clausuramos el Capítulo

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CLAUSURA DEL CAPÍTULO
“El Señor ha estado grande con nosotras, y estamos alegres”. (Salmo 125)
Mis queridas hermanas:
Hemos recorrido un camino:
Comenzábamos nuestro Capítulo General XI abriéndonos al Espíritu, en un proceso de
reflexión, diálogo, oración para discernir lo que el Señor quiere para nuestra Congregación en
el próximo sexenio, según el tema capitular: “Educar evangelizando, hoy. Santo es el pedagogo
que trasluce a Cristo”.
Discernimiento que realizamos desde la comunión y el sentido de familia, en la
diversidad de Zonas y personas, con sentido de cuerpo congregacional. En un ambiente de paz,
serenidad, apertura, como quienes, aportando lo mejor de sí mismas, desde la escucha, tienen
sobre sí a todas y cada una de las hermanas de la Congregación y a todas aquellas personas con
las que compartimos la Misión, y saben también que la renovación personal, comunitaria y
congregacional es obra de la Gracia. De ahí la esperanza, la confianza en Dios, el clima
oracional, desde el que se realizaron las actividades capitulares.
Experimentamos también el apoyo de las Hermanas, Cooperadores Seglares y tantas
otras personas con las que compartimos la Misión que, desde las distintas Zonas, y a través del
blog informativo, se interesaban por la marcha del Capítulo y nos ofrecían sus oraciones.
Una mención especial a nuestras hermanas de Montealegre, que oraban y,
constantemente nos preguntaban cómo iban las cosas. Y a las Hermanas, Cooperadoras y
personal seglar que, con sus atenciones, facilitaron el desarrollo de nuestro Capítulo General.
Y, como no, experimentamos fuertemente la presencia y la intercesión de nuestros
venerados Padres Fundadores a los que, con muchísima frecuencia, acudimos durante todo este
tiempo capitular. Una vez más los experimentamos viviendo a nuestro lado. ¡Es así!.
Por todo y por todos damos GRACIAS A DIOS.
Una certeza: cuando nos abrimos a la escucha del Espíritu, el Señor habla. Sabemos que
su voz es viento fresco, suave, vivificante (brisa en las horas de fuego, dice el himno de
Pentecostés). Y, porque es brisa y susurro necesitamos tener bien despierto el oído para
escucharlo, de lo contrario podemos confundir su voz con ¡tantas voces como se dejan oír en la
calle, con tantos cantos de sirena!, o con nuestra propia voz, que no siempre coincide con la
suya, y lo importante es lo que Él nos dice: “Haced lo que Él os diga”.
Y el Señor nos habló y nos invitó, nos invita, una vez más, a “hacer de Él, como María,
el único objeto de nuestros pensamientos, nuestro único amor. Nos invita a entregarle como lo
hizo María, todo nuestro caudal, nuestra persona entera, nuestro corazón y nuestro amor” (EE.
Pag. 107),
como nos pedía nuestro Padre.
Sólo desde la centralidad de Jesucristo, Divino Maestro, en nuestras vidas, sólo desde
una vida apasionada por Jesucristo y por los hermanos, podremos realizar la Misión que se nos
encomienda, en unión con los seglares, de “EDUCAR EVANGELIZANDO, HOY”. Desde la
comunión, también, con nuestros hermanos, los Cooperadores Seglares, llamados a vivir
nuestra espiritualidad desde la dimensión laical.
Se trata de realizar SU Misión y únicamente podremos hacerlo desde Él y desde sus
actitudes, desde su talante de vida, y ya conocemos los “gustos” de Dios, sus caminos que pasan
por la humildad, la sencillez, la pobreza, la mansedumbre, el abandono, la confianza en Él, la
comunión, el servicio. Jesucristo es el Dios encarnado, humanado, que toma la condición de
siervo y nos invita a vivir con el mismo talante. Y esto tiene infinidad de signos concretos en
nuestra vida cotidiana, personal y comunitaria, llamada a ser, así, significativa. Este es el
lenguaje que entienden nuestros hermanos los hombres, los pobres a los que somos enviadas,
esto es lo que nos invita a vivir el Papa Francisco, con gran insistencia. No podemos decir una
cosa, profesar una cosa, y vivir otra. El Señor y la Congregación nos invitan a vivir en
coherencia, de acuerdo con la opción de vida que hemos hecho.
Si no es así seremos campanas que suenan o címbalos que retiñen, pero no discípulas y
misioneras; no podremos realizar el reto de la Nueva Evangelización por más actividades que
realicemos y por más aplausos que recibamos de los hombres. Necesitamos ser discípulas para
ser misioneras. Hoy no sirven, simplemente, el lenguaje religioso y las actividades pastorales, si
no evangelizan, si no llevan implícita y explícitamente el testimonio de la fe, si no ponen al
hombre en contacto con Dios. Estamos en el año de la fe. La tercera parte de la primera
encíclica del Papa nos habla de esta realidad: “porque ante todo os transmito lo que yo recibí”
(1 Co 15, 03). Toda esta parte de la encíclica se centra en la importancia de la evangelización:
quien se ha abierto al amor de Dios, no puede retener este regalo para sí mismo: La luz de Jesús
resplandece sobre el rostro de los cristianos y así se difunde, se transmite bajo la forma del
contacto, como una llama que se enciende de la otra, y pasa de generación en generación, a
través de la cadena ininterrumpida de testigos de la fe. Una vez más nos recuerda la necesidad
de ser testigos.
Como agradecimiento al don de la vocación, necesitamos ensanchar la tienda de
nuestro corazón para vivir en disponibilidad y gratuidad la entrega a los hermanos, así se
verificará en nosotras lo que decía nuestro Padre: “todo santo es un pedagogo que trasluce a
Cristo”, o, como dice el himno de la Transfiguración: “transfigúrame, Señor, transfigúrame,
quiero ser tu vidriera”. Hermosa expresión cargada de hondo significado.
Hemos sido llamadas por el Señor para estar con Él y para enviarnos a Evangelizar, pero
hemos sido llamadas a realizar la misión en y desde la comunidad. También el Capítulo nos
hace una fuerte llamada a renovar y recuperar esta dimensión esencial de nuestra vida, sin la
cual ni existiría la Congregación ni podría realizar su misión, con los matices que nos
caracterizan como Misioneras del Divino Maestro.
Hemos finalizado el Capítulo, ahora es cuando realmente se inicia, es la hora del
Espíritu, es la hora de Dios para nuestra Congregación. Decía antes de comenzarlo que la
renovación personal, comunitaria, congregacional, no depende ni del Capítulo ni de los
documentos que emanen de él, sino de la gracia del Espíritu (esta la tenemos asegurada) y de
nuestra apertura para acogerla y llevarla a la vida, porque “el que te creó sin ti, no te salvará
sin ti”, decía S. Agustín. La Congregación nos llama a todas a unirnos en esta hora, con un
fuerte sentido de cuerpo, desde la pertenencia, viviendo nuestra identidad carismática. Desde la
apertura al Espíritu. Él es la Novedad que lo dinamiza todo, desde Él todo recobra la Vida. El
Espíritu Santo es, personalmente, la NOVEDAD que está trabajando en el mundo. Es el gran
don del Resucitado para prolongar su obra, realizar su Misión. Y nosotras queremos secundar su
acción.
Con gozo, agradecemos a Dios el don de la vocación y la confianza que pone en
nosotras al encomendarnos la misma Misión de su Hijo, la Misión de la Iglesia, en cuyo nombre
la realizamos.
Unas palabras de agradecimiento especial a nuestras Hermanas Aránzazu y Esther, con
las que tan estrechamente hemos compartido la vida, inquietudes y desvelos, por nuestra
amada Congregación, durante estos seis años.
Acogemos las palabras del Papa Francisco que nos dice también hoy a nosotras:
¡Coraje!, ¡avancemos hacia nuevos horizontes!. No tengamos miedo de correr riesgos yendo a
los pobres…!.
Poniéndonos en las manos del Divino Maestro y de nuestra Madre Inmaculada
clausuramos el Capítulo General XI.
María del Carmen Tombo Muiños
Superiora General
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