ORACIONES DE UN CREYENTE

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NUEVA
DIMENSIÓN
Marcel Légaut
ORACIONES
DE UN
CREYENTE
verbo divino
MARCEL LEGAUT
Oraciones
de un
creyente
EDITORIAL VERBO DIVINO
Avda. Pamplona, 41
ESTELLA (Navarra)
1975
CONTENIDO
Tradujo: Joaquín Sagastiberri . Título original: Priéres d'un
croyant . © Bernard Grasset - © Editorial Verbo Divino,
1975 . Es propiedad . Printed in Spain . Talleres Gráficos:
Editorial Verbo Divino, Avda. Pamplona, 41. Estella (Navarra) . Depósito Legal: NA. 1.155-1975
ISBN 84 7151 183 5
A mi madre la iglesia
Oración de un creyente
La estrella de los magos
Anunciación
Visitación
La multiplicación de los panes
Meditación para un atardecer
Las tentaciones en el desierto
Abnegación
Perder su vida
Caminando sobre las olas
Los discípulos de Emaús
Las angustias de la fe
¿Cómo rezar?
El descubrimiento del gran milagro
Oración para perseverar
En el umbral del ser
La madre y el hijo
La tarde del bautismo
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53
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75
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135
142
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los primeros discípulos
La samaritana
La muerte de Juan bautista
Betania
Hacia Jerusalén
El vaso quebrado
Getsemaní
La alegría
La única viña
Apacienta mis ovejas
Frente al mundo
El verdadero apostolado
La redención de Zacarías
Que mis palabras permanezcan en vosotros ...
Emaús
La alegría de Simeón
Bienaventurados
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A MI MADRE LA IGLESIA
Ella me dijo el día de mi bautismo:
Hijo, ¿crees en el Padre que te creó para que
por ti el mundo ame a su Dios libremente?
¿Crees en el Señor Jesús que nació y sufrió,
el que vivió entre nosotros, aquel al que los antiguos vieron y oyeron?
¿Crees en el Espíritu Santo que inspiró a los
profetas desde hace tantos siglos y que hoy descansa en mí?
¿Crees en la comunión de todos los santos,
en aquel que es su vida? En él, hijo, somos ya uno.
Y tu cuerpo, que yo bendigo en su debilidad,
resucitará un día en la fuerza; ese cuerpo, que
conocerá la corrupción, resucitará eternamente glorioso; ¿lo crees?
8
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Otros respondieron entonces por mí: lo creo.
Y la tarde de mi agonía, otros aún, junto a mi último lecho, lo afirmarán de nuevo.
Pero después, cuántas veces te lo he dicho, en
el secreto de mi oración, por la mañana o por la
tarde, y en el sacrificio que por tus manos ofrecemos cada día al Señor.
El niño se ha hecho un hombre. Al volver de
mis largos viajes, en la etapa que aguarda otras
marchas, en el descanso que prepara otras luchas,
hoy te vuelvo a decir, en la alegría del reconocimiento y del éxito: madre, tú no me has engañado.
ORACIÓN DE UN CREYENTE
Bendito sea tu mensaje.
Bendito sea aquel que te envió en medio de
los hombres, para que le continuaras.
Gracias a ti, he creído y he visto.
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Dios mío, nuestros labios pueden pronunciar
perfectamente las palabras que tú nos enseñaste;
nuestras fórmulas de oración pueden expresarte
perfectamente unos sentimientos que querrías ver
en nosotros; ¿cómo las diremos, de verdad, si
nuestro corazón está en otra parte? Esas palabras
se las enseñaste a tus apóstoles, a aquellos que
te siguieron; y nosotros no hemos dejado todavía
nada. Esas oraciones se las inspiraste a tus santos,
que pusieron en ellas todo el calor de su amor; y
nosotros estamos aún llenos de las cosas de la tierra. Buscamos a tu lado la ayuda material que facilita la vida, la consolación que la hace más ligera, la delicada emoción que le da un premio, la
satisfacción de un deber cumplido; ellos, junto a
ti, sólo te buscaban a ti mismo, a tu espíritu.
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I )ivorcio fundamental que parte en dos a nuestra oración, que la hace falsa e irreal, dividida
internamente por el abismo que separa nuestros
verdaderos afanes de los que querrías que tuviéramos. Señor, no sabemos rezarte de verdad, plenamente unidos a tu iglesia y a tus santos, más que
si aprendemos a rezarte con ellos en espíritu, Enséñanos a rezar en espíritu.
Enséñanos, Señor, a ponernos en tu presencia
y a permanecer en la ausencia de toda otra realidad que no seas tú.
Sabes qué esfuerzo precisa realizar el hombre
fuerte para separarse cierto tiempo de todo aquello que forma la trama material del resto de su
vida.
Enséñanos a reconocerte a través de todas las
especies que te manifiestan, pero enséñanos además la esencial impotencia de todo objeto creado
de contener a su creador.
Sabes cómo desea el hombre pensarte y verte,
para adorarte. Pero sabes cuan rápidamente quiere
descansar en lo que ve y piensa, para hacerse con
ello un ídolo que te oculta.
Y sabes qué pronto todo pensamiento que te
enmascara, toda visión que aparta los ojos de ti,
pierde hasta la marca de tu divino espíritu.
Sabes qué gran paciencia le hace falta al hombre recogido para mantenerse solo junto a ti.
Enséñale, Señor, el desprendimiento santo que
le haga sobrepasar siempre todas sus impresiones
y sus pensamientos. Que éstos no sean más que
etapas prudentemente recorridas, pero rápidamente abandonadas cuando le llamen otros caminos
que le conducirán hasta ti.
Sabes qué vigilancia sobrenatural le es necesaria para no encontrar de repente, en su oración,
el rostro absorbente de sus ocupaciones y sus
afanes.
Pero él está tan hambriento de posesión, que
la gran posesión de tu ser eterno le parece un
desposeimiento.
Enséñale, Señor, el santo aguante para que no
se aburra ya a solas contigo.
Está tan acostumbrado a nutrirse de los alimentos terrenos, que tiene hambre, a tu lado, de
otro pan que tu presencia.
Es tan novato aún en el recogimiento, que se
enlaza en torno a tu esencia, que no sabe, sencilla,
naturalmente, mantenerse en paz junto a ti.
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Pero es tan novato en su desprendimiento, que
únicamente sostiene tu divina fe, que no sabe vivirlo sin un resto de apego que le da sabor de
cruz.
Sagrado silencio, en que se creó el mundo.
Sagrado silencio del tabernáculo que guarda
la hostia.
Sagrado silencio del alma ante su Dios.
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Bajo tu velo se prepara, sagrada, la palabra
convincente.
En tu inmovilidad se crea el celo de los apóstoles.
Por tu eficacia recibe el resto del día su divina sustancia.
Y la pequeña hostia es el fermento que hará
algún día del mundo la gran víctima.
Señor, muéstranos el silencio de tus noches
de oración...
*
*
*
Hijo, no puede el hombre conocer en un día
tal secreto. Y el camino que conduce a la cúspide
donde Dios solo es amado en sí mismo, es largo.
Muy loco sería quien quisiera arrebatarme ese
tesoro.
Muy ignorante sería el que pensara forzar con
un tenaz esfuerzo la puerta que guarda el misterio
del íntimo silencio de Dios. Puede intentar parodiar ese silencio, puede llevarse por delante todo
lo que acude a llenar el vacío de su corazón. En
pura pérdida; ese vacío le agobia más aún y es
más duro que todas las distracciones; es carencia
de sí mismo.
No, es el fruto lentamente madurado de una
larga vida cristiana, con todo lo que supone de
trabajo y de cuidado: liberar el núcleo del hombre
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de toda atadura carnal, descubrir a fuerza de sencillez los falsos anhelos de amor y las búsquedas
sutiles y complicadas del "yo"; rectificar sin tregua su honda intención; volver a ponerse incesantemente en el pensamiento de Dios, en medio de
las deficiencias y los malos comportamientos, de
todo lo que distrae y disipa. No, ni los ambiciosos
ni los orgullosos conocerán nunca el silencio de
Dios.
Yo soy el camino que conduce al Padre.
¿Quién, por tanto, puede ser llamado a conocer
al Padre si primero no ha vivido como el Hijo?
¿Quién podrá expresar lo que esto supone de desprendimiento y renuncia? Entregarse a una obra
hasta perderse en ella; perseverar en la tarea pese
a la fatiga y el fracaso, a pesar de la enorme cobardía del mundo y de su mediocridad. Sostenerse hasta el fin. No, ni los cobardes ni los pusilánimes conocerán jamás el silencio pleno de
aquel que va hasta el Padre, la gavilla atada.
Pero el hombre purificado de toda atadura de
sí mismo y entregado totalmente, vivirá lo que
ningún ojo vio ni ningún oído escuchó. Adorando
en espíritu y en verdad, su oración y su vida serán una sola cosa. Su vida será una oración y su
oración será mi vida en él. Surgirá de lo hondo
de su ser, para elevarse hasta Dios, agua límpida
que brota retornando a su fuente, imagen humana
de ese único amor en el cual, salido eternamente
del Padre, me remito también eternamente a él.
Misterio de unión y de unidad.
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LA ESTRELLA DE LOS MAGOS
Brillaba, muy chica, en un cielo plagado de
estrellas. Su luz no la distinguía de las demás,
tampoco su tamaño; era como las otras estrellas
y sin embargo era la estrella del mesías.
Una estrella desconocida que jamás había visto nadie; pero habían visto tantas otras y sabían
tanto sobre ellas.
Vieron muchos esta nueva estrella en el cielo.
Pocos la reconocieron. Solamente tres la siguieron.
Para Ja mayoría, aquella estrella siguió siendo
una estrella como las otras. Para algunos, fue ocasión de pensar en las promesas que de viejas tradiciones guardaban en los corazones. Sólo para
tres fue el total descubrir a aquel que hizo todas
las estrellas.
Sin embargo, la luz era la misma para todos,
pero muchos no comprendieron la relación que
existía entre aquella cosa nueva y unas promesas
tan viejas; pues ya no creían en ellas. Algunos se
sobresaltaron con la extraña aparición de la estrella e instintivamente trataron de encontrar una
explicación en aquello en que aún creían. —" ¿No
será ésta la estrella del mesías que esperan los
judíos desde hace tantos siglos?"—. Pero hay
tantas otras estrellas; es tan pequeña la probabilidad de que esta estrella no sea como las otras
estrellas, y resultaría tan difícil verificar una hipótesis tan frágil... E inmediatamente se unieron
al grueso de la multitud, a aquellos para los que,
en realidad, la estrella no brilló.
Sólo tres ansiaban el advenimiento del mesías.
Sólo tres reconocieron la estrella y le fueron fieles,
pese a no ser más que tres los que fueron fieles.
Sólo tres se lanzaron hacia rutas desconocidas,
acompañados de la sonrisa de unos, de las críticas
de otros. Ni una sola palabra de aliento. Dejaron
su patria, su familia, afrontaron un viaje largo y
lleno de peligros para seguir aquella estrella pequeña, que no encendieron ellos, que podía desaparecer, que posiblemente no era sino una estrella como cualquier otra.
Queridos reyes magos, posiblemente ahora os
comprendamos mejor: sois los inolvidables modelos de esa fidelidad que asegura a los honbres
de buena voluntad, viajeros desde muy lejos, el
total descubrimiento de Cristo. En otras épocas,
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la fe era tan fácil. En un mundo cristiano, casi
resultaba difícil no ser cristiano. Pero ha cambiado
mucho todo. Antes respirábamos la fe con el aire
que nos circundaba y la sociedad cristiana, alimentándonos, nos dirigía naturalmente hacia Dios.
Ahora nos es preciso una fe más personal y el camino hasta lograrla es más largo, como el de los
magos, pero además es solitario y está plagado
de asechanzas. Dios mío, tu estrella brilla aún en
el mundo, pero, como les ocurrió a los magos,
en un firmamento cuajado de estrellas. No es una
estrella nueva, aunque prácticamente sea desconocida, y hay tantas estrellas e incluso tantas estrellas nuevas que cada día se encienden en nuestro cielo por el genio y el esfuerzo del hombre.
Como los magos, los hombres son juzgados
por la estrella misteriosa. Los hombres deseosos
de hacerlo te descubren, Señor; los demás te adivinan o te niegan. Se revela el fondo de los corazones: tu estrella es para gloria o condenación de
todo el que vive aquí abajo.
tenía para ellos un solo sentido practicable, ya
que no era un camino como los otros, ni el que
habría sido para otros que no fueran ellos. Para
ellos el camino era como la estrella, un camino
singular.
Renegar de la estrella hubiera pesado extrañamente sobre sus conciencias. Los que reconocieron
la llamada de Dios y empezaron a responder a ella,
no podían volver a ser ya como los demás, como
los magos que quedaron atrás. Están marcados
para siempre con la señal de la estrella. Y esta señal será para su gloria o su hundimiento: será
preciso que suban mucho más alto que sus antiguos compatriotas o que desciendan mucho más
bajo.
Siguen, sin la estrella, su penoso viaje, largo,
por parajes desconocidos, hacia Jerusalén, la ciudad privilegiada guardiana de la tradición, depositaría de las promesas que tanto aman y veneran
y que ansian ver realizadas.
Y pasó lo que tenía que pasar: la estrella, la
nueva estrella se ocultó y los magos, los tres magos continuaron caminando solos, lejos de su patria, lejos de Jerusalén, completamente solos.
Qué tranquila está la ciudad. Pobres viajeros
de lejanas rutas, pensabais hallar en ella la alegría
que reconforta y da seguridad, la meta de vuestro viaje y el final de vuestras dudas. No encontraréis en ella más que una nueva ocasión de manifestar vuestra fe, sólo una etapa que precede a
otro viaje.
Otros que no fueran ellos hubieran vuelto sobre sus pasos, pero la fe que se había apoderado
de su corazón no se lo permitió. Aquel camino
La llegada de los magos no pasa desapercibida.
Todos los habitantes, en el umbral de su puerta,
vieron desfilar aquella caravana y conocieron la
*
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*
*
19
singular razón de tan largo peregrinar. La caravana fue una señal dada a los judíos y los judíos,
como los otros magos, los que quedaron atrás,
vieron en esta caravana una caravana como tantas
otras. Sin embargo, en realidad era Dios el que
pasaba.
Se consultaron libros; eran más completos que
los de allá abajo. Se encontraron en ellos nuevas
precisiones que aprovecharon a los tres magos que
quisieron utilizarlas. Para los otros escribas y doctores, aquellos pasajes de la escritura siguieron
siendo, en medio de los restantes pasajes de la
escritura, como una luz en medio de muchas luces.
Sólo Herodes creyó en ellas y sintió temor en
lugar de esperanza, pues sólo amaba el puesto que
tenía en su reino. Era de los que nada desean, pues
tienen su parte aquí abajo y lo temen todo, pues
presienten inconscientemente que su poder es una
usurpación. Herodes creyó y tuvo miedo. Aquel
día se tomó en el corazón de los hombres la resolución de matar al hijo del hombre.
Dios mío, tú que conoces los caminos que llevan a cada alma a tu salvación, enséñame a imitar
a esos magos. Posiblemente también a nosotros nos
ha dejado la estrella, tras un hermoso comienzo
iluminado y movido por tu gracia. Ahora está todo
oscuro: es el miedo. Dinos suavemente que no
podemos retroceder sin degradarnos; que lo hecho,
hecho está; que nuestra fe generosa nos ha marcado ya, como un nuevo bautismo, con una señal
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indeleble; que hay que seguir o perderse, subir o
caer más bajo que de donde arrancamos.
Tu estrella, Señor, era tan hermosa, tan brillante, que frecuentemente los que nos la han
descrito resultaban muy apagados. Ni todos tus
fieles, ni todos tus sacerdotes son santos. En nuestra juventud y nuestra inexperiencia, los hubiéramos querido tallados en un cristal tan claro como
tu estrella, con espíritus ardientes como tu luz.
Pero no ocurre así. Es tan difícil ser un cristiano
digno del ideal que los no cristianos, espíritus que
buscan, se hacen de la religión.
Enséñanos a compensar mediante nuestra humildad la mediocridad de nuestros hermanos; los
magos supieron pedir luces a gentes que valían
menos que ellos. Que podamos, imitándolos, amar
la verdad por sí misma, cueste lo que cueste.
Y volvieron a partir solos. No era ya un viaje
el que tenían que emprender, ni tenían que atravesar desiertos: no era más que un sencillo paseo.
Si los magos lejanos no hubiesen tenido más
que tan poco camino que hacer, hubieran corrido
en masa a verificar el mensaje de la estrella. Los
judíos se limitaron a dar informaciones sobre el
camino a seguir. Sólo Herodes se interesó por el
asunto; ya sabemos por qué.
Volvieron a irse solos. Jerusalén les dio indicaciones precisas. Pero, Belén, ¿verás tú hoy nacer al rey de los judíos? Qué poco lo esperan sus
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habitantes... Estas ideas apenas rozan sus espíritus. La duda parece apoderarse de ellos. ¿No se
habrán equivocado? Y el recuerdo de todas las
etapas recorridas viene a aumentar esta duda con
un nuevo peso. Un acontecimiento así, ¿no debió
ser primero anunciado a los judíos? Sí, han sido
víctimas de su imaginación, han tomado sus deseos por realidades. Se han equivocado... Otros
se hubieran dado por vencidos, se hubieran desmoronado, pero la profunda fe que anima su
corazón aparta sus miradas de aquella tierra extraña, negra y fría, y les vuelve hacia Dios. "No,
no es posible que nos hayas dejado ser víctimas
de una ilusión. Señor, ten compasión de tus servidores, pues sólo han querido serte fieles".
Horas sombrías, en las que a la aridez interior
viene a añadirse la sutil tentación del eterno mentiroso que lo confunde todo; le conoceremos seguramente si, como los magos, perseveramos en el
camino del cielo, frente y contra todo, a pesar de
los hombres y de los acontecimientos. En recuerdo
de tu agonía en el huerto de los olivos, Señor,
apresúrate a socorrernos.
En medio del cielo, la estrella ha vuelto.
No eres la señal que juzga los corazones, sino
la luz que los recompensa. No vienes a reafirmar
su fe, pues en verdad creyeron siempre, incluso
cuando creían dudar; vienes a coronar su amor.
madas, eres el esposo que se entrega a los elegidos
para que su alegría sea perfecta.
Y la estrella, antes inmóvil como la ley que
obliga, se mueve flexible y ágil como el amigo
que llama. Hela ahí, cerca de un pobre establo
que ella ilumina con un halo. Los magos se acercan a adorar.
Este mundo no es ya el mundo. Hace poco el
campo estaba negro, triste, vacío de Dios. Ahora
brota la vida divina; su presencia lo ha transformado todo. Se escuchan mil voces que descienden
como una lluvia de alabanzas y, en el establo, unas
pobres gentes adoran a un niño en un pesebre.
También los magos le adoran: han olvidado
todos sus sufrimientos, sus fatigas, sus pruebas.
Entregan todo lo que tienen, el oro, el incienso
y la mirra. Y en seguida se vuelven, silenciosos,
ocultos, sin ser vistos, pues han hallado un tesoro
que los grandes de la tierra no desean, sino que
lo aborrecen.
Podéis, de ahora en adelante, desaparecer. El
mundo podrá olvidaros. La iglesia conservará eternamente vuestra memoria, venerando en vosotros
el largo peregrinar de la humanidad hacia su Dios.
Señor, después de haber sido aquel que juzga
a las almas por las respuestas que dan a tus 11a22
23
pensar en esa relación única entre él y yo. Por mi
parte, casi no pensaba y he aquí que de repente
me enteraba de que él, Dios, había pensado en
mí, pensaba en mí, en mí personalmente, y que
me distinguía entre todas las mujeres de su pueblo, entre todas las de la tierra. Pobre criatura
humana, distinguida y por tanto separada, aislada,
especialmente elegida por el amor de Dios, sola
frente a él, ¿cómo hubiera podido soportar esto
sin turbarme?
ANUNCIACIÓN
Le dijo el ángel: "Ave María, llena de gracia;
el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres".
María se turbó al oír estas palabras.
Enséñanos, dulce y santa virgen, a penetrar
en las razones de tal turbación en ti, la totalmente
pura, la totalmente generosa. Aún no se te había
pedido nada, ni se te había anunciado nada sobre
tu futura misión, y sin embargo te turbaste, tú
que más tarde sabrías recibir sin miedo la más
alta misión nunca confiada a una hija de los hombres.
Hijo miío, es que en tales palabras recibía la
revelación del amor de Dios hacia mí. Desde niña
sabía que Dios velaba sobre mi pueblo; sabía bien,
también, que distingue a los justos entre la multitud de los pecadores, pero nunca hubiera osado
24
Desde la época de mi Hijo, os parece completamente natural que Dios os ame a cada uno de
vosotros: os lo repitió tan a menudo. Y lo sabéis
tan bien ahora que ya ni pensáis en ello; no consideráis lo que tal amor testimonia en Dios de
condescendencia, no os dais cuenta de lo que tiene
de inaudito para una criatura saberse amada de
Dios... Sí, algo inaudito, terrible si no se tratara
justamente del amor: Dios es tan grande. Si hubierais podido oír, como yo, con qué acento de
respeto mi Hijo, vuestro Señor, decía: "Padre
mío..."
No, tras de esta revelación del amor, ninguna
revelación hubiera podido turbarme. Saberse amada de Dios, ¿no es algo más grande, más impresionante que saber que va a obrar en vosotros,
incluso para hacer en vosotros obras grandes?
*
*
*
Virgen santa, verdadero modelo de las almas
a las que se descubre su vocación, enséñanos ahora
25
a comprender y luego a imitar tu fe. El ángel te
habla y tú accedes a creer en su mensaje. Dichosa
tú por haber creído.
Lo que te aporta este mensaje del ángel, no
es el anuncio de las grandes pruebas que habrás
de soportar, no es la revelación de las exigencias
totales de Dios, es un mensaje de alegría, de gloria, y el anuncio de las grandes cosas que van a
realizarse en ti. En la antigua alianza, Abrahán se
convirtió en el padre de los creyentes por haber
aceptado y realizado en espíritu el sacrificio de su
hijo Isaac. Tú, María, creyendo y aceptando convertirte en la madre de Dios eres constituida en
madre de todos nosotros.
Mucho más aún que Abrahán, nos das ejemplo
de fe; para aceptar creer lo que tú creíste, hace
falta más fe que para sacrificarlo todo. Muchas
almas, incluso paganas, no se han echado atrás
ante la perspectiva de los más duros sacrificios,
y el pensamiento de las luchas futuras suponían
para ellos un estimulante más. Muchas almas, incluso paganas, se han mantenido enteras en el
sufrimiento, y con la intensidad de su esfuerzo
se reaseguraban sobre el valor de su tenacidad. Es
tan natural sufrir; todos los hombres comprenden
eso, todos saben que es ley de vida, ley de crecimiento y de progreso, y ningún espíritu razonable
se rebela cuando se le dice que tendrá que realizar
esfuerzos, que es preciso aceptar sacrificios: ¿no
sabemos todos que los que luchan en la arena se
abstienen también de todo?
26
Pero lo que repugna profundamente a la naturaleza humana es creer en promesas y tanto más
cuanto más bellas son dichas promesas. Para asegurarse de tu fidelidad, Dios no te presenta ni la
espada de dolores ni la cruz: te anuncia que quiere
obrar en ti, pues conoce perfectamente en su sabiduría que tienes bastante fe para creer en tales
cosas y que ninguna prueba, ningún sufrimiento
podrá desconcertarte ni abatirte. Virgen santa,
concédenos creer, también nosotros, creer en las
promesas que nos hizo tu Hijo.
Si nos hubiera hecho pequeñas promesas, promesas a nuestra altura, los hombres no le hubieran
aborrecido y condenado como a un seductor; pero
lo que dijo desconcierta a nuestra sabiduría y confunde nuestros pensamientos. No habló de desprendimiento, ni de sacrificio, aquel día en que los
doce vacilaron y un gran número de sus discípulos
le abandonaron para no volver más. "Tus palabras
son duras, ¿quién puede escucharlas?" No, habló
de resurrección y de vida, prometió al mundo el
don del pan de vida. La hora en que se escandalizan los hombres de poca fe, no es aquella en la
que Jesús pide, sino, sobre todo, aquella en la
que promete.
Virgen santa, tú que aceptaste el mensaje del
ángel, tú que creíste que te convertirías en madre
del Hijo de Dios, concédenos creer también a
nosotros. Creer que Dios quiere obrar en nosotros
y realizar en nosotros grandes cosas conforme indica la frase: "El que crea en mí, realizará obras
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aún más grandes que yo". Creer que, en la fe, en
la unión de los corazones, todo resulta posible:
"Si tenéis fe como un grano de mostaza, nada os
será imposible". Y más adelante: "Si dos de vosotros se unen en la tierra, cualquier cosa que pidan la obtendrán de mi Padre que está en los
cielos". Creer que somos dioses, conforme al dicho: "Lo dije, sois dioses". Creer que tu Hijo
quiere establecer entre nosotros y él una unión
tan íntima que no puede ser comparada más que
con la que le une a él mismo con su Padre. Tú
sabes cómo ante estas promesas el espíritu de tus
hijos duda y se alborota, mientras el enemigo
murmura a nuestro oído, hablándonos de los peligros de la ilusión y el orgullo. Tú que desbarataste
sus engañosas palabras con tu sencillez y tu pureza, concédenos creer en las promesas de Dios.
Hijo mío, nunca me dio miedo la ilusión o el
orgullo. ¿No son tales promesas el antídoto del
orgullo? Uno no se enorgullece más que de lo
que está a su altura. Los sabios de este mundo
extraen el orgullo de sus pobrecitas virtudes humanas, pues en algún modo son su obra; ¿pero
cómo enorgullecerse de ser la madre de Dios?
No, cuanto más se adquiere conciencia de la elevación a que uno es llamado, establecido por Dios,
más percibe uno su nada; más se siente que uno
lo recibe y lo tiene todo de Dios. Si retrocedéis
tan a menudo ante esas grandes perspectivas que
mi Hijo vino a abriros, no es sólo porque desconciertan vuestro entendimiento, es que hieren mor28
talmente vuestro orgullo, dándoos a conocer que
alguien más grande os trabaja dentro. ¿Crees tú
que Pedro fue tentado por el orgullo el día que
vio llenarse su barca de peces? No, nunca experimentó el pobre más vivamente, hasta bordear el
espanto, su nada y su miseria.
•k
it
ie
Es muy singular, María, ese mensaje del ángel;
tú sabes lo que se obrará en ti, pero Gabriel no
te dice lo que es preciso que tú hagas. Parece que
no tuvieras más que aceptar, más que consentir;
al menos por el momento; el resto llegará a su
tiempo. Vendrán horas en las que será preciso sacrificarse, actuar, luchar, penar. Pero para que
puedan llegar y se realice mediante ellas el plan
divino, es preciso primero que haya precedido a
esta aceptación global, total, esa adhesión al misterioso mensaje.
Sí, virgen santa, tú no osas decir: "que no
sea así o de ese otro modo", pues temes con palabras humanas restringir y limitar una aceptación
que deseas total; sino que dices: "hágase en mí
según tu palabra". Así te ofreces a Dios para que
obre en ti cuanto le plazca, para que realice en ti
todas sus voluntades conocidas o desconocidas;
así te entregas al amor. Danos el aceptar así las
promesas divinas, promesas cuyo profundo sentido se nos escapa todavía y se nos escapará siempre en parte, pero no importa, ya que es Dios
quien va a realizarlas en nosotros, sólo con que
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le permanezcamos siempre fieles, sumisos y atentos, no creyendo nunca que nada es imposible ni
demasiado hermoso.
*
*
*
Sí, hijo mío, todo está ahí: hay que creer, hay
que aceptar; ni lo uno ni lo otro es fácil, lo sabes.
Pero la fuerza para creer y para aceptar, Dios te
la dará haciéndote comprender cada vez más que
él te ama. Bien sabes que Dios es padre; piensa
a menudo en ello, intenta comprender qué significa este amor de él tan grande hacia ti, tan pequeño, penetra piadosamente en ese misterio divino adorándolo y dando gracias por él. Ahí
encontrarás con qué fortalecer la fe en sus promesas magníficas: si Dios te ama, ¿qué no puedes
recibir de él? Ahí encontrarás la fuente de esa
confianza total que te llevará a aceptarlo todo: si
Dios te ama, ¿no debes abandonarte a todo lo
que quiere hacer en ti? Así llegarás a ser en todas
las circunstancias el fiel servidor del Señor.
VISITACIÓN
María escucha en silencio las palabras del ángel. Sólo unas preguntas para asegurarse de que
había entendido bien, y luego acepta incondicionalmente: "He aquí la esclava del Señor".
María luego no dice nada a nadie que estuviera
junto a ella, ni siquiera a José. Se recoge en su
gran secreto.
El alma, a menudo, descubre en el silencio su
vocación, en el silencio exterior y en el silencio
interior sobre todo. Cuanto más pura es un alma,
más religiosa es la vocación que entrevé, y el pensamiento de tal vocación se hace para ella más acogedor; es fuente de paz. Hay un presentimiento
del porvenir que disipa, sobreexcita o deprime;
pero hay otro que es fuente de paz y silencio,
cuando la esperanza se ha purificado totalmente y,
30
31
sobre todo, cuando se ve en el porvenir la gran
etapa en la que se realizará la voluntad de Dios.
En esta hora del descubrimiento, de nada sirve
hablar, no es útil trazar planes, razonar o prever.
El germen secreto que Dios ha depositado en nosotros, la oscura llamada que resuena en nuestra
alma son aún poco claros para que podamos, sin
riesgo, sacarlos a la luz. Esta llamada incomprensiblemente nueva no podríamos traducirla más
que con palabras antiguas; y eso sería para nosotros ocasión para dudar de la renovada orientación que debe dar a nuestra vida. Es el momento
de callarse, de recogerse, de dejar trabajar a Dios
en nosotros y descubrirnos, poco a poco, nuestro
verdadero rostro.
Llega un día, sin embargo, en que algo ha
cambiado.
¿Por qué se levanta María de pronto, con tal
precipitación? ¿Por qué ese súbito deseo de volver
a ver a su prima, en ella que se mantuvo tanto
tiempo sola y en silencio?
Es que las llamadas divinas se desarrollan en
un espíritu recogido. El tiempo no las vuelve más
ciertas, pues lo son plenamente desde el principio, pero las hace más precisas, más constantes.
El alma entera se siente más penetrada y transformada por ellas; antes sólo se las podía oír en la
fina punta del alma, en ciertos momentos privilegiados de recogimiento, y eran entonces llamadas
a una vida más entregada, más religiosa, la pers32
pectiva aún brumosa de un porvenir en alza, el
presentimiento de la gran obra de nuestra vida o
incluso una invitación fugaz a tal trabajo preciso.
Por otra parte, la vida continuaba como antes,
nuestras ideas seguían su curso. Y uno no conoce
el lento crecimiento de un germen, ni su acción
subterránea, hasta que aparece cierto día bruscamente a la luz. El espíritu toma entonces conciencia, a veces de un solo golpe, del lento trabajo que
se ha operado en ella. Ayer estaba aún en la continuación del pasado. Hoy se ve totalmente orientada hacia el porvenir y un porvenir nuevo. Sin
que tuviera conciencia de ello, la llamada de Dios
le ha ganado y transformado completamente como
por un misterioso contagio.
Y María, totalmente renovada, se precipita
corriendo hacia Isabel.
No es al primero con el que se tropieza a quien
María confiará su gran secreto. ¿Tiene incluso
el designio de manifestarlo completo? ¿Qué sabemos? Pero no quiere seguir sola y va hacia Isabel.
Ni la distancia ni las montañas la detienen.
Imagen de la idea que buscan las almas en los
momentos importantes de la vida, sin saber bien
lo que buscan. Lo más a menudo es una presencia.
Dichosos si pueden hallar el apoyo externo, la señal que les mantendrá firmes.
Es muy prudente por parte de María el no
abrirse a cualquiera sobre el secreto de su vocación. Qué pocos habrían sido capaces de compren33
derla y creerla. Sin duda la habrían considerado
como una criminal o una loca, a ella que iba a
dar a luz a Jesús.
No han cambiado después las cosas y siguen
lanzándose las mismas acusaciones de temeridad,
de locura, contra los que han creído en su vocación
y en el amor de Dios hacia ellos. Que no se dejen
atemorizar, pero que aprendan a callarse prudentemente.
Que no se queden sin embargo solos. El ejemplo de María les mostrará que, para encontrar al
amigo fiel, al consejero seguro, a aquel que les
comprenderá, es preciso estar pronto a pasar por
encima de todos los obstáculos.
*
*
*
María se marcha apresuradamente al país de las
montañas y en el largo caminar piensa en su prima, se prepara a saludarla, a honrarla.
Pero su primera palabra le traicionará. Una
sola palabra suya revelará todo su secreto. Isabel
la habrá reconocido como madre del salvador,
y las dos santas mujeres no podrán sino alternar
los versículos de un mismo cántico de acción de
gracias.
Un espíritu religioso no tiene necesidad de hablar mucho para que le reconozcan. Ocurre, por
otra parte, a pesar suyo, y María sin duda no puso
en su saludo más que la serenidad y la paz del que
34
todo lo realiza "en Dios". Otra que no fuera Isabel, no se hubiera sobresaltado posiblemente como ella ni, sobre todo, hubiera tomado de pronto
clara conciencia de la profundidad vital que se
apreciaba en la voz de María. Sin embargo, no es
indispensable que sea uno muy religioso para sentir esa especie de choque, ese sobresalto al tropezarse con un alma santa. Esa especie de influencia
es la que da autoridad a los santos y la que hace
reconocer a los hombres de buena voluntad.
Este acento en la voz de María es el acento
del que ha permanecido largo tiempo en el silencio. En él ha vivido con Dios. En adelante, para
hablar no abandona su silencio y además sus palabras no son ya algo muerto, exterior, sino que
están totalmente penetradas de la presencia de
Dios. En lugar de disipar a quienes las escuchan,
les recogen y, si ya están recogidos, no rompen su
silencio interior, sino que lo ahondan, y él mismo
no se disipa al hablar, sino que se recoge. Esto
sólo se concede a los hombres profundamente religiosos; los otros se disipan hablando y no pueden
sino excitar, estimular, cuando lo esencial es recoger.
Isabel, iluminada por la gracia, comprendió y
penetró de pronto en lo que le sucedía a María.
María, a los ojos de todos los demás, no es
sino una niña.
Y es cierto que, desde muchos puntos de vista,
es aún una niña. Nada tiene de extraño, pues así
35
son las realidades que no trascienden al exterior,
que incluso no son siempre conocidas claramente
por el que las posee. Es una niña por la edad, es
una niña por la inexperiencia de la vida y de tantas cosas que más tarde conocerá. Hasta ahora sus
palabras han sido las de una niña y sus actos sin
duda también; indudablemente, hasta su oración
y su vida interior en lo que de ellas podía conocer.
(Pues Dios nunca es violento. Sabe conceder
los dones más elevados sin aplastar a quien se los
da, sin arrojarlo fuera de la humanidad, sin aniquilar ni anular a la humanidad en sí misma, sin
destruir la ley común de su desarrollo psicológico,
sometido a la ley del tiempo y de la progresiva
adquisición. Una luz demasiado intensa, percibida
de repente, correría el riesgo de cegar. Y al espíritu al que ha escogido lo moldea con suavidad
aún antes de que tenga clara y plena conciencia.
de ello. Inserta delicadamente en la frágil trama
de la vida sus gracias más elevadas, que la transfiguran poco a poco, sin quebrantarla, por caminos
de interioridad).
En esta hora en que las gracias originales de
que fuiste bañada desde el comienzo;
antes totalmente diáfanas por ser invisibles;
comienzan a brillar en tu espíritu, se hacen
radiantes interiormente y visibles para Isabel;
en esta hora en que Cristo está ya en ti;
en esta hora en que el futuro se entreabre y
se aclara para ti;
en esta hora en que, todo tímida y como titubeante, estás frente a tu vieja pariente;
habiendo creído, creyendo, pero sin saber aún,
ni querer hablar;
completamente feliz por haber sido comprendida sin que hubiera necesidad de hablar;
completamente dichosa y también totalmente
segura, ya que cuando se habla se tiene siempre
miedo de hacerse comprender mal. Y es que era
tan difícil lo que se tenía que decir.
Hasta ese día de la visita, nadie ha conocido
las gracias de que fue colmada desde el principio
la inmaculada, y ella misma tendrá aún mucho
que aprender de su divino Hijo antes de llegar
con él a la perfecta comunión del calvario.
Lo tiene ya uno dentro de sí mismo, pero lo
posee tan poco, lo sabe tan limitadamente.
María, virgen santa, madre de aquel que dijo
que era preciso hacerse un alma de niño para entrar en el reino, enséñame a venerar el misterio
de tu alma de niña.
No es que Isabel te haya mostrado tu vocación.
¿Qué puede enseñarse nuevo a aquel a quien Dios
ilumina?
36
Y es Isabel, con sus palabras inteligentes, la
que te hace poseerlo y recitar el Magníficat.
Pero hasta entonces estas cosas no se te ha37
bían dicho más que a través de la voz inmaterial
de un ángel, en el silencio de tu soledad.
Ahora las dicen unos labios humanos, a plena
luz.
Así se declaraba que eras la madre del Señor,
la todo hermosa.
Santa Isabel, dichosa tú por haber comprendido, por haber visto. Bendita seas.
Santa Isabel, un día nuestra vida será como
la tuya.
Cuando uno se hace viejo, cuando la vida parece que se acaba.
Y aún se puede ayudar tanto a los jóvenes diciéndoles lo que hay en ellos. Uno lo ve a veces
mejor que ellos, antes que ellos. Y uno les da el
apoyo externo que precisan para creer con todo
su ser y con un total realismo lo que presienten
ya en la cima de su espíritu: es tan bueno sentirse
adivinado en lo que se tiene de mejor.
Y hay todavía tanta alegría para aquellos que
han seguido siendo lo suficientemente puros, lo
bastante humildes para reconocer a Dios trabajando en las almas y formando en ellas vocaciones
más altas.
*
*
*
Toda su felicidad para María porque creyó.
Dichoso el que ha creído.
38
Es el secreto de la vocación de María y el de
toda vocación. Se le pidió que creyera y porque
creyó se le hicieron las promesas.
No es tanto la debilidad como la falta de fe
la que paraliza las almas; no son tanto las faltas
actuales en las que cada día caemos, sino el pecado
de incredulidad el que nos compromete y nos hace
perder el porvenir por no creer que Dios quiera
o pueda realizar en nosotros su obra, el pecado
por el que rechazamos incluso la perspectiva de
una vida totalmente cristiana, absolutamente entregada.
Todos nosotros hemos de creer y hacer nuestras las promesas generales hechas a todos los creyentes; creer con realismo que todos estamos llamados a ser santos, de la raza de aquellos cuyas
historias leemos, viendo el mundo y la vida como
los sencillos, comprendiendo las cosas como ellos
las comprendieron, conociendo las pruebas que
conocieron, viviendo sus sentimientos, alcanzando
su vida interior. "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto".
Y si nos dicen que los santos no se parecen
entre sí, esto es cierto, y no podemos saber cuál
será nuestro rostro eterno, pero todos ellos han
conocido a fondo las mismas pruebas, pruebas de
soledad y abandono. Han pasado todos por las
mismas purificaciones y éstas aplastaron por cierto
tiempo su sensibilidad y su inteligencia. Todos
ellos tuvieron el mismo sentido del mundo, la
39
visión de las almas que no se santifican, de la
cosecha que se pierde por falta de obreros. Cristo
fue para todos ellos el único pensamiento, el todo.
Y ninguno de ellos se reservó nada.
Todos nosotros tenemos —y desde el comienzo— que creer realmente que ésa es claramente
la voluntad de Dios sobre nuestra vida.
También existen para cada uno de nosotros
las llamadas particulares que se refieren a los
medios particulares, gracias a los cuales llegaremos a esa vida plena. Es preciso también creer en
tales llamadas.
La visitación es una escena bien humilde: el
encuentro y la oración común de dos mujeres. Un
episodio personal en la vida personal de dos almas. Y sin embargo, figura en cabeza de la historia de la salvación del mundo.
No hay nada pequeño en la vida de las almas
que están totalmente orientadas hacia Dios. Lo
que hace las vidas pequeñas, limitadas, es que las
almas se reservan. Que se abran a Dios, que se
entreguen a fondo, y su acción se extenderá a escala del mundo. ¿Quién podrá entonces medir la
importancia de aquella conversación, de aquel encuentro en la historia del mundo?
Acojamos, en la paz, esas solicitaciones interiores; acojámoslas todas con respeto, como posiblemente venidas de Dios, ya que se presentan
con la apariencia del bien. Temamos ahogar en
nosotros al espíritu; y no nos engañemos con el
temor (tan a menudo ilusorio) de que sean simples
ilusiones. Estamos en Dios, queremos estar aún
más en él, vive en nosotros, es nuestro huésped
oculto; lo que es normal es que sea él quien nos
hable, y no el demonio. Seguro que algunas ilusiones vendrán a veces a traspasarnos el espíritu;
pero de las ilusiones no sale nada y se disipan; no
encuentran un aliado en el silencio recogido de un
espíritu activamente cristiano; al cabo de cierto
tiempo, se las encuentra completamente muertas
en un rincón de la memoria, mientras que las llamadas divinas se desarrollan.
María, madre nuestra, concédenos creer.
40
41
camina en las tinieblas y no perecerá. No eran
todos héroes, pero tuvieron confianza y ésta hizo
de ellos héroes. Conforme transcurren los días,
más cuenta se dan de que están ahora demasiado
lejos para penetrar solos en su país; desfallecerían
en el camino; a medida que avanzan por el desierto, van logrando el desprendimiento necesario
para comprender que están verdaderamente en manos de Jesús, en cuerpo y alma, y que fuera de
él nada puede salvarles.
LA MULTIPLICACIÓN
DE LOS PANES
Jesús avanza por el desierto y las muchedumbres le siguen; esta multitud somos nosotros que
hemos partido en pos de Jesús, generosos y confiados. Cuando fue preciso dejar las regiones tranquilas en que hasta entonces habían vivido para
hundirse en lo desconocido siguiendo al maestro,
muchos sin duda le abandonaron, pero otros le
permanecieron fieles, acordándose de que el que,
una vez puesta la mano en el arado, mira hacia
atrás, no es digno del reino de Dios. Y los que así
le siguen marchan desde hace tiempo por el desierto; a los ojos del mundo no son prudentes; en
verdad no saben lo que hacen ni en qué acabará
esta aventura, ni siquiera cómo podrán vivir; no
importa, siguen adelante, pues está Jesús con ellos.
¿En qué piensan durante su peregrinar? Piensan
que Jesús es el maestro, que quien va hacia él no
42
Dichosos los que entienden esto. Es allá, en
el desierto, cuando vemos que toda nuestra esperanza está puesta en Jesús, cuando podemos de
verdad amarle; de otro modo, Jesús es demasiado
a menudo una abstracción; a veces contamos demasiado con nosotros mismos; pero en las situaciones difíciles a que nos empuja el permanecer
fieles a Jesús, cuando la situación se endurece, no
basta con una adhesión formal, nos refugiamos
en él, con todo nuestro ser, en él que es nuestro
salvador.
Jesús no habla a ese pueblo que le sigue; conocemos bien ese silencio; pero sí piensa en todos
esos hombres que han confiado en él y se compadece de ellos. Puesto que su fe ha sido digna de
un milagro, lo hará. Pero con cuánta delicadeza
y bondad. En tiempo de Moisés, Israel entero siguió a la columna de fuego en el desierto y Dios
le alimentó con el maná; en el evangelio va a operarse un misterio aún mayor, el de la cooperación
del hombre con Dios. Doscientos denarios de pan
43
no podrán calmar el hambre inmensa de ese pueblo, pero con la bendición de Jesús, las provisiones de un niño fueron ampliamente suficientes
para ello.
Esto se escribió para nosotros, para los que
nos sentimos tan débiles y nos vemos tan impotentes ante las necesidades de los hombres. Cuando
se piensa en el estado del mundo, tan alejado de
Dios y del ideal cristiano, y el pensamiento se
vuelve hacia el pequeño número de los que sinceramente quieren que Dios reine un día sobre todas esas almas, ¿no existe una desproporción que
asusta y no parece que contra las fuerzas de la indiferencia o del mal está de antemano perdida la
batalla? Frente a esos millones de hombres que
yerran confundidos en la noche de la ignorancia
bárbara, como ovejas sin pastor, ¿qué somos?
Bueno, nuestra vida ya tan corta se consume en
necesidades constriñentes. Querríamos hacer lo
imposible y en sueños, que tomamos por actos de
piedad, pensamos en todo lo que habría que hacer
y no podemos hacerlo. Pero, además, lo imposible
continúa siendo imposible siempre y no salimos
de él ni mejores ni más fuertes. Tal estado de
espíritu no es nuevo. También Felipe deseaba lo
imposible y le dijo a Cristo: "Nos harían falta
doscientos denarios de pan". El pobre pescador
de Galilea sabía que jamás se encontraría tamaña
suma. Y que si, por otra parte, se hubiera buscado,
no habría bastado. Sí, es verdad, somos débiles,
impotentes, no tenemos ni riqueza ni tiempo, ni
44
el apoyo de la autoridad, ni la prensa, ni la influencia, pero lo que debe consolarnos es que,
aunque tuviéramos en nuestro poder todas esas
cosas, e incluso cuantos medios podamos imaginar,
todo ello, por sí solo, de nada serviría. Si el Señor
mismo no construye la casa, trabajan en vano los
albañiles.
Y cuando todas las riquezas del mundo se han
reputado inútiles, se acerca un niño a Jesús para
decirle: "Tengo alguna cosa, te la doy". Que previera las consecuencias de su acto es poco probable. Sin duda ni piensa que si todo el mundo hiciera otro tanto, todo marcharía mejor; da ejemplo
a los demás, sin preocuparse de saber si le imitarán y sin pensar en lo que se dirá de él. Se dirige
a Jesús, y Jesús nunca ha rehusado nada de aquello que se le ofrece. Lo señala san Juan: Jesús
sabía lo que iba a hacer para alimentar a todo
aquel pueblo y esperaba la entrega de aquel niño
providencial. Si entre toda aquella multitud no se
hubiera hallado un hombre que quisiera entregarse, que consintiera en ofrecer su provisión, por
pequeña y cicatera que fuese, ¿qué habría pasado?... Recordemos la frase del evangelio: "Y en
iaquel lugar no se realizaron milagros a causa de
su incredulidad".
Jesús parece no querer actuar más que con la
cooperación de los hombres. Todos somos personalidades providenciales; en la obra inmensa de
Dios sobre la tierra, todos tenemos algo que hacer. Sobre cada uno de nosotros, como sobre ese
45
niño del evangelio, se ha fijado la mirada de Dios,
ansioso de recibir una respuesta. ¿Qué nos pide?
Poca cosa, ya que no somos ricos, y sin embargo,
todo. "He dado todo, lo vuelvo a pedir todo". Y
hace falta que no nos disimulemos a nosotros
mismos que, si rehusamos entregarle a Dios lo
que nos pide, y que podemos darle, hay algo que
se pierde irremediablemente, no sólo para nosotros, sino para todos los demás; en cierto modo,
hemos hecho fracasar el plan de Dios.
Es grande nuestra vida a la luz del evangelio;
nada hay pequeño en ella, nada es insignificante,
pues todo lo que hacemos puede ser objeto de la
bendición divina. Fue un niño el que osó ofrecer
sus provisiones, pues un niño no duda de nada y
confía. Somos los más pequeños en la iglesia, pero
no tenemos nada que envidiar a los apóstoles, a
los grandes predicadores, a los que hacen "algo";
nosotros, también nosotros, tenemos algo que ofrecer a Dios y con ese algo él puede, por su gracia,
alimentar al mundo.
46
MEDITACIÓN PARA
UN ATARDECER
Jesucristo.—Hijo mío, toma conciencia de que
todo lo que en tu vida no está plenamente orientado hacia mí, es algo que te desvía de mí y empequeñece tu espíritu. No digo que tales cosas
sean en sí malas, que sean pecado. Tampoco digo
que sea mi voluntad que renuncies a ellas inmediatamente, ni siquiera que las abandones nunca.
Digo que las haces mal y que, dejando un lugar
en tu vida a ocupaciones, diversiones, estudios,
ambiciones o deseos que no puedes con toda lealtad considerar como queridos por mí, destruyes tu
alma. No digo que a veces no sea preciso distenderse; tampoco digo que el espíritu no necesite
de vez en cuando un alimento variado, sino que
digo que es un gran mal tolerar en la vida de uno
cosas de las que no se preocupe si es voluntad
mía que existan; es un gran mal mantener en la
47
propia vida lo que sea, por pequeño que sea, por
un motivo distinto que la santa obediencia a mi
voluntad, pues si no lo haces por obedecerme, no
lo haces por mí, y hay una parte de tu vida que
se me escapa. Pues yo, que te lo he dado todo, lo
vuelvo a pedir todo.
Hijo mío, no quiero que tengas escrúpulos,
ni deseo esa búsqueda inquieta, esa caza a la que
ya te preparas; rápidamente te encontrarás fatigado y descorazonado y no harás nada. Sitúate en
la paz, en el recogimiento duradero en mi presencia, en ese religioso silencio en el que la voz del
amor propio se amortigua sin resonancias, en el
que uno se siente presto a todo. Entonces oirás
mi voz.
Quiero darte mi vida, la vida. Ya que nada
vive más que por mí. Todo lo que, por lo menos
implícitamente pero de un modo real, no está referido a mí, es estéril para el que lo realiza. Todo
lo que no se hace por deber y con espíritu de sumisión, carece de finalidad, no tiene fruto eterno,
es indigno de ti y amargo y decepcionante para
tu corazón si fijas en ello tu mirada. Acepta renunciar a ello. En el fondo de tu corazón, en la
intimidad de tu oración, allá, cerca de mí, mientras
todo duerme en ti, a mi lado, en ese silencio que
ha adormecido por algún tiempo tus pasiones y tu
egoísmo, junto a mí, sintiendo mi presencia, inexpresable como una viva ausencia, en la perspectiva de esa vida que quiero para mí, dime que sí,
acepta dármelo todo. No te pido esto o aquello,
48
te lo pediré a su hora y tú me lo darás y te pediré
aún muchas más cosas, en las que aún no piensas.
Ahora te lo pido todo, quiero en ti la total adhesión a mi vida. No te inquiete el porvenir, no te
preocupen las rebeldías internas y las turbaciones
que vendrán. Estoy contigo. Mira cómo en este
atardecer la noche está en calma en ti, imagen anticipada, anuncio de ese gran silencio al que quiero
arrastrarte, saturado de la nota única y silenciosa
de una absoluta sumisión. Acepta.
Lo que ahora te pido, puedes dármelo ahora;
uno no se convierte en santo en un día, pero no es
preciso ser santo para aceptar con realismo la perspectiva de una vida totalmente entregada. Eso
quiero ahora de ti. Y el espíritu que no haya aceptado en principio, de un modo global, la perspectiva de una vida que debe ser plenamente mía, queda anclado antes de haber partido.
Hijo mío, cómo deseo que puedas recibir ahora mi paz y mi silencio. Creo que comprenderás,
pues cuando uno está recogido, lejos de febriles
imaginaciones, ¿puede acaso dudar?
¿No has sentido nunca en tu espíritu la esencial amargura de lo que carece de finalidad? Esa
tristeza del niño que ha construido un bello castillo de arena y sólo le queda ya contemplarlo o
demolerlo. Esa tristeza de los finales de juego en
los que, una vez disipado el espejismo, se miran
unos a otros con total asombro. Y las tristezas del
hombre son de la misma esencia y más tristes aún,
49
porque ya no se es niño y no se trata de juegos,
sino de la propia vida. No hay de ese tipo de tristezas en el camino a que te llamo. Está la cruz,
hay separaciones desgarradoras, pero, ¿qué es la
cruz, qué son las separaciones en esos momentos
en que la vida parece detenerse, refluir hacia dentro, aniquilarse? Muchos, lo sé, escapan a esta
visión nihilista, parecen dichosos, se creen dichosos, lo son. Pero ¿a qué precio? ¿Han sido realmente hombres los que nunca se han atrevido a
reflexionar sobre su acción, criticarla y plantearse
sobre los actos de su vida la pregunta esencial:
¿para qué? Créeme, el hombre no desea tanto ser
dichoso como para no aspirar en primer término
a una vida orientada, que tenga un sentido y un
fin. O mejor aún, no puede hallar una dicha estable, humana, más que ahí.
Estás embarcado y has de escoger. O yo o la
nada. Pues sabes bien que todo lo que no puedas
en definitiva basar en mí, te parecerá nada, y de
hecho lo será, y reniegas de tu vida y te suicidas
espiritualmente si lo aceptas, y si rehusas pensar
en ello te hundes más profundamente aún. Sólo
el santo es verdaderamente hombre y realmente
feliz, porque somete su vida a una finalidad con
todo rigor.
Hijo mío, haz el silencio en ti. No es un pacto
dialéctico lo que te brindo. Se trata de tu vida.
Esa vida totalmente orientada, ¿temes que sea
constriñente para tu corazón y minimizadora de
tu espíritu? ¿Voy yo a dejarte desocupado? Mi
50
obra ¿no es inmensa, no es lo bastante grande como para utilizar todos tus talentos, tu ardor y tu
inteligencia? En el fondo, ¿por qué me abandonas?
¿No soy bastante grande para colmar una vida?
Y me dejas por unos juguetes.
Esta vida que te ofrezco es mi vida. Por el
camino al que te llamo he marchado yo. Otros
también han marchado y me han ayudado a salvar
al mundo. Ven con nosotros. Hijo mío, el porvenir
se presenta oscuro ante ti, lo sé. Es duro ordenar
tu vida a un fin que de tantos modos se te escapa,
pero en verdad es eso lo que te pido. El hombre
quiere tocar, ver, pero tú no puedes comprender
aún lo que quiero hacer de ti. Para revelártelo
poco a poco necesito, justamente, que te entregues
a mí totalmente. Sólo los corazones puros y libres
ven la luz.
Sobre todo, sé franco, no te engañes a ti mismo, porque las palabras mentirosas son incontables. Como no hay acción alguna a la que no se
le pueda encontrar alguna utilidad para mi reino,
son muchos a su vez los que se sienten justificados. Si han emprendido tal estudio, dicen, es para
utilizar mejor los talentos que les he dado. Si se
reservan tales distracciones es para, una vez distendidos, servirme mejor. A menudo esto no es
verdad. Y como no han buscado en primer término
mi voluntad, su acción, aunque posiblemente buena en sí misma, raramente es lo que yo quería de
ellos. Estropean su vida y mi obra. Sus palabras
irreales envenenan el aire. Oscurecen la verdad.
51
Pero voy a decirte dónde me hallarás. Aquí,
ante tu mesa de trabajo, de rodillas en mis templos, me encontrarás. Allá, en el silencio, estoy
cerca de ti. Te transmitiré mi luz y mi fuerza entonces, cuando estés cerca de mí; te mostraré la
auténtica vida, endulzaré tu porvenir o, mejor aún,
te daré esa paz, la gran paz de la sumisión amorosa a la que nada le parece duro. En un instante
de recogimiento te mostraré muchas cosas. Para
ello es preciso que estés en mí. Y tú estarás en mí.
Señor, dame tu silencio para que comprenda,
y la fuerza necesaria.
LAS TENTACIONES
EN EL DESIERTO
La tentación supone, en la esfera del mundo
invisible, el prólogo de lo que va a desarrollarse
en la tierra a lo largo de la vida pública de Jesús.
Lo mismo que la víspera de su pasión cruenta
aceptó Jesús, por mucho que le costara, apurar
el cáliz, al principio de su ministerio aceptó del
mismo modo sus penosas condiciones y fijó su
orientación mediante una serie de actos positivos.
Ambas escenas, la del desierto y la de Getsemaní, se relacionan en algún modo. Las dos nos
dan a conocer las disposiciones interiores que animaron a Jesús en los actos externos que después
sucedieron; ambas están impregnadas de todo lo
que va a acontecer; en ambas consigue Jesús, primero interiormente y luego de un modo total, la
victoria que poco a poco logrará en el mundo vi52
53
sible a través de tantos y tan dispares acontecimientos. Igual que en Getsemaní, en el desierto
Jesús está solo y soporta solo todo el peso de la
lucha, con plena consciencia y claridad. También
Getsemaní fue la hora del "poder de las tinieblas";
y el ángel que vino a confortar a Jesús, tras su
total aceptación de] cáliz, recuerda a aquellos que
le sirvieron una vez que hubo vencido al tentador.
Pero, sin duda, sólo al final de una larga vida
puede uno comulgar plenamente con los sufrimientos de Getsemaní y comprenderlos bien, mientras
que las tentaciones se presentan en el umbral de
la vida. En Getsemaní, al final de una vida a punto de concluir, predomina la aceptación. Aparece
la tentación al principio, cuando se trata de escoger, de orientar la propia vida.
Antes de vencer al demonio, a lo largo de toda
su carrera, le venció primeramente Jesús en la soledad, conociendo así de antemano todo aquello
hacia lo que las burdas inclinaciones de los judíos
pretenderían que se inclinase su actividad.
Discípulos de Cristo, miembros suyos, en la
medida en que actuemos en el mundo, para preparar, como lo hizo él, a los hombres para el reino,
conoceremos las mismas tentaciones. No nos vendrá mal reflexionar previamente un poco en las
condiciones religiosas en que se desarrolla nuestra
vida.
Contemplar así nuestra vida no es imaginarse
de antemano tal o cual concreta realización, ejer54
cicio inútil y decepcionante, ya que las cosas suceden frecuentemente de un modo totalmente distinto del que pensamos, ejercicio funesto además
en la medida en que nos pueda apartar, por poco
que sea, de nuestra cotidiana docilidad hacia la
gracia.
Pero existen peligros de corrupción que amenazan toda obra de Dios, cualesquiera que sean
las circunstancias en que ésta se desarrolle. Esto
es lo que hay que ver y que saber. Debemos situarnos en esta perspectiva auténtica. Entonces la vida
no será nuestra perdición, sin que lo sepamos; no
nos sorprenderá, pese a sus virajes tan súbitos,
pues nos hallará preparados. Aceptada esta orientación, consentida esta aceptación en el silencio
de la oración, aunque la hayamos visto conforme
al modelo de Cristo, podrá, sin embargo, no dar
su fruto inmediatamente, sino muchos años después, pero lo dará. Y el mundo, que admira a
Jesús al verle tan superior a los acontecimientos
más insólitos, no sabe que los conoció previamente
en toda su hondura y que en el desierto resolvió
ya todos los problemas que le sobrevendrían.
Así, en la oración y en la soledad, se juega a
menudo la suerte de una vida. El hombre religioso, en el umbral de su existencia, tiene con frecuencia una maravillosa intuición que le hace ver
de antemano los obstáculos que habrá de superar.
Es entonces, en la medida en que, totalmente renovado, se ofrece para una entrega total, cuando
reviven en él, con un acento directo e inmediato,
55
muchas de las experiencias de Cristo y de los
santos.
El desierto es el lugar habitual de las tentaciones, ya que en él está el hombre solo con su
adversario; los ataques de éste se hacen entonces
más claros y los problemas se plantean con toda
su crudeza y brutalidad. Y así, muchos no tienen
el valor de retirarse al desierto para mirar de frente al enemigo: piensan, satisfechos, que en la vida
todo tiene arreglo; de hecho, son vencidos con
frecuencia y el enemigo juega en la práctica con
ellos sin que se enteren. Sólo los que le han conocido podrán reconocerle. Únicamente triunfarán
sobre él en la acción los que le hayan derrotado
ya en oración. Al final de la escena del desierto,
él se alejó de Jesús.
Muchas veces no se atreve uno a recomendar
a los hombres que se coloquen tan francamente
frente al porvenir y al enemigo. Teme uno que
caigan descorazonados en el primer asalto, mientras que, con el tiempo, habrían adquirido tal vez
nuevas fuerzas que les permitirían resolver los
problemas, conforme éstos se fueran presentando.
Es cierto que el desierto es patria de los fuertes
y que los otros sucumben en él. Para poder mantenerse en él, hay que haber aceptado la perspectiva de entregarlo todo y de servir hasta el final.
Pero sólo a partir de este momento uno corre un
gran riesgo de desviarse y es cuando hace falta
retirarse al desierto para ver las cosas con autenticidad. Porque antes, ¿qué iba a hacer uno en el
56
desierto? No corren el riesgo de desviarse y no
precisan conocer el camino más que los que han
aceptado primero caminar. A menudo, tal defección en la vida, tal rotura aparentemente inexplicable, hunden su raíz en un fallo totalmente consumado en el silencio de la oración. El hombre
generoso, que orientó su vida en el sentido de la
entrega de sí mismo, se encontró, antes de lo que
pensaba, obligado a ver y a escoger, y escogió mal
o ni siquiera quiso ver que había que escoger. El
silencio podrá encubrir largamente este engaño interior, olvidado pronto por el hombre mismo. La
vida sigue durante un cierto tiempo como antes.
Pero un día llega el fracaso.
Un hombre recogido puede soportar muchas
cosas y hasta un peso agobiante. En el recogimiento religioso, habitado por Dios, propio de un
espíritu que se pierde en Dios, los espejismos del
enemigo se desvanecen. El hombre sabe bien que
se lo juega el todo por el todo, pero lo hace en
la calma, deliberadamente, seriamente, piadosa y
humildemente, calculando bien los riesgos y complaciéndose en el sacrificio. Hay momentos de recogimiento en los que, lejos de toda exaltación y
de todo romanticismo, se siente uno dispuesto a
no importa qué, totalmente entregado a Dios. ¿No
es un poco de este recogimiento el que aparece
aquí, en esa inalterada calma de Cristo?
Fue la misma penitencia a que Jesús se entregó la que dio origen a la primera tentación. Tuvo
hambre.
57
Esta hambre podemos considerarla como un
símbolo del agobiante fastidio que abruma al hombre cuando intenta recogerse en la ausencia y el
ayuno de sus pensamientos habituales. Fastidio
instintivo y global, es además de la misma naturaleza que el propio recogimiento.
Esta profunda desazón que surge en nosotros
y que nos inclina tan fuertemente a distraernos
pone de manifiesto todo lo que de impuro hay en
nosotros, sin que corrientemente lo sepamos. Impureza fundamental que consiste en que no nos
basta Dios. Este fastidio está hecho de todas las
resistencias ignorables que aportamos a la realización de la obra de Dios en nosotros, en esa zona
profunda de nuestro ser a la que no alcanza la luz
de nuestra consciencia.
Es ese fondo de impureza en nosotros el que
da a menudo a nuestras tentaciones su carácter
punzante, vertiginoso.
Frecuentemente, la tentación comienza bruscamente sin que nada la haya hecho prever. Aquí
transcurrieron cuarenta días en calma antes de
que el enemigo apareciera de pronto.
Más tarde, Jesús multiplicará los panes para
sustentar a la multitud. Aquí rehusa usar este poder para él mismo y no quiere conocer alimento
más que en su adhesión al Padre: "Toda palabra
que sale de la boca de Dios".
Lo mismo pasa con el cristiano auténtico;
siembra en torno suyo riquezas, incluso terrenas
58
y apreciadas por todos, riquezas de amor humano,
de poesía, ciencia, entusiasmo, entendimiento del
mundo, pues sus hermanos precisan de él para
elevarse y Dios actúa por medio de él. Pero él
soporta la pobreza sin angustia ni quebranto, y
en cierto modo aspira a ella, en la medida en que
es un aspecto de la pureza que no puede sufrir
más que sólo a Dios: "siempre pobre y enriqueciendo a muchos", como decía san Pablo.
Era preciso alimentar a la muchedumbre en el
desierto, pues sin estos aumentos terrenos, no
habrían creído, se sentirían perdidos. Y eran las
especies de este alimento temporal las que precisaban para comulgar con el alimento celeste de
la fe. Pero cuando el hombre se ha hecho más
fuerte, puede comulgar con Dios a través de cualquier cosa y toda palabra de Dios es para él fuente de vida; a través del hombre, como a través
del hartazgo corporal, a través de las circunstancias más apagadas, las más grises, materiales e insignificantes como las piedras del desierto, alcanza a Dios, contacto vivificante y deificante. Y es
entonces generalmente cuando Dios comienza a purificar el espíritu, privándole sucesivamente o pidiéndole que renuncie a todo lo que antes necesitaba para alcanzarle; es la era de la suma libertad.
Pero es también la era del hambre, y la carne
se entristece. Nunca el mundo, aquel del que
ahora debe apartarse, le pareció tan bello. Ese
mundo en el que tantas personas, ya que no han
sabido quitarse nunca las zapatillas, no ven más
59
que un desierto bastante gris y bastante banal,
áspero e inasimilable, ese mundo que antes no
amaba o que posiblemente hasta despreciaba, el
hombre ha llegado a descubrirlo y ahora conoce
sus maravillosas armonías, sus exquisitos matices.
Ese hombre, al que la llamada de Cristo ha hecho
salir de su espesa rutina, encuentra en adelante
en el mundo un alimento que le enerva. Encantos de la poesía, de la naturaleza, del amor, el
cristianismo le ha despertado a todo esto; a menudo ha pensado que para ser cristiano, su humanidad, toda su humanidad había sido desarrollada al máximo, y era verdad. Ha descubierto
también su poder; donde el necio se aburre, él
goza. Ya nada le es áspero si él lo quiere. De todo saca fruto; un matiz que otros ni siquiera perciben, la visión de una flor, el recuerdo de una
sonrisa, un verso lejano que canta en su memoria, ensanchan y dilatan su corazón y le recogen
en una especie de contemplación natural.
Señor, tú dijiste después: "Mi alimento es
hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado". Concédenos decirlo una y otra vez auténticamente.
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Jesús rechazó la primera tentación por un
acto de fidelidad. Surge ahora una tentación que
presentará precisamente la apariencia de un acto de confianza. Si eres el hijo de Dios, lánzate
allá abajo.
Pero, en realidad, el acto que el diablo le
propone no tiene sentido alguno para la obra de
Dios, es una experiencia para asegurarse de algo.
Y ahora debe abandonarlo todo; debe apartarse del múltiple esplendor para no tender más
que al único. En adelante tiene algo mejor que
hacer que convertir las piedras en pan; ha de
dejar que el desierto siga desierto, en torno a él.
Como esto se aleja de la santa confianza con
la que el hombre se arriesga hasta perder su vida,
pero por amor, porque cree que Dios se lo pide
para amarle o servirle mejor; teniendo la mirada
fija en Dios, no en sí mismo. Ciertamente, hay
mucho de verdad en que el hombre que se arriesga por amor puede tener al principio cierto espíritu de aventura, pero si el hombre ama, esto
se purifica poco a poco.
Dichoso el hombre que, llegada la hora, sabe
aceptar quedarse en el desierto. Dichoso aquél
que cree en la llamada profunda que le pide que
no haga ya uso de su poder, que se vuelva totalmente hacia Dios, que deje la vida que hoy vive
por aquélla en la que espera por la fe.
Esta segunda tentación se presenta a menudo cuando el hombre se siente abrumado por el
peso agobiante y monótono de la vida; cuando
el hombre que se ha entregado por entero, renunciando a muchas cosas, sufre, transcurridos unos
años, pensando que nada de auténticamente gran-
60
el
de, externamente al menos, se ha realizado en
su vida. Esta sigue siendo chata, está confundida en medio de la multitud, y este hombre, más
entregado que amante, siente como la necesidad
de una revancha. Como si el don que hizo de
sí mismo le diera derecho sobre Dios. Deseos
de escapar de la mediocridad cotidiana, de imponerse, de que se le reconozca; el hombre que
no sabe vivir amando, ¿cómo podrá resistir?
¿Quién de nosotros, en ciertos momentos de
humillación o de aflicción, no ha sentido ese deseo de una revancha que sería también, podemos pensarlo, la de Dios, pues en medio de todo
somos sus obreros? ¿Nos dejará pues siempre humillados, burlados, despreciados?
No es al comienzo de la vida, en las primeras andaduras, cuando se arriesga esa tentación,
sino en el transcurso de una vida largamente perseverante. Pocos hombres tendrán suficiente fe
para arrojarse de lo alto de un templo o incluso
para aceptar la idea de hacerlo, pero nada impide
que ese deseo de una señal decisiva asedie y envenene el espíritu de muchos.
Poner a Dios en el trance de elegir por o
contra nosotros, volverle una especie de cautivo
para conducirle, y a nosotros con él, frente a una
alternativa sobre la que le forzamos a tomar la
responsabilidad. A veces hasta se habla de vértigo. En ese vértigo, que arrastra a ciertas personas a hacer cosas, hay frecuentemente menos me62
galomanía y ambición que una desesperación secreta. Y esto ocurre posiblemente porque, casi
instintivamente, esos hombres se sienten atraídos
por iniciativas cada vez más osadas, en las que
corren el riesgo de perderse. En el fondo lo desean: "Arrójate ahí abajo". Desaparecen o triunfan, pero en ambos casos la evasión se realiza,
se sitúan fuera de esa vida que les pesa.
Y para pecar así no hace falta ser una especie de superhombre. A menudo tentamos a
Dios cuando queremos precipitar las cosas, no
aceptar su inevitable lentitud, en el apostolado
por ejemplo, cuando ansiamos "conversaciones
decisivas".
Jesús opta por la vida humilde y perseverante en la humildad.
*
*
*
Entonces siente Jesús la tercera tentación.
Ha venido para ganar el mundo y es justamente
el mundo lo que le ofrecen. "Te daré todo eso
si me adoras". Satanás ofrece a Jesús todo cuanto puede desear como mesías y sin los riesgos
de la lucha ni la fatiga del combate. ¿Hay que
aceptar? ¿Se puede ganar el mundo de otro modo que ayudado por Satanás? La tentación no
es la de desesperar de uno mismo, sino desesperar del hombre. ¿No debió conocer a veces Jesús la tentación ante aquellos auditorios tan agobiantes que no pensaban sino en hacerle rey?
63
¿Cómo ganar a esos miserables hombres sino halagándoles más o menos, dándoles lo que deseaban y suavizando la verdad? Esto es reconocer
que Satanás es amo del mundo y que lo da a
quien quiere.
Eterna tentación que acecha al apóstol y le
incita a rebajar su mensaje. Lo adapta, no para
hacerlo captar mejor en toda su originalidad,
sino para hacerlo aceptar.
Tentación que, más aún que las otras, se
desarrolla casi exclusivamente en lo implícito,
pues uno siempre se justifica diciendo que más
tarde las almas, cuando se hayan fortalecido, podrán recibir toda la verdad. Pero ¿se desea auténticamente hacerles captar la verdad, sufre uno
con las atemperaciones que hay que hacer para
presentársela? ¿Saborea uno para sí esta verdad?
¿La saborea en toda su aspereza? O, por el contrario, ¿no llega uno a preferir el éxito a la verdad, a desear sobre todo ver en torno a sí miradas dichosas, resignadas, mediante la presentación de un cristianismo acomodaticio?
cristiano muy comprometido en la vía, pero que
harán sucumbir, aplastado por la vida que lleva,
aquello que no ama suficientemente. Duda de
Dios, de él mismo, de los hombres y por eso no
sabe apartarse de lo que le ha nutrido hasta hoy
y por eso busca una señal y llega a envilecer su
mensaje.
El amor y una recta concepción de la cruz
serán los únicos que puedan guardarle en su camino hasta el fin.
Existe un escepticismo ignorado en tal actitud práctica frente a las almas, cuando se les
oculta la verdad. Falta de fe en la virtud de la verdad y en la vocación universal de los hombres
a Dios.
*
*
*
En el fondo, las tres tentaciones del desierto
son tentaciones de desesperación. Tentaciones del
64
65
circunstancias nos llevan a él, nos sitúa frecuentemente ante deberes muy duros.
Si tu pie es para ti ocasión de caída, córtatelo... Si tu ojo es para ti ocasión de caída, arráncatelo.
ABNEGACIÓN
«Todo aquel de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío» (Le 14, 33).
El cristianismo es el camino que se nos ofrece para permitirnos llegar a la estructuración del
hombre perfecto. Nos exige que subordinemos
los distintos bienes a la realización de nuestro
espíritu en la santificación. Esto justifica sus exigencias.
¿De qué le sirve al hombre ganar todo el
mundo si pierde su alma? ¿Qué dará el hombre
a cambio de su alma?
Es, por consiguiente, a la luz de la preservación y el desarrollo de este bien como debemos
juzgar a todos los demás. Y este juicio que tenemos ocasión de realizarlo poco a poco, si las
66
Pero si precisamos ya de mucho valor para
enderezar nuestra naturaleza hasta que sea la esclava fiel y amada de nuestro espíritu, cuánto
más no nos hará falta cuando nuestro espíritu,
rico en dones divinos, como un adolescente en
la edad de la gracia, quiera actuar para su Dios
y responder plenamente a su llamada. Ya no será
cuestión para él entonces de privarse de unos
bienes que dañan a su perfeccionamiento tal como lo concibe para sí, sino de tener la abnegación
de renunciar a los bienes presentes y futuros que
engendrarán su ímpetu hacia Dios y los servicios
que le pedirá Cristo para su iglesia.
¿Seremos capaces de renunciar a lo que poseemos? La respuesta está escrita en el porvenir;
pero ya, solos en nuestro cuarto, podemos plantearnos esta cuestión y sentir toda la angustia
que levanta en lo hondo de nosotros mismos. Nos
veremos privados de esas distracciones que tanto
nos complacen, de esas conversaciones tan provechosas, de esas amistades tan consoladoras, de
esos hábitos largo tiempo mantenidos. Nos encontraremos convertidos en unos pobres. ¿Hemos
conocido ya el abismo de crueldad en que se
hunde la miseria? Perder toda nuestra situación.
67
Qué confusión, cuando el menor cambio de programa en nuestra vida diaria conturba tan fuertemente nuestra serenidad. ¿Qué hacer? Nosotros que somos tan tímidos y que carecemos de
seguridad hasta en las funciones en que nadie
discute nuestra autoridad... Perder el renombre.
Ser tratados de orgullosos. Hasta cuando eso es
verdad, qué penoso nos resulta el que nos lo reprochen en privado. Pero delante de todos; ante
todos los verdaderos orgullosos que se servirán
además de ello para mejor ocultárselo a sí mismos. Ser tratados de torpes, ser acusados de mezclarnos en cosas que no nos interesan, de haber
calculado mal nuestras fuerzas... Y oírse decir
esto por aquellos que nunca arriesgan su tranquilidad ni sus fuerzas; y que formarán coro para
animarse mutuamente en el camino de sus cobardías. ¿Somos capaces de soportar todo esto,
sin que nuestras energías se sientan abatidas por
ello, sin que esta profunda fuente que alimenta
nuestra ansia de vivir se seque? ¿Y somos capaces de soportar todo ello solos? Solos en nuestro cuarto, presos de las angustias a que nos arrojan nuestro apostolado y los sacrificios que por
él hemos hecho, mientras el mundo reposa en la
noche callada. Solos y abatidos cuando la naturaleza con su alegría y su paz nos insulta. Solos
en definitiva con Dios, encontrando en la visión
del Dios crucificado y en su ejemplo, que hemos
pretendido seguir auténticamente, el sostén a una
voluntad que ninguna satisfacción interior acude
a serenar.
68
Sí, es hasta ahí hasta donde Cristo llama a
los adultos. Y si no pide a todos que vivan todo
esto en esta vida, exige de todos que sean capaces de hacerlo. La muerte de nuestro cuerpo es
la señal que recuerda a los hombres esta necesidad
de la muerte espiritual. Así vivirá verdaderamente Cristo en nosotros y revivirá su vida terrena
recurriendo a la circunstancia humana en que
nos hallamos.
También él dejó su casa, a los suyos, a su
madre...
También él se hizo pobre. Los zorros tienen
madrigueras, pero el hijo del hombre no tiene
donde reclinar su cabeza.
Y él, el santo de los santos, fue tratado de
iluminado, y esto por sus parientes. Se le acusó
de demagogia, de ser un político que quería hacerse rey, de ser un blasfemo que no respetaba
el sábado y que hablaba contra el santo templo
de Jerusalén.
También él estuvo solo. Solo para aceptar la
muerte, de la que se escandalizaron sus discípulos.
Solo para combatir la tentación en el huerto de
los olivos, mientras los discípulos que había llevado consigo dormían, despreocupados. Solo, abandonado incluso del mismo Padre sobre el que
había fijado sus ojos y fundado su iglesia, mientras le había jurado fidelidad plena. Solo delante de su Padre: "Eli, Eli, lamma sabacthani".
69
Y sus discípulos no fueron mejor tratados.
No esperéis ser mejor tratados: si han actuado
así con la cabeza, ¿qué no harán con los miembros?
Ved a san Pablo, a los apóstoles y los mártires de los primeros siglos. Contemplad a todos
los de los siglos sucesivos que perdieron su vida
para que la buena nueva nos llegara virgen y
limpia de errores.
Esto nos espera. Si no queremos llegar hasta ahí, los trabajos que queramos hacer por Cristo serán estériles; pues Cristo, que es el varón
de dolores, que es la abnegación, no los vivirá.
"Si alguno quiere ser mi discípulo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz de todos los
días, y que me siga".
Y si somos auténticamente cristianos, no tendremos a la vista de esta necesidad un sentimiento de tristeza, de descorazonamiento o de pesimismo. El tesoro escondido se nos aparecerá, y
cuanto podamos dar para poseerlo no será frente
a él nada, nada frente a esa mirada de Cristo
que nos distingue en medio de la multitud, ya
que la eterna dicha es alabarle. Nos volveremos
hacia él y sabremos decirle desde el fondo de
nuestro corazón: ¡Que se haga tu voluntad en
la tierra, como en el cielo!.
70
PERDER SU VIDA
«Y comenzó a sentir angustia» (Mt 26,
37).
Jesús recuerda la ingratitud de su pueblo;
éstos son los lamentos que la iglesia pone en su
boca el viernes santo: "Pueblo mío, ¿qué te he
hecho o en qué te he contristado? Respóndeme.
Porque te saqué de la tierra de Egipto, ¿has levantado una cruz para tu salvador? ¿Qué debí
hacer por ti que no haya hecho? Te planté como la más hermosa de mis viñas, y no has tenido
conmigo más que amargura".
Al mismo tiempo que el pasado, se desenvuelve ante sus ojos el porvenir, en el que tantos hombres prácticamente le ignorarán. Es el
verdadero fracaso del amor; no se puede dar mayor prueba de amor que muriendo por sus amigos; él lo hizo y son pocos los que le aman. La
71
mayoría de los hombres desenvuelven su vida
fuera de Cristo y esta indiferencia es la que le
hace sufrir; quiso ser amado, hizo cuanto pudo,
y para nada.
Ciertamente, ellos se salvarán, no habrán tenido tanta malicia como para perderse, pero la
capacidad de amor que había en ellos no se habrá
vuelto hacia Cristo o se habrá atrofiado.
Jesús hizo mucho, amó mucho y en esta misma proporción es en la que sufre al ver su acción
tan restringida y su amor tan incapaz de conquistar.
La cruz se levanta así para todo hombre que
se ha entregado plenamente, cuando se apercibe
de que en el mundo nada total y definitivo responde al don total y definitivo que ha hecho de
sí mismo. Es preciso haber amado plenamente,
sin reserva, hasta un punto más allá del cual uno
no ve, para poder sufrir este dolor, y hace falta
haber actuado y haberse esforzado del mismo
modo.
Cuanto más amamos, más actuamos, más soñamos con la gran obra y más nos sumergimos
en la tarea, y la carga de la obra emprendida se
hace cada vez más pesada sobre nuestros hombros.
El amor y la acción arrastran y necesitan sacrificio y abnegación; y hundiéndonos en el mundo a salvar, nos purificamos en la misma propor72
ción, para llegar al estado de pureza espiritual;
pero esto no es aún la cruz.
Pero cuando estamos despojados de todo, nos
sentimos limitados y además irremediablemente,
ya que experimentamos las limitaciones de nuestra naturaleza. El carácter atomizado de nuestro
esfuerzo aflora: hemos dado todo lo que teníamos, pero es tan poco frente a la obra total del
mundo. Este sentimiento no significa despecho,
pues no lo referimos a nosotros mismos; somos
el servidor que ha hecho cuanto ha podido por
su amo y que constata su impotencia, tanto más
dolorosa cuanto que ha hecho todo lo que ha
podido y ya no puede hacer más.
Cuando el hombre siente este sufrimiento amoroso que sólo es posible dentro de una absoluta
purificación, es entonces cuando ha acabado su
obra y está maduro para la muerte. Un hombre
que se ha dado enteramente, que ha superado
uno tras otro todos los obstáculos que él mismo
ponía a la obra de Dios, no puede ya más que
consumirse de amor y morir sobre el terreno al
verse incapaz de hacer amar más al Padre.
Sólo los puros, los que han hecho y amado
miucho, se elevan a la cruz.
El sacerdote aislado en una parroquia, en la
que casi nada puede hacer, se eleva a la cruz.
Muchos quieren actuar, y eso está bien; pocos consienten en fracasar, es decir, en elevarse
a la cruz.
73
Y se comprende que la cruz no sea más que
para el final de nuestra vida. Al menos en tanto
en que nuestra vida es una, pues cuando hemos
hecho todo lo que hemos podido por una obra
—conquista de un hombre, difusión de una idea—
y la obra ha fracasado, no dejándonos más que el
sufrimiento, entonces y sólo entonces surge la
cruz.
La cruz es símbolo de pasividad: el crucificado tiene clavados los pies y las manos; no puede
actuar ya sobre el mundo y, para sufrir, rezar y
amar, uno puede pasarse al otro mundo. Por otra
parte, este sufrimiento es sufrimiento de amor.
Pero ¿por qué este dolor, este fracaso, por
qué es preciso que toda vida llegue a acabar en
la cruz?
El pecado es la causa: en este mundo, pecador
y desorganizado por el pecado, nada grande puede realizarse sin que de uno u otro modo se
vierta sangre. Los que quieren marchar deben
hacerlo sobre espinas: las grandes rutas frecuentadas por muchos no llevan a Dios. Cada obrero
de la obra nueva se siente desgarrado dentro de
sí o, desde fuera, por el odio y la incomprensión
de los hombres y sobre todo por la formidable
inercia colectiva de un mundo pecador desde hace miles de años, inercia contra la cual todos
nuestros esfuerzos y afanes personales parecen
estrellarse vanamente.
Y sin embargo él dijo: "Tened confianza, yo
he vencido al mundo".
74
CAMINANDO SOBRE LAS OLAS
«En seguida mandó Jesús a los discípulos subir a la barca y adelantársele a
la otra orilla, mientras él despedía a la
gente. Y cuando despidió a la gente, se
marchó solo a la montaña, a rezar. Al
anochecer, estaba allí solo. La barca, mientras, iba ya muy lejos de tierra, agitada
por las olas, porque el viento era contrario. En la cuarta vela de la noche, él
se les acercó, andando sobre el agua.
Los discípulos, al ver que andaba sobre
el agua, se agitaron y dijeron:
—Es un fantasma.
Y gritaban de miedo. Pero en seguida
les habló Jesús:
—¡Tranquilizaos! Soy yo. No tengáis
miedo.
Pedro le contestó:
—Señor, si eres tú, mándame que vaya
hacia ti sobre el agua.
Y él dijo:
—Ven.
75
Pedro bajó de la barca y caminó sobre
el agua, acercándose a Jesús. Pero al soplar el viento, tuvo miedo y empezó a
hundirse; entonces gritó:
—¡Señor, sálvame!
—En seguida Jesús, tendiéndole la mano, le sujetó y le dijo:
—Desconfiado, ¿por qué has dudado?
Y en cuanto subieron a la barca, cesó
el viento.
Los de la barca se postraron ante él,
diciendo:
—De verdad eres Hijo de Dios».
(Mt 14, 22-33).
"En seguida mandó Jesús a los discípulos subir a la barca y adelantársele a la otra orilla".
Inmediatamente después del gran milagro de
la multiplicación de los panes, en el que Cristo
se mostró tan solícito por la vida, incluso material, de la multitud y de sus discípulos, les abandona a sus propias fuerzas y desaparece.
Y mientras la multitud se aleja, los apóstoles vuelven a encontrar su barca, el lago en que
pescaban y hasta los malos tiempos... Sin embargo, sólo hace unas horas que estaban todos
situados en pleno milagro.
Hoy aún sigue Cristo tratando así al hombre
que va en su seguimiento. En algunos momentos
se aproxima a su discípulo, le concede la devoción que exalta, el entendimiento que embriaga.
Luego se aleja y la oración se hace monótona, la
fuente de luz que brotaba del misterio se seca.
76
El hombre se encuentra con los defectos, las dificultades y las mismas dudas que en otro tiempo
le abrumaban, antes de que Cristo se convirtiera
en el centro de su vida.
Señor, nos es fácil descubrirte en la dicha
que proporciona tu presencia sensible, pero nuestro corazón y nuestro entendimiento son demasiado carnales y nos cuesta amarte por ti mismo,
en esa felicidad. La multitud te seguía en otros
tiempos para conseguir el pan que alimenta el
cuerpo; nosotros te seguimos para que nos des el
gozo de un fervor o de un apasionamiento.
También te haces presente en nosotros, a
menudo, bajo el signo de la ausencia o de la
prueba. Enséñanos a reconocerte en ese despojamiento, a fin de que no ignoremos la más amplia y honda dimensión por la que quieres asir
y transformar nuestras vidas.
"La barca, mientras, iba ya muy lejos de tierra, agitada por las olas, porque el viento era
contrario".
Fue por orden de Cristo por lo que los apóstoles navegaron a través del lago. Y sin embargo
el viento les era contrario y el oleaje sacudía el
barco. Los hombres que buscan en el éxito de
su obra, o en el triunfo humano en la vida, la
señal de su conformidad a la voluntad divina,
corren muy a menudo el riesgo de equivocarse.
Pues aquel que hizo la voluntad del Padre
totalmente y hasta el fin, tuvo que vivir frecuen77
temente las ásperas horas del fracaso y murió en
el oprobio de un condenado por delitos comunes.
Los apóstoles estaban entonces en medio del
mar, demasiado lejos para retroceder ante la tempestad que crecía. Y la noche añadía su espejismo
inhospitalario, lleno de amenazas misteriosas, a
los peligros del huracán. Todo esto no habría
ocurrido, Señor, si tus apóstoles no te hubieran
escuchado. Y sin duda lo presintieron ya en la
orilla, al partir, pues eran del oficio.
Así, los hombres que quieren seguirte y responder totalmente a tu llamada tienen a menudo,
antes de partir, la intuición de todo lo que tendrán que soportar por tu nombre. Y muchos se
quedan ya paralizados. Pero los que perseveran
y siguen su marcha, los que cierran las puertas
por las que podrían escapar, los que hacen imposible cualquier retroceso, conocen la tempestad
y la conocen en medio de una ilusión punzante.
Es el mundo exterior, en el que viven, pero
del que no son, el que los zarandea, pues no reconoce en ellos a sus hijos.
Es el mundo interior de las pasiones del corazón, cuando se ven desposeídos y se defienden
mediante nuevos desbordamientos contra los ahogos de Cristo, como uno defiende su vida.
Pero, por otra parte, ¿por qué es preciso que
todo eso ocurra de noche y que sólo el que sufre
tales asaltos ignore su verdadera razón, incluso
aunque se le haya instruido sobre ella de antemano? Ha de mantenerse en la desnudez de la
fe. Y el marino, en la noche engañosa y agresiva, cuando la brújula sacudida no da ya indicación segura, se limita a hacer frente al temporal y espera, encomendando su alma a Dios.
"Los discípulos, al ver que andaba sobre el
agua, se agitaron y dijeron:
—Es un fantasma".
Tu marcha sobre las olas es para los apóstoles un espectáculo tan nuevo, tan contrario a lo
que acostumbran a ver en ti que, a pesar de su
fe, no te reconocen, Señor. Tienen miedo de que
seas un fantasma.
Así piensan siempre reencontrarte los hombres, tal como viniste a verles la primera vez.
Aspiran a revivir las horas claras y piadosas de
su infancia en la vida de Dios. Y cuando, en la
moche de la larga prueba, tú formas en su corazón la profunda e implacable impresión de la
miseria, la silenciosa y dura sumisión al sacrificio,
no reconocen en ellas, como antaño en forma más
risueña, la señal de tu eficaz presencia. Cuántos
tienen miedo de ti y resisten a tus avances y a
tu gracia, no viendo en su angustia más que signos de neurastenia o de morbosa desesperación.
Señor, para que te descubramos a través de
las mil apariencias que constituyen tu rostro, danos una fe fuerte y desnuda.
78
79
Y los apóstoles hablan de un fantasma. Un
fantasma se presenta como algo desvaído, incorporado al medio que lo deja aparecer, de tal
modo se funde su silueta con el fondo que le
rodea. Así te apareciste a tus apóstoles, y la
noche, el viento, el oleaje, te servían de abrigo.
Del mismo modo, no podemos separarte, Dios
mío, de la prueba que nos sacude y es tu mano
secreta la que nos constriñe bajo su velo; pues,
si eres el alma de todas las riquezas que nos
ofrece el mundo, en el fondo de la prueba permaneces también presente, misteriosa presencia
que sólo se alcanza por la fe, pero cuya eficacia es singular cuando tu poderosa mano llega a
asirnos bien.
Soportar la prueba con paciencia y esforzadamente, ¿no es ya exorcizar el fantasma?
Bendecir la prueba y desearla es poseer la
fe que permitirá un día reconocer en ella tu divino rostro.
"Pero en seguida les habló Jesús:
—¡Tranquilizaos! Soy yo. No tengáis miedo".
Pero estas palabras no tranquilizaron a los
apóstoles. Se pronunciaron en el ruido del viento;
el estrellarse de las olas contra la barca los cubría con su tumulto; los que conocían por larga
experiencia el timbre de voz de Cristo no la reconocían ahora.
80
Probado así el hombre, en medio de su abatimiento, no encuentra ya fuerza ni ayuda en lo
que antes le reconfortaba. El libro se hace monótono e igual. El amigo se vuelve charlatán y
doblemente sospechoso como los amigos de Job.
"Pedro bajó de la barca y caminó sobre el
agua, acercándose a Jesús. Pero al soplar el viento, tuvo miedo".
Yendo a su encuentro es como Pedro conoció a Cristo.
Lo mismo, el hombre que llegue a dominar
sus impresiones momentáneas, dudas y temoies,
que sepa obedecer y hacerlo todo como si estuviera persuadido sensiblemente de que Cristo está
junto a él, llegará algún día a reconocerlo.
Admiremos el paso que dio Pedro aquella
noche para salir de la barca; es ese paso, esa
ardua decisión, tomada y realizada sólo por él,
los que constituyen al jefe. Y, pronto, Cristo así
se lo va a comunicar.
Otra vez más, en casa de Pilato, Pedro dejó
£ los apóstoles para seguir a su maestro. Y aquel
día, como esta noche, le faltó fe: la cólera de
los hombres, como la de las olas, detuvo su impulso hacia Jesús para hundirle en los horrores
de un indecible espanto.
Así, tras su movimiento de extrema generosidad, Pedro dudó en dos ocasiones ante Cristo:
feliz falta que cometen sólo los creyentes y los
81
fuertes. Ocurre esto para salvación de muchos
hombres, pues mejor que bajo los rasgos de una
perfección infalible, se reconocerán en estos creyentes que saben lo que es haber carecido de
fe, en esos fuertes que saben lo que es haberse
visto vencidos.
"Señor, sálvame".
La gran oración que surge del fondo del alma. No es la de un sibarita que teme no poder
gozar más. Ni el flojo, ni el sibarita, habrían
abandonado la seguridad de la barca por la incertidumbre de las olas.
Esta es la oración esencial del hombre: ansia
de una fe total y adorante, petición desinteresada, como el Padrenuestro. Lo que explota en
efecto en el grito de Pedro es el poder de alcanzar ser del Cristo místico, es esa fuerza profunda que liga la suerte de cada hombre a la del
Cristo total, la oración y la salvación de aquellos que son del cuerpo místico total.
Señor, en nuestra vida hemos orado ya mucho. Que un día podamos, tras haber luchado y
combatido, después de haber dado el paso, decirte
en verdad esas palabras.
Entonces, nuestro corazón estará dispuesto,
bajo la llamada de tu gracia, a convertirse en
víctima.
"Y en cuanto subieron a la barca, cesó el
viento".
82
Así germina, en medio de la turbación, y de
la prueba soportada por Dios, la paz que el mundo no puede dar ni quitar. Y el conocimiento
de su miseria se hace alegría, pese a nacer previamente en la dura amargura. Y la sumisión al
sacrificio se hace amor, tras engendrarse en la
revuelta.
Nadie que no haya tenido antes el valor y la
fe de soportar el turbador peso de la cruz, conocerá la gozosa paz de la resurrección.
"Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
—De verdad eres hijo de Dios".
Sólo Pedro bajó de la barca: pero a cuanios
estaban con él aprovechó su valor. Su fe se nutrió de la de Pedro.
Así ocurre a menudo entre los hombres. No
todos son capaces de la esforzada generosidad, plena de iniciativa, de Pedro. Es un auténtico triunfo el del temperamento espiritual que permite
tales acciones heroicas. Generaciones enteras contribuyen a formarlo, oraciones continuas lo crean
y protegen.
Pero todos los hombres son capaces de montar
juntos en la barca, de ser valientes juntos, de
ser heroicos juntos. Cómo lo sabía Cristo, el día
de la cena, cuando les pidió a su discípulos que
fueran uno. Y los hombres hallarán en el ejemplo de los santos que nacerán en medio de ellos,
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ante su presencia, la fuerza y la fe que les permitirán sobrepasarse a sí mismos.
Pero quién hubiera dicho aquella tarde, junto a la orilla, al ver remar a Pedro con los demás, que luego haría lo que hizo. Muchos nunca
harán lo que hizo Pedro, pues ya desde el principio no quieren hacer más que lo que hacen o
harán los demás. Pues los obreros son pocos.
LOS DISCÍPULOS DE EMAUS
Los discípulos de Emaús son hombres que
creyeron y que, porque creyeron, caminaban tristes, secretamente inconsolables y solos. El mundo
no podría comprender su tristeza, ya que nunca
ha esperado nada, ni ha vibrado con ningún ideal,
feliz en su mediocridad, en la que se complace,
sin deseos. Pasan aislados, solitarios, incomprendidos y bajan la cabeza bajo la carga de una inmensa decepción. Y el mundo que les ridiculiza
vale menos que ellos. Porque ellos al menos esperaron, desearon algo y creyeron.
¿Qué creyeron exactamente? Que el reino de
Dios iba a restablecerse, y por eso ahora están
tristes, ante el desplome de su esperanza. Pero
sobre todo creyeron en Jesús; es esta fe en Jesús, plenamente viva y vivificante, la que dio un
espíritu a sus esperanzas, demasiado humanas,
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pero que sin esa fe hubieran quedado adormecidas en el fondo de su corazón, como en el de
tantos otros. Y porque su fe en Jesús sobrepasaba
estas perspectivas de restauración material, porque iba por delante en el orden de sus creencias,
siguen aún esperando secretamente, de una forma
misteriosa, inexpresable, incluso después del fracaso definitivo y tras la ruina de todas las humanas
ilusiones de que revistieron su fe.
Pues, secretamente, siguen esperando. De otro
modo, ¿hablarían aún de ese pasado que les ha
defraudado, de aquel bello sueño que terminó
en una cruz? Aquellos a quienes el espíritu maligno, con la desesperación en el alma, ha arrastrado a renegar de su pasado, ya no hablan, pues
este recuerdo les quema o, si hablan de ello, es
con rencor, con odio, odio contra el ideal a que
sirvieron y amaron, odio contra sí mismos que se
dejaron atrapar, un odio cuya especial amargura
tiene ya cierto sabor de condenación. En los discípulos de Emaús no hay amargura: ciertamente
su alma duda, no se identifica con el catastrófico
encadenamiento de lo ocurrido, pero su espíritu
permanece fiel.
Ese Jesús al que siguieron, y que fue tan
cruelmente desmentido por su muerte, de cara
a la idea que se habían forjado sobre su misión,
sigue siendo objeto de veneración para ellos, pues
aunque ya no confiaban en él, porque de él esperaban la restauración de Israel, la esperaban
porque confiaban en él. Si la idea que se hicieron
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sobre la misión de Cristo era falsa, el apego que
sentían hacia él era conforme a lo auténtico y
trascendente de sus ideas; por eso aún les queda algo, por eso siguen viendo en Jesús un profeta
poderoso en palabras y en hechos y no un impostor o un loco. Por eso, la prueba purificará
su fe en vez de arruinarla o debilitarla.
Este camino de Jerusalén a Emaús, de sesenta
estadios de longitud, se parece mucho, Señor, al
largo camino de nuestra vida. Como hace veinte
siglos, tus discípulos entienden poco las cosas
divinas. Tan a menudo siguen deformando en
sus corazones tu enseñanza y la de tu iglesia. Tan
a menudo continúan aún acariciando esperanzas
quiméricas. En otros tiempos, aguardaban la restauración del reino de Israel y creían que les
prometías esto; hoy dan por descontada una especie de paz, de reposo carnal o una exaltación
demasiado humana, y por eso se decepcionan y
van a menudo con la cabeza gacha y la mirada
triste por el largo camino de la vida. Señor, todos nosotros somos torpes y estamos sucios, ¿cómo podríamos entender plenamente tu enseñanza
en toda su hondura? Por mucho tiempo todavía,
y pese a todas las advertencias, continuamos indudablemente prestándote nuestras ideas terrenas
y bajas, y mucho tiempo aún seguiremos esperando de ti que realices nuestros humanos deseos...
Haz al menos, Señor, que hasta en este período de incomprensión, posiblemente inevitable,
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sea claramente a ti, y sólo a ti, & quien se aferré
nuestra alma y no al bien que creemos, tal vez
equivocadamente, que nos prometes y que te amemos por ti mismo y no por la supuesta conformidad de tu promesa con algunos de nuestros
sueños. A fin de que en el día que llegue la
cruz, inesperadamente, bajo una u otra forma,
destrozando nuestras mezquinas concepciones,
ofuscando por algún tiempo nuestro entendimiento,
para que ese día te permanezcamos profundamente apegados, a pesar del aplastamiento de las
humanas esperanzas y que posiblemente habíamos añadido o dispuesto en torno a nuestra fe
en ti. A fin de que la cruz, si se ofusca nuestro
entendimiento, si no alcanzamos a reconocernos
en ella, no sea para lo profundo de nuestro espíritu ocasión de rebelión, de reniego o de odio
contra ti.
Y si el mundo se complace en ridiculizar nuestra tristeza y nuestras desilusiones, haznos comprender que nuestras esperanzas, incluso aquellas que son un poco demasiado humanas, valen
más para ti que toda su incrédula prudencia, pues
ellas al menos extraen su fuerza, si no su origen, de nuestro amor y nuestra confianza en ti;
a fin de que el día en que nuestras ilusiones se
disipen, no nos juzguemos con demasiada severidad ni demasiado agriamente. Pobres criaturas
pecadoras y poco inteligentes, ¿podemos acceder
a la verdad de algún otro modo que con todo un
cortejo de ilusiones intelectuales y sentimenta88
les? Pero, qué importa todo eso, si es a ti claramente a quien amamos hondamente. Tú sabrás
con las pruebas necesarias purificar progresivamente nuestro amor y nuestra esperanza. Pero
las pruebas sólo pueden purificar a quienes en
lo hondo de su alma sólo están apegados a ti.
Es precisa esta disposición interior para que la
prueba no sea principio de muerte.
*
*
*
"Insensatos, ¿no tenéis las escrituras?" Pues
sí, las tienen y las leen todos los días, un poco
como leemos nosotros el evangelio y escuchamos
la enseñanza de la iglesia, es decir, sin prestarles
demasiada atención, sin entender bien y creyendo comprenderlo todo; reencontraban en la escritura sus propios deseos y sus ideas; hacían de
ella, sin saberlo ni quererlo seguramente, un íibro a su medida y la canonización de su limitado
ideal. Todo era simple, no existía misterio; y si
eventualmente algún texto tomado en su sentido
literal parecía insinuar diferentes perspectivas,
pronto una sutil alegoría, una glosa oportuna, y
el escándalo quedaba atenuado o escamoteado,
todo volvía al orden, es decir, a su orden, y todo
se arreglaba, con la mejor fe del mundo. Leían
sin parpadear, sin plantearse cuestión alguna, las
extraordinarias profecías de Isaías sobre el sufrimiento del mesías y ni ellos, ni nadie en torno a ellos, comprendía.
¿Qué sería en efecto un texto por sí solo,
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para nuestro espíritu sutil y limitado, sino un
entretejido de incertidumbres y oscuridades, tanto más impenetrables cuanto que ni siquiera las
sospechamos y creemos estar viendo claro? Hay
ojos que no pueden ver; hay también oídos que
no pueden oír; tú mismo tuviste experiencia de
ello, Señor. Mándanos, Señor, una prueba; pues
si uno puede acomodar a su manera una enseñanza y un relato, si puede leerse el evangelio sin
detenerse en la cruz, es menos fácil cambiar el
orden del mundo y esta cruz, de la que no hemos sabido reconocer el anuncio en los libros y
en la enseñanza de la iglesia, se nos impone cierto día como un hecho. Por las pruebas, por los
hechos, por la vida, nos harás comprender muchas cosas, Señor.
Revelación en primer término negativa, por
la que descubrimos que hasta hoy no hemos debido comprenderlo todo: y he aquí desvanecidas
nuestras ilusiones; crujen las mezquinas concepciones, tan humanas, a cuya medida plegamos el
mensaje cristiano, todos los estrechos marcos de
nuestra forma de pensar, esos marcos en los que
estábamos más cautivos de lo que podíamos pensar y dentro de los cuales encerrábamos, contemplábamos y reducíamos todo. Es el comienzo
de la verdadera comprensión, pero esta labor no
se realiza sin sufrimientos ni angustias.
Los discípulos los conocieron en el camino
que lleva al gran poblado de Emaús. Pero no
toman partido sobre ellos; intentan reconocerse
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en ellos, repasan sus recuerdos y ya que los he
chos les han planteado una cuestión, sobre la
que no saben qué pensar, van a hallarse en unas
disposiciones de humildad y de ansia de la verdad que les harán capaces de recibir la enseñanza
del mismo Dios. Enseñanza que no es nueva,
que no aportará a su entendimiento ningún conocimento nuevo, pero que les hará ver todas
las cosas, las mismas cosas, desde un punto de
vista diferente. El desconocido que se íes unió
en el camino no les habla más que de las escrituras, les cita sólo las escrituras, las que ellos
conocen tan bien; pero ahora ven en ellas algo
distinto.
Y lo primero que vendrá a confirmar su fe es
que ahora conocerán que su prueba estaba predicha. Esta vez, este fracaso no es ya el acontecimiento inesperado, inexplicable, que había de
llegar mediante un desmentido clamoroso a descubrir el error y la falsedad de la misma palabra
de Dios; todo ello estaba anunciado. La brutalidad de los hechos había disipado las ilusiones
inconscientemente apuntadas en torno a las palabras proféticas y les había preparado a comprender su verdadero sentido; es ahora la escritura la que, mejor comprendida, va a dotar de
sentido a la prueba, en principio desconcertante:
"Era preciso que el hijo del hombre sufriera estas cosas para, después, entrar en su gloria".
Señor, bendito seas por no habernos ahorrado las pruebas. Sin ellas, ¿no seguiríamos a me91
nudo prisioneros de nuestras pequeñas ilusiones,
tan cerradas? Pero bendito seas también por habernos predicho también todas esas cosas. Si los
hombres pudieran entenderte y escuchar a tu
iglesia, si no colaboraran a menudo, por una pusilanimidad totalmente humana, a ocultarse el
hecho de la cruz, no estarían tan desamparados
cuando les llegara la prueba; recordarían que sus
dificultades, sus turbaciones, sus dudas, todo ello
estaba predicho y, recordándolo, darían gracias.
*
*
*
Y los discípulos escuchan, subyugados por este
desconocido al que poco antes acogieron duramente. Y, como en lo hondo de su alma permanecieron siempre fieles, sus palabras despiertan
en ellos ecos misteriosos. Se afianza su fe y la
cruz deja de ser un escándalo. "¿No era preciso
que Cristo sufriera estas cosas para luego entrar
en su gloria?"
Pero esta adhesión a las verdades superiores
que se les descubren entonces en la escritura no
constituye la última etapa de su ascensión espiritual. Sin duda creen ya que, más allá de la
muerte, Cristo sigue vivo; Dios quiere darles una
evidencia más completa, una evidencia de hecho,
y el Señor, al que ahora están preparados a reconocer, se les manifiesta como resucitado. Por
breve y fugaz que fuera, esta manifestación da
a su fe, iluminada ya por el entendimiento de la
escritura, una especie de posesión más real, más
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inmediata, de las verdades que ya conocían, el
apoyo de un hecho. Le da también un gran poder de irradiación. Se levantan sobre la marcha
y, a través de la noche oscura, corren a aportar
la buena noticia a sus hermanos.
Y después, muchos otros cristianos, de todas
las épocas del mundo, han tenido la misma misión. Así, Señor, confirmas a menudo la fe de
los tuyos. No siempre con grandes manifestaciones, sino sirviéndote de la buena voluntad de
algunos de tus servidores, nuevos discípulos de
Emaús.
En todos los tiempos se encuentran hombres
así. Posiblemente no sean mejores que los otros,
posiblemente incluso en su juventud mezclaron
a una fe sincera ciertas ilusiones humanas, pero
se mantuvieron firmes en la prueba; su fe y su
esperanza sobrevivieron a la ruina de sus ilusiones, mostrando así que esa fe y esa esperanza
extraían su vigor de ti mismo, Señor. Tú socorriste su angustia muda, descubriéndoles la escritura; al fin comprendieron el hondo sentido de
su prueba y el misterio de tu gloria. Y esta dócil comprensión, esta sumisión a tu enseñanza
les condujo cierto día a recibir una de esas gracias de luz que transforman toda una vida. A
veces brota como un relámpago. Otras veces se
hace tan discreta que sólo sus potentes efectos
revelan su existencia. Nunca se da más que a los
hombres bien preparados, pues sólo ellos pueden aprovecharla; gracia que en cierto sentido no
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es más que la coronación de un trabajo anterior,
gracia de certeza pacificadora, de visión recta,
de inmediata captación del objeto de la fe, conocido desde hace tiempo y entonces auténticamente
vivido.
Parece a veces que estos hombres son los únicos capaces de comprender bien la escritura y las
enseñanzas de tu iglesia; y no es que su conocimiento intelectual sea más rico o más hondo, ni
que su fe sea de distinta naturaleza o más total,
sino porque todas las palabras sagradas adquieren
en su boca un acento de un realismo singular. La
realidad cristiana a la que entregan su fe todos
los creyentes parece, en ellos y sólo para ellos,
tener una realidad concreta. Parecen moverse en
el mundo sobrenatural como en un universo conocido. Pueden volverse entonces hacia sus hermanos esos hombres, verdaderos místicos, y decirles con un acento que sólo puede dar la experiencia: "Sí, es verdad".
Esa es la misión de los santos, pequeños y
grandes, oscuros o célebres. Sus privilegiadas experiencias son en cierta medida los testigos de
la vida contenida en la doctrina, aunque sea la
doctrina la que hace posibles sus experiencias. Son
ellos los que elevan en cada época el potencial
espiritual de la iglesia, testigos y a la vez manifestaciones de la continua actividad del espíritu,
pues pueden repetir con toda verdad, con san
Juan: "Lo que fue desde el principio, lo que
nosotros oímos, lo que vimos con nuestros ojos
94
y lo que tocaron nuestras manos del verbo de
vida —pues la vida se manifestó y la vimos y
rendimos testimonio de ella y os anunciamos la
vida eterna que estaba en el seno del Padre y
que se nos manifestó— lo que vimos y oímos,
os lo anunciamos, a fin de que vosotros también
estéis en comunión con nosotros y para que lo
estemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
Os decimos estas cosas para que vuestra alegría
sea total".
Señor, es claramente voluntad tuya que seamos de esas almas ocultas y luminosas que el mundo ignora y que tus fieles buscan.
Haznos aceptar y desear esa misión, a pesar
de todo lo que su preparación supone de renuncias crucificantes. Esta oración nos atrevemos a
hacértela, pese a nuestra pobreza y nuestra flojedad, pues tú eres nuestra única esperanza. Dígnate hacernos comulgar con la terrible soledad de
tu cruz, plantada bajo un cielo oscurecido, para
que un día nos manifiestes la gloria de tu resurrección y para que algún día, desde aquí abajo,
te conozcamos tal como eres, sin que nuestros
nervios, nuestro corazón, nuestra imaginación o
nuestros pensamientos te cubran con su sombra,
como con un nuevo sepulcro.
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Terminará un día, cuando el árbol ya mayor
sobrepase la moviente cima del bosque, cuando
el hombre, habiendo vivido y vivido mucho, domine la sociedad circundante y conozca, en la
aspereza de la lucha, solitaria, qué es la fe, enfrentado al mundo y sus seducciones, como la cruz
levantada sobre el Gólgota.
*
LAS ANGUSTIAS DE LA FE
Nace el niño y su madre, al darle la vida, le
lega también su fe. En sus primeros años va a
crecer totalmente impregnado de la fe familiar.
Y su primera comunión brilla en su recuerdo
humano como un vértice de pura y dulce fe virginal. Nunca aún ha venido la duda a empañar
el candor de su alma. ¿Sabe bien lo que es creer,
si aún no sabe de qué se puede dudar?
Felices años, numerosos a menudo, en los
que la pequeña planta se hace arbusto al abrigo
del viento y de la tempestad.
Felices años, bien llenos de luchas sin embargo, en los que el arbusto adquiere fuerza y vida,
en los que el alma, plenamente ocupada en otros
crecimientos, no sabe lo que es crecer en la fe.
96
*
*
No es a pleno día y con bandera desplegada
como viene el tentador a minar nuestra fe. Pone
más miramientos y jamás dice su nombre. No es
en plena lucha como quiere apoderarse de la
plaza, como ocurre en otras situaciones. Su táctica es la del minero que excava en la capa traidora, la del enemigo que se infiltra ocultándose.
Cuando se desvela, es ya con la insolencia del
vencedor.
Y el hombre ya no sabe cuándo empezó a dudar, como no sabe cuándo empezó a creer.
Primero son algunas ideas flotantes que pasan pronto, como una nube que es signo precursor de la tempestad. Los pájaros se callan y se
ocultan. Los hombres se sobresaltan y se inquietan. Ha comenzado la lucha, aunque ellos lo ignoren. El aventador aventa ya su trigo y la
paja vuela a pleno viento. Muchos se asustan ya
y huyen. Muchos no se atreven a mirar de frente
estas dificultades que les turban. Y para no ver
precisarse sus dudas, ni se atreven ya a levantar
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sus ojos hacia lo que creen. En seguida vienen a
pensar sobre su fe con un respeto formal que
tiene más de miedo temeroso que de amor. Pronto la rodean de un irrealismo que es el fruto
oculto de un escepticismo que aún se ignora. Satanás es ya vencedor, antes incluso de entrar en
liza. ¿Para que iba a impulsar más a fondo su
asalto? Esos hombres no merecen la pena. Están
más muertos que vivos. Que reposen en paz, de
ahora en adelante, si pueden. Cristo, cuando pase
junto a ellos, pasará como una sombra. Si les
llama, su voz carecerá de resonancia, como en los
sueños. Y la paja vuela al viento y se refugia en
lugares retirados, a los que no alcanza su soplo.
Pero el grano permanece en el fondo del aventador y sólo Dios sabe cómo es sacudido.
Primero se da un gesto de negación. Uno no
quiere ser tentado en su fe; todo un pasado de
abnegación y de generosidad protesta contra esta
profanación. Rehusa uno creer en ello y querría
olvidar. Esfuerzo inútil. Nunca, amigo mío, tendrás ya la fe de tu infancia, pues ya no volverás
a ser un niño como antes. Te corresponde una
fe viril y en primer lugar el combate que te la
dará. Puedes ahuyentar tu duda de la memoria,
volverá más insolente aún. Puedes limpiar el interior de la casa, él volverá con siete demonios
más emprendedores aún que él.
Ese día, cuando el hombre ha adquirido conciencia del grano que ha sido arrojado en su te98
rreno, comprende como por instinto que va a ser
impulsado en adelante por una fuerza, hacia otros
destinos. ¿Cuáles, Señor?
*
*
*
Y la duda se desarrolla.
No se la ve crecer todos los días, sino sólo
por momentos, y prolongados períodos de calma
espacian aquéllos en los que se manifiesta ásperamente. Una red se establece en el alma, larga y
sutil como las raíces de la grama. Es un árbol
frondoso, cuyas hojas tendrán algún día todo el
espíritu bajo su sombra. Y el hombre ve crecer
el mal en él, como el siniestrado ve subir el agua
en su casa y devastarlo todo, lenta y metódicamente.
Quiere luchar contra esta gangrena y las armas que maneja, una tras otra, se quiebran en
sus manos. Se hace humilde, humilde como un estúpido que no pudiera pensar y su humildad forzada le parece una quimera y, algo peor aún, una
hipocresía que rechaza fuertemente. Su pasado
le ha mostrado el horror de las falsas escapatorias. Entonces se lanza contra el enemigo, estudia, ahonda su fe, va a buscar nuevas luces en
los libros, la explicación de sus dificultades y la
solución de sus dudas. Triunfa a veces, pero sólo
por algún tiempo, como si el enemigo realizara
un retroceso estratégico para a continuación avanzar mejor. Se rompe la ola de nuevo, envolvien99
do a los libros y a sus autores, a las conversaciones y a los amigos en el mismo descrédito, como
si sólo fueran un espejismo. Amigo mío, tú que
en otros tiempos odiabas las fórmulas hueras,
piensa ahora que todo es puro verbalismo. Entonces, el hombre se lanza a la acción; piensa
encontrar en ella, al menos, un refugio contra
los pensamientos que le perseguían. Ser bueno
con los demás, cómo apacigua en tales tempestades. Cuidar la miseria de los otros es el mejor
remedio para olvidar la propia. De acuerdo, pero,
Señor, tú me formaste antaño un espíritu pleno
de lógica; me mostraste la íntima cohesión que
hay que establecer, y reforzar incesantemente,
entre lo que se piensa, lo que se cree y lo que
se hace. En nombre de esta lógica, la actitud
que produce los santos que no pueden entregarse
a una obra más que con todas las dudas y turbaciones que les minan, resulta completamente ilógica. Y, se quiera o no, el ardor decae rápidamente como todo lo que es ficticio y no tarda el
veneno en invadir el recinto secreto de donde
brota el entusiasmo y el ímpetu. Se reseca como
un árbol maldito y su vivacidad se pierde como
en un ánfora invertida.
Y la duda se desarrolla.
Fue primero una simple objeción; ahora se
cuestiona todo. Antes era un detalle dogmático,
una pequeña cuestión histórica; ahora eres tú,
Señor, es hacia ti al que mi espíritu, movido por
una fuerza implacable, se vuelve, para escrutarte.
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Quién me hubiera dicho esto, en otros tiempos,
que llegaría a dudar de ti. De ti, por quien entregué mi vida sin regateos.
Primero fue un simple pensamiento que carecía verdaderamente de consecuencias, casi como una duda puramente especulativa. Ahora siento atrapado mi corazón y mi devoción desciende.
Siento aversión por todo lo que se refiere a ti,
Jesús, yo que en otro tiempo te amé tanto.
¿Y mañana?
*
*
*
Y yerra el hombre en torno a su pasado, como Magdalena, en la construcción vacía.
Ya no se reconoce. No puede sacar partido
de su transformación. Conoce tan poco el nombre del que ahora le constriñe. Es tan flexible
y huidizo. Ha interpuesto tan bien sus huellas
sobre los pasos del hombre; y éste se da cuenta
de lo que era antes y que ya no es, sin poder
explicar cómo ha ocurrido todo aquello. Se da
como una discontinuidad entre su pasado y su
presente, una ruptura, un agujero negro. Su pasado no está ya allí para alimentar su presente,
que se mantiene en el aire, estúpidamente. Se
siente él mismo un estúpido al lado de aquéllos
cuyo presente dormita sobre un pasado dormido.
Estúpido junto a las vidas paganas a las que la
llamada de Cristo no llegó a turbar, a las que la
tierra, maternalmente, alimenta y hace dichosas.
Estúpido frente a todos.
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Y la gran soledad que un día rodeó en su
amplio y negro manto a Cristo y a Judas, al inocente y al pecador, le constriñe a él también.
Antes no se daba cuenta de que durante toda
SÜ infancia vivió en la sociedad visible de la
iglesia y en la invisible de todos los santos que,
desde el origen del cristianismo, han sido de
Cristo. Nunca supo lo que era estar solo, sin
apoyo, sin hermanos que comulgan en un mismo
ideal y una misma vida. El niño no aprecia la
ternura de su madre más que cuando ésta no está
ya junto a él.
Pero ahora eres un extraño, en medio de
todos aquellos que antes eran como tú. Eres un
extraño, cuando antes fuiste un amigo.
Ve ahora, como Caín, de un país a otro. Busca la paz de que careces, un corazón que te escuche, un amigo que te comprenda. Sólo encontrarás cómplices que querrán explotarte y un
odio compartido no crea nunca el amor. Los demás tendrán más miedo de ti que compasión por
tu miserable estado. Te huirán como del perro,
al que es preciso ahuyentar por miedo de que
muerda.
Intenta ahora distraerte de esta pesadilla. Intenta rehacer una vida nueva. La propia naturaleza huirá de ti. Contempla su gigantesca impasibilidad; mira su alegría descaradamente feliz,
que te muestra implacable y que ahoga los gritos de los débiles a los que mata. Intenta, pues,
102
encontrar en ella una armonía para tu corazón,
una nueva razón para seguir viviendo, una nueva
fe que te anime. Será en vano. Eso está bien
para los paganos. Y Judas, la tarde siguiente a
aquella en que vio a Cristo en la cruz, se colgó.
Y el tentador prosigue su juego, opresor, implacable. Levanta ante el hombre espejismos que
fascinan. Le rodea por todas partes. Le domina
como un aliado invisible. ¿Cómo luchar? Utiliza los mismos pensamientos del hombre, corrompiéndolos. De sus propios deseos hace cálices de
amargura. Está dentro de su espíritu. Habla por
su boca. ¿Cómo reconocerse en todo esto?
La víspera de la pascua, aquel que desde hace
tres años entregó al mundo su tiempo y su esfuerzo, que le enseñó a llamar a Dios su Padre,
entre blasfemias de los que le rodeaban, gritó
en su patíbulo: "Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?"
*
*
*
Y la noche cubrió la tierra por tercera vez.
Ya no eran las coléricas tinieblas que la sepultaron desde la hora sexta a la novena como
si fuera el fin del mundo y su condenación.
Tampoco era la extraña y vacía noche que se
volvió a cerrar al siguiente día tras de unos pocos
discípulos después de que le sepultaron.
103
Era una noche calmada, plena, como la primera noche que dio a luz al mundo y de la que
brotó la luz. Una noche maternal que velaba por
los hombres, como lo haría junto a una cuna.
Y Magdalena, ya en camino, inconsolable en su
dolor, recibió su bendición. Ya no prorrumpía en
sollozos que en sí mismos encuentran su exasperación. Tampoco se trataba de la paz que sigue
a los grandes sacudimientos, esa reacción del organismo que quiere seguir viviendo y para ello
olvida. Era una pena honda, pero dulce, un sufrimiento mudo, extrañamente mudo.
Ayer aún no podía dejar de pensar; los recuerdos de antaño le oprimían sin cesar, como
vanas esperanzas o locas imaginaciones. Todo ello
daba vueltas en su espíritu. Primero, era una cadencia lenta, como una orquesta que empieza a
sonar y cada objeción se levantaba cuando le llegaba el momento. Luego, el ritmo se aceleró, las
ideas se encabalgaban unas sobre otras, las dudas
se masificaban: todas clamaban juntas; un inmenso clamor, un hierro al rojo que traspasa el alma
y un pérfido puñal no habrían logrado causar
este dolor vivo, crispante, indescriptible como
una contracción y una convulsión de todos los
nervios del cuerpo. Luego el hombre quedaba
aniquilado, conocía entonces la oscura paz de Satanás, aquella calma en la que Judas se ahorcó.
Ahora María va al sepulcro, vacío el espíritu
de todo aquel ruido. Aunque quisiera, no podría
evocar de nuevo la danza infernal de la víspera
104
y las ideas que la perseguían se quedan convertidas en sombra sin vida, en formas inertes que
se van disipando. No es que María las haya rechazado con una fuerte lucha, mediante la razón
vigorosa y potente. Son ellas las que se han desecado como si algo se hubiera retirado de ellas.
En esta hora, María aún las reconoce y sopesa
el riesgo que ha corrido su fe. Pero el fascinante
espejismo se ha desvanecido y la hora de la angustia ha pasado. Si María llora aún, ya no desespera. Y el espíritu de María se encuentra en
las tinieblas silenciosas y refrescantes como la
noche que oculta todavía el camino.
Dulce y tiernamente, se alza el alba por el
oriente y vuelve a hacer revivir todo lo que toca.
Se despierta rejuvenecida la tierra, mejor aún
resucitada. Oh dulzura de la mañana de resurrección, aún penetras el corazón del cristiano. María llora amorosamente junto al sepulcro vacío.
Lágrimas de amor, y no ya sollozos amargos e
indignados que nacen de la fe muerta y de la
esperanza desarraigada. Lágrimas de amor y en
seguida una sola palabra dicha tras de ti, sin que
tú le toques, hará estallar de júbilo tu alma:
"¡María! —¡Mi Señor!".
Tú no empiezas a creer de nuevo, María,
pues siempre has creído. Y en el peor momento
de la zarabanda que pisoteaba tu espíritu demoníacamente, era por tu fe y tu amor por lo que
se producían aquellos excesos. Tu fe y tu amor
eran la razón de aquellos gritos; y la herida que
105
traspasaba tu alma, las convulsiones que la contraían eran la última resistencia de una esperanza
que no se rinde. Cuántos, después que tú, tendrán que pasar por esta puerta estrecha.
María, tú eres la protectora de los hombres
generosos que conocen las tinieblas de las angustias de la fe y sus desgarramientos. Recuérdalo.
Y después de las tinieblas del sepulcro, conocerán el amanecer dulce y el día ardoroso: "Hija mía, ve a mis hermanos y diles: Yo me voy
hacia mi Padre y vuestro Padre, hacia mi Dios
y vuestro Dios".
¿COMO REZAR?
Dos hombres subieron al templo a rezar
(Le 18, 10).
Ambos suben a rezar, fariseo y publicano,
pero sólo uno de ellos bajará purificado.
¿Para qué sube el fariseo? Orgullo, ostentación, pero no sólo eso. En todo caso, no lo sabe
y no puede saberlo. Se rebelaría de buena fe, no
podría entender al que viniera a decirle: "La
oración que tú meditas no va a ser agradable a
Dios". ¿Por qué, acaso no va a darle gracias?
¿No ha tenido, para ir a rezar, que arrancarse
meritoriamente de la tranquilidad de su casa?
Dios mío, ¿somos en verdad tan desdichados
que podemos engañarnos y extraviarnos hasta en
nuestra oración?
106
107
Si se le hubieran explicado bien las cosas
al fariseo, en su temprana juventud, ¿se hallaría
ahora donde se halla, bloqueado en su vida interior, fijado en una actitud estéril y ridicula,
pecando o, en todo caso, amontonando entre Dios
y él obstáculos, en el mismo momento en que
cree y quiere honrarle?
Señor, cuando veo la esterilidad de mi vida,
la ineficacia de mis oraciones, no puedo dejar de
pensar que muchas cosas me paralizan y fallan
en mí y que rezo mal, yo también, fariseo y tal
vez sin saberlo.
Buenos deseos hechos vanos, sacrificios, esfuerzos inútiles, oraciones caídas en el vacío, como las del miserable fariseo.
Innumerables oraciones del fariseo que sube
al templo todos los días, que ayuna y paga el
diezmo, pero al que Dios no mira porque reza
mal.
Resulta excesivamente simplista ver un bribón, un hipócrita y sólo eso en este hombre. Sin
duda es uno de los más honrados de su tiempo,
fiel guardián de las divinas tradiciones, y su pecado es interior, apenas consciente- sin duda y
posiblemente apenas personal; reza como ha visto
rezar en torno a él, en su medio.
Y también yo rezo mal; la esterilidad de mi
vida lo atestigua. He nacido en un mundo pecador y mentiroso, y en él respiro embustes e
108
ilusiones colectivas, sin saberlo. Yo mismo soy
mentiroso. Pero, hasta qué punto, lo ignoro. ¿Y
cuál es la mentira y la ilusión que me paralizan?
¿Dónde brotan sus ramas?
¿En mi oración, en la que me ofrezco sin
reserva, pero en la que, secreta e inconscientemente, soy reticente? ¿En la desvirtuada concepción que me hago, incluso sin culpa, de tus
deseos sobre mí?
¿En el arranque de mi generosidad, en la
que me busco a mí mismo creyendo buscarte a ti?
¿En mi ansia de despojamiento hacia la que
me siento atraído, sin saberlo, por un deseo de
seguridad?
¿En mi mismo amor, Señor?
El enemigo ha tomado tu figura. Se pasa
sembrando de fantasmas mi vida y, cuando al
fin éstos se desvanecen, me dejan tan fatigado,
tan envejecido. Pronto moriré.
Todo me resulta asechanza y escándalo. ¿Cómo guiarme si siempre hay al menos dos actitudes contrarias a mantener, si se trata de ser dulce
sin ser flojo, fuerte sin ser brutal, desapegado
sin ser indiferente, apasionado sin dejarse llevar del amor propio, olvidado de sí sin olvidar
que Dios nos ama y que necesita de nosotros,
amando a Dios como a una persona, pero sin
hacer inconscientemente de él un hombre como
nosotros?
109
Me he ocupado mucho, como los demás, en
hacer unas distinciones, en señalar un pasillo entre los escollos; y esto no era totalmente vano.
Si no me equivocaba, era siempre una primera
aproximación que me ayudaba a vivir mejor. Pero
en la experiencia concreta no hay nada simple,
las cosas mejores y más verdaderas despiertan
impuras resonancias. ¿Quién me librará de este
cuerpo de muerte?
Y en lo que me esteriliza, no llego ya a distinguir —aunque sea verdaderamente distinto—
lo que proviene de mis faltas actuales, lo que
proviene de mis faltas pasadas o de las de aquellos que me precedieron. ¿Quién me sacará de
este mundo y del pecado universal?
*
*
*
He intentado mi liberación buscándola en el
silencio interior, pero no la he encontrado en él.
Para no mentir más y no equivocarme, pensé en
callarme, en rechazar en mi oración todo pensamiento expreso, en oír tu voz. Para no desear
ya nada impuro, incluso a mi pesar, he intentado
detener a mi corazón; pero nada he podido y el
medio silencio que he logrado ha permanecido
estéril, vacío de ti.
Y no he ahogado al enemigo incansable, pues
para que dejara de existir no bastaba con rechazar el pensar en él. Estaba demasiado metido en
mi vida, respiraba en mi más pequeño aliento,
110
vivía en cada latido de mi corazón y he llegado
a saber que no podré matarle, sin matarme a
mí mismo.
Esperaba tanto de las ayudas humanas.
¿Quién podrá descubrir en mí lo que me falta o lo que va mal y después hacérmelo comprender?
¿Quién podría hacerlo lo bastante a tiempo
para que no me endurezca antes hasta volverme
incapaz de cambiar de actitud?
¿Quién me enseñará a rezar?
Las ayudas humanas no son irrisorias y me
han ayudado de verdad. No en vano desde hace
diecinueve siglos acumula sus experiencias la humanidad cristiana. Pero esta experiencia es aún
tierna; aún está en curso de elaboración y constitución. Tal como es, hace falta tiempo para
conocerla, más aún para comprenderla y mi vida
pasa tan rápidamente... En esa experiencia, como en la mía propia, hastayentre los mejores, la
paja, y a veces la cizaña, está frecuentemente
mezclada con el buen grano.
Entonces he pensado que nuestra vida es en
verdad una vida trágica, esta vida que acaba tan
pronto, que es tan corta y en la que nunca llega
uno a purificarse de la ilusión ridicula. Es para
mí un pensamiento muy amargo, pero he pensado que tú, que consuelas de tantas cosas, me
consolarás de ésta. No es la tristeza de este mal
111
más que la misma que tú sentiste en Getsemaní,
el mal que procede del pecado del hombre como
consecuencia del mal uso de su libertad, ese mal
que tienes que tolerar y respetar, hasta en sus
excesos, ya que al hacernos hombres libres aceptaste de antemano tal posibilidad; el mal, el fallo
de los hombres por el que tantas verdades útiles para la vida y la oración están aún sin descubrir, sin abrirse paso, desconocidas o poco conocidas; y el mundo pesa con sus mentiras y sus
prejuicios, y siendo inexorable tu justicia en su
sumisión al hecho, tu justicia ante la que ninguno de mis fallos caen en el olvido, todo ello
espesa, más de lo que nunca pude pensar, la
venda que tengo sobre mis ojos.
Señor, no he querido dejarme paralizar por
tales pensamientos: también he pensado que sería preciso recomenzar a menudo estas trágicas
experiencias, trágicas porque consumen mi vida
poco a poco, ya que por ellas alcanzo a arrancarme un poco del mal y de la ilusión y yo recomenzaría. ¿No es lo mejor que podía hacer?
Y por ello, tras de mí, habría un poco más de
verdad espiritual en el mundo. Pero qué vida
para mí.
He recordado también —y he creído por un
momento volver a encontrar en ello la esperanza— las maravillosas promesas de tu evangelio:
la posibilidad, mediante una fe viva, mediante
un amor recto, de superar todos los obstáculos,
el pecado del mundo, los míos propios, mis de112
bilidades y deficiencias; la posibilidad de apropiarme personalmente del don gratuito que hiciste a la humanidad de la salvación. Por ello,
pensé, mediante el puro impulso de mi amor,
escapar a todo, a todas las contingencias y abrirme a la acción divina como el enfermo se expone
al sol. Conocemos nuestra debilidad, me digo,
creemos en ella incluso cuando no la conocemos
por experiencia o de un modo preciso, renovamos dentro de esta fe una humildad, un sentido
del pecado que alimentará nuestra oración y esta
vez de acuerdo con la verdad. Sabemos de nuestro mal, lo que el fariseo no sabía. Pues si el
cuerpo y nuestros hábitos siguen siendo esclavos del pecado y están paralizados por él, al menos en la cima del alma el amor es libre, puro
y nuestra fe alcanza a Dios. Refugiémonos en
esta fe, en el esfuerzo del amor, y de esta tensión brotará la chispa divina que nos purificará
completamente.
*
*
*
Bueno, aún no me conocía lo miserable que
soy. Una buena voluntad heroica, pensaba, un
amor intenso y una humildad absoluta me elevarían por encima de mí mismo y tú me darías
ocasión y posibilidades de curarme ...Pero no
soy un héroe y amo poco.
Y lo que es más terrible es que he reconocido que aunque fuera un héroe esto no serviría
de nada, pues hasta en la humildad, hasta en
113
ese impulso de fe que haría mío y que pretendería que estuviera puro de toda otra cosa que
no fuera él, hasta en el esfuerzo de mi corazón
se desliza aún el enemigo y no puedo huir de
él. Nada mío puede alcanzarte.
Por fin, esta vez he elevado hacia ti una oración nueva.
Señor, ese don gratuito que me ofreces, si
no hicieras más que ofrecérmelo, me sería imposible apropiármelo por mí mismo.
Posiblemente, no lo sé, un solo acto de amor
auténticamente puro me permitiría entrar en contacto contigo, y entonces sin duda tu poderosa
venida me purificaría totalmente. Pero en mí,
nacido de un mundo pecador, nada hay perfectamente puro, nada ciertamente digno de ti; por
mí mismo no puedo acceder a la pureza que me
purificaría.
A menudo, mis torpes esfuerzos han estrechado más aún en torno a mí los lazos, como le
sucede a un animal cogido en la trampa, y si
intentaba callarme, todo mi ser se desvanecía.
Ahora espero sólo en tu gracia.
Antes, sin saberlo, pensé que por mí mismo
podría apoderarme de tu sobrenatural don, presentado gratuitamente, como un enfermo que, por
propio impulso, abre totalmente sus ventanas al
sol; pero ahora veo que esta iniciativa no puede
ser eficaz más que si tú estás ya en ella. Es pre114
ciso que haya en mí algo que esté en mí sin
ser mío, ni de este mundo a que pertenezco, y
que además esté en mí sin ser para mí.
Nada hay en mí ciertamente que no lo haya
recibido de ti, pero hay dones que dejan pronto
de serlo, convertidos en propiedad de aquel que
un día los recibió, que se sirve de ellos a su antojo y han sido ya desprendidos de su autor, pues,
en cierto modo, existen fuera de él y de la intención con que los concedió; se han hecho tan
totalmente míos que los uso como un regalo,
sin preocuparme de su autor y puedo incluso
volverlos contra éste y corromperlos; en mis manos se han convertido en cosas; y como la lluvia
caída sobre la tierra se ensucia en contacto con
el polvo y pronto se estanca ennegrecida y enlodada, ella, que fue en su origen totalmente
pura, así he corrompido yo tus dones.
De ese modo, ya sólo tu gracia puede salvarme.
Nacida límpida, la fuente de agua viva corre
límpida y purifica. Está en mí, fuente brotante
de agua viva y siempre pura, agua pura que llama al Padre. Es el agua viva y por tanto incorruptible.
No es un tesoro puesto a mi disposición y
que lo exploto más o menos felizmente y solo.
Es en mí, iniciativa viva, un compañero al que
puedo reducir a la impotencia, pero que él sólo
obtiene para mí todos tus demás dones y del
que la acción extrae justamente su eficacia, por
no estar enraizado en mí.
115
Es el don por esencia, pues sólo existe como
don, inseparable de quien lo entrega, siempre
entregado, jamás alienado por quien lo da, nunca
poseído por quien lo recibe, aunque este don le
beatifique: lo mismo que una persona que se da.
Ese don eres tú, es tu vida en mí.
Señor, por miserable que yo sea, totalmente
impuro, tú habitas en mí. Es tu oración en mí,
es tu iniciativa viva y personal la que constituirá
mi seguridad. Eres en mí mi oración.
En otros tiempos, pensando un poco sin saberlo y de un modo muy sumario que mi santificación era toda obra mía, qué solo me he sentido frente a todo. Y ante las maravillosas perspectivas que se me han descubierto, en la meditación de las inmensas posibilidades de santificación y de acción que me presentabas, yo era
como un niño que sabe de países maravillosos,
pero que ignora cómo llegar a ellos. "Jesús ha
hecho su parte generosamente, me decía a mí
mismo, mira lo que te ha preparado, contempla
los beneficios que su redención adquirió para ti
y escucha los consejos que te dio. Y ahora, de
tu lado, realiza tu parte, generosamente también
tú. De ti sólo depende ahora acceder al reino que
te ha preparado".
No, no estoy solo frente a todo con mi pobre y vacilante habilidad. No estoy ya solo frente
a ti con mi amor balbuciente y que equivoca su
dirección, tú no sólo penetras hasta lo más íntimo de mi alma, estás; tú mismo formas mi amor
de tu vida siempre viva.
Extraña proximidad y colaboración, tan apropiada para la floración del amor, ya que está incomparablemente próxima, yendo, pero sin llegar a él hasta el punto en que, dejando de ser
yo mismo en ti una persona, dejaría de poder
amarte.
De ti sólo..., qué triste y angustiosa es esta
palabra. Y me gustaba pensar en el amor siempre actual, por el que quieres esos beneficios
para nosotros. ¿Por qué me sentía yo tan solo?
Y ya no podía rezar como antes.
116
117
"María Magdalena fue al sepulcro".
Todavía es de noche, demasiado pronto por
tanto para poder embalsamar a Jesús, pero María no puede quedarse en su casa. ¿Qué va a
hacer en ella completamente sola? Por lo menos
puede ir a llorar junto a él.
EL DESCUBRIMIENTO
DEL GRAN MILAGRO
En el primer día de la semana, María
Magdalena fue al sepulcro al amanecer,
cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra del sepulcro. Corrió entonces a ver a Simón Pedro y al otro discípulo, el que tanto quería Jesús, y les
dijo:
—Han quitado al Señor del sepulcro,
y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron entonces Pedro y el otro discípulo y fueron al sepulcro. Corrían los
dos a la vez: y el otro discípulo corrió
más de prisa que Pedro, llegó primero al
sepulcro y, asomándose, vio las vendas
caídas, aunque no entró. Llegó luego Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vio las vendas caídas, y el sudario que tenía alrededor de la cabeza;
no junto con las vendas, sino aparte, plegado en otro sitio. Entonces entró también el otro discípulo, que había llegado
antes al sepulcro, y vio y creyó (Jn 20,
1-8).
118
María es el modelo de esos hombres que han
mostrado claramente que Jesús lo era todo para
ellos. No pueden hallar ya reposo ni vida posible fuera de él, lejos de él. Y nunca podrán entonces volver a quedarse en casa.
Toma así nuestra vida, Señor, y nunca te perderemos. Hay días en que el hombre no te encuentra ni en su oración, ni en su acción, ni siquiera en su corazón. Concédenos comprender
que si te perdemos, está todo perdido. Para que
nuestro corazón, afrontando lo imposible, no admita tregua hasta encontrarte y no se vuelva
descuidado y extraño a todo.
Si Jesús ha muerto, ¿qué va a hacer ella en
la tierra? ¿Volver a la vida de antes? Ridículo.
Señor, no dejes esta angustia sin respuesta. Toma tú solo nuestros corazones, ya que sólo tú
tienes derecho a ellos, tú el resucitado, vivo ya
para siempre.
María creía en verdad que Jesús estaba muerto y que todo había terminado para siempre. Ante lo irreparable, no quiere resignarse y por eso
parte en plena noche. Bendito seas, Señor.
119
¿Qué va a hacer junto a la
ha terminado? Esta noche nada
ya pesa para siempre, sobre el
otro tiempo, una losa que nadie
tumba si todo
puede hacer y
bienamado de
moverá.
¿Para qué va junto a la tumba? ¿No sabe
que todo ha terminado? ¿Necesita, para convencerse, ver la enorme piedra y todo aquel conjunto silencioso e inmóvil? ¿Para qué reavivar
su dolor en un contacto tangible con lo que ya
no existe? ¿No será mejor olvidar? Pero el amor
desconoce el olvido y prefiere el sufrimiento del
recuerdo.
"Vio que la piedra había sido quitada".
Luego, ya ni siquiera podrá llorar en paz
junto a él el pasado. Sólo le quedará un recuerdo profano. Sin duda, los hombres que lo mataron, lo deshonran lejos de ella. A aquel al que
amó y por el que lo dejó todo.
No sabe lo que han hecho con él, pero duda: ellos han llegado a ser omnipotentes frente
a él y lo odian tanto...
Señor, el hombre que cree haberte perdido,
cuando le oprime la duda, sí, hasta él más amante, adivina claramente lo que los hombres hacen de ti. En adelante, pase lo que pase, la única imagen que puede evocar de ti es la de un
Jesús burlado, empequeñecido.
Señor, ¿cuándo vendrás a ahuyentar todos
120
los fantasmas por la irradiación de tu cuerpo glorificado?
"Corrió entonces a ver a Simón Pedro".
Dichosa tú, María, porque pensaste, en aquel
momento, en que tenías hermanos. Nunca hay
que quedarse solo.
Sin embargo, si ellos de verdad se lo han llevado, ni Simón Pedro ni Juan podrán hacer nada.
Lo hecho, hecho está, y de un modo cada vez más
irremediable. Y, además, Pedro y Juan están en
su casa. ¿Qué va a decirles, si parece que no dudan de nada y que no se preocupan por nada?
¿No le tomarán por una chiflada? El dolor inconsolable y la inquietud parecen, a quienes no los
sienten, un reproche tan fastidioso. No es un regalo apropiado un dolor inconsolable: haciéndolo
compartir, aumenta.
Dichosa tú, María, sin embargo, por haber
acudido a tus hermanos. Y esta primera andadura
que te arranca del sepulcro, en adelante vacío, para
ir hacia ellos, es ya, sin que tú lo sepas, el principio de la esperanza. Porque la desesperación aisla.
Vas hacia ellos en plena noche, sin temor a importunarles o molestarles a aquella hora, pues
sabes que su vida estaba plenamente entregada a
Jesús; ¿no lo habían dejado acaso todo por seguirle? La fraternidad santa, familiar y libre de
los hombres poseídos totalmente de un mismo
amor: sólo ellos la conocen. Señor, danos herma121
nos así, haznos capaces de tenerlos: uno no puede
apoyarse seguramente más que en un hombre con
quien lo comparte todo.
"Salieron entonces Pedro y el otro discípulo".
Otros hubieran tomado las palabras de Magdalena por un cuento tonto, por el producto de
una imaginación enferma, bueno, todo lo más
para asustar o dar pena. Pero Pedro y Juan no
son de éstos. Pedro es el jefe y, por serlo, quiere
ver las cosas por sí mismo, no dejará angustiarse
el espíritu de sus hermanos sin ir allá él mismo
y sin investigar a fondo. Pedro, otro día como
éste fuiste el jefe, recuérdalo. Ante la aparición
surgida en medio de la tormenta, los compañeros
gritaban de terror en la barca: era Jesús, pero
nadie lo sabía, hasta que tú te decidiste a ir hacia él, en medio de las olas. Hoy, esta mañana
clara, tu papel continúa siendo el mismo.
Señor, si tu voluntad ha hecho de nosotros
jefes, responsables de ciertos hombres —¿y quién
de nosotros no lo es un poco?—, concédenos no
retroceder nunca por temor ante ciertas cosas que
les asustan, concédenos no cerrar los ojos ante
las dificultades que encuentran por el terror de
verlas nosotros mismos. Concédenos no dejarlos
nunca solos frente a sus temores y sus dudas, con
el sentimiento de que no se les comprende.
Juan, también él, salió con Pedro. Discípulo
bienamado, ¿por qué no te has adelantado, como
María, al alba, para ir a la tumba? ¿Podías dor122
mir y quedarte en casa sabiendo que tu Señor ha
muerto? Porque no estabas allí, han raptado su
cuerpo. ¿Para hacer qué?
"Corrían los dos a la vez".
Sin decirse ni palabra. Pero Pedro ve a Juan
delante de él y acelera su carrera. Juan sabe que
Pedro está detrás de él; así, esta vez al menos, el
amor no se queda solo.
Señor mío, tenemos aún toda nuestra vida para descubrirte vivo. ¿Quién dirá lo que hace falta
de leal valentía y de amor? No dejes que ignoremos qué ayuda supone buscarte entre varios.
"Juan llegó primero, pero no entró".
Sin embargo, no corrió más que para ver.
¿Por qué en lugar de esclarecer el misterio, vacila? Poco después, tras de Pedro, entrará, y esto
será para él un rayo de luz, la fe. ¿Por qué ahora
se ha quedado sobrecogido?
La disposición interior que retiene a Juan a
la entrada del sepulcro es posiblemente la misma
que poco antes hacía huir a Magdalena, más sensible todavía, lejos del sepulcro, sin mirar nada.
Los hombres que aman, porque a menudo son
también ellos muy sensibles, en esa misma medida
se sienten paralizados. Muy raros son los que
unen la sangre fría al amor activo. Pero si este
equilibrio se realiza difícilmente en un solo hombre, la colaboración fraterna nos lo asegura. Y la
123
fe de Juan se afirmará gracias a la sangre fría de
Pedro.
Y, además, Juan estaba frente a un momento
crucial. El descubrimiento, ante cuyo umbral se
halla, el secreto de este sepulcro no le importaba
sólo a él. Lo que iba a constatar cuando entrara
allí, orientará la vida de muchos. Y Juan, que posiblemente presiente un gran milagro, tiembla al
pensar que va, puede ser, a tropezarse con sus
signos o que éstos, por el contrario, indicarán que
no hay nada que esperar.
El hombre, en el momento en que adquiere
conciencia de que aquello que va a descubrir vale
también para muchos, jamás corre solo su aventura. Señor, ya que nosotros te buscamos del mismo modo, conoceremos, esperémoslo, tales momentos. Nuestro papel es ir por delante, y Juan,
que se sabe animado y aprobado en silencio por
Pedro, no duda en correr con todo el ardor de su
juventud. Muchos hombres en la iglesia han corrido así, con todas sus fuerzas, para descubrir a
Cristo; no siempre fueron jefes responsables, sino
seglares, como san Benito, san Francisco de Asís,
o simples monjes, como san Juan de la Cruz, y
posiblemente por eso corrían tan rápidos y ligeros.
Al principio, posiblemente, creían correr solos su
aventura, creían que iban a resolver el problema
de su vocación o su vida interior. Llega un momento en que descubren que su problema es el
de toda una época, de toda una familia de hombres. ¿Cómo no señalar en ese momento una pau124
sa antes de dar los últimos pasos? Hasta entonces
habían ido por delante, sin volverse mucho a mirar hacía atrás. De ahora en adelante, la actitud
de Pedro será para ellos esencial; será lo que en
ese momento les juzgue. El hombre se inclina
sobre el porvenir que presiente, pero por sí mismo no penetrará en él.
"Llegó luego Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro".
Pedro había corrido menos rápido, primero
porque era más viejo y también por ser el jefe.
Juan va delante sin pensar mucho más que en el
único fin a alcanzar, y ése es su papel, pero Pedro,
que le sigue, reflexiona sobre la gravedad de las
circunstancias y las decisiones a tomar, y no se
corre tan rápido cuando se reflexiona al correr y
cuando uno se siente responsable.
Pero, sin embargo, una vez llegado al sepulcro, no dudará; es preciso entrar. Todos los pensamientos que giraban en su espíritu han retrasado bastante su marcha, pero le permitirán también
tomar una decisión definitiva y superar los últimos
escrúpulos de Juan: es preciso entrar.
"Entonces, entró el otro discípulo. Y vio y
creyó .
Juan vio y creyó, y lo que creyó en aquel momento, guiado por la intuición de su amor, será
muy pronto la fe oficial de toda la iglesia.
Pedro y Juan, dos grandes apóstoles, pilares
125
de toda la iglesia, en la que uno representa a la
jerarquía, supremo juez y moderador, el otro el
amor, tanto más libre y ardiente en sus andaduras
cuanto que sabe en el momento decisivo ser más
respetuoso y sumiso; y fue la inquieta angustia
de una pobre mujer la que os dio ocasión de constatar con vuestros propios ojos los signos del gran
milagro.
A menudo, de ese modo, los hombres que
buscan, se inquietan y se desconsuelan, pueden
originar grandes cosas para la iglesia. Cuando Magdalena corre a golpear en la puerta de los apóstoles dormidos, es para anunciarles que Jesús ha
sido raptado; y cree llevarles una noticia desoladora. De hecho —pero, ¿quién lo hubiera sospechado entonces?—, es el primer signo de su resurrección.
Admiremos en esta situación la colaboración
de estos tres espíritus: gracias a ellos recibió el
mundo los comienzos de la fe.
ORACIÓN PARA PERSEVERAR
Dios mío, haz que te ame y enséñame a rezar.
Mi vida está ante mí, esa vida que quiero dedicártela entera, pero no sé a dónde ni cómo quieres
conducirme.
Haz que no sestee en parte alguna; dame un
deseo infatigable y perseverante de progresar en
tu amor. Haz que nunca te decepcione. Temo que,
habiendo comenzado amándote activamente, no
termine igual, sino que, por un sistema u otro,
en la inacción o en un servicio rutinario, acabe
todo por hundirse. Sé seguro que seré siempre de
los tuyos; espero confiadamente en morir asistido
por la iglesia, pero tú esperas otra cosa de mí,
y delante de mí se abre toda una vida posiblemente larga, larga y enteramente ligada, sin jalones.
Precisamos de toda nuestra fe para estar seguros de que siempre podemos superarnos. ¿No
126
127
estamos externamente ya fijados en nuestro modo
de vida y en el servicio que hemos de continuar
hasta la muerte? Todo nos habla de inmovilidad.
No vemos en torno nuestro a muchos hombres
superarse, en apariencia, hasta un cierto punto y
luego detenerse, como si hubieran alcanzado un
misterioso límite infranqueable, unos más alto y
otros más bajo, pero todos quietos definitivamente? Como si hubieran agotado todos los recursos
interiores y se quedaran vacíos; como si patalearan en el mismo sitio: el pájaro que se agota al
querer volar más alto que el cielo, no puede ya
transportarlo; ya no le queda otra cosa que esperar el fin en el mismo lugar.
La triste mediocridad de unos hombres, bien
dotados sin embargo, que nunca han querido recobrarse y cuyo interior es ahora tan semejante
al de tantos otros que nunca fueron generosos.
Ya no progresan en tu amor; y no progresan porque no lo desean, e incluso ni piensan ya en ello.
Sin embargo, te sirven.
Dios mío, no he querido sólo servirte; no quiero únicamente ser tu servidor, sino tu amigo, y
no te serviré plenamente más que como amigo.
Eso es lo que pretendes de mí. Haz que nunca
te decepcione. Es a ti a quien quiero. Ninguna
realización externa, incluso hecha por ti, puede
ser el fin de mi alma. La quieres para ti.
Señor, quiero ante todo crecer internamente
en el amor. Conocerte cada vez más, amarte aún
128
más, ese es el fin y la razón de ser de mi vida.
Por el amor podemos superarnos sin cesar, no por
el servicio, siempre limitado, acotado por unos
límites que sólo el amor sabe y puede apartar.
Guárdame de esa suficiencia que a veces adormece a los mejores y que, a pesar de la humildad
que se atribuyen y desean para sí mismos, les hace conformarse y descansar en lo que ya son.
Antes estaba acorralado por mis defectos. Gritaba hacia ti desde el fondo del abismo. Ahora
hace falta que sea acorralado por el amor.
El amor es activo, está siempre en movimiento.
No conoce punto de reposo.
Dame, siempre viva, una santa inquietud; el
amor es inquieto por naturaleza antes de que
pueda descansar plenamente en la posesión.
Nada hay más sencillo que rezar y amar. Sin
embargo, Señor, repetiré la frase de tus discípulos:
"enséñame a rezar".
Nuestra oración de hoy no puede bastar a
nuestras necesidades de mañana y hay que innovarla a diario. Guárdanos de convertirnos algún
día en unos instalados, en nuestra vida interior o
en cualquier otra parte.
Lo sé, Dios mío, nada exterior hay que refleje
hacia fuera la íntima unión del hombre contigo,
n: fuera ni dentro de sí mismo, y no necesito sentir esta unión. Pero sé bien que aún no es perfecta
129
en mí y, que si lo fuera, mi vida sería totalmente
distinta; y ¿cómo no voy a aspirar a ella con todas
mis fuerzas?
Eso pretendes que yo sea: un amante perfecto.
No sólo aquel que quiere entregarse a ti cuando
piensa en ello, sino un hombre para el cual tú seas
toda su vida, una vida que te irradia porque está
totalmente penetrada de ti, un hombre que te
llegará a tener por un huésped tan familiar que,
sin necesidad de pensar, sin pensar conscientemente, recaerá sin cesar en ti. Unido a ti, anclado
en ti, espontáneamente orientado hacia ti.
Amar, es decir olvidarse de uno
llegar a conformarse con el que uno
en uno mismo los sentimientos de
emigrar fuera de sí mismo hacia él,
la fuente de su alma.
totalmente,
ama, sentir
su corazón,
tener en él
¿Cómo podré expresar lo que será esto, si no
lo sé? Pero tú, tú sí lo sabes, tú que quieres serme totalmente.
Creo, Señor, que te doy lo que sé que me
pides y que no te rehuso nada de aquello que sé
que me exiges, pero sufro al ser tan grosero, tan
estúpido, de modo que no comprendo tus deseos.
Tienes sobre mí deseos que desconozco. Y sufres
al no poder realizar en mí toda tu obra, a fin de
que te ame mejor.
Sé que es posible progresar en tu amor. Los
santos te han amado más que yo, y yo mismo espe130
ro amarte más que ahora. Quita lo que es en
mí obstáculo para tu amor. Te abro, en lo que
puedo, las puertas de mi ser, pero sé bien que
no soy dueño de mi morada, que no conozco mi
propia casa; purifícala, tómala para ti, ocúpala,
Dios mío.
No es siempre culpa mía, sino efecto de mi
descorazonamiento, si soy lo que soy. Pues me
acepto, más que me hago a mí mismo. Pero la
razón de mi vida es recogerme para darme a ti.
Señor, mi alma está llena de cosas que no conozco, unas buenas y otras malas, y todo lo espero de ti.
Guárdame de todo el mal que hay en mí y
no conozco. Todo lo que hace que no me santifique pese a mi buena voluntad, todo lo que esencialmente no está de acuerdo contigo.
No podrás librarme de todo ello en un día.
Harán falta, por mi parte, muchas horas de silencio para que toda mi impureza salga a la superficie y también muchos días de acción y servicio
perseverante.
Mis ideas, mis sistemas, cómo los temo. Pues
si me alejaran de ti... No me siento plenamente
seguro más que en ese impulso por el que te
deseo, vacío de todo lo demás.
Sin embargo, necesito también de todas esas
cosas para ir hacia ti y tú lo sabes. Guárdalo, ha^131
lo crecer bajo tu luz, el bien que hay en mí y que
desconozco, el trigo puro.
Humildad del amor, presto a adquirir todas
las formas, a escuchar todos los consejos, todo
aquello que pueda decirle algo de su amado.
Se siente solo el que ama. El amado no dice
nada. En el mundo hay tan pocos que busquen el
amor y que lo deseen. Sin embargo, Dios mío, sin
decirme nada, me ves, me amas y sigues mis esfuerzos titubeantes e inspiras deseos que poí mí
mismo no podría abarcar.
Me amas como soy, y esto basta para darme
paz y alegría, pero esto no le basta a mi amor:
quiero darte más. ¿Cuándo podré darte más amor?
El amor no vive sólo de la entrega de sí mismo; vive y crece con el ansia de un don más total.
Inquietudes del amor. ¿Cuándo podré entregarme al bienamado, como se me entrega él, el ser
total?
Sé bien que no he agotado ni realizado de un
solo golpe todas mis capacidades de amor, con
haberme decidido un día a entregártelo todo. Entre ese don, sincero sin embargo, y el que te hace
el santo al fin de su vida, ¡qué diferencia en
cuanto a amor! Sin embargo, es el mismo gesto
de ofrenda, pero yo no he podido entregarme totalmente a ti más que en esperanza, ya que incluso
ni me pertenezco a mí mismo.
En la época de la juventud y de la primera
132
partida, el hombre se desposa contigo en la alegría y en el don, pero esto no es más que el comienzo y tú quieres otra cosa, un amor fuerte y
creciente con la unión; y que nada, en realidad
y no sólo en intención como ahora, permanezca
en el alma que sea extraño al amor; y que lo sustancial del espíritu sea realizado en su amor, transmutado en él.
Señor, al ofrecerte cada día mi ofrenda, rogaré para que cada vez sea más plena, ya que sé
que esto es posible. En el día final, la buena voluntad que pondré en ello no será más pura y sincera que la que tengo hoy, pero deseo que se haya
hecho más comprensiva y más total y que haya asido y templado todo mi ser.
No hay nada más bello que un niño que se
duerme rezando sus oraciones y entregando su
corazón a Jesús, pues la llama que vacila en él y
que flota en la cima de su incierto espíritu, la
torna entera hacia Jesús. Más tarde, ¿ocurrirá lo
mismo? ¿Arderá siempre entera por ti? Pero, sin
embargo, es un espectáculo menos bello y amoroso
que la entrega del santo a su Dios, llama viva en
la que todo se ha sublimado y que eleva toda su
luz hacia lo alto, como esas llamas del hogar que,
habiendo consumido todo, se liberan y emprenden
el vuelo.
No existe mayor alegría para mí que procurar,
por neófito que sea, amarte con un amor cuya
esencia no pasará. Pero esta llama que se ha vuel133
to enteramente hacia ti, que ciertamente siempre
te permanezca fiel, pero también que crezca y que
me penetre y transforme cada vez más, Dios mío
y mi amor.
"Hijo mío, mantente en ese deseo y haz el
silencio de todo lo demás en ti. En ese silencio
yo estoy en ti y actúo en ti y mi espíritu murmura
en ti los balbuceos del amor.
Elévate, sin conocerla, a esa unión que sobrepasa a toda razón. No te ligues en ella a nada preciso ni distinto, y que se convierta en el momento
de la jornada en que, tras haberme servido el día
entero en mi obra, descanses en mí.
Que tu oración sea como la esperanza. Que
no aspire a más y que no espere nada que pueda
precisar o explicar de antemano. Todo se hará así
más espiritual y más bello. Y yo estaré en ti".
EN EL UMBRAL DEL SER
Nos das incluso a nosotros mismos (P. de
Bérulle).
Señor, tú me has dado el ser sin yo saberlo,
y he empleado largo tiempo en descubrirlo. Mis
días han pasado como un sueño, sin apercibirme
de que soñaba. Tras de mis actividades y pensamientos fluía misteriosa mi vida y no lo sabía.
Antes sólo era un reflejo del mundo. Pensaba
como él. Amaba lo que él amaba. Mi existencia
estaba hecha de todas las existencias que, como
la mía, vivían de él. Y esa sociedad era para mí
una seguridad renovada que estabilizaba mi pasividad y una fuente de sincronismo perfecto que,
tirando de mí hacia ella, me hacía extraño a mí
mismo. Yo ya no era yo mismo.
134
135
Así habré vivido, sin duda, y posiblemente así
habría muerto, como muchos otros. Pero tú no
lo has querido, Dios mío. Un día, el ejemplo de
tu Cristo, de aquel que rechazó dejarse arrastrar
por la corriente del mundo, afirmándose frente
a él, despertó en mí, germen primero de una revuelta semejante, primer anuncio del doloroso cisma que debía hacerme a mí mismo, separando de
aquello que no soy yo, al deseo de ser.
Tras este día, mi inquietud esencial gira en
torno a lo que se puede y se quiere ser. ¿Qué
podrá satisfacerla?
No es que el mundo no haya intentado adormecerla en el entretejimiento de sus goces. No es
que mi flojedad no se haya, a menudo, lamentado
por sentirla como una imperiosa exigencia, tan
dura, en el propio núcleo de mi vida.
Señor, ¿quién expresará el crecimiento del
nuevo deseo de mi corazón, sus victorias y derrotas, sus abortadas tentativas y aquellas otras que,
en ciertos momentos, me han hecho llorar?
Señor, ¿quién describirá los titubeos de este
ciego de nacimiento que quiere ver, de este medio
viviente que ansia vivir?
*
"k
*
Cómo he deseado asirte, ser mío, tan deslizante entre mis manos, tan ligero en escaparte
siempre; yo, tan distraído por el espejismo que
136
te oculta, tan extrañamente fuera de aquello que
soy.
A menudo, en el atardecer de muchos trabajos,
esparcido entre muchos deseos y quereres, me he
sentido tan vacío de ti. Y ante tu irreversible y
continuo fluir, tu inimitable e irremplazable fluir
—te deslizabas como el torrente sobre la peña a la
que rebasa—, he temido a menudo no poder
poseerte nunca.
Pero no podía aceptar reconocerme tan extraño a ti, y tras la fatiga de un nuevo fracaso, me
ponía otra vez a esperar.
Pero, ¿cómo asirte para poder llegar por fin
a ser yo mismo?
Ser mío, al que ningún lazo retiene, al que
ninguna forma reviste, ¿qué no habré hecho yo
para alcanzarte?
He querido alcanzarte a través de mi acción,
pero me he encontrado perdido en su laberinto y
en cada revuelta me sentía sin fuerzas para abandonarla.
He querido alcanzarte persiguiendo la belleza,
pero el recuerdo de tu atractivo terreno no me
abandonaba ya cuando, habiéndola sobrepasado,
quería alcanzarte, ser mío.
He querido forzarte a aparecer en la negación
de todo lo que yo entonces sabía que no eras tú,
137
pero como si precisaras de algún soporte, en la
habitación vacía, el vacío no te contenía.
He querido violentarte, obligarte a aparecer;
he tensado mis nervios hasta el extremo, he aumentado mi deseo de ti hasta convertirlo en el
grito de un náufrago. He creído alcanzarte en mi
exaltación y mí fatiga me ha hecho comprender
después que, crispándome así hacia ti, hacía aún
más sólida mi prisión, como el prisionero que agota sus fuerzas en una fuga imposible.
He querido entonces alcanzarte en mi desesperación, y por un momento he creído que, en el
fondo de todo dolor esencial para el ser, éste se
afianzaba, pero luego he comprendido que es en
el esfuerzo homicida de su negación, lo mismo
que el suicida conoce en el último momento la
euforia de la vida, donde he comprobado que la
nada, asiéndome, me daba el sabor del ser, disociándome.
Entonces, Señor, me he acordado de que aquel
que hizo germinar en mí este grano, sabría hacerlo crecer; y que quien me puso en el corazón la
inquietud esencial, el deseo de ser, podría colmarlo. Me he vuelto hacia ti, Señor, muy extrañado
de no haberlo pensado antes, de no haber pensado en ti, a quien creía conocer desde hace tanto
tiempo.
Ese día he comprendido lo que puede un pecador comprender sobre ti, y si no he hecho lo
que un pecador es incapaz de hacer sin ti, he en138
trevisto el camino y ese recuerdo, más que una
estrella, ha sido para mí un signo eficaz y era casi
ya mi ser el que estrechaba.
*
*
*
He visto el camino y tú me has hecho adentrarme en él.
Un día, tu vida terrena, Señor, se me hizo
más presente que la mía propia; y por la multiplicidad de formas que hube de emplear para asirla,
me volvía incesantemente hacia ti; era como si yo
fuera tú y mi hacer, como el tuyo, era totalmente
consistente.
Me agradó tu violencia. Volví a hallar en ti
el ardor que me crispaba en mi propia persecución; pero tu violencia es amor. La mía, antes, no
era sino deseo brutal, exasperado. En la tuya descubrí no el espasmo sino la fuerza; y tu fuerza
inmanente, estable y segura, me descubrió la inmanente seguridad de la vida que fluye en mí y
me bañé en ella de un baño misterioso.
Otra vez tu pasión, Señor, me hizo reencontrar el camino descendente en el que había asido
mi ser, negándolo; y, comulgando de tus manos,
no reconocí en la destrucción de tu muerte la amarga rebelión que sucede al suicida frustrado, sino
la paz sustancial de una vida que se repone y se
encuentra a sí misma.
Y en el silencio de tu sepulcro, con la separación de todo aquello que no eras tú, no he
139
vuelto a hallar el vacío de antaño, sino tu presencia, que hizo surgir a la mía.
Entonces, tras de todo esto, de tus gestos, tus
palabras y tu corazón, comprendí que había en ti
algo más que una vida como la mía y que el contacto con la misma, bajo las especies de tu acción
humana, me permitía captar mi ser; más que una
similitud cuyo parecido externo desemboca en una
gran comprensión interior, me recordaba la semejanza del estado interior y de su riqueza; pero,
misterio de misterios, comprendí que eras tú la
fuente de mi ser, el ser mismo.
Ese día, Señor, no fuiste sólo el maestro que
enseña o el guía que conduce, sino aquel que me
hace. Y fue en el temor y en el vértigo de todo
mi ser, en el que escuché tus palabras, que antes
comprendía de distinto modo:
del ser participado que soy, me impulsa hacia el
abismo de tu subsistente existencia, con el insensato deseo de asirla como a otro yo mismo.
Te amo, Dios mío, pero por haberte conocido
como la fuente de mi ser, mi amor por ti ha cambiado también; ya no te amo sólo como al Jesús
que vivió hace veinte siglos en Galilea. Nace en
mí un amor informe que sobrepasa tu humanidad;
si nació de ella, hoy se dirige a tu divinidad. Nada
sostiene el extremo de este deseo: un arco tendido sobre el abismo que sólo tiene una orilla; pero
a veces me parece también que se tiende sobre el
vacío, sin necesidad de apoyo alguno; que se sostiene por sí mismo.
¿Qué más diré? Me parece que amarte así,
es ser.
"Yo soy el camino, la verdad y la vida".
*
*
*
Señor, desde ese día me parece que una nueva
andadura me solicita, pero ignoro cuál.
Y guiándome por tu humanidad en la raíz de
mi ser, me has conducido menos al final que al
sitio en el que la perspectiva se amplía hasta alcanzar misteriosamente tu divinidad. Y mi esencial necesidad de ser, que tu vida humana despertó cierto día en mí, que tu gracia cultivó muchos
años y la hizo crecer, tras de un primer asimiento
140
141
to y sus temores. Era tan apacible la vida de Nazaret, tan oculta y humilde, tan dulce y tan llena.
Esto duró doce años, pero cierto día cesó.
•fe
LA MADRE Y EL HIJO
María tuvo al niño hace doce años y siempre
había sido un niño, como un hijo lo es para su
madre. Le educó como se educa a los niños pequeños y Jesús era a los ojos de todos, por todos
sus actos, el hijo de María, el hijo que pertenece
totalmente a su madre, como la madre pertenece
al hijo totalmente. Y todo ocurría para María como si Jesús fuera su hijo, como los demás son
hijos de sus madres. Ciertamente, ella sabía muchas cosas que las otras madres ignoran sobre su
hijo. Sabía que su hijo era el mesías, el hijo de
Dios; sabía bien lo que le aguardaba a su hijo,
y las frases de Simeón seguían grabadas en su
corazón. Pero, hasta el momento él estaba allí y
era muy de ella, de su madre; era tan únicamente
su hijo. Y el presente recubría el pasado y el porvenir de un velo mudo y misterioso, con su secre142
-k
*
Volvían de Jerusalén, después de la fiesta de
pascua, José y María, juntos, felices de vivir como se está cuando el cielo y la tierra se unen en la
alegría; alegría de pascuas, alegría de los campos.
El niño tenía doce años y crecía en estatura, en
gracia y sabiduría. Gozo de sus padres. Alegría
del éxito humano y divino. Lo que todo hombre
sueña aquí abajo. Y sin embargo, no estaba lejos
el día en que ya no sería así, nunca.
Cuántos padres han rehecho después el mismo camino. Cuántas madres, después de María,
han conocido la misma alegría. Dulzura de la familia cristiana, totalmente hecha de posesión amorosa y de confianza, de satisfacción y de seguridad,
tú desvías los ojos de los hombres de la otra realidad, la que hiere y mata, la que se impone a todos
y cada uno; la dura realidad del pecado y del mal
que roe los cuerpos y los corazones, los mata y
profana. Y nace el niño, y es el gozo para los suyos, hasta el día en que se hace un hombre.
Desde hace tres días le buscan entre los amigos, por las calles de Jerusalén, por todas partes.
Desde hace tres días, Jesús no es ya el hijo de
María, su niño.
Madre de todos los hijos de los hombres, este
143
día perdiste a tu hijo, e incluso cuando lo volviste
a encontrar, ya no sería tu niño como lo fue hasta
entonces. En adelante, esto acabó: su Padre te lo
toma y el mundo te lo arranca y no te lo devolverá; madre dolorosa, más aún que cuando él lo
haya exprimido y secado en la cruz.
Podrá volver bajo tu techo, recuperar su sitio
en el hogar familiar. Podrá de nuevo someterse en
todo. Ya nunca será el niño de antes, que era
todo tuyo. Nunca revivirás aquellas horas maternales.
Podrá vivir todavía dieciocho años contigo;
pero ya se te escapa. Juan abandonará a su madre
antes que él, Juan partirá al desierto para ser la
presa de las multitudes. El, sin dejarte, sin dejar
de ser a los ojos de todos el hijo de José, vive ya
más junto a ti que contigo. Te huye. Tú lo ves
claramente, ya no puede ser más tuyo, sino que te
toca a ti darte a él, santa María.
La reina de los apóstoles es también la madre
de las que los dan a luz. Estas van, ellas también,
a conocer las angustias que María conoció aquellos días, pues su hijo se les escapa como hizo Jesús, y el círculo familiar se encuentra ya roto para
siempre. No lo está para los que miran desde fuera. Incluso tampoco lo está para los que no saben
mirar desde dentro. Pero la madre sabe cosas que
los demás no saben, y esto para sufrimiento suyo;
nuevo alumbramiento que arranca al hijo de su
corazón de madre, para entregárselo al mundo.
144
Este desgarramiento se realiza imperceptiblemente al principio. Se adivina más que se ve. Ocurre en medio de la ignorancia general, pero un día
se traiciona y la madre lo descubre al fin, antes
incluso de que el hijo adquiera conciencia de ello.
Es para no creerlo. Largo tiempo aún intenta explicarse estas nuevas tendencias, estas frecuentes
brusquedades y esos despegos, esos nuevos intereses, esos apasionamientos. Todo en vano, pues
un nuevo huésped ha entrado en la escena y detrás del Padre todo debe desaparecer, hasta la
madre.
Dichosa aquella que lo sabe. Dichosa la que
sin saber acepta y confía, pues su nueva maternidad espiritual abrazará al mundo al que entrega
a su hijo. Y no conocerá el inconsolable dolor de
Raquel, que ya no tiene hijo.
*
*
*
Jesús vivió solo en Jerusalén. Vivió unos días
extrañamente nuevos para él, extrañamente llenos.
El niño de Nazaret, cuidado por su familia, vivirá
entonces la vida de los que ya no tienen familia.
Escuchaba apasionadamente a los doctores y los
escribas, les interrogaba y ellos se pasmaban de su
inteligencia y de sus respuestas. Hace tres días
era el hijo de María y José. Ahora, y de ahora en
adelante, actúa como el hijo del Padre, en medio
de esa multitud que pasa a su lado y le apretuja.
Ha comenzado ya su vida pública. Apunta ya su
destino. Ahora puede retornar otra vez con su
145
familia. Esta no es sino la imagen de la gran familia que le reclama, el pueblo judío y la humanidad entera. María y José pueden aparecer ya; pero
ya es demasiado tarde. El mundo tiene ya en él
su víctima segura. Pronto o tarde. Todavía dieciocho años de espera, y luego, en tres años, todo
acaba.
Adoremos el momento único y solemne en el
que Jesús decidió abandonar a sus padres. En él
se entroncan todos los demás momentos de su
vida redentora, todas las demás etapas que poco
a poco le condujeron del desierto a la multitud,
de ésta a la cena y de la cena al calvario. Momento
que preparó el nuevo tiempo de su resurrección.
Los discípulos siguen el ejemplo del maestro.
En la vida de cada uno de ellos suena el instante
decisivo, el del primer paso para seguir al que les
llama. Primera respuesta asegurada a una llamada
que resuena ya desde hace tiempo en el pasado.
Ultimo acto de una conquista que dura meses y
años. ¿Quién descubrirá las etapas que la prepararon, todos los pequeños acontecimientos que la
han nutrido con su savia secreta, todas las fidelidades delicadas y desconocidas que le dieron la
fuerza para dar un sí voluntario? Sólo Dios lo
sabe. La maduración de esa decisión está tan mezclada a la vida de cada día, que la respuesta forma
cuerpo con el alma y estalla un día con una fuerza
que nadie hubiera supuesto. Entonces su hijo se
convierte en el hijo de otro, de aquel que desde
hace años le alumbra en secreto.
146
Momento gozoso en que el hijo toma al fin
conciencia de lo que brota en él, de lo que le invade, de lo que se le impone ya so pena de renegar. Momento también duro, después, cuando el
hijo sabe lo que le espera, lo que le separa de los
demás, lo que le arranca de los suyos. Primero,
el transporte de su descubrimiento le exalta. Luego, viene la sorda lucha de las pasiones que protestan, de la carne que se defiende instintivamente
como toda vida que no quiere morir.
Señor Jesús, en la tarde de la primera jornada,
¿qué pensaste, solo y sin amparo, en Jerusalén?
La muchedumbre dispersa, los doctores ausentes,
el templo cerrado, las calles desiertas. Auténticamente solo, como lo estabas ya en medio de todo
el pueblo. Ten piedad de los que conocen después
de ti, por seguirte, la dura revelación conjugada
y honda del mundo que se alza ante tu llamada
y del que te huye, como Caín.
Conociste otras noches en las que lloraste por
la multitud grosera que acapara para repartirse
los beneficios, noches en que pensaste en los doctores y los escribas que se reúnen para hacerte
morir. ¿Qué noche fue ésta? ¿Dónde la pasaste?
Nadie lo sabrá nunca aquí abajo; pero hay otra
que nosotros conocemos bien, la del huerto, la
víspera de tu muerte. Ninguna se pareció más a
esta primera noche que esa última noche. Noche
de comienzo y de acabamiento, hechas una misma
cosa como el grito y el eco, y los días que las
147
enlazan no son otra cosa que la chispa que brota
de ambos polos.
Dichosa una vida como la tuya, Señor, que
comienza y acaba en un holocausto.
*
*
*
"Hijo mío, ¿por qué has obrado así con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos totalmente
afligidos". Grito de la madre que vuelve a encontrar a su pequeño. Cuántas madres, después que
tú, lo han dicho y repetido.
"¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo
atender las cosas de mi Padre?". Duras frases para el oído de ana madre, después de tres días de
angustia. Duras palabras en boca de un niño de
doce años. No, Jesús ya no es el hijo de María.
Tras los momentos de ternura, vienen los de la
fuerza: "¿Por qué me buscabais?"
Jesús, que estuviste perdido en medio de la
multitud desde hace tres días, ¿piensas en esto?
Y después, y siempre, bajo una u otra forma,
la misma dura respuesta por parte del hijo a su
madre afligida. Y siempre el mismo drama interior
para uno y otra.
Dios mío, haz que para uno y otra sea origen
de destinos semejantes.
148
LA TARDE DEL BAUTISMO
Aquel día fue el bautismo de Jesús. Se inauguró con él su vida pública. Sin embargo, ningún
discípulo dejó a Juan para unírsele. Jesús, al salir
del Jordán, permaneció solo, perdido entre la multitud. Juan siguió bautizando. La tarde del bautismo se hubiera podido creer que allí nada había
cambiado. Jesús no se apresura a buscar discípulos. Juan tampoco tiene prisa en enviarle los suyos.
Todo ello ocurrirá más tarde; y se hará porque, a
decir verdad, hoy se ha hecho ya todo. Pero era
preciso que este día del bautismo estuviera todo
él vuelto hacia Dios, y el misterio que inauguró
fue, aquel día, invisible para los hombres.
Señor, concédenos participar en el misterio y
el silencio de esta jornada inaugural, jornada cuya
eficiencia será detallada y desarrollada a lo largo
de tres años, los más activos y fecundos que jamás
149
hayan existido, día totalmente secreto, un día corriente, oculto para los hombres.
En un silencio semejante, Dios mío, a menudo
se entrega el hombre a ti y tú te das a él, para
hacer en él grandes cosas. Y frecuentemente, el
misterio que se realiza en ese silencio no resulta
menos oculto para él que para quienes le rodean.
No se siente forzosamente más válido, no tiene
necesariamente más claras ideas sobre lo que debe
hacer, no se siente en el umbral de una nueva vida
y no osaría decir que alguna cosa haya cambiado
en él. Sin embargo, mañana y los días que sigan,
todo comenzará y ¿quién podrá ver ninguna relación con el silencio de esta oración en el que nada
parecía haber ocurrido? Tal relación es más secreta, más honda que la vulgar causalidad que encadena los fenómenos de un mismo orden y se
asemeja a la misteriosa dependencia que une al
conjunto movible e innumerable de las causas segundas a la única causa primera que las sostiene
y las hace ser.
Danos, Señor, tales oraciones. Que no estén
orientadas hacia la preparación de nuestra acción
inmediata, ya dispersadas y amoldadas a la talla
de lo que podemos comprender de nuestra vida,
sino que sean horas plenas en las que nos abandonemos a ti, oraciones silenciosas como el día
de tu bautismo.
Y el día del bautismo, Jesús permaneció solo.
Mañana llegarán Andrés y Juan y hablarán larga150
mente con él. Pero esta tarde está solo con su
Padre. Mañana, la inmensa obra, pero esta tarde
Jesús no intenta ver sus peripecias, ni siquiera
posiblemente la última, sangrienta. Tiene delante
su vida y la acepta. Padre, tú quisiste a alguien.
Entonces dije: "Aquí estoy". Ni optimismo ni pesimismo en esta aceptación una y global; ningún
término humano puede expresar el pleno silencio
de una paz activa que, en el umbral de la vida,
llena al hombre cristiano. Silencio que es una
espera, pero una espera no febril, aunque extrañamente móvil y vigilante, una espera sin apremios. Todo está interiormente consumado. En ese
silencio, reflejo del reposo esencial de Dios, las
diversas agitaciones se amortiguan: la alegría ya
no es ardiente y el sufrimiento ha perdido su emponzoñado aguijón. La misma visión del mal universal no podrá romper ese silencio. Misterio. Y
de él nace la paz, inexpresable y secreta.
También Juan, tras bautizar todo el día, se
quedó solo. En adelante, su tarea tocaba a su fin,
y él lo sabía. Ya, ante Jesús, mayor que él, ha dimitido interiormente. Mañana le enviará sus discípulos. Esta tarde se ofrece para la obra que va
a iniciar. Sólo tendrá que seguir hasta el fin lo que
le queda por hacer; lo esencial ya está hecho. Pronto, sin duda, vendrá la muerte a recoger al servidor y a terminar su servicio. Y Juan vuelve a ver
su vida de penitencia y predicación; qué rápido
ha pasado todo, más rápido de lo que hubiera
creído, ahora que está tan próximo el final. Cuán151
tos consejos ha dado, cuántas palabras, cuántos
esfuerzos cerca de los hombres rebeldes. La vida
es poca cosa y pasa rápida, pero es suficiente cuando lleva a Dios y la misión ha concluido.
Señor, en el umbral de nuestra vida, al final
de la misma, pon en nuestra alma silencio.
LOS PRIMEROS DISCÍPULOS
Jesús, volviéndose, vio a dos discípulos
que le seguían y les dijo: «¿Qué buscáis?».
"¿Qué buscáis?"
La primera frase de tu apostolado, Señor.
Ya vienen los hombres a ti, y éstos son los
dos primeros. Ayer todavía pasabas en medio de
la multitud y nadie te conocía más que como el
hijo del carpintero. Hoy, que nada has dicho aún,
se te reconoce ya como aquel que tiene palabras
de vida.
Opresión del corazón de Jesús cuando ve a estos dos primeros discípulos seguirle. Es claramente esto: la obra comienza, la obra prevista y aceptada, la obra esperada: ya no le abandonará. Horas de comienzo, primeras horas en las que el hom152
153
bre realiza y capta toda su vida. Horas de comienzo
en las que el fin aparece tan próximo porque el
trabajo que se comienza con ellas se sabe que continuará así hasta el fin. Señor, la conversación
que iniciaste hoy con los hombres la terminarás
con el buen ladrón en la cruz.
Señor, tú que sabes que el mesías debe reinar
en el mundo, ves sin inquietud este humilde comienzo, a estos discípulos titubeantes, ese principio tan desproporcionado con la inmensidad de
la obra a realizar.
Señor, iniciaste tu carrera y los hombres acuden a ti para saber dónde está la vida y qué es
ésta. Y tú te vuelves más ardorosamente hacia el
Padre para pedirle que se realice su obra.
Imprime en nosotros esas disposiciones tuyas.
Y fue con una frase muy humana con la que
comenzaste tu apostolado, unas palabras plenamente sencillas para entrar en conversación, lo
mismo que con la samaritana.
Tú que llamarás a tantos hombres, Señor, ese
día no llamaste a nadie. Tus dos primeros discípulos te los envió un hombre. Como si hubiera hecho
falta darte ánimo. No había llegado aún la hora
en que, encontrando a Felipe en el camino, le pararías y le dirías: "Sigúeme".
A éstos los tuviste a tu lado cierto día.
No podrán continuar mucho estos largos diálogos, Señor. En seguida te absorberá enteramen154
te la acción y será más por tu actitud y por tu
ejemplo, que por tus entrevistas, como formarás
a tus discípulos. Más parecerán tus colaboradores
que tus amigos. Sólo cuando todo hay¿ acabado
volverás a encontrar algunas horas para ti, para
hablar largamente con ellos y expresarles cuánto
les amaste.
Misterio de estas primeras conversaciones del
apostolado de Jesús con Andrés y Juan, Natanael
y Nicodemo, prolongadas a menudo durante la
noche.
Jesús les dedica un tiempo que, más tarde,
será devorado por las multitudes. Estas horas no
se volverán a dar. Y los apóstoles que llegarán
después, no tendrán entre sus recuerdos estos cuidados y esta intimidad que concediste a los primeros de todos.
A estos dos que vienen hacia ti no los conoces.
¿Te escucharán? ¿Serán capaces de soportar la
comunicación de tu vida? Tú les acoges y les das,
sin tener en cuenta lo que eres. Prodigalidad de
los primeros momentos.
¿Cuáles fueron tus sentimientos ante estos
hombres, los primeros que tu Padre te confió?
Querías decírselo todo, hacérselo comprender todo.
Tus ambiciones de cara a ellos, siempre tus
esperanzas de hacer de ellos los que trabajan contigo hasta el final.
Y estos dos primeros se hallaron, de hecho,
siendo dos de los mejores y los dos murieron por
155
ti. Así, a una obra que comienza, envía a menudo
Dios a sus mejores obreros y no se puede entender
qué les ha reunido así, viniendo desde todos los
puntos del horizonte, los mejores entre los mejores.
Andrés y Juan no piensan aún en todo esto
y en que aquel que está ante ellos les tomará
plenamente, hasta exigir su vida. No ven el large camino que tienen que recorrer y, si creen
que ya lo han hecho todo por haber encontrado
al maestro, cómo se equivocan. Todo no ha hecho más que empezar.
Así, el hombre que te ha encontrado, Señor,
se entrega a ti y cree hacerlo todo en el afán de
su buena voluntad, que quiere que sea total. No
es sino después, y poco a poco, cuando descubre
h extensión de las exigencias de tu amor y su
profundidad.
Pero ya nunca perderá el recuerdo de estas
primeras horas de encuentro contigo. Y Juan,
ya muy viejo, se acordará aún de este día en el
que, habiendo encontrado a Jesús hacia la hora
décima, permanecerá con él hasta muy avanzada
la noche.
LA SAMARITANA
Aquel día estabas fatigado, Señor, como lo
estuviste tantos otros que el evangelio no narra.
Fatiga física de largas marchas, de noches en vela, y fatiga moral también sin duda, pues fue
en un corazón humano en el que llevaste tu divina misión. Pero en tu alma tan pura, tan santa,
no veo ese inmenso deseo de evasión y de olvido
que nos invade en nuestras jornadas de cansancio. Sentado al borde del pozo, fatigado, tomaste
la iniciativa de un diálogo, en el que te entregarías todo entero.
Enséñanos, Señor, a admirarte totalmente en
esta situación y, primero, a sobrellevar santamente nuestra fatiga. Al marchar sobre tus huellas,
es imposible que no nos sintamos alguna vez fatigados. No es sólo la fatiga física, muda y estú-
156
157
pida, que sólo aspira al reposo, sino que es una
fatiga llena de espejismos. El deseo de huir, de
abandonar, aunque no sea más que por un momento, nuestra tarea, nuestro trabajo, nuestro
personaje. ¿Cómo no íbamos entonces a desear
olvidarlo todo para descansar? ¿Es ésta, Señor,
una reacción cristiana en aquel que no debe aspirar al descanso más que para mejor servirte?
¿No es más bien la violenta manifestación y el
estallido de un profundo egoísmo? La fatiga sólo le ha servido de ocasión y de pretexto; revela
lo que se hallaba oculto, pero aún lo disimula
honorablemente a los ojos del hombre.
Señor, como estabas fatigado, te sentaste. Y
veo en ello, lejos de cualquier romanticismo, de
cualquier exaltación ficticia, la aceptación de tu
fatiga, de tu condición humana, como un hecho,
como un acontecimiento normal, sin darle un valor casi metafísico, sin hacer de ello un punto de
partida de razonamientos y especulaciones sobre
nuestra vida. No es cuando uno está fatigado,
cuando puede razonar sobre su fatiga y extraer
las lecciones que ésta comporta. No, vale más
sentarse con toda sencillez.
Señor, si, a pesar de tu fatiga, tú seguiste en
la brecha, atento, presto a decir a esta mujer las
palabras que la ganaron, esto no ocurrió por uno
de esos sobresaltos de energía que movilizan por
algún tiempo nuestras fuerzas disponibles, todas
aquellas que la fatiga no ha arruinado todavía.
No, tú estabas fatigado, demasiado fatigado para
158
ello, pero fue sin duda justamente porque fuiste
hasta el fondo de tu fatiga por lo que tu entrevista fue así como fue. Nunca habías hablado de
ti mismo tan abiertamente, ni con un acento tan
directo, tan apasionado y tan recogido. "Si supieras...", y en cierto modo forzaste la puerta
de aquella alma, sin embargo tan rebelde. Que
pase lo mismo en nuestro caso.
Y es que en un hombre muy religioso la fatiga no es sólo negativa, sino que purifica. Nos
lastima y nos produce dolor en nuestras potencias superficiales; pero en la misma medida puede también liberar el fondo, ese fondo que está
más allá de las potencias humanas y del que brota toda acción: en un hombre que ama, es como
un peso que le arrastra hacia el don de sí mismo.
El que está muy fatigado, santamente fatigado, es como el que se retira del combate; tiene
el acento directo, inolvidable, de los que no esperan ya nada, pero dan testimonio por lo que
son. En otros momentos posiblemente Jesús hubiera hablado en parábolas, para presentar dulce
y suavemente la verdad, para acomodarla a los
hombres; pero no es momento ahora. En este inicio de la entrevista, se deja llevar Jesús delante
de esta mujer, siguiendo el curso de sus propios
pensamientos, de sentimientos de amor más que
de deseos de instruirla, y con ello logra algo directo que la conmueve.
*
*
*
159
Era una mujer de Samaría, una desconocida.
Nunca la había visto antes Jesús. Pero ya la ve
como un alma que salvar.
No es corriente pensar habitualmente en que
aquellos que nos rodean tienen un alma. Ellos
mismos lo olvidan y nosotros hacemos como ellos.
¿Pensaba ella, la mujer de Samaría, que tenía
un alma? Tú, Señor, pensaste en ello.
No es corriente, incluso en un diálogo cristiano, ni siquiera en el apostolado, tener presente que aquel al que hablamos tiene un alma
y que no tiene sentido el diálogo más que si le
ayudamos a crecer en caridad. Para llegar hasta
ahí, qué puro, despegado y amante hay que ser.
Jesús comienza por pedirle de beber, pues
tiene sed. Sencilla petición de un viajero sediento. Pero las disposiciones interiores del viajero
dan a su frase una hondura simbólica y plena de
misterio: "Dame de beber". ¿Qué frase resultaría banal y podría quedar sin resonancias espirituales, cuando es Jesús quien la pronuncia? Así
ocurre aún hoy, cuando un alma es penetrada de
vida. Siempre evoca y sugiere algo más elevado.
Jesús pide de beber porque tiene sed y precisa
de la ayuda de esta mujer. Dichosos somos por
el hecho de las necesidades materiales de la vida: nos mezclan con todos nuestros hermanos,
como la levadura en la masa.
Bendigamos esta gran solidaridad e interdependencia humana; sin duda por ellas los hom160
bres no se adoptan unos a otros ni se pertenecen
más que por lo que tienen de exterior. Cristo,
al borde del pozo, no aparecía primero más que
como un viajero sediento, pero inmediatamente
después de haberle pedido el agua le presentará
el don de Dios.
No puede hacerlo reconocer al primer golpe.
Sin embargo, su corazón está totalmente lleno de
Dios. Pero Dios o el amor no son en seguida
perceptibles por cualquiera; y la mujer le responde como hubiera contestado a cualquier judío:
" ¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber?"
Pobre mujer, qué lamentable nos resultas con
esta respuesta, la de cualquier samaritana a cualquier judío: viejos rencores colectivos, que tomas
a tu cargo sin haberlos nunca comprendido ni
querido. El Señor, por el contrario, frente a ti,
con su agudo sentido de lo individual; en ti,
ciertamente, ve no a una samaritana, sino a la
mujer que eres tú, tú misma, como a una persona
con tus responsabilidades propias y tu vocación,
con tu destino, y va a llevarte a descubrir lo
que él es y lo que puede aportarte. Intentará arrancarte del marco de lo convencional, del todo está
hecho, de ese todo está hecho que impide a los
hombres pensar que cada uno de ellos tiene que
realizar su propia vida.
Cuántas personas, como tú, se han refugiado
en las oposiciones formales para dispensarse de
pensar; amigos de lo definitivo, de lo perfecta161
mente alineado, clasificado y etiquetado. Resulta
tan cómodo.
¿No hay en esta falta de personalidad algo
de más triste y penoso que en el propio pecado?
Tantas personas para las que el cristianismo es un
asunto clasificado y una cuestión que ya no se
plantea. Esto les vuelve impermeables.
Se comprende entonces la honda tristeza de
Cristo ante esta frase, tan llena de suficiencia y
tan vacía. Pobre mujer, no se trata de esas viejas
querellas cuyo sentido ni siquiera conoces.
Se trata del don de Dios y de ti... Si tú supieras...
Si tú supieras...
Pero las gentes no saben y porque no saben
no preguntan y no reciben al agua viva. Es la
gran miseria del mundo. Por esto es miserable,
desdichado y sufre, aunque no lo sepa: hondo
fastidio que surge en los hombres, secreta molestia o confusión cuando algún acontecimiento
brutal viene por un momento a destruir su irrealismo y les enfrenta con los problemas; malestar
perpetuamente subyacente y que uno se oculta
a sí mismo lo mejor que puede, miseria del hombre sin Dios. Y esto también lo sufre Dios. Sufre viendo sufrir a los que ama. Así soporta el
peso de su miseria: lo mismo que ellos sufren
por el hecho del pecado, lo sufre él por amor.
No dejará de conocer, también él, este sufrimiento, el apóstol que se había entregado a la
162
obra y que había adquirido por la pureza y el
amor la visión recta de las almas. Sufrimiento
que es una participación en el que Jesús sufrió
aquí abajo. ¿Por qué no quieren nada de Dios,
por qué quieren y no quieren? ¿Por qué no saben? ¿Por qué?
Poco conocen verdaderamente de la miseria
humana, poco saben de superar las apariencias
para descubrir, en torno a ellas, en las almas, la
angustia secreta, inexpresable.
Captar en el giro de una frase, en el rictus de
una sonrisa, la reticencia que no engaña y que
revela la angustia. Reconocer en el vacío de una
banalidad el horror secreto a detenerse un instante en los problemas fundamentales.
Actúan. Pasan. Siempre iguales. En el fondo,
no son dichosos.
Esa tristeza de estar sin Dios al que no se
atreven a ver, por la que se ocultan preservando
así su corazón, tú la has soportado plenamente
viva, a la luz del día y dijiste, Señor: «Si supieras..."
¿Cómo no se reconocen en ella? ¿Por qué
no te piden el agua viva que les dará vida eterna?
Señor, pon en mi corazón esta tristeza, a
fin de que pueda descubrírsela a ellos.
Pobres hombres que sufren por no ser bastante amados y porque no aman bastante. Si solamente pudieran saber...
163
Sin embargo, tu yugo es suave y tu carga ligera. ¿Entonces?
Pero no, ellos no conocen el don de Dios. Se
diría que no pueden conocerlo. ¿Por qué? ¿Por
qué?
•k
*
*
Y la mujer no comprende a Jesús, que le
habla del don de Dios y del agua viva. Pero ella
no se burla. A su misterioso interlocutor le da
el título de Señor; ni por un momento, pese a
sus extrañas palabras, tiene la impresión de hallarse ante un loco: una influencia divina le ha
penetrado, a pesar suyo.
Nada hay más impresionante sin duda para
un hombre que sentirse verdaderamente contemplado, compadecido, mirado con interés y con
amor por alguien: "Si tuvieras el don de Dios..."
Estas palabras, pronunciadas en lo profundo del
corazón, actúan como un encantamiento; es la
revelación de un amor, de una vida. El mundo
no puede darla: es un buen camarada y no puede
ser un íntimo; deja solos a los hombres. Y, posiblemente por primera vez en su vida, la samaritana conoció un amor.
¿Pero hace falta verdaderamente creer en ello?
¿Es preciso dejarse turbar y penetrar así por las
palabras de aquel desconocido? Veamos, el pozo
es profundo y él que habla de un agua viva, no
tiene ni siquiera un cubo para extraerla. Esfuerzo
164
de la samaritana por reponerse, por arrancarse a
la fascinación, a esa incontenible emoción que la
invade. Pobres razonamientos de los hombres
dubitativos, esfuerzo por establecer una autonomía que se cree amenazada insidiosamente y con
demasiada rapidez. No quiere rendirse tan pronto. Si en lugar de yuxtaponer viejos argumentos
sobre lo posible y lo imposible, en lugar de recordar en lo hondo de tu memoria la vieja frase
hecha sobre Jacob y sus rebaños, si en lugar de
lanzarte por todo ello hacia fuera, quisieras tomar buena conciencia de lo que acabas de sentir
vibrar dentro de ti... Pues también éste es un
hecho.
"Pero no, ves tú, no es posible eso que me
dices. En vano me prometes grandes cosas. No
eres más que un pobre viajero, como yo no soy
sino una pobre mujer. Tú ni siquieras tienes el
pozal y la cuerda que tengo yo para extraer el
agua real. El pozo es profundo y todo no es tan
simple como tú pareces creer. ¿Por qué desprecias el agua que hay en mi pozo? A ésta, al menos se la ve, se la bebe. El agua de que tú me
hablas, nadie la ha visto e incluso ni sé si yo
misma la deseo. Jacob cavó este pozo y era un
gigante, un héroe del pasado y un amigo de Dios.
Preparó este pozo que nos impide morir de sed.
¿Trabajó acaso en vano? El bebió de esta agua,
él y su rebaños. ¿Por qué lo que a él le bastó,
no había de bastarme a mí? ¿Eres tú acaso más
grande, para aportarnos otra cosa? Créeme, si
165
desde el tiempo de Jacob no se ha encontrado
nada mejor que este pozo parsimonioso, triste, lejano bajo el sol de mediodía, es que no hay nada
más que encontrar. Y, después de todo, desde
aquel tiempo, hemos vivido".
Jesús adivina todo eso en la respuesta de la
mujer y el pesimismo fundamental que refuerza
todas sus dudas. Se opone a su mensaje, a su
misterio. La formidable inverosimilitud de un
mensaje que pretende ser nuevo en un mundo ya
tan viejo, que ha trabajado y ha ensayado tanto.
La formidable inverosimilitud de un mensaje aportado por pobres gentes tan miserables, tan corrientes mejor, que la irradiación que desprende,
ya que uno ni puede darse cuenta de ella, le
hace a uno preguntarse si es real.
Sobre Jesús y sobre la samaritana, sobre el
pozo, brilla el sol como todos los días, desde los
días de Jacob: no es la primera vez que se anuda
una conversación alrededor del pozo. Y sin embargo...
*
*
*
"Mujer, créeme, llega la hora..."
Admiramos aquí el fervor de Jesús por el
mensaje que aporta. Antes estaba totalmente absorbido por el pensamiento de aquella alma única
que no conocía el don de Dios, meditación llena
de un amor directo y personal. Ahora, la visión
de los nuevos tiempos que comienzan para el mun166
do, totalmente próximos ya, visión que se ensancha hasta la dimensión del mundo: adorar al Padre, Dios es espíritu.
Señor, es verdad lo que anuncias ahí, y nunca le será dado a ningún hombre sentirse ante
un giro de la historia del mundo como ante el
que supiste tú que estabas.
Antes que tú, varios habían conocido que Dios
es espíritu, pero ellos, muy a menudo, casi siempre, habían dejado de adorarle y de saberle como
una persona, como el padre. Todos los progresos
que hicieron en el entendimiento de su naturaleza espiritual parecían haberle alejado de los
hombres y haber arruinado la religión.
Antes que tú, varios hombres habían honrado
y amado a Dios; pero, para sentirlo cerca de
ellos, le habían localizado, materializado; olvidaron que era espíritu.
El Dios que tú nos hiciste conocer es el Dios
invisible, inaccesible, impensable y sin embargo
él nos ama y está junto a nosotros.
No es que nuestra razón vea claramente la
unión de ambos aspectos.
Tampoco que nuestra vida interior llegue a vivirlos a ambos, de repente.
Entre la superstición a que nuestro corazón
carnal nos arrastra sin cesar, hacia un Dios creado
a imagen nuestra y la filosofía panteísta en la
167
que únicamente nuestro espíritu cree poder encontrarse satisfecho, ¿quién nos señalará el verdadero camino?
piritual de Dios, su esencia sin medida común con
el hombre, ¿hubiera osado seguir llamándole padre?
Ya la vida interior que carezca de uno de estos dos aspectos quedará pronto paralizada y se
desviará, pues todas las desviaciones en la vida
cristiana proceden de una falsa concepción de
Dios.
Jesús como enviado de Dios nos afirma que
Dios es espíritu. Qué seguridad nos da escuchar
esta frase de tus labios. Sobre otros labios que
los tuyos, esta expresión ha helado tan frecuentemente nuestro corazón y hecho secar nuestra
oración. Dios es espíritu, y nuestra imaginación
ve enseguida una inmensidad informe, un abismo en el que uno se pierde. Sin ti, el hombre
religioso hubiera desechado estas perspectivas,
llamándolas filosóficas, y se habría refugiado en
un Dios concebido a su imagen. Gracias a ti,
sabemos que podemos aceptar la visión de este
abismo y que es preciso hacerlo para que nuestra
religión sea perfecta: "Son esos adoradores los
que el Padre pide".
Es papel de la iglesia recordarnos sin cesar la
necesidad de unir estos dos aspectos y de mostrarnos, de época en época, grandes santos que
hayan, si no explicado, al menos vivido la unión
de estos dos aspectos.
Parece que sólo en el cristianismo se encuentran hombres que se han hecho de la grandeza
y espiritualidad de Dios una idea, de la que los
filósofos nada pueden extraer, y que al mismo
tiempo le hayan amado como a un amigo.
Tiempos nuevos que tú instituíste.
Los judíos y los samaritanos esperaban a un
hombre que les enseñaría el culto que hay que
rendir a Dios. Jesús nos lo ha enseñado, ya que
nos ha hecho conocer a Dios, a la vez como padre y como espíritu.
Jesús como enviado de Dios nos revela y nos
asegura su paternidad. Sin duda, las profundas
aspiraciones del corazón habrían siempre movido
al hombre hacia la idea de la paternidad de Dios.
Pero, llegado a un cierto punto de desarrollo intelectual, comprendiendo mejor la inmensidad es168
Señor, tú no eres para nosotros únicamente
e! revelador; tú nos manifiestas de un modo más
inmediato la naturaleza de Dios.
En tu persona humana y divina a la vez, entrevemos lo que puede ser la persona del Dios
inaccesible y en ella entrevemos que su inmensidad espiritual y divina no es incompatible con
una personalidad un poco semejante a la nuestra,
puesto que nos ama y nos conoce. Es un hecho
que los que han ignorado que Jesús nos manifestó
como Hombre-Dios un reflejo de Dios, han cesado muy pronto de creer que Dios fuese padre.
169
Y lo que es más, nos parece a veces que en
tu humanidad, Señor, no aparece sólo que nos es
más comprensible acerca de Dios, lo más cercano, su amor y su bondad para con nosotros;
también, en ciertos momentos, aparece el reflejo
del más inconcebible y aplastante misterio en ti.
Los que hayan meditado bien sobre la cena y sobre Getsemaní sabrán que Dios no es sólo, en
consideración nuestra, una persona captable con
la imaginación, a lo que tiende sin cesar nuestro
corazón, sino que mantiene con nosotros una relación sobrehumana, inconcebiblemente cercana e
interior, la relación del creador con la criatura,
del ser con el ser participado.
Cuando Jesús terminó de hablar, la samaritana se fue, y dejando allí el pozal que había traído
con ella para sacar agua del pozo, se volvió a
Samaría para anunciar a los suyos al Señor.
Es un poco el símbolo de nuestra vida. Un
día posiblemente encontramos a Cristo. No fue
para encontrarlo para lo que salimos de nuestra
casa y no le reconocimos totalmente al principio.
Este encuentro nos pareció un episodio, un entremés en nuestra vida. Se convirtió sin embargo
en lo esencial y olvidamos el resto.
Que sea así en nosotros y cada vez más, Señor. Así, los discípulos que caminaban hacia
Emaús volvieron de noche a Jerusalén, abandonando el fin inicial de su viaje, puesto que te
encontraron.
170
LA MUERTE DE
JUAN BAUTISTA
Juan trabajaba ya para el reino de Dios cuando Jesús todavía era un simple carpintero que
se ocupaba en ganarse la vida. Tenían sin embargo la misma edad. Pero Jesús se había quedado con la familia, y Juan había partido lejos
de los suyos, al desierto. Allí se había convertido
en el profeta de Dios, mientras Jesús seguía
siendo el hijo de María. Las muchedumbres corrían a acercarse a Juan. ¿Quién conocía entonces a Jesús? Y, sin embargo, Juan estaba hecho
para Jesús.
Juan tenía muchos discípulos. Todos los hombres religiosos de Israel acudían a escucharle, impacientes por la llegada del mesías. Entre ellos,
sin duda, los futuros discípulos del Hombre-Dios,
de los que haría sus apóstoles. Allí aprendieron
a amar ya al maestro de mañana. Bajo la mirada
171
de Juan se hicieron rectos, puros. ¿Hubieran seguido a Cristo con tanta generosidad si no les hubiera preparado Juan para ello?
También Cristo, cierto día, vino a Juan para
bautizarse. Solemne momento. Jesús, antes, no
era sino un sencillo carpintero; en adelante, se
manifestó como el Hijo bienamado en el que Dios
había puesto todas sus complacencias.
Juan sin embargo no siguió él mismo a Cristo, aunque le envió sus discípulos.
Indudablemente hubiera podido hacerlo. No
fue el orgullo lo que se lo impidió; ¿no fue él
mismo quien dijo: "Es preciso ahora que él crezca y que yo disminuya?" Hubiera podido escucharle y aprender de su boca el nuevo evangelio.
Muchas cosas ignoraba, que Cristo se las hubiera
enseñado; pero, si no las sabía, las vivía. Si no
hubiera podido enseñar lo que Cristo propiamente
venía a revelar al mundo, sabía vivirlo. Y antes
de que Cristo anunciara a los apóstoles su próxima muerte en la cruz, Juan moría, como lo
harán luego miles de mártires cristianos; moría
como Cristo, él también detenido como un malhechor, él también muerto a causa de lo que enseñaba. En su muerte, Juan mostró toda su ciencia de Dios, una ciencia que no le venía de la
carne ni de la sangre. Por haberlo aprendido de
labios de Cristo, el misterio cristiano que él vivía lo era de una forma tan total, tanto que
la palabra humana no alcanza a semejante profun172
didad, ni podría tener tanta eficacia, como lo demostraron claramente los apóstoles la tarde de
Getsemaní; habían escuchado a menudo a Cristo
anunciar su muerte, pero su corazón permanecía
en la ignorancia y fueron casi unos pobres hombres aquellos futuros testigos de Cristo.
En suma, más valía así. Ciertamente, haciéndose discípulo de Jesús, Juan hubiera aprendido
cosas que no sabía. Pero ¿es que su alma podía
llegar a ser verdaderamente una fiel imagen de
Jesús? ¿Habría podido entender siempre bien al
maestro? Y además, si sus profundas vidas se
juntaron y unieron en el mismo amor humano
al Padre, en igual sumisión a su voluntad, ¿estaban hechos ambos para las mismas tareas y las
mismas enseñanzas? Jesús era la cara vuelta hacia
el porvenir y Juan la que mira al pasado. Jesús
y Juan eran inseparables como dos caras de una
misma verdad, pero eran tan distintos como la
caridad que corona y la justicia que prepara. Siguiendo a Jesús, Juan no hubiera sido ya Juan,
pero mediante su muerte le concedió Dios ser
hasta el fin el precursor.
Señor, todo cristiano es también un precursor, el de los que le seguirán, le prolongarán y
le sobrepasarán. Enséñanos a permanecer fieles a
nuestra gracia, cuando otros más jóvenes vengan
a reemplazarnos en la mies del Padre.
Qué espectáculo dan quienes fuerzan sus talentos, queriendo no ser ya de su generación,
173
como las viejas que se acicalan y llevan trajes
claros. ¿Para qué ese ridículo? ¿No tienen nada
mejor que hacer? ¿No poseen en lo hondo de sí
mismos, como fruto de toda una vida despegada
y entregada, las más preciosas realidades, que
constituyen el espíritu de toda verdad, las que
ayer encontraron y las que mañana descubrirán?
Verdades que son de todas las épocas, pues son
eternas. ¿Por qué adaptarse mal a lo que no se
le da a la generación que llega más que para hacerla capaz de vivir algún día lo que ellos ahora
viven?
Su papel no ha concluido. De ahora en adelante, deben ser los testigos vivientes y mudos
de esas fundamentales realidades del misterio cristiano. En las cimas están esas realidades, entrevistas ya desde la falda de la montaña, y he aquí
que ahora, después de toda una vida de esfuerzos
y renuncias, casi las abarcan. No podrían tener
papel más hermoso que vivirlas. Al hecho de una
vida así, que ha alcanzado tales cotas, está ligada una enseñanza que ninguna palabra humana
puede dar. Los demás no enseñan más que ideas,
y ellos manifiestan un hecho, lo testimonian; los
otros actúan por sus hechos, y ellos por su ser.
¿Por qué intentar traducir en un lenguaje
que pretende ser actual la plenitud de lo que
ellos viven, unas realidades que en sí mismas son
inefables? Sus palabras no harán más que oscurecer la silenciosa irradiación que emana de su
persona; sólo en el silencio y por el silencio ta174
les realidades, vividas por un hombre, pueden
comunicarse a otros. Que se contenten pues con
vivirlas, hostias vivas, testigos de Dios, plenamente vueltos hacia la adoración. He aquí, claramente, su silencioso papel, precioso y único. Su
muerte será la coronación del mismo.
Y Juan murió.
Al recibir la noticia, Jesús partió para un lugar solitario. Dos años más tarde, le tocará a él.
Ya lo sabe, indudablemente, pero hoy la muerte
acaba de pasar a su lado, tan próxima. Y dentro
de unos días, él va a hablarles de su muerte a
los apóstoles. Sí, Juan fue hasta en la muerte
precursor de Cristo. Inauguró su misión legándole sus discípulos. Y le mostró el calvario, legándole su muerte.
*
*
*
Hace ya casi un año que se habían separado
Jesús y Juan, y sin duda para no volverse a ver.
Cada uno siguió su camino, solo. Pero al enterarse
de la muerte de Juan, Jesús se emociona y se
retira al desierto. Recogimiento del maestro antes
de las siguientes misiones. Etapa solemne que prepara el crucificado del Gólgota.
También nosotros, Señor, hemos tenido cada
uno, y en un sentido distinto que el tuyo, nuestro
precursor, el hombre religioso y fiel que marchó
delante de nosotros. Estábamos prefigurados en
éi y por eso le hemos reconocido claramente y
175
le hemos escuchado y seguido. Se sentía continuado en nosotros y por eso nos amó como un
padre y se entregó a nosotros por completo. Reinó entre nosotros una dulce amistad, hermosos
diálogos, íntimas entrevistas y el dichoso y apacible descubrimiento de la vida. Dulzura que protege al niño, pero que no realiza al hombre. Por
eso tú nos tratarás como a adultos.
Sólo tú, Señor, puedes hacer de tus discípulos maestros, sin que dejen de ser plenamente
tuyos. Aquí abajo, para que la vida se propague,
es preciso que 2I fruto se desgaje del árbol que
le ha llevado. Hace falta que deje el hijo a su
padre, para que él mismo llegue a ser padre. No
se puede ser maestro cuando aún se es discípulo.
A veces es la muerte la que da al hombre
que crece la plena autonomía de la que precisa
para llegar a ser él mismo y sobrepasar a aquel
que contuvo su infancia. Esta es frecuentemente
la constatación un poco angustiosa de los humanos límites de aquel en el que hasta ahora no
había visto más que plenitud. O el descubrimiento
de la dura y fuerte verdad de que los hombres
no están hechos los unos para los otros, sino para
Dios, y que irán a él, cada cual por su camino,
solos. Aparece entonces la dolorosa y turbadora
previsión del fin de una intimidad a la que no
se conocían límites. Exteriormente, sin duda, nada ha cambiado. Bajo la mirada del profano, todo
sigue igual. Y, sin embargo, en adelante, esos
hombres se comunicarán por un lenguaje dife176
rente. El silencio será el principal instrumento
de sus conversaciones, el único que no traiciona
demasiado lo que tienen hoy que comunicarse.
Las entrevistas íntimas se espaciarán, posiblemente también las reuniones. La amistad se convertirá en fidelidad. El mutuo amor llegará a
ser el puro amor común al mismo maestro, simplificado, aligerado de todo lo que corazones de
carne podían haber puesto en él, inconscientemente, de íntimas complacencias, de egoístas solicitudes. Habrá llegado a ser tan de lo eterno,
que podrá uno morir y su recuerdo le reemplazará vivo junto al otro, viviendo como se vive el
uno para el otro en el más allá.
Ahora, el niño puede hacerse hombre. Ha sonado para él la hora de descubrir todo lo que
aún está enterrado en su corazón, de escribir con
su mano la blanca página que comienza. Hasta el
presente, recitaba una lección aprendida, como un
colegial. Ahora tiene que encontrarla en sí mismo, tiene que inventarla. Hasta ahora conocía
desde fuera, como se escucha la palabra que suena. Ahora es preciso que lo aprenda desde dentro. Es el oscuro trabajo del minero que excava
solo. Nadie puede conducirnos por nuestro único
camino más que tú, Señor. Callémonos con el
fin de oírte: que las pasiones de nuestro corazón
y las condiciones de nuestro espíritu no nos impidan escuchar tu llamada única y segregadora.
Pero en esta soledad, a la vez condición y
consecuencia de su desarrollo espiritual, el cris177
tiano se sentirá en comunión con todos aquellos
que se han entregado como él y especialmente con
los que, habiéndole precedido, le señalan el camino, ahora no ya con palabras, sino con la irradiación que se desprende de su ejemplo. Comunión infinitamente más honda que la que pudo
anteriormente conocer con los pocos que le señalaron el camino. Aquella no era más que comunión de ideas y sentimientos; ahora es una
inseparable comunión de vida. Comunión infinitamente más amplia también, puesto que no se
limita ya a los que se sentían próximos por la
analogía de su vocación exterior, sino que une
a todos los que viven a fondo de la misma vida.
Comunión que le deja a cada uno la carga santificados de su soledad, que no le tienta a dejar
su camino para aproximarse a sus hermanos, pues
no se sitúa en el plano de lo sensible ni de lo
intelectual. Comunión en fin que encuentra en
el espectáculo de la muerte que pasa y vuelve a
pasar una nueva evidencia que penetra todo el
ser y que sitúa al entendimiento en una visión
más auténtica del mundo. Entonces, más allá
de la irreductible divergencia de las vocaciones
exteriores, de unos esfuerzos que se tensan y se
quiebran y de la muerte que viene a abatir a i a
vida con su cínica ironía, captan la unicidad de
la vocación interior al don total de sí mismo;
presiente cómo por todos lados el mismo pecado
del mundo se opone a toda vida que crece y cómo
al fin la desgasta y la destruye. Todos los hombres le dan la misma lección, única y sencilla, y
178
le manifiestan la misma realidad fundamental;
en la muerte de cada uno de ellos reconoce el
anuncio de la suya, reconoce un episodio de esa
lucha que prosigue en el mundo contra las fuerzas del mal y en la que sólo se triunfa muriendo.
Entonces se le aparece la vida en toda su
verdad; posiblemente ha podido creer que lo
esencial de su tarea sería la feliz realización de
tal o cual empresa; posiblemente ha podido creerse destinado a aportar al mundo lo que éste esperaba. Ahora reconoce que lo esencial será ofrecerse a sí mismo, humilde cuenta de un rosario
que rápidamente desgrana la mano, y que no vuelve a tomar. Pero, tras las sombras que cambian
y vuelven a cambiar, adivina siempre un objeto
inmutable: tú, Dios mío, y el plan divino que te
hizo crear el mundo; tú, Señor, y tu divino cuerpo
por quien todo lo que es llega a ser.
Ahora los acontecimientos pueden quebrar su
vida, la enfermedad y la edad pueden enclaustrarle en tu sola contemplación y la muerte puede
arrancarle los últimos signos externos de su actividad. Puedes venir, Señor, tu siervo aguarda.
Y Cristo sintió su muerte muy cercana.
*
*
*
Aún serán precisos dos años. Y antes el calvario, la cena. La muchedumbre acude de todas
partes, y he aquí a Cristo en medio de ella. Enfermos, achacosos, todo el pueblo de las villas
179
vecinas y de más lejos todavía. Vienen a ti, Señor,
para que les cures y les alimentes. No buscan
más que la salud corporal y su hambre es completamente terrena. Si pretendes darles el pan de
vida, darte a ti mismo, te abandonarán; y si quieres escucharles, te acapararán y harán de ti un
rey, su esclavo. Son hombres sin embargo.
Luego, siempre lo mismo. Tu pueblo te busca
a través de tus discípulos, porque sufre corporalmente. Les escucha cuando ellos le cuidan y luego les vuelve la espalda. Y cuántos, entre tus discípulos, hacen lo mismo sin decirlo.
Señor, aquel día, el siguiente a la muerte de
Juan, en medio de aquella multitud delirante,
reconociste el inexpresable daño que Satanás ha
hecho a la viña del Padre. Estraga a tu pueblo
y, a su modo, le embauca. El error invencible
y el feroz engaño le conducen a su pérdida y
lejos de ti, a tu pueblo. Y sin embargo viniste
para él. Por él dejaste a tu madre, todo. Después
de tantos y tantos otros, ¿fracasarás? Esa tarde,
despedida ya la multitud, tus discípulos en su
barca, solo, en el monte, te ofreciste al Padre
por él. En seguida, en la cena, aceptarás el sacrificio total, único divinamente eficaz, y morirás
con tu pueblo, para que éste resucite contigo.
Tus discípulos continúan tu gesto redentor.
Todos los días se ofrecen contigo al Padre. Y
cuando la muerte venga a alcanzarlos, no encontrará una vida que se resiste, que se debate, sino
un corazón que se hace hostia.
180
BETANIA
Una mujer llamada Marta le recibió en
su casa (Le 10, 38).
Jesús venía sin duda de hacer un largo recorrido con sus discípulos, posiblemente de predicar, y estaba fatigado como el día en que encontró
a la samaritana. Bajó para descansar en una casa
amiga. Pero su reposo seguía siendo hablar del
reino de Dios. Marta nada sabía sobre ello. ¿Podría comprenderlo?
Y es que sus vidas no habían conocido los
mismos senderos ni las mismas preparaciones.
Jesús ya no era el hijo de Nazaret. Marta no
era aún más que la hija de Betania.
El había roto con la mentalidad y el género
de vida de sus conciudadanos. ¿Desde hace cuánto
tiempo no tenía más que un pensamiento, su
misión? ¿Desde hace cuánto tiempo no tenía ya
181
casa? Había algo en él que los demás no tenían.
Es preciso un odre nuevo para un vino nuevo.
Bajo el áspero y fuerte sol de su única pasión,
bajo la exigencia celosa de su único amor, lo que
Nazaret le enseñó se había simplificado y unificado. Y porque el mismo amor que él profesaba
al Padre había animado ya, a su medida, a Moisés y los profetas, las prescripciones de éstos, que
la letra había petrificado, volvían a encontrar en
él la viva espontaneidad de los primeros días.
Transformó la escala de valores con que en torno
a él se medían las diversas circunstancias de la
vida. Todo había llegado a ser función de la
obra que el porvenir alumbraría y no ya de lo
que un pasado había establecido en la multiplicidad de sus sucesivas adquisiciones, registradas con
la escrupulosidad de una máquina exacta y respetuosamente conservadas. Las muchas tradiciones
y gustos humanos judíos formaban ya en Jesús
un solo bloque cristalino del que irradiaba, sin
opacidad ni dispersión, su divina misión.
Del mismo modo, qué camino recorre un hombre al que alcanza la llamada de Dios. Parte del
medio en que nació, con todo el bagaje de sus opiniones recibido de una vez, el de sus lugares comunes, sus apasionamientos y sus repulsas. Pero
poco a poco ha de separarse de ellos, como el niño
deja su pueblo. Cuando vuelva al país natal, comprenderá que se ha convertido en otro.
Desgarramiento facilitado por la juventud del
espíritu.
182
Intuiciones cuyo brillo llega por algún tiempo a cegar su espíritu crítico.
Descubrimientos que el espíritu lógico intenta, torpe y audazmente, impulsar hasta sus últimas consecuencias.
Estabilidad fundamental que impide al hombre dar un paso de más en sus exploraciones y
le evita el atollarse en la duda del que aún no
se domina a sí mismo y en la indiscreta presunción que se aferra espontánea y fervorosamente
a las novedades.
Pasa el tiempo. Los años transcurren y se globalizan en el ser experiencias originales, intuiciones personales que lo hacen único y de calidad irreemplazable. Sus amigos cotidianos le ven
ya cambiar y formarse fuera de sus corrientes
de pensamiento. Los que vuelven a verlo años
después, comprenden que otro ha pasado por él.
Señor, bendito seas por guiarnos así por dentro en el dédalo de los nuevos caminos, en los
que hallaremos la dicha de ser criaturas contigo.
La continuidad de tu presencia activa en nosotros, tu acción perseverante y flexible hacen
que logremos la estabilidad de nuestra unión contigo. Enfervorizan nuestro amor filial y, al verte
vivir aquí abajo como vivimos nosotros ahora,
te sentimos más hermano nuestro.
El recuerdo de las etapas hechas contigo,
tras de ti, se convierte en una asociación interior,
183
en la soledad en que nos ha situado la originalidad de lo que hemos llegado a ser. Y en nuestros
momentos de cansancio, la carga de no ser ya como
los demás resulta así menos pesada.
Bendito seas por haber venido aquí abajo a
mostrarnos el camino, pues tenemos tanta necesidad de ser confirmados en él.
Bendito seas por habernos hecho entrar en tu
vida, pues de otro modo ¿habríamos podido comprender nada de tu vida terrena?
*
*
*
Marta se había convertido en la perfecta ama
de casa, conforme al ideal que le había legado
su medio. Ciertamente, le hizo falta luchar para
llegar a serlo: desprenderse de sí misma, renunciar a sí misma, lograr una dedicación y un olvido
de sí que, desde el exterior, parecería suficiente
para lanzar a un apóstol tras de la estrella, conocer la paciencia en los desgarramientos interiores,
todavía más dolorosos que las decisiones brutales
que separan al hijo de la madre. No, ella no era
un espíritu mediocre. Jesús amaba a esta familia
en la que Marta era la clavija trabajadora. No
se sabe si él amó a muchas más, pero esta vida
no era más perfecta que cualquier otra. No era
una vida diferente de las que le rodeaban. Fruto
precioso de una tradición familiar y religiosa que
tenía el sabor de los demás frutos. Llevaba su
nombre y no era más que lo que hubiera querido ser.
184
Cuántos hombres se le parecen.
¿Qué se les puede reprochar, si son irreprochables? Pero les faltan las alas que hacen al poeta, el genio que hace al inventor, el amor que
hace al santo. Cosas todas ellas que la sociedad
no puede dar ni enseñar, pues carece de aquello
que hace falta para poseerlas sin matarlas. Entre
su manos, el poeta se convierte en literato y el
santo en un hombre honrado.
¿No han escuchado la llamada? Sí, pero no
la han reconocido; pues carecía de la seguridad
que da una tradición umversalmente establecida.
Carecía de la claridad de los preceptos que enseña la prudencia humana. Era demasiado una
llamada y demasiado poco una orden.
El juicio de Dios debe ahondar mucho para
descubrir en el brillante arnés del deber cumplido el secreto defecto que le ha impedido al hombre ser persona, y ha hecho de él sólo un espejo.
Este fallo fundamental no se manifiesta en el
ejercicio cotidiano de la vida: la sabiduría social
es tan sabia rigiendo los actos humanos y encerrándolos en reglas adecuadas. Pero en una persona que hace el largo viaje de una evasión de
la sociedad, en persecución de una vida que el
mundo establecido no conoce, hay disonancias
íntimas que estallan; hay explosiones que son como el sentimiento trágico de una vida que hubiera
podido ser. "Señor, ¿por qué te apenas?"
185
El deber no es el amor; sus partidarios no
salen de sí mismos. Cuenta más la seguridad del
que observa aquél y su consagración a ello. No
es más que otra manera de dirigir y utilizar lo
que hay ya en el hombre. Y éste encuentra en
él solamente un guía más seguro y más hábil que
su capricho.
El deber no inventa nada; organiza lo que se
le da. Sólo el amor crea.
Sólo el amor da al hombre la valerosa flexibilidad que le impide enredarse en el medio que
le formó, pero que, en el mismo movimiento, pretende ahogarle.
Marta era del mundo que existe, de aquel que
hereda del pasado lo que éste adquirió y no la
energía espiritual que le permitió hacerse. Cristo
pertenece al mundo que va a ser. No hablaba más
que del reino que iba a llegar. Entre tanto, Marta
estaba totalmente absorbida por los múltiples
detalles que imponen las conveniencias de la hospitalidad. Jesús hablaba de aguas vivas que brotaban y Marta, en lo profundo de su corazón,
ignoraba qué podía ser aquello, como la pecadora samaritana.
*
*
*
María vivió largos años bajo el mismo techo
que Marta, y sin embargo no era igual que ella.
Recibió la misma educación y le oprimieron con
su peso externo las mismas circunstancias. Y sin
embargo María tenía en ella un poder, desconocido de ella misma, que la aproximaba a Jesús.
Quién conoce las secretas revueltas de la fuente antes de que aflore al suelo; en qué profundidades se calienta o en qué capas se purifica.
Si unas circunstancias distintas y favorables
se le hubieran presentado a María, esta fuerza
habría estallado ya hacia fuera. Hubiera podido
ser el precursor como Juan, o el apóstol como
Pedro, pero su hora aún no había llegado y,
cuando sonara, María sería todo lo que tenía que
ser, lo que ningún otro puede ser.
Señor, tú pusiste en ella todo lo que hacía
falta para que, llegado el día, no falle en el momento en que debe elevarse. Porque sabe escuchar.
Lo que apruebas en ella no es la inactividad
en que se encuentra en aquel momento, a tus
pies. Lo que te disgusta en Marta no es que quiera servirte. No, pero te gusta de María que sepa
escuchar.
Hay horas para actuar y horas para escuchar.
En otro momento le hubieras dicho a María que
fuera a reunirse con su hermana y que le ayudara
a servir a un pobre, como hizo el samaritano
con el herido que encontró en su camino. Pero
hoy no es como ayer o como mañana. Hay horas
en que hay que escuchar.
186
187
Dichosos los que las reconocen y saben arrancarse entonces a la acción, aunque ésta sea la mejor del mundo. Porque estas horas no responden
a ninguna orden. No llevan consigo unos signos
universales que las hagan reconocibles para todos.
Se presentan, pasan y se van. Y sólo los espíritus
como María las reconocen, pues tienen en sí una
fuerza de amor que ha puesto Dios en ellos y que
no han sepultado bajo una errónea noción del deber o la prudencia.
Hay quienes escuchan cuando no hay nada
que oír y que salen de su recogimiento con menor celo para servir. Qué pereza se oculta bajo
esta actitud recogida. Qué fuga de lo real. Pero
María, si se hubiera escuchado en lugar de querer escucharte a ti, hubiera escogido el papel de
Marta. Y las palabras de Jesús le darán sin embargo un día cercano la fuerza de ánimo poco
común de romper, frente a la mentalidad de su
medio, el vaso lleno de perfume.
Otro día te será dado escuchar otra cosa que
un eco y la muerte de Jesús traspasará tu alma
como ninguna otra. María, quien te mira desde
fuera, cree que buscas la paz quedándote algunos
instantes cerca del Señor. No, sólo esperas una
palabra suya, y si sólo esperas esto, no recibirás
nada. Pero tú la has recibido ya y con ella una
fuerza de alegría y de sufrimiento que hará tu
alma totalmente viva y capaz del brote espiritual
que Jesús te dio a conocer.
Señor, no son espíritus como el de Marta los
que convertirán al mundo. Posiblemente llegarán
a hacerte odiar a las Marías que en ellas se ignoran. Danos hombres que sepan amar y actuar,
que sepan escucharte para, a continuación, renovar la influencia espiritual de tu divina personalidad.
Sí, sólo una cosa es necesaria, pues sólo ella
vuelve útil al resto. Y el resto se vuelve precioso para recibir lo único necesario.
María, ¿te habría estimado Jesús si no hubieras sabido también trabajar con Marta en los
trabajos de casa? Vuelve, retorna ahora al cuidado de la casa. Es hora de hacerlo, levántate.
Si hubieras querido continuar escuchando, ya no
oirías nada y, sólo en la acción, el recuerdo eficaz
de las palabras del Señor te volverá como un eco.
188
189
acción, sino sólo a hacerles acceder a sus propios
sentimientos y a la pasión que ya comienza en
su corazón.
HACIA JERUSALEN
Mirad que subimos a Jerusalén... (Le
18, 31).
No era la primera vez que Jesús anunciaba
su muerte a sus discípulos. Hoy este anuncio es
especialmente urgente, ya que el fin está próximo.
Jesús
no estén
prueba y
tro había
habla de ese modo a los suyos para que
demasiado desamparados el día de la
para que puedan recordar que el maesprevisto aquello.
Jesús les habla así a los doce que escogió
para que estuvieran junto a él porque les ama.
Es una tentativa de su parte para hacerles participar en sus disposiciones. Este anuncio que les
hace no es para imponerles un determinado servicio, no está destinado a moverles a ninguna humana
190
Jesús desea así ponernos en comunión con
su corazón, cuando nos descubre su sufrimiento
y su angustia por los hombres que no se santifican. El sufrimiento que de ese modo despierta
en nosotros parece a algunos estéril, pero el corazón que ama conoce su precio, pues lo valora
como una participación en el sufrimiento de Jesús y en su redención.
Jesús anuncia a los suyos esos terribles acontecimientos en los que no pueden creer. Qué dolor
tener que insistir para revelarles tales cosas. Es
duro tener que destruir en los que uno ama prejuicios que les hacen felices. Ante la despreocupación de tus discípulos conociste, Señor, esos
humanos sufrimientos. Y su misma despreocupación, su optimismo lleno de seguridad, que posiblemente creen que es confianza en ti, te hacen
prever, Señor, un nuevo sufrimiento, el abandono
de esos mismos discípulos, los más queridos, tus
doce, en Getsemaní.
Habrían necesitado, sin embargo, tanto creer
en lo que les dices, Señor. ¿Te siguen creyendo
aún un mesías al estilo judío: triunfador temporal y conquistador? Será preciso nada menos que
e' sangriento fracaso del calvario para hacerles
comprender que los caminos de la redención son
otros. No nos dejes, Señor, olvidar esta lección.
191
jesús revela a sus discíplos a dónde les ha
arrastrado y a dónde les arrastra: a seguirle, es
decir, a seguir a un hombre que acabará excomulgado e ignominiosamente condenado. De ese
modo les ha perdido, les pierde, pero así es como
les salva y les hace capaces de salvar a muchos.
Serán precisos nada menos que la visión de pascuas y el soplo del espíritu para hacerles realizar
y aceptar esta extraña paradoja. Danos, Señor, el
espíritu de fuerza y de fe.
"El hijo del hombre va a ser entregado".
Esta es la realidad más terrible; todo el resto
no es sino el cortejo, muy impresionante para
los sentidos, pero menos posiblemente para la
inteligencia, que ese simple hecho que anuncias
en otro momento: "Entregado a los hombres".
dispersan como los amigos de todos los condenados; tu obra humana se desmorona como toda
obra humana que concluye en fracaso.
¿Dónde está la imaginería de los falsos profetas, con sus intervenciones que califican de providenciales? Tú te entregaste a los acontecimientos, Señor, como si en ti no hubiera nada que
los sobrepasara.
Enséñanos, Señor, a superar el permanente
escándalo que para todo hombre creyente supone
la visión del mal en el mundo, al que están sometidos tu obra y tus operarios. Enséñanos a
superar la visión de ese determinismo que parece
ignoraros, a ti y a tu obra, y reinar como dueño
único. Pero que ello se deba a una fe viva y lúcida, y no a cerrar los ojos sobre lo que existe.
Eso significa, Señor, que a los ojos de los
hombres será como si tú no fueras ya el Hijo de
Dios, ni el mesías, ni siquiera el encargado de
una divina misión. El mundo ignorará lo que
eres y nada de eso aparecerá en el trato que te
den.
¿Qué hay más ridículo que la megalomanía?
¡Cuántos locos en todas las épocas se han sentido
enviados de Dios, a veces hijos de Dios! Herodes no fue tan insensato al vestir a Jesús de loco.
La rabia de los hombres y un torrente de
acontecimientos se desencadenarán sobre ti, te
harán rodar y te destruirán, tan fácilmente como
si fueras otro cualquiera. A los ojos de los que
te azotan y te crucifican, no eres más que un hombre, un cuerpo de hombre como los otros. Tienes
sed como los demás hombres; la muerte viene
a tomarte como a los demás y tus discípulos se
Sería un grave error inmaginarse que las obras
de Dios, cuando fracasan, desaparecen con lamentaciones y condolencias de las gentes honradas.
Lejos de ello, nunca hay sarcasmos suficientes
para aquel que fracasa. Se le reprochan su orgullo y su ambición: "Se le dieron buenos consejos
que no siguió; se había previsto todo lo que
ahora le pasa; nunca ha sabido llevar sus asun-
192
"Será escarnecido".
193
tos; estaba claro que toda su obra era quimérica; por otra parte, su fracaso prueba claramente
que Dios no estaba con él". Pobres fantoches, si
el asunto hubiera triunfado, hubieran reivindicado una parte de su éxito y con idéntico candor. Hacen más áspero aún el sufrimiento de los
desdichados.
Esos días, Señor, cúbrenos con la sombra dulce y fuerte de tu cruz.
Pero tus discípulos no comprendían nada de
todo aquello. Anteriormente, se escandalizaron
con el anuncio de tu pasión. Más tarde, tuvieron
miedo y no se atrevieron a preguntarte nada sobre
ello. Otro día, dijo Tomás: "Vamos nosotros a
morir con él". Hoy, no son capaces ya de esas
reacciones y hay sólo en ellos un oscuro embrutecimiento.
Puede ser, después de todo, que esto suponga
un progreso, pues tú les dijiste, Señor: "Subimos
a Jerusalén". Es decir, que ellos iban allá contigo. Pronto tu propio fracaso será el de ellos.
Cuando las cosas se ven de lejos, es posible
comprenderlas abstractamente, comprender sin hacerlas realidad. Uno entonces se escandaliza y se
inflama su imaginación siguiendo la concepción
intelectual que uno se ha hecho de la vida.
Este es el momento en que los unos niegan
el mal y el sufrimiento en nombre de determinada
filosofía, o por lo menos escamotean diestramente
194
sus aspectos irreductiblemente negativos; es también el momento en que espíritus novelescos se
exaltan ante la idea de los sufrimientos que llegan.
Luego viene la prueba; en ese momento, los
pseudofilósofos pierden su ciencia y su seguridad; los otros pierden su inflamada elocuencia.
Entonces existen sólo dos posibles actitudes positivas: aceptar con Cristo o cerrar los ojos, no
pensar más y sufrir como un animal.
Es entonces cuando Jesús, al acercarse a Jerícó, encontró a un ciego que le pidió que le devolviera la vista, y él le curó.
Este milagro, situado ahí, tiene una gran significación. En esta marcha ascendente hacia Jerusalén, hay altos en el camino. Jesús, totalmente
ocupado en la pasión que llega, escucha sin embargo todas las voces que se alzan hacia él. Supremo despego y libertad en la que, a pesar de
la prueba, de las preocupaciones interiores, sigue uno siendo todo para todos.
Jesús toma el caso del ciego en serio. No despacha el asunto corriendo, como querrían hacerlo
los demás. Se para. Y la súplica del ciego conmueve su corazón. Ve en este hombre el símbolo
de las almas que justamente buscan lo que él,
Jesús, ha venido a aportar y de lo que tan poco
parecen preocuparse en torno suyo: la luz, la curación total; pues el ciego espera algo grande,
único y que sólo Jesús puede darle.
195
No, Señor, tu sacrificio no será inútil y es
totalmente necesario, ya que en el mundo hay
tales miserias y unas aspiraciones tan desatinadas, unas invocaciones tan angustiosas y unas esperanzas así. ¿Quién dará la luz a esas almas,
sino tú? ¿Y cómo podrá ocurrir eso si no es con
tu muerte?
El mundo no comprenderá esta muerte; quería hacer de ti un rey. Con ello habrías satisfecho
sin duda mejor sus necesidades, sus carnales deseos y sus ambiciones limitadas, pero la presencia
de este ciego te justifica: él y todos los que se
le parecen o desean sólo llenar sus bolsillos y ocupar un buen puesto. ¿Qué iban a hacer con un
rey, por generoso y fuerte que fuera, los que conocen en el sufrimiento su incurable miseria de
pecadores nacidos en el pecado? Tienen necesidad de un redentor, le aguardan. Tú morirás por
ellos.
Nos será dado posiblemente el encontrar uno
de esos hombres a los que el mundo no sabe más
que maltratar y pisotear, a los que todo lo más
entrega una desdeñosa limosna, pensando que
con esto debe quedar plenamente satisfecho. Que
por los esfuerzos de tu pasión, hundiendo nuestros espíritus en tu pasión, podamos devolverle
la luz.
Señor, si seguimos un poco tu camino, posiblemente seremos reconfortados de ese modo.
En esos días en los que nuestro ideal y nuestra
vocación nos parecerán vanos y quiméricos, en la
medida en que nos aparten del mundo, y nos
orienten hacia la gran separación.
En esos días en los que crecerá la incomprensión en torno nuestro porque no habremos buscado la eficacia de nuestra vida en los medios
de esta tierra.
196
197
medio de la cena, cuando ya todos han ocupado
sus puestos? Y, sobre todo, ¿quién te ha dicho
que aportaras tu tesoro y lo perdieras por él;
más aún, que lo echaras a perder?
EL VASO QUEBRADO
No ganó en un día aquel precioso vaso de alabastro, lleno de un perfume de nardo de un gran
valor. No se ganaba mucho en aquel tiempo, pasaba un poco como hoy.
Cuántos días de trabajo representaba. Cuántas privaciones y qué economías. Pero, al fin,
ella consiguió comprarlo. Era todo su tesoro, el
fruto de toda una vida. Era también la garantía
de una tranquila vejez después del duro trabajo,
una seguridad para el final de sus días, la certeza
de no morir como una indigente.
Y, sin embargo, una noche en que Jesús cenó
con sus apóstoles en casa de Simón el leproso, esta
mujer entró y, quebrando aquel vaso, extendió
el perfume, todo él, sobre la cabeza del Señor.
¿Quién te ha dicho, mujer, que vinieras a
esta casa, que lo hicieras sin estar invitada, en
198
Es que tienes en ti lo que los otros no tienen,
le que no tiene Lázaro resucitado, ni Marta su
hermana, sin embargo, tan consagrada, lo que
no poseen los apóstoles, los amigos del Señor,
ni Simón, su huésped. Ellos aman a Cristo ciertamente, pero no sólo le aman a él: amistad,
amistad grande, pero no amor. Pues el amor es exclusivo y celoso, no tolera a su lado ningún otro
afecto, implica el olvido total de todo lo que no
es el amado, es único. Tú tienes amor a Cristo.
Es el amor el que te ha llevado a casa de Simón
y el que te ha hecho romper el precioso vaso de
alabastro, lleno de un perfume de nardo puro,
de un gran valor.
Muchos hombres son como tú en tus días de
trabajo: sufren y trabajan para ganar un tesoro,
un tesoro de ciencia, un tesoro del corazón, tesoro de amistad o de salud.
Pocos te siguen hasta la casa del leproso, pues
muchos aman a Cristo, pero pocos le aman sólo
a él.
Sin embargo todos, cierto día, verán perder
su tesoro, el fruto de toda su vida; la muerte está hecha para todos. Pero lo que ellos hacen forzados y obligados a ello, tú, mujer desconocida,
sola en medio de tantos otros, tú lo has hecho por
199
amor y por eso, al ser predicado el evangelio en
todo el mundo, se relatará también esto que tú
hiciste.
bien todo el dinero que haría falta para alimentarles. No, verdaderamente no hubiéramos hecho eso".
Y el hermoso vaso de alabastro se esparce por
el suelo en mil pedazos y el carísimo perfume
se extiende por toda la sala y lo perfuma todo.
En seguida se agitan más. No es la primera
vez que ven un gesto absurdo, pero jamás han
estado tan descontentos. Se enfadan. Con amargos
reproches, estallan contra la pobre mujer indefensa, retirada en una esquina mirando su vaso
roto, su perfume perdido, su acción reprochada,
toda su locura.
Posiblemente en tu impulso amoroso, pobre
mujer, ¿no has pensado en lo que sería para ti
este vaso roto, este perfume disipado? Tú eras
rica y te has vuelto pobre. Habrá que empezar
de nuevo a trabajar. Adiós la vejez tranquila,
morirás agobiada.
Además, ¿no es insensato tu gesto? ¿Qué extraña exaltación ha podido hacerte creer que tal
dispendio iba a complacer a Jesús, cuando tantos pobres pasan hambre? ¿Para qué romper ese
vaso? ¿Tenía ello alguna utilidad? ¿Y por qué
una libra de aroma? Hubieran bastado unas gotas. Escucha lo que te dicen todos. Sólo él calla
y te deja hacer. Se calla para no tener que censurar.
"Ciertamente, nosotros los apóstoles no hubiéramos hecho eso. Conocemos el valor de las
cosas. Da la casualidad de que somos pescadores,
pobres gentes que se ganan el pan día a día. Además, conocemos a los pobres desde que estamos
con el maestro. Antes pasábamos delante de ellos
como si nada hubiera entre ellos y nosotros, como
si no fuera asunto nuestro socorrerles. Ahora sabemos que son nuestros acreedores; sabemos tam200
Verdaderamente, su celo por los pobres no les
sofocaría hasta ese punto. No, lo que les duele,
sin que lo sepan seguramente, lo que les hace
rebelarse es que presienten en esta mujer algo
que ellos no tienen todavía, el amor. Ella, aquella
pobre que acabará en la miseria, es rica en un tesoro que no puede quitarle nadie, que ni ella
misma puede dar o perder. Y este tesoro, los
apóstoles que están hechos para tenerlo, lo desean
celosamente. Esta mujer silenciosa les ha hecho
sentir la fundamental indigencia de su corazón.
Constituye para ellos un vivo reproche.
Desde hace veinte siglos, cada generación
ha conocido hombres así. Tampoco han sido comprendidos. No sólo tienen que soportar y vencer
las íntimas reacciones de un yo desposeído que
se resiste a morir. Deben aguantar el reproche
de sus prójimos, el reproche amargo como una
condenación, amargo y violento como una revancha o una venganza.
201
Los hombres respetan la virtud; la alaban, les
gusta, le dan culto; es un bien que desean y
que les enriquecería. Pero no aman el sacrificio, la
cruz, el don de sí mismos, pues como tienen poca
fe y poco amor, no ven en ello más que ruina
y destrucción. Sin embargo, su hondo sentido de
cristianos llamados a la santidad habla más fuerte
que sus razonamientos; presienten, sin confesárselo, la superioridad insigne de un don total; pero
esto les escandaliza, a ellos, razonadores con el
corazón pequeño y estrangulan aquella llamada
divina, calificándola de demencia.
Todas estas frases son duras para ti, la que
ama, pues el reproche a un gesto de amor hiere
al corazón como una puñalada. Todas esas frases
son útiles para ti, la que se olvida de sí misma,
pues te preparan a escuchar en el mismo espíritu
de amor, limpio de toda exigencia de devolución,
lo que Jesús no dijo ni a sus apóstoles a los que
había llamado, ni a Lázaro al que resucitó, ni a
ningún otro.
Se ha callado hasta ahora para prepararte a
esta gracia. Ahora, con una palabra, te aprueba
a los ojos del mundo entero y durante siglos
y siglos quedará su historia ligada a la suya, sujeta a la suerte del evangelio.
"Dejad a esta mujer, ya que vuestro corazón
es demasiado estrecho para comprenderla. Al menos, no le causéis pena. Ved en qué angustia la
sumen vuestras palabras, a ella que podría dila202
tar vuestros corazones y enseñaros a amar con
sólo que la admirarais y aunque no la comprendierais. A mi juicio, es una buena acción la que
ha hecho. Sin saberlo, ha embalsamado de antemano mi cuerpo para la sepultura.
A menudo os he predicho mi próxima muerte;
apenas creéis en ella porque os escandaliza. Esta
mujer la ignoraba. Y, sin embargo, lo que vosotros no habéis sabido hacer, lo ha hecho ella,
porque ama. Lo ha hecho sin saber bien de qué
se trataba, pues el amor es ciego en sí mismo.
Pero ella lo ha hecho a tiempo. Más tarde, se
querrá embalsamar mi cuerpo cuando sea razonable hacerlo y ya no se podrá, pues será demasiado tarde. La razón es lenta, sólo el amor es
vivo como la vida.
Siempre tendréis pobres con vosotros, pero
a mí no siempre me tendréis. No les pido a los
hombres todos los días que se entreguen totalmente. Ayer hubiera sido demasiado pronto; mañana será demasiado tarde. Era preciso que hoy
viniera esta mujer y que me entregara su tesoro.
Y para cada uno de vosotros será lo mismo,
vosotros, mis apóstoles, a quienes os veo subir
hacia el martirio. Y para cada uno de vosotros,
mis innumerables discípulos, será lo mismo. Estoy
siempre en los cruces de los caminos, esperándoos como un ladrón.
Dichosos los que puedan, en el amor y por el
amor, perderse en mí en el momento propicio,
203
en la época en que la espiga rinde el ciento por
uno.
Dichosos los que puedan, en el amor y por el
amor, perderse en mí como les pido para que,
pudriéndose, germine el grano en una planta
eterna.
El que pierde su vida, la gana; el que la pierde cuando yo lo quiero y como yo lo quiero.
Y no es sólo para la sepultura de mi cuerpo
para lo que ella ha extendido este perfume, sino
para dar al mundo una viva imagen de mi acción
universal. Hoy estoy aún en medio de vosotros,
os hablo y os escucho. Pero cuando estoy aquí,
no estoy igualmente en todas las demás casas en
las que me acogerían dichosos; y cuando os hablo
y os escucho, no hablo a todos los demás hombres del mundo, ni escucho a los que ahora viven en él, ni a todos los demás que aún el mundo ha de traer. Estoy limitado como el perfume
en su vaso. ¿Y qué quiero sino que se rompa?
He aquí que llega el día en que, consagrando mi
cuerpo y mi sangre a los hombres, depositaré mi
vida a los pies de Dios.
taran impregnados de mí. Seré su amor o su
odio, yo cuya presencia universal realiza el cielo
y el infierno.
«Tu acto de amor es el símbolo anunciado de
mi próximo sacrificio. Los hombres que en los
siglos venideros se parecerán a ti y actuarán como
tú, serán un memorial de mi sacrificio pasado.
En ti, como en ellos, mi pasión se actualiza. En
ti, como en ellos, mi poder se manifiesta universal e ilimitado. De ahora en adelante, llevarás
al mundo en tu corazón más que lo que te llevará él a ti, pobre criatura, pues tienes en ti al
dueño del mundo, sin que ninguna frontera de
tu parte venga a limitar su acción a realizar por
ti ¿No me lo has dado todo? ¿No te he aceptado yo todo? En adelante, en unión conmigo, tú
y todos los hombres de tu raza actuaréis sobre
todos".
Y Judas, el avaro, el espíritu mezquino de
corazón pequeño, que es de esta tierra y quiere
permanecer en ella, no puede ya respirar este
perfume, más insoportable para él que un aire
emponzoñado. Se levanta y va a entregar a Jesús.
Entonces se romperá toda limitación. Cada
cual me recibirá, cada cual me oirá, cada cual me
hablará, pues estaré presente en todos. Llenaré
el mundo con mi omnipresencia, como llena este
perfume esta habitación, con la misma prodigalidad y la misma intensidad. Todos me respirarán.
Lo mismo si me acogen que si me rechazan, es204
205
para recogerte, pero también —pues uno sufre
mejor en familia si es comprendido—, porque
no te comprendían tus discípulos.
Getsemaní hizo pesar sobre ti, unidos en la
misma miseria y crueldad, el odio del judío, la
flojedad de los tuyos y, tras ellos, en la perspectiva universal de tu divinidad, la eterna rebelión
de lo que no es tuyo y el astuto y lamentable
pecado de quienes se llaman tus discípulos.
GETSEMANI
Señor, sabemos cuánto te hicieron sufrir los
judíos, primero oponiéndose a ti, antes de crucificarte; pero existe un dolor oculto, infinitamente más penetrante, que sólo podemos adivinarlo: la amarga desilusión que invadió tu corazón ante la mediocridad de los tuyos, de los que
quisiste formar a tu imagen.
No pienso en Judas. Viste venir de lejos su
traición. Antes incluso de que él pensase en ella,
sabías que no era de los tuyos; su espíritu era
demasiado opuesto al tuyo.
Son los otros. Y en el evangelio, si tan a
menudo te vemos irte solo, como esa noche, para
rezar, si vemos a tus apóstoles huir en los grandes momentos de tu vida como aquel en que se
supo la muerte de Juan Bautista, era ciertamente
206
Señor, esa horas las viviremos algún día también nosotros, a nuestra talla, si no somos esos
falsos profetas que el mundo bendice porque los
reconoce como suyos. Al término de nuestra vida
activa, tras haber sido rechazados.
Podemos ya captarlos, a la luz de tus enseñanzas, pero lo sabes tú por experiencia, ellas
sorprenden siempre, como el huracán que uno
ve venir, por su pérfida violencia.
Momento de la suprema tentación. En este
último combate de tus servidores, acuérdate, Señor, de que también tú lo conociste.
No es en la acción donde uno conoce los arrebatos de la desesperación. Se está demasiado cogido por ella, demasiado absorbido por la continua tensión que exige y que galvaniza al hombre, exteriorizándole. Es después. Tras haber dejado atrás a la mayoría de sus apóstoles, al desahogarse en la intimidad de aquellos a los que
más amaba, sintió que se apoderaba de él la tris207
teza. El fulminante de aquella angustia estaba
ya en su corazón, hace tiempo. Cuántas veces
había anunciado a los apóstoles lo que le aguardaba. Cuántas veces les había predicho lo que
a su vez les esperaba a ellos, sus discípulos, más
tarde. Pero bajo la imperiosa inminencia del acontecimiento, bajo la impresión penetrante y misteriosamente eficaz de la cena, la angustia redentora estalló. Derribó ésta todas las barreras
que la vida opone instintivamente a lo que la
amenaza. Rompió, insondable misterio, todos los
diques providenciales que mantenían enterrada en
Jesús a la divina pasión, como se ocultaba la
divinidad de su persona bajo la humillación de
la carne.
Dolorosa transfiguración en la que tu divinidad, Señor, biilló como en otro momento, más
allá de la deseada presencia de tus discípulos más
queridos.
Señor, quién expresará lo que entonces pasó
en ti, extraño drama que sólo la unión perfecta
y sin confusión de tus dos naturalezas hizo posible; drama único en el que un corazón humano
vio abatirse sobre él el dolor de un Dios.
Y Jesús, que había llevado consigo a sus discípulos más amados, se separó de ellos. Les dejó,
alejándose de ellos. La esencial soledad de su
alma, desolada por la divina angustia que se apoderaba de él, reclamaba la soledad exterior, le
empujaba a ella. Le separó de ellos, pues ya era
208
realmente más el Dios inconcebible que el maestro que enseña.
Señor, no nos es posible ir a ti, a través de
tu agonía. Tu dolor nos derribaría lo mismo que
el esplendor de tu radiante divinidad en el Tabor. Nos hace falta permanecer alejados de ese
misterio.
Y sin embargo ese misterio es totalmente nuestro, pues en esa hora solemne tú eres tanto nosotros mismos como el Hijo bienamado del Padre. Si nos has abandonado y dejado lejos de ti,
nos has reencontrado, y cuánto más íntimamente,
en la angustia creadora y reparadora de Verbo de
Dios, hasta el punto de que estás sumergido en
nosotros por el movimiento divino que nos hace
ser; y estás inmerso en nosotros, no sólo desde
fuera como el que ama se une al amado, sino desde dentro, de una forma única e inefable que sólo
pertenece al creador.
Así encontró el mundo en ti un espíritu para
pensar y un corazón para sentir.
Y el mundo se puso a pensar en ti como una
nueva persona. Su rebelión contra Dios creció
en ti. En ti también su deseo de vivir.
El mundo pensó en ti su rebelión, y tú pensabas en la sumisión que empapó todas las horas de tu vida y en ti pensaba Dios su amor y su
perdón.
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El mundo te atribuyó su deseo de gozar, de
vivir de sí mismo y sobre sí mismo, y tú pensabas en el desapego que fue el espíritu interior
de tu vida y en ti ponía Dios el amor celoso y
sagrado por lo que es de él.
Misteriosa confrontación, en la conciencia de
un hombre, de la rebelión del mundo y del misericordioso amor de Dios; del divino constreñimiento que uno rechaza.
Misteriosa sujeción a la conciencia de un hombre del perdón de Dios y de la oposición del
hombre. Ambas debían ser consumadas eternamente en ti.
Santidad de Jesús, presa entre el odio del
mundo que te posee mediante el éxtasis de tu
humanidad en él y el amor del Padre que te engendra.
Jesús, Hombre-Dios y, como Dios situado en
esta posición extrema, mundo en tanto que la
creación puede ser hecha una con el creador; mediador entre Dios y el mundo en tu humanidad,
toda tu vida aquí abajo estaba orientada hacía ese
acabamiento, y el camino que te condujo a él
tenía la rectitud y la seguridad de tu pureza y
de tu fuerza. Tú no decepcionaste al Padre.
En aquella hora tus discípulos dormían.
No era la fatiga lo que les hacía dormir, sino
la tristeza.
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No era la tristeza del hombre que teme por
si. vida. Se habían mostrado valientes hasta ahora
y hasta presuntuosos. ¿No habían llegado incluso
a prever con toda sangre fría su propia muerte?
Tampoco era la tristeza que sentían los demás apóstoles, aquellos que quedaron lejos de ti
y juntos. ¿Qué pensaban entonces éstos, aguardando tu vuelta?
Era una tristeza desconocida. Quienes no trabajan en la obra de Dios, no la conocen. Incluso muchos de los que trabajan por Dios tampoco
la conocen, pues se agitan sin ver el misterioso
drama de las almas. Su tristeza les asalta desde
fuera y el fracaso de sus empresas viene del exterior, a plena luz, a oprimirles y hacerles sufrir.
Pero esta otra tristeza surge de dentro y su venida está tan oculta a los ojos de los hombres
que la sufren sin saber por qué.
Irradiaciones lejanas pero eficaces de la pasión
de Jesús, de aquella que le echó a tierra. No es
la mirada la que la soporta. Era de noche. Tampoco era la inteligencia; estaban los apóstoles tan
ignorantes del drama que ocurría junto a ellos. Es
la relación única, creadora, que une al hombre
con Jesús, el Verbo de Dios, la nueva unión
redentora que junta por dos veces al hombre con
Cristo.
Sufrimientos del alumbramiento del mundo
que se han concentrado en el corazón de Jesús
211
como en el foco de la lente y cuya intensidad se
hace sentir más cuanto más cerca se está de él.
Sufrimientos que no son sólo los del propio
crecimiento espiritual del hombre, sino también la
resonancia de los del mundo entero, en la medida en que tomamos conciencia de él, no sólo
por entendimiento humano, sino sobre todo por
comunicación divina, pues la humanidad es un
ser nuevo que crece y que crece en Dios.
Sufrimientos que no son sólo el reflejo y la
resonancia de los de los otros, por una simpatía
c un -amor que une por fuera, sino sufrimiento
físico, que hace que cuando una célula de un
cuerpo sufre, las demás sufren y que cuanto
más evolucionada está la célula, más sufre ésta.
No existe sufrimiento más continuamente amenazante o presente. Los demás cesan con sus
causas. La causa de éste no tiene fin aquí abajo.
Y el hombre que lo ha conocido, cierto día
siente la gran tentación de huir de él y de penetrar en ese mundo del inconsciente de donde se
había escapado con gozo. El sueño, no el que
repara las fuerzas, sino el que hace olvidar que
se es, está muy próximo a él. Y es el único aniquilamiento que puede concederse el hombre, él
que no se dio a sí mismo el ser.
Qué dura lucha para sostenerse contra este
sufrimiento. Qué despilfarro de energía. Qué conversión espiritual es preciso rehacer sin cesar.
Pues sin cesar nuestra naturaleza huye como el
caballo frente al obstáculo.
Nos amenaza incesantemente la duda fundamental, no la que esgrime razones, sino la otra,
aquella cuya fuerza está hecha de nuestros apetitos decepcionados en esta lucha sin cuartel. Durante ese tiempo, el hombre que no sea reflejo
pasivo del medio, que impulsa más allá su obra
creadora, sufre. Y si a veces conoce la iluminación del Tabor, es para recaer en seguida en
las largas y angustiosas tinieblas de Getsemaní.
Sí, el espíritu está pronto y el hombre ve con
alegría su feliz evasión de las esferas interiores
en que vive sobre sí mismo, como la planta o el
animal. El hombre escucha la llamada a un misterioso sobrepasamiento que le pondría en los
confines de lo que es y lo que quiere ser, del
ser y de la nada. Escucha la llamada creadora por
la que el hombre debe desarrollar, en el espacio
y en el tiempo, la obra única del Verbo. Le escucha con alegría, como si eso, esta obra, fuera
más él incluso que él mismo. Se siente poseído
por aquello mismo que quiere dar a luz. Entrega
a ello su vida.
Pero la carne es débil, y el ardor del hombre
penetra en su torpeza, como la pelota se amortigua en la arena. En él, junto al impulso que
eleva está la corriente que hace descender; está
el ser que degenera, la vida que llega a hacerse
mecánica, y la espontaneidad que se hace costum-
212
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bre. Está esa gran llamada fría e inmóvil del espacio estabilizado y estéril, cuya inmensa paz es
la de una inmensa tumba.
Señor, siguiéndote, los apóstoles, y tras de
ellos nosotros mismos, conocieron estos dos polos
del mundo. Vuelta a vuelta, tu voz nos llama y el
silencio de los astros muertos nos solicita. No
dejes que se apague en nosotros el espíritu.
Pero los apóstoles no supieron velar y orar
aquella noche única. Y cuando Jesús fue prendido
por los judíos, se mostraron más pusilánimes que
antes de que llegara la noche.
LA ALEGRÍA
Los setenta y dos discípulos regresaron
alegres (Le 10, 17).
Alegría, fruto de la rectitud y de la gracia,
que hace todo fácil y que da a la vida la continua
espontaneidad de un nuevo nacimiento y la estabilidad de lo que ya no tiene duración, cuánto
te desean los hombres.
Cuando tu espíritu sopla sobre nuestra alma,
ya no existen sufrimientos duraderos y el alma
salta sobre ellos como la barca franquea la ola;
tan ligera se siente.
No hay acciones costosas; no hay fracasos que
tu soberana ingeniosidad no los vuelva en tu
favor. Todo está sometido a tus desarrollos. Es
como si el paraíso que buscamos tan lejos, delante
o detrás de nosotros, estuviera ya allí.
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215
Tú eres la alegría del ser, alegría de ser, alegría esencial y no ya de un ser en sí mismo separado, sino de un ser armónicamente situado en
el mundo, capaz de esposar di ritmo soberano
de éste, de insertarse eficientemente en su llegar
a ser para inflexionarlo y hacerlo desde dentro,
estando hundido y como mezclado en la fuente
de la que perpetuamente, y siempre nuevo, brota.
Pues el genio del hombre puede dominar la
naturaleza, pero frente al genio ella seguirá siendo siempre el rebelde domado, el esclavo al que
es preciso vigilar incesantemente, pues siempre está dispuesto a rebelarse. No se entregará libremente más que a aquel que sepa decirle de dónde
viene y oprimirlo de acuerdo con ello.
Pues el hombre puede dominar la naturaleza
mediante la fuerza de su saber; el santo la domina
por la caridad plena de libertad que irradia de
él. ¿Cuándo será el hombre lo bastante sabio para
que la ciencia no le distraiga de Dios? Entonces
le será dada una fuerza brillante y nueva y todo
resultará nuevo.
Los discípulos te conocen, alegría del ser, en
su actividad realizadora de milagros. Han descubierto un poder sobre el mundo que ignoraban.
Cómo comprendemos su alegría, en ellos que no
conocieron otra cosa que la satisfacción del deber cumplido. Alegría reglada como una cuenta.
El que no conoce aún la pródiga alegría del ser,
no puede imaginar el paraíso más que como un
retiro eterno. En cambio, el otro llega a ver en
216
*
el desarrollo gratuito y prodigiosamente derrochador de las fuerzas de la naturaleza, en las
búsquedas y las inútiles espontaneidades del amor
humano, una pobre imagen de la eterna prodigalidad de Dios, cuya vida esencial consiste en
ser la fuente gratuita, libre y magnífica del ser.
Señor, concédenos ser, a imagen tuya, fuente
brotante en la alegría y serlo de tal modo que
nos transformemos en ella misma. Entonces, pensamos, seremos más tuyos, ya que tú eres la alegría del amor. Y tu alegría creadora nos dará su
fuerza.
Tú diste gracias, Señor, por la alegría de tus
discípulos. Y mientras ellos retornaban alegres,
tú veías el reino del mal al fin aplastado, el enemigo mismo vencido: "Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo".
Señor, adoro este instante de tu vida, esta
cima desde la que el porvenir humano se te mostraba bajo la claridad eternamente dichosa y triunfante que un día conocerá. Adoro tu optimismo
vencedor y la alegría en la que lo hallaste, que
no es otra que la del Padre al crear este mundo.
Mañana conocerás los abismos que es preciso
descender para alcanzar las cimas de la obra realizada. Mañana tus discípulos recorrerán llanuras
y desiertos, monótonos y fastidiosos, pero la alegría de los comienzos, alegría divisada desde las
alturas, aquella que con ellos compartiste, ya no
les abandonará, incluso aunque quede más disimulada a sus ojos. Es la capa subterránea que
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fecunda el oasis, escondida en la arena y brotará
donde la sed la espera.
Alegrías del espíritu consolador, raras como
cosa preciosa, frágiles en su parsimonia como
otra vasija, venid a visitar a quienes han creído
en vosotras.
Pero hay quienes no os conocerán; los que
miran atrás para lamentarse del presente, temiendo que el porvenir no sea como el pasado.
Cuando viniste aquí abajo, Señor, te opusieron
a Abrahán. Después, hábiles en descubrir la paja
en la vida que brota, se complacen en la viga
que cegó a las generaciones pasadas. No es a Satanás al que ven caer del cielo como un rayo.
Creen más en el reino del anticristo que en el
tuyo.
Optimismo de Jesús que la cruz hizo brotar
en una resurrección.
Optimismo cristiano que vencerá al mundo,
pues es tenaz como el tiempo.
Ven a visitar a aquellos de tus fieles a quienes la fatiga absorbe dolorosamente dentro de la
complejidad muda de la realidad presente, sin
dejarles percibir las fuerzas de unidad que harán
de ellos algún día la obra deseada de Dios.
Pero es preciso ser muy puro para que tu alegría, Señor, no se irise con algún gozo que no
te tenga por fin.
Y hay que ser muy flexiblemente optimista
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para que tu alegría no se confunda con la serenidad de que corrientemente se disfraza la virtud.
Unos, tan pronto como les visitas, olvidan tu
persona por sus milagros. Los otros te reprochan
que no ayunes como sus padres.
Espontaneidad que no eá vagabundeo, sino
libertad. Pureza que no nace de la mirada sospechosa del pesimista, sino de uno mismo.
¿Quién nos dotará de estas virtudes que el
niño parece recibir en la cuna para perderlas después rápidamente?
Y así, esta alegría sólo nos visita a ráfagas.
Nos fatigamos con los impulsos que produce en
nosotros, como un volante que, por estar mal
centrado, vibra. Y a veces nos ocurre que tememos tus manifestaciones como si el estado natural del hombre fuera la fría monotonía, como
si toda alegría debiera pagarse con un sufrimiento
inmediato.
Señor, enséñanos a regocijarnos con ver nuestro nombre asociado al tuyo y nuestra eternidad presente en la tuya. Para esto nos hace falta
amarte mucho.
Pues tu alegría, como mensajera tuya, se adelanta a tu venida, pero es a ti a quien debemos
desear y amar, y no a ella, para que permaneciendo tú con nosotros esté también ella cerca de
nosotros.
Enséñanos a amarte a ti, y tu alegría, por
añadidura, morará en nosotros.
219
A este título, cómo te amamos obra humana.
Cuan apasionadamente nos interesa tu crecimiento y tus logros. Cada vez que abatimos una lámina de lo desconocido que nos rodea y alimentamos con ella nuestro entendimiento, nuestro
entusiasmo y nuestra fuerza, te adoramos, Dios
mío, cuya grandeza aún se hace mayor a nuestros ojos abiertos.
LA ÚNICA VIÑA
Soy Ja verdadera viña y mi Padre es el
viñador (Juan, 15, 1).
No, no es por el mundo, con sus maravillosas
potencias, por el que la humanidad se asegura
una realeza cada vez más eficaz, que es el fin
de la obra creadora y sustentadora de Dios. No
hay más que un medio que pueda resultar idealmente hermoso y fecundo respecto de un fin aún
más inefable: la constitución del cuerpo místico
de Cristo. Pues no hay más que una viña.
Unión de Jesús y del mundo. Esta realidad
fundamenta la dicha y la unidad de mi vida. Tú
eres, Señor, la verdadera viña; y como el campo
es todo entero para la vida, es todo para ti. Concédenos ver todas las cosas transfiguradas por
la relación que tienen contigo. El mundo entero
es para ti.
220
No comprendemos el pesimismo del vencido
que teme amar lo que creaste por amor, porque
tal creación, de violenta extensión y brutales crecimientos, no le obedece aún totalmente y se rebela a menudo.
Bendito seas, Señor, por haber puesto en mi
corazón esas inmensas ambiciones que a más de
uno parecen desatinadas, viniendo tú mismo, Dios
mío, a poner tu parte en esta tarea.
Pues viniste en medio de nosotros, en ú
curso de nuestra historia, a trabajar entre nosotros, como uno más, en el progreso espiritual
del mundo, obrero, servidor, manifestando a todos tangiblemente que la obra que hay que realizar es obra esencialmente divina.
*
*
*
Y ocurre que quitas de la viña a los que no
dan fruto.
No son ellos los que te dejan. Eres tú quien
les ha apartado porque no dan fruto. Durante
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mucho tiempo, posiblemente, han quedado como
leña muerta junto a la cepa y el invierno; un
profano no los habría distinguido de las ramas
vivificadas por la savia.
Misteriosa impotencia de las almas de alimentarse de Jesús. Cuan pocos en verdad alcanzan
a hacerlo plenamente. Toda práctica devota se
vacía de ti, Dios mío, y no nos queda sino la
corteza de nuestros actos. Todo ímpetu recae y
somos como esos pájaros que tienen alas, menos
para volar que para evitar las caídas demasiado
violentas.
Signos del apartamiento divino, ¿por qué no
damos fruto?
¿Es porque nuestras pasiones son en nosotros
tan violentas que nos dominan y nos impiden ser
totalmente tuyos?
¿Es porque el mundo nos aparta de ti con
sus encantamientos?
La mayoría conoce más la somnolencia de su
corazón que sus imperiosas exaltaciones. Qué raros son aquellos a los que una insaciable curiosidad dispersa o a los que una pasión durable
absorbe. Los demás continúan en el olvido de
las cosas, con los ojos cerrados.
Dime, confiesa que tienes más el temperamento de un linfático espiritual que una fogosa juventud.
222
Has nacido viejo en religión y has recibido la
sabiduría de los años antes de conocer el entusiasmo de los comienzos, aquel que intenta esforzarse hacia la grandeza, arriesgando incluso
su vida.
Prestas más atención a lo que no debes hacer que a lo que sería preciso intentar, y tu perspicacia se ejerció más sobre los peligros que presenta la obra a emprender que sobre los de la
amenazante rutina.
Podrías describirme lo que hace malo un
fruto e ignoras el sabor del buen fruto, y jamás
has sabido darlo.
Señor, ahora comprendo qué es lo que me
falta, pues de ahora en adelante sé que nunca la
tijera de podar podrá reemplazar a la savia que
alimenta y que consiste en querer verdaderamente
la obra para la que doy frutos.
Enséñame a alimentarme de la tensión espiritual que exige el descubrimiento y de la divina
alegría que procura, a fin de desear cada vez
más la tensión espiritual de tu amor creador y la
alegría que da su plenitud.
Dame el fervor que tuviste en tu corazón
los tres años de tu vida pública, que tan rápidamente consumaste y tan divinamente, que, más
tarde, veinte siglos no han sido capaces de olvidar
su maravillosa historia.
223
Si, en Emaús, el corazón de tus discípulos
ardía, no era sólo porque tú les hablabas, sino
porque les explicabas con sabiduría divina la esperanza de los profetas y su realización, que ellos
aguardaban.
Que podamos nosotros creer, como ellos, en
esta divina esperanza que los siglos pueden velar
y los hombres falsear, pero que permanece intacta
y virginal, invencible, en el corazón religioso al
que la gracia visita.
Accede, Señor, a venir a explicárnoslo y el
fervor alimentará nuestros actos y madurará nuestros frutos.
* * *
Entonces podrás venir a podarnos, pues cuanto más abundante sube la savia, más se cubren
sus ramas de hojas y de yemas y tanto más ve el
hombre abrirse en él nuevas posibilidades. Pero
la flecha no tiene más que una punta y el hombre no debe tener más que una gran pasión, so
pena de recaer rápidamente como la rama que se
arroja.
Unificación de mi ser, operación tanto más
necesaria y penosa cuanto más rica, no te corresponde a ti hacerla, alma mía, pues desconoces
el oficio de la poda e ignoras el plan del viñador; pero puedes hacerla posible siendo un sarmiento vigoroso. A ti te toca hacerla eficaz, no
intentando, mediante ciertos chalaneos, volverte
a dar las ramas que te han sido cortadas.
Unificación de mi ser, obra divina que escoge entre todas las posibilidades aquella que será
la real y que lo hace como un compositor escoge,
para cada instrumento, la nota que sostendrá; adoro en ti la sabiduría de Dios y la finalidad del
mundo en él. Así, todas las plumas de la flecha,
severamente recortadas y podadas, están hechas
para su punta, y todo lo que yo soy tú me lo has
dado y unificado, Dios mío, para guiar y nutrir
la única ráfaga de mi alma, su nota eterna.
Tu acción unificadora, Señor, informa todas
las circunstancias que vienen a atravesar mi vida,
todos los acontecimientos que chocan con ella y
las inspiraciones que la visitan. Tu providencia
puede cubrirse de las violencias del viento y de
la tempestad, que podan el sarmiento con la brutalidad de su sacudida. Tu mano misericordiosa
puede también desecar por dentro las ramas, lo
mismo que no deja de hacer brotar, en lo íntimo del ser, las flores y madurar los frutos.
Nos castigas con un corazón de Padre, haciendo soplar sobre nosotros el huracán, sepultándonos en nuestra nada, dejándonos desvanecer
por cierto tiempo en la inconsistencia de nuestro
ser y nuestros vanos pensamientos. Qué maravilloso además tu toque maternal. Extrae su magia
soberana del contacto creador que hace que, en
Dios, todo lo que es, se sostiene.
Bajo la acción de tu continua y vigilante presión, el corazón se lía y se deslía, tal deseo se
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225
deseca y tal otro se acrecienta, tal amistad se
anuda y tal otra muere.
Bajo tu eficiencia, la inteligencia se abre o
se cierra y la pasión de conocer, como deja el nómada su viejos pastos, encuentra a aquellos en
los que, de la verdad, nace el amor.
Mano divina que poda mi ser, te adoro y me
entrego a ti como a aquella que me hace.
*
*
*
Señor, frente a estas perspectivas de vida,
enséñanos a permanecer puros. En esa pureza que
proviene de ti y que tú exponías a tus apóstoles:
"Ahora sois puros, a causa de la palabra que os
he dicho".
Pues bien, sé que no basta con querer la vida. Los judíos nacionalistas, también ellos, la
querían y su odio mezquino y la exaltación de
su orgullo de raza no eran otra cosa que un fervor de vida mal orientado. En nuestra época, tan
fecunda pero tan enervada y vertiginosa que, en
menos de cien años, ha visto cambiar la faz de la
tierra y posiblemente el corazón humano más que
en decenas de siglos en el pasado, no faltan hombres que conocen la alegría de vivir y el fervor
de unas inmensas esperanzas.
Pero en ti, pureza esencial, sólo en ti, en tu
amor, en tu palabra, Señor, esa fuerza de conquista desafía todo lo que pretende torcerla hasta
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desviarla. Sólo en ti puede conocer la rectitud
que le permite permanecer siempre siendo ella
misma y apoyarse sobre todo lo que ha sido, para
ser cuanto debe llegar a ser.
No me dejes que me pierda en los complicados dédalos de la acción y de sus empresas; no
me dejes ser absorbido por el ilusorio espejismo
que hace de un hombre el siervo de sus pasiones dominantes, el esclavo del personaje social
de que se revistió, el paje de un público y de
una clientela, el eco sonoro de las codicias del
hombre y de la masa, de una clase social o de una
nación. Haz de mí un hombre recto o íntegro,
incorruptible por su misma fuerza de alma, pero
también, para ser fiel, haz de mí un amigo tuyo.
Enséñame a ser manso y humilde de corazón, pero
dame también esa pasión por tu casa, que devora.
Une en mí la pureza y el ardor. Junta en mí el
espíritu de las bienaventuranzas al entusiasmo de
los profetas.
*
*
*
En ti conoceré esa unión. Permanece en mí y
concédeme el morar en ti.
Sumisión que me hace ser tuyo, Señor, pues
tú eres el medio en que mi pureza aumenta como
el cristal en el agua.
Mora tú en mí, Dios mío, tú eres el fuego interior que forja mi fervor.
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Misterio inefable de la unión del hombre con
su Dios.
Movimiento humano en el que el hombre asegura su rectitud.
Movimiento divino en el que Dios hace del
hombre el creador de la creación continuada.
APACIENTA MIS OVEJAS
Después de comer, dice Jesús a Simón
Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más
que éstos?». Le dice él: «Sí, Señor, tú
sabes que te quiero». Le dice Jesús:
«Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan,
¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú
sabes que te quiero». Le dice Jesús:
«Apacienta mis ovejas». Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?».
«Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?», y
le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú
sabes que te quiero». Le dice Jesús:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en
verdad te digo: cuando eras joven, tú
mismo te ceñías, e ibas donde querías;
pero cuando llegues a viejo, extenderás
tus manos y otro te ceñirá y te llevará
adonde tú no quieras».
Con esto indicaba la clase de muerte
con que iba a glorificar a Dios. Dicho
esto, añadió: «Sigúeme» (Jn 21, 15-19).
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Por las palabras recogidas en este texto, Jesús confirmó a Pedro en sus poderes de jefe de
la iglesia. Cada cristiano puede meditar y en cierto sentido aplicarse estas palabras, ya que también una vocación especial se le señala a cada
cristiano, en la iglesia, de hacerse cargo de sus
hermanos.
"¿Me amas más que éstos?"
A menudo, Dios mío, planteándonos una pregunta así, hemos tenido el primer presentimiento
de una vida que podría ser, que sería entera para
ti. "Más que éstos", es decir, más que todos los
que nos rodean, que llevan la misma vida que
nosotros, en el mismo marco cotidiano. Pregunta
en la que entra a menudo más sencillez y generosidad espontánea que orgullo. Sí, Señor, queremos amarte más que lo que lo hacen los demás.
"Más que los demás", porque éste es el deseo
del pequeño que ama y que quiere complacer.
Y si hacemos "más que los demás", Dios mío,
porque lo hayamos querido o, aunque no pensáramos en ello, pronto llegará un día en que tomaremos conciencia de que no somos ya de hecho
totalmente "como los demás".
¿Por qué ocultárnoslo, ya que será verdad?
Será preciso pensar entonces en lo que pretendes
hacer de nosotros y nos plantearás la segunda pregunta:
"¿Me amas?"
Hace falta haber vivido mucho para que esta
pregunta se nos plantee con sentido real.
Amar, para quien no ha luchado o sufrido
aún, ¿qué sabe lo que es eso?
"Más que los demás", porque al menos es un
punto de partida concreto, una fórmula que preserva del irrealismo y de los buenos deseos vaporosos.
Debo plantearme esta cuestión olvidándome
de toda otra cosa que de ti y de mí. ¿De qué
me servirá ahora pensar en los demás para compararme con ellos? Pues ahora he descubierto un
poco lo que es el amor.
Dichosos los hombres que piensan en los demás para amar a Jesús más que ellos lo hacen;
hay tantos que no piensan en los demás más que
para reafirmarse en su mediocridad.
Desde hacía ya tres años, Pedro te seguía y
tú le preguntas si te ama. Porque a pesar de todo
se plantea la cuestión.
"Más que los demás", Dios mío, querríamos
servirte mejor que ellos; seremos el que se brinda
a todas las tareas, el que avanza siempre.
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Cuan grande es este amor que esperas de nosotros. Tres años de fiel servicio no serían frente
a él más que un testimonio muy imperfecto, y tú
quieres, Dios mío, la promesa del hombre, del
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hombre que ha vivido, que sabe lo que dice y
que compromete el porvenir, el porvenir desconocido con una sincera promesa: "Sí, Señor, te
amo".
"¿Me amas?"
Hay algo de angustioso en esta insistencia,
pero el objeto bien vale la pena. Y es así como
nos interroga Jesús a todos.
Vas a irte, Señor; ¿te dejarás a tu lado a las
personas que te aman? Todo el quid está ahí,
pues ya no mantendrás a los hombres más que
con el lazo de un amor espiritual. Tu obra depende de ello, aquella por la que diste tu vida.
Y si no te aman aquellos a los que formaste
y mantuviste a tu lado, ¿quién podrá amarte?
"Señor, tú sabes que te quiero".
Pedro recurre a la ciencia de Jesús; hace un
acto de humildad; pero hace también un acto de
confianza y de fe en su amor: no dice "Tú lo
sabes todo; tú sabes si yo te amo", sino "que
yo te amo".
Sin embargo, Pedro había caído, había renegado de Cristo; pero no renunció sin embargo
a amarle.
Enséñanos, Dios mío, a no embarazarnos con
el pasado; el pasado, pasado está, y el porvenir
se abre ante nosotros y en él podemos amarte.
Líbranos de toda búsqueda vana y paralizante. Da232
nos la santa confianza: primero, confianza en ti,
sobre todo, pero también un poco de confianza en
nosotros mismos, confianza en nuestro amor por
ti en el que creeremos con los ojos cerrados como creemos, porque creemos en tu amor por nosotros, que tú confías en nosotros.
"Apacienta mis corderos".
Señor, te he seguido tres años; me enviaste
y prediqué la palabra a los hombres.
Pero ahora tú te vas y me dejas solo.
Solo, es decir, con la carga personal de toda
esta obra, en la que ciertamente he trabajado ya,
pero sin sentir su peso, ya que tú estabas allí y
la habías tomado enteramente sobre ti.
Solo, frente a las iniciativas a emprender.
Solo, sin nadie que me apoye, sino debiendo
por el contrario servir de apoyo a muchos.
Yo seré el que aconseje, el que dirija, el que
reafirme. Pobres corderos, si pudieran conocer
el corazón de su pastor...
Hijo mío, ¿tú me amas? Todo está ahí. No
te he pedido otra cosa. Y es que basta con eso.
No es que el amor supla a todo, de inmediato.
No, no suple ni a la inteligencia, ni a la vivacidad del espíritu, ni a la seguridad del juicio, ni
al don de la iniciativa. Más valdría que poseyeras
todas esas cualidades que no tienes; pero estoy
233
forzado a aceptar a las personas como son; ¿no
es verdad?
Y el amor permite adquirir con el tiempo todas esas cosas, pues establece entre el hombre y
yo una maravillosa comunicación y mi poder se
transfunde en él para hacerle florecer y hacerle
fructificar.
¿Qué no podré hacer yo del hombre sí me
ama y me permite trabajar en él?
Y si no me ama, ¿qué podré hacer?
Y en verdad no hay muchos que me amen
como yo deseo.
"Apacienta mis corderos".
Señor, ¿qué quieres decir? Y Pedro, que recibe así su misión, no sabe aún en qué consistirá
ésta. Posiblemente concibe alguna expedición apostólica como las anteriores o una especie de vigilancia sobre los amigos que Jesús va a dejar. Pero
¿puede ver ya desde ahora a san Pablo en camino,
a esa Roma que le espera a lo lejos, a todos los
pontífices que en él reciben su suprema investidura? ¿Piensa que los corderos de Cristo son
todos los hombres de la tierra?
Los corderos son alegres, despreocupados; retozan en torno al pastor. Y el pastor que ha vivido mucho sabe muchas cosas que no saben los
corderos, sustenta muchos afanes que ellos desconocen. Pero es feliz con su alegría; sabe que precisan de él; y esto no le molesta.
Danos, Señor, un alma suficientemente desprendida, lo bastante pura para que la vida y
sus pruebas no nos vuelvan a encerrar en nosotros mismos ni nos enfríen, a fin de que seamos
siempre capaces de irradiar la alegría, incluso cuando el dolor y la tristeza estén dentro de nosotros.
"Apacienta mis ovejas".
Se encuentra mucha gente que sabe apacentar
corderos. Qué pocos pueden apacentar ovejas.
Es relativamente sencillo lanzar a los jóvenes
por el camino de las primeras generosidades; lo
es mucho menos ayudarles a perseverar en él cuando se plantean las primeras dificultades y cuando
es preciso, para mantenerse, una mística que no
hace caso de palabras y en la que la cruz tiene
su lugar.
Y sin embargo son las ovejas las que constituyen la fuerza y el valor del rebaño.
Así nos confías, Señor, tus tareas. El tiempo
nos revela qué quieres de nosotros.
"Cuando eras joven, ibas donde querías".
Pero tus palabras no son limitativas. ¿Quién
puede fijar un límite a las ambiciones, a los grandes deseos que tienes sobre nosotros?
Pedro no utilizó tan mal esta libertad primera, ya que se puso totalmente al servicio de Cristo. Sin embargo, esto no era sino el principio.
234
235
Símbolo de las primeras andaduras, en las
que el hombre aún libre se entrega a Cristo, va
hacia Cristo como iría hacia cualquier otro maestro. Y sin estos pasos primeros nada tendría su
acabamiento.
En una muerte que no es el aniquilamiento,
sino el testimonio y la fidelidad supremos, la consumación de todos los sacrificios precedentemente
aceptados, la renuncia a las últimas posesiones y
la vuelta a ti, tras del más puro servicio.
"Otro te llevará adonde tú no quieras".
Concédenos, Señor, conocer algún día una
muerte así.
Pero, ya al final, Dios ha asido al hombre
que se ofreció a él. Y, en cierto sentido, éste ya
no es libre.
Siempre puede retirarse, decir no, rehusar servir, pero tal cosa no ocurriría sin un impulso que
le trastornaría y le hundiría en lo más hondo de
sí mismo.
Ahora es Dios quien se encarga de su perseverancia y sus progresos. Por caminos por los que
él no osaría avanzar solo, le conducirá y conocerá allí sus últimos desprendimientos.
Le conducirá desde fuera y las circunstancias
del mundo se convierten en las servidoras y los
dóciles guías del hombre plenamente resignado
a la voluntad de Dios y que está en su sitio.
El conducirá por dentro, pues en el gran silencio que una vida de desprendimiento habrá
establecido dentro de él, la voz de Dios podrá
hacerse escuchar sin cesar y sin discusión.
"La clase cié muerte con que iba a glorificar
a Dios".
Ahí acaba toda vocación.
236
237
y vivieran sus antepasados, parecerá sin embargo
al mundo extrañamente nueva, y como tal, la rechazarían muchos sin haberla reconocido.
Nosotros también, Señor, cuando nos tomaste, no supimos a dónde nos llevabas. Pero tú lo
sabías por nosotros y es tu corazón el que querría
yo conocer aquí.
Tu amor, tu ternura hacia los que así parten
por ti.
FRENTE AL MUNDO
Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10, 16).
Eres tú, Señor, quien les dice eso; ellos mismos, con su generosidad y su entusiasmo de conquistadores, ¿habrían dudado de ello?
Tú sabes mejor que ellos la extraordinaria
aventura a que acabas de lanzarlos. En torno a
ellos, todo les sonríe aún y posiblemente se creen
buenos y honrados judíos como los demás, un,
poco más devotos solamente... Pero la palabra
que has depositado en ellos como un fermento
tiene otras exigencias: un día lo verán, sabrán que
los has aislado, separado, constituido en predicadores y apóstoles de una nueva doctrina que,
siendo la viva continuación de la que practicaran
238
Tu mirada que les sigue a lo largo de las diversas rutas, lejos de ti, expuestos ellos mismos a
tantos peligros, desdichados en ciertos momentos
sin saber por qué, como niños, a veces tentados
de pararse, bloqueados por el estúpido accidente
que no supieron prevenir; en otros momentos,
sentados al borde del camino para reflexionar
en su vida extraordinaria, repasando en su espíritu lo que dijeron, meditando sobre lo que se
les respondió, meditando sobre la apatía o la
inexplicable hostilidad de los hombres, descubriendo dolorosamente la paradoja, aparentemente invivible, sobre la que su vida se edifica: un amor
oculto y dubitativo. Y entre sus manos inhábiles
y desdichadas, el mensaje divino que tú les entregaste, su desmañado esfuerzo para expresarlo,
su extrañeza y su escándalo siempre renaciente
ante él, cuando lo miran para sí y no para los
demás. A pesar de ello, la fuerza secreta que
tira de ellos. Y su vuelta hacia tí. Tú ves también,
Señor mío, las súplicas de tus apóstoles hacia el
239
maestro que les ha enviado y les sigue con su
amor oculto.
Todo esto en tu corazón, Señor, todas esas
vidas de hombres que en él se reflejan y que
en él llevas, todo eso lo tienes en tu corazón
cuando les dices a tus apóstoles: "Mirad, yo os
envío".
Os envío, frase muy austera, ya que implica
la separación, la ausencia, la marcha de esos pequeños, de tus hijitos, como antes les llamaste,
tan poco formados. Pero la obra así lo exige y,
si se mantienen, se formarán: yo no os dejaré
huérfanos.
El amor que brilla en las inminentes separaciones está en tu corazón en este momento, Señor,
y porque lo tomas de testigo señalas la hora: "Mirad, yo os envío". Exprésanos, Jesús, ese amor
con que nos sigues... Pero el amor no se expresa
ni se explica, se sabe, se le concede confianza.
Señor, haz que crea.
Señor, ¿cómo meditaría hoy en otra cosa que
en ti? ¿No eres toda mi vida, mi todo? ¿Cuándo sabré verlo todo en ti? Por tanto, ¿cuándo
todo me referirá a tu persona, a tu amor? Quiero
contemplar en tu corazón esos consejos que dabas a tus apóstoles y que, a través de ellos, me
alcanzan a mí. ¿Cuándo veré pues este mundo
con tus ojos, tu corazón, tu experiencia, para conocer los estremecimientos de tu amor oculto?
240
Junto a una persona amada, ante un gran paisaje, lo que sobre todo me interesa es ella y lo que
a ella le agrada en él, y el paisaje no me distrae
de ella, ni ella de mí, sino que nos une a ambos.
Así querría yo estar cerca de ti ante ese mundo
que amas, pero que todavía está tan lejos de ti
y al que envías a tus discípulos, tan débiles; lo
miraré, Señor, apretándome contra ti y nos juntaremos a mirarlo.
Y viste a tus hijos, en ese mundo, como ovejas en medio de lobos.
Señor, es ésta una terrible frase y, si no la
hubieras pronunciado tú mismo, no habría osado
yo decirla nunca. Yo que deseo tanto considerar
con confianza a todo el mundo en torno mío,
lo que es mucho más dulce para el corazón y
más reconfortante.
Sin embargo, en ciertos momentos, habiéndome lanzado a la acción por ti —¿no fuiste tú el
que me enviaste?— he conocido la verdad de esta
frase, de tal modo me he sentido ante los hombres solo y como vencido, desterrado y hasta extranjero.
Cuando les he visto en medio de sus riscos
mobiliarios, totalmente ocupados en alcanzar un
lujo confortable, laboriosa y pacientemente acumulado, he sentido en sus ojos la altanera seguridad que tales posesiones dan al hombre y, por
no tener yo esas riquezas, me he sentido al lado
de ellos muy pequeño. Me despreciaban e incluso
241
me imponían su desprecio. Viven, pensaba yo,
indudablemente felices, en cualquier caso orgullosos; la sola cosa que ocupa mi corazón, ellos
la desdeñan y la desprecian. ¿Qué soy yo en ese
mundo?
Otros me deslumhraron por su genio práctico. No hablaban más que de dinero, de progreso, de combinaciones ingeniosas, y porque estaba
yo en todo eso menos fuerte que ellos, me seguían
despreciando y me superaban. Pero mi propia riqueza, ¿cómo expresarla? O, es que, en verdad,
¿no vale para nadie?; ¿acaso sueño, como un
niño, con tesoros imaginarios?
Otros —sin embargo de éstos había pensado
hacerme comprender— me consideraron compasivamente desde que empecé a hablarles de vida interior y de ti. Y ante el tinglado minuciosamente
ajustado de sus organizaciones, ante la extensión
de su obra, ante los resultados que daban por
descontados y que obtenían, me vi solo y desnudo, iluso, estéril, casi ridículo a pesar de mi buena fe. Me arrojaban tu nombre y mis palabras
para condenarme sin decírmelo y relegarme. Su
compasión me hizo más daño que el desprecio
de los otros.
Esta impresión de vivir en otro mundo, en
desarmonía, de no estar en planos distintos, ciertamente, pero semejantes, aunque fueran antagonistas, sino de estar en planos radicalmente irreductibles uno al otro, de tal modo que no pudie242
ran sino ignorarse. Se mantiene ciertamente algún contacto, se charla agradablemente, se pone
cara de no ver nada extraño, pero cuan profundamente dividido se está. Un amor diferente hay en
mi vida. Qué daño me hacen. ¿Estás tú en su
corazón?
Entre el lobo y la oveja no hay otra conversación posible, a no ser que el lobo se coma a
la oveja. Tras algunas de estas experiencias, he
aprendido bien que estamos en el mundo como
ovejas en medio de lobos; por eso dudan los
hombres y tus servidores perseverantes son tan
raros.
Señor, después de haber visto a estas personas, he vuelto junto a ti, oveja al lado del pastor
entre las otras ovejas. Allí he reconocido claramente que estaba en la verdad, me lo has dicho
tú y me lo has hecho comprender todo. Si somos ovejas, débiles y hoy vencidos, no es como
el mundo se imagina y quisiera persuadirnos de
ello, no es porque en esencia seamos unos inadaptados, unos soñadores o hasta unos dimisionarios resignados, decepcionados por la vida, buscando su consuelo en la esperanza de alguna felicidad retributiva y alejada. En esta tierra, en
el porvenir de esta tierra, sobre esta tierra, creemos nosotros más que ellos. Tú creíste en ella,
Señor, y fue para prepararla para lo que nos enviaste como ovejas en medio de lobos y no queremos convertirnos en lobos.
243
Si hoy somos débiles y despreciados, es justamente porque somos del porvenir, porque hemos edificado nuestra vida sobre los valores del
porvenir, sobre aquellos que no se cotizan al
cambio actual, porque somos esperantes dentro de
un mundo de instalados. El porvenir, tímido como un joven, frente a estos posesores bien establecidos que lo desprecian y lo odian con un
secreto temor inconfesado, el porvenir candido
e indefenso, sin organización ni medios porque
justamente es el porvenir, ese porvenir que ellos
indudablemente querrían impedir que naciera, pero que sin embargo será y que, un día, les salvará si no quieren perecer.
No, lo que espero yo es de otro orden y si
las olas innumerables han arrojado su brillante
polvareda sobre la arena que por un momento parecen conquistar, ineluctablemente se retiran todas y sin embargo la marea sube y un día lo
cubrirá todo, segura e inevitablemente.
Qué vida tan dura la que nos es preciso vivir, en este mundo en camino de subida hacia la
luz, pero que se aferra y quiere establecerse en
cada una de las etapas que cubre, que odia a todos los que le llaman más lejos, que reniega una
y otra vez del impulso espiritual que le ha llevado allá donde está, y al que le debe todo, su
confort, su seguridad, sus ideas, su moral. Los fariseos de hoy levantan túmulos a los profetas que
mataron sus padres y lapidan ellos mismos a los
descendientes de aquellos profetas.
Señor, tú viniste entre nosotros en una época
en que, para vivir, el hombre posiblemente no
conocía todavía, por experiencia, cuánto precisaba de ti. Su vida era aún plenamente individual.
Seguía su destino propio con su familia, en su
pueblo. Sólo dependía del medio que le circundaba y sobre el que tenía la impresión de poder
actuar. Y su existencia tenía la estabilidad de lo
que siempre ha existido, apuntalado sólidamente
por una tradición que le dictaba sus comportamientos y sus decisiones en todas las circunstancias
de su vida. Gracias a esta tradición, era religioso; merced a ese tesoro de religión acumulado
progresivamente en su corazón por siglos de disciplina y fidelidad, era natural y espontáneamente
religioso. Ocurría claramente así. Gracias a ese
aplazamiento, tuvo tu religión tiempo de madurar, de recopilar tu maravilloso mensaje, el tesoro de tu vida.
El porvenir, palabra maravillosa en la que se
mecen todos los que esperan, encanto que endulza la opresión de hoy, ¿no es un espejismo?,
¿vendrá algún día? He visto tanto de ello en
la historia de esas renovaciones cristianas a las
que ha seguido una nueva caída...
Pero los tiempos han cambiado; el hombre se
ha hecho cada vez más solidario de la multitud
de los demás destinos humanos; su existencia
depende de la organización del mundo tanto como
de la de su familia y de la de su pueblo. Depende
de la armonía de un conjunto sobre el que le
244
245
es difícil imaginar siquiera que pueda ejercer la
menor acción. Y la religión natural de sus padres
ha desaparecido, no dejando tras de sí más que
algunas caricaturas de cristiandad, algunas migajas de moralidad y algunos vestigios, a menudo
falsos, del ideal cristiano. Frente al hombre se
alza ya el angustiado temor de un determinismo
fatal que le aplastará finalmente. En él se ahonda ya trágicamente a veces la desesperación de la
nada. Sin embargo, no ha sonado aún la hora
en que la generalidad de los hombres será presa
del vértigo liberador, frente a las angustias individuales y colectivas. El mundo aún cree poder
vivir y durar sin ti, Dios mío, pero no ocurrirá
siempre así. Esto podría durar aún algún tiempo,
sin ir hasta extremos impensables. ¿Y cómo no
desesperar si no eres tú la salvación de este mundo, objeto de tu obra? Yo lo creo, Señor, porque tú eres un Dios verdadero y real. Y lo mismo
que no es posible que nada pueda desarrollarse
armoniosamente y hasta el fin, fuera de lo real,
lo mismo resulta imposible que nada real sea
condenado a encallarse lamentablemente en el desorden, ya que tú existes.
Y aguardo ese día en que estarás otra vez
presente en la organización de este mundo, Dios
mío. Y no sólo porque tu ley sea mejor conocida y respetada, ni sólo por el exacto conocimiento que tendremos de tu papel en medio de
nosotros; tú que no sólo estás en el comienzo
de todo lo que es, sino que debes aún sostenerlo
246
continuamente en el ser. Entonces, nos habrás enseñado y la humanidad habrá comprendido que
sólo el lazo de la caridad, más allá de todos los
soportes administrativos, de todas las habilidades
de los técnicos, puede sostener a ese gran cuerpo
tendiendo hacia ti, con su dedo tanteante que
te llama.
Se ahondará entonces en ella, quedamente,
torturante como el hambre, la necesidad de amar.
Necesidad no contingente como un capricho
que se apacigua con el tiempo o se satisface con
otra cosa, sino necesidad metafísicamente fundada, tan ligada al corazón del hombre como éste se
halla ligado al resto de lo real. Necesidad que es
en él un reflejo de la inalterable realidad, de la
que se impondrá definitivamente a todo hombre
y cuya universal presencia hace el cielo y el infierno.
Sí, cuanto
más será presa
dad cada vez
más entera, de
más hombre se haga el hombre,
de la necesidad, y de una necesimás explícita, más dominante y
amar.
Entonces ¿quién le explicará esta necesidad
de siempre, pero sólo entonces conocida así?;
¿quién podrá decirle que desde todo tiempo fue
conocida por los mejores y que una larga tradición, muchas veces milenaria, vivió del ejercicio
de este amor y no fue por él decepcionada?;
¿qué voz contemporánea se elevará para esta humanidad —que no busca ya su salvación en los
247
libros— para decirle que el absoluto personal al
que aspira, está vivo?; ¿quién le revelará el Dios
oculto que es el amor?; ¿quién le dirá que tú,
Señor —qué lejana estará ya tu historia terrena —no has sido un muerto como los demás, sino
que eres la vida?
Nosotros, gentes de hoy, perseguidos y despreciados por nuestro tiempo por lo que ellos
llaman nuestras quimeras, ovejas en medio de
lobos, muertos desde hace tanto tiempo —pero
nuestro mensaje seguirá vivo—, habremos sido
los guardianes, los portadores y los transmisores
de este amor que llama a la humanidad, sus testigos y el instrumento de su salvación.
Señor, reforzado con esta esperanza —era la
tuya—, me he convertido en mi vida cotidiana
en un despreciado, en un combatido, oveja entre
lobos y, en la serenidad de mi optimismo vencedor, no he encontrado lugar para el odio, refugio
de los débiles y los descorazonados. "Era preciso
que Cristo sufriera todas esas cosas, que sufriera
y muriera", les dijiste a tus discípulos en el camino de Emaús. Y yo he comprendido que, en
esa lucha larga y al fin victoriosa, muchos han
de morir y ser aplastados. Así cae herido el soldado en el asalto del que saldrá la victoria. Mañana un pueblo entero rezará sobre su tumba.
Mañana, ellos sabrán que el porvenir de la
tierra estaba ligado a nuestro mensaje, que nues248
tros esfuerzos y nuestra perseverancia han conservado para ellos el tesoro esencial.
Y como a los otros profetas, nos levantarán
tumbas...
Señor, ¿por qué estoy triste? Es que mañana
estaré muerto y no habré visto la victoria. Por
mi vida, ¿por qué habré nacido hoy? Esos desprecios, esas incomprensiones, esas mezquindades, esas persecuciones... Mañana, tú vencerás;
pero hoy, impiden que el bien se realice y a las
almas, que se eleven; destrozan mi propia vida,
puesto que mañana estaré muerto.
He recordado entonces que esta tristeza ante
el mal inevitable, tú mismo la soportarte y conociste en el fracaso de tu vida, tú el supremo fuerte, en Getsemaní, y si esto no suprimió mi sufrimiento, al menos al sufrirlo —y se volvió menos amargo— me he sentido en tus brazos y sobre
tu corazón, Señor mío.
Señor, te amo desde ahora, a ti el triunfador
del porvenir; eres desde ahora mi amado, mi vida.
Cuando veo a los que me persiguen, me desprecian y me atan, sé que tú vencerás mañana
y que hoy estás conmigo.
¿Con qué ritmo, Señor, me envías a ese mundo, oveja entre lobos, para preparr en él tu reino
y me vuelves a llamar al seno d¿ tu amor?
Pero ése no es un ritmo, un vaivén en el que
por algún tiempo te perderé. Como frente a un
249
gran paisaje, como en una obra en colaboración,
nuestras almas están unidas.
Vivir hoy como se vivirá en el porvenir, inaugurar sobre esta tierra, en medio de los sufrimientos, una nueva humanidad y ello porque hemos sabido, más que los otros, ser dóciles al atractivo del amor, a tu atractivo.
EL VERDADERO APOSTOLADO
El apostolado no es una empresa humana en
la que la entrega, el tacto y la inteligencia basten.
Concédeme, Dios mío, comprender que es ante
todo un esforzado abandono a tu voluntad que
te permite actuar a ti mismo, a través mío.
*
*
*
Hijo mío, has dado tu tiempo, tu esfuerzo,
tu dinero, para lo que llamabas mi obra. Has
intentando ganar y mantener amigos. Has sido un
propagandista celoso y generoso. Al principio actuabas por amor. Ahora te ocurre que me olvidas
al realizar esa obra. Lo que has hecho hasta ahora
no te basta, ni me basta a mí.
Has expresado ideas, refutado argumentos,
confesado entusiásticamente la paz, la pureza y
la alegría que te he dado. A tus hermanos incré250
251
dulos les has invitado: "Venid con nosotros, veréis qué felices sois". Muchos no han querido esa
alegría que adivinan tan diferente de la alegría
del mundo. Otros, posiblemente los mejores, han
rehusado entrar en una agrupación, a pesar de
las ventajas que con ello hubieran podido obtener.
Quieren otra cosa.
Lo que piden no son tus ideas ni tus sentimientos. Lo que buscan oscuramente es la verdadadera vida. Yo soy la vida. Es preciso que me
encuentren en ti. Los hombres verdaderamente
vivos no quieren ni ideas, ni consuelo, ni ventajas de ningún género, quieren la vida divina. He
aquí la inmensa, la única necesidad de los hombres.
Cuando comprendas esto, te asustarás. Hasta
ahora sólo has dado lo que poseías. Ahora no
puedes contar ya con tus propias fuerzas. Cuando
intentes dar mi vida a los hombres, soportarás
la angustia de no tener nada que decir, nada que
dar. Sentirás dolorosamente tu vacío. Entonces
tus palabras sonarán a falsas en tus oídos. Sintiéndote incapaz de dar a los hombres lo que esperan, intentarás atraértelos o retenerlos tomando
cara a ellos un aire comprometedor y lisonjero.
Y sufrirás mucho con esta actitud forzada y falsa.
Tranquilízate. Hay que comenzar por esos sufrimientos. Supone mucho intentar hablar de mí y
querer hacerme conocer. Si no me amases ya, te
irías a lo más fácil y estarías tranquilo. Tu deseo
de servirme, de verdad, más allá de tus propias
fuerzas, es lo que deseo de ti.
252
Cuando te sientas aplastado por tu impotencia, es cuando podré comenzar a actuar a través
de ti sobre los hombres. Tu espíritu se abrirá a
la verdadera vida. Habrá en ti como una nueva
claridad, hasta entonces apenas insinuada. En una
misma visión comprenderás que no eres nada y
que lo puedes todo. Algo, en lo más hondo de
ti mismo, te dirá que yo puedo y quiero actuar
por ti. Confía en mi palabra. Tus ojos carnales te
muestran los obstáculos, la inmensidad de las
necesidades y tu impotencia. Pero, frente a las
necesidades del mundo, presientes claramente, si
sabes escucharme en lo profundo de tu espíritu,
que cuento contigo, que te necesito, que depende
de ti que mi voluntad se haga, que los verdaderos
obstáculos provienen de ti mismo y que si haces
el gesto total de abandonarte, a pesar de todo lo
que pueda retenerte, por ti les será dado a los que
tienen hambre.
No resistas más. Consiste en hacer no sólo
lo que puedes tú, sino lo que yo puedo. Yo por
ti. Entonces conocerás un grado de desprendimiento que aún no sospechas. Me entregarás tus
actos incluso.
*
*
*
A cambio, yo te comunicaré el amor verdadero a los hombres. Te enseñaré a descubrirlos, a
verlos como los veo yo. Entonces sabrás man tetenerte junto a ellos, atento a su petición incluso
poco claramente formulada. Aprenderás a callarte
253
cuando tengas ganas de hablar y de brillar. No
intentarás evitar a cualquier precio el silencio,
insoportable para tu alma si no está llena de mi
presencia. Hablarás para responder y para dar,
incluso aunque no querrías hacerlo. Cuando sorprendas en tu hermano un rehusamiento, un fallo
o algo de malquerencia hacia ti, aceptarás con
amor el sacrificio que te supondrá.
Cuando estés establecido así en mí, no recurrirás ya sólo a la razón o a la memoria para aconsejar, ni echarás mano de unos preceptos válidos
para todos en todos los casos. No dirás ya sólo lo
que no hay que hacer, sino lo que hay que hacer.
Cuántos, a pesar de evitar faltas graves, construyen su vida fuera de mí. La elección de un
puesto, un matrimonio, una enfermedad, deciden
sobre el valor religioso de una vida. En cada una
de estas encrucijadas podrás mantenerte junto al
hermano, lleno de tacto y de amor, para mostrarle
la solución cristiana de los problemas que encuentra y hacerle conocer interiormente mi voluntad.
Cuando hagas eso, amarás verdaderamente a cada
hombre por sí mismo, pues de ese modo le ayudarás a descubrir el valor de su vida.
Cuando conozcas el inestimable precio de un
hombre, podrás ayudar a aquellos que parecen
estar más alejados de mí, darles el consuelo, los
cuidados y el servicio que piden. Así actué contigo al principio. Te he dado amigos, he nutrido
tu inteligencia. La menor de las humanas necesidades es para mí una llamada. Te enseñaré a oír
254
esa llamada. En el enfermo que quiere la salud hay
más que un cuerpo enfermo, está la angustia, la
esperanza, la necesidad de vivir, la necesidad de
amar del alma que habita ese cuerpo.
La intención amorosa del que da, la confianza
despertada en el que recibe, tienen más valor que
el objeto dado y recibido. Si careces de fe, no sabrás ver el espíritu del que pide y darás el bien
por debilidad, tal vez por tranquilizar tu conciencia, y de lo que así des, separado de mí, quien
lo recibe hará sin duda un uso egoísta. Como tú,
hará descansar su mirada sobre el objeto que entregas. Se instalará perezosamente en el bienestar material o moral que le procuras. Lo que se
da fuera de mí, se recibe fuera de mí. Es "en mi
nombre" en el que es preciso ayudar a los hermanos. Sin mí nada puedes hacer.
*
•&
*
Cuando estés pronto a sacrificarlo todo para
que mi voluntad se haga, cuando de verdad intentes darme almas, te hablaré, no como a un
siervo, sino como a un amigo.
Te hablaré en lo íntimo de tu corazón. Esa
voz inefable que te guía y te fortalece cuando actúas únicamente por deber, acabará siéndote familiar. Te revelará el precio incomparable de la
acción que te pido. Dichoso el que oye esta voz,
cuando trabaja, escribe o habla. Ve, bajo una
luz totalmente interior, que mi voluntad es clara255
mente que pronuncie tal palabra, que haga aquel
esfuerzo. Siente, con una intuición totalmente
viva, que yo informo su actividad. Sus actos adquieren una plenitud especial. Son verdaderamente los frutos por los que pasa toda la fuerza del
árbol, que se desprenden de éste llegados a la
madurez y que alimentan a quien los toma. Dichoso el que lleva consigo tales frutos. Sus ideas,
sus sentimientos, sus actos, están acabados y consagrados y tienen en sí mismos su autoridad. Dichosos los hombres de quienes puedo sacar un
sonido tan puro porque los deseos, los temores
y las satisfacciones egoístas se han acallado en
ellos. Dichoso aquel que ya no es atenazado por
el sentimiento muy secreto y muy seguro de dispensar su vida en una agitación vana.
Ya no te hablaré como a un servidor que,
aceptando la obligación de servir, limita su vida.
Has tenido a veces miedo del apostolado, como de
algo que estrecharía o desecaría tu vida. Creías
que servirme era adoptar cierta manera de hablar,
ocuparse de obras, ir con cierta gente. Deja ese
temor. Cuidaré de ti como de un amigo. En el
servicio que te pido, en el interior de tu alma,
encontrarás tu acabamiento. Hijo mío, medita el
misterio de tu vocación. Te llamo a hacer todo
aquello que, en lo más hondo de ti mismo, te
pareció inmensamente deseable, todo lo que soñaste desde tu infancia en tus mejores momentos.
Se establecerá una correspondencia única entre
tus profundas aspiraciones, tus aptitudes reales,
las condiciones en que te hallas y tu obra de cada
día. Y, día a día, descubrirás mejor lo que debe
ser la obra de tu vida. En verdad, tu vida igualará en plenitud a la del sabio y la del artista.
Soñaste una gran vida. Tu error sería quererla
grande para ti. Será grande si la entregas.
Aún no puedes saber cuál será la obra de tu
vida. A medida que tu personalidad se forma,
conocerás por la fe la misión que te he confiado
en mi plan de salvación del mundo. Entonces,
sentirás la alegría única del que descubre el puesto que eternamente ocupará en el cielo. Dichoso
el que conozca esta alegría final.
*
*
*
Dios mío, concédeme descubrir poco a poco el
sentido hondo y elemental de tu acción en el mundo. Guárdame del rehusamiento que esteriliza toda vida. Concédeme descubrir mi vocación única,
la que me has reservado desde toda la eternidad.
256
257
del templo mudo y sordo, abatido el corazón
más todavía que el cuerpo.
LA REDENCIÓN DE ZACARÍAS
Señor, ¿qué dirá la historia de tus santos?
Gustosamente se los imagina uno tan valerosos,
tan llenos de tu amor que se les ve penetrar derechos en el sol de tu gracia. Fácilmente se habla de sus éxitos, de sus milagros de fuerza y
de pureza. Pero lo que se ignora, lo que no se
quiere conocer es el combate en el incierto arranque, en los audaces riesgos que constituyen su
vida entera; el fracaso les tuvo, a veces largo tiempo, bajo la amenaza de una derrota total. El espíritu humano está hecho así. Le gusta lo armonioso y es un escándalo para su fe ver surgir la
santidad de un parto doloroso que hubiera podido
ser un aborto.
Y Zacarías, el hombre recto, justo delante de
Dios, cumplidor de todos los mandamientos y órdenes del Señor de un modo irreprochable, salió
Dime, padre del precursor, que en tu vida
triunfaste más allá de lo que habrías deseado, a
pesar de esta caída, más profunda que ninguna que
hubieras podido imaginar; dinos, segundo hijo
pródigo, el secreto de tu redención, pues después
de que los siglos han consagrado tu obra y la
obra de tu obra, muchos han iniciado como tú su
vida en la justicia de Dios y en su caridad ardiente y generosa. Muchos también han conocido
como tú, más tarde, tras un buen comienzo, la
dolorosa extrañeza de una inesperada caída o el
descubrimiento en sí mismo, sepulcral, de un alma
cuya vida desfalleciente se retirara poco a poco,
abandonándole, fría o inerte.
Tu hijo no conoció eso; la muerte le alcanzó
tan joven. Fue de aquellos cuyo fruto madura
rápidamente y es muy pronto recogido. No conoció la fatiga espiritual que entorpece y la traidora tibieza que vacía. Su vida fue de un solo
impulso hasta la muerte.
El hijo pródigo no conoció eso; su vida empezó demasiado tarde para ser muy larga. Es como
esos campos de simiente retardada que verdecen
en medio de trigos ya maduros y que se cosechan cuando se puede.
No, Zacarías, tú eres el patrón de aquellos
a los que en la infancia atenta llama Dios, de
los que no han sido engañados en la adolescen-
258
259
cia y a los que la vida no dominó con sus atractivos y distracciones; de aquellos de quienes se
tiene una buena opinión y que, sin embargo, decepcionan a Dios en su corazón, sin que lo sepa
nadie. Acuérdate de nosotros en esos momentos
escondidos y recuerda el día de tu falta.
*
*
*
¿Quién hubiera pensado, Zacarías, que un
día te faltaría la fe?; ¿no habías amasado tus
días con ella? Recuerda los momentos decisivos
que orientaron tu vida. Acuérdate de todos aquellos que te confirmaron en el largo camino del
sacerdocio. Acuérdate de lo que proclamabas a
tu alrededor y de lo que pensabas. Qué contradicción.
Aunque aquello hubiera sido algo tan nuevo
en tu vida, tan alejado de tus profundas aspiraciones, tan extraño a tu oración, algo que jamás
hubieras pensado o deseado, algo que no tuviera relación con tu vida, sería comprensible y uno
se lo explicaría. Pero, en definitiva, ¿no te dijo
el ángel: "Tu oración ha sido acogida"? No vino
a sorprenderte con una extraña revelación, Zacarías, sino que te anunció la coronación de tu
vida, lo que pedías desde siempre.
Y Zacarías, el hombre recto, el justo delante
de Dios, que cumplía todos los mandamientos
y órdenes del Señor de un modo irreprochable,
no tuvo fe aquel día del ángel, pues, en verdad,
260
su fe desgastada en la larga espera, fatigada por
una vida que descansa en sí misma, dormitaba en
medio de un sueño que podía ser el último. Y
él no lo sabía, pues jamás quiso saberlo. ¿Quién
hubiera podido pues dudar de ella?
Misterio de nuestra pobre vida. ¿Qué contradicción ocultas en nuestro corazón?; ¿por qué
sobrevivimos a nuestros más caros deseos?; ¿"por
qué las más fuertes aspiraciones de nuestra alma, aquellas que pesaron sobre nuestra vida y
la impulsaron hacia adelante, se desecan en nuestro corazón? Y llegamos a no desearlas ya, a no
servirlas más que porque antes fueron nuestras.
Ayer no ocurría así. De ellas surgían gracias de
fuerza que nos elevaban, sacándonos de nosotros
mismos. Ahora somos nosotros los que nos aferramos a ellas, como al viejo hábito, reliquia de
una juventud que ya no es, como migajas del
recuerdo de una grandeza pasada. Al fin llega un
día en que la vanidad de toda esta actitud estalla
en lo hondo del corazón de los más ciegos. Y ése
es el fracaso.
Muchos apresuran el maldito vencimiento. Tiran por la borda el recuerdo, en adelante desagradable, del ideal de las primeras horas, para
entregarse a lo que ahora les solicita en lo profundo de una carne que de joven se ignoró. Pero
todo el mundo se apercibe de ello, lo conoce y lo
disculpa. ¿No es esto la debilidad humana?
Muchos carecen de una voluntad lo bastante
estable para aferrarse, cueste lo que cueste, a
261
estos recuerdos pasados de una vida transcurrida
y protegerse con ellos. Poco a poco, la cosa trasluce y se revela. Y en la semipenumbra de las
cotidianas intuiciones, uno no se extraña de las
nuevas caídas, cada día más significativas. Uno
puede verlas para conocerlas, pero resultan aún
demasiado desdibujadas para tener la idea de
juzgarlas.
Pero hay otros hombres, los más fuertes, los
más potentes, que jamás, si no se les fuerza a
ello de rodillas, abandonarán su papel. Nunca sacarán tampoco partido de su decrepitud. Jamás
querrán dejarla traslucir hacia fuera. Incluso jamás querrán reconocerla. En unos es orgullo. Tierras ingratas, ¿qué lluvia podrá de ahora en adelante fecundarlas? En otros, es el secreto sufrimiento de una fe desilusionada que no fue lo bastante fuerte para mantener su confianza en Dios
hasta en la visión de la irremediable miseria humana. ¿Quién burlará tal vigilancia, fuerte como
el pudor?
Señor, tú que conoces el corazón humano, tú
lo sabes todo, hasta esas cosas que él se oculta
a sí mismo. Sabes además aprovechar este fallo
esencial para coger a manos llenas al que hasta
entonces, porque no sabía hacer otra cosa, no
había hecho más que prestarse.
No, no te escuchamos y seguimos en otro
tiempo en vano, pero es preciso aún pasar por la
densidad del sufrimiento, por el punzante descu262
brimiento de nuestra pobre nada, mucho más
punzante que lo que habíamos creído.
*
*
*
Y Zacarías, desde hace ya tiempo, estaba mudo y sordo y su corazón estaba aún más hundido
que su cuerpo.
"Señor, ¿sigue teniendo sentido mi vida ahora que he roto el hilo que la guiaba desde el
principio?
¿Qué me queda por hacer aquí abajo, ya que
no he podido realizar la única obra de mi vida?
Inacabable tormento del hombre que ha pasado tan cerca de su destino y que nunca ya lo
volverá a encontrar.
Y qué destino pudo haber sido el mío, Señor;
me escogiste entre tantos otros, me guiaste y me
amaste.
Recuerdo de una felicidad en adelante perdida; fuente de una pena, en adelante eterna.
Sufrimiento que ninguna esperanza puede llegar a disminuir, pues siempre, Señor, seré aquel
que hubiera podido ser.
Sin embargo, tú sabes cuánto amé tus atrios;
sabes cómo seguí a tu pueblo.
Conoces la larga centinela que ejercí ante tus
altares. ¿Por qué fallé en la hora solemne?
263
¿Dónde está la escondida falta que pesó sobre
mí en esa hora única?
¿Dónde está, pues, la flojedad y la mentira
que excavaron en mí el abismo en que caí el día
para el que estaba hecha toda mi vida?"
Así se lamentaba aquel hombre solitario al
que ninguna voz humana podía consolar, al que
ninguna confianza podía aliviar.
Soledad, no se te conoce cuando no se ha
pasado por eso.
Hay una soledad que se inserta en el tiempo
para nacer y morir en él. El corazón la sufre, pero
espera, y su espera es su remedio.
Pero esta es una soledad que ya no espera
jamás nada. No empezó nunca, pues su sombra
se extiende sobre todo el pasado y ninguna alegría, ningún recuerdo feliz atraviesa su oscura
opacidad. Y nunca tendrá fin, pues sabe el hombre que en su tiniebla está la eternidad.
Y, sin embargo, eso no es la eternidad para
ti, Zacarías. Tu soledad de ahora no puede hacer que tú no hayas vivido bien en otra época.
Está ahí tu vida pasada, que te sigue. ¿Lo sabes?
Está ahí detrás, silenciosa pero activa. Déjate
hacer. No cultives tu desesperación, ni atices tu
sufrimento. Deja que suba en ti el olor de tu vida,
como el de una buena tierra; la tormenta lo hace
aún más penetrante. Déjate convertirte en el niño
que eras antes, ¿te acuerdas? Cuando no pensa264
bas sino que amabas. Cuando no comprendías sino
que confiabas.
Siempre existe una razón de vivir mientras hay
vida. Siempre hay una obra que hacer aquí abajo
mientras uno vive. Pequeña o grande, humilde o
gloriosa, es para Dios, Zacarías. Eso te bastará
en el momento en el que, en el silencio que sigue
a la tormenta, tu alma se encuentre con tu verdadero rostro.
"Hay siempre una razón de vivir. Sí, Señor,
lo sé y aceptaré mi vida, cualquiera que sea ésta.
No es para estar caído para lo que es preciso
renunciar a ser.
Señor, si no puede ser lo que tú quisiste que
fuera, acepto ahora ser lo que quieres que sea,
en este momento.
Pequé, torcí tu obra, pero esto sería, en mí,
revuelta y desesperación si no aceptara volver a
marchar. Volveré a caminar.
Concédeme la humildad y el desprendimiento
y me sumergiré en su profundidad para volver a
asir el hilo de mi vida.
Querré a ese niño que va a nacer y le llamaré
Juan. ¿Será cierto, Dios mío, lo que tu ángel me
anunció? Después de mi falta, no me atrevo a
esperarlo ya; pero amaré a este niño, sea lo que
vaya a ser y lo formaré para ti.
265
Le llamaré Juan, el nombre con que el ángel
le llamó antes de mi falta. Y esto será para mí
el eterno recuerdo de que este niño, sea lo que
sea después, debe ser para ti, para ti".
El alma de Zacarías se abre a las luces de un
nuevo día, pues en él no hay orgullo. Puede pasar por esta puerta baja y aceptar ser tan poco
después de haber podido ser tan grande, aceptar
el no ser. Y encuentra en esta aceptación la dulzura de vivir donde otros hubieran respirado la
amargura del suicidio.
Ahora puede ya venir el niño, y se llamará
Juan. Recuerdo de una falta aceptada y superada. Homenaje a una fe contrita y resucitada. Prenda de una aurora de renovación.
Zacarías sigue estando mudo y sordo, pero
ya no está solo. Incluso ¿está triste?; ¿por qué
milagro, Señor, tu alegría viene a deslizarse en
nuestro corazón, en el momento en que toda alegría humana parece desenraizada en él para siempre?
Di, Zacarías, has aprendido más en estos días
que en toda la vida pasada. Dime, ¿hubieras conocido tantas cosas en la prosperidad y el contentamiento interior? Ahora ya nada te apena. Y
sin embargo... tu hijo hubiera podido ser. ¿Pero
por qué este pensamiento antes tan cruel ha perdido en adelante su fuerza sobre tu corazón? Pasa
y tú apenas lo ves.
266
Y, sin embargo, estorbaste la obra de Dios e
hiciste posiblemente algo irremediable... Pero en
el recogido silencio de su corazón este sufrimiento
pierde incluso para Zacarías su más cruel aguijón.
¿Por qué?
*
*
*
El niño ha nacido, se llama Juan y será el
precursor.
Zacarías expresa su alegría, él que no podía
expresar su sufrimiento:
"Señor, bendito seas por no ser solo un Dios
justo, sino un Dios bueno, misericordioso y fiel.
Bendito seas por no tener en cuenta lo que
hemos hecho y por querer sacar de nosotros todo
el bien posible de aquello que somos.
*
Pues he aquí que este niño, a pesar de mi
falta, va a ser sin embargo lo que antes de mi
caída yo hubiera querido que fuera.
Misterio de gracia. Gracia gratuita. Aurora
de unos tiempos nuevos en los que tu bondad,
Señor, vendrá a acorralar a los hombres como
un mar.
Milagros de la gracia. Era de la redención que
comienza donde la fe, unida al arrepentimiento
y a la humildad, absorberá todo el pecado. Y
nada quedará de él más que una laguna pasajera,
267
como esta parálisis dentro de mi vida. Pues, más
allá del pecado, tu obra se continúa.
de generaciones ha amasado y vuelto a amasar
con sus faltas y sus empobrecimientos.
Tiempos nuevos, días de gracia en los que,
más allá de la justicia y del implacable encadenamiento de las causas, se instituye un orden nuevo.
Ya no es como el antiguo con su terrible carga
del pasado sobre el presente que ahogaba el porvenir; se trata de un orden nuevo en el que, insertándose en la voluntad del hombre, tu virtud,
Señor, puede descender a cada instante. Virtud que
se hace renovadora, que hace nuevas todas las
cosas como en el día de la creación.
Pero dichoso aquel a quien la dolorosa falta
pone sobre el yunque en el que martillean el remordimiento y la desesperación. Si hay en él una
buena fibra, ésta brota. Y el espíritu humilde y
humillado es como la tierra desecada que reclama
un riego divino.
Ya está concebido el salvador que nos aportará todas esas cosas. Y de su plenitud recibimos
todo, y gracia sobre gracia".
Abre ante nosotros las puertas del porvenir.
No nos dejes desesperar lejos de ti.
Zacarías murmura en su corazón este profético canto. Cuántos, tras él, proseguirán su acción de gracias.
Pues, después, el mismo milagro de gracia
viene a renovar el espíritu de aquellos a quienes
la humana debilidad aleja insensiblemente de ti
y a los que una falta más grave, situándoles al
borde de la desesperación, despierta.
Señor, tú sabes de qué barro estamos formados. En estos días de nuestro aniquilamiento, ten
piedad de nosotros.
A fin de que, emprendiendo una tarea en la
obra del padre de familia, volvamos a tener nuestro puesto en su mesa.
Para entonar en él el cántico de un nuevo
amor.
No en vano somos los hijos de este mundo.
Este no suelta a los suyos. Podemos zafarnos de
él por cierto tiempo, escapar de su rebaño, pero
rápidamente nos vuelve a coger.
No en vano somos de una pasta que un millar
268
269
esas palabras muertas que un libro puede eternizar en su actitud petrificada, esclava servil del
espíritu que las pliega a su capricho-, sino esas
palabras que una persona anima, que vivifica el
espíritu; palabras eficaces, actuantes, que informan la mentalidad del hombre, asimilan sus potencias, se encarnan en su propia carne y hacen
del discípulo un Cristo continuado.
QUE MIS PALABRAS
PERMANEZCAN EN VOSOTROS
Es más fácil comenzar a seguir a Cristo que
perseverar de verdad en su seguimiento. Esto uno
no lo sabe al principio, aunque es claramente así,
pero hay que aprenderlo luego, so pena de errar
sin saberlo y de destruir los frutos que había
prometido la primavera.
Al comienzo de su predicación, Cristo llamó
a sus apóstoles y el sermón de la montaña es
la descripción entusiástica del nuevo ideal. Pero
luego, cerca ya de su muerte y de las inminentes
separaciones, frente a los sutiles y repetidos asaltos que la mentalidad humana lanzará contra su
doctrina, Jesús se muestra más como vida, que
da a su enseñanza solidez y perennidad, que como maestro que todavía busca discípulos: "Que
mis palabras permanezcan en vosotros". No ya
270
Tus apóstoles, Señor, sólo más tarde descubrieron el sentido misterioso de esta frase que se
repite sin cesar en tus ultimas entrevistas con
ellos. No hablaban de esto a las muchedumbres
cuando se dirigían a su vez a ellas. Todo ello le
fue dado comprender a aquel que vio morir a
todos los antiguos testigos de Cristo, que vio a
las iglesias caminar tras de ellos siguiendo a Jesús, que les vio luchando contra todas las reacciones y complicaciones del corazón y del espíritu
humano. Por eso el evangelio de san Juan es el
de la perseverancia.
Tampoco nosotros, Señor, somos jóvenes en la
fe. Años han pasado y todavía más años. Ya, en
torno a nosotros, unos compañeros han caído y
otros lo han abandonado todo. Y, en torno a nosotros, la fatiga mina los cuerpos y los espíritus
y no sé qué pasión viene a desreglar los corazones. No dejes torcerse a los hombres que te siguen. No nos dejes ahogar tu espíritu. Tritura
mejor nuestros corazones; purifícanos con la espada, pero que permanezcan en nosotros tus palabras.
271
Y el hombre ha partido detrás de Cristo sin
saber quién es ni de dónde le viene ese primer
impulso que le lleva hacia Jesús, cuando tantos
otros a su lado permanecen inmóviles: ¿Quién
conoce las fuentes profundas de su generosidad
e incluso de su rectitud? Durante toda la vida
se desarrolla el misterioso bagaje, la dote entregada a cada uno por las pasadas generaciones
bajo el velo de la educación recibida. Desdicíhado
aquel que no sabe, en su primer despertar, construir su casa sobre la roca sólida, ni reparar a
tiempo la fisura que prepara la zanja. Es de aquellos que dicen: "Señor, Señor", pero a los que
no reconocerá Jesús. En el día de las grandes
lluvias, será arrastrado. ¿Quién sabe si se apercibirá de ello?
*
*
*
Aún viven la sencillez y la gozosa confianza,
ciertamente. Sin embargo, ¿qué no se canoniza
bajo estas palabras? Y las almas superficiales encuentran en ellas con qué asegurarse y justificarse.
Pasa Jesús; su mensaje es el de las bienaventuranzas y les pide a sus discípulos que se hagan
como niños. Qué sencilla y qué bella parece la
vida en la luminosa atmósfera que emana de las
palabras del maestro. Qué dulce es su llamada
para un corazón al que la austeridad de los maestros humanos rechaza y que ha presentido ya su
debilidad. Uno comienza. En el impulso del prin272
cipio, uno avanza y es verdaderamente a Jesús
al que uno sigue. El novicio no sabe aún que
esta gozosa sencillez es el otro lado de la cruz,
ni que los santos a los que admira han comenzado primero por luchar en la noche; y gustosamente
se lo ocultan por temor a asustarle. Por otra
parte, un conjunto de textos evangélicos instintivamente escogidos, releídos y meditados sin cesar,
toda una serie de ejemplos extraídos de las vidas
de los santos, vienen a anclarle más profundamente en la seguridad de que todo lo que arriesgara turbar su alegría y complicar su vida sería
un mal; aceptarlo sería pecar, pecar contra el
mensaje esencial de Jesús, que es una llamada
a la confianza filial, pecar por amor propio, por
secreto orgullo, por falta de fe.
Sin embargo, ¿no es verdad a veces que lo
real complica nuestra vida antes de unificarla?
Jesús, el príncipe de la paz, ¿no dijo también
que él vino a traer la espada? Frecuentemente,
es en el sufrimiento en el que se da a luz al hombre nuevo. Y ¿qué va a llegar a ser el hombre
que no ha sabido, a tiempo, que a veces es preciso renunciar a la paz del hombre para entrar
en la de Dios?
Señor, si la vida que quieres darnos es una
hermosa vida que su feliz posesor no querría cambiar por ningún tesoro, también es una vida dura, pues lo real penetra en ella plenamente y
nada debe resistírsele, Pero también con qué ardor intentamos huir de sus revelaciones y de sus
273
exigencias; con qué prestigiosa flexibilidad tratamos instintivamente de engañarnos sobre lo que
somos y lo que nos pides. Y las-mentiras a medias
recubren nuestra alma de un velo con el que ésta
se protege, pero que también le ahoga. Señor, tú
lo sabes todo. No nos dejes volver tus palabras
contra ti.
repetir que Dios no necesita de nuestros esfuerzos
y que todos somos siervos inútiles.
Constatar su ignorancia es duro para el hombre, pero tú sabes cuántos de nosotros la adornamos con el título de sencillez. Es preciso tener la
fe de un niño, decimos, y nos escapamos.
Sería duro ver a Dios tan poco amado, tan
mal servido; pero esto no quiere uno pensarlo.
"Sus caminos son impenetrables", se dice uno
o habla de "su omnipotente providencia". Y nosotros te olvidamos, Señor, agonizante bajo el
peso del pecado en Getsemaní. Sesteamos junto
a tu sufrimiento, por temor a conocerlo, también
nosotros. Señor, apiádate de nosotros, pues somos más carne que espíritu.
Plegarse a la fuerte disciplina de unos estudios y de la meditación, orientar su vida entera
hacia un fin apasionadamente deseado y metódicamente buscado, es duro, pero tú sabes qué
fácil nos es decir humildemente: "No estoy preparado para eso"; además, cuántos perseveran en
esta vía ascendente de la que eres tú el término.
Otros encuentran en la picardía un poco violenta
de la juventud una distracción de unos escrúpulos
nacientes. Y se ahogan tus llamadas bajo ese desorden que se bautiza de espontaneidad. Los
hombres frivolos alardean de san Francisco y de
su alegría, y se creen franciscanos. Se intenta ver
una señal de virtudes como el abandono o la sencillez en lo que no es a menudo más que apatía,
pereza y falta de amor. Señor, apiádate de nuestra pobre sutileza.
Es duro conocer la propia deficiencia y el retraso que aporta a la obra de Dios, pero resulta
fácil, para nosotros hombres candidos y dobles,
274
Es duro constatar que, pese a todo, no hacemos gran cosa por Dios. ¿Quién no ha logrado
consolarse pensando que nunca se ve el bien que
uno hace?
Al comienzo, la vida estaría en seguida allí
para llamarle al orden. A veces, es el fracaso
brutal, la prueba o el sufrimiento, un mal que
hace falta reconocer como un hecho; el corazón
se irrita con él, quisiera librarse de él, encontrar
otros caminos. Se preparan crisis interiores que
a veces estallan en privado. Esto podría ser la
salvación. A menudo es ya demasiado tarde. Demasiado tarde. Uno cierra los ojos confiadamente.
¿No nos guía ya Jesús?; ¿no basta nuestra buena
intención? Dios hará el resto. ¿No es todopoderoso y padre nuestro? Sigue uno proclamándolo,
sobre todo delante de los otros.
Por otra parte, poco a poco esta actitud se
vuelve natural. Sin saberlo, ha cambiado uno el
275
camino estrecho por el que marcha Jesús con los
ojos fijos en la cruz, por el ancho y llano de los
que usan sabiamente de su vida y tienen ojos
para no ver nada más. Cómo se siente uno entonces
inclinado a ridiculizar o a dolerse de aquellos que
luchan, que sufren, que se angustian ante el mal
del mundo y ante los hombres que no se santifican. Uno piensa: "Se complican la existencia,
son pobres enfermos. Se torturan a sí mismos.
Sin embargo, es todo tan sencillo. ¿No les basta
con cumplir su humilde deber de estado?; ¿nos
pide Dios otra cosa?" Esto es lo que uno piensa.
Es tan fácil criticar a los que están muy agobiados, pero justamente porque han querido mucho
y emprendido mucho por amor. Pero, de hecho,
¿qué sabe uno de sus dificultades y de sus sufrimientos? Uno ya no avanza por el mismo camino
que ellos. Sin saberlo, se ha retirado uno a un
mundo irreal, del que todo lo que hiere ha sido
expurgado. Se siente uno bien en él, ciertamente,
pero no es ése el mundo real; el de Cristo crucificado y el de la verdad. Uno ha frustrado su
vida.
Y ano sigue proclamándolo. La cigarra no
sería ya cigarra si no cantara siempre. Pero qué
vida encubre esta mímica. Sin embargo, muy pocos
se aperciben de ello. Al mundo le gusta ver vivir
alegremente.
No, Señor, sin un tenaz esfuerzo, no te aportaremos con nuestros cinco talentos otros cinco.
Ni sin un perseverante deseo. Tu alegría, Dios
276
mío, no florece más que en el sacrificio. Tu sencillez es el fruto de una santa ambición. De tal
fruto, tal árbol. La alegría que no lleva ya a sufrir con el sufrimiento de Cristo, no es más que
una imitación de la carne. Y la sencillez que inclina a quedarse donde uno está, en lugar de ascender hacia Jesús, no es más que una burda
simulación.
Que no podamos equivocarnos nunca así. Pero es tan tentador cerrar los ojos a la realidad
de este mundo, gritando su alegría. Resulta tan
tranquilizador cubrir con nuestra humildad nuestro hondo temor a trabajar o a ver qué nos falta.
Y si tú no nos ayudas, Señor, un día u otro volveremos tus palabras contra ti.
Hay espíritus a los que les encanta el movimiento. Les gusta todo lo que tiene sabor de marcha. Les gusta «obre todo dispersarse. De la acción
hacen su dios. Nacidos para ella, les absorbe,
pues estos valerosos, estos valientes siempre temen que se acabe. Se aburren quietos.
Pasa Jesús. Su llamada al apostolado les entusiasma y les revela a sí mismos. Helos aquí
partiendo en su seguimiento, metidos en ana acción que promete nuevas odiseas. De hecho, todo comienza bien. A uno le gusta su fuego, su
seguridad y hasta su suficiencia. Triunfan los
desdichados, pero Cristo está ya lejos, aunque
ellos crean oírle aún, cuando hablan entre ellos.
277
Si estos hombres pudieran un día, de verdad,
ver claro en ellos, se aterrarían de su duplicidad.
Sus obras, incluso aquellas que exigen una gran
entrega, no son otra cosa que pretextos para actuar y evadirse en la acción. Pero todo ello está
tan hábilmente cubierto de grandes palabras y
saben hablar tan bien de caridad y del don de
sí mismos, que ellos son los primeros engañados.
Sin embargo, está su oración tan lejos de sus
palabras, tan disipada, y su voluntad tan floja,
si la acción exterior no viene a galvanizarla, que
parecen niños; pues son de los que se hacen apóstoles de la sencillez para ellos mismos, de la cordial armonía con su espíritu, pues el examen de
conciencia les desalienta y odian el recogimiento
que desvela las ilusiones.
En una conversación un poco íntima, lejos de
la fiebre de la acción, uno los vería pobres, vacíos, inconsistentes. Recorrerían los mares y las
tierras para hacer un prosélito, pero, a continuación, ¿qué harían de él? Ya no les interesa la
vida cristiana. Todo lo ven desde "el ángulo del
rendimiento práctico", como ellos dicen. A menudo, eso significa que no tienen ya afán por la
verdad. Y ya no saben adorar.
Ante los demás, aún se mantienen por algún
tiempo. La acción renueva en ellos un nuevo
fervor, pero, en definitiva, a la larga, todo lo que
es secreto se hace público. Tras su piadoso lenguaje, los menos experimentados oyen resonar el
278
vacío. Viejos dorados de una fortuna disipada.
Inconscientes fariseos, casi a su pesar. Los jóvenes espectadores les juzgarían hipócritas, aunque
injustamente.
Señor, en cada uno de nosotros está plantado
este germen mortal. Con cada uno de nuestros
fallos el tentador avanza un paso. Nos aprieta
con el fastidio en los días de inacción. Nos llena
de ideas negras en los días de fatiga. Nos acosa y nos impulsa a la "distracción" por medio del
disgusto por todo lo que no sea una acción vacía
de pensamiento.
Señor, no dejes a la zarza ahogar al trigo
candeal. Enséñanos a descubrirla en nuestras obras
cotidianas. Ayúdanos a extirparla, aunque sangre
con ello todo nuestro espíritu.
*
*
*
Señor, tú dijiste: "Venid a mí todos los que
estáis fatigados y agobiados por la carga, y yo
os aliviaré". Vienen y con ellos la cohorte de
aquellos a quienes ha decepcionado el mundo porque no ha sabido satisfacer sus aspiraciones, sin
embargo bien limitadas. Sentimentales que persiguen un afecto de posesión siempre huidizo;
hombres descorazonados que buscan en la religión un nuevo consuelo; pusilánimes a remolque
de una sociedad que les cobija; débiles de espíritu e ignorantes que encuentran ahí una seguridad que por toda otra parte se les niega. Vienen
279
de todos los puntos del horizonte, Señor, estos
enfermos ávidos de una salvación que no es la
que quieres darles tú. Son aquellos que te llevaron en triunfo el día de ramos y que a continuación te crucificaron, pues su desilusión, cuando se les acorrala a ella, resulta cruel.
Bajan tus palabras hasta ellos y las trituran
para nutrirse con ellas. Cada cual encuentra en
ellas su parte y descubre la condenación de aquellos de los que está celoso en secreto. Todo lo
que parece despreciar aquello que ellos no han
podido ser les entusiasma. Es la exaltación de
todo lo pobre, pequeño, mezquino y mediocre.
Y su corazón herido rebaja la devoción a su estatura y hace de los santos sus dóciles confidentes y de Jesús una cosa suya. Cualquier otra forma de concebir la piedad es para ellos demasiado
sutil. "Estoy por la religión de los sencillos",
dicen, condenando al resto como quimeras. Los
que huyen de la vida y de sus viriles vigores
descubren en la multiplicidad de oficios, en la
regularidad de sus hábitos piadosos, un nuevo
mundo, más acogedor que el otro, en el que están más considerados y donde pueden considerarse a sí mismos mejor. ¿Qué no dirán de los poderosos de este mundo?; ¿de aquellos de los que
ellos no forman parte?
En cuanto a los que no han podido cultivarse
intelectualmente o que han temido hacerlo, o
cuya ciencia no ha recompensado sus esfuerzos,
cómo les gusta confundir la inteligencia con el
280
orgullo de espíritu. Y cómo les agrada hacerse
apóstoles de la humildad que recibe sin discutir
ni buscar. "No hay que hacerse los malignos",
dicen, y si tienen un temperamento violento, su
intransigencia doctrinal suena como una revancha. Todos ellos confunden convencidos al débil
con el flojo, al mediocre con el humilde, al manso
con el miedoso. Y la letra del evangelio les resulta tanto más sagrada cuanto más parezca chocar frontalmente con las aspiraciones más legítimamente humanas de un mundo que vive prescindiendo de ellos.
Y, sin embargo, al principio te siguieron, fervientes como los demás, dóciles y generosos. No
se les distinguía de los mejores, de aquellos a los
que conservaron tus palabras, fecundándolos en la
verdad. Incluso posiblemente les sobrepasaron en
celo y algunos les deben tal vez su primer encuentro contigo, Señor. Misteriosa manifestación
de tu justicia, que sondea los corazones y pone
de manifiesto los más ocultos pensamientos enterrados en nuestra carne. Ante este desbordamiento
de la humana miseria, que tus santos vieron en
torno a ellos más que los demás, comprendo que
vivieran, a pesar de estar llenos de esperanza, en
el santo temor de ser presa ellos mismos, algún
día, de tan degradantes beaterías.
Señor, ¿quién de nosotros puede considerarse
al abrigo de esta amenaza?; ¿quién, en el fondo
de su corazón, los días en que su pobreza se
hizo más evidente, no la sintió sobre sí? Y si uno
281
pudiera sondar el profundo por qué de algunas
de nuestras esperanzas, ¿no descubriría en ellas
una flojedad que quiere ser consolada o una acritud que niega a los otros la amplia alegría de la
que él se ve privado?
Y, a lo largo de los años, ¿qué llegaremos
a ser con esas miserias íntimas, qué llegará a ser
en nosotros tu palabra, si tú mismo, Señor, no
acudes a purificarnos?
*
*
*
Tú sabías todo esto al dejar a tus apóstoles.
Les conocías mejor que ellos mismos. Adivinabas
bajo estas preguntas, y sobre todo bajo sus silencios, lo que harían de tus enseñanzas, si no
acudías tú mismo a instruirles de otra manera.
Además, en el estado en que se hallaban, ¿podían aprender aún mucho de ti? Y su seguridad,
creciendo en intimidad contigo, ¿no iba a hacerles menos dóciles?
"Os conviene que yo me vaya", les dijiste, y
esto era doblemente cierto. Era tiempo de enfrentarles, también a ellos, con la lucha y la prueba, pues el maestro es siempre un abrigo para el
discípulo; descansa siempre sobre él. Era hora
ya de que recibieran, en ti y por ti, una definitiva
lección, coronación de todas las demás y su viva
aplicación, tu muerte y tu ausencia. Entonces tus
palabras permanecerían en ellos.
282
Señor, haz con nosotros como hiciste con
ellos. No nos dejes enclaustrarnos en nuestro yo,
no nos dejes desenvolver tranquilamente la implacable lógica de nuestras miserias; no nos dejes
hacerlo, a la sombra de tu amor, en la seguridad
que ofrece tu presencia sensible, en la tranquilidad que da la aprobación de los demás. También es bueno para nosotros que te vayas, que
nos sintamos solos y que el mundo, con su determinismo ciego y su odio crónico, pese sobre
nosotros como en otro tiempo pesó sobre ellos.
Sí, es bueno sentir pesar sobre uno la mano
férrea de los acontecimientos definitivos. Que
ella nos arranque de lo que en sí no tiene eternidad. Que nos impida abandonar en esta vida
aquella para la que en realidad estamos hechos.
Que nos libere le la ganga en que nosotros mismos nos hundimos.
Es bueno sentir pesar sobre uno la humillación de no ser más que lo que uno es dentro de
la tempestad de los malos instintos, frente a las
incertidumbres de las orientaciones a tomar, a
veces en la constatación de que uno empezó mal,
en el santo temor de errar. Que podamos, como
Pedro, llorar nuestra miseria.
Es bueno que conozcamos las luchas, tanto
más dolorosas cuanto más encubiertas, tanto más
desgarradoras de uno mismo cuanto más penosas o tentadoras, que sienten los hombres que se
entregan.
283
Es bueno que conozcamos, con tu ausencia,
esa nada interior que anteriormente colmabas tú,
Señor, sin que lo supiéramos.
Qué ferviente será entonces nuestra oración:
Que permanezcan tus palabras en nosotros.
Pero, Señor, apiádate de nuestra debilidad y
danos hermanos, pues sólo el santo puede vivir
solo y morir solo.
EMAUS
En torno a ellos retornó la calma. La hora
del Gólgota y de la multitud pasó ya para siempre. Jerusalén queda atrás, lejos, y sobre la larga ruta de Emaús, ios discípulos vuelven a descubrir el sentido de su vida.
Todo les invita a renacer de los escombros
de la historia concluida. La esperanza que surge
siempre en el corazón del hombre y sin la cual
moriría, es la que les impulsa a hablar y su pensamiento no tiene ya la honda tristeza que aún
ayer les aplastaba.
La naturaleza, cuya estabilidad gigante y dulce
a la vez desafía a la humana anarquía, impregna
su corazón de una paz profunda que el Señor transformará en sabiduría.
284
28.5
Dios mío, cómo les entiendo en esos momentos que vivieron sobre la silenciosa ruta. A menudo, cuando te he creído lejos de mí, te he
descubierto por el contrario en seguida a mi lado.
Y las angustias de nuestro crecimiento espiritual
son las señales precursoras de mayores intimidades, todavía desconocidas.
No todos los días te veo vivir en mí. De
ordinario, mi vida transcurre en la noche y las
cosas que me asaltan me entierran; el océano cubre la playa. Pero hay también otros momentos,
divinos momentos, en los que las cosas parecen
dejarme, en los que parezco morir al mundo, y
mientras duran, lleno primero de total angustia,
es cuando adquiriré conciencia más intensa de mi
vida; en esos momentos, el Señor me enviará la
gracia que dé sentido a mis ojos a todo lo que
me ha conmovido, del mismo modo que no se
conocen las riquezas que deposita el mar en la
playa más que cuando se retira de ella.
Eran dos. ¿Eran de aquellos setenta y dos
discípulos que el Señor envió de dos en dos por
los caminos de Judea? En verdad, caminaban como ellos.
Su conversación no era, ciertamente, la charla
banal del que quiere pasar el tiempo. Departiendo, se decían cosas mientras hablaban. Sus palabras no eran sólo la expresión de su esperanza
engañada, sino el esfuerzo mental que intenta
hallar nuevas razones de vivir. Estaban impreg-
nadas de la tristeza, virilmente soportada, de lo
que no se había podido evitar, totalmente llena
de la energía que tendrá el valor de reconstruir
sobre las ruinas.
Esta marcha codo a codo, sin fastidio, como
fuera del tiempo, a través de una campiña que
ni se mira; en la que el silencio está tan lleno
de sentido como la palabra; en la que no se tiene
miedo a callarse un largo rato porque el momento
no es apropiado para conversar; en la que en
definitiva se comprende uno al comprender al
otro, pues no brota de ambos más que una misma
impresión de dulzura omnipotente que engendra
la vida. No importa a quien no puede conocerla.
Y es que hay que merecerla.
Los flojos y los egoístas no la conocerán,
pues en esta bendita hora se concentra la eficacia
de dos vidas entregadas, generosa y fuertemente,
al servicio del Señor. Un babieca no hubiera hecho
más que charlar haciendo enmudecer al alma profunda; un flojo no hubiera hecho más que llorar
y desesperar al espíritu fiel. ¿Qué lazo debía existir ya entre aquellos dos espíritus, qué núcleo
secreto les atrae para que en ese momento sepan
hablarse y callar, comprenderse y ayudarse?
Un lazo que una vida ya larga, posiblemente
recorrida con fortaleza, ha entretejido, que una
misma obra emprendida o unas pruebas comunes
ha creado. Señor, un verdadero amor por ti, desde hace ya largo tiempo eficaz.
286
287
Dame la gracia, Dios mío, de no avanzar solitario por el camino que lleva a ti. Lo sé, el sendero es demasiado estrecho para que se pueda ir
por él, en fila de dos, pero uno puede flanquearse
con el otro y ayudarse con la palabra y el ejemplo; pero uno puede animarse e instruirse junto
a aquel cuyo sendero bordea el nuestro.
Por otra parte, ¿será muy útil esta amistad
espiritual para aquel que marcha con la multitud
por el camino ancho?; ¿se apercibiría de que es
de otro orden que la camaradería que se hace
y deshace al capricho de las circunstancias como
las nubes al capricho del viento?
Pero esa amistad me es indispensable, Dios
mío, para alcanzarte. Todo espíritu viviente precisa de un testigo en su vida que pueda hacerle
descubrirse al escucharle. Todo espíritu entregado al camino ascendente tiene necesidad de un
entrenador que le revele su fuerza y despierte su
ardor. Y la esperanza no se encarna en mi carne
más que por la palabra dicha a un amigo que
sabe vivirla.
Amistad impulsiva como la gracia, que hoy
conduce al silencio y mañana a la palabra, que
sabe nutrirse de la ausencia para dar a otra presencia una nueva eficacia, pues si es preciso merecerte para conocerte, hace falta más aún merecerte para conservarte. Estás en el equilibrio de nuestro corazón y en la armonía de nuestras pasiones.
Estás en el filo del viento de nuestra marcha hacia
288
Cristo y ésta llega a retrasarse y nuestro corazón
llega a trompicarse cuando desapareces del horizonte y nos dejas transidos, dudando de un pasado justamente reconocido como imposible; y
en tu lugar no queda más que algo carnal o vacío.
Qué unión debe existir entre esos dos espíritus para que, sin que ellos lo presientan, les ate
tanto uno a otro. Qué núcleo secreto les atrae
para que puedan continuar hablándose y callando,
a pesar de la miseria humana, hecha de inconstancia y de inestabilidad, de pecado y de necedad. Y es que son uno, como tú y tu Padre sois
uno.
Aún hablaban de aquel que no era más que
aquel que estuvo junto a ellos. Y los espíritus
fieles no conocen el don que se les hace cuando, en
la sinceridad de su corazón y de su deseo de crecer, ponen en común su luz y su fuerza. Cristo
está en medio de ellos y lo ignoran.
Presencia que no conoce el individualista, que
los otros no osan creer, como sin embargo lo ordena con fuerza la palabra segura que el evangelio
nos reitera: "Yo estaré en medio de ellos".
Presencia que se establece en nosotros como
una aurora y nace el día no se sabe en qué momento ni cómo.
Entonces los corazones ahondan más y los
pensamientos se hacen más dulces, más serenos,
menos endurecidos y obstinados por prejuicios
que oprimen y aversiones que desvían.
289
En primer lugar, son aún unos pobres hombres los que hablan. En ellos vibra todavía el despecho y la tristeza amarga, la rebeldía o el abatimiento. Todo viene como a anudarse en torno
a puntos enfermos de sus almas, y he aquí que,
incluso al hablarse, han actuado como resonadores que amplificaran las punzadas de su decepcionada sensibilidad y las repitieran como ecos
sin fin.
Pero ha llegado el Señor que no deja sin auxilio al hombre generoso. Y está aquí al tiempo que
entra en esos espíritus para exorcizar su angustia.
Lo que les resultaba tan presente y tan vivo se
convierte para ellos en pasado y adquiere la impersonal estructura de aquello que no es más que
porque ha sido. Y el hombre, todavía aplastado
por lo que creyó ser más él mismo que su propio
yo, se libera, resucita de aquella tumba que pensaba que era la suya y se descubre distinto de lo
que le rodea y le oprime. Igual que el pájaro
que rompe el lazo y se echa a volar.
Pues el Señor está allí, aquel en el que todo
se sostiene y se consuma, y he aquí que la materia misma de sus desgracias y sus pruebas, en lugar
de aparecer inerte y carente de sentido, se le aparece al espíritu visitado como un inmenso mar que
alimenta en su seno, en la sombra, la perla que un
día descubrirá la marea.
Y aquí está, a los ojos de los discípulos de
Emaús, la larga historia humana de la salvación,
290
con las pesadas falanges de hombres terrenos, y
los profetas que ellos mataron, pero que habían
profetizado, y los justos a los que persiguieron,
pero que vivieron en medio de ellos más que
ninguno de ellos, y aquella extraordinaria lucha
del fermento y de la masa, del fermento siempre
absorbido, siempre a punto de ser ahogado, y
de esa masa, siempre pesada pero siempre abierta, siempre casi triunfante y siempre un poco vencida.
Y he aquí, a los ojos de los discípulos de Cristo, la larga historia humana de la redención continuada, con las pesadas falanges de hombres terrenos, y la iglesia que ellos han maltratado desde
fuera y desde dentro, pero que permanece viva,
y los santos a los que persiguieron, pero que vivieron en medio de ellos más que ninguno de ellos,
y esa extraordinaria lucha de la multitud que reclama el abismo de lo más bajo y del hombre que
reclama el abismo del cielo, de la corriente que
va hacia la disociación en lo múltiple y de la
que va hacia la unificación con Dios, del bien
siempre tragado por el mal, siempre a punto de
ser ahogado como el trigo en la cizaña, pero al
menos madurando y las espinas siempre vivaces
y siempre contenidas, siempre casi triunfantes
y siempre un poco vencidas.
Y apunta el día. Cristo no les dice nada nuevo
que ellos, discípulos suyos, no sepan y sin embargo todo les parece nuevo. Envía, Señor, tu espíritu y renovarás la faz de la tierra. Conocían
291
todos esos acontecimientos que Jesús les recuerda,
pero ahora los conocen de otro modo. Los hombres a los que iluminas, Dios mío, no son por ello
más sabios, sino más prudentes. Dichosos ellos
por haber sido tan sabios como para poder ser
hechos prudentes. Dichosos estos discípulos por
haber conocido la biblia y por haber vivido horas
de angustia y de duelo; ¿hubieran podido apuntar
y desear, de otro modo, aquella conversación que
el Señor consagrará con su presencia por su luz?
Y aparece el día. Lo que les parecía inverosímil, se hace posible; las hablillas de las mujeres
que por la mañana estuvieron en el sepulcro y su
creencia en la resurrección; pronto todo eso les
parecerá cierto. Cómo precisamos también nosotros de luz, de tu luz, Dios mío, para creer en
los mensajes que aportan otras vidas. Instintivamente todo lo que no está a nuestra altura es rechazado; todo lo que turba nuestras perspectivas
es puesto en duda. Nos es tan fácil, para huir
del apremio de la verdad naciente, no ver en
ésta más que ilusión o mentira, debilidad de espíritu o ambicioso persamiento...
Pero ahora les ha llegado el sentido del misterio unido al sentido de su vida. Las apariencias
de las cosas les parecen tan neciamente móviles
sobre la trama invisible y contenida del sentido
que ellas revisten y expresan a pesar de todo.
¿Dónde está tu fascinación que oculta al hombre
a sí mismo, y la victoria de Dios en el justo?;
¿dónde está la turbadora armonía de tus entre292
tejidos que parece dar razón al pesimista y al
flojo que quieren huir? Señor, serás hallado verdadero en todo y tus promesas no son vanas, pero
aumenta nuestra fe para que resulten fecundas
en nosotros.
Se proseguía la ruta; las horas transcurrían;
los discípulos caminaban con el Señor sin reconocerle. Le escuchaban y sus preguntas exigían
siempre nuevas respuestas; primero, aquellas cuestiones que les extrañaban y hasta les desconcertaban; luego, aquellas que deseaban más y más, y
finalmente, aquellas con las que disfrutaban al
escucharlas explicadas por él.
Cristo continuaba hablándoles. Aún no le habían reconocido; pero hubieran repetido en adelante todo lo que él ahora les afirmaba; tan evidente y cierto les parecía todo ello.
Ya no era una enseñanza lo que con sus palabras recibían; ni siquiera una prueba suplementaria de aquello que ya creían. Cristo les hablaba,
y ya, bajo las especies de su voz, sus almas comulgaban, aunque aún no lo supieran, con la divina realidad de un Dios más presente aún en los
hombres que en las cosas.
Y sé de fines de jornada en los que Mónica y
su hijo conocieron la luz que consume los corazones en una sobrehumana unión. Y sé de atardeceres silenciosos que no calibraron en nuestros
corazones la gracia de una secreta adoración común.
293
Momentos benditos entre todos. Qué bueno
es estar entre hermanos, cuando la palabra no es
deseada ya por lo que dice, sino por ser la acción
discreta que une a los corazones en Dios.
Silencio que orquesta aún, como para mejor
prepararla, a la voz humana que pronto callará.
Tú eres el gran silencio que se hace cuando todo
está dicho, cuando todo se ha consumado. El silencio después de la cena y después del calvario. El silencio que conocieron Pedro, Juan y
Santiago cuando descendían de la montaña en
que se transfiguró Jesús. El silencio que rodeaba
a los discípulos de Emaús, con la bruma de la
tarde, cuando el día bajaba y se estaba ya haciendo tarde.
pregnante no es ya ese silencio que el espíritu
amado busca. Es la hora en que naturalmente
el alma contempla.
Y Jesús tomó entre sus manos esas almas preparadas, esos frutos de una vida densa que el día
había madurado. Les había dicho todo y no todo
aún. Les dijo todo lo que había sido hecho. No
les dijo aquello por lo que todo lo hecho tendría que acabarse aquí abajo, mientras un corazón
humano latiera. Tomó pan, pronunció una bendición, después lo partió y se lo dio.
Silencio que aún no es más que una espera,
pero que está más próximo que toda palabra a
aquello que se espera.
Eucaristía que los discípulos iniciaron por el
camino, que Cristo continuó con ellos y que consumó en la habitación de abajo de un albergue,
coronándola con una transfiguración. Muchos otros
la han repetido, pero ésta es el modelo de todas,
pues ésta fue posiblemente la primera vez que
la cena se renovó.
La palabra se había callado. La marcha había
concluido. Las horas se habían cumplido. Jerusalén, tú que matas a los profetas, qué lejos estás. ¿Reconoces a mis hermanos?; ¿existe aún
el pasado? Sí, pero como el medio que, en su
transparencia, sostiene una luz jubilosa. El recuerdo dormía en esos cuerpos a los que la etapa descansa, postrándolos primero. Las mismas
palabras de Jesús no estaban ya en ellos más que
por la eficacia que habían tenido. La naturaleza,
ella también, estaba relegada de esta sala de mesón que tenía la puerta cerrada. Su silencio im-
¿Hubieran conocido, solitarios, esta visita? Lo
que hizo Jesús por María Magdalena, ¿no lo habría vuelto a hacer por uno de ellos, sobre el
camino que se alejaba? Su unión reemplazó lo que
su amor tenía aún de débil y de ignorante. Sus vidas no habían tenido dos crecimientos paralelos;
no habían conocido la inhumana cohesión de los
cuerpos a los que sólo las circunstancias reúnen
o de las almas a las que una simple filosofía de
la vida aproxima. Eran dos ecos de una misma
llamada, dos respuestas a la misma pregunta y una
misma afirmación. Eran un mismo crecimiento
294
295
de una misma realidad en dos hombres, de aquel
que instruyéndoles se prolongaba en ellos, de
aquel que dándose a ellos los consumaba en él.
en que uno jadea un poco como tú lo hiciste en
la casa de María, ¿recuerdas?
Además, caminaban juntos, impulsados por
una vida común que habían entregado juntos,
llamados por una misma vocación que juntos iban
a descubrir.
Concédenos conocer también, cuando la bruma
que aletarga toda vida se alza, el silencio lleno
de tu presencia que a nosotros, pobres viejos
gastados juntos en tu servicio, nos alimentará conjuntamente de amor.
Dichosos aquellos que, como ellos, conocen la
ferviente amistad de la que es fermento Cristo.
Dichosos ellos, pues no en vano viven por los
caminos, sedientos de un amor cada vez más
grande.
Un día, como los discípulos, conocerán la
gracia que, inconscientes como niños, desconocían
que fuera la suya.
¿No es verdad que nuestro corazón estaba
ardiendo totalmente dentro de nosotros, cuando
viendo a lo lejos levantarse las vastas y felices
perspectivas de una vida entregada y lograda, sentíamos que éramos trabajadores de la tierra que
el maestro había contratado?
¿No es verdad que nuestro corazón estaba
completamente ardiendo en amor cuando, rogando uno al lado del otro, él nos hablaba caminando
por el rudo sendero de nuestras vidas?
Concédenos conocer también, cuando transcurra el día de nuestras existencias, el reposo en el
albergue de la tarde contigo, y primero la etapa
296
Pero es preciso merecerlo, hace falta conocer
los momentos en que Cristo está aún crucificado
en aquellos que le han servido bien; es preciso
vivir las horas en que la fe desafía a cualquier evidencia en su insensata afirmación de una esperanza
que lo destruye todo.
Concédenos vivir juntos, pues de otro modo,
¿podríamos sobrellevar lo que a ti mismo te hizo
temblar? De otro modo, esquivaríamos rápidamente las cargas demasiado pesadas y seríamos
como aquellos que pasan y que no han comprendido nada de las llamadas que tú les hacías.
Van y vienen. Te llaman cuando estás lejos,
cargado con un peso que ellos no desean. Y, en
definitiva, la tarde les sorprenderá, como a las
vírgenes necias, en los bosques, sin esa luz que
sólo da una vida que ha sabido luchar y sufrir contigo.
Dios mío, concédenos ser los discípulos de un
nuevo Emaús.
297
Pero ¿por qué ha adelantado hoy la hora de
su oración? El mismo se extraña de aquella paz,
silenciosa y llena, que le penetra. Se siente cerca
de la alegría, sin que ésta le alcance, sin poder
asirla. ¿Qué precisa la noche para dar a luz al
alba?
*
LA ALEGRÍA DE SIMEÓN
*
*
"Señor, está mi vida ante ti. Eres tú quien
me la diste. Acuérdate.
Muy joven me llamaste, en la edad de divertirme.
Y Simeón rezaba en solitario. Lo mismo que
María algunos meses antes.
Perseverantemente me protegiste cuando la vida se revela con sus apasionamientos.
¿Quién conocía entonces el templo mejor que
él? Todos los días subía a él después del trabajo.
Era su descanso. Pero hoy había deseado especialmente ese momento, como si fuera una cita
misteriosa.
Me instruíste amorosamente en el tiempo en
que los hombres revelan a los jóvenes la forma
inútil de vivir dichoso para uno mismo.
Allí conoció el gozo de una devoción ferviente
y el angustioso grito que pide socorro. Todo eso
no era para él más que un recuerdo. "Yo era
piadoso antes", se decía. Soportaba ahora un extraño vacío en su alma. "He vivido demasiado,
pensaba pesaroso, mi alma está tan vieja como
mi cuerpo". Y pesaba sobre él una paciencia inerte, como la que da la prolongada espera de algo
que no llega.
298
Me embriagaste con tus entusiasmos.
Me saciaste con tus enseñanzas.
Y durante ese tiempo, poco a poco y sin que
yo lo supiera, todo me abandonó.
Tomé a pecho tus órdenes y tus consejos,
y creí que hacían todos lo mismo.
Actué; tus palabras gravitaron sobre mi vida
y la moldearon; y yo ignoraba cuan inerte puede
ser bajo tu divina mano la arcilla humana.
299
Me hiciste cambiar el camino por el sendero
y a la multitud por el desierto, sin decírmelo.
Mis compañeros me abandonaron sin darse
cuenta de ello, y sin que yo lo viera.
Singularizaste y aislaste mi vida, sin ningún
temor por mi parte.
Hasta el día en que la barca, a fuerza de bogar, se apercibió con angustia de que ya no veía
la tierra y de que estaba sola.
Tu valiosa presencia me había ocultado todo
eso. Y es que aún permanecía.
Luego la luz se volvió gris. Se cubrió el cielo.
El horizonte quedó vacío.
No conocía ya tu intimidad. Ya no tengo amigos. Mi alma me pesa. Mi entusiasmo está muerto.
Estoy viejo.
Soy menos valiente que antes, en la época en
que ignoraba lo que era el valor.
A veces me parece que la gran torpeza que
tumba en tierra a este mundo, me ase a mi vez.
¿Voy a adormecerme como ellos?
¿Habré pues vivido en vano?
Estás demasiado lejos de nosotros, Señor.
¿Quién podrá alcanzarte? Y tus mayores profetas
han muerto en el dolor. ¿Cuándo vendrás pues a
visitarnos?"
300
Así se lamentaba aquel espíritu. Intenta el
anciano sentir el dolor de su abandono. En vano,
pues su corazón permanece en una profunda paz
que él todavía se reprocha como si fuera indiferencia.
Allá abajo, se acerca la madre con el niño.
•k
&
-k
Hay alegrías del comienzo. Existe una alegría
del fin. Las primeras atraen como un cebo, emborrachan como una música, exaltan y empujan al
alma hacia adelante, como hincha el viento la vela.
Suben desde el horizonte y se las ve venir. Alcanzan al alma con sus flechas y el cuerpo, todo
entero, penetra en sus transportes. Son precarias
como las mañanas demasiado claras y las nubes
acuden ya cuando aún se gusta el frescor primero del día, demasiado pronto resucitado.
Pero existe otra que sólo el hombre que ha
vivido mucho y bien conoce. Ya no es una llamada,
es una recompensa. No es algo que empuja a actuar, sino un impulso que fija en un estado. No
viene de fuera. ¿Quién la hace surgir de dentro?
Y el alma se abre a la alegría esencial como a un
medio que le alimenta. Nadie puede darla. Nadie
puede quitarla. El que no la conozca por sí mismo, no podrá aprenderla en los libros. Es siempre una sorpresa que no choca, pues el alma que
un día la siente, la conocía ya antes de dudar
de ella.
301
Es la aurora que ilumina los ojos hechos para
verla. Hija de la divina tiniebla.
*
*
*
Simeón toma al niño en sus brazos y esta
alegría divina se derrama fuera de su corazón.
Lo bendice y la bendición del Padre viene a posarse sobre el viejo servidor al que encontró velando.
No, no han vivido en vano tus santos ni lanzado en vano sus gritos de alerta o de victoria tus
profetas.
El mundo puede abrumarte con su indiferencia.
Puede hacerte servir a sus maleficios y perjurar
de tu santo nombre. Tu obra prosigue invencible.
Tú no la abandonas; y cada generación toma el
relevo de aquellos a los que la muerte o el pecado
destruye.
Bien podemos nosotros, pobres seres efímeros,
ignorarlo. El humo de las batallas puede ocultárnoslo bien. Y claramente nuestra fe carnal puede
no alcanzar la fuerte realidad que se esconde, secreta, bajo las especies de todo aquello que el mundo lleva consigo; pero tú no nos dejas huérfanos.
Estás en medio de nosotros. Y el día de tu visita enjugas toda lágrima, y todo se renueva.
No, no me llamaste en vano en los días de mi
infancia.
302
Su vida entera, ayer aún inerte masa de
un pasado que se extingue, adquiere un sentido valioso. Flamea a sus ojos. La aventura única, dichosamente concluida. Triunfo maravilloso.
"Acuérdate, hijo mío, de los días en que te llamé,
de las tardes en que te visité, de las tentaciones
y emboscadas de que te protegí. Recuérdalo. La
aurora de tu vida no te engañó. Tu vida es hermosa, porque es mía. ¿No me la entregaste? Recuérdalo".
Sus luchas, sus pruebas, los días de desgarramiento que fue preciso vivir para conquistarse,
los días de despojo que fue preciso conocer para
entregarse, hasta sus caídas deploradas y sus pecados llorados, todo ello viene ahora del pasado,
en batallones cerrados. Ayer, algunas oleadas de
amargura de estos olvidados relentes te hubieran
ahogado. Hoy es un río de fuego cuya luz es
alegría.
Ayer, hubiera tenido miedo de mirar de frente
la lucha implacable, solapada y perseverante que
el mundo libraba dentro de él y en torno a él,
para impedirle ser lo que hoy es. ¿Quién osa mirar al enemigo al que teme?; ¿quién se atreve a
nombrarlo? No, más vale callar y cerrar los ojos.
Ahora, la alegría le da un invencible valor.
En él encuentra su consumación.
"Mira, Simeón, mira. Antes te oculté el pecado de ese mundo, como te oculté su deserción
por miedo de que tu corazón desfalleciera. No
303
conociste el nombre de aquel que pesaba sobre
tu vida, que secaba tu oración, que desolaba y
desalentaba tu corazón, que te aislaba en medio
de los tuyos, que creaba en torno a ti el vacío,
que atizaba contra ti la oculta ira de los malvados. Ahora lo sabes. Ves la extraña prevaricación
de un pueblo que quise hacer mío. Ves su odio
instintivo por todo lo que le sobrepasa. Ves su
celo por apremiar a los nombres para hacerles semejantes a ellos. Ves la malicia de sus artificios
para destruir a los que se les escapan. Tu vida
ha sido totalmente martirizada por ello. No es
vencido el mal por un justo sin revancha...
BIENAVENTURADOS
¿Qué pasará pues con el justo...?
Si han tratado así al criado, ¿qué no harán
con el hijo de la casa?"
"Dichosos los que saben que son pobres, porque de ellos es el reino de los cielos.
Su corazón es atenazado por un sufrimiento
nuevo y por una inmensa compasión.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios".
¿Cuántos hombres vendrán a chocar con tu
luz, hijo mío?
Señor, al final de mis jornadas de trabajo, de
afanes o de alegrías, qué vacío sentí de ti, porque
estaba lleno de todas las cosas en que tú no estabas.
*
*
*
Misterioso sufrimiento que solamente nace en
esta alegría. Extraña alegría que crece incluso en
este sufrimiento. ¿-Quién describirá jamás tus abrazos? ¿-Quién puede conocer aún a aquel que te
conoce?
"Ahora, Señor, deja a tu siervo ir en paz,
según tu palabra".
304
Los alimentos terrestres, sustento de mi vida
humana, no son todavía para mí más que un desparramamiento de bienes carnales; no conozco aún
la misteriosa consagración que los cargará de
tu unificadora presencia, de tal modo que al tomarlos será a ti a quien me entregaré.
Enséñame el hondo sentido del ayuno, que
no es tanto un ayuno alimenticio como una vo305
luntaria separación de todo otro alimento que no
seas tú.
Enséñame a no desearlo todo más que por ti,
a no rehusar nada más que por ti, a no usarlo
todo más que por ti. Entonces, Señor, todo será,
por la divina eficacia de la fe, como si fueras tú.
Mi alma no conocerá más la fatiga de lo divino, el fastidio al estar solo contigo, el deseo
enervado de escaparse, de actuar para distraerse.
Estará pronta para la soledad habitada del
reino de los cielos, para su reposo activo; y te
verá.
es vida en él y aumenta incesantemente. Es fuerza
que se domina y amor que se da. Muchos entusiasmos se inflamarán al calor apremiante de su
fuego. Su presencia en un hombre conquista a
los jóvenes.
Sola, la caridad se propaga como un incendio.
La violencia no es más que un accidente.
La caridad de los buenos exige de ellos fe y
paciencia. A menudo, sus triunfos son frutos escondidos en los corazones; no maduran sino después de la muerte de los sembradores, ya perdidos en la noche.
"Dichosos los bondadosos, porque ellos serán
dueños de la tierra.
"Dichosos los que lloran, porque ellos recibirán consuelo.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios".
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
La bondad, no la que procede de la flojedad,
sino la que nace de la caridad. Al espíritu que se
encuentra unido a Dios por lo más hondo, en la
renuncia a su violencia propia, la de esa paciencia
a la que jamás podrá vencer el corazón malvado.
Dichosos los compasivos, porque ellos serán
compadecidos".
La ruindad del hombre no dura más que su
vida. Ella vive ya en su corazón, y muy pronto,
a pesar de las apariencias y las convenciones, va
a traicionarse. El malo no hará ya más discípulos,
tan miserable parece. Pronto morirá, ya no se
comprenderá su odio y a él se le olvidará.
La caridad del hombre es dulce y eterna, pues
306
Estas tres bienaventuranzas van unidas. Muestran cómo florece sobre la renuncia a todo la posesión del que ha renunciado a sí mismo.
Y el que llora cristianamente, no por desesperación o rebeldía, ni por sensiblería, sino en la
visión viva y una del inmenso mal que estraga al
mundo y sobre el cual el mismo Jesús lloró frente a
Jerusalén, sentirá brotar en él, unido con el corazón de Cristo, una paz que le dará consuelo
divino sin quitarle la humana tristeza.
307
Existe un hambre de justicia que se sacia con
amenazas y rebeldía. Pero hay otra a la que ningún triunfo ni revancha alguna puede satisfacer,
pues agota su ardor en el mismo amor que Dios
dispensa al mundo en su voluntad redentora. Esta
es la que Jesús conoció. Es la que le hizo actuar
y le crucificó.
Danos, Señor, ese hambre. De otro modo,
¿cómo podríamos comprender el misterio de nuestra vida?; ¿cómo podríamos penetrar en la hondura de tu plenitud divina?
Y el que sabe perdonar, el que sabe olvidar
hasta el punto de perdonar siempre, el que sabe
renunciar a sí mismo en el esfuerzo de la misericordia, conocerá a su vez el perdón divino, su
dulzura paternal, su inexpresable lazo, su testaruda y ardiente tenacidad, aquella que, de nuestras faltas y de su huella en nosotros, enciende
un brasero de silencioso amor, para fundir en su
ardor el arrepentimiento y el olvido.
espíritu juzgarle sólo con su actitud. El violento
desprecia al bondadoso y los que desean "vivir
su vida" sienten una profunda aversión por quienes se apartan de sus ídolos. Y Jesús fue crucificado.
Señor, el día que esto nos ocurra, ten piedad
de nosotros.
Ese día en el que todo lo que hay de humano
y de social en nosotros será herido en lo vivo.
En el que nuestra razón, entregada a sus solas
luces, nos echará en cara nuestra derrota, una
derrota de la que hemos sido el artesano voluntario.
En el que nuestro corazón, cansado de tantas luchas, no conocerá, él tan ávido de amor,
más que sarcasmos o una odiosa indiferencia.
En el que, hasta físicamente, CHIaremos cansados de la vida.
"Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Acuérdate de las angustias de m vida languideciente y vencida.
Dichosos seréis, cuando os insulten, y os persigan y cuando mientan diciendo todo lo malo
contra vosotros por mi causa".
Envíanos el ángel de la últinuí renuncia, al
que libra al alma de su carga, al <¡t ir* In llena del
vacío silencioso de tu presencia, al t|iir le reafirma
en una noche en la que hace su morada, totalmente pronta a recibir la luz de Ion pifados.
Ultima bienaventuranza ésta que corona a las
demás, que se da a menudo, por añadidura, a
los hombres que viven las demás.
Pues no sin amargura ve el rico al pobre en
308
309
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