La religion explicada-Solucionario

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Solucionario: “La religión explicada a mi hija”
Solucionario
“La religión explicada a mi hija”
Este título también dispone de guía de lectura y ficha técnica
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Solucionario: “La religión explicada a mi hija”
Cómo nació este libro
1.
2.
Desde luego hay multitud de ejemplos de esculturas, pinturas,
murales… que hacen referencia a un mito, un santo, una leyenda
religiosa, una aparición, un encuentro religioso importante... El
cristianismo, sin duda el más cercano al alumno, ofrece
representaciones de la anunciación, la ascensión, la crucifixión,
la resurrección, retratos de santos, martirios… Sin conocer cuál
es su referente resulta imposible entenderlos. Por ejemplo, el
tetramorfos que a la entrada de muchas iglesias representa a los
cuatro evangelistas. Lo que resultaría más efectivo es que el
profesor pudiera poner un caso más o menos actual: por
ejemplo, las películas de Indiana Jones y su búsqueda de
antiguos objetos sagrados; o las quejas de la Iglesia surgidas
tras la publicación del libro El código da Vinci y su polémica
interpretación del cuadro de Leonardo, La Última Cena.
Desde luego no es una cifra exagerada. Sólo el islam, la religión
que más ha crecido en el mundo en los últimos cincuenta años,
se calcula que cuenta hoy con unos mil millones de seguidores.
Sin embargo, la primera en número de creyentes sigue siendo el
cristianismo, con casi 2.100 millones.
Capítulo 1. Unas herramientas para empezar
1.
2.
3.
Según Droit, la religión sólo puede explicarse en el primer
sentido que se ofrece aquí: sólo se puede ‘contar’, es decir,
únicamente podemos “relatar” cómo ha surgido la religión,
cuáles son las principales que han existido y que existen hoy,
cómo han evolucionado… Explicar en el segundo sentido (‘dar
razones que justifiquen’) implica más o menos saber decir por
qué existe la religión. Es en este aspecto en el que resulta
prácticamente imposible ofrecer respuesta.
La religión da respuesta a los interrogantes de tipo existencial
que asaltan al hombre. Droit ofrece aquí ejemplos: “el
nacimiento, la muerte, el curso del tiempo, el simple hecho de
existir, la belleza del mundo, la infinitud del cielo, las grandes
fuerzas de la naturaleza” (p. 16).
Entre las religiones antiguas desaparecidas se citan aquí las de
los egipcios, los griegos, los romanos y los galos. El alumno
puede añadir otras muchas, por ejemplo la de los iberos, los
mayas, los aztecas…
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Como ocurría anteriormente con las representaciones artísticas
de tema religioso, también los restos que conservamos de
pintura prehistórica permiten pensar que aquellas civilizaciones
tenían algún tipo de religión, pues no sólo aluden a escenas de la
vida cotidiana (la caza, por ejemplo) sino también a “reuniones,
fiestas, ritos, ceremonias” que de una u otra forma tienen que
estar vinculados a unas creencias comunes (p. 20).
Por una parte, cuando pensamos que religión deriva de religare
(‘unir’) hacemos referencia al ámbito más espiritual y amplio de
la religión: aquel que se preocupa principalmente por unir el
entorno concreto del ser humano, con el abstracto y superior
propio de la divinidad. De otro lado, si hacemos derivar la
palabra religión de relegere (‘releer’) es porque nos referimos
más bien a la religión como experiencia que nace del hombre
social. Como tal, la religión es forma comunitaria a partir de la
cual nacen costumbres, ritos, ceremonias, etc. que hay que
saber leer bien, es decir, interpretar adecuadamente (o con
religio: ‘escrúpulo’).
Ambas etimologías y ambos conceptos pueden relacionarse con
lo que Droit llama “dos lados” de las religiones: el interior
(espiritual) y el exterior (ceremonial). Aunque también podría
considerarse la posibilidad de que la primera etimología
contenga en sí las dos dimensiones religiosas (la unión con el
Ser supremo que también une, a la vez que concede identidad, a
la comunidad).
Droit insiste en la dimensión colectiva de la religión: “una
religión no puede estar formada solamente por ideas
individuales, sino que también está compuesta por una serie de
actividades que unen a la gente en una sociedad” (p. 24). En ese
sentido, la experiencia religiosa que no pasa de uno mismo
puede ser un conjunto de convicciones o de creencias
personales, pero nunca alcanza la dimensión de religión.
Según los dos componentes básicos ofrecidos hasta aquí, la
religión procura sobre todo unir la dimensión humana con la
sagrada, es decir, intenta que el hombre se acerque a Dios.
¿Cómo? A través de su comportamiento: una conducta que
resulte ejemplar. En este sentido, la religión ofrece reglas que
unan. Pero, a la vez, contravenirlas producirá el efecto contrario:
alejará al hombre de la divinidad. Es por eso por lo que Droit
habla de las religiones como “vigilantes de la frontera” entre lo
sagrado y lo profano.
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Profanar es ‘tratar algo sagrado sin el debido respeto, o aplicarlo
a usos profanos’ (RAE). A lo largo de la historia se han dado
numerosos casos de profanación de objetos sagrados. Quizá lo
más próximo a nuestro presente (y al del alumno) sean los casos
de lugares sagrados profanados, por ejemplo, iglesias que ya no
albergan ceremonias religiosas sino que se han convertido en
espacios culturales o incluso viviendas personales.
Tanto la caza de brujas como la yihad ejemplifican la intolerancia
religiosa. En el primer caso, del cristianismo hacia quienes
practicaban ceremonias alejadas del rito católico común. Hoy se
ha demostrado que por lo menos muchas de las personas que en
ese momento fueron acusadas de brujería eran en realidad
mujeres que practicaban la medicina natural, es decir, que
conocían las hierbas y plantas medicinales y aplicaban remedios
naturales para curar a sus convecinos. En su mayor parte, las
quemas no respondieron a la práctica real de una herejía sino a
las rencillas y envidias personales y al recelo hacia lo que no era
conocido y familiar. A esto hay que unir el miedo: a la hoguera
y, en consecuencia, a la autoridad ejercida por la Inquisición. En
este sentido, la Iglesia española de la época no hizo sino
promover la intolerancia y el fanatismo.
Respuesta libre.
La libertad religiosa es reconocida por el derecho internacional.
El artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos , así como otros artículos del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, garantiza a cualquier persona,
aunque practique una religión minoritaria, el derecho a
confesarla y practicarla libremente. En las democracias
modernas, el Estado debe encargarse de asegurar esa libertad
religiosa a todos sus ciudadanos. En la práctica, tal como
podemos certificar por nuestro entorno, la elección del credo se
restringe a costumbres familiares y sociales. Hasta tal punto que
todavía algunas sociedades modernas se asocian a ciertas
religiones. A partir de aquí, las situaciones de discriminación o
intolerancia siguen siendo frecuentes en distintas partes del
mundo. Un informe del gobierno estadounidense publicado en
2007 citaba varios países especialmente preocupantes a este
respecto, entre ellos: Arabia Saudí, Birmania, China, Corea del
Norte, Eritrea, Irán, Sudán o Uzbekistán.
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Desde la caída del islam en España en el siglo XV, el reino que
surgió de la unión de los llamados Reyes Católicos fue
confesional, e impuso sus convicciones religiosas a menudo de
forma virulenta durante siglos. Incluso la avanzada constitución
de Cádiz de 1812 proclamaba que la religión no sólo del Estado,
sino de la nación, “es y será siempre la católica, apostólica y
romana, única verdadera”. Durante la breve Segunda República
en España se instauró un estado laico, pero la dictadura de
Franco volvió a declararlo confesional, implantando lo que se
conoce
como
nacionalcatolicismo.
Únicamente
tras
la
proclamación de la Constitución española en 1978, España es
formalmente un estado aconfesional que debe mantener y
respetar por igual todos los credos: “Ninguna confesión tendrá
carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las
creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y
las demás confesiones” (artículo 16.3).
12.
Sólo quien no cree puede analizar la religión desde la distancia.
Retomando las palabras con que se ha definido anteriormente:
sólo si lo que queremos analizar es la dimensión exterior, es
decir, aquello que todas las religiones tienen en común, “hay que
intentar explicarlas sin creer en lo que ellas dicen y considerar a
las religiones como invenciones humanas” (p. 33), “como
inquieta búsqueda de los seres humanos” (p. 37). Por eso se
habla de búsqueda de la humanidad: porque las religiones
quieren dar respuesta a los grandes interrogantes que han
asaltado al hombre de todas las épocas. El propio Droit ofrece
los principales: “¿por qué existe el mundo? ¿Por qué hay seres
humanos? ¿Cómo explicar que haya hombres y mujeres? ¿Cómo
deben dirigir su existencia? … ¿Qué pasa después de la muerte?
¿De dónde viene el mal? ¿Por qué existe la maldad y la
injusticia?” (p. 35). Es evidente que las distintas religiones del
mundo han dado respuestas diferentes a estas preguntas. Sin ir
más lejos, el cristianismo cree en la posibilidad de descanso
eterno después de la muerte, mientras que el hinduismo ofrece
la posibilidad de la reencarnación del alma muerta.
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Capítulo 2. ¿Quién cree qué?
Las religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo, islam
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El politeísmo es la ‘doctrina de los que creen en la existencia de
muchos dioses’, mientras que el monoteísmo es la ‘doctrina
teológica de los que reconocen un solo dios’ (RAE). Como explica
Droit, los dos términos están compuestos por un prefijo y un
lexema griegos: poli- (‘muchos’) / monos (‘uno solo’) + theos
(‘dios’). Muchas otras palabras del castellano están formadas
también por uno de estos prefijos. Por ejemplo: polimorfo (‘lo
que tiene o puede tener varias formas’), políglota (‘escrito en
varias lenguas’ o ‘persona que habla varias lenguas’), monolito
(‘monumento de piedra de una sola pieza’), monomanía
(‘obsesión por una sola cosa’ que lleva a locura o delirio),
monoplaza (el vehículo ‘que tiene una sola plaza’), etc.
Son religiones politeístas casi todas las de la Antigüedad. Quizá
la más conocida para nosotros sea la de la Grecia antigua, en
donde Zeus (el más importante de los dioses, pues gobierna
sobre los demás y de quien dependen accidentes atmosféricos
como la lluvia o el relámpago), comparte protagonismo con
Atenea (diosa de la sabiduría y la estrategia), Afrodita (diosa del
amor, la belleza, la reproducción…), Hermes (el dios mensajero y
astuto), etc. Puede consultarse cualquier diccionario de mitología
clásica para guiarse entre el poblado Olimpo griego (por
ejemplo, el de Pierre Grimal, publicado por Paidós, o el de Jenny
March,
publicado
por
Crítica,
ambos
disponibles
en
www.planetalector.com).
Respuesta libre.
El sentimiento de respeto y recuerdo de los propios antepasados
es algo universal. En este sentido cabría hablar de una
experiencia común que la religión romana hizo suyo, otorgándole
entidad y asignándole un ceremonial.
La religión judía fue la primera en que surgió y se difundió el
concepto, importantísimo, de un dios único.
Cuando los hombres intentamos explicar algo necesariamente
nos basamos en nuestra capacidad de razonar. Para hacer que
algo sea comprensible solemos compararlo con otra cosa que
nos es familiar. Así logramos “aproximarlo” a nuestras
experiencias
y
que
resulte
abarcable
para
nuestro
entendimiento. Sin embargo, la idea de Dios trasciende todos
esos límites.
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Nada que nos sea próximo se parece a Él: es infinito, “tan
inmenso que no se le puede representar”, de tal forma que
“desde que dices o piensas algo a su respecto, lo que has dicho o
pensado se copia a partir de actividades humanas”. Por eso
“Dios no es comprensible” (p. 44). En esta imposibilidad se basa
el concepto católico de fe (respecto de todo lo Supremo), como
opuesto a razón (dimensión humana) del que seguramente han
oído hablar los alumnos.
El segundo concepto crucial legado por el judaísmo es la idea de
un Dios que se preocupa por los hombres. El Ser supremo es
eterno e infinito, pero es también un Dios protector, que se
ocupa de los hombres (p. 45).
La palabra Biblia proviene del término griego biblos, que significa
‘libro’. Porque para los judíos la Biblia era “El Libro” por
antonomasia, aquel que contenía lo esencial: la palabra de Dios.
Para los judíos, el Dios que se ocupa de los hombres revela sus
pensamientos a algunos elegidos, que son quienes transmiten
sus mensajes a los demás. Ellos son los profetas y los demás son
los integrantes del pueblo judío. Desde tal punto de vista, el
pueblo judío es el elegido por Dios, y a quien Él da instrucciones,
que deberían obedecerse. Por eso habla Droit de un pacto o
“contrato” entre Dios y Su pueblo. La Biblia es la historia de
cómo ha ido evolucionando esa relación.
Se concede a Abraham el honor de ser el fundador de la religión
judía, en tanto que fue “el primero que decidió obedecer
totalmente al dios único y comprometer a su descendencia en
esa obediencia” (p. 46). Según el relato del Génesis (11, 26-25 y
18), Dios llamó Abraham (‘padre de muchos pueblos’) al elegido
para establecer su pacto. Pacto por el cual Abraham se
convertiría en el principio del pueblo de Dios, al que Él daría la
tierra de Canaán como posesión perpetua.
La historia de Moisés está recogida en el Antiguo Testamento, sin
que haya otra fuente histórica que la verifique. Según la Torá, el
monarca egipcio había ordenado que todos los niños varones que
tuviesen los esclavos hebreos fueran arrojados al Nilo. Una
madre hebrea mantuvo escondido a su hijo durante tres meses,
al cabo de los cuales lo colocó a la deriva del Nilo en una
pequeña cesta. La hija del faraón (para algunos historiadores,
Ramsés II) descubrió al bebé, lo adoptó y lo llamó Moisés (el
‘salvado de las aguas’). Ya adulto, un día se le apareció una
zarza que ardía sin consumirse. A través de ella un ángel de Dios
le dijo que debía volver a Egipto y liberar a su pueblo de la
esclavitud.
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Éste sólo obtuvo permiso para partir tras la destrucción que
provocaron diez plagas enviadas por Dios. El Éxodo de unas
600.000 personas comenzaría hacia el año 1446 a.C. La travesía
fue dura y muchos empezaron a murmurar contra sus líderes.
Pero Moisés realizó milagros y demostró al pueblo de Israel que
Dios los guiaba. En un momento del viaje Él dicto sus
Mandamientos y para transportar las sagradas escrituras se
construyó la famosa arca de la alianza, que sería guardada en un
templo construido una vez alcanzado el ansiado destino.
Finalmente, tras cuarenta años de vagar por el desierto, los
primeros hebreos murieron y sólo una nueva generación de
hebreos libres, nacidos en el Éxodo, entraron por fin a la Tierra
Prometida, guiados por el profeta Josué, a quien Moisés había
cedido su mando. Tras cruzar el desierto de Parán, después de
recorrer casi 1.000 km desde que dejaron PI-Ramsés, el pueblo
judío cruzó el río Jordán. Moisés murió a la edad de 120 años y
fue llorado por su pueblo durante treinta días y treinta noches.
Moisés es el elegid, el liberador de su pueblo, aquel que
identificó a su pueblo como “pueblo de sacerdotes”, que debía
guardar y transmitir los mandamientos.
Básicamente porque a Dios se le otorga el poder de crear a partir
de la nada y sin necesidad de esfuerzo: “a Dios le basta con
pensar y decir una cosa para que la cosa exista” (p. 47). El
poder del pensamiento y la palabra divina es infinito. Por
contraste, la palabra del hombre no tiene ningún poder ni
tampoco es pura, puesto que puede decir cualquier cosa. Desde
este punto de vista, pronunciar la palabra de Dios resultaría
insultante. Su nombre no puede decirse.
Según la Biblia, el profeta Moisés recibió de Dios esa serie de
mandamientos que debían ser respetados. La numeración que
aparece en Deuteronomio (5: 6-21) es:
Yo soy Yahveh tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de
servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí.
No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está
arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo
de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo
soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los
padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de
los que me aborrecen, y que hago misericordia a millares, a los
que me aman y guardan mis mandamientos.
No tomarás el nombre de Yahveh tu Dios en vano; porque Yahveh
no dará por inocente al que tome su nombre en vano.
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Guardarás el día de reposo para santificarlo, como Yahveh tu Dios
te ha mandado. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas
el séptimo día es reposo a Yahveh tu Dios; ninguna obra harás
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni
tu asno, ni ningún animal tuyo, ni el extranjero que está dentro
de tus puertas, para que descanse tu siervo y tu sierva como tú.
Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Yahveh tu
Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo
cual Yahveh tu Dios te ha mandado que guardes el día de
reposo.
Honra a tu padre y a tu madre, como Yahveh tu Dios te ha
mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te
vaya bien sobre la tierra que Yahveh tu Dios te da.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No hurtarás
No dirás falso testimonio contra tu prójimo.
No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu
prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su
asno, ni cosa alguna de tu prójimo.
De aquí surgen los diez mandamientos del catecismo católico
actual, que quizá nos resultan más cercanos:
1.
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5.
6.
7.
8.
9.
10.
12.
Amarás a Dios sobre todas las cosas.
No tomarás el nombre de Dios en vano.
Santificarás las fiestas.
Honrarás a tu padre y a tu madre.
No matarás.
No cometerás actos impuros.
No robarás.
No dirás falso testimonio ni mentirás.
No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
No codiciarás los bienes ajenos.
Droit fija el momento de dispersión del pueblo judío en el año
70, cuando los romanos destruyen el Templo de Jerusalén, que
era el centro de todas sus ceremonias. Pero hay que reconocer
que casi desde su misma formación, con Moisés, el pueblo judío
se vio vinculado al concepto de Éxodo primigenio.
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Al margen de estos dos momentos de la historia antigua, a todos
nos resultan más o menos familiares otros episodios de la
historia occidental moderna en los que el pueblo judío ha sido
perseguido (en la España del siglo XV, con la expulsión masiva
de 1492, en la persecución inquisitorial que perduró hasta casi el
siglo XIX, durante la segunda guerra mundial…). La idea de
huida y dispersión ha perseguido desde siempre al judaísmo,
que, prácticamente, la ha interiorizado.
Lo que ha permitido que, a pesar de las persecuciones y la
dispersión, el pueblo judío se mantenga unido es el estricto
respeto a la idea de transmisión de su religión. Los creyentes
judíos conservan su lengua, sus Escrituras, su interpretación de
las mismas, sus mandamientos, sus ceremonias, su calendario…
Respuesta libre.
Como se ha visto anteriormente, el judaísmo fue quien primero
afirmó la existencia de un Dios único. Desde este punto de vista,
las otras dos grandes religiones que afirman el monoteísmo
(cristianismo e islam) son hijas suyas. Ambas manifiestan,
además, a este respecto, muchas coincidencias con la primera.
Droit cita de entrada dos: también los cristianos creen que la
Biblia recoge la palabra de Dios, y también los musulmanes se
consideran descendientes de Abraham.
“La aportación más importante de Jesús es la idea de una
religión del amor” (p. 53). Dios es único y eterno, pero no
transmite exactamente una imposición: unas reglas y órdenes
que haya que acatar y cumplir. La “ley” cristiana básica es el
amor: al prójimo, a los pobres, a los débiles, a los
desamparados… La caridad en el sentido latino del término
(como amor, como afecto totalmente desinteresado, según
define San Pablo en una epístola a los Corintios, I, 13).
Jesucristo encarnó ese amor inmenso hacia los demás, no
importa quiénes sean, pues nació y creció pobre, predicó el amor
sin hacer daño a nadie, pero fue traicionado, humillado,
torturado, condenado a muerte y ejecutado en una cruz de
madera. Y, sin embargo, él mismo perdonó a todos los que le
sometieron y trataron injustamente.
Jesucristo es para los cristianos el hijo de Dios: es una
encarnación divina (Dios hecho hombre). Para los judíos fue sólo
otro profeta, otro sabio predicador.
En el año 312 el emperador Constantino hizo del cristianismo la
religión oficial del Imperio Romano (p. 57).
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23.
Droit se exclama de que la Iglesia católica haya llegado a vender
el perdón en lugar de perdonar directamente (p. 59). Esto hace
referencia a los edictos promulgados desde el siglo XV y que,
efectivamente, ofrecían la absolución de un pecador
(indulgencia) a través del pago de dinero. Fue en 1476 cuando el
papa Sixto IV decidió que la absolución (el perdón de un pecado)
también podía aplicarse a las almas de quienes habían muerto y
habían sido llevados al purgatorio. De este modo, los
monasterios podían tomar dinero para rezar y procurar, así,
aliviar las penas de los condenados. Asimismo, todo creyente
podía realizar un viaje a Roma para obtener la indulgencia de sus
pecados. Pero si alguien no estaba en condiciones de viajar,
también podía obtener el perdón total si pagaba un tercio del
coste del viaje que hiciera el representante papal.
Durante el siglo XVI algunos intelectuales se rebelaron contra los
excesos de la Iglesia católica. Ésta tenía ejército, batallaba por
obtener territorios y riquezas como cualquier otro señor, pactaba
y vendía sus servicios espirituales, según hemos visto, no
practicaba conceptos esenciales como la pobreza y el perdón, ni
tampoco se sometía a otras doctrinas como el celibato. Lutero y
Calvino, entre otros, denunciaron esta conversión del
cristianismo en un poder terrenal, muy alejado de su espíritu
primigenio. Por eso protestaban. Y querían reformar esa Iglesia
para que volviera a sus fundamentos.
Entre las más conocidas y próximas están, quizá, la iglesia
anglicana y la ortodoxa.
Muy probablemente un católico suscribiría todas estas
afirmaciones del protestantismo excepto la tercera: aunque el
hombre, por sí mismo, pueda reflexionar y alimentar su
conciencia a través del pensamiento y la doctrina de Dios, el
católico sí reconoce la autoridad del papa y de la Iglesia como
mediadoras ante Dios. Son sus representantes y a través de
ellos la comunidad católica puede permanecer más unida.
El Corán es el libro sagrado de los musulmanes, que contiene la
palabra de Dios, revelada a través de Mahoma. Durante la vida
de este profeta, sus revelaciones fueron transmitidas oralmente
o escritas en hojas sueltas (en árabe, al-qur’ān significa ‘la
recitación’ --o ‘la lectura’ según Droit, p. 61--). Pero a partir del
año 632 en que murió Mahoma, sus seguidores comenzaron a
reunir esos fragmentos. Durante el califato de Utman ibn Affan
(644-656) tomaron la forma que hoy conocemos: 114 capítulos
(azoras) divididos, a su vez, en versículos (aleyas).
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Según hemos visto, el judaísmo es la primera de las grandes
religiones monoteístas. Con ella nacen las principales leyes y
códigos que les son comunes. El cristianismo es en la práctica
una derivación de esa primera religión, que se fundamenta en la
figura de Jesucristo y en el mismo texto sagrado. El islam es a
este respecto una tercera derivación de las anteriores, basada en
un nuevo profeta, Mahoma, de quien surge asimismo un nuevo
texto sagrado (el Corán), pero que reconoce de manera implícita
su vinculación a las anteriores: también acepta como profetas a
Adán, Noé, Abraham, Moisés, Salomón y Jesucristo, y también
reconoce como textos sagrados a la Torá (o Antiguo Testamento
cristiano), los Libros de Salomón y el Nuevo Testamento (los
Evangelios).
Los cinco pilares del islam son: la profesión de fe, es decir, la
firme creencia en un único Dios; la oración (durante cinco
momentos del día los musulmanes deben rezar en dirección a La
Meca, y hacerlo conscientemente); la limosna (sin esperar
recompensa, sin enojo y sin orgullo); el ayuno (que hay que
observar durante un mes, el del Ramadán, en que no se puede
comer ni beber desde el amanecer y hasta la puesta del sol) y la
peregrinación a La Meca (que el musulmán debe hacer al menos
una vez en la vida) (pp. 63-64).
El calendario hebreo comienza con la Génesis del mundo, que,
según la tradición judía, ocurrió el domingo 7 de octubre del año
3761 a. C. El calendario cristiano se fija en el nacimiento de
Jesucristo. Se conoce como calendario gregoriano porque fue
impulsado por el papa Gregorio XIII en 1582. Es hoy aceptado
de forma prácticamente universal. El calendario musulmán toma
como punto de partida la fecha de la Hégira (la peregrinación a
La Meca) de Mahoma, el 16 de julio del año 622. De esta
manera, el año gregoriano de 2010 equivaldría al año hebreo de
5770 (2010 + 3760) y al musulmán de 1389 (2010 – 621,
aproximadamente).
En España, muchas festividades del calendario laboral remiten al
calendario litúrgico cristiano católico. Las más conocidas son
seguramente la Semana Santa y la Navidad.
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Capítulo 3. ¿Quién cree qué?
En Asia: hinduismo, budismo
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Como la Biblia, los Vedas también son textos sagrados en tanto
que recogen las revelaciones ofrecidas a los primeros sabios de
India. La distancia que separa a ambas Escrituras se fundamenta
en las diferencias existentes entre el sistema religioso judaico,
con un único Ser Eterno, y el politeísmo hinduista, cuyas
enseñanzas se expresan a través de un extenso entramado de
textos. Básicamente, junto a los cuatro Vedas, existen los
Upanishads y los Vedanta sutras, que conforman ‘lo escuchado’
(shruti, la revelación comunicada oralmente por Dios a algunos
sabios en el pasado), en contraposición a ‘lo recordado’ (smriti,
el resto de la llamada literatura védica: los Puranás, los Itijasa,
etc., que son textos escritos para ayudar a los humanos a
entender los Vedas crípticos).
El Dios judío, cristiano o musulmán es único (en todos los
sentidos: sólo puede parecer diverso en tanto que se haya
expresado a través de distintos profetas), es quien creó el
universo y quien mantiene una relación paternal con éste: a la
humanidad la cuida y aconseja. En cambio, el Absoluto hindú es
como un espíritu que subyace detrás de todas las cosas y que
puede aparecerse bajo el prisma de dioses como quien se pone
una máscara. El mundo que habitamos no es exactamente una
creación suya sino que existe de forma paralela y tiene su propio
ritmo de vida: se ha creado, se ha destruido, ha vuelto a
renacer… una y otra vez. Y las personas nos hemos creado,
destruido, vuelto a nacer… con él. Desde este punto de vista, el
tiempo no es algo lineal sino que aparece como un bucle que va
girando y girando sin parar.
Los seres humanos van siguiendo el ritmo del universo que da
vueltas. Pero es todo el conjunto el que se encuentra vinculado a
la voluntad de un poder supremo. Es ese Absoluto el que maneja
los hilos de la rueda y, desde ese punto de vista, todas las cosas
son lo mismo: creaciones superfluas que se van moviendo según
cómo gire el mecanismo universal. Eso, unido a la idea de
reencarnación, lleva a pensar que “no hay diferencia
fundamental entre los seres, las cosas, los animales” (p. 74) y
que los hombres formamos un todo con el resto de miembros del
universo.
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Dicho de un espíritu o de un alma, por ejemplo, reencarnar es
‘volver a encarnar’, es decir, volver a ‘tomar forma corporal’, no
importa en qué carne/cuerpo se haga. De este modo, el
hinduismo cree que un hombre puede morir y renacer más
adelante tomando forma de otro objeto cualquiera del universo
(seres, cosas, animales…). El hecho de que determinada persona
se reencarne en otro ser, feliz y con una vida mejor, o, en
cambio, aparezca “pobre o enfermo o en la piel de un animal
repugnante” dependerá de cuál haya sido su comportamiento en
la vida precedente.
Los liberados son aquellas personas cuya conducta ha sido tan
extremadamente correcta que han dejado de someterse a la
temporalidad: “dejando de desear, de apegarse a las cosas
ilusorias, comprendiendo que no estamos separados del
Absoluto” (p. 79) han acabado situándose más allá del mundo y
de su ciclo temporal. Por eso ya no se reencarnan.
En tanto que seres cuya conducta ejemplar los aleja de todo lo
mundano (por lo que manifiestan desinterés o desprecio) y los
acerca más y más a lo Superior e intangible, los liberados del
hinduismo se parecen a los místicos del cristianismo. Incluso
desde el punto de vista de lo físico y corporal, estos últimos
también aseguran incluso la liberación del cuerpo y el ascenso a
lo divino.
Fundamentalmente, porque, a diferencia de Moisés, Cristo o
Mahoma, Buda no se presentó a sí mismo como profeta: sólo fue
un hombre “que no pretendió transmitir una palabra revelada”
(p. 80).
Siddharta Gautama vivió en el siglo V a. C. (entre el 566 y el
478 aproximadamente). Un día (cuando contaba con 29 años de
edad) salió de su palacio y, tras diversos encuentros, descubrió
la enfermedad, la vejez y la muerte. Y así, a través de ellas, se
le hizo evidente una certeza que hasta entonces se le había
querido ocultar: la existencia humana es dolorosa para todo el
mundo, no importa lo rico y poderoso que sea. A partir de aquí,
Gautama dejó su cómoda vida anterior para dedicarse a la
meditación. Un día “comprendió de dónde viene el sufrimiento y
cómo hacerlo cesar” (p. 82). Ese día se conoce como el
Despertar. A partir de aquí adoptó el sobrenombre de Buda: ‘el
despierto’.
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Solucionario: “La religión explicada a mi hija”
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Según hemos visto, Gautama se dio cuenta un día de que la
misma idea de vivir incluía sufrir. Ése es el sufrimiento esencial.
A partir del ejemplo de su guía, el budismo quiere buscar
maneras de hacer que el hombre sobrelleve mejor las realidades
dolorosas de la vida: la enfermedad, la vejez, la pérdida, la
muerte...
Según Droit, Buda se dio cuenta de que si los hombres sufrimos
es porque deseamos cosas efímeras. Por tanto, “si conseguimos
deshacer nuestras ataduras … ya no sufriremos” (p. 83). Hay
que anular el apego a esos deseos, pero tampoco puede caerse
en el rechazo total. Debemos seguir cierto “camino de en medio”
para tomar cierta distancia, desde la cual conseguir un estado de
calma y quietud que no haga sufrir al hombre.
Droit cree que en todas las religiones “se valora la abnegación, la
caridad y la ayuda mutua” (p. 84). Efectivamente, es una idea
que ha ido surgiendo a lo largo del libro y que puede
considerarse elemento común a las distintas religiones. Por lo
menos a las que se han ido tratando hasta aquí: el judaísmo, el
cristianismo, el islam, el hinduismo… En mayor o menor medida,
todas se basan en el amor al prójimo. Y la abnegación es lo que
guía la meditación budista o el comportamiento de los elegidos
hinduistas, judíos, cristianos…
Desde el principio Droit ha hecho hincapié en la dimensión
humana del budismo, que se nos ha presentado como “manera
de pensar” (p. 79) de un hombre: Gautama. Desde el principio
de este libro el autor ha ofrecido, además, una segunda
dimensión esencial para hablar de religión: la existencia de
códigos y leyes que adopte una comunidad. Una religión, ha
dicho, no puede ser una experiencia individual. Por lo tanto, el
budismo sólo se convirtió en religión cuando adquirió seguidores,
rezos y un ceremonial. A partir de ahí se distinguió también a los
monjes y Buda llegó a ser considerado “sobrenatural, divino” (p.
85).
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Solucionario: “La religión explicada a mi hija”
A modo de conclusión:
¿Varias, sólo una o ninguna?
1.
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5.
6.
Para las mencionadas aquí, los judíos sefardíes estarían en el
Norte de África, los judíos askenazis, en Europa del Este, los
cristianos seguidores de la Iglesia ortodoxa, en Rusia y algunos
países de Europa del Este además de Grecia, los cristianos
protestantes, en los países centroeuropeos (luteranos,
calvinistas, baptistas…), además de los anglicanos en Gran
Bretaña.
Droit se ha fijado anteriormente en la fe de los antiguos
romanos, para quienes el culto a los ancestros era elemento
crucial en el interior del hogar.
En estas últimas páginas se retoma la idea de que todas las
religiones podrían considerarse caminos distintos con un mismo
punto de partida y una misma meta. Droit menciona aquí al
bahaísmo, fundado por Bahá’u’lláh (1817-1892), como religión
que precisamente defiende que “todas las religiones se agrupan
en torno a un mismo ideal de justicia, de fraternidad y de
respeto hacia los individuos” (p. 89). Las distintas fes serían
etapas en el camino hacia una civilización conjunta, única y
universal.
La primera razón que explica la idea de que el hombre necesita
la religión es la atracción hacia lo que no entendemos, aquello
que nos “sobrepasa”. Entre lo más desconocido se encuentra el
más allá, lo perdurable e inmortal: el infinito.
La segunda razón se relaciona de nuevo con la segunda
dimensión necesaria para hablar de religión: se trata de lo que
tiene que ver con el exterior del hombre. Todas las
comunidades, desde el principio de la historia, necesitan
expresar el paso del tiempo (la vida) a través de ceremoniales:
rituales externos que otorguen identidad a la persona en la
comunidad y que, a la vez, cohesionen al grupo.
El ateísmo niega la existencia de Dios. El agnosticismo, en
cambio, se muestra indiferente: básicamente, el agnóstico
defiende la inaccesibilidad del entendimiento humano al
conocimiento de lo divino y de todo lo que trascienda la propia
experiencia. De este modo, resulta imposible creer.
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Solucionario: “La religión explicada a mi hija”
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Efectivamente, el papa Benedicto XVI ha criticado al ateísmo
como provocador de "las mayores crueldades y violaciones de la
justicia" en la era moderna, o animando a Europa a que proteja
sus raíces cristianas y “tradición de tolerancia” frente a las
amenazas de “un secularismo agresivo y extremismo ateo” (el
texto de la encíclica de 2007 puede leerse completo en
www.vatican.va; sobre las declaraciones en su viaje de 2010,
pueden consultarse los diversos artículos y opiniones recogidos
en la prensa en torno al 17 de septiembre de 2010).
Ciertamente, estas ideas contrastan con el análisis que hace aquí
Droit, especialmente cuando sostiene que “muy a menudo ocurre
que se presenta el ateísmo como una actitud egoísta, o inmoral,
o desesperada, ¡o todo a la vez! ¡Como si la gente religiosa fuera
necesariamente generosa y caritativa! ¡Y como si los ateos
fueran necesariamente insensibles y sin corazón!” (pp. 92-93).
Entre “lo peor” de que puede ser responsable una religión se
encontraría “la necedad, la ignorancia, la cerrazón de mente, el
rechazo de toda crítica y de cualquier discusión, la certidumbre
de tener razón y de poseer la verdad. Y así tenemos la
intolerancia, el fanatismo y la superstición” (p. 93). Si miramos
en detalle su enumeración, hallaremos en seguida aquello que
une a todas estas consecuencias nefastas: la negación de la
libertad. De aquí surge sin duda el último deseo de Droit: hacer
que el mundo pueda ser finalmente una tierra de libertad.
Algunas propuestas más
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Respuesta libre.
Respuesta libre.
Otras parejas de opuestos serían finito-infinito, materialespiritual, concreto-abstracto, razón-fe...
Respuesta libre. Algunos ejemplos más o menos paradigmáticos
pueden ser: Woody Allen (judío), Andy García (católico), Richard
Gere (budista) o Tom Cruise (ferviente seguidor de la
cienciología).
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