17 de Septiembre de 2014 Nicolás Catena: El Nobel del Vino Argentino. Esta mañana estoy viajando por la ruta hacia Catena Zapata, la bodega que cambió completamente mi visión sobre el vino argentino. Recuerdo haber probado un vino tinto de Catena una noche, en lo de una amiga, pensando que estaba degustando un Shiraz australiano. Recuerdo también haber sentido una gran satisfacción al probar este vino, de intensos sabores a frutos rojos, y la sorpresa al darme cuenta de que era un Malbec argentino. A partir de entonces, decidí comprar Malbec más seguido. Ahora, mientras conduzco mi automóvil hacia la entrada de la bodega, veo alzarse un gran templo de piedra entre los viñedos, contra el fondo montañoso de los Andes. Estoy de acuerdo con lo que me explicó luego el Dr. Catena: “No podíamos construir aquí un chateau francés o una villa italiana. Teníamos que decirle al mundo que en este terruño estábamos haciendo algo diferente”. La inspiración artística para la construcción de la bodega surgió de la antigua civilización Maya, si bien dicha cultura precolombina nunca se adentró más allá de América Central. Sin embargo, los Mayas fueron grandes arquitectos, con una gran fascinación por la simetría matemática y la geometría sagrada de las pirámides. La Bodega está construída con esa misma filosofía: cada ángulo coincide exactamente con los movimientos del sol. Si bien parece un templo de desplazamientos moleculares, las piedras de color beige le otorgan un cálido aspecto. Al traspasar la puerta de bronce de casi 5 metros de altura, me recibe el Gerente de Exportaciones, quien me lleva a recorrer las instalaciones de tanques de acero y las salas subterráneas con barricas de roble. La Bodega produce actualmente 3,6 millones de botellas de vino por año, exportando un 85% del total. Un 70% de los vinos elaborados son tintos y el 55 % corresponde a la variedad Malbec. Los vinos incluyen las marcas Alamos, Catena, Catena Alta y la marca insignia Catena Zapata. A su vez Catena posee un joint venture con Chateau Lafite –Rothschild, a través de la línea de vinos “Caro”. A continuación, el Gerente de Exportaciones, me invita a pasar al último piso de la bodega, a una sala adornada con libros y sillas de cuero. La luz del sol atraviesa los ventanales que dan a la Cordillera de los Andes. Espero aquí antes de reunirme con el Dr. Nicolás Catena. Mientras tanto siento nervios en el estómago, al preguntarme cómo será entrevistar al bodeguero más brillante y perspicaz de Argentina. Y me pregunto qué tipo de conversación mantendré con una persona de tan alto coeficiente intelectual, un elevado número que rara vez veré, excepto al pesarme en la balanza de mi baño. No estoy preparada para defender mi tesis ante este profesor. Minutos más tarde, la puerta se abre y aparece un hombre canoso, con anteojos, de aspecto intelectual, de impecable camisa blanca y chaleco azul marino de corderoy. Su apariencia me hace acordar a mis tutores de Oxford, las manos me transpiran y siento un sudor en la espalda. Sus ojos azules resplandecen sobre su piel bronceada, me saluda con voz suave y acento español: “Please, call me Nicolás”. Mientras me sirve una copa de su exuberante y frutado Catena Malbec, me cuenta la historia de su vida, como académico y como bodeguero. Nicolás Catena ha vivido entre viñedos durante siete décadas. Incluso nació en una finca, ya que su madre no alcanzó a llegar tiempo para dar a luz en el hospital. A los seis años de edad, les daba de comer a los caballos antes de ir a la escuela y, por la tarde, volvía a guardar los caballos en el corral. Esta fuerte ética del trabajo ha estado siempre presente en la familia Catena, a lo largo de las generaciones. En 1898, su abuelo Nicola partió de un pequeño pueblo de Italia… El PRIMER VINO ARGENTINO: EL MALBEC CONVOCA A CATENA Esta fuerte ética del trabajo ha estado siempre presente en la familia Catena, a lo largo de las generaciones. En 1898, su abuelo Nicola partió de un pequeño pueblo de Italia, en la zona de Le Marche. En 1902, plantó su primer viñedo en Mendoza, donde fundó una familia. Más tarde, su hijo mayor, Domingo, contrajo matrimonio con Angélica Zapata, hija de un importante terrateniente, incrementando así el patrimonio original de la familia. En 1973, la bodega se había convertido en una de las productoras de vinos comunes más grandes delpaís, con una producción de 240 millones de botellas al año. Nicolás, el hijo mayor de Domingo y Angélica, era un niño brillante, que terminó la escuela secundaria a los 15 años de edad. A pedido de su padre, demoró el ingreso a la universidad, para trabajar en el viñedo de la familia. Años más tarde, continuó su educación, obteniendo un doctorado en economía agrícola en la Universidad Nacional de Cuyo y un master en economía en la Universidad de Columbia. Desafortunadamente, en 1963, su madre y su abuelo fallecieron en un accidente automovilístico. Nicolás regresó entonces a su hogar para ayudar a su padre en la bodega, posponiendo un doctorado en la Universidad de Chicago. “Trabajé estrechamente junto a mi padre, si bien yo era aún muy joven y un poco arrogante, como para aprender algo, pero al menos sabía que era arrogante, lo reconocía “, explica sonriendo. Eventualmente, cuando la bodega se estabilizó, el joven Nicolás decidió retomar sus actividades académicas, a pesar de su gran pasión por el negocio familiar. “Mi vocación intelectual ha sido siempre tan fuerte como mi vocación empresarial. Toda mi vida he tratado de lidiar con ello. Tal vez por eso sea que siento que hay dos personas adentro mío”. En 1968, Nicolás aceptó un puesto como profesor visitante de economía agrícola en la Universidad de California, Berkeley. El entorno académico era un verdadero estímulo - de hecho, durante su estadía, seis de sus colegas recibieron el premio Nobel. Nicolás también disfrutaba de poder discutir sobre vinos con profesores del programa de viticultura. Un fin de semana, decidió visitar con su esposa Elena la bodega de Robert Mondavi, en Napa Valley. Eventualmente, descubrió que su abuelo y el padre de Mondavi, si bien nunca se conocieron, habían vivido a tan solo 24 km de distancia en la zona de Le Marche, Italia. Nicolás sentía gran admiración por los vinos y la energía de los Mondavi. “Me acuerdo del shock de frescura y frutosidad que sentí al probar sus vinos; también el balance y la complejidad”, comenta Catena, como si estuviese evaluando la visita desde diferentes ángulos. “Entonces pensé de que no había ninguna razón por la cual no pudiéramos hacer lo mismo en Mendoza. La visita a Mondavi me abrió los ojos, al ver que el Nuevo Mundo podía desafiar a Europa” A partir de ese día, Nicolás y Elena decidieron pasar casi todos los fines de semana visitando las bodegas californianas. A su regreso a Argentina, en 1992, Nicolás retomó el negocio familiar, vendiendo la mayoría de sus propiedades, con excepción de Bodegas Esmeralda, que había plantado e iniciado su bisabuelo. Invirtió entonces en tecnología de vanguardia, tanques de acero inoxidable y barricas de roble francés. Además convenció a Paul Hobbs, respetado enólogo de Sonoma, de venir a trabajar con él durante la cosecha. Como Argentina pertenece al hemisferio sur, la cosecha transcurre de febrero a abril, por lo cual la visita de Hobbs no se interpuso con el período de cosecha en USA. Nicolás decidió plantar Cabernet Sauvignon y Chardonnay, creyendo (al igual que otros bodegueros) que estas dos variedades definían los parámetros de calidad internacional. “Cometí el mismo error que los californianos: traté de imitar a Francia para poder competir con ellos”, admite silenciosamente. Fue su padre, Domingo, quien lo convenció acerca de las cualidades del Malbec, la cepa patriótica de su país, que daba lugar a los populares vinos oxidados, a quien Nicolás solía llamar vinos de estilo “ajerezado”. De hecho, en aquel entonces, el Malbec no era una cepa muy respetada dentro de los círculos más elegantes, que la consideraban vigorosa, pero no sutil. Los bodegueros solían emplearla para mejorar el color, grado alcóholico y taninos de los aristocráticos cortes de Cabernet. “Yo quería mucho a mi padre, así que para complacerlo decidí iniciar un pequeño proyecto de Malbec”, concluye Catena. LA CIENCIA Y EL VINO – LA VERDADERA ALIANZA DE LOS MEJORES VINOS Llevar a cabo ese “pequeño” proyecto de Malbec duró 15 años – se plantaron 145 plantas de Malbec en diferentes viñedos, con el fin de evaluar cuáles eran las más aptas para cada microclima. “El hacer un vino es ideal para los obsesivos; te vuelves peor”, comenta Nicolás suspirando. Hasta fines de 1800, cuando la filoxera destruyó la mayoría de los viñedos europeos, el Malbec fue una de las variedades más plantadas en Burdeos, mientras que actualmente representa menos de un 10% de las plantaciones bordelesas. El Malbec aún prospera en la región cálida de Cahors, al sudoeste de Francia, dando un vino tánico, de intenso color, mundialmente conocido como el “vino negro” de esta región. Tal vez por esta razón el término Malbec provenga del francés “mal bouche o “mala boca”, refiriéndose a la rusticidad que confieren los taninos duros del Malbec de esta zona. Afortunadamente, el Malbec argentino es mucho más amigable, más suave y aterciopelado que el Malbec de Cahors. (Recuerdo que la primera vez que probé un Malbec de esta zona, pensé que con aquel vino podía volver a teñir la antesala de madera de mi casa). bComo buen académico y amante de la ciencia, Nicolás llevó a cabo una selección aún más rigurosa de clones, eligiendo los cinco mejores, un proceso que según él satisfizo tanto sus inquietudes académicas como empresariales. “Como economista, estoy entrenado para desarrollar primero una hipótesis y luego un enfoque metódico para comprobar o desechar dicha hipótesis”, explica Catena, frotándose los ojos. Afortunadamente, para este proyecto contó con la ayuda de su amigo, el bodeguero y enólogo francés Jacques Lurton, quien también posee bodegas en Chile y Argentina. Lurton lo convenció de plantar vides en zonas más altas, en busca de mayor calidad. (“Jacques es un genio en materia de climas”) En agradecimiento, Nicolás le envió a Burdeos, 450 kg de carne vacuna premium. Como muchos artistas, Nicolás encuentra fascinante el tema de la luz solar: los distintos grados de luminosidad, cómo se difunde la luz, cómo se esparcen los rayos entre las hojas de los viñedos. Desde el punto de vista científico, el tema de la luz le interesa por el impacto que ejerce la misma en los efectos benéficos del vino tinto. Cabe destacar que una mayor intensidad lumínica no equivale a temperaturas más altas sino a rayos solares más intensos. La intensa luz ultravioleta de los microclimas de altura acelera el proceso de fotosíntesis, volviéndolo más eficiente, obteniendo así vides más sanas. Asimismo, una mayor intensidad lumínica conlleva al engrosamiento del hollejo en las uvas, como mecanismo natural de defensa frente a los intensos rayos solares. También acelera el desarrollo de componentes naturales, es decir de los polifenoles, flavonoides y antocianos, incrementando el color, taninos y sabores del vino. Estos componentes o compuestos fenólicos, en uvas plantadas a 1.500 msnm, son tres veces más altos que en uvas cultivadas al nivel del mar. Los compuestos fenólicos ayudan a inhibir el desarrollo del endotelio 1 – la maliciosa enzima que bloquea las arterias contribuyendo al desarrollo de enfermedades cardíacas. Dado que solamente los hollejos de las uvas tintas fermentan con el mosto, los beneficios de dichos compuestos están presentes principalmente en el vino tinto. (Me encanta cuando puedo racionalizar mi ingesta de alcohol, argumentando beneficios medicinales.) Estas uvas de zonas altas con buena intensidad lumínica dan como resultado vinos increíblemente elegantes, con una extraña combinación en los vinos jóvenes: concentración y sedosidad la vez. El vino argentino no es simplemente el resultado del buen sol, sino la mejor versión líquida de la energía solar. Cuando tomo un Malbec, me siento voluptuosa y expansiva – tal vez sea por eso que uso pantalones elásticos expansivos. Me gusta saciar la sed y el hambre hasta rellenar bien mis pantalones; soy alta, así que puedo disimular bastante mis kilos sin que la gente lo note. DE TAL PALO, TAL ASTILLA: NICOLAS Y LAURA CATENA El Catena Alta Malbec-Cabernet que estamos probando es un vino ardiente, sensual, más atractivo que los típicos Malbec internacionales de estilo espeso, con cierto dulzor. Nicolás considera que el consumidor de vinos se está apartando un poco del perfil herbáceo del Cabernet, inclinándose por vinos carnosos, de intensos sabores frutales, como el Malbec, el Syrah, el Tempranillo o la Garnacha. El corte de Malbec y Cabernet Sauvignon sigue siendo un blend tradicional: “Este corte reúne la elegancia francesa y la pasión latina”, explica Nicolás. Sin embargo, Catena advierte que el Malbec no necesita más del Cabernet Sauvignon, ni de ninguna otra uva, para dar un gran vino. En su trabajo de investigación, Nicolás cuenta con el apoyo de Laura y su criterio tanto científico como comercial. Cuando Laura estudiaba medicina y biología en Harvard y Stanford, su padre le obsequió una tarjeta de crédito. “Cuando se la regalé, le dije que podía gastar todo lo que quisiese, siempre y cuando fuera en vinos”, comenta Nicolás con cierto aire de diversión. Laura divide su tiempo entre San Francisco - donde vive con su marido y sus tres hijos, y trabaja como Médica de Emergencias – y Argentina, donde es directora del área de exportaciones de la bodega. Allí conduce 1.500 experimentos sobre diversas variables que inciden en la calidad: exposición de la vid a la luz solar, poda en diferentes momentos del año, métodos de irrigación y temperaturas de fermentación. Cada año implementa los resultados exitosos en la cosecha nueva, incorporando nuevas variables más. Tanto Laura como su padre piensan que no existe un único momento óptimo de cosecha, como piensan los demás productores; sino que hay “varios” momentos óptimos, posibles de capturar en una copa de vino, por lo cual, dentro de un mismo viñedo, llevan a cabo hasta ocho momentos o etapas diferentes de cosecha. La visión de ambos es que al vinificar (fermentar) un vino, cuyas uvas fueron cosechadas en el mismo momento, se obtiene un vino “unidimensional”. Es por ello que llevan a cabo más de 3.000 vinificaciones por separado. Ante esta actitud, en cierto modo iconoclasta, Nicolás observa: “Nosotros podemos innovar porque el consumidor no tiene incorporada una historia nuestra, ya que recién la estamos creando”. Los franceses sí tienen una historia de 500 años. En nuestro caso, cada año que pasa, es como sí diéramos un salto de diez años en términos de aprendizaje. La Argentina, si bien es nueva en la memoria del consumidor, posee una larga historia de elaboración. Es un país que no encaja perfectamente ni en la categoría de Nuevo Mundo ni en la de Viejo Mundo…encajaría en un Mundo o etapa intermedia. En 1541, los conquistadores españoles, mientras buscaban minas de plata ( en latín “argentum”, de allí el nombre del país), plantaron vides de Tempranillo con fines religiosos (para saciar también la sed de los invasores). Durante tres siglos, ese rústico vino fue el único producido aquí hasta el siglo diecinueve, cuando Argentina se independizó de España, y una importante ola de inmigrantes comenzó a arrivar provenientes de España, Italia y Francia. La mayoría de ellos eran agricultores, que trajeron consigo estacas de vid del viejo continente: el Tempranillo y el Torrontés español, las variedades italianas Barbera y Sangiovese y las cepas francesas Cabernet Sauvignon, Viognier y Malbec. Sin embargo, la industria vitivinícola comenzó a declinar en el siglo XX, debido a las malas medidas políticas y económicas. Principalmente, fue el presidente Perón quien hizo caer el consumo de vino, al fijar altos impuestos durante los años 50. (Alguien tenía que pagar los gastos del fastuoso estilo de vida de Evita). EL VISIONARIO DEL VINO ARGENTINO ANTICIPA UN FUTURO CON RAICES EN EL PASADO En 1982, La Guerra de las Malvinas contra Gran Bretaña tampoco ayudó a la economía o las exportaciones. La hiperinflación de entonces llegó a un 3.000 % mensual, desalentando las inversiones extranjeras. Los productores compensaban las pérdidas elaborando grandes volúmenes de vino de baja calidad. Mientras tanto, Chile, con una economía más estable, producía más vino del que consumía, por lo cual durante los 80 comenzó a focalizarse en la exportación. Chile decidió posicionarse en el exterior con precios bajos – botellas de vino a un precio inferior a U$S 10 – (Irónicamente, desde entonces Chile ha tenido que luchar por salirse de esta categoría). Argentina comenzó a exportar en los 90, cuando finalizaron los subsidios gubernamentales a los grandes volúmenes de vino y surgieron iniciativas económicas para desterrar los vinos de baja calidad. ¿En qué medida afectó esto a Nicolás Catena? En 1991, Nicolás envió su primer vino a Estados Unidos, enfrentando el dilema de a qué precio venderlo. En ese entonces el vino argentino más caro se vendía a U$S 4,mientras que el vino chileno más caro se vendía a U$S 6. Nicolás decidió intuitiva y audazmente vender su Chardonnay a un precio al público de U$S 13 y el Cabernet Sauvignon a un precio de U$S 15. Sus colegas productores le dijeron que estaba loco. Sin embargo, la noticia de la buena calidad del vino se expandió, vendiéndose la cosecha entera en dos meses. No obstante, debieron pasar cinco años hasta que el mercado americano finalmente aceptó a los vinos Catena dentro de ese segmento de precios. Finalmente le pregunto a Catena cuáles son a su criterio los mejores vinos del mundo. Y me responde explicando su teoría: “Si uno tiene en cuenta que la dinámica de la economía de mercado refleja los juicios de valor de sus participantes, entonces el mejor vino debería ser el más caro”. “¿Y qué influencia tienen los críticos en los vinos que el mercado considera mejores?”, le pregunto yo. Los críticos aumentan la eficiencia del mercado, pero es el consumidor quien en último término decide cuál es el mejor vino – y también quién es el mejor critico…. responde Catena sonriendo. “Yo me guío por el mercado. Hago vinos que le gusta a la gente. Si a la gente no le gustase más mis vinos, los cambiaría”, me explica dentro de su faceta de hombre de negocios. Luego añade que él considera también que el vino permite a la gente mostrar su lado afectivo. “No puedo aún probar esta teoría”, dice con franqueza “ Pero lo he visto muchas veces”. “Cuando uno regala una botella de vino, lo que se revela o se transmite es algo emocional … Por eso la gente suele tomar vino junto a la gente que ama o aprecia ”- concluye Catena. La verdad es que me fascina este vino Catena Zapata Malbec que estoy bebiendo. Inunda mis sentidos con un intenso aroma a violetas y ciruelas negras. Puedo percibir la pasión latina y la elegancia francesa a la vez. “Nosotros seguimos escalando los Andes en busca de microclimas mas fríos, desafiando los límites para el cultivo de la vid…explica Nicolás, mirando hacia la montaña. “Todavía no hemos producido nuestros mejores vinos. Es un desafío que tenemos por delante y que buscamos algún día alcanzar. ”