Check in libros Sólo allí podía darse un fenómeno como aquél, porque sólo en la patria del entertainment podían comprender que todo consistía en organizar un gran espectáculo. Verdaderos hijos de la televisión, los yippies recurrieron al pop-art y al dadaísmo en acciones subversivas de enorme efectividad mediática. “Un grupo revolucionario moderno va a la televisión, no a la fábrica”, diría Hoffman. Y es que el uso del videotape y los noticiarios nocturnos consiguieron que la rebelión llegara en prime time a todos los hogares americanos. Como dijo Norman Mailer: “Era como si la temperatura histórica en Norteamérica subiera cada mes”. En las protestas de Washington y Berkeley, los yippies pusieron en práctica el happening subversivo. Do it! (“¡Hazlo!”), era el eslogan del grupo, plasmado en un libro hilarante e imprescindible escrito por el propio Rubin y editado en España por Blackie Books. En la rueda de prensa previa a la marcha al Pentágono de 1965, anunciaron un exorcismo. Numerosos santos rodearían el Pentágono en un ritual de salmos y percusiones. Un millar de personas crearía un anillo que haría levitar el diabólico edificio. Al expulsar sus energías malignas el edificio cambiaría de color y allí terminaría la guerra. Jerry Rubin, brazo en alto, en 1970, durante el famoso juicio a “Los 8 de Chicago”. 1968: el año de los ‘yippies’ París, México D. F., Praga... ¡y Chicago! El mundo ardía aquellos días. Por fin se publican en castellano las memorias de Jerry Rubin, gurú contracultural de un tiempo muy revuelto. [ Por Rubén sÁez ] Los sesenta, ya se sabe, fueron una década divertida. América salía de la era Eisenhower cabalgando a lomos de la música de Elvis y abrazando iconos cinematográficos que representaban a una juventud con ganas de marcha. Los nuevos héroes juveniles reflejaban las ansias de rebeldía de una generación de americanos cansada de Debbie Reynolds y los soniquetes publicitarios del american way of life. La imagen de Marlon Brando enfundado en cuero en El Salvaje competía con el siempre sensible, arisco e incomprendido James Dean. En la carretera, el libro de Kerouac, se convertía en paradigma de un nuevo impulso cultural y vital. Son los años del rock ’n’ roll, del pop-art, los hippies y el 46 e s q u i r e e n e r o 2 0 1 0 LSD. Los años de la revolución en EE UU. Todo va a explotar. La América blanca despierta a una realidad a punto de explosionar. En las calles de Oakland, los Panteras Negras desafían armados al orden establecido. La Nación del Islam, un culto racista que afirma que los blancos fueron creados por un científico malvado, muestra orgullosa su máxima conquista: Muhammad Alí, un adonis negro, con la lengua tan rápida como sus puños, que se niega a disparar contra el Vietcong. Y es Vietnam, precisamente, el punto de unión de una serie de grupos disidentes que torcerán el brazo de la América conservadora para retirarse después a sus cuarteles de invierno. Son los raros, los melenudos, los beatniks, los estudiantes. Son jóvenes y quieren convertir el mundo en una gran fiesta lisérgica. Son los yippies. La revolución puede ser divertida. En 1968, dirigidos por Abbie Hoffman y Jerry Rubin, los yippies, acrónimo del Partido Internacional de la Juventud, encabezaron en las calles de Chicago un espectacular pulso contra el poder establecido. Más de 20.000 jóvenes wasp reunidos con una idea en la cabeza: reventar la Convención Nacional Demócrata para demostrarle al mundo que, en América, la revolución también era posible. “Pondremos LSD en la red de agua potable de Chicago”. Así anunciaron los yippies su intención de acudir a la Convención del Partido Demócrata de Chicago. La prensa conservadora enseguida se hizo eco de la provocación: “¡Hippies drogados avanzan sobre Chicago!”; “¡Amenazan con poner ácido en las tomas de agua!”. La idea era organizar un recital en el Parque Lincoln y presentar a un cerdo, Pigasus El Inmortal, como candidato a la Presidencia. Su lema de campaña: “¿Por qué contentarse con medio cochino cuando puede llevarse el cochino entero?”. Pero pongámonos en situación. 1968 había sido un año movido. El 31 de marzo, Johnson renunciaba a presentarse a la reelección. Menos de una semana después, Martin Luther King era asesinado en Memphis y el 5 de junio, Bobby Kennedy era disparado a quemarropa tras su victoria en las primarias demócratas de California. Es el año del musical Hair, uno fue arrestado mientras les fotografiaba para la mítica portada de noviembre de 1968 (imagen de la izquierda). El 27 de agosto una multitud se reunió en el Chicago Coliseum para escuchar el recital. Un día después, Hoffman fue arrestado y acusado de indecencia por haberse escrito la palabra “fuck” en la frente. La policía también arrestó a Rubin y al mismísimo Mister Pigasus, quien, según denunció Hoffman más tarde, fue interrogado y acusado de desórdenes. Para cubrir la batalla de Chicago, Esquire envió a la ciudad como corresponsales a los escritores William Burroughs, Jean Genet, John Sack y Terry Southern. Ésta es la histórica portada de aquel número. antes de Woodstock y de Easy Rider, uno después de la muerte del Che. El 23 de agosto de 1968, unas 5.000 personas llegaron a Chicago. El alcalde Dayley, quien había ordenado “disparar a matar” durante los disturbios de abril, anunció que nadie podría quedarse en el parque después de las once de la noche. 6.000 agentes de la Guardia Nacional esperaban para el combate. Enfrente, un ejercito de jóvenes armados de marihuana y alucinógenos y entonando tántricos “ohms” avanzaba detrás del poeta Allen Ginsberg. En palabras de Jerry Rubin: “Meábamos, cagábamos y follábamos en público; cruzábamos en rojo; abríamos botellas de Coca-Cola con los dientes. Íbamos constantemente colocados y probábamos todas las drogas conocidas. Éramos las fuerzas proscritas de Amérika, en flagrante exposición frente a los ojos del mundo”. El 24 de agosto comenzó la batalla, que se prolongó durante siete días. Se arrojaron bombas lacrimógenas. Se rompieron cristales. Se apedrearon coches de la policía e incluso se golpeó a periodistas, cámaras y fotógrafos. Jean Genet, William Burroughs, Terry Southern y John Sack –enviados por Esquire para cubrir la noticia–, se implicaron en las manifestaciones. El fotógrafo Carl Fisher El resultado inmediato de los sucesos de Chicago fue el juicio político más célebre de la historia de los EE UU. El juicio de “Los 8 de Chicago”, entre los que se encontraban Rubin y Hoffman, el cofundador de los Panteras Negras, Bobby Seale, y el futuro senador californiano Tom Hayden. Todo el proceso se convirtió en un espectáculo por las hilarantes provocaciones de los encausados y las salidas de tono del juez. Cinco de los acusados fueron condenados y absueltos finalmente en apelación. Bobby Seale acabó el juicio atado y amordazado. Después del juicio, el grupo se distanció. Rubin acabó convirtiéndose en broker de Wall Street y en inventor del término yuppie. Murió atropellado en 1994. Hoffman, buscado por las autoridades federales por distribución de cocaína, estuvo escondido en México, Francia y los EE UU. Sobrevivió a base de identidades falsas y llegó a hacerse la cirugía plástica. Le encontraron muerto en 1989 después de ingerir 150 píldoras de Fenobarbital. Su nota de suicidio decía: “Es demasiado tarde. No podemos ganar. Se han hecho demasiado poderosos”. Do it! Escenarios de una revolución, de Jerry Rubin, está editado por Blackie Books. e n e r o 2 0 1 0 e s q u i r e 47