LA CRISIS DEL OSTEDIJK Caía la tarde, de sol y nubes, y soplaba un SW fresco en rachas arrastrando por Nemar nubes de ese polvo rojizo indeleble de los montones de palanquilla, chatarra y otros productos férricos apilados por el muelle, a veces mezclado con el blanco del fertilizante que arrojaba la enorme cuchara sobre la tolva. Era fácil pensar en nubes tóxicas. El Ostedijk había llegado a la mañana y yo había mobilizado a mis contactos para acceder a él y tener unas palabras con el Capitán; el caso estaba fresco, había sido suficientemente sonoro y tenía unas cuantas preguntas, aún sin contestar, sobre cómo se habían desarrollado los hechos, amén de la oferta de buenos oficios que pudiera ofrecer en nombre de la Asociación a un colega supuestamente atribulado. Una mezcla entre reportero de Recalada y buen samaritano. Allí estaba el Grán Polucionador; eso que podemos definir como barco costero de tamaño medio, dos bodegas, perfil convencional, carga seca, minibulk, tráfico intereuropeo; un barco simple, sin thruster, nada viejo, bien cuidado. La pintura del costado reciente y en buen estado, sin las heridas de cualquier combustión en bodega, sugería el doble casco de las bodegas autoestibantes. Eso sí, plagado de marcas de defensas de remolcadores que obviamente le habían venido cosiendo a atracadas más o menos salvajes en los últimos días. El marinero filipino de guardia de portalón se sabía el ISPS; tras tomarme los datos y apuntarlos en la hoja de registro, marchó en busca del Capitán a mi requerimiento. Y allí apareció nuestro hombre quien, tras escuchar mi breve presentación, me señaló el portalón y se dio la vuelta. Tuve que desplegar todas mis dotes persuasivas para, tras convencerle de que no era ningún paparazzi ni ningún enemigo potencial, accediera a tener unas palabras conmigo, pasándome a su camarote. El hombre daba la imagen de ese Capitán de confianza de la casa que se manda a bordo cuando hay problemas. Y con instrucciones muy precisas; no soltar prenda. Se escudaba en que había embarcado al final de la operación, en Vivero, cosa que era verdad. Solo conseguí que me confirmara lo que ya sabíamos: que habían recibido el mismo trato que el Prestige por parte de las autoridades españolas, que el fondeadero asignado al E de Coelleira era una basura (unsheltered) y que el plan B preparado para caso de que el sofocamiento por agua no se consiguiese, el transferir la carga en la mar, era una estupidez. Poco más. Había sido una mañana larga con armadores, fletadores, cargadores, estibadores, provisionistas, autoridades, etc, todos revoloteando por el barco, y el hombre estaba cansado y anticipaba sin disimulo un bien ganado fín de semana sin descarga, como ya le habían confirmado. Así que, tras ofrecerle nuestra limitadísima asistencia - caso de que la necesitara – y despedirme, salté al muelle. Ya de vuelta, me asaltaban las ideas que se nos agolpan desde el comienzo de esta “crisis”. Esas venerables costas gallegas, caldero de milagros donde tantas gentes, grupos, entidades y personajes son capaces de meter la cuchara y revolverlo hasta que explote nos devolvían al Cason. Y esos Gabinetes de Crisis masivos, con ingenier@s, polític@s y biólog@s sentados alrededor de una mesa, cavilando sobre qué medidas adoptar para que el partido de la oposición no les monte un Nunca Máis mientras el barco, ahí fuera, se desgañita pidiendo un muelle donde resolver sus problemas. Hará menos de 100 años que Finisterre era una zona temible en las rutas europeas; malos tiempos, faros dudosos, cartografía poco fiable, ausencia de medios de salvamento, todo empujaba a franquearla y dejarla por la popa con la máxima celeridad. Ahora, con un despliegue de medios impresionante, quien sufra y manifieste en el área cualquier problema que la “organización” perciba como amenazante verá su buque y su carga sometidos a cualquier ordalía y, tras ser evacuado en helicóptero con el resto de la tripulación, perdido todo control sobre ellos. Sigue siendo un lugar por el que pasar corriendo, y callandito. Más tarde apareció en la prensa el esclarecedor artículo de Ruiz Soroa donde, con la precisión que le adorna, su conocimiento del medio y su visión liberal a fuer de anglófila, analiza la crisis y sus causas y aventura un porvenir nada halagüeño. Con él te dejo, amable lector, para que disfrutes con su lectura, si es que las lágrimas, de risa o de tristeza, te lo permiten. Capitán, F. X. Cabellos TRIBUNA: JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA EL PAÍS La estrategia de Ulises JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA 06/03/2007 La peripecia del buque mercante Ostedijk a lo largo de la costa gallega durante los últimos días ha puesto de nuevo de manifiesto (aunque esta vez sin las catastróficas consecuencias del Prestige) el flagrante malfuncionamiento del sistema español de protección de la seguridad marítima, que tiende a convertirse en endémico si no se adoptan medidas enérgicas. Un buque cuyos problemas podrían haberse solucionado en horas en un puerto cualquiera ha sido paseado durante días por la costa en una exhibición de indecisión patética, para finalmente llevar a efecto en la mar (con las consiguientes dificultades y enormes costos que ello genera) una operación técnica en sí misma sencilla y trivial. La alarma social provocada, no tanto por el incidente en sí como por su errática gestión, ha generado de nuevo reacciones histéricas por parte de las autoridades locales y vecinos del litoral, y ha dado lugar al consabido y lamentable guirigay político al que los ciudadanos parecemos condenados últimamente. ¿Qué es lo que falla en el sistema? Aunque pueda resultar sorprendente para el público, el problema no radica ni en los medios materiales disponibles (nuestro país se ha dotado en los últimos años de una red de medios costeros y náuticos más que aceptable), ni en la profesionalidad de nuestros técnicos en seguridad marítima, cuya competencia es indiscutible. El problema radica en el sistema de toma de decisiones, que está plenamente abierto y expuesto a las influencias políticas y burocráticas de los incompetentes. Y para explicarlo con claridad, nada mejor que un ejemplo que procede de otros lares y, por ello, no es sospechoso de partidismo interesado. El 18 de enero pasado, el portacontenedores MSC Napoli sufrió una grieta estructural e inundación en la cámara de máquinas cuando navegaba por el Canal de la Mancha, en zona de control marítimo francés. Inmediatamente se procedió a evacuar a la tripulación, tomar a remolque al buque y enviar a bordo un equipo de expertos para dictaminar sobre la situación estructural de la nave. Se comprobó que ésta era precaria y requería llevar el buque a un puerto o lugar de abrigo con urgencia, si se quería evitar el hundimiento y sus catastróficas consecuencias (más de 250 contenedores contenían substancias tóxicas y además el buque tenía a bordo 3.500 toneladas de fuel oil). La autoridad al mando, el prefecto marítimo francés, identificó tres lugares en la costa francesa a los que el buque podía acceder fácilmente, pero las autoridades locales implicadas mostraron su abierta oposición a que el buque se dirigiera a esos lugares por miedo a la posible contaminación. De acuerdo con el sistema francés, esta oposición municipal obliga a que la toma de decisiones pase al nivel burocrático superior, el Gobierno de París. Lo malo era que, mientras tanto, el buque se iba a hundir. ¿Saben lo que se hizo para evitar la catástrofe? Pues nada menos que transferir el control del caso al Reino Unido, donde la autoridad competente, el denominado SOSREP, tomó rápidamente una decisión, la de embarrancar el buque en las playas de Lime Bay, puesto que los puertos de Falmouth y Plymouth no podían acoger el buque por falta de calado. La operación ha sido un éxito total, tanto náutico como ecológico. ¿Qué tiene el Reino Unido que no tengan Francia o España? Pues nada menos que un sistema de adopción de decisiones adecuado a las características propias de lo marítimo. Creado a partir de las sugerencias de un famoso informe de Lord Donaldson sobre salvamento y seguridad marítima de 1999, el representante especial del Secretary of State (SOSREP) tiene el mando, control y decisión única en los casos de emergencia marítima, y está blindado contra cualquier injerencia del Gobierno, política o localista. Para bien o para mal, él decide lo que hay que hacer, sin escuchar otros criterios que los de su equipo técnico y los que él mismo recabe. Hasta ahora, y el MSC Napoli es un buen ejemplo de ello, ha sido para bien. Tanto que la Unión Europea aspira a que ese sistema se extienda en todos los países del continente. El sistema SOSREP es una variante de lo que los politólogos denominan "estrategia de Ulises". Es decir, la de adoptar una decisión política previa y general: en caso de amenaza de catástrofe marítima, será un cargo técnico de confianza quien decida él solo (atarse al palo mayor), y ese cargo no podrá siquiera escuchar a los intereses burocráticos, localistas y electoralistas que claman histéricos en estos casos (taparse los oídos para no oír las sirenas). No se trata de que la política abdique de sus decisiones (una especie de gobierno de los técnicos), sino que decida con carácter general y previo cómo hay que decidir en ciertos casos delicados y sensibles que tienden a emborronarse por su repercusión política inmediata. Lo mismo, en definitiva, que se hace al confiar la política monetaria a un Banco Central autónomo y blindado contra las presiones externas. Cuando hay un incendio, la actuación de los bomberos no puede estar sujeta a la reunión y discusión de los concejales, los medios, el público y los votos futuros. ¿Es posible algo así en España? Desgraciadamente, nuestra experiencia particular con los "organismos reguladores técnicos" es desalentadora: todos ellos han mostrado su permeabilidad a los deseos del gobierno de turno o del partido que los nombró a la hora de adoptar decisiones. Pero es que, además, y en este modelo de Estado fragmentado (Sosa Wagner) al que nos encaminamos con decisión, se piensa transferir el salvamento y seguridad marítima a las Comunidades Autónomas, lo que garantiza ad eternum el guirigay escandaloso en la toma de decisiones. Vamos, que nuestra derrota es justo la contraria a lo que los buenos ejemplos europeos nos señalan. Y así nos irá. José María Ruiz Soroa es abogado.