EL SALITRE. ANTOFAGASTA, LA CRISIS Y LA MATANZA DE SAN

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EL SALITRE. ANTOFAGASTA, LA CRISIS Y LA MATANZA DE SAN GREGORIO
Recopilación de Garcés, Muñoz, Páez y Gianotti
INTRODUCCIÓN
No podemos dejar de pensar en todos esos momentos que vivieron en el medio del sol, el salitre y la
pampa. Por eso, al momento de escribir estas líneas, más que de seguro que todos los pensamientos
estarán dirigidos a nuestra época del oro blanco, cuando el desierto tenia mas vida que cien ciudades
y que cada uno de nosotros, es decir los pampinos, formaban parte de un inmenso anfiteatro real,
donde centenares de palabras se unían para quedar reducidas a solo unas pocas: sudor, esfuerzo y por
sobre todo salitre. Si porque salitre era nuestro grito de guerra, nuestra sal de blanca majestuosidad.
Nuestro verdadero desierto de cien dolores y mil amores. Que de vez en cuando se teñía de rojo de la
sangre de los titanes de las salitreras. Verdaderos héroes anónimos, quienes se rompían el alma por
extraer el salitre de la tierra nortina. Nuestra tierra amada de sol, sombras y sacrificios.
Nos preguntamos veces cuantos de nosotros estarán en estos momentos oyendo en lo más escondido
de sus almas, aquellas palabras de los antiguos camaradas, las risas simples y sencillas de nuestros
antepasados. ¡Qué verdad más humana y real se guardan en los ojos de aquellos hombres que lo
dieron todo!
Ojalá cobren vida estos recuerdos, es decir, que vean humear esas chimeneas, que escuchen trabajar
el macho, que sientan quemar otra vez el sol y que miren a la distancia los cartuchos, para que por
fin, tengamos que aprender que el valor de nuestra tierra no tiene precio.
Tampoco se debe olvidar a la mujer del salitrero. Noble y abnegada, quien dejaba todo y seguía a su
esposo de oficina en oficina como un santo peregrinar en búsqueda de Tierra Santa. Curando con
amor y cariño el cuerpo lacerado de su hombre, el cual día a día era fuertemente herido por la faena
salitrera.
El camino del tiempo no se puede detener. El tiempo y lo que alguna vez fue vida, hoy es muerte, es
como la gran ley de la existencia del hombre. Hoy, nuestro amado desierto y cada vez más a mal traer
se cubre de oficinas derrumbadas, abandonadas, derruidas, menos preciadas por las grandes empresas
que lo único que buscan es el bienestar y no se preocupan por nuestra historia, pero si cada calamina
muro pudiera cobrar vida, ¡Que relatos más increíbles de sus labios podríamos escuchar y sus
sollozos llantos del olvido, del maltrato y de las injusticias que ocultan!
Hoy el desierto se levantara en nuestras mentes aunque veamos su inercia. Porque en cada uno de
nosotros, en el mundo trascendente del alma, en el viento supremo del ser, aún viven esos momentos.
Aún tienen vida todos nuestros esfuerzos, sudor, lágrimas, alegrías y esos detalles son imborrables y
nadie por el resto de nuestros días podrá borrarlo, aunque pasen por nuestros más preciados
recuerdos. Nacimos hijos de pampinos con orgullo y moriremos como tales.
EL SALITRE
Desde tiempos inmemorables los indios conocían las propiedades del caliche, el cuál pulverizaban
para usarlo después como abona en los cultivos de papas y maíz. Es un hecho notable, que los
aborígenes del periodo incásico hayan sido unos de los pocos pueblos de la tierra que conocían el uso
de los abonos, pues usaban los abundantes guanos de las costas del norte.
Los indios sabían fabricar pólvora del salitre, la que ocupaban en la explotaciones de la plata en
Huantajaya, Parquina, Casicsa, Vinquitipa y otros asientos mineros de Tarapacá. En 1571 se prohibió
la fabricación de la pólvora de acuerdo a la siguiente orden de Felipe II: “No se puede fabricar
pólvora en ninguna parte de las Indias sin licencia del gobernador o corregidor, e intervención de los
regidores de la ciudad donde se fabricare”
Pese a las reales órdenes, y por muchos años, existió una fuerte industria clandestina que se
desarrolla con toda clase de precauciones a la sombra de los espesos bosques de la pampa del
Tamarugal y que pone de relieve don José Antonio de Ulloa, industrial minero, en sus “Noticias
secretas” dirigidas al virrey de Perú, diciendo que había un tremendo contrabando de pólvora en los
lados de los mineros y fabricantes de pólvora”.
Los industriales del salitre, casi todos laboriosos indios, trabajan según antiquísimos sistemas, el
beneficio lo hacían colocando las piedras molidas en recipientes de cuero en la parte baja que tenía
un taladro. Ponían agua y después de 24 horas - quitada unas covijas o tapas – recibían en botijas el
líquido que destilaban. Luego le daban cocción en pailas y se formaban canutillos de salitre que
refinaban nuevamente. Este nitrato y el que producía una minera inmediata al pueblo de Aconbamba
lo compraba el contratista de pólvora de una mina de azoque de Huancavélca. Esta era en toda la
industria del salitre en el siglo XVII.
La partida del nacimiento del salitre para el hombre blanco sale publicada en 1809 en el periódico
“Minerva Peruana”editado en Lima: “En las costas del partido de Tarapacá, de la intendencia de
Arequipa, se han descubierto como treinta leguas de nitro cúbico, nitrato de sodio, que se creía
pólvora, en tanta cantidad que puede proveer no sólo a las Américas, sino también a Europa”. Mateo
Haenke, notable científico Alemán avecindado, destacaban la importancia de los abono.
Pero la explotación en gran escala comenzó en 1813, fecha en que se despacha un embarque a
Francia. Entre 1850 y 1854, la explotación lega a tres millones quinientos mil quintales Españoles de
cuarenta y seis kilos.
En las colonias americanas de España, el salitre se ocupaba exclusivamente como materia prima de la
pólvora; El virrey Pezuela ordenó en 1809 una fabrica para el consumo de Lima y Buenos Aires, La
cual comenzó a elaborar quince mil quintales de explosivos, proveyendo esta manera a las
necesidades de toda América. Entre1810 y 1812 se instalan en pampa del Tamarugal siete oficinas en
los cantones de Negreiros, Zapiga y Pampa Negra, conocida como “Paradas” y que trabajan de
acuerdo al sistema de Haenke; Hasta1813 estas oficinas habían elaborado sesenta mil quintales de
salitre por año. Al proclamarse la junta de Gobierno de 1810, el virrey del Perú tomo la medida
precautoria de cortar el abastecimiento de salitre en el puerto de Iquique y las exportaciones llegan a
un valor de 100.000.- libras esterlinas. Más o menos en esa época, Tomas I. Smith, inglés avecindado
en Chile, descubre las borateras de poco de aguas de mar.
Los capitalistas chilenos no podían mantenerse ajenos a este despertar del salitre, y es así como en
1851 vemos que don Pedro León Gallo y sus hermanos proveían a los súbditos ingleses Mc-Lean u
Williamson con un millón de pesos para formar la Compañía Salitrera Alianza, la más antigua de
Tarapacá. Mientras la producción de salitre se mantuvo entre trescientos y quinientos mil quintales al
año, las quebradas de Tarapacá, Aroma, Camiña y Camarones pudieron suministrar leña y forrajes,
pero a partir de 1852, la industria necesito ocupar carbón para lo cual Don Matías Cousiño ya había
echado a andar sus minas de Lota. La invasión de capitales no se detuvo: las casas inglesas de
Valparaíso se interesaron en proporcionar créditos, a las industrias tarapaqueñas, para esto se formo
la Compañía Chilena de Consignación, que inyecto grandes cantidades de dinero en territorio
peruano, lo que había de construir una de las causas de la guerra del pacífico.
En 1855 todavía se utilizaba el método de las paradas para industrializar el salitre, consistía en
fondos que contenían de dos a seis toneladas de caliche y a los cuales se les aplicaba fuego directo de
leña o carbón.
Pedro Gamboni, industrial chileno introdujo el método de producción de cocción por medio de vapor,
por lo que se aprovecharon los minerales de menor ley. Los cartuchos, capaces de cargas hasta
cincuenta toneladas de salitre, vivieron a reemplazar paulatinamente a los antiguos fondos.
En ese mismo tiempo se empieza a moler "acendrar" el caliche con chancadoras, los peones
"acendrados" usaban unos impresionantes combos de mango largo que aumentaba la potencia del
golpe.
A cargo de los fondos estaban el "fondeador" que mantenía el liquido en ebullición con barretas o
fierros, los fondeadotes debían también seccionarse de que si el caldo estaba “gordo o flaco”, en el
primer casa éste se vaciaba a los “chilladores” para su clasificación, donde se trasladaba a las bateas
cristalizadoras con grandes cucharones de fierro. Con este sistema trabajaban las oficinas Nueva
Noria, Hanza, Salar y Chilena, al sur de la Noria y Victoria y Carolina hacia el norte. El interés
chileno por las posibles existencia de salitre en el desierto de Atacama se refleja en una carta de
Benjamín Vicuña Mackena fechada en Londres el 25 de Junio de 1854, se dirigía a un amigo de
Santiago "En Inglaterra se cree que en el desierto de Atacama pertenece a Bolivia. Confieso que yo
tengo otra luz sobre la verdadera propiedad de estos arenales que la que arrojan las anteriores
vaguedades y una que otra vaguedad más seria que he solidó oír en Chile y es que el desierto no
pertenece a nadie porque no ha sido ocupada por nadie ni se conoce por nadie.
Lo único que yo puedo añadir es que la tonelada de nitrato vale hoy día cien pesos de Liverpool".A
esas alturas en Chile ya se cría posible hallar salitre y cobre en el desierto de Atacama y para esto se
prepararon varias expediciones.
Entre los primeros exploradores del desierto está don Diego de Almeida, minero Copiapino a podado
"El loco" por su obsesión sobre las riquezas del "Despoblado", el que atravesó absolutamente solo
desde Copiapó hasta San Pedro de Atacama. Resiguen los pasos los Atacameños José Antonio
Moreno y José Santos Ossa, cateador y minero, el típico aventurero de la época, sus altibajos de
fortuna lo llevaron al puerto boliviano de Cobija, desde donde encabezó hasta el Loa y San Pedro de
Atacama, y por la costa visito todas las caletas desde Flamenco hasta Chipana. Estaba destinado a ser
el fundador de Antofagasta, en la solitaria bahía de la Chimba donde mando a pintar el ancla colosal
distintivo de la cuidad nortina.
En 1856 se produce en Tarapacá un importante descubrimiento: El industrial salitrero Pedro
Gambino detecta la presencia de yodo en grandes cantidades en las aguas "aguas madres" o "aguas
viejas" del salitre, lo que le valió una patente del gobierno peruano por quince años, durante los
cuales llegó a colocarse en condiciones de producir y expender en los mercados extranjeros la
cantidad de 50 mil libras término medio, con una utilidad libre de 400 mil soles, o sea un cien por
ciento del costo de producción".
Volvamos al desierto de Atacama, donde las expediciones de los buscadores de minas se sucedían
una tras otra. Hacía 1866 don José Santos Ossa prepara un nuevo viaje al desierto tras el derrotero de
una veta por su hijo mayor, Alfredo, el indio Hermenegildo Coca, el arriero Juan Zuleta trabajador
salitrero y el chango que arreaba los burros aguadores.
La caravana partió desde Cobija llegando hasta la bahía de la Chimba, internándose por el desierto
por la quebrada de San Mateo. Una noche los expedicionarios acampados en una ancha llanura
cubierta de costas blanquizcas como a tres leguas de la costa, encendían su último cigarrillo antes de
echarse a descansar, cuando Juan Zuleta, recordando una vieja costumbre de los trabajadores
calicheras, aplicó un pedazo de costa a la braza de su cigarrillo, la que crepitó lanzando una
llamarada insólita, el grito de los hombres levanto ecos en el dormido llano, salitre.
Era el 20 de Agosto de 1866. En ese mismo lugar se instalo la primera oficina salitrera chilena. El
Salar Del Carmen, que, junto con aguas blancas, había de dar nacimiento a compañía salitrera de
Antofagasta. Comienza la era del salitre Chileno con su cortejo de riquezas y gloria, hambre, miseria
y sangre, la leyenda y la historia se entremezclan al hablar de la época fabulosa del oro blanco.
La costa del salitre era puerto obligado de todas las raleas, orgullosos valeros de cuatro palos se
golpeaban a la entrada del estrecho de Magallanes, pugnando por ser los primeros en arribar a los
puertos salitreros, en los bares de El Havre, Amberes y Liverpool se entonaban canciones marinas
que enlazaban la gracia morena de las mujeres de esa tierra. Hasta nuestros días, la palabra "salitre"
aparece rodeado de un aura fabulosa, esa atmósfera sin igual de fin de siglo, con sus salones
encortinados de terciopelo, alumbrados con inmensa de cristales de Baccarat, donde hermosas
señoras y engalanados caballeros danzan majestuosamente al compás del vals de Strauss. En
Londres, aún mantiene a todo costo la famosa "Chilean Nitrate Sales Corporation" de Nueva York,
cuyo conjunto significa a la industria un gasto anual de US $1.332.250.- es como si quisiéramos
perder la cara, como si pudiéramos dejar atrás la época suntuosa de los nuevos ricos a la que impuso
su sello el "Rey del salitre".
Continuando con la compañía de Salitre de Antofagasta, que enfrentaba sus primeras dificultades con
el gobierno boliviano el que se consideraba dueño dueño del antiguo “despoblado”, el desierto de
Atacama. De esta situaciones surgieron algunas negociaciones entre los gobiernos de Chile y Bolivia
para permitir a los industriales chilenos efectuar trabajos en la región, de las cuales resultaron
soluciones satisfactorias por el momento. Mientras tanto, el gobierno peruano promulgaba la Ley del
Estado del Salitre, determinando que ese país es dueño de la industria y el estado el único comprador.
Por su parte en territorio chileno, Manuel, hijo de José Santos Ossa, iniciaba exploraciones en la
región de Taltal, donde poco después ya funcionaban treinta oficinas salitreras, pues fueron
explotadas durante largos años y son: Santa Luisa, Esperanza, Flor de Chile, Tricolor, Lautaro, La ex
Alemania que luego se llamo Unidad Popular, sostenida por el esfuerzo de sus obreros.
La inmensa fortuna que representó la industria salitrera, las maniobras del capital especulativo, que
tan pronto levanta como destruía oficinas, toda una fiesta de los millones que los chilenos vimos
pasar, desarrollada sobre la miseria de miles de trabajadores, inducen a recordar a hombres mal
alojadas y peor alimentados, sujetos a toda clases de riesgos y enfermedades, productos de una
riqueza extraña que ni siquiera lograban entender; El costo social del salitre en pérdidas de vida de
trabajadores o destrucción de familias no ha sido jamás evaluado: Es la muerte oscura que viste la
casa de los pobres; ante el violento impacto de las salvajes represiones y masacres quedó en la
penumbra esta parte de la cuota del sacrificio entregada por los obreros.
El auge o decadencia de la industria del salitre son de sobra conocidas; La posesión de su valioso
subproducto, el yodo, levantó tempestades que sacudieron hasta los cimientos de la Republica;
Guerra y revoluciones forman parte de la historia del salitre. Pero tal vez uno de los aspectos más
lamentables del decaimiento de la industria por su contenido humano está en el desmontaje de las
oficinas salitreras: Loa fierros, las viejas máquinas fueron vendidas como chatarra al mejor postor;
Sólo quedan en pie las humildes casuchas de calaminas que un día habitaron familias obreras barridas
por el viento trágico de la pampa.
Cuando el gobierno nacionalizo las salitreras, en 1971, recató para el país algo intangible que no se
puede medir en dinero, podríamos decir que es una parte del alma chilena.
Don Miguel Abarca, hombre muy vinculado a la industria del salitre, expresó en una oportunidad:
"Este acontecimiento de extraordinaria magnitud que vive Chile no es un proceso que haya surgido
en virtud de factores al azar, sino que es un producto histórico.
El origen de todo es histórico, social y político y está en el salitre. Porque fue el primer centro
industrializado que hubo en este país en manos de extranjeros, y de ahí
partió una actitud
nacionalista, partió el proceso de vanguardia de este país.
De modo de incorporar el salitre al patrimonio nacional no es un producto de la habilidad de unos
cuantos negociadores, es producto de un proceso sociólogo y político; No ha sido dádiva de nadie,
sino que ha sido una cruenta conquista, una tare de gran esfuerzo".
LA CRISIS DE LOS AÑOS 1930, 1931 Y 1932
Después de 1930 se hizo imposible el mantenimiento de los derechos de explotación del salitre. La
crisis económica de los años 30, 31 y 32 produjo una enorme baja en los precios de los abonos
azoados a la industria chilena, para afrontar la competencia y evitar su ruina, tuvo que reorganizarse
sobre las nuevas bases, no sólo bajo es aspecto tributario, sino también en el orden industrial y
comercial. Después del fracaso de la Compañía del Salitre de Chile (Cosach), se llego a la
organización establecida sobre la base de la formación de la corporación de ventas de salitre y yodo
de Chile, creada por la Ley 5.350 del 08 de Enero de 1934.
El fisco, en vez de los antiguos derechos de explotación tiene el 25% de las utilidades de esa entidad,
que es administrada por un directorio supremo compuesto por cinco representantes fiscales a igual
número de directores industriales y un presidente nombrado con el voto de ocho directores.
Hasta hoy día a ocupado casi invariablemente este último cargo el Ministro de Hacienda.
Innovación en la Elaboración
En el orden industrial se han introducido también importantes reformas. La más fundamenta ha sido
la implementación del procedimiento de elaboración Guggenheim en las grandes plantas
mecanizadas de Maria Elena y Pedro de Valdivia, verdaderos monumentos de progreso y
perfeccionamiento técnicos en la elaboración y explotación de salitre, que han permitido abaratar los
costos y explotar los terrenos salitreros de ley inferior.
Éxito del Salitre Chileno en la Competencia
Mediante su reorganización y perfeccionamiento técnico, la industria salitre ha podido afrontar con
éxito la competencia de sus rivales sintéticos. A pesar que se siguieron construyendo nuevas fábricas
de estos productos en el extranjero, las necesidades crecientes de azoe y la magnifica calidad del
salitre como abono, constituyen una garantía de que sería muy difícil de los mercados de consumo,
pero para esto es indispensable que no se recarguen los costos de producción con gravámenes o
gastos excesivos y que la industria continué su perfeccionamiento técnico en cuanto a los métodos de
producción, distribución y propaganda de nuestro abono.
Publicidad Patronal
La parte patronal de las empresas salitreras, sabían que sus trabajadores no estaban a gusto con su
sistema laboral y de pago que eran expuestos continuamente, se realizaban continuamente
movimientos huelguísticos, en ocasiones se producían muertes y cancelaciones de los líderes de estas
movilizaciones.
Para aplacar estas intentonas de liberación de los trabajadores, las empresas salitreras publican con
gran sensacionalismo su publicidad barata en aquellos medios escritos que le eran afines, como este:
“Mejoramiento de las condiciones de empleo”.
“A pesar de las difíciles situaciones por las cuales ha atravesado la industria en los últimos años, se
han mejorado considerablemente las condiciones de vida y de bienestar de sus empleados y obreros.
Son grandes las sumas gastadas en habitaciones, teatros, casinos, plazas de juego, estímulo de
deportes y otras actividades relacionadas con el personal.
Mantiene la industria un departamento tan bien organizado de adquisiciones para proveer a las
pulperías que en las oficinas salitreras que se venden casi a precio muy inferiores a los de los
puertos del norte y equivalentes a veces inferiores a los que fija el comercio en el centro del país.
Los obreros del salitre gozan del salario mínimo y familias en virtud de los dispuesto en el Atr. 48 de
la Ley 5.350 y del reglamento recientemente aprobado por Decreto N° 381 de este año, pero
conviene hacer notar que, antes de este reglamento, ya las principales empresas salitreras tenían
establecido el salario mínimo familiar en condiciones superiores a las que exigía la ley.
Los empleados de las industrias salitreras hacen sus imposiciones como tales en la Caja de previsión
para empleados del salitre, organismo auxiliar de la Caja de Empleados Particulares, que- merced
al tino con que ha sido administrada- ha podido dar a sus imponentes las más amplias facilidades
que es posible exigir de un organismo de esta naturaleza, especialmente en lo relacionado con la
adquisición de propiedades”.
En 1921 la crisis paralizó las fuentes de trabajo de miles de obreros del salitre y generó la cesantía.
Las oficinas fueron apagando sus fuegos y cientos de obreros despedidos de sus trabajos. Sin dinero,
sin perspectivas de nuevas ocupaciones, sin un destino cierto, antes de abandonar las faenas pidieron
a los empresarios lo que les correspondía: el pago de un desahucio. La demanda quedó sin
respuesta.La firma Gibbs, como otras, se negó a satisfacer la petición de sus trabajadores y lo que es
peor, con irresponsable actitud, dejó al Administrador Daniel Jones sin poder de decisión. Mientras
tanto, en los mismos instantes que comenzaba el enfrentamiento entre soldados y obreros, Alejandro
Fray Douglas, Gerente y Representante de la Empresa Gibbs, miraba las alternativas del conflicto
oculto en la Oficina Valparaíso, a cuatro Kilómetros y medio de San Gregorio, y en lugar de tomar
medidas para resolver la situación, le fue más fácil coger el teléfono para informar al Intendente de la
Provincia que la violencia había estallado.
A continuación los habitantes que habían en el Cantón Aguas Blancas, repartidos en las diferentes
oficinas.
Cantón Aguas Blancas
Oficina
Hombres
Mujeres
Total
Avanzada
Bonasorte
Castilla
Cota
Eugenia
María Teresa
Pepita
Petronila
Rosario
San Gregorio
Valparaíso
Yugoslavia
727
43
187
977
1.128
7
404
31
97
573
641
3
1.321
74
284
1.550
1.796
10
36
81
456
486
190
9
55
259
267
131
45
136
715
753
329
4.318
2.470
6.788
LA MATANZA DE SAN GREGORIO
EL sector de máquinas de la Oficina San Gregorio. (Iconoteca Universidad de Antofagasta).
Al iniciarse en 1914 la primera guerra mundial, la
industria salitrera experimentó una grave crisis. Los
buques que exportaban el salitre pertenecían a los
países beligerantes, en consecuencia, se produjo una
falta de transporte. Además, Alemania, el mayor
consumidor de nuestro nitrato natural, sufría el
bloqueo marítimo y terrestre que le impusieron los
aliados. Sin embargo, las exportaciones subieron
bruscamente en 1916-1917 al emplearse el salitre en la
fabricación de explosivos, lo que provocó un alza de
su precio.
Al terminar el conflicto y advenir la paz, era inevitable que el consumo de salitre disminuyera. Por
otra parte, se había creído que la guerra duraría varios años más y los compradores europeos habían
acumulado grandes reservas, formándose, especialmente en Inglaterra, stocks de especulación. Otros
factores como la desvalorización monetaria que sufrían algunos países compradores; la baja
espectacular del precio del algodón norteamericano y la crisis de esa industria (que era una gran
consumidora de nuestro salitre), y la competencia del salitre sintético que, gracias a la política
proteccionista que adoptó Alemania marginó del mercado centroeuropeo a nuestro salitre natural,
hicieron que la crisis salitrera de 1921-1922 fuese inevitable y tan grave que “de las 134 oficinas
salitreras que funcionaban entonces, 91 paralizaron sus
actividades”.
El libro del historiador Floreal Recabarren, editado por
LOM. Trata a fondo la masacre de San Gregorio e
incluye las fotos que reproducimos en estas páginas.
La crisis ya era vaticinada por la prensa antofagastina
en 1920. La situación se vio agravada por la brusca caída
de la demanda de cobre, cuya producción había
aumentado desde que comenzara a explotarse
Chuquicamata en 1915. Antofagasta se estaba
convirtiendo en una ciudad de cesantes. En las oficinas
salitreras que seguían trabajando los empresarios
recurrían a los despidos y rebajas de salarios, sumándose
a estas prácticas la negativa a pagar desahucio a los
trabajadores despedidos. Luis Emilio Recabarren y otros
dirigentes de la Federación Obrera de Chile (Foch)
recorrían la pampa organizando a los trabajadores,
predicando la resistencia y el no abandono de las oficinas
mientras no se pagara el desahucio.
LOS SUCESOS DEL 3 DE FEBRERO
La firma Gibbs y Cía. avisó, a mediados de enero de 1921, al “gringo” Daniel Jones López (en
realidad chileno) administrador de la Oficina San Gregorio del cantón de Aguas Blancas, que su
paralización se cumpliría en los primeros días de febrero. Mr. Jones dio el correspondiente aviso a los
trabajadores, los que exigieron el pago del desahucio. Esto a juicio de los empresarios era
improcedente, tanto legal como moralmente, pues habían dado con quince días de anticipación el
aviso de despido. El intendente de la provincia, Luciano Hiriart Corvalán, comunicó a fines de enero
al presidente de la República, Arturo Alessandri Palma, esta situación. Alessandri respondió
“recomendando” emplear las “fuerzas morales del razonamiento y convicción” y que “si la
resistencia obrera a abandonar oficinas salitreras continúa, procure ir personalmente” a explicar que
los salitreros y el Fisco no tienen plata para continuar la producción de salitre. Era una simple
“recomendación” y no una “orden precisa”, cosa que hace notar el historiador Ricardo Donoso,
dejando así que “los militares hiciesen la subida a la pampa por su cuenta, sin control de una
autoridad civil”. Para mantener el orden, a fines de enero el intendente Hiriart había mandado a
establecerse en San Gregorio a un grupo de cinco carabineros mandados por el teniente Lisandro
Gainza. Como la tensión continuaba, decidió reforzarlo con un pelotón de veinte soldados al mando
del teniente Buenaventura Argandoña Iglesias, del Regimiento Esmeralda de Antofagasta que llegó a
San Gregorio el 3 de febrero. A las 5 de la madrugada, el teniente acompañado de su tropa recorrió el
campamento anunciando que a las 7 un tren los conduciría a Antofagasta. Esto encontró tenaz
oposición de Luis Alberto Ramos Bustamante, miembro del subconsejo de la Foch en San Gregorio;
el tren partió con pocos pasajeros.
A las 13:30 partió otro tren con las familias de algunos empleados. A las 15 horas comenzaron a
llegar grupos de obreros “portando banderas rojas y cantando canciones socialistas” -como se lee en
el copiador de sentencias criminales de la Corte de Apelaciones de Iquique- procedentes de distintas
oficinas del cantón (como La Valparaíso, Eugenia, Marusia, Pepita, etc.), para prestar ayuda a sus
compañeros. “Todos conocían el significado de tropas militares en las oficinas salitreras, cuando se
discutían los pliegos de peticiones o había vientos de huelga”. Según declaración judicial del teniente
Gainza, Argandoña había calculado 2.300 obreros. Estas columnas se reunieron en la plaza donde se
realizó una concentración para escuchar a los dirigentes, que reclamaron la cancelación del desahucio
y reafirmaron la decisión de no abandonar la Oficina mientras la casa Gibbs no se comprometiera a
pagar.
Alrededor de las 5 de la tarde una abigarrada columna encabezada por los dirigentes de la huelga,
seguidos por las mujeres, los niños y, por último los trabajadores, se dirigió a la administración. Los
dirigentes pidieron hablar con Mr. Jones para entregarle un petitorio. El administrador se hizo
acompañar por los tenientes Argandoña y Gainza. Como los manifestantes seguían avanzando,
Argandoña les ordenó no atravesar la línea férrea que cruzaba el lugar, lo que no fue acatado. Los
manifestantes formaron, luego, un semicírculo para entrevistarse con Mr. Jones. El obrero Casimiro
Díaz, miembro de la comisión negociadora, levantando su libreta reclamó la cancelación del
desahucio. Mr. Jones le expresó que aceptaba pagarlo, pero no en la Oficina sino en Antofagasta. La
reacción de los obreros fue rechazar esta oferta. En ese instante comenzaron los disturbios,
precisamente cuando “Alejandro Fray Douglas, gerente y representante de la empresa Gibbs miraba
las alternativas del conflicto oculto en la Oficina Valparaíso, a 4,5 Kms de San Gregorio. En lugar de
tomar medidas para resolver la situación, le fue más fácil coger el teléfono para informar al
intendente de la provincia que la violencia había estallado”.
De acuerdo a la declaración que hiciera posteriormente el sargento 2° Juan Reyes, el teniente
Argandoña dio la orden de disparar, desbandándose los manifestantes hacía el campamento. Pero los
más audaces enfrentaron a la tropa. Argandoña fue levemente herido en la mano izquierda y se
refugió en la oficina de contabilidad, disparando desde una de las ventanas. “Disparó su revólver
cuatro veces contra los insubordinados”, según manifestó a El Mercurio el 10 de agosto de 1921 otro
de los testigos. Los ánimos de los obreros se enardecieron al ver caer a sus compañeros y, tras
derribar la puerta de la oficina de contabilidad, se abalanzaron sobre Argandoña y lo sacaron a la
fuerza, ultimándolo frente a la pulpería. La causa precisa y necesaria de la muerte, según el informe
del médico legista, fueron “las lesiones traumáticas, dada su naturaleza y situación, recibidas después
de las heridas a bala”. Estos traumatismos seguramente fueron causados -según declaración del
testigo Ramón Payne- “por un hombre alto, de traje blanco y como de 40 años, (quien) le daba golpes
con todas sus fuerzas con una barreta de fierro, cayendo entonces el teniente asesinado”.
El teniente de Carabineros Lisandro Gainza, cuya conducta fue posteriormente motivo de críticas,
“tomó su caballo y huyó desesperado por la pampa”. El administrador Jones, que había huido hacia el
campamento, fue reducido por los obreros recibiendo numerosos golpes y cuatro heridas con
instrumentos punzantes y cortantes, algunas muy graves, que le afectaron un pulmón y le provocaron
una intensa hemorragia.
Vicuña Fuentes expresa que “en San Gregorio los dragones y carabineros al mando del cabo (Luis
Alberto) Faúndez se defendieron heroicamente de la poblada que los tenía sitiados. La superioridad
de las armas y las paredes del cuartel los ponían a cubierto de una sorpresa violenta, pero su situación
era crítica y aprovechando la noche se retiraron a caballo a una poblada vecina”. (Cabe señalar que,
en verdad, estaban comandados por el sargento Juan Reyes. El cabo Faúndez fue una de las dos
únicas víctimas que tuvieron que lamentar en esa huida los uniformados).
Después de horas de persecución los obreros se convencieron de la imposibilidad de su intento y
decidieron volver al campamento, por lo que los fugitivos pudieron llegar sin problemas a las 9 de la
mañana del 4 de febrero a Laguna Seca, donde supieron que el mayor Rodríguez se dirigía con
refuerzos a San Gregorio. ¿Qué había pasado entretanto en el campamento? Abandonada la Oficina
por los soldados y carabineros, los obreros dirigidos por Luis A. Ramos se encargaron de restablecer
el orden, se hicieron cargo de la farmacia y la pulpería, con el objeto de distribuir medicinas y
alimentos. Como no encontraron al médico Rodolfo Barrow que atendía la Oficina, el practicante
Pedro Rivas se dedicó a curar a los heridos. Al comprobar lo mal herido que estaba el administrador,
le puso inyecciones de cafeína con aceite alcaforado. A las cuatro de la mañana llegó el doctor
Barrow, quien verificó que el pulso de Jones era cada vez más lento. Un grupo de dirigentes llevó al
administrador un papel en que se decía que al solicitarle los obreros el desahucio, Argandoña les
había disparado, el que fue firmado por Jones junto con una misiva al jefe de las fuerzas que vendrían
de Antofagasta en que se le pedía abstenerse de hacer uso de las armas contra los obreros. Antes de
las 9 de la mañana los trabajadores de las otras oficinas regresaron a sus hogares, por lo que cuando
llegaron los primeros refuerzos, a cargo del teniente Cristi, sólo encontraron a los pobladores de la
Oficina San Gregorio.
DESPUES DE LA TRAGEDIA
Luis Alberto Ramos, dirigente sindical de San Gregorio, fue
condenado a muerte y amnistiado en 1925. (Iconoteca
Universidad de Antofagasta).
El resultado de la tragedia -según el historiador Luis
Vitale(6)- fue de 65 obreros muertos y 34 heridos, de los que
tres murieron antes de llegar a Antofagasta. Entre los militares
murieron el teniente Argandoña, el cabo Faúndez y el soldado
Juan Vera, todos del regimiento Esmeralda. Murió, asimismo,
el administrador de la oficina, Daniel Jones, cuando era
trasladado a Antofagasta. La cifra de 500 obreros muertos que
dan algunos autores (como Julio César Jobet y Hernán Ramírez
Necochea), parece exagerada y no coincidente con las
informaciones de la propia prensa obrera. En efecto, en El
Socialista de Antofagasta, de 5 de febrero, se expresa que
después de cuatro descargas, más de cien obreros habían quedado en la pampa entre muertos y
heridos, y más adelante puntualiza que los muertos eran setenta; el Abecé de Antofagasta, de 11 de
febrero, publica las declaraciones del panadero de la Oficina, Delicio Castillo, quien dice que los
obreros muertos y heridos pasaron de cien, y Luis Emilio Recabarren en declaraciones a La Epoca,
de Santiago (reproducidas en La Reforma de Antofagasta, el 11 de febrero), calcula en sesenta los
muertos y un centenar de heridos. En cambio, las fuentes “oficiales” (declaraciones de los militares
involucrados, partidas de defunción del Registro Civil, etc.) sólo hablan de 30 a 39 muertos. Una
posible explicación de esta disparidad es que en la Oficina San Gregorio el 5 de febrero resultaron
muertos efectivamente treinta y tantos obreros (todos, menos uno, a bala), pero el resto murió fuera
de la Oficina, o posteriormente. Nos basamos en los siguientes hechos:
1°) La comisión de la Foch de Antofagasta que el 5 de febrero (dos días después de los sucesos
descritos) subió a la pampa autorizada por el intendente, declaró: “Haber visto 36 cadáveres. Hay
indicios de que quedaron otros tantos en la pampa”;
2°) El entonces jefe de pampa de la Oficina, Guillermo Argandoña, contó al profesor Floreal
Recabarren “que hicieron una zanja y los enterraron afuera de la Oficina entre los ripios”.
Lógicamente estos no figuran en las partidas de defunción;
3°) Existen versiones de que las fuerzas que llegaron a San Gregorio después de estos hechos
tomaron venganza eliminando a los heridos, lo que es negado por Floreal Recabarren, aduciendo que
estas versiones no coinciden con el informe de la comisión de la Foch. Sin embargo, basta leer el
informe (publicado en el Abecé el 8 de febrero), para comprobar que se refiere a los trabajadores que
estaban en sus casas en el campamento, los que fueron apartados “de sus mujeres y niños” y
encerrados en una bodega, “verdadero campo de concentración”, y no a los heridos que estaban en
una sala especial. Un informe posterior (8 de marzo) hecho por dos dirigentes nacionales de la Foch,
Manuel Hidalgo Plaza y Eduardo Bunster, expone: “Al día siguiente de ocurridos los sucesos, llegaba
un nuevo destacamento de tropas, al mando del mayor Rodríguez, quien había de cometer las
mayores atrocidades que con los obreros se había cometido en la pampa. Al grito de vengar al
teniente Argandoña, la tropa penetró a la sala donde estaban los heridos y a culatazos destrozó las
cabezas de los heridos que ahí se curaban”. Aún más, agrega: “Realizada esta humanitaria labor
hicieron irrupción en el campamento dedicándose a cazar obreros, hasta el punto que los asesinatos
cometidos en ese día fueron casi el doble de los que hubo en el día de la refriega. De los oficiales que
se caracterizaron por su brutalidad contra los obreros debe citarse al teniente Troncoso, que no pudo
realizar su obra debido a la actitud del mayor Rodríguez”. De acuerdo a lo expuesto no resultaría tan
inexacto -como pretende Floreal Recabarren- el relato que hace Vicuña Fuentes en cuanto que “el
ejército fue a San Gregorio no a cumplir la función pública de restablecer y resguardar el orden, sino
a ejercer una innoble venganza, doblemente ciega, porque no se sabía el verdadero motivo de la
muerte de Argandoña ni se cuidó de comprobar la relación mentirosa del cobarde teniente Gainza”.
Patricio Manns, al hablar de “San Gregorio: la primera de las seis matanzas de Arturo Alessandri
Palma”, expresa que los heridos fueron conducidos en trenes calicheros a Antofagasta. “Allí, los
hombres, las mujeres y los niños heridos, fueron atacados y varios de ellos muertos por las guardias
blancas, lo que puede revelar más claramente todavía la atrocidad con que el Estado de Chile sellaba
la suerte de sus trabajadores, pues las guardias blancas actuaban con pleno acuerdo del ejército. Las
autoridades de gobierno, encabezadas por el presidente Arturo Alessandri Palma, felicitaron al
intendente de la provincia, Luciano Hiriart Corvalán”. Ricardo Donoso, por su parte, expresa:
“Ciento treinta víctimas cayeron en el campo, entre ellas muchas mujeres y niños”, según afirma
Vicuña Fuentes.
El presidente Alessandri facultó al intendente “para que tome mientras tanto y adopte absolutamente
todas las medidas que su prudencia le aconseje y tendrá mi amplia aprobación”.
Hiriart envió un destacamento de 50 hombres con dos ametralladoras pesadas al mando del mayor
Arancibia y del capitán Contador a la pampa de Aguas Blancas. Una avanzada de diez hombres a las
órdenes del teniente Cristi partió en la madrugada en dirección a San Gregorio. Al mismo tiempo,
otras fuerzas partieron a diversos puntos de la pampa con la orden terminante de hacer fuego sobre
cualquier grupo sospechoso que se presentase en el camino de Aguas Blancas. En Antofagasta, se
dispuso que guardias armados recorrieran las calles resguardando el orden y que el comandante
general de armas repartiese rifles al Cuerpo de Bomberos. Todo estaba encaminado a evitar una
huelga general.
El gobierno decretó el estado de sitio para la provincia y llamó a las reservas del Regimiento
Esmeralda. El 5 de febrero llegaron el vapor Huasco, con 79 soldados del Regimiento Coraceros y el
día 6 el crucero Esmeralda, con marinería y 270 hombres que fueron enviados al interior,
permaneciendo durante tres meses acantonados en el sector de Aguas Blancas y Pampa Central.
La opinión pública, entretanto, estaba interesada casi exclusivamente en las próximas elecciones
parlamentarias. En Antofagasta obtendría un triunfo espectacular el candidato del Partido Obrero
Socialista, Luis Emilio Recabarren.
Para establecer cómo ocurrieron los hechos y sancionar a los culpables, tanto la justicia ordinaria
como la militar iniciaron las correspondientes investigaciones. La Corte de Apelaciones de Iquique, a
petición del gobierno, nombró a uno de sus integrantes, Ismael Poblete, como ministro en visita. En
el proceso el breve sumario del mayor de Carabineros Jorge Leiva, como fiscal, figura como uno de
los antecedentes tomados en consideración. La investigación demoró varios meses y es fácil deducir
que se trató de responsabilizar -a pesar de no contar con pruebas- al dirigente sindical Luis Alberto
Ramos de la muerte del teniente Buenaventura Argandoña.
En agosto de 1922 la Corte de Apelaciones de Iquique pronunció sentencia definitiva por la que se
condenó a los dirigentes Luis Alberto Ramos, Casimiro Díaz y Manuel Jaque a la pena de muerte por
el delito de robo con homicidio en la persona del teniente Argandoña; a otros obreros a 10 años de
presidio por el delito de robo con fuerza en las cosas, y a penas menores al resto. La Foch
periódicamente realizaba concentraciones en Antofagasta y pueblos del interior exigiendo la libertad
de los reos. En 1925 la junta militar de gobierno, integrada por el civil Emilio Bello Codecido, el
general Pedro Pablo Dartnell y el almirante Carlos Ward, amnistió mediante un decreto a todas estas
personas, que salieron en libertad el 30 de enero de dicho año.
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