9. Los márgenes como lugar de salvación

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9. Los márgenes como
lugar de salvación
Maricarmen Martín
Teóloga
Resumen:
El acompañamiento brota de opciones personales fruto de la experiencia del Dios
de la vida y, concretamente, desde la experiencia de los márgenes: ver, tocar y escuchar a Jesús en las afueras. La autora plasma las características de los márgenes
como son la infrahumanidad misma de los márgenes, el que son resultado de este
modelo social: no hay pobres por mala suerte, son la cruz de la moneda social que
se reproduce y la propia invisibilidad y ocultación de la pobreza.
A partir de los hitos de su experiencia personal, la autora plantea cómo el acompañamiento desde el respeto hace que entremos en dinámicas de solidaridad muy
poco eficientes y cómo la compasión acaba siendo vivida como obediencia a la
autoridad de las víctimas. Finalmente, los márgenes revelan la verdad y la vida de lo
que existe ante los poderosos mecanismos de ocultación así como la propia ternura y debilidad de Dios a la vez que su fuerza en el amor. La salvación y curación
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de nuestra sociedad pasa por la salida a los márgenes, la vida de Jesús nos invita
siempre a pasar al otro lado.
Palabras clave: acompañamiento, márgenes de la sociedad, ocultamiento, salvación.
Abstract:
Accompaniment stems from personal options that are the fruit of experience of the
God of Life and, specifically, from the experience of life’s margins: seeing, touching
and hearing Jesus on the outskirts. The author considers the characteristics of the
margins, such as their subhuman nature, as the result of this social model: nobody
is poor just because they are unlucky; they are the flip-side of the social coin that is
reproduced and the invisibility and hiding of poverty. Based on the landmarks of her
personal experience, the author considers how accompaniment from respect leads
us into dynamics of solidarity that are highly inefficient, and how compassion ends
up taking the form of obedience to the victims’ authority. Finally, the margins reveal
the truth and life of what exists in contrast with the powerful hiding mechanisms
and the tenderness and weakness of God together with His strength in love. Saving
and healing our society means going out to the margins; the life of Jesus invites us
to cross over to the other side.
Key words: accompaniment, margins of society, hiding, salvation.
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Los márgenes como lugar de salvación
No he tenido conciencia de haber elegido en mi vida ser acompañante de
otras personas, sin embargo, me he sentido metida de lleno en este quehacer, empujada sin previa elección pero, una vez colocada ante esta realidad, la he asumido
y la he hecho propia como un regalo que se me ofrecía. Sin ser muy consciente de
ello me he ido convirtiendo a lo largo de mi vida en compañera. Compañera como
actitud vital, no como una acción esporádica o una técnica puntual sino como un
modo permanente de existir que, junto con mis limitaciones y carencias, forma
parte ya de mi propia personalidad.
Ser compañera es un modo ordinario de ser, que se expresa de manera
especial, en la tarea de ser acompañante. Esta actitud brota de grandes opciones
personales. Brota de la opción por la vida y brota del contacto con el Dios de la
vida. Y poco a poco mi vida se fue perfilando como acompañante en los márgenes… Esto tampoco fue, en primera instancia, una elección clara y personal, sino
que fui empujada a ello fruto de la experiencia de ese Dios de la vida revelado
como Madre-Padre y que me ha llevado a percibir a la otra y al otro como hermana y hermano. Era otro regalo hermoso que se me ofrecía y el cual yo aceptaba
con agradecimiento.
Como no estaba en mi horizonte, no me había preparado profesionalmente
para el trabajo social sino que mis preferencias se habían canalizado por el mundo
de la reflexión teológica. Y, claro, no es indiferente el lugar desde donde se reflexiona y se escribe teología. No es lo mismo el ámbito académico, cultual, la plaza
pública o los márgenes sociales. Pues bien, mi vida la sitúo desde la experiencia de
los márgenes, de ver, tocar y escuchar día a día a Jesús en la afueras. Con nombres
propios. Con historias reales. Con sufrimientos compartidos. En estos rostros concretos reconozco los rasgos sufrientes de Cristo que me cuestiona e interpela.
Los márgenes son lugares donde bulle la vida, para algunas personas la mala
vida: drogadictos, presos, prostitutas, personas con sida o con otras enfermedades
de igual gravedad, ancianos en soledad, indigentes que viven en la calle, sin techo,
inmigrantes…; se viven situaciones muy dolorosas ya que se trata de minorías míseras que viven en un medio de opulencia, es decir, en grandes ciudades modernas,
donde la actividad económica, productiva y cultural es enorme, pero con la que
ellas o ellos no tienen ningún contacto; a menudo se trata de situaciones desesperadas, aparentemente sin solución, predomina el anonimato, el silencio, el desconocimiento de unos respecto a otros; abunda la tristeza, la suciedad… Viven el
presente y tienen una escasa conciencia de historia. Prolifera la agresividad, a veces
desde edades muy tempranas. Nada que ver con el tópico “pobres, pero alegres”.
Hay dos elementos graves en esta situación: el primero es el fenómeno en
sí, el hecho de que haya personas que vivan de manera tan infrahumana. El segundo es que ese fenómeno sea fruto de esta sociedad y no del resultado de una
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coyuntura desfavorable; nuestra sociedad produce esta marginación. No se trata
de personas con mala suerte o que han sufrido un accidente, sino productos de
esta estructura económica en la que nos hallamos inmersas. La persona marginada
no es un abandonado en la puerta de la iglesia sino un fruto de nuestro “vientre
social”1. Pueden considerarse la cruz de la moneda de nuestra sociedad: si la cara
son los ejecutivos decididos, las grandes casas, las bellas mujeres sobre una pasarela
de modas, los flamantes coches; la cruz son las mujeres y los hombres que agonizan
en las aceras de nuestras calles con el frío del invierno, o que se pudren en la celda
de una cárcel, lejos de su país, o que venden el placer que da su cuerpo a precios
cada año más bajos…
La situación no deja de ser paradójica, como hemos dicho, se trata de situaciones de miseria en un medio social de opulencia. Los grados de infrahumanidad
llegan a situaciones extremas que sólo son creíbles cuando se contemplan con los
propios ojos. En la mayor parte de los casos nos encontramos ante una miseria sin
retorno. Muchas personas están definitivamente rotas, desestructuradas, quebradas
en la médula de su existencia. Por otra parte, se trata de una miseria que no tiende
a estancarse (muerta esta generación, acabado el problema), sino a reproducirse. El
problema continuará y crecerá si no se corrige la tendencia. Las hijas de prostitutas
se prostituyen, los hijos de alcohólicos beben, los hermanos menores de delincuentes se lanzan al robo y a la droga. Y, además, en esas familias el número de hijos
acostumbra a ser notablemente superior al de la media de nuestra sociedad. La
brecha entre los márgenes y el centro se profundiza cada vez más y se va volviendo
infranqueable.
El mundo de los marginados es silencioso y está silenciado. Lo que predomina es el silencio. Ellos no hablan y de ellos no se habla. Es particularmente llamativo
el silencio reiterado de los medios de comunicación social. También el silencio en
nuestra Iglesia. Y no es difícil intuir el significado de este silencio nuestro, tal vez,
escondemos un sentimiento de culpa colectiva. Callamos porque en el fondo sabemos que somos corresponsables de este drama. Por acción o por omisión. De ahí la
importancia de alzar la voz en foros como éste y la importancia de poner nombres,
no sólo de formular teorías sobre la marginación.
Por todo ello concluimos que nuestra sociedad está enferma. Los marginados son las personas que han quedado descolgadas del progreso veloz de la modernidad, aparcadas en los márgenes de una autopista en la que los coches corren
cada año a mayor velocidad. Y cuanto mayor es la velocidad del progreso, de los
cambios técnicos y culturales, mayor es la dificultad que tiene la persona marginada
para reintegrarse en el sistema social. La sola existencia de personas marginadas
1. VV.AA. Pobreza y exclusión social. Teología de la marginación. PPC Cátedra Chaminade. Madrid 1999.
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pone en cuestión este sistema porque la realidad de la marginación es síntoma de
una enfermedad que padece todo nuestro sistema social.
Esta es una dura batalla de mentalización a realizar, ya que tenemos tendencia a pensar que el problema de la marginación es de los marginados (“no han
tenido suerte en la vida” o “ellos se lo han buscado” decimos), cuando verdaderamente es un problema de toda la sociedad. Todo el cuerpo está enfermo pero las
llagas aparecen únicamente en algunos puntos concretos. Las personas excluidas
son las llagas del sistema y no tenemos que conformarnos con poner sólo tiritas o
dar una aspirina, tenemos la obligación moral de guardar en la memoria todas sus
heridas, todas sus esperanzas truncadas.
Además, descubrimos que el margen no es lugar para el optimismo sino
para la esperanza. La persona optimista confía en que la realidad le será favorable,
la esperanzada aguarda a que se cumpla la promesa anunciada de que el dolor no
tiene la última palabra; la última palabra es de vida y es del Dios de la vida. Y desde
esa esperanza me siento una mujer privilegiada porque tengo cada día la oportunidad de ver, tocar y escuchar al Dios de la vida encarnado en los márgenes sociales.
Acompañar y trabajar con personas excluidas es convivir cotidianamente con la
ternura, la violencia y la muerte; es tocar de cerca el dolor y el sufrimiento humano
y es, a la vez, crecer en esperanza y en resistencia.Y, creo firmemente que son estos
rostros los que continúan entre nosotras y nosotros la revelación y presencia de
Dios, Dios impotente y débil, excluido y crucificado. Y son ellos y ellas quienes nos
acercan la salvación. Esta es la gran experiencia de quienes nos aproximamos a la
marginación.
Como ésta es una comunicación desde la experiencia personal, evoco diferentes momentos y lugares donde he ido viviendo y desarrollando el acompañamiento en distintos márgenes:
Todo comenzó con la opción de vida. Nunca me había planteado ser monja,
ni consagrarme, ni nada por el estilo… mi vida parecía que caminaba por otros
derroteros: una pareja, un trabajo, una familia… pero en la búsqueda y encuentro
de todo eso algo había dentro de mí de insatisfacción honda, de nostalgia de “no sé
qué”… Hasta que poco a poco fui desandando el camino recorrido y me situé en
el kilómetro cero de mi vida. Desde ahí empecé a vislumbrar la vida como vocación,
como invitación de Dios, empecé a descubrir otro proyecto para mí, el proyecto
de la consagración. Pero una consagración estando en medio del mundo, en medio
del trabajo, en medio de la cotidianidad… así conocí los Institutos Seculares y, en
concreto, conocí Vida y Paz (Vita et Pax).
Me gustó mucho este grupo de mujeres que caminaban con un proyecto
común ilusionante y arriesgado, en el que ponían en el centro a Jesús y querían ser
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para las gentes transmisoras de su Vida y tejedoras de su Paz. Con ellas encontré
“mi lugar en el mundo”. De todo esto hace más de 20 años. Hoy vuelvo a renovar
mi opción por este estilo de vida y por el Instituto Secular Vida y Paz; agradecida
a Dios que me sostiene y acompaña y a Vida y Paz que canaliza y posibilita la vocación. De esta época quiero destacar especialmente la presencia de dos grandes
mujeres, Rosamary y Maialen. Su acompañamiento en estos momentos iniciales
de mi nueva andadura posibilitó mi tránsito por otros caminos más desconocidos
y periféricos.
Dentro de la formación inicial en Vida y Paz se incluye la formación teológica. Y ahí fue donde la teología entró en mi vida. Primero en Madrid y después
en Salamanca. Estudiar teología en Salamanca fue un sueño que ni siquiera me
había atrevido a soñar y que se hizo realidad. Ante mí se abrió un gran mundo a
colores… Supuso un abrir horizontes y poder contactar con tantas personas que
habían reflexionado y reflexionaban con hondura la experiencia de Dios. Salamanca
fue el impulso para mi propia reflexión y pensar a Dios y su historia de amor con
la humanidad dio alas a mi ser.
Esta época de mi vida tiene un nombre propio Juan L. Ruiz de la Peña,
profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca. Recuerdo la excelencia de sus
clases y, sobre todo, recuerdo su hondura de fe. Estábamos en el aula cuando se
despidió porque estaba enfermo… ya no pudo regresar. Pero no todo fueron colores, el estudio de la teología me produjo tal crisis de fe que dividió mi vida en un
antes y un después. Creo que aún estoy convaleciente… Todo se originó porque
en el estudio y en las aulas sentía dos grandes ausencias: las mujeres y los pobres.
Empecé a dudar de lo transmitido, después de los transmisores y terminé dudando
de Dios…
Después fui a Suiza, al mundo de la emigración. Acompañando a españolas
y españoles de la segunda generación, donde vivían la adaptación pero no la integración a una sociedad que los seguía viendo “ciudadanos de segunda”. Y acompañando, también, el mundo de la clandestinidad: las personas sin “papeles”. Con ellas
pudimos comprobar que no tener papeles era no ser ciudadano o ciudadana y, por
lo tanto, sencillamente, no ser. Recuerdo, sobre todo, el miedo y la humillación que
sufrían. Su actividad la desarrollaban, sobre todo, por la noche, cuando la soledad
acompaña a las ciudades. Traigo a la memoria, especialmente, a Margarita una
mujer colombiana sin papeles que llorando en la calle, humillada hasta la médula
por las personas de la casa donde trabajaba, me decía “no soy tonta Maricarmen, lo
que ocurre es que no sé francés”.
Toda esta vivencia y acompañamiento en Suiza me ayudó a “vomitar” la teología asimilada y a repensar fuera de las aulas lo aprendido en Salamanca. Darle otra
vuelta desde esa situación de primer mundo privilegiado y excluyente, al cual, otras
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personas menos favorecidas querían pertenecer. Poco a poco iba encontrando a
quienes me faltaron en las aulas, en este caso, los pobres. La teología se iba haciendo vida en mi vida y se iban perfilando dos pilares en ella: la opción por las mujeres
y la opción por las gentes más empobrecidas.
Y desde allí volé a Guatemala. Ser compañera exige encarnarse. Significó el
contacto directo con la pobreza más cruda, con el dolor a escala insospechada. Y
me topé de bruces con el Dios de los pobres, ese Dios misericordioso y, a la vez,
revolucionario. Empecé dando clases de teología en la universidad hasta que un
día, por casualidad, escuché hablar a unas alumnas y alumnos de su trabajo en el
barranco. Y ellos, en reciprocidad de enseñanza, guiaron mis pasos por otros caminos diferentes. Me enseñaron el camino del barranco. Aún recuerdo mi primera
impresión. Me parecía increíble que en el corazón de la capital se pudiese dar ese
submundo: unas colmenas de gentes llegadas de todos los rincones del país que
luchaban por sobrevivir. Basura, desagües, roedores de todas clases, perros, niñas,
niños y covachas se disputaban el poco espacio que había, prácticamente, sin lugar
para moverse.
Allí acompañé especialmente a mujeres indígenas campesinas que venían del
interior del país buscando un futuro mejor y vivían en situaciones infrahumanas en
los barrancos de la capital. Marginadas por ser mujeres, por pobres y por indígenas.
Recuerdo especialmente a Doña Antonia, kiché, y su fortaleza para sacar adelante a sus seis hijos; despojada de su historia, de su compañero, de su traje indígena,
de su identidad… ¡Cuántas mujeres en esa misma situación! Ante mis ojos se desplegaba la resistencia de la fragilidad. Ellas me empujaron y cuando ya casi estaba
desechada yo me metía de lleno en la Teología de la Liberación y, sobre todo, en
su método.
A todo ello se unió el formar parte de un grupo de mujeres que reflexionaban y vivían a Dios desde su ser mujer: el Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala.
Unían teoría y práctica desde la perspectiva de género. Todo lo aprendido se me
volvió a dar la vuelta otra vez… y a recomponer de nuevo. La teología oficial no
reconoce apellidos pero yo me unía a una corriente que sí tiene. Optaba por la
Teología Feminista de la Liberación.
Poco a poco iba reencontrado la otra ausencia con la que me topé en las
aulas de estudio: las mujeres. Las mujeres, individualmente y como colectivo, y en
concreto las mujeres en situación de vulnerabilidad y exclusión, son las que nos
ayudan a discernir el camino de la justicia social. Las pobres son millones de mujeres
en todo el mundo y son “las pobres entre los pobres”: las que sufren la violencia de
los violentados, las que dan de comer sin haber comido, las que llevan en el regazo
los cuerpos inertes de las criaturas que antes llevaron en su vientre, las que cargan
sobre sus hombros dobles y triples jornadas de trabajo… Desde sus necesidades e
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inquietudes ha de forjarse una nueva articulación de la ciudadanía y de la sociedad
e, incluso, una nueva articulación de nuestras Iglesias.
Y mi opción por los pobres, especialmente, por las mujeres pobres, fue tomando cuerpo a través del feminismo. El feminismo es un movimiento social formado fundamentalmente por mujeres que toman conciencia de una situación de
discriminación sin otra razón que pertenecer a un sexo. El primer paso es ese,
tomar conciencia. Imposible solucionar un problema si antes éste no se reconoce.
El feminismo es un discurso político que se basa en la justicia. Es una teoría y práctica política articulada por mujeres y algunos varones que, tras analizar la realidad
en la que viven, toman conciencia de las discriminaciones que sufren por la única
razón de ser mujeres y deciden organizarse para acabar con ellas, para cambiar la
sociedad.
El feminismo conlleva una ética, una forma de estar en el mundo. La toma de
conciencia feminista cambia, inevitablemente, la vida de cada una de las mujeres o
de los hombres que se acercan a él. Como dice Viviana Erazo2: “Para millones de
mujeres el feminismo ha sido una conmoción intransferible desde la propia biografía y circunstancias, y para la humanidad, la más grande contribución colectiva de las
mujeres. Removió conciencias, replanteó individualidades y revolucionó, sobre todo
en ellas, una manera de estar en el mundo”.
Dentro del feminismo, la teología feminista puede ser considerada como la
parte de la búsqueda de la justicia, que pretende el feminismo en sí, que tiene que
ver con el análisis crítico y recuperación liberadora de las tradiciones religiosas. No
toda teología hecha por mujeres es teología feminista. Hay mujeres que la hacen
pero no plantean ninguna crítica a la teología tradicional, ni descubren ni denuncian
en ella esquemas y tratamientos androcéntricos que hayan contribuido a la marginación u opresión de las mujeres en cuanto tales.
Todo esto me llevó a una nueva experiencia de Dios desde mi ser mujer
o, mejor, la nueva experiencia de Dios que estaba viviendo me llevó a todo esto.
No lo tengo claro. Lo cierto es que, desde los márgenes, atisbamos con luminosa
claridad una verdad antigua e incuestionable: Dios ama a las mujeres y desea apasionadamente su pleno desarrollo. Cuando se hace violencia a las mujeres, a su cuerpo
o a su espíritu, es un insulto a la gloria divina. Cuando se hacen avances liberadores
que vencen los prejuicios y promueven la dignidad de las mujeres, es una victoria
para el Reino de Dios. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos: Gloria Dei, vivens
femina, efectivamente, la gloria de Dios es que la mujer viva y viva con dignidad.
2. V. ERAZO, “Feminismos fin de siglo, una herencia sin testamento”, Fempress.
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Luchando por afirmar nuestra dignidad humana en todos los niveles, las mujeres encontramos al Dios de la vida caminando junto a nosotras y apoyando
nuestros esfuerzos, porque quien liberó a los esclavos de Egipto y resucitó a Jesús
de entre los muertos está, obstinadamente, al lado de quienes han sido privadas
de plenitud de vida. Desde esta experiencia, estamos llamadas con urgencia a ser
mujeres con una profunda vida interior. Esta vida interior nos abre al don de Dios,
nos ofrece ir hasta las fuentes que nos renuevan; nos hace fuertes en Dios cuando
integramos nuestra realidad. La vida interior pasa por asumir las propias sombras,
es decir, aquello que nos gustaría no encontrar cuando somos llevadas hasta las
profundidades.
De Guatemala volví a cruzar el charco, a la tierra de origen, Ciudad Real. Allí
trabajé como educadora en la Casa Siloé, en el Programa de Droga de Cáritas. El
objetivo del Programa es proporcionar acogida y acompañamiento a personas con
problemas de drogodependencia que sufren los mismos como consecuencia de un
proceso más amplio de exclusión social. Se acompaña a personas a las que nadie
quiere, en todos los lugares sobran. No son “buena gente” a los ojos de la sociedad
y son culpabilizadas por su situación.
El Programa se inscribe dentro de lo que se llama “la reducción del daño”,
es decir, que el objetivo no es tanto el no consumo sino mejorar su calidad de vida,
promover su reconstrucción personal, devolver el protagonismo de su historia,
es decir, afirmar dignidades y reducir las consecuencias negativas del consumo de
sustancias tóxicas. Por eso, desde el equipo valoramos que lo importante es estar.
Y estar con propuesta educativa, creyendo en cada persona, en sus potencialidades,
en lo que hay de positivo y de posibilidad de cambio, queriendo a cada una de las
personas que acompañamos a pesar de que no cambien. Y tienen rostros concretos, con sus nombres: Julio, Conce, Enrique, Juan Carlos, Yolanda, Mª José,
Casimira, Manuel, Adolfo…
Siloé sigue acompañando las vidas de los chicos y chicas incluso cuando
terminan en la cárcel. Para ellas y ellos quiero tener una palabra especial y traerlos
a la memoria porque en la cárcel se encuentran los pobres entre los pobres de
este mundo rico: los más olvidados, los más excluidos, los más temidos… Por eso,
no nos gustan las cárceles y estoy convencida que a Dios tampoco. Esta institución
refleja como ninguna otra lo enferma que está nuestra sociedad, refleja la violencia
que acompaña a la existencia humana: la que los presos y presas han ejercido sobre
sus víctimas pero también la de un sistema más preocupado por castigar y controlar que por facilitar procesos de sanación.
No vamos a la cárcel por simple altruismo sino porque Cristo está en la
cárcel. Él mismo nos lo ha dicho de modo claro y contundente: estuve en la cárcel
y me visitasteis o, al contrario, no quisisteis saber nada de mí. Es más, Cristo está en
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la cárcel porque la cárcel es una gran cruz. La cárcel es sacramento de la cruz de
Cristo… Y de esta cruz quiero recordar especialmente a Sandra. “Sandra, sé que
no me oyes pero te queremos y te reconocemos en toda tu dignidad”.
Y junto a toda esta vida acompaño grupos de mujeres que nos reunimos
para compartir nuestro ser de mujeres creyentes y feministas. Son los grupos de
Mujeres y Teología de Ciudad Real. Son grupos de reflexión, de formación, de oración, de compartir la vida… Con encuentros profundos, repletos de experiencia
de Dios, destiladores de sentido del humor, cargados de vida… Y somos feministas
porque creemos en la necesidad de restablecer a las mujeres como sujetos y agentes de pleno derecho en todos los ámbitos de la existencia, ello implica desvelar
los patrones de conducta que discriminan a las mujeres, así como proponer un
nuevo modelo de sociedad e Iglesia más justo e incluyente. De estos grupos me
admiran especialmente Caty y Rosa. Dos mujeres con sus vidas ya hechas pero
que siguen en búsqueda y tienen el coraje de superar su propio miedo por lo que
van descubriendo en esa búsqueda y son capaces de asumir el precio que tienen
que ir pagando.
También publicamos una pequeña revista bimensual, se llama Sororidad.
“Sororidad” expresa la hermandad de las mujeres entre las mujeres y entre los
hombres. Somos hermanas y hermanos, eso nos sentimos y así lo queremos vivir
y expresar. No es un término excluyente, al contrario, es un término incluyente de
mujeres y hombres iguales en dignidad, hijas e hijos de Dios y convocadas y convocados a la construcción de su Reino.
Sororidad es un concepto que, como indica su raíz etimológica “sor”, hace
alusión a la hermana, a la hermandad de las mujeres en la conciencia y el rechazo
del papel que les ha tocado jugar en el sistema patriarcal. Se deriva de la conciencia
de las mujeres al percibirse como iguales que pueden aliarse, compartir y, sobre
todo, cambiar su realidad debido a que todas, de diversas maneras, han experimentado la opresión. De esta forma, el feminismo propone que este concepto vaya más
allá de la solidaridad. La diferencia radica en que la solidaridad tiene que ver con un
intercambio que mantiene las condiciones como están; mientras que la sororidad
tiene implícita la modificación de esas condiciones y, especialmente, las relaciones
establecidas.
El hilo conductor de todas las etapas es el acompañamiento. Ser compañera
implica que se comparte lo que nos nutre y, a la vez, que se está dispuesta a quebrarse. Se está dispuesta a partirse para entregarse porque existe mucho dolor,
porque muchas veces no se sabe qué hacer, porque acompañar conlleva romper
tus propios esquemas. Es necesario tener plena conciencia de que ser compañera
lleva en sí mismo el romperse ante la frustración de procesos, romperse al oír tanto
sufrimiento, por la impotencia…
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Por tanto, quien acompaña se embarca en la tarea de desvivirse, de quebrarse, dándose. Un gran acompañante dijo que compañera o compañero es quien
“no te deja morir” sino que te hacer vivir3… No deja morir el cuerpo, las ilusiones,
la dignidad… Por eso, traigo a la memoria personas que se nos han ido pero que
no queremos dejarlas morir: José Antonio, Manuela, Mario, Cristina, Rafael,
Claudio… porque el primer objetivo que debe tener un acompañamiento es
“hacer existir a la persona”4.
Este hacer existir a la persona se vive entre el fracaso y la muerte que siempre aparece en contextos de marginación como presencia o como amenaza. Se
renuncia a jugar con las mismas cartas que la sociedad “normalizada” y esto siempre
o casi siempre es perder. Por no rendir culto al ídolo “eficacia” se experimentan lentitudes casi desesperantes. Por respetar el derecho de la otra a ser otra o del otro
a ser otro, se experimenta el misterio de la alteridad no manipulable.
El respeto profundo al dolor de las otras personas hace que entremos en
dinámicas de solidaridad muy poco eficaces, muy poco relevantes, muy lentas en
cuanto a resultados operativos porque nos mueve no la eficacia sino la compasión,
el dolor en las entrañas. Por eso, el acompañamiento en los márgenes nos educa
en la gratuidad y nos aleja de relaciones jerárquicas de poder como puede ser
“ayudadora-ayudada”, situándonos en la horizontalidad de “sanadora herida a sanadora herida”.
La compasión es también el ejercicio de la “obediencia debida”. Lo formulo
de forma provocativa sabiendo que la obediencia está desacreditada en nombre
de la libertad. Pues bien, la compasión es obediencia porque hay una autoridad
que puede exigirla, es “la autoridad de las víctimas”. Y de ahí que también la libertad tenga que ser redefinida. Una autoridad que no reside en su poder sino en su
impotencia, en que son sujetos del sufrimiento. Es la autoridad del “huérfano y de
la viuda”, a la que remite el profeta. Una autoridad que nada tiene que ver con la
fuerza o el dominio sino con la verdad. La verdad del mundo, del sistema, se conoce
desde sus límites, desde sus márgenes.
Nuestro mundo está montado como un gigantesco mecanismo de ocultación y olvido de los “desechos” que él mismo produce. La astucia de los que
dominan y sus potentes medios hacen que aparezca como simple efecto colateral.
Sin embargo, la presencia de los márgenes viene a romper esa imagen triunfal y
nos revela la verdad de lo que existe, el cáncer que se esconde y todos los ganglios
3. CABARRUS C.R., Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Desclée De Brouwer, Bilbao
2000. 61.
4. GOUVERNAIRE J., “Lettre à un pére spirituel”, Christus, nº 153, febrero 1992. 75.
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infectados que tiene el sistema.Y desde la autoridad de las víctimas y la verdad que
encierran, los márgenes se convierten en lugares de profecía donde no sólo denuncian la enfermedad del sistema sino que también anuncian un ideal alternativo de
humanidad sana y de humanización sanante que merece ser escuchado.
De ahí, la invitación a convertirnos en disidentes del sistema, en no proporcionarle más ciclos de quimioterapia, no más cuidados paliativos y la invitación a
desmarcarse y a vivir desde otro “lugar” diferente. Y ese lugar termina revelándose
como lugar de sanación. Los márgenes son espacios sanadores porque nos aportan
un horizonte diferente a la vida, una dimensión más profunda, una verdad más esencial. Las vidas de los expulsados a los márgenes son una llamada a vivir la existencia
desde su raíz última. El contacto con ellas y ellos saca lo mejor de nosotras y nos
invitan a desprendernos de posturas rutinarias y postizas; nos liberan de engaños,
miedos y egoísmos que paralizan nuestra vida; nos introducen algo tan decisivo
como es la alegría de vivir, nos abren a la compasión más profunda, al trabajo incansable por un mundo más justo…; nos ayudan a superar la rigidez, a quitarnos las
máscaras, a romper barreras y a utilizar todos nuestros sentidos para sentir y para
expresar lo que sentimos.
Es más, desde una lectura creyente de la realidad contemplamos que las
personas marginadas revelan la ternura y debilidad de Dios. De esta manera se
constituyen en misterio y sacramento de Dios, son una privilegiada zarza ardiente.
Son personas totalmente irrelevantes en nuestra vida social. Sin embargo, Dios se
ha valido de ellas para darse a nosotras. Aunque sus nombres sean desconocidos
en las esferas públicas de la sociedad, son los nombres que Dios ha escogido para
que le reconozcamos. Son los nombres y los rostros de Dios que nos salvan.
La persona marginada es sacramento visible del Dios invisible. Los márgenes
son vestíbulo de la casa de Dios. La debilidad del excluido muestra la debilidad de
Dios, que resulta más poderosa que nuestras presuntas fuerzas. La fuerza de Dios
es el amor y el amor, aun en su debilidad, es el pilar que acaba mostrándose más
resistente que el persistente odio humano. La persona marginada tiene la llave que
abre el santuario, la casa de Dios, porque al santuario de la salud, de la plena humanidad no se entra por la ancha puerta de la fuerza, sino por la estrecha puerta de la
debilidad. La puerta de la debilidad conduce a la vida y ahí reside su fuerza.
Por eso, la salvación y curación de nuestra sociedad pasa, necesariamente,
por esa salida “afuera”, a los márgenes, por ese encuentro con las otras y otros diferentes. La sanación no es unidireccional, sino bidireccional, del centro a los márgenes y de los márgenes al centro. Este salir es la dinámica que nos ofrece la Escritura.
Hay que salir para encontrarse con Dios que está fuera del campamento desde el
mismo principio de la historia de Israel: “ Tomó Moisés la tienda y la plantó a cierta
distancia fuera del campamento; la llamó Tienda de Reunión. De modo que todo
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el que tenía que consultar a Yahveh salía hacia la Tienda de la Reunión, que estaba
fuera del campamento” (Ex 33,7).
Y desde el nacimiento en Belén de Judea, entre pastores, hasta su muerte en
cruz, fuera de las murallas de la Ciudad Santa entre malhechores, la vida de Jesús
muestra el rostro de un Dios que transita por los márgenes cargando con el dolor
de los más pequeños. Esto nos lo enseñó Jesús, el poeta de la compasión de Dios,
que hablaba con parábolas pero también con hechos. Jesús nos invita siempre a
pasar al otro lado, a vincularnos a las víctimas allí donde se encuentren, a traspasar límites. Los leprosos, endemoniados, paralíticos, ciegos y mujeres con flujo de
sangre estaban excluidos de la vida social y religiosa, condenados a una existencia
al margen de su círculo familiar, relacional, laboral y religioso. Jesús, por su parte,
se mueve constantemente hacia esos lados que transgreden el límite. Llegaban a
la otra orilla del mar (Mc 6,53), abandonaban los lugares social, cultural y religiosamente correctos para ir a los últimos lugares, a los basureros sociales. “Vamos a
otra parte, –decía– a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues a esto he
venido” (Mc 1,38).
Nos reencontramos, por tanto, con el mundo de la periferia como el lugar
donde se realiza la salvación, el encuentro con Dios que nos abre a la plenitud de
su reinado. La salvación acontece fuera de los muros de la ciudad, en el margen;
allá a lo lejos donde se vislumbran los perfiles de las crucificadas y crucificados. Por
eso, la carta a los Hebreos nos invita a que “salgamos, también nosotros fuera del
campamento para ir hacia él…” (Heb 13,12-13). La terapia que pone en marcha
Jesús es su propia persona: su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a
cada persona, su fuerza para regenerar a la persona desde sus raíces, su capacidad
de contagiar su fe en la bondad de Dios, su poder para despertar energías desconocidas en el ser humano… El mismo nos aseguró que su “medicación” no tiene
efectos secundarios ni fecha de caducidad. Se puede adquirir sin receta médica. Es
gratuita.
Por su parte, en el evangelio de Mateo se recoge un relato impresionante,
la llamada “parábola del juicio final” (Mt 25,31-46), donde se habla de la compasión como el criterio que decidirá la suerte final del ser humano. Es una narración
en la que se combina una descripción grandiosa del juicio de “todas las naciones”
reunidas ante su rey y una sencilla escena pastoril que se repetía todos los días al
atardecer cuando los pastores recogían sus rebaños. Allí están gentes de todas las
razas y pueblos, de todas las culturas y religiones, generaciones de todos los tiempos. Se va a escuchar el veredicto final que lo esclarecerá todo. Dos grupos van
emergiendo de aquella muchedumbre. Unos son llamados a recibir la bendición de
Dios para heredar su Reino; a otros se les invita a apartarse. Cada grupo se dirige
hacia el lugar que ellos mismos han escogido.
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9 Maricarmen Martín
La escena expresa de manera inequívoca la “gran revolución religiosa” llevada a cabo por Jesús, que no es otra que haber abierto otra vía de acceso a Dios
distinta de lo sagrado. Abre la vía de la compasión con las personas tiradas en los
márgenes de los caminos de la historia: los que tienen hambre, sed, están en la
cárcel… como camino de encuentro con Dios. La religión, por tanto, no tiene el
monopolio de la salvación; el camino más acertado es el tránsito por la exclusión5.
Pero el trigo y la cizaña crecen juntos, por eso, es bueno tener en cuenta qué
dos elementos nos continuaremos encontrando en el camino hacia los márgenes:
la necesidad de cambiar el sistema y la conflictividad. No se trata de reintegrar a la
persona marginada en la sociedad que previamente la expulsó; se trata más bien
de crear un nuevo orden social donde excluido y excluidor, excluida y excluidora,
con todas las variaciones posibles, se encuentren en la igualdad de oportunidades
y de valorización de la diferencia.
Sin duda, si no se realizan transformaciones estructurales con el fin de ir
gestando un sistema más saludable que progresivamente vaya generando menos
marginación, las mejoras en este terreno no pasarán de ser parches temporales.
Y, desgraciadamente, el conflicto llegará. No tiene por qué llegar necesariamente,
pero suele surgir cuando alguien se propone criticar seriamente las injusticias del
sistema vigente y empieza a gestar mecanismos de transformación. El conflicto
puede llegar desde la sociedad o desde el interior de la Iglesia misma. Hay que
estar preparadas para ello porque no es raro que, con dolor, sientas cómo parte
de tu propia Iglesia también te envía a los márgenes, también excluye cuando no te
pliegas a los dictámenes de la oficialidad.
Y, finalmente, reconocer que es verdad, no se puede ser acompañante si no
eres, a la vez, acompañada, por eso, junto a estos nombres que he ido evocando
quiero traer otros de mujeres que me han acompañado, a mí misma, por estos
senderos marginales; las que me renuevan la energía y me alumbran el camino
cuando éste se hace oscuro. Las que ejercen el Ministerio de Cuidadoras de la
Vida en los Márgenes: Auxi, Cristina, Carmen, Lucía, Presen, Paqui… gracias
COMPAÑERAS.
5. PAGOLA J.A., Jesús. Aproximación histórica. PPC. Madrid 2007.194.
Corintios XIII nº 135
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