Hace poco más de un año empezamos con la tarea de presentar

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LITURGIA, ESPIRITUALIDAD Y PIEDAD POPULAR
Hace poco más de un año empezamos con la
tarea de presentar una serie de aspectos ineludibles
para entender la naturaleza de la liturgia según el
espíritu del Concilio Vaticano II. Hoy concluimos esta
serie de consideraciones refiriéndonos a la relación que
existe entre liturgia, espiritualidad y piedad popular.
Tema que abordaremos de la mano del Magisterio;
pues lo que nos interesa no es exponer opiniones
personales, sino conocer la voluntad de Dios, tal y como
la Iglesia nos la transmite.
Iniciamos -entonces- nuestra reflexión citando
justamente la Constitución sobre la sagrada liturgia
“Sacrosanctum Concilium”, en donde se habla de nuestro
tema partiendo de la clara comprensión de la liturgia como acción sagrada de
eficacia inigualable (n° 7). Por ser memorial de la Pascua de Jesucristo, todo acto
litúrgico es objetivamente redentor, ya que nos concede de manera directa e
inequívoca los bienes salvíficos que nos dan la vida eterna. En consecuencia,
cualquier celebración litúrgica, sea cual sea su naturaleza y las circunstancias de su
realización, es espacio donde Dios nos da realmente su salvación.
La Iglesia reconoce -sin embargo- que «[…] para asegurar esta eficacia plena es
necesario que los fieles accedan a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo […]»1;
para lo cual es de suma importancia el ejercicio de la oración personal y de las
prácticas propias de la “piedad popular”: como son el rosario, el “Via Crucis” y las
procesiones, entre otras. Pues, aunque estos ejercicios no cuenten con la fuerza
memorial y la consecuente eficacia de la liturgia, son esenciales en el plano de la
disposición.
La liturgia pone ante cada persona los tesoros de la redención, la oración
personal y los ejercicios de piedad ayudan para que ese don de Dios sea bien
recibido por los fieles. Se trata de la misma diferencia que el Papa Pío XII había
hecho entre “piedad objetiva” y “piedad subjetiva”: mientras que la primera, que
encontramos en la liturgia, ofrece directamente los bienes de la redención; la
segunda, que se da en los ejercicios de piedad popular y la oración personal,
dispone para recibir esos bienes. Pero, al recodar esa distinción, no podemos
olvidar que aquel mismo Pontífice enseñaba que nunca será correcto privar a una
de la otra2. La liturgia necesita de la buena disposición que la piedad popular y la
oración privada facilitan; pero éstas sin la liturgia serían solamente un anhelo que
generalmente no alcanzaría una resolución plena.
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, “Constitución sobre la sagrada liturgia ‘Sacrosanctum Concilium’ ”, n° 11:
Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones, decretos y declaraciones. Edición bilingüe promovida por la Conferencia
Episcopal Española, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2004 3, p. 225.
2 Pio XII, Encíclica sobre la sagrada liturgia “Mediator Dei”, n° 41-52.
1
No ha de extrañarnos -por lo tanto- que el Concilio Vaticano II concibiera la
liturgia profundamente unida a la piedad popular. Tanto, que llegó a pedirnos que
ésta y la oración personal…
«[…] se organicen teniendo en cuenta los tiempos
litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada
liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al
pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está
muy por encima de ellos»3.
Entendemos así que un cristiano consciente y dócil debe darle la
importancia debida al rosario, a las procesiones, a una novena y a cualquier otra
forma de piedad popular. Pero no podrá nunca pensar que la celebración de la
Eucaristía o de la Liturgia de las Horas puedan ser sustituidas por alguno de esos
ejercicios. No dejará de asistir a un acto litúrgico por participar de alguna de esas
actividades. Más aún, vivirá incluso su oración personal tomando como punto de
referencia el ritmo y las perspectivas de meditación que la Iglesia está viviendo en
un determinado día o periodo del año.
Al actuar de esta manera, el creyente construirá, además, una sólida
identidad cristiana. Pues, aunque bien sabemos que la espiritualidad no se reduce
a los momentos de oración, sino que comprende toda la existencia cristiana4, es
claro que una adecuada vida de plegaria ayudará a conseguir ese objetivo. Será
más fácil vivir toda la existencia como un ejercicio constante de caridad que dé
culto ininterrumpido al Padre, si el creyente se sostiene en una vida de oración
desarrollada según el sentir de la Iglesia. Pues eso no sólo facilitará un
conocimiento integral y sistemático del Misterio de Cristo, sino que al mismo
tiempo propiciará el espíritu comunitario y la actitud de obediencia, valores
esenciales de la espiritualidad cristiana.
No podemos propiciar -entonces- las divisiones que el Concilio Vaticano
quiso superar. Es absurdo pretender la
edificación de una auténtica vida espiritual
al margen de la liturgia, pero tampoco
podemos pretender quedarnos en una
práctica cultual que no nos lleve al ejercicio
de la más auténtica caridad. Nadie puede ser
“litúrgico” sin ser “espiritual” y caritativo,
pero tampoco existe una espiritualidad
alitúrgica. Una realidad es inconcebible sin
la otra.
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, “Constitución sobre la sagrada liturgia ‘Sacrosanctum Concilium’ ”, n° 13:
Concilio Ecuménico Vaticano II…, p. 225.
4 Cf. Primera Carta del Apóstol Pedro; CONCILIO VATICANO II, “Decreto sobre la formación sacerdotal ‘Optatam
Totius’ ”, n° 8: Concilio Ecuménico Vaticano II…, p. 665.
3
La verdadera espiritualidad cristiana se entreteje en la liturgia. Pero eso no
autoriza para hacer una mezcla indiscriminada entre elementos que, por ser de
naturaleza diversa (objetiva-subjetiva), pertenecen a ámbitos diversos. Por eso, el
Magisterio de la Iglesia no sólo ha pedido dar preeminencia a la liturgia respecto
de la piedad popular, sino que además ha dicho que «[…] no pueden mezclarse las
fórmulas propias de los ejercicios de piedad con las acciones litúrgicas; los actos de piedad y
de devoción encuentran su lugar propio fuera de la celebración de la Eucaristía y los otros
sacramentos»5.
Esto no significa que la Iglesia no valore los ejercicios de piedad popular, al
contrario, los valora tanto que no sólo les da un lugar adecuado, sino que además
nos pide mantenernos vigilantes para que no se enturbien con elementos ajenos a
la auténtica fe y práctica cristianas. Pues, al desarrollarse espontáneamente en los
distintos pueblos de la tierra, esos ejercicios de piedad y devoción pueden verse
mezclados con elementos menos puros.
No es extraño que en su discurso a los Obispos de Aparecida, el Papa Benedicto
XVI dijera que es un gran tesoro que se debe «[…] proteger, promover y, en lo que
fuera necesario, también purificar»6. Tres verbos que han acompañado siempre la
reflexión eclesial sobre la religiosidad popular, tres verbos que hoy deben seguir
siendo asumidos como dimensiones complementarias e insustituibles de una única
realidad.
Podemos decir -entonces- que en este tema de “Liturgia, espiritualidad y
religiosidad popular”, la Iglesia nuevamente
nos está pidiendo una actitud integradora y
sistematizante. Debemos tomar elementos un
tanto diversos y ponerlos en correlación, dando
a cada uno el lugar que le corresponde; al
tiempo que, dejando de lado cualquier
simplismo, hemos de mantenernos vigilantes
para pulir aquello que requiera algún ajuste
para manifestar todo su brillo.
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad popular y
la liturgia, n° 13, Bogotá: Centro de Publicaciones del CELAM, 2002, p. 28.
6 BENEDICTO XVI, “Discurso inaugural”: V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento
conclusivo, Bogotá: Centro de Publicaciones del CELAM, 20073, p. 9.
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