La Pureza en África - Colegio Madre Alberta

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La Pureza de María
en África
Libro primero: KAFAKUMBA
H. Laura Herrera Castellano rp
KAFAKUMBA, los inicios…
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KAFAKUMBA, los inicios…
Diciembre 3 del 2004
San Francisco Javier. Después de la visita de la M. General,
M. Carmen Bennasar a África
Kafakumba
23-04-1975
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KAFAKUMBA, los inicios…
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KAFAKUMBA, los inicios…
Introducción
No pretendo escribir un libro, ni hacer historia, sólo quiero contar “algo” de
lo pasado en estos treinta y cuatro años en el continente africano que ha dejado
huella profunda en mi memoria y sobre todo en mi corazón.
¿Por qué después de tanto tiempo he decidido escribir algunas cosas…? Muy
sencillo, en su viaje al Congo, el primero como Superiora General, la M. Carmen
Bennasar me pidió que escribiera algo sobre los primeros años de fundación de las
misiones de Kafakumba, Kanzenze, Kamina y Lubumbashi, sobre todo para dejar un
poco de historia de estos primeros años en África a nuestras Hermanas africanas,
europeas y americanas.
La verdad es que la idea me agradó, pero no sé si sabré hacerlo; lo intentaré
pues así mismo me siento responsable de cara a Dios, a la Iglesia y sobre todo a la
Congregación que me ha dado la posibilidad de vivir estos treinta y cuatro años, los
mejores de mi vida, en el Congo, y así poder participar con todas las Religiosas de la
Congregación que tanto han hecho, contribuido, orado y sacrificado, para que yo
ahora, con mis años de experiencia y con lo poquito que soy, sé y puedo, escriba
algunas cosillas, para que todas juntas admiremos las maravillas de Dios en África.
Primeros recuerdos
Hay momentos de la vida que nunca se olvidan y al cerrar los ojos mirando
hacia dentro y hacia atrás en el tiempo, me veo el día 21 de abril del año 1975 a las
12 de la noche en el aeropuerto de Barajas, la comunidad de Madrid con M. Sara
Ramírez, Superiora, la M. María de las Nieves Armas, Superiora General en ese
momento, M. Águeda Moll, Secretaria General, H. Carmen Estarellas y yo, destinadas
al Zaire con otro grupo de Religiosas Siervas de San José a las que íbamos a
reemplazar en la misión de Kafakumba, dándonos el último abrazo antes de subir el
avión de la compañía “Air Zaire” para volar al Zaire, el corazón de África.
¡Cuántos sentimientos entrecruzados…! alegría, pena, temor, confianza,
deseos y todo cuanto se quiera añadir, pero el que prevalecía era el de la entrega al
Señor en la vocación misionera que Él había derramado en nuestros corazones… Es
algo que no se puede explicar, pues Él movía todos esos hilos e iba entretejiendo su
OBRA DE LA PUREZA EN ÁFRICA, por medio de nosotras, de todas.
Al subir al avión tenía el corazón oprimido y a la vez dilatado. El Señor daba la
fuerza, pero quería que gustásemos a la vez del dolor y del gozo, sobre todo nosotras
dos que éramos las primeras en abrir camino misionero en la Congregación… Me
repetía “¿Cómo he podido meterme en semejante lío?”, pero cuando llegaba esta
idea movía la cabeza como si así echara fuera este pensamiento que me impedía
lanzarme sin reservas y con confianza en las manos de Dios y de la Virgen.
Ya dentro del avión, la compañía “Air Zaire” se dejaba sentir. Vi el avión muy
grande, el primero que veía de estas proporciones y con azafatas africanas, mejor
dicho “zaireñas” con sus paños (kikwembes) de múltiples colores llamativos
alrededor de sus esbeltos cuerpos, sus blusas ceñidas con mangas pomposas y su
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KAFAKUMBA, los inicios…
cabello negro azabache trenzado en un peinado artístico que hacía resaltar en su
rostro sus hermosos y pronunciados rasgos bantúes.
Y así, en medio de esta impresión y primer contacto con el mundo africano,
poco a poco el avión fue despegando y yo serenándome y al final pudo más el
cansancio, que hizo me durmiera profundamente.
De izquierda a derecha:
H. Laura Herrera, Beatriz García Gamarra, Monseñor Irigoyen de Propaganda Fide,
H. Carmen Estarellas, H. Magdalena Llobera
De izquierda a derecha:
H. Carmen Estarellas, M. Mª de las Nieves Armas, H. Laura Herrera, H. Ana Mª Vayá
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KAFAKUMBA, los inicios…
Historia del Congo
Pondré un poco de geografía y nos situaremos, en el tiempo, para
captar mejor a este pueblo africano.
poder
La República Democrática del Congo contiene 2.345.409 Km² y está situada en
el centro del África. La altitud máxima es de 5.122 m con el pico Marguerite en los
Montes Ruwenzori. El río Congo tiene una longitud de 4.700 km con un caudal de
40.000 m³/s, forma con sus afluentes 14.166 km de vía navegable; el nacimiento está
en Musafi, poblado de la región del Katanga (antiguo Shaba), y lleva el nombre de
Lualaba.
El país hace frontera con Angola, Congo Brazza, África Central, Sudán,
Ruanda, Uganda, Burundi, Zambia. El este del país, en el borde oriental, está
formado por una cadena de montañas donde se encuentran los lagos de Nyassa,
Tanganika, Kivu, Mobutu, Eduardo, que forman fronteras. En la llanura del oeste
están los montes Cristal (1.050 m), separando el interior de la parte costera. Al
sureste está el macizo del Katanga con una altitud media superior a 1000 m, con
profundas depresiones.
En cuanto a la población, los principales grupos étnicos (divididos en más de
300 tribus) son los Pigmeos, los más antiguos, situados en la región de Ituri, y los
Bantúes, que ocupan la parte más grande del territorio nacional.
En cuanto a su historia decir que, en 1482, Diego Cao, navegador portugués,
descubre la desembocadura del río Congo.
Luego, pasados muchos siglos, en 1874, toda esta zona fue explorada por
Henry Stanley.
En 1870 hay un acuerdo entre Stanley y el rey Leopoldo de Bélgica y hacen
tratados con los jefes locales para crear puestos en el Congo.
En 1876 el rey Leopoldo organiza la conferencia geográfica internacional que
desemboca en la Organización Internacional africana, responsable de abrir África a la
civilización.
En el Congreso de Berlín, en 1884, se reconoce el Congo como Estado
Independiente y como soberano del rey Balduino se da la independencia al país.
Después llegó el momento de la historia del Congo con José Kasavubu y
Patricio Lumumba hasta el año 1970, año en el que José Desiré Mobutu Seseseko es
elegido presidente. En 1971 Mobutu cambia el nombre del país por el nombre de
Zaire (deformación de uzadi que significa “río” en lengua kikongo), nueva bandera,
nuevo himno nacional, nueva moneda… En el año 1972 Mobutu tiene conflictos con el
que era en ese momento el Cardenal de Kinshasha, Monseñor José Malula. Quita
Mobutu los nombres cristianos poniendo los nombres africanizados, tanto en las
personas como en los nombres de ciudades, y empieza un momento fuerte y clave
para el pueblo: “la Zairanización”. Quita los colegios de las manos de los religiosos y
pasan al estado, hace quitar los crucifijos y todo signo religioso de las Escuelas y así,
en todo, quiere volver a sus antepasados (los ancestros) viviendo verdaderamente
africanizados, desterrando todo lo que huele a europeo, a colonialismo.
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KAFAKUMBA, los inicios…
En este ambiente, en abril de 1975, llega la PUREZA DE MARÍA al Zaire… Todo
esto dura hasta 1997 con la muerte de Mobutu en Rabat el 6 de septiembre de 1997 y
la entrada al país de Laurent Desiré Kabila que sube al poder del país y cambia de
nuevo el nombre de Zaire por Congo otra vez, cambia la moneda, la bandera y el
himno.
Ésta es, a grandes rasgos, la historia de este bellísimo país africano, el Congo,
hermoso en su tierra y sus gentes.
Kinshasa: En el corazón de África
Mi corazón latía más fuerte de lo habitual cuando anunciaron por un altavoz
quejumbroso que íbamos a aterrizar en el aeropuerto de Ndjili en Kinshasa (la
antigua Leopoldville).
Eran las 7 de la mañana del 22 de abril del año 1975. ¿Qué nos recuerda…?
Pensé en la entrada de la Madre en el Colegio de la Pureza que fue el 23 de abril de
1870. Todo Gracia. En fecha tan señalada, las hijas de Madre Alberta, por primera
vez en su historia, pisaban la tierra del continente africano. “Id hasta el confín del
mundo…” “Confiad, Yo he vencido al mundo…”, “La mies es mucha…”, “No temáis…
Yo estaré con vosotros…”, “Salvemos, si podemos, un alma…” “Con la protección de
la Virgen todo irá bien…”. Estos pensamientos y muchos más, no sé en qué orden,
iban en atropello uno detrás de otro en mi cabeza y en mi corazón mientras íbamos
recogiendo el equipaje de mano.
Cuando llegué a la escalerilla del avión para comenzar a bajar, fue saliendo
de mis labios la oración “Bendita sea tu pureza”, tan querida por nosotras, y según la
iba diciendo ¡qué impresión tan profunda, tan íntima, tan entrañable tuve cuando
mis sentidos fueron percibiendo el cielo africano lleno de nubes, la gente de color
que iba y venía sin orden ni concierto, el olor a tierra mojada, el calor sofocante que
chocaba contra mi cuerpo dejándome sin aliento y sudorosa, los gritos de ese
ambiente de desconcierto y algarabía que es tan típico de este mundo, pero que en
ese momento fue chocante y nuevo para mí!
Todo me resultó bellísimo, mucho más de lo que yo había soñado e imaginado.
Estaba en África y eso henchía mi corazón… cielo, calor, tierra, vegetación, lluvia y,
para mí, “un mundo nuevo a conquistar para Cristo”. Pasaron por mi mente, en un
instante, San Francisco Javier, Santa Teresita, Livingston, Brazza y, ¡cómo no!,
¡Madre Alberta! ¡Qué deseos tan profundos y distintos en todos y en cada uno de
ellos! Yo, a mis 26 años en ese momento, también tenía mis ilusiones, deseos, ansias
de aventura, pues para ser misionero, hoy, al cabo de 30 años, me doy cuenta de que
se ha de tener espíritu aventurero, aventurero de Cristo y por Cristo.
Bajando por las escalerillas y al llegar al último escalón “suspiré” con todas
mis fuerzas muy profundamente y, dándome cuenta de lo que hacía, dije: “Madre
Purísima Inmaculada… Sagrado Corazón… Madre Alberta… San José…” Siempre he
tenido confianza y devoción a San José y nunca me ha fallado y en ese momento no
lo pude olvidar. Todo me iba saliendo de mi interior sin ningún esfuerzo, no dependía
de mí, me salía, pues para mí era una tabla de salvación en un mundo tan nuevo, tan
desconocido, tan lejano y a la buena de Dios… ¿Qué más aventura…?
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El aeropuerto a esas horas de la noche estaba lleno de gente, había vida,
gritos, empujones, caras risueñas, lengua desconocida (luego supe que era el
lingala).
Allí, en el aeropuerto, nos esperaban un padre jesuita colombiano y una
religiosa claretiana española que habían sido avisados por una hija de la caridad que
también venía en el mismo vuelo.
Entre el coche del misionero y un taxi nos llevaron a la casa de las religiosas
“du Sacre Coeur” donde nos hospedamos, pues es casa de acogida para religiosas de
paso en Kinshasa. Hacía un calor impresionante, miré por la ventana y mis ojos
percibieron un gran jardín verde y frondoso, enormes palmeras, hibiscus, esterlicias,
enredaderas con hojas que cada una de ellas mediría sin exagerar medio metro.
Seguí mirando y vi el colegio, era clásico, de tiempos coloniales, grande y de ladrillos
rojos y el patio lleno de niñas de todos los tamaños con sus uniformes nacionales de
falda azul marino y blusa blanca. Me parecía estar en un colegio nuestro y pensaba:
¿Cuándo podremos tener un colegio así con tantas niñas en África…? Me dio envidia,
santa envidia, y me percate que llegábamos con muchos años de retraso.
Por la tarde asistimos a la misa que se celebró en la parroquia de las
religiosas del Sagrado Corazón por el descanso del primer párroco de esta Iglesia,
había muchísima gente, sobre todo misioneros, celebró el Cardenal Monseñor Malula.
Más tarde hablamos con unos y otros religiosos europeos, nos contaban de lo
mal que iba el país, del proceso de Zairanización que estaba haciendo el Presidente
Mobutu… Querían desterrar todo lo que fuese colonialismo, hombre blanco y, según
iban contando, empecé a sentirme una intrusa, una extranjera, de una inutilidad tan
grande que supuso un desanimo fuerte en mí, haciéndome repetir en cada momento:
¿Podremos seguir adelante, seremos capaces de hacernos a este mundo, a este
pueblo, a esta mentalidad…? Algo interior me decía que sí y a la vez sentía el peso de
mi miseria, incapacidad e impotencia… más de una vez respiraba hondo para darme
ánimos a mí misma y me repetía: “Confiad, Yo he vencido al mundo” “No temáis…
sólo los violentos los arrebataban…” y me acordaba de la Madre y de su entrada en la
Pureza y pensé que, a lo mejor, a ella le había pasado lo mismo, que se sentiría
como yo ahora. Así, con más o menos brillo, fue pasando ese día 23 de abril que
permanecimos en Kinshasa. Por cierto, me pareció una ciudad muy bonita y
moderna, por lo menos la parte que vimos, llena de plantas y vegetación muy verde,
pues era época de lluvias.
En los días que estuvimos en Kinshasa, fuimos de paseo a la embajada de
España que se encontraba en ese momento en un barrio residencial de la ciudad, con
edificios grandes y modernos. Recuerdo de la primera vez que vi la embajada que era
un edificio grande y bien cuidado, donde nos atendió una secretaria española que
trabajaba allí, casada con un médico zaireño; meses más tarde este médico lo
encontré trabajando en el hospital del Estado de Kamina, pero no a la señora que
seguía en Kinshasa.
Al terminar de registrarnos en la embajada, nos dirigimos a la casa parroquial
de los Padres Scutistas, siendo ellos los encargados de arreglar los billetes de avión y
así poder al día siguiente salir hacia Kamina. Esta casa parroquial está al lado del río
Congo, uno de los más caudalosos del mundo de 6.700 Km. de río navegable y a
donde llegó, en 1482, Diego Cao alcanzando la desembocadura del río e internándose
río arriba unos 170 Km. Siglos más tarde, de 1874 a 1877, Henry Stanley lo navegó
río abajo desde la actual Kisangani hasta Kinshasa.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Me emocioné cuando vi las aguas del caudaloso y ancho río y me acordé de
estos grandes e intrépidos exploradores de la historia de África. ¿Era posible que yo
viese el mismo río que ellos…? Mis ojos miraron a lo lejos y llegaron a la otra parte de
las aguas del río que toca el Congo Brazzaville.
Me preguntaba: ¿Es verdad que estoy realmente aquí y veo lo que veo…? Me
parecía que era una ilusión, pero no. Repetía una y otra vez que me encontraba
verdaderamente ahí y que no tendría que olvidar nunca ese momento. De hecho no lo
he olvidado.
Estaban cruzando el río unos barcos antiguos y destartalados llenísimos de
gente y otros que se disponían a hacer lo mismo, una gran multitud llena de colorido
por sus ropas y paños llamativos que, en medio de sus empujones, lograban
embarcarse.
Yo miraba sintiéndome poco a poco un miembro más de este mundo africano
que sin darme cuenta iba calando e infiltrándose en mi vida y en mi alma. Me sentía
a gusto y feliz en ese momento y lo recuerdo como si fuera ahora mismo.
Hay impresiones que no se olvidan a lo largo de la vida: Yo, ahí de pie, junto a
las aguas del río Congo. Todo estaba comenzando.
Viaje hacia Kamina
El día 24 de abril estábamos de nuevo en el aeropuerto de Kinshasa esperando
para embarcar en un vuelo nacional más pequeño para ir hasta Kamina.
Me llamó la atención las corridas, empujones y codazos que nos íbamos dando
todos los viajeros que teníamos que subir al avión en el momento que nos llamaron.
La gente iba con maletones, bolsos de mano a reventar, bultos respetabilísimos sobre
la cabeza y nosotras, para no quedarnos atrás, íbamos también arrastrando
penosamente todos nuestros bártulos.
Dentro del avión era un griterío y corrida de un lado a otro para coger sitio…
La tripulación, de brazos cruzados, ni se inmutaban, sería eso normal en cada vuelo.
Al ver el panorama me dije: “Sálvese quien pueda” y fui haciendo lo mismo que los
demás viajeros hasta que encontré dos asientos libres. Impensable encontrar algún
armario arriba del asiento, así que lo más rápido posible que pude, a causa de los
empujones, caí en el asiento y los dos bolsos voluminosos que llevaba los deposité
sobre mis piernas con una gran presión para que cupiesen y eso que en esa época yo
estaba bien delgadita. Basta decir que no pude abrocharme el cinturón de seguridad
por no tener espacio material, ni pude moverme, ni dejar los bultos en otra parte.
Estaba tan lleno el avión que en asientos de dos iban tres personas, con el respectivo
equipaje para poder dejar el pasillo libre. Pensé: ¡Bueno, esto es un autobús
volando…! y no pude contener la risa, pues era una situación verdaderamente
cómica. Una señora (mamá) viajera llevaba también una gallina que de vez en
cuando nos deleitaba con su melodioso “kikirikí”… y más cosas…
El avión despegó y se mantuvo en el aire Dios sabe cómo. Durante el trayecto
hizo escala en otra ciudad del Congo, Kananga (en la región del Kasai), donde
pasamos una hora. Allí, en la sala de espera, nos saludó un pastor protestante inglés
con toda su familia. El hombre tuvo la delicadeza de acercarse a nosotras aún sin
conocernos.
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Emprendimos de nuevo el vuelo llegando a Kamina a eso de las cuatro de la
tarde. El avión aterrizó en Kamina Basse, la Base militar que está a veinte kilómetros
de Kamina-Ville. Nos esperaban dos Siervas de San José y Paul, un belga cooperante
que ha trabajado de profesor durante muchísimos años en Luabo. Saludamos a las
Siervas que nos esperaban a H. Carmen Estarellas, a mí y a las otras dos Siervas de
San José, una tal Carmen que salió años más tarde y Pilar Tarazino que ha fallecido y
con las cuales hicimos juntas el viaje desde España. Ambas estudiaron en Amberes,
con nuestra H. Magdalena Llobera, el curso de medicina tropical que necesitaban
para poder ejercer en los hospitales del Congo.
Nos paramos dos veces, una para entregar un paquete en la casa del Obispo
de Kamina, Monseñor Bartolomé Malunga, y otra en el convento de las religiosas de
María de Pittem, belgas, que trabajaban y hacían su apostolado con los militares y
familias en el hospital y Foyer social de la Base.
Como era la hora de merendar nos ofrecieron una rica y abundante merienda
con café y tartinis tan típicos belgas.
Al cabo de un rato montamos en el jeep de las Siervas para ir a la misión de
Luabo, a cincuenta kilómetros de Kamina. Durante el viaje nos parábamos en cada
hoyo para poner agua al motor que estaba estropeado y sólo hacía que perder.
El paisaje hasta llegar a la misión me impresionó; empezaba a ver casitas, de
ladrillo y techos de paja, desparramadas en grupos a lo largo del camino. Todo
estaba verde, lleno de vida, pujante y fresco y al pasar por los pobladitos la gente, al
oír el ruido del coche, salía a saludarnos, sobre todo el enjambre de niños. Todo eran
niños y gente joven que movían sus brazos y saltaban al vernos pasar.
Una de las paradas la hicimos en un puente y ya estaba oscuro, pues aquí a las
seis de la tarde oscurece de golpe. En este puente la luna se reflejaba en el
riachuelo. Las cuatro misioneras recién llegadas fuimos recibidas con una maravillosa
luna llena. Todo lo que veía y vivía entraba dentro de mí y me superaba…
Alrededor de las nueve de la noche llegamos a la misión de Luabo. La acogida
que nos hicieron las religiosas Siervas de San José fue verdaderamente sentida.
Desde el primer momento nos encontramos a gusto entre ellas.
Fuimos a la capilla donde entonaron un himno de acción de gracias y luego la
cena. Fue un día lleno y completo para la H. Carmen Estarellas y para mí, todo nuevo
y abierto a la esperanza para nuestra Congregación. Allí estaba la misión de Luabo
con construcciones de épocas coloniales: la Iglesia con la casa parroquial donde
vivían los padres franciscanos belgas flamencos, la Escuela normal, las Escuelas
Primarias, el hospital, internado de niñas y niños y el convento de las religiosas. Me
llamaba la atención las construcciones, todas hechas de ladrillo rojo y tejas grandes,
en medio de la selva, y luego cielo y sabana sin fin…
Cuando se viene de grandes ciudades europeas es un impacto impresionante el
que causa ver tanta extensión de terreno fértil y verde donde tus ojos no llegan a ver
el final. En este contacto con la naturaleza salvaje y virgen que te envuelve, me
sentí perdida… pero en las manos de Dios.
Otra cosa que me llenó fue el despertar cada mañana en esta tierra africana.
Amanece pronto y, de repente, comienzan los trinos de infinitos pájaros que te van
despertando suavemente con deseos de levantarte y alabar al Señor y no pude
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KAFAKUMBA, los inicios…
menos, en ese primer despertar, que rezar en mi interior mirando por la ventana el
canto a las criaturas de San Francisco: “Bendito seas mi Señor por el hermano sol que
abre el día y es bello…”
Visitamos la misión y los alrededores. En la misión había cuatro padres
franciscanos: Justín, Nicolás, Ignacio y Canisio, muy viejecito, todos belgas. En un
chalecito aparte vivía el laico profesor belga, Paul, que daba clase en la Escuela
Secundaria de la misión dirigida por el P. Ignacio.
A eso de las dos de la tarde llegaron de Kafakumba la H. Magdalena Cañibano,
que era la Superiora, y la H. Sacramento, comadrona, que iba destinada a la misión
de Kayeye de las Siervas de San José. Al rato llegó el Obispo Malunga de la Diócesis
de Kamina. Todos lo saludamos y estuvimos con él hasta que se fue.
Al día siguiente, veintisiete de abril, nos fuimos la H. Carmen y yo con varias
religiosas Siervas de San José a la misión que ellas tienen también en Kabondo.
Fuimos recibidas muy cordialmente y recorrimos la misión. A la mañana siguiente,
después del desayuno, viajamos hacia la misión que también tienen las Siervas en
Kayeye, el viaje fue una odisea pues varias veces el coche se paró, tuvimos un
pinchazo y no sé cuántas cosas más, pero al final llegamos a Kayeye donde las
religiosas nos recibieron muy cariñosamente. Vimos la misión y alrededores y el día
veintinueve de abril regresamos a Luabo llegando al atardecer. Hicimos los
preparativos pues a la mañana siguiente emprenderíamos nuestro viaje hacia nuestro
primero y nuevo destino en África: Kafakumba, la misión que la Congregación tomaba
reemplazando a las Siervas de San José, pues preferían estar en una sola Diócesis y
con una sola lengua para aprender. Ellas tenían en la Diócesis de Kamina varias casas
donde se habla el luba, mientras que Kafakumba pertenece a la Diócesis de Kolwezi y
allí se habla el Tshokwe. Por ese motivo buscaron otra Congregación para que las
reemplazaran.
El Señor nos eligió, comenzando para nuestra Congregación Pureza de María
un nuevo reto: la vida misionera.
Por fin llegó el día de partir… Era el treinta de abril y las Siervas nos
despidieron con mucho afecto. Salimos muy de mañana, pues teníamos que hacer
cuatrocientos kilómetros de selva hasta llegar a Kafakumba.
Íbamos en el jeep la H. Magdalena, que era la Superiora y fundadora de
Kafakumba de las Siervas de san José, también venía otra Sierva, Concha, para
encargarse de la maternidad y sustituir a H. Sacramento hasta que llegasen nuestras
religiosas, H. Carmen Estarellas y yo.
Emprendimos el viaje. ¡Qué maravilla de naturaleza…! Se veían todas las
tonalidades de verde y amarillo cubriendo esa gran extensión de terreno, de ríos,
pantanos, selva y el silencio de la tierra inmensa… Sentía en lo más hondo de mí
misma esa inmensidad de Dios que es causa de su presencia… todo hablaba de Dios y,
como dice san Juan de la Cruz,: “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con
presura y, yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura”.
Entre tanto íbamos atravesando pobladitos hechos con adobe y techos de paja
¡qué precioso espectáculo…! Me parecía un sueño ver todo lo que veía. Todo me
gustaba, lo encontraba bellísimo, a pesar del camino de barro lleno de baches y agua
que, a ratos, nos cubría medio jeep y nosotras saltando de un lado a otro sin parar
como una batidora…
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KAFAKUMBA, los inicios…
Durante el trayecto veíamos gente que viajaba de un pobladito a otro a pie o
en bicicleta. Las mamás con sus hijos colgando en la espalda y sobre la cabeza
transportaban leña, paja, palanganas llenas de raíces, manioca… ¡Increíble cómo
mantienen el equilibrio y con qué soltura caminaban balanceando a paso rítmico sus
caderas! Impresionante... Los hombres iban con bicicletas llevando enormes sacos de
carbón y sudando a mares.
Al atardecer, a eso de las cinco, en la puesta de sol, llegamos a Kafakumba.
Kafakumba
¡Qué decir de Kafakumba…! Un paraíso terrenal, una joya perdida en el
corazón de África, una misión de ensueño, lindísima, coquetona en medio de la selva
y rodeada de grandes poblados llenos de gente, de vida, de risas, de cantos…
Kafakumba, el nuevo cielo de la Pureza, y ahora después de tantos años, tan querida
por nosotras, es nuestra “Casa Madre en África”.
¡Qué contar de Kafakumba…! El nombre viene de un jefe que vivía ahí antes
de la llegada del hombre blanco, se llamaba Kumba y murió. Muerte en lengua
tshokwe es Kufwa y a esa zona de terreno donde estaba anclada la tribu Tshokwe con
su jefe la llamaron Kafwakumba. Con el correr del tiempo acabaron pronunciándolo:
Kafakumba.
Kafakumba es una misión construida en los años treinta por los padres
franciscanos belgas flamencos que ocuparon, para evangelizar, toda la zona de las
Diócesis actuales de Kolwezi y Kamina pertenecientes a la región de Katanga. La
región de Katanga, cuando llegamos se llamaba región de Shaba, que quiere decir en
swahili “cobre”, ya que es zona riquísima en este mineral. El pueblo duerme sobre un
colchón de minas de cobre, manganeso, zinc, cobalto… es una de las regiones más
ricas del país. La misión está situada en plena selva, a cuatrocientos kilómetros de la
ciudad minera de Kolwezi y a ochocientos kilómetros de Lubumbashi (la antigua
Elisabethville).
Kafakumba está rodeada cada 100 Km. de otras misiones que en su tiempo
fueron también construidas por los padres Franciscanos pero que están en pequeñas
ciudades que se fueron formando a su alrededor como las misiones de Sandoa, Diloló
(frontera con Angola), Kananga (donde está el Gran Jefe del pueblo Lunda),
Kalamba, Kasaji, Mutshatsha, todas pertenecientes a la Diócesis de Kolwezi.
Cuando llegamos a la misión de Kafakumba estaba al frente un padre
franciscano belga (de Overpell, frontera con Holanda), flamenco, alto, delgado, con
perilla, el famoso P. Erick Hendrik, un misionero de talla que tanto me enseñó y
ayudó en mis comienzos misioneros. Y también estaban las Siervas de San José a las
que íbamos a reemplazar.
Llegamos por fin a Kafakumba a las 16,30h de la tarde del 30 de abril. En el
convento de las religiosas nos esperaban dos Siervas de San José, la H. Ángela y la H.
Lourdes. El recibimiento fue un poco frío comparado con sus otras casas que
visitamos. Fuimos enseguida a saludar al famoso P. Erick y luego al Señor en la
capilla de las religiosas. Le dimos gracias al Señor y a la Virgen y le pedimos que nos
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KAFAKUMBA, los inicios…
ayudaran a llevar la nueva obra de nuestra Congregación. Al día siguiente empezaba
el mes de mayo y me acordé de nuestra Madre Alberta que nos decía: “Con la
protección de la Virgen todo irá bien…”
Enseguida de cenar nos fuimos a descansar, pues estábamos verdaderamente
rendidas entre el cansancio y las emociones.
En nuestro primer día en Kafakumba asistimos a las seis de la mañana a la
misa en la Parroquia de la Misión, ofreciéndola nosotras en particular en acción de
gracias por encontrarse nuestra Congregación Pureza de María en tierra africana, y
pidiendo al Señor su fuerza y su gracia para poder dar mucho fruto y gloria a Dios. A
la salida de la parroquia, saludamos a los cristianos: ¡qué alegría, qué emoción, qué
mundo nuevo…!
Los primeros días, semanas y meses fueron un poco duros para todos: distintas
formas de vida, mentalidad completamente diferente a la nuestra, lengua tshokwe
desconocida y, sobre todo, que a las religiosas que estaban allí les costaba mucho
dejar la Misión, como es natural, pues estaban desde el año 1966.
Fue duro para nosotras, dos novatas; la gente con nosotras lo hacía
estupendamente bien, tenían mucha paciencia… Reconozco que el pueblo congolés,
en este caso la “tribu tshokwe” donde nos tocaba vivir, es un pueblo simpático,
sufrido, amable, bueno, acogedor, paciente, trabajador… Poco a poco, día tras día,
íbamos encajando en esta gran diversidad de raza y cultura, en esta riqueza
inagotable de Dios que a todos nos ha creado y hecho a su imagen y semejanza para
adorarlo, servirle, amarlo en esta vida y luego ser feliz con Él en la vida eterna. La
base y fundamento de todo ser humano, sin excepción de nada.
La Misión está formada por varios pabellones separados. El centro de la
Iglesia, grande y bonita, está dedicado a San Pedro y San Pablo. En la casa de los
Padres, aunque sólo había uno, vivía el famoso P. Erick de unos sesenta años, pues el
otro que estaba, el P. Simón, hacía un año que había fallecido en Bélgica. Al lado
estaba el convento de las religiosas, de construcción más reciente, pues lo
construyeron en el año 1966 para recibir a las primeras religiosas que llegaban a la
Misión, las Siervas de San José. Desde la casa, muy linda y práctica, por medio de un
lupango (en tshokwe quiere decir: jardín, huerta…) se llega a la casa de los Padres y
al internado de la niñas. Un poco más lejos, el Hospital, con los pabellones de
dispensario, sólo para la hospitalización de hombres, y otro para las mujeres y la
maternidad. En la parte de detrás de la maternidad y un poco más alejado está el
cementerio. También en el recinto de la Misión había una casa grande, sola, para
hacer foyer (costura) con las señoras, donde se les enseñaba a coser, tricotar, cuidar
a las niños, etc. Algo más apartado y en forma de U una serie de habitaciones, donde
se alojaban unas mamás ancianas echadas de sus clanes y poblados por hechiceras,
viniendo a refugiarse a la Misión. Al lado de nuestro convento, está la Escuela
Primaria de niños/as.
Como ya he explicado antes, el movimiento dado por el presidente Mobutu de
la zairanización y autenticidad del pueblo prohibió en las Escuelas y lugares públicos
los crucifijos, las clases de Religión, el uso de nombres cristianos, trajes europeos.
Por esta razón y desde entonces las mujeres y también las religiosas comenzaron a
vestirse y llevar el tshikwembe, es decir, el paño tradicional auténtico de sus
antepasados: “Kahilu, Kona, Mutombo, etc.”
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KAFAKUMBA, los inicios…
En las Escuelas los Directores tenían obligación, antes de comenzar las clases
del día, de agrupar alumnos y maestros en la entrada de la Escuela o el patio para la
“animación”, esto es, una serie de cartas y slogans resaltando al Presidente como
salvador, y también sus valores tradicionales finalizando con el Himno nacional “La
Zaïrois”. Cada mañana a las siete y media me iba delante de la Escuela para ver el
espectáculo. Alumnos y maestros en círculos y unos chicos/as en medio con los
tantanes para dirigir y animar los cantos del día. Ya fuera un profesor o un alumno
gritaban los slogans como “Mobutu, ¡oye!; salvador ¡oye! ¡Ah…! !Oh…! y así una
retahíla de piropos que todos cantaban a coro. Y al terminar, que a veces duraba esa
animación más de media hora excitando a los niños y jóvenes, tamborileaban y
cantaban todos juntos bailando sus danzas al ritmo del tantán.
Me gustaba verlo, no tanto por lo que decían, que no entendía nada ya que lo
cantaban en tshokwe o en kiswhailli, sino por ver y sentir su ritmo, sus bailes, su
música, que lo llevan en su sangre, en su vida, en su pueblo, en su raza…
El himno era el siguiente que lo anoto por curiosidad, la música es muy
bonita, al menos a mí me gusta. Decía así el himno que ha durado hasta la caída de
Mobutu en el año 1998.
El himno: « La zaïroise »
Zaïrois dans la paix retrouvée,
Peuple uni nous sommes zaïrois,
en avant fier et plein de dignité,
peuple grand, peuple libre à jamais.
Tricolore en flamme nous du feu sacré
Pour bâtir notre pays plus beau
autour d’un fleuve majestueux. (2x)
Tricolore aux vents ravis de l’idéal
qui nous relie aux aïeux á nos enfants
paix, justice et travail. (2x)
H. Laura Herrera
H. Carmen Estarellas
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KAFAKUMBA, los inicios…
Nuestros primeros meses en Kafakumba
Estos primeros meses en Kafakumba fueron duros. Las Hermanas Siervas de
José de Kafakumba estaban molestas porque su Congregación decidió dejar
Kafakumba y allí nos presentamos nosotras sin tener ellas casi idea de lo que se
proponían sus Superiores mayores. La acogida fue un poco seca y tirante, cosa que al
paso del tiempo lo fuimos comprendiendo. El P. Erick estaba seco e irónico con
nosotras, pues le costaba mucho que las Siervas tuvieran que irse y las monjitas, por
su parte, haciendo todo lo posible por desanimarnos a ver si regresábamos a España y
así ellas permanecían en Kafakumba. La H. Carmen y yo no entendíamos nada, pero
nos llenamos de paciencia…
Encontramos en Kafakumba tres Siervas de San José que luego fueron
cambiando, la única que permaneció con nosotras todo el tiempo fue la H. Magdalena
Cañibano, que era la Superiora, la cual murió el año 2006, en marzo. Era una
bellísima persona y, a pesar de todo este enredo, quedamos con las Siervas
estupendísimamente bien, queriéndonos y ayudándonos mutuamente hasta el día de
hoy.
El P. Erick venía todos los domingos a comer y cenar con las religiosas, pues
ese día su cocinero lo tenía libre. Recuerdo lo mal que pasaba estos momentos y no
había manera que la comida me entrara, era para mí una verdadera penitencia…
Durante este tiempo nos dijeron de ir a la Misión de Luabo para hacer los Ejercicios
Espirituales con un sacerdote español, el P. Luis, junto con las Siervas, ya que eran
ellas quienes lo organizaban.
Vinieron también para hacer los Ejercicios tres religiosas Franciscanas
Misioneras de María, todas españolas: la H. Rosario, Superiora de la Misión de Diloló
Gare, la H. Carmen de la misma comunidad y la H. Catalina Estarellas de la misión de
Sandoa. Esta H. Catalina Estarellas era alta, grande, fuerte y del mismo pueblo de
nuestra H. Carmen Estarellas, de Buñola, se conocían de jóvenes aunque no son
familia a pesar de tener el mismo apellido. Se enteró Catalina de la llegada a
Kafakumba de las Religiosas de la Pureza de María y encima que una de ellas era la
H. Carmen Estarellas. Poco tiempo le faltó y por eso se apuntaron para hacer
Ejercicios y venir a Kafakumba a vernos y recogernos para irnos todas juntas a Luabo.
¡Qué alegría tuvieron encontrarse en la otra punta del mundo después de tantos
años…!
Así que el 3 de julio, después del desayuno, partimos en el jeep de las
religiosas Franciscanas, la H. Magdalena (Sierva de San José), las tres Franciscanas y
la H. Carmen Estarellas y yo rumbo a Luabo, donde al día siguiente comenzaban los
Ejercicios. A eso de las diez de la mañana hicimos un alto en el camino, pero
inútilmente… así que nos lo tomamos con filosofía y el tiempo pasaba. En esa espera
pasaron dos hombres de edad avanzada en bicicleta, se pararon y vieron que no
había nada que hacer y que iba para largo, así que de las cosas que llevaban sacaron
seis plátanos y nos dieron uno a cada una, cosa de agradecimiento infinito.
La gente que iba pasando a pie de un pobladito a otro, o bien los que iban a
trabajar a sus campos de manioca avisaron al poblado de Kawaya y a eso de las
cuatro de la tarde llegó un gran grupo de jóvenes, viejos y niños para empujar el
coche hasta el poblado.
Así lo hicieron y entre cantos, gritos de animación y sudores empujaron el
jeep (que es fácil decirlo, pero no hacerlo) unos doce kilómetros que faltaban para
16
KAFAKUMBA, los inicios…
llegar a Kawaya. Empezaron con muchos bríos pero al cabo de cinco ó seis kilómetros
descansábamos, fue agotador. La tarde iba cayendo y tomamos como recurso una
linterna para iluminar, poniéndonos delante del jeep para poder ver algo. La noche
era oscura, las estrellas y la luna en su cuarto creciente eran las únicas luces que
alumbraban el camino. No dudamos que el Señor y la Virgen premiaban a estos
hombres que vinieron con todo su corazón generoso a ayudar a sus misioneras. Así es
el hombre africano…
Las horas pasaban, eran ya las ocho y no llegábamos, sólo divisábamos una luz
de fuego aún muy lejana que de vez en cuando desaparecía. Al cabo de un rato oímos
gritos de alegría de mujeres y niños que salían a nuestro encuentro. ¡Por fin llegamos
a Kawaya! Me acordé de la entrada de Jesús en Jerusalén… Ya tenían preparada una
gran hoguera para calentarnos, pues el frío empezaba a apretar. Aquí, en la época de
sequía, por las noches refresca fuertemente. Nos sentamos alrededor del fuego y la
gente junto con nosotras. Estuvimos un rato largo.
En lo que servía de Escuela, nos prepararon cuatro catres hechos con caña de
bambú y encima unas esteras. Me impresionó ver cómo esta gente nos daban lo que
tenían: su comida, su techo, sus esteras…y me acordé de los dos céntimos que la
pobre viuda del Evangelio echó como ofrenda al Templo y Jesús alabó diciendo que
ella había dado todo lo que tenía. Esto mismo habían hecho estas gentes con
nosotras. Dentro de mi corazón le pedía al Señor que los recompensara como sólo Él
sabe hacerlo… Para mí fue una gran lección que a lo largo de los años en este país he
ido viviendo, esta acogida y hospitalidad del pueblo africano.
Eso fue sólo la primera noche pues estuvimos allí de parada y fonda durante
tres días. Íbamos al río a lavarnos y a rezar a la Iglesita católica con los cristianos,
charlábamos con la gente lo que podíamos y vivíamos entre ellos y así iban pasando
las horas.
Nos tuvieron que dar de comer esos días que estuvimos allí y se lo repartían
distintas familias cristianas del poblado y también otras Iglesias, como los metodistas
y alguna secta por ahí desparramada.
Cuando quisimos pagarles dijeron que ya estaba pagado porque las religiosas
nos dedicamos y venimos por ellos.
Durante esos días siempre teníamos niños y gente a nuestro alrededor, era
una grandísima novedad lo que en ese pobladito estaban viviendo.
En la capilla a la que íbamos a rezar con los cristianos por las mañanas al salir
el sol, había un cuadro de Jesús y otro de la Virgen donde nos reuníamos para
comenzar nuestra plegaria. El catequista presidía las oraciones y también se rezaba
el Rosario y se acababa con unos cuantos cantos religiosos. Me llamó la atención que
entre sus rezos uno iba dirigido a San Francisco Javier.
Por las noches nos reuníamos los cristianos y los que no lo eran alrededor del
fuego para así mitigar el frío que hacía, aunque parezca mentira.
Todo esto que iba viviendo calaba en mi interior, descubriéndome otra
manera de ver las cosas y las personas.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Otro acontecimiento que vivimos en este perdido pueblecito fue una boda
según sus costumbres. Yo lo seguía paso por paso sin pestañear pues fue curiosísimo
para mí en ese momento.
Los novios estaban sentados cada uno en una silla con unas caras tristes y
compungidas. A la chica la habían traído de otro pobladito entre cantos y gritos de
júbilo de las mujeres que la acompañaban en el festejo. Traían las mujeres en sus
cabezas diferentes objetos como cacerolas, escobas, azadones, cubos, y no sé
cuántas cosas más de este estilo. Al llegar el cortejo delante del novio y su familia,
todas estas mujeres empezaron a dar consejos a la novia sobre cómo tratar al
marido, ser buena esposa, preparar la comida, trabajar el campo… y así de esta
manera tomaron posesión los novios de su nueva casa.
Pasaron varias horas de esta ceremonia y los novios escuchando toda esta
retahíla con una tristeza en la cara que a mí me daba pena y ganas de llorar al ver
ese panorama.
Todo esto me lo fue explicando un maestro del pobladito. Al cabo de no sé
cuánto tiempo, se acabó este ritual que no llegué en ese día a captar su significado
pero que ahora ya lo veo diferente y lo comprendo, pero lo cuento tal cual lo viví en
ese momento con sólo dos meses de estancia en el Zaïre. Siguieron con sus danzas y
cantos durante tres días que duraban los festejos matrimoniales.
Por fin a las ocho de la tarde del tercer día de estar en Kawaya, apareció el
jeep de Luabo después que llegó el ciclista con la carta que enviamos contando
nuestro percance.
Vino a rescatarnos el P. Ignacio (belga) de unos cincuenta años y que era
Director de la Escuela Normal de Luabo y muy querido por los chicos. Este Padre, al
cabo de algún año, murió casi de repente a causa de una trombosis. También venía el
laico belga cooperante, Paul, y la H. Matilde de San José que yo conocí en Roma y
que llegó al Zaïre algún mes antes que nosotras.
Trajeron bocadillos, café y agua. Después que el Padre y Paul arreglaron
provisionalmente el jeep, partimos con dos coches hasta Luabo.
Nos despedimos de esa buena gente dándoles las gracias de corazón,
dándonos ellos también su adiós con toda la cordialidad y alegría que los
caracterizan.
Cerca de la una y media de la madrugada hicimos nuestra aparición en la
Misión. Todas las ejercitantes nos esperaban; luego nos fuimos a descansar, pues al
día siguiente teníamos que incorporarnos a los Ejercicios con tres días de retraso.
Al levantarnos nos dieron la gran alegría: que nuestra Madre General, María de
las Nieves Armas, y la Secretaria General, M. Agueda Moll, llegaban al Zaïre el nueve
de julio. Sobra decir nuestra alegría. Viajaban con la Delegada de las Siervas de San
José, que en ese momento era Raquel Pereira, y un padre jesuita mayor, el P.
Torres, que venía a pasar el verano a Luabo, Asunta Oriol que era hija y sobrina de la
famosa familia Oriol que creo que uno era Ministro y fue secuestrado por ETA en
tiempo de Franco y que además eran algo del Talgo, o sea una chica de muy buena
familia. Durante los años que estuvo Asunta Oriol en Luabo tuve mucho contacto con
ella y nos llevamos muy bien, éramos de la misma edad.
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KAFAKUMBA, los inicios…
En ese momento, como lo he dicho antes, la Delegada de las Siervas era Sr.
Raquel que residía en Luabo y la Provincial de Andalucía, a donde pertenecen las
Misiones del Congo, Sr. Teresa Murcia. Ésta última, cuando terminó su mandato al
año siguiente, se metió clarisa en un Monasterio del Zaïre, en la Región de Kasai.
Años más tarde la encontré de paso en Lubumbashi en dos ocasiones y charlamos
largo y tendido. Ahora está destinada en otro país de África de clarisa, ¡cosas de la
vida!
Pues como decía, estas dos Siervas fueron las que tramitaron con nuestros
Superiores el paso de la Misión de Kafakumba a la Pureza y fue también por medio
del P. Gordon, jesuita y profesor de la Gregoriana, el encuentro entre las Siervas y
nosotras.
Al P. Gordon lo conocí en esos momentos en Roma, pues yo estaba ahí de
juniora. En el año 1982 vino el P. Gordon al Zaïre para dar Ejercicios Espirituales a
las Siervas y quiso acercarse a Kafakumba para saludarnos y estar unos días con
nosotras, detalle que se agradece mucho en estas tierras.
Por fin llegó el 10 de julio de 1975, día de la llegada de nuestra Madre
General, Mª de las Nieves Armas, y M. Agueda Moll a Kamina y de allí las llevaron a
Luabo. Sobra decir y explicar el encuentro, pues ya se puede imaginar la emoción y
alegría tan grande. Con ellas viajaba, como he dicho, el P. Francisco Torres. Este
Padre algún año antes estuvo en Luabo dando Ejercicios a las Siervas y le encantó
tanto África que pidió permiso al P. Arrupe para venir algunos años a trabajar a estas
tierras. Este Padre siempre deseó ir a misiones pero debido a otros cargos que tuvo
en la Compañía como Provincial de Andalucía, Maestro de Novicios y Juniores nunca
pudo realizar su deseo hasta este momento, ya que era mayor. Como detalle digo
que era cordobés, un santo jesuita, sabio y saladísimo, como buen andaluz, y que fue
el formador del P. Gordon, y los Padres José Caba y Ruiz Jurado, que tan bien
conocemos en nuestra Congregación.
Ayudó el P. Francisco Torres al entonces Obispo de Kamina, Monseñor
Bartolomé Malunga, y a todas las religiosas, teniendo nosotras también mucho que
agradecerle. La gente de Luabo que lo conoció todavía lo recuerda por el bien que
hizo con su sencillez y cercanía al pueblo.
Llegó el momento de partir a Kafakumba y, como éramos mucha gente para
viajar en un solo coche, nos acompañó el jeep de Luabo y así recogerían a las otras
dos Siervas de Kafakumba para la segunda tanta de Ejercicios. Vino con nosotras el P.
Torres para acompañarnos y también conocer Kafakumba.
El jeep de las Franciscanas comenzó de nuevo a no marchar y el otro jeep
tuvo que remolcarlo. A cada momento se rompía la cuerda que pusimos para tirar un
coche del otro. Una de las veces paramos en un lugar donde había una invasión de
mosquitos, era un espectáculo digno de contemplar ver a todas las monjas y al P.
Torres con la cabeza cubierta con los paños y espantando los mosquitos que entraban
por la boca, nariz, oídos… Reímos muchísimo ante este panorama, pues no era para
menos.
En lugar de cuerda decidimos poner un palo grueso para aguantar más
kilómetros en marcha y así fue, aunque íbamos lentísimo llegando a Kawaya, el
poblado donde estuvimos los días anteriores, a eso de las siete de la tarde y ya todo
oscuro. Por ser tarde y faltar aún muchos kilómetros hasta Kafakumba, se prefirió
19
KAFAKUMBA, los inicios…
que el coche estropeado de las Franciscanas se quedase hasta el día siguiente, que
vendría el de Kafakumba con lo necesario para remolcarlo.
Nos quedamos las Franciscanas y yo y el otro jeep partió llegando a
Kafakumba a media noche. Así que volvía a pasar la noche en la famosa escuelita. Al
día siguiente, a eso de las doce del mediodía, llegó el jeep de Kafakumba y comenzó
a tirar del otro jeep pero sólo duró una hora pues se rompió el parachoques y no
había sitio para enganchar la cadena. Otra vez se fue el jeep a Kafakumba a por la
pieza que le faltaba al coche de las Franciscanas para que pudiese marchar por sí
sólo. Regresaron con la pieza a eso de las cinco de la tarde y, ya cerca de
Kafakumba, encontramos fuego por el camino porque al ser época de sequía
aprovechaban para quemar la selva. Tuvimos de nuevo que parar y comenzar a echar
tierra al fuego pues al ser el jeep de gasolina tenía peligro de incendiarse. Después
de todas las penurias se llegó a Kafakumba.
Al día siguiente el coche de Luabo regresó a su Misión con las otras dos Siervas
para hacer los Ejercicios en la segunda tanda.
Las Franciscanas de María, después de comer, se fueron a sus Misiones
respectivas, tras haber arreglado el coche, y nosotras nos quedamos en Kafakumba
con dos Siervas.
La M. Armas y la M. Águeda vieron el problema y la postura del famoso P.
Erick y de las Siervas, y eso que el Padre fue educado con ellas cuando fueron a
saludarlo.
En esos días nos paseamos por la misión con las Madres, tuvimos clases de
Kiswahilli para aprovechar el tiempo con el Director de la Escuela Primaria de la
Misión, José Kanunda.
El P. Torres venía cada día a celebrar en la Capilla de las Religiosas y también
se quedaba un rato largo con nosotras amenizando y haciendo que la situación fuera
menos seca.
El día veinte de julio llegaron a Kafakumba, como habíamos quedado, la M.
Raquel para luego irnos todas juntas a Kolwezi a saludar al Obispo y concretar. Desde
allí las Madres partirían a España sin volver a pasar por Kafakumba.
La Madre General y la Madre Secretaria fueron por la tarde junto con la M.
Magdalena Cañibano (Sierva de San José) a despedirse del P. Erick, que lo hico muy
bien y educadamente. Al regresar al convento de las religiosas, la M. Magdalena dijo
a nuestra Madre General que nos deseaba suerte y que el Obispo nos daría otra
Misión. Nos dolió en el alma pues se vio claro que ella y el P. Erick no querían que
nos quedáramos pues todo fue poner dificultades.
Llegó de nuevo el día de ponernos en camino repartiéndonos entre el jeep de
Luabo y el de Kafakumba, pues iban, además de la H. Carmen Estarellas y yo, el
catequista de Kafakumba, Tshikomba, la H. Lourdes (Sierva de San José), el P.
Torres, Asunta Oriol (la chica seglar), la H. Raquel, nuestra Madre General y la M.
Moll.
Íbamos a Kolwezi donde reside el Obispo, Monseñor Floribert Songasonga
Mwitwa, que fue nombrado Obispo el 24 de agosto de 1974, o sea unos meses antes
de nuestra llegada de Zaïre. El anterior Obispo era Monseñor Keppens (franciscano
belga).
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KAFAKUMBA, los inicios…
Señalo lo del nombramiento porque Monseñor Sonsasonga y nosotras
empezamos como quien dice juntos nuestro trabajo en la Diócesis de Kolwezi,
naciendo y creciendo con el paso del tiempo una gran simpatía y aprecio mutuo.
Mpala
A 40 Km antes de llegar a Kolwezi estaba la misión Mpala, donde vivía el P.
Comisario (provincial) de los franciscanos, el P. Paulín ya mayor, pequeño de talla y
con una barba blanca. Esta misión de Mpala estaba sólo a 10 Km de Kanzenze. Digo
estaba porque, en la guerra de 1978-80, los Padres se tuvieron que ir de la Misión lo
mismo que las religiosas de “María Pittem” que estaban en Kanzenze.
Mpala tenía, en el año 1975, una grandísima extensión de terreno cultivado
en maíz, manioca, toda clase de legumbres y verduras de todo tipo, árboles frutales,
ganado menor y carpintería. Con todo lo que sacaban de la venta de estos productos
vendiéndolos en Kolwezi mantenían en parte a los franciscanos de las Misiones del
interior, pero en ese momento que lo visitamos ya no era así debido a las
circunstancias del país. Los franciscanos tenían también esta casa como “Embajada
Franciscana”, pues a veces los sacerdotes franciscanos extranjeros podían tener
problemas con los respectivos Obispos y autoridades políticas, refugiándose entonces
en esta Misión donde ya no les podían hacer nada. Llegamos los viajeros a Mpala.
Saludamos al P. Paulín y a los tres hermanos franciscanos, todos belgas, que
habitaban allí.
Nos presentamos al Padre Comisario contándole un poco el problema de
Kafakumba con el P. Erick. El P. Comisario prometió ayudarnos y nos animó a
quedarnos en Kafakumba. Al finalizar esta visita se continuó el viaje hacia Kolwezi.
Nuestra visita al obispo de Kolwezi
Llegando a Kolwezi nos hospedamos en el Convento de las Religiosas
Chanoinese de San Agustín “Religiosas de Notre Dame de Lumière” menos la H.
Lourdes (Sierva de San José), Asunta Oriol y yo que fuimos alojarnos en el Convento
de las Hermanas de María de Pittem que tenían en Kolwezi.
Al día siguiente de Sta. Magdalena, nos presentamos en el Obispado, para
visitar a Monseñor Floribert Songasonga, la M. Armas, M. Moll, P. Torres, H. Raquel
(Sierva de San José), H. Carmen Estarellas y yo. Fuimos para saludar y presentarnos
oficialmente al Sr. Obispo de la Diócesis de Kolwezi, a donde pertenece la Misión de
Kafakumba.
El Obispo era joven en ese momento, creo que no llegaba a los 40 años, era el
más joven del Zaïre recién nombrando, pero por lo que mostró se le vio muy
inteligente, capaz y bien preparado. Estuvo muy atento y delicado con nosotras
siguiendo bien el problema que teníamos en Kafakumba.
El Obispo dijo que nos aceptaba en su Diócesis y daba las gracias a la Madre
General por venir al Zaïre en esos momentos tan difíciles por la postura que habían
tomado los Obispos africanos frente al Presidente Mobutu.
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KAFAKUMBA, los inicios…
El Obispo nos dirigió unas palabras de aliento de cómo educar a la mujer
zaireña, hacerle descubrir los valores de la persona humana, llevarla a Dios…
En cambio con Sr. Raquel (la Delegada de las Siervas) fue bastante duro. En
resumen, que nosotras quedamos bien y confortadas y las Siervas muy mal paradas,
pues la bronca no fue pequeña, pero quitando esto la entrevista fue agradable y
emocionante, es difícil describirlo.
A la salida del Obispado encontramos al catequista papa Tshikomba que había
viajado con nosotras en el jeep e iba a ver también al Obispo.
La M. Armas y el P. Torres, que había estado con nosotras en la entrevista con
el Obispo, en seguida se dieron cuenta que el catequista llevaría algún mensaje del
P. Erick en contra nuestra.
Como al día siguiente la M. Águeda, M. Armas, Sr. Raquel, P. Torres y Asunta
Oriol partirían a Lubumbashi donde nuestra Madre General y Secretaria ya tomarían
el avión para España y no tendría más oportunidad de verlo, al regresar a Kafakumba
se la llevaríamos.
Y así fue, una vez que despedimos a las Madres, la H. Carmen Estarellas y yo
fuimos al Obispado para entregar la carta. Nos recibió enseguida pues acababa de
desayunar y en su despacho le entregamos la carta y comenzamos a hablar lo del día
anterior y lo que no se había dicho, poniéndolo al corriente de que el problema no
viene solo del P. Erick sino también de las religiosas Siervas de San José de
Kafakumba, que esto último Sr. Raquel el día anterior no lo mencionó. El Sr. Obispo
lo comprendió y escuchó con interés y nos dijo que el catequista Tshikomba también
fue a verlo para entregarle una carta del P. Erick pidiéndole que se quedasen las
Siervas en Kafakumba.
El Sr. Obispo nos dijo que era una postura infantil y que las razones que daba
no tenían fundamento, que escribiría el P. Erick, a la M. Magdalena y a la comunidad
cristiana de Kafakumba. Respiramos, pues el presentimiento de nuestra Madre
General fue realidad.
El Obispo nos animó y nos prometió ayudarnos, cosa que hizo efectivamente
y, entre él y nosotras, hubo un buen entendimiento que dura hasta el día de hoy
después de 30 años de conocernos. Ahora Monseñor Songasonga, Arzobispo de
Lubumbashi, sigue las buenas relaciones que siempre hemos tenido. Yo
personalmente lo aprecio y estimo mucho y él a mí también, se nota…
Cuando regresamos a Kafakumba H. Carmen Estrellas, yo y Tshikomba, lo
primero que dijimos fue que nos quedábamos y seguiríamos en Kafakumba. Las
Siervas se quedaron un poco despagadas. En la capillita de nuestra Misión dimos en
silencio gracias a Nuestro Señor y a la Virgen y le pedimos que nos diera su amor y su
gracia para que nuestra Congregación pudiera dar frutos de santidad y de
santificación.
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KAFAKUMBA, los inicios…
De izquierda a derecha:
M. Mª de las Nieves Armas, Monseñor Songasonga, M. Águeda Moll
Una nueva etapa
En Kafakumba, de nuevo, esperábamos que llegasen nuestras Hermanas de
España tal como nos lo había dicho nuestra M. General, M. de las Nieves Armas.
Vendrían en Agosto las HH. Magdalena Llobera, Carmen Richart, Beatriz Gamarra (la
hermana enfermera de nuestra H. Soledad García) y también vendría la M. Riera
como Consejera y representante de la M. General para estar una temporada con
nosotras e instalar la Congregación aquí en el país y tomar las decisiones que fueran
necesarias. Pero, hasta que llegasen, la vida sería más o menos por el estilo, las
Hermanas Siervas y el P. Erick enfadados, pero nosotras tranquilas, ya se les pasaría,
había que dar tiempo al tiempo.
El día 31 de Julio, San Ignacio de Loyola, llegó a la misión la H. Catalina
Estarellas (Franciscana Misionera de María) para buscar a las HH. Carmen Estarellas y
a mí e ir a visitar sus Misiones; después de comer nos fuimos a la misión de Sandoa.
Todas las Franciscanas nos recibieron muy acogedoramente y los días que
estuvimos allí visitamos la misión, la leprosería y alrededores. También fuimos a
pasar una tarde al río con una camioneta de las Franciscanas. Detrás íbamos 10
religiosas y, entre ellas, 2 religiosas zaireñas. Disfrutamos del lugar que era
maravilloso, el río estaba lleno de rocas corriendo el agua con gran fuerza, a pesar
de eso todas caímos en la tentación de remojarnos. También asistimos en Sandoa a
unas bodas de plata de una pareja de cristianos y, después de la misma, hubo un
banquete al que asistieron 2 hermanas franciscanas y otra era yo. Fue una fiesta muy
entrañable, pero me llamaba la atención la seriedad de la gente y cómo, cuando se
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KAFAKUMBA, los inicios…
acababa de comer y beber, el ambiente empezaba a caldearse y ése era el momento
para retirarnos.
Otra de las cosas que recuerdo de esta visita a Sandoa fue que asistí con la
comadrona franciscana a la maternidad pues acababa de abortar una señora que tuvo
un bebe de 5 meses. Antes que el niño muriera, la Hermana me dijo de bautizarlo y
así lo hice llena de emoción y nerviosismo pues era la primera vez que me
encontraba en semejante situación. Lo bauticé y al cabo de unos minutos el niño
murió. Es algo que se me ha quedado grabado pero no el nombre que le puse, cosa
curiosa.
Otro día las H. Catalina Estarellas nos llevó a las otras Misiones que tienen en
Dilolo Poste y Dilolo Gare, que se encuentra a solo 20 Km de Angola. En la misión de
Diloló Gare estaba de Superiora la H. Rosario, española, que participó en las
peripecias del viaje a Luabo para hacer los Ejercicios. Como la misión está fronteriza
con Angola nos llevaron a la ciudad más cercana, que se llama “Txeiras”.
Me impresionó ver mucho blanco portugués y mulato, pues al haber sido
Angola colonia portuguesa hubo más mestizaje que en el Zaire. Estaba “Txeiras” toda
agujereada por las balas, pues era el momento crítico de lucha por la independencia
del país. Las franciscanas aprovecharon para hacer compras y regresamos a Dilolo.
En Dilolo Gare estaba como párroco en la Misión el P. Hildebrando,
franciscano belga, con unos cincuenta y tantos años y todo un Doctor en Derecho
canónico, al cabo de unos años fue ayudante y consultor del Obispo de Kolwezi. Este
Padre estuvo en el país hasta el año 2004 en que regresó definitivamente a Mortsel
(Bélgica). En Dilolo Poste había otro franciscano belga, el P. Pancracio, y el H. José.
Tanto uno como el otro hace años que dejaron el Zaire. Junto con ellos vivía un laico
maduro, Arquitecto belga que estuvo con los franciscanos toda su vida, se llamaba
Albert y murió en Dilolo hace unos 10 años. Lo cito porque fue este laico belga quien
construyó el convento, hospital e internado de niñas de Kafakumba cuando llegaron
por primera vez en 1969 las Siervas de San José.
La misión de Sandoa es grande y hay varias parroquias, al principio estaban los
franciscanos, pero más tarde lo cedieron a los salvatorianos, que fueron los que yo
conocí. Ahora siguen, pero la mayoría son ya congoleses, lo mismo que les pasa a los
franciscanos.
Después de nuestra gira en la que conocimos muchas Franciscanas Misioneras
de María, belgas, españolas, canadienses y zaireñas, regresamos a Kafakumba
dándole las gracias a Sr. Catalina Estarellas por esos días en los que habíamos
disfrutado y conocido las otras Misiones de la Diócesis de Kolwezi y sus alrededores,
que son más de 200 y 300 Km. A nuestro regreso a Kafakumba, aunque la situación
seguía tensa, la M. Magdalena Cañibano ya empezó a darnos algún trabajillo y, al
cabo de algunos días, el P. Erick quiso hablar con la H. Carmen Estarellas y conmigo.
Supongo que Monseñor Songasonga escribió al P. Erick y a la H. Magdalena que, al
recibir la carta, cambiaron por completo su postura con nosotras y las Siervas
también tuvieron que aceptar la decisión de sus Superiores aunque les costase, cosa
comprensible por el modo en que actuaron sin informar a las Hermanas de
Kafakumba.
Como decía, el P. Erick nos llamó y fuimos a su despacho nosotras dos. Nos
acogió muy paternalmente, nos dijo que nos aceptaba, que estaría a nuestro lado
etc. Cosa que cumplió su palabra pues desde entonces nos ayudó en todo, sobre todo
a mí que, al ser muy joven, acababa de cumplir 27 años, me ayudó muchísimo
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KAFAKUMBA, los inicios…
siempre queriéndome también mucho, todo hay que decirlo, y se comportó conmigo
como un abuelo hasta su muerte.
He de decir también que nosotras lo cuidamos en su vejez y enfermedad
muriendo en Kafakumba y siendo nosotras las que llevamos con cariño y caridad todo
ese peso y sufrimiento.
Nosotras no salíamos de nuestro asombro, pues el P. Erick estaba
transformado hasta tal punto que nos pidió perdón. Nos repitió que nos ayudaría
siempre y nos dijo que ahora Kafakumba “era nuestra Misión”.
No podía salir de nuestro corazón sino un GRACIAS, SEÑOR… pues de golpe y
porrazo todo había cambiado, sabíamos que el Señor y la Virgen de la Pureza nos
ayudarían.
A partir de ese momento la H. Carmen y yo comenzamos a ir metiéndonos en
todo para ponernos al corriente, pues hasta entonces las Siervas nos tenían apartadas
completamente, pero cambiaron y nos ayudaron para que pudiéramos reemplazarlas
en todo.
Llegada de nuestras Hermanas
Como nos había dicho la M. General, la M. Armas, en su venida al Zaire el 21
de agosto de 1975 llegó a Kamina nuestra H. Magdalena Llobera, que acababa de
finalizar sus estudios de “Medicina tropical” en Amberes (Bélgica). ¡Qué alegría
tuvimos de tenerla entre nosotras y ser tres en comunidad!
Nos dijo que la H. Carmen Cortés Richart y la chica enfermera Beatriz
llegarían a Kamina el 12 de septiembre. Más adelante vendría también la M. María
Riera, Consejera general, como la M. Armas nos había dicho, pues vio conveniente
que viniese una Consejera para darnos apoyo y estar de representante de la
Congregación de cara al Obispo, al P. Erick y a Sr. Raquel.
En este viaje vimos en Kamina al P. Emilio Torres y le informamos del cambio
del P. Erick y de las Siervas. Se alegró pues él estaba al corriente de los problemas
de Kafakumba y vivió junto con nosotras y la M. Armas las dificultades.
Siempre, desde que llegó el P. Torres, se puso a nuestro lado ayudándonos y
apoyándonos y eso que acababa de conocernos, se lo agradecimos.
Una vez en nuestra misión de Kafakumba, nosotras tres nos metimos en los
trabajos haciéndolo lo mejor que sabíamos, aunque no fuese perfecto pues este
mundo y esta mentalidad no se asimila de la noche a la mañana sino que se necesita
tiempo. Ahora, después de 34 años, me doy cuenta que es así, pero desde el primer
momento no nos faltó la alegría y aunque las personas seamos distintas, ahí está la
alegría, en Cristo que nos une y nos comunica su calor de vida. Y allí estábamos en
medio de este pueblo joven en cristianismo, pero del cual tanto he aprendido y lo
que aún me queda por aprender. Nunca estaré lo suficientemente agradecida a
AFRICA y sus gentes por lo mucho que me han dado.
Llegó el día que a H. Carmen y Beatriz ya las teníamos entre nosotras. Estaba
la comunidad completa aunque todavía no teníamos Superiora. El P. Erick las saludó
y no cabía de alegría.
25
KAFAKUMBA, los inicios…
Poquito a poco fuimos entre todas tomando las riendas de la misión ¡Qué
alegría, qué responsabilidad….! Ahora quedaba la llegada de la M. María Riera que
pasaría una temporada entre nosotras.
Entre tanto la H. Magdalena Llobera y Beatriz tuvieron que irse al hospital
general de Kamina para hacer un mes de prácticas necesarias para poder ejercer de
enfermeras en cualquier hospital del país. Se hospedaron en ese mes con las
Hermanas de María de Pittem, que tienen un convento muy grande en Kamina, y los
fines de semana las Siervas iban a recogerlas para irse a Luabo y estar con ellas. Es el
convento que tenemos actualmente en Kamina.
El 3 de Octubre llegó a Kamina la M. Riera y unos días más tarde fue a
Kafakumba conmigo que había ido a buscarla a Luabo y con la Hermana Magdalena y
Bea que habían acabado su “stage” en el hospital.
Quiero decir que la M. Riera fue muy bien recibida no solo por nosotras, que
era natural, sino también por los cristianos, por la M. Magdalena Cañibano (Sierva de
San José) y por el P. Erick, que no era fácil caerle bien de repente.
La H. Riera estuvo hasta el 6 de diciembre en el Zaire. Su compañía fue muy
grata, llena de bondad y comprensión para todos.
Recuerdo muy bien que el P. Erick, al cabo de bastante tiempo de irse M.
María Riera a España, un día hablando de ella, me dijo el Padre: “La M. María Riera
es muy buena religiosa, muy inteligente y muy discreta…” acertó el P. Erick, pues así
era nuestra querida M. Riera que tanto nos ayudó.
En el tiempo que la M. María Riera estuvo entre nosotras en Kafakumba, vino
Sr. Raquel pues el Obispo Monseñor Songasonga llegaba el 19 de octubre a Kafakumba
y la había citado para hablar con ella el día 22 de octubre. Sr. Raquel vino antes
aprovechando el puente de sábado y domingo para no dejar tantos días sin dar clases
en la Escuela de Luabo, pero cuál fue nuestra sorpresa que, cuando recibimos al
Obispo, Sr. Raquel le expuso que había venido antes del día para hablar con él y
regresar enseguida a Luabo. Monseñor, después de oírla, dijo que lo sentía pero que
su cita era para el día 22 pues antes tenía que hablar con nosotras y el pueblo. Sr.
Raquel insistió pero el Sr. Obispo tajante la cortó y la citó para el mes próximo en
Kolwezi. Tanto Sr. Raquel como nosotras nos quedamos de una pieza. Se vio que el
Sr. Obispo no iba de chiquitas… Los días que estuvo Monseñor confirmó en la misión y
en varios pueblos de alrededor.
Acompañaba al Sr. Obispo el Hermano Edwin Claes (belga flamenco como
todos) que trabajaba con el Obispo y estaba al frente de la fonía. Una bellísima
persona que adoraba al Sr. Obispo. Tuvimos siempre mucho trato con él a lo largo de
los años que estuvo en el Zaire hasta que regresó a Bélgica por enfermedad y murió
el año 2004.
En esta visita el Señor Obispo quiso hablar con cada una de nosotras, pero con
quien más habló fue con la M. María Riera con la que también se llevó muy bien el
señor Obispo y todavía la recuerda con mucho cariño. La M. María Riera volvió otra
vez al Zaire y, además, Monseñor Songasonga, en una de sus visitas a Roma, coincidió
allí con la M. María Riera, así que es normal que no la haya olvidado. Cuando M.
María Riera murió se lo dijimos al Señor Obispo, lo sintió y alabó a M. Maria Riera
como persona y como religiosa.
26
KAFAKUMBA, los inicios…
También el Obispo en esta visita dijo que la M. Magdalena Cañibano, Sierva de
San José, se tenía que quedar con nosotras para ayudarnos hasta el mes de junio,
pero que las otras Siervas se podían ir cuando quisieran. Así fue como estuvimos con
Sr. Magdalena hasta junio de 1976. Fue con nosotras muy buena y mostró tener
mucha virtud, es una Sierva de San José a la que yo quiero y estimo mucho, pues una
vez pasado todo el enredo me ayudó enormemente.
Uno de los días que Monseñor celebró en la capilla de la comunidad, en su
homilía puso a la Virgen y a San José, patronos de nuestras respectivas
Congregaciones, como los primeros misioneros, ya que fueron ellos llamados para dar
a Cristo a los hombres dentro de una vida sencilla, ordinaria y en un país
subdesarrollado. Recuerdo que me emocionó oírlo. También por la tarde, como este
día lo dedicó a las religiosas y al P. Erick, nos reunió a todas en la casa del Padre en
el salón y nos dijo muchísimas cosas, sólo citaré algunas que me quedaron grabadas:
Nos dio las gracias, a la M. Carmen y a mí, por haber sido fieles al Señor y a su
llamada a pesar de las dificultades que habíamos encontrado. Que ser misioneras es
amar a los hombres, que pongamos amor y que los ganaríamos y que esa postura
fuera manifestación de nuestro amor a Cristo y a su Iglesia, que nuestra labor era
anunciar el Evangelio reconociendo la dignidad de la persona, pues Cristo vino a
salvar alma y cuerpo. También nos pidió estar unidas al Obispo y una vez más nos
volvió a agradecer nuestra presencia en el Zaire, nos dijo muchas cosas más de este
estilo que nos reconfortó a todas.
Así fue pasando la estancia del Obispo en Kafakumba y nosotras también
íbamos centrándonos más en nuestra nueva vida, dejando tiempo al tiempo para que
el Señor, a través de la Pureza, fuera realizando su obra.
Llegó el momento que M. María Riera debía regresar a España pues ya había
cumplido con su cometido. Fuimos en el jeep el P. Erick, M. María Riera, el chofer de
la Misión (papa Pascal Diur) y yo hasta Kamina donde todos cogeríamos el avión. M.
María Riera siguió en el mismo hasta Kinshasa, para ahí coger el vuelo internacional,
y nosotras descendimos en la ciudad de Kananga (en la región del Kasai) para coger
una Land Rover para nuestra Misión. El P. Erick se ofreció e hizo todos los trámites y
por ese motivo se fue a recogerlo a Kananga que era allí donde se vendían coches en
ese momento.
La escena de papa Pascal que montó por primera vez en su vida en un avión
fue simpatiquísima. Iba temblando con una cara de asombro y miedo que nos hacía
reír. La hora de vuelo que duró el viaje, papa Pascal se agarró al sillón con tal fuerza
del pánico que tenía que rompió uno de los brazos del asiento. El P. Erick y yo no
parábamos de reír al verlo, pues estaba verdaderamente cómico con sus expresiones
y comentarios…
Ya en Kananga hicimos los trámites para comprar el Land Rover y nos
hospedamos en la Procura (casa de acogida para los misioneros). Cuento todo esto
porque ahí, en la Procura, viví algo que me gustó y por eso lo escribo. Fue que estaba
hospedado un padre benedictino, de unos 50 y algo de años, de complexión fuerte y
decidido, una chica de unos 30 y pico de años y un chico de más o menos la misma
edad que eran sobrinos del benedictino, todos belgas walones. Nos contaron que
hicieron el viaje por placer de Bruselas en jeep cruzando África y queriendo llegar
hasta ciudad del Cabo en África del Sur. Nos explicaron las mil y unas peripecias que
estaban pasando; por decir algo digo que estuvieron en no sé qué país de África seis
días en la cárcel, pues creían que eran espías, les costaba enormemente encontrar
carburante para seguir el camino, y lo que encontraban a precio desorbitante, que en
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KAFAKUMBA, los inicios…
las fronteras de según qué países que cruzaban tuvieron muchos problemas… ¡Bueno!
No sé cuántas cosas más. Yo con la boca abierta y disfrutando de oírlos, toda la
odisea de este estilo y menos mal que podían contarlo pues ya estaban en el centro
de África… Me enseñaron el jeep con colchones, comida, botiquín, carburante, etc.
Todo estaba bien encajado y en perfecto orden y sin faltarles lo necesario. En cada
ciudad que pasaban tenían que reponer como era evidente. Les veía que estaban
disfrutando con ese espíritu tan aventurero que caracterizaba a estos tres
aventureros, me dieron envidia y si hubiera podido, me habría ido con ellos.
Nuestro regreso a Kamina fue más humilde, a pesar de ser época de lluvia, los
caminos estaban fatal y llenos de fango, en uno de los dos días que duró el viaje de
Kananga a Kamina cayó una tormenta con rayos, truenos, relámpagos y lluvias que
duró dos horas que todavía lo recuerdo; y por supuesto el coche patinando de una
lado a otro menos mal que, tanto el P. Erick como el papa Pascal, eran choferes
experimentados en camino de selva, ¡me impresionó!...
Hicimos noche en la Misión de Kanyama, donde estaba las hermanas
canadienses, llegamos a Luabo y al día siguiente continuamos hacia Kafakumba
donde recibieron con alegría el nuevo Land Rover.
Otro acontecimiento que pasó en Junio del año 1976 fue la despedida de la M.
Magdalena Cañibano que, cumplido el año que el Obispo dijo que tenía que estar con
nosotras, sus Superiores la destinaron a su misión de Kayeye. Fuimos a dejarle el P.
Erick y yo, recorrimos con M. Magdalena sus casas de las Diócesis de Kamina: Luabo,
Kabondo, Bukama y al final Kayeye, donde se quedó a trabajar en la Misión.
El tiempo que estuvo sola con nosotras en Kafakumba nos ayudó
introduciéndonos en la marcha de la misión. Se mostró con mucha virtud y
desprendimiento en todo, estándole nosotras muy agradecidas y apreciándole mucho,
al menos yo, que tanto me ayudó después que se arregló todo el enredo. El P. Erick
supo también estar a la altura del acontecimiento, pues la apreciaba mucho.
Al regreso conmigo en el coche, el P. Erick estuvo normal sin lamentarse
nada, ¡menos mal! ¡Respiré!.
En julio de 1976 vino a darnos los Ejercicios el P. Urbano Navarrete y vino
también una chica médica italiana, Giuseppina Beretta, que pasó un mes en el
hospital para ayudarnos. A estos Ejercicios vinieron cuatro religiosas españolas
Franciscanas de María, siendo una de ella la ya conocida Catalina Estarellas. Al
finalizar con nosotras los Ejercicios, el Padre fue a la misión de Luabo para dar los
Ejercicios a las Siervas de San José y nosotras, a la vez, fuimos a esperar a la Madre
General, Mª de las Nieves Armas, y a la Secretaria General, M. Águeda Moll, que
volvieron de nuevo para animarnos y ver qué tal nos iba. En este viaje vino a
Kafakumba el P. Torres, que estaría con nosotras hasta que regresara el P. Navarrete
de Luabo.
El P. Torres era amenísimo contando chistes y anécdotas. Nos hacía a todas
reír con el buen sentido del humor que tenía, nos leía poesías, escritos, etc.
En este viaje la M. Armas nos comunicó que había sido nombrada Superiora de
Kafakumba la M. Luisa Ramis, que en ese momento estaba en Cumaná donde
acabaría el curso y vendría enseguida al Zaïre. Nuestra alegría fue grande pues con
ella ya la primera comunidad de África estaría completa.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Llegó el día de la partida dando fin la visita de la Madre y el P. Navarrete.
Fuimos a acompañarlos la H. Carmen Estarellas y yo. En Kolwezi nos hospedamos, la
primera noche, en casa de las Religiosas de María de Pittem, belgas, donde estaba
también una sobrina del P. Erick, Sr. Magdalena Erick. Todas lo hicieron muy bien
con nosotras, el Obispo estaba ausente pero dejó a un hermano franciscano que
trabajaba con él en la fonía de la Diócesis, el H. Edwin Claes (franciscano belga
flamenco) como encargado de pasearnos por Kolwezi y llevarnos a visitar las minas
de la ciudad. Esta visita a las minas fue impresionante, pues era la primera vez que
todas nosotras veíamos algo semejante. Entramos en los túneles y vimos cómo
trabajaban el cobre, cobalto, zinc, la malaquita y no sé cuántos minerales más que
no me acuerdo… Las maquinarias eran enormes y los pasadizos interminables y llenos
de recovecos, menos mal que íbamos acompañados y explicándonos todo, si no nos
hubiéramos perdido. Fue una experiencia muy bonita y enriquecedora.
En Lubumbashi nos hospedamos con las religiosas Franciscanas Misioneras de
María aunque a dormir fuimos al Colegio de los Salesianos, pues en ese momento las
franciscanas no tenían sitio. También en este viaje conocimos al P. Jaime Morey,
sacerdote secular de Mallorca que hace muchos años que trabaja en el Zaire, y, al
saber que habían religiosas mallorquinas y de la Pureza que él conocía tan bien,
enseguida nos invitó a visitar su parroquia y cenamos con el Instituto de Seculares
Ekumenes, también españolas, que trabajaban con el P. Morey.
Al día siguiente tomaron el avión hacia España la M. Armas, M. Águeda Moll,
P. Navarrete y la Doctora Giuseppina Beretta, que disfrutó enormemente del mes
pasado entre nosotras, sobre todo porque hubo varias cosas importantes en la
maternidad pudiendo ejercer como médico competente y eso le dio a ella
satisfacción del bien realizado, como es normal…
Llegada de la Superiora
Después de más de un año de estar en Kafakumba llegó por fin la nueva y
primera Superiora de la comunidad: la M. Luisa Ramis (que ya la tenemos en el
cielo). Fuimos a buscarla a Lubumbashi la H. Magdalena Llobera (que fue la primera
en ir al cielo) y yo. Nos hospedamos en la casa de las Franciscanas Misioneras de
María, que desde que llegamos al país nos abrieron sus puertas encontrándonos con
ellas como en nuestra propia casa y esto duró muchísimos años, dándonos a ambas
Congregaciones y, sobre todo a nosotras las primeras del Zaire, una amistad y aprecio
muy profundo. Nunca podremos agradecerle todo lo que hicieron siempre por
nosotras: hospedarnos, compras, acompañarnos, arreglos de pasaportes, billetes,
bancos, etc., interminable la lista…
El avión estaba previsto para las cuatro de la mañana, así que bien prontito
partimos la H. Magdalena Llobera y yo al aeropuerto. Recibimos a M. Luisa Ramis con
mucha alegría pues con ella ya estaba completa la primera comunidad de religiosas
Pureza de María en el Zaire, hoy República Democrática del Congo. H. Magdalena,
Beatriz y yo, antes de la llegada de M. Luisa, pintamos algunas dependencias de la
casa como la entrada, salas de comunidad y despacho, pero con tan mala pata que
un día llovió torrencialmente con una grande ventolera que se llevó todos los techos
de lata. A eso de las 6 de la tarde un estrepitoso trueno hizo temblar la casa, un
viento huracanado movió el arbolito del centro del patio y arrancó de cuajo todo el
techo metálico de la parte delantera de la casa quedando toda esa parte al
descubierto y cayendo la lluvia torrencialmente dejando los muebles, con todo lo que
había dentro, bien dañado.
29
KAFAKUMBA, los inicios…
Dos de nuestros trabajadores Maseho y Makapa (este último hace poco que
acaba de morir con 45 años) vinieron corriendo para ayudarnos y pasaron la noche
para proteger de los ladrones las cosas pasadas por agua.
Al día siguiente, todos los trabajadores con los carpinteros se pusieron a
reparar. Entre tanto llegaron los franciscanos de Sandoa, Sr. Catalina y otra, y nos
ayudaron a limpiar. Lo cuento porque dejamos la casa pintadita y limpia para recibir
a la M. Luisa y la encontró con las paredes con churretes, sucia, y los muebles
húmedos… Reímos y no se perdió el humor sacando fotos del panorama, pues la gente
de la Misión venía a visitarnos y a contemplar el espectáculo, luego, con el paso del
tiempo y poco a poco, fuimos poniendo todas las actividades en marcha: hospital,
maternidad, dispensario, catequesis, cosidos, internado, etc. Quedó todo cada vez
más pujante, con un poquito de arte por nuestra parte y, con la ayuda del Señor, la
Virgen y Madre Alberta, fuimos sacando las flores de los matorrales, siendo hoy día
una misión con gran actividad y campo apostólico, sobre todo con nuestra Escuela de
Secundaria y Primaria de niñas.
De la Escuela ya se hablará más adelante.
Conocimos varios misioneros
En nuestros primeros meses fuimos conociendo a muchos misioneros belgas y
de otras nacionalidades. Hoy día, después de 30 años, muchos están muertos y los
otros en sus países respectivos, ahora todo está en manos de religiosos y religiosas
congoleños, habiendo muy poquitos europeos en las distintas Congregaciones.
Por la misión de Kafakumba pasaron varios franciscanos misioneros belgas de
épocas coloniale: el Padre comisario de los franciscanos, el P. Paulín, que siempre
que venía a la misión venía acompañado del H. Hugo (belga), que tanto nos ayudó en
nuestras misiones más adelante según íbamos fundando.
El P. Paulín siempre que iba a Kafakumba a visitar al P. Erick traía a las
Hermanas una gran barra de chocolate “Côte d’Or” que nos sabía a gloria.
Por la mañana celebraba la Eucaristía en nuestra capilla durante los días que
pasaba en la Misión.
También venía con frecuencia el P. Conrad, llamado normalmente el P. Kün,
tendría unos 55 años, era grande, fuerte y belga, como todos. Como la Diócesis de
Kamina y la de Kolwezi pertenecían a los franciscanos de la Provincia flamenca,
todos los Padres y Hermanos eran flamencos.
La secretaria del P. Kün era Mademoiselle Godelieve (belga nacida en el
Congo) de un Instituto secular, pues en ese momento el P. Kün era el Coordinador de
las Escuelas católicas de la Diócesis de Kamina y Kolwezi.
Al cabo de 2 años, el P. Paulín, Comisario franciscano, cesó en su cargo
regresando a Bélgica y fue nombrado el P. Kün, teniendo que dejar la Coordinación
de las Escuelas, siendo reemplazado por un Abbé (cura) congolés de la Diócesis de
Kolwezi, el Abbé Paul Mbangu (que murió hace 2 años) que siempre lo hizo muy bien
con nosotras, sobre todo con la H. Mª Teresa Villarino a la que apreciaba mucho.
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KAFAKUMBA, los inicios…
A lo largo de su mandato como Comisario (provincial) de los franciscanos vino
muchas veces a Kafakumba, teniendo nosotras un contacto muy entrañable con él
durante muchos años, hasta 1999 que dejó de ser Comisario y fue a trabajar a
Córcega.
Lo reemplazó un franciscano congolés, Gilen Ndodji, que es de Kafakumba,
conociendo nosotras a la familia y a él desde jovencito. Su hermana Clementina
Mwingisa también es religiosa Franciscana Misionera de María y ha sido Provincial
durante 8 años hasta el año 2003. Con ella yo he tenido mucha relación, tenemos la
misma edad. Desde que llegué a Kafakumba enseguida la conocí en Sandoa y tenemos
una amistad y un cariño muy grande. Su padre murió en Kafakumba y nosotros
estuvimos presentes, “todo esto une con la familia”.
En la Misión de Kasaji conocimos al P. Joseph, el flamenco, el H. Joseph y H.
Hugo (que residía en Kasaji). Ya ninguno de los tres está actualmente en el Congo.
En esta Misión estaban religiosas belgas flamencas, las “Hermanas
Hospitalieres de Lier”, desde épocas coloniales; cuando las conocimos eran todas de
entre 50 y 60 años. La más famosa era Sr. Godula, grande, gorda, fuerte y un
sargento, pero muy querida entre la gente, pues era comadrona y vio nacer a muchas
generaciones.
De las seis religiosas que yo conocí entonces, la mayoría ya están muertas;
luego durante una de las guerras tuvieron que irse de la Misión y ya no volvieron,
pasando la Misión a una Congregación religiosa diocesana de Kolwezi, las “Hermanas
Auxiliatrices”, fundadas y formadas por las Hermanas belgas de “María de Pittem”.
Siempre que íbamos a Kasaji, de paso, de viaje a Lubumbashi o para llevar
alguna mamá al hospital metodista de Kasaji con problemas de parto, nos
hospedábamos con las Hermanas belgas, siendo siempre muy bien recibidas y
acogidas por todas ellas, de manera que conservo un buen recuerdo, lleno de cariño
y agradecimiento de Sr. Godula, Sr. Boniface, Sr. Jeanne y otras de las que no
recuerdo el nombre.
Camino hacia Kolwezi está la Misión de Mutshatsha, donde trabajan las
Hermanas Franciscanas Misioneras de María. En la guerra del 1978 tuvieron que dejar
la Misión e irse. Estuvo abandonada hasta 1998, más o menos, ya que volvieron las
Franciscanas de María a cogerla y trabajar de nuevo en ella.
En esta Misión había españolas, una de ellas Lourdes, que murió en
Lubumbashi, otra belga, Sr. Mª Louise, que al cabo de años regresó de nuevo a
Bélgica, una italiana que con la guerra y el bombardeo que sufrieron en Mutshatsha
(pudiéndose escapar por los pelos) fue a Italia y ya no volvió, creo que quedó
traumatizada, si vive, será muy mayor ahora.
En Sandoa, como ya he explicado, estaban otras Franciscanas de María
españolas: Sr. Catalina Estarellas, que sobre años 80 regresó a Europa, Sr. Rosario,
que por enfermedad también se fue pronto y Sr. Paz, una vallisoletana encantadora
que sólo hace dos años se fue definitivamente a España, después de pasar 40 años en
el Congo. Con Sr. Paz hemos tenido siempre mucho contacto, pues estuvo destinada
en Lubumbashi muchos años y como nos quedábamos en su casa, siempre hemos
tenido mucho trato, ella nos aprecia mucho y nosotras a ella también.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Estaba otra Hermana belga, Sr. Paula, con la que también tuvimos mucha
amistad y que desde hace unos años está de Provincial, creo que en Camerún.
También Sr. Noël, belga, que fue encantadora con nosotras siempre, era la Ecónoma
y responsable de los pasaportes….
Bueno, creo que me paro, pues no acabaría y esto sin nombrar a todas las
religiosas Siervas de San José que conozco, a todas las que estaban y las que están y
que cuando abrimos la casa en Lubumbashi empezamos a ir a hospedarnos con ellas,
pues las Franciscanas eran muchas en la casa con sus jóvenes estudiantes y estaban
muy justas de sitio; debido a eso, comenzamos a hospedarnos con las Siervas de San
José, sintiéndonos con ellas como en nuestra propia casa.
También tuvimos y tenemos mucho trato con religiosas Salesianas,
Mercenarias, Capuchinas, Carmelitas Misioneras, Charité de Gant, Salvatorianas,
Hermanas de Mª de Pittem, Sr. Chanoineses… todas Congregaciones internacionales,
pero también hay muchas Congregaciones diocesanas con las cuales hemos tenido
mucho trato, como las Hermanas Auxiliatrices de Kolwezi, Hermanas de la Mére du
Sauveur de Kamina, Hermanas de San Joseph de Kalemie, Hermanas de Kongolo, etc.
Aquí en África, lo maravilloso es que todas las Congregaciones, masculinas y
femeninas, somos UNA, somos IGLESIA, estando todas unidas, apoyándonos
mutuamente y con las puertas abiertas, sintiéndonos siempre queridas, apoyadas y
vayamos donde vayamos aunque no se tenga casa, siempre se es acogida y
hospedada.
No sé, es algo muy típico en África. Esta acogida del pueblo congolés se ha ido
infiltrando en nuestras vidas y forma de ser, de manera que vivimos al estilo de
ahora el principio del cristianismo, todos unidos en saber y sentir que somos hijos del
mismo Padre, que trabajamos todos por el mismo Reino, siendo europeos, congoleses
o de otros continentes, todos UNO en la diversidad, participando así de la alegría de
la juventud cristiana de estos pueblos africanos de los que tenemos mucho que
aprender.
Es el encanto de la espontaneidad y naturalidad, en nuestra forma de vivir,
entre las distintas Congregaciones y el respeto mutuo de unas con otras. No sé
explicarlo, se ha de vivir para saberlo y sobre todo sentir lo que es la UNIDAD en la
DIVERSIDAD dentro de la Iglesia.
Todo esto me ha ayudado a querer más a mi Congregación Pureza de María,
veo sus cualidades infinitas, su santidad y también sus limitaciones, pero es MI
MADRE y no la cambiaría por ninguna…
La 1ª guerra en Kafakumba
Recuerdo que el 1 de marzo de 1977, viajaron a Kolwezi el P. Erick con la H.
Luisa Ramis y Magdalena Llobera, para hacer compras y a la vez para que un médico
examinase un bulto que le había salido al P. Erick en el cuello.
Salieron como de costumbre de Kafakumba antes del alba. En todo el trayecto
caía una gran lluvia y el camino estaba lleno de barro por estar en época de lluvias,
de forma que el Land Rover se quedó hundido en medio del fango. Las Hermanas y el
Padre tuvieron que trabajar horas para poder sacar el jeep. Debido al esfuerzo que
32
KAFAKUMBA, los inicios…
hizo el Padre, comenzó a sangrar por la nariz como si fuera un grifo. Imaginen el
susto de las hermanas y del Padre, pues no había forma de que parara de sangrar.
Le pusieron las toallas que llevaban, que en un santiamén quedaron
empapadas; de esta manera el Padre tuvo que conducir y seguir durante 60 km. hasta
llegar a la Misión de Mutshatsha y el coche patinando de lo lindo.
Al final, el Padre sacando fuerzas de flaqueza y sin parar de sangrar, llegaron
a la Misión de Mutshatsha donde las Franciscanas Misioneras de María hicieron lo que
pudieron poniéndole coagulantes, pero ni por esas se paraba la hemorragia. Entonces
una Franciscana española, Sr. Sagrario, se fue con ellos conduciendo ella hasta
Kolwezi y al Padre le pusieron una cubeta para que la sangre cayera y cuando estaba
llena la vaciaban y continuaban el viaje. Fueron así de Mutshatsha a Kolwezi, 150
Km. que se dice pronto, pero que en estos caminos y en épocas de lluvias supone
muchas horas y eso yendo todo bien.
Cuando llegaron a Kolwezi lo hospitalizaron las Hermanas de Pittem y la
sobrina del P. Erick, allí pudieron cortarle algo la hemorragia que fue debida a una
vena del interior de la nariz que estalló con el esfuerzo que hizo. Menos mal que todo
quedó en un susto, pero el Padre estaba debilísimo por la pérdida de sangre tan
grande que tuvo.
Empiezo contando esto para decir que, cuando estalló la GUERRA o conflicto,
estábamos divididos: ellos tres en Kolwezi y las HH. Carmen Estarellas, Carmen
Richart, Beatriz (la seglar enfermera) y yo en Kafakumba.
Al cabo de algunos días, la H. Luisa Ramis se puso en contacto con nosotras
por medio de la fonía, comunicándonos que, desde el país de Angola, los antiguos
Katangueses refugiados en dicho país habían entrado en nuestra región de Shaba
(antiguo Katanga), por las Misiones de Kananga y Diloló, fronterizas con Angola,
donde estaban exiliados, para dar un golpe de estado y apoderarse de Katanga.
Por recordar un poco la Historia de este país del Congo, durante los años 60
con Patricio Lumumba tuvo lugar la lucha para la secesión de la región del Katanga
del resto del país, cosa que no se llevó a cabo. De aquí salen todos estos Katangueses
que esperaban el momento para entrar de nuevo en la región y hacer saltar a
Mobutu.
Tampoco lo consiguieron, pero fue este momento que vivíamos nosotras.
Esto fue lo que nos quiso decir la H. Luisa por fonía… También nos remarcó de
no ir a Kasaji (a 100 Km. de Kafakumba) donde a veces íbamos a llevar mujeres de
maternidad al médico, debido a que los caminos estaban llenos de soldados.
La otra noticia era que ellas, con el P. Erick, estaban bloqueados en Kolwezi,
porque los militares nacionales (llamados “Kamanyolas”) habían cortado los caminos
de manera que no podían regresar a Kafakumba.
Enseguida avisamos a los catequistas para que lo hicieran saber a la población
y así tener cuidado todos, no poniéndose en viajes por esos caminos a pie o en
bicicleta, pues era peligroso y, al estar Kafakumba en medio de la selva y tan
aislados, no se tenían noticias de nada en esos momentos.
33
KAFAKUMBA, los inicios…
Así quedamos sin saber qué pasaría… Con la Diócesis de Kolwezi se fijaron
unas horas determinadas de ir todas las Misiones a la fonía para saber qué iba
pasando.
¡Bueno!, pues así estábamos, ignorantes… pero en las manos de Dios que
nunca nos faltó su ayuda.
Todas las Misiones íbamos a las fonías para ponernos en contacto, pero al cabo
de dos días comenzaron a faltar las Misiones más próximas a la frontera con Angola,
como Kananga y Diloló. Eso quería decir que los Katangueses habían entrado y lo
primero que hacían era quitar la fonía de la Misión para que no hubiera contacto y así
no poder saber qué estaba pasando. Con gran incertidumbre, estuvieron varios días
corriendo las noticias verdaderas y falsas de boca en boca por medio de la gente y,
en claro, no se sabía nada, sólo que los Katangueses iban avanzando.
Desde Kolwezi, por fonía de la Diócesis, manteníamos comunicación y el H.
Edwin Claes un día nos dijo que el avión de los Metodistas llevarían a la Pista del
Lago de Kafakumba (a 20 km. de la Misión) al día siguiente al P. Erick y a las
Hermanas Luisa y Magdalena.
Las fonías de las Misiones aún marchaban y nos comunicaban que ya
comenzaban a oír tiroteos lejos, o sea que seguían avanzando y se iban acercando.
Al día siguiente, me puse en camino con el chofer en nuestro Land Rover para
ir al lago a esperar la avioneta, que dijeron que llegarían sobre las 11 de la mañana.
Al llegar al lago mi superintendente Metodista Zaïrois dijo que desde Kolwezi le
habían informado que el avión no había salido, ni saldría por el momento, quizá por
la tarde.
Decidí esperar porque la próxima fonía con Kolwezi, era a la 13,00 h. y dirían
si salía o no el avión.
Así que me dediqué a observar el panorama del Lago de Kafakumba, que dicho
de paso, es bellísimo, lleno de selva alrededor y lianas e internándote mucho al
interior dicen que hay cocodrilos. La verdad es que, en todos los años que estuve y
fui al lago, nunca vi ninguno, a Dios gracias, pero también es verdad que hubo algún
caso de personas que vinieron al hospital de la Misión sin pierna debido al mordisco
del cocodrilo, o sea, que había cocodrilos.
Mientras esperaba, llegó un trabajador nuestro, Makapa, que ya ha muerto,
en bicicleta con unas letras de la H. Carmen Estarellas comunicándome lo que yo ya
sabía respecto al avión. Esperé hasta la 13,00h, en que dijeron que el avión no
saldría. Así que regresamos a la Misión encontrando por el camino a mucha gente
cargada con sus enseres, huyendo para refugiarse en la selva, pues la gente me decía
que ya habían entrado en Kasaji los Katangueses y venían hacia Kafakumba.
Ese mismo día, por la tarde, dejaron de hablar por fonía todas las demás
Misiones, siendo sólo Kafakumba la que respondía a la Diócesis de Kolwezi. O sea que
éramos solamente nosotras las que aún estábamos en pie…
Este mismo día 14 de Marzo, bien entrada la noche, nos despertaron unos
golpes en la puerta, fuimos a ver qué pasaba y eran un grupo de alumnos de la Misión
de Sandoa del Instituto Mungaji que habían huido el día anterior por la mañana, de
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KAFAKUMBA, los inicios…
los tiroteos y habían llegado hasta Kafakumba. Eran muchachos (chicas y chicos), los
llevamos a dormir a una sala del hospital y las chicas al internado.
La gente de Kafakumba empezó a huir y a esconderse en medio de la selva…
Se ha de vivir esto para darse cuenta de qué es. La Misión comenzaba a quedarse
vacía, pues los barrios de alrededor de la Misión se quedaban sin gente, ya que todos
huían, sólo quedaban ese grupo de chicos que había venido de Sandoa, a los que
teníamos que ayudar dándoles de comer.
Otra de las cosas que recuerdo de este período es que el catequista Mungaji
vino a decirnos que un grupo de soldados venían hacia casa para pedirnos el jeep.
En seguida llamamos al P. Pascal Diur (nuestro chófer) y quitó una pieza del
coche que según él, sin la pieza no podría ponerse en marcha.
Llegaron unos cuantos soldados nacionales “Kamanyolas”, rendidos de
cansancio y muertos de hambre, y nos preguntaron que por qué nuestro coche no se
ponía en marcha. La H. Carmen Estarellas y yo estuvimos razonando con ellos y en un
“estira y encoge” conseguimos que se conformaran con unos litros de gasoil y aceite
que les dimos, para que pusieran su vehículo en marcha. Así nos los pudimos quitar
de encima y guardar nuestro coche.
Otro grupo de soldados vino otro día con el mismo problema y también
pudimos salir airosos, pues constantemente venían soldados a casa y daba
verdaderamente pena ver tanta miseria y sin medios.
Al final llegó un grupo de soldados bebidos, que se empeñaron en que les
diéramos el coche, no pudiendo nosotros oponernos mucho pues era bien peligroso.
Les dijimos que el coche estaba estropeado, pero quisieron verlo y, con tan
mala pata, que uno de esos soldados era mecánico y nosotras convencidas que al no
tener no sé qué pieza del coche que quitamos no se pondría en marcha, pero
empujaron el coche sacándolo del garaje y miraron el motor. Yo estaba al lado
contemplando y vi de cerca cómo puso en contacto dos cables que quitó de otra
parte del motor, los metió dentro de otro conducto y se puso en marcha, no muy
bien porque el coche era viejo (que dejaron las Siervas), pues el nuevo que
compramos se lo habían llevado el P. Erick con las Hermanas. Empujándolo y dando
algún que otro brinco se compuso y marchó, se dio un paseo por la Misión y regresó a
casa para que llenáramos el depósito de carburante. Yo me negué pero la situación
estaba tensa, quería ir sola a coger el carburante pero no me dejaron y uno vino
conmigo sin apartarse de mi lado.
Recuerdo que me quedé con la boca abierta cuando pusieron el coche en
marcha de esa manera, tenía una rabia encima que no la podía disimular… menos mal
que se fueron prometiendo que devolverían el jeep.
Nuestro jeep estuvo no sé cuánto tiempo paseándose por ahí, yendo y
viniendo a la Misión y nosotras cada vez salíamos para recordarles que nos lo tenían
que devolver. Ahora, al cabo de tantos años, me río cuando recuerdo este episodio…
El día de San José, 19 de Marzo, vino la comadrona para decirnos que por la
noche todas las mamás de la maternidad con sus bebés y los que esperaban para dar
a luz se habían ido a refugiarse por ahí, porque uno de los maridos que era soldado
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KAFAKUMBA, los inicios…
les dijo que los Katangueses estaban cerca y ellas ni cortas ni perezosas ¡pies para
que os quiero…!
Vivíamos cada día con alguna novedad y una cantidad de jaleos, de verdades,
falsedades e imaginaciones de la gente, que nosotras no llegábamos a aclararnos…
Me acuerdo que me repetía: “Cada día tiene su afán… Mirad las aves del cielo…”
puesto que no había manera de saber la verdad. Es algo que choca mucho al principio
de llegar a estas tierras, pero al paso del tiempo ya lo ves natural… y se va al ritmo
de ellos y de los medios de aquí.
Durante ese tiempo iban pasando pequeños aviones militares por encima de
nuestra Misión y nosotras, a cada ruido de avión, salíamos a mirar a ver qué dirección
tomaban, aunque no nos aclarábamos mucho, como es de suponer. La gente sí que lo
sabía y nos decían: “Van en esa dirección a tal sitio, o a tal otro…”
La gente nos dijo que nuestro jeep estaba en Kafakumba-Poste (a 10 Km de la
Misión) y que había unos 300 soldados nacionales ahí que habían venido de la ciudad
de Kamina.
También recuerdo que las Hermanas Siervas de San José de Luabo se ponían
en las fonías para hablar con nosotras, agradecíamos su interés pues así no nos
sentíamos tan aisladas.
En uno de esos camiones que traían a los soldados, al regreso hacia Kamina,
se fueron el grupo de alumnos de Sandoa.
Creo que al final, más o menos en el mes de Marzo, la H. Luisa desde Kolwezi
nos dijo por fonía que el P. Erick estaba volando camino de Kafakumba, pero que no
lo esperáramos, que ya se las arreglaría para llegar a la Misión.
De todas formas no teníamos coche para hacer esos 20 Km e ir a buscarlo. A
eso de las seis de la tarde oímos acercarse un camión donde venía el P. Erick, con su
cara de chico pillo, traído por los militares con sus buenos fusiles y ametralladores.
Les dio las gracias y les remarcó que, como nos habían quitado el coche, no pudimos
ir a por él.
El 25 de Marzo, día de la Anunciación, la Virgen nos hizo un gran regalo y fue
que a eso de las cinco de la tarde llegó a la Misión el jeep de los Metodistas del lago
de Kafakumba con el superintendente Metodista y cuatro soldados equipados de
ametralladoras con sus buenos collares de balas, que nos traían a H. Luisa Ramis y H.
Magdalena Llobera. ¡Sobra decir la alegría por ambas partes…! Habían llegado en
una avioneta metodista. Todo providencia, ya estábamos todas juntas de nuevo.
Como la Misión estaba vacía, no había ni venían enfermos al hospital y las
Escuelas e internados sin niños, H. Magdalena, Beatriz y yo, nos dedicamos a limpiar
a fondo el hospital, empezando por irnos todas las tardes al río a lavar sábanas,
mantas, colchones… así estuvimos una buena temporada.
Nos dimos un buen tute, pero así las horas se hacían más cortas, pues al no
haber un alma en la Misión, daba mucha tristeza…
Dejamos el hospital como “una tacita de plata” daba gusto verlo, aunque
preferíamos verlo con la gente dentro. ¿Dónde estarían los enfermos escondidos?
¿Cuántos morirían?... Confiábamos y rogábamos al Señor y a la Virgen para que
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KAFAKUMBA, los inicios…
protegiera a toda esa gente que estaría escondida en medio de la selva soportando
lluvias, frío, calor, humedad, hambre, enfermedades, cansancio, etc.
Por las mañanas, a la Misa de 6 en la Parroquia, venía siempre un grupo de
unas 30, 40, 50 personas que salían de sus escondijos de la selva para venir a rezar y
darnos noticias. Después de Misa desaparecían por arte de magia ¡increíble!
Una mañana llegó a la Misión un camión con soldados para pedir al P. Erick
una vaca, pues estaban muertos de hambre. Era un gran grupo de soldados que
esperaban a los Katangueses a 5 Km. de la Misión, en el poblado de Tshipao.
En la Misión había unas cuantas vacas y un toro. Cuando nos faltaba carne
para comer, el P. Erick, que era un buen cazador y tirador, con su fusil mataba y nos
traía la carne.
Por eso los militares vinieron a buscar carne, pues sabían que en la Misión
había vacas.
El P. Erick se fue con ellos donde pastaban las vacas y mató una, tuvieron que
darle diez tiros para matar a la pobre vaca, yo estaba aterrada de ver la poca
puntería que tenían con un animalote tan grande, hombres que iban a la guerra y me
preguntaba qué pasaría con esta categoría de soldados... Bueno, la cosa fue que
subieron la vaca al camión y se fueron tan contentos.
Nuestro internado de niñas lo teníamos lleno de trastos y bienes que nos traía
la gente antes de huir a la selva: cacerolas, algún mueble, sillas, colchones, platas y
cosas por el estilo, pues los soldados se dedican a robar todo lo que pillan y la gente
estaba desesperada, porque poco que tenían y encima se lo quitan a la fuerza, era
para desanimarse.
Un día vino a la Misión un grupo de soldados trayendo a uno al hospital porque
le había picado una serpiente. Estuvieron atentos con nosotras porque había que
curarlo. Beatriz y la H. Magdalena hicieron todo lo que estaba en sus manos y gracias
a Dios lo pudieron salvar. Al cabo de unos días se fue bien y todos tan contentos.
Cosas de este estilo teníamos muchas cada día, a veces los soldados eran más
educados y otras veces más brutos y había que estar en un estira y encoge con ellos
en largas discusiones, que a veces salíamos airosas y otras nos teníamos que callar,
aguantar y darles lo que pedían…
Para todo ese regimiento que había en el poblado de Tshipao, el único sitio
para reponerse de todo era la Misión: Cuando no era medicamentos, era comida,
cuando no, cargar sus baterías. Así un día y otro, aunque ya llegamos a
acostumbrarnos a ellos y sus cosas. En el fondo daba pena que fueran así a la guerra
tan desprovistos de todo, incluso de lo más necesario como es el alimento, hay que
verlo para ver lo que era eso…
En toda esa incertidumbre de espera pasamos la Semana Santa y Pascua.
Algunos cristianos vinieron a las ceremonias que todas fueron a las cuatro de la tarde
y, a veces, teníamos algunas religiosas que tenían que salir de la Iglesia porque
llegaban los soldados para algo y había que atenderlos, si no era peor ya que, a
veces, venían grupos de soldados, algunos borrachos o drogados, y esos sí que daban
“respeto”. Pero, gracias a Dios y a la Virgen, nunca nos hicieron nada, no así a la
gente, pues, a veces, su venganza hacía que dijeran a los soldados donde se
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KAFAKUMBA, los inicios…
escondían los otros para ir y darles unas buenas palizas o matarlos y llevarse las dos o
tres gallinitas que tenían…
Nos llegaban noticias que en varios poblados había habido un tiroteo y había
habido muertos con las explosiones de algunas bombas.
Las personas que venían a los Oficios y la Vigilia Pascual los encontrábamos
cansados, demacrados y sufriendo.
El domingo de Resurrección vino mucha gente a la Misa, siendo una gran
alegría y me acuerdo que festejaron el triunfo de Cristo cantando toda la Misa y
hubo también muchas Confesiones. Al terminar, todos se retiraron a sus escondites
de la brousse.
Recuerdo un día, saliendo de la Iglesia, estaba esperando en la puerta de
nuestra casa un soldado mal vestido que había huido de un poblado que se llama
Sakundundu (a 40 km), tenía la nalga y un costado heridos por el paso de la bala y el
pobre hombre vino a que le curásemos. Fue al hospital, le hicimos lo necesario y, una
vez hecha la cura, le dieron las Hermanas el material y los medicamentos necesarios
para que se curara él solo, porque no quería quedarse pues tenía miedo, ya que era
un desertor.
Entre tanto los días pasaban y los soldados nacionales esperaban a los
Katangueses en Kafakumba-Poste a 10 Km. de nuestra Misión.
Como teníamos costumbre, después de darnos un paseo por el hospital para
contemplar las paredes, pues no había un alma, la H. Magdalena Llobera y yo nos
fuimos a dar una vuelta por los pobladitos que rodean la Misión. Íbamos por medio
de las casitas y, en una de ellas, oímos un gemido. Empujamos la puerta, teniendo
que esperar unos instantes para que nuestra vista, que venía de la luz del sol, se
hiciera a la oscuridad de la habitacioncita. Ahí vimos, en un rincón del suelo, en una
estera, un hombre viejecito agonizando, que estaba ya lleno de gusanos… ¡Qué pena
tan grande nos dio…! Estuvimos rezando nosotras en tshokwe el Ave María con él
hasta que murió, que fue enseguida, lo tapamos y nos fuimos a avisar a alguien para
que fuesen a buscar algunos hombres y enterrar al abuelito. Así fue y, al cabo de un
rato, se presentó un grupo para hacer esa obra de misericodia, que Dios no dejaría
sin recompensa.
Otra vez, también paseando por en medio de un poblado, oímos un fuerte
tiroteo y decidimos salir enseguida al camino para que nos vieran y evitar que nos
disparasen sin querer.
Nos pusimos a caminar y cuál fue nuestra sorpresa que, entre las hierbas y
plantas del camino, comenzaron a salir soldados vestidos con uniforme distinto a los
que conocíamos ver nosotras y nos preguntaron si había en la Misión Kamanyolas
(soldados nacionales). Preguntamos que quiénes eran y dijeron que “la armada
katanguesa”. ¡Al fin llegaron los Katangueses! Junto a ellos proseguimos nuestra
marcha por la carretera principal que da enfrente de la casa del P. Erick, hasta que
vimos que en la puerta estaba el Padre con la H. Carmen Richart y varios soldados
Katangueses.
Cuando llegamos, yo me quedé con el Padre que hablaba todo el rato en
tshokwe con los soldados, o sea que era gente de nuestra zona pero Katangueses.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Al rato, el Padre me dijo de ir con uno de ellos a la habitación que él tenía en
su casa con la fonía y allí yo le decía el manejo, pues no sabía nada. Desconectó los
cables y se llevó el aparato de la fonía y el cargador, también cogió el bolígrafo y el
bloc que teníamos sobre la mesa para escribir los mensajes, cosa que me hizo mucha
gracia.
Así quedamos como todas las otras Misiones, desconectadas del mundo. Luego
vimos que todas las dependencias de la Misión estaban rodeadas por los soldados
Katangueses.
Ya los teníamos entre nosotras y sin saber qué pasaría, pero nada bueno
seguro.
Nos pidieron cacerolas y sal para hacer sus comidas y, cuando terminaron, nos
lo devolvieron todo.
A eso de las 2,30h. de la tarde empezamos a oír disparos de cañones y fusiles
sin parar, durante una hora.
Al terminar el tiroteo volvió el silencio profundo de estos días, oyéndose
solamente el cantar de las aves o el silbido de los animales y de vez en cuando un
tiro perdido lejano.
La lucha fue en el poblado de Tshipao, a 5km. de la Misión, pues veíamos el
humo. Los katangueses que se encontraban por los alrededores de la Misión se fueron
hacia esa dirección, dejándonos de nuevo solas.
Comprobamos en esos momentos que sólo Dios es nuestra FORTALEZA. Esa
noche fue tranquila y sumamente silenciosa, tan silenciosa que se oía el mismo
silencio.
Nosotros continuábamos con los horarios de siempre, el Padre tocaba la
campana a las 6 de la mañana para la Misa y ahí nos fuimos la comunidad. Al
terminar, oímos un nuevo cañonazo, al ratito otros dos más bien fuertes y, de nuevo,
el silencio. A eso de media mañana, un avión pasó bajísimo por encima de la Misión,
todas pudimos contemplarlo bien y al cabo de unos segundos oímos el explote de una
gran bomba viendo efectivamente la humareda. Fue impresionante este espectáculo,
pues fue cerca de la Misión. A eso de las dos del mediodía otra bomba y, enseguida,
un avión sobrevoló la Misión varias veces y nosotras allí en plan contemplativo,
mirando el cielo, no se podía hacer otra cosa, sólo rezar para que no echaran en la
Misión una bomba y así seguimos, en la soledad, sin ver un alma…
Alguien dijo que nuestro Land Rover se encontraba en el cruce del poblado de
Tshipao. Más tarde llegó el Director de la Escuela Primaria de la Misión, papa
Kanunda, y con él la H. Magdalena y yo nos fuimos a pie para ver si era o no verdad y
las condiciones en que se encontraba el coche.
Fuimos andando los 5 Km que hay de la Misión al poblado donde hacía 3 ó 4
días hubo el gran tiroteo. Al llegar vimos efectivamente el coche en medio del
camino con los cristales de delante y laterales hechos un mosaico por las balas, el
motor quemado, una rueda desinflada de un balazo y la carrocería con un sin fin de
agujeros de balas. En el interior todo lleno de sangre, esto nos hizo pensar en lo peor
y rogamos por esos heridos o muertos, Dios sabe. Daba impresión y pena.
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KAFAKUMBA, los inicios…
El poblado daba tristeza: casas quemadas, sillas por fuera, camisas y gorros de
soldados tirados, papeles quemados etc. y muchísimas balas por el suelo. Se notaba
que allí hubo una gran batalla. En una montañita vimos varios soldados muertos y
medio quemados, podridos, llenos de gusanos y moscas merodeando en los cuerpos
hinchados.
De esta manera encontramos varios muertos… Fue de impresión, resultando
un panorama triste y desolador. Terminamos nuestro recorrido y regresamos a la
Misión haciendo los 5 Km de vuelta con el sol achicharrante de mediodía.
Al día siguiente partimos en el coche del P. Erick las HH. Luisa, Magdalena y
yo a Tshipao para recoger nuestro coche antes que robaran todas las piezas. Al llegar
cambiamos la rueda quemada para poder así remolcarlo. Antes de irnos volvimos a
dar un rodeo al poblado que estaba igual que el día anterior. El Padre vio por ahí
tiradas dos granadas sin explotar y la gente, al ver que íbamos al poblado, se fue
acercando y saliendo de sus escondites. El Padre con la gente hizo explotar las
granadas pues era muy peligroso eso ahí en medio y la gente se puso a enterrar a su
muertos.
Regresamos a la misión remolcando nuestro jeep viejo que venía
verdaderamente de la guerra. El P. Erick lo remolcaba y yo, en el accidentado,
llevaba el volante, me dio un escalofrío montar donde hacía poco había muerto
alguien. ROGUÉ desde el fondo de mi corazón.
Esa misma noche oímos de nuevo tiroteo y bombas durante más de una hora
sin parar… Se oía lejos pero en el silencio profundo de la noche se escuchaba
estupendamente, parecía que era en Kafakumba-Poste a 10 Km de la misión, como
fue efectivamente.
Seguimos unos días sin saber nada, ni ver a nadie, hasta que poquito a poco la
gente del poblado comenzaba a venir, aunque por las noches preferían esconderse en
sus guaridas de la selva.
Alguien vino diciendo al Padre que Kafakumba-Poste estaba desierta y que no
se veía soldados ni Katangueses ni nacionales por ningún sitio, así que decidió coger
el coche e ir a dar un vistazo. Fuimos toda la comunidad. Kafakumba-Poste estaba
completamente solitaria, las casas quemadas y robadas, muchísimos trastos por en
medio de la carretera, daba pena. Había en una casa un motor de apilar el arroz en
marcha pero en el almacén ni un gramo de arroz, lo paramos… En el camino de la
Misión a Kafakumba-Poste y después de Thipao (a 5km de la misión en la misma
dirección) estaba y vimos el gran agujero causado por la bomba que echaron. En
mejor sitio no pudo caer pues la zona era fangosa y no había peligro para nada ni
para nadie, pero las dimensiones y profundidad del agujero impresionaban.
Era el comienzo del mes de mayo y estábamos así desde primeros de marzo y
parecía que la Virgen llamaba de nuevo a sus hijos para que regresaran a sus hogares
y a la Misión. Pero como este pueblo vive de lo que van diciendo unos y otros, de
repente desaparecían porque oían tiros y después volvían a regresar…
Tengo que reconocer que entre ellos se conocen y, en el fondo de toda esa
charlatanería, hay una verdad y es que lo que se temía llegó un día a la Misión.
Comenzamos a oír ruido de camiones y todas las religiosas nos dirigimos a casa
del P. Erick a la entrada exterior que la llamábamos “La torre de control”, porque se
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KAFAKUMBA, los inicios…
divisaba toda la carretera de esta cuesta abajo pudiendo ver estupendamente bien
todo lo que llegaba. Vimos camiones parados y casas ardiendo, las casas de la gente
de la Misión. Los soldados nacionales, según nos dijeron luego, cumplían las órdenes
del Presidente Mobutu de destruir y matar a la gente de la región del Shaba o
Katanga por estar de acuerdo en dejar entrar a los ex-katangueses.
A las 12,30h. del mediodía empezó el desfile de 1.500 soldados zaireños por
nuestra Misión dirección a Sandoa provenientes de Kamina-Base, la base militar
zaireña.
Los Tenientes se pararon a saludar al P. Erick y a mí que seguíamos en nuestra
“Torre de control” viendo lo que sucedía. El Padre les regañó por quemar las casas,
saliendo en defensa de nuestra gente y pidió que no siguieran incendiando las
casitas, aceptaron y mandaron el aviso de no continuar.
Mientras tanto un grupo de soldados borrachos había ido al hospital y
rompieron las puertas, cristales. Encontramos medicamentos tirados, robados,
mantas, etc. La H. Magdalena y Beatriz vinieron a casa para comunicarlo al jefe del
grupo. Al regresar al hospital se llevaron un gran susto, pues los soldados comenzaron
a disparar sin mirar dónde, mientras robaban y destrozaban. Un grupo con cuchillos
amenazaron a Beatriz y a la H. Luisa pidiéndoles las llaves de los armarios. Se las
dieron y, entre tanto, llegaron sus autoridades y los pararon, devolviéndonos algo de
material robado, pero una gran parte y el dinero se lo llevaron.
Pasado todo este jaleo continuaron los soldados su camino hacia Sandoa, pero
un grupo con el Coronel Dikuta (aún me acuerdo de su nombre) se instalaron en
Kafakumba-Poste (a 10 km de la Misión). Este Coronel nos trajo una carta del P.
Justino de Luabo (franciscano) preguntándonos cómo estábamos y que si
necesitábamos comida se lo pidiéramos, que por medio de los soldados nos la
enviaría. Así lo hicimos, pues todo lo que compraron en Kolwezi la H. Luisa y la H.
Magdalena lo tuvieron que dejar porque no cabían las cosas en esas pequeñas
avionetas.
La Misión y alrededores, como es de suponer, estaban vacíos, no se veía un
alma y con un silencio que impresionaba, hasta los mismos pajarillos estaban callados
pues no se oían sus trinos de costumbre…
Así estuvimos varios días, con el ir y venir de militares parándose todos en la
Misión para saludar y la mayoría de veces para incordiar. Muchos venían al hospital a
curarse por estar enfermos con malarias, hepatitis, disentería, fracturas, balas, etc.
Los grandes comandos pedían al Padre que dijese a la población de regresar a sus
hogares, entonces el P. Erick aprovechó para decirles un proverbio Tshokwe que se
quedó muy grabado en mi cabeza y mi corazón y hasta hoy lo recuerdo, fue el
siguiente: “Dicen que el marido de mi madre es mi padre. Viene uno y le dice: yo soy
tu padre. Viene otro diciendo lo mismo. ¿A quién ha de creer el hijo? ¿Quién es su
padre?”. Enseguida respondieron los militares: “Nosotros somos sus padres”,
refiriéndose al régimen del Presidente Mobutu. El P. Erick continuó diciendo que él
comprendía que la población huyese porque vienen los soldados ex-katangueses
asegurando que son ellos los vencedores, luego vienen los zaireños diciendo que son
ellos. ¿A quién ha de creer el pueblo…? Aquí terminó la conversación, pero yo estaba
con la boca abierta aprendiendo la psicología de este pueblo por medio del P. Erick
que tan requetebién los conocía. Todo esto, yo sin saberlo, me ayudaba a ir
entrando cada vez más en esta gente, en sus cabezas, en sus corazones para
comprenderlos mejor y ayudarlos…
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KAFAKUMBA, los inicios…
De vez en cuando salía el pueblo de sus escondites de la selva viniendo a la
misión a saludar y ver qué tal estábamos, regresando enseguida a sus guaridas. Pero
así nos enterábamos de la suerte de esta pobre gente.
Otro día se paró en nuestra casa un coche lleno de militares. Empezó a hablar
como si fuera el médico de la armada pidiéndonos permiso para traer a nuestro
hospital soldados gravemente heridos. Como era evidente dijimos que sí. Luego
comenzó el turno de otro militar que resultó ser el “Capellán Castrense” zaireño y
que nos traía cartas de las Siervas de San José de Luabo y de los Padres Franciscanos,
ambos preocupados por nosotras. Pero esto no acabó aquí, al rato entró un soldado
con un gran paquete que contenía queso, azúcar, harina, sardinas, botes de cerveza,
leche etc. etc. de parte de las Siervas de S. José, que estaban preocupadísimas por
nosotras.
El capellán castrense dijo que él estaría en KafaKumba-Poste hasta que toda
la armada partiera dirección Sandoa a luchar con los ex-katangueses. Entre tanto
llegó un helicóptero para evacuar a varios soldados heridos de gravedad, pues fueron
heridos al saltar una mina puesta por los Katangueses en su marcha hacia Sandoa y
cuando pasó el primer camión todo voló. Encontraron varias minas por el camino,
pero ya fueron con más precaución.
Nosotras seguíamos con nuestros paseos por los poblados, ahora muchos
quemados completamente, era de pena que lo poquito que tenían lo hiciesen
desaparecer de esa manera.
Otro día avisaron que el Presidente Mobutu iba a llegar en helicóptero a
Kafakumba-Poste y pedían al P. Erick y a las Hermanas ir a saludarlo. Fuimos el P.
Erick, H. Luisa y yo. Por cierto, Kafakumba-Poste no parecía la misma que cuando
fuimos nosotras después de la batalla. Todo estaba limpísimo, con tiendas de
campaña, soldados bien uniformados, nuestra Iglesia limpísima y, en la casita del P.
Erick donde se aloja cuando va a Kafakumba-Poste, ahora estaba el capellán
castrense. Delante de la casa pusieron sillones para ahí recibir al Presidente.
Mientras esperábamos, vimos al militar que estuvo en nuestro hospital por la
picadura de serpiente. Ahora estaba con la cabeza vendada y una pierna escayolada
debido a la mina que le estalló. El pobre chico fue un poco desafortunado pero
estuvo muy contento de vernos y nosotras de verle a él…
Después de estar allí de plantón avisaron que el Presidente no venía y que, si
lo hacía, ya nos llamarían. De manera que el capellán castrense nos acompañó a la
Misión. Luego supimos que el Presidente envió un representante en su lugar y le
dieron una vuelta en helicóptero por la Misión, que vimos muy bien, pero gracias a
Dios no se pararon.
El capellán nos informó que las religiosas de Kasaji, Sandoa y varias Misiones
más tuvieron que ser evacuadas y las Misiones habían quedado abandonadas.
Para no ser más larga ni pesada voy a acabar aquí la guerra que, de hecho,
duró hasta finales de junio teniendo en nuestra Misión cada día este paseíllo de
camiones, coches, soldados y aventuras… Sólo decir que ganó la armada Zaireña, o
sea Mobutu, perdieron los Katangueses y tuvieron que irse sin haber conseguido nada
de lo que se proponían, que era quitar al Presidente Mobutu del poder.
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KAFAKUMBA, los inicios…
H. Carmela Cortés Richart
Mis recuerdos de la guerra
A parte de todo lo que he contado, me acuerdo todavía de muchas cosas más,
buenas y no tan buenas, pero en todas estaba la mano de Dios y la protección de la
Virgen que nunca nos faltó, junto a las oraciones de todas nuestras religiosas que
rogaban y sufrían por nosotras, como más tarde nos mostraron con su cariño e
interés…
Me acuerdo que un día aterrizó en la explanada de la Escuela Primaria de la
Misión, al ladito de nuestra casa, un helicóptero y descendió un Coronel, el piloto y
dos soldados, enviados expresamente por las autoridades de Kolwezi, para tomar
informes de nuestro jeep robado. En nuestro recibidor, el P. Erick, la H. Luisa y yo
estuvimos con ellos. Quien la que más habló fui yo, por ser la que estaba en el
momento que cogieron nuestro coche. Al hablar y explicar, tanto el P. Erick como yo,
dijimos varias mentirijillas y nos callamos también muchas cosas. Por ejemplo no
dijimos que el jeep era viejo; también otra mentirijilla que dijimos fue que trajimos
nuestro jeep a la misión empujado por la gente y cosas así por el estilo. Nosotros
esperábamos que nos diesen un jeep nuevo, pero, después de tanto hablar y
prometernos, nos quedamos como estábamos y sin coche nuevo como creíamos que
nos darían. Pensé mucho en lo que Jesús dice: “Mirad las aves del cielo, no siembran
ni cosechan pero su Padre celestial las alimenta”. Así nos pasó a nosotras.
En todos este ir y venir de camiones de soldados a Kamina, pasando por
nuestra Misión, tanto los Padres Franciscanos como las Siervas de San José, como el
43
KAFAKUMBA, los inicios…
Obispo de Kamina, en ese momento Monseñor Bartolomé MALUNGA, como un
comerciante belga de Kamina el Sr. Cyrilo (que murió el año pasado) nos enviaban
siempre que podían embutidos, latas de conserva, jabón, aceite, etc.
También otro día nos llegó comida y cartas del Obispo de nuestra Diócesis de
Kolwezi, Monseñor Floribert Songasonga, cariñosísimo y preocupado por nosotras… El
P. Erick respondió y firmamos todas las religiosas, llevándose la carta los mismos
militares que vinieron de Kolwezi con lo que nos trajeron.
También nos llevaron otro gran paquete de comida y cartas de la sobrina
religiosa del P. Erick, Sr. Magdalena, religiosa de la Congregación de María de Pittem
de Kolwezi: Nunca habíamos tenido tanta comida junta, a ese paso hubiésemos
podido poner un supermercado… TODO PROVIDENCIA.
A veces también volaba el avión metodista, pilotado por un norteamericano,
el Sr. Kenet, sobre nuestra Misión y, con gran precisión, nos tiraba en nuestra huerta
algún paquete con cartas y otros pequeños con comida, todo proveniente de Kolwezi.
En una de esas cartas, que era del Padre Comisario de los Franciscanos, nos saludaba
y daba gracias a Dios por la protección que tuvo sobre nuestra Misión de Kafakumba,
sobre todo porque los militares zaireños pensaban bombardearnos creyendo que los
Katangueses se habían instalado en la Misión. Nosotras sin enterarnos, y menos mal
que no lo sabíamos, pero también es verdad que sabíamos que pasaban sobre
nosotras muchos aviones “Mirages” que eran de bombarderos. No sé si fue porque
cada vez que oíamos y veíamos un avión de este tipo salíamos a ver bien. ¿Fue eso lo
que les detuvo el bombardeo…? No lo sé, ni se sabrá nunca… TODO GRACIA… La
Virgen de la PUREZA seguía llevándonos entre sus brazos…
Otra vez vino un coche trayéndonos a un chico que habían encontrado en el
camino minado hacia nuestro hospital. Vio una granada y, como no sabía lo que era,
la cogió estallándosele entre sus manos. Daba impresión ver este muchacho, de 16
años más o menos, con toda la cara quemada y, como consecuencia, ciego, el brazo
izquierdo cortado casi hasta el codo con la carne encogida y despilfarros que
colgaban. El brazo derecho tenía casi cortada toda la mano. El vientre abierto con los
intestinos fuera. Recuerdo nuestra impresión y sufrimiento de ver que no podíamos
hacer nada, solo pedir a la Virgen que se lo llevase lo más pronto posible para evitar
el sufrimiento y así fue, la Virgen se lo llevó al cielo al ratito. Como no sabíamos bien
el tshokwe para decir grandes cosas, cuando teníamos un caso de este estilo
rezábamos en voz alta el “Ave María” en tshokwe, despacito para que pudieran darse
cuenta. La Virgen de la Pureza nunca falló, pues los que morían lo hacían con mucha
paz…
Una vez, a eso de las 9 de la noche, fuimos a la ventana de la sala de
comunidad al ver la luz de los faros de un coche. ¡Qué salto dimos al ver que eran 3
religiosas de Luabo (Raquel, Pilar Tarazaina y Victoria), las Siervas de San José, con
el P. Torres! Nos abrazamos todos emocionados. Nosotras al ver su interés y cariño y
ellas al encontrarnos sanas y salvas con la Misión en pie, pues tanto les habían dicho
que pensaban encontrarse lo peor… Venían cargadísimas de alimentos y fueron ellos
bien valientes pues emprender un viaje por esos caminos de Luabo a Kafakumba lleno
de soldados no era apetecible, aunque venían con permisos y documentos firmados
por los altos mandos militares de Kamina-Basse. Salieron a las 5 de la mañana,
llegando por la noche a Kafakumba debido a tantas paradas y controles que les
hicieron los soldados por el camino, pero gracias a Dios les fue bien.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Traían una carta de Monseñor Songasonga saludándonos y deseando venir a
vernos enseguida que se lo permitiesen. Nos comunicó que de los misioneros de
Mutshatsha, Diloló Gare, Diloló Poste, Sandoa y Kasaji no se conocía su paradero.
Después de evacuar las Misiones, ahora estaban completamente saqueadas. Fue una
carta que nos emocionó a todos, incluso al P. Erick que no era fácil de mostrar lo que
sentía… No cesamos de dar gracias a Dios que no nos dejó en ningún instante.
Paseamos con las Siervas y el P. Torres por la misión y alrededores para que
vieran los destrozos de los soldados, estaban impresionados. Después de estar un día
con nosotras partieron de nuevo hacia Kamina. Les agradecimos su interés y también
al P. Torres, que tanto cariño nos mostró siempre.
Otra cosa que recuerdo fue que un día, al terminar de cocinar, oímos cerca un
estallido tremendo. Enseguida pensamos que sería alguna granada. Efectivamente,
delante del dispensario de la Misión había una mujer con la frente sangrando, otra
con una quemadura respetable en el costado y un hombre con las piernas llenas de
quemaduras. Gracias a Dios no fue nada grave, pero el susto fue monumental.
Resulta que, el día anterior, vino al hospital una mujer con su hijo enfermo
proveniente del poblado de Tshipao (donde tuvo lugar la batalla) y la mujer se trajo
una granada y la dejó debajo de la palmera del jardín del hospital pero sin malicia, o
sea que le llamaría la atención ese chisme, lo cogería, y despistada lo dejó por ahí.
Los hijos pequeños de uno de nuestros enfermeros lo vieron y se pusieron a
jugar con la granada. Su padre al verlo se dio cuenta que era “algo de guerra”, lo
quiso coger y tirar pero abrió la palanca y estalló. Con suerte salió en sentido
contrario donde estaban ellos, solamente saltaron algunas chispas que fueron lo que
les dañó.
Por el mes de junio la gente de la Misión ya iban yendo a sus casitas y venían
a saludarnos al P. Erick y a nosotras y solo hacían que repetir “Zambi Munene” (Dios
es grande) librándonos de todos los males, pues sabían que las otras Misiones estaban
destruidas y sin misioneros. No dejaban de dar gracias a Dios y a nosotros. Me
emocionaba ver la alegría y cariño con que decían eso nuestras gentes, tanto
cristianas como paganas.
Tuvimos también que aislar a un chico y chica jóvenes heridos de granadas,
pues la gangrena comenzaba a dar un olor insoportable para tenerlos con los demás
enfermos… no podíamos hacer nada…
Tengo que decir que la chica enfermera, Beatriz García Gamarra, lo hizo
estupendísimamente bien como enfermera y persona, era una más entre nosotras y
en todos estos casos se daba en alma y cuerpo y eso que era joven, sólo 27 años,
pero demostró tener una gran madurez y aplomo pues le tocó pasar ratos bien
difíciles. Sólo Dios y la Virgen se lo podrán pagar como sólo ELLOS saben hacerlo.
Siguiendo con los enfermos, diré que a la chica se la pudo sacar adelante y se
recuperó, pero no así el chico. Como no había nada que hacer, su madre se lo quiso
llevar a que muriese en su village-poblado. Se lo llevaron en una camilla hecha de
palos transportada por cuatro hombres y la madre iba detrás llorando con sus gritos y
lamentaciones característicos de este pueblo en momentos de dolor. Aquello me
recordó el pasaje de la viuda de Naim, sólo faltaba que Jesús dijese: “Levántate…”
pero no lo hizo. Dios tiene sus caminos. Detrás, al lado de la madre, iba la familia
llorando, daba mucha pena… Lo recuerdo como si fuera ahora mismo. A lo largo de
45
KAFAKUMBA, los inicios…
los años de estar aquí, desgraciadamente, hemos visto este panorama con mucha
frecuencia.
Otro caso que llegó al hospital y nos hizo sufrir fue el de una mujer joven que
iba a su campo a recoger manioca y pisó una mina de ésas que iban dejando los
soldados y le estalló. La trajeron enseguida al hospital teniendo la pierna derecha
por en medio del muslo colgando. ¿Qué hacer con ella…? Si la dejábamos, moriría y si
probábamos a cortársela, “quizás” se podría salvar. Entre la H. Magdalena, Beatriz y
yo consultamos el parecer de los enfermeros (que ya habían regresado al hospital) y
la familia, decidimos amputársela. Fuimos unas ATREVIDAS, así con mayúsculas,
pero, gracias a Dios, resultó bien. Anestesia teníamos poca y floja, no para un caso
semejante. Así que le dimos a beber una bebida alcohólica que la gente fabrica con
manioca fermentada, haciendo una bebida fortísima que se llama LUTUKU (o “cinq
cents”). A la chica la emborrachamos y los hombres de su familia la sujetaban
fuertemente, así serramos (con sierra) la pierna como podíamos… Gracias a Dios, la
Virgen, Madre Alberta y a todos los santos que no parábamos de invocarlos, la mujer
se salvó, no supimos cómo, pero se salvó y encima no tuvo ni infección, ¡milagro…!,
cicatrizándose bien el muñón… Estuvimos 7 u 8 horas con el caso y sudábamos a
mares, no solo por el calor que hacía sino también por el trabajo, nervios y
sufrimiento. La mujer tuvo que estar varios meses hospitalizada pero salió adelante
¡DIOS ES GRANDE!
Cuando los caminos fueron transitables, las Siervas de San José volvieron a
Kafakumba a saludarnos, su Madre Provincial de España, la M. Bienvenida, con una
Consejera, la M. Inés (ex-Provincial que residía en Luabo), y la H. Magdalena
Cañibano. Conducía el coche el P. Ante, franciscano croata de la misión de Kayeye
(Diócesis de Kamina). Fue una grata sorpresa y, como siempre, venían cargadísimas
de comida para nosotras. La Madre Provincial estuvo muy cariñosa y nos dijo que, a
su regreso a España, informaría con detalle a nuestra Madre General.
Agradecimos este viaje de las Siervas, no solo por las molestias del viaje, sino,
sobre todo, por dejar tres días de estar con sus religiosas para venir a vernos.
Tuvimos en agosto la gran alegría de la venida de nuestra M. General, la M. Mª
de las Nieves Armas, y la Secretaria, M. Agueda Moll, que sufrieron enormemente con
la guerra, pero que, al vernos bien y contentas, se les pasó todo. Disfrutamos como
siempre de tenerlas entre nosotras, agradeciendo sus desvelos e interés por nosotras
pues enseguida que hubo permiso para entrar al país los extranjeros, vinieron.
La Misión comenzaba a animarse regresando la gente a sus hogares, la mitad
destruidos. Se oían los juegos y gritos de los niños, las campanas llamando para ir a
las Escuelas, el internado lleno de niñas, el ruido del mercado, tam-tams por la
noche, música de fiesta, los enfermos que regresaban al hospital… Poco a poco todo
se fue normalizando y la vida siguió su camino. Por todo dábamos WAKALAKALA
(GRACIAS) a Dios y a la Virgen.
El P. Erick
No se puede hablar de Kafakumba sin mencionar al P. Erick, que estuvo en la
Misión de Kafakumba durante 40 años y fue considerado por el pueblo como un gran
TATA (Padre) y un gran JEFE TSHOKWE (Mwana).
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KAFAKUMBA, los inicios…
El P. Erick Hendrink, franciscano, nació en Overpeel (Bélgica), frontera con
Holanda, un verdadero belga flamenco y orgulloso de serlo.
Me recordó cuando lo conocí a Don Quijote: seco de carnes, alto, con su
barba, original, con un gran sentido del humor y, sobre todo, un gran sacerdote,
religioso y misionero. Como dice el profeta Isaías: “Yo te he puesto como luz para
que lleves mi salvación hasta los extremos de la tierra”… Y así vino el P. Erick al
Congo Belga, recién ordenado, durante la colonización, en plena 2ª Guerra Mundial.
Antes que en Kafakumba estuvo en la misión de Sandoa algún tiempo, pero no
mucho, y luego en Kafakumba hasta su muerte. Desde que llegó se dedicó a hacer la
Brousse, eso quiere decir la selva, o sea que él recorría los poblados del interior que
correspondía a la Misión de Kafakumba, que son unos 200 kilómetros largos. Se iba
durante dos o tres meses al interior, recorriendo los poblados y, cuando acababa su
gira apostólica, regresaba a la Misión unos días para arreglar el medio de transporte,
coger de nuevo comida, descansar un poco y volver de nuevo a circular por los
pobladitos.
Al principio iba en bicicleta, después en moto y luego en jeep, según
avanzaba la tecnología.
En sus comienzos, según contaba él, la gente iba vestida como sus
antepasados, encontró personas que habían sido esclavos liberados y que se conocían
por las perforaciones en el lóbulo de las orejas y de la nariz. En los poblados con
casitas hechas de barro con techo de paja, cuando él llegaba, montaba su “tienda de
campaña”, sacaba su sillón plegable fuera de la tienda y ahí pasaba horas y horas,
días y días, hasta que la gente se le iba acercando aunque sólo fuera por curiosidad,
imagino que el espectáculo no sería para menos.
Para ir atrayéndolos se presentaba al jefe del poblado y a los ancianos y el
Padre, que hablaba el tshokwe aprendido meses antes dedicado sólo al estudio de la
lengua, empezaba a entablar algo de conversación y les pedía permiso para ir a cazar
a los alrededores.
El P. Erick era un gran cazador, ahí donde fijaba la vista, metía la bala. Hasta
el final de su vida conservó su fusil buenísimo con alza telescópica y cuando era
necesario se iba a cazar. Sólo mataba a los animales por necesidad, para comer, pero
nunca por placer de cazar.
Así que, en la brousse, se iba más al interior, seguido por los hombres con sus
flechas y lanzas. Siempre salían de caza por la noche, pues era cuando los animales
se dejaban ver. El Padre se ponía un foco en la frente y esa luz reflejaba en los ojos
de los animales y por el color y la forma de los ojos y la altura el Padre sabía
distinguir si era un jabalí, elefante, león o la bestia que fuese. Disparaba y lo mataba
y se iba con el animal al poblado, depositándolo delante de la casa del jefe según sus
costumbres, y la gente lo despellejaba, lo repartía y comían la carne una vez
guisada. De esta manera, poquito a poco, fue entrando en el corrillo alrededor del
fuego con los jefes y la gente, ganándoselos así con el fin de enseñarles “la sublime
riqueza de Cristo”. Como dice Isaías: “Qué bellos son andando por los montes, los
pies del mensajero que anuncia la paz y la SALVACIÓN”.
Así, y con una gran PACIENCIA de años, de toda una vida, que parecía mentira
en un hombre tan dinámico como él, fue entrando en la vida de la tribu tshokwe.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Con el paso del tiempo y con la confianza que ya depositaban en él, le
permitieron que construyese su casita y la Iglesia, una al lado de la otra.
La casa era de dos habitaciones, una para dormir y otra para estar, comer,
recibir a la gente. Al principio con techo de paja y muchos años después con toldos
de aluminio.
Así empezó sus catequesis, que en tshokwe se dice MALONGUESO y en swahili
MAFUNDISHO, teniendo las primeras conversiones y bautismos, más adelante seguían
los otros sacramentos.
El Padre, cuando venía a comer con nosotras los domingos, en las sobremesas,
nos contaba sus peripecias y aventuras, que nos hacían reír, pasando así un rato
agradable. Además él era muy ameno narrando.
Voy a poner algunas de las que me vayan saliendo:
Nos contó que, al principio, en los poblados a los que iba, en la mentalidad
africana no se concebía que un hombre viviera solo y sin mujer, de manera que de
vez en cuando se presentaban a él algunas mujeres que, según el Padre, con su
chispa, nos decía: “Algunas eran muy bellas y jóvenes, otras muy viejas y feas”, para
ofrecerse como esposas. El Padre veía que lo hacían sin malicia y teniendo pena de
él. Él les explicaba cómo podía que vivía así porque quería vivir así, que lo hacía por
MUNGU (Dios) y para ayudar a la gente a conocerlo y que si tuviera mujer ya no
podría hacerlo tan libremente. Cuando decía esto, las mujeres asentían con la
cabeza diciendo “tienes razón”, “enga, enga”, “sí… sí…”.
Otra de sus aventuras fue que, al principio de estar en un poblado, un marido
comenzó a pegar a su mujer fuera de la casa y la gente se acercaba para ver la
paliza. Entre ellos estaba el P. Erick para separarlos, pero cuando el Padre con toda
su fuerza, que la tenía y mucha, consiguió separar al marido sujetándolo, la mujer
comenzó entonces a insultar al Padre con una sarta de improperios, diciéndole que si
su marido quería pegarle, quién era él para impedírselo, de modo que el Padre lo
soltó y aprendió que “entre marido y mujer nadie se puede meter”… Al explicarlo, el
Padre empleaba otra expresión pero que es más o menos lo que acabo de escribir. Él
reía… y desde entonces cuando oía jaleos de matrimonios decía que cogía su
butaquita, encendía su cigarrillo y se ponía a leer y decía: “Ahí os las arregléis…”.
Reíamos mucho con sus historias, sobre todo con la cara de pillo que ponía.
Contó que un día llegó a la Misión un elefante solitario. Los elefantes son muy
peligrosos cuando van sin la manada. En aquellos comienzos la Misión no estaba tan
poblada como hoy día y el elefante pisaba algunas de las casitas que había por ahí
diseminadas y destruía también los campos de manioca a su paso. La gente huía
aterrorizada… El Padre cogió su fusil, sus municiones… yéndose detrás del elefante,
pero no donde el viento pudiese delatarlo, así que tuvo que dar un rodeo. El elefante
arrasaba todo lo que encontraba a su paso con la trompa, las patas y su mole de
cuerpo. El Padre lo siguió hasta que lo tuvo a punto para dispararle y matarlo de un
tiro y nos decía que tenía que dar el tiro entre ojo y ojo, para que la bestia muriese
en el acto, porque si sólo se le hería era más peligroso, no importaba el animal que
fuese, siempre había que matarlos estando frente a él y no muy lejos para acertar el
tiro. Mató al elefante recorriendo 20 km. detrás de él, pues el Padre apareció en un
poblado que se llama Sakundundu y que está a esa distancia de la Misión. Cuando la
gente supo que el elefante ya estaba muerto, comenzó a salir poniéndose alrededor
del Padre y la bestia dando sus gritos característicos de triunfo y alabanza al P. Erick.
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KAFAKUMBA, los inicios…
En la Misión aún se conserva la foto de este paquidermo y el P. Erick con
algunos hombres que, al lado del elefante, se ven pequeñísimos… Historias así tenía
muchísimas, imposible contar todo.
Antes las malarias eran muy frecuentes y no había medios para curarse,
matando a mucha gente y, por tanto, también y mucho más al hombre blanco, al
misionero, pues la quinina era rara y difícil de encontrar.
El Padre nos decía que, cuando en medio de la brousse tenía algún ataque de
malaria, se metía en su tienda, cogía un puñado de polvo de quinina (pues antes no
había comprimidos), que es amarguísima, se lo metía en la boca y para poder
tragárselo cogía la botella de whisky que tenía para estos casos y se bebía unos
buenos tragos hasta que se quedaba, entre la fiebre y la bebida, 4 días seguidos
durmiendo y delirando hasta que se le pasaba el ataque de malaria y que cuando
despertaba ya curado, veía a la gente alrededor de su tienda mirando asombrados
como “revivía” y el Padre, al ver este panorama con esas caras de admiración, decía
que a pesar de sentirse él un guiñapo, no podía evitar echar unas sonoras
carcajadas…
P. Erick
Tata Kasalinga
Desde que llegó el P. Erick a Kafakumba y comenzó a recorrer la brousse,
tomó a un joven papá con él como cocinero, siendo de todo un poco. Cuando
llegamos nosotras a Kafakumba, continuaba Tata Kasalinga trabajando, ya mayor
como el P. Erick, pues eran más o menos de la misma edad.
Tata Kasalinga era un hombre sencillo, no sabía leer ni escribir, pero estaba
lleno de “valor y sabiduría”, como todos los ancianos de esta tierra congolesa a los
que yo de corazón admiro y respeto, pues son pozos profundos de bondad, de
conocimiento de su cultura y de valores que van desapareciendo con las nuevas
generaciones, es una pena, pero así es el curso de la historia.
Los jóvenes de hoy en día viven entre la cultura europea y la suya, sin conocer
bien ni la una ni la otra y por eso tienen a veces reacciones que ni ellos mismos
perciben.
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KAFAKUMBA, los inicios…
El P. Erick y Tata Kasalinga se querían, apreciaban y valoraban mutuamente, a
pesar de la distancia que les separaba. Recuerdo que, cuando el P. Erick estaba
enfermo, me insistía constantemente en que ayudara a Tata Kasalinga y añadía:
“Nunca he tenido un amigo y compañero tan noble y fiel como él.” Cuando el P. Erick
murió, Tata Kasalinga lloraba desconsoladamente, y ahí estuvo junto a su cadáver
hasta el último puñado de tierra que se echó en su tumba. Yo lo miraba y me
emocionaba… Unos cuantos años después murió nuestro Tata Kasalinga, toda una
institución en la Misión de Kafakumba, querido y respetado por el pueblo.
Nuestros viajes con el P. Erick a la Brousse
Cuando llegamos a Kafakumba, el año 1975, estaba solo en la Misión como
sacerdote el P. Erick, pues el otro Padre belga que había, el P. Simón, hacía dos años
que había muerto en Bélgica. Al P. Erick le ayudaban dos catequistas: Tata
Tshikomba y Tata Mungaji. Más tarde, también le ayudaba Tata Mayiji, pues el Padre
estaba mayor y por eso no iba tanto a la brousse como lo hacía antes. De todas
formas viajaba cada tres o cuatro meses a un poblado grande, donde se acercaban
los cristianos de los pueblecitos de alrededor para oír misa, confesarse, seguir las
catequesis… y hablar con él.
El Padre nos propuso acompañarlo los dos o tres días que estuviera en la
brousse y así nosotras podríamos estar con las mujeres y jóvenes y tener algún
trabajo de costura con ellas, que estarían muy contentas.
Una vez propuesto esto, ni cortas ni perezosas, la H. Luisa Ramis y yo nos
fuimos con el Padre en sus correrías apostólicas. La gente del pueblo, todos, nos
recibía con cantos y danzas de la alegría que tenían.
Mientras el Padre hacía su trabajo, nosotras visitábamos a las familias, y luego
repartíamos en grupos a las mujeres y las niñas jóvenes para darles clase de costura y
estar con ellas. Disfrutamos.
Comíamos en la casita con el P. Erick lo que Tata Kasalinga nos preparaba.
Había Eucaristía con bautizos, otro día con bodas y asistíamos a la fiesta que
celebraban a los recién casados.
Al atardecer, a la luz del fuego, cenábamos y el Padre dormía en su casita y la
H. Luisa y yo en el jeep con nuestro saco de dormir. Así pasaban los días en que el
Padre acababa las ceremonias religiosas en ese poblado y regresábamos a la Misión.
Así recorrimos todos los poblados pertenecientes a la Misión de Kafakumba:
Sapesa, Sakundundu, Salimi, Satshipanga, Mompwelete, Mbangu, Kayembe Mukulu…
Fue una experiencia única la de vivir en medio de la gente fuera de la Misión.
Mucha gente venía con sus obsequios de pollos, cacahuetes, verduras,
manioca, piñas, plátanos… como agradecimiento por compartir nuestras vidas con
ellos. Tengo que decir que el pueblo tshokwe es supergeneroso, pues siempre la
gente en la Misión o en cualquier pueblo nos ha obsequiado muchísimo y a todas las
religiosas, cosa que no ha sido así en las otras Misiones que he estado, o sea que se
demuestra que el tshokwe es más delicado y generoso, teniendo lo mismo que todos
los demás.
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KAFAKUMBA, los inicios…
La gente en la brousse, en general, se casaba (por la Iglesia) maduros y
cargados de hijos, que bautizaban en la misma ceremonia. Luego el P. Erick, con los
padres del bautizado, los presentaba a los pies de la estatua de la Virgen que cada
Iglesita de la brousse tiene. También ponía en cada Iglesia una foto del Papa para
que lo conocieran e imágenes de San José, del Sagrado Corazón… lo que encontrase.
Eran ceremonias cantadas, del principio al fin, con sus instrumentos típicos:
maracas, tam-tams, xilófonos, palos… un sinfín y todos fabricados por ellos con su
sonido propio, afinado, y que en conjunto resulta armonioso dentro de sus cantos y
música africana. Verdaderamente son unos artistas, disfruté…
Para lavarnos por las mañanas, al amanecer pues en la selva se lleva horario
de gallinas y al primer kikirikí la gente se levanta, nos íbamos al río, a la parte de las
mujeres, acompañadas por un grupito de mamás, pues no querían que nos pasara
nada, ya que aquí los ríos son bien caudalosos. Fueron muy respetuosas, ni se
acercaban, ni daban la más leve señal de curiosidad.
Cuando terminábamos nuestro baño, fresquitas y aseadas y con la ropa lavada
también, regresábamos al pueblo siendo un paseíto muy agradable, pues, como es
lógico, los poblados los construyen cerca de los ríos a unos 2 ó 3 km., así nunca les
falta el agua. Para beber cogen el agua del manantial, que es potable y bien filtrada
por la misma tierra. Bueno, todo un arte de saber vivir en la selva.
El P. Erick, a pesar de haber estado tantos años y viviendo de esta manera,
era limpísimo y ordenado en su persona y en sus cosas. Transportaba siempre en el
jeep un baúl con los utensilios de cocina y comida como arroz, aceite, botes de
conserva y en los poblados compraba la verdura y la fruta y Tata Kasalinga le
preparaba su desayuno, comida y cena. En otro baúl llevaba un colchón enrollado,
sábanas, una mosquitera, una jofaina, sus cosas de aseo y el espejo para afeitarse. Y
en un bolso de mano, su ropa.
En cada casa de la brousse que él se había construido tenía un catre, una
mesa con dos sillas y su famosa butaca plegable azul que iba cargando de aquí para
allá. Todo sencillo y de fabricación casera. Al llegar a la brousse se montaba su
palacete.
Repito que era muy aseado e iba siempre limpio y sus cosas ordenadísimas.
Todo esto, aunque parezca una tontería, decía mucho de él, pues no era nada
negligente, ni dejado, ni perezoso, mostrando también con su ejemplo la dignidad de
la persona. Aquí, como en todas partes, todo cuenta y en todo esto también podemos
enseñar.
Algún año después, y sintiéndolo mucho, tuvo que dejar de hacer todos estos
viajes, pues se encontraba mal, con un gran dolor de huesos, cansado y sin fuerzas,
prefiriendo quedarse fijo en la Misión y desde allí, junto a los catequistas, seguir
controlando y dirigiendo las comunidades cristianas formadas por él. Al ver este
estilo de vida, me recordaba las Iglesias fundadas por San Pablo, pues los cristianos,
cuando te despides de ellos, te dicen: “Recuerdos a la comunidad cristiana de
Kafakumba” y los de Kafakumba enviaban saludos a los cristianos de Satshipanga,
etc. De manera que cuando viajamos nosotras a España, la gente, al despedirnos,
siempre nos dice: “Saludos a la comunidad cristiana de “chez vous”, de su tierra”.
Es algo muy bello y emotivo la vida de estas primeras comunidades africanas,
aunque también tenían sus líos y el Padre tenía que escribirles o ir para ponerlos en
51
KAFAKUMBA, los inicios…
orden… Nosotras vemos y recogemos los frutos de toda una vida dada al Señor y a
este pueblo.
Como el Padre ya no iba a la brousse, llamaba a algún misionero o bien
sacerdote congolés (había muy pocos en aquel tiempo) para que fueran a celebrar los
sacramentos y reconfortar a los cristianos. Entre ellos ayudaron el P. Paul, religioso
salvatoriano, belga, de la Misión de Samdoa, y también el Abbé (sacerdote secular)
Muteba, de la Diócesis de Kamina, que, por cierto, murió hace dos años con 56 años
(lo sé porque somos de la misma edad), compañero del actual Obispo de Kamina,
Monseñor Jean-Anatole Kalala.
El P. Erick fue un MISIONERO de TALLA. Aprendió muy bien la lengua tshokwe,
hablándola y escribiéndola perfectamente, mejor que los mismos tshokwes. Era muy
inteligente, bien preparado y una persona muy culta y muy lectora. Cantaba muy
bien, lo sé porque tenía cintas grabadas de sus Misas cuando era joven. Tenía mucho
don de gentes, era comunicativo, autoritario, comprensivo, con mucha paciencia y
un gran don de “escucha”. Era un solitario por manera de ser y por cómo le había
tocado vivir toda su vida, solo, en medio de la brousse.
Sabía ganarse a la gente y hacerse respetar por las autoridades civiles, jefes
locales y por todos… Guardaba las distancias y sabía estar en su sitio. Era un buen
sacerdote, religioso y misionero. Nunca dejaba de celebrar la Eucaristía, y lo hacía
con dignidad y fervor. Antes de celebrar, y mientras pudo, se le veía en la Iglesia
arrodillado y orando. El Rosario nunca lo dejaba, tenía un gran amor y devoción a la
Santísima Virgen. En la brousse iba a la capillita a rezarlo con los cristianos y en la
misión, por las tardes, antes del anochecer, lo rezaba paseándose por el jardín de su
casa y los dos perros que tenía en la Misión, Simba (león) y Tembo (elefante), lo
seguían detrás a su paso y girando cuando el Padre giraba y así cada tarde lo mismo.
Me hacía mucha gracia cuando lo veía. A sus horas se le veía rezando el oficio.
En sus sermones llegaba hondo a la gente, conoció muy bien su mentalidad y
costumbres pudiendo llegar a sus almas para llevarlos a Dios. Sus consejos eran
siempre muy espirituales y profundos, en una palabra, era un alma de Dios a pesar de
su fuerte carácter, que sólo él, Dios y los que lo conocían, veían cómo se dominaba.
Fue muy digno en su comportamiento y trato con la gente, las mujeres, las
religiosas, a pesar de ser agradable, agudo, con chispa y con un buen sentido del
humor. El P. Erick fue un apóstol y un gran misionero. Entregándose a la causa de
Jesús fue todo generosidad, entrega incansable y fervor. Ahora, a lo largo de estos 32
años que llevo en el Congo, veo que un misionero tiene que tener optimismo,
autodominio y amor a la soledad. Son cualidades que siempre he visto necesarias.
Yo admiraba mucho su paciencia. En un carácter como el suyo demostraba
mucha virtud para conseguirlo y una capacidad de escuchar a la gente y sus
problemas, sus cosas, su mundo… que me dejaba admirada. Supongo que para
enseñarme, él me repetía: “Lo escucho todo y lo voy metiendo en el bolsillo, para
luego ir sacándolo cuando es necesario, para descubrir la verdad, conocer a la gente
y ayudarla a ir al Señor respondiendo como cristiano”. Cuando me decía esto, me
acordaba de “No romperás la caña cascada, ni apagarás la llama vacilante…” Fue el
pastor que dio su vida por sus ovejas, que buscó la perdida, que consoló y curó a la
débil.
La verdad es que a mí me ayudó mucho en los casi 10 años que viví con él en
la Misión. Yo era muy joven y él se consideraba como mi abuelo enseñándome,
52
KAFAKUMBA, los inicios…
aconsejándome con mucho cariño y respeto, y queriendo que aprendiera muchas
cosas. También me introdujo en todo el archivo de fichas de cristianos para anotar
los sacramentos, familia, hijos, etc. y llegué a estar al corriente tanto o más que él y
los mismos catequistas.
La verdad es que tengo un gran recuerdo del Padre y me ayudó mucho. Me
enseñó a tener una amplitud de miras y un gran sentido del humor. Le estaré siempre
agradecida, pues lo poco que sé de la vida misionera se lo debo en gran parte a él,
sobre todo la manera de tratar y entrar en esta gente.
La muerte del P. Erick en la misión
Los últimos años del P. Erick fueron muy duros pues se sentía sin fuerzas, le
costaba respirar (era un gran fumador) y no podía hacer lo que siempre había hecho,
dependiendo cada vez más de los demás y todo esto le hacía sufrir, pero una cosa
tenía muy clara y era “que quería morir en Kafakumba, en medio del pueblo
tshokwe”.
Fueron unos años en que varias veces, y con urgencia a causa de su salud,
tuvimos que ir a Kolwezi, unas veces en la avioneta metodista y otras en el jeep.
Siempre lo acompañaba yo, pues me apreciaba y se había acostumbrado a mí y yo a
sus mañas. Iba saliendo más o menos de sus enfermedades, pero cada vez más
envejecido, debilitado, aunque su fuerte carácter y determinación no se aflojaba.
Su Superior provincial del Congo, el P. Kün, cuando pasaba visita a
Kafakumba, nos decía, después de hablar con él, que no quería por nada abandonar
la Misión… Así que todo estaba en manos de Dios.
El P. Erick se encontraba, como dice Bernanos: “esperando esta dulce noche
que llega compasiva, serena…” pero muchas veces me decía, con su humor que
nunca le faltaba: “Yo creía que el morir era más fácil, pero uno no muere cuando
quiere, sino cuando el Señor quiere… Así que a esperar…”. Tenía momentos duros y
vivía lo que dice San Juan de la Cruz: “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre
aunque es de noche”.
Coincidimos en Europa los dos, él en Bélgica y yo en España. Durante esas
vacaciones, el P. Erick tuvo un edema pulmonar grave, pero en cuanto salió de la
clínica, sin aceptar los consejos de su familia, médicos ni Superiores, me llamó a
España y me dijo: “Vámonos en seguida a Kafakumba. Estoy mal, pero yo quiero
morir allí y tener, como la gente, sólo a Dios y los medios que vosotras me podáis
dar.” A mí me emocionó y me hizo pensar muchas cosas…
Me fui a Bruselas para viajar desde allí con el Padre al Zaire y en este viaje
también venían la H. Luisa Ramis y la H. Mª Teresa Villarino, por primera vez
destinada a Kafakumba. Ellas tenían que salir desde Roma, pero como la Compañía
“Air Zaire” era tan original, no pudieron salir de Roma: Los pasajeros tuvieron que ir
hasta Bruselas, donde nos encontramos todos juntos para viajar.
Yo pedía al Señor que no se muriese el P. Erick en el avión ni en todo el viaje,
pues verdaderamente estaba mal… Así llegó nuestro P. Erick de nuevo al Zaire y yo
con el corazón oprimido. Era septiembre del año 1982.
53
KAFAKUMBA, los inicios…
En Kafakumba, en medio de su gente, se sintió feliz, aunque no mejor, y cada
vez más dependiente de nosotras para todo.
El P. Kün, su Provincial, venía con frecuencia a visitarlo y como el P. Erick no
estaba para nada, el P. Kün comía con nosotras. Siempre nos agradecía todo lo que
hacíamos por el P. Erick, comprendiendo lo que eso suponía de entrega por nuestra
parte.
El Padre seguía mal y así iba tirando. En este tiempo vino a visitarlo su sobrina
Magdalena Erick (Sr. Erick), religiosa de Marie de Pittem que trabajó muchos años en
Kolwezi y fue allí donde nosotras la conocimos, pero durante la guerra del 80
tuvieron que huir de Kolwezi y ya no regresaron, se instalaron y abrieron casa en
Kinshasa, donde vivía en ese momento cuando vino a visitar a su tío. También más
adelante vinieron desde Bélgica a Kafakumba dos hermanos de Sr. Magdalena Erick.
Uno de ellos era Erick, el más pequeño, que algunas de nuestras religiosas de España
conocen. Disfrutaron de estar tío y sobrinos juntos, además representaban a toda la
familia del Padre, que era numerosísima y que querían muchísimo a su “nonke Erick”
(tío Erick), como lo llamaba en flamenco la familia. Sus sobrinos sólo estuvieron dos
días, pues en Kinshasa, a causa de los aviones, perdieron una semana y como tenían
que regresar con fecha fija, les fue corta la estancia en Kafakumba. De todos modos
les enseñamos la Misión y algunos de los poblados de la brousse para que vieran todo
lo que su tío había hecho por el Señor y las almas. Los sobrinos estaban
satisfechísimos de ver las cosas que su tío tantas veces les había contado durante sus
vacaciones en familia, pero sufrieron al ver su deterioro y el saber que sería la última
vez que le verían… Así se despidieron…
En la Misión estábamos rehabilitando unos pabelloncitos abandonados y
semidestruidos para clases de la Escuela Secundaria que habíamos comenzado hacía
solo un curso y fue en ese momento que llegó destinada la H. Mª Teresa Villarino para
hacerse cargo de la dirección e ir avanzando los cursos. Como decía, esos arreglos
que hacían los albañiles al P. Erick le gustaba dirigirlos y, cada mañana, yo cogía el
jeep para acercar al Padre a controlar las obras. Era un paseo de 5 minutos, pero el
Padre ya no tenía fuerzas y había que llevarlo en coche. Era toda una fiesta la de los
alumnos recibiendo al P. Erick.
También vinieron a visitar al Padre la H. Magdalena Cañibano, Sierva de San
José, el P. Winfried, franciscano de Kamina, y algún que otro misionero.
Fue durante este tiempo que nuestra Congregación pensó en coger la Misión
de Kanzenze (a 400 km. de Kafakumba) y las religiosas estábamos de preparativos
para recibir a la M. María Riera y las chicas voluntarias, Teresa Reyzábal y Cristina
Cortés, la primera médico y la segunda enfermera, para ultimar la nueva fundación y
hacer reparto del personal. Un tiempo después llegaron las HH. Begoña Portilla y
Magdalena García.
El P. Erick, al ver tantas personas nuevas, supo que algo se tramaba. Sabía
que íbamos a ir a Kanzenze, pero no sabía que yo iba destinada allí, ni se lo quisimos
decir, pues estaba tan mal que temíamos que si le decíamos algo muriese antes de
hora del disgusto que iba a coger. Yo le pedía al Señor y a la Virgen y San José que
arreglaran este asunto y así fue, pues a mediados de agosto del año 1984 comenzó el
Padre a estar verdaderamente mal, el edema pulmonar se agravaba, le costaba
respirar y se ahogaba, a veces no coordinaba y decía cosas sin sentido… Hacía tiempo
que yo dormía en el convento del Padre, en una habitación al lado de la suya y con
timbre para que pudiese llamar si pasaba algo. Los últimos días tuvimos que estar
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KAFAKUMBA, los inicios…
fijas con él por las noches y nos íbamos turnando entre la H. Mª Teresa Villarino, la
H. Begoña Portilla, la H. Socorro Sarmiento y yo.
Habíamos avisado al P. Kün, su Provincial, pero no llegaba. Entonces vinieron
desde Kolwezi un Padre franciscano polaco, el P. Agustín, y el Vicario de la Diócesis
de Kolwezi, Monseñor Naweji (que ha muerto también), para estar con el P. Erick. El
P. Agustín era un alma de Dios, buenísimo y muy espiritual, pero no pisaba la tierra.
El P. Kün después nos contó del P. Agustín que era tan espiritual que en lo material
ni caía en la cuenta. Estaba en una Misión y salía de viaje sin rueda de recambio,
“decía que confiaba en la Providencia”, pero a los 100 km. pinchaba teniendo que
recurrir a las otras Misiones para que lo ayudaran y el P. Kün le decía que “nada de
Providencia”, que molestaba a los demás para ir a socorrerle. Parece que era así en
todo, en comida y en todo lo material. Sus hermanos franciscanos belgas, con lo
organizados que eran, no comprendían esta postura del P. Agustín, ni siquiera yo,
que soy española, la comprendo… Esto es una anécdota, pero continúo con lo
anterior: El P. Agustín estuvo tres o cuatro días con el P. Erick sin dejarlo ni de noche
ni de día hasta que murió. Yo estaba por el convento del Padre yendo y viniendo y
todas estábamos pendientes, pues veíamos que era el final. Una tarde yo estaba en
la habitación del Padre y el P. Agustín rezaba en voz alta el Rosario, Vía crucis, oficio
en francés… y en esto, el P. Erick abre los ojos, mira al P. Agustín y la dice con
fuerte voz: “Rece en flamenco o tshokwe que son mis lenguas, pero no en francés”.
A mí me dio risa la salida del P. Erick, “genio y figura hasta la sepultura”. Entonces
el P. Agustín cogió el oficio del Padre en flamenco y se puso a recitarle los salmos.
Los catequistas venían cada día varias veces, entraban a ver al Padre y estaban un
rato con él rezando. El pueblo muy respetuoso, en silencio, sufriendo y esperando la
muerte de su querido “Tata Erick”.
Así, el 8 de septiembre de 1984 a eso de las 13 horas, después de haberle
dado Monseñor Naweji los últimos sacramentos, el P. Erick respiraba cada vez con
más dificultad entrando en agonía. En su habitación estábamos Monseñor Naweji, P.
Agustín, H. Begoña, H María Teresa y yo. De este modo, en paz, el P. Erick, a las 14
horas, entregó su alma a Dios mientras todos nosotros cantábamos la “Salve Regina”.
Se encontró con el Señor y la Virgen a los que tanto amó, era el día antes de la
Natividad de María. Con el P. Erick se fue una casta de misioneros enamorados y
entregados al Señor y a la extensión de su Reino. Aventureros valientes, soñadores,
emprendedores. Gracias a él y a todos ellos fue posible la evangelización en este
continente africano.
Enseguida se comunicó al pueblo, que estaba alrededor del convento
esperando. Llamamos a las Hermanas, que vinieron enseguida. Comenzaron los
lamentos del dolor, las campanas de la Iglesia sonaron a muerto un buen rato para
advertir a los poblados, la gente fue viniendo a la Misión, se oían desde lejos sus
lloros típicos de duelo, de muerte. Mientras, se preparó el cuerpo del Padre y lo
depositamos en el ataúd, que el día antes hizo el carpintero de la misión Tata Moïse
(que también está ya muerto), estando el interior forrado de tela blanca que ellos
aquí llaman “tela de muerto”, pues la caja es un lujo y la mayoría de la gente
entierran a sus muertos solamente envueltos en esa tela blanca, depositándolos así
en la sepultura hecha en la tierra. Llevamos al Padre al gran salón de la Misión,
revestido con su alba y estola dejando el ataúd en el suelo, quitamos los sillones y la
gente fue entrando y sentándose alrededor del Padre. Es una cosa curiosa, este
pueblo no tiene miedo a estos momentos y se ponen lo más cerca del difunto,
mientras que nosotros hacemos lo contrario. Estando así, llegó el P. Koen, su
Provincial y se emocionó. Yo estaba hecha un mar de lágrimas de pena, cansancio,
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KAFAKUMBA, los inicios…
sueño, emoción, creo que de todo un poco, todos me consolaban y cuanto más me
decían, yo más lloraba. En fin, un desastre.
Al cabo de un rato, cuando la H. María Teresa Villarino preparó y adornó con
flores la Iglesia de la Misión, llevamos al Padre poniéndolo delante del altar. Fueron
viniendo los Jefes tradicionales de los poblados del interior, las autoridades políticas,
el Gran Jefe Tshipao y el pueblo: católicos, protestantes, paganos, de sectas… Eran
las ovejas del que el Padre fue pastor y por las que dio la vida. Todos estaban ahí
para dar su último adiós y homenaje, llenos de cariño a su querido Tata Erick.
Hicieron las ceremonias como las hacen a sus grandes jefes cuando mueren. Nos
pasamos toda la noche con la gente en la Iglesia, nosotras agotadas, pues todas estas
ceremonias, cantos, lloros, “wafakos” de los duelos africanos para nosotras son
interminables… hubo cantos, tam-tams, fuego exterior, llantos, Rosarios, peticiones,
así toda la noche.
Muy de mañana se pusieron a cavar la fosa en el lugar que el Padre me había
dicho que quería que lo enterraran, “entre la sacristía y su casa”, donde había un
trozo de terreno. Allí cavaron y construyeron el interior con ladrillos, tanto paredes
como suelo, y recubierto con cemento de manera que, aunque la fosa era profunda,
subió bastante al construir el interior. Así son las tumbas de los grandes jefes y así
quisieron construírsela a él. Entre tanto, fueron llegando misioneros de las Misiones
más cercanas a la nuestra: los Padres Salvatorianos y Hermanas Franciscanas
Misioneras de María de la Misión de Sandoa, las Hermanas Belgas de Lier de la Misión
de Kasaji y algún misionero más que no recuerdo. Las distancias son tan largas, en
horas más que en kilómetros, por eso no podían llegar a tiempo los demás. Se
celebró la Misa con Monseñor Naweji, el P. Koen y los demás sacerdotes. Tengo un
recuerdo borroso pues yo sólo lloraba.
Al terminar, sacaron el ataúd fuera de la Iglesia y allí las mujeres cogieron la
caja dando un gran rodeo a la Misión para despedir al Padre llevándolo en alto y
balanceándolo de tal manera que yo sufría pensando que el cuerpo se caería, pero
cuando entierran a sus grandes jefes así lo hacen. Además, el ataúd iba abierto y
pasando en volandas de mano en mano y sólo mujeres, por eso yo y todas nosotras
estábamos atónitas. Mientras, la gente cantaba, lloraba, se lamentaban y así
llegamos a la tumba casi a las 15h, pues tuvimos que esperar que terminasen y se
secase la tumba. Al final depositaron al Padre poniéndole la tapa al ataúd y nosotras
fuimos echando puñados de tierra junto con flores sobre el ataúd y luego los
albañiles con ladrillos, cemento y barras de hierro construyeron la lápida. Ahí
estuvimos todos hasta que se acabó, mientras tanto Mgr. Naweji dirigió las oraciones
y se cantaba.
Al terminar todo, los misioneros regresaron a sus Misiones y sólo quedó en
Kafakumba el P. Koen, que estuvo unos días para recoger las cosas personales del P.
Erick. El Padre, mucho antes de morir, me insistía que cuando él desapareciese diera
el fusil con los cartuchos o balas al P. Koen, pues tener eso en la Misión nos podía
comprometer a nosotras y eso fue lo que hice. Además le mostré dónde el Padre
escondía las balas, sus divisas y algunas cosas personales. Cumplí el encargo.
Antes de regresar a Kolwezi, que era donde residía el P. Koen, en la
sobremesa nos dio las gracias de corazón por todo lo que habíamos hecho y ayudado
al P. Erick. Al pobre hombre se le caían las lágrimas, era de impresión ver un
Provincial grande, fuerte y más bien seco como son los belgas flamencos, llorando de
esa manera. No sabía y le faltaban palabras para agradecérnoslo.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Quedamos muy bien con los franciscanos de la Provincia flamenca de Bélgica.
Nos regalaron un grupo electrógeno para la Misión que necesitábamos. Luego, el P.
Mateo Nouwens, desde Amberes, hizo de intermediario para el envío de bidones,
dinero, etc., haciéndolo hasta hace dos o tres años que por falta de personal
tuvieron que dejarlo. Fue su manera de agradecérnoslo.
De izquierda a derecha:
H. Mª Teresa Villarino, H. Begoña Portilla
H. Magdalena García
Teresa Reyzábal
Delante: H. Socorro Sarmiento, Detrás: H. Magdalena Llobera
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KAFAKUMBA, los inicios…
Comienzos de la Escuela Secundaria de Kafakumba
Con el paso de los años, unas Hermanas se iban definitivamente a España y
otras nuevas venían. Tal fue el caso de la H. Carmen Estarellas. Luego, años más
tarde, en 1981, se fue Beatriz García Gamarra para rehacer su vida en España. A ella
le costó dejarnos y a nosotras también, sentimos que se fuera pues era una más entre
nosotras. Nunca podremos agradecerle todo lo que hizo por la Misión donde fue muy
valorada, querida y respetada, sin ella como enfermera no hubiéramos podido
mantener la obra en el campo sanitario.
En el año 1980 vino la H. Rosario Ruiz como enfermera, pero sólo estuvo unos
meses en Kafakumba regresando a Amberes (Bélgica) para hacer la medicina
tropical. Al año siguiente, en el 1981, llegaron la H. Rosario, de nuevo, y H. Socorro
Sarmiento, ambas enfermeras, pudiendo irse Beatriz y la H. Magdalena Llobera que
comenzaba a no encontrarse bien de salud.
Entre tanto, y con muchas penurias, se empezó a abrir la Escuela Secundaria
en Kafakumba, donde los extranjeros podían dar clases y dirigir, pues en las Escuelas
Primarias, por ley, sólo pueden dar clase los nativos. La Misión crecía, la gente joven
acababa la Primaria y las familias no tenían medios para enviarlos a seguir los
estudios a Sandoa o Kasaji, quedándose toda esa juventud vagabundeando por la
Misión. Así que nos decidimos a comenzar nosotras, vista la necesidad, la Escuela
Secundaria en la Misión. Ese primer año dábamos clases la H. Rosario, H. Magdalena y
yo. El Director de la Escuela Primaria, Mutakila, hizo de Prefecto o Director del
Colegio. Llegamos al segundo curso y fue cuando, para ser la primera prefecta del
colegio incipiente y hacerlo subir, llegó la H. María Teresa Villarino, que había
terminado su carrera de Biología en Barcelona.
Fueron unos comienzos humildes, modestos y lentos, su primera labor se hizo
sin ruido, entre los más humildes. “El Reino de Dios es como un grano de mostaza”. Y
así, poco a poco, fuimos subiendo los cursos y doblando las clases de tantos alumnos
que venían a inscribirse. En esta Escuela dimos lo mejor de nosotras mismas. Se
comenzó en un pabellón pequeño que había por la Misión, medio destruido, que al
montar las clases hubo que reconstruir. Los alumnos hacían los ladrillos, el horno,
iban a buscar leña y las niñas transportaban el agua y los ladrillos hechos y los
albañiles hacían los muros. Así se fue construyendo KULIVA, la Escuela Secundaria de
Kafakumba. Los bancos eran muy originales: columnas de ladrillos donde se fijaban
unas maderas largas que hacían de mesas y otras más bajas que hacían de asientos,
todo quedaba fijo y más fácil de limpiar.
La H. María Teresa Villarino y yo dábamos clases de todas las asignaturas
habidas y por haber, y muchas teníamos que estudiarlas antes de darlas como
sociología africana, música africana, historia de África, etc., y otras las
refrescábamos según las íbamos explicando a los alumnos.
Como estábamos en trámites de reconocer el Colegio oficialmente y aquí todo
eso va muy lento, fuimos durante muchos años “sucursal” de la Escuela Secundaria
de la Misión de Sandoa, llamada Mungaji, a 100 km de Kafakumba, y el Prefecto de
Mungaji, Kapenda Zeka (ahora Consejero político del Gobernador de Lubumbashi)
hacía, a nivel de papeleos, de Prefecto. Nos ayudó muchísimo en esos primeros años.
Él nos enviaba los alumnos más aventajados, que habían terminado con notas
brillantes en el Examen de Estado, como profesores para nuestro Colegio. Así fuimos
teniendo los primeros maestros que nos ayudaban: Tshisola, Kalau, Muthunda y
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KAFAKUMBA, los inicios…
muchos otros que se fueron casando con nuestras alumnas preparadas y bien
formadas.
El ambiente en esos comienzos fue muy bueno y muy familiar con los chicos y
chicas de la Misión y alrededores. Las niñas se quedaban con nosotras en el
internado, eran cerca de ochenta. Por las mañanas iban a las clases de Kuliva y las
tardes las organizábamos con estudios, cosidos, formación y lo que se creía necesario
lo íbamos añadiendo.
Algunos niños se quedaban internos en una parte de la Escuela Primaria
abandonada y un profesor era el Director del internado de niños pero dirigido por
nosotras.
El P. Koen, que era Coordinador de las Escuelas Católicas en ese momento,
antes de ser Provincial de los Franciscanos, nos aconsejó que, para tener un Colegio
de Secundaria en la Misión, sería más fácil a nivel de Ministerio de la Enseñanza
poner la Opción Bioquímica, Pedagogía General resultaría más difícil pues ya había
muchas. Y eso hicimos. Aunque años más adelante, debido a la dificultad que
teníamos de encontrar profesores cualificados para las asignaturas del científico, nos
pasamos al pedagógico que fue lo que aprobaron finalmente.
Con estos primeros cursos se hicieron muchas actividades. Por ejemplo, la H.
María Teresa, en sus clases de zoología y botánica, se iba con los alumnos a la selva y
cogían toda especie de insectos, animales, plantas, flores… Con toda esa variedad los
alumnos hicieron unos trabajos preciosos. Todo lo clasificaron según los grupos y se
hizo en una sala un museo digno de ver y admirar. Lo malo fue que la H. María Teresa
no tenía medios para conservarlos durante mucho tiempo y se perdió. Pero fue una
maravilla ver la riqueza de la naturaleza que nos rodeaba en plantas, flores,
insectos, animales y minerales.
También la H. María Teresa los introdujo en el trabajo de disección de
animales: serpientes, pájaros, lagartos, ranas y no sé cuántos bichos más. Pasaba la
gente, las familias, el pueblo a ver esas innovaciones jamás vistas y todos quedaban
admirados. Bueno, fue todo un boom en medio de la selva y todo al alcance de
nuestras manos. Con gran alegría y naturalidad este pueblo africano vive en contacto
con la naturaleza tan bella que el Señor les ha regalado.
Otro estudio práctico que se hizo fue observar y explicarles las puestas de sol,
los amaneceres, el sol, la luna, las estrellas, las nubes, la lluvia, el viento… y tuvimos
la dicha de tener en ese tiempo un eclipse de sol total sobre el mediodía en el que
todo quedó oscuro. Alumnos, profesores y hermanas, con trozos de cristal de botellas
verdes que había por la Misión, pudimos contemplar esa maravilla de la grandeza y
belleza de Dios en medio de esta parte del mundo. Se disfrutó con verlo y la
explicación fue interesantísima. Además, en Kafakumba, se tiene la sensación de
que se puede tocar con la mano la bóveda celeste. Las noches de luna levantas el
brazo para tocar con la yema de los dedos la infinidad de estrellas, pues se ven muy
cerca. Es impresionante captar con toda esa claridad la osa mayor, la menor, la
estrella polar… es un gozo enorme contemplar ese cielo. ¡Fabuloso!
Todo esto se llevaba a la práctica y se explicada a los alumnos. Ellos
disfrutaban de entender y conocer esa científica belleza que reposa encima de ellos.
Todo don de Dios.
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KAFAKUMBA, los inicios…
También, en las noches de luna llena, tanto en los poblados como en el
internado, nos poníamos alrededor de la hoguera tocando el tamtam, pasando
tiempo largo con las niñas, que cantaban y bailaban en torno al fuego, cuyas llamas
hacían brillar sus bellos cuerpos sudorosos como bronce pulido. Una experiencia
única en este mundo africano que te envuelve y que hay que verlo y vivirlo en esta
proximidad para que te hechice con su magia.
De las actividades recuerdo, además, las tardes científicas, las tardes
literarias, que se hacían de 15h a 17h, donde los alumnos/as exponían sus
investigaciones en diferentes materias. Venían los maestros de la Escuela Primaria,
nosotras y las personas que entendían francés, y así se creó un ambiente amistoso e
intelectual dentro de nuestro círculo de Kafakumba.
Cuando estudiaron las gráficas, un grupo iba al pluviómetro de la Misión a
medir la lluvia, otro estudiaba la temperatura controlándolo en el termómetro o
barómetro, otro grupo el número de nacimientos en la Misión, los matrimonios
católicos, los bautizos, los niños en edad escolar, etc. De manera que, varias veces al
día, estos equipos iban dando la lata por todas partes. Fue simpatiquísimo ver el
interés de todo el pueblo por ayudar a los alumnos. De una forma u otra, gran parte
de la Misión de Kafakumba estaba involucrada. Los alumnos hicieron sus gráficas con
bastante exactitud.
Los fines de semana y los días festivos, al atardecer, cuando se encendía el
motor de la luz, proyectábamos en la sala de estudio del internado de niñas cine con
las películas antiguas de Charlot, el gordo y el flaco, dibujos animados, todas de este
género. El proyector nos lo dio la comunidad de San Juan. La sala estaba abarrotada
de pequeños, grandes, viejos y teníamos que “echarlos” para que entrasen otros.
Cada vez poníamos las mismas películas que no se cansaban de ver hasta que era la
hora de apagar el motor. Lo pasábamos en grande viendo cómo la gente de todas las
edades disfrutaba.
En la fiesta del internado de niñas que celebramos el día de La Pureza,
preparamos una tómbola con todos los trastos y trastitos que las religiosas íbamos
guardando durante el año y que recogíamos en nuestros viajes a España. Dábamos a
cada niña tres o cuatro boletos, según los regalos que había, y entre cantos y cantos
a la Virgen, rezo del Rosario, bailes, etc., se iba pasando la fiesta y al final venía la
recogida de los premios numerados en sus boletos. Habría que ver las caras tan
expresivas cuando recogían su regalo: estampitas, caramelos, bolígrafos, ropita…
Bueno, una gran novedad. Lo pasábamos bien, entretenidas, dando ambiente a las
jóvenes en la Misión.
En el internado, por las tarde, también teníamos grupos de niñas internas y
externas, todas las de la Misión, comprendidas entre 8 y 17 años más o menos. Creo
que llegamos a más de 300 niñas. Separándolas por edades, les dábamos cursos de
cosido, por eso en nuestros colegios de España hubo un año una “Campaña del hilo”.
Cosían unas bolsas rectangulares de tela con una gran variedad de puntos que les
enseñábamos la H. María Teresa y yo, luego la bolsa les servía para llevar sus libros,
ropita o lo que fuese. Según iban progresando, se seguía cosiendo mantelitos,
tapetes, ropa de niño pequeño y de todo un poco.
La H. Luisa Ramis, en otra sala del internado, tenía su “Foyer” con las mamás
jóvenes de la Misión. Cosían ropa de niño pequeño, trajes, peucos, sábanas, gorros,
jerseys… muchísimas prendas que al final del curso exponían. Resultaba precioso.
Además, la H. Luisa Ramis se dio en alma y cuerpo a esta labor añadiendo clases de
60
KAFAKUMBA, los inicios…
formación, catequesis, cocina. Desde luego no teníamos tiempo de aburrirnos, pero
lo más bonito era el contacto humano con la gente, de la que tanto he aprendido y a
las que jamás podré agradecer como se merecen. Pues aquí, entre ellos, nos
hacemos más humanas, comprensivas, cercanas y aprendemos que lo que
verdaderamente vale es la persona.
Hoy día, la Misión de Kafakumba, la Escuela Kuliva, el Hospital, el internado,
la Escuela Primaria de niñas construida por la H. Socorro Sarmiento, están llenas de
vitalidad, alegría, trabajo, progreso.
Todas las Hermanas que nos siguieron después, como la H. Begoña Portilla que
consiguió el reconocimiento oficial de Kuliva, la H. Alma Fonseca, H. Ana Arnau, H.
Cristina Tercero y ahora nuestras Hermanas congoleñas, H. Clementine Kapinga y H.
Francine Mitshabu, han trabajado y entregado todo su amor para que la Obra de la
Pureza irradie en el Corazón de África. Madre Alberta desde el cielo nos mirará con
orgullo de ver su obra, cómo la pequeña semilla del principio ha sido extendida para
mayor gloria de Dios, bien de las alumnas y de nuestra Congregación.
H. Mª Teresa Villarino
H. Rosario Ruiz
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KAFAKUMBA, los inicios…
H. Socorro Sarmiento
Recuerdos varios de Kafakumba
El más bello recuerdo que tengo es de cada una de las personas con las que
conviví en Kafakumba. Imposible nombrar a todas, pero cito a nuestro querido
chofer Tata Pascal Diur, que tanto trabajó llevándonos de un sitio a otro y
sacándonos infinidad de veces del fango; nuestros primeros enfermeros Kabwita y
Patricio; las comadronas Mama Bernardina y Petronila; los trabajadores de nuestra
casa Mama Anastasia, Mama Mulemba Pascalina, Tata Lwaji, Maseho, Makapa,
Tshizondo; Tata Moïse el carpintero; Tata Roger el herrero; y muchos otros como los
Directores de la Escuela Primaria José Kanunda, Mutakila, Tshipi; los catequistas Tata
Mungahi, Tshikomba, Mayiji; nuestros alumnos de Kuliva: Munyina, Kahilu Kanahu,
Mutoko, Lundunjila, Mafuta, Mbunda, Sesemba, Kutshishi, etc. y no cito más por no
marear a quienes leen estos nombres. Todos muy queridos por nosotras y nosotras
por ellos. Los llevo muy dentro de mi corazón.
Durante los primeros años, fue a Kafakumba con bastante frecuencia el recién
nombrado Obispo de la Diócesis de Kolwezi Mgr. Floriberto Songasonga Mwitwa. Venía
para visitar al P. Erick y ayudarlo en las Iglesias del interior administrando los
sacramentos. Cuando el P. Erick ya no pudo acompañarlo por no encontrarse bien me
tocó a mí hacerlo. Disfruté en estos viajes de salir por la mañana tempranito con el
Sr. Obispo y los catequistas que acompañaban. Íbamos a un poblado durante todo el
día, regresando al atardecer a la Misión. Al día siguiente se recorría otro pueblo y así
el Sr. Obispo hacía la brousse de Kafakumba diciendo la Misa, animando a las
comunidades cristianas, confirmando, confesando, casando, etc. Cuando llegaba el
coche a los poblados nos recibía la gente con palmas, flores, cantos. Se ponían
alrededor del Obispo obsequiándole con gallinas, fruta y a mí de vez en cuando
también me caía algo. A la hora de comer, que era cuando el Obispo terminaba todas
las ceremonias (daba lo mismo que fuese las 15h, las 16h o las 17h de la tarde), la
comunidad cristiana preparaba la comida y nos ponían como grandes personajes y
con todos los honores. Y, según sus costumbres, al Obispo y a mí nos ponían a comer
solos en la casita del Padre y así un día y otro día. Al principio yo pasaba un gran
apuro porque era una inútil comiendo con la mano como ellos hacen. Nos preparaban
lo mejor que tenían y además todo muy bueno, pues sus comidas son muy gustosas:
62
KAFAKUMBA, los inicios…
el shima (en Tshokwe), bukari (en swahili) que es una gran bola hecha de harina de
manioca y a veces también la mezclaban con harina de maíz, en otro plato pollo, a
veces carne con salsa, sabrosísimo, en otra fuente verduras buenísimas que las tienen
muy variadas y un platito con pilipili, o sea, picante machacado con cebolla o tomate
y un poquito de sal que te hace “rabiar”.
Con la mano derecha cortas un trozo de bukari y con la mano lo vas haciendo
una bolita que untas en la carne, que a la vez la cortas con los dedos pulgar, índice y
corazón de la mano derecha. Recoges con la bola la carne, luego coges la verdura y
el pilipili y ¡a la boca! Cada vez se hace lo mismo con cada bola. Esta operación me
resultaba complicadísima y me manchaba toda la mano y las gotas de la salsa a veces
me escurrían hasta por el codo. El Sr. Obispo se lo pasaba en grande conmigo viendo
mi dificultad y él me iba enseñando poco a poco hasta que le cogí el “quid”. El
comer de esta manera es todo un arte y la gente lo hace con una facilidad,
delicadeza y pulcritud que nos quedamos pasmados. Lo peor es que casi no comía al
principio por mi torpeza y regresaba a la Misión muerta de hambre. Cuando nos
ofrecían cacahuetes o fruta procuraba llenarme.
Otro poblado llamado Satshipanga estaba rodeado de cañas de bambús
enormes y preciosas, así que un día, mientras el Sr. Obispo confirmaba, casaba y
todo lo demás con cantos sin fin, se me pasó por la cabeza ir a coger una caña de
bambú para llevarla a la Misión. Allí me fui y yo estiraba, estiraba con todas mis
fuerzas y sudores, pero no había manera. Menos mal que llegó un hombre que venía
del campo con su machete y empezó a desenterrar la raíz que era profundísima,
grande y bien arraigada en el suelo, tanto así que costó 3 horas, el resto de la
ceremonia religiosa desde que la dejé. Al final salió y me fui arrastrando mi trofeo
hasta el jeep. Cuando el Obispo lo vio me dijo: “Ahora comprendo por qué no estabas
en la Iglesia”. Llegamos a la Misión y lo planté, pero con tan mal tino que lo hice en
un sitio que impedía pasar, de modo que cuando fue creciendo y multiplicándose, la
gente que pasaba por ahí y el P. Erick echaban una serie de improperios al que tuvo
la idea de plantar eso ahí. Yo bien calladita, pero con los años hubo que arrancarlo
porque, de la fuerza que cogió el bambú, peligraba un muro que había cerca. Nada,
un fracaso.
Cuento esto porque me emocionaba cuando veía los cristianos alrededor de su
Obispo. Ellos respetaban mucho la autoridad y a los ancianos y ven al Obispo como al
representante de Dios entre ellos. En esta vida sencilla de piedad de este pueblo,
palpaba y palpo la espontaneidad de las jóvenes comunidades cristianas de las que
tanto podemos aprender nosotros hoy día. Son estos cristianos que conocen el
secreto del corazón de Dios, el AMOR, una misma MESA y un mismo PAN.
Otro recuerdo que tengo es un chofer nuevo que tuvimos durante una corta
temporada en el año 1983 llamado Ubeme. Este chofer viajó con la H. Luisa Ramis y
la H. María Teresa Villarino a Kamina para hacer compras y también para que la H.
María Teresa hablase con las Hermanas de Marie de Pittem que dirigían el Colegio
Mahidio e informarse y aprender el tejemaneje de los papeles de esta tierra, que son
muchos y complicados. Pero la H. Luisa, que días antes tenía todo a punto para el
viaje, esta vez se olvidó el dinero para hacer las compras. Este dinero son billetes y
billetes llenando cajas de cartón enteras para comprar luego cuatro cosas, pues el
dinero no tenía valor. Regresaron a la Misión con el coche vacío no pudiendo comprar
nada en Kamina. Las Hermanas nos contaron el percance y la cara de la H. Luisa nos
hacía reír enormemente.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Bueno, la cosa es que ese chofer Ubeme, al cabo de unos días del regreso,
desapareció de la Misión. La familia y conocidos estuvieron buscándolo por todas
partes: en la selva, el campo, en otros poblados, preguntando por aquí y por allá.
Nada de él hasta el día de hoy. Se pensaba: “¿Lo habrá matado y devorado algún
animal?” No, porque algo de huesos tendría que haberse encontrado; “¿O se cayó al
río?” No, porque buscaron y no lo encontraron. En ese mismo tiempo no sólo
desapareció nuestro chofer, sino también más gente de otros poblados y luego nos
fuimos enterando. ¿Qué pasó? Lo que más tarde se contó y que sería lo más probable
fue que en esos momentos hubo la “Entronización del nuevo Jefe Tshipao” a 5 km de
la Misión y nosotras fuimos invitadas. Fueron en representación HH. Carmen Richart y
María Teresa Villarino, que luego nos contaron lo siguiente que vieron: Estaba en el
poblado TSHIPAO el Gran Jefe de la Tribu Lunda que lo llaman el Mwatiav (como si
dijéramos rey o faraón) para coronar al jefe Tshipao según sus costumbres. El
Mwatiav, cuando saludó a nuestras Hermanas, les dio la mano estando muy atento
con ellas. Pero añadió: “Ahora voy a vestirme de gran jefe tradicional y luego no
podré ni saludarlas ni acercarme pues tengo que estar por encima de todo el pueblo.
Además, me pongo en los brazos las insignias de mi poder, pulseras hechas de
tendones de personas humanas y en esos momentos es ‘tabú’ acercarme ni tocar a
nadie”. Así que ya supimos dónde estaban los tendones de nuestro chofer Ubeme, en
los brazos del gran jefe como todos los demás desaparecidos en esa fecha. Esto para
ellos es así, pero para nosotras es una impresión muy fuerte.
La coronación se hizo en medio de sus ritos, la fiesta empezó y no faltaron las
danzas tradicionales bailadas por las mujeres y las “esposas” del jefe Tshipao. Aquí
todos los grandes jefes tienen varias esposas y las más recientes son las más jóvenes,
chicas muy bellas. Esto poco a poco se va atenuando, pero lo que en nosotros es
promiscuidad, en la cultura indígena no es así todo lo que es sexo. En la mentalidad y
cultura africana, un gran jefe, para defender su territorio y a su gente, tiene que
formar un pueblo grande teniendo muchos hijos y descendencia para proteger las
tribus de los ataques de otros pueblos rivales. Por eso, para los africanos, la familia
numerosa, los hijos, son su verdadera riqueza y para eso han de tener varias esposas.
¡Y lo mejor de todo es que entre ellas se llevan bien! Por estos motivos, la mujer
estéril o la que no se casa es todo un manantial de problemas y sufrimientos muy
profundos. Debido a esto, la virginidad en la vida consagrada aquí en África es muy
valorada y admirada y la dificultad en las familias a veces es que esa hija que se
mete religiosa nunca podrá tener hijos…
Este famoso Mwatiav vino de paso a la misión de Kafakumba con dos de sus
esposas jóvenes y algún hijo pequeño a pasar noche, pues se les hizo tarde para
seguir el viaje a Kananga (400 Km de Kafakumba) donde reside y se hospedaron en el
convento del P. Erick. El Padre lo recibió con cortesía y respeto, ya se conocían de
otras veces, además, ¿qué jefe de nuestra región no conocía al P. Erick que era un
tshokwe más entre los tshokwes y para el pueblo un jefe también? Así que
estuvieron hablando un rato largo y yo, que estuve por en medio preparando
habitaciones, vi el ambientillo. Al día siguiente se acercó a nuestra casa para saludar
a todas las Hermanas y estuvo también un ratito con nosotras. Siguieron el viaje y al
cabo de un tiempo recibimos una carta del Gran Mwatiav con una foto suya vestido
de Gran jefe y escrita por él agradeciéndonos la acogida. Esa foto yo la guardé como
recuerdo y supongo que aún estará en el álbum de Kafakumba.
Este Mwatiav tendría unos 50 años, muy plantoso, elegante, digno,
respetable, muy culto, que viajó e hizo sus estudios en Bélgica. Al cabo de varios
años, alguien de su familia le provocó la muerte para coger el poder el sucesor…
algo muy triste.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Cuando a veces lo cuento a la gente o a las religiosas nuestras congoleñas,
quedan asombradas. Supongo que esto sería algo extraordinario.
Aquí en el Congo, los grandes jefes de los diferentes Tribus y los jefes
tradicionales, han tenido y siguen teniendo una gran influencia en el gobierno del
país, presidiendo y siendo consultados por el gobierno central. Este peso de jefes
tradicionales se mantiene toda la vida como un gran valor y riqueza en el pueblo
africano y que les dura mucho, pues son pozos de sabiduría.
Otro episodio simpatiquísimo fue que después de la guerra los soldados
hicieron saltar el puente que hay entre Kafakumba y la misión de Kasaji, por tanto
no se podía pasar en coche, sólo a pie o en bicicleta. Resulta que en ese tiempo la H.
Luisa tuvo un dolor de muelas que no se le pasaba. Un día llegó a la Misión el H. José
(franciscano belga) de la misión de Kasaji, en moto, a visitar al P. Erick. La H. Luisa
vio el cielo abierto para pode irse en la moto a Kasaji (100 Km) y desde allí en coche
a Kolwezi al dentista, aprovechando el regreso del H. José. El día del viaje ninguna
quisimos perdernos el espectáculo; fuimos al patio del P. Erick para despedirnos del
H. José y H. Luisa. El H. José tendría unos 30 años y la H. Luisa alrededor de 50; la
cosa fue que ella se puso detrás de la moto aguantándose del cogedor de la moto.
Pero el H. José, que es un juerguista, dio un arranque tan fuerte que la H. Luisa
tuvo que abrazarse a él para no caer. El P. Erick y nosotras empezamos a reír sin
parar. Además la H. Luisa llevaba sobre el velo un pañuelo para que no se le volara,
todo un cromo, y el H. José dando vueltas al jardín rápido con la H. Luisa bien
agarradita. Fue divertidísimo. Luego ellos mismos nos contaron que, cuando la moto
pasaba por los poblados, la gente saltaba y aplaudían de alegría animándolos y ellos
dos desde la moto saludando… Fue un espectáculo del que tuvimos tiempo largo de
conversación y de risa. Fue una de las veces que vi reír al P. Erick con ganas y
nosotras también.
Recuerdo de esos primeros años de Kafakumba los viajes que hice en la
avioneta de los Metodistas norteamericanos del lago de Kafakumba. A 20 Km de
Kafakumba Misión hay un lago precioso en el poblado que se llama Ngongo. A veces
íbamos la comunidad a pasar algún día de fiesta.
Los Metodistas a la orilla del lago tienen un chalecito y una pista de aterrizaje bien
cuidada. El piloto, un norteamericano de unos 50 años, grande, de pelo blanco, que
se llamaba Kenet, era el que nos llevaba. Dio la casualidad que viajé con el P. Erick,
creo, tres veces muy malito para llevarlo al hospital de Kolwezi, y otras 3 ó 4 veces
cuando veníamos o íbamos a España hasta Lubumbashi.
¡Qué impresión única al volar tan bajo en esa avioneta de 5 plazas! Un
panorama maravilloso: extensiones de terreno llenos de selva, pantanos, ríos
caudalosos y, de vez en cuando como “salpicado por ahí”, los pobladitos con las
casas de paja y el humo que salía de ellas… campos donde se veía a la gente trabajar
cultivando su manioca, los ríos, sobre todo un afluente del Congo, el “Lualaba”
anchísimo y navegable donde las piraguas seguían el curso del río, las nubes que
podías casi tocar, el sol que deslumbraba de vez en cuando y a veces bajaba tanto el
avión que veías claramente las copas de los grandes árboles que ondulaban, bailando
al ritmo de los besos del viento. Tenía la sensación que dice el salmo: “¿Qué es el
hombre, Señor, para que te acuerdes de él…?”. Pues todo eso era para mí un REGALO
del Señor.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Cuando nos íbamos acercando a las grandes ciudades de Likasi, Kambove,
Kolwezi, ciudades mineras, pasábamos por encima de las minas escalonadas y
limpias, con las maquinarias por el medio y montañas de minerales sacados de la
tierra. Todo un espectáculo MARAVILLOSO que impresiona, ver en medio de tanto
verde esa gran zona despejada, de color grisácea. Había que alabar al Señor, no era
para menos, “Cielos, bendecid al Señor; nubes, bendecid al Señor; vientos, bendecid
al Señor”. Cuando nuestros ojos abarcan tanto el cielo como la tierra, de una vez, es
sublime e inexplicable…
Otra historia es que un chico de nuestra Escuela Kuliva llamado Ndondji se
puso enfermo. Lo llevaron al Hospital de la Misión, pero cuando la familia ve que no
se curan se llevan al enfermo al médico indígena o bien al hechicero. Con este chico,
de unos 14 ó 15 años, hicieron eso. Nos enteramos que estaba en su casa muy malito
y la H. Mª Teresa y yo nos acercamos a verlo. Al niño lo habían puesto fuera de la
casa sobre una estera y apoyada su espalda sobre el muro de la entrada. La familia
entera, o sea el clan, estaba en círculo alrededor del niño, en medio de una hoguera
y el hechicero con sus pócimas haciendo sobre ellas sus magias. El niño casi
muriéndose, de cintura para arriba desnudo y se veía la dificultad que tenía para
respirar. El hechicero, con una especie de plumero hecho de plumas de aves,
salpicaba el pecho del niño con sus medicamentos indígenas e invocando a no sé
quién. Me dio tanto dolor ver así al niño, que nos acercamos a él y nos pusimos en
cuclillas al lado suyo. Nadie nos lo impidió y el mismo hechicero se quedó quieto. Le
dije al niño: “Ndondji, pide a Jesús y a María que te ayuden, eres cristiano y no lo
tienes que olvidar”. Ndondji me miró y salió de sus labios un leve suspiro diciendo
“enga”, que en tshokwe quiere decir “sí”. Le hice la señal de la cruz en su frente y
nos retiramos… no se podía hacer más. Al cabo de unas horas murió.
Cosas de este estilo he visto y vivido muchas. En lugar de estar yo más dura,
cada vez noto que soy más sensible a los dolores y sufrimientos de este pueblo al que
tanto quiero.
Me pasó también otra cosa digna de contar pero que da risa. Resulta que en
Kafakumba murió la abuela, muy viejita, del Director de la Escuela de Primaria. Me
acerqué a dar el pésame como de costumbre aquí y dentro de la habitación había
mucha gente, como siempre suele haber en estos casos, sentados por el suelo y
algunos, muy poquitos, en sillas. Yo no vi por tierra a la difunta y pensé que la
tendrían en otra habitación, así que fui dando la mano a la gente que estaba allí para
saludar como ellos hacen. Llego a los de la silla, estiro la mano y una de ellas era la
muerta bien compuestita y tiesa en el sillón… Me quedé de una pieza, creo que hasta
resoplé. Era lo último que pensaba encontrarme. Me retiré y me quedé en un rincón
aguantándome la risa.
Por lo menos aprendí que tienen también la costumbre de sentar a los
muertos para que no se pongan rígidos y lo consiguen, pues en el momento de
enterrarlos están flexibles.
Otro caso fue que murió una chica de una familia muy conocida de la misión
de unos 18 años, Ihemba, que acababa de terminar sus estudios secundarios.
Teníamos mucho trato con ella, pues siempre estaba entre nosotras. Resulta que
quedó embarazada y su padre le dio una buena regañina, de modo que la chica quiso
abortar, lo hizo por su cuenta y se mató. En esos momentos yo estaba con una fuerte
malaria que no me tenía ni de pie. Al enterarme me quise ir a verla a su casa,
acompañándome las HH. Rosario y Mª Teresa y yo, apoyándome en las dos
conseguimos llegar. La tenían también sentada, con el cabello bien trenzado y
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KAFAKUMBA, los inicios…
vestida con un traje que lo había comprado hacía poco, de esos que enviaban en los
bidones. Aún lo recuerdo, era estampado, predominando el verde. Estaba Ihemba
preciosa, además era una chica muy bonita, parecía que dormía. Su cara estaba de
un color ceniciento, pues así como era la raza blanca nos ponemos “blancos como la
cera” como se dice corrientemente, en la raza negra se quedan de color ceniza
claro. Me dio mucha pena la muerte de esta chica, la familia estaba desconsolada.
Una vez en el internado de niñas, las 80 que teníamos se despertaron un día
desapareciendo por arte de magia en un abrir y cerrar de ojos, quedándose todas en
sus casas sin poder nosotras controlarlas ni retenerlas. El motivo fue “que habían
espíritus en el internado”. Durante 2 ó 3 días ninguna niña regresó al internado. La
H. Mª Teresa y yo fuimos dando la voz que, cuando todas las niñas regresaran,
echaríamos con ellas agua bendita a las camas y habitaciones del internado para
alejar a los malos espíritus. Se presentaron las chicas. La H. Mª Teresa y yo, una con
una vela y otra con un cubo de agua bendita y una ramita, más todas la niñas detrás
de nosotras en procesión cantando y rezando, fuimos cama por cama, habitación por
habitación, duchas, baños, cocina, maletas, bolsos, armarios, etc., echando agua
bendita. Después de esto se quedaron hechos unos angelitos y como si nada hubiera
pasado. Pensé: “bendito recuerdo” y nunca mejor dicho.
Esta gente, y yo también, tiene mucha devoción al agua bendita porque
ahuyentan los malos espíritus.
En la Vigilia Pascual, en todas las Iglesias del Congo, ponen en la entrada
bidones de 200 litros llenos de agua para la bendición. Al final de toda la ceremonia
Pascual, a la salida de la Misa, la gente saca de sus bolsos botellas, garrafas más o
menos grandes, para llenarlas de agua bendita y llevárselas a sus casas.
También tienen devoción a la imposición de la ceniza.
Esos días las Iglesias están a rebosar de cristianos, encima es la época de
calor, sudando y pasando un calor impresionante tanta gente agrupada en un mismo
espacio.
La adoración de la Cruz del Viernes Santo es una ceremonia que, después de
tantos años de estar aquí y verla, aún me impresiona y conmueve. Todos vamos a
adorar la Cruz, al Crucificado. El beso es algo occidental, en la cultura africana el
beso no lo usan. Una madre, un padre, ven a sus hijos y les estrechan la mano, pero
nunca les dan un beso, y así todos los demás. Ellos tienen como saludo de respeto a
los grandes jefes, a las autoridades, a los superiores, el gesto de aplaudir suave y
delicadamente con las dos manos mientras inclinan un poco las rodillas y diciendo
palabras de alabanza. Esto es lo que hacen en la adoración de la Cruz. La cola es
interminable, todos haciendo el mismo gesto de adoración al Señor. Sólo nosotras
besamos los pies de Jesús.
Siempre en esos momentos me acuerdo lo que dijo el Señor: “Yo, cuando sea
elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Este pueblo africano acepta el amor
del Crucificado dejándose amar y ser atraídos por Él. “Corramos ante el olor de sus
perfumes”, como nos dice el Cantar de los Cantares. Cristo sigue atrayendo a los
hombres de todos los pueblos, razas y culturas hacia Él, el único Salvador.
En el patio del internado de niñas había un grupito, yo pasaba en ese
momento y veo que sale una gran “humareda” de la cabeza de la chica sentada en
el suelo. Me acerco y, para asombro mío, veo en un brasero trozos de ladrillo casi al
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KAFAKUMBA, los inicios…
rojo vivo, otra niña cogía uno y lo pasaba por el cabello de la que estaba sentada y
de esta manera iba alisando el pelo tan crespo que tienen y por eso salía humo de la
cabeza. Me hizo tanta gracia que ahí me quedé durante el tiempo que le planchaban
el cabello dejándoselo completamente liso. Curiosísimo el modo de hacerlo, otra
cosa que aprendí. Ya no me asusté más cuando veía salir humo de las cabezas de las
niñas.
Justamente esta chica a la que peinaban era la hija del jefe Tshipao, que se
llamaba MUKUMBI KELA. Digo que se llamaba porque, desgraciadamente, hace algún
año, cuando viajaba en uno de esos camiones llenos de sacos hasta arriba en el que
encima se pone gente, tuvo un accidente y el camión volcó. La gente quedó apresada
por el peso de los sacos llenos de carbón, madera, harina, etc. Así murió ella y su
hijo. Cuando me enteré, lo sentí de verdad, fue una muerte triste.
También tuvimos en Kafakumba visitas de personas europeas. Ahora voy a
contar una historia en la que el señor que nombraré tendrá relación con otra historia
vivida en Kanzenze.
Dos o tres veces al año venía un señor belga, Monsieur Gregoire, Director de
una compañía belga de tabaco que trabajaba en Lubumbashi. De vez en cuando hacía
el recorrido por los poblados del interior controlando los campos de tabaco que la
empresa había plantado. Pasaba sólo una noche en el convento del P. Erick, pero
cenar y desayunar lo hacía con nosotras y seguidamente continuaba su viaje. Era un
señor agradable, educado y respetuoso. Además nos dejaba siempre que pasaba un
buen donativo.
Otra cosa curiosa que nos pasó, que lo llamamos “la turista dos millones”,
fue que una tarde llegó a nuestra casa un jeep conducido por una mujer sola, blanca,
de unos 65 años o más, nacida en Rodesia y donde había vivido hasta ahora, el
momento de la independencia de Rodesia, llamada desde entonces Zambia. La mujer
regresaba a Inglaterra pero queriendo cruzar en jeep y sola toda África. Al llegar
pidió pasar la noche en la Misión y nos preguntó si había un banco en Kafakumba,
pues necesitaba cambiar dinero. Nos quedamos pasmadas, era algo misterioso o por
lo menos nos pareció a nosotras. Cuando descansaba fuimos a ver su jeep, pero
tenían cortinas las ventanillas y lo había cerrado a cal y canto, así que no vimos lo
que tenía dentro. Nosotras estábamos un poco escamadas y comenzamos a llamarla
la turista dos millones, pues por Kafakumba no pasaba nadie blanco ni por
equivocación. Pero bueno, ahí estaba esa señora… Nosotras, en plan de broma, al ver
tanto misterio, decíamos que era una “espía”. La buena señora no se quería marchar
y pasó dos días con nosotras en la Misión. Después de la sobremesa nos leía su diario
escrito en 3 columnas, una en francés, otra en ingles y otra en español. La caligrafía
era pulcrísima. Quería cruzar ella sola toda África, atravesar el mediterráneo por
Egipto, seguir Europa siempre en su jeep y llegar a Inglaterra para rehacer su vida,
pues en Zambia echaban al blanco en ese momento, aunque hubieses nacido y vivido
toda la vida allí, como le pasaba a esta mujer.
Al fin un domingo, después del desayuno, le dábamos prisa a la señora para
que se fuera, porque nos íbamos a Misa. Se fue dirección a la Misión de Luabo (en
Kamina) donde estaban las Siervas de San José.
Nosotras por fonía avisamos a las religiosas y al cabo de tres o cuatro días
llegó la señora, después de no sé cuantas peripecias en el camino y, como iba sola,
tenía que esperar que alguien pasase a pie o en bici para ayudarle a salir de los hoyos
y también arreglar un puente roto que el coche no podía pasar. En Luabo se
comportó tan misteriosa como con nosotras.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Al cabo de muchos meses, recibimos una postal de ella desde Londres
comunicándonos su llegada y lo bien que le fue el resto del viaje… No dábamos
crédito a lo que leíamos. El día de su partida en Vísperas recuerdo que pedimos por
ella para que el ángel de la guarda le ayudara y acompañara, pues buena falta le iba
a hacer por estos caminos africanos; pero le ayudó porque llegó… Cada vez que las
religiosas recordábamos este episodio reíamos mucho y pasábamos un buen rato
entretenidas.
En distintas ocasiones nos hemos quedado a pasar la noche en medio de la
brousse, cuando en algún viaje el Land Cruiser a pesar de su doble tracción caía en
un hoyo y no podía salir, teniéndonos que quedarnos al “raso”.
Una de las veces de regreso de Kamina hacia Kafakumba el coche, que iba
cargado hasta los topes en la época de lluvias y con un camino que hay que verlo más
que explicarlo, volcó hacia un lado donde no hubo forma de poder sacarlo, a pesar de
los esfuerzos del chofer Tata Pascal y los míos. Cuanto más barro quitábamos con las
palas, el coche se hundía más. Eran las cinco de la tarde y aquí sobre las 6 oscurece,
no hay crepúsculo, a esas horas tampoco paró nadie para echarnos una mano, así que
tomamos el asunto con filosofía y dispuestos a dormir en medio de la selva.
No quisimos descargar el coche por ser un trabajo de impresión, además era
de noche y no se sabía si llovería, entonces Tata Pascal hizo una hoguera para
protegernos por si se acercaba algún animal y más entrada la noche nos meteríamos
dentro del coche, así lo hicimos.
¡Qué puedo decir!, sólo que disfruté de estar en medio de la selva, a la luz de
la luna y teniendo el firmamento lleno de estrellas sobre mí. Reinaba un gran silencio
solo interrumpido por el suspirar de los árboles mecidos por el viento… El silbido de
los animales como un canto armonioso en medio de la selva. A veces algún animal
cantaba y otro le respondía… Nosotros junto al crepitar de la hoguera viendo cómo
los troncos de los árboles se consumía y el fuego rojo, amarillo, azulado nos iba
guiñando en medio de esa soledad extraordinaria e impresionante. Así estuvimos
hablando Tata Pascal y yo, aunque cantamos más que hablamos y cuando los troncos
se iban consumiendo y el sueño se apoderaba de nuestros cuerpos, nos metimos en
la cabina del coche a dar una que otra cabezada.
Hubo un momento en la noche en que toda la naturaleza dormía y podía sentir
el SILENCIO SONORO DE DIOS. Yo tenía mis cinco sentidos alerta… Hacía un calor
asfixiante pero no podíamos abrir las ventanillas por si acaso entraba alguna
serpiente, que en época de lluvias salen de sus nidos y en la selva se encuentran
muchísimas teniendo que ir con precaución, sobre todo si te metes por los
matorrales.
La selva comenzó a despertarse… Un sin fin de pajarillos, de todos los
tamaños y colores, gorgojaban ruidosamente sobre las ramas de los árboles para
celebrar el nacimiento del nuevo día.
El sol, que aparece de golpe en una masa incandescente, comenzó a
regalarnos su luz en los rayos que penetraban a través de los árboles que nos
rodeaban. Las charcas eran aguas muertas de una brillantez de estaño, pero llenas
de vida, de insectos, mariposas, renacuajos, más todos los microbios que no veíamos.
La selva aparecía joven y verde con árboles cuyas copas no alcanzaban mi vista… Me
salió el canto de: “Bendita la mañana que nos habla de Ti, bendita la mañana…”
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KAFAKUMBA, los inicios…
“Estrenamos la aurora, saludamos el gozo de la luz que nos llega resucitada y
resucitadora…”. Estaban todos los poros de mi cuerpo sudando y África me envolvía
con su ENCANTO que cada vez penetraba más en mí.
Como antes he hablado de serpientes, recuerdo que un día en Kafakumba,
sobre las tres de la tarde, yo estaba en el internado con las niñas y llegó H. María
Teresa Villarino corriendo para decirme que fuese urgente a la casa del P. Erick. Yo
creía que le pasaba algo al Padre, pero al llegar me enseñaron que, delante de la
puerta donde el Padre se echaba su siestecita, abajo del marco en una esquina,
había un agujero como de un puño donde estaba escondida una serpiente de tamaño
respetable y sacaba su cabeza y su larga lengua. Se me pusieron los pelos de punta
cuando la vi. Resulta que a esa hora se iba cada día a la fonía para hablar con la
Diócesis y H. Luisa acompañaba a la H. Mª Teresa para enseñarle el manejo. Al pasar
vieron la serpiente y vinieron a buscarme. A esa hora no había ningún trabajador.
Metimos un palo en el agujero para hacer salir a la serpiente, pero no hubo modo. Así
que llenamos varios cubos de agua hirviendo y los echamos con fuerza en el agujero
de manera que la serpiente tuvo que salir. Nosotras la esperábamos con palos para
matarla y eso fue lo que hicimos. Era de unos 3 metros de largo y de ancho medía
como tres centímetros. Nosotras contentísimas de nuestra proeza y, en eso, sale el P.
Erick refunfuñando porque no lo habíamos dejado dormir y al ver la serpiente nos
dice: “Tanto ruido para matar a una simple serpiente”. Nos quedamos las tres sin
palabras, pero al instante nos dio tal risa que no podíamos parar, nosotras tan
orgullosas de lo que habíamos hecho y para el Padre fue una tontería…. Así de
ocurrente era el P. Erick. La verdad es que era muy valiente, o por lo menos nunca
demostraba si tenía miedo, creo que es eso ser valiente, pues “miedo” todos lo
tenemos.
Otro día iba atravesando nuestra huerta dirección al internado y vi las gallinas
de nuestro gallinero en corro cacareando. Me acerco y, en medio, había una
serpiente enrollada y girando parte de su tronco y cabeza como hipnotizando a las
gallinas, supongo que para comerse alguna… Llamé a un trabajador, que vino y mató
a la serpiente, las gallinas se dispersaron. Fue algo curioso pues ningún pollo, gallina
o lo que fueran, se movían.
Una tarde del domingo salimos de paseo a visitar a la gente de los alrededores
de la Misión las HH. Carmen Richart, Magdalena Llobera, Beatriz y yo. Todo fue
normal hasta que al regresar a casa nos pasó una odisea muy original y digna de
contarla. Íbamos por la carretera de regreso al convento y vimos que la gente que
venía de enfrente se tiraba al suelo todo lo largos que eran. No comprendimos nada y
seguimos andando hasta que nos vimos atacadas por una nube de avispas. Las
espantábamos con los brazos y nos pusimos a correr como desesperadas, pero las
avispas las teníamos ya encima picándonos por cara, piernas, brazos y a Beatriz se le
enredaron entre su mata de pelo. Corríamos todo lo que podíamos y un poco más
hasta llegar a la casa donde nos recibieron con el spray de insectos. Estuvimos todas
bien requetepicadas, fue terrible. Nos quitamos los aguijones de cara, manos, cuello,
brazos, parecíamos “unas dolorosas”. Amanecimos al día siguiente con hinchazones
por todas partes, la cara estaba descompuesta, fue de risa y de pena, pues el mal
rato no nos lo quitó nadie, estando unos días mal y fastidiadas.
La gente, que es muy generosa y tiene chispa, cuando nos veían preguntaba
qué nos había pasado… y lo sabía de sobra porque aquí las noticias vuelan y nuestro
percance se había corrido por todos los poblados. Comprendimos por qué la gente se
tiraba al suelo, para que pasara la nube de avispas sin ser picados. Nunca es tarde y
la lección la aprendimos por si acaso se repetía.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Después de comer, un día de fiesta, la H. Mª Teresa y yo fuimos dando un
paseo hasta un poblado llamado Funyika, a unos 8 km. de la Misión. Al terminar las
casas de la zona de la Misión hay un gran trecho, donde no habita nadie, hasta llegar
a Funyika. Íbamos las dos por en medio del camino y, de repente, vimos cruzar una
familia de monos. Unos grandes, otros medianos y algunos pequeñitos. Nos paramos
en seco y los monos según pasaban nos iban mirando como si fuéramos bichos raros,
alguno se entretenía contemplándonos más que otros. Al acabar de pasar toda esa
“monería” respiramos, y arrancamos dos ramas de árboles para protegernos y así
llegamos a Funyka. Al vernos la gente con los palos y contarle lo de los monos, se
rieron de lo lindo pero, al regresar, dos chicotes nos acompañaron a la Misión,
nosotras no lo pedimos, pero ellos quisieron. Luego nos enteramos que no eran tan
pacíficos esos monos como parecían, pues iban a los campos haciendo destrozos y
enfrentándose con la gente. Menos mal que siempre que salgo o encuentro algún
inconveniente empiezo con mi retahíla de jaculatorias, invocaciones a todos los
santos y también al ángel de mi guarda. Eso hacía mientras los monos pasaban y nos
miraban.
Otra vez también me fui a dar una vuelta por los barrios de la misión y
continué hacia la brousse alejándome bastante. Era la época de lluvias y vi que el
cielo comenzaba a ponerse lleno de nubarrones. Di media vuelta para regresar a la
Misión, pero la tormenta llegó antes con truenos, relámpagos y yo caminando lo más
rápido que podía para salir de entre los altísimos árboles en que me encontraba, pues
conocemos a algunas gentes de las Misiones que murieron electrocutadas por un rayo.
La cosa no era broma. Yo iba empapada y casi sin ver de la lluvia que corría por mi
cara.
Al fin vi más casitas de paja y de una de ellas salió la madre de una niña de
nuestra Escuela que se llamaba Kuzo. Me hizo entrar, me puso al lado del fuego y me
dio un paño suyo para que me secara y así me fui calentando y secando. Ahí estuve
hasta que amainó el temporal y regresé a la misión oliendo yo a humo por todas
partes.
Esta mamá, que me ofreció con toda caridad su casa, meses después la vi en
medio del poblado con una curandera alrededor del fuego donde había una cacerola
con agua hirviendo. La mamá de cintura para arriba sin nada y la curandera o
hechicera, creo que era las dos cosas a la vez, iba vestida de blanco, con plumas de
ave en su cabeza casi rapada, con una gallina en la mano y una sonajera al estilo de
aquí y le pasaba a la mamá la gallina por el cuerpo, luego la salpicaba con el agua
hirviendo, mientras la curandera iba girando alrededor de la mujer cantando,
bailando e invocando a sus ancestros. Lo peor fue que la curandera tenía un lagarto
de unos quince centímetros agarrado de la cola por una cuerda poniendo al lagarto
por el pecho de la mujer paseándose sobre ella. La mamá enferma ponía una cara de
asco que daba pena. También estaba curándose una chica de unos veinticinco años
pues era estéril habiendo tenido varios maridos pero los hijos no llegaban. Con esta
hacía lo mismo que con la otra mamá. Después de estas operaciones, cogió dos
maracas hechas de calabazas con piedrecillas o semillas dentro, dando un sonido muy
agradable con ellas. La hechicera entre tanto bailaba, cantaba como un recitado y se
acercó a mí, creo que para provocarme a ver cómo reaccionaba, y empezó a girar
alrededor mío cantando y sonando las maracas. Con una voz de ultratumba que hacía
me pidió dinero, yo le respondí que era ella la que me lo tenía que dar porque estaba
en el territorio de la Misión. Ella llevaba la cara pintada con polvos blancos y rayas
marrones claras. Se puso delante de mí y se rió de oreja a oreja con una dentadura
bellísima, sanísima, perfecta y con una blancura que llamaba la atención.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Hago punto y aparte para contar que la raza negra en general tiene unas
dentaduras preciosas y perfectas. Tienen costumbre de lavarse los dientes con unos
troncos o palitos de plantas especiales que las cortan y en el extremo hacen unos
filamentos y lo van pasando y frotando por los dientes y encías. No sé si es eso, la
raza, la alimentación o todo a la vez que hace que tenga unas dentaduras perfectas
que dan envidia.
Continúo… al ver la cara de la hechicera de cerca reconocía que era madre de
una alumna interna nuestra. Sentí que me encolerizaba y comencé a echarle una
rociada de injurias, en español muchas y en tshokwe la única que conocía Tshihepuke
que quiere decir loca, tonta o algo por el estilo. Cuando vio que me enfadaba tanto,
me dejó y siguió con las mujeres. Yo también di media vuelta y regresé a la Misión de
mal humor al ver que era esa señora una hechicera.
Lo peor de todo es que la chica joven siguió estéril, la otra mamá murió
porque estaba tuberculosa y contra eso no hay pollo ni lagarto que lo cure.
La Provincia de Chicago (EE.UU.) de los Padres Franciscanos cogió la Misión de
Kasaji (a 100 km de Kafakumba) y vinieron los franciscanos: el P. Damián, el P. Jim,
otro Padre que no recuerdo cómo se llamaba y el H. Justín. Todos entre 40 y 45 años.
Al P. Jim lo mandaron a Kafakumba y estuvo algunos meses ayudando al P.
Erick, pero ni uno ni otro se cayeron bien. Cuando mejor estuvo el P. Jim fue cuando
el P. Erick se fue de vacaciones a Bélgica. Pero a su regreso, no sé qué pasaría que se
fue definitivamente de Kafakumba. El P. Jim regresó a la Misión de Kasaji. También
vino varias veces el H. Justín de Kasaji para arreglarnos cosas, pues era
superentendido en “todo”.
De Chicago vino de visita al Zaire (sería por el año 1983) el Padre Provincial
con un Consejero y un Visitador. Se acercaron a Kafakumba a visitar al P. Erick, los
acompañaban dos Padres de Kasaji. El P. Erick los recibió como buen franciscano. Un
día que voy a la casa del Padre, veo a los Padres franciscanos en el patio, vestidos
con sus hábitos marrones y su capucha, jugando a tirar una especie de “platillos de
colores” que volaban hasta no sé dónde. Se reían y disfrutaban de lo lindo. El P.
Erick, sentado en su butaca, los miraba asombrado de ver a esos hombres hechos y
derechos jugando. De vez en cuando me hacía un gesto, como preguntándome: ¿Qué
es eso…? ¿Qué hacen…?, con una cara de guasón que me daba más risa verlo a él que
al grupo de jugadores. Yo pensaba que los norteamericanos eran un poco originales.
Lo más gracioso fue que en la Misión de Kasaji los cuatro Franciscanos no se
entendían entre ellos. Un día desaparecieron todos y, cada uno por su cuenta, se fue
a Chicago en aviones distintos, pero más o menos al mismo tiempo, para hablar con
el Provincial. Volvieron al Zaire, pero al cabo de unos meses regresaron
definitivamente a Estados Unidos. Sólo quedó uno, el P. Damián, que aún continúa en
Lubumbashi dando clases en el teologado de los Padres franciscanos.
Una de las veces que iba a Kasaji con Tata Pascal (el chofer), para llevar a
una mamá a la maternidad protestante para que le hicieran una cesárea, al regreso a
Kafakumba, que era media noche, el chofer Tata Pascal se paró en seco en medio del
camino y dice que no continuaba. Yo le pregunté por qué y me respondió: “Allí en lo
alto hay unos espíritus”. Yo le pregunté: “¿Dónde?, pues yo no los veo”. Apagó las
luces del coche y con el brazo me señaló dónde estaban los espíritus. Miré y vi,
efectivamente, unas luces que brillaban en medio del árbol y le respondí al Tata
Pascal que sería un animal, y él que no, que era un espíritu, y que él no seguía. Así
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KAFAKUMBA, los inicios…
estuvimos un rato discutiendo. Cuando me harté, me bajé del jeep, cogí una piedra y
la tiré con fuerza sobre el árbol donde se veían “los espíritus”. Al ruido, el animal
huyó. Sería un búho o una lechuza, me fui tan contenta al coche y así Tata Pascal
continuó el camino. Le di un sermón mientras conducía, pero él se quedó con lo suyo
y yo con lo mío. Siempre que se toca este tema nos cortan diciendo que nosotros
somos “blancos” y no los entendemos, con respecto a los espíritus. En eso tienen
toda la razón… se acabó la discusión.
El Mukishi, en la tribu tshokwe, es una máscara tradicional que actúa durante
las circuncisiones. Es un hombre vestido de una pieza de rafia tejida, pies, piernas,
cuerpo, brazo y cabeza dejando sólo los ojos y la boca al descubierto. Es un traje
artístico. Como las circuncisiones las hacen durante el tiempo de sequía (MayoSeptiembre), es todo un acontecimiento en los pueblos y la Misión, habiendo un gran
jolgorio y festejos. El Mukishi se va paseando por la Misión, bailando, haciendo
piruetas, persiguiendo a la gente que corre, sobre todo los pequeños y mujeres, pues
para éstas últimas es un tabú. Hoy día, sobre todo en las ciudades, las mamás llevan
a los hijos a los hospitales para que los circunciden, pero en el interior, en los
poblados, aún continúan con esta tradición. Es más el bullicio que se hace con el
Muskishi que el hecho de la circuncisión, pues, en general, también en la selva llevan
a los hijos al dispensario de la Misión. De todas formas siempre hay algunas familias
que prefieren la circuncisión tradicional.
El Mukishi es el que coge a los niños, llevándoselos a la selva, donde el
hombre especialista en circuncisiones espera a los niños en chocitas fabricadas con
hojas y pajas fabricadas para este acontecimiento. Circuncidan a los niños, que se
quedan en la brousse un tiempo largo hasta que se curan, y a la vez les van
enseñando a ser hombres. Cuando termina este proceso de circuncisión y aprendizaje
es toda una fiesta. En la casa del niño está la familia, los vecinos y curiosos, como
yo, esperando que llegue el circuncidado. De lejos se oyen música y cantos típicos de
este acontecimiento y, poquito a poco, se van acercando los niños que visten una
faldita de rafia típica y se mueven al ritmo del niño bailando. Van llegando los niños,
en filas o alineados, con la cara y el cuerpo cubierto de harina o polvos blancos.
La familia prepara platos de comida, poniéndolos por el suelo, y cuando los
niños se acercan bailando van saltando el plato. Entre tanto las mujeres de la familia
y del poblado, con pañuelos de colores en las manos moviéndolos y al viento harina o
polvos, van rodeando a los niños bailando. Cantando con sus gritos de júbilo echan
los polvos sobre la cabeza del niño que se siente “homenajeado” con todas las
miradas puestas en él. Ya es un adulto, pudiendo participar en la vida del clan y la
tribu. Luego se bebe, se come y se danza, estando así varios días que dura la fiesta.
Todo esto es una ceremonia tradicional que siguen guardando, porque el niño de seis,
siete, ocho años sigue siendo niño.
El echar polvos o harina sobre la cabeza de alguien es símbolo de alegría. En
los colegios como Kafakumba y Kanzenze, al final de año en la proclamación y
reparto de boletines, nos ponemos el profesorado, alumnos y familia en círculo en
medio del patio y se va llamando uno a uno a cada alumno. Cuando tienen buenas
notas, aplicación, comportamiento, etc., en el momento en el que el alumno sale a
recoger su boletín, la mamá o alguien de la familia se acerca bailando y chillando al
lado del niño, poniéndole los polvos sobre la cabeza y dándole algo de dinero.
Algunas que otras familias que hacen esto, se acercaban también a la H. María Teresa
Villarino para echarle más delicadamente un poco de polvo, como muestra de
agradecimiento por todo lo que ha hecho por su hija o hijo. Es una fiesta con un
ambiente simpático y agradable.
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KAFAKUMBA, los inicios…
Con el paso del tiempo se vio la conveniencia de abrir otra casa y tener dos
comunidades en África. Tuvimos la ocasión de coger la Misión de Kanzenze y, por
este motivo, tuvo que venir más personal.
Vinieron las chicas seglares Teresa Reyzábal Sagastagoitia, médico y cirujano
fabulosa, una enfermera, Cristina Cortés, sobrina de la H. Carmen Richart, y otra
chica llamada Adriana. Ésta última no duró mucho, regresando al poco tiempo a
España. Tanto Cristina como Teresa, los años que estuvieron trabajando con nosotras
en Kafakumba y Kanzenze, lo hicieron maravillosamente bien, con entrega a la obra,
a la comunidad y al pueblo. Las dos fueron muy queridas por la gente y por nosotras,
eran una más en la comunidad, ayudando y disponibles para todo.
Vinieron las chicas con la M. María Riera (Vicaria general) para hablar
oficialmente con el Obispo Monseñor Songasonga, de parte de la Madre General,
para la fundación de Kanzenze. Dio la casualidad que Monseñor en esas fechas
estaba de reuniones en Kinshasa no pudiéndose ver, pero lo sellaron oficialmente por
fonía, luego M. Riera regresó a España. Mucho tiempo antes yo ya había hablado con
el Obispo de lo referente a Kanzenze, de parte de la Madre General, para concretar
la fundación.
Unos meses después, si no me equivoco creo que fue agosto, llegaron por
primera vez destinadas las HH. Begoña Portilla y Magdalena García. Ésta última se
quedó en Kanzenze con la H. Luisa Ramis para limpiar, arreglar y organizar el
convento de Kanzenze. Teníamos que habitarlo una vez que estuviera a punto, por
este motivo no estuvieron en Kafakumba en la muerte del P. Erick.
Estando en todo esto fue cuando murió el P. Erick. Después de la muerte del
Padre y antes de fundar en Kanzenze, vino a Kafakumba Monseñor Songasonga para
confortar a los cristianos, dar el pésame, rezar en la tumba del P. Erick, ver a quién
tendría que poner de sacerdote en la Misión, vernos a nosotras y hablar sobre
Kanzenze.
Llegó el momento de irnos a Kanzenze, para esta ocasión vino de España la
Madre general, M. Mª de las Nieves Armas, y la Secretaria general, M. Magdalena
Amengual.
H. Luisa Ramis
De izquierda a derecha:
H. Begoña Portilla, H. Rosario Ruiz
FIN DEL LIBRO PRIMERO: KAFAKUMBA
Terminado de redactar en Enero de 2010
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EPÍLOGO
Gracias al interés de M. Carmen Bennasar he escrito estas hojas. A ella se lo
dedico con cariño y agradecimiento por su AMOR Y ENTREGA a África, a la
Congregación y a cada una de nosotras.
Por TODO, GRACIAS.
H. Laura Herrera Castellanos
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