LA POLÍTICA DE LA `STAKEHOLDER THEORY`

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LA POLÍTICA DE LA ‘STAKEHOLDER THEORY’:
ORIENTACIONES PARA EL FUTURO1
R. Edward Freeman
Resumen: El objetivo de este artículo es introducir el debate sobre
la Stakeholder Theory con el fin de aclarar ciertas cuestiones básicas.
Quiero demostrar, junto con Boatright, que no existe la Stakeholder
Paradox y que el principio sobre el que tal paradoja ha sido construida, la Separation Thesis, está sirviendo con gusto a teóricos de la ética
y del ámbito empresarial. Si abandonamos dicha tesis, descubrimos
que no hay tal Stakeholder Theory, sino que esta teoría se convierte en
un género muy fértil. Deviene una de las muchas maneras de fusionar los conceptos fundamentales de la empresa con los de la ética.
En lugar de tomar cada concepto empresarial por separado o la totalidad del “ámbito empresarial” en su conjunto y analizarlo a la luz de
las normas éticas, podemos utilizar el concepto de stakeholder para
crear análisis más sutiles que combinen ética y empresa o, para decirlo de manera más sencilla, para contar muchas y más interesantes
historias sobre la empresa.
I
V
arios artículos recientes han suscitado importantes cuestiones conceptuales
sobre la idea del Stakeholder Management o la Stakeholder Theory. Kenneth
Goodpaster ha planteado un importante reto al diagnosticar una Stakeholder Paradox en el núcleo mismo de dicha teoría2. James Kuhn y Donald Shriver han atacado la idea misma de que las relaciones con los stakeholders deban ser gestionadas
en su conjunto, proponiendo en lugar una constituency view que considera la corporación y sus stakeholders como una comunidad voluntaria3. Martin Meznar, James Chrisman y Archie Carroll han superado esta controversia conectando explícitamente la gestión de los stakeholders a la estrategia de negocio y adoptando una
ética utilitaria en su defensa4. Y John Boatright ha argumentado que, aunque no se
puede justificar la naturaleza especial de las demandas de los accionistas, no existe
argumento para la naturaleza especial de las demandas de los stakeholders5.
El objeto de este artículo es entrar en este debate con objeto de clarificar ciertas cuestiones fundacionales. Quiero demostrar en la parte II, junto con Boatright,
AURKILAN SPANISH ANNUAL Special Issue on Business Ethics Quarterly, 1 (2009). ISSN: 1889-4364.
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que no existe tal Stakeholder Paradox y que el principio sobre el que tal paradoja ha sido construida, la Separation Thesis, está sirviendo provechosamente a teóricos de la ética y del ámbito empresarial. En la parte III sugiero que, si abandonamos dicha tesis, descubrimos que no hay tal Stakeholder Theory, sino que esta
teoría se convierte en un género muy fértil. Deviene una de las muchas maneras
de fusionar los conceptos fundamentales de la empresa con los de la ética. En lugar de tomar cada concepto empresarial por separado o la totalidad del “ámbito
empresarial” en su conjunto y analizarlo a la luz de las normas éticas, podemos
utilizar el concepto del stakeholder para crear análisis más sutiles que combinen
ética y empresa, o, para decirlo de manera más sencilla, para contar muchas y más
interesantes historias sobre la empresa. En la parte IV esbozaré una de esas historias basada en algunos artículos recientes sobre la Stakeholder Theory. Y, por
último, en la parte V quiero exponer que la manera en la que se ha producido el
debate sobre el concepto del stakeholder ejemplifica cómo podemos reinventar el
papel de la ética empresarial adoptando líneas más pragmáticas.
II
En “Business Ethics and Stakeholder Analysis”, Kenneth Goodpaster propone que el “análisis de los stakeholders” (como él lo llama) tiene dos interpretaciones que compiten entre sí. La interpretación estratégica dice que la gestión de
los stakeholders es un medio, tal vez un mero medio, para la consecución de fines
de gestión y de fines relacionados con los accionistas. Por tanto, gestionar las
relaciones con los stakeholders es bueno para el negocio, ya que permite que la
empresa y sus directivos logren sus objetivos, entendidos, de acuerdo con Goodpaster, en estrictos términos económicos (de obtención del máximo beneficio).
Por otra parte, la interpretación multifiduciaria dice que gestores y directores tienen obligaciones fiduciarias para con los stakeholders, uno de los cuales son los
accionistas, y que gestionar las relaciones con los stakeholders no es algo opcional, sino moralmente obligatorio.
De estas dos interpretaciones en conflicto, Goodpaster deduce la Stakeholder
Paradox:
Parece esencial, aunque en cierto modo ilegítimo, que las decisiones empresariales se rijan por valores éticos que vayan más allá de la consideración estratégica del stakeholder para pasar a una consideración multifiduciaria6.
Aunque puede parecer difícil considerar paradójica esta frase, para Goodpaster sí lo es presumiblemente porque:
Este artículo ha sido publicado anteriormente en Business Ethics Quarterly, 4 (4), 1994, pp. 409421, con el título “The Politics of Stakeholder Theory: Some Future Directions”.
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Se puede argumentar que el multifiduciary stakeholder analysis o análisis del
stakeholder multifiduciario es simplemente incompatible con las convicciones
morales generalizadas sobre las obligaciones fiduciarias especiales que debe
tener la dirección para con los accionistas. En el núcleo de la objeción se encuentra la creencia de que las obligaciones de los agentes para con los principales son
más fuertes o de clase diferente que las de los agentes para con terceros7.
Hablando claro, a menos que este “argumento” tenga cierto mérito, no existe
paradoja, ya que la interpretación multifiduciaria sólo necesita sostener que los
gestores tienen obligaciones fiduciarias u obligaciones “fiduciarias especiales”
para con los stakeholders. Lo que John Boatright ha demostrado correctamente es
que tales convicciones morales “ampliamente generalizadas” no pueden sostenerse. De manera que esta interpretación deniega simplemente lo que sostiene la
interpretación estratégica. No existe paradoja, simplemente diferencia, que debe
ser resuelta a modo de justificación. Que Goodpaster piensa que el argumento
anterior tiene cierto mérito, al menos para desacreditar la visión multifiduciaria,
resulta claro en su análisis. Inteligentemente, presenta el corolario como “strategic stakeholder synthesis (negocio sin ética) o la pérdida efectiva del sector privado con una stakeholder multi-fiduciary synthesis (ética sin negocio)”8.
Expresado en estos términos, existe claramente una paradoja, que Goodpaster
resuelve creando “obligaciones no fiduciarias con los terceros que rodean cualquier relación fiduciaria”9. Estas obligaciones son morales, pero no fiduciarias.
Se convierten en reales por una especie de principio de proyección, denominado
Nemo Dat Principle, que dice que los accionistas no pueden esperar que los gestores desobedezcan las normas éticas razonables de una comunidad. Goodpaster
concluye que:
[...] el fundamento de la ética en la gestión –y la manera de resolver la Stakeholder Paradox– radica en comprender que la conciencia de la corporación
es una extensión lógica y moral de las conciencias de los principales. No es una
expansión de la lista de sus principales, sino una glosa de la propia relación
principal-agente. Sea cual sea la estructura de la relación principal-agente, ni el
principal ni el agente pueden afirmar que un agente tiene “inmunidad moral”
para con las obligaciones básicas que se aplican a cualquier ser humano hacia
los otros miembros de la comunidad10.
Aunque esta última frase es sin duda correcta, lo que Goodpaster no logra ver
es que la inmunidad moral es de hecho lo que es reclamado y justificado en un
invisible juego utilitario de manos11.
Nada de ello basta, por lo que me gustaría exponer que el concepto de stakeholder puede aportar una disolución más que adecuada de la paradoja mencionada. Parte al menos de la dificultad se encuentra en la manera en la que Good-
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paster ha establecido la dicotomía entre la interpretación estratégica y la interpretación multifiduciaria. Es sin duda cierto que muchos, entre ellos yo, han escrito
que gestionar las relaciones con los stakeholders es sencillamente bueno para el
negocio. Es de sentido común dedicar tiempo y atención a preocuparnos por esos
grupos o individuos que pueden afectarnos o a quienes nosotros podemos afectar.
El problema radica en la cuestión “¿Qué es un stakeholder?”.
En los primeros trabajos sobre el tema, había muy poca sofisticación filosófica. Los stakeholders eran simplemente grupos genéricos, no individualizados y
sin que quedaran muy claras las condiciones de su afiliación. Una serie de gente
comenzó a sugerir que los stakeholders tenían que ser contemplados de una
manera nominalista. Eran individuos con los que la corporación mantiene cierta
relación, a través de su pertenencia a algún grupo o a través de cierta actividad
relacionada con un rol. Una vez que son vistos como individuos, como seres
humanos, tienen que ser considerados seres morales, sin inmunidad moral e inicialmente en igualdad relativa de condiciones. La cuestión es ahora qué principios deberían regir la interacción entre ellos12.
Uno de tales principios, que llamaré “Principio de quién y qué cuenta realmente”13, dice que la función primaria de la corporación es mejorar el bienestar
económico o servir como vehículo de las elecciones libres que tomen los propietarios de la corporación. Y los propietarios son definidos como aquellos que poseen títulos legales de acciones de la empresa. Este principio está expresado en la
ley de sociedades que ha orientado históricamente a gestores y consejeros para
“gestionar los asuntos de la empresa en interés de los accionistas, mediante el
buen juicio empresarial”. Así, la única interpretación posible del concepto stakeholder según el “Principio de quién y qué cuenta realmente” es la interpretación estratégica de Goodpaster. De acuerdo con este principio, tenemos que encontrar alguna manera de incorporar la ética al debate o dedicarnos al “negocio sin
ética” de Goodpaster.
No obstante, la ley de sociedades no es la única ley y, como he argumentado
en otra parte14, los gestores y directores han ignorado los derechos de los stakeholders a expensas de la legislación en un sistema político libre. Así que contamos con protecciones en forma de la Wagner Act, la Consumer Product Safety
Commission, el Uniform Commercial Code, la Foreign Corrupt Practices Act, la
Securities Exchange Commission, la Environmental Protection Agency y muchos
más. Estas leyes y agencias han surgido principalmente porque el “Principio de
quién y qué cuenta realmente” no ha sido puesto en duda. Lamentablemente, la
mitología del capitalismo del laissez-faire suele ser fácilmente respaldada por
argumentos que afirman que los gestores tienen las mismas obligaciones morales
que tenemos vosotros y yo, aunque a veces suelan hacer caso omiso de ellas a
favor de explicaciones tipo “mano invisible”. Economistas, teóricos empresariales y, evidentemente, algunos teóricos de la ética empresarial piensan que basta
con ver la moralidad como un obstáculo secundario para la maximización de la
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riqueza de los accionistas, justificable solamente si se sirve a otro bien mayor o a
otro fin moral.
La versión de Goodpaster de este error es afirmar que la moralidad rige toda
acción principal-agente y aunque ello es sin duda verdad, él no prosigue para preguntar la siguiente cuestión obvia: ¿cuál es realmente la naturaleza de la relación
principal-agente en los negocios? Actualmente John Boatright ha argumentado
que Goodpaster se equivoca al utilizar el lenguaje principal-agente para deshacer
la naturaleza moral de la empresa. No obstante, el uso de la agency theory no es
la cuestión principal. Se pueden articular cuidadosamente las obligaciones y
deberes tanto de los representados como de los agentes para obtener un modelo
de la empresa que sea un modelo principal múltiple/stakeholder múltiple. O se
puede someter el modelo de agencia (agency model) a una reinterpretación cuidadosa que haga que las cuestiones éticas resulten bastante explícitas15.
De hecho, la idea misma de la interpretación multifiduciaria supone poner en
duda la forma normal de pensar en los negocios. Sugiere que rechacemos un principio que está implícito en los análisis de Goodpaster y Boatright, y que domina
en la mayoría de la literatura empresarial, incluyendo la literatura sobre ética de
la empresa. Llamaré a este principio la Separation Thesis (Tesis de la Separación)
y lo describiré como sigue:
La Tesis de la Separación
El discurso de la empresa y el discurso de la ética pueden ser separados de
manera que frases como “X es una decisión empresarial” no tenga contenido
moral y “X es una decisión moral” no tenga contenido empresarial.
Evidentemente, estoy utilizando moral y negocios como términos descriptivos
en la elección de decisiones para su análisis. Pero ello está arraigado en todo lo
que hacemos en las escuelas empresariales para separar el discurso de la empresa del discurso de la ética. La Tesis de la Separación impregna la ética empresarial. Mientras podamos separar el discurso de la empresa y el discurso de la ética
habrá posibilidad de que la gente los conecte –sostener conceptos empresariales
particulares a la luz del discurso ético y hacer crítica a gran escala ya sea condenando o glorificando la práctica empresarial–. Suscribimos en esencia un principio cercano al “Principio de quién y qué cuenta realmente”, que podemos llamar
“Principio de hacerlo sobre la marcha”. Mientras el discurso distinga negocios y
ética, necesitaremos que los teóricos de la ética empresarial la hagan sobre la
marcha –manteniendo los negocios, pieza por pieza, a la luz de la razón–. Y, mientras la ética empresarial esté separada, los teóricos empresariales serán libres de
formular teorías supuestamente neutras como la agency theory que pueden ser
utilizadas para justificar una enorme cantidad de daño.
Sin embargo, el propósito del planteamiento del stakeholder es negar la Tesis
de la Separación, rechazar el “Principio de quién y qué cuenta realmente” y apar-
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tar el “Principio de hacerlo sobre la marcha”. Este planteamiento toma prestado
de Quine y otros pragmáticos “frases (particularmente frases sobre negocios) que
se enfrentan al tribunal de la experiencia únicamente”. Siempre hay un contexto
para la teoría empresarial y ese contexto es de naturaleza moral. Sólo reconociendo los presupuestos morales de la teoría empresarial, perfeccionándolos,
poniéndolos a prueba viviendo de forma diferente y revisándolos podremos
inventar y reinventar formas mejores de vivir. Todo esto no es más que Dewey
actualizado para los negocios, pero la Tesis de la Separación recorre toda la gama
desde las decisiones empresariales hasta los economistas laureados con el Nobel.
Y deberíamos hacer que fuera opcional.
De esta manera, el argumento quedaría de la siguiente forma: Goodpaster quiere que la Tesis de la Separación salve a los negocios de la ética y una versión de la
teoría moral que salve a la ética de los negocios16. Boatright sugiere que no existen
argumentos para tratar a los accionistas (o stakeholders) de una manera especial. Y
yo quiero sugerir que si se descarta el principio de separación y sus principios subsidiarios, entonces, la discusión entre Goodpaster y Boatright no viene al caso.
III
Yo quiero sugerir cómo serían las cosas si abandonáramos la idea de que podemos hablar con sentido sobre ética y negocios manteniendo la autonomía de sus
conceptos, ideas y teorías. En otras palabras, quiero sugerir que no tiene sentido
hablar sobre accionistas o stakeholders sin entablar un discurso que sea a la vez
normativo, descriptivo, instrumental y metafórico.
En un importante y artículo reciente, Tom Donaldson y Lee Preston17 han argumentado como Boatright, que el terreno normativo de cualquier teoría adecuada de la empresa es incoherente con una Stockholder Theory. Ellos se vuelven hacia un análisis de los diversos usos de stakeholder y concluyen que la Stakeholder
Theory es coherente con una visión moderna de la propiedad. Sugieren correctamente que la Stockholder Theory es una idea cuyo tiempo vino y se fue y que
deberíamos proseguir con la tarea con conectar la Stakeholder Theory con esquemas conceptuales normativos tradicionales. Dados el análisis de Boatright y el resumen de Donaldson y Preston de los argumentos contra la Stockholder Theory,
creo que podemos decir con seguridad que la Stockholder Theory está o al menos
debería estar intelectualmente muerta. Y, si es así, quiero sugerir algo que parece
paradójico: Stakeholder Theory no existe como tal.
Durante mucho tiempo ha existido la tentación de describir el concepto de stakeholder como una especie de llamamiento contra la Stockholder Theory. Armados con mapas de stakeholders en nuestros escudos y estandartes, hemos avanzado para intimidar a los infieles, en su mayoría economistas y teóricos financieros
y otros que quieren ser como ellos, como los teóricos del márketing y contables, y
demostrarles que la Stakeholder Theory es “mejor” que la Stockholder Theory. Sin
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duda, este es el tono, si no la intención, de Brenner y Hosseini, así como de Meznar, Chrisman y Carroll, y el propósito de algunos de mis primeros escritos18. Sin
embargo, si no puede mantenerse la Tesis de la Separación, entonces la cuestión es
qué clase de contenido moral tiene una teoría, no si tiene contenido moral o no.
La Stakeholder Theory puede ser desarrollada en una serie de stakeholder theories, cada una de las cuales tiene un “núcleo normativo”, inextricablemente vinculado a la manera en la que las corporaciones deberían ser gobernadas y a la
manera en la que deberían actuar los gestores. Así que los intentos de definir más
a fondo o más cuidadosamente la Stakeholder Theory están equivocados. Siguiendo a Donaldson y Preston, quisiera insistir en que los usos normativo, descriptivo, instrumental y metafórico (mi aportación a su marco) del stakeholder están
unidos en construcciones políticas particulares que producen una serie de stakeholder theories posibles. La Stakeholder Theory es, por tanto, un género de historias sobre cómo podríamos vivir. Permítanme ser más específico.
Un “núcleo normativo” de una teoría es una serie de frases que incluye, entre
otras, frases como las siguientes:
1. Las corporaciones deberían ser gobernadas...
2. Los gestores deberían actuar para...
para las que necesitamos argumentos u otras narrativas que incluyan términos
morales y empresariales para llenar los espacios en blanco. Este núcleo normativo
no siempre es reducible a un ámbito fundamental como la theory of property, pero
ciertos núcleos normativos son coherentes con las modernas interpretaciones de la
propiedad. Algunas elaboraciones de la teoría de la propiedad privada más las otras
instituciones del liberalismo político dan lugar a núcleos normativos particulares.
No obstante, existen otras instituciones, otros conceptos políticos sobre cómo
debería ser estructurada la sociedad, de manera que existen diferentes núcleos normativos posibles. Semejante “pluralismo razonable” es lo que tenía en mente cuando expuse la idea de la “estrategia de empresa”, pero incluso ese concepto estaba
imbuido del lenguaje de la Tesis de la Separación y demasiado del modo descriptivo/instrumental. Crear un “pluralismo razonable” es un claro proyecto de Rawls
cuyo propósito es asegurar que existan múltiples visiones del mundo. El argumento de Rawls es que sólo una sociedad liberal, como la que describe la “justicia
como imparcialidad”, permite la existencia de ese pluralismo razonable19.
De este modo, un núcleo normativo de una Stakeholder Theory podría ser un
punto de vista feminista, en el que se reconsidere cómo reestructuraríamos “actividades que crean valor” con principios humanitarios y de relación20. Otro sería
un núcleo normativo ecológico (o varios núcleos ecológicos). Mark Starik ha
argumentado que la idea misma de una Stakeholder Theory de la empresa ignora
algunas necesidades ecológicas21. La figura 1 muestra cómo podrían desarrollarse estas teorías.
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A
Las corporaciones
deberían ser
gobernadas...
B
Los gestores
deberían actuar...
C
Las disciplinas
básicas de la
“creación de valor”
son...
... de acuerdo con
los seis principios.
... por el interés
de los stakeholders.
• teorías empresariales.
• teorías que explican
la conducta
del stakeholder.
Teoría del punto ... de acuerdo con
de vista feminista los principios
humanitarios/de los
contactos
y las relaciones.
... mantener y cuidar
las relaciones
y redes
de stakeholders.
• teorías empresariales.
• teoría feminista.
• interpretación
de las redes de las
ciencias sociales.
Principios
ecológicos
... cuidar la Tierra.
• teorías empresariales.
• ecológica.
• otras.
Doctrina de los
contratos justos
.
.
.
... de acuerdo con el
principio de cuidar
la Tierra.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Figura 1. Un pluralismo razonable.
En el siguiente apartado esbozaré el núcleo normativo basado en el liberalismo pragmático. Pero, cualquier núcleo normativo debe abordar las cuestiones de
las columnas A o B, o explicar por qué estas cuestiones pueden ser irrelevantes,
como en la opinión ecológica. Además, cada “teoría”, y utilizo la palabra con
vacilación, debe situar el núcleo normativo dentro de un relato más sustancial de
cómo podríamos interpretar la actividad de creación de valor de manera diferente (columna C). La única manera de realizar bien esta tarea es considerando la
idea del stakeholder como una metáfora, además de los usos normativos, descriptivos e instrumentales formulados por Donaldson y Preston. El intento de
establecer un único “núcleo normativo” y construir una Stakeholder Theory es en
el mejor los casos un intento de pasar disfrazado un núcleo normativo bajo las
narices poco sofisticadas de unos académicos confiados que se sienten felices de
ver el final de la ortodoxia del accionista.
IV
En varios artículos recientes, William Evan y yo nos hemos esforzado por articular una base más explícitamente moral para la idea de stakeholder22. En un artícu-
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lo sugerimos una especie de principio neokantiano para tratar a los stakeholders
como fines en lugar de como meros medios. Y en un segundo artículo intentamos
demostrar que dicho concepto kantiano es coherente con una reinterpretación de
la economía del coste-transacción de Oliver Williamson. Cada intento fue problemático precisamente porque yuxtaponía una única Stakeholder Theory con la
Stockholder Theory ortodoxa. Las intuiciones subyacentes a estos intentos eran
sólidas, a saber, que era necesaria una nueva narrativa de cómo entendemos el
proceso humano de creación de valor conjunto. El marco kantiano, sin embargo,
debería imponer un orden en este proceso que no admitía el pluralismo en el que
estamos tan evidentemente enredados.
El meollo de estas ideas es que la habitual historia de la creación de valor es
sospechosa. Las historias que describen la empresa como (1) la propiedad privada de sus dueños, (2) las disposiciones necesarias si queremos obtener el máximo bien para el mayor número o (3) el resultado de un proceso de contratación voluntario apelan todas a la Tesis de la Separación para excluir ciertos efectos de la empresa sobre otros stakeholders23. Necesitamos nuevas narrativas que
reconozcan estos efectos desde el principio y que no apelen a la Tesis de la Separación.
Si comenzamos por la opinión de que podemos entender la actividad de creación de valor como un proceso contractual entre las partes afectadas y si en aras
de la sencillez designamos en un principio a esas partes como financieros24, clientes, proveedores, empleados y comunidades, entonces podremos construir un núcleo normativo que refleje las nociones liberales de autonomía, solidaridad y justicia como lo articulan John Rawls, Richard Rorty y otros25. Observemos que
introducir estas nociones morales en los fundamentos de cómo entendemos la creación de valor y la contratación exige que evitemos separar la parte de “negocio”
de la parte “ética” y que comencemos por la presunción de igualdad entre los contratantes, en lugar de por la presunción a favor de derechos financieros. Hay que
tener en cuenta que para transformar estas nociones morales en las bases de lo que
entendemos por creación de valor y contratación exige que evitemos separar la
parte de “negocio” del proceso de la parte “ética” y que comencemos por la presunción de igualdad entre los contratantes, en lugar de la presunción a favor de
derechos financieros.
El núcleo normativo de esta teoría contractual rediseñada captará la idea
liberal de imparcialidad si garantiza una igualdad básica entre stakeholders en
términos de sus derechos morales tal como son ejercidos en la empresa y si
reconoce que las desigualdades entre stakeholders están justificadas si elevan
el nivel de los stakeholders menos favorecidos. El ideal liberal de autonomía
queda capturado cuando se comprende que cada stakeholder debe ser libre
para celebrar acuerdos que creen valor para sí mismo y la solidaridad se lleva
a cabo mediante el reconocimiento de la mutualidad de los intereses de los stakeholders.
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Una manera de comprender la imparcialidad en este contexto es afirmar a la
manera de Rawls que un contrato es justo si las partes del mismo lo celebran ignorando lo que se juegan realmente. Por tanto, un contrato es como una apuesta
justa, si cada una de las partes está dispuesta a dar la vuelta a la tortilla y aceptar
a la otra parte. ¿Cómo sería un contrato justo entre stakeholders corporativos? Si
podemos articular este ideal, una especie de constitución corporativa, podríamos
preguntar a continuación si las corporaciones reales están a la altura de este estándar y comenzar también a diseñar estructuras corporativas que sean coherentes
con esta doctrina de los contratos justos26.
Imaginen si lo desean, a stakeholders representativos tratando de decidir sobre
las “reglas del juego”. Cada uno de ellos es racional en un sentido franco y persigue su propio interés. Al menos ex ante, los stakeholders son las partes pertinentes, ya que se verán sustancialmente afectadas. Los stakeholders saben cómo está
organizada la actividad económica y cómo podría ser organizada. Conocen los
hechos generales sobre la manera en que funciona el mundo corporativo. Saben
que en el mundo real existen o podrían existir costes de transacción, efectos externos y costes positivos de contratación. Supongamos que no están seguros de que
existen otras instituciones sociales, pero conocen su alcance. No saben si existe
un gobierno dispuesto a pagar la cuenta de los efectos externos o si ellos existirían en el estado vigilante de la teoría libertaria. Conocen historias de éxitos y fracasos de empresas en todo el mundo. En resumen, se encuentran detrás del velo
de ignorancia de Rawls y no saben qué parte corresponderá a cada uno cuando se
levante el velo. ¿Qué reglas básicas elegirían para guiarse?27.
La primera regla básica es el “Principio de la entrada y la salida”. Cualquier
contrato, es decir, la corporación, debe tener claramente definidas las condiciones
de entrada, salida y renegociación o al menos tiene que tener métodos o procesos
para definir esas condiciones. La lógica es sencilla: cada stakeholder debe poder
determinar cuándo existe un acuerdo y tiene posibilidades de ser cumplido. Ello
no implica que los contratos no puedan contener reclamaciones contingentes u
otros métodos para resolver la incertidumbre, sino que deben contener métodos
para determinar si son o no válidos.
A la segunda regla básica la llamaré el “Principio de gobernanza”, que dice
que el procedimiento para cambiar las reglas del juego debe ser acordado por
unanimidad. Pensemos en las consecuencias de una mayoría de stakeholders
“traicionando” sistemáticamente a una minoría. Cada stakeholder, desconociendo su papel real, trataría de evitar esta situación. En realidad este principio
se traduce en que cada stakeholder no renuncia nunca a su derecho a participar
en el gobierno de la corporación o tal vez a la existencia de consejos de dirección de stakeholders28.
La tercera regla básica, que llamaré el “Principio de los efectos externos”, dice
que, si un contrato entre A y B impone un coste a C, en ese caso, C tiene la opción
de convertirse en parte del contrato y los términos son renegociados. Una vez más
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está clara la racionalidad de esta condición. Cada stakeholder querrá asegurarse
de que no se convierte en C29.
La cuarta regla básica es el “Principio de los costes de contratación”, que dice
que todas las partes del contrato deben compartir los costes de contratación. Una
vez más la lógica es clara. Cualquier stakeholder puede quedar atrapado.
Una quinta regla básica es el “Principio de agencia”, que dice que cualquier
agente debe servir a los intereses de los stakeholders. Debe arbitrar conflictos
dentro de los límites de los otros representados. Una vez más, la lógica es clara.
Los agentes de cualquier grupo tendrían un lugar privilegiado.
La sexta y última regla básica podría llamarse el “Principio de la inmortalidad
limitada”. La corporación estará gestionada como si pudiera seguir sirviendo a los
intereses de los stakeholders a lo largo del tiempo. Los stakeholders se sienten
inseguros con respecto al futuro, pero, sujetos a las condiciones de salida, se dan
cuenta de que la existencia continuada de la corporación favorece sus intereses.
Por tanto, sería lógico contratar gestores que fueran fiduciarios de sus intereses y
del interés de la colectividad. Si resultara que el “interés colectivo” es el conjunto vacío, en ese caso, ese principio se transformaría en el “Principio de agencia”30.
Por tanto, la doctrina de los contratos justos se compone de seis reglas o principios básicos:
1.
2.
3.
4.
The Principle of Entry and Exit (“Principio de entrada y salida”).
The Principle of Governance (“Principio de gobernanza”).
The Principle of Externalities (“Principio de efectos externos”).
The Principle of Contracting Costs (“Principio de los costes de contratación”).
5. The Agency Principle (“Principio de agencia”).
6. The Principle of Limited Immortality (“Principio de la inmortalidad limitada”).
Pensemos en estas reglas básicas como en una doctrina que orientaría a los
stakeholders a la hora de diseñar la constitución o estatuto de una corporación.
Pensemos en la dirección como en el ente que tiene el deber de actuar de acuerdo con una constitución o estatuto específico.
Evidentemente, si la doctrina de los contratos justos y las narrativas que le acompañan deben provocar un cambio real, se deben producir cambios necesarios en las
correspondientes leyes facilitadoras del país. Propongo los tres principios siguientes
como elementos constitutivos para los intentos de reforma de la ley de sociedades31.
‘The Stakeholder Enabling Principle’ (“Principio de habilitación del
‘stakeholder’”)
Las corporaciones serán gestionadas en interés de sus stakeholders, definidos
como empleados, financieros, clientes y comunidades.
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‘The Principle of Director Responsibility’ (“Principio de la
responsabilidad del director”)
Los directores de la corporación tendrán el deber de asistencia y protección y
de utilizar el buen juicio para definir y dirigir los asuntos de la corporación de
acuerdo con el “Principio de habilitación del stakeholder”.
‘The Principle of Stakeholder Resource’ (“Principio del recurso del
‘stakeholder’”)
Los stakeholders pueden entablar una demanda contra los directores por incumplimiento de su deber de cuidado.
Evidentemente queda trabajo por hacer para explicar estos principios en términos de legislación. Tal como están, tratan de captar las intuiciones que impulsan los
ideales liberales. También es evidente que las constituciones corporativas que cumplen una prueba como la doctrina de los contratos justos permitirán a directores y
ejecutivos gestionar la empresa de acuerdo con estos mismos ideales liberales.
Sólo he podido esbozar cómo se puede utilizar un núcleo normativo para construir una nueva narrativa sobre cómo creamos valor. En el apartado siguiente
quiero apuntar cómo se ha producido esta construcción, desde las primeras obras
sobre los stakeholders en la década de los sesenta hasta la abundancia de la que
disponemos hoy y ofrecer unas ideas bastante diferentes sobre cómo debería proceder la ética empresarial.
V
Gran parte de la ética empresarial ha procedido bajo la influencia de la Tesis
de la Separación. Los filósofos han vacilado a la hora de ensuciarse las manos
comprendiendo la vida cotidiana de la actividad de creación de valor. Los teóricos empresariales han detestado tener que introducirse en lo que consideran el
cenagal intelectual de la moral theory. Felizmente, este escenario está cambiando
a medida que se produce más diálogo entre filósofos, académicos del mundo
empresarial y gestores empresariales32. Sin embargo, la sombra de la Tesis de
Separación se sigue cerniendo amenazadoramente. A menos que podamos reinventar la empresa de arriba abajo, seguimos estando obligados a reservar un lugar
especial para los teóricos de la ética empresarial dispuestos a “hacer las cosas
sobre la marcha”. Por tanto, nuestra tarea consiste en tomar metáforas como el
concepto de stakeholder e insertarlo en una historia sobre cómo crean e intercambian valor los humanos.
Ver el papel de los teóricos de la ética como el de reinventar la corporación y
describir y redescribir a los complejos seres humanos que trabajan en ella es convertirse en un pragmático. Para el pragmático, la cuestión es menos “lo que es
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verdad” que “el cómo deberíamos vivir” o, mejor aún, “cómo nos permite vivir
esta narrativa” o “qué nos permite hacer esta forma de hablar”. De este modo,
para el pragmático, la idea del stakeholder forma parte de una narrativa sobre
cómo vivimos y cómo podríamos vivir, sobre cómo podríamos experimentar con
diferentes acuerdos institucionales y sobre cómo organizamos y podríamos organizar un ámbito de nuestras vidas construido principalmente en torno a algo que
hemos dado en llamar “trabajo”.
Considerar la idea del stakeholder como un sustituto de algunas desgastadas
metáforas empresariales por otras nuevas –como stakeholders por stockholders,
humanos como seres morales por humanos como seres económicos y la Doctrina
de los Contratos Justos por la panoplia actual de las leyes sobre constitución corporativas– es abandonar el rol de encontrar cierto fundamento moral en los negocios. Encontrar dicho fundamento, exigido por la Tesis de la Separación, es especialmente infructuoso desde el punto de vista de los pragmáticos, ya que no existen fundamentos ni de la ética ni de la empresa. Todo lo que tenemos es nuestra
propia historia, nuestra cultura, nuestras instituciones y nuestras imaginaciones.
Para el pragmático, se trata de “simplemente nosotros” y no de “justicia” ni de
“justificación” en ningún sentido de base fundacional. Nuestras metáforas y
narrativas poseen valor en la medida en la que nos permiten vivir, y la prueba está
en la forma de vivir.
Existe mucho trabajo intelectual por hacer en el campo de la ética empresarial. Durante demasiado tiempo, filósofos, éticos, teóricos liberales y otros han
despreciado el ámbito empresarial como algo que no merecía una atención intelectual seria. Los liberales se quejan del mundo empresarial, los conservadores se
quejan de los liberales y los radicales añoran los buenos viejos tiempos cuando
parecía que el trabajo de redescribir la buena sociedad y la buena vida había sido
realizado por Marx y otros33.
Es hora de que pongamos manos a la obra en una línea pragmática. Redescribir las corporaciones significa redescribirnos a nosotros mismos y nuestras
comunidades. No podemos separar la idea de una comunidad moral o de un discurso moral de las ideas de la actividad de creación de valor empresarial. Hacerlo supondría la aceptación del principio de la Tesis de la Separación que
durante mucho tiempo ha sido utilizado para acallar el debate y silenciar las
conversaciones. Igualmente, si la empresa como una institución es inmune a
tales redescripciones, como hemos redescrito en este artículo, sólo le podemos
culpar de ello a la Tesis de la Separación. A menos que nos pongamos a realizar un trabajo de redescripción que atraviese las líneas divisorias entre discursos que han sido establecidas por la teoría y la práctica, el debate sobre el progreso humano, por muy difícil que sea, se detendrá de una manera bastante
indecorosa y abrupta.
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Notas
1
Este artículo ha tenido un largo período de gestación. Quisiera agradecer los comentarios
y las conversaciones mantenidas con una serie de personas. Las principales ideas de este
artículo han sido perfeccionadas a lo largo de los años a través de seminarios en la Georgetown University, la Society for Business Ethics, el Dartmouth College, la Loyola University, la Wharton School y otros. Estoy especialmente agradecido a Max Clarkson, a
Michael Deck y al Canada Council for Social Sciences por haber patrocinado un taller
sobre la Stakeholder Theory en mayo de 1993 y a Peter Pruzan, Ole Thuyson, Werner
Peterson y el Danish Council for Social Science por haber patrocinado una conferencia
sobre ética y stakeholders en Copenhague en otoño de 1993. Los participantes de ambas
conferencias aportaron muchas más mejoras y sugerencias de las que podría atribuirles
aquí individualmente. Igualmente, me he beneficiado de las conversaciones mantenidas
con Kendall D’Andrade, John Boatright, Steve Brenner, Archie Carroll, Phil Cochran,
Robbin Derry, Tom Donaldson, Ken Goodpaster, Ron Green y Terry Halbert, así como con
mis colegas de la Darden School, Rosalyn Berne, Andrea Larson, Jeanne Liedtka, Tara Radin y Patricia Werhane. Me resulta difícil discernir ahora cuántas de estas ideas se las debo
a Daniel R. Gilbert, Jr.
2
Kenneth Goodpaster: “Business Ethics and Stakeholder Analysis”, Business Ethics Quarterly, vol. 1, n.º 1, 1991, pp. 53-73.
3
James Kuhn y Donald Shriver, Beyond Success, Oxford University Press, Nueva York, 1992.
4
Martin B. Meznar, James J. Chrisman y Archie B. Carroll: “Social Responsibility and Strategic Management”, Business & Professional Ethics Journal, vol. 10, n.º 1, primavera,
1991, pp. 47-66.
5
John Boatright: “What’s So Special About Stakeholders?”, Business Ethics Quarterly, vol.
4, n.º 4, octubre, 1994 (este número).
6
Goodpaster: op. cit., p. 63.
7
Ibid.
8
Ibid., p. 67.
9
Ibid.
10
Ibid., p. 68.
11
Basta con que echemos un vistazo a cualquier libro financiero para principiantes para
encontrar dichas afirmaciones sobre inmunidad moral.
12
En Strategic Management: A Stakeholder Approach hice un intento bastante limitado de
articular esos principios. Daniel R. Gilbert, Jr. me enseñó que, una vez que los stakeholders
eran tratados como agentes morales, bastaría con realizar una redescripción rigurosa de la
vida corporativa. Ambos nos hemos dedicado a varios aspectos de este proyecto durante los
últimos diez años.
13
Debo la formulación de estos principios a una conversación mantenida hace muchos años
con el profesor Jesse Taylor, de la Appalachian State University.
14
Cf. R. Edward Freeman y William M. Evan: “Corporate Governance: A Stakeholder Interpretation”, The Journal of Behavioral Economics, vol. 19, n.º 4, 1990, pp. 337-359, y
William M. Evan y R. Edward Freeman: “A Stakeholder Theory of the Modern Corporation: Kantian Capitalism”, en T. Beauchamp y N. Bowie (eds.): Ethical Theory and Business, Prentice Hall, Englewood Cliffs, 1993, cuarta edición, pp. 75-93.
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15
Véanse, por ejemplo, los ensayos en N. Bowie y E. Freeman (eds.): Ethics and Agency Theory, Oxford University Press, Nueva York, 1993.
16
Mi colega Patricia Werhane ha indicado correctamente que, dada su propia consideración
positiva de la naturaleza moral de la empresa, Goodpaster no necesita aceptar la Tesis de la
Separación. Que lo hace queda demostrado por su formulación de la llamada “paradoja”.
17
Thomas J. Donaldson y Lee Preston: “The Stakeholder Theory of the Corporation: Concepts, Evidence, Implications”, College Park: CIBER Occasional Paper #37, enero, 1994,
de próxima aparición en Academy of Management Review.
18
Véase Steven N. Brenner y Jamshid C. Hosseini: “The Stakeholder Theory of the Firm: A
Methodology to Generate Value Matrix Weights”, Business Ethics Quarterly, vol. 2, n.º 1,
abril, 1992, pp. 99-120.
19
Crear un “pluralismo razonable” es un claro proyecto de Rawls cuyo propósito es asegurar
que existan múltiples visiones del mundo. El argumento de Rawls es que sólo una sociedad
liberal, como la que describe la “justicia como imparcialidad”, permite la existencia de ese
pluralismo razonable.
20
Véanse, por ejemplo, A. Wicks, D. Gilbert y E. Freeman: “A Feminist Reinterpretation of
the Stakeholder Concept”, Business Ethics Quarterly, vol. 4, n.º 4, octubre, 1994 (este número), y E. Freeman y J. Liedtka: “Corporate Social Responsibility: A Critical Approach”,
Business Horizons, vol. 34, n.º 4, julio-agosto, 1991, pp. 92-98.
21
En el taller de Toronto, Mark Starik esbozó cómo resultaría una teoría si consideráramos que
el medio ambiente es un stakeholder. Esta fructífera línea de trabajo es un ejemplo de mi
enfoque sobre el pluralismo.
22
Véase la nota 14.
23
Para demostrar esto en lugar de limitarnos a afirmarlo, habría que examinar cómo cada uno
de estos tres ámbitos normativos de la Stockholder Theory es utilizado para justificar la
Tesis de la Separación. Semejante tarea analítica es importante, pero queda fuera del alcance de la presente exposición. Lo que afirmo aquí es que cada una de estas tres razones son
utilizadas aquí para justificar la diferencia de trato entre las demandas de los stockholders y
las de los stakeholders, y utilizadas también para separar las cuestiones de la empresa de las
cuestiones de la ética. Examino estas cuestiones en Managing for Stakeholders, de próxima
aparición.
24
En correspondencia privada, David Schrader ha argumentado recientemente que propietarios es un nombre equivocado y que su uso influye negativamente en la idea del stakeholder. He adoptado financieros para recordar la novela de Theodore Dreiser, así como los
recientes eventos de Wall Street.
25
J. Rawls: Political Liberalism, Columbia University Press, Nueva York, 1993, y R. Rorty:
“The Priority of Democracy to Philosophy”, Reading Rorty: Critical Responses to Philosophy and the Mirror of Nature (and Beyond), ed. Alan R. Malachowski, Blackwell, Cambridge (Massachusetts), 1990.
26
Observemos que se podría dar igualmente una noción conservadora de justicia, la de que un
contrato es justo si de hecho es aceptado por las partes. Basándose en ese argumento, el
mundo real sería en gran medida justo. Aunque habría un desacuerdo sobre qué núcleo normativo es mejor, el argumento sobre la legitimidad de la corporación no vendría a cuento.
La cuestión sería qué es lo que constituye la justicia, no qué constituye la corporación. El
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género del stakeholder priva de su sentido práctico toda esta gran cuestión de la legitimidad
corporativa. Es un género inherentemente liberal más que radical.
27
Estoy especialmente agradecido al profesor John Hasnas por sus comentarios críticos sobre
estos principios.
28
Este principio ha sido muy criticado en una serie de seminarios, pero sigo estando convencido de que es necesario. Garantizar el ideal liberal de ciudadanía para todos. Cada stakeholder es soberano en el asunto de sus propios intereses y conjuntamente son soberanos
en asuntos de sus intereses mutuos. Pensemos en este principio como la garantía de que ningún stakeholder pueda vender a otro como esclavo virtual. También es posible inventar
mecanismos reales que dependan del consentimiento unánime de los representantes más que
de los stakeholders individuales.
29
Una vez más, este principio ha sido criticado por no comprender que los costes de oportunidad son generalizados. Mi respuesta es que deberíamos construir nuestra formulación de
la economía sobre un orden moral razonable en lugar de viceversa; o peor para la idea del
“coste de oportunidad”.
30
La presunción de un futuro razonable es un área importante y, sin embargo, descuidada de
la teoría democrática. La idea de “relaciones interraciales” depende de una comprensión
compartida de un “futuro razonable” o, de manera más conmovedora, de una “filosofía de
la esperanza”.
31
Para un análisis reciente y en profundidad del estado actual de los llamados constituency statutes, véase Eric W. Orts: “Beyond Shareholders: Interpreting Corporate Constituency Statutes”, George Washington Law Review, vol. 61, noviembre, 1992, p. 14.
32
Así, el reciente lamento de Andrew Stark: “What’s the Matter with Business Ethics”, Harvard Business Review, vol. 71, n.º 3, mayo-junio, 1993, pp. 38-48, tergiversa y malinterpreta el paisaje actual de la empresa y de la ética, aunque sus puntos principales fueran ciertos
hace diez años.
33
He analizado las dificultades inherentes a esta dinámica en un artículo no publicado: “The
Business Sucks Story”.
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