabra. Como cristiano, sabía que la palabra, mi
palabra, no era para mí. No lo sabía: pude aprenderlo. Esto imponía la tremenda humildad del servicio. Reconocer que era cierta la frase de Pablo:
"¿Qué tienes que no hayas recibido?". Y desde ella,
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saltar de nuevo al Evangelio, a eso de "rendir
cuentas".
¿Cómo se rendían las cuentas, cómo se devolvía aquello que se recibiera? Y no sólo de Dios:
de m¡ comunidad, que me había enseñado a hablar
y a escribir; y a leer. A leer las letras y a leer los
libros. Que me permitía llegar a los libros, inaccesibles para otros sin ninguna razón.
Lo primevo era tratar de hacerlo bien. Y traté.
Y trato. Amé el instrumento de mi oficio. Amo a
todos, a cada uno de mis personajes. Supe respetarlos en sus rebeldías, y seguirlos. No les impuse
nada, ni a ellos ni a mis presuntos lectores.
Hacia 1951, mi lectura más fuerte, quizá, era
ese mago de la palabra: ünbriel Miro. Lo seguí como
a un evangelista. Y tuve, luego, que separarme de
él con dolor: era demasiado bonita su prosa, demasiado difícil para los chilenos que yo estaba llamado
a servir.
Entonces fue la otra lucha. La de simplificar el
lenguaje. Buscar belleza —porque yo le debía belleza a mi país, a mi pueblo— a través de otros
términos. Escribir sencillo y bien era la nueva meta.
Dolía, dolía. Dolía tarjar el sustantivo, el adjetivo,
la Frase eufónica.
Pero cómo olvidar que le hablaba o alguien.
Eso, el esfuerzo, creo que se percibe leyendo
mis cosas. Y —cuidado— no fue una auioimposición, sino un encuentro de la convicción intelectual
y el sentimiento. No adapté mi idioma. Lo hice.
Pero quizá esto no interese. Quizá interese el
qué más que el cómo.
¿Cómo decir el qué?
Si está ahí. si no lo "puse", ¿cómo decirlo?
También uno es lector de cuanto escribe. Descubre también, y cala. Y algo encuentra. Y se arrepiente o no. se alegra o no. Descubro, por ejemplo,
que pasada la etapa del ejercicio —de escribir porque se puede y lo que se puede—, mis personajes
comienzan a formar un gremio.
Puesto en otra forma: son ciudadanos de una
patria común. No sólo Chile. En algunos relatos
hay violencia. Pero no son vida de violentos. Son
vida de hombres sencillos o complicados frente a
una violencia que les es ajena.
Tengo un volumen de cuentos cuyo protagonista exterior es un bandido. Por dentro, nada de eso.
El protagonista es —en desarrollo creciente— quien
sufre o enfrenta a ese bandido. Que lermina por
morir a manos de un apacible enamorado.
Es esle mi real protagonista, y no porque malo
accidentalmente al bandido: porque vivía por dentro, porque amaba, porque era un ser de cada día.
Más a fondo, el héroe de! volumen es colectivo: la
gente. El almacenero pillo y el vagabundo un tanto
hamsuniano y la camarera del boliche.
Me acusan de haber escrito una novela romántica. Lo niego. Es una novela de amor. De nuevo el
amor. Yo sé que existe, que no es ni un movimiento
visceral ni nada que sea preciso postergar para construir alguno de los ismos del supermercado ideológico.
El amor existe, existe. Más allá de la pornografía literaria, de la pornografía vivencial, de la pornografía política, el amor existe.
¿Cómo gritarlo, o susurrarlo, o no se qué, para
que lo oigan?
Ahí es donde el hombre Guillermo Blanco, el
escritor Guillermo Blanco, el cristiano Guillermo
13Ianeo, no se juntan: son uno, y a Dios gradas.
Porque es maravilloso descubrir que no se es sino
lo que se cree, que no se puede ni ser ni creer aisladamente.
Se acaba el tiempo, y he dicho tan poco, Pero
cómo no agregar aun algo. Cómo no decir —por
una honestidad elemental— que estoy perplejo. Que
mi generación quizá es eso: una generación perpleja.
El cristiano que se comprometía en 1951 sufre
1971. No lo sufre sin estímulo ni sin esperanza. Sin
embargo, a cada rato el mundo, Chile, parece írsele
de debajo de los pies. Voces encontradas lo llaman
a obstruir o a sumarse a la historia. Y uno pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué es historia? ¿Por qué obsIruir, si no nacimos paro obstruir, sino para consIruir, y para construir lo nuestro? ¿Y por qué sumarse, si no somos números? ¿Y sumarse a la historia, cuando nadie nos puede garantizar honestamente qué rostro tiene la historia? Peor: cuando
nadie nos asegura sobre base cierta que la historia,
por ser historia, sea buena?
Nos hablan de la lucha armada. A favor de
esta idea o aquella. Me da lo mismo. No es una
frase: me da lo mismo. La gran vergüenza de la
Iglesia, su claudicación imperdonable, fue hablar de
"guerra justa", de matanza justa. Cuando se mata,
la única cosa segura es esa, que se mala. El resullado no estamos ciertos de administrarlo los 'buenos". (Nota: Los "buenos" somos siempre "nosotros". Es decir, los dos lados).
Entonces, ¿qué hacer?
¿Qué hacer si no debemos odiar, si hemos
aprendido a no saber odiar? ¿Qué papel nos cabe
en este mundo? Hay buenos que conlcstan: matar, o
borrar, a los malos. Y los malos dicen, por su parte:
hay que matar, borrar a los malos.
Es este el momento tremendo en que se sienten débiles la voz y la palabra. ¡En que se siente
débil la verdad! No flaquea la fe. Al contrario. Pero
es todo tan complejo y tan oscuro.
Los planetas se equilibran porque se repelen.
En Chile, en el resto del mundo, los hombres se
equilibran, hoy, porque se odian. Uno lee, relee el
Evangelio, tan simple y tan claro. Lee amor, lee
paz. Y sale afuera, cierra las tapas, y los intérpretes
del oportunismo le están dando la vieja guerra justa
en odres nuevos, puestos al día.
Constantino sigue encarando a Cristo hipócritamente, en apariencia junto a él. "Posterga el amor
y posterga la paz". Y luego: "Eso vendrá una vez
que . . . " .
La vieja, corroída, podrida monserga,
Y uno tiene su palabra, ¿y qué? ¿Qué conseguirá con ella? No es por callar —no voy a callar—,
pero responda honestamente: ¿No me ha leído con
"descuentos"? ¿No me tiene ya calificado? ¿No soy
su iluso, su desorientado, su demócratacristiano?
¿No me está timbrando para archivarme?
Ese es el problema. No es callar, ni plegarse.
Es romper la costra y hacerse oír. ¿Dueño de la
verdad? Dios me libre. Es sólo que, a lo iargo de
veinte años —los de Mensaje—, uno sigue queriendo decir lo suyo para que lo coticen en lo que valga.
Si es poco, poco. Si nada, nada.
En la era del diálogo, hay cada vez más interlocutores sordos. Ese es el problema. Y la esperanza: que los no mudos terminásemos, si es necesario,
hablando por señas. Sólo falta, de nuevo, descubrirlas.
Se agota el espacio que me han dado. Y siento
que recién, recién, iba a empezar. Ese es, también.
el problema. Y nos lleva al comienzo de estas notas.
Perdón.
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