Leer más - Constanzana

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Un antes y, un después
¡Hola!: constanzanero
La noche está serena y, las calles, van quedándose en silencio. Es buena
hora para empezar a narrar lo que a continuación sigue:
Muchas veces he estado tentado de escribir un artículo sobre
Constanzana; pero, como ahora, las ideas me vienen a borbotones,
atropelladamente; ¡son tantos recuerdos!, que organizarlos es como querer
hacer un círculo cuadrado; mi inclinación a expresar vivencias y sentimientos
dificulta aún más mi propósito; conseguir que la lectura sea divertida, y no
soporífera, es algo que sólo algunos consiguen; y, no siempre.
Tal vez, a nadie le interese que, teniendo yo cinco años, y habiendo nacido
en Constanzana, y
Medio siglo antes
al mes y pico de iniciar mi primer período escolar, el “Sr.
Maestro” se empeñara en que tenía que aprenderme las vocales (que estaban
puestas debajo de una iglesia (la i), de unas uvas (la u),… …) y que esa tarde, él,
el “Sr. Maestro”, me amenazase con dejarme sin recreo al día siguiente si no me
las aprendía.
Al levantarme, a la mañana siguiente, mi angustia, con “cartilla” en mano,
me llevó a buscar a mi madre; la encontré en el corral, cerca de la puerta de la
“panera”, “echando” de comer a las gallinas (era un día de invierno, y acababa de
salir el sol).
- ¡Pitas!, ¡Pitas! - decía mi madre. Llorando, le conté la amenaza que sobre
mí pendía.
- ¡Venga, pero si ya te las sabes! ¡No llores! Mira: ésta es la “a”, ésta la
“e”, ésta es la… –
Cuando el Sr. Maestro me las preguntó, me salieron de corrido. Me
felicitó. Yo no sé si “la letra con sangre entra” o entra con lágrimas, o… …; pero,
sí sé que, desde entonces, diferencio la “a” de la “e” y de las demás vocales.
Gracias “Sr. Maestro”. Gracias madre.
¡Que tontería acabo de escribir! ¿No? ¿O no? ¡Pues va ser que no!; lo
voy a dejar así. A mí me gusta. Y como el que lo está escribiendo soy yo, pues,
¡ya esta!
1
¡Y sigo!
Hablando de la “u” de uvas:
Un par de meses antes, fue la época de la vendimia. Mi padre tenía una
viña, en Don Jimeno, y las uvas abundaban en mi casa. Ya habíamos pisado, la
mayor parte, en el “lagar”, y metido el mosto en las “tinajas” y cubas de la
bodega, en espera de que fermentase y se hiciese el vino. Unos litros de mosto se
los llevamos a mi madre para que hiciese “arrope” (mosto, calabaza y azúcar
muy cocido; al enfriarse se quedaba sólido como si fuese dulce de membrillo).
¡”La boca se me hace agua”!
Una gran cesta de las mejores uvas se la llevamos, también, a mi madre.
Ataba, con hilos, unos racimos a otros y los colgaba en el “sobrao”, para que se
secasen y se hiciesen pasas. Las comíamos, mayormente, en Navidades.
Otras de las mejores uvas se libraban del triturado para ser comidas
frescas. Un trozo de pan y un racimo de uvas nos servían para hacer una
merienda sana y nutritiva.
Me viene a la mente un agradable recuerdo de lo que sucedía por
aquellos días.
Una de las paredes de mi corral era pared, a su vez, de las cuadras de unos
vecinos. Estos vecinos tenían una huerta, y en la huerta un melocotonero. Los
años que no se helaban eran gorditos y sabrosos. Aquel año, dio muchos y
buenísimos. En la pared había un agujero, lo suficientemente grande para que
cupiese un melocotón de venida y un racimo de uvas de vuelta. Lo que sucedía
entre mi hermano, tres años mayor que yo, y su amigo, de la misma edad, no
hace falta narrarlo. A él, que no tenía viña, y a nosotros, que no teníamos
melocotonero, las uvas y los melocotones, respectivamente, nos sabían a gloria
bendita.
En la viña había varias cepas de mimbres, que mi padre cortaba, y traía a
casa para hacer cestos.
Con los ojos de mi mente estoy viendo, en este momento, a unos de los
vecinos; cuyas “carreteras” (puertas grandes) de los corrales están próximas:
Ya sentado en el suelo, ya en una silla, al calorcillo del sol, recorta y
dobla mimbres y, trenzándolas una con otras, hace “cestos patateros”, o “cestos
pajeros”, o cestas, o canastos, o canastas. Con su mucha alegría y con sus ojos
lacrimosos se pasa las horas entretenido en esa sencilla y artesanal tarea. ¡Que
bonita estampa!
¡Ah! ¡Pues el artículo va saliendo!
2
Sigamos. ¿Pero, por donde?
¡Ah! ¡Ya sé! Os he nombrado los “cestos patateros”.
Por esos días se hacía la recolección de las patatas. Yo era muy pequeño y,
con la escuela, poco podía ayudar. Pero, cuando tenía tiempo, iba detrás de los
mayores recogiendo las patatas pequeñas que veía y echándolas en el “cesto de
las patatas chicas”. Unas servían para sembrar al año siguiente, y las más
pequeñitas de todas, las “marraneras”, cocidas a la “lumbre” en un “caldero”, se
las dábamos de comer a los cerdos.
¡Duro trabajo, el de sacar patatas! ¡Y un frío que pelaba!
Con los “azadones”, se iban sacando de debajo de la tierra; las “gordas” se
lanzaban, encestándolas, en los “cestos de las gordas”, y las pequeñas en los
“cestos de las chicas”. Una vez llenos, se volcaban en los sacos (un par de
“cestos” en cada uno); se ataban, dejando dos orejas a ambos lados de las bocas
para poderlos agarrar, y se “echaban al carro”, para llevarlos a las “paneras”.
Las “parras” secas de las patatas se quemaban para deshacernos de ellas,
haciendo unas grandes y humeantes hogueras; y, ya de paso, servían para
calentarnos y asar unas pocas patatas. ¡Qué ricas y calentitas estaban!
¡Chisssss! Esto es secreto: a mi tierna edad y experto en hacer cigarrillos
(no recuerdo cuando me inicié), con las hojas secas y trituradas de las “parras”,
y un papel cualquiera, me hacía mi pitillo, y a escondidas, con alguna cerilla
sustraída, lo encendía y fumaba.
Las patatas que no se vendieron desde la “tierra” se quedaron
almacenadas. Unas se vendieron pronto; otras, pasados varios meses. ¡Cuantas
patatas putrefactas, con su agua maloliente, se tiraron a paladas al “muladar” del
corral! ¡Tantos trabajos, y tantos fríos soportados, para acabar así!
¡Sí!. ¡Trabajo, que daban las puñeteras patatas!
La siembra, a mediados de junio, consistía en cargarte una “sembradera”
al hombro, con diez o quince kilos de patatas, y, con paso y ritmo regular, como
si de una marcha militar se tratase, con maña y maestría, las iban arrojando
delante de ti una a una, y pisándolas para hundirlas en la tierra. Con un poquito
de práctica conseguías no perder el equilibrio. Patata a patata y surco a surco se
pasaban las horas. Una vez bien “tapadas”, con el arado, y, hechos los surcos,
sólo quedaba esperar que todas nacieran bien y no tener que “resembrar”. Sólo
el cielo, con su lluvia, favorecería el proceso del nacimiento.
A los veinte días empezaban a nacer; con esperanza e ilusión, cada día, se
vigilaba el ritmo de germinación. Algunos trozos, con azadón en mano, había que
“resembrar”: una cuchillada de azadón en el surco, una inclinación del mango,
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introducción de una patata en el agujero hecho, y el levantamiento del azadón
dejaba la nueva patata enterrada. ¡Cuestión de riñones!
Para regarlas, cogíamos una regadera de mano con cuatro litros de agua, y,
planta a planta ... ¡Es broma!
Para poderlas regar, previamente había que hacer las “eses”. Imagínate el
patatal, con sus innumerables surcos paralelos, y uno perpendicular cada dos
metros. Esos surcos perpendiculares son las “regaderas”; a partir de ahí, y cada
seis surcos se “abría” la “boca” de la “ese” (lo que en los crucigramas llaman
era de huerta). Por el lado de la “boca”, con el “azadón”, el segundo y cuarto
surco se “rompía” (sin dañar ninguna planta) y la tierra se echaba sobre el lomo
de la “regadera” reforzándola. Por el otro lado de la “ese” se hacía lo mismo con
el primer, tercer y quinto “surco”. ¡Te has enterado! ¿¡No!? Pues, vuelve a leer.
¡Ah! ¡Qué no te queda claro lo de “abrir las eses”! Usa tu imaginación:
cada lado, o lomo de la “regadera”, tapona los innumerables surcos paralelos; esa
tierra que tapona el surco, y con el azadón, la pasas a taponar la “regadera”:
como si abrieses una puerta.
Y ¡Ahle Joc!: la “ese” estaba hecha ¡Qué divertido! ¿No? ¡Pues no! Era,
¡cuestión de riñones!
Al amanecer, con mi caballo, y siempre a todo galope (¡Es que era cómo
un niño!, pero sin el cómo), montado a “pelo” (al estilo indio: sin silla ni albarda
ni nada similar), iba de casa a la huerta de las patatas. “Enganchaba” el caballo a
la “noria” y el agua surgía del pozo a la “poza”. Desde la “poza” corría por la
“regadera principal” conducida a la “regadera segundaria” correspondiente. El
agua entraba en la primera “ese” “abierta“. Una vez llena, con el “azadón”,
cerraba esa “ese” y el agua corría hacia la siguiente. Y así sucesivamente, hasta
que el pozo se agotaba.
¿Que no sabes qué es, ni cómo funciona, una noria? Pues, ¡míralo en
Internet!
Entre “pozada” y “pozada” (tiempo durante el cual el pozo se volvía a
llenar), y si era el primer riego, lo pasabas haciendo más “eses”; si no,
“escardando”: con el “azadón” cortabas las malas hierbas, que con la buena
humedad, y temperatura del verano, proliferaban por doquier.
¡Cuestión de riñones!
¡Y los escarabajos que se comían las “parras” de las patatas! Aporreados
con gruesas estacas morían vilmente. La frase suena bien, pero, ¡es mentira!
La sutileza del invento es más interesante que matarlos a garrotazos: (y
esto es verdad) unos polvos insecticidas se introducían en una media de señora;
con la media colgando de la mano, y la mano encima de la “parra”, un golpe seco
de muñeca hacía que la “parra” quedase espolvoreada (lo puedes intentar, pero
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con harina y en la terraza. Luego, lo barres). “Parra” a “parra” y surco a surco,
quedaba todo el patatal manchado de blanco azulado. Al día siguiente, los surcos
aparecían “sembrados” de escarabajos muertos: padres e hijos.
Una variante del sistema anterior consistía en echar los polvos en un bote,
hasta la mitad, y taparlo con una media de señora, como si fuese un pequeño
tambor. Inclinando adecuadamente el bote, encima de la “parra”, y con un leve
movimiento de vaivén horizontal, se conseguía el mismo efecto que con el
sistema anterior. Con el paso de las horas la mano se hinchaba y dolía
Otro procedimiento, pero más trabajoso aún, era disolver los polvos
insecticidas en un cubo con agua, y luego, con una escoba, ir rociando “parra” a
“parra”.
¡No me digáis que no era divertido!..……Pues,….¡¡NO!!
¿Has llegado hasta aquí leyendo?, ¡déjalo ya!, si quieres. Que porque yo
me lo este pasando bien escribiendo, tu no tienes por qué mortificarte.
Voy a ver si cambiando de estilo (más poético) te diviertes más.
Allá, por el mes de noviembre, de mañana, la niebla impedía que los rayos
del sol acariciasen los tejados de las gélidas casas del pueblo. Los cerdos, en sus
malolientes y sucias pocilgas, se desperezaban. Ignorantes de las viles
intenciones que su dueño había tramado para ellos (en los días precedentes),
esperaban el condumio matutino. Un hombre, con cara de bueno, abría de par en
par la chirriante puerta, y, amablemente, los invitaba a pasear por el amplio
corral. No sabían, aún, que se trataba de su último paseo. Sin comprender, muy
bien, qué hacía en medio del corral otro hombre (éste, ya tenía cara de malo) con
gancho en mano, se mantenían expectantes ante el bullicio reinante.
Sus dudas se multiplicaron cuando el hombre malo, despiadadamente,
clavó el gancho en el rollizo cuello de uno de ellos. Los chillidos ensordecedores
del clavado acongojaron al resto de la robusta piara.
Cuatro hombres más, con cara de malos (¿también?), se abalanzaron
sobre él, y levantándolo del suelo, lo acostaron tiernamente sobre la fatídica y
tétrica mesa.
¡Qué bonito!, el nuevo estilo de escritura.
Con la cabeza y cuello fuera de la mesa, el cerdo no esperaba que, después
que el matarife acariciara su cálida garganta en busca del punto mortal, le clavara
un gigantesco cuchillo hasta sajarle su arteria principal. Sangraba, y sangraba.
¡Chillaba!, y ¡chillaba! La vida se le iba. Sus últimos alarmantes chillidos
entrecortados sacaron de toda duda al resto de la manada: el buen trato que, hasta
entonces, su dueño había mantenido hacia ellos tenía un precio, una explicación.
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En el fondo, muy en el fondo; pero, muy en el fondo, comprendieron su “divino”
destino: ser el más imprescindible, maravilloso, jugoso y exquisito alimento de
aquellos sencillos campesinos. Sus vidas habían tenido sentido, y merecía la pena
haberla vivido tan glotona y plácidamente: sus cuerpos eran grandes, robustos y
hermosos. Se sintieron orgullosos de sí mismos.
Uno, y otro, y otro, hasta los seis, corrieron la misma sádica suerte.
Sin dejar de remover (para que no se coagulase) la líquida, cálida,
humeante y roja sangre que de las gargantas había emanado y caído en el
“barreño”, un par de curtidas mujeres lo llevaron a la cocina, y pusieron sobre las
amarillas y danzarinas llamas de la “lumbre”, para que, lentamente, se cociera.
Parte de la sangre, coagulada y troceada, y mezclada con hígado,
igualmente troceado, se sazonaba y freía en la ennegrecida sartén. Y así, se
componía el primer opíparo plato de la fría mañana (para “almorzar”). ¡Ideal!,
para los niños, y no tan niños, de hoy. ¿No? ¡Pues, estaba bueno!
En el frío suelo del corral, y con alargadas pajas de cereales y/u otras
malas hierbas bien secas, se “chamuscaban” los cuerpos peludos de los
sacrificados “marranos”. Una vez libres de sus copiosos vellos, eran colgados de
forma humillante, boca abajo, de una vieja, pero aún, robusta viga que a algún
tejado sostenía.
Este poético estilo de escritura, aunque los fructíferos cerdos se lo han
merecido, me resulta un poco pedante y cursi; así que, volvamos a cambiar.
¿No te parece? ¡Ah!, ¿no? Pues a mi, ¡SÍ!
Si estás interesado en los procesos siguientes de la “matanza”, díselo a
algún vecino de Constanzana, de los que aún la realice, y gustosamente te
invitará a contemplar y participar en ella. Yo, por mi parte, bastante he hecho
con narrarte lo más impactante. Así que, os dejo “colgaos”: a ti, y a los cerdos.
Y ahora, para relajarnos un poco, te contaré una tierna historia. Lo
haré con una poesía; pues, llevo horas escribiendo y solamente he llenado seis
páginas. Y es que, yo me digo: ¿si hago los renglones más cortos? ¡Avanzaré
más!
Creo,( te darás cuenta),
mi más intrépido lector
y que nadie lo desmienta,
que si yo fuera escritor,
y pretendiera ser poeta
nunca llegaría a la meta.
Mi amiguita
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Merendando esta tarde yo iba
con mi pan y racimo de uvas.
Al doblar una esquina me cruzo
con una niña que se llama Dulcinea.
Sóla, y sin merienda en la mano,
a su casa deseaba llegar.
Tres años tendría. ¡No más!
Tiritaba de frío - ¡Pobrecilla!Me pidió si la podía acompañar.
Una tarde fría de diciembre
de un día invernal.
Las calles solitarias,
ni los pájaros cantaban.
¡Qué tarde, qué tarde!
¡Qué hora, qué frío!
¡Para hacerse de acero los cuerpos!
¡Para hacerse de oro las almas!
Y la niña, ¡qué sin abrigo iba!
¡Me daba una lástima
que pudiera enfermar
una niña tan guapa,
una niña delgada,
muy bonita de cara,
con ojos azules,
con su pelo moreno
y sus trenzas ya largas!
¡Pensar que enfermando pudiera
permanecer largo tiempo en cama,
subirle la fiebre,
dolerle la garganta,
visitarla el médico,
pincharla en la nalga!
¡Pensar que se complicara
el proceso de cura
y se pusiese muy mala,
con grandes dolores
llorara y llorara,
y la fiebre muy alta!…
¡Niñita pequeña!
¡Abrigo no tiene!
¡A mí no me hace falta!:
-toma mi chaqueta,
que hace mucho frío;
abrígate pequeña,
no debes enfermarElla tiene padres
de tiernas entrañas
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pero son muy pobres
y la ropa les falta.
Llegando a su casa
por la calle larga,
miraba yo la iglesia,
con su torre alta,
pensaba: (¡qué bonito es,
con su calle larga!),
mi pueblo del alma;
con Jaraíces de “anejo”,
en medio de España,
en el centro del mundo
le rodean las galaxias.
Y la niña miraba
mi pan y mis uvas.
Le di mi merienda,
me quedé sin nada,
pues me habló la conciencia
muy duras palabras,
y se la comió con ganas.
Diciéndome, que
el mendrugo de pan
y la cebolla picante
a ella no le gustaba,
un tierno beso infantil
selló ella en mi cara.
Le dije con voz de cariño,
al llegar a su casa que,
a su madre a la noche, dijese:
- quiero merendar en su casa;
es un niño muy bueno;
me dio su merienda,
me prestó su chaqueta.
Me ha pedido que sea
su amiguita pequeña
y quiere invitarme mañana..Como no me sale una rima
he plagiado a Gabriel y Galán;
aunque, sí, me ha dado grima,
dando muestras de patán.
Pero, como nada he de cobrar,
bien me lo podrá perdonar.
¡Están ya cerca!: las cuatro.
¡Cuán hermosa veo!: la cama.
No son horas de teatro,
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y se me antoja un drama.
Pondré todo mi corazón y esmero.
Se abre el telón: constanzanero
Nubes tormentosas
Personajes
Camacho: el amo
Anselmo: el capataz
Leandra: la sobrina
Clenardo: el novio
En medio del escenario, una “cabaña de era”: ocho palos de tres metros
formando un cono cuya base circular tiene dos metros y medio de diámetro y todo ello
cubierto con ramajes de pinos, menos un espacio (mayor que los demás) entre dos
palos formando la puerta que sólo lleva ramaje a partir de los dos metros. Por la parte
exterior de la cabaña y al lado de la puerta, apoyados: “horcones”, “garietas” de
madera, “bieldos”, y “garios”
En el lado izquierdo del escenario: un carro con “estacones” al fondo, y al
frente una “pesebrera” de madera de dos metros de larga.
En el lado derecho: pajas de cereales, medio largas, esparcidas
Acto primero
Escena I
Entra en escena Camacho, por la izquierda, paseando. Se mete en la cabaña y
sale enseguida, y sacando la petaca, se echa tabaco en la mano. Empezando a liar un
cigarro, entra Anselmo por la derecha.
Anselmo
- Buenas tardes, amo.
Camacho
- Buenas. (Sacándose la petaca del bolsillo) Toma. Hazte un
pitillo.
Anselmo
- Gracias
Camacho
- ¡Bueno!, y ¿Cómo va todo? He estado liado con unos
asuntos y no he podido pasarme por aquí esta tarde.
Anselmo
- Todo bien. Acabamos de dar la vuelta a la “parva”.
Espero que antes de que se ponga el sol esté trillada.
Camacho
- No lo creo. Esas nubes que se acercan, vienen muy
cargadas. Ayer había muchos regueros de hormigas, y se
oían los pitidos del tren. Tú sabes, que esa es muy mala
señal.
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Anselmo
- Y antesdeayer, por la noche, el cielo estaba empedrado.
Camacho
- Dile a los otros “mozos” que arreen las mulas.
Anselmo
- (Da un silbido) ¡Eh! ¡Arread las mulas!
Escena II
Por la izquierda entra Leandra con una cesta grande de la mano y dirigiéndose
a la cabaña.
Leandra
- Buenas tardes, tío. Hola, Anselmo.
Camacho
Y Anselmo - Hola, Leandra
(Metiéndose en la cabaña sale en seguida sin la cesta).
Leandra
- Mi tía me ha mandado que os traiga la merienda. Ahí la
tenéis.
Camacho
- ¡Y mis hijos! ¿No ha podido traerla ninguno?
Leandra
- Me dijo mi tía: que Nicolás esta en la huerta “escardando”;
y Vivaldo, anda por ahí jugando, por el pueblo, y no sabe
donde esta; y que si se la podía traer yo. Le dije que sí.
Camacho
- Eres muy amable: Gracias ¿Has visto que nubarrones viene
por allí?
Leandra
- Si. Ya los he visto.
Anselmo
- ¿Cómo van las cosas con Clenardo?
Leandra
- Muy bien. Ya tenemos los planos de la casa y a finales
del año que viene nos casaremos. Si Dios quiere.
Camacho
- No me habías dicho que ya tenías los planos.
Leandra
- Nos llegaron esta mañana. ¡Bueno, me voy! ¡Que no me
quiero mojar! Hasta luego. (sale por la izquierda)
Escena III
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Anselmo
- Por fin, se casa con Clenardo. Su padre, hace años, quería
que se casase con el hijo del Sr. Haldudo que tiene más
tierras que el Sr. Lotarios.
Camacho
- Sí, pero ella se ha enamorado de Anselmo. Y ya sabes que,
en esas cosas, los padres no nos podemos meter. ¡Qué rápido
se acerca la tormenta! ¡Ya se oyen los truenos! Pronto
empezará a llover.
Anselmo
- Se ha levantado el viento y eso, no me gusta nada.
Camacho
- ¡Pues, mira!: Dile a los demás que desenganchen las mulas,
y os vais todos a casa. Que no faltará qué hacer.
Anselmo
- (mientras va hacia la salida de la drcha. y sale) Hasta luego.
Camacho
- (mientas va hacia la salida de la izqda. y sale) Hasta luego.
Mi esposa, una vez terminadas sus tareas matutinas, y leído todo lo
anterior, me dice y “ordena”: “no esta mal”, y “que no me extienda demasiado
para no cansar al lector”.
Acto segundo
(Camacho y Anselmo, de pie, charlando al lado de la cabaña)
Escena I
Camacho
- ¡Puñeteras tormentas! ¡No dan más que trabajos! Y,
menos mal que llevamos dos días sin agua y, por fin, se
secará la “parva” hoy.
Anselmo
- Llevamos ocho días dándole vueltas a la misma “parva”, y
no hay manera de poderla amontonar en el “pez”. Sale el
sol. Casi se seca y, ¡vuelve a llover! ¡Y otra vuelta!
Camacho
- Los gallegos ya pudieron segar ayer todo el día.
Anselmo
- Si no llueve más, mañana volveremos a la normalidad.
Camacho -
Sí. ¡Claro! Mañana os vais todos a “acarrear” lo que han
segado estos dos días, y lo hacináis al otro lado de la
“parva”, para no mezclarlo con la mojada. Y después de
almorzar os ponéis todos a trillar. Por la tarde vengo con
mis hijos y, mientras nosotros trillamos, termináis el “pez”
de cebada.
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Anselmo
- De acuerdo, amo.
Camacho
- ¡Bueno!, si no llueve esta noche. La atmósfera que veo no
me gusta nada.
Anselmo
- Espero que no. No olvide usted la promesa: llevarnos a los
toros de las Ferias de Salamanca cuando la cosecha llegue a
las dos mil “fanegas”. Y yo creo que, este año, por fin,
veremos toros. Por allí viene su sobrina con Clenardo.
Camacho:
- Hacen buena pareja.
Escena II
(Entran Leandra y Anselmo por la izquierda)
Leandra y
Clenardo
- Buenas tardes.
Camacho y
Anselmo
- Buenas.
Camacho
- ¡Qué! ¿Dando un paseo?
Clenardo
- Sí. Como no hay mucho que hacer, le dije a mi padre que
me iba a dar un paseo con Leandra. ¿Va todo bien?
Anselmo
- Bien. Haciendo planes. Y los vuestros, ¿cómo andan?
Leandra
- ¿Los nuestros? ¡De locura! Mi padre quiere que
contratemos a unos albañiles de Langa; el padre de
Anselmo, qué si son mejores los de Papatrigo. Qué si hay
en Fuente El Sauz uno que, ahora, vende más barato el
cemento que el de Arévalo. Clenardo quiere que las puertas
nos las hagan en Cabizuela. ¡Y cuarenta mil cosas más!
Camacho
- ¿Habéis fijado la fecha de la boda?
Clenardo
- Ahí estamos, dando vueltas. Pero, será después del verano
que viene.
Anselmo
- Pues sí. Después de acabar las “era”, y antes de San Martín,
no son malas fechas.
Clenardo
- Ya veremos. Leandra: ¿Vamos a la “era” de mi padre a
ver que cuenta?
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Leandra
- Nos vamos.
Leandra y
Clenardo
- Adiós.
Camacho
- Qué lo paséis bien.
Anselmo
- Hasta luego.
(Clenardo y Leandra salen por la izquierda)
Escena III
Camacho
- Estuve viendo los planos y la casa les va a quedar bonita,
aunque la veo un poco pequeña.
Anselmo
- Es que hoy en día, no tienen que ser tan grandes como las
de antes.
Camacho
- Tienes razón. Pues, nada, A las tareas: Tú a seguir dando la
vuelta a la parva con los demás, y yo, “barreré por encima”
el “muelo” de cebada, y si se levanta el aire, limpiaré algo
del “pez”.
(Salen los dos por el lado derecho)
Acto Tercero
Escena I
(Camacho y Anselmo, de pie, charlando y fumando al lado de la cabaña)
Anselmo
- He estado mirando la dichosa “parva” y no merece la pena
darle la vuelta. Después de más de veinte días extendida y
mojándose, ¡esta fatal.
Camacho
- No tiene solución. Ya veré qué hacemos con ella. Pues,
todos los granos de trigo se han hinchado con el agua y han
germinado. Huele a moho. Y, por todos los lados, los bajos
de la “hacina” grande están igual que la “parva”.
Anselmo
- ¡Qué lástima! Después de tanto trabajo….
Camacho
- Lo peor es que, las tormentas, han machacado todos los
trigales y, no “tienen siega”. Ayer noche, despedí a los
gallegos. No les pagué todo lo que habíamos contratado,
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pero quedaron conformes, y se fueron contentos: los
contraté para el año que viene.
Anselmo
- ¡Adiós, toros de Salamanca!
Camacho
- Para el año que viene. Ya sabes, que esto es así. Un año
no llueve en primavera, otro no llueve en la sementera, otro
se apedrean los cereales, otro se hielan las remolachas,
otro se pudren las patatas, otro un rayo mata dos mulas,
otro…Confiemos en que el año próximo salga redondo.
“Dios aprieta, pero no ahoga” Éste, nos “apretaremos los
machos”
Anselmo
- ¡Qué remedio queda!
Escena II
(Entran Leandra y Clenardo por la izquierda)
Leandra y
Clenardo
- Buenas.
Camacho
- ¡Buenas! ¡No os habíamos visto venir! Me ha dicho mi
hermano que habéis aplazado la boda. ¿Cómo es eso?
Clenardo:
-¿Qué quiere Sr. Camacho? Lo hemos dejado para dentro de
dos años. A ver si, la próxima cosecha, viene buena y se
puede hacer algo de dinero, que con los ahorrillos que tenían
mi padre y el padre de Leandra, no da para hacer la casa.
Leandra
- Sí, ¡dentro de dos años! Pues, ya se sabe: “el hombre
propone y Dios dispone”.
Anselmo
- ¡No pasa nada! Un año más de novios. Y, ¡Mejor!
Leandra
- ¡Sí tu lo dices, Anselmo!
Camacho
- Dejemos la fiesta en paz. Mira Leandra: les dices a tus
padres que, como es el cumpleaños de tu primo Nicolás,
vayan a mi casa esta noche, después de cenar, a tomar unas
pastas y una copita de coñac o de anís. También vais
vosotros dos y así echamos una brisca los seis. Tu madre, tu
tía y yo contra tu padre, Clenardo y tu. ¿Vale?
Clenardo
- ¡Vale!
Leandra
- ¡Vale! Entonces, hasta luego.
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Clenardo
- Hasta Luego.
Camacho y
Anselmo
- Hasta Luego
(Salen Leandra y Clenardo por el lado izquierdo)
Escena III
Camacho
- Escucha, Anselmo. Vamos a hacer lo siguiente:
1º) Te coges el gancho, y vas retirando toda la mies de la
“hacina” grande que esté inservible, todo lo de alrededor: lo
germinado y mohoso.
2º) Mientras tanto, que los demás vayan extendiéndolo por
encima de la “parva”.
3º) Yo, voy a hacer algo por aquí.
4º) Cuando hayáis terminado y, yo me haya ido (que no
quiero ni verlo)
Anselmo
- ¡Amo!
Camacho
- ¡Calla! Y sigue escuchando.
- Le dices a Crisóstomo, que tiene más agallas, que se quede
contigo. A los otros, que se vayan a casa, que vayan echando
de comer a las mulas, y haciendo otras “azanas”.
5º) Entre los dos, le prendéis fuego a la “parva”. Y cuidáis
que no se incendien las “hacinas”: que sólo arda, la “maldita
parva”.
Anselmo
- ¡Amo! ¿Me pide a mí que haga eso?
Camacho
- ¡Claro! No se lo voy a pedir al vecino.
6º) Les dices a todos, que después de cenar, se esperen un
poco, que cómo es el cumpleaños de Nicolás, os quiere
invitar a unas pastitas y a unas copas de coñac.
¡Y venga! ¡Vamos! ¡A las tareas!
(Y saliendo ambos por la puerta de la derecha)
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Anselmo
- Cómo usted mande, amo.
FIN
Haciendo caso a mi esposa (¡”como siempre”!), voy a tratar de
encontrar la manera de finalizar el artículo.
No solamente había escasez de muchas cosas y dramas, también se dieron
casos de muertes violentas.
Una pared, de un “pajar”, se cayó y … a un niño (apenas si sabía andar)
cuando iba en busca de su madre. Todos los del pueblo sufrimos amargamente tal
pérdida.
Unos años antes, una señora se … con el cuchillo de cocina.
Y un señor del pueblo me contó que, no hacía muchos años, el mayoral de
una cuadrilla de segadores gallegos, con una hoz, … a su “rapaz”.
Pero también disfrutábamos de infinitas cosas buenas (¡menos mal!):
-
Los niños, en los recreos, realizábamos infinitos juegos (qué cómo
tengo que ir terminando, no puedo relatar). Y cuando no había
escuela, todo era juguetear y corretear por las calles. No faltaba alguna
que otra infantil, divertida e inocente trastada. ¡Qué imaginación
teníamos para hacerlas!
-
Los jóvenes, también se divertían de muchas maneras.
-
Las señoras, para que decir:… ….
-
Los señores: ¡con sus cartas! y …
-
¿¡Y en las fiesta del pueblo!? ¡Y de otros pueblos cercanos!
¡Sí, también se trabajaba mucho!, porque las “azanas” y oficios a realizar
eran cuantiosos. Solamente los voy a enumerar. Para los distintos oficios había:
Albañil
Carpintero (hacía hasta los ataúdes)
Sastre
Músico
Panadero
Cura (vivía en Cabezas)
Barbero
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Camarero
Capador
Herrero
Herrador (venía el de Fontiveros)
Médico (vivía en Cabezas)
Veterinario (vivía en Collado)
Pastores
Zapatero (venía el de Narros)
Tendero
Tejero
Cestero
Me habré dejado algunos, pero, ¡ya está!, ¡que me voy a devanar los
sesos! Todos tienen una larga historia, y anécdotas, para contar; pero…
En cuanto a las “azanas” (taréas) la lista es interminable:
Arar
Arar a vertedera
“Aricar”
Arrastras las “tierras”, la “parva”.
Sembrar trigo, avena, centeno, cebada, garbanzos, algarrobas.
Sembrar productos de huerta.
Escardar
Abonar
Regar los productos de huerta. (¿Ya sabes hacer “eses”?)
Entresacar
Segar los cereales, la alfalfa, el heno.
Hacer “haces”
“Acarrear” la mies.
“Hacinar”
Extender la “parva” desde la “hacina”
Trillar
“Voltear la parva”
Recoger la “parva”
Limpiar el “pez”
…………
¡Me están entrando unos sudores, con tantas tareas! Además, esta tarde
hace calor. Voy a ver si hago algo para que se mueva un poquito el aire.
Enseguida me siento, y sigo.
¡Crissssssssssssstalclak!
Te describiría todas esas “azanas”, y muchas más que se realizaban,
pero, …¡ ya sabes!, ¡amigo:! “Donde manda patrón, no manda marinero”.
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Todo lo relatado en este artículo ha sido producto de mi imaginación.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Menos los nombres
de los personajes, que fueron producto de la imaginación de Cervantes. Si
alguno se identifica con algún hecho que lo diga, si quiere; y si no, que lo calle
para siempre.
Al principio, os dije que había estado tentado muchas veces de escribir
un artículo sobre Constanzana, pero lo que realmente me ha impulsado a
hacerlo es que, hace unos días, después de comer, me quedé dormido en el sofá
viendo la televisión y tuve un sueño un tanto rarillo y desconcertante, y que os
voy a narrar: soñé que,
Un par de años después
era un día caluroso de verano, y mi madre me había
castigado a dormir la siesta: se había enterado de que después de comer, casi
todos los niños, con otros muchos que ya no lo eran, nos íbamos a bañar (por
cierto, “en pelotas”) a la laguna del camino de Cabezas (“La Hoguera”)
Pero, yo, que me las sabía todas, cuando creí que ya mis padres dormían y,
sin hacer el más mínimo ruido, me levanté y dirigí del dormitorio a la puerta de
la calle. Pero, ¡hete aquí qué!, mi madre, que también se las sabía todas, y unas
pocas más, me estaba esperando escondida tras ella (tras la puerta, claro).
Agarrándome de las orejas me llevó hasta la cama. Con lágrimas en los ojos y
pensando en lo dura y cruel que era la vida (¿era tan agudo a esa edad?), y
empezando a imaginarme un mundo mejor, me quedé dormido. Soñé que:
-
Unos señores habían venido desde Ávila y marcaban con pequeñas
estacas una carretera que, pasando por el pueblo, y por Collado, uniría
Crespos con otra carretera lejana.
-
Un vecino del pueblo había comprado una máquina, que arrastrada por
mulas, segaba dejando la “mies” “en gavillas” sobre la tierra, y que
nosotros llamábamos “chicharra”.
-
Otro señor del pueblo acababa de traer un aparato de radio; en el cual,
se ve a las personas que hablan.
-
Y en el bar, unos señores del pueblo discutían, y decían: las “tierras”
son muy pequeñas y tendríamos que hacer fincas grandes en todo el
“término”.
Unos ladridos de perros, balidos de ovejas y silbidos de un pastor me
despertaron. Recordando el sueño me quedé, con ambas manos en la nuca,
plácidamente imaginando el futuro (¡como Julio Verne!):
18
-
¿Si en lugar de una “chichara” se fabricasen máquinas, con un motor,
que segasen, trillasen, limpiasen y ensacasen el trigo?, no tendríamos
que trabajar tanto. Pero claro, tendríamos que tener fincas grandes.
Habría que realizar una concentración parcelaria. Y para arar esas
fincas tan grandes, tendríamos que tener otras máquinas muy potentes,
y que también pudieran llevar un carro grande para transportar el grano
desde la finca a la “panera”. ¡Ah! Y esa máquina de segar no haría
falta que ensacase, pues en el carro grande de la máquina de arar se
podía echar el trigo a “granel”, y ¡no habría que cargarse los sacos a
hombros!
-
Para sembrar y cosechar las patatas, otra máquina, arrastrada por la
máquina de arar, nos evitaría, aún, más trabajo.
-
Y otra que...
-
Y otra…
-
Con lo cual, se ahorraría mucho dinero en jornaleros, aunque se pagase
bastante más a cada uno, y no tendríamos que trabajar tanto.
-
Y todos, con tanto dinero, nos compraríamos un aparato de radio como
el del sueño (tendríamos mucho tiempo para aprender cosas y ver el
mundo) y un coche para viajar por la carretera cuando estuviese hecha.
Y un……
-
Pero, si los obreros no tienen casi trabajo y los dueños tienen que
trabajar tan poco, muchos se tendrán que marchar del pueblo a las
ciudades a fabricar las máquinas, las radios del sueño, los coches,
las……
-
El pueblo se quedará casi vacío. Y todos dispersos, por las ciudades, ya
no podremos convivir juntos: ni reír, ni jugar, ni trabajar, ni hablar, y,
ni compartir las penas y alegrías.
-
Pero bueno, viviremos mejor en las ciudades que aquí en este pueblo.
¿O no? Yo creo que sí. Aunque, ¡podía ser que no! ¿Quién me lo puede
decir? Se lo explicaré al “Sr. Maestro”; y, a ver que me contesta él.
En estos pensamientos estaba, cuando mi hermano, entrando por la puerta
del dormitorio, me dijo:
- Levanta, que ya es tarde y tenemos que ir a la “era”: a “trillar” –
Soñaba que, subido en el “trillo”, daba vueltas en la “parva”.
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Unas estruendosas sirenas de bomberos y ambulancias me despertaron. La
televisión estaba dando las noticias de última hora; después de escucharlas un
rato, malhumorado (por lo que estaba oyendo), la apagué y me fui a dar un largo
paseo.
Ya veis que sueño “tan increíble” me animó a escribir este artículo.
Mientras paseaba, y recordando mi sueño, pensaba, ¡qué ahora sí!, ¡qué
ahora sí!, podría contestar, mejor que el “Sr. Maestro”, al niño de mi sueño. Que,
“casualmente”, era yo.
Y le diría:
Que si la……...
Y si el… ……
Pero, que si los………
Me siento cansado de tanto escribir, y mis ideas ya no afloran a mi
mente. Pero mañana es domingo, y tengo toda la noche, y el día, para dormir y
descansar.
¡Viva Constanzana!
La noche está serena y, las calles, van quedándose en silencio. Es buena
hora para cenar algo e irme a la cama:
¡Buenas noches!
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