la contribución de las ciencias genómicas al estudio de la

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Bustos Jaimes I, Castañeda Patlán C, Oria Hernández J,
Rendón Huerta E, Reyes Vivas H, Romero Álvarez I,
(eds). Mensaje Bioquímico, Vol XXXII. Depto de
Bioquímica, Fac de Medicina, Universidad Nacional
Autónoma de México. Cd Universitaria, México, DF,
MÉXICO (2008).
(http://bq.unam.mx/mensajebioquimico)
(ISSN-0188-137X)
LA CONTRIBUCIÓN DE LAS CIENCIAS GENÓMICAS AL
ESTUDIO DE LA VIDA
Miguel Ángel Cevallos
Centro de Ciencias Genómicas – Programa de Genómica Evolutiva,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Avenida Universidad s/n, Col. Chamilpa CP 62210, Cuernavaca, Morelos
[email protected]
Resumen
Las ciencias genómicas describen a los organismos vivos a partir de la secuencia de su
material genético (genoma). Por ello, la tarea fundamental de los científicos genómicos es
obtener las secuencias de DNA de los organismos de su interés, identificar los posibles genes
que ahí se encuentran y proponer, a partir de estos datos, las funciones que pudieran ejercer
estos organismos. La transcriptómica, la proteómica y la metabolómica son herramientas que
nos permiten analizar la dinámica de cómo se expresan y realizan sus funciones los genes que
se encuentran en un determinado genoma. Los avances técnicos en secuenciación de DNA
desarrollados recientemente han agilizado estas tareas de tal modo que contamos con decenas
de secuencias genómicas nuevas cada año. Los análisis comparativos de los genomas están
permitiendo definir cuestiones tan fundamentales como qué es la vida y si es posible sintetizar un
organismo vivo en el laboratorio. Los avances logrados acerca de este último punto se narran en
este artículo.
Palabras clave: secuencia genómica, síntesis de genomas, genomas artificiales.
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MENSAJE BIOQUÍMICO, Vol. XXXII (2008)
Abstract
Genomic sciences describe living-organisms through the sequence of their genetic
material (genome). For this reason, the fundamental enterprise of genomic scientists is to obtain
the complete DNA sequences of the organisms of their interest, identify the genes located there,
and with this data, propose the potential functions that this organism could exert. The dynamic of
how these genes, and their products are expressed, and exert their functions can be analyzed
with tools like transcriptomics, proteomics and metabolomics. The new sequencing technologies
recently developed have speeded up these tasks, so that each year dozens of new genomic
sequences are added to data banks. With the comparative analyses of genomic sequences, we
have the opportunity to answer crucial questions like what is life, and if it is possible to synthesize
artificial organisms in the laboratory. This paper describes the scientific advances regarding this
point.
Keywords: genome sequence, genome synthesis, artificial genome.
Introducción
La genómica es una nueva ciencia, cuyo nombre, por consiguiente, necesariamente
también es de nuevo cuño. Proviene de la fusión poco ortodoxa de dos palabras: genoma, que
se refiere al conjunto de la información genética que porta un organismo, y soma, vocablo de
origen griego que significa cuerpo. La genómica es la ciencia que estudia a los organismos vivos
a través de conocer la estructura fina de su material genético. Por esta razón una de las labores
primordiales de los científicos interesados en esta ciencia es el determinar la secuencia de DNA
del o de los organismos de su interés, analizar su contenido con novedosas herramientas
computacionales y proponer ideas sobre su funcionamiento, su complejidad y sobre su origen
evolutivo.
Se considera que la genómica nació en 1995, con la publicación en la revista Science,
de un artículo que exponía la secuencia completa de DNA (del genoma, diríamos hoy) de la
bacteria Haemophilus influenza, lograda por un equipo de científicos americanos encabezados
por Craig Venter [1]. Sin embargo, el primer organismo cuya secuencia genómica completa se
obtuvo, fue la del bacteriófago FX174, en 1978; toda una hazaña de Frederick Sanger que, dos
años después, le valió a éste su segundo premio Nobel [2].
¿Por qué se considera que la determinación secuencia de H. Influenza inició la era
genómica y no la del bacteriófago FX174? La respuesta es fácil: hasta principios de los años 90,
la secuencia de DNA era manual y, por su enorme lentitud, sumamente tediosa. Para que se
pudiera gestar la era genómica, tal como la concebimos hoy, tuvieron que perfeccionarse varios
desarrollos tecnológicos, entre los cuales cabe enumerar, entre otros, la robótica, la química de
compuestos fluorescentes, la química del DNA, los láser, la manipulación de microfluidos, el
análisis de imágenes y nuevos sistemas de computación, todos los cuales confluyeron en el
diseño y la fabricación de los primeros equipos automáticos de secuenciación de DNA, mismos
que se utilizaron en la elucidación de la secuencia de H. Influenza.
Para poner las cosas en perspectiva, al final de los años 80 un técnico capacitado o un
estudiante de Posgrado (también capacitado) sólo podía obtener, trabajando tres o cuatro días,
500 pb de secuencia de DNA. No puedo ni imaginar la labor titánica que requirió, al final de los
años 70, la determinación de los 5368 pb del genoma de bacteriófago FX174. Hoy en día, con
los nuevos secuenciadores automáticos, como el 454 de Roche [3], el sistema SOLEXA [4] y el
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Cevallos
SOLID de Applied Biosystems [5], se pueden obtener literalmente millones de pares de bases,
en cuestión de horas. Además, el costo de la secuencia de un genoma ha disminuido
radicalmente: hace pocos años obtener el genoma de una bacteria tenía un costo de varios
millones de pesos; en la actualidad, el costo de la secuencia del mismo genoma es no mayor a
300 000 pesos.
Todos estos desarrollos han tenido un efecto contundente en el acelerado número de
secuencias de genomas completos que periódicamente se depositan en las bases públicas de
datos, como la de GenBank, auspiciada por el National Center for Biotechnology Information de
los Estados Unidos. En esta base de datos y en otras similares, tenemos acceso libre y gratuito a
las secuencias genómicas de más de 900 bacterias, de 49 arqueas, de muchos microorganismos
eucariotas unicelulares y de un conglomerado de organismos multicelulares complejos que
abarca desde gusanos, erizos, corales y plantas, hasta aves y mamíferos, incluido el mismísimo
Hombre.
Con lo que acabo de decir pareciera ser que la misión de los científicos dedicados a la
genómica, —que desde este momento llamaré científicos genómicos— es obtener largos y
aburridos listados de nucleótidos, que en última instancia define el material genético de un
organismo. Nada más lejos de la verdad que esto. Según voy a intentar exponer a continuación,
obtener la secuencia de un organismo es sólo un primer paso que nos permite aprender
innumerables cosas sobre su organización, sus funciones básicas y su evolución.
Una vez que se obtiene la secuencia de un organismo, sigue una de las labores más
arduas de los científicos genómicos, consistente en lo que se conoce como la anotación del
genoma. Es decir, se tienen que reconocer en ese enorme listado de A, T, G, C, cuáles genes
tiene ese organismo, determinar con precisión dónde están esos genes y cuáles son sus
probables funciones. Para ello, se utilizan las llamadas herramientas bioinformáticas, las cuales
en última instancia nos permiten reconocer a los genes y determinar sus funciones a través de
comparaciones complejas y extensas, en bases de datos que abarcan la información que se
acumulado acerca de una infinidad de genes, durante los últimos 40 años. Una vez que se
cuenta con el listado de genes y de sus posibles funciones, podremos reconstruir las
capacidades fisiológicas de ese organismo. Para poner un ejemplo: si en un genoma bacteriano
podemos identificar todos los genes que se sabe que participan en la síntesis del aminoácido
Alanina, podemos razonablemente sugerir que ese organismo es capaz de sintetizar ese
aminoácido. En contraste, si no podemos reconocer ninguno de los genes involucrados en la
degradación de la celulosa, del mismo modo podremos proponer que ese organismo es incapaz
de degradar esta sustancia. Suena fácil, pero no lo es; en general, cuando hacemos estos
listados de genes, usualmente lo que sucede es que sólo podemos asignarle una función
específica alrededor de un tercio de los genes. De otro tercio podemos, a lo más, sugerir una
función muy general, sin mucha precisión: por ejemplo, podríamos decir si una proteína
determinada une ATP, o si tiene la capacidad de pegarse al DNA, pero nada más. El tercio
restante suele quedarse sin asignación de una función, muchas veces porque esos genes son
exclusivos del organismo estudiado, y dado que nuestras asignaciones de funciones se basan
esencialmente en comparaciones, si no hay nada con qué comparar, nos quedamos con la
incógnita.
Otra labor que suelen emprender los científicos genómicos es estudiar las regiones que
se encuentran inmediatamente antes de que empiecen los genes, ya que esas regiones suelen
contener la información necesaria que determina cuándo debe estar activo o inactivo un gen.
Con este tipo de datos, no sólo podemos sugerir las posibles funciones de un determinado
grupo de genes, sino también, en algunas ocasiones, decir cómo están regulados. Esta
aseveración es particularmente cierta en el caso de las bacterias.
Puesto que ahora contamos con cientos de secuencias genómicas, algunos científicos
genómicos se han dado la tarea estudiar las diferencias y las semejanzas de los organismos
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secuenciados desde la perspectiva de la organización general del genoma. Esta labor se
asemeja un poco a la labor de los historiadores de la arquitectura, cuyo trabajo, en parte,
consiste en comparar planos para entender la complejidad de las estructuras arquitectónicas y
cómo cambian los edificios de acuerdo con las necesidades, las épocas y las innovaciones
tecnológicas. De modo similar, los científicos genómicos comparan las secuencias de los
genomas como si fueran planos de arquitecto: en estos planos pueden determinar el número y
tipo de elementos que componen un determinado genoma; qué relación guardan unos elementos
con otros, y cuál es el sentido funcional de esos elementos. Bajo esta perspectiva podríamos
tener una idea de cómo la evolución moldea la organización de los genomas. Para dejar las
cosas en claro: actualmente conocemos tanto la secuencia del genoma del Hombre como la del
chimpancé, su pariente más cercano. La comparación detallada de ambos nos está permitiendo
reconocer las bases genéticas que nos separan de los monos y nos hacen humanos [6,7,8].
Todas las estrategias que acabo de esbozar utilizan como única información, la que está
inscrita en la secuencia lineal y plana de un genoma, el aburrido y largo listado de A, T, G, C.
Sin embargo, para comprender la biología de un organismo necesitamos saber no sólo cuáles
genes tiene, sino cómo actúan esos genes frente a las necesidades diarias de ese organismo.
Es evidente que no necesitamos que todos nuestros genes estén activos todo el tiempo; debe
existir un concierto. Así, los genes que se usan durante la embriogenia solo están “prendidos”
—se expresan—, en ciertos momentos del desarrollo y en ciertos tejidos; algunos genes que
tienen que ver con la degradación de ciertas substancias presentes en sus alimentos, se
“prenden” exclusivamente cuando se requieren, y luego se apagan; los genes que se utilizan
para defendernos de las bajas temperaturas están “prendidos” cuando sentimos frío, y no
cuando estamos acalorados. Cada uno de nuestros genes actúa en coordinación con otros
dependiendo de las circunstancias ambientales, de los estados fisiológicos y de las etapas
específicas de desarrollo. Para tener una idea de cómo funciona realmente un genoma,
utilizamos técnicas que “retratan” a varios niveles esta dinámica. Estas herramientas se pueden
dividir, a grosso modo, en tres tipos: técnicas en transcriptómica, técnicas en proteómica, y
técnicas en metabolómica. Las primeras nos ayudan a determinar no sólo cuáles genes se están
expresando y cuáles no, sino también en qué medida se están expresando. Las segundas
tienen como objeto separar e identificar todas las proteínas que la célula produce como parte de
una respuesta fisiológica. Por último, las técnicas en metabolómica sirven para identificar qué
substancias se están sintetizando en un momento particular de la vida de una célula. En su
conjunto, estas tres herramientas nos permiten, por primera vez, estudiar a las células vivas en
toda su inmensa complejidad. Antes, hace muy pocos años, teníamos que conformarnos con
estudiar un conjunto muy limitado de genes o de funciones, que nos daban una visión demasiado
restringida del fenómeno vivo. Ahora podemos empezar a estudiar a los organismos como los
sistemas integrales y complejos que realmente son. Esta nueva perspectiva de la vida está
dando ya frutos sorprendentes. Narraré en la siguiente sección uno de los proyectos más
ambiciosos y sorprendentes que se haya jamás planteado: diseñar y sintetizar un organismo vivo
en el laboratorio.
Del genoma mínimo a los genomas artificiales
Una de las preguntas más importantes que nos planteamos los biólogos es definir qué es
la vida. Aún cuando, desde luego, la contestación siempre ha estado muy lejos de nuestras
manos, las ciencias genómicas nos está brindando estrategias, tanto teóricas como
experimentales, para obtener por primera vez una respuesta clara.
En general, los biólogos estamos de acuerdo en que, para que se considere que
realmente están vivos, todos los seres vivos deben reunir tres requisitos: ser capaces de
automantenerse (es decir, deben tener un metabolismo), poder reproducirse y poseer la
capacidad de evolucionar. Esto es muy fácil de decir, pero de ninguna manera resulta fácil
establecer exactamente cuáles compuestos, cuáles genes y cuáles proteínas se requieren para
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cumplir con esos tres requisitos. La propuesta actual es que si queremos saber qué es la vida,
tendremos que sintetizarla en el laboratorio, bajo condiciones experimentales estrictas. Se han
propuesto varias estrategias, todas las cuales coinciden en que el primer requisito es tener un
listado de los genes mínimos necesarios para que un organismo simple pueda existir: una de las
maneras para lograr la condición previa indispensable para esas estrategias es preguntarse
cuáles son los genes qué tienen en común los organismos vivos más simples que conocemos.
Las bacterias tienen genomas de muy diverso tamaño. En general, en la medida en que
sea más complicado el estilo de vida de la bacteria, más grande será su genoma, como es el
caso de Streptomyces y de Rhizobium, los cuales cuentan con genomas enormes, mayores a 6
millones de pares de bases [9,10]. En contraste, las bacterias parásitas intracelulares, que roban
a sus huéspedes todo lo que requieren, tienen genomas extremadamente pequeños; como
ejemplos, pueden citarse Mycoplasma genitalium, que tiene un genoma de 580 mil pares de
bases que codifican únicamente 482 genes y el genoma de Buchnera sp., que tiene 640 mil
pares de bases y 574 genes [11].
Podemos suponer, con confianza, que todas las bacterias tienen un mismo origen
evolutivo y que los genes que tienen en común están ahí porque de algún modo son esenciales
para la vida. Un grupo de investigadores decidió establecer cuáles son estos genes, comparando
las secuencias de DNA de las bacterias con genomas más pequeños, que aún poseen la
capacidad de crecer en medios sintéticos, y estimaron que este conjunto de genes está
integrado por sólo 256 genes. Ese número de genes, casi completos para sintetizar proteínas,
posee también un sistema rudimentario para transcribir los genes, todos los elementos
necesarios para hacer fermentación y obtener energía a nivel de substrato, un sistema para
excretar proteínas, la información suficiente para sintetizar algunos co-factores y, por último, un
repertorio sorprendentemente extenso de chaperonas, las cuales son proteínas que de algún
modo ayudan a otras a tener la conformación adecuada para poder funcionar [12].
Otros investigadores decidieron identificar cuál es el conjunto más pequeño de genes
que es esencial para la vida, con un acercamiento más experimental. Su lógica fue simple e
impecable: como objeto de sus estudios eligieron a Mycoplasma genitalium, puesto que es la
bacteria con el genoma más pequeño que puede crecer en condiciones de laboratorio. Luego
procedieron a destruir sus genes uno por uno, para determinar cuál resultaba compatible con la
vida y cuál no: en otras palabras, si al quitarle determinado gen, el Mycoplasma se muere, dicho
gen es esencial. Con este acercamiento experimental, Glass y sus colaboradores [13]
establecieron que 100 genes de este organismo son dispensables; dicho de otra manera,
Mycoplasma genitalium necesita 382 genes para poder crecer y reproducirse en condiciones de
laboratorio. Una de las observaciones más importantes que se desprende de estos experimentos
es que no podemos atribuir todavía alguna función a cerca del 28% de los genes esenciales, lo
cual nos da una idea de qué tan lejos estamos de comprender cabalmente, incluso, a uno de los
organismos más simples que conocemos; sin embargo, tengo que añadir que no quitamos el
dedo del renglón, y que algún día no muy lejano lo sabremos.
En un número reciente de la revista Science, Daniel Gibson y sus colaboradores del
Instituto J. Craig Venter, decidieron dar un osadísimo paso: sintetizar químicamente el genoma
completo de Mycoplasma genitalium [14]. Hasta ahora, el fragmento más grande que se había
podido sintetizar medía 32 000 pares de bases. El genoma fabricado por el grupo de Gibson
mide 580 076 pares de bases: todo un mundo de diferencia.
En primera instancia, pudiera parecer que la hazaña de Daniel Gibson pertenece más
bien al libro de los records de Guiness y no al ámbito de la ciencia: ¿de qué nos sirve tener un
genoma sintetizado químicamente en un tubito? La respuesta está en que este genoma no se
quedará en el tubito, sino que será literalmente trasplantado en una célula, de tal modo que el
genoma artificial sustituirá al genoma nativo de la célula receptora. Parece otra quimera, pero la
sorpresa es que ya se cuenta con la tecnología requerida para realizar estos trasplantes: en
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agosto del 2007 y nuevamente en la revista Science, el grupo de Craig Venter reportó que
aislaron, con un alto grado de pureza, el genoma completo de la bacteria Mycoplasma mycoides,
y que lo introdujeron en células de Mycoplasma capricolum, otra bacteria similar [15]. Lo que
esperaban los investigadores no era obtener una célula con dos genomas de dos especies
diferentes, sino convertir una especie en otra ¡y lo lograron!. El organismo resultante vivió, en
condiciones de laboratorio, como si nada hubiera ocurrido.
La elección de sustituir el genoma de un Mycoplasma por el de otro Mycoplasma no es
azarosa. La verdad es que un DNA es sólo un instructivo, y para que las instrucciones puedan
llevarse a cabo se necesita una maquinaria celular compuesta de membranas, RNAs y proteínas
que entiendan estas instrucciones y las obedezcan. El experimento habría fracasado si se
hubiera pretendido trasplantar el genoma de Mycoplasma, digamos, en una bacteria muy
diferente, tal como Eschericha coli, puesto que las proteínas de Eschericha coli evolutivamente
están tan lejanas a las de Mycoplasma, que son incapaces de comprender el lenguaje inscrito en
su DNA.
Si alguna vez queremos realmente hacer un organismo completamente artificial,
resultará imprescindible que tomemos en cuenta los antedicho: no sólo deberemos sintetizar
químicamente un genoma, sino tendremos también que sintetizar un conjunto inicial de
membranas, de proteínas y de RNA que entiendan ese genoma y lo pongan a trabajar.
El paso que sigue es obvio, y seguramente los veremos ya cristalizado en los próximos
meses: consistirá en sustituir el genoma de Mycoplasma capricolum con el genoma artificial de
Mycoplasma genitalium. Esta tecnología permitirá hacer grandes avances en la ciencia, tanto en
la básica como en la aplicada. Por ejemplo, como les comenté más arriba, Glass y su grupo
determinaron que se podían eliminar 100 genes de Mycoplasma genitalium, pero no
demostraron que se podían suprimir todos al mismo tiempo. Esta manipulación está muy lejos de
lo que podemos realizar con nuestras técnicas actuales de genética, pero ya está al alcance de
la síntesis química de genomas. Ahora tenemos la potencialidad de sintetizar químicamente este
genoma sin los 100 genes no esenciales, pero también podemos sintetizar genomas con las
arquitecturas que nos parezcan más convenientes, gracias a lo cual podríamos ahora
respondernos, por ejemplo, si los genes necesitan estar en posiciones específicas en el genoma
de la bacteria, o si el orden de los genes es irrelevante.
Probablemente lo más importante de la síntesis química de genomas, radica no en estar
explorando arquitecturas del genoma alternativas, sino en que ahora podremos construir
organismos bajo diseño, que realicen tareas específicas, con intereses meramente aplicados.
Pensemos, por ejemplo, en bacterias que sinteticen los antibióticos de nuestro interés, o que
produzcan bio-combustibles eficientemente, o que nos ayuden a degradar productos tóxicos
específicos. Las puertas están abiertas, sin más límite que el de nuestra imaginación.
Pero volvamos al problema de sintetizar organismos vivos en el tubo de ensayo. Ya
comenté que es posible sintetizar químicamente genomas y trasplantarlos en células de tal modo
que sustituyan al genoma original y que funcionen entonces por cuenta propia. Pero todo esto
está muy lejos del verdadero reto, el cual consiste precisamente en sintetizar, en el laboratorio,
todos los componentes de una célula e integrarlos para que funcionen como un organismo vivo
cualquiera. Muchos grupos de investigación están dirigiendo sus esfuerzos por esta senda.
Si queremos realmente sintetizar vida artificial en el laboratorio, nos es preciso tener
presente que todas las células están rodeadas de una membrana la cual constituye un elemento
esencial de ellas. Por lo general, las membranas biológicas están hechas de bicapas de
fosfolípidos que definen los límites de la célula, y hacen que ésta pueda establecer cuáles cosas
son de ella y discriminarlas del medio circundante; adicionalmente, las membranas y sus
componentes son las que permiten a la célula decidir qué es factible incorporarle a ésta y qué
eliminarle. Esta selectividad constituye una de las propiedades más importantes de las
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membranas, por lo cual, cualquier intento serio de sintetizar vida artificial deberá contemplar
algún tipo de micro compartimiento rodeado por membranas que reúnan todas las propiedades
que acabo de enumerar. El candidato obvio son los liposomas lipídicos, los cuales no son más
que pequeñas vesiculitas formadas por bicapas de lípidos que contienen en su interior un medio
acuoso. Estas vesículas poseen muchas propiedades fisicoquímicas similares a las de las
membranas biológicas, incluyendo la estabilidad; además, gozan de otras ventajas
experimentales: la primera es que son capaces de crecer incorporando lípidos similares a los
que las conforman, siempre y cuando estén presentes en el medio; la segunda, que se puede
considerar que se auto-reproducen, ya que al aumentar de tamaño y alcanzar un tamaño crítico,
se fragmentan y dan origen a liposomas que, aunque son más pequeños, poseen propiedades
similares a las iniciales y por tanto, pueden repetir el mismo ciclo [16].
En los últimos años se han perfeccionado muchas metodologías de laboratorio que
permiten incorporar en la membrana de los liposomas, o en su compartimiento interno, diversos
elementos que posibilitan cambiar las interacciones de las vesículas con su medio, e incorporar
proteínas para que ejerzan sus funciones dentro de dichas vesículas. Es decir, contamos con la
capacidad de transformar los liposomas en pequeñísimos bio-reactores. Uno de los ejemplos
más notables en la generación de este tipo de bio-reactores fue el que realizaron Noireaux y
Libchaber [17]. Estos investigadores lograron encapsular dentro de vesículas, algunos genes
como la maquinaria de Escherichia coli para fabricar RNA y proteínas y la proteína alfahemolisina, la cual es un poro que permite controlar la entrada de algunos nutrientes a las
vesículas. Estos bio-reactores pudieron producir constantemente las proteínas, codificadas por
los genes introducidos por el lapso de cuatro días. Un año después, el equipo encabezado por
Noireaux [18] mejoró considerablemente el sistema. En los casos que acabo de describir, los
componentes que se introdujeron en las vesículas se purificaron de un organismo vivo. Lo más
importante de estos experimentos fue que se encontró un mecanismo reproducible para construir
bio-reactores que permanecieran funcionando por varios días.
Otros trabajos que están marcando el camino a seguir fueron los que realizaron Shimizu
y colaboradores en el 2001 [19], así como el equipo encabezado por Deepak Bastia en 2003 y
en 2004 [20,21]. Los primeros se concentraron en sintetizar in vitro, todos los componentes (más
de 100) que requiere una bacteria para hacer RNA y proteínas, y consiguieron que funcionaran
eficientemente en el tubo de ensayo. Los segundos lograron la síntesis de dos plásmidos
(moléculas de DNA autoreplicables) en el tubo de ensayo, usando solamente componentes
sintetizados in vitro. En el momento que se incorporen estos elementos completamente
sintetizados in vitro, en los liposomas, y que éstos funcionen como biorreactores, se habrá dado
otro importantísimo paso hacia la generación de una célula artificial.
Desde mi punto de vista, en cuestión de muy pocos años el equipo de Craig Venter
incorporará en un liposoma un genoma mínimo sintetizado químicamente. Este liposoma deberá
contener un conjunto mínimo esencial de proteínas sintetizadas in vitro que ayude a empezar a
funcionar el genoma artificial. Si esto ocurre, los componentes sintetizados por este genoma irán
sustituyendo poco a poco a los componentes del liposoma. El genoma artificial generará sus
propios componentes de membrana, sus componentes de replicación, lo requerido para la
síntesis de RNA y de proteínas, y los elementos para iniciar un metabolismo. El liposoma inicial
únicamente servirá para proveer el mínimo conjunto de elementos necesarios para que arranque
el genoma artificial e inicie su vida independiente. El día que esto se logre, y ese día no está muy
lejano, la biología cambiará para siempre. Indudablemente este hecho traerá consigo un
sinnúmero de repercusiones de tipo tanto ético y como legal, mismas que debemos empezar a
considerar. Aun cuando, afortunadamente, existe un conjunto de científicos y filósofos que está
evaluando este tema [22,23], es ineludible obligación de todos informarnos bien, para que
nuestro proceder posea sólidos fundamentos no sólo desde el punto de vista de la ciencia, sino
también desde el moral y el legal.
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Cevallos
Semblanza del Dr. Miguel Ángel Cevallos
Miguel Ángel Cevallos estudió
Biología Experimental en La UAM-I y
posteriormente realizó su doctorado en
Investigación Biomédica Básica, en nuestra
institución. Actualmente es investigador
titular del Centro de Ciencias Genómicas de
la UNAM y es miembro del Sistema
Nacional de Investigadores. El Dr. Cevallos
ha publicado una treintena de artículos de
investigación
básica
en
revistas
internacionales y participa de manera
entusiasta en proyectos de divulgación
científica que incluye su frecuentemente
participación en la revista ¿Cómo ves? Su investigación primero se centró en estudiar varios
aspectos de la biología de la interacción Rhizobium-planta y en los últimos 12 años en estudiar
los mecanismos de la regulación de la replicación de DNA en Rhizobium y bacterias afines. El
Dr. Cevallos ha participado también en varios proyectos genómicos que incluyen la obtención de
la secuencia de la mitocondria del alacrán, del cloroplasto del Frijol, de la cepa vacunal BCGMéxico y del genoma completo de Taenia solium.
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MENSAJE BIOQUÍMICO, Vol. XXXII (2008)
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