El curanderismo en el Culiacán del siglo XVII

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consistía en atraer capital y colonos.
Fundó entonces “The Kansas Sinaloa
Investement Company el 11 de julio
de 1889 como empresa mercantil
destinada a adquirir tierras en Sinaloa.
Pronto los colonos estuvieron en
pugna. Por el canal Los Tastes o
simplemente por las maneras
diferentes de enfocar el proyecto. Se
formaron dos grupos, los saints y los
kickers. Surgieron pues la divisón
marcada, las disputas entre los líderes
y los pleitos por los bienes. Aún más
se dieron también litigios legales por
el canal y las tierras. Estos graves
conflictos se desarrollaron entre 1894
y 1896.
El autor anota que pese a la
organización, la voluntad, el tesón de
los colonos y las ideas de Owen, el
proyecto colonizador fue un fracaso.
Sin embargo, agrega, su legado es
decisivo para el desarrollo de esta
región del norte de Sinaloa.
El curanderismo en el
Culiacán del siglo XVII
Carlos Maciel Sánchez
Rafael Valdez Aguilar, El curanderismo en el
Culiacán del siglo XVII, La Crónica de Culiacán,
México, 2003, 164 pp.
En El curanderismo en el Culiacán
del siglo XVII, Rafael Valdez hace un
amplio recorrido por el desarrollo de
la medicina y la práctica médica en
Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32
España y en la Nueva España,
vinculando de manera coherente y
afortunada aspectos diversos del
desarrollo histórico de Sinaloa con la
práctica de la medicina popular de
aquel entonces.
El texto se estructura en cinco
capítulos en los que se analizan
problemas relacionados con la
minería,
encomiendas,
pesca,
ganadería, iglesia y administración
pública en Culiacán, allá por 1627. Se
hace también una breve revisión de los
antecedentes y del accionar del
Tribunal del Santo Oficio en España,
la Nueva España y Sinaloa. De igual
manera se aborda lo relativo al Real
Protomedicato y a la medicina y
médicos universitarios y de la
conquista. Son estos capítulos los
antecedentes y el vínculo que permiten
a nuestro autor analizar la temática
relacionada con la medicina popular
que se practicaba en Sinaloa y con la
persecución de que eran objeto estos
aprendices de brujo (y a veces
verdaderos brujos), pioneros de la
actual medicina de once ríos.
El texto de Rafael Valdez es una
lección permanente sobre la medicina
practicada en la Nueva España y su
impacto diferenciado en los distintos
estratos sociales de la población.
Tenemos así que la práctica médica
popular se ejerce de acuerdo a
jerarquías y, grupos sociales y
dependiendo de la zona geográfica de
que se trate. Es común que el estrato
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europeo sea atendido por médicos
religiosos (cuando no había médicos
con formación universitaria) o por
cirujanos así llamados romancistas.
La población indígena, tenía sus
propios curanderos en cuya cúspide
están los chamanes. Negros, mulatos
y castas de tono subido (libres o
esclavos) pondrán sus esperanzas de
salud en manos de curanderos
mulatos y negros, y a veces de
cirujanos barberos.
Los mestizos, crisol de razas y
hábitos culturales al fin y al cabo,
terminaron por ser el grupo de mayor
flexibilidad, tanto en el terreno de la
oferta médica como de la ausencia de
prejuicio para ponerse en manos de
brujos,
médicos,
barberos
o
chamanes, sean negros, blancos,
amarillos o del color de piel que fuera.
La lectura de El curanderismo
en Culiacán, vierte información
sorprendente sobre el rápido proceso
de
mestizaje
y
asimilación
intercultural de los diversos grupos
raciales que poblaban esta parte de la
periferia del noroeste novo hispano.
Baste tan solo pensar que entre la
conquista del noroeste y 1627, ya
había una cultura médica popular.
Tenemos pues que para el siglo
XVII hay un aumento considerable de
la población negra, mulata y mestiza,
que es a final de cuentas la más
beneficiada por la medicina popular,
creencial o milagrera mestiza, que
nuestro autor la defina como “el
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conjunto de prácticas y creencias con
respecto a la salud y enfermedades
que realizaban unas personas
denominadas
curanderos
o
sanadores”.
Hay que decir que esta medicina
popular emana de diversas fuentes. Por
un lado, de la medicina popular y no
siempre tan popular española, que
aparte de sus conocimientos y
prácticas empíricas y mágicas,
introducía también elementos del
galenismo de la época, así como sus
antiguas referencias de alquimia y
astrología. Pero por otra, de la
indígena, cuyos conocimientos y
práctica
herbolaria,
quirúrgica,
traumatológica y obstétrica, así como
sus creencias mágico-religiosas fueron
un rico caldo de cultivo en la
amalgama de esta tradición médica.
Otro aporte importante en la
conformación de la medicina de la
época lo brindaron negros y afro
mestizos (mulatos, zambos, coyotes,
tente en pie, salta pa’tras y otros) que
fueron además sus principales
practicantes. Aportaron sus recursos
mágicos y su sabiduría ancestral
traídos desde África y transmitidos de
manera oral de padres a hijos.
Pero esta medicina, nos dice
Valdez, estaría incompleta sin la
participación decidida, entusiasta
siempre y poco valorada hasta hoy en
día, de las comadronas o parteras, que
se encargaban de alumbramientos,
abortos, además de tratamientos de
Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32
mal de amores, elaboración de
talismanes y filtros amorosos y aún de
zurcidos invisibles de honras perdidas.
Este tipo de medicina que ha
existido desde que el hombre camina
erguido y que se practica con
profusión en la actualidad, estuvo en
aquel entonces regulada por el
protomedicato, vigilada y sancionada
por autoridades civiles y clericales y
no obstante, nos dice Valdez, debido a
la falta de remedios mejores, frente a
tantos males, todos se hacían de la
vista gorda ante el ejercicio ilegal de
empíricos y aficionados.
El texto pone al descubierto las
enfermedades y prejuicios de la
época, señalando tantos males como
ignorancia existía en la sociedad
española y novo hispana de los
albores del siglo XVII. De esta manera
los embrujados, los poseídos, los
castigados por la ira divina o maligna,
todos están a la orden del día. Los
males van desde el humilde, por lo
generalizado, mal de ojo, hasta los
soberbios
“alunados”,
criaturas
inocentes que por haber sido
expuestos ante la nívea luz de la luna
se volvieron locos, bobos, ciegos o
tontos. Había también otros inocentes
con malformaciones congénitas
(paladares hendidos, labios leporinos,
etc.) cuyo único pecado consistió en
que por descuido, sus progenitoras no
usaron bragas rojas durante la rara
ocurrencia de algún eclipse lunar o
solar.
Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32
Así, males, causas, efectos,
fenómenos sociales e históricos, van
desfilando con fluidez por las páginas
amenas de El curanderismo en
Culiacán, lectura que nos recuerda la
fragilidad de la vida y la lucha
endemoniada que el hombre ha tenido
que librar para colocarse, médicamente
hablando, en la parte sana de la vida.
Valdez nos habla de la existencia
de especialistas de las más distintas
estirpes:
empíricos,
hechiceros,
nigrománticos, astrólogos, judiciarios,
conjuradores,
ensalmadores
y
saludadores. Vemos que cada uno de
ellos tiene una función específica, en
esa fe fantástica e indomable del
populacho y aún de las élites, en la
cura de los males que los alejaban
repentinamente de los placeres de la
vida, porque sólo ante la enfermedad
cobra verdadera fuerza aquel viejo
refrán grusino que reza: Dénos Dios la
salud, que todo lo demás lo
compramos.
Seguramente traicionado por sus
viejas querencias intelectuales y
formativas, Rafael Valdez otorga un
lugar especial al Chamán, “profeta y
curandero inspirado. Una figura
carismática y religiosa que tiene el
poder de dominar a los espíritus que lo
aconsejan y protegen, para curar o
provocar
enfermedades,
ejercer
influencia sobre la fertilidad de las
plantas o del suelo, sobre la fecundidad
de los humanos y de los animales, así
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como de modificar las condiciones
atmosféricas”.
Para finalizar estas breves
reflexiones, me referiré a un aspecto
de contenido y metodología,
interesante en este texto. Valdez
recurre con acierto al uso de una
fuente que si bien poco o casi nada
tiene que ver con la práctica médica,
interpretada adecuadamente arroja
una rica y abundante información
sobre cómo se enfermaba, se curaba y
sobre todo, cómo se auto percibía la
enfermedad y el cuerpo en esta época
y en esta lejana periferia. Me refiero a
los autos de fe llevados a cabo en
Sinaloa en 1627.
De la lectura se deduce que, a
fin de cuentas se buscaba la cura no
sólo para el cuerpo, sino también para
el alma. Nada mejor para entender
esto que las múltiples denuncias y
autodenuncias relacionadas con el uso
de brebajes, amuletos y aún de pactos
con el mismísimo maligno, para
obtener los favores, el amor o la
fidelidad a ultranza del oscuro,
moreno, bronce y a veces blanco
objeto del deseo. Es decir, es
interesante ver cómo desde entonces
el ser humano ha vivido preocupado
por llenar ese terrible vacío del alma y
del cuerpo que se llama soledad. Es
curioso ver también que el número
mayor de querellantes son mujeres,
quejas que más que con el ocio y la
estupidez de la rutina diaria, tienen
que ver con una mayor imaginación y
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una callada protesta y rebeldía ante el
machismo brutal a que desde tiempos
inmemoriales han estado sometidas. A
fin de cuentas como decía Jules
Michelet “…la mujer es la madre de
los dioses y de la fantasía, posee la
segunda visón, alas que le permitan
volar al infinito de la imaginación y
del deseo…”
Llama la atención que en estos
autos de fe, existan no sólo denuncias
sino también una larga línea de
autodenuncias, que a fin de cuentas
son el reflejo evidente de una sociedad
en extremo autoritaria y castrante que
mediante el terror religioso logró
invadir hasta los últimos escondrijos
de la conciencia social de aquellos
tiempos.
Michel Foucault se refiere a la
confesión del delito como una doble
ambigüedad (elemento de prueba o
contrapartida de la información: efecto
de
coacción
y
transacción
semivoluntaria) que explica los medios
de que la autoridad se echa mano para
obtener dicha confesión. De esta
manera “el juramento que se le pide
prestar al acusado antes de su
interrogatorio
(amenaza
por
consiguiente de ser perjuro ante la
justicia de los hombres y ante la de
Dios y, al mismo tiempo acto ritual de
compromiso); la tortura (violencia
física para arrancar una verdad que, de
todos modos, para constituir prueba,
ha de ser repetida después ante los
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jueces, a título de confesión
espontánea)” Foucault, M. 45:1981.
La represión sistemática y
prolongada termina además por
convertirse en una especie de catarsis
colectiva e individual, con una
población profundamente religiosa
que ve en la confesión de sus
supuestos pecados, (casi siempre
ficticios), la posibilidad de redención
y de arrepentimiento en un mundo
diseñado, para que el sometimiento de
las masas pase por el tamiz
obligatorio e infalible de las fuerzas
divinamente celestiales. Esto es así, al
menos si se toma en cuenta que la
formación judaico-cristiana, atávica y
ancestral ya de nuestras mentalidades
occidentales, condena el placer y el
gusto por la vida.
Breve historia de Los Mochis, Los Mochis,
Ediciones Ago, 1969; Gastón García Cantú, El
socialismo en México, siglo XIX, México,
Ediciones Era, 1969; Juan Antonio Lastras,
Topolobampo. Albert Kimsey Owen. Un
socialista en México, Los Mochis, Talleres
Gráficos de El Debate; y Angel Bassols
Batalla, El noroeste de México. Un estudio
geográfico económico, UNAM, 1972. El propio
Ortega publicó, en 1997, para el XIII Congreso
de Historia Regional organizado por la UAS, su
ponencia "Historiografía sobre la colonización
de Topolobampo" donde hace una reseña de lo
publicado sobre este episodio de la historia
sinaloense. Este libro de Ortega es uno pues
entre la extensa bibliografía al respecto, pero
es, sin duda, por su rigor, imprescindible.
i
Redacto este breve escrito sobre el libro de
Ortega, como un registro de su nueva
aparición, pero no es propiamente un estudio –
no pretende serlo–, el cual exigiría todo un
amplio ensayo, dada su gran importancia.
Debo señalar, con todo, que el autor anota dos
corrientes historiográficas acerca de dicho
episodio histórico, la norteamericana y la
mexicana. Como parte de esta incluye a
historiadores como José C. Valadés,
Topolobampo, la metrópoli socialista de
Occidente, COBAES -1994, el texto original se
publicó en 1939; Ernesto Gámez, El Valle del
Fuerte, spi, 1955; Mario Gill, La conquista
del valle del Fuerte, Colección Rescate, UAS,
1983 -edición original de 1957-; Filiberto
Leandro Quintero, Historia integral de la
región del río Fuerte Los Mochis, Ediciones
de El Debate, 1978; Teófilo Leyson Pérez,
Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32
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