Núm. 5,731. Márteí» 16 de junio de 1863. Ano decimonono; PRECIOS i'm SlSSCRICIOBí Sn MADRU> , na ues rOKTOS D£ 8DSURICIOA LA ESPERANZA 12 n . En proTlncias, por Id 20 En el eatranjero, por trimestre. 70 En Ultramar , 90 Este poriodicb M pablie& todw bu turita, «Mttpta lot (lontinfo*. PrniÓmOO MONÁRQUICO. IJA OEUTÍSURA. ARTÍCULO II. Hemos hecho ver cuál era la censura practicada por esos liberales hipócritas que , clamando libertad, mirando por los fueros de la libertad, con ridiculos aspavientos, cou inepcias y chocarrerías, combaten la censura de los Prelados, ó, mas bien, combatená los Prelados, ó, mas bien, porque este es el objeto de sus ataques y el fondo de sus ideas, combaten la Religión católica en las personas y en los actos religiosos de sus Pastores supremos alejados del poder, en su jurisdicción particular, por decirlo asi, en lo que pueden y hasta donde alcanzan, cada uno de esos liberales es un déspota que no admite contradicción ni observación, que quita, añade, refunde y borra á su antojo, haciendo marchar á sus subordinados, á aquellos sobre los que tiene cura de almas, por las tortuosas vias de su capricho; en el poder, arbitros de imponer su voluntad á amigos y enemigos, la censura de esos liberales va mas lejos, y, considerando como crimen sacrilego el no pensar, sentir ó hablar como ellos piensan, sienten y hablan, renuevan con esos infelices los espectáculos de la Roma pagana, arrojándoles, no al circo, sino á las calles, de pasto para las turbas ansiosas de esterminio y sangre. Pero no solo los liberales avanzados combaten la censura de los Obispos; en esa tarea les ayudan siempre con la misma convicción, pero con doble hipocresía , con la hipocresía de la libertad y con la hipocresía de la moderación y el celo por los intereses religiosos y sociales, los liberales que se llauíau conservadores por mentir hasta á su nombre, pues que ni aun sus destinos, que es lo único que han querido conservar siempre, han sabido conser var aunque hayan sabido esplotarles. No nos chocaqueen Kl Pueblo se ataque absurdamente todo lo que es justo y razonable; también coucebimos que La Discusión, sin quererlo, queriendo acaso lo contrario, por una ceguedad, por un estravio de que puede curar, trabaje por destruir el urden social y descouezca que lo que tiene que ser es y seguirá siendo siempre; no comprendemos pero lamentamos la necedad de los progresistas que pretenden aparecer hoy como se mostraran el año 12, es decir, como el último eslabón de la cadena liberal, y que para ello van mas allá que loa demócratas trabajando en favor de estos: lo que nos choca y no coucebimos, lo que lamentamos y nos indigna es que La EpocUé es que el Eco del PÍU'S,os que El Con- leinporáiieo, es c^ue El Diario Español, es que todos esos diarios conservadores y moderados, se pongan al lado de Las Novedades y La Iberia, de La Üiscusiori y de El Pueblo, combatiendo la censura de los Prelados y escitaudo al gobierno á que la desatienda, sin I que repare en que al hacerlo viole, por una parte, la ley maa respetable, y mire indiferente, por otra, cómo se mina la sociedad, desconociendo y olvidando al mismo tiempo la naturaleza de las cosas y la condición esencial de sus principias, ó de lo que ellos Ikunan SH8 principios. Dicen esos conservadores y moderados que son amigos de la libertad de la prensa, pero de libertad prudente arreglada á las leyes que ellos confeccionan. Pero, ¿qué debemos creer de ellos cuando les vemos combatir la censura de los Prelados y por una obra como Los Miserables'l Lo menos que debemos decir es que no saben lo que quieren ni lo que hacen; que no quieren tal libertad prudente, sino una licencia absoluta, con la cual es impo sible toda libertad, y que nada aprenden con lo que ven, ni se enmiendan con lo que pasa, contradiciéndose en todo y por todo. Jamás una sociedad constituida aceptará la libertad absoluta de imprenta que tampoco ninguna persona ilustrada pedirá- para ella, y hasta tal punto llega esa necesidad social, tan fuerte es el instinto de la sociedad en esa parte, que si hubiera un gobierno bastante desatentado para proclamar esa libertad y consentirla, solo la fuerza de la opinión le hundirla en el polvo con su desprecio y sus clamores. En nombre y con el nombre de la libertad se han realizado muchas revoluciones; pero ni aun inmediamente después de realizadas, los gobiernos que hablan salido de ellas se han atrevido á hablar de la libertad absoluta, y, al contrario, solo por haberla dejado mas amplitud esos misnaos gobiernos se han visto oblig^ados á propouer leyes mas restrictivas que las anteriores á aquella misma revolución que, proclamando la libertad, les diera el mando. ¿Qué sucedió en 1854? Que sin admitirse la libertad absoluta de iaiprenta se dejó á la imprenta mayor amplitud, y que los mismos jefes de la revolución, el Sr. Escosura, tuvieran qu<! hacer la ley de imprenta mas restrictiva que se ha conocido en España. De gran libertad gozó la imprenta en Francia á consecuencia de la Revolución del 48; pero ¿qué quedó de ella desde 1851' De consiguiente los conservadores, al defender ú Los Miserables, que es lo último que cou la libertad absoluta de imprenta se podría escribir, como lo probaremos, van contra su principio, al que ellos mismos atacan por dos lados o[)uestos: por uno, libertad prudente, pidiendo la libertad de circulación do una obra que os una protesta completa contra ese principio, como que solo podría publicarse cou la libertad absoluta, y, por otro, dando ocasión cou esa licencia á que desaparezca toda libertad, la absoluta como la prudente, por la acción que los hechos de la prensa lleva consigo, según acabamos de demostrarlo y du verlo. t ^^.i^rtsüag!*.*' -«.vi..',*-.» -•••' fiR.».. 1% ;C:'>'ao';1'^'.isbj)!iibres que dejan fuera de toda discusión la forma existente de gobierno, aunque en nombre de la libertad de discusión se haya establecido tal forma; esos hombres que no consienten se toque á la Constitución confeccionada por ellos, y en la que consignan desde sus primerófe artículos la libertad de examen que todos los demos artículos desenvuelven; esos hombres que declaran inviolables, de derecho ó de hecho, á todos los poderes públicos, individuales ó colectivos; esos hombres que recogen, denuncian, multan, penan á quien se ñguran que ha tocado á alguna de todas esas cosas; esos hombres son los que alaban una obra como Los Miserables, y piden que se publique y circule, y protestan coutra las censuras de los Prelados, y esciUu al gobierno á despreciarlas? ¿Saben qué es lo que se ataca en Los Miserables'l ¿Saben con qué objeto se han escrito Los Miserables (después del de dar á su autor la opulencia)? ¿Saben qué sentimiento ha dictado las páginas que lo forman? ¡A.h, bien lo saben! pero no por eso estará de mas que nosotros lo digamos juntamente con el sentimiento que mueve á los conservadores á contradecirse hasta ese punto, como lo diremos. Dios mediante, en uno de nuestros próximos números. Con grandes letras, y en la parte mas visible de sus columnas, trascribió La Iberia anteayer el despacho telegráfico en que se anun ciaba que la Reina Isabel y su real consorte hablan felicitado al Emperador de los franceses por la toma de Puebla. Los demás periódicos se limitaron á traseribii' pura y simple meiiie éü"(fespaeifó,* fescepto LcTEpoca. qné cálilícó este paso «de muy patriótico y muy natural,» atendido á «que en Puebla ondeaba el pabellón de Juárez, el asesino de los esjiaiioles.» Las palabras de La Época merecon ser ligeramente comentadas; pero antes de hacerlo es preciso que oigamos las que El Diario Español dedica hoy al mismo asunto. Así dicen: «Ya es conocido de todos el despacho telegráíico en que S. M. felicita al Emperador Napoleón por la toma Je Puebla. De propósito hemos esperado á hoy para hacer una observación importante , no respecto al despacho, sino á la actitud que en su vista guardan ciertos diarios. wLos que hoy son ministeriales, y en especial El Reino, lian venido calilicándonos y calificando á algunos de nuestros amigos, éntrelos que entonces se hallaba el general Concha, ministro de la Guerra en la actualidad, con el vergoisüso epíteto que siempre hemos r chazado, por el tremendo crimen de haber manifestado imestras simpatías por la causa del orden y de la civilización europeos en Méjico, l'orquc hacíamos de Juárez el juicio que se merece, se nos llamaba afrancesados. ¿Por qué hoy que el gobierno demuestra de una manera mas terminante su satigí'accion por la derrota de aquel mismo Juárez, El lieino y los diarios ministeriales guardan profundo silencio? w¡Ay de nosotros, ay del general Ü-Donnell, En MADRID, en l u oficinaa de ette perl¿dieo, calle del Pea, núm. 6. En las proTincias, en los pontea q«e *« inundan lo8 últimos diu de cada mc«. En SASTIAGO DK CUBA, D- Juan Perca \)%hrnU y Hermano, calle de las Ennunadas. VUtííA, Bres. Ramírez Qiravdier, y redacción del Católico Füif)ino. PARÍS, Libr*ria Etpañola, casa d« Mm«. •. Deone Bchmttt, me Favart, núm. S. ay de esc vicalvarismo, que es tan odioso, ó á rece en las mismas palabras do La Eimca ciertas fracciones incalificables é incalificadas, sí sobre las cuales no decimos ya ni una sola la toma de Puebla y la felicitación de S. M. al jefe supremo del vecino imperio hitbiesen tenido palabra. lugar durante el mando de la situación anterior! Pero ¿por qué y de quién ha nacido esa si¡Qué de apodos habría merecido el gabinete, qué tuación anómala? Por el gobierno anterior y de frases hubiéransc inventado contra nosotros, contra los afrancesados, que de seguro no nos ha- del gobierno anterior; del gobieruo defendido bríamos detenido aquí! ¡Quién sabe qué nuevo ^or El Diario Español, del gobierno del genesambenito nos habrían colgado los estoicos mi- ral 0-Donuell que en esta malhadada cuestiou nisteriales del día! Pero hoy, gracias á la política propia vaamondina, todo está bien, todo es si- de Méjico ni supo loque se haclani súpolo quo lencie en las filas. quería; que no hiao mas que contradecirse é «Para verdades, el tiempo.» cada paso, ni quiso otra cosa que dar gusto á to dos, comprometiendo á todos y por de proulo Ante todo una protesta: no,sotros que resá sí mismo, que era lo único que trataba de petamos las leyes, aun aquellas que se han formado de uu modo poco respetable, de nin- evitar, y sobre todo al pais, que es lo que á guna manera nos hubiéramos atrevido á hacer toda costa debía haber evitado. Esta es la verdad, señor Diario Español, comentario y reflexión alguna sobre el hecho •erdad que ha de salir muchas veces á la cara que ha merecido los comentarios y las reflexiüues de El Diario y La Época. Si faltamos al gabinete 0-Donnell. á lo que considerábamos como un deber, es porque nuestros dos colegas tienen mayor autoridad que nosotros en punto á interpretar cuestiones constitucionales, y porque, considerando siij duda ese hecho como de responsabilidad ministerial, es permitido esponer juicio sobre él y sobre los juicios que de él se hayan formado: esto último es lo que vamos á hacer. El actual ministerio, al aconsejar ala Reina y á su esposo que felicitaran al Emperador de los frauceses, ha cumplido con su deber , ha hecho una cosa prudente , necesaria, que le agradecerán todas las personas sensatas y amantes de su patria. De consiguiente, dicho se está que las censuras que para el gobierno envuelva el suelto de El Diario Español, no estáu justiíicadas. Es mus: Eí Diario deuing-mr m'ódá'aemg Kaberlis esérBó, "Jorque r a mos á probarle que las censuras que sobre eso pueden hacerse, las censuras que sobre eso hacen todas las personas de criterio, caen á plomo sobro la cabeza del gobierno anterior. El gabinete Miratiores ha obrado bien al aconsejar á la Reina Isabel que felicitase al Emperador Napoleón; pero ¿quiere decir eso que tal paso sea todo lo patriótico y todo lo natural que dice La É|poca.^ No por cierto; y La Época, al querer probar esa afirmación, la destruye. Eu la bandera de Juárez estaba escrito el esterminio de los españoles y el insulto á España, es cierto; pero no era al Emperador francés á quien tocaba el abatir esa bandera, y ni era natural que eso sucediese, ni mucho menos que la España felicitase á uu estraujero por su triunfo sobre una bandera que desaliaba á la do los españoles. Nosotros hemos visto cou satisfacción abatida la baudera de Juárez, como enemiga de nuestro pais y de la Religión; pero en esa satisfacción hay amargura, amargura producida por nuestro amor á la patria y amargura producida por la situación anómala en que se ha puesto á nuestra patria; situación cuya auomalia apa- El presbítero Sr. D. Juan Ramou Duráu, cura párroco de San Miguel del Campo, en la provincia de Pontevedra, nos ha enviado copias del oficio que le pasó en mayo último el administrador de propiedades y derechos del Estado, y de la contestación que le dio sobra cierto aniversario. El caso es el siguiente: JuanBouzas, poseedor de un vínculo, está obligado á mandar decir unas misas por el eterno descanso del alma del fundador. Debía las de dos años, y satisfizo los 48 rs. de su l i mosna al espresado párroco. Súpolo el referido administrador, y ofició á este para que entregara la indicada cantidad al arrendatario de la Hacienda pública, suponiendo ser él quien debe recibirlos hasta que se resuelva el espediente elevado á la superioridad en 26 d« "•eif«w -añ^w&m-—-' - — ~ - • •El citado párroco le contesto muy oportunamente al decirle que partía de un supuesto equivocado, pues daba por resuelto á favor de la Hacienda lo que todavía estaba pendieat© de consulta; añadiendo que lo que hay que o b servar hasta que esta se decida, es lo dispuesto por la real órdeu de 3 de mayo de 1859, qua declaró exentos de las disposiciones desamortiz adoras los réditos conocidamente aplicados á la celebración de misas, y que siendo de esta clase los 48 rs. eu cuestión, no habia justo motivo para que se los mandase dar al arrendatario. Es desgracia de los párrocos de la provincia de Pontevedra habérselas con un administrador contra quien. hemos estado recibiendo quejas desde 1855; administrador que jamás ha entendido las resoluciones de las Cortes y del gobierno como los demás, y que parece anda discurriendo medios para disgustar al clero, privándole hasta de los derechos que á ningún otro empleado le ha ocurrido disputarle. Varias veces hemos levantado nuestra voz contra los punibles abusos de esta jefe, haciendo ver los males que con su im- •:n5BS-.y«3tí3eWS¡"iC i!»7 KL lALISMAN (» lUCAllÜO KN l'ALKSriNA. Y añadió: —Ya creo está en el campamento, y no tardarás en verle. El enfermo levantó al cielo sus brazos descarnados como para darle gracias, y sin resis • tir mas á la virtud de la bebida narcótica que habia tomado, se durmió apaciblemente. —Sois mejor médico que yo, sir Tomás, dijo el Arzobispo: una buena mentira conviene mas á un enfermo que una verdad desagradable. —¿ Qué queréis decir ? preguntó Vaux: ¿creéis que yo mentiría por salvar la vida á ese hombre? —Habéis dicho, repuso el Arzobispo, que el amo de ese escudero, es decir, el caballero del Leopardo se hallaba de vuelta. —Está en efecto de vuelta; hace pocas horas que le he hablado. Este sabio médico ha venido con él. —¿Y por qué no me habéis dicho que habia vuelto? —¿No os he dicho que el caballero del Leopardo habia traído aquí á este médico? Pues creí habéroslo dicho, dijo Vaux cou acento natural. Peí 1J demás, tiij ^^que impctla? .>a vuelta nada tiene que ver con la ciencia de este médico ni cun la salud del Kcy. —Su vuelta es importante, sir Tomás, muy ímpoítante, dijo el Arzobispo cruzando las manos y dando algunos pasos, y haciendo otras señales de impaciencia casi involuntariamente. Pero ¿dónde ha ido ese caballero? ¡Protéjanos el cielo! Aquí puede haber alguna fatal equivocación. —Ese siervo que se halla en la primera ha bitacion, dijo Vaux confundido por la turbación del Prelado, podrá decirnos qué ha sido de su amo. Llamóse al joven de quien ya hemos hablado, y este, con un lenguaje casi ininteligible para ellos, consiguió, sin embargo, hacerles comprender que un poco antes de su llegada habia ido uu oficial á buscar á su amo. La inquietud del Arzobispo llegó con eso al ultimo grado, siendo ya evidente para Vaux, aunque no era ni buen observador ni nada desconfiado. El Prelado se despidió apresuradamente del caballero, quien, mirándole con admiración mientras marchaba, se encogió de hombros y siguió su camino, conduciendo al médic'J ui'.'ro i\ hi tiebd» d«i Rev IÍICHIÜ:'. yon voto Kulemue, muchos hubieran sacriñcado cun gUijtu toda esperanza de victoria al placer (le veucfr, ó por lo menos de humillar á Ricardo de Inglaterra. —No es imposible del todo, se decía el barón así mismo, queesteEl Hakimcon su cura verdadera ó falsi, obrada con un escudero escocés, y el mismo caballero del Leopardo, .sí'un cómplices de una intriga en la cual otros personajes puedan haber tomado parte. Esta hipótesi, en verdad, no podría fácilmente concillarse con la alarma que habia mostrado el Prelado al saber que, contra su esperanza, el caballero escocés habia vuelto ya al campamento de los cruzados. Pero Vaux no se dejaba dominar sino por sus preocupaciones generales, que le obligaban áconsiderar que-un escocés de corazón falso y un médico pagano formaban una asociación de la que podía esperarse todo el mal posible, y nunca nada bueno. Resolvió, sin embargo, dar parte de sus dudas á Ricardo, porque tenia tan alta opinión de su juicio como de su valor. Entre lauto, y durante este tiempo, hubiau ..,,!,revenid'.' a>--'jutt'Cimíento!- de t'xlo pimli ccutruncE. a la., iupc;jKÍaneb q-.iü noababt df- 193 O IIÍCAIIIH» EN PALJSSIINA. LL TALISMÁN y una esponja impregnada acaso en uu licor aromático, porque cuando la hubo aproximado á la nariz del escudero, este estornudó , se despertó, y miró alrededor cou aire ostravíado. Ofrecía un espectáculo muy á propósito para cscitar la compasión, acostado,como se hallaba, desnudo sobre su lecho; sus huesos y sus cartílagos se veían á través do su piel, como si nunca hubieran tenido carne. Su rostro estaba enteramente cubierto de arrugas. Sin embargo, su mirada, estraviada primero, fue luego tranquila; pareció apercibirse de la presencia de dos nobles señüres eu su choza, y con voz débil y respetuosa preguntó dónde se hallaba su amo. —¿Nos conocéis, vasallo? dijo Vaux. —No á vos, precisamente, respondió el escudero; pero por vuestra cruz roja, que veo, sois uu gran barón inglés, y creo que este otro señor es un santo Prolado á quien pido bendiga á uu pobre pecador. —¿Quieres la beodiciou? dijo el Arzobispo. Y le bendijo haciendo la señal de la cruz y aproximáudose al lecho del enfermo, Ya veis con" vuestros \>repioH ojos, dijo Adonebec. -lue la fiebre efstá vencida. Habla c:,r. c'ilaa. ha r i:;'>ia'i" ib memcr:-'-. y sü X-OMO !. 25