UN RECORRIDO POR EL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO DE LA EDAD MODERNA EN ARANJUEZ. Cristóbal Marín Tovar Profesor del CES Felipe II (Titulación de Turismo) Existen diferentes caminos para llegar al conocimiento de una ciudad. Podemos mirarla a través de su historia, de sus vivencias políticas y económicas, de actuaciones diversas de sus personajes célebres, de su paisaje, de sus ideologías, y también desde el valor de los monumentos artísticos que posee. El conocimiento del Real Sitio de Aranjuez no lo hemos recibido a través de una sola dirección; lo hemos alcanzado desde una conceptuación diversa que ha sido reflejo de la "esencia" misma de su trayectoria histórica, y que ha obligado a mostrarla con el tono de minuciosidad y de valor que exigen las ciudades de obligada cita. Globalizando la visión de la lectura artística de Aranjuez, sabemos que fue localidad antigua y medieval; que recibió los mejores ecos del Renacimiento, y se convertiría sucesivamente en una ciudad barroca por antonomasia. Fue lugar al mismo tiempo romántico e industrial, paisaje a la ribera del Tajo y del Jarama con perfil de "ciudad-jardin", lugar residencial y de trabajo de esmerados artesanos, plaza favorita de Reyes y espacio para las fiestas. Por todo ello, decidimos enfocar en esta ocasión una lectura de la ciudad de Aranjuez a través de la reflexión sobre una serie de obras arquitectónicas monumentales realizadas entre los siglos XVI y XVIII por iniciativa de las dinastías de la Casa de Austria y de la Casa de Borbón, ya que fueron conscientes ambas de su riqueza histórica y del potencial que le otorgaba su situación geográfica excepcional. Aranjuez, en el siglo XVI, cambió de faz cuando se decide dejar atrás las construcciones promovidas por la Orden de Santiago, que había sido su potente directriz administrativa y de gobierno, y se entrega a un nuevo proceso estructural que toma pie en el Renacimiento, en un impulso promovido por la Monarquía, inspirada en el ejemplo del proyecto palacial definido por el impecable clasicismo con toque italianizante del arquitecto de Felipe II, Juan Bautista de Toledo (1 RIVERA, 1975). Este arquitecto, formado en Roma junto a Miguel Angel, trazaba en Aranjuez uno de los más hermosos palacios de la arquitectura española, a la par que procedía al levantamiento del Monasterio de El Escorial, cuya esencia arquitectónica fue en ambos casos, y en primer lugar, fruto de la sensibilidad de este gran maestro. Desde nuestra perspectiva, fue a través de ambos edificios, habitados por los diferentes monarcas, desde donde se inicia y se consagra el verdadero clasicismo hispánico. Evidentemente, el PALACIO REAL DE ARANJUEZ, justificaría con su lenguaje puro la valoración de los edificios que al mismo tiempo nacían en su entorno, como pueden ser la Casa de Oficios o el llamado Cuarto de Caballeros, monumentos que quedaban vinculados en su funcionalidad al Palacio Real; pero organismos a su vez que se definían en lo artístico con gran autonomía (2 VERDÚ, M. 1989). El Palacio Real, que en la traza de su Capilla Real retraía a España nada menos que sutiles resonancias bramantescas, se convertiría desde aquel último tercio del siglo XVI, en el que se diseña, en imagen paradigmática que definiría el futuro trazado de la ciudad, que nacía ya desde entonces, en estructura urbana abierta y activa en su relación con el territorio que la rodeaba, compuesto por jardines, cotos, sotos y dehesas, sin perder en su expansión y en su crecimiento rural su estructuración urbana noble y representativa. El Palacio Real, junto a la ribera del río Tajo y abrazado por su propio cauce, fue monumento que incitó desde su comienzo a seguir una tendencia "regular" de expansión del entorno urbano, y que tuvo su momento álgido en el siglo XVIII, cuando son utilizados sistemas radiales concéntricos en la fachada oriental y occidental de dicho Palacio, o en la creación de espacios intermedios en forma de retícula u ortogónica, para un poblado equipado alrededor, que conformarían el esquema urbano de la ciudad de Aranjuez mediante un complejo diseño conocido como "Plan General", aprobado en el año 1750, y diseñado por el arquitecto piacentino Santiago Bonavía; plan que absorbía y superaba una serie de intentos de trazado urbano realizados entre 1730 y 1750 (3 TOVAR, V. 1997). Aquel "Plan General" de Bonavía, con sus sistemas ortogonales en forma casi de damero de ajedrez, tomaba como punto de referencia para sus viales y ejes sustanciales el Palacio Real diseñado por Juan Bautista de Toledo. Aquella proyección urbana será un esencial condicionante para un importante programa edilicio representativo, funcional y doméstico que albergará a una población residente que habia experimentado en un siglo un destacado crecimiento. Las obras del Palacio Real, a la muerte de Juan Bautista de Toledo en 1567, pasaron a manos de los más destacados artífices de Felipe II, entre los que figuraba Juan de Herrera. Sin embargo, y a pesar de múltiples esfuerzos, el edificio prosperó escasamente en aquella su primera etapa constructiva, y a la muerte del Rey, acaecida en 1598, tan sólo se habían levantado la Capilla Real, joya del arte clásico español, y el paso hacia la crujía meridional, ya que la crisis en la que ya se sumía el reino español en su conjunto fue causa también del estancamiento y demora de muchas de las obras proyectadas en época filipense. El Palacio Real de Aranjuez vio paralizado su proceso constructivo, y aunque hubo intentos destacados de prosecución de las obras en el siglo XVII, especialmente por el Arquitecto Mayor del Rey, Juan Gómez de Mora, muy poco fue lo que avanzaron, a pesar de que el edificio se había convertido en clara iniciativa estatal (4 TOVAR, V. 1986). Pero las intervenciones leves que en el edificio se realizaron en ese momento, nos muestran a través de las diferentes trazas que se levantan, que los planos de Juan Bautista de Toledo no habían sido alterados, por lo que seguían siendo respetados. El edificio del Palacio Real se mantenía en su tipología de patio cuadrado principal, cerrado por cuatro crujías, elevado en dos cuerpos principales, y en el costado occidental, donde se sitúa la fachada principal, figura la prolongación de dos alas coronadas en sus extremos por cúpulas de diseño clásico; la del costado meridional correspondía a la obra de la Capilla Real, realizada en vida por Juan Bautista de Toledo. Fue el Rey Felipe V quien decide tras la Guerra de Sucesión la continuación de las obras del Palacio Real de Aranjuez, dentro sin duda de un sólido programa de transformaciones de la ciudad que habían de enriquecer su patrimonio arquitectónico. Varias Comisiones, presididas por el Maestro principal del Rey, se dedicaban a perfeccionar un programa brillante de reformas en la ciudad de Aranjuez. Era la cimentación del planteamiento urbano-arquitectónico de una nueva ciudad que no dejaba en ningún momento de tomar como eje sustancial del nuevo trazado el Palacio Real iniciado por el citado Juan Bautista de Toledo. En primer lugar se emprendía la terminación del propio Palacio. Este hecho se llevó a cabo entre 1714 y 1740 (5 TOVAR, V. 1995). A la par se inicia la construcción de una nueva arquitectura religiosa, que tendrá como centro sustancial la Plaza de San Antonio y el espacio donde se asentaba la vieja iglesia de Alpajés. Más adelante será objeto del mismo impulso el templo y convento de San Pascual, situado en la zona de la propia expansión de la ciudad. El triángulo en el que se configuran los tres templos tendrá una clara vinculación a traves de sus cúpulas, con el eje cupulado a su vez, del Palacio Real. El trazado de los edificios no nacía en absoluto al azar, y se puede calificar el programa urbano-arquitectónico de Aranjuez que impulsó Felipe V de brillante y sobre todo, europeísta, especialmente porque los hechos urbano-arquitectónicos que se llevaron a cabo, estuvieron acompañados de nuevas estructuras económicas de producción, de nuevos sistemas de creación y distribución de sus riquezas agrícolas, forestales y ganaderas, y en definitiva, de un nuevo sistema socio-económico. Felipe V envió sucesivamente a Aranjuez para supervisar su magno proyecto, a sus principales artífices. Por allí pasaron Ardemans, Juan Roman, Leandro Brachelier, Esteban Marchand, Juvarra, Santiago Bonavía, Juan Bautista Sachetti y Sabatini, a los que se sumaron prestigiosos ingenieros y especialistas de todo tipo. Como ya hemos mencionado, el Rey dió prioridad absoluta a la terminación del Palacio Real, como eje de su vasto sistema urbano. En 1714 y bajo la supervisión de su Maestro mayor, Teodoro Ardemans, se inician las obras de finalización de dicho edificio. Las tareas de construcción fueron confiadas al ingeniero y maestro Pedro Caro Idrogo, el cual estuvo al frente de dichas obras hasta su muerte, en 1732. Caro Idrogo había logrado cerrar para entonces las cuatro crujías del Palacio, terminó el Patio principal y procedido a la creación de la noble Escalera de Honor, en la que había utilizado el sistema de convergencia elíptica, único elemento modificado sobre el diseño original de Juan Bautista de Toledo. Entre 1732 y 1735 la obra del palacio fue conducida por los arquitectos e ingenieros franceses Brachelieu y Marchand, y en 1735 la obra de terminación del Palacio quedó bajo la responsabilidad de un italiano, Santiago Bonavía, arquitecto y decorador, nombrado entonces Maestro Principal de las obras de Aranjuez. Este gran artista, natural de Piacenza y que viene a España por recomendación del Marques de Scotti y de la propia Reina Isabel de Farnesio, se incorpora a la obras de Aranjuez de manera plena, considerándose como el artífice principal que hizo realidad el programa urbano-arquitectónico de Felipe V. Bonavía fue el autor de la transformación de la citada Escalera de Honor, modificando el sistema elíptico de Caro Idrogo y utilizando un sistema imperial, bastante común en la Europa barroca de aquel entonces (6 TOVAR, V. 1995). Fue también Bonavía el artífice de la fachada principal del Palacio, desarrollada con tres cuerpos y un pórtico adelantado que recuerda la arquitectura palacial romana berniniana. Los desperfectos que sufrió el Palacio, ocasionados en el incendio ocurrido en 1748, fueron corregidos por obra de este singular artífice italiano (7 TOVAR, V. 1996). Sin embargo, el Palacio Real no alcanzaría su configuración definitiva hasta la llegada al trono de Carlos III. Este Monarca determinó agrandar esta residencia real y encargó esta ampliación a su arquitecto, Francisco Sabatini. Sabatini dió un nuevo ritmo a las zonas residenciales del Palacio, y también a los espacios gubernamentales y administrativos; pero especialmente agrandó considerablemente la construcción con la incorporación de dos alas adelantadas en el lado occidental, alas que cerraría con una artística verja, con pedestales y estatuas, y estableciendo la incorporación en una de ellas, la situada al sur, de una Capilla Real de uso público, que convirtió en un organismo de extrema sutileza por su riqueza tanto estructural como decorativa (8 TOVAR, V. 1993). Desde esta Plaza Real, que quedaba configurada por las dos alas adelantadas, partían radialmente tres calles arboladas hasta el propio límite del río, solamente interrumpidas por dos bellos edificios cuartelarios. Con esta expansión, la fachada principal del Palacio Real recobraba una rica visión perspectiva. Estas tres avenidas guardaban correspondencia con las tres calles, radiales también, del sector oriental, confluyentes en el célebre parterre de Palacio. Caro Idrogo, S. Bonavía y F. Sabatini, consolidaban con sus aportaciones definitivamente el Palacio Real, añadiendo al clasicismo que sirvió de base al proyecto de Juan Bautista de Toledo una nueva formulación estilística acorde con el sereno y sutil barroco tardío de aquellos tiempos. Hemos de destacar un hecho relevante en el trazado de Aranjuez pensado y diseñado hacia 1750 por Santiago Bonavía: las plazas. Unas se dibujan como pausas del aglutinamiento ciudadano y responden al propio funcionalismo exigido por la actividad del núcleo poblacional. Este es el caso de la Plaza de Abastos, en torno a la cual se ciñeron panaderías, fruterías, verdulerías, carnicerías, etc... Otra fórmula nos la ofrece, pero con carácter contrario, ya que se instituye con una tendencia de tipo más representativo, casi ritual, tal vez impulsada por su proximidad al Palacio Real, la Plaza de San Antonio, a la que se incorpora un edificio religioso, y excepcional bajo el punto de vista estilístico y tipológico, que es la Capilla Real de San Antonio y su Monasterio de franciscanos de la Esperanza. Es en esta plaza donde Santiago Bonavía levanta la citada CAPILLA DE SAN ANTONIO, que se incorpora a un vasto plan urbano cerrado en forma rectangular, de capacidad muy amplia y alineado a la gran arquería de la antigua Casa de Oficios y su colindante Cuarto de Caballeros. En el costado opuesto también se perfilan siguiendo la misma rítmica arqueada y lineal, la Casa del Gobernador y Casa de Infantes. El edificio de la Capilla de San Antonio, situado como rico telón de fondo de la Plaza, se convirtió en una clave sustancial del desarrollo del arte barroco español, ya que auna en su tipología céntrica dos pórticos ondulados que penetran en el propio pórtico central, de estructura cóncavo-convexa. Bonavía dio a la Capilla de San Antonio un carácter dinámico, potenciando su perspectiva externa, ya que la concibe en forma de espacio de congregación exteriorizado, haciendo que en su interior tres altares en perspectiva lineal con los pórticos, se conviertan en puntos de mira o en verdaderos núcleos visuales del conjunto de fieles congregado en el exterior. La Capilla se convertía en el hito perspectívico más destacado de la Plaza, en su punto de confluencia visual más sensible y en el órgano de ruptura con su dinámica estructura, ya que contrasta con la quietud y la gravedad de la clásica Casa de Oficios y residencia de Caballeros (9 TOVAR, V. 1989) La cúpula de la Capilla de San Antonio, a modo de una torre-pórtico, era sin duda un elemento de gran novedad, ya que establecía una relación muy estricta con las cúpulas del Palacio Real y la más lejana de Alpajés. Se convirtió de este modo la Capilla en un ejemplo muy valioso del experimentalismo del barroco europeo en España, a la par que fue un acertado ensayo infraestructural aplicado a la Plaza de gran estima dentro de las organizaciones del inicial racionalismo urbano de aquel momento. La Plaza estaba también ornamentada con una hermosa fuente sobre cuyo pedestal se asentó entonces la estatua del Rey. Las esculturas que la adornaban fueron obra de Olivieri, uno de los mejores escultores del barroco europeo de aquella época, como comentaremos más adelante. De los edificios que rodean el perímetro de la Plaza de San Antonio, destacan la CASA DE OFICIOS y la CASA DE INFANTES, puesto que a nuestro juicio representan una valiosa aportación a la historia de la arquitectura española (10 VERDÚ, M. 1989). La Casa de Oficios se diseña en el siglo XVI en proyectos de Juan de Herrera, pero la obra tuvo un proceso constructivo muy dilatado, ya que su conclusión no se logra hasta 1760. Estructuralmente es una obra sencilla y de gran equilibrio, caracterizada por su gran horizontalismo y la severidad de sus componentes; es un edificio de gran nobleza a la cual contribuye la galería de arcos que aparece en tres de sus frentes. En sus elementos composicionales anida la pureza y serenidad del clasicismo herreriano. Su construcción estaba ya definida, en sus bases estructurales en el siglo XVIII, a pesar de que había sufrido también problemas de paralización o ralentización. Las diversas dependencias aparecen articuladas en torno a dos patios, llamados de Oficios y Cuadrado, que era el mayor; la zona perteneciente al más meridional de aquéllos recibió el nombre de Casa o Cuarto de Caballeros. La Casa de Infantes se realizó entre los años 1769 y 1772, y tal y como dicen los documentos, las trazas de la misma se deben al arquitecto Manuel Serrano, y su finalidad era alojar al numeroso séquito que acompañaba a los Infantes en sus desplazamientos al Real Sitio (11 VERDÚ, M. 1989, pág. 63). En cierto sentido se diría que sigue las pautas que marca la Casa de Oficios, pero sin igualar las dimensiones de aquélla, tal y como Bonavía había pensado en su momento. Otro punto de importancia en el proyecto de embellecimiento urbano-arquitectónico del Real Sitio, es la llamada Fuente del Rey, que hoy aparece muy transformada respecto a su aspecto original. Levantada con la doble intención de aportar agua potable a la ciudad y ensalzar la imagen del Rey Fernando VI, fue su primera ubicación el centro y eje de la Plaza de San Antonio. La proyectó y diseñó Santiago Bonavía en enero de 1750, y aunque su intención era ponerla en funcionamiento en un breve espacio de tiempo, su terminación se dilataría un par de años. Bajo sus órdenes, se derribaron los barracones que ocupaban la plaza y se allanó el terreno de ésta (12 TÁRRAGA, M. L. 1989), bajando el nivel del mismo de modo que las aguas de lluvia no inundasen las galerías y patios de la Casa de Oficios, con el consiguiente estancamiento y mal olor de éstas (13 VERDÚ, M. 1989 pág.56). Si bien la estructura de hizo con mármol del Castañar, y plomo de Linares, la decoración escultórica se ejecutó en mármol de Carrara mandado traer de Italia por el escultor Giovan Doménico Olivieri, que realizó para ella una estatua del Rey Fernando VI y tres leones. Fue inaugurada el día de San Fernando de 1752; pero ya en 1760 sufrió una de sus transformaciones, cuando el Rey Carlos III mandó retirar la estatua de su hermano, hoy en la Plaza de la Villa de París, en Madrid (14 TÁRRAGA, M. L. 1989 pág.89). En su lugar se colocó una Venus, obra de Juan Bautista Reyna, realizada entre 1761 y 1762. La fuente, que ha recibido diversos nombres a lo largo del tiempo, desde Fuente del Rey a Fuente de la Plaza Principal, de las Cadenas, de la Mariblanca, de Venus, de la Libertad, etc... fue objeto de una nueva remodelación entre los años 1831 y 1837, encargada a Isidro González Velázquez, que afectó bastante a la estructura de la misma e incluyó el añadido de nuevos surtidores y esculturas que hoy podemos contemplar; también se la desplazó con respecto a su ubicación central original, pero sigue siendo un referente de gran belleza del Real Sitio de Aranjuez, rico ejemplo de nuestro patrimonio arquitectónico y monumental. NOTAS (1) RIVERA, J. Juan Bautista de Toledo. Valladolid, 1975. (2) VERDÚ, M. "La casa de Oficios y la Casa de Infantes" en Riada. Estudios sobre Aranjuez.1, págs. 51-73. Ed. Doce Calles. Aranjuez, 1989. (3) TOVAR, V. "Santiago Bonavía y el trazado de la ciudad de Aranjuez" en Anales del Instituto de Estudios Madrileños. Tomo XXXVII, págs. 469-503. Madrid, 1997. (4) TOVAR, V. Juan Gómez de Mora. Arquitecto Real y Maestro Mayor de la Villa de Madrid (1586-1648). Madrid, 1986. (5) TOVAR, V. "El Maestro Pedro Caro Idrogo. Nuevos datos documentales sobre la construcción del Palacio Real de Aranjuez y otras obras (1714-1732)" en Anales de Historia del Arte nº 5. págs. 101-154. Madrid, 1995. (6) TOVAR, V. "La escalera principal del Palacio Real de Aranjuez: alternativas para un diseño monumental" en Academia. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando nº 81, págs. 167-215. Segundo Semestre de 1995. Madrid, 1995. (7) TOVAR, V. "El incendio del palacio de Aranjuez en el siglo XVIII" en Anales de Historia del Arte, nº 6, págs. 47-65. Madrid, 1996. (8) TOVAR, V. "Arquitectura y paisaje: Francisco Sabatini y su proyecto palacial para la Villa de Aranjuez y El Pardo" en Francisco Sabatini. 1721-1797. La arquitectura como metáfora del poder, págs. 125-142. Madrid, 1993. (9) TOVAR, V. "La Iglesia de San Antonio en el Real Sitio de Aranjuez" en Riada. Estudios de Aranjuez 1, págs. 23-49. Aranjuez, 1989. (10) VERDÚ, M. Ob, cit. (11) VERDÚ, M. Ob. cit. pág. 63 (12) TÁRRAGA, M. L. "La Fuente del Rey" en Riada. Estudios de Aranjuez 1, págs. 75101. Aranjuez, 1989. (13) VERDÚ, M. Ob. cit. pág. 56. (14) TÁRRAGA, M. L. Ob. cit. pág. 89 .