La madrugada del 21 de abril de 1914, el presidente norteamericano Woodrow Wilson dio la orden de comenzar la acción en Veracruz. Su secretario de Marina, Mr. Josephus Daniels, telegrafió las órdenes al Almirante Henry P. Fletcher: “Apodérese de la Aduana. No permita que los pertrechos de guerra sean entregados al gobierno de Huerta o a cualquier otra facción.” La noticia de la invasión corrió como reguero de pólvora por toda la ciudad de Veracruz: sin una declaración formal de guerra, buques militares con la bandera de las barras y las estrellas, fondeados semanas atrás en el puerto, comenzaron los preparativos para el desembarco, mientras se les unían la flota del Atlántico y algunos más provenientes de otros puntos del Golfo. El acoso al puerto de Veracruz fue abierto, la demostración de poder, arrolladora. Pero ¿qué fue lo que provocó este suceso? Los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, ocurridos en la Ciudad de México en febrero de 1913, y la irregular toma de la presidencia de la República por parte del general Victoriano Huerta, fueron eventos muy cercanos, cronológicamente, al ascenso al poder del nuevo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, quien ocupó el cargo apenas diez días después, el 4 de marzo de 1913. A partir de ese momento comenzó a escribirse un nuevo capítulo en la historia de la relación entre México y Estados Unidos, que culminó con la invasión a Veracruz en 1914. Súbitamente, por el curso que comenzó a tomar su política, México quedó ubicado en el centro de la atención internacional, especialmente de Estados Unidos: ¿cómo evitarlo siendo vecinos? Desde que asumió el poder, el presidente Wilson evitó hacer pública la posición de su gobierno respecto a la Revolución mexicana y simuló una política de “espera vigilante”, que consistía básicamente en prohibir la venta de armas a cualquiera de los grupos revolucionarios para no interferir en el desarrollo de los hechos. Pero en la realidad, su actitud no fue expectante ni neutral, sino todo lo contrario. Estados Unidos definió su política exterior asegurando que apoyaría a los gobiernos legalmente constituidos y retiraría su apoyo a los que hubieran asumido el poder por medio de algún movimiento armado. Recordemos: Victoriano Huerta había tomado el poder por medio de las armas, lo que hacía suponer, como origen del conflicto, que Wilson no reconocía al gobierno de Huerta; sin embargo, manifestaba que no pretendía intervenir en los asuntos de México, sino sólo apoyar a los mexicanos en el establecimiento de prácticas democráticas, para lo cual sugería tres asuntos esenciales: el cese al fuego por un armisticio inmediato; el compromiso de organizar elecciones libres y prontas en las que Huerta no se presentara como candidato, y el acuerdo de que éste aceptaría el resultado de las elecciones y colaboraría con el nuevo gobierno. Estas “sugerencias”, que venían acompañadas de un ofrecimiento de apoyo económico, fueron tajantemente rechazadas por el canciller mexicano Federico Gamboa, pues se interpretaron como un soborno y una abierta intromisión en los asuntos internos de México. El presidente Wilson promovió que también Europa presionara al gobierno de Huerta, exhortando a ciertos países, especialmente a Gran Bretaña y a Francia, a que no le concedieran más préstamos de dinero a México. La tensa situación que se vivía en el viejo continente y que lo encaminaba a una gran guerra, fue una circunstancia determinante en la toma de posición de aquellos gobiernos respecto a nuestro país, pues para ellos era primordial contar con el apoyo de Estados Unidos para resolver sus problemas, México pasaba a segundo plano. Asimismo la situación interna se agravaba porque también los grupos revolucionarios, de acuerdo con el Plan de Guadalupe, desconocían a Huerta; por las manifestaciones de oposición de la XXVI Legislatura del Congreso de la Unión al grupo en el poder, las cuales culminaron, vergonzosamente, con la clausura del Congreso en octubre de 1913 y el encarcelamiento de unos 90 diputados y, para rematar, por los efectos de la “espera vigilante”, los que dificultaban a Huerta la adquisición de armas, mientras que los constitucionalistas, quienes operaban el norte del país, podían conseguirlas en la frontera por medio del contrabando. La posición de Wilson se tornó más severa. En noviembre anunció un bloqueo económico al gobierno de Huerta con la intención de orillarlo a presentar su renuncia, pero Huerta se resistía a dejar el poder. Poco tiempo después cesó la prohibición de vender armas y los constitucionalistas se abastecieron para avanzar hacia el centro; los representantes extranjeros en México, atemorizados por la fuerza que tomó la Revolución, pidieron al gobierno estadunidense que fungiera como mediador entre los grupos en pugna. El ambiente en los primeros meses de 1914 estaba determinado por dos factores: Estados Unidos se convertía en interlocutor entre las facciones, y Huerta, si bien presidente ilegítimo, ganaba cierta aceptación por oponerse a la intromisión del gobierno vecino. Tras de la “espera”, el presidente Wilson encontró el momento oportuno para intervenir en México. El 9 de abril de 1914 una lancha del buque estadunidense Dolphin fue capturada en Tampico por tropas federales. Cuando los tripulantes se identificaron y declararon que iban a cargar gasolina fueron puestos en libertad, pese a ello la cancillería de Estados Unidos exigía un desagravio por parte de las autoridades mexicanas, consistente en la aplicación de un castigo severo y el izamiento de su bandera en algún lugar público, acompañado de un saludo con el disparo de 21 cañonazos. Un vulgar pretexto para provocar un conflicto mayúsculo. El gobierno mexicano se resistía a doblegarse ante los prepotentes reclamos; en plan conciliador comunicó que aceptaría cumplir con dicho ceremonial, siempre y cuando los norteamericanos correspondieran con un acto de respeto hacia la bandera mexicana, punto que, por supuesto, fue rechazado. En esas circunstancias, Wilson dio por hecho que no quedaba más que arreglar el asunto por vía de las armas. La población de Veracruz se inquietaba al observar las labores de exploración que las fuerzas norteamericanas realizaban en el muelle, mientras las tropas federales, comandadas por el general Gustavo Mass, iniciaban la retirada, y los representantes de gobiernos extranjeros en el puerto prevenían a sus connacionales de que algo iba a suceder. Para colmo, la noticia de que el barco alemán Ipiranga estaba por llegar, cargado de armas y municiones para el gobierno de Huerta, fue la gota que derramó el vaso. De los buques Utah, Prairie, Texas, Montana, Dakota, Indianápolis, New York, Rochester, Florida, entre otros, descendieron los soldados norteamericanos. La ciudad estaba desolada, apenas unos cien hombres de los batallones 18 y 19 encarnaban la defensa de la soberanía nacional. Sin embargo, al conocer lo que estaba sucediendo, la gente se movilizó y pronto se alistaron voluntarios, alumnos de la Escuela Naval y hasta algunos presidiarios para defender al puerto. Las calles de Veracruz se convirtieron en un campo de batalla. Los espontáneos soldados repelían la fuerza de las tropas norteamericanas que se movilizaban por cientos. La superioridad era notoria. Los infantes estadunidenses pronto tomaron los edificios de correos y de telégrafos, la aduana y la estación de ferrocarril, así como algunas calles principales. La lucha fue desigual, en cierto grado sorpresiva, y en un contexto nacional dividido por la lucha que libraban los constitucionalistas contra el gobierno de Victoriano Huerta. No por ello debemos dejar en el olvido el carácter con que enfrentaron al enemigo los soldados, los civiles y los jóvenes alumnos de la Escuela Naval Militar, quienes, apenas recibieron las órdenes del capitán de fragata Rafael Carreón, y del comodoro Manuel Azueta, se pusieron a la defensiva. La primera baja entre los alumnos fue Virgilio Uribe, quien cayó muerto por una bala que le dio justo en la frente mientras cargaba su arma. Más tarde, el teniente José Azueta, que descansaba ese día, corrió a su cuartel, tomó una ametralladora y se instaló en la esquina formada por las calles Esteban Morales y Landero y Coss, desde donde descargó el arma contra los invasores durante toda la tarde de ese día 21 de abril, causando bajas en el frente enemigo; apenas se movió de su posición fue alcanzado por disparos en brazos y piernas; trató de mantenerse firme en el frente pero, ya herido, fue arrastrado para que pudiera recibir atención, en su agonía alcanzó a decir "de los invasores no quiero ni la vida". Apenas sobrevivió unos días. Todo el día 21 de abril fue de combate sin tregua, el 22 hubo choques aislados. Hambrientos, sedientos y acosados, los mexicanos perdían fuerza y eran cercados por el enemigo. El día 23 los norteamericanos tomaron completamente la ciudad de Veracruz. En las semanas siguientes se posesionaron de edificios públicos, cuarteles, escuelas, de todo. Su presencia dominó la vida en el puerto durante siete meses. La lista de heridos y muertos fue larga Mientras tanto, en busca de una solución al conflicto, los gobiernos de México y Estados Unidos aceptaron la mediación diplomática de Argentina, Brasil y Chile, conocida como ABC. Los delegados, reunidos en Niagara Falls, firmaron el protocolo final el 1 de julio de 1914, el cual satisfacía los deseos de Wilson de que Huerta dejara el poder. Estados Unidos no solicitó indemnización, con lo que demostraba que, efectivamente, nunca hubo una razón que justificara la invasión. Carranza se negó a participar. Rechazó las condiciones que le ponían los diplomáticos de que implementara un cese al fuego; mucho menos aceptaría que se pusieran a discusión los asuntos internos de México. La desocupación de la ciudad se llevó a cabo el 22 de noviembre de 1914. Los norteamericanos se enfilaron a mar abierto a bordo de nueve embarcaciones. En ese momento se rindieron honores a la bandera mexicana y se entonó el Himno Nacional. Al día siguiente, a las 11 de la mañana, se llevó a cabo una gran manifestación en la que participaron cientos de niños y se desarrolló un acto patriótico encabezado por el general Cándido Aguilar, gobernador del estado. Sumada a la rendición de las fuerzas españolas guarnecidas en la fortaleza de San Juan de Ulúa el 18 de noviembre de 1825, al bombardeo de las fuerzas francesas durante la Guerra de los Pasteles el 27 de noviembre de 1838 y al bombardeo estadunidense en la guerra de 1847, la defensa del puerto de Veracruz y de la soberanía nacional durante la invasión de las tropas norteamericanas en abril de 1914, otorgó el título de “Cuatro veces heroica” a la ciudad de Veracruz.