Isabelle Chaquiriand - Universidad de Montevideo

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ENTREVISTA
Isabelle Chaquiriand
Una CEO
incómodamente
inquieta
Desde 2006, esta contadora y
MBA ocupa el cargo de Directora
Ejecutiva de Atma, la empresa
líder en fabricación de productos
plásticos en Uruguay
[Por Patricia Madrid]
[Fotos Denny Brechner]
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ENTREVISTA
¿
Yo? ¿Por qué yo? Esa fue la pregunta que Isabelle
me hizo cuando la llamé por teléfono para coordinar
esta entrevista. Rara vez ocurre que un entrevistado
pregunte sobre el motivo de su elección. Pero ella
quería saber. Entonces le contesté: “No abundan en
nuestro país las mujeres con un cargo de dirección
como el tuyo, en una empresa del porte de Atma
(tiene 160 empleados), y nos parece interesante
contar tu experiencia”. Del otro lado del teléfono
hubo solo silencio, no dijo nada, y aceptó el encuentro. Me quedé con
la sensación de no haberla convencido del todo, de que ella quería
saber más, y mi argumento le resultó escueto. “Mi marido dice que
tengo ambición de conocimiento”, me dijo
en un momento de la charla, y fue ahí que
confirmé la sensación que me dejó esa conversación telefónica. Se sentó en el escritorio
de su despacho ubicado en Ciudad Vieja, en
el que la rodean portarretratos con fotos de
sus hijos (Juan Diego de 6 años, Agustín de
4 y Valentina de 1), frente a una Mac con una
pantalla en blanco. “Tengo que entregar un
artículo para Café y Negocios, y solo tengo el
título: Incómodamente inquietos”. Escribe
sobre emprendeurismo, y me confió que para
su última columna se inspiró en la charla que
brindó Francisco De Narváez en la gala final
de Endeavor, en la que el político y empresario
argentino sostuvo que los emprendedores
“precisan más adrenalina que el resto para vivir”. Según ella “es tal
cual; uno tiene que nacer con cierta inquietud, pero mucho se hace
sobre la marcha en un emprendedor”. Entonces le pregunto si ella se
siente una emprendedora, a lo que contesta que sí y agrega: “El ser
emprendedor es como Forlán, 80% transpiración y 20% inspiración”.
¿Pensabas que, indefectiblemente, iba a llegar la hora de
trabajar en una de las compañías de tu familia?
Soy la primera de mi familia en Atma que trabaja en la operativa de
la empresa, mi abuelo y mi padre estuvieron en el directorio, pero no
estuvieron en la línea funcional. Yo tenía claro que no quería arrancar y morir en la empresa familiar. Antes de llegar a Atma trabajé
en Deloitte, y estaba encantada. Entré cuando estaba estudiando la
carrera de Contador Público, y era la más chica (siempre fui la más
chica, en mi casa también soy la más chica
de cuatro hermanos). En los cinco años que
estuve, trabajé en Auditoría y vi muchísimas
empresas. Hacer las auditorias fue una escuela
espectacular, era verlas “desde arriba” y ver
toda la “foto” de las empresas. Entré a Deloitte
para ser socia, nunca fue parte de mi estrategia para después venir acá y aplicarlo en la
empresa familiar. Me acuerdo que el día de la
entrevista en Deloitte con Diego Nelson Sosa,
uno de los socios, me dijo: “¿Qué motivación
tenés de venir a trabajar acá cuando tenés
una empresa familiar?”. Y le dije: “Entro a
ser socia”. Estaba convencida de dejar alma y
vida en lo que hacía. Odio las cosas a medias:
o hacés las cosas bien o no las hacés. Por eso
el día que me fui me dio pila de dolor, y el último día de trabajo me
acuerdo que lloré. Desde el punto de vista profesional, esa etapa fue
como estar en Disneylandia.
“Nosotros hablamos de
negocios en la mesa
desde siempre; mi
padre desde chiquitos
nos dejaba entrar a las
reuniones en el hotel y nos
decía: ‘Ustedes no tienen
ni voz ni voto, solo orejas’”
Resulta extraño pensar en ti como una emprendedora,
dado que dirigís una empresa familiar con más de 60 años
de funcionamiento…
Hay distintos tipos de emprendimientos, el más conocido es el start-up
que empieza de cero, pero hay distintas variantes de emprendimientos.
Uno es el turnaround, dar vuelta una empresa que venía trabajando,
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cambiar la estrategia, hacerle una reingeniería. Nosotros somos ese
caso, y no nos consideramos una empresa familiar sino una familia
de empresas.
¿Y cómo se dio tu llegada a Atma?
En 2003, cuando me iba a ir de Deloitte, me ofrecieron trabajar en
otra empresa pero mi padre me dijo que si me iba, él quería hacerme
una contrapropuesta. Era un momento bastante particular de Atma
porque la crisis de 2002 fue muy dura, casi todo el personal estaba
en seguro de paro. Me acuerdo de caminar por la fábrica y sentir los
pasos, con las máquinas apagadas. Fue un momento complicado.
Pero en 2003 había una luz al final del túnel, se iba a incorporar el
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ENTREVISTA
equipo de la antigua Niboplast, y era como que había materia prima
para resurgir. El tema era si resurgíamos o no. Mi padre me dijo que
había que rearmar el equipo, y como no le tengo miedo a los desafíos,
acepté. Yo le dije que aceptaba que me contratara si él necesitaba a
alguien de mi perfil, pero no por ser “la hija de”.
Siempre tuve claro que iba a hacer algo por el lado de los negocios, lo
que cambió fue el camino que tomé. Cuando tenía 18 años me presenté
a una escuela de negocios en Francia, pero las clases empezaban en
setiembre. Para que no pasaran los meses sin hacer nada, me anoté
en Ciencias Económicas. La idea era hacer el primer semestre de
primer año, y después irme a Francia. Pero a mitad de camino ya
estaba con algunas dudas, e internamente dije: “No me quiero ir”.
Había algo en el estómago por lo cual no me quería ir. Yo soy muy
racional, pero cuando el estómago manda… Así que me quedé, y
seguí la carrera en la Universidad de la República.
La llegada a Atma fue muy dura para mí a nivel personal. Desde los
12 años había estado metida en el hotel (sus padres son propietarios
del Hotel Nirvana, en el departamento de Colonia). Pasé por todas
las tareas: fui moza, mucama, recepcionista, hice todo lo que había
para hacer. A los primeros que saludaba en las fiestas de fin de año,
por ejemplo, era a la gente de la cocina, porque mis padres estaban
junto a los clientes del hotel. Entonces era como estar en familia,
muchos de ellos me cambiaron los pañales, me vieron crecer y ahora
ven crecer a mis hijos.
Cuando llegué a Atma lo hice con esa escuela de saber todo de la vida
de todos, de tener un trato muy personal, y más de la mitad de los
empelados de la fábrica estaban en el seguro. Había mucha gente
que quería hablar directamente conmigo porque era Chaquiriand, y
venían con el recibo de luz y me decían: “Por favor, me van a cortar
la luz, tengo cuatro hijos, no tengo para comer”. Fue duro, ahí sentí
por primera vez la cercanía con los problemas de verdad.
Una noticia inesperada
La realidad que debió afrontar Isabelle en el año 2003 cuando llegó
a la fábrica fue la antesala a otra dura realidad que debió encarar
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cuatro años más tarde, pero esta vez de carácter personal. Cursando
su segundo embarazo, detectaron que el bebé que estaba gestando,
Agustín, padecía una cardiopatía congénita conocida como ventrículo
izquierdo hipoplásico.
“Para mí una cardiopatía congénita era chino mandarín. Nosotros
fuimos a hacernos la ecografía estructural, y el ecografista nos dijo:
‘No veo las cuatro cavidades del corazón, hay algo que no está bien’.
Pasaron tres semanas de agonía hasta que hicimos una ecocardiografía –a esa altura ya iba por el quinto mes de embarazo– y es cuando
nos dan el diagnóstico. En una de las charlas con mi padre, le dije
que la forma en la que ellos nos educaron toda la vida –con esa concepción de pelearla siempre, de hacerse uno mismo sin esperar que
te regalen nada– me daba la sensación que había sido el camino de
preparación para enfrentar esto, para estar embarazada y enterarme
que mi hijo tenía medio corazón. Mi padre se asustó mucho cuando
le dije eso, y me dijo: ‘Si lo de Agustín tiene una mala salida, tu vida
no se acaba acá’. Me acuerdo de la mirada de Roberto Canessa [el
cardiólogo infantil a cargo de su caso] hasta el día de hoy, cuando
nos dijo: ‘Creo que tienen que ir a Boston’. Ahí es donde están los
mejores técnicos del mundo, y en donde realizan las técnicas más
avanzadas para tratar esta patología. Con mi marido preparamos todo
y nos fuimos, y el día que llegamos –el 5 de marzo de 2008– empecé
con contracciones y a las pocas horas nació Agustín. Fue prematuro.
En ese momento empezaron las operaciones; en total fueron cuatro.
Fue de las experiencias más duras de mi vida, pero siempre dijimos
con mi marido que si le tenía que tocar a alguien, menos mal que
nos tocó a nosotros, porque tuvimos la claridad mental para poder
hacer frente a la situación.”
Te sumaste al proyecto Corazoncitos, de la Fundación
Viven, que trabaja en actividades de promoción y apoyo en
los casos de niños con cardiopatías congénitas. ¿Por qué?
Cuando volvimos de Boston con Agustín, me llamó nuestro pediatra por teléfono y me dijo: “Mirá, yo sé que acabás de llegar, pero
tengo a la madre de un paciente con la misma patología, y me dijo si
“Mis padres jamás
nos consintieron en
nada, nos hicieron muy
nietos de inmigrantes.
La tenés que sufrir, la
tenés que sacar por ti”
ENTREVISTA
A 65 años del inicio
Atma SA fue fundada en
1948 por la familia argentina
Masjuán, que desarrolló una
cadena de fábricas de productos
plásticos en Argentina, Brasil,
Venezuela, Perú y Uruguay.
El abuelo de Isabelle, Víctor
Chaquiriand, tomó contacto con
la firma en 1965 cuando la sede
de Atma en Uruguay fue vendida
al grupo Bakirgian. “Mi abuelo
con 14 años se fue de Armenia
a Francia y llegó con una mano
adelante y otra atrás. Empezó a
trabajar para el grupo Bakirgian,
y ellos fueron quienes lo mandaron como su representante
a América Latina a trabajar,
y él se terminó quedando en
Uruguay”. Después de Víctor
Chaquiriand, quien asumió la
tarea de dirección de Atma fue
Armando Chaquiriand, padre de
Isabelle. Atma tiene dos líneas
de productos: la línea hogar y
la línea industrial (con la que se
genera el 80% de la facturación
de la compañía). “A nosotros
nos gusta decir que somos una
industria proveedora de la
industria uruguaya”, sostiene
Isabelle.
podías hablar con ella”. De ahí en adelante me empezó a sonar
el teléfono a cada rato, con casos de otros papás. Entonces le
consulté a Canessa cómo era esto de verdad en el país. Una
investigación que ellos estaban haciendo dio por resultado que
en Uruguay nacen al año 450 niños con cardiopatías congénitas.
Lo que me había pasado a mí era un caso muy atípico, porque
la detección durante el embarazo es muy poco común. El 90%
de las cardiopatías se pueden detectar en el embarazo, pero acá
se detecta menos del 10%.
Ahí hablamos con la Sociedad de Ecografistas para ver si no se
los podía ayudar en la capacitación, y ellos estaban deseosos
de recibir capacitación. El otro momento crítico para detectar
este tipo de patologías es al momento de nacer. Por eso en
Corazoncitos empezamos a trabajar en dos líneas: capacitación
para los ecografistas y detección neonatal, para lo cual se donaron oxímetros al hospital Pereira Rossell y a una decena más de
hospitales públicos en el interior del país. Con este instrumento
es posible medir el nivel de oxígeno en sangre en los bebés, y
permite detectar antes que el niño se vaya para su casa si está
todo bien o si se le deben hacer más análisis.
¿Hablar con otros padres no te remueve la experiencia
que pasaste con tu hijo?
Los primeros años estaba con una caparazón que no me entraban
ni las balas. Y hablaba con los padres, y después con el tiempo
como que la piel te va volviendo a la sensibilidad normal, y a
veces te vienen como fantasmitas.
Sin embargo fuiste mamá nuevamente… ¿no apareció el
miedo de que pudiera ocurrir lo mismo ante la llegada
de un nuevo hijo?
Tuvimos miedo, pero también creíamos mucho en nuestro
proyecto de familia. Todo depende de cómo encares la vida.
Nosotros con esto aprendimos que la vida es así, la foto de
familia Ingalls perfecta no es la vida. La vida es que te pasen
estas cosas, momentos feos y lindos, y los lindos valorarlos. Y
esos momentos duros son los que nos hacen ver la vida ahora
y disfrutarla de una forma diferente.
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Busy woman
Se define a sí misma como “muy metódica y muy ordenadita”, y dice
tener todos los “procesos aceitados” y “trabajar en equipo” con su marido
para llevar el día a día. Y no es para menos. Además de ser la Directora
Ejecutiva de Atma, madre de tres niños y escribir para El Observador,
es docente en el IEMM (Universidad de Montevideo), en donde años
atrás realizó su MBA.
¿Por qué elegiste ser docente?
La verdad, porque me gusta. Es de esas cosas que me dice el estómago.
Me encanta estudiar y lo que más me gusta es el desafío de las cosas muy
complejas, lograr hacerlas simples y explicárselas a otras personas. Ojalá
pueda influir alguna vez en alguien como a mí me pasó con profesores
que tuve, que fueron espectaculares.
¿Cómo definirías tu estilo de conducción? ¿Sos de delegar, te
gusta tener todo bajo control?
El estilo de Atma en estos últimos años es el trabajo en equipo, que
sacamos todo adelante. Al final del día la que toma las decisiones lindas o
feas soy yo, pero acá hay gente que hace 40 años que está trabajando en
la empresa, hay otros que llevan menos tiempo, entonces es un trabajo
en equipo. Soy muy perfeccionista y delego mucho, me parece que es
un estimulo bárbaro, pero soy de elegir bien en quién delego. A mí me
gusta que confíen en mí y ser dueña de un problema para solucionarlo.
Todas las semanas voy a la planta [ubicada en La Paz, Canelones]. Soy
muy fierrera; ahora están llegando las máquinas nuevas y me gusta ir
porque además es ahí donde entiendo que se juega el partido. No soy
oficinista. El ingeniero de la fábrica me dice: “Contigo nunca puedo estar
en régimen”. Y es que siempre tengo alguna idea nueva.
Si tenés que contratar a un nuevo empleado ¿qué no le puede
faltar?
Que sea incómodamente inquieto. Que sea ambicioso, en el buen sentido
de la palabra. Me parece que la formación se adquiere, nosotros hemos
ayudado a muchos de nuestros empleados para que se perfeccionen en
sus estudios, pero las ganas… eso se trae de la casa. Si una persona no
tiene ganas, es difícil que una empresa se lo pueda inculcar. Para mí esa
es la materia prima ideal.
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