Felipe Correa «Lo inquietante» como modo de narrar, la experiencia mediatizada y el despertar sexual en «Las lombrices» de Pablo Dobrinin Este trabajo toma un cuento de Pablo Dobrinin (Uruguay, 1970) acerca de un chico de once años que vive una transición de los juegos pueriles a su despertar sexual adolescente, para explorar primero «lo inquietante» de una literatura como un modo de narrar (en oposición a una cualidad temática), desde el punto de vista de la experiencia mediatizada por el lenguaje y la memoria, y luego la relación ambivalente de atracción y repulsión con respecto a la sexualidad (como área de la experiencia vital). El título del cuento es «Las lombrices», y este trabajo tuvo su origen en un taller de lectura en el Hospital Vilardebó. Es necesario referir el contexto en que se originó, ya que las líneas de análisis que tomé fueron algunas de las señaladas por talleristas. El taller comenzó a mediados de 2014 como parte del Programa de Puertas Abiertas que lleva a cabo el psicólogo Raúl Penino en el hospital, y su coordinador fue el psicólogo Mattías Bruni. Yo me uní al taller como co-coordinador en setiembre del mismo año. Hay que señalar que este taller fue contemporáneo con otros talleres que trabajaban con literatura en el Vilardebó. En 2015 creamos un EFI alrededor del taller, en el marco del Proyecto de raros y fantásticos en la literatura uruguaya (1963-2004), coordinado por el profesor Hebert Benítez Pezzolano. A este Espacio de Formación Integral lo llamamos «Taller abierto Literaturas no realistas, insólitas y fantásticas en sala 14 del Vilardebó». En el segundo semestre de 2015 participaron del taller estudiantes de la licenciatura en letras, de la licenciatura en antropología, y, como co-coordinadora en el pabellón de mujeres, la profesora y estudiante avanzada de psicología Estefanía Pagano. Las actividades se desarrollaron en espacios de recreación y rehabilitación del Hospital Vilardebó, principalmente en la sala 14 «Espacio Humanizante» del pabellón de hombres y la sala 20 del pabellón de mujeres. Al desempeñar un papel coordinador, nuestra relación con los talleristas, si bien no fue vertical, tampoco fue horizontal, implicó un trabajo de glisado y negociación con los intereses y las ansiedades de cada participante. Es importante subrayar el carácter abierto del taller: si bien estuvo abierto para pacientes ambulatorios, fue principalmente para los internados que tuvieran interés (incluyendo algunos analfabetos funcionales y aquellos que por su tratamiento veían su espectro de atención alterado). Por esto conviene aclarar que no fue un taller de narrativa y perfeccionamiento de escritura, preferimos llamarlo «taller de lectura». El taller propició que se compartieran cuentos, poemas y pasajes de novelas de literaturas no realistas, insólitas y fantásticas, a partir de los cuales las personas internadas pudieran conocer y experimentar expresiones de una imaginación artística cuya apertura cuestiona ciertas codificaciones de la idea de realidad. Abrimos un diálogo interpretativo y asociativo a partir de estas literaturas, aceptando, cuestionando y construyendo en conjunto. Consideramos particularmente valiosos los aportes sobre textos de este carácter por parte de personas no provenientes del ámbito académico, cuyo discurso analítico explicativo suele recurrir a hermenéuticas singulares Felipe Correa «Lo inquietante» como modo de narrar, la experiencia mediatizada y el despertar sexual en «Las lombrices» de Pablo Dobrinin de los textos y de los conflictos que en ellos se proponen. Como coordinadores del espacio, nos propusimos lograr ciertos efectos terapéuticos o, al menos, recreativo-paliativos para para las psicopatologías que aquejan a los pacientes internados en el hospital. Para lograr esto, nuestro principal interés fue fomentar la libertad intelectual, los ejercicios interpretativo-argumentativos y el diálogo fluido, lejos de la mayéutica. —— Una vez hecha esta introducción, con respecto al cuento: «Lombrices» es un relato narrado en primera persona por un adulto que recuerda un pasaje de su infancia, específicamente cuando tenía once años, en el patio de la casa donde vivía con su madre y su abuela, lindero con una vecina viuda, «la bruja». El protagonista jugaba con soldaditos de plástico, pero a partir de la aparición de gusanos peludos –asociada a la bruja–, comienza a explorar juegos con insectos y lombrices, primero matándolos, sometiéndolos a pruebas y diseccionándolos, eventualmente se interesa muchísimo en las lombrices, que asocia a los gusanos y vincula con cierto poder misterioso. Llegado un punto, busca leer los movimientos de las lombrices como escuchó que la bruja lee la borra del café, luego, en una última instancia, consume lombrices. En paralelo con su relación con las lombrices se masturba y permite que estas recorran su piel. Al final, cuando la bruja lo lleva a su casa, lo inicia en «la energía que mueve al mundo», presumiblemente tiene relaciones sexuales con ella. —— Lo inquietante como modo de narrar, la experiencia mediatizada La primera observación de un tallerista vino en forma de pregunta y sirve para abrir el tema de «lo inquietante» como modo de narrar que atraviesa lo narrado. Fue con respecto al conflicto sugerido entre la legalidad realista (hechos sin nexo causal) y otra de orden mágico (la coocurrencia implica causalidad): Una vez su aparición me tomó tan de improviso que no atiné a otra cosa que a ocultarme atrás del ciruelo. Desde esa posición la espié un buen rato, hasta que ella dirigió una mirada disimulada hacia el árbol y se fue para adentro. Solo entonces pensé en dejar el escondite. Sin embargo, un extraño fenómeno me paralizó de terror. En un hueco, situado en la parte baja del tronco del ciruelo, había una multitud de negros, gruesos y peludos gusanos. Luego el chico gritó y la abuela acudió, roció los gusanos con querosén y los prendió fuego, lo cual provocó gran fascinación al protagonista, y suscitó la pregunta: Lo que se estaba quemando, los gusanos, el chiquilín lo hacía, ¿y eso fue porque vio a la señora, a la loca? Después de recordar que no era el chico, sino la abuela quien incineró a los gusanos, conversamos acerca de que, justamente la narrativa deja planteadas varias preguntas de este tipo. Más allá de que la pregunta fuera con respecto a «la loca», la duda que se genera con respecto al papel de la bruja en el episodio es alimentada por su apelativo, que ya la asocia a capacidades que no se ven limitadas por la legalidad lógico-realista. Es Felipe Correa «Lo inquietante» como modo de narrar, la experiencia mediatizada y el despertar sexual en «Las lombrices» de Pablo Dobrinin más, desde que casi no se la llama de otro modo que «la bruja», se le hace imposible al lector enunciar al personaje –o pensar en él– separado de su connotación mágica. Para potenciar esa nominación hay varios marcadores de atmósfera alrededor del personaje, y digo marcadores de atmósfera porque el narrador se cuida muy bien de evitar la caracterización directa. Así genera un ambiente, a través de indicios, sin confirmar nada: … una viuda. […] había estado en un manicomio, y sabía leer las manos, tirar las cartas y realizar una extensa lista de prodigios. […] Se referían a ella con una mezcla de temor y admiración, y la nombraban con un apelativo que para mí tenía resonancias sobrecogedoras: la bruja. […] la observaba recoger yuyos, que suponía le eran necesarios para la elaboración de espantosas pociones. Con estos elementos se va construyendo, alrededor de la mujer, un ambiente mucho más poderoso que si se la describiera directamente como loca, o como capaz de hacer magia, o si se elidiera el «suponía». La sugestión sin confirmación impide que esta sea categorizada, las cualidades del personaje quedan en una nebulosa y no permite un acostumbramiento. Lo inquietante no es lo peligroso –la presencia del riesgo–, se nutre directamente de lo indeterminado –especialmente la sospecha del riesgo. Esta construcción narrativa resulta importante para mi análisis porque el narrador no es impersonal, sino que está contando su propia historia pasada. A su vez, no es un narrador autodiegético, hay una disociación fuerte entre lo adulto y lo infantil, que mantiene al narrador a cierta distancia del protagonista. Con este narrador –digamos homodiegético– estamos ante una ficción de experiencia mediatizada, doblemente, por el recuerdo; el narrador, más que relatar hechos, busca recrear un ambiente –el ambiente sentido por el niño que fue– y para ello organiza los elementos de su discurso. Ahora paso a referir un intercambio de observaciones con respecto a los juegos del chico cuando pasaron a tener a hormigas, cascarudos y lombrices como víctimas: 2. Le gustó eso de prenderlo fuego, sentirse un técnico en prender cosas. FC: No sé si técnico… Él se veía como el amo y señor del patio. 3. Pero debe ser algo común en un niño, ya no era tan niño, sentir su patio como su reino es propio de homo sapiens. MB: Y lo de las lombrices, cortarlas sí es común, capaz que no prenderlas fuego. 4. Como dice él, el homo sapiens tiende a hacer esas cosas cuando niño. Y a veces de adulto lo hacemos. Y cuando comemos matamos para comer. Somos niños grandes. A partir de esos comentarios conversamos acerca de la crueldad del chico; hubo posturas cruzadas con respecto a que podía «ser medio raro» o era un chico común. Pero a lo largo de la lectura esas posturas se fueron complejizando, desconstruyendo la manera de narrar. Encontramos una vez más la experiencia mediatizada, la manera que tiene el narrador de referir los hechos es lo que genera inquietud; esto se ejemplificó en otra intervención: Felipe Correa «Lo inquietante» como modo de narrar, la experiencia mediatizada y el despertar sexual en «Las lombrices» de Pablo Dobrinin 4. Cuando mi madre hacía mejillones con arroz, mientras cocinás, los mejillones se aprietan, se aprietan y mueren. Esa comida parece un poco satánica o algo así, como hace con los gusanos. FC: Cuando lo decís así me pasa lo que decía 3., es medio terrible. Tú lo contaste como lo contaba Dobrinin acá. La demora del narrador en los episodios en que el chico quema o corta a los bichos, su concentración en esos episodios y su repetición, generan un efecto de extrañamiento, una impresión de obsesión –quizás hasta de embrujo– que no se lograría si simplemente se dijera algo como que «andaba desculando hormigas» y ya. —— Despertar sexual El pasaje temprano en que se describe a la bruja, «Era una mujer enorme, de largo cabello negro, anchas caderas y pechos opulentos», generó comentarios atinados y anticipados (ya que no había otros indicios sexuales): 4. Hay algo medio sexual. 2. Una obsesión. 3. Falta que diga que tenía tarjeta joven y la bruja estaba divina, pelo largo negro, pechos opulentos, caderas generosas… El mismo tallerista que realizó este último comentario siguió con esa línea luego, cerca del final, cuando el chico sueña con la bruja desnuda, con senos «enormes y turgentes». 3. La bruja se ve que le interesaba, porque al describirla no es una visión infantil. Quizás sea medio autobiográfico. Es muy difícil hacer un cuento y de alguna forma no escribirte… Pero en ese otro pasaje ya no es tan seguro que la visión no sea la del protagonista, la ambigüedad vuelve con otro juego. Puede pensarse que se revela la fijación del narrador, no del personaje, que la voz del adulto mediatiza la experiencia del niño y genera una disociación del personaje infantil con la «inocencia» infantil, lo que resulta ominoso, como si el adulto usara al niño a modo de polichinela. Pero a esa interpretación se la debe poner en cuestión; el elemento sexual no aparece solo en las apreciaciones del narrador: asocié [las lombrices] con los gusanos, y barajé la posibilidad de exterminarlas. […]Tímidamente al principio y con más confianza después, comencé a tocarlas. Había algo prohibido en aquellas criaturas rosadas y cilíndricas de movimientos sinuosos. Cuando tuve una buena cantidad en la mano, me deleité sintiendo su contacto viscoso, con una mezcla de rechazo y atracción. Luego rocié un par con queroseno y las prendí fuego. […] Esa noche, a la hora en que debía estar durmiendo, envuelto en la tibieza de las sábanas, y saboreando estos recuerdos, me dediqué a explorar mi cuerpo con un placer infinito. Si bien el léxico puede ser adulto, las experiencias le pertenecen al personaje, y sí, efectivamente puede resultar ominoso el enfrentamiento con un niño que va dejando la infancia sin dejar atrás su carácter de niño; es, hasta cierto punto, la colonización de un cuerpo por una voz adulta. También puede inquietar el grado de mediatización. Se masturba recordando a las lombrices, que asocia con los gusanos, que asocia con la bruja. El deseo está desplazado, pero se alimenta de una mujer que es espejo de la Felipe Correa «Lo inquietante» como modo de narrar, la experiencia mediatizada y el despertar sexual en «Las lombrices» de Pablo Dobrinin madre –ausente–: ajena pero cercana, viuda, con enormes senos (no dejan de ser un atributo materno). Como se observa en el transcurso del cuento, la relación con la bruja y sus metonimias (los gusanos, las lombrices) es ambivalente. Su primer movimiento es de atracción, cuando la observa escondido mientras recoge yuyos, luego se da el evento crítico que parecería desencadenar todo, con los gusanos negros. Ese evento es complejo y consta de muchas partes, por un lado los gusanos le generan rechazo y representan un desafío, el desafío de las cosas vivas ante su ejército de juguete, a su señorío sobre el patio, como observa uno de los talleristas: 3. [Se sentirá el señor del patio, pero] También es débil, porque está bajo la protección de la abuela y de la madre. Muestra su flaqueza, cuando se asustó. Por otra parte, en ese mismo episodio recupera, gracias a la abuela, el dominio sobre el patio a través del fuego. Y aunque en un principio la relación de poder destructor lo satisface, conforme pasa el tiempo se interesa más en el «misterio» de la vida. Esto va más allá de lo que puede ir una alegoría sobre la relación de un preadolescente con su sexualidad –en el sentido más lato–, pero no deja de acompañar ese conflictivo proceso de descubrimiento en el protagonista. A partir de entonces se aleja de su patio y olvida completamente a los soldaditos. El protagonista explora la «lectura de la maraña de lombrices», las mueve y la abuela se aleja. De nuevo se presenta el conflicto entre legalidades lógico-realista y mágica, pero esta vez representa un acercamiento a la bruja en dos niveles: se inicia en la magia y se aleja de la abuela. Lo que comenzó como un combate violento al miedo fue dando lugar a una apreciación y un deseo por aquello que había detrás de ese miedo, el misterio de lo vivo. Llega a realizar, como un ritual, una cópula metonímica con la bruja: coloqué unas cuantas sobre mi torso desnudo. Cerré los ojos y las sentí deslizarse por el pecho y el vientre. En esa oscuridad iluminadora, las veía de un amarillo eléctrico, dejando a su paso pequeños ríos de luz fosforescente. Permanecí un buen rato en esa suerte de éxtasis primordial… Y al mismo tiempo que confiesa que la bruja es a lo que más teme en el mundo, busca una consustanciación con eso viscoso, rosado y vivo que llega a ser símbolo del placer físico. No es menor que primero coma una lombriz quemada –dominada por el fuego– y luego deje de lado el fuego para comer una viva. Esa eliminación de la contradicción a través de la incorporación marca ya el final del cuento. Es cierto que cuando la bruja va a buscar al chico él quiere huir, pero tampoco se permite huir. La atmósfera generada alrededor de ese movimiento final es aciaga y oscura: entre inciensos, velas de colores y un diablo en un estante, la mujer lo «inició en el conocimiento de la energía que mueve al mundo». La carga simbólica de la escena es muy pesada y no es posible sintetizar algo sencillo de ella, con los miedos, el pecado, la culpa, lo prohibido, lo nocturno, lo místico; simplemente espero que esta lectura analítica les haya resultado fértil para el pensamiento y los acerque a leer «Las lombrices». Felipe Correa «Lo inquietante» como modo de narrar, la experiencia mediatizada y el despertar sexual en «Las lombrices» de Pablo Dobrinin —— Omití otras líneas de análisis por la extensión del trabajo, pero también se hicieron observaciones con relación a la falta de la figura paterna en relación al poder sobre el patio y la protección ante la bruja; se habló del homo sapiens dominador y su arrogancia, también se relativizó su capacidad destructora; en cierta ocasión a la bruja se la llamó «la loca» y no «la bruja», lo que se presta para pensar acerca de cómo gravitan las interpretaciones hacia la experiencia personal. Las conclusiones de aquella tarde de talle fueron: . Se lo terminó garchando. . Parece que le metió un polvo ahí. . Vio que las brujas no son malas.