Toda la región es azotada por fuertes vientos. La desertificación es el gran problema de todas las provincias que integran esta región. Es mucho más profundo que la sequía que hoy produce graves daños en la producción ganadera de la provincia. Además, el incremento anual de la superficie afectada por la erosión eólica, se calcula en un promedio del 5%. No obstante, este elemento del clima, tan molesto y perjudicial para algunas cosas, ya es aprovechado por la población y se constituye así, en un recurso sustentable para la región. Por su parte, la cría de ganado ovino se suma a esta acción y se transforma en una fuerza capaz de acelerar este proceso en forma muy intensa. A las cabras y ovejas se las conoce como "constructoras de desiertos". Esto se debe a que sus uñas y dientes arrancan de raíz los pastos que de por sí tienen un lento crecimiento, debido a la escasez de precipitaciones (de 100 a 300 milímetros anuales). Los animales no dan la posibilidad de que las pasturas se renueven. "El animal autóctono es el guanaco, una especie que está capacitada para no alterar el equilibrio ecológico de la región. Su forma de alimentación es particular: no arranca los pastos sino que los corta con sus fuertes dientes, para dejar la raíz en el suelo y permitir que la planta pueda crecer nuevamente. Además es un animal que recorre diariamente largas distancias, lo que impide que ralee siempre la misma zona. A esto se suma que en sus patas posee almohadillas que impiden que al caminar aplaste los pastos", señala Juan Carlos Chebez, delegado técnico de Parques Nacionales. Lo que sucede es que la falta de precio adecuado para la carne ovina, orientó al productor a la extracción de lana, para lo cual necesita mayor cantidad de animales. Es un círculo vicioso porque esta sobrecarga se transforma en una solución momentánea que lleva a una mayor degradación del terreno. Esto inevitablemente acabará afectando a la producción ganadera. Si a este panorama se suman los inevitables factores climáticos, sumamente rigurosos, se hace aún más necesario resguardar los recursos naturales, dejando de lado –a esta altura de la situación– el logro de rentabilidad a corto plazo y fijando metas para recuperar lo que se ha perdido. Por eso los especialistas hacen hincapié en detener el deterioro de la vegetación natural y en controlar la sobrecarga animal. Históricamente, estos problemas no han encontrado solución en las diferentes instancias de poder. Porque sin dejar de lado la intensa erosión que producen el viento característico y los ríos sobre un suelo con vegetación rala –típica de la estepa–, la escasez de lluvias que no aportan la cuota de humedad necesaria, o las bajas temperaturas que no permiten el desarrollo de una micro flora y fauna del suelo – encargada de degradar la poca materia orgánica y de ayudar a la formación de una superficie resistente–, hay otra respuesta. Y es que un desierto es una suma de intereses. Y esto en la región se ve con claridad, ya que el uso indebido de la tierra en relación a la cría de ganado ovino, ha acelerado este proceso. Sin embargo, no todo es producto del descuido o la ignorancia de los hombres. No hay que olvidar que la ganadería en nuestro país es una de las actividades que han sentido más de cerca los constantes problemas económicos. En la región se pueden identificar dos sectores de características marcadamente diferentes: los oasis de riego y las áreas no irrigadas. Con el objeto de aprovechar mejor las aguas y aumentar los recursos económicos de la región, los cuatro ríos de Mendoza han sido ligados artificialmente para extender el área irrigada: en el norte forman un sistema el Tunuyán con el Mendoza, y en el sur, el Diamante con el Atuel. No son pocos los conflictos que se generan a causa del intenso uso de las aguas de esta cuenca, muchos de ellos, aun sin resolución. Con respecto a los oasis de riego, estos abarcan una superficie aproximada de 350.000 ha distribuidas en tres zonas: Norte, irrigada por los ríos Mendoza y Tunuyán; Centro-Oeste, también irrigada por este último; y la Sur, regada por los ríos Diamante y Atuel. Allí se desarrollan actividades rurales como la horticultura, principalmente de ajo, cebolla, tomate y pimiento; la fruticultura, para producción de durazno, ciruela, peras, manzanas y damascos; la olivicultura para aceitunas y aceite; y la vitivinicultura con una participación del 70% en la producción nacional de uva. A modo de dato ilustrativo de la importancia de esta última, se menciona que aproximadamente 145.000 ha, es decir el 48.2 % de las tierras cultivadas en la provincia, se destinan al cultivo de la vid. En estas zonas se asientan también los principales núcleos urbanos de la provincia. Tanto el riesgo sísmico como el volcánico deben ser considerados como inevitables. La desertificación es la resultante de una condición ambiental natural de vulnerabilidad que se conjuga con usos del suelo no compatibles con la misma. Es por lo tanto un problema que tiene su origen en factores naturales y antrópicos a la vez. Se puede mencionar al respecto un estudio del territorio provincial sobre la vulnerabilidad a la desertificación, que concluyó que prácticamente en todos los ecosistemas de la provincia dicha vulnerabilidad es alta y muy alta, con una marcada elevación de los valores en las zonas de alta montaña. (ROIG, 1992 en Ministerio de Ambiente y Obras Públicas del Gobierno de Mendoza, 1997). Las principales causas de la desertificación en Mendoza son el sobrepastoreo y las prácticas agrícolas no sustentables. Existen otros problemas ambientales como salinización de los suelos que están directamente relacionados con las actividades agrícolas y sus sistemas de riego, que suelen desarrollarse en áreas con escasa disponibilidad de agua. En consecuencias se producen serios procesos de degradación del suelo ya que las sales inhiben el desarrollo de cultivos.