El Paraíso Hundido

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El Paraíso Hundido
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El Paraíso Hundido
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Índice:
1.
Prólogo ................................................................................................................... 3
2.
Viaje a través de las olas .......................................................................................... 8
3.
Figuras .................................................................................................................. 18
4.
Máscaras, mentiras y hombres desnudos............................................................... 30
5.
Aparece la bestia ................................................................................................... 40
6.
Esclava .................................................................................................................. 51
7.
Una ciudad y otras cosas sorprendentes................................................................. 62
8.
Noches alegres, mañanas tristes ............................................................................ 78
9.
Libre ..................................................................................................................... 92
10. Hija de la sabiduría ............................................................................................. 104
11. Traficantes de esclavos ........................................................................................ 121
12. El regreso ............................................................................................................ 129
13. El corazón de un daimión ................................................................................... 144
14. Juntos.................................................................................................................. 156
15. La reina y las bestias............................................................................................ 161
16. En el ojo del águila.............................................................................................. 175
17. No se puede llevar nada al otro lado.................................................................... 186
18. Hace mil años ..................................................................................................... 196
19. Daimiones en la niebla........................................................................................ 213
20. La Corona de Daia ............................................................................................. 221
21. De vuelta a casa................................................................................................... 236
22. Un viejo conocido ............................................................................................... 245
23. Huida.................................................................................................................. 257
24. El retorno de la Corona ...................................................................................... 268
25. Daia .................................................................................................................... 284
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1. Prólogo
Melia soñaba mucho. A menudo la realidad le resultaba más ilusoria que muchos de sus
sueños. Se preguntaba si al resto de la gente le pasaría lo mismo, después de todo había
muchos que escribían como “la vida es un sueño” y cosas así.
También era algo que la inquietaba.
En su familia eran todos morenos, algunos más que otros. Ella, en cambio, tenía
extraños mechones de color rojizo. No era un pelirrojo brillante como el de los anuncios
de tinte. Era muy oscuro, pero indiscutiblemente rojo.
La única pelirroja anterior en su familia, según le contaban, había sido su tía abuela
Dalia. La pobre infeliz Dalia, que decidió comenzar a padecer algún tipo de demencia
con tan solo 30 años.
Melia solo la conocía por un par de viejas fotos familiares. De un triste blanco y negro
originariamente, el tiempo había transformado el blanco en un marrón sucio y feo. Su
tía abuela no era más que otra mujer vestida de negro, y con un recogido en la cabeza.
Lo único destacable era lo mucho que la gente que la rodeaba en las imágenes parecía no
querer acercarse a ella. El vacío era abrumador incluso a través de 55 años de viejas
fotografías.
Nadie sabía muy bien qué enfermedad afectó exactamente a la pobre mujer, “demencia”
era una palabra que iba muy bien con cualquier cosa. Incluso en aquellos días, los pocos
que la habían conocido en vida se mostraban incómodos si la conversación se movía
hacia la infeliz Dalia.
En aquellos tiempos, ocultar e ignorar las cosas era la mejor forma que se les ocurrió
para lidiar con su pequeño problema.
Y con 43 años, Dalia se lanzó de cabeza al río junto a su casa y murió.
Así que, resultaba que Melia tenía sueños.
Y eso la inquietaba.
La mayoría de sus sueños eran cosas intrascendentes y sin sentido, como debería ser,
pero a menudo se distorsionaban y retorcían, la arrastraban hacia alguna parte y
terminaba en algún sitio, que sabía que era un sitio en alguna parte, nada más.
En una, o varias, ocasiones, siendo muy pequeñita, llegó a un inmenso bosque.
Era verde, verde lima y brillante.
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Los árboles tenían troncos gruesos como casas, y se alzaban mucho más alto que muchos
de los edificios que Melia había tenido la oportunidad de ver en su corta vida.
Todo en aquel bosque era inmenso.
Las hojas de los helechos eran tan grandes y gruesas que podían soportar su peso cuando
se subía sobre ellas. Algunas flores eran tan anchas como su cabeza, otras, eran aún
mayores.
El sol entraba a raudales entre las lejanas copas. Era también enorme, el astro ocupaba
un gran espacio en el cielo, pero la temperatura era agradable.
Parecía joven y alegre, si los soles pueden ser jóvenes y alegres, aquel lo era.
Melia se creía estar en algún país de las hadas, y ella tenía que ser una. Así salían en los
dibujos de sus cuentos: plantas enormes, y seres pequeños.
Paseó (y saltó, y trepó, y corrió, incluso intentó volar, aunque no pudo,
lamentablemente) por allí un tiempo casi infinito. Podía haber soñado con aquel lugar
varias veces, o podía ser parte todo de un gran sueño. Una vez volvía al mundo real
nunca estaba segura, pero sí que estuvo allí mucho tiempo.
Encontró un arroyo, había alguien arrodillado junto al arroyo.
Era un chico joven (un niño como ella en realidad, pero lo consideraba un chico joven).
Estaba bebiendo agua de rodillas en la orilla y metiendo directamente la boca en el agua.
Melia se preguntó porqué no usaría las manos.
-Hola.
El chico levantó la cabeza.
-¿Hola?
-¿Qué haces?
-Beber.
-¿Por qué no la recoges con las manos?
El chico torció la cabeza con incomprensión. Tenía una cabeza adorable, limpia, clara,
redondeada, con enormes ojos castaño claro y un pelo rubio dorado enmarcándole la
expresión.
A Melia le recordaba los cuadros de angelotes de su abuela.
El chico parecía derramar inocencia a su alrededor, pero cuando alguien es aún una niña
como ella, inocencia quería decir ser tonto del bote.
Se arrodilló también, hizo un cuenco con las manos y le enseñó a recoger el agua.
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-¿Lo ves?-le dijo-Así no te agachas y no te mojas la cabeza.
En vez de copiarla, el niño se puso en pie y empezó a mirarse las manos. Luego se las
llevó a la espalda, como si se hubiera olvidado algo.
-¿Qué pasa?
El chico sacudió los brazos.
-¿Te pasa algo?
-No encuentro mis alas.
Melia se puso en pie con la boca abierta.
-¡¿Tienes alas?!
Lo sabía, era un angelote de esos. A la porra las hadas, ahora eran ángeles.
El chico seguía agitando los brazos a los lados, como si pudiera echarse a volar por mera
insistencia.
-Creo que se me ha olvidado…
Parecía preocupado, pero no mucho. En realidad parecía no estar del todo allí.
-¿Tienes alas?-repitió Melia-, ¿eres un ángel?, ¿puedes volar de verdad?
-No, no puedo transformarme.
-¿Puedes transformarte?... ¿en qué?
-En… ¿yo?
Las cosas se tornaban surrealistas. No le gustaba cuando sus sueños hacían eso,
normalmente quería decir que era la hora de levantarse.
Sin embargo, el sitio seguía allí, y el chico seguía siendo tan real como todo lo demás.
-Algún día me transformaré-continuó el niño-, y seré mayor.
-No sabía que los ángeles crecieran.
-¿Qué es un ángel?
-Umm… como unos niños con alas de pájaro detrás.
-No soy un ángel, no soy un niño.
Melia empezaba a enfadarse.
-¿Y qué eres?
-…no lo sé…
Aquel niño era realmente tonto, eso es lo que era.
Decidió marcharse, algo le decía que era hora de salir de aquel sitio. El bosque ya no era
tan luminoso, el sol empezaba a desaparecer, y las plantas a encoger.
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Pero el chico parecía estar espabilándose por momentos. Al ver que se marchaba, abrió
los ojos y corrió tras ella.
-Espera, ¿adónde vas?
-Voy a casa, tengo que levantarme.
El chico hizo un gesto con el brazo, pasándoselo por la cabeza. Le recordó a un gato
lavándose las orejas. En aquel caso, parecía más bien un extraño deje de inquietud.
Hasta entonces había dado la impresión de ser bastante denso o estar medio dormido,
ahora parecía nervioso.
-Pero, ¿está lejos?, ¿vas a volver?
-Um…-se encogió de hombros-No sé, igual, nunca sé bien por donde voy.
-Ah… yo estoy aquí, hasta que crezca, puedo esperarte.
-¿Para qué vas a esperarme?
-Me aburro, estoy solo.
Se le pasó un poco en enfado, y empezó a sentir pena por el pobre querubín.
-Bueno, supongo que podría intentarlo…
En ese momento los ojos del chico brillaron, un detalle que ignoró porque
inmediatamente una sombra gigantesca cubrió el bosque, trayendo frío y silencio. Miró
hacia arriba, pero solo veía sombras.
-¿Qué…?
Y aquel mundo desapareció. Como un cofre que se cierra de golpe, con todo el bosque,
los soles, los helechos, las flores, y el pobre angelito dentro. Era la primera vez que un
sueño salía de ella y no al revés.
Se quedó flotando en una extraña nada un tiempo, meditando sobre lo qué podía haber
pasado. Meditaba mucho en sueños, meditaba sobre cosas trascendentales y profundas
que haría quedar como idiotas a todos los sabios que habían existido jamás.
Aunque normalmente no recordaba nada al despertar.
De la nada salió un muñeco, era de una serie de dibujos que le gustaba, hablaba sólo, por
alguna razón. Luego un coche, venía a buscar al muñeco, había una reunión en alguna
parte y se había olvidado su cepillo de dientes de gala, tenía que ir a buscarlo al Tíbet o
los marcianos se comerían el pastel.
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Melia contempló aquel sueño como una espectadora viendo la tele. Cuando las cosas se
volvían así de extrañas era la hora de levantarse, y ahora solo aguardaba al momento en
que su madre vendría a despertarla.
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2. Viaje a través de las olas
Durante todo el año salía del entrenamiento cuando ya era de noche, de modo que ver el
Sol aún brillando en el cielo le resultó extraño.
Pronto sería Verano y terminarían las clases.
En la calle hacía fresco, y mucho viento, un contraste agradable con el bochorno y la
humedad que había dentro de los vestuarios. Melia respiró hondo un par de veces,
disfrutando la sensación.
-Bueno... pues ya nos veremos...-dijo una de sus compañeras de equipo.
La mayoría se miraban entre sí con cara de circunstancias. Iban a eliminar el equipo de
baloncesto del barrio, el equipo femenino había sido el primero en caer, aunque no
tendrían jugadoras suficientes para el año que viene de cualquier forma, a no ser que
ocurriera un milagro.
Aquel había sido su último entrenamiento y la gente se mostraba incómoda, la mayoría
llevaba allí desde los doce años.
A Melia le daba igual.
-Sí, ya nos veremos...-dijo otra-. Que no se os olvide la cena del viernes, ¿vale?
Tres chicas que tenían que correr para coger un autobús se despidieron y se fueron a
toda velocidad. Otro par que tenía que coger el tren también se fue, con un poco más de
calma.
Realmente, la mayoría se conocían del barrio o iban al mismo instituto, y tampoco es
que hubieran sido el equipo más hermanado y compenetrado del mundo. No se iban a
echar mucho de menos.
Pero era raro.
Melia se encogió de hombros, decidió despedirse de una vez e irse a casa. Siempre
quedaba alguna chica atrás a la que recogían en coche, así que las que querían hablar de
lo triste de la desaparición del equipo tenían víctimas disponibles.
Bajó unas escaleras de piedra, rumbo al puerto. Era una tarde agradable (exceptuando el
viento) y quería aprovecharla.
Se preguntó porqué realmente le importaba tan poco dejar el baloncesto, había sido
jugadora desde los ocho años. Hubiera sido de esperar que en aquel tiempo le hubiera
cogido más apego, pero la realidad era que le importaba más bien poco.
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De pequeña había sido la típica niña grande, manazas y sin ningún tipo de encanto o
gracia; no se llevaba bien con otras niñas porque siempre acababa destrozando sus
juguetes, no entendía cómo lo hacía, pero muñeca que intentaba peinar, muñeca que
terminaba sin cabeza.
Con esas habilidades solo le había quedado la opción de ser una abusona o destacar en
algún deporte.
Y en principio, el baloncesto se le había dado bien.
No tenía más misterio: jugaba porque era una de las pocas cosas en las que no era un
desastre y la gente la alababa.
Aún así, habían pasado casi nueve años jugando, debería sentirse un poquito triste al
menos, ¿verdad?
En cuanto llegó la pubertad, dejó de ser más grande y fuerte que el resto de sus
compañeras, y se transformó una adolescente bastante vulgar, perdiendo la ventaja que
tenía al no ser muy hábil. El deporte no iba a ser lo suyo, de cualquier forma.
Aunque en su birria de equipo, seguía siendo una jugadora destacada.
Ex-equipo. Tenía que recordarlo.
Finalizada aquella etapa de su vida, ahora tenía que pensar qué quería hacer con el
futuro.
Apoyó los antebrazos en una de las barandillas que daban al mar. Se veía oscuro y
encrespado. En aquel momento, un pequeño barco amarraba a puerto a sus pies.
No había más que algunas nubes vagas paseando por el cielo azul, pero el agua parecía
alterada como en un día de tormenta.
Siguió andando, dejando que sus brazos rozaran un poco la vieja barandilla oxidada al
pasar.
Su futuro iba a ser un serio problema, ya que no tenía ni idea de qué quería hacer.
Quizá idiomas, o psicología, psicología estaría bien, quizá así podría averiguar si tenía
algún trastorno o solo era otra adolescente rara más. Y era de letras, prefería hacer algo
de letras, era muy buena con las matemáticas, pero le costaban más esfuerzo del que le
apetecía dedicarles en su vida.
Una fuerte corriente de aire le trajo olor a pescado, y frío. Empezaba a refrescar en serio,
quizá sí que iba a haber tormenta.
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Decidió alejarse de la barandilla y subir hasta el paseo, iría directamente a casa, el día ya
no pintaba tan agradable.
Subió otras escaleras de piedra, pero a medio camino se detuvo en seco. A lo lejos pudo
ver acercándose por el paseo a una chica muy mona del brazo de su novio.
El de Melia.
Giró tan rápido que estuvo a punto de caer, bajó las irregulares escaleras de dos en dos y
se escondió junto a la pared.
Esperaba que no la hubieran visto.
En poco tiempo oyó los pasos, unas voces, alguien que se reía y luego dejó de oír nada.
Cuando se fueron lanzó una especie de suspiro que no era del todo ni de alivio ni de
tristeza, y siguió andando cabizbaja por el puerto.
No quería volver arriba, igual se los encontraba.
Psicología, sí, iba a ser una buena idea.
Marcos era un buen chico, durante los dos primeros meses de su noviazgo todo había
parecido un cuento de hadas, luego empezó a aburrirse a gran velocidad. Él descubrió
que le había dado un par de excusas tontas para salir con amigas varias veces, solo
porque se aburría y no quería reconocerlo aún, lo hablaron un poco y la perdonó. Porque
Marcos era un buen chico, y ella no.
En el último mes, apenas se había dignado a responder sus llamadas. No podía
extrañarle que se hubiera buscado a otra. Conociendo a Marcos, seguro que se había
pasado todo el mes llamando precisamente para decírselo.
Siempre estaba dispuesto a hablar. Y ella había sido incapaz de decirle que en realidad ya
no estaba interesada en él, después de dos meses que serían la envidia de cualquier
adolescente romántica y de tener a un chico estupendo, ¿cómo le iba a decir que le
dejaba? No podía, no se atrevía.
Pero por el lado bueno, él ya tenía a otra, ahora todo iba a ser más fácil.
Se llevó las manos a la cara y cerró los ojos con fuerza.
Aún así, se sentía avergonzada, había sido una cobarde.
Notó el calor extendiéndose por toda la cara, a falta de un espejo, estaba segura de estar
pasando por la madre de todos los rubores.
Qué desastre.
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Había llegado hasta el extremo final del puerto, la barandilla se terminó para dejar paso
a la pequeña cuesta por donde se bajaban las embarcaciones al mar.
Suspiró otra vez, mirando melancólicamente al horizonte. Un cuadro lejano y ajeno a la
horrible sensación que se le había metido en el cuerpo. Una imagen relajante y serena.
Le gustaba el mar.
Se apoyó en la barandilla y se inclinó hacia delante.
Al menos llamaría ella.
Aquella tarde iba a llamarle y hablarían.
Quizá aún querría ser su amigo…
Una ola descomunal se estrelló contra el muro, llegando a salpicarla y sacándola de sus
pensamientos.
El cielo estaba nublado, nubes bajas y espesas que parecían amenazar con comerse hasta
la luz de las farolas.
¿Cuánto tiempo había pasado allí haciendo de heroína victoriana?, ¿desde cuándo estaba
todo tan oscuro?
Sería mejor irse corriendo a casa, no era buena prediciendo el tiempo, pero si no se iba a
desatar la tormenta del siglo como mínimo, iba a estar cerca.
Entonces vio un niño en la bajada hacía mar.
-¡Oye!-le llamó.
El viento soplaba fuerte, y las olas rompían con fuerza. Igual no la había oído.
Comenzó a descender hacia allí, en cualquier momento podría venir otra ola gigante y
comerse al niño, era peligroso.
Miró a su alrededor, no había nadie.
¿Dónde estaban sus padres?
La única protección de la bajada era una gruesa cadena para que no cayeran los coches,
cualquiera podría saltársela a pie.
-¡Oye!, ¡chiquitín!
Por toda respuesta, el niño se acercó al borde.
Melia dejó caer la bolsa de deporte y corrió hacia él.
-¡Eh!, ¡aléjate de ahí!, ¡¿me oyes?!
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Por un momento le pareció que el niño iba a tirarse. Con el corazón latiéndole a toda
velocidad consiguió sujetarle un brazo, pero parecía que el niño seguía cayendo de
cualquier forma.
Y, entonces, se encontró frente a frente con una gran ola.
En un momento solo sintió frío, un frío horrible. Su cuerpo se sacudía por el miedo y el
frío helador. Aún tenía sujeto al niño por el brazo, no se movía. Pataleó en el agua, no
veía nada, no sabía donde estaba la superficie.
El niño no se movía, pero parecía pesar más de una tonelada.
Le fallaba la respiración, algo le decía que no debía tragar agua, pero no podía más.
Desesperada, intentó soltar al niño, pero fue incapaz por alguna razón. Seguían
hundiéndose.
Sintió dolor en los pulmones, sintió pinchazos en la cabeza y un fuerte pitido en los
oídos.
Era como si algo los estuviera arrastrando.
Ya no hacía frío, empezaba a hacer calor, todo seguía oscuro a su alrededor. Una
oscuridad cálida y familiar.
Ya no necesitaba respirar.
<<Estoy soñando, ¿verdad? Esto es un sueño...>>
Poco después, ya no sintió nada.
Lo siguiente que pudo recordar es que le dolía un brazo. Algo se le estaba clavando en el
codo, intentó moverse y súbitamente se dio cuenta que estaba viva. Por alguna razón
creía que no debía estarlo, era una sensación curiosa.
De lo siguiente que se dio cuenta es que alguien discutía cerca, al principio no entendía
nada de lo que decían, poco a poco las palabras se volvieron más comprensibles: "fuera",
"volver", "seguro"...
Notó algo haciéndole cosquillas en los pies y un sonido suave de las olas.
Fue entonces cuando se despertó por completo.
Se irguió y se dio cuenta que estaba desnuda, y rodeada de gente.
Intentó taparse torpemente con las manos.
-¡Oh, está despierta!-oyó que decía una vocecita infantil- Áncula, dame una manta.
Miró algo asustada. Había un niño a poco más de un metro; moreno y sonriente. No
podría jurarlo, pero estaba segura que era el mismo al que intentó salvar en el puerto.
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Poco después, una persona le entregó una manta de lana marrón y el niño se la puso por
los hombros.
-Toma, ahora hace un poco de fresco, pero en seguida entrarás en calor.
Melia iba a decir que no era el frío lo que la preocupaba, pero se le debía haber olvidado
hablar.
Había muchos hombres a su alrededor, llevaban puesto algo así como un vestido de
tirantes hasta las rodillas, y un cinturón de cuero, cada uno portaba una lanza y un
escudo. Era como un pequeño ejercito romano salido de ninguna parte.
Todos estaban en una especie de cueva, iluminados por varias antorchas, se oía el sonido
del mar retumbando por todas partes.
Cuando intentó distinguir las expresiones de los que la rodeaban dio un pequeño grito y
un brinco que casi la puso en pie al darse cuenta que una de las figuras no era humana.
Al principio creyó que llevaba un disfraz y un casco con cuernos, pero era una especie de
monstruo, gigantesco, con cuernos de toro, rostro plano de ojos saltones y enormes
espaldas cubiertas de pelo marrón.
-Oh, Oijme, la has asustado, vete al frente y vigila que no venga nadie.
El monstruo hizo algo que sonó a un gruñido, su rostro no tenía demasiada
expresividad, pero dio media vuelta y se fue. Se bamboleaba un poco pero caminaba
como un humano.
Melia sabía que había visto cosas de esas es sus libros de historia, pero en aquel
momento estaba demasiado ocupada dándose cuenta que se había vuelto loca para
recordar el nombre.
-No te preocupes-continuó hablando el niño-, solo es un bauro, ¿te encuentras bien?
-Sssí..i... ¿qué...? ¿..estamos?... ¿dónde estoy?
-Estás en la isla de Ethlan, estás bien, siento mucho el viaje, no me di cuenta que llevaba
una pasajera, te devolveremos pronto a tu casa, ¿de acuerdo?
-¿Eh?
El niño sonreía con cierta simpatía y la cabeza gacha, parecía estar esperando una
reacción.
Pero ella no sabía cómo reaccionar.
-Lo siento mucho, estás en una isla, muy muy... lejos de tu casa, viniste aquí conmigo,
yo puedo separar las barreras, así que te colaste sin que me diera cuenta.
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-¿A qué te refieres... con lejos?
-Es...-agitó la mano- otro mundo.
El niño se movía y hablaba casi como un adulto, pero mantenía aquella sonrisa
simpática y un poco avergonzada.
-Otro... ¿como un sueño?, ¿quieres decir que estoy soñando o algo así?
El chico abrió mucho los ojos.
-Sí, eso exactamente.
-Bien-Melia asintió con la cabeza-, bien.
Sueños. Podía entender los sueños, había tenido sueños raros toda su vida. No sabía si se
estaba agarrando estúpidamente a un clavo ardiendo por no perder la cabeza, pero en
aquel momento planteárselo como un sueño especialmente difícil le ayudó a serenarse.
-¿Y cómo me despierto?
-Oh, eso va a ser un poco difícil, verás... no podemos usar esta fuente otra vez en un
tiempo... y está en territorio enemigo de todas formas... Pero te prometo que será lo
primero que haré en cuanto vuelva a casa.
La sonrisa del niño se hizo más ancha. Melia no hizo más preguntas, le bastaba con
aquello. Era un sueño, todo iba a estar bien...
La persona que le había dado la manta antes se acercó, primero creyó que era un hombre
andrógino, pero al comenzar a hablar se dio cuenta que en realidad era una mujer.
-Tenemos que irnos, príncipe, se hace tarde.
-¿La ropa?, no vamos a sacar a la pobre... eh... ¿tu nombre?
-Melia.
-Oh, encantado, yo soy Gerón.
La mujer hizo un gesto de cansancio y tendió unas telas dobladas y recogidas con hilo.
Al deshacerlo apareció uno de aquellos vestidos blancos.
Tapándose como buenamente podía con la manta se puso la ropa, nadie le dio un
cinturón, pero Gerón le tendió una especie de sandalias de cuero con una suela tan fina
como el papel.
-No vamos muy cargados, es lo único que tenemos-se disculpó el niño.
-Su Señoría, anochece y no podemos permanecer más en este valle...
-Ya sé, ya sé...-Gerón hizo un gesto de irritación- Deberías hablar con más respeto,
Áncula, es una bicrona también.
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-No nació aquí.
-Eso a mí no me importa.
No es que Melia entendiera muy bien de qué hablaban, pero lo suficiente como para
saber que discutían por ella.
La mujer era bajita, delgada e informe, hubiera parecido una adolescente desgarbada si
no fuera por su rostro, objetivamente podía decirse que era joven, pero había algo viejo y
cansado en su expresión (no sería la última vez que vería algo así allí). Tenía el pelo
oscuro y liso, cortado de forma milimétrica a la altura de las orejas. Sus ojos eran
también oscuros, grandes pero de párpados espesos que parecían caer con desgana sobre
sus pupilas mientras éstas miraban a todo el mundo con cierto desprecio.
No puede decirse que le causara una buena impresión.
Cuando terminó de vestirse intentó entregarle la manta a ella, pero la miró como si la
hubiera escupido. Bastante confusa se volvió al niño, pero antes de que intentara dársela
a él, uno de aquellos tipos con lanza y escudo la recogió.
-¡Oh, gracias!
El tipo parpadeó casi sorprendido, pero no dijo nada.
-Ignora a Áncula-dijo Gerón-, a la comandante solo le gusta ella misma. Te
acostumbrarás, no le queda más remedio.
El chico le dedicó a la mujer una sonrisa de oreja a oreja, y ésta se limitó a hacer otro
gesto de cansancio y gritar un par de palabras que no comprendió, pero seguramente
querían decir algo como "ponerse en marcha", porque empezaron a andar.
Echó un vistazo a su alrededor mientras salían.
Distinguía el vaivén brillante de las olas donde había estado tumbada, pero era todo
oscuridad más lejos y, sin embargo, se oía el oceáno por toda la inmensa bóveda. Donde
las luces de las antorchas alcanzaban a alumbrar, pudo distinguir figuras y estatuas
talladas en roca. Algunas eran personas, muchas eran monstruos, y casi todas estaban
rotas y cubiertas de liquen y algas.
Había algo tétrico en las figuras, no solo por el mal estado en que se encontraban, si no
porque tenía la fuerte impresión que quien las hiciera, no esperaba que terminaran
sumidas en aquella oscuridad.
Subieron por unas empinadas escaleras, pese a ser muchos mantenían un ritmo ligero.
Parecían tener mucha prisa por salir de allí.
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Entonces recordó que la tal Áncula había mencionado algo de enemigos.
Se preguntó si debería preocuparse por aquello.
Al salir parpadeó a la luz del Sol.
¿Era normal que el Sol pegara tan fuerte allí?
Los soldados (suponía ya que eran soldados), se detuvieron un momento para apagar las
antorchas y ponerse en orden antes de continuar.
Melia vio el mar extenderse en el horizonte, brillaba mucho, el Sol estaba muy caído en
el firmamento, pero el cielo seguía siendo azul.
¿Tampoco atardecía allí?
Se acordó de su novio...
Ex-novio.
No iba a poder llamarle, no aquella tarde al menos, obviamente.
Y el Viernes era la cena con sus compañeras del equipo.
La última cena antes del Verano, de su última temporada en el baloncesto.
Y...
Sintió miedo, y una súbita opresión en el pecho.
¿Dónde estaba?, ¿qué hacía allí?
¿Qué importaba que fuera un sueño, otro mundo u otro planeta?
¿Estaba atrapada allí?, ¿no podría ver a su familia?, ¿sus amigas?, ¿el bueno de Marcos?
Intentó coger aire un par de veces y no pudo, a la tercera consiguió inspirar y reunir las
suficientes fuerzas para llamar al niño.
-¡Chiquitín!... ¡Gerón!
-¿Si?, ¿te pasa algo? estás pálida, ¿digo a los bauros que se vayan más lejos?
Melia ni siquiera se había dado cuenta que había otros dos de aquellos seres a pocos
metros, pero no le importó.
-¿Cuándo...?, podré volver, ¿verdad?, ¿cuándo?
El chico puso una cara extraña, no supo interpretar qué quería decir, pero pronto volvió
a su sonrisa de siempre.
-No te preocupes estás en buenas manos, no va a pasarte nada.
-Pero...
-Tardaremos dos meses con suerte para llegar a mi casa, allí podré ayudarte.
-¡Dos...!
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-Oh, se pasarán volando, ya verás... el tiempo aquí es diferente... cuando vuelvas quizá
no haya pasado ni una semana.
Dos meses...
Las piernas le fallaron y cayó de rodillas, llorando.
Si aquello era algún tipo de broma, que alguien lo parara ya.
Si era un sueño, ¿por qué no venía su madre a despertarla?
Ya basta. Quería salir de allí.
Lloró y lloró, esperando que realmente todo se detuviera de golpe.
Gerón le pasaba la mano por la cabeza como intento de consolarla.
-Príncipe, está atardeciendo...
-Déjala, tiene que haberse llevado un buen susto.
-La puede llevar un bauro, este no es sitio para detenerse.
-¿Has visto la cara que puso cuando vio a Oijme?, ¿quieres que se le pare el corazón?
-No es seguro estar aquí.
-Creía que la seguridad era asunto suyo, comandante.
Melia quiso dejar de llorar, dándose cuenta que estaba siendo una molestia importante.
-Estoy bien, estoy bien...-dijo, intentando ponerse en pie.
Aquel lugar no iba a desaparecer por las buenas, de cualquier forma. No llorando como
una idiota al menos.
Aún así, le seguían temblando las piernas.
-¿Estás segura? Tienes mi permiso para ignorar a Áncula.
-No, estoy bien.
Se pasó las manos por la cara, intentando hacer desaparecer las lágrimas.
Evitó mirar a la mujer. Ésta, de todos modos, se dio la vuelta y volvió a gritar para
ponerse en marcha.
Les siguió cabizbaja.
Aunque seguir no era exactamente cierto, ya que la mitad de aquel pequeño ejército
vigilaba sus espaldas.
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3. Figuras
Cuando se detuvieron, hicieron una hoguera, cocinaron y le sirvieron un plato de algo
que tenía carne y otro algo que parecía puré de patata. Aunque no era puré de patata.
Luego le dejaron un par de mantas y le indicaron un sitio donde dormir.
Aquella primera noche la pasó sin pegar ojo, dando millones de vueltas a todo en su
cabeza, se agitaba nerviosa, se sentaba y miraba los rescoldos de la hoguera y los
soldados que hacían guardia. Luego intentaba dormir, abría los ojos y seguía en el
mismo lugar.
Al amanecer consiguió descansar un poco, y cuando vinieron a despertarla, decidió que
ya era hora de dejar de preguntarse qué hacía allí, y empezar a asegurarse el cómo salir.
-¿Gerón?
-¿Sí?
-¿Qué hacías en el puerto?
El chico abrió los ojos muy sorprendido, no parecía esperar aquella pregunta, pero se
repuso pronto.
-Oh, me gusta salir de aquí, soy el único que puede atravesar el aionios... las fuentes
entre un mundo y otro.
-¿Y para viajar traes un ejército?
-Yo no lo traigo, se vienen conmigo.
La voz sonó un poco tensa.
-¿Y no podemos volver por el mismo sitio?
-No, los aionios tienen... límites, solo pueden cruzarse una vez cada determinado
tiempo. Te llevaré a uno más seguro para devolverte a tu casa, ya lo verás.
-¿Por qué solo puedes hacerlo tú?, ¿es por eso que hay tanta gente?, ¿y porqué corremos
peligro?...
El niño empezó a reírse.
-Ah, está bien, voy a intentar contártelo todo. Esta es la Isla de Ethlan, hace un tiempo
formaba también parte de Geo... tu mundo, fue una tierra muy rica y próspera, pero
sufrió una... maldición, y se la tragaron las aguas del tiempo y el espacio. No se puede
decir que sea otro "lugar", porque en realidad no se ha movido, solo está enterrada bajo
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las olas. Los únicos que pueden pasar de un lado a otro son los bicronos, y el único con
poder para abrir las puertas soy yo.
-¿Por qué tú?
-Hubo un tiempo que éramos muchos, pero se fueron, no quisieron quedarse en Ethlan
cuando se hundió. Los que pudieron irse sencillamente se fueron. Yo me quedé porque
soy un príncipe, y mi pueblo necesita guía.
-Oh...
Estaba segura que había oído a Áncula llamarle "príncipe" antes, pero, por alguna razón,
no había llegado a creer que hablara en serio. No es que aquella mujer pareciera conocer
el sentido de la palabra "humor".
Era desconcertante.
Pero explicaba a todos aquellos soldados.
Resultaba un crío muy simpático para ser un príncipe, se los imaginaba más malcriados.
-Cuando Ethlan cayó hubo varias guerras por el control de los aionios, está mi pueblo,
los anaxes, que fuimos los originales guardianes de la sabiduría y las costumbres de
Ethlan, y luego los ánforos, que no son más que semi salvajes, que creen que tomando
todas las puertas encontrarán la manera de cruzar, también he oído que creen que
abriendo mi cabeza encontrarán mi secreto para viajar. Son unos ignorantes, sentiría
lástima por su desesperación si no estarían continuamente intentando matarnos. Hay
otros grupos, como los daimiones y los bauros, pero normalmente son tranquilos si se les
deja en paz.
Melia estaba a punto de perder la cuenta de los nombres que oía: las fuentes, aionios; su
mundo, Geo (esta era fácil); aquel sitio, Ethlan; el príncipe, anaxes; los enemigos,
ánforos; los que tenían cabeza de toro, baulos; y los daimiones que no sabía aún lo que
eran pero le resultaba un nombre familiar.
Gerón debió notar su cara de concentración porque permaneció en silencio unos
minutos.
-Y... ¿qué haces exactamente para poder... eh... viajar?
-Goeteia.
-¿Qué?
-Goeteia, lo que hago, se llama goeteia, es una ciencia.
-¿Se puede aprender?
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-No, solo los anax bicronos la tienen. No le des tantas vueltas-le cogió de la mano y
sonrió con dulzura-, estás a salvo con nosotros. No te preocupes por nada. En cuanto
vuelva a mi ciudad, lo primero que haré será ordenar que preparen nuestro aionios para
que cruces.
Tuvo que devolverle la sonrisa. Al menos era un niño muy agradable.
Caminaron todo el día, deteniéndose poco tiempo para comer o comprobar la ruta.
Melia hacia deporte pero llegó a terminar agotada.
Gerón sugirió medio en broma que uno de sus bauros podía llevarla, quitando a Oijme,
era para lo que usaban a los otros dos, para cargar cosas.
Según había podido captar, Oijme era una especie de capitán o sargento, aunque usaban
un nombre que no conocía. Era un bauro especial porque era tan inteligente como
cualquier humano.
Aunque no era algo que saltara a la vista mirándole a los ojos.
Los otros dos, en cambio, tenían una inteligencia semejante a la de sus parientes de
cuatro patas.
Antes de que pararan para pasar la noche, vio como un soldado tuvo que ir a buscar uno
de los bauros que se había distraído en alguna parte del camino.
De cualquier forma, a Melia le costó adaptarse a ellos. Las pocas veces que oyó a Oijme
hablar sonaba tan cálido y amable como Áncula, por fortuna, guardaba la mayor parte de
su aliento para gritar a los soldados.
Otra cosa que acabó por llamarle la atención aquel primer día, fue lo poco que se
comunicaban con los soldados.
Ellos levantaron el campamento, prepararon la hoguera y los lugares donde acostarse.
Melia intentó ayudar pero la miraron de forma extraña.
-Déjales, es su trabajo-le dijo Gerón-, ellos se entienden, si los interrumpes y se
retrasan, Áncula se enfadará.
Melia obedeció y se sentó en su sitio sin hacer nada. Podía entender que fuera su
trabajo.
Lo que no terminaba de comprender es que no le dirigieran la palabra ni una vez.
Ni Gerón, se dio cuenta que ni les miraba, Áncula solo lo hacía cuando alguno hacía
algo que la enfadara y normalmente era Oijme el que les gruñía. Aunque la mayoría de
las órdenes provenían de ella.
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Pensó en preguntar a Gerón qué significaba aquello, pero le resultaba extraño e
incómodo, y sospechó que algunas cosas iba a ser más prudente que las aprendiera
observando que preguntando al niño.
Le caía bien, pero creía que había algo raro en la forma en la que trataba a los demás.
El lugar de acampada aquella noche estaba lleno de estatuas. En realidad, todo el
camino había estado cubierto de viejas ruinas: torres caídas, escaleras de piedra cubiertas
de musgo, esquinas de edificios asomando entre los árboles, y estatuas.
Le recordaban a las esculturas romanas que había visto en libros, pero no eran tan
realistas, eran más angulosas, con narices muy rectas y ojos enormes. Unas pocas aún
tenían pupilas. Eran de una roca negra que la gente debía ser aficionada a robar, porque
solo quedaban en las tallas más inaccesibles. Al principio las encontró algo ridículas a la
luz y el calor del día, pero al fuego de la hoguera, aquellas pupilas redondas, grandes y
negras se clavaban en su cabeza, como si estuvieran intentando decir algo a través del
tiempo.
Ver todas las estatuas de ese rincón del bosque en su tiempo de gloria, con todos
aquellos grandes ojos negros mirando inertes a ninguna parte. Debió haber sido
sobrecogedor.
Dos días después, el viaje continuaba sin sobresaltos.
Aprendió a ignorar a los soldados y los soldados atendían a sus cosas. Miraba a su
alrededor con curiosidad y en ocasiones le hacía preguntas a Gerón, el chico siempre
parecía dispuesto a contestar.
Otras veces, prefería escuchar lo que otros hablaban.
No se entendería ni con los soldados, ni con Áncula, ni con Oijme, pero eso no quería
decir que no debiera prestar atención.
Sacó algunas conclusiones algo diferentes a las cosas que Gerón decía. Principalmente,
que no tenía razón alguna para estar tranquila, aquel viaje por tierras enemigas había
sido un suicidio y solo a Gerón parecía no importarle.
<<Eso pasa por hacer caso a niños. Por muy príncipes que sean no deberían poder
mandar tanto>> pensó.
El cuarto día, les atacaron.
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Era casi de noche y la vanguardia levantaba ya el campamento. Melia buscó un sitio
donde sentarse y descansar mientras los demás trabajaban, cuando oyó gritos y algo
parecido a bocinas largas y nasales. Eran cuernos.
Los soldados del campamento dejaron lo que estaban haciendo y dieron media vuelta.
Alguien estaba atacando la retaguardia.
Melia se puso en pie asustada. Miró a su alrededor buscando un sitio por donde
escapar.
Aquella no era su guerra, no quería que la atraparan en medio.
Entonces, alguien le sujetó de la mano.
-No te preocupes-dijo Gerón-, Áncula sabe lo que hace. Tranquila.
El niño había sido muy amable con ella, pero en aquel momento sintió unos terribles
deseos de gritarle y mandar su tranquilidad a hacer puñetas.
No pasó mucho tiempo hasta que algunos soldados volvieron. Llevaban compañeros
heridos, o algo peor, los depositaron con cuidado sobre algunas mantas, mientras el resto
de los que iban llegando continuaban en las labores de levantar el campamento, como si
tal cosa.
-¿Ves?-Gerón hizo un gesto con la mano libre-, todo el orden.
-¿Y... los heridos?
-Los soldados se encargarán.
Volvieron a oír un alboroto, pero menos alarmante. Oijme volvía tirando de un bulto
cubierto de polvo y sujeto por una soga. Los soldados le gritaban cosas.
-Un prisionero...-comentó el niño desapasionadamente. Le soltó la mano y se acercó a
observar.
Melia prefirió quedarse en la distancia. Estaba segura que aquello no le iba a gustar.
Oía perfectamente a Oijme gritando preguntas, y estaba segura que también le oía el
resto del bosque. A continuación no entendía mucho, pero por los golpes y los "ungff"
que salían del pobre prisionero, las respuestas no le estaban gustando nada al bauro.
Llegó un momento que no pudo aguantar más. Se acercó a Gerón, esperando que la
ayudara, no se atrevía a dirigirle la palabra a Oijme en aquellas circunstancias.
-¿Puedes decirles que paren? Diles que pare, por favor.
El niño parecía casi entretenido con el espectáculo.
-¿Qué?, ¿por qué?
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-Le están torturando.
Por un momento, parecía que no entendiera lo que quería decir, entonces se dio cuenta.
-Oh, no te preocupes, no son más que unas bofetadas. Pero les diré que paren...
Sonrió, quizá esperando un agradecimiento por su interés, pero Melia solo pudo
retorcerse las manos con nerviosismo.
Gerón se acercó a Áncula y ésta, tras mirar mal tanto al chico como a ella, le dio algunas
órdenes al bauro y éste se detuvo.
El gigantesco hombre-animal se apartó un momento, y pudo ver mejor al prisionero.
Relativamente.
Lo debían haber rebozado bien contra el suelo, pues estaba cubierto de polvo y tierra,
tenía una gran melena suelta y completamente caótica de un color imposible de descifrar
por la suciedad, y de la que apenas pudo distinguir asomando una nariz, tan
absolutamente delgada, recta y afilada como la de las estatuas, y un mentón a juego.
Oijme recogió la soga y volvió a llevarle a rastras hasta un árbol, donde lo dejó
amarrado.
-Ya está-dijo Gerón-, ahora tengo hambre, ¿cenamos?
A lo largo de la velada. Melia volvió varias veces la cabeza hacia el prisionero, tenía la
impresión de que la estaba vigilando.
-¿No le vais a dar de cenar?
-Creo que Áncula prefiere esperar hasta que diga algo.
-¿Y si no dice nada?
-No come.
-¿Qué tiene que decir?
-Quien es su jefe, pero es un soldado de fortuna, así que lo más seguro es que no tenga
ni idea.
-...así que, sí sabéis que no sabe nada... ¿por qué le torturáis?
-Solo le vamos a dejar sin comer un poco, igual se le ocurre algo interesante que decir, a
todos se les ocurre.
-¿Todos?
Empezó a sentirse asqueada por aquella conversación, Gerón se dio cuenta que había
dicho algo inapropiado.
-Es lo que me dice Áncula-respondió con cierta preocupación-, ¿está mal?
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-Sí, está mal-afirmó Melia categóricamente.
A veces, se olvidaba que hablaba con un niño.
Pasó la noche dándole vueltas, y por la mañana decidió que prefería enfrentarse un poco
a la paciencia de Áncula que aguantar la mala conciencia de no haber hecho nada.
Desayunó rápido. Era una especie de caldo con semillas, no tenía mucho sabor a nada,
pero espabilaba bastante. Al terminar su cuenco, cogió otro y se acercó al prisionero.
No parecía estar sufriendo especialmente en aquel momento. Si no fuera por las manos
separadas y atadas al tronco del árbol, daría la impresión de que se hubiera sentado a
pasar el rato. Tenía una pierna recogida y miraba distraído la copa del árbol.
Se colocó junto a él, esperando que se diera cuenta que estaba allí.
-Umm, te he traído algo para... desayunar.
El prisionero movió la cabeza con lentitud, a través del pelo enmarañado pudo ver por
fin un par de ojos oscuros y afilados como agujas, parecía estar en tensión y súbitamente
se dio cuenta que aquello no había sido tan buena idea como creía.
Ya sabía cómo se sentía un ratón al ver un búho.
-¿Qué haces aquí?
Parpadeó confundida.
-Tra... traigo algo para comer...
El tipo movió la cabeza hacia un lado y quedó en silencio un rato eterno.
-Ya veo... eres una criaturita ridícula... ¿vas a darme de beber o vas a seguir temblando
hasta que se derrame todo?
Intentó ponerle el cuenco en los labios. Temblaba como una hoja, era milagroso que no
se le hubiera caído la mitad.
Cuando terminó de beber, el tipo parecía más relajado.
-Te llamas Melia.
Melia dio un respingo.
-Ss... sí... ¿cómo...?
-Los imbéciles de las falditas hablan ¿sabes?
Ignoró el comentario y bajó la vista. El prisionero llevaba pantalones y no se había dado
cuenta. Así que en alguna parte de aquella isla, alguien había inventado los pantalones.
Era la mejor noticia que había recibido en una semana.
-Y...eh, ¿tú cómo te llamas?
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-UrsHadiic.
-¿Eh?
-Urrrs... Haaaaaadiic.
-¿Usssadic?
-Casi.
-¿Qué es ese sonido tan horrible?
Melia se encogió al oír la voz de Áncula. Miró hacia lo alto, no se había dado cuenta que
se había acercado.
-Es mi nombre-respondió el prisionero con un claro tono de desafío.
Por el momento, la comandante pareció ignorarla, solo miraba al prisionero.
-Vamos a ver, si digamos que me apetece cruzar el paso de Dendron, ¿crees que me
encontraré con alguna sorpresa?
-¿Aparte de tu propia estupidez?
Aquello hizo que se ganara un golpe en la cabeza con un largo bastón de punta metálica
que la mujer blandía.
Asustada, Melia fue retrocediendo poco a poco, hecha un ovillo.
-¿Que tal si te pongo a ti andando el primero?, ¿te apetece que hagamos la prueba?
-Muy bien, ¡hazlo!, con un poco de suerte habré conseguido correr hacia el otro lado
antes que esos asnos que llamas soldados pasen.
-¡Te arrancaré tus jodidas piernas!
-Entonces si hay una emboscada, los anfóreos se preguntarán porque la comandante
Áncula lleva a un tipo sin piernas con ella y supondrán que has perdido la cabeza del
todo y saldrán huyendo. ¡Es un plan brillante!
Aquello le ganó directamente una patada en la frente. El sonido de la cabeza al golpear
la madera hizo que Melia se estremeciera y saliera corriendo.
Se acercó a Gerón y volvió a pedirle que interviniera, pero el niño se encogió de
hombros.
-No le van a hacer nada irremediable, creo que quieren usarlo de rehén para no sé qué
cosa. Solo van a asustarlo un poco-¿Asustarlo?-. Además, mira en el exterior del
campamento.
Melia lo hizo. Había dos cuerpos cubiertos con sábanas y otros tres soldados que no
parecía iban a poder moverse mucho nunca.
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-Él y sus compañeros hicieron eso, no me apetece tenerle mucha compasión.
-¿Qué va a pasar con los heridos?
-Se quedarán aquí.
-¿Qué?
-Retrasarían la expedición, Áncula prefiere que se queden. Que los que puedan moverse
ayuden a los demás. Y, de todas formas, siendo un grupo pequeño podrán esconderse en
los bosques con más facilidad.
-¿No necesitan un médico?
El niño volvió a encogerse de hombros.
Melia estaba horrorizada. Tenía la cabeza llena de todas las cosas que le habían
enseñado sobre la dignidad, los Derechos Humanos y la compasión. Pero no sabía cómo
hacerse entender a aquella gente sin sonar como una loca, estaba segura que en aquellas
circunstancias les parecerían palabras vacías.
Frustrada, se sentó, y se puso a razonar para sí de forma descontrolada todas aquellas
cosas que no era capaz de decir en voz alta.
Cuando se pusieron de nuevo en marcha, Melia pudo ver cómo los heridos fueron los
primeros en desaparecer de allí, posiblemente esperando que el grupo grande que venía
detrás tapara sus huellas un tiempo. Para variar no se había podido acercar a ellos, y de
todas formas, el resto de sus compañeros parecían saber cómo atenderles. El nivel de
organización del pequeño ejército era muy alto.
Aunque no conocía sus nombres, había empezado a conocer a algunos solo por su forma
de actuar y comportarse. La mayoría eran hombres mayores, de entre 30 ó 40 años, pero
había descubierto que le costaba mucho darles una edad, nunca había sido buena
calculando los años de otra gente, y en aquella isla perdida en particular, parecía ser
especialmente indefinible.
Había un tipo al que le gustaba cruzar su lanza con las piernas de un vecino cuando se
aburría, lo cual le había hecho ganar más de una bronca, pero por lo visto el
aburrimiento podía más que Oijme. Había un chico muy joven y muy delgado, con un
bigote inmenso que tenía la sospecha se dejaba para parecer mayor, eso no evitaba que
fuera el blanco de bastantes bromas por parte de sus compañeros mayores. Había
también tres mujeres, una parecía ser la responsable de los bauros, o, al menos, la que se
encargaba de llevar el orden de las cosas que cargaban y descargaban, ya que si un bauro
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se despistaba, el que solía tener que salir corriendo a redirigir al hombre-animal era el
pobre chico del bigote. Otra era más bien gris y poco interesante, estaba casi convencida
que ella y un tipo que llevaba su falda un poco más alta que el resto (mostrando unos
muslos increíblemente peludos) eran pareja, pero ninguno hacía nada especialmente
llamativo, así que tampoco se fijaba demasiado en ellos (exceptuando los muslos
peludos). La otra mujer era un poco más joven y bastante guapa, tocaba una especie de
flauta curvada que Melia no había visto nunca, y tenía un sonido muy dulce; antes de
meterse a la cama, ella y dos tipos que tocaban el tambor y unos minúsculos platillos de
madera, respectivamente; dedicaban a todo el campamento una bonita serenata.
Melia llegó a perder la cuenta de las veces que consiguió conciliar el sueño gracias al
sonido de aquella flauta.
Precisamente esa noche, mientras tocaban. Volvió a darse cuenta que el prisionero
parecía estar vigilándola. Se lo comentó a Gerón pero al niño le hizo gracia.
-Esa gente son como perros, les das un poquito de comer y empiezan a perseguirte. No
le hagas mucho caso, es un salvaje, aguantará bien sin comer ni beber un par de días.
-¿Nadie le ha dado de beber?, ¿en todo el día?
-No.
Los días habían sido constantemente calurosos desde que estaba allí, no especialmente
asfixiantes, pero no entendía que se pudiera aguantar sin agua tras aquellas caminatas.
Ni un perro hubiera aguantado.
Ignorando los comentarios del niño, se acercó con una jarra y un plato con el extraño
puré de algo que no eran patatas y dos trocitos de carne. La carne era muy codiciada así
que tuvo que esconderla debajo del puré.
-Um... te he traído... algo.
Bien atado al árbol, aquel tipo aún la asustaba. No iba a ser tan ingenua como para no
creer que podía ser un tipo peligroso, pero por otro lado, tampoco podía no intentar
ayudarle.
En aquella parte del campamento estaba oscuro, así que no le podía ver bien la cara. Eso
era algo bueno.
-¿Te envía el imbécil de Gerón o su perra guardián?
-No me envía nadie.
-Oh, ¿me estás diciendo que puedes hacer cosas tú solita? Qué sorpresa.
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-Parece que realmente no necesitas comer.
Cogió la jarra y el plato y se puso en pie.
-No, no, espera, espera... Era una broma. Siéntate, por favor.
-Oh, ¿Sabes decir "por favor"? Qué sorpresa.
Se sentó de nuevo y le puso el agua en los labios. Disimulando el tembleque.
La idea instintiva de "ataque o huida" tuvo por fin sentido. Había estado a punto de salir
huyendo o de darle con la jarra en la cabeza. Su entrenador se hubiera sentido orgulloso
de ella, le encantaba sacar aquellas ideas en los momentos más inoportunos, recordó que
una vez intentó explicar el libro del "Arte de la Guerra" en el baloncesto a un montón de
críos de 11 años.
El prisionero dejó de beber y ella suspiró.
Ya empezaba a echar de menos hasta a su viejo entrenador. Estaba a un paso de la
depresión profunda, ¿verdad?
-¿No hay carne?
-¿Uh?
El prisionero señalaba el plato de puré con su augusta nariz.
-Sí, pero la racionalizan, la he tenido que traer a escondidas.
Apartó el puré con el tenedor de madera y le enseño los minúsculos trozos. No parecía
impresionado y Melia estaba tentada de volverse a poner en pie.
Aunque solo fuera por jorobar aquella vez.
-¿Llevas mucho tiempo con esta gente?
¿Cómo sabía…?, o mejor, ¿qué le importaba? Le miró un poco confundida, pero no
podía verle los ojos ni imaginarse que pensaba.
-No... alrededor de una semana... creo...
-¿Vienes de lejos?
Suspiró.
-Muy lejos.
Se quedó callado mientras le daba de comer. Estaba segura que intentaría tragarse el
tenedor si le dejaba, estaba realmente hambriento.
Cuando terminó, recogió las cosas y fue a ponerse en pie, pero el prisionero le hizo un
gesto con la cabeza para que esperara.
-¿Recuerdas cómo me llamo?
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-Sí, UrssssJadic.
-Cada día lo haces mejor-la sorna era tan fuerte que hubiera podido tumbar un bauro-.
Escúchame, si llega a pasar algo, pégate a mí. Olvídate de Gerón y de Áncula, quédate
cerca mío.
Melia parpadeo.
-¿Por qué?, ¿es que va a pasar algo?
-Claro que va a pasar algo.
-¿Cuándo?
Vio una larga fila de dientes blancos a la luz del fuego.
-¿En serio crees que voy a decirte algo así?
Melia sintió un escalofrío y se puso en pie.
-No, claro, supongo que no.
Se alejó algo consternada. ¿Debería decirle a Áncula lo que UrsHadiic había dicho?
No, posiblemente no importaba. Estaban en territorio enemigo y Áncula ya debía saber
que acabaría ocurriendo algo tarde o temprano. Lo que la comandante querría saber era
el momento y la manera.
Al acostarse, cuando todo ya estaba en silencio y en la hoguera solo quedaban ascuas, se
dio un momento la vuelta para mirar a UrsHadiic, y observó dos ojos brillantes
reflejando la parca luz como un gato. Parpadeó y se inclinó un poco, los ojos
desaparecieron e imaginó que habría sido una ilusión por la luz de las ascuas.
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4. Máscaras, mentiras y hombres desnudos
Algunos días después, llegaron al paso de Dendron que mantenía a Áncula tan
preocupada.
Todo el mundo parecía tenso. Gerón le explicó que aquella parte del viaje iba a ser la
más peligrosa. El paso era un lugar ideal para una emboscada, pero los exploradores no
habían encontrado nada. Más adelante, las cosas seguían siendo complicadas. No había
demasiadas fuentes de agua, y la mayoría estaban vigiladas y el enemigo podría seguirles
como les apeteciera.
Melia no entendía el asunto del agua. Todo el lugar estaba cubierto de vegetación verde
brillante, hasta la mayoría de las estatuas estaban cubiertas de verdín. Nada le hacía
pensar en escasez de agua.
Hicieron caminar a UrsHadiic en la avanzadilla, con Oijme a poco pasos tras él. El
prisionero caminaba tranquilo, pero los soldados de su alrededor estaban rígidos como
tablas, no apartaban la vista de las abruptas laderas de la montaña ni para ver el camino
que pisaban.
Cuando llegó su turno, ya había pasado gran parte del grupo, y no parecía haber peligro.
Al mirar a las laderas vio a unos soldados agitando las lanzas, indicando que no había
rastro de enemigos por ninguna parte. La gente se relajó, y, al llegar al otro lado, algunos
se dedicaron a gastarse bromas sobre a quién le había temblado más la falda.
Melia fue ignorada, para variar, pero al llegar vio algo que la dejó conmocionada.
UrsHadiic estaba tirado en el suelo, y Oijme se dedicaba a darle patadas.
¿Tras cruzar el paso creían que ya no les hacía falta e iban a matarlo?
¿A patadas?
Antes de pensar serenamente lo que hacía, se dirigió corriendo hacia allí.
-¡Espera, ¡espera!, ¿qué estás haciendo?-le gritó al enorme bauro.
Oijme se giró de golpe, y Melia retrocedió acobardada ante los ojos rojizos y saltones,
pero no se marchó.
-Aparta.
Aquella fue la voz de Áncula. La mujer apareció tras ella con su eterna expresión de
desprecio, y se acercó al bauro.
-¿Qué ocurre?-le preguntó.
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-Ha dicho que hay agua cerca a uno de los soldados, pero no quiere decirnos másrespondió la voz cavernosa de Oijme.
-Puede ser una trampa.
-Tampoco quiere decirlo.
Melia esperó en el sitio, mientras los otros dos la ignoraban. Tenía una buena idea para
evitar que no volvieran a golpear a UrsHadiic.
Gritaría y agitaría los brazos.
Lo mejor de su idea es que era tan inútil como cualquier otra, pero más catártica.
Miró al prisionero en el suelo. Curiosamente, parecía ser el menos preocupado de todos.
Si prestaba atención, pese a estar de nuevo completamente cubierto de tierra, no
mostraba ninguna herida. Se preguntó si Oijme tendría cuidado de no hacer nada que
pudiera impedirle hablar.
Tras el pelo revuelto, su cara revelaba cierto hastío, e incluso odio, estaba tenso como un
gato antes de saltar, pero no parecía nervioso, ni asustado.
Sus miradas se cruzaron un momento, y daba la impresión que verla allí le hizo
enfadarse aún más. Se reclinó un poco y se volvió hacia sus captores.
-Hay una fuente a menos de un día...-todo el mundo se quedó callado, UrsHadiic dejó
ver sus lustrosos dientes en algo que podía haber sido una sonrisa- Sale de la montaña,
se hunde en el suelo, es casi una fosa, pero se puede beber.
-¿Cómo sabemos que no es una trampa?
-Es un sitio muy incómodo para tender una trampa. La zona no es muy grande.
-¿Y porqué tenemos que fiarnos?
-Eh, si os quedáis sin agua, yo también.
-¿Intentas escapar entonces?
-¿Para qué voy a escapar? Voy a divertirme mucho cuando os aplasten, no quiero irme a
ninguna parte.
La patada de Oime le hizo rodar diez metros.
Melia movió los brazos con exasperación. Era difícil ayudar a alguien que no sabía
cuándo cerrar la boca.
Continuaron la marcha poco después, seguros de que no existía un peligro inminente.
Al detenerse por la noche no dieron aún con la fuente de agua de la que UrsHadiic
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hablaba, pero algunos exploradores reconocieron haber visto una fuerte pendiente que
desaparecía en una fosa a tres horas de allí. Es posible que se refiriera a aquel lugar.
Cuando fue a llevarle la cena, UrsHadiic se negó a decir nada más. De hecho, apenas
dijo nada.
-¿Ocurre algo con el prisionero?-preguntó Gerón. Comía como para tres regimientos,
estaba segura que la única razón por la que la carne escaseaba era por él.
-No habla.
-Eso es raro-el niño rió.
-Uh... siempre te veo muy animado, ¿no te preocupa que puedan atacarnos?
El crío terminó de masticar lo que estaba comiendo y tragó. Miraba el fuego algo
pensativo.
-A veces... pero estoy seguro de que estaremos bien-se acercó a ella y le pasó un brazo
por el hombro-. Yo voy a cuidar de ti, no voy a dejar que te pase nada.
Melia sonrió y le cogió la mano.
-Gracias.
Pero no era más que un niño, por muy cariñoso que fuera, qué podía hacer aquella
criatura.
Al día siguiente, lo primero que hicieron fue inspeccionar más a conciencia la pendiente
de la montaña, y, efectivamente, descubrieron agua en el fondo.
Como UrsHadiic había dicho, la zona era incómoda, en todos los sentidos. Demasiado
abrupta para moverse, y menos aún acampar, un grupo de aquel tamaño.
Áncula los hizo avanzar hacia otro lugar más protegido mientras enviaba pequeñas
patrullas a por el agua.
-Creo que me apetece bañarme...-dijo de pronto Geón.
-¿Ahora?
-Sí, voy a decírselo a Áncula. Tú quédate por aquí, ¿de acuerdo?
Bastante sorprendida por lo repentino de aquella idea, le vio alejarse.
Se preguntó si no debería darse un baño ella también. Hasta entonces se había lavado
con una jarra y un trapo en una esquina muy disimulada del campamento, pero si no
iban a tener más agua igual no podría hacerlo más en una temporada.
Sin embargo, aunque la comitiva estaba dispuesta a pararse por esperar a su príncipe,
estaba segura que ella no iba a tener esa suerte.
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El Paraíso Hundido
Miró hacia los arbustos de su alrededor. Tanto pensar en agua le estaban dando ganas de
buscar un excusado campestre.
Al volverse a incorporar al grupo, se encontró frente a frente con Áncula.
No pudo evitar encogerse.
En una cancha de baloncesto, se merendaba a las jugadoras que tenían aquel tamaño.
Pero Áncula tenía aquella forma de mirar, pesada y despreciativa, que hacía sentir a
cualquiera como una cucaracha. Una cucaracha silenciosa, que evitaba hacer ruidos para
no despertar su ira.
Se dio cuenta que llevaba bien sujeto con ella su bastón de punta metálica.
-Tú hablas mucho con el prisionero.
-Nno... no mucho...
-¿Qué te dice?
-Nada importante.
-He dicho, "¿qué dice?"
-Es muy desagradable, tiende a insultar y amenazar a todo el mundo. No es nada im...se detuvo a tiempo.
-¿Ha mencionado algún lugar?, ¿alguna fecha?
-No.
-¿Nada?
-No.
-¿Me ocultas algo?
-No.
-¿Te gustaría volver de dónde has venido?
Parpadeó sorprendida.
-Ah... sí.
-Entonces no me mientas...-se acercó, alzando amenazadoramente el bastón.
Melia miró por todas partes, no había nadie cerca, Gerón estaba en la poza.
-...si se te ocurre mentirme-continuó con voz pausada-, si se te ocurre ocultarme algo,
aunque sea una miseria. Te juro que no saldrás viva de aquí. Gerón puede ser nuestro
príncipe pero tiene que responder ante el Consejo, y tiene muchas cosas por las que
responder... No podrá salvarte siempre. Y si me entero que te has callado algo, te
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desnudaré, te rajaré en canal y te dejaré atada al árbol más grande que encuentre, para
que los cuervos y los buitres te devoren viva.
La mujer estaba a menos de diez centímetros de su cara.
Melia temblaba pero permaneció callada.
Satisfecha por su labor, Áncula dio una brusca media vuelta y se alejó.
Melia empezó a respirar de nuevo.
Bastante alterada, decidió salir en busca de Gerón. No quería decirle lo que había
pasado, aún; sólo quería que le diera la mano y que le dijera lo bien que iban a salir las
cosas.
La bajada era muy empinada, por el camino casi se tropezó con dos soldados que
llevaban un par de hermosos odres cada uno a la espalda. No le dijeron nada, como era
su costumbre, y ella tampoco habló, como ya empezaba a acostumbrarse, pero le
lanzaron una mirada extraña.
La zona baja era húmeda y resbaladiza, así que tuvo que andar con cuidado y mirando el
suelo con atención, de forma que no vio al hombre semi-desnudo a pocos metros hasta
que lo tuvo de frente.
-¡Oh, Dios, lo siento!
Semi-desnudo no era muy exacto. Estaba completamente desnudo excepto por una tela
alrededor de su cuello.
Melia sacudió los brazos y corrió de vuelta cuesta arriba.
Como cogiera a los dos soldados que habían subido antes los iba a estrangular como a
pollos. Podían haber hecho algo para avisarla.
Claro que igual allí, aquellas cosas no importaban tanto. Viendo como vestían los
soldados, claramente tenían una visión más saludable de la desnudez que ella. Igual
debería empezar a acostumbrarse a ver hombres desnudos por los bosques.
¿Era malo que la idea empezara a hacerle gracia?
-¡Melia!, ¡Melia!
¿Aquel soldado la estaba llamando?
Hizo como que no oía y siguió subiendo como alma que lleva el diablo.
-¡Melia, soy yo!
Se giró un poquito para comprobar que llevaba algo de ropa encima, luego se giró un
poco más para ver quién se suponía era aquel "yo".
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Era un chico joven, moreno, de ojos claros y cara más bien redonda, pero con unos
rasgos bonitos y una expresión bastante agradable que hacía que no resultara feo.
No le sonaba de nada.
Le ignoró y siguió subiendo.
El tipo seguía llamándola.
<<Vete a hacer puñetas, payaso en pelotas>>
Cuando estaban casi llegando donde los soldados esperaban, la alcanzó y intentó cogerla
del brazo.
-Melia... soy yo, Gerón...
Melia abrió mucho los ojos y puso cara de asco.
-¡Qué te jodan, pervertido! ¡Déjame en paz!
El chico pareció muy sorprendido por un momento, luego empezó a reírse.
-Lo digo en serio, ¿quieres que llame a Áncula...?
-¡No!
-...muy bien, no la llamaré. No te estoy engañando, soy yo.
Melia miró hacia abajo, hacia la fuente. No parecía haber nadie, ¿dónde estaba el niño y
qué tomadura de pelo era aquella?
Gerón siguió su mirada.
-No vas a encontrar nada abajo, porque estoy aquí.
-...no entiendo.
-Es goeteia, ¿te acuerdas que te dije que puedo usar goeteia?
-...puede.
-Es como ir disfrazado, me disfrazo de niño porque mis enemigos no me reconocerían,
pero mi goeteia es débil con mi disfraz, y este es un territorio peligroso, me pareció
prudente cambiar.
Melia aún tenía cara de horror.
-¿Y por qué no me dijiste nada?
-No se me ocurrió, todos en el campamento lo saben y no me di cuenta que podría
confundirte.
Sonreía con la misma gracia y dulzura que el niño. Eso podía reconocerlo.
Pero no era el niño.
Se sintió hundida.
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Gerón era lo único bueno y tranquilizador que había conocido allí, y ahora era... era...
¿quién era aquel tipo?
Bajó la cabeza derrotada y volvió con los soldados.
-¿Estás bien?, ¿necesitas algo?
-No.
¿A quién le iba a dar la mano ahora?
Al ponerse en marcha descubrió que era el pitorreo de los soldados, por lo visto la
habían oído gritar y tenían una buena idea de lo que había podido pasar. Los soldados
podían hacer como si no existiera, pero eso no era razón para no reírse de ella.
Menudo día de mierda que había sido aquél.
¿Por qué no podía todo el mundo ignorarla?, solo quería volver a su casa, nada más.
Por la noche, ni el sonido de la flauta la relajó. Gerón intentó ser aún más simpático que
nunca, pero ella seguía sintiendo cierta desconfianza.
Al llevarle algo al prisionero se olvidó hasta de que tenía que asustarse un poco.
Casi esperaba que dijera alguna de sus lindezas, porque tenía ganas de golpear cosas.
¿Por qué no?, todo el mundo parecía usarle como saco de boxeo.
Pero UrsHadiic permaneció inusualmente callado, y Melia empezó a sentirse más
relajada. Se quedó un poco más de tiempo del habitual junto al prisionero, escuchando
música.
Antes, solía dormir bastante pegada a Gerón, pero ahora se sentía muy incómoda, no
quería volver a sus mantas.
-Si quieres un consejo...-Melia se inclinó, la voz de UrsHadiic era casi un susurroMientras estés aquí, no te fíes únicamente de lo que ven tus ojos. Nadie está siendo
honesto.
-¿Tú tampoco?
Vio como asomaba una sonrisa, sus colmillos parecieron especialmente amenazadores.
-Yo soy el menos honesto de todos.
Melia suspiró.
-Es bueno saberlo...-dijo, poniéndose en pie y caminando lentamente hacia sus mantas.
Las movió discretamente un poco más lejos del joven acurrucado a su izquierda, y se
tumbó, intentando conciliar el sueño.
-¿Te ha dicho algo?
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Era Gerón, ella le estaba dando la espalda.
-¿Quién?
-El prisionero.
-No, solo que le caes mal.
Oyó una risilla sorda.
-Ya veo.
Y todo volvió a quedar en silencio.
Caminaron durante varios días más. Melia no tuvo que aguantar mucho tiempo que la
gente aún se riera de lo sucedido, en seguida estuvieron demasiado preocupados por
mantenerse vivos como para prestarle a ella atención.
Aquella zona, pera su sorpresa, era aún más frondosa que la que habían dejado atrás. Era
una auténtica selva amazónica.
Había árboles gigantescos, y lianas, y estaba segura que había visto algún mono. Con un
grupo tan grande rodeándola era difícil ver animales, pero tuvo algunos días
especialmente movidos al descubrir una araña gigante dando vueltas entre sus mantas
(¡del tamaño de su mano!), y una serpiente colgando justo sobre la rama que había
decido usar para sentarse y descansar.
-No te preocupes-le dijo Gerón, mientras ella se había quedado paralizada mirando la
gigantesca araña-, cuanto más grandes son, menos veneno tienen.
-Ah, como Áncula, entonces.
-Áncula no es muy gr... oh... ja ja ja, muy bueno.
El chico apartó la araña tranquilamente con la mano.
Así que cuanto más grandes son, menos veneno. Estupendo, ahora sí que no iba a poder
dormir.
Aunque daba la impresión que había terminado en alguna región abandonada de la
civilización. La realidad era que esculturas y figuras de piedra seguían apareciendo por
todas partes. No veía tantos restos de lo que hubieran sido edificios, como paredes o
escaleras, pero sí estatuas.
La mayoría no eran humanas, eran animales, algunos ni siquiera estaba segura de que
existieran es su mundo. Otros eran directamente monstruosos. Había criaturas
terroríficas con alas y largos cuellos enseñando grandes colmillos, que alguien había
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tenido la mala idea de colocar precisamente en lo alto de los caminos, haciendo que
asomaran de golpe sobre sus cabezas en cuanto las espesas hojas y lianas dejaban ver a un
par de metros sobre ellos.
Algún soldado nervioso ya había dado más de una vez la alarma, para acabar
descubriendo que el enemigo no era más que una vieja estatua que parecía salir de entre
la espesura a saludarles.
-Antes significaban cosas...-le contaba Gerón- Los colocaban para que la gente no se
perdiera, ni se sintiera sola. Los daimiones, las criaturas con alas, marcaban los lugares
protegidos donde refugiarse, nada podía entrar dentro para hacer daño, hasta las
panteras se detenían si estaban de caza.
-¿Hay panteras?
-Sí, pero no se acercarán siendo tantos. Son muy listas. Las serpientes señalaban una
fuente de agua, y los peces un río grande. Los jabalíes... que era territorio de jabalíes.
Pero de esto hace mucho, mucho tiempo-hizo un gesto cansado con la mano, parecía
triste-, en cuanto los anfóreos nos atacaron dejamos de mantener esta zona, pronto dejó
de ser nuestra, y los muy ignorantes no tenían ni idea de cómo mover las señales, y el
bosque se mueve... Ya nada está donde corresponde.
Melia asintió con la cabeza. Ahora no eran más que estatuas.
En realidad, le gustaban las que eran humanas. Eran más sencillas que las que había
visto detrás, y menos angulosas. Le resultaban simpáticas, posiblemente porque las
habían hecho precisamente para resultar consoladoras, y realmente la hacían sentirse un
poco menos sola.
Empezaba a acostumbrarse al nuevo Gerón. Aún sentía un extraño gusanillo de
incomodidad reconcomiendo su cabeza, pero era el Gerón de siempre, era amable y
solícito, y parecía saber cómo hacerla sentir un poco mejor. Aunque seguían ocurriendo
ocasiones que se sentía descolocada, pero prefería callarse y observar.
Cada día estaba más segura que conseguiría descubrir cosas interesantes si observaba a la
gente, y esperaba que sus actitudes hablaran por sí mismas.
Odiaba a Áncula y Oijme, todo lo que el miedo que sentía le permitía odiarles. Se daba
cuenta que no era la única, todo el mundo parecía caerles mal, hasta los otros baulos
retrocedían un poco cuando alguno de ellos pasaban cerca.
Lo que le chocaba, era que Gerón parecía ser aún más odiado que aquellos dos.
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Cada vez que abría la boca para dar una orden, los soldados le miraban tensos. Parecían
calibrar todas y cada una de sus palabras. Llegó a tener la impresión que no era un grupo
de fieles protegiendo a su príncipe, si no policías cuidando un criminal peligroso.
Sin embargo, Gerón no parecía darse cuenta. Hacía lo que quería, cuando quería, y
además con un sonrisa.
Posiblemente solo era aquello lo que molestaba a los soldados.
Recordó las palabras de Áncula sobre que el joven tenía que responder ante cierto
Consejo. Algo definitivamente no marchaba bien, y posiblemente no tenía nada que ver
solamente con que el príncipe fuera algo caprichoso e indolente con ellos.
Sentía angustia.
Ella solo quería volver a su casa, no le importaban sus riñas internas. Solo quería irse a
casa.
Se daba cuenta que sus deseos no iban a importarle a nadie.
Sólo a Gerón.
Y ni siquiera sabía cuán segura podía estar con él.
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5. Aparece la bestia
Un día, en el que ya estaba tan acostumbrada al bosque que ni le importaba ver reptiles
sobre su cabeza, la selva se despejó un poco y apareció un río en lo bajo.
-¿Vamos a ir a por agua?-preguntó esperanzada, olía a rayos y apenas tenían para beber.
Quería bañarse. Se tiraría de cabeza si hacía falta.
-Um... no por aquí, posiblemente buscaremos una zona para acceder delante. Ahí abajo
hay cocodrilos, de todas formas.
Melia se asomó un poco por el borde del camino.
Efectivamente, vio una especie de formas alargadas y rugosas, que al principio había
imaginado fueran árboles. Estaban apelotonadas en las orillas casi completamente
quietos.
Sí, cocodrilos. Había cocodrilos. Ya tenía un nuevo reptil al que acostumbrarse.
Avanzaban por un camino pegado a una pared rocosa. Tanto la pared como el camino
estaban bastante pelados de vegetación, con rocas caídas en algunas zonas, y el suelo
estaba un poco embarrado y resbaladizo, pero seguía siendo ancho y cómodo incluso
para su pequeño ejército.
Vio un par de exploradores dando vueltas por la zona baja del río.
-¿No se los comerán los cocodrilos?-preguntó.
-No, mientras sepas que están ahí, los cocodrilos no son un problema.
Era increíble los pocos problemas que podía encontrar aquel chico en la vida, le gustaría
poder llegar a pensar como él.
Al fondo del camino vio una pequeña nube de niebla, tras parpadear un par de veces,
decidió que en realidad no era niebla. Entonces oyó un retumbo y vio como el curso del
río se cortaba de golpe.
-¿Una catarata? Es una catarata.
Le gustaban las cataratas.
Gerón no contestó nada. Le vio avanzar hacia delante.
-¿Gerón?
-Espera aquí...
Parpadeó. ¿Ocurría algo?
Volvió poco después.
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-Han desaparecido dos exploradores-dijo.
-Vaya...
Notó frío en el estómago. Aquello sonaba grave. Había oído de un par de exploradores
que tuvieron un mal encuentro con un jabalí, otro se cayó en una fosa y tardaron todo un
día en sacarlo (y si hubieran tardado más, posiblemente sus compañeros le hubieran
abandonado, porque la comitiva siguió su curso), y otros accidentes similares.
Que desaparecieran dos por las buenas en un terreno aparentemente abierto, era
preocupante.
El grupo continuó avanzando con más lentitud, no podían quedarse atrapados allí ahora
que sabían que podía haber problemas.
Melia llegó casi al borde del camino, desde donde la catarata caía y sus pasos
comenzaban a descender de nuevo al bosque.
Vio la hilera de soldados a sus pies marchando casi de uno en uno.
Ocurrió algo extraño en la hilera. Primero vio cómo se desdibujaba, antes de que
empezaran a sonar los cuernos.
-¡Nos atacan! ¡Arriba, arriba! ¡Volved a lo alto!-oyó gritar a Áncula.
Melia miró hacia atrás, los soldados avanzaron para hacer frente al enemigo. Ella se
quedó donde estaba, confundida.
-¿Gerón?
El chico parecía tranquilo, para variar, aunque un poco pensativo, se rascaba la
mandíbula.
Entonces se escuchó un estruendo terrible, y las rocas comenzaron a caer de la ladera.
Los soldados que estaban aún en la retaguardia gritaban, algunos cayeron ni a cinco
metros de ella. Retrocedió asustada, pero a su espalda solo estaba el río y la poderosa
catarata.
Cuando aquel caos se calmó, volvió a sonar otro rugido y las rocas comenzaron a
moverse de nuevo.
Una se acercó peligrosamente a ellos, pero Gerón hizo algo con la mano y salió
despedida hacia las aguas.
-¿Cómo han conseguido hacer eso?-se preguntó el joven, mirando hacia arriba. Ya no
parecía tan tranquilo.
Le vio avanzar hacia la pared.
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-¿A dónde vas?-le gritó.
El chico se volvió sorprendido, parecía que se había olvidado que estaba allí.
-Oh, voy a ver si puedo detener algunas rocas, no te preocupes... espera aquí, ¿de
acuerdo?
¿Qué esperara?
No sabía que era lo que temblaba más, si el suelo o sus rodillas.
La montaña parecía que iba a doblarse y venir a devorarles en cualquier momento, no
podía retroceder porque el camino estaba atascado por las rocas y los cadáveres, hacia
abajo se libraba una batalla colosal.
Tras ella, una impresionante caída de agua.
¿Esperar?, ¿podía ir acaso hacia alguna parte?
La montaña volvió a sacudirse, pequeñas rocas cayeron sobre ella, otras grandes y
amenazantes quedaron a pocos metros. A la próxima no tendría tanta suerte...
Miró el río.
Igual, si conseguía agarrarse a alguna rama, o un tronco, igual no se caía pendiente
abajo.
-¡Eh!-llamó alguien junto a su oído.
Gritó por la sorpresa. No se había dado cuenta que se había acercado. Era UrsHadiic,
aún llevaba las manos atadas a la espalda.
-¿No te dije que si había problemas vinieras a buscarme?
Melia hizo un gesto con la boca, que hubieran podido ser palabras si no se le hubiera
olvidado hablar.
El prisionero hizo un gesto con los hombros, extendió los brazos y rompió las ligaduras
como si fueran solo hilo de coser.
-Bien, vamos.
Le tendió una mano. Melia se la quedó mirando.
-¿A dónde?
UrsHadiic hizo un gesto a su alrededor.
-¿Vas a quedarte aquí?
-Pe... pero... Gerón...
-¡Qué se joda Gerón!
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Sonaba terriblemente enfadado, en un principio no supo si el siguiente rugido vino de él
o de la montaña. Una nueva lluvia de rocas empezó a caer. Rocas enormes, rodando,
aplastando todo a su paso, destrozando piedras más pequeñas que salían disparadas
como proyectiles al romperse en mil pedazos.
Entonces sintió que se caía.
No, algo la estaba empujando, hacia el río.
UrsHadiic la sujetaba del brazo mientras bajaban por la empinada pendiente, no hacía
demasiado esfuerzo para arrastrarla, es suelo patinaba y se desmenuzaba, Melia no
hubiera podido detenerse en aquel punto ni aunque lo hubiera intentado.
Todo lo demás trascurrió súbitamente, sus sentidos no parecían ponerse de acuerdo en
lo que ocurría. Cayeron de golpe al agua, lo primero que notó fue el sabor a tierra, luego
que todo a su alrededor se movía, el ruido de la cascada la dejó sorda, el agua se le metió
en los ojos y apenas podía ver más que manchas brillantes y confusas. Tenía la vaga
sensación que había alguien cerca de ella, pero no tenía importancia.
Tenía que salir del agua.
Sin embargo, la corriente la había arrastrado una gran distancia sin que se diera cuenta,
sin poder llegar a calcular dónde se encontraba, sintió un gran vació en el estómago, un
terror indefinible y frío, antes de ser consciente siquiera de que estaba cayendo.
Y para cuando lo comprendió y quiso gritar, un terrible golpe la sacudió.
Por un momento no hizo nada. Casi esperaba que no pudiera hacerlo.
El agua saltaba sobre ella, retumbaba, la sacudía y hacía difícil moverse. Pero se movía.
Con las manos patinando, y aún sin ser capaz de ver por culpa del agua, intentó
incorporarse.
Había caído encima de algo.
-¿Estás bien?
Estuvo a punto de caerse de lado. Lo que fuera que tenía debajo se movía.
-¿Estás bien?-repitió la voz.
-Creo... que sí...
No estaba segura de que la hubieran oído.
Notó una piedra estable con el pie y consiguió incorporarse. Se apartó como pudo el
agua de la cara y pudo ver una zona por donde salir de la cascada.
Bajó ayudándose con los brazos, temblaba como una hoja y el suelo patinaba.
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Cuando consiguió pisar tierra firme se dio la vuelta y miró hacia arriba.
Había al menos 20 metros de cascada, y un suelo cubierto de piedra.
¿Cómo demonios habían conseguido sobrevivir?
UrsHadiic salió también de entre la cortina de agua, había caído encima suyo, pero
parecía ileso.
El hombre la miró de arriba a abajo.
-Muy bien, no tienes nada ¿verdad?
Negó con la cabeza.
Se acercó a ella y le cogió del hombro, tenía una gran marca roja, posiblemente le saldría
un moratón en unos minutos. Melia no tenía ni idea de cómo se la había hecho.
-Sobrevivirás-dijo moviendo la cabeza.
A continuación, miró también hacia arriba. Tenía una expresión grave, parecía darle
vueltas a algo.
-Valientes inútiles...-dijo, antes de volverse de nuevo hacia ella-. Quédate aquí. Lo digo
en serio.
-¿Y... la batalla?
-Terminará en seguida, tú limítate a esperar aquí sin hacer nada, no querrás que te
tomen por un soldado, ¿verdad?
-No...
Vio cómo se alejaba, en dirección contraria a la batalla, hacia una zona despejada entre
el río y el bosque.
Lo primero que vio fue muy inusual, raro, pero, hasta cierto punto, asimilable.
La cabeza de UrsHadiic pareció separarse algunos centímetros de sus hombros.
Lo siguiente fue absolutamente indescriptible, después de todas las cosas extrañas que
había visto allí.
Pareció explotar, como si su cuerpo intentara abarcar más espacio de golpe, vio una
mancha púrpura creciendo y extendiéndose sobre las copas de los árboles. Eran alas.
Bajo ellas, un cuerpo anaranjado como el de un león se contrajo para saltar hacia el aire;
tenía una melena rojiza de la que nacía un largo y grueso cuello de serpiente, con dos
cuernos coronando la cabeza a la altura de los ojos y grandes colmillos asomando por la
boca.
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La criatura cogió altura y giró, tirándose prácticamente de cabeza hacia la batalla,
lanzando un rugido que hizo que por un momento la catarata quedara muda.
La batalla iba a terminar en seguida. Sin duda.
Melia miró al suelo. Anonadada.
Donde antes estaba UrsHadiic no había nada. La mancha de sus ropas. Y un extraño
vacío.
UrsHadiic estaba allí hacía un momento.
Estaba allí.
Hacía... nada.
La criatura volvió a rugir.
Melia se tapó los oídos y miró a lo alto. Parecía que alguien la había herido porque se
sacudía, pero pronto volvió a remontar el vuelo y caer sobre la batalla.
¿Que se quedara allí?
¡Y una mierda se iba a quedar allí! ¡¿Para que se la comiera después?!
Echó a correr hacia el bosque, corrió tan rápido como pudo, dejó de oír la batalla, dejó
de oír la cascada. Se adentró en el bosque cuanto sus piernas lo permitían, pero pronto,
una enorme sombra se cernió sobre ella, adelantándola con facilidad. Los árboles a su
frente se quebraron y cayeron por el peso de la bestia. Hojas y ramas salieron volando,
tierra y astillas cubrieron el aire y por un momento apenas pudo ver nada.
UrsHadiic apareció.
-¿No te fije que no te movieras?
Melia intento girarse bruscamente para salir corriendo hacia otra parte, pero solo
consiguió enredarse en las raíces y caer.
-¿Y ahora qué te pasa...? Oh, claro, tú nunca habías visto un daimión antes, ¿verdad?
Se acercaba a ella.
Arañó el suelo y consiguió encontrar una rama grande y gruesa. La blandió
amenazadoramente.
-Ni te arrimes. Quieto ahí.
El daimión inclinó la cabeza y frunció el ceño.
-No soy un perro, Melia.
Melia comenzó a ponerse en pie otra vez, al menos la criatura se había detenido. Con
los brazos cruzados y cara de pocos amigos, pero mantenía la distancia. Miró tras ella,
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buscando otra salida, pero solo vio un montón de gente acercándose, gente con lanzas y
espadas. Más soldados.
Bueno, se acabó todo, ¿verdad?
-¿Me estás siguiendo los pasos, UrsHadiic?
-No, solo tengo más suerte que tú, Dasus.
-Estaba a punto de acabar con ellos.
-Estabas a punto de que Áncula volviera a dejarte en ridículo.
-Creo que exageras. No niego que tuviera algunos problemas, pelear desde la posición
inferior no ha sido la mejor de mis ideas, esperaba cogerlos más de sorpresa. Hubiera
podido con ellos de cualquier forma.
Melia vio hablar a los dos hombres. Eran como dos perros desconocidos que daban
vueltas oliéndose el trasero mutuamente y comprobando las intenciones del otro. Solo
que por la conversación, aquellos dos no tenían nada de desconocidos. Sonreían, pero el
ambiente estaba cargado de malas intenciones.
-Lo que tú digas, todo el mundo ha visto lo que ha pasado, y sabes que parte de la
recompensa por Áncula y Oijme es mía. A Gerón te lo puedes quedar, cuando lo
desentierres de entre las rocas, claro.
Melia se sobresaltó.
¿Gerón?, ¿Gerón estaba muerto?
-Supongo que todo se puede discutir... ¿Quieres que te preste unos pantalones?
-Para empezar.
Melia había permanecido más o menos ignorada mientras el bosque se iba llenando de
soldados desconocidos, entonces un tipo medio calvo se acercó a ella, y la miró de arriba
a abajo.
-Eh, me gusta esta, ¿me la puedo quedar?
Dio un brinco hacia atrás y empezó a blandir su rama en los morros del tipo.
-Creo que no quiere irse contigo, Moros-observó entretenido el llamado Dasus.
-Tengo ahorros, dos esclavos y una casa muy limpia, no tendrías que trabajar mucho...insistió el tipo, sonriendo hasta que se le vieron los molares.
Solo pudo poner cara de confusión. ¿De qué demonios hablaba aquel imbécil?
¿Esclavos?
¿Qué?
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-No, no... De eso nada. Esta es para mí, tú vete a buscar entre los otros supervivientes, a
ver que encuentras...
UrsHadiic, que a lo justo había conseguido ponerse unos pantalones, se colocó en medio
y agitó el brazo frente a su pretendiente como si estuviera intentando espantar una
gallina.
Moros miró a Dasus, buscando un poco de apoyo frente al daimión.
-Déjale, por lo visto UrsHadiic es el campeón del día hoy, deja que lo aproveche, no le
durará mucho.
El hombre de frente profunda suspiró y se alejó de ellos.
-Otra que se escapa...
El daimión se dio la vuelta para mirarla.
-¿Crees que podré ir a buscar una camisa sin que golpees a alguien?
-¿Qué le ha pasado a Gerón?
Por un momento, pareció quedar desconcertado. Luego vio cómo su cara se tensaba de
nuevo en aquella sonrisa que no llegaba nunca a sonreír.
-Ni idea, pero hay como quinientas toneladas de roca sobre el camino, igual te dejan ir a
escarbar, seguro que necesitan manos.
-¿Ha muerto?
Le temblaba la boca, le temblaba todo en realidad. La simple rama que llevaba en la
mano comenzó a pesar y tuvo que dejarla caer.
-Ha muerto, ¿no?
UrsHadiic no contestó.
-Voy a por una camisa, no te muevas.
Melia vio cómo se alejaba. A su alrededor, un montón de desconocidos levantaban un
campamento. Ella retrocedió contra un árbol, se sentó hecha un ovillo, y comenzó a
llorar.
Para cuando UrsHadiic regresó, ya habían colocado varias tiendas, preparado una gran
fogata y cocinaban algo.
-¿Tienes hambre?-le preguntó.
Movió la cabeza sin separarla de los brazos.
-Acércate al fuego al menos, se hará de noche pronto y no se está seguro en los bordes
del campamento.
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El Paraíso Hundido
De mala gana, tragó saliva y comenzó a ponerse en pie.
Parecía que UrsHadiic había aprovechado para bañarse y adecentarse, además de buscar
una camisa. Llevaba el pelo recogido en la nuca con un curioso moño, tenía el pelo de
dos colores, un fuerte castaño oscuro por gran parte de la melena, pero casi rubio cobrizo
en la raíz.
Daba la impresión de ser una criatura civilizada y todo.
Le siguió hasta el campamento, y, en cuanto se detuvo, volvió a sentarse pesadamente en
el suelo.
-Toma.
Levantó la vista, le estaba tendiendo algo de tela.
-¿Qué es?
-Pantalones, para ti, creo que querías unos.
-Oh, sí...
Se puso en pie súbitamente vigorizada. No iba a saltar de la alegría, pero, en fin,
pantalones. De lo malo malo esperaba no volver a tener pesadillas con arañas trepándole
por las pantorrillas.
Vio que llevaba algo más, una especie de tiras de cuero.
-¿Y eso?
-Um, brazaletes, tienes que ponértelos. Cuando lleguemos a la ciudad te compraré unos
mejores.
-¿Para qué?
-Solo los pobretones llevaban brazaletes de cuero.
-Tú no llevas.
UrsHadiic suspiró.
-Está bien, solo los esclavos pobretones llevan brazaletes de cuero.
-Yo no soy una esclava.
-Sí, ahora sí.
-No.
-Sí.
-No.
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El Paraíso Hundido
-Oye... Es posible que ahora te cueste comprenderlo, pero estar a mi cargo es de lo
mejor que te podría pasar. ¿Tienes dinero?, ¿tienes familia?, ¿un trabajo?, ¿alguien que
pueda ayudarte?, ¿qué crees que vas a poder hacer ahora mismo tu sola?
-No.
-No... oh... -se masajeó las sienes con una mano- Voy a buscar algo de cenar. Supongo
que tú no tienes hambre.
-No.
-Muy bien, ¿ves aquella tienda de allí?, es la nuestra, vete a descansar un rato si quieres.
Melia le quitó los pantalones de las manos, dejando caer los brazaletes al suelo, y se
dirigió con brusquedad a la tienda que había señalado.
Era pequeña y rectangular. Dentro solo había unas cuantas mantas dobladas y velas
apagadas. Aún se filtraba luz entre el tejido, por lo que no creyó necesitar las velas. Solo
iba a coger un par de mantas, enrollarse en ellas, cerrar los ojos y no pensar en nada.
Nada.
No fue tan fácil.
En cuanto se tumbó empezó a sacudirse como si tuviera espasmos, y todo el dolor, la
preocupación y la angustia que intentaba mantener controlada acabó estallando. No
podía evitarlo, los sollozos salían de lo más profundo de su garganta, notó el dolor en las
cuerdas vocales y la tensión en la sien, pero no importaban.
¿Qué iba a hacer?, ¿qué iba a ser de ella?
Gerón estaba muerto, Gerón estaba muerto.
Pero ella seguía allí, no sabía cómo.
Pobre Gerón. Pobre de ella.
Nunca volvería a su casa. No quedaba nadie más para ayudarla.
Estaba sola. Estaba sola en un mundo horrible.
¿Qué iba a hacer?
¿Qué iba a hacer?
Pobre Gerón.
La inseguridad, la pérdida y la autocompasión giraban como un terrible huracán en su
cabeza, cada una llevando de la mano a la otra, y girando sin parar hasta que ya no supo
porqué lloraba exactamente, solo que se sentía muy infeliz y miserable.
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El Paraíso Hundido
Unas horas después, cayó dormida, pero despertó al oír entrar a UrsHadiic. Estaba
tumbada de espaldas a la puerta y solo vislumbró las sombras que una vela proyectaba en
la tela de la tienda.
Se quedó completamente inmóvil, esperando ser ignorada.
Tras un tiempo que se le hizo eterno, la luz de la vela se apagó, y todo quedó tranquilo y
en calma.
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6. Esclava
-Arriba.
Notó que alguien la sacudía del brazo, pero los párpados le pesaban como piedras.
-Nnn...
-Arriba, tienes que desayunar.
¡Victoria! Un párpado se abrió.
La cara de UrsHadiic estaba a pocos centímetros de la suya.
Los dos ojos se abrieron como platos.
-Quítate de encima-le dijo.
-Yo me aparto, pero tú te levantas.
-Vale...
Se peleó para desenroscarse de las mantas. Al ponerse en pie vio que le estaba tendiendo
los brazaletes otra vez.
-No quiero ponerme eso.
-Es la ley, esto indica que eres una esclava, los esclavos que van por ahí sin sus señales
van a la cárcel, y si su amo no los reclama en dos meses, reciben diez azotes y son
revendidos en subasta pública... Me he ganado la vida cazando traficantes, conozco la
ley.
-¿Y no puedo no ser una esclava? No soy de aquí.
-Hay un vacío legal en tu caso, pero para tu información, a esta gente no le gustan los
bicronos.
-¿Por qué?
-Manías... viejas rencillas... Más de mil años de guerras...
Melia suspiró. Cogió los brazaletes y se los puso.
Bueno, qué más daría. ¿Podía ocurrirle algo peor?
Aquello le recordó algo.
-No pienso acostarme contigo.
-No es la primera vez que oigo eso.
UrsHadiic enrollaba sus mantas y ni siquiera se dio la vuelta para contestar.
-Lo digo en serio.
-Muy bien.
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-Si me pones una sola mano encima te arrancaré los ojos.
-¿Por qué clase de imbécil patético me tomas?-giró la cabeza, estaba enfadado-. La ley
tampoco permite los abusos, de todas formas.
Parpadeó.
-¿En serio?... ¿dónde puedo ver esa... ley?
-Vas a hacer que me arrepienta de haberte dicho nada, ¿verdad?
-Solo quiero enterarme... ¿Qué entienden por "abusos"?
-...termina de recoger las mantas, enróllalas bien y sujétalas con aquellas tiras. Luego ve
a desayunar.
UrsHadiic salió de la tienda con cara de pocos amigos, haciendo que un par de soldados
que casualmente estaban en frente de la puerta saltaran y dieran media vuelta.
Melia volvió a pelearse con las mantas; eran rígidas, pesadas y bastas. No querían
enrollarse. Empezó a moquear y lagrimear por la frustración.
Se pasó las manos por la cara, aún más frustrada por no poder contener las lágrimas.
Tenía que espabilarse. Seguro que en algún sitio había una solución para ella, tendría
que haber alguien más que la ayudara. Iba a escuchar más que nunca y observar lo que le
rodeaba como un águila. Aprendería cómo funcionaba aquel mundo de arriba a abajo y
seguro que así encontraría la manera de volver a casa.
O de sobrevivir, al menos.
Salió fuera.
No vio a UrsHadiic por ninguna parte.
Un gruñido en el estómago le recordó que tenía hambre, y le ayudó a localizar el lugar
donde repartían los desayunos.
Se acercó con algo de timidez. Se había acostumbrado a que los soldados la ignoraran,
¿ocurriría igual con aquellos? Tampoco estaba segura dónde le dejaba su nueva posición
como "esclava".
El tipo que atendía un enorme caldero de algo con una pinta horrible, pero que olía
bien, estaba casi semi desnudo y sudaba por todas partes. Sólo llevaba un pañuelo en las
ingles y otro en la cabeza, y aún así parecía estar cociéndose vivo.
-Hola, guapa-dijo al verla-. ¿Tienes hambre?
-Pss... sí...
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El Paraíso Hundido
El tipo cogió un cuenco de madera y con un enorme cucharón lo rellenó de la sustancia
del caldero.
-Toma, esto te va a dar muchas energías, ya verás.
-Oh, muchas gracias.
Al menos el cocinero había sido simpático. El día no empezaba tan mal.
Intentó buscar un sitio donde sentarse. Todo el mundo parecía haber acaparado los
troncos alrededor de las ascuas y hablaban.
El ambiente era relajado, pero sin mucha animación.
Cuando encontró un sitio donde sentarse, no se percató que el tipo que tenía junto a ella
era el mismo Dasus del día anterior, hasta que él mismo la saludó.
-Buenos días, ¿has dormido bien?
Estuvo a punto de atragantarse con el líquido pastoso del desayuno. El hombre empezó
a reírse.
-Sí, bien, tranquilo todo...
Dasus era un hombre de mediana edad, rubio y con bigote, tenía ya varios mechones
blancos sobre la frente y las patillas. En principio su expresión resultaba suave y
amistosa, pero Melia ya le vio el día anterior echar rayos por los ojos al hablar con
UrsHadiic.
-¿Puedo preguntarle una cosa?-continuó Melia, aprovechando que parecía tan amable¿Quién es UrsHadiic?
-¿Te refieres aparte de un sourio?... Es un buscavidas, como la mayoría de los suyos que
asoman sus feas cabezas de sus guaridas, a este aún no sé como aún no le han cortado el
cuello. Si tienes paciencia, seguro que pronto serás una esclava libre...
-¿Y qué ha hecho para que merezca que le corten el cuello?
-...oficialmente nada, por eso sigue vivo. Tiene varios ataques y asesinatos sobre su
cabeza, de la mayoría a conseguido librarse porque los tipos estaban buscados, de todas
formas, y del resto... digamos que la gente no sabe distinguir una bestia de otra cuando
se transforman, así que no le pueden acusar de nada, pero yo sé que no es trigo limpio.
A un compañero suyo consiguieron cazarle después de asesinar al alcalde de un gran
pueblo en la periferia de Ares, estaban los dos juntos, pero por alguna razón, nadie pudo
identificar a UrsHadiic. Solo su estúpido compañero que no se le ocurrió otra cosa que ir
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contándolo por ahí. Desde que está solo, ha tenido bastante cuidado. No sé aún si ha
sido buena o mala suerte que apareciera ayer por aquí.
Melia se rascó la cabeza, un tanto confundida. Por alguna razón, había llegado a asumir
que infiltrar a UrsHadiic como prisionero había sido un plan de ellos. Pero pensándolo
bien, no tenía mucho sentido.
-Entonces, ¿tengo que estar preocupada?
-No lo sé, la verdad es que nunca he oído de un sourio errante con esclavos. Como
representante de la Junta no debería decir algo así, ni animar a alguien a romper la ley,
pero yo que tú, escaparía de esa bestia en cuanto pudiera.
-¿Un sourio es lo mismo que un daimión?
-Sí, exactamente.
-No, no lo es-los dos se volvieron de golpe al oír la voz del aludido a sus espaldas-. Un
sourio es un lagarto.
-Y un daimión era un dios, tú no eres un dios UrsHadiic.
-Tampoco me arrastro continuamente por el suelo como otros. ¿Que bobadas le estabas
diciendo a mi esclava, Dasus?
-Solo algunas de tus hazañas.
-Tú no conoces ni la mitad, así que no sé que te estarás inventando.
-No me invento nada, la pobre chica solo está asustada del monstruo que tiene por amo
e intento tranquilizarla.
-Melia no tiene nada de qué preocuparse, ya es demasiado mayor y seguro que está
rancia. Pero creo recordar que tú tienes un niño joven, seguro que su carne aún está
tierna...
Dasus se levantó, y por un momento parecía que iban a pelearse, pero el soldado se
limitó a marcharse, no sin lanzar antes una mirada asesina al daimión.
Melia se encogió un poco, esperando que UrsHadiic dijera algo. Al marcharse el otro
hombre, sin embargo, se limitó a sentarse y a comer su desayuno.
Tambolireó un poco el tazón, mientras esperaba algún tipo de comentario, que no
llegaba.
-¿Has montado todo ese número solo para que te dejara libre el sitio?
-Sí, y también porque me encanta cabrearle, algún día se ahogará en su propia bilis, y
quiero estar allí para verlo.
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-¿Coméis gente?
UrsHadiic se volvió, con cara de asco.
-¿Vosotros coméis gusanos?
-No creo que sea lo mismo.
-Ningún daimión estaría de acuerdo. Sois exactamente lo mismo.
-No puedo entender que caigas mal a todo el mundo, siendo tan agradable.
-No he empezado yo haciendo preguntas estúpidas, ¿por quién me tomas?
-No lo sé... Tú mismo me dijiste que no me fiara de nada.
Curiosamente, aquello pareció tranquilizarle. Seguía pareciendo enfadado (aunque
Melia había decidido ponerse a contar con los dedos las veces que no lo estaba), pero
continuó comiendo sin decir nada.
-En mi mundo hay pueblos que sí comen algunos gusanos... Y hormigas, lo vi en unos
documentales. Y en mi escuela, un niño se comió una mosca una vez.
-... a veces nuestras crías se comen gente que se pierde.
-¿En serio?
-Son crías, se llevan cualquier cosa a la boca, y cuando tienen hambre... Las zonas de
cría suelen estar protegidas, los humanos no deberían meterse, de cualquier forma.
-¿Tú te has comido a alguien alguna vez?
-No.
-No intentaba ofender.
-Mi familia está en una buena zona, nadie entraría en el territorio de cría sin darse
cuenta, los que lo hacen no llevan buenas intenciones. Y de todas formas solo...
-¿Solo?
-Nunca ha habido humanos en los terrenos de cría.
-¿Tienes familia?
-No.
-¿Has dicho "mi familia"?
Le vio reírse, se le hizo raro.
-Los dejé hace tiempo, eso es como no tenerla. Y es la mejor decisión que tomé en mi
vida.
-¿No te llevabas bien con ellos?
-Es un poco complicado de explicar, los daimiones tenemos... nuestras particularidades.
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-¿Alguna que pueda interesarme?
-No te van a ayudar a volver a casa y, yo personalmente, no tengo intención de hacerte
daño. Eso es todo lo que necesitas saber. Creo que es hora de irse.
A Melia le espera otra sorpresa.
UrsHadiic estaba contento. Por alguna razón que Melia no alcanzaba a comprender, la
conversación le había ido animando, y ahora parecía sencillamente contento. La
felicidad del daimión fue en aumento hasta que llegó a convertirse en una auténtica
sonrisa al ver un bonito caballo zaino.
¿Igual los caballos sí que se los comían?
-Muy amable-le dijo al chico que lo traía-, dile a Dasus que le envío mi más cordial
agradecimiento.
El chico hizo un gesto con las cejas que parecía querer decir que ni atado le iba a llevar
mensaje alguno a Dasus de su parte.
-¿Sabes montar?-UrsHadiic se volvió hacia ella, y ella sacudió la cabeza.
Nunca le habían interesado mucho los caballos, eran bonitos. A la mayoría de las niñas
les gustaban los caballos, pero las otras niñas no descabezaban rutinariamente sus
muñecas, lo único que les hubiera hecho falta a sus padres era perder más dinero para
que su hija descabezara ponis.
Sencillamente no le importaban, como no le habían importado otros millones de cosas.
Aunque en aquel momento, empezó a sentirse algo intimidada.
Aquellos animales resultaban más pequeñitos y monos en los cromos.
-¿Crees que al menos podrás sujetarte en la grupa?
-¿Vamos a montar ahí?
-Claro, ¿no tenéis caballos en tu mundo?
-Sí, pero me gustan más los coches.
-¿El qué?
-No importa... ¿tengo que subirme contigo?
-No creo que nadie me de un caballo para un esclavo, aún no soy tan importante...
puedes correr detrás mío si te apetece.
Melia lanzó un largo suspiro. Aquel día parecía que iba a ser muy largo...
Entonces algo captó su atención por el rabillo del ojo.
Se giró y vio a varios soldados, soldados de Áncula, moviéndose en fila hacia algún sitio.
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Caminó hacia allí para ver mejor, pero había gente vigilándoles, y se perdieron entre la
maleza. Antes de desaparecer, estaba casi segura de haber visto al joven del bigote y la
chica de la flauta...
Jamás había intercambiado dos palabras con aquella gente. Pero súbitamente, se sintió
ridículamente feliz.
-¿A dónde los llevan?
UrsHadiic se había acercado hasta ella.
-A Glaucos, una ciudad anfórea, nosotros vamos allí también.
-¿Por qué se los llevan?
-Los que no sean reclamados como parte del botín, se venderán en el mercado, y luego
se repartirán el dinero.
-¿Los tratarán bien?
-Supongo que depende de donde terminen y cómo se comporten. En cuanto Áncula
cayó, tiraron las armas.
Se rascó el brazo, pensado. Al menos, de primeras no iban a estar peor que ella.
Al darse la vuelta vio a UrsHadiic preparando el caballo, y se percató de un incómodo
detalle.
-¿Dónde están los estribos?
-¿El qué?
-Las cosas que se usan para subirse encima, y eso.
-Se llaman piernas, no errssdribos.
-No, no, mira, en mi mundo tenemos una especie apoyos, se colocan a los lados del
caballo y ayuda a subirse encima y otras cosas que no sé porque no he montado nunca.
El daimión se quedó pensando un momento.
-Umm, aquí no tenemos eso.
-¿Y cómo subo?
-Una roca, un tronco, te echaré una mano.
Vio como se subía de un salto sin ningún problema, saltaba como un gato. A
continuación la llevó hasta un tronco y la ayudó a subir.
Nada más estar arriba, Melia supo que no iba a tardar nada en estar de vuelta abajo.
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Primero empezó sujetándose a las mantas sobre el lomo, luego, intentó sujetar a
UrsHadiic discretamente. Al final, acabó abrazándose a él igual que un borracho a una
farola, y aún así, seguía escurriéndose hacia todos los lados.
-Baja-acabó ordenándole su sufrido conductor, parándose junto a una elevación de
tierra.
Melia obedeció algo temblorosa.
<<Oh, Dios, no puedo cerrar los muslos>> pensó, dándose cuenta que sus piernas no
estaban funcionando tan bien como su pudor le pedía.
El daimión se movió un poco hacia la grupa y le hizo un gesto para que subiera otra vez,
delante de él.
-... creo que me voy a sentir muy incómoda en ese sitio.
-Estoy seguro que no más que en el suelo.
Ahí tenía toda la razón.
Gruñó mientras intentaba subirse otra vez.
El día iba a ser largo, muy largo.
UrsHadiic conseguía mantenerla más o menos estable y conducir el caballo al mismo
tiempo, a costa de mantenerla sujeta con la piernas y, por supuesto, rígida y tiesa como
una tabla.
El camino era más bien ancho y tranquilo, y no iban muy rápido. La mayoría de
soldados tenían que avanzar a pie. Así que, quitando la emoción inicial, Melia acabó por
acostumbrarse. Al llegar la tarde, estaba completamente apoyada contra él y medio
somnolienta.
-Hemos llegado.
Parpadeó. Los atardeceres por allí eran muy cortos, tan pronto era de día como de
noche, aún no se había acostumbrado a calcular bien el tiempo sin relojes.
Frente a ella vio un pueblo con casas muy bajas, redondas y de color pajizo, rodeadas de
bosque espeso. Parecía un lugar agradable, era la primera población estable que veía
desde que estaba en Ethlan.
-¿Es Glaucos?
El estómago de UrsHadiic vibró.
-No, no es más que un pueblo, ni siquiera sé como se llama. Glaucos es una ciudad
enorme.
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-Ah, no sabía... todos parecéis vivir en la Edad de Piedra por aquí.
-¿El qué?
-Nada.
Ceca de las casitas, colocaron el campamento. Melia se escabulló a dar una vuelta por el
pueblo en cuanto su compañero se fue a importunar a Dasus.
La gente la miró con algo de curiosidad y se acercó a preguntar sobre lo que hacían allí,
algunos ya tenían una idea de la batalla pero querían más detalles.
¿Hubo un sourio?, ¿de verdad?, ¿un sourio vivo?, ¿podían verlo?
Estaba segura que a UrsHadiic no le iba a gustar nada que lo trataran como un bicho de
circo.
Algunas personas le ofrecieron cosas para comprar, pero no tenía nada de dinero
encima, y les extrañó que una esclava diera vueltas por un pueblo si no venía buscando
algo.
El turismo era algo que aún no había entrado en su mundo.
Aquella noche, apenas pudo cenar.
Se había mantenido más o menos serena todo el día, pero a medida que avanzaba la
oscuridad, los fantasmas del día anterior reaparecían.
Quiso marcharse pronto a su tienda, otra vez. UrsHadiic hizo otro comentario arisco
sobre lo mucho que corría a desaparecer en cuanto habían tocado suelo, y ella lo ignoró
en consecuencia.
Al entrar hizo lo mismo que el día anterior, se enrolló en sus mantas e intentó no pensar
en nada.
Lloró un poco, pero se sorprendió a sí misma más segura. Aún sentía pena por Gerón, el
pobre chico, en algunas partes de su mente, aún seguía siendo un niño. Aún estaba
asustada por los gritos, las rocas y la cascada. Aún se sentía nerviosa por lo que podría
pasarle, y por cómo iba a conseguir entonces regresar a su casa.
Pero aquella noche, tenía la esperanza, no, la seguridad, de que todo acabaría saliendo
bien.
Cuando UrsHadiic apareció aún no se había dormido, solo miraba huecamente la luz de
una velita que había dejado en el suelo. Cuando entró, cerró los ojos e intentó hacerse la
dormida, esperando que su compañero se echara pronto.
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Un poco después, el daimión no solo no había apagado la luz, si no que además soltaba
extraños gruñidos.
Contra su voluntad, Melia entreabrió un ojo, rezando a todo lo que pudiera ser rezable
por no encontrar a su compañero de tienda haciendo alguna guarrada.
Estaba sentado de rodillas en el suelo, tenía un cuenco relleno de algo verde a su lado, y
parecía intentar untárselo por la espalda. Abrió los dos ojos y se dio cuenta que tenía dos
heridas circulares, rojas y abiertas, justo bajo el hombro izquierdo.
¿Qué había pasado? ¿Cuándo se hizo eso?
-¿Te echo una mano?
UrsHadiic volvió la cabeza.
-¿No estabas dormida?
-A medias.
-Toma... mira a ver si consigues llegar al que está más abajo.
Melia se acercó, recogió el cuenco que le tendía y lo olió. Hierbas, nada especial, solo
olía a hierba. Cogió un poco con los dedos y lo acercó a la herida, aprovechó que su
infeliz paciente estaba de espaldas para poner cara de asco. Podía ver como la herida
atravesaba el músculo, como un punzón, músculo rojo y abierto.
-¿Cómo... cómo puedes tener unas heridas así?
-Los daimiones somos muy duros.
-Sí, pero... uh...
-El único problema es que si nos hieren las heridas tardan mucho tiempo en curarse,
afortunadamente, las aguantamos.
-¿Cuándo te has hecho estas?
-Ayer, Áncula tenía buenos lanceros.
-¿Desde ayer llevas esto así?
-Sí.
-Oh...
-Y posiblemente no se cierren en dos meses, y alrededor de un año antes de que empiece
a cicatrizar en serio, pero mientras haya ungüento no sangrarán mucho.
-Ugh...
-Sí.
-¿Crees que es suficiente?
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-¿Queda ungüento en el cuenco?
-Sí.
-Ponlo todo.
Melia obedeció. Luego colocó unos trozos de tela sobre la herida, para que el ungüento
no se moviera ni pringara nada mientras se secaba. Se fijó que tenía varias cicatrices más
en la espalda, la mayoría se concentraban en la zona de las paletillas, ente el cuello y los
brazos. Había una con forma circular y no pudo evitar preguntarse si serían un mordisco
de un congénere.
También había otra que ni siquiera estaba segura de que fuera una cicatriz. Era una gran
marca pálida, más clara que la piel de alrededor, corría desde el costado izquierdo hasta
el hombro derecho, y posiblemente continuara algo por el pecho, aunque no estaba
segura. Por lo demás, la piel no presentaba más marcas, ni costra, ni piel levantada, ni
diferente textura. Solo cambiaba del color. La tocó un poco por el borde, intrigada. Si
tardaban tanto tiempo en cicatrizar, ¿cuántos años tendrían que pasar para que una
herida de ese tamaño quedara así?... ¿cuántos años tenía UrsHadiic?
Sin darse cuenta, había comenzado a seguir la marca hasta su cuello, cuando el daimión
se volvió de golpe.
-¿Qué haces?
-Oh, nada... tienes una marca...
-No la toques.
-...lo siento.
Melia se asustó. Casi se le llega a olvidar el miedo que UrsHadiic podía infundir, era
bueno recordarlo.
Dejó el cuenco en el suelo y volvió silenciosamente a sus mantas.
Se arropó y se quedó quieta esperando que se apagaran las luces.
-¿Melia...?
Volvió ligeramente la cabeza.
-¿Si?
-Nada, buenas noches.
Y apagó la vela.
-Buenas noches-dijo a un montón de oscuridad.
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7. Una ciudad y otras cosas sorprendentes
Tardaron dos días más en llegar a Glaucos.
En aquel tiempo, Melia consiguió subirse y aguantarse ella solita en el caballo, sin ayuda
de nadie. La primera vez que intentó subirse se cayó por el otro lado. Afortunadamente,
solo tuvo que padecer una vergonzosa culada, y un par de jóvenes soldados vinieron a
echarla una mano.
Eran muy simpáticos con ella, aquellos soldados.
Por lo visto la tomaban como una especie de víctima sacrificatoria para la bestia que
tenía de amo.
Era un tanto desconcertante, Melia empezaba a tener deseos de defender a UrsHadiic.
Igual si no fuera tan antipático y capullo...
Además de ser un monstruo y un asesino.
Antipático y capullo era lo que más le molestaba por el momento, de todas formas.
Por lo demás, tenía que reconocer que la trataba bien. Reconocía sorprendida para sí
misma, que aquellos días, dentro de sus angustias internas, habían sido más tranquilos y
agradables que todos los que había pasado con los soldados de Anax.
No, no echaba para nada de menos a Áncula y Oijme.
Entraron a la ciudad a media tarde. Al principio, lo único que Melia vio fue una muralla
blanca, algo oscurecida y resquebrajada por el trabajo de las fuerzas de la intemperie; al
entrar, más casas blancas, cuadradas, y apelotonadas entre ellas y sobre ellas mismas. Al
principio le resultaron un poco raras, pero al avanzar y desplegarse toda la ciudad frente
a ella, se dio cuenta de todo el increíble caos que formaban. La ciudad parecía
extenderse a lo largo y alto de una ladera que no existía, aguantada tan solo por todo
aquel enjambre de casas, muretes y carreteras.
No resultaba un caos agobiante, todas las edificaciones eran blancas o de tonos pálidos,
abundaban las decoraciones, dibujos y estatuas azules y verde mar. Las calles eran anchas
y las puertas y ventanas grandes. Había zonas con árboles e impresionantes balcones de
donde caían florecillas rojas.
Las casas hacían las calles y las calles hacían las casas. Todo estaba amalgamado.
Fueron subiendo en una especie de espiral.
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Cuanto más alto estaban, las casas parecían más grandes y amplias. Empezaron a
aparecer también fuentes con agua y plazas en donde brillaban estatuas de metal bien
bruñido.
UrsHadiic detuvo el caballo en una de aquellas plazas, donde había al menos tres
estatuas grandes, y un montón más pequeñas en diversas esquinas, o excavadas en
pequeños nichos en las paredes.
Se bajaron frente a las escaleras de un inmenso edificio. Tenía grandes columnas rectas y
un techo triangular. Le hizo pensar en fotografías del Partenón griego, solo que entero,
con algunos dibujos a modo de filigranas en las columnas, que imitaban algún tipo de
vegetación, y detalles de oro y plata en una escena gravada en piedra en lo alto.
-Esta es la Casa de Juntas, el centro administrativo de la ciudad. Probablemente se
pasen varias horas pensando el dinero que no me van a dar y luego discutirán conmigo
todo lo que me tienen que quitar, antes de que podamos ir a comer y dormir.
Le vio dejar el caballo a un joven que acudió a recogerlo, y luego sentarse en las
escaleras.
Melia miró a su alrededor.
-Umm... creo que voy a dar una vuelta.
-No pierdas de visa la Casa de Juntas.
-No...
Caminó por toda la plaza, observando todas las figuritas. Algunas tenían nombre, pero
de todas formas no le decían nada. La gente también le parecía curiosa, empezó a
sentirse algo desarropada cuando al ver a todo el mundo cubierto de perlas y metales. La
mayoría de mujeres llevaban grandes y vaporosos bombachos estampados, y finas
camisas atadas a la cintura por un pañuelo; los hombres llevaban pantalones más
discretos, o no los llevaban, vio varios caminar muy dignamente con algo que no parecía
más que un delantal en capas por delante y solo la camisa tapándoles la parte de atrás. A
veces, no tapaba lo suficiente.
Estaba repitiéndose que tendría que acabar acostumbrándose a aquellas cosas, cuando
vio una mujer con las tetas completamente al aire.
Se quedó mirándola con la boca abierta.
Tenía un aspecto impresionante, su delantera era casi secundaria. Llevaba algo similar al
delantal de los hombres sobre los bombachos, pero más largo y recargado, con un hilo
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El Paraíso Hundido
brillante en los bordados. Parecía llevar varios pañuelos apretados en la cintura, haciendo
un extraño corsé de colores, mientras un chalequito azul, de bordes gruesos y brillo
dorado enmarcaba su pecho. El pelo estaba completamente decorado con perlas, tenía
una larga melena negra hasta más allá de la cintura, formando ondas que no parecían
seguir ninguna dirección concreta y sujetas, casi con pereza, por aquellas perlas, que
formaban una intrincada corona alrededor de su cabeza para luego derramarse sobre su
espalda. Tenía algunos adornos de oro en la nariz y las orejas, y los brazos cargados de
todo tipo de brazaletes y pulseras. Para rematar, llevaba en la mano una vara larga y
oscura, con los extremos metálicos.
Vio como se llevaba la vara a los labios y asomaba un pequeño hilo de humo, se dio
cuenta que era una especie de pipa.
La impresionante mujer estaba inclinada lánguidamente, con un brazo apoyado en la
figura de un león que observaba desde el tejado de una casa, el otro sujetando a un lado
la pipa, mientras que, con los ojos bajos y cargados de pintura oscura, miraba con cierto
desinterés lo que ocurría en la plaza.
En un principio la mujer la ignoraba, pero Melia continuaba con la vista fija en ella, a
cada minuto que pasaba encontraba algo nuevo y fascinante en la desconocida. Que con
el tiempo empezó a enfadarse.
Sin ningún tipo de disimulo, la mujer se la quedó mirando en una actitud obviamente
hostil, quizá esperando que solo la fuerza de su mirada pudiera hacerla salir corriendo.
Posiblemente, estaba acostumbrada a que ocurriera así.
-No, no, no, ¿qué haces?, ¿quieres darme problemas cuando no llevamos ni dos horas
aquí?
UrsHadiic tiró de golpe de ella, arrastrándola de vuelta a las escaleras de la Casa de
Juntas.
-Pe... pero... ¿has visto?... esa mujer... las... las... las lleva al aire, quiero decir...¿y cómo
se pueden llevar tantas perlas en la cabeza? Tiene que ser muy incómodo...
-¡Pero no la señales!, y deja de mirar.
-¿Qué pasa?, ¿quién es?
-Una princesa, no te metas con las princesas, si no te matan sus pretendientes, te
matarán sus madres.
-...¿es "princesa" un eufemismo de algo?
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-No.
-¿Son las hijas de un rey?
-No, son las hijas del montón de oligarcas cabrones y podridos de dinero que gobiernan
estas ciudades... ¡Oh, Dasus! Hablaba de ti.
-¿Estás listo para defender tu parte del botín?
-Eso siempre.
-Vas a ser el centro de atención en las fiestas.
-No puedo esperar a ver como te estalla la cabeza por la rabia.
-Sigue, dentro de un año yo seguiré aquí, o incluso, un poco más arriba. Tú habrás
salido corriendo por la puerta de los escombros en menos de un mes.
-Un mes que pienso aprovechar, no te quepa duda.
Pasaron de largo junto a él, UrsHadiic aún la sujetaba y tiraba de ella. Con el brazo libre
saludó a Dasus, que le devolvió el saludo con mucha amabilidad.
-Hasta más ver, preciosa. Suerte.
Cuanto menos les gustaba UrsHadiic, más simpática era la gente con ella.
Podía acostumbrarse.
El edificio de la Casa de Juntas estaba compuesto casi enteramente por mármol. Había
algunas placas de metal con nombres e información en algunas paredes, y más figuritas.
Las entradas y las salidas eran todas bastante grandes, hasta las puertas que daban al
interior, por lo que el edificio resultaba fresco e iluminado.
UrsHadiic entró en una de aquellas puertas, y le pidió que se quedara fuera.
Melia miró a su alrededor buscando un sitio donde sentarse. Empezaba a estar muy
cansada, tenía unas eternas agujetas en el interior de los muslos por culpa del caballo.
Pasado un rato, vio una pareja de mujeres idéntica a la que la había fascinado en el
exterior, tenían diferentes colores y dibujos en la ropa, peinado y abalorios, y una llevaba
cerrado el chalequito del pecho; por lo demás, iban igual de recargadas e impresionantes
que la anterior.
Luchó por no quedarse mirándolas, pero una llevaba una gacela. ¡Una gacela! Un
animalito adorable de patas largas y finas, no más alto que un pero pastor, y grandes ojos
negros. Lo llevaba atado con una especie de correa que parecía un hilo de cristales,
sujeto a un collar compuesto de decenas de perlas.
<<No lo mires, no lo mires, no lo mires, no lo mires...>>
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La puerta tras ella se abrió, y suspiró aliviada.
-No las he mirado.
-¿Qué?
-No mucho, es que lleva una gacelita y... ¿aquí tenéis gacelas de mascotas?
-Solo los que pueden pagarlas, ¿de qué hablas?
-Han pasado otras dos princesas.
-Entiendo. ¿Ves ese tipo que ha salido del despacho conmigo y ahora gira por esa
esquina de ahí? Nos está guiando a nuestra habitación y no tiene intención de pararse a
ver si lo seguimos, si quieres descansar esta noche ya puedes correr tras él.
Melia puso cara de sorpresa.
-Haberlo dicho antes.
-No me has dejado.
Le ignoró y echó a correr. El tipo aquel parecía tener bastante prisa, ¿qué mosca le
picaba a aquella gente? Qué raros eran todos.
Le siguió sin tiempo a fijarse por donde se metía. En el conglomerado de casas que era
aquella ciudad, ni siquiera fue consciente de cuándo salió de la Casa de Juntas y terminó
en otro edificio, tenía la impresión de que todo no era más que un gigantesco y
enrevesado palacio.
El apresurado caballero se detuvo frente a una gran puerta de madera y la abrió con un
par de llaves.
-Aquí se alojarán el tiempo que necesiten.
Melia jadeaba.
-Gra...cias...
-Coja las llaves, procure no perderlas, diga a su amo que la habitación debe quedar
limpia cuando se vayan.
-Gracias...
-Tenga unas buenas tardes...
-Sí, usted también.
Raros, raros todos.
La habitación que vio era inmensa, y se preguntó si no se habían confundido. Estaba
forrada de piedra de color rosáceo, con algunas alfombras de motivos florales en el suelo.
A un lado había una gran librería y una mesa para media docena de comensales. Al
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fondo, una cama y un ventanal gigantesco que daba a zonas inferiores de la ciudad, y al
bosque que se extendía más abajo de la misma.
Volvió a repasarlo mentalmente.
Solo había una cama.
Bueno, las alfombras no parecían tan incómodas...
Su compañero apareció poco después, asomando solo un poco la nariz por la puerta.
-¿Te has perdido?
Cuando se dio cuenta que ella estaba allí entró.
-No, imaginaba que estaría por aquí.
-¿Conoces este sitio?
-Más o menos.
-¿Una historia que me puedas contar?
-...igual algún día. No me fío de los espías que pueda haber por aquí.
-¿Por qué te odian tanto?
-La gente nos tiene miedo.
-¿Sin más?
-Bueno, les hemos dado buenas razones en dos mil años. La gente se acuerda. Es una
pena que no recuerden otras cosas.
UrsHadiic daba vueltas por la habitación, metiendo su afilada nariz por todos los
recovecos que encontraba.
-¿Habéis estado en guerra?
-A veces... No somos como ellos, no son capaces de entendernos, así que procuran
mantenernos lejos, y cuando estamos entre ellos, se ponen nerviosos.
-...tú no pareces muy diferente-el daimión se volvió para mirarla-, quiero decir, dejando
la parte en la que te transformas en un bicho enorme.
-Creo que no tienes ni idea de lo que estás hablando.
-...¿por qué no me lo cuentas tú entonces?
-Te acabaría mintiendo, buscar mentiras es mucho trabajo y no me vale la pena. Prefiero
no decir nada, no necesitas saberlo.
-¿Por qué?
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-Tú limítate a mantener esta habitación ordenada, abrir la puerta cuando traigan
comida, y mis cosas en orden para cuando tengamos que salir corriendo. No te pido más
y tú no necesitas saber más tampoco.
Entonces llamaron a la puerta. Melia tuvo que tragarse el montón de palabrotas que se
le habían acumulado en la punta de la lengua.
Fue a abrir de mala gana, prácticamente bufó delante de la pobre chica que traía la cena.
La pobre chica no se inmuto, de cualquier forma.
Tenían una flema inmensa en aquel lugar.
-Su cena-dijo, metiendo un carrito dorado con varios platos cubiertos y jarrones que
echaban humo-, si quieren algo especial para los próximos días, el servicio de comedor
está en el edificio inferior, manden a sus esclavos con lo que les interese y el dinero extra.
La chica se dio media vuelta y se fue, sin esperar que le diera las gracias.
UrsHadiic se acercó rápidamente al carro y empezó a levantar las cubiertas de los platos.
-¿Dónde está la carne? Oh, aquí.
-Imbécil.
-Muy bien...
Apenas había llegado a levantar los ojos del plato para mirarla.
-¿Ese es vuestro problema sois todos igual de desagradables?
-No, la mayoría no se molesta en serlo. Detrás de la cortina azul hay un cuarto para ti,
puedes retirarte a jurar contra mí, si te hace sentir mejor.
-¿Me estás echando?
-No, sueles desaparecer siempre a la hora de cenar, creía que pensabas seguir la
costumbre.
-...me llevo mi cena.
-Bien.
Melia buscó un plato de algo que pareciera digestible y se fue hasta la cortina. No era
más que un pequeño habitáculo rectangular, con el espacio justo para una cama para una
persona, y una mesilla.
Dejó el plato sobre la misma y se sentó, lanzando hondos suspiros.
En el fondo tenía razón, no tenía que andar preocupándose por él o por el resto de
daimiones, tenía que entender cómo volver a casa. Tenía que comprender mejor cómo
funcionaba todo aquel mundo para poder regresar.
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Suspiró otra vez.
Quería irse, no quería seguir allí. Echaba de menos a su familia y a su gente, no se había
dado cuenta hasta entonces lo mucho que en realidad le gustaba su vida. Creía que era
aburrida, vacía, un sueño sin interés.
Había cambiado de opinión.
Quería salir de allí, rápido.
Con otro suspiro, se puso a comer algo.
Si solo fuera un poquito, solo un poquitín, menos borde...
Al día siguiente, la despertó la luz del día.
No se había dado cuenta que tenía una ventana en su cuarto. Se puso de rodillas sobre la
cama y se asomó. Vio las esquinas blancas de un par de casas, y hacia abajo, varios
puestos y estructuras con telas de colores. Parecía levantarse un importante bullicio
desde allí de buena mañana.
Continuó mirando un rato con curiosidad.
-Es el mercado.
UrsHadiic había levantado la cortina, no parecía contento.
-¿Puedo ir a verlo?
-Te llevaré luego.
Se quedó mirando, parecía esperar algo.
-¿Qué pasa?
-He tenido que levantarme para abrir la puerta del desayuno.
-Oh, lo siento.
-Es la primera vez que duermo en una cama con colchón en diez años, y he tenido que
levantarme porque mi esclava duerme como un tronco. Y ronca.
-No ronco.
-¿En serio vas a discutirme eso? Si mañana no te despiertas a la hora, te quedas sin
desayunar.
-De acuerdo.
Se levantó y fue derecha al nuevo carrito que aguardaba junto a la mesa grande. El otro
se lo habían llevado.
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No había muchas cosas dulces, el principal edulcorante que tenían por allí era la miel,
por lo visto. No le disgustaba, pero tampoco la entusiasmaba. Probó varias cosas, e
intentó recordar las que más le gustaban para el día siguiente.
-¿Hasta cuándo vas a estar ahí?
-Tsss, estoy comiendo...
Si él iba a ser desagradable, ella también.
-La ley me permite cinco golpes de bastón si mi esclavo se muestra perezoso.
Se le quedó mirando. No sería capaz...
-No tienes bastón.
-Estoy seguro que no me costará encontrar uno.
-¿Si un esclavo insulta a su amo, cuántos golpes son?
-Depende, máximo 15 si el amo no pide un juicio para exigir más, también pueden
usarse latigazos.
-Entonces no te digo lo que se me acaba de ocurrir.
Volvió a su cuarto a cambiarse de ropa, rumiando hasta que punto UrsHadiic sería capa
de hacer aquello o no. El día anterior no dijo nada. Empezaba a perderle miedo, y
aquello podía ser peligroso, que la mayoría de las ocasiones lo que le dijera o hiciera le
importara un pimiento, no quería decir que fuera a ser siempre así.
Al salir por la puerta vio a dos hombres enormes esperándoles, eran de los que no
llevaban pantalones.
Por un momento se asustó, pensando que se iban a llevar a UrsHadiic y darle una paliza,
o algo así. Pero el daimión les estaba sonriendo. Feliz. Muy feliz.
-¿Nos vamos?-dijo volviéndose hacia ella.
Melia fue tras él escurriéndose entre los dos tipos, tenían unos ceños tan fruncidos que
podrían sujetar una pelota de ping-pong entre sus cejas.
-¿Quiénes son?
-Guardaespaldas.
-¿Necesitas guardaespaldas?
-No, pero tengo derecho a ellos y pienso aprovecharlo.
-No se les ve contentos.
-No lo están.
-¿Te conocen?
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-¿Necesitan conocerme para no estar contentos de tener que vigilar a un daimión?
Se encogió de hombros y miró hacia atrás. La verdad, es que parecían que iban a
aprovechar para tirarles por una cloaca (si tenían de aquello allí) en cuanto tuvieran
oportunidad.
-¿Vamos al mercado?
-Sí, necesitas brazaletes nuevos, y algo de ropa...
La ropa que la había dado era de soldado, y ni siquiera de su talla. Ropa nueva sonaba
bien.
El mercado resultaba un caos tan imponente como el resto de la ciudad. No parecía
haber diferencias muy claras de donde empezaba un comercio y donde otro. Había
puestos de joyas al lado de pescaderías, dentro de una librería había escaleras para subir a
una peluquería y una alfarería, y de la alfarería se podía cruzar a la calle de enfrente por
una pasarela, donde había una especie de comedor al aire libre: una mesa de piedra larga,
con un hueco por debajo para los fuegos, y agujeros en la parte de arriba, donde se
metían largas cacerolas cilíndricas con la comida.
Había gente de todo tipo paseando por allí, vio esclavos pobretones como ella, corriendo
de aquí para allá, gente más normal, que buscaban con tesón los mejores precios. Incluso
algunas princesas, con grandes guardaespaldas como los suyos, que apartaban a cualquier
infeliz que no se hubiera dado cuenta de la augusta presencia de la señorita.
Vio también que una era acompañada por un apuesto hombre muy moreno, no llevaba
ningún pañuelo en la cintura, y solo un chaleco ancho sobre los hombros, dejando ver
unos bien formados pectorales y abdominales.
-¿Ese es un príncipe?
-Probablemente no, es solo su pretendiente.
-¿No hay príncipes por aquí?
-A veces, pero no es lo mismo que una princesa. Los hijos de oligarcas solo pueden
dedicarse al servicio militar o a casarse con una princesa. Los varones se dedican al
ejército o a administrar las fortunas familiares (que a veces, es lo mismo), las mujeres se
encargan de la política de las ciudades, además, son siempre las principales herederas de
sus fortunas. Si las ves pasearse como si toda la ciudad las perteneciera, es, porque hasta
cierto punto, es así.
-Ooh... suena bien...
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-Pero solo puedes sentarte en las Juntas y ser un miembro oficial de la oligarquía si estás
casado. Así que las princesas tienen cientos de pretendientes esperando ser elegidos, y
ellas, ninguna prisa por hacerlo.
-¿Que tengo que hacer para ser una princesa?
-Tener mucho dinero.
-Vaya. ¿Es lo mismo en Anax que aquí?
UrsHadiic tosió.
-No digas ese nombre muy alto.
-Lo siento-susurró.
-No, es diferente, completamente, ellos tenían una monarquía, aunque ahora les
gobierna una especie de Consejo de Sabios, aunque de lo último tengo mis dudas.
-Entonces... ¿no hay más monarquía?
-¿Te refieres a Gerón?... no, no hay más como él.
-Ya...
Bajó la vista al suelo y suspiró.
-Ven, ahí hay una tienda de ropa...
UrsHadiic le cogió de la mano y la llevó entre la gente a unas pequeñas escaleras que
bajaban en caracol hasta una especie de casa subterránea. Aunque no era subterránea en
realidad, solo estaba a un nivel inferior por el que pasaban ellos.
Una mujer de mediana edad salió a recibirles.
-¿Desean algo?
-Necesito ropa nueva para mi esclava, ella les dirá lo que quiere.
Melia se volvió. Ella no tenía ni idea de lo que quería.
La dependienta parpadeó al ver entrar a los dos guardaespaldas, mientras le enseñaba
unas telas y le decía cómo quedarían mejor con su color de pelo.
Su compañero había salido de la tienda, pero los guardaespaldas la esperaban allí. La
señora fue a cambiar unas palabras con ellos mientras Melia se decidía entre un
estampado floral de lilas violetas en un lecho carmesí, o un estampado floral de violetas
carmesíes en un lecho lila.
Volvió un poco agitada. Melia le indicó lo que prefería, y esperó a que le cogiera las
medidas. La mujer la miraba casi asustada.
-Cariño... date la vuelta, tu amo... eh... ¿sabes quién es?
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-Sí... ¿quién debería saber qué es?
-¿Sabes que es un sourio?
-Sí...
-...¿no te importa?, levanta los brazos...
-¿Debería?
-Oí que uno despellejó a una pobre anciana en Dis porque no quiso darle comida. La
encontraron sin un solo centímetro de piel encima...
Melia no pudo evitar poner cara de espanto, pero tampoco estaba por la labor de
creérselo. UrsHadiic no era así, ¿verdad?
-Son monstruos-intervino uno de sus guardaespaldas-, no tienen conciencia, ni moral,
ni compasión. Entre nosotros solo se comportan porque saben que acabaremos con ellos
si no.
Los otros dos presentes afirmaron aquel comentario con la cabeza.
-¿Cómo sabéis eso?, ¿conocéis a muchos?
-Son así-continuó el hombre-, esa es su naturaleza, fueron dioses, pero Daia cayó y ya
no son más que bestias. No tiene más vuelta de hoja.
¿Daia?
Melia prefirió no decir nada más. El ambiente parecía cargado, había miedo y tensión.
Incluso aquellos gigantescos hombres parecían tener ganas de esconderse, como si al
hablar de los daimiones estuvieran invocándolos y fueran a presentarse allí para
despellejarlos a ellos.
Dio las gracias a la señora con algo de ropa que podía llevarse, y el sitio al que podía
enviarlas (aunque ni ella sabía cómo llegar, solo la dirección).
Fuera, UrsHadiic esperaba sentado, comiendo algo.
-¿Quieres?-le ofreció.
-¿Qué son?
-Caruones...
Cogió uno y lo masticó con cuidado. Estaban calientes, eran como buñuelos, muy ricos.
Cogió dos más.
-Puedes quedártelos todos, yo ya he comido bastantes.
-¡Gracias!-dijo recogiendo la pequeña cestita de mimbre que le tendía. Se encontró que
no podía sujetar la ropa y coger la comida al mismo tiempo.
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-Oh, déjales los bultos a nuestros amables guardias-dijo el daimión con una gran
sonrisa-, seguro que están encantados de ayudarnos.
Se los pasó algo cohibida. Los ojos de los hombres echaban rayos, sabía que no eran por
ella, pero aún así...
Compraron también algunas sandalias de cuero, era lo que llevaban casi todos. Aunque
vio zapatos, con un ligero tacón, sin talón y punta triangular, tenían bastantes bordados
y piedras semi-preciosas cosidas. Eran incómodos y caros, asumió que a ella no le
servirían para nada.
También tuvo brazaletes nuevos. Eran de bronce, con un dibujo de rosas y una piedra
verde. Eran bonitos, y le hubieran gustado más si no dirían "miradme, soy una esclava".
Antes de salir del mercado, una de las cosas que más la había llamado la atención eran la
cantidad de joyas hechas con perlas. Había abalorios de perlas para casi cualquier parte
del cuerpo, en largas cadenas, o creando formas complejas, en extrañas coronas y
collares. UrsHadiic le explicó que hacía mil de años que se terminaron las minas de oro y
plata en Ethlan, los metales preciosos tenían un precio ridículo, solo las más grandes
fortunas podían permitirse usarlos, para el resto, la base del dinero eran perlas. Las
perlas se usaban como moneda habitual, junto con las de latón y bronce.
A la vuelta comieron y esperaba pasar la tarde descansando. Por lo visto, iba a haber
algún tipo de gran fiesta para ellos por la victoria contra Áncula. No es que la hiciera
muy feliz acudir, no quería recordar aquella batalla, y menos ver cómo otros se alegraban
de que Gerón estuviera muerto. Pero UrsHadiic estaba decidido a presentarse, estaba
decidido a usar y abusar todo cuanto pudiera de los homenajes que debían darles.
Después de una cabezada en su cuartito, se encontró bastante aburrida y empezó a
repasar los libros de la librería de la habitación. Dejó de mirarlos cuando se dio cuenta
que la mitad eran eróticos.
-¿Qué es "daia"?-preguntó a su compañero, que aún roía algo de comida mientras leía
un libro (que hasta entonces había imaginado sería bastante inocente).
-¿No te lo dijo Gerón?
-...no lo recuerdo, creo que no.
El daimión cerró su libro, tenía el ceño fruncido, más en gesto pensativo que por estar
enfadado.
-Qué raro, no es que el chico supiera estar callado.
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Se levantó de la silla, se acercó hasta la librería y se puso a buscar algo. Sacó un grueso
tomo con tapas de cuero rojizas, abrió una página y la colocó en la mesa, delante de ella.
-Esto es Ethlan.
Melia se inclinó. Al principio no veía más que palabras escritas en todas las direcciones
posibles y un montón de rallas. La incomprensión debió de reflejarse en su cara.
-Esta línea es la costa-continuó UrsHadiic señalando una gruesa y marrón-, las finas son
divisiones territoriales, no te hace falta entenderlas. Las negras son bosques y montañas,
las azules ríos. Las palabras marcan una ciudad, o pueblos, o territorios, o algún
monumento que posiblemente ya no exista.
Consiguió encontrarle algo de sentido al dibujo. La isla era alargada, su contorno
formaba una "z" estirada, con puntas finas y algo más gruesa y casi circular en el centro.
-Daia es un viejo título, también es otra manera de llamar a la isla. Era una especie de
diosa, una gran reina, su nombre no se pronuncia nunca, así que la mayoría de la gente
no lo conoce. Ella creó la Isla, o, más bien, puede que sea la Isla, nacieron al mismo
tiempo. Dependiendo a quién preguntes, las respuestas pueden ser diferentes. Hay quien
dice que en realidad vino de un lugar lejano... Al principio, la isla vivió largos años de
esplendor en Geo, Daia se encargaba de que las cosas fueran bien, la comida abundaba,
el comercio con el exterior fluía, todo el mundo parecía feliz. Sin embargo, la gente de
fuera intentó conquistar la isla; por miedo, ya que era una potencia muy poderosa, o por
envidia de todo lo que tenían... Resumiéndolo un poco: hubo guerra, muchos
extranjeros infelices murieron, y Daia, que era todo amor y generosidad, no podía
entenderlo, así que decidió que ella debía morir también, para poder comprender qué
tenía la muerte para que los humanos la eligieran con tanta alegría. Así es cómo Ethlan
se hundió. Sencillamente, murió con ella.
Permanecieron en silencio un momento, Melia intentaba asimilar aquello y compararlo
con lo que creía saber.
-Gerón me dijo... que fue una maldición.
-Supongo que será lo que a él le parece.
-Así que luego empezasteis a pelear entre vosotros.
-Sí, más o menos. Los anaxes eran los aristócratas y pensadores, vivían en la zona
interior de la isla-dijo señalando el círculo del centro-, los anfóreos eran agricultores y
ganaderos, principalmente. Vivían en los grandes campos del exterior. Cuando Daia
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cayó, la isla... se detuvo, por decirlo así, no solo quedó aislada de cualquier parte, el
tiempo empezó a ir a otra velocidad. Apenas llovía, pero los campos seguían igual, no
germinaban, las frutas no maduraban, los animales y la gente dejaron de tener crías... En
Anax lo vieron venir, cogieron todas las provisiones que pudieron y decidieron
guardarlas, los anfóreos se enfurecieron y exigieron su parte de la comida. Así
empezaron. También luchaban por el dominio de los Lagos.
-¿Los Lagos?
-Tú viniste de uno.
-¿Los aionios?
-Sí, exactamente. Eran zonas que habían sido bendecidas por Daia, descubrieron que
podían cruzar al otro lado.
-¿Cómo?
UrsHadiic sonrió, no parecía una sonrisa muy feliz.
-Seguro que te interesa saberlo.
-¡Claro que me interesa!, quiero volver a casa.
-¿No te lo dijo Gerón?
-Me dijo que solo él podía.
-Sí, más o menos. La verdad es que se llevaron varias sorpresas, ya que no todos podían
cruzar, ni siquiera los que tenían goeteia. Los Lagos podían hacer cosas extrañas con la
gente no adecuada, o... "rebotarlos".
Melia hizo una mueca.
-¿Qué hacían qué?
-Los enviaban de vuelta a la isla... pero a otra época.
Se rascó el brazo. Aquello empezaba a sonar raro, y peligroso.
-Entiende-continuó-, esta isla está perdida en una especie de limbo en ninguna parte, el
tiempo no tiene mucho sentido.
-Pe... pero, has dicho que los animales y la gente dejaron de tener hijos, pero yo los he
visto.
-Sí, a veces nacen, el tiempo no está completamente quieto, solo ralentizado, y algo
caótico. Pero son raros, ¿no te parece que hay menos que en tu mundo?
Intentó recordar. Había vivido en un pueblo tranquilo, pero no especialmente
tradicional, a mediados del siglo XXI, por inercia, la gente no tenía muchos hijos; pero
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era cierto que en aquel lugar, apenas los había visto. Con toda la gente con la que se
habían cruzado en el mercado, si se ponía a pensar, no era capaz de recordar un solo
niño pequeño.
-Y... eh... ¿sabes dónde puedo informarme más sobre los Lagos?
UrsHadiic cerró el libro de golpe, dando por finalizada la clase.
-No, ni idea. Vete a vestirte, es hora de ir a la fiesta.
Melia suspiró. No quería ir, quería quedarse a pensar... Se puso en pie de mala gana, y
fue hacia su habitáculo, a medio camino se detuvo y se dio la vuelta.
-¿Puedo saber qué pintáis los daimiones en todo eso?
-No. Hay un baño para mujeres al final del pasillo, tienes media hora.
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8. Noches alegres, mañanas tristes
Intentó ir visiblemente lenta y torpe, pero para variar, no la estaba haciendo ni caso.
Tuvo algunos problemas para entrar al baño, ya que no sabía cómo o dónde dejar la ropa
y tuvo que esperar a otras mujeres y ver lo que hacían.
Por supuesto, terminó después de la media hora, UrsHadiic pareció algo molesto, pero
estaba demasiado contento para que le importara.
Los pacientes guardaespaldas vinieron a buscarles unos minutos después y marcharon a
la fiesta.
Llegaron a un salón circular. Empezando a acostumbrarse a todo el lujo del que podían
hacer gala cuando querían, no pudo decir que se sintió sorprendida de ver el lugar,
aunque sí bastante intimidada, de todas formas.
Caminaba detrás de UrsHadiic, entre él y los guardaespaldas, mirando con curiosidad a
un lado y al otro a toda la gente interesante. No había mesas, los esclavos se paseaban
por todas partes con grandes y pequeñas fuentes de alimentos, además de jarras y
jarrones de todo tipo de líquidos. La gente estaba reclinada en largos bancos situados en
la periferia, mientras que en el interior de la sala, había gente tocando, y bailarines.
Los invitados también se paseaban de un lado a otro, hablando con vecinos y amigos, o
saludándolos. Sentados a los pies de los bancos, algunos esclavos intentaban recogerse
para no entorpecer el paso de la comida y los comensales.
Indicaron uno de aquellos bancos para UrsHadiic, y Melia pudo ver a Darsus a poca
distancia.
-Hola-le dijo, saludándolo. El caballero le devolvió el saludo-. Parece que hay gente
agradable en esta fiesta.
Su compañero se tumbó lánguidamente y suspiró.
-No conseguirás hacerme enfadar.
Parecía realmente contento.
Melia miró a su alrededor. Solo había una alfombrita rectangular en el suelo. Para ella.
-Pues que bien...
La fiesta estuvo bastante entretenida, tuvo que reconocerlo; pero solo hasta que pararon
la música, para que unos tipos de voz engolada empezaran a contar batallitas en honor a
los homenajeados de la noche. Comenzaron hablando de lo terribles y poderosos que
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eran Áncula, Oijme y Gerón, de todas las cosas malas que habían hecho, y millones de
chismes más.
Se sentía realmente incómoda por la manera en la que se referían a ellos, hasta contaban
bromas de mal gusto, sabiendo que la gente ya estaba lo suficientemente borracha como
para reírse de todas y cada una de ellas.
Aquella combinación de tragedia y vulgaridad le estaba crispando los nervios. ¿Cuánto
había pasado?, ¿una semana?, toda aquella gente muerta y hasta sus compañeros se reían.
Tuvo que apartarse a una pata del banco, porque dos princesas habían decidido
presentarse un momento en frente de UrsHadiic.
Solo los bombachos ya abultaban más que ella.
-Creía que los bichos como tú no gustaban a nadie por aquí-dijo cuando consiguió
recuperar su sitio.
-Son princesas, su mundo es otro, y si quieren conocer a un daimión yo no tengo
intención de negarme.
El doble sentido de aquella frase terminó por marearla del todo.
-¿Podría volver a la habitación?, no me encuentro bien aquí.
El ceño de UrsHadiic tembló un poco, pero tras unos segundos de silencio contestó.
-Vete.
Con un suspiro de alivio, Melia se puso en pie y pidió a uno de los guardaespaldas que la
ayudara a encontrar su habitación. Aún se sentía completamente perdida allí.
Al llegar, la habitación estaba oscura y silenciosa. La cama de UrsHadiic estaba frente al
ventanal, y entraba algo de luz nocturna. Se dirigió allí para coger una vela, esperando
no tropezarse con nada por el camino. Luego fue a su habitáculo, se cambió, se metió en
la cama y, con un breve pensamiento a lo silencioso y tranquilo que estaba todo, se
quedó dormida tan rápido como no lo había hecho en mucho tiempo.
Tuvo un sueño. Uno de sus sueños especiales. Hacía tiempo que no los tenía, en Ethlan
no soñaba, o soñaba cosas horribles.
Estaba en su casa, en su cuarto.
Corrió a la puerta encantada, pensando que podría ver a sus padres.
-¡Mamá!, ¡papá!, ¡estoy aquí!
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El Paraíso Hundido
Corrió al salón, le parecía haber oído voces, pero era solo una ventana, que estaba abierta
y entraba el sonido de la calle.
-¿Papá?, ¿mamá?
Recorrió todas las habitaciones, una por una.
No había nadie.
¿Qué hora era?, ¿qué día era?, ¿dónde estarían?
Se sentó en una silla, pensando que igual no importaba si les esperaba. A veces los
sueños podían durar mucho.
Vio el teléfono y pensó en llamarles, en llamar a alguien, a cualquiera.
Al descolgar, no daba señal.
Suspiró y volvió a sentarse.
Esperaría, esperaría allí.
Notaba que el sueño terminaba, lo notaba.
Miró con desesperación a su alrededor, intentando recordar si estaba todo en su sitio.
Junto al teléfono, había un bloc de notas y un bolígrafo.
Los cogió y pensó qué podía decirles. No sabía... No se le ocurría nada...
Dejó que sus manos garabatearan algunas palabras.
"Estoy bien. Os quiero."
Posiblemente, con eso bastaría.
El sueño terminaba.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
¿Por qué no podía quedarse allí?, no quería marcharse...
¿Por qué...?
Dos fuertes golpes la sorprendieron. Se levantó de un salto, se dio cuenta que habían
venido de su habitación.
Caminó hasta allí con el corazón en un puño.
Otros dos golpes más retumbaron.
¿Quién...?, ¿qué...?
Abrió la puerta con cuidado, pero en el interior no había nadie.
Entonces recordó que tenía que levantarse para abrir otra puerta.
Su cuarto se desvaneció.
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El Paraíso Hundido
Estaba de nuevo en un habitáculo minúsculo. La luz entraba de un ventanuco sobre ella.
Y alguien llamaba a la puerta de muy mal humor.
-Voy, voy...
Se puso en pie, y se arrastró figurativamente hasta la puerta. La chica de las comidas
estaba allí.
-Hemos traído una ración de caruones como pidieron.
Metió el carrito del desayuno, sacó el de la comida y se marchó.
Melia sonrió encantada y cogió los caruones. Ella no los había pedido, así que imaginó
que lo habría hecho su compañero. Se volvió hacia su cama, con la intención de
agradecérselo si estaba despierto, pero no había nadie.
Tardó un momento en entenderlo. La cama estaba perfectamente hecha, incluso una
vela que ella había dejado sin darse cuenta sobre una almohada permanecía allí.
UrsHadiic no había vuelto aquella noche.
Por un momento, se imaginó a los guardaespaldas reduciéndole aprovechando que
estaba borracho, y arrojándole a un pozo.
Luego recordó a las dos princesas que habían acudido a presentarse la noche anterior, y
supuso que en realidad habría estado en un sitio más entretenido.
Se sintió molesta, pero decidió encogerse de hombros, y aprovechar que no estaba para
desayunar tirada en la cama grande y mirar por el ventanal.
Su amo llegó al menos una hora más tarde, con no muy buena cara.
-Melia... toma esta nota y llévala a las cocinas, ayer no me eché ungüento y las heridas
me están matando.
-Vale.
Le arrancó la nota de entre los dedos, con más mal humor del que creía sentir, y sin
intercambiar más palabras bajó a la zona inferior y buscó la cocina.
Volvió un rato después con el ungüento, pero el daimión se había quedado dormido
cabeza abajo sobre la cama.
Barajó la posibilidad de tirarle el ungüento aún caliente por la cabeza, pero recordó que
aún le quedaba un poco de sentido común.
-UrsHadiic... UrsHadiic... Te traigo tu potingue para la espalda...
Con algo de esfuerzo le vio incorporarse, quitarse la camisa, y volverse a dejar caer en la
cama.
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-Pónmelo-dijo.
Melia obedeció de mala gana... descubrió que estaba empezando a sentirse por primera
vez como una auténtica sirvienta. Se le encogió un poco el corazón ante la idea.
Iba a tener que acostumbrarse a cosas como aquellas, ¿verdad?
Las fiestas duraron casi una semana. Ella intentaba librarse de ellas como podía,
normalmente su amo se mostraba molesto, pero la dejaba hacer lo que quisiera.
Después de todo, tampoco le faltaban otras compañías con las tetas más visibles y
perfumadas.
Hubo varias ocasiones más en que desaparecía de noche, y volvía por la mañana
gimoteando por su dolor de espalda.
Un día, sin embargo, regresó temprano con ella de la fiesta y estaba tan despierto a la
mañana siguiente que fue a abrir al carrito del desayuno sin protestar.
-¿Ocurre algo?-preguntó Melia muy confundida, había quedado a medio camino de la
puerta y aún no podía creer sus ojos.
-¿A qué te refieres?
-Te noto madrugador.
-Tengo que planear cosas hoy.
-¿Planear?
-Posiblemente nos vayamos mañana.
-Mañana... ¿ha ocurrido algo?
-No, pero no voy a quedarme a esperar que ellos den el primer golpe.
-¿Quiénes son ellos?
-Todos los que no me quieren aquí, conoces a uno.
-¿En serio es tan malo como dices?
-No estaría seguro de cuan malo es hasta que se decidan a actuar. Pero tengo unas
cuantas personas poderosas e influyentes que no me quieren aquí, y una gran mayoría a
las que no gusto de cualquier forma y les importará tres pimientos lo que me pase. Lo
mires como lo mires, me acabarán echando... o algo peor. Prefiero irme cuando aún
tengo todas las puertas abiertas, comida y dinero bien guardado.
-¿Y tus princesas no te echarían de menos?
UrsHadiic hizo un extraño gesto con la cabeza.
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-No, no te creas...
Melia no pudo evitar que se le escapara una risilla malévola.
-Muy bien, ¿qué tengo que hacer?
-Primero iremos al mercado a por provisiones, luego ya veremos.
Terminaron de desayunar y bajaron hasta el alegre bullicio del mercado, que estaba más
animado que nunca. Estaba segura que iba a echarlo de menos, esperaba volver a ver
más ciudades, con más mercados como aquel.
Compraron algo de comida, pero UrsHadiic se detuvo varias veces delante de puestos de
joyas.
-¿Qué haces?-le preguntó mientras miraba unos adornos para el pelo.
-Gastar dinero... ¿te gusta ese?
Era una horquilla con una flor roja de cristal rodeada de finas filigranas de oro a modo
de hojas.
-Es muy bonito-reconoció.
Llamó al vendedor y le señaló la pieza, el hombre la cogió y se la entregó.
-¿De verdad vas a comprar eso?, dijiste que el oro es muy caro.
-Precisamente por eso, tengo que aprovechar para gastar, no me voy a poder llevar todo
lo que quiero... Toma, es para ti.
Se quedó perpleja.
-¿De verdad?
-Toma, póntelo...
-Bien... gracias... ¿Qué tal?
-Igual deberíamos comprar sandalias nuevas, creo que las vamos a necesitar.
Melia suspiró. ¿De verdad no podía haber dicho nada bonito? Si lo había comprado él...
De vuelta a la habitación intentó mirarse en el espejo de metal de la pared (y que al
principio no tenía ni la más remota idea de para qué servía). Le parecía que quedaba
bastante bien, de hecho, se encontró bastante guapa en general. Había cogido un bonito
color en la cara y su pelo parecía un poco más rojizo y brillante que de costumbre.
Aquella noche, UrsHadiic insistió en salir, aunque a ella no le apetecía nada y no
entendía cómo quería ir de fiesta cuando al día siguiente iban a marcharse. Consiguió
convencerla porque aseguró que irían a una fiesta diferente, habría menos gente y
volverían pronto, de todas formas.
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Melia se adecentó un poco y estudió maneras en la que la horquilla pudiera quedarle
mejor. Su pelo solo alcanzaba sus hombros, así que no tenía demasiadas posibilidades.
Al salir, se dio cuenta que faltaban los guardaespaldas.
-Me han terminado por aburrir-explicó UrsHadiic con desinterés-, ¿no vamos?
Le estaba tendiendo el brazo, Melia lo miró un poco confundida, pero se acabó
sujetando a él.
Caminaron entre oscuros pasillos, iluminados solo por algunas antorchas. Entre los
resquicios de algunos hogares podía ver que era noche cerrada, una noche azul, con una
gran Luna Llena en el cielo. El viento era fresco, y se colaba haciendo curiosos sonidos
entre las extrañas callejuelas y puertas de aquella peculiar ciudad.
Apenas se cruzaron con nadie, solo oía sus pasos y el viento. Resultaba algo inquietante,
si se miraba la cantidad de viviendas que había a su alrededor, lo enorme del silencio y la
oscuridad en su interior.
-¿Seguro que vamos a una fiesta?-tenía le impresión de estar dando vueltas.
-Sí, te llevo al corazón de Glauco.
No le respondió nada. No sabía qué decir de todas formas. Encontraba todo aquello
algo inusual, pero no la preocupaba. Se dio cuenta, no demasiado sorprendida, que
confiaba en UrsHadiic pese a todo, si él decía que iban al corazón de la ciudad, sería
verdad. Significara eso lo que significase.
Poco después, comenzó a oír unos tintineos.
Intentó localizar su origen, venía de un poco más delante. Les acompañaron algunas
voces.
Vio un arco con plantas trepadoras de flores pálidas a la luz de la Luna. Dos niñas
estaban paradas bajo los pilares, riendo y mirándose entre sí. Cada vez que alguien
entraba, agitaban unas ramas de árbol en las que brillaban pequeños cristales y objetos
metálicos, provocando aquel suave tintineo.
-¿No hay que entrar por ahí?
-No, eso es para la gente vulgar...
-Ya veo, no es para ti entonces.
-En absoluto.
Llegaron a un lugar abierto donde sonaba música de flauta, acompañada a un pequeño
instrumento de cuerda. Era una balconada semicircular, llena de plantas que colgaban
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hacia abajo en los bordes. La luz lunar iluminaba la zona, que no tenía antorchas,
aunque flotaba hacia lo alto un resplandor anaranjado desde la zona inferior, que
indicaba que allí sí ardían antorchas.
Alrededor de la balconada, en el suelo, reposaban alfombras extendidas con pequeñas
fuentes de varios pisos con comida sobre ellas. La gente del lugar estaba sentada allí,
observando con cierto desinterés lo que ocurría en la zona inferior.
Melia se dio cuenta que la mayoría eran parejas. Las había de todas edades y sexos
entremezclados. Pero en parejas.
Miró a UrsHadiic por el rabillo del ojo. ¿En qué estaba pensando?
Se sentaron en una de las alfombras. Desde aquel lugar podían ver parte del piso
inferior: era otra zona semi-circular, pegada a una pared de piedra que terminaba a
varios metros sobre sus cabezas, y reposaba sobre una especie de piscina con mosaicos
que dibujaban figuras acuáticas.
Alrededor de aquella piscina vacía vio a varias mujeres, la mayoría jóvenes y cubiertas de
los hombros hasta los pies con un faldón blanco, sin ningún tipo de adorno. Una de
mayor edad estaba subida en un alto, al lado de la pared de roca, en un atril vio que
reposaban tablas de madera. Supuso que sería un libro, los había visto parecidos, aunque
no tan grandes. La mujer mayor tenía un gran moño, y de vez en cuando miraba al cielo,
al libro, y luego a la pared de roca.
Por las voces que llegaban hasta allí, Melia imaginó que había mucha más gente
concentrada debajo suyo.
-¿Quiénes son?-dijo señalando a las mujeres de blanco.
-Sacerdotisas de Daia.
-¿Qué hacen?
-Esperan. Cuando Ethlan se hundió, el tiempo también cambió, apenas llueve, si te has
dado cuenta. Sin embargo, muchos ríos siguieron fluyendo de las montañas. La gente
intentó buscar las fuentes, también hubo, y aún hay, muchas tensiones por el control del
agua. Lo curioso es que no pudieron dar con la fuente original, solo que la mayoría
provenían de la Montaña de Etimón... También se encontraron con rocas como esta.
-¿Qué les pasa?
-Cada tres lunas lloran. Surge agua.
-¿De verdad?
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Melia miró con atención la pared de piedra. Estaba seca, y lisa, desde allí no veía nada
extraordinario, no era más que una gran pared gris, de alrededor de 15 metros, opaca y
sin brillo.
-Hay gente, que cree que esto es una señal de Daia, una manera de mantener a la isla
con vida, porque creen que tras descubrir lo que es la muerte, volverá con nosotros más
poderosa que nunca, devolverá a Ethlan al Geo, y esta vez extenderá su generosidad por
todo el mundo, para que no vuelva a haber envidias.
<<Pues va a tener trabajo>> pensó Melia.
-¿Tú crees eso?-preguntó.
UrsHadiic la miró.
-Creo que me da igual.
-¿Y por qué me has traído hasta aquí?
-Se me ocurrió que te gustaría verlo.
Sonrió, sintiendo que se ruborizaba un poco.
Por la noche, los ojos de UrsHadiic podían ser un espectáculo, brillaban como los de un
gato en cuanto reflejaban un poco de luz, resultaba un tanto lúgubre e inquietante, ya
que era imposible saber hacia donde miraban y desdibujaban su expresión. Sin embargo,
en aquel momento tenía la cabeza inclinada hacia ella, y el pelo proyectaba sombras
sobre su rostro, por lo que podía ver perfectamente sus pupilas, oscuras y cálidas.
Incluso cuando sonreía, y en apariencia estaba feliz, UrsHadiic llevaba la tensión gravada
en la cara, como si ya fuera parte de si mismo. Sorprendentemente, ahora estaba
relajado, y su expresión era casi... dulce.
Melia se sonrojó un poco más ante la idea.
Las conversaciones a su alrededor bajaron de intensidad, la gente empezaba a mirar
hacia delante con interés.
-¿Ya empieza?-preguntó, rompiendo el silencio entre ellos, que empezaba a ser extraño.
Se inclinó hacia delante, pero no había nada diferente en la piedra.
La mujer del moño seguía mirando a lo alto, al libro y a la roca, pero con cierta
preocupación.
-Parece que hoy se está retrasando un poco-respondió UrsHadiic.
-¿Es normal?
-No lo sé.
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Continuaron esperando, las voces volvieron a subir de volumen, la gente se inquietaba.
Entonces, casi tímidamente. Se dio cuenta que la roca cambiaba de color, se volvía más
oscura; cuando esto quedó claro para toda la gente que aguardaba, empezaron a oírse
exclamaciones de alivio. Una zona circular en lo alto se estaba oscureciendo a mayor
velocidad, y en un momento, un rápido reflejo, un parpadeo brillante. El agua empezó a
brotar.
Cayó desde aquel alto, a la piscina más abajo, haciendo un pequeño remolino, que fue
creciendo a medida que el agua brotaba con más intensidad. El agua aumentó de
volumen rápidamente.
La gente abajo soltaba vítores y se oían tintineos. Allí arriba, la mayoría de parejas
empezaron a besarse.
Melia decidió ignorarlas, estaba demasiado ocupada viendo como salía agua de una
roca.
Una parte de su cabeza le decía que tenía que haber una explicación, a la otra, no le
importaba en absoluto.
Cuando el agua iba a desbordarse, se abrió una compuerta y la piscina se estabilizó.
-¿Hasta cuando va a seguir manando?-preguntó, le picaba la curiosidad saber a dónde
iría el agua y qué harían con ella.
-Hasta la próxima Luna.
-¿A dónde va ahora?
-¿Quieres verlo?
-¿Podemos?
UrsHadiic sonrió, se puso en pie y le ofreció una mano para ayudarla.
Salieron discretamente de aquel lugar, fingiendo no ver a la gente de su alrededor, que
empezaba a quitarse la ropa.
Bajaron unas empinadas escaleras, y se encontraron en medio de un súbito e
improvisado bosque en medio de la ciudad.
El agua corría entre las piedras de una pequeña cuenca, mientras a su alrededor la gente
tocaba, cantaba, batía palmas y bailaba. Vio a las niñas de las ramitas corriendo entre los
árboles, agitando los cristales brillantes la una a la otra y saltando sobre el arroyo.
En un momento, se acercaron hasta ellos y comenzaron a dar vueltas a su alrededor,
persiguiéndose la una a la otra.
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-¡Lluvia viene, lluvia cae, las nubes nos cogen, los gotas nos mojan, y brillan la hojas...!canturreaban.
A Melia la cogieron desprevenida, y se arrimó a UrsHadiic para dejarlas sitio.
-No muerden-dijo el daimión divertido.
-Eso no lo sé-respondió, intentando mantener un poco la dignidad.
Notó como le pasaba un brazo por la cintura y continuaron caminando en cuanto las
niñas salieron a correr entre otra gente.
Bajaron siguiendo el curso del agua, parecía atravesar toda la ciudad.
-¿No la aprovechan?
-No, es agua sagrada. Tienen pozos para la ciudad, y otro río más grande en el área
Norte. Este agua es para las plantas.
Melia miró a lo alto a las copas de los árboles. Podía entreverse la Luna pálida y
luminosa entre las ramas, estaba segura que era más grande que la que existía en su
mundo.
Notó que otro brazo la rodeaba, abrazándola del todo. Al bajar la vista se encontró los
ojos de UrsHadiic, y sonrió.
Lo siguiente que notó fueron sus labios sobre los de ella.
Fue casi un roce, por un momento no supo qué hacer. ¿Había sido un beso?, ¿la había
besado de verdad?
Esta vez fue ella la que intentó alcanzarle. Tenía que asegurarse.
UrsHadiic no se apartó, pero al principio no parecía decidirse a participar. Sus labios
eran tímidos, y su caricias suaves y ligeras. Como si temiera miedo de que se fuera a
romper o evaporar de golpe si la tocaba.
Melia le abrazó con más fuerza, esperando que se animara.
Solo había conocido a Marcos (y a un niñato idiota en tercero con el que estuvo una
semana y del que prefería no acordarse). Siempre que besaba se ponía a sudar y temblaba
como un pollo desplumado, cuando se atrevió a besar con la boca abierta hacía honor a
la expresión de "comerse los morros" porque parecía que intentaba comérsela. Hubo una
época en que tanta torpeza le había parecido adorable. Una época lejana.
UrsHadiic no era torpe, pero parecía costarle avanzar.
Tenían todo el tiempo del mundo, sin embargo. O eso sentía ella al menos.
No había nada más fuera. El resto de la gente estaba lejos. La ciudad era algo lejano.
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Podían estar toda la noche allí si hacía falta.
Toda la noche parecía tanto tiempo...
Cuando Melia ya empezaba a sentirse completamente cómoda, su compañero se detuvo.
Por un momento se sintió algo sobresaltada, creyendo que iban a terminar ahí, pero su
nariz continuó pegada a la suya.
-¿Quieres que volvamos a la habitación?-le susurró.
Melia sintió un nudo en el estómago, había entendido lo que quería decir, no iban a
volver a la habitación solo a dormir.
-Sí...-respondió, sintiendo que le fallaba la voz.
Se cogieron de la mano, y con paso vivo volvieron a la ciudad. Por donde se movían ya
no había gente, o, al menos, Melia no la vio.
Retornaron por aquellos pasillos vacíos, por donde el viento soplaba y las antorchas
iluminaban una noche azul. A medida que se aproximaban a su habitación, UrsHadiic
comenzó a ir más despacio, cuando estaban al llegar, andaba con tal lentitud que le tenía
que tirar del brazo.
-¿Ocurre algo?
No respondió.
Vio que sacaba las llaves de entre la ropa, le temblaba la mano. Cuando iba a abrir la
puerta, la cerró de nuevo de golpe.
-¿UrHadiic... qué...?
Su cara estaba contraída, apoyaba la frente contra el marco de la puerta.
-¿Te pasa algo?, ¿te duele la espalda...?
Fue a pasarle un brazo por lo hombros pero se apartó de ella de golpe.
-¡No me toques!-siseó.
Melia quedó pálida por la sorpresa. No pudo decir nada. Hacía tiempo que no había
visto al daimión así, desde que era prisionero de Áncula, al menos.
Entonces se dio la vuelta, y se alejó de ella con paso firme.
-¿UrsHadiic?-llamó, pero no hubo respuesta, ni siquiera caminó más despacio.
Abrió la boca para llamarle otra vez, pero se dio cuenta que iba a ser completamente
inútil. Si no contestó la primera vez no iba a contestar nunca.
Cogió aire y dejó escapar un largo suspiro que acabó en un patético gemido.
¿Qué había pasado? ¿qué había hecho?, ¿había hecho algo mal?
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Miró la puerta, la llave seguía en la cerradura, pero no se atrevió a abrir. Volvió a mirar
en la dirección por la que UrsHadiic se había marchado, casi esperando que apareciera
de nuevo.
Pero no lo hacía.
Se sentó en el suelo, llorando y esperando. Quería que volviera, quería que por una vez le
explicara lo que le pasaba por la cabeza.
No estaba segura de cuánto tiempo estuvo allí, sus propios cabeceos cuando estuvo a
punto de quedarse dormida la sacaron de sus pensamientos.
Se puso en pie, dándose cuenta que el daimión no iba a volver aquella noche.
Abrió la puerta con lentitud, yendo después derecha a su habitáculo, evitando mirar la
cama grande, completamente iluminada por la Luna. Una vez allí se cambió y decidió
que iba a dormir estupendamente.
No iba a pensar más en aquel imbécil.
Era una absoluta perdida de tiempo.
Por no hablar de una irresponsabilidad, ¿en qué estaría pensando?, acostarse con un
cretino como aquel. Que le jodan.
No podía dejar que su cabeza se enredara en estupideces como aquella, tenía que
centrarse en encontrar la manera de volver a su casa.
Solo le aguantaba porque la mantenía mientras ella estudiaba aquel mundo, en cuanto se
distrajera se fugaría tan rápido que no podría encontrarla ni aunque echara a volar.
Era un imbécil, y posiblemente peligroso. Seguro que los daimiones no se habían
ganado mala fama en toda aquella isla por nada.
Que le jodan.
Era mucho mejor así.
Una irresponsabilidad. A saber qué enfermedades podían cogerse por aquí y con que
fulanas había estado.
Que le jodan.
Al volver la cabeza en la almohada, sintió que algo se le clavaba.
Lo cogió y se dio cuenta que era la horquilla con la flor de cristal rojo.
La dejó sobre la mesilla y notó como los ojos volvían a llenársele de lágrimas. Intentó
esconderlas entre las sábanas.
<<Me quiero ir de aquí... me quiero ir de aquí...>>
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9. Libre
A la mañana siguiente, se juró a sí misma que no iba a dejarle ver que estuviera afectada.
Un poco enfadada sí, y dejarle claro que no iba a volver a dejarle que se acercara a ella.
Aquella vez en serio.
Parecía tardar.
Tenía todas las cosas preparadas, como le había dicho.
Se sentó en la mesa. Abrió el tomo con el dibujo de la isla, intentando estudiarlo, pero
era demasiado caótico, no conseguía encontrar nada.
Tras mucho buscar, dio con Glauco.
No era más que un punto minúsculo. Aquello no le dio buenas vibraciones, creía que
Glauco sería una ciudad más grande.
Era casi medio día cuando UrsHadiic apareció.
Entró en silencio y echó una mirada de arriba a abajo al cuarto.
-¿Necesitas la medicina para la espalda?-le preguntó.
El daimión continuó mirando a su alrededor, sin contestar.
-¿Has guardado todas las cosas?
-Sí...
-Muy bien, cógelas, nos vamos.
Melia frunció el ceño.
-Te he preguntado si necesitas...
-Te he oído, y te diré lo que necesite cuando lo necesite. Ahora coge las cosas.
Se lo había jurado así misma. Pero que la aspen si no le iba a costar un mundo
contenerse.
-UrsHadiic... ¿he hecho algo mal?
El daimión apenas volvió la cabeza para mirarla.
-¿Aparte de molestar y hacer preguntas ridículas?
Muy bien. Se acabó.
Obedeció y empezó a coger sus cosas. Unas mantas enrolladas con ropa y algunos
artefactos más, que llevaba sujetos a la espalda como una mochila, y un zurrón donde
guardaba el resto de sus pertenencias.
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El Paraíso Hundido
Cogió aire con fuerza, intentando aliviar un poco el horrible escozor que sentía en la
garganta.
A continuación esperó más órdenes de UrsHadiic. Éste también había terminado de
recoger sus cosas y se dirigió al ventanal frente a su cama, se paró y le hizo un gesto de
impaciencia.
¿Iban a salir por allí?
Vio cómo abría la puerta y saltaba al piso inferior. Apenas había metro y medio, Melia
saltó también. A continuación se escurrieron entre un montón de callejuelas. Dieron
varias vueltas por la ciudad, acabó reuniendo valor para preguntarle qué hacía, y le
contestó que buscaba salir por una zona apartada, para que no les vieran.
Se movieron por zonas estrechas y oscuras, con poca gente, y de aspecto mucho menos
próspero al que ella se había acostumbrado.
Había estado allí poco más de una semana, y le había parecido muchísimo tiempo.
De alguna manera, lo echaría de menos...
Al atardecer, consiguieron atravesar los últimos muros de Glauco. Fue el primer
atardecer rojizo que vio en mucho tiempo, oyó a algunas personas a su alrededor
comentar con excitación que era posible que lloviera.
Aquella luz arrancaba reflejos sonrosados de las casas blancas de la ciudad, y eso fue lo
último que vio de ella.
-¿Qué vamos a hacer ahora?-preguntó a su compañero.
-Continuar con mi vida-fue la respuesta, el tono no dejaba lugar a dudas que no iba a
decir nada más.
Tampoco es que Melia se hubiera atrevido a preguntar.
No le gustaba aquel UrsHadiic.
Tampoco se atrevía a decirlo.
Viajaron durante varios días casi en completo silencio. A lo justo se entendían para llevar
el día a día sin muchos tropiezos.
Melia caminaba intentando retener todo lo que veía y hacían. Iba a dejar a su
compañero en cuanto pudiera, y se presentaron varias oportunidades, no parecía estar
siendo demasiado atento, pero ella seguía allí.
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Intentaba convencerse que aún tenía que conocer más cosas, y reconocer los lugares por
dónde se movía, y pensar qué hacer y cómo vivir una vez huyera. Sin embargo, en el
fondo temía que lo único que estaba haciendo era depender más de él y acostumbrarse a
aquella vida triste y miserable.
UrsHadiic empezó a recuperar poco a poco su antigua vida, aún llevaba consigo mucho
dinero, pero tenía la intención de recordar a futuros clientes y víctimas, que aún estaba
por allí.
Solía dejarla un día en un pueblo, al siguiente regresaba y se ponían de nuevo en marcha.
Melia no tenía demasiados problemas para saber lo qué ocurría. Eran pueblos pequeños
en los que rara vez ocurría algo interesante, así que si alguien recibía una paliza o se
encontraba que le habían pegado fuego a la casa, la noticia circulaba más rápido que la
pólvora.
Guardaba todas aquellas noticias en su cabeza, convirtiéndolas en una bola pesada que
esperaba poder soltar algún día. En aquel momento, aún no sabía cómo volver a
plantarse a su compañero.
Un día, sin embargo, no pudo contenerse. Estaban intentando hacer un hueco en el
bosque para pasar la noche, estaba muy cansada, y hacía frío.
-¿Sabes que tenía una niña pequeña?
-¿Quién?
-Al infeliz que has roto un brazo.
-¿Cómo sabes eso?
-Tengo espías, a ti que te parece. ¿Cómo va a cuidar ahora de la niña?
-Me da igual.
-¡Oh, por supuesto!
Continuaron en silencio hasta encender una hoguera y poner carne a calentar. Tenía
carne casi todos los días, ella empezaba a estar harta. Prefería comer más puré de nopatatas antes que tener que roer otra vez aquella carne dura que nunca se hacía por
dentro.
-Cuando el tipo se quede sin brazos, supongo que se los podrás romper a la niña
también.
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El Paraíso Hundido
-La niña no debe dinero que yo sepa, su madre puede abandonar a ese inútil cuando le
de la gana, por aquí hay muchos hombres con dinero que estarían encantados de tener
hijos, aunque no sean propios.
-Claro, como si fuera tan fácil.
-Yo no veo el problema.
-Porque eres un monstruo.
-Sí, ya lo sé. Buenas noches.
UrsHadiic apenas se inmuto al decirlo. Pero Melia estaba temblando de rabia.
-¿Por qué haces esto?
-Intento dormir, deja de molestar.
-Te comportas como un crío.
-Duérmete, o te amordazaré y te ataré a un árbol.
Melia bufó y se echó sobre las mantas. Le arrancaría la piel a tiras si se le ocurría
acercarse a ella, pero estaba cansada de discutir, sabía que no iría a ninguna parte.
Aquella noche, tuvo otro sueño.
Estaba en un bosque, verde, de árboles altos y con mucha luz.
Estaba segura que ya lo había visto antes.
Se movió despacio entre los helechos, y se encontró frente a frente con un niño.
-Hola, chiquitín.
El niño era delgado, pálido y moreno. Tenía cenas finas y juntas y una sonrisa muy
pícara, como si acabara de hacer alguna fechoría, o estuviera a punto.
Sin decir nada, el niño echó a correr delante de ella.
Melia le miró extrañada, el niño se dio la vuelta como si la estuviera esperando.
Comenzó a andar y el niño echó a correr de nuevo.
-Oh, es eso, quieres jugar a coger. Muy bien.
Empezó a perseguirle por todo el bosque, el niño era muy rápido, pero solía dejarle algo
de ventaja para que le alcanzara un poco, antes de seguir corriendo. En una ocasión, vio
que se metía entre algunos arbustos, en vez de correr hacia allí, rodeó todo el matorral,
sorprendiendo a la criatura que miraba hacia atrás.
Fue un sueño divertido. Se sintió muy feliz.
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El Paraíso Hundido
Agotada, se sentó un momento junto a un pequeño arroyo. El niño vino a sentarse con
ella.
-Mamá casi lo mata.
Melia parpadeó, era la primera vez que abría la boca en todo el sueño.
-Pero no te preocupes, no dijo nada-continuó, medio guiñándole un ojo (no lo guiñaba
bien).
-¿Quién?-preguntó Melia.
-Ju, adivina... Dice que saldrá a buscarte. Viene a llorarme todos los días, como si a mí
me importara. Espero que se largue pronto.
No entendía de qué hablaba.
El sueño empezó a desdibujarse.
-Tengo que irme, chiquitín.
-Ah... nos veremos otra vez, ¿no?
Intentó sonreír.
-Espero que sí.
Calculó que cuando la dejaba en un pueblo. El margen de tiempo que tenía para poderse
escapar era bastante alto, normalmente no volvía hasta el día siguiente.
Lo único que necesitaba era hacerlo.
Escapar.
¿De verdad UrsHadiic no se había planteado en ningún momento que intentaría
fugarse?
¿Creería que realmente prefería aguantarle antes que salir fuera?
...¿tan terrible podía ser aquel mundo?
Cuanto más lo pensaba, menos hacía.
Un día volvió a dejarla para hacer lo que tuviera que hacer aquella tarde. Ni siquiera
estaban en un pueblo, era una triste posada junto a un camino.
Melia se sentó pesadamente en la cama de la habitación, intentando no pensar en lo que
iría a hacer su compañero.
Al menos no había matado a nadie, aún.
Vio su bolsa sobre una silla. Siempre la dejaba atrás, así tenía las manos más libres.
También sabía que era donde guardaba gran parte de su dinero.
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El Paraíso Hundido
Entonces se dio cuenta.
Aquel era un buen momento.
Cogió una buena cantidad, no estaba segura de coger más, siempre le había puesto
nerviosa llevar mucho dinero encima, pero aquello era una emergencia, podía necesitarlo
si no encontraba una manera de ganarse la vida.
También pensó en lo furioso que se iba a poner cuando viera que había desaparecido.
Cuando consiguió aquel botín fue uno de los pocos momentos en que le había conocido
feliz.
Si escapaba, iba a tener que asegurarse bien que no la encontraría nunca.
En aquel momento, no se paró a pensar que "nunca" en ese mundo era un término muy
flexible.
Salió de la posada evitando ser vista, y comenzó a andar, con decisión, pero con
disimulado desinterés.
No cogió el camino por el que habían llegado ni por el que se había ido, tomó otro
diferente, y, en cuanto vio otra bifurcación, el que más creía se alejaba de la posada. Dio
vueltas hasta que se hizo de noche y no pudo ver más. Sabiendo que aquel no era un
inconveniente para UrsHadiic, decidió esconderse entre unos arbustos.
Fue una noche bastante horrible.
Todas las razones por las que aquello había podido ser una mala idea vinieron a rodearla,
asaltarla y a tomar prisionero su fortín de la serenidad y el sentido común.
Estuvo a un pelo de salir de allí y echar a correr de vuelta a la posada, esperando que
UrsHadiic no hubiera regresado todavía.
En lo poco que consiguió dormir, no tuvo más que visiones de daimiones, enfadados y
terroríficos, que hundían su cabeza entre los arbustos, intentando cazarla.
La despertó un estrépito de alas y estuvo a punto de darle un infarto.
Al pobre gorrión que se posó junto a su cabeza también.
Voló a hasta una rama sobre ella, trinando por la desconsideración.
Melia intentó volver a respirar con normalidad.
No era más que un gorrioncito gordo y enfadado, no pasaba nada.
Salió a rastras de su escondrijo y continuó andando. No tenía ni idea de adónde iba, solo
andaba.
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El Paraíso Hundido
Según se internaba en Ethlan, intentó recordar todas las zonas por las que pasaba, y solía
dejar caer el nombre de Glauco, para ver la reacción de la gente. Cuando empezaron a
mirarla como si no comprendieran de qué estaba hablando, sintió más confianza en que
no la encontrarían pronto.
Había intentado viajar con discreción, pero manteniéndose todo lo segura que podía, lo
cual incluía pasar noches en posadas que disminuían muy rápidamente el dinero que
llevaba. Intentaba pasar noches al raso para ahorrar, pero tenía problemas para dormir
sola al aire libre. Le aterrorizaba que pudieran seguirla.
Tras los primeros días en los que solo intentaba alejarse, empezó también a preguntarse
cómo conseguiría ayuda.
La mayor parte de las gentes de los pueblos se mostraba muy ignorante respecto a
Ethlan, Geo, los Lagos y cualquier otro tema similar.
Decidió que sería mejor idea buscar aquella información en alguna ciudad. La primera
que encontró no era la mitad de grande que Glauco. Poseía una especie de biblioteca y
santuario, donde esperaba que pudieran ayudarla, pero no tuvo demasiada suerte, todo lo
que le contaban eran cosas que ya sabía, y empezaron a mirarla mal cuando insistió que
le explicaran cómo funcionaba la goeteia. Para aquellas personas, aquello era ciencia tabú
del enemigo, que preguntara por ello la hacía parecer sospechosa.
Iba camino a otra ciudad cuando empezó a quedarse sin dinero. Dormir al fresco fue
una necesidad, y comenzó a darse cuenta que su ropa también estaba camino de
desintegrarse, pero no más que sus sandalias. Quería encontrar un sitio donde comprar
unas nuevas con lo poco que le quedaba.
Aparte del dinero, aún guardaba sus brazaletes y la horquilla.
Tenía una buena idea de cuánto podían pagarla por ello, pero el miedo de venderlos y
que le preguntaran de dónde los había sacado había evitado que lo hiciera hasta
entonces.
Un día vio una joven esclava con un burro cargado de queso y sacos de lo que parecía
harina. La detuvo y le pidió que le vendiera algo de queso y harina a cambio de sus
brazaletes. La esclava no parecía muy convencida, aquella mercancía era de sus amos y la
llevaba a vender.
-Perfecto entonces, puedes vender los brazaletes, valen más que todo lo que te pido,
tendrás dinero de sobra cuando vuelvas con tus amos.
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-¿Son buenos de verdad?
-Completamente.
Dejó que tocara uno, la esclava no iba a escaparse con ellos con un burro cargado. La
cogería, la molería a palos y encima se quedaría con la comida. Empezaba a sentirse un
poco desesperada.
-¿Y por qué no los vendes tú en el pueblo, entonces?-preguntó, inquisitiva.
-No me coge de camino, tengo que estar en... Bis (Bis era un nombre de pueblo
ridículamente común), pronto, pero no tengo para comer.
-¿Y de dónde has sacado esos brazaletes si no tienes para comer?
-Eran de mi esclava, tuve que venderla, primero a ella, y luego los brazaletes...
-Aja...-la chica parecía pensárselo lentamente.
A Melia le dolía el estómago.
-Está bien, trato hecho.
Estuvo a punto de ponerse a brincar. Metió todo lo que pudo en su zurrón, que por
primera vez en mucho tiempo, volvía a estar lleno. El resto se lo cargó a la espalda, y,
con el ánimo más ligero gracias al nuevo peso, decidió ponerse en marcha. La esclava le
llamó:
-Yo que tú me bajaría más las mangas, aún se te ven las marcas.
Melia miró a sus muñecas, no se había dado cuenta, pero era cierto, el dorso de su mano
era de diferente color que su muñeca.
-Oh... gracias...-dijo avergonzada.
La esclava continuó con su camino, y ella con el suyo.
Cuando llegó a la ciudad se compró sandalias nuevas. No iba a andar muy lejos sin unas,
así que valían la pena el esfuerzo.
El problema es que se quedó sin dinero.
Bueno, no del todo.
Escondida en el hueco entre su camisa y el pañuelo de la cintura, llevaba bien guardada
la horquilla con la rosa de cristal rojo. No era capaz de deshacerse de ella, casi se veía
antes robando que vendiéndola. Se sentía muy tonta teniendo tanto apego a aquel
objeto, pero tenía la impresión que si se deshacía de ella se acabaría todo. Habría dado
con el punto final, ya no le quedarían recursos y, consiguiera lo que consiguiera por ella,
acabaría pronto en la miseria de nuevo.
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No, buscaría un trabajo, no pasaría nada por detenerse unos meses y ahorrar algo antes
de partir de nuevo, ¿verdad?
Intentó buscar algo en la ciudad, pero no había nada para ella. No conocía ningún
oficio, ni era especialmente habilidosa con casi nada, la gente en aquel mundo semidetenido llevaba décadas dedicándose a su profesión, los que no sabían hacer nada eran
vistos como rarezas, y prácticamente nadie se ofrecía a entrenarlos gratis.
Le quedó el campo. Ayudar en la recolección, la plantación, las limpiezas de terreno...
Eso sí lo podía hacer, no se necesitaba ser hábil, solo lo suficientemente espabilado para
trabajar rápido y no molestar a los demás. El problema con el que se encontró, bien
pronto, era que el sueldo era una tomadura de pelo. A lo justo le daba para viajar con el
resto de jornaleros hasta la siguiente esquina que tendrían que trabajar, no podía ahorrar
absolutamente nada. Estaba perdiendo el tiempo miserablemente allí, por no hablar de
destrozando su espalda y sus manos.
Un día que un encargado idiota estuvo a punto de abrasarla (a ella, y a la mitad de los
jornaleros que iban con ella), al quemar unos rastrojos sin prestar ninguna atención a
dónde lo hacía y por dónde soplaba el viento, decidió dejarlo.
Cogió su zurrón y sus mantas, y se puso en marcha de nuevo hacia la siguiente gran
ciudad con la que se tropezara.
Ya sentía menos miedo de viajar sola. Los que deberían empezar a temblar eran los que
pasaban cerca de ella por los caminos. Tenía hambre y una aguja enorme.
Se había comprado la aguja para arreglar su ropa. Le salía más barato que comprar ropa
nueva, era una aguja grande y rígida, para coser material muy grueso con hilo duro. Su
ropa no era de ese estilo, pero pensó que resistiría mejor, de cualquier forma. El estilo no
la preocupaba mucho en sus circunstancias.
Cuando se aburría, cosía abalorios con bellotas huecas y cáscaras de frutos secos.
En su antiguo hogar había visto gente que vendía cosas como aquellas, podía acabar
imponiendo una moda allí.
Siempre había sido una niña torpe, y no se le habían dado bien tampoco los abalorios.
Pero estaba muy aburrida viajando sola.
Y tenía hambre.
En Ethlan era difícil encontrar comida en los árboles, pero ¿cáscaras vacías? ¡Todas las
que quisiera!
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El Paraíso Hundido
Puso pequeños puestos en los pueblos, esperando vender algo. Como era de esperar, la
mayoría de la gente se burlaba de ella, creía que vendía basura, aunque consiguió resultar
lo suficientemente patética como para que un par de personas la dejaran algo de dinero
por pura compasión.
Con insistencia, consiguió vender algunas cosas. A los niños les gustaban sus abalorios, y
a los padres les salía más barato comprar joyas de mentira que de verdad.
Pero había muy pocos niños en Ethlan, se encontraba en un mercado sin competencia
pero con una franja de interés claramente escasa. Necesitaba un estudio de mercado más
preciso y ampliar y diversificar su oferta.
O algo así.
Un día colocó su puestito en un pueblo con mucha animación, había un grupo de
animadores ambulantes y esperaba que hubiera también muchos niños.
En estas se acercó una jovencita muy delgada. Resultaba muy joven, hubiera calculado
que de su edad en su antigua casa (aunque se había mirado hacía poco en un cristal, y
parecía una vieja). Era calva, o tenía el pelo completamente rapado, también tenía unos
ojos grandes y verdes que miraban todos sus cachivaches con curiosidad.
Se arrodilló con gracia y cogió uno, lo agitó al aire y se puso a reír al oír el ruido que
hacía.
-¡Qué ingenioso! ¿Cuánto valen?
-Dos latones.
-¡Que maravilla! ¿Crees que podrás hacer más?
-...sí.
-Estupendo, me llevo estos cuatro de momento-dejó el dinero sobre la manta-, cuando
se haga de noche acércate a nuestro campamento, me gustaría comentarte algo.
-Bien, muchas gracias.
Melia se guardó rápidamente el dinero. Había deducido que aquella chica estaba con los
animadores ambulantes. Al poco de marcharse ella, se acercaron un par de tipos raros,
de aspecto algo siniestro, que se llevaron unos pendientes para niña. Puestos, y riendo
como niñas con ellos.
Empezó a considerar que aquello de los animadores ambulantes podía ser una mina
inexplorada... No pudo esperar para recoger e ir a su campamento.
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Estaban asentados en las afueras del pueblo, cerca del único río que cruzaba por allí.
Alrededor del mismo se movían algunos perros con aspecto famélico y peligroso, Melia
dio algunas vueltas intentando evitarlos, hasta que un tipo muy bajito con una gran
barba oscura, que cubría prácticamente toda su cara, la cogió de la mano y dijo que no se
asustara, que no mordían si uno no salía corriendo.
Aquellas palabras la aliviaron profundamente.
Había varios carromatos, y varias fogatas. No tenía ni idea donde podía estar la chica de
los ojos verdes, así que le dio su descripción al hombre que la había acompañado hasta
allí.
-Ah, Culebrilla, sí, suele estar con aquellos-señaló una fogata grande, rodeada de gente-.
Eso cuando no va a visitar a su novio, entonces está con los malabaristas, allá...
-Bien, muchas gracias.
Primero fue a la fogata grande, se cruzó con alguna gente curiosa, incluidos los tipos de
aspecto siniestro que le habían comprado los pendientes. La saludaron con mucha
amabilidad.
Junto al fuego, había gente intentando tocar música. Paraban cada poco tiempo y se
gritaban mutuamente lo inútiles que eran, para luego ponerse a tocar otra vez.
La joven Culebrilla se reía, y se levantó al verla.
-¡Oh, tú! ¡Qué bien que hayas venido! Me gustaría ofrecerte un trabajo, si puedes
acompañarlos un tiempo...
Melia se encogió de hombros.
-Estoy segura que puedo haceros un hueco.
-¿El qué?
-¿De qué se trata?
-¡Eeeeeeeeh!, ¡haced menos ruido vosotros!
-¡Es música!
-¡No, no lo es!-se volvió de nuevo a ella- Escucha, soy contorsionista, se me había
ocurrido un número en el que intento cruzar entre una maraña de hilos, la idea era que
estuvieran atados a un montón de campanillas, pero el precio del metal está por las
nubes, y al ver tus adornos se me ha ocurrido que podrían servir. ¿Qué te parece?,
¿podríamos hacer algo así? Mañana te enseño el armazón que tengo y fijamos un precio,
pero por el momento ¿qué te parecen cinco cobres?
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Levantó una ceja.
-No... veamos... tengo que hacer varios por encargo, dejar mi puesto, recoger el
material... diez al menos...
Culebrilla se rascó la barbilla. Era una barbilla diminuta. Empezaba a recordarle a una
extraña duendecilla sin pelo.
-Diez, ¿eh?... Pero no son más que cascarones...
-Bueno, siempre puedes hacerlos tú.
La chica se rió.
-Eres una dura regateadora, está bien, diez como mínimo, mañana te enseñaré el
aparato. ¿Has cenado?
Melia sabía perfectamente que era una regateadora horrible, solo haciendo un par de
cálculos se dio cuenta que si sustituía las campanillas por sus adornos, se ahorraba una
cantidad bárbara de dinero. Bueno, al día siguiente subiría a veinte.
Además, la iban a dar de cenar con algo parecido a música ambiental, no podía pedir
más.
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10.Hija de la sabiduría
Viajó durante una semana con ellos, mientras construía el ingenio de Culebrilla. Quedó
muy original, pintaron sus adornos de forma que destacaran, y trabajó mucho para que
sus ingenios castañetearan a la menor vibración de las cuerdas.
La vez que pudo ver por fin a Culebrilla practicar con el nuevo invento estuvo a punto
de que se le saltaran las lágrimas. La contorsionista hacía honor a su nombre, y se movía
como si no tuviera músculos en el cuerpo, con extremo cuidado, cruzó sin que uno de
sus abalorios sonara.
Y se sintió muy orgullosa.
Los demás artistas y animadores se acercaban a ella a ver qué podían conseguir,
consiguió cierta fama de tener ideas originales. Melia sabía que no eran originales en
absoluto, la mayoría se la ocurrían recordando cosas de su antiguo mundo, pero a nadie
por allí le importaba aquello. Poco a poco, se hizo un pequeño hueco entre aquella
gente, y la semana, se convirtió en meses.
Exactamente mes después, Culebrilla se marchó con su novio a otro lugar. La iba a
echar de menos.
Los animadores ambulantes no solo pasaban poco tiempo en el mismo sitio, a menudo,
pasaban poco tiempo en el mismo grupo. Se juntaban para espectáculos grandes, se
separaban para viajar a pueblos más pequeños, o, sencillamente, se iban a visitar a la
familia. Hacían lo que les daba la gana.
Ella acompañaba a la gente según la invitaban, o iba dónde creía que podría conseguir
información. Vivía un poco a su manera, inventándose nuevos adornos y abalorios con
materiales diferentes, dando ideas y ayudando en general. Era su forma de ganarse la
vida cuando no tenía ninguna de las asombrosas habilidades de aquella gente. Y la
mayoría de ellos no tenían problema, no comía mucho, no montaba jaleos ni era
competencia, además, madrugaba, ponía la comida y recogía cosas mientras ellos
estaban demasiado resacosos para moverse.
Sin embargo, Melia no se olvidaba de que quería regresar a su casa. Y continuaba
preguntando allá donde iba.
Un día se encontró comentando tristemente lo mucha que la gente la miraba mal al
mencionar la goeteia, aquellos artistas sentían menos escrúpulos ante aquellas cosas, su
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sentido del patriotismo estaba un poco difuminado, sólo sabían que "goeteia" sonaba
interesante, ¿a quién le importaba lo demás?
Hablaba con Brazas, una mujer inmensa que era capaz de romper nueces con la cabeza
sin caer inconsciente, entre otras cosas; y Pelotas Manos Largas, que solía hacer honor a
su segundo nombre metiendo mano a cualquier mujer que se pusiera a tiro. Melia le
quitó la costumbre en su caso, clavándole su querida aguja en la mano en cuanto se le
ocurría acercarse. Por lo demás, era un tipo afable. También se dedicaba a hacer
malabarismos con pelotas, pero eso era su segunda habilidad.
Ninguno de ellos sabía nada que pudiera ayudarla, pero escuchan sus historias con
interés.
Entonces, un tipo que estaba sentado de espaldas y al que no conocían mucho se volvió.
-¿Conoces a Sofía la Vieja?
Todos le miraron un poco sorprendidos. Era un chico más bien feo, que se dedicaba
principalmente a disfrazarse y hacer de monstruo, y, en general, permanecía siempre
callado en una esquina. Viajaban con ellos desde hacía muy poco tiempo, con una
especie de circo de rarezas con el que se habían cruzado.
-No... ¿por qué?
-Solía hablar de esas cosas, creemos que andaba un poco mal de la cabeza, hablaba de la
Caída, los daimiones, la goeteia... más daimiones. Nos contaba que había llegado a ver
más de cien, aunque nadie la creía. También que se había bañado en un Lago. Igual por
eso se volvió loca.
-¿De verdad?
-Sí.
-¿Dónde vive ahora esa mujer?
-Regresó a su casa, en Bis.
Estupendo.
-¿Qué Bis?
-...ummm, no sé si me acuerdo... Creo que cerca de la Montaña de Ankira. Sí, eso, era
por Ankira.
A Melia se le quedó la sonrisa helada en la cara.
Aquello estaba cerca de Glauco.
Sin darse cuenta, se llevó la mano bajo el pecho, donde aún tenía guardada la horquilla.
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-Gracias-dijo al chico.
A continuación se quedó en silencio.
Meditó durante un par de noches si debiera ir a ver a aquella mujer. Podía saber algo,
podía no saber nada, y podía estar loca... ¿Valía la pena arriesgar lo que había
encontrado allí por una pista tan vaga?
Mirando a las estrellas, se dio cuenta que había pasado muchísimo tiempo en aquel
lugar.
¿Cuánto...?
Intentó contar, los días se fundían, los meses se juntaban unos con otros. Suspiró, podía
haber pasado como mínimo medio año desde que estaba allí. En aquellos momentos
debería estar preocupándose por su acceso a la universidad, no si debería abandonar un
grupo de artistas ambulantes en busca de una anciana posiblemente chiflada.
Pero tenía que reconocer que era la mejor pista que había recibido en mucho tiempo. Si
había una mínima posibilidad que la mujer supiera la relación entre la goeteia y los
Lagos le convendría averiguarlo.
Y siempre podía intentar volver a unirse a su familia errante en el futuro. El mundo de
ahí fuera ya no la asustaba tanto.
Se despidió con tristeza. La gente estaba acostumbrada a que los demás se marcharan
por allí, pero ella no estaba acostumbrada de irse de un “sitio” que le gustaba.
Puso rumbo a sus espaldas, exactamente al sitio del que había venido y del que había
intentado alejarse lo más posible.
Quería pensar que haría mucho tiempo que UrsHadiic también lo habría abandonado,
así que tenía esperanzas de que no tendría ningún encontronazo desagradable.
El viaje de vuelta fue mucho más rápido y directo. Tenía mejor sentido de la orientación
y no daba tumbos de un lado a otro.
Llegó a dos pueblos llamados Bis antes de dar con el que creía correcto. La montaña
Ankira era bastante extensa, cubierta de mucha maleza, le recordaba a la selva que tuvo
que atravesar con las tropas de Áncula antes de alcanzar Glauco.
¿Cuánto hacía de aquello?
El tercer pueblo de Bis estaba muy apartado, y en lo alto de la montaña.
Ethlan era un lugar cálido, pero allí estaba casi siempre brumoso, y frío.
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Preguntó a un hombre con una enorme hacha a la espalda si conocía a una tal "Sofía la
Vieja".
El hombre alzó una ceja.
-Depende de quién lo pregunte, vive en una casa en una esquina de la montaña, pero no
sé, debo decirle que la conozco, no quiero meterme en líos.
-Oh, no, no es ningún lío... solo quería hacerle algunas preguntas...
-No la conozco bien de todas formas, nadie lo hace, es una mujer muy particular. Ahora
mismo no creo que se la encuentre aquí, bajó al río Eos. Volverá en un par de días o
así... si no la cogen antes...
Y el hombre siguió su camino, riéndose por lo bajo.
Melia suspiró. Aquello no le estaba dando ninguna confianza.
Algo contrariada, porque ya se estaba imaginando estirando los pies en alguna parte,
descansando del viaje. Tuvo que dar media vuelta y buscar un río llamado "Eos".
A media tarde lo encontró, y poco después, dio con una persona metida hasta la cintura
el.
Llevaba un plato ancho y cónico en las manos, y lo removía mientras cogía y dejaba el
agua de la corriente.
Era una mujer mayor, con un moño de pelo cano. Llevaba sus pantalones subidos hasta
no dejar nada de su piernas, pálidas y nudosas, para la imaginación. Miraba con
fascinada atención el plato, y se preguntó si aquella mujer no estaría algo trastornada.
Lo que posiblemente quería decir que había encontrado a quien buscaba.
Carraspeó, la señora ni se inmutó.
-Disculpe, ¿es usted Sofía?
-¿La Vieja?
La miró con un poco de sorpresa. ¿Es que había más por allí?
-Sí, Sofía la Vieja, me hablaron de usted en un circo.
-Oh...ja ja... vale.
Y con aquello volvió a ignorarla y a mover el plato.
-Disculpe, vengo de muy lejos, querría hacerle algunas preguntas sobre la goeteia, y los
Lagos, me dijeron que usted estuvo en uno...
-Tsssssssss...-respondió la buena señora.
-¿Qué está haciendo?
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-Busco oro.
Melia levantó los brazos, exasperada. Pero como no tenía nada mejor que hacer, se sentó
sobre una raíz y espero. Ya había encontrado a quien buscaba, al menos descansaría un
poco.
Un poco después vio a la mujer alzando la cabeza bruscamente y saliendo del agua a toda
pastilla.
-¿Qué...?
-¡Escóndete, boba, escóndete!
Obedeció, ya acostumbrada a esconderse primero por si acaso y preguntar después.
Entonces oyó los cascos de un caballo, un jinete se encontraba en el otro lado, y no pudo
evitar maravillarse del oído de la vieja cuando le interesaba. El jinete gritó algo que no
entendió y volvió a marcharse.
Melia se rascó la cabeza.
-Muy bien, ¿qué...?
-¡Qué haces ahí tirada!, levántate, mujer, levántate... Vamos, rápido, rápido...
-No tiene licencia para buscar oro en este río, ¿verdad?
-No.
Entonces vio una increíble transformación, llevaba una ropa de color azul claro, jugando
con los dobleces y dándole la vuelta con rapidez se volvió verde oscuro. Metió el plato
que usaba para recoger el oro dentro de un sombrero de paja y se lo puso en la cabeza.
Luego le hizo señas para que se acercara a ella.
-Abre un momentito la boca, reina.
Aquello le sonó muy mal, pero no estaba acostumbrada a desobedecer a señoras
mayores. Abrió un poco la boca, y se encontró de golpe un puñado de tierra metido
hasta la campanilla. Estuvo a punto de vomitar.
-¡Ni se te ocurra tragarlo!-le chilló la vieja-¡Tiene oro! Te destriparé si lo haces...
Melia aún estaba intentando luchar porque no se le saltaran las lágrimas cuando la
anciana la cogió del brazo y, con una fuerza prodigiosa, la llevó hasta el camino de
vuelta.
-Muy bien, estamos las dos en este, si te pillan por aquí van a sospechar de tí hagas lo
que hagas, así que obedece, pon cara de buena... más buena... pareces una criminal
peligrosa... ¿quién eres, por cierto?
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-Grmmmfp-acertó a contestar.
-Muy bien, aquí viene...
Efectivamente, al poco ella también pudo escuchar los cascos. Apareció un hombre de
bigote noble y puntiagudo, mirándolas con expresión de sorpresa.
-¿Qué hacen aquí, señoras?
-¿Ehh?, ¿qué?... oh, paseo con mi sobrinita...
-¿De dónde son?
-De Bis.
-¿Qué le pasa a su sobrina en la cara?
-Tiene un flemón.
Melia intentó sonreír con expresión inocente, por la cara del jinete, debió de semejarse
más a "papión sufriendo terrible agonía". Pero se estaba tragando el embuste de la vieja,
de cualquier forma.
-No habrán visto a un miserable ladrón de oro por aquí, ¿verdad?
-¿El qué?... no hijo, no he visto nada, estoy medio ciega... ¿Hay algún peligro para
nosotras, buen mozo?
-No, no... pueden irse, yo me quedaré vigilando la zona...
-Oh, gracias, que caballero tan gentil, hacía tiempo que no veía uno tan bizarro y
gallardo, ¿verdad monita?
-Grrnfffng.
-Pues muchas gracias otra vez, ojalá encuentre al canalla que busca, estos jóvenes de hoy
en día no tienen vergüenza...
Sofía continuó andando, a paso lento, y dándola cariñosos toques en la mano, mientras
se inclinaba sobre ella igual que una pobre anciana medio inválida se inclinaría sobre una
amable sobrina.
Hasta más o menos que perdieron de vista al jinete, entonces volvió a remangarse los
pantalones, y salió corriendo lejos de allí como alma que llevaba el diablo. Melia jamás
había visto a nadie tan mayor moverse así, y a pocos jóvenes, y acaba de venir de un
grupo ambulante de artistas circenses.
-Vamos, vamos... ¿te pesa el culo?, corre más, quiero llegar a mi casa antes de que se
vaya la luz...
Encima eso.
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Melia se dio cuenta que aún llevaba la tierra en la boca, necesitaba escupirla, pero la vieja
no hacía más que tirar de ella.
Por fin reconoció el camino que había subido aquella misma mañana para ir a Bis. La
anciana se desvió, tomando un retorcido y estrecho camino entre los árboles, que parecía
rodear el pueblo por otro lado. Un rato después, en el que le faltó poco para abrirse la
cabeza contra el suelo por culpa de las gruesas raíces que asomaban por todas partes,
entraron a un pequeño claro abierto entre árboles de troncos desproporcionadamente
grandes en comparación con la minúscula casita que descansaba a su pies.
-Aaahh... ya estamos... -dijo Sofía con un suspiro de felicidad- Ven aquí, mona,
escupe...
Se quitó el sobrero y se lo tendió.
Melia expulsó todo lo que tenía en la boca, sintiéndose enferma al ver el tono verdoso
que tenía aquella tierra.
-Toma reina, enjuágate con esto... -tenía un cuenco en la mano.
Lo cogió y bebió, inmediatamente volvió a escupir.
-Aaarghhh... ¡¿Qué es esto?!
-Agua con sal, caliente, escúpelo todo, escupe, como se te quede algo te enteras.
-Fue idea suya meterme eso en la boca, no me amenace.
-Bebe otra vez y escupe.
Obedeció porque quería quitarse aquel sabor de la boca, pero empezaba a estar segura
que dejar a los animadores ambulantes había sido una de sus peores ideas en aquel
mundo.
Y las había tenido muy malas.
Cuando Sofía se dio por satisfecha, Melia se fue a beber algo de agua normal. La
anciana tenía su propio pozo privado allí. En un sitio donde el agua era tan valiosa, no
pudo evitar maravillarse ante el buen saber, o la sencilla cara dura, de la mujer.
En aquel momento echaba agua a su plato, con la tierra escupida, y le daba vueltas para
separar el oro.
Mientras, ella paseaba por el pequeño claro. Vio una estatua, lo que no la sorprendió,
estaban por todas partes en Ethlan. Vio que era un daimión, y se sintió algo extraña.
Luego se dio cuenta que había al menos una docena, alrededor de todo el claro, con las
cabezas vueltas hacia la casa.
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Y estaba completamente segura que había topado con una lunática.
-Uh... le gustan los... daimiones...
-Sí reina, los he estudiado toda mi vida.
-... ¿Qué sabe de ellos?
-No voy a decirte nada.
-¿Por qué?
-Es un secreto.
-Me dijeron que en el circo estaba continuamente hablando del tema.
-...vaya unos chivatos, pero a ti no te voy a decir nada, si quieres conocer mi sabiduría,
tendrás que esforzarte y ganártela...
Estupendo, a saber lo que se le ocurría a la viaja chalada aquella.
-¿Sí?, ¿qué quiere que haga?
-Pon la cena, yo tengo que terminar esto, se está yendo la luz... ¡oh, maldita sea!, no me
puedo creer que haya sacado tan poco...
-¿Si pongo la cena me contará lo que sabe?
-Te contaré algo para empezar, tú vete preparando el fuego y eso...
Agitó su pesada y arrugada nariz para indicarla donde estaba el fuego y las cosas para la
cena.
Melia obedeció, puso la cena como le dio la gana y lo que le dio la gana.
Sofía la Vieja protestó, por supuesto, pero ella no estaba de humor para tomársela en
serio.
-¿Es cierto que se metió en un Lago?
-Algo así...
-¿Conoce la goeteia?, ¿se puede aprender?
-Oh, eso es complicado...
-Pero, ¿se puede?
-A medias, primero tienes que ser una Hija de Ethlan... y luego convencer a los
mamones de Anax que te dejen estudiar en sus templos...
Cogió aire, bueno, aquello no empezaba bien. ¿Iba a volver a oír un montón de cosas
que ya sabía? Aquello era absurdo.
-...los daimiones también saben, pero su caso es algo particular...
-Espere, ¿qué?
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-Los daimiones, al menos la primera generación, saben algo de goeteia, es un poder de
Ethlan, todos los Hijos de Ethlan pueden...
-Me está confundiendo, ¿que quiere decir con "Hijos de Ethlan"?
-Qué generación más estúpida la tuya, reina. No me extraña, a la gente no le gusta que
les lleven la contraria, prefieren creer que el mundo siempre es tal y como es ahora, que
las cosas cambien les vuelve locos...
-Hijos de Ethlan, Hijos de Ethlan, ¿qué quiere decir?
-Ethlan, Daia, me da igual, los daimiones fueron hijos suyos, hijos de Ella y de
espectros del bosque, los engendró para proteger a su isla bendita... A la gente no le
gusta oírlo, prefieren creer que siempre fueron monstruos. Los Hijos de Ehtlan...
también los bicronos, aunque siempre he odiado ese nombre, es muy feo, Hijos de
Ehtlan eran cuando yo era joven...
-¿Qué son los bicronos?
-Los descendientes de un pueblo nacido de la unión de daimiones y humanos, son Hijos
de Ethlan también, por tanto, pueden tener goeteia...
-Espere, espere, me está diciendo que puedo... que cualquier bicrono puede aprender a
usar la goeteia...
-Sí.
Se quedó sin palabras.
Estaba el pequeño detalle que no podía saber con seguridad si confiar en aquella señora.
Pero si era cierto...
Podría volver a casa, ella misma podría volver a casa.
-Y dígame...
-¡Oh!, ¡fíjate qué tarde es buenas noches!
Y antes de que hubiera podido hacer nada, corrió a la casa y se encerró.
-¿Sofía?, Sofía, oiga.
Fue a la casa y llamó.
-¡Usa tus mantas!, ¡te permito dormir en la zona alrededor del fuego!
-¿Qué?, ¿que demonios?, ¡oiga!
Aporreó la puerta, pero solo oyó un sonoro y artificial ronquido viniendo de dentro.
¡Maldita vieja de los cojones!
Dio una patada a un leño que había por ahí. Desenredó sus mantas y se echó a dormir.
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Más le valía a aquella buena mujer estar diciendo la verdad, más le valía... En menos de
una tarde había estado a punto de ahogarla, envenenarla, que la detuvieran, que se
rompiera la cabeza y la había amenazado varias veces y dado de beber agua con sal.
Imaginó retorciendo su arrugado cuello como a un pollo, y con ese feliz pensamiento, se
quedó dormida.
A la mañana siguiente, algo la golpeó en la nariz.
-¡Ay!
-Despierta, ponme el desayuno... Esta vez quiero huevos cocidos, y bien cocidos, no
como la cosa cruda que pusiste anoche...
-No, espere, no pienso hacer nada, no trabajo para usted, y si va a estar continuamente
dando largas con la información tampoco me va a apetecer mucho ayudarla.
La mujer puso cara de susto y sorpresa.
-¿Pero cómo le hablas así a una pobre anciana? No tienes decencia, encima que ayer te
salvé del guardabosques...
Melia bufó. ¡Sería posible!
-¿Cómo sé que todo lo que me dice es cierto? Podría ser desvaríos de vieja aburrida, y lo
único que intenta dándome órdenes es ganar tiempo para inventarse más cosas mientras
tiene cocinera gratis.
-¡Y me llama vieja!
-¡Si usted misma se llama así!
Sofía se hizo un ovillo y se acurrucó junto a una de sus figuras de daimiones,
lloriqueando.
Melia la miró con dureza, estaba segura que solo estaba montando un número...
Alrededor de un cuarto de hora después, suspiró y decidió cocinar algo.
En cuanto la vio delante del fuego, la anciana dejó su esquina del lamento y se puso a
rebuscar algo entre sus trastos.
Todo el claro estaba lleno de cachibaches, con arcones y pequeñas casetas de madera
para protegerlos de los elementos. Aunque algunos estaban completamente en medio,
molestando al tiempo que se podrían.
La vio sacar tres varas finas y largas.
-Hoy vamos a pescar...
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-¿Para que la encuentre el guardabosques otra vez?
-No, vamos a otro río. Y nadie le va a negar a una pobre vieja un par de peces, no me
van a detener por eso.
-...así que va a tantear el terreno.
-Más o menos.
-¿Va a decirme cómo sabe tanto de daimiones, la goeteia y Ethlan?
-Graahh... estos huevos están demasiado cocidos.
-¡Oiga!, le he hecho una pregunta.
-Siendo joven, así como tú, pero más guapa. Vi a dos daimiones, se habían
transformado y me parecieron las criaturas más hermosas que había visto...-lanzó un
hondo suspiro de colegiala- Aterrorizaron a todo el pueblo de mi infancia, pero no se
perdió nada de valor. Desde entonces estuve siguiéndolos y estudiándolos.
-¿Es cierto que ha llegado a ver a cientos?
-Sí.
-¿Y quitando las estatuas?
Sofía alzó la cabeza de sus huevos, y le dedicó una sonrisa desdentada.
-Algunos menos... Eres una chica espabilada, me recuerdas a mí a tu edad. ¿También te
gustan los daimiones?
Esquivó la pregunta.
-En realidad, quería preguntarle por la goeteia, los Lagos y cómo podría averiguar la
forma de pasar de un lago a otro.
Sofía también.
-Oh, sí, daimiones, criaturas magníficas son. ¿Has terminado?, vámonos.
Le entregó las varas, cogió su sombrero con el plato y una canasta de mimbre, y se
pusieron en marcha. Tomaron otro extraño atajo para salir, a la anciana no parecía
gustarle codearse con sus convecinos.
-La, la, lalala...-Sofía cantaba.
Se metieron por medio de la selva. Por lo que Melia había podido aprender en el tiempo
que llevaba allí. Antes de que Ethlan se hundiera, había sido un lugar de espectacular
belleza, no había nada que se quedara a medias. Las ciudades eran gigantescas y
prósperas, donde reinaba la vida y el bullicio, Galuco apenas había sido un barrio de una
gran ciudad por entonces, en los alrededores de las grandes ciudades, se extendían los
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cultivos, grandes campos verdes, hermosos y prósperos. Y separando cada zona y región,
se extendían frondosos bosques impenetrables que semejaban selvas, con especies de las
que nadie había visto u oído hablar fuera de la isla.
Con las guerras, durante los primeros siglos de la caída, la mayor parte de las ciudades se
destruyeron, cientos de miles de personas murieron. Y los bosques fueron, poco a poco,
ocupando su sitio, y el de los campos que quedaron secos y estériles.
Pero toda la montaña de Ankira, siempre había sido un gran bosque.
-¿Has visto algún daimión alguna vez?
Melia se detuvo cinco segundos para coger aliento y contestar.
-Sí... alguna vez...
-¿Qué te pareció?
-Terrorífico.
-Ja, ja... claro, ahí está la gracia.
-¿Qué gracia?
-Tienen que dar miedo, para eso nacieron, para asustar a los enemigos de Ethlan, el
miedo es la primera defensa. Fíjate en los animales, antes de lanzarse los unos contra los
otros, intentan intimidarse, y si no lo consiguen, es cuando hay pelea.
-¿Y es lo que ocurrió aquí?
-Sí, más o menos, durante un tiempo los daimiones no tuvieron que hacer nada, la gente
de fuera se aterrorizaba al verlos. Pero como todo, acabaron perdiendo el miedo. Los
daimiones no eran monstruos, no como ahora, eran hijos directos de Ethlan, tenían su
mismo corazón, eran buenos y generosos. El problema, es que estaban muy unidos a su
madre, cuando Ethlan murió, su corazón se fue con Ella, al menos la primera
generación, las segundas son otra historia más triste. La primera generación ocupaba
todos los bordes de la isla, pero al hundirse, ocuparon la zona interior, donde Ella está
enterrada, hubo guerras, puedes jurarlo, aunque hoy en día solo se pelean entre ellos.
Son un grupo confuso y perdido sin su madre, una vez sintieron cosas, tuvieron
emociones, pero ya no...
-¿Quiere decir que no sienten nada?
-Más o menos, algunas cosas básicas, como dolor, alegría... pero no pueden amar, ni
odiar, curiosamente... Recuerdan, recuerdan que a veces sentían cosas, pero eso solo los
frustra...
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Melia sintió que se le encogía el estómago. ¿Era aquello lo que le ocurría a UrsHadiic?
-¿Qué es eso de las generaciones?
-¿Uh? ¿Qué estáis muy mal educados?
Empezaba a odiar a aquella mujer.
-¿Ha mencionado algo de primeras y segundas generaciones? ¿qué son?
-Ah, la primera generación fueron los daimiones que la propia Ethlan creó, las
segundas, no son más que hijos de la primera. Ethlan no los creó, así que no están tan
unidos a Ella, podrían tener personalidad propia, pero vienen a un mundo muy
miserable, no están bien preparados, son criaturas muy sensibles y dulces en el fondo, y
sus familias y congéneres les destruyen, para cuando son adultos y salen al mundo son
aún más monstruosos que la primera generación, porque pueden odiar, de hecho, es casi
lo único que hacen. Muy triste.
Continuaron andando un tiempo en silencio. Melia se sentía mal.
-...y, dígame, ¿usted dijo que podían usar goeteia?...
-¡Oh, mira! ¡Hemos llegado! Rápido, ven, pon las cañas, hay que aprovechar el día,
fíjate, ya es la hora de comer.
Muy bien.
De lo malo malo, tenía que reconocer que Sofía parecía saber de lo que hablaba. Decidió
que ayudaría a la aburrida mujer mientras intentaba sacarle información, ya llevaba
mucho tiempo dando vueltas por aquel mundo, un poco más no iba a destrozarla, y
menos si conseguía pistas importantes.
Clavó las largas cañas en la orilla, y se sentó a esperar. Sofía se movía río arriba y río
abajo, buscando las mejores zonas, de vez en cuando entraba al agua y removía su plato.
-¿Pican algo?-le gritaba desde algún recodo perdido.
-¡No!
-¡Si no pescas nada, no cenas!
-¡Usted tampoco!
-¡Cómo te atreves a gritarme así!
-¡Está en la otra punta del mundo! ¡¿Cómo quiere que le grite?!
-¡Con cariño y amor!
-¡Eso tiene que merecérselo!
-¡Vas a alertar a los guardias si sigues gritando!
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-¡Si es usted la que ha empezado!
-¡Gah!
Melia sonrió. Bueno, si no se la tomaba muy en serio, podía ser una vieja entretenida.
Se hizo muy tarde, pensaba que volverían aquel mismo día a la casa de Sofía, pero
cuando empezó a anochecer, la buena anciana aún seguía dando vueltas por el río,
aprovechando los últimos rayos de sol.
-Bueno, bueno... ¿dónde está la cena?-dijo cuando estuvo de vuelta, ya casi de noche.
Le señaló un par de raquíticos y feos pescados.
-¿Solo eso? Eres una pescadora malísima.
-Apenas he pescado antes, claro que lo soy, no sé que ideas tiene de mí.
-¿Y el fuego?, ¿tampoco sabes hacer fuego?
-¿Y sin nos descubren?
-Bobadas, solo soy una pobre vieja se ha perdido, no esperarán que pase la noche a
oscuras en este sitio.
Sacó las piedras de su zurrón, e hizo un fuego, luego ensartó los pescados y los puso
cerca. Sofía sacó un trozo de queso de su cesta de mimbre, y unas tortas redondeadas e
insípidas que decía eran pan.
Empezaba a creer que la mandaba cocinar a ella porque ella misma era una cocinera
espantosa.
La cena transcurrió en relativo silencio, solo roto por la anciana protestando por lo poco
hecho que estaban los pescados. Al finalizar, Melia intentó volver a interrogarla, pero la
mujer gemía y decía que la cena la había sentado mal.
Al día siguiente tampoco pudo sacarle más información. Transcurrió más o menos como
el anterior; Sofía dijo que había encontrado una zona muy buena y se dirigieron hacia
allí. Melia puso las cañas y se colocó en una zona alta, para poder vigilar los alrededores
mientras la anciana buscaba su oro.
Empezó a sentirse algo preocupada por la mujer, pasaba muchas horas en el agua, y
estaba algo fría. Siempre había creído que a la gente mayor no le sentaba bien esa
humedad y ese frío. Por la tarde se ofreció a ayudarla, pero Sofía se negó de mala
manera. Decía que iba a robarle su oro.
-Y eres una inútil, esto es un trabajo muy delicado, si hasta eres capaz de quemar un par
de pobres pescados no sé que harás con mi pobre plato y mi oro.
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-Me dijo que los pescados estaban crudos.
-¿Ah sí?... ¿Qué fue lo que quemaste entonces?
-Nada, pero usted me está calentando mucho la cabeza.
-Hoy quiero trucha, venga, vete y consígueme un par.
Pues iba lista.
Igual quería caviar ruso también.
Aquel día tuvo éxito, consiguió tres peces para cenar. Y uno hasta se podía comer y
todo.
-¿Alguna vez conoció algún daimión que... uh... fuera bueno?
-No.
-Ya...
-Aunque una vez, estaba viajando por el límite de su territorio, y había una joven en la
zona de cría, era una daimión, y supongo que era muy joven porque aunque ya tenía
forma humana, seguía cerca de la zona de cría. Los adultos suelen asustarles, así que se
esconden allí... Recuerdo que tenía una pequeña enfermería de animales, recogía
criaturitas heridas e intentaba curarlas. Era tan adorable verla... Un día intenté
acercarme y hablar con ella, pero al verme me lanzó una mirada que hubiera detenido un
bauro en plena carrera, era fría como no te imaginas, y sin decir nada, se abrazó a
algunos de sus animales y se fue. No volví a verla más. No tengo una idea precisa de lo
que les hacen a esos pobres chicos, pero no es bueno... Oh, era una jovencita tan
preciosa y adorable...
En realidad, Melia sí podía imaginarse la mirada de la joven daimión, la había llegado a
tener muy cerca, de hecho.
A la mañana siguiente, se movieron hacia otro lugar, pero no era ni medio día, cuando
vio a Sofía acercarse a la carrera hasta ella.
-¿Qué ocurre?
-¡Guardabosques!-la mujer jadeaba-¡Deprisa!
-No volverá a meterme tierra a la boca.
-¡No hay tiempo!, ¡limítate a correr como una posesa!
Melia recogió sus cosas como buenamente pudo y salió corriendo tras la mujer. Dejó las
cañas atrás, pero iban a ser una molestia terrible correr con ellas en el bosque, si Sofía se
disgustaba, podía ir ella en persona a buscarlas.
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Todavía no había visto a sus persecutores, pero pronto oyó cascos de caballos, y se dio
cuenta que se estaban acercando con rapidez. Tendrían que buscar la manera de
despistarlos entre la inmensa vegetación. Miró a su compañera que, por supuesto, iba en
cabeza, se preguntó si corría hacia alguna parte o solo corría.
Entonces, descubrió un montículo y se le ocurrió que podrían esconderse debajo, la
señora se negó.
-¡Sigue!, ¡sígueme!, ¡adelante!
Melia continuó tras ella, algo a regañadientes, pero sin el ánimo ni el aliento para
discutir, poco después, la mujer dio un giro brusco y se metió casi de cabeza por un
agujero entre arbustos con espinas.
-¡Venga!, ¡muévete!-la animaba a pasar desde el otro lado.
Cogiendo aire y volviendo la cabeza para comprobar que los caballos aún no eran
visibles, se metió en aquel hueco y se arrastró como pudo, intentando evitar los pinchos.
Al otro lado le saludaron los dientes de un daimión de piedra.
-¿Qué...?
-¿Ahora te dan miedo las figuritas? Sal de ahí...
Continuó como pudo. Al salir, se dio cuenta que estaba dentro de algún antiguo edificio
de piedra, aunque lo de "dentro" no era demasiado exacto, estaba derruido y abierto por
todas partes, pero ofrecía cierta protección.
Se acurrucaron bajo la estatua, y miraron tras de sí.
Los jinetes se detuvieron a pocos metros frente a los arbustos que acababa de cruzar, y
por un momento se asustó. Eran dos, dieron vueltas con los caballos, confundidos. Y en
seguida volvieron a ponerse en marcha.
Melia lanzó un suspiro de alivio al verlos partir. La vieja soltó una risilla aguda y
nerviosa.
-Sabía que no se darían cuenta... estoy convencida que estar viejas rocas aún tienen
poder dentro de ellas...-dijo acariciando con cierto cariño el lomo del daimión.
-¿Sabía que no se daría cuenta?, ¿por eso está temblando?
-Es la vejez, y la carrera, hacerle notar esas cosas a una pobre anciana es de mala
educación.
La vio mirar a su alrededor, con el labio inferior tembloroso y pensativo.
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-Es un fastidio-continuó hablando-, estoy segura que había cosas interesantes en ese
río... ahora tendremos que volver a casa, ya vendré otro día...
Tras un tiempo prudencial en el que esperaban que sus persecutores se habrían alejado,
pusieron rumbo de nuevo al claro en el bosque.
Sofía protestó, gruñó y gimoteó todo el camino por haber dejado atrás las cañas; por lo
visto, iba a morir de desnutrición en dos días sin pescado fresco. Melia, sin embargo, no
estaba por la labor de dar media vuelta.
Alcanzaron el lugar siendo noche cerrada, conseguían ver relativamente bien gracias a
que había Luna Llena y la anciana daba la impresión de conocerse aquel bosque como la
palma de su mano. O igual mejor.
Inmediatamente, la buena señora se fue renqueante hasta su casita, mientras ella mal
extendía las mantas en el suelo y se echaba a dormir, completamente agotada.
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11.Traficantes de esclavos
Dos días después, la mujer hizo que la acompañara a Bis de Moros, un pueblo bastante
grande. Quería vender el oro que había conseguido reunir aquellos meses, apenas no era
más que un polvillo que ocupaba parte de la palma de su mano, pero Sofía lo trataba
como si fueran los ahorros de su vida.
Y quería que fuera con ella porque decía que tenía cara de espantar malhechores.
Melia estaba segura que la buena señora no se había mirado en un espejo en mucho
tiempo.
Con "pueblo bastante grande" lo que en realidad quería decir era, "pueblo con mucha
gente de mal nombre". Había visto aquella gente viajando con UrsHadiic, y sintió un
mal presentimiento que le acompañó todo lo que estuvieron allí.
Como había conseguido el oro con métodos poco honrados, Sofía no podía
intercambiarlo o venderlo por monedas a un sitio decente. Lo que no esperaba es que
encima la gentuza con peor aspecto la saludaba por la calle, y ella les devolvía el saludo y
preguntaba por su familia.
Los que no le estaba dando buenas impresiones, en realidad, eran un grupo en una
esquina que hablaban con varias personas. No parecían de allí, ni los lugareños les
miraban con buena cara. Llevaban con ellos dos bauros de aspecto feroz. Aquello era
muy llamativo porque los anfóreos no solían emplear bauros para trabajar, y los pocos
poblados de aquellos humano-animales eran apartados y sus habitantes esquivos.
Se alegró cuando la señora salió de la casa en la que se había metido, con una bolsa de
monedas oculta en su pechera.
-Vámonos, no me gusta esta gente.
-¿Por qué?, el tipo de dentro me ha pedido un buen precio por ti, yo creo que a él sí le
gustas...
-No soy una esclava, no se haga ideas raras.
-Bueno, bueno, era un decir, es un tipo rico aunque no lo parezca, vivirías muy cómoda
con él.
Melia lo había visto desde fuera, era todo lo cómoda que quería sentirse con él.
La anciana se sentía feliz, tan feliz que incluso volvió a su casa pasando por delante del
resto del pueblo, y compró una botellita de licor.
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Durante la cena, bebió y cantó todo lo que le dio la gana. Melia no hizo nada por
detenerla, si le daba un tabardillo se iba a ir al otro barrio bien contenta.
Y no se metió ni una vez con su comida.
-¿Por qué te preocupa la goeteia, cariñín?-le preguntó de pronto, cogiéndola
desprevenida.
-Ah, quiero ir a Geo...
-¿Y eso por qué?
-Es mi casa, vine aquí sin querer.
La vieja empezó a reírse hasta quedarse sin aire.
-¡Esta si que es buena!, ¡sin querer!, eso es bastante complicado ricura...
-Bueno, es lo que pasó.
-¿Así que eres una Hija de Ethlan? Oooh... pobre criatura, igual te dejan ir a Anax de
cualquier forma, he oído que se les murió su príncipe, necesitarán otro bicrono que haga
magia por ellos... o igual no... al Consejo de Sabios le gusta mucho hacer lo que quiere...
Suerte...
-¿No cree que pueda aprender goeteia?
-Aprender puede, que te dejen... ajajajaja...
Melia suspiró, seguían siendo mejores noticias que las de hacía unos meses. Entonces se
veía atrapada allí por siempre.
Ir hasta Anax no le hacía ninguna gracia, pero su problema tenía una solución al menos.
-¿Es cierto que se metió a un Lago?
La mujer dejó de reírse de golpe, y se quedó mirando a la nada.
-...cierto, sí... me metí en una de esas fuentes...
-¿Qué ocurrió?
-...oh... ¿sabes?, no tenía ni idea de lo que hacía, era una chica joven y guapa, como tú...
-...¿y?
-Bueno... cuando salí de allí, dejé de serlo...
-¿Dejó de serlo?
-Soy lo que ves ahora, el tiempo me pasó por encima como si no se hubiera detenido en
esta isla perdida de todo... Me convertí en una vieja...
-Lo siento...
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-Ya, no importa mucho, la gente sigue viviendo de más aquí, joven o viejo, al final todos
esos años de más siempre son una carga...
Lanzó un hondo suspiro y volvió a quedarse mirando fijamente el fuego.
-Bueno, pero al menos pude engañar a todo el mundo con eso de ser una débil
ancianita.
-Sí, ahí tienes razón... je je...-dijo antes de volver a echarle un largo trago a la botella de
licor- La vida puede ser muy buena también...
Dejó que se acabara la botella y se acurrucara más junto al fuego, con una inmensa cara
de satisfacción, antes de hacerle más preguntas.
-...¿sabe... si es posible que un daimión pueda...uh... mejorar su actitud?
-Je je jeeeee...-la última carcajada la alargó hasta parecer un chillido- Haces muchas
preguntas sobre daimiones, ¿creía que querías saber más de goeteia?
-Pero si es usted la que está continuamente hablando de ello...
-Oh uo... está bien... no lo sé, podrían, supongo que podrían, si fuera una segunda
generación... el problema es que quisieran, ¿por qué iban a cambiar? Lo más cómodo
que uno puede hacer es odiar o ignorar a todo el mundo, preocuparse por los demás da
demasiado trabajo... ooouugh...
Con aquella última expresión, cayó de medio lado y comenzó a roncar.
Melia cogió una de las mantas y la tapó, luego se echó, mirando los rescollos hasta
quedarse dormida.
Al día siguiente no fueron a ninguna parte. Sofía se lo pasó tumbada con mala gana.
Pensó que no era más que una resaca, pero por la tarde la vio recogiendo algunas de las
cosas tiradas por el claro, cojeaba un poco.
-¿Se encuentra bien?-dijo, ofreciéndose a ayudar.
-Ah... sí, es solo un problemilla de cadera, me viene de cuando en cuando... Toma, rica,
guarda esto debajo de la caseta...
-¿Algo más?
-Umm... no, ve poniendo algo para cenar, me apetece algo caliente... algo con
consistencia... ¿sabes poner estofados?
-Puedo intentarlo.
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El Paraíso Hundido
-Estupendo, estupendo...-empezaba a preocuparse. Debía estar muy enferma- Creo que
mañana iremos a un sitio nuevo, ya fui hace tiempo, no hay guardas, pero tampoco creo
que quede mucho oro, aunque si lo hay lo encontraré...
-¿Está segura? No tiene buena cara.
-Tonterías, solo es mi tonta cadera, mañana estará bien...
Todo el viaje de ida lo hizo cojeando. Melia insistió varias veces que pararan, pero la
anciana ni quería oír hablar del tema. Ella estaba estupendamente. Aquel río estaba muy
lejos, caminaron todo un día, y sospechó que la razón por el que la mujer había elegido
un sitio como aquel, sin guardia, era precisamente para no tener que salir huyendo.
Por el camino encontraron un pueblo algo alicaído, no tenía muchos habitantes, y las
miraron con cierta desconfianza.
-No ven viajeros por aquí, es un sitio bastante perdido, más lejos de esta región solo
habitan los bauros-explicó la señora, que no se intimidaba con nada.
Bajaron al río, estaba muy abierto en todas direcciones, a lo lejos podían ver los humos
de las casas del pueblo.
-Esto era bosque-continuó la mujer-, lo talan cerca de los ríos, venden la leña y esperan
cultivar algo. Pero la tierra de los bosques es mala, así que normalmente viven de la
madera, de algunos brotes, y cuando al de un par de decenios ya no sale nada, se van. En
el nacimiento de este río había una mina, así que espero conseguir algo de todas formas.
Melia levantó el pequeño campamento mientras Sofía inspeccionaba la zona, seguía
insistiendo que estaba bien.
Pasaron un par de días tranquilas, la gente del pueblo en general las esquivaba. Solo un
par de hombres, extremadamente delgados y de espalda retorcida, se pararon un
momento para reírse de ellas.
-Oro... aquí... ¡ja ja!
A ella no le importaba mucho aquello, ya que no estaba allí buscando oro, y Sofía
también los ignoraba.
-Oh, la tierra está más movida que la última vez, es bueno, bueno, bueno...
Eso decía la buena señora, pero al tercer día aún no había encontrado nada.
A medio día estaba paseando por una zona que aún no había terminado de talar, algo
alejada del río. A lo lejos veía el pueblo, solo algunos tejados, se fijó con más atención y
se dio cuenta que las chimeneas estaban echando mucho humo.
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El Paraíso Hundido
Pasó un rato mirando, algo extrañada, aquella gente no era de las que quemaban leña de
más si podían evitarlo. Entonces estuvo casi segura de que debía haber un incendio.
Se disponía a bajar hacia allí para ver lo que ocurría, cuando oyó gritar a Sofía.
-¡Aaaaaah! ¡Ayuda, socorro, me llevan! ¡Aaaaah!
Melia cogió una rama antes de salir corriendo de vuelta al río, vio un hombre intentando
coger a la anciana y llevarla arrastras. La señora se arrastraba y defendía con furia,
completamente dispuesta a complicarle el trabajo. Se acercó por detrás del hombre,
levantó la rama y le golpeó con fuerza. El agresor de Sofía se dio la vuelta, confundido y
sorprendido.
-¿Qué?...
Melia volvió a golpear, varias veces. Acababa de reconocer a aquel tipo, era uno de los
que había visto en Bis de Moros y que le habían dado mala espina, estaba segura que no
podía estar allí para nada bueno. Había conseguido que cayera al suelo cuando algo le
arrancó la rama de las manos, al girarse vio un gigantesco bauro con el rostro
descompuesto.
Se disponía a gritar cuando otra persona le sujetó por detrás.
-¡Cabrones, soltadme!
En alguna parte, oía gritar a Sofía.
El tipo al que estuvo golpeando se puso en pie, rojo de rabia y con el puño levantado.
-¡No le des en la cara!-oyó que gritaba alguien detrás de ella.
El tipo gruñó y sacudió el brazo, golpeando al aire.
-¡Lleváosla con los demás!-ordenó con una voz grave y ronca.
Melia gritó y pataleó pero la arrastraron todo el camino hasta el pueblo. Seguía oyendo
chillar a su compañera cerca, pero no podía verla. Un bauro gigantesco caminaba tras
ella, impidiéndole ver y eliminando cualquier idea de escurrirse de los brazos que la
sujetaban y escapar.
Las llevaron hasta el pueblo, nada más entrar vio algunos edificios carbonizados, y
algunos cuerpos inmóviles en el suelo. En un pequeño hueco entre las casas, se
acurrucaban los lugareños, la mayoría mujeres, y un par de niños, todos miraban con
terror a su alrededor. Había cerca de una docena de hombres, todos armados con
garrotes, un par de ellos llevaban incluso lanzas, espadas y flechas. Había también tres
bauros más, con la misma expresión desquiciada del que la seguía.
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La empujaron sobre la gente acurrucada en el suelo.
-Quietecita ahí...-dijo el tipo que la había estado llevando. Detrás llegó Sofía, gimiendo
y lloriqueando.
-¿Estás bien?-le preguntó- ¿Te han hecho daño?
La anciana no dijo nada, solo negó con la cabeza.
Esperaron un tiempo allí, todo el mundo pegados los unos a los otros y mirando a su
alrededor. Los asaltantes daban vueltas, buscando.
-Traficantes de esclavos...-dijo finalmente Sofía, en un susurro.
Sintió un frío helado en el estómago. Así que era eso... así que los querían para
venderlos como esclavos. Estaban en una situación terrible, no iban a ser siquiera
esclavos legales, si les ocurría algo, no podrían denunciar a su amo porque no estaban
registrados como esclavos, y nadie podría ayudarles. Los lugareños junto a ella estaban
rígidos y pálidos, ellos conocían aún mejor que ella los destinos en los que podían
terminar. Nadie que comprara esclavos ilegales era porque quería hacer cosas decentes
con ellos.
Dos horas después, uno de los traficantes hizo un gesto y les llevaron a unos carros que
esperaban en las afueras del pueblo. Había tres, tirados cada uno por un par de mulas,
uno de los carros ya tenía gente, otros habitantes de un pueblo aún más perdido que
aquel que habían encontrado por el camino.
-Vamos, arriba-ordenó otro hombre.
Las cajas de los carros estaban rodeados por cañas gruesas y cruzadas entre sí, era una
prisión ambulante. Por lo demás, vio algunas cadenas, pero ninguna otra medida de
seguridad, por lo visto, suponían que los bauros y las armas ya daban suficiente miedo
para empezar.
Sofía y ella entraron abrazadas a uno de los carros, las hicieron subir hasta que apenas
hubo sitio para que la gente pudiera sentarse encogida en el suelo. La anciana seguía
gimiendo y llevándose la mano al costado.
-¿Seguro que te encuentras bien?
En aquel momento no respondió, súbitamente, parecía muy débil.
Antes de que los carros pudieran ponerse en marcha, hicieron un movimiento brusco
para arrancar. La gente exclamó sorprendida y empezaron a llorar cuando fueron
conscientes que se los llevaban.
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Fue espantoso. La gente estaba aterrorizada y el carro empezó a apestar. Si se oían
demasiadas voces, los traficantes se acercaban a los barrotes y metían sus garrotes entre
ellos, golpeando a diestro y siniestro y gritándoles que se callaran.
Por la noche montaron un campamento, los hicieron bajar despacio y en pequeños
grupos, dispersándolos por toda la zona. Les obligaron a sentarse en el suelo y pusieron
un cuenco con una pasta verdosa en el suelo. Era la comida para toda la gente de su
grupo.
Para dormir, metieron a varias personas en los carros. El restó quedó fuera, cada
pequeño grupo vigilado por al menos un bauro, y tres hombres armados.
Al día siguiente, le metieron a todos de vuelta a los carros y continuaron el viaje en las
mismas condiciones que el día anterior.
Melia observaba con cuidado lo que ocurría, como venía haciendo desde que estaba allí.
Cuidaba de llevar siempre consigo a Sofía, la mujer parecía cada vez más enferma, y
tenía muchos problemas para andar. Temía que si se daban cuenta pudieran dejarla
tirada, y Sofía debió darse cuenta también, pues hacía esfuerzos visibles por no quejarse
y mantener la compostura.
-¿No deberían alimentarnos mejor?, si van a vendernos digo, ¿no sacarían más dinero?
-Aah... depende, reina, quizá el lugar al que nos lleven está cerca... o quizá para lo que
nos necesiten no hacemos falta demasiado sanos.
-¿Qué va a pasar con los niños?
-Nada... estarán bien, los niños son caros, posiblemente los vendan a una familia con
dinero.
Bueno, eso era un alivio.
Observó a los bauros, no acababa de entender por qué se encontraban tan mal. No eran
como los que había conocido, excepto Oijme, todos resultaban bastante inofensivos, los
más espabilados y los menos, no había oído en lugar alguno que dieran problemas si no
se los molestaba. Sin embargo, aquellos parecían estar dementes.
Aquella noche, dejaron que dos de ellos se pegaran frente a las jaulas antes de dejarlos
salir. Querían que vieran lo brutales que podían ser aquellas criaturas y que pensaran lo
que les podía ocurrir si imaginaban tan solo el intentar escaparse.
Pero Melia no se sintió demasiado impresionada, se había dado cuenta que la mayoría
de las veces que usaban cadenas, eran para los bauros. Hasta sus propios dueños parecían
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tener problemas para controlaros. Le hizo una observación sobre ello a Sofía, y, por
supuesto, la mujer sabía algo.
-Los drogan, o eso había oído, creo que usan alcohol, les embotan, les vuelve agresivos...
Está prohibido vender alcohol a los bauros, pero ya sabemos que a esta gente no le
importa mucho eso de obedecer la ley... Qué poca vergüenza...
Continuó observando. Estaba imaginando cómo podrían escapar. Iba a ser difícil si lo
intentaba solo ella, pero pensaba llevarse a la anciana consigo, no iba a dejarla tirada
estando enferma de ninguna manera. Lo que complicaba todavía más las cosas.
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12.El regreso
Los llevaban por caminos muy poco transitados, con bastantes baches que sobresaltaban
a todo el mundo. Sobre todo a los niños, que lloraban día sí y día también.
En ocasiones, se cruzaban con leñadores, o pequeños grupos de agricultores de paso.
Los traficantes se pegaban a los carros y les obligaban a mantener la vista al suelo y
permanecer en silencio mientras pasaban de largo. No es que aquella gente no tuviera
ninguna idea de lo que ocurría, parecían saberlo, pero se limitaban a mirarlos con
expresión triste, y, posiblemente, alegrándose que no fueran ellos o los suyos.
Melia estaba convencida que no encontraría ayuda allí.
Un día, pasaron junto a un hombre encapuchado. El tipo permanecía quieto a un lado
de la carretera mientras avanzaban, entonces empezó a andar junto a ellos.
Uno de los traficantes le hizo un gesto agresivo con uno de sus garrotes.
-Sepárate más, imbécil.
Pero el tipo de la capucha le ignoró.
Se acercó a su carro, y lo cogió de los barrotes, como si intentara frenarlo.
Cosa que, para sorpresa de todos, consiguió hacer.
-¿Puede saberse que estás haciendo aquí metida?
El corazón de Melia dio un vuelco.
¿UrsHadiic?
Se inclinó entre los barrotes, haciéndose sitio entre la gente.
Tenía que haber reconocido la nariz, era difícil de perder de vista, pero allí estaba.
UrsHadiic.
Y no se le veía nada contento.
Por un momento sintió alegría, en seguida se le pasó. Se daba cuenta que las cosas iban a
volverse muy feas para todo el mundo.
-¿Te he dicho que qué haces aquí? No vas a decirme que estos payasos te dan mejor de
comer que yo...
-Nos han capturado...-empezó a explicar.
Los payasos salieron entonces de su sorpresa, apuntaron con sus armas al daimión y uno
intentó cogerle.
Voló contra un bauro.
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UrsHadiic no estaba nada nada contento.
-¡Sal de ahí!-la ordenó.
Miró a Sofía, que se había acercado y observaba también entre los barrotes.
-Oh... yo te conozco...
El daimión la miró un segundo y procedió a ignorarla.
-No puedo irme así-respondió Melia, sujetando a su compañera-, necesita ayuda.
-¡Tú, mamón! ¡Sepárate inmediatamente de ahí! ¡Si quieres una esclava paga!
-¡El día que os de dinero a vosotros será el día que me entierren!-les gruñó, parecía más
molesto con aquellas interrupciones que con ella- ¿Sabes lo que va a pasar aquí entonces,
verdad?
Se encogió, agarrándose con más fuerza a Sofía. No quería que ocurriera aquello. Miró a
su alrededor, a la gente asustada, miraban fuera esperando con desesperación que algo
los liberara.
Fue a decir algo, pero los traficantes respondieron antes que ella.
UrsHadiic gruñó, y vio un par de flechas saliendo de su espalda. Se llevó una mano a la
cara, asustada.
A continuación, el daimión giró la cabeza hacia sus atacantes, su cuello se había alargado
visiblemente y todo el mundo dentro del carro que pudo verlo, soltó una exclamación
ahogada.
Todos menos Sofía, que parecía encantada.
-¡Lo sabía!-dijo con emoción.
Unos bauros fueron a lanzarse contra él, pero salieron despedidos al encontrarse con sus
garras. Antes de que nadie pudiera recuperarse de la sorpresa. UrsHadiic, convertido en
una bestia, se lanzó a por los traficantes. Varios intentaron hacerle frente, sobre todo
bauros, que no tenían ni idea de lo que tenían en frente, pero no aguantaron mucho la
embestida de un daimión furioso. Cayeron destrozados, el resto huyó como pudo.
Por un momento, Melia creyó que iba a perseguirlos, porque hizo amago de alzar el
vuelo, pero en el último momento se volvió de nuevo hacia los carros.
La gente en su interior comenzó a chillar aterrorizada, empezaron a lanzarse contra los
barrotes, intentando abrirlos.
Un par se desmayó cuando la cabeza de la bestia cayó sobre ellos, mordiendo la celda, y
arrancando aquellos mismos barrotes para luego lanzarlos lejos.
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Todo el mundo se quedó petrificado, hasta que le vieron moverse hasta el siguiente
carro y hacer lo mismo. Entonces se dieron cuenta que eran libres.
Sin decir ni adiós ni gracias, bajaron y corrieron por la zona.
Melia creía que iban a ir directamente de vuelta a sus casas, pero la mayoría se paró a
revisar los bolsillos de los muertos y a quitarles sus armas, sobre todo las de hierro y
metal.
Algunos, se llevaron hasta las mulas.
Algo temblorosa, Melia ayudó a bajar a Sofía del carro. Miró a su alrededor entristecida,
no le gustaba nada eso, no le gustaba ver gente muerta, aunque fuera gente como
aquella, y, sobre todo, no le gustaba que fuera UrsHadiic el que hubiera hecho algo así.
Que fuera algo inevitable no quería decir que se debía sentir complacida por ello.
El daimión volvía a tener aspecto humano, y buscaba unos pantalones nuevos para
ponerse.
Se dio cuenta, sintiéndose algo rara, que los daimiones quedaban desnudos al
transformarse.
Fue incapaz de recordarle desnudo la primera vez que le vio.
Claro que, entonces estaba hecha un girón de nervios.
La única feliz por allí era Sofía.
-Qué bien qué bien... un valiente y valeroso daimión ha acudido a salvarme, qué
emoción...
UrsHadiic la oyó al acercarse a ellas, y puso cara de horror, luego se alejó unos pasos
para rodear a la anciana mientras intentaba hablar con Melia.
-¿Puede saberse qué hacías aquí?
-Nos capturaron, tú que crees que hacía...
-¡Te largaste sin decir nada! ¡Qué te crees que estabas haciendo! ¡No me sorprende que
hayas terminado con esa gente!
-¡Antes de que me cogieran me las conseguí apañar mucho mejor que contigo! ¡Déjame
en paz!
El daimión cruzó los brazos, enfadado.
-De eso nada, tú te vienes conmigo.
-No.
-Compraremos más verdura si quieres, y haré un poco más la carne.
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-¡¿Me tomas el pelo?! ¡¿En serio crees que me fui solo por la comida?!
Se produjo un pesado silencio. UrsHadiic parecía que iba a explotar de un momento a
otro.
Melia ayudó a su compañera a echarse un momento y descansar.
Curiosamente, no le había preguntado por el dinero robado, siempre había creído que
eso sería lo primero que haría si alguna vez se volvían a encontrar.
Y que luego le partiría el cuello.
-Sofía no se encuentra bien y quiero devolverla a su casa, y aunque ella no estuviera aquí,
no tengo la menor intención de irme contigo. Quiero volver a mi mundo.
Le vio girarse con brusquedad y le siguió sorprendida con la mirada. Se había acercado a
uno de los carros y empezó a arrancar los restos de los barrotes.
Se preguntó que demonios estaría haciendo. ¿Tomándola con unos indefensos barrotes?
¿No había destrozado suficientes cosas aquel día?
Comprobó que la anciana se encontraba cómoda, y se acercó al carro.
-¿Qué haces?
-¿Cómo piensas llevarla de vuelta a su casa?, ¿a rastras?
-...te he dicho que no pienso volver contigo.
UrsHadiic se detuvo un momento y se quedó mirándola. Luego volvió a romper las
cañas con más ahínco.
Melia suspiró y miró a su alrededor. El suelo del carro estaba bastante indecente, decidió
echar algo de hierba y paja sobre ello para limpiarlo, y luego quitarlo con algunas ramas.
Mientras trabajaba, observaba al daimión, que no había vuelto a decir nada, pero seguía
dando la impresión que iba a estallar en cualquier momento.
-¿Por qué te fuiste?
Por un momento se quedó muda. Su voz había sonado muy baja, si no se hubiera
largado todo el mundo ya de allí, no hubiera estado segura de que se había dirigido a
ella.
-¿Lo preguntas en serio?, ¿por qué hubiera debido quedarme?
-Conmigo estabas segura.
-Eso lo dices tú, que yo recuerde querías amordazarme para que te dejara de hacer
preguntas.
-No hablaba en serio, ¿te he hecho algo alguna vez?
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-¿Y yo que sé si hablabas en serio?, no eres capaz de hablar más de cinco minutos sin
enfadarte, no contestabas a mis preguntas, no sabía qué pensar, me das miedo...
Se mordió el labio, ya había dicho más que de sobra.
Había terminado de limpiar el suelo de madera, colocó más hierba limpia y saltó para
buscar a Sofía.
-Vamos, cogeremos el carro para volver a tu casa.
-Oh, qué bien, nos han dejado dos mulas y todo.
-Probablemente creerían que UrsHadiic se las iba a comer...
-¿Urs?
-Es el daimión.
-¿Urs?, ¿has dicho Urs?
-Sí, ¿pasa algo?
-Oh, es su nombre familiar, a no ser que se lo haya inventado, es una gran familia, no
sabía que se les hubiera escapado uno.
En aquel momento, el aludido se acercó a ellas, y con un rápido movimiento cogió a
Sofía en brazos.
La anciana soltó un alegre gritito entusiasmado y UrsHadiic estuvo a punto de dejarla
caer.
-Iiiihhh... ¡Un guapo daimión me lleva en volandas! ¡qué emoción, qué emoción!
Melia no pudo evitar reírse por lo bajo.
Condujeron el carro de vuelta. Encontrándose con algunos de los fugados por el camino.
Nadie quería quedarse por allí cuando vendrían los soldados a investigar. E iban a tener
mucho que investigar.
Se preocupó porque el carro no saltara mucho para no molestar a Sofía, pero en realidad
era casi imposible en aquellos caminos.
Le preocupaba mucho el estado de la mujer. Estaba segura que lo que le ocurría no tenía
nada que ver con problemas de cadera, pero la anciana seguía intentando hacer parecer
que no era nada. Incluso gastaba bromas con UrsHadiic, que intentaba ignorarla
manteniendo la atención fija en el camino.
Se detuvieron en un claro tranquilo al pasar la noche, habían tomado otro camino para
atajar directamente a Bis de Ankira, así que dejaron de encontrarse con fugados.
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Aquellos también habían arrasado con las provisiones, pero consiguieron recuperar algo,
y hacer algo decente para cenar, después del hambre que habían pasado.
Aunque Sofía no tenía muchas ganas de comer.
Extendió algunas mantas sobre la tierra, y la ayudó a tumbarse encima. Poco después,
pareció quedar dormida.
-Se está muriendo...
Se volvió, enfadada.
-¿Cómo lo sabes?
El daimión se encogió de hombros.
-He visto morir a bastante gente, y ella lo sabe también.
Permanecieron un tiempo en silencio.
Melia sentía que no estaba entendiendo nada.
-¿Qué vas a hacer viniendo con nosotras? No pienso volver contig...
-Ya te he oído.
Volvieron a quedarse en silencio. Miró hacia sus mantas, pensando que lo mejor sería
irse a dormir, sabía lo inútil que era discutir con él.
-Bien... me rindo...
Parpadeó y se giró hacia su compañero.
Había vuelto a hablar en voz muy baja, y se frotaba la frente con las manos.
-¿Qué?
-Gerón está vivo.
Durante un instante, no supo de quién estaba hablando. Pero al darse cuenta sintió
vértigo.
-¿Q... qué?, ¿de qué hablas?... ¿lo encontraron o...? ¿cómo qué está vivo?
-Estoy trabajando para él, la idea del ataque fue suya... a medias, sabía que atacarían y
quería librarse de Áncula y del Consejo, ahora creen que está muerto y lleva más de
medio año en silencio, esperando. Yo debería ser su "guardaespaldas" durante el ataque,
y armar follón para que tuviera tiempo de desaparecer sin dejar huella. En principio creo
que quería que fingiera que me lo había comido, lo de las rocas resultó más oportuno...
-No... no... no entiendo...
-Gerón tenía problemas, quería desaparecer, me pagó para que le ayudara, y desapareció.
Fin.
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-¿Desaparecer?, ¿sin más?, ¿y qué pinto yo en todo esto?
El daimión se rascó la cabeza.
-No lo sé, un accidente, me dijo... también quiso que cuidara de ti. Lo que me recuerda
que me va a deber mucho dinero, te fuiste con parte de mi botín...
-¿Sabes dónde está?
-No, oculto, dentro de unas semanas esperaba recibir noticias suyas, aunque no estaba
seguro si podría llegar, teniendo en cuenta que había perdido parte del trato...
-¿Por qué no me dijiste nada?
-No lo sé, creo que no quería que lo supieras... aunque tampoco dijo nada directamente
en contra...
-No te apetecía, básicamente.
-Es posible...
Ella también empezó a masajearse las sienes.
¿Qué estaba diciendo?, ¿qué era todo aquello?, no tenía sentido...
Pero el tipo que había prometido ayudarla a volver a casa tantas veces estaba vivo. Gerón
estaba vivo...
Y UrsHadiic estaba protegiéndola porque él se lo había pedido.
UrsHadiic cuidaba de ella, porque otro se lo ordenó.
Tomó aire, y lo soltó poco a poco...
Aquella parte al menos, ya tenía explicación.
-¿Y cuándo se supone que os vais a ver?
-No ha dicho nada de vernos, solo que recibiría noticias.
-¿Y podré enterarme yo también de lo que dice?
-Oh... así que ahora sí te interesa venir conmigo...
-Voy a quedarme con Sofía lo que haga falta, os guste a vosotros o no, pero también
quiero enterarme qué está pasando.
-De acuerdo... ya hablaremos cuando la dejemos en su casa...
-¿De acuerdo?
-Sí.
-...¿de verdad te hubiera costado tanto decirme esto entonces?
-No lo sé, pero ya no va a cambiar nada, así que no importa.
Le vio estirarse y echarse sobre la hierba.
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-Buenas noches.
-Ya... buenas noches...
Melia se incorporó, se enrolló en sus mantas y se acurrucó junto a Sofía.
Tenía que pensar en muchas cosas.
Llegaron a la cabaña en pocos días. La anciana apenas pudo moverse hasta entrar en su
casita, seguía insistiendo que no pasaba nada, pero ella no podía evitar verla cada día
peor. Insistió en que viera a un médico, pero la mujer no quería saber nada de ellos, la
presionó para que reconociera qué le estaba pasando o llamaría a uno por las buenas o
por las malas.
-No hace falta, no digas tonterías, mona, estoy perfectamente, en cualquier minuto me
levanto y salgo corriendo...
-Nada me gustaría más, pero no te creo.
-¿Por qué no?, ¿te he mentido yo alguna vez?
-Sí.
-Pero eran mentiras inocentes...
-Dímelo, por favor, si quieres que haga algo por ti lo haré, pero primero quiero saber
que te pasa.
Sofía estaba echada en su cama, miró las paredes a su alrededor mientras movía los
dedos.
-Está bien... Sí, estoy enferma, muy enferma... Fui hace tiempo a un médico, ya ves, no
necesito uno, ya fui... Me dijo que no tenía cura, y que lo mejor que podía hacer era
coger todos mis ahorros, comprarme una casita tranquila en la ciudad, y contratar a
alguien que cuidara de mí... Le dije que se fuera a hacer gárgaras...
Melia asintió con la cabeza, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas.
-Ya, entiendo...
-Pero está bien, tiene que acabar pasando, más tarde o más temprano, mientras aún
pueda moverme pienso dar la lata...
-¡Oh!, y puedo asegurarle que es muy buena haciendo eso...
-Je je je...
Quedaron en silencio de nuevo, cavilando.
-Vas... ¿te vas a ir con ese daimión amigo tuyo?, creo que te está esperando...
Melia giró la cabeza hacia la puerta.
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-No, me quedo aquí, lo que haga falta.
-¿Estás segura?, podría enfadarse.
-Pffff, que se enfade...
-Deberías tener más cuidado con él...
-No, está bien, no me hará nada...
-Ya... te está escondiendo cosas...
-Estuvimos hablando el otro día, todo está claro.
-Ja, ja. No hay nada claro en él, lo noto, oculta cosas, muchas cosas... ¿Puedes decirle
que entre un momento a hablar conmigo?
La miró extrañada.
-¿Por qué?
-Quiero saber qué oculta.
-¿En serio crees que podrás sacárselo?
-Lo intentaré al menos. Dile que entre.
-Ajá... ¿seguro que quieres hablar con él?, no estarás pensando en otras cosas...
-Ji ji ji... uy, ¿a mi edad?, ¡qué cosas tienes...!
Salió fuera, estaba atardeciendo. UrsHadiic estaba apoyado en una de las casetas,
observando algo confuso la colección de estatuas de Sofía.
-Quiere hablar contigo.
Se señaló con el dedo.
-¿Conmigo?, ¿por qué?
Se encogió de hombros.
-No lo sé, asegurarse que no eres una mala persona...
-No soy una persona, así que ya va mal... ¿seguro que quiere hablar conmigo?
-Sí.
-Te lo advierto, para que conste, que si me ataca pienso defenderme.
-Es una anciana enferma, ¿qué te va a hacer?
-Supongo que tendré que averiguarlo.
Abrió la puerta y entró.
Melia sonrió, se agachó, y se arrastró hasta la ventana, para oír lo que decían.
-...saber ¿qué interés tienes con esa chica?
-Un tipo me encargó que cuidara de ella.
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-¿Por qué?
-Eso no lo sé.
-¿No te interesa saberlo?
-¿Debería?
-No veo que esta conversación avance... Estás muy a la defensiva.
-No sé a que se refiere.
-¿De verdad no sabes nada de porqué esa persona quiere a Melia? Nunca me ha hablado
de nadie que podría interesarla... pero me ha preguntado por vosotros varias veces.
-¿Nosotros?
-Daimiones, eran preguntas muy curiosas, también...
-¿Ah, sí?, ¿como qué?
-No, chico, responde tú primero, ¿para qué quieren a Melia?
-Le he dicho que no tengo ni idea, solo quiere que alguien la cuide, no me ha pedido
nada más. ¿Y puedo preguntar a usted qué le importa?
-Porque llevo toda mi vida conociéndoos, le he cogido cariño a la niña, y que me aspen
si me voy dejándola en manos de uno de vosotros.
-No tengo intención de hacer nada.
-Ya, una vez oí un refrán sobre a dónde llevaban las buenas intenciones...
-Y usted tiene pinta de ir allí pronto.
-Je je je... sí, pero antes te haré sudar un poco, te noto nervioso, niño, no te gusta nada
que te esté haciendo estás preguntas ¿verdad?, ¿por qué?
-No sé de que habla.
-Nervioso, nervioso...
Melia se rascó la cabeza, era como ír discutir a un burro y una vaca.
-¿Qué preguntas le hizo Melia?
-¿Uh?, no te preocupa porqué te contratan pero te preocupa lo que la chica piensa de ti.
Eres intrigante, Hadiic...
-No me llame así.
-Ja, ja... ¿por qué no?
-No es mi nombre.
-Seguro que no, seguro que ni siquiera tienes, ¿me equivoco?
-No es asunto tuyo.
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-¿Qué pasó?, te debiste marchar siendo muy joven...
-No es asunto tuyo, no me gusta jugar al gato y el ratón, si de verdad cree que me pongo
nerviosos créalo, pero yo me largo.
-Espera, espera... ¿sabes qué pregunta me hizo Melia?
-¿Qué?
-Quiso saber si era posible que un daimión pudiera llegar a ser una criatura decente.
-...¿y qué le dijo?
-Que erais todos una pandilla de indeseables sin arreglo.
-Eso está bien, me hubiera preocupado que le hubiera dicho algo bonito.
-Sí, seguro, muy preocupado.
Melia intentó arrastrarse fuera, dándose cuenta que UrsHadiic salía.
Se sentó frente al fuego, intentando disimular.
No tenía la más remota idea qué había intentado hacer Sofía, la mitad de las cosas ni
siquiera las había entendido. ¿Había alguna especie de lenguaje secreto entre daimiones
que ella aún no conocía?
¿Y porqué le había contado aquello sobre ella? No quería que UrsHadiic se hiciera ideas
raras tampoco.
El daimión salió y se acercó al fuego, le brillaban los ojos frente a aquella luz, así que no
estaba segura de qué podía estar pasándole por la cabeza. El gesto de su cara era bastante
neutro para él.
-¿De qué habéis hablado?
-Cosas...
-¿Algo interesante?
-No.
-Voy a ir poniendo algo para cenar... no tenemos mucha carne.
-No importa.
-Voy a preguntarle a Sofía qué quiere.
-De acuerdo.
-Tienes una cucaracha gigante encima de la cabeza.
Dio un respingo.
-¿Ahora resulta que te asustan las cucarachas?
-No me gusta que haya insectos paseando por mi pelo, es desagradable.
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-Bueno, al menos has reaccionado.
Recordó también recoger algunas plantas y las preparó, su compañero pareció tardar en
darse cuenta de lo que hacía hasta que le puso el cuenco con el mejunje en los morros.
-¿Qué haces?
-Te hirieron con unas flechas, pensé que te haría falta.
El daimión se inclinó hacia atrás, ella se había colocado delante del fuego, de modo que
ya no se reflejaba en sus ojos. Se le veía confundido.
-Oh... te acuerdas... está bien, déjame...
Se quitó la camisa e intentó tocarse las marcas, pero no las alcanzaba.
-Déjame, yo lo hago, te acabarás dislocando un hombro.
-Como si fuera la primera vez...
-¿Te has dislocado el hombro antes?
-¿Te refieres a yo solo, u otra persona?
-¿Ambas?
-No sé... una docena de veces o así...
Melia hizo un gesto de negación con la cabeza. No entendía cómo se podía vivir así.
Comenzó a echar ungüento por la espalda. Las heridas viejas que le estuvo cuidando la
vez anterior, ya estaban cerradas, y tenían una fina costra de un rojo intenso. No habría
calculado que tendría más de unas semanas, y, sin embargo, sabía que llevaba casi un año
con ellas. Era una suerte que fueran tan resistentes, con la vida que llevaban y aquellas
marcas, era milagroso que no se hubieran extinguido.
-Ya está, buscaré algo para cubrirlas...
-Gracias.
Parpadeó.
-De nada.
El día siguiente transcurrió con bastante calma, Melia cuidó de Sofía e intento que
estuviera cómoda. UrsHadiic dio varias vueltas por la zona, intentando situarse.
Se preguntó si tenía la intención de irse o se quedaría con ellas.
La anciana no mencionó su conversación con él, se limitaba a hablar de cosas algo
intranscendentes, como cuanta agua podía sacar del pozo sin que tuviera que esperar a
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recargarlo, cómo decidió donde colocar las estatuas para que señalaran diferentes
caminos (así que no estaban al tuntún), y dónde escondía sus ahorros.
Aunque ya había reconocido que padecía una enfermedad grave, que le reconociera
todas aquellas cosas fue lo que la hizo convencerse del todo de que Sofía se estaba
muriendo.
Se sintió deprimida, había cogido mucho cariño a la vieja.
Al anochecer, la dejó durmiendo, dormía mucho últimamente, prácticamente se
desvanecía frente a ella.
Salió fuera de la caseta, pensando en ponerse algo caliente para beber e intentar
animarse un poco.
UrsHadiic le estaba haciendo muecas a una de las estatuas.
-¿Saludando a un pariente?
Se volvió para mirarla por encima del hombro.
-¿Puedo preguntar por qué nos hacéis siempre con la boca abierta?
-No lo sé... para que se os vean los dientes, así dais más miedo.
-Ya, es incómodo, y desagradable... Imagínate que tallan una efigie a tu imagen y
semejanza, con la boca completamente abierta...
Melia se lo imaginó, y no pudo dejar de reconocer que UrsHadiic tenía algo de razón.
Cogió el tazón con semillas machacadas y agua hirviendo. No tenía ni idea de cómo se
llamaban las semillas, pero tenían cierto sabor espeso y vigorizante. Era lo más parecido
a café que había probado allí y eran semillas bastante abundantes, crudas tenían mal
sabor y la mayoría de la gente se las dejaba a los pájaros.
Con un suspiro observó fijamente el fuego y dejó que se cabeza divagara sin rumbo.
Si moría, iba a echar de menos a Sofía. Una parte de ella había empezado a reconocer el
claro como un hogar.
En aquel mundo en el que todo parecía haberse detenido, ella no había conocido aún un
lugar estable por más de un mes.
Sin que ella se diera cuenta, UrsHadiic se había acercado al fuego y la miraba apoyado
en una de las casetas. Sintió cierto sobresalto al levantar la vista y verle allí. Podía ser
muy silencioso cuando quería.
-Ah, no te había visto, ¿quieres beber un poco?, aún hay agua caliente.
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No vio bien su expresión porque el fuego se reflejaba en sus ojos, para variar, pero se
inclinó para coger una taza.
-Me iré mañana.
Malia movió la cabeza, algo sorprendida.
-¿Mañana?
-No hay mucho que hacer aquí, no quiero que el contacto se vaya sin darme noticias,
prefiero ir con tiempo.
-...¿estás diciendo que me dejas aquí?
-Estoy diciendo que te dejo mientras esa vieja sigue viva y yo no tenga nada mejor que
hacer, en cuanto reciba noticias volveré a buscarte. O, mejor, si la vieja se muere, creo
que deberías venir tú, igual te interesa saber qué dicen...
Lo pensó durante un momento. Básicamente, y muy a su manera, UrsHadiic la estaba
dejando hacer lo que quisiera, más o menos.
-Está bien-respondió-, si Sofía muere antes de que vuelvas... um, ah sí, ¿dónde debería
ir a buscarte?
-En Dendron, una pequeña ciudad a tres días de aquí, no tiene demasiada pérdida.
Asintió con la cabeza, estaba segura que había oído hablar de aquel sitio.
Se había puesto en pie, le incomodaba hablar mientras no podía verle bien los ojos, así
que rodeo el fuego y se apoyó a su lado en la casita.
-Y, otra cosa, estamos demasiado cerca de Glauco, deberías tener cuidado.
-¿Por qué?
-Te has quitado los brazaletes, la gente por Glauco te consideran una esclava, y dudarán
mucho que te haya dejado libre por las buenas, además, si no eres una esclava para ellos
eres aún un enemigo. Ten cuidado, aquella gente no es tan simpática como tú te crees.
-...ya, entiendo.
Aunque había considerado lo de que pudieran descubrirla sin los brazaletes. La idea de
que UrsHadiic la eligiera como esclava para que no la trataran como a otro enemigo no
se le había pasado por la cabeza. Probablemente la hubieran interrogado y luego vendido
en cualquier mercado como botín. Y tampoco sabían que era una bicrona, posiblemente
se hubiera ganado un interrogatorio exhaustivo...
Con lo que sabía entonces, empezó a reconocer que se había librado de varias
situaciones desagradables gracias al daimión.
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El Paraíso Hundido
En ese momento, aquél miraba distraído el fondo de su taza.
Se inclinó y le dio un beso en la comisura de los labios.
-¿Y eso?
-Por habernos salvado, y por haberme ayudado con Sofía.
-Ah, no es nada, no me has dejado muchas opciones.
Melia sabía que no era cierto. Podía habérsela echado al hombro y habérsela llevado de
allí.
Cogió aire y miró al cielo, plagado de estrellas.
No había cielos así en su mundo.
UrsHadiic era un confuso amasijo de contradicciones, y lo peor es que ni él mismo
parecía reconocerse y controlarse. No tenía un lado bueno y uno malo, tenía alrededor
de treinta y ocho, con aristas irregulares, sobresalientes y puntiagudas. Y se estaba
tropezando con todas y cada una de ellas.
Si solo tuviera interés en relucir más a menudo su mejor faceta. Si solo quisiera ser
mejor.
Estaba segura de que UrsHadiic podría ser un gran daimión si quería.
O solo eran sus ilusiones intentando jugar con su juicio.
Se sentía tan bien cuando estaban juntos así...
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El Paraíso Hundido
13.El corazón de un daimión
Al día siguiente, UrsHadiic se marchó de buena mañana.
Melia empezó a arrepentirse de no haberle pedido que se quedara un poco más. Se
estaba sintiendo bastante sola e infeliz. Sofía se hundía continuamente en un profundo
sopor del que solo salía para masticar algo de comida y por preguntar por cómo estaba la
casa.
Decidió hacer una labor intensiva de organización en el claro, para mantenerse ocupada.
Recolocó y organizó las cosas, tiró otras que se estaban pudriendo, y arregló uno de los
baúles que tenía un agujero en una esquina.
Al tercer día de la marcha del daimión, Sofía se levantó.
-¿Pero qué puñetas ha pasado por aquí?, ¿un huracán?
-¿Qué haces fuera de la cama?
-¡Oh, no! ¡No intentes cambiar de conversación, rica! ¡¿Qué has hecho con mis cosas?!
-¿Ordenarlas?... Debería descansar.
-El descanso es para los cadáveres, yo estoy estupendamente.
La anciana cogió un tazón, lo llenó de la comida que había dejado del desayuno, y se
sentó junto a la hoguera con decisión.
Melia no sabía si alegrarse o preocuparse.
-¿Quieres que haga algo?
-Hazme huevos, quiero huevos cocidos, pero bien hechos.
Corrió a obedecer, la mujer no había comido mucho en todo aquel tiempo. Recuperar
energías la vendría bien.
-...Melia.
-¿Si?
-¿Quieres mucho a ese chico?
-...¿quién?
-El daimión.
Comenzó a frotarse los dedos de las manos, como si los tuviera fríos.
-No lo sé, es complicado...
-Aa... sí, lo es... "Complicado" es la palabra. Yo tampoco sé que pensar, es una segunda
generación, estoy segura, es muy jovencito... También estoy segura que en algún
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momento de su vida quiso a alguien o se preocupó por alguien, tiene algo de empatía,
sabe lo que te pasaba por la cabeza cuando estabas conmigo. No suelen comprender esas
cosas si ellos mismos no se han preocupado nunca por nadie. El problema es que no sé si
aún puede sentir cariño o es solo un recuerdo para él, lo siento.
-Está bien, tampoco me hago muchas ilusiones. Solo quiero volver a mi casa, después de
todo.
-Mmmmmm...
Sofía inclinó la cabeza como si asintiera, pero la dejó caída unos momentos, parecía que
se había vuelto a desvanecer, pero pocos minutos después la volvió a levantar.
-¿Dónde están mis huevos?
-Ya están, ya están...
-¿Sabes que ya le conocía de antes?
-¿A quién?, ¿a UrsHadiic?
-Sí, ¿de quién te crees que estamos hablando? ¿Recuerdas que te dije que dos daimiones
atacaron nuestro pueblo? Él era uno de ellos.
-¿En serio?
-Sí.
-Y estoy segura que esto te va a interesar. Te cuento... pero esto va a ser una gran
confidencia, no me he atrevido a decírtela mientras él estaba por aquí, es un favor para
alguien especial... ¿de acuerdo?
-No diré nada.
-Muy bien, verás. En mi pueblo natal teníamos un alcalde que era un completo tirano,
un pequeño mafioso que se creía el rey de Ehtlan y más allá. Se creía tan poderoso que
no se le ocurrió otra cosa que jugar con los daimiones. Aún no estoy segura de cómo,
pues era un completo ladrillo, descubrió a un daimión fugado, al que estaban buscando
porque decían guardar un tesoro muy importante para el pueblo de los daimiones. El
idiota de nuestro alcalde intentó chantajear al fugado mientras negociaba una
recompensa con otra gente. Al final, ocurrió lo que tuvo que ocurrir. El fugado
consiguió engañarle y se le escapó, cuando ya había llegado a un acuerdo con alguna
gentuza para entregarle... Asustado, llamó a un ejército para protegerse, entonces
apareció UrsHadiic y otro tipo del que no sé nada, sin mediar palabra, y seguro de que
podría derrotarles porque solo eran dos. Los atacó. Imagino que el final te lo sabes.
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-Me suena.
-Bien, como ya dije, no se perdió nada de valor. Aquí viene lo importante. Nunca
encontraron al fugado, sigue escondido, y bien escondido. Pero yo sé donde está.
¿Quieres saberlo?
-¿Debería?, parece peligros...
-Lo es lo es... pero igual te conviene conocerle, no está lejos, en este mismo bosque, y
sabe algo de goeteia y, más importante aún, el artefacto que dicen se llevó, puede
ayudarte a volver a tu casa.
La miró sorprendida.
-¿Lo dice en serio?
-Sí. No conozco bien los detalles, pero... verás, los daimiones no pueden atravesar los
Lagos tampoco, aunque son Hijos de Ehtlan, creo que porque Ella no les deja, o están
tan apegados a su madre que les es imposible salir de la isla. Pero podrían hacerlo con
ese objeto, por eso es tan importante. Seguro que tú también podrías usarlo.
-¿Y porqué iba a ayudarme? Si no quiere saber nada de nadie.
-Dile que vas en mi nombre, le caigo bien. Es una primera generación, a veces se
acuerda que fueron concebidos para proteger humanos, creo que le gustan los humanos,
pero lo que más le gusta es que le dejen en paz... No te morderá si te andas con cuidado.
-¿Dónde se encuentra?
-Ja, ja… cerca. Está en lo alto de esta misma montaña, el único camino que llega hasta
allí empieza aquí, es el único que no he señalado... mmmm-empezó a cabecear un poco.
-¿Quieres que te ayude a ir a la cama?
-No, estoy bien... te decía, el único camino que no he señalado, se llama Baal... No es
difícil de encontrar... pero el camino es largo... y húmedo... lleva chaqueta...
-Venga, levántese, vaya a descansar.
-No, no, no. Aquí estoy bien, junto a fuego... Oye, no le digas a tu amigo nada de lo que
te he dicho... no creo que se hayan olvidado de Baal... no se lo digas a nadie... es mi
secreto...
Tuvo que forcejear un poco con ella, pero consiguió hacer que se levantara y fuera a
acostarse.
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Pasó la noche despierta, yendo a ver cómo se encontraba cada poco tiempo. No había
vuelto hablar, y lo único para lo que se movía era para mirar a su alrededor y volver a
dormirse.
Para matar el rato, había empezado a hacer abalorios de nuevo, tenía un par de ideas
para ellos, pero lo que en realidad buscaba era tener la cabeza ocupada en otra parte.
Al día siguiente ya no volvió a despertarse.
No supo con seguridad cuando murió. Entraba y salía de la casa con frecuencia,
comprobando que estuviera cómoda y no necesitara nada, pero durante un tiempo creyó
que estaba dormida, hasta que al medio día, asustada por su falta de respuesta, la tocó y
sintió que estaba fría.
Le dedicó un tiempo a llorarla junto a su cama, hasta que se dio cuenta que el Sol
bajaba.
Entonces se puso en pie y fue hasta el pueblo, donde explicó a un par de vecinos lo que
había pasado, y pidió que la ayudaran.
Aquella noche veló ella sola el cuerpo de la anciana. Un par de solícitas mujeres cuidaron
de que tuviera comida caliente, pero se marcharon pronto.
Al día siguiente, al alba, varios vecinos vinieron a buscarla y la enterraron en el
cementerio del pueblo. El espacio de un antiguo edificio rodeado de muros
desprendidos y plantas trepadoras. No hubo demasiada ceremonia, dejaron su cuerpo
envuelto en tela en un nicho, lo cubrieron, le dedicaron un momento de silencio y se
fueron.
Melia se quedó un poco más.
Se había dado cuenta que había un pequeño daimión caído en una esquina.
Probablemente, formara parte de una escultura mayor que ya se había perdido, le
faltaban las garras y medio ala estaba rota, pero decidió que serviría.
Lo cogió pesadamente con ambas manos y lo colocó sobre la tierra removida.
Estaba segura que a Sofía le hubiera encantado.
De vuelta al claro, pensó en prepararse para salir en busca de Baal, pero se sintió
demasiado triste y lo dejó para el día siguiente.
Se sentó junto al fuego y siguió trabajando en sus abalorios.
De vez en cuando, aún se levantaba pensando en ir a comprobar que Sofía estaba bien,
pero volvía a sentarse recordando que Sofía no estaba.
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El Paraíso Hundido
El amanecer la pilló por sorpresa dormitando con la cabeza apoyada en un leño que
usaban para sentarse junto al fuego. Al incorporarse sintió todos los dolores que se
podían sentir cuando uno dormía retorcido en el suelo de un bosque húmedo.
Aún atontada, empezó a ponerse algo caliente para beber, recordando un poco a su pesar
que no tendría que poner nada para nadie más.
Mientras el agua hervía, decidió que iba a ponerse en marcha inmediatamente después
del desayuno. Sofía se iba a enfadar con ella si se quedaba remoloneando por allí, y
UrsHadiic iba a echar humo por las orejas si se enteraba que su compañera había muerto
y ella estaba desaparecida, otra vez.
La montaña Ankira era bastante fría y húmeda ya allí, y más arriba era peor. No subía
mucha gente, no había más que bosque, y muy a menudo estaba todo tapado por las
nubes que se concentraban en las laderas. Eran nubes estáticas, rara vez salían de allí
para hacer llover, sencillamente estaban.
Melia se arropó y cogió mantas extras. Preparó bastantes provisiones, no sabiendo si
aquel Baal tendría de sobra, y colocó varios de sus abalorios sobre un bastón.
En el bosque había animales peligrosos, había oído que no habían visto panteras en
años, pero quería ir segura. Los animales de la selva suelen esquivar a los humanos
cuando pueden, así que haciendo ruido avisaría de su presencia y con suerte evitaría
encuentros desagradables.
Completamente cargada con el equipaje, no pudo evitar sentirse si no como un extraño
místico ermitaño de camino a la montaña, a hacer las cosas que los ermitaños místicos
hacían.
El primer día no pasó nada interesante. Solo anduvo y anduvo hacia arriba.
Estaba segura que tenía que haber una vista magnífica del horizonte en alguna parte de
lo alto de aquella montaña. Pero solo vio árboles, árboles, raíces, árboles y un mono
dormido en una rama, demasiado ocupado siendo un mono dormido para prestar
atención al otro homínido que pasaba cerca.
El camino había sido estrecho y poco definido desde el inicio, en ocasiones, lo único que
le decía que aquello era el camino es que sencillamente no había más huecos a su
alrededor por donde pudiera pasar una persona adulta.
A medida que ascendía, los árboles eran mayores, y se encontraban más separados entre
sí, facilitándole muchísimo las cosas.
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El Paraíso Hundido
Por la noche, tuvo problemas para encender fuego. Por lo visto, toda la madera por allí
estaba húmeda, ni se le había pasado por la cabeza que tendría que llevar leña a un
bosque. Tras varios esfuerzos, y después de prender fuego a media manta para poder
iniciarlo, pudo cocinar algo caliente.
Empezaba a hacer bastante frío también.
Al amanecer estaba todo cubierto en una espesa neblina, caminó con una antorcha hasta
el mediodía, que consiguió despejarse lo suficiente para ver. Justo había apagado su
antorcha, cuando vio un par de alas gigantescas sobrevolando sobre su cabeza.
Se acurrucó entre las raíces de un árbol, sorprendida. Al observar se dio cuenta que solo
era un águila, pero debía ser el águila más grande del universo. Se posó en una rama a
varios metros sobre su cabeza, el árbol era inmenso y sus ramas fuertes y gruesas, pero se
balanceó como una espiga cuando el animal se sentó sobre ella.
Melia calculó que sería al menos tan alta como la distancia del suelo a su codo.
Dudaba que fuera a atacarla, pero estaba segura que no quería cabrear a aquel bicho.
Poco a poco, y asegurándose que no hubiera un nido con huevos gigantes, o algo así,
cerca de ella, siguió andando.
Convencida de que había llegado al medio de ninguna parte, y que se había perdido y
Sofía se estaba pitorreando de ella en alguna parte del más allá. Encontró un montón de
estatuas.
Eran las mejores estatuas que había visto, fuera de Glauco. La mayoría estaban enteras,
y relativamente limpias, tenían algunas manchas de verdín, pero estaban en muy buen
estado, incluso conservaban aquella piedra negra en sus ojos, lo que les daba un aspecto
fantasmagórico entre la niebla.
Las siguió, convencida que la llevarían a alguna parte.
De forma bastante repentina, se levantó un muro de piedra frente a ella. Tenía tallado
todo tipo de figuras y motivos, formando ventanas y puertas eternamente cerradas, no
parecía haber ninguna entrada, solo roca.
Lo siguió un trecho, observándolo de lejos, y, por fin, pudo ver una sombra oscura y
alargada.
Parecía una entrada.
Se acercó y se dio cuenta que había alguien allí.
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Podía haber sido perfectamente otra estatua más. Estaba completamente estático, en
medio del estrecho marco, sus ojos apenas se movieron para seguirla. Era un hombre
mayor, pero aún se le veía fuerte, tenía el pelo largo y recogido en la nuca, era rubio,
pero por zonas se estaba volviendo gris. Sus ojos eran claros y penetrantes.
Al principio estuvo demasiado sorprendida para prestarle una atención precisa, pero
cuando consiguió sobreponerse se dio cuenta que tenía una gran marca en la cara, le
faltaba una oreja y el brazo.
Se quedaron un rato en silencio. Melia decidió que debía ser ella la primera en hablar.
-Buenas tardes... soy amiga de Sofía, me dijo que viniera aquí, que usted igual podría
ayudarme...
-¿Dónde está Sofía?
Inclinó la cabeza.
-Murió.
-¿Cuándo?, ¿por qué?
-Hace un par de días... estaba enferma, yo la cuidé. ¿Es usted Baal?
La figura quedó un momento en silencio, mirando a la nada sin contestar.
Su rostro estaba tan petrificado como la roca a su alrededor.
-¿Por qué esperas que te ayude?-dijo finalmente.
-¿Sabe algo de goeteia?, vengo de Geo, y me gustaría regresar a mi casa. Sofía me dijo
que igual podía ayudarme.
-¿Dónde está?
-¿El qué?
-Sofía.
-La enterramos en el cementerio del pueblo.
En aquel momento, el tipo dejó de mirar a la nada, y la miró fijamente a los ojos.
Melia se estremeció. Eran penetrantes como agujas de hielo, pero aún más vacíos que las
estatuas que le rodeaban.
¿Era un daimión?
¿Así eran los demás daimiones?
Baal se volvió.
-Entra-dijo, desapareciendo entre las sombras.
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Se acercó, cuidando donde pisaba, ella no podía ver en aquella oscuridad. La entrada
daba a un estrecho pasillo, que continuaba recto durante varios metros, no había ni una
sola antorcha en todo el trayecto. Finalmente, vio luz anaranjada al fondo, y llegaron a
una habitación.
Era una habitación sencilla, contrastando bastante con los elaborados adornos de piedra
en el exterior. Era rectangular, con un nicho donde ardía una hoguera como único
adorno en las paredes.
Había una mecedora junto al hogar, y una mesa con una silla en la esquina opuesta.
No había más.
-Siéntate-ordenó, mientras él se reclinaba en la mecedora y volvía a quedarse estático,
mirando a la nada.
Melia cogió la silla y se acercó, esperando que el daimión hablara primero, pero no abrió
la boca.
-¿Puede ayudarme?-repitió.
-No sabes goeteia.
-No.
-No puedo hacer mucho por ti, no conozco la forma de volver usando la goeteia.
-Ah, está bien. Sofía me dijo que conocía un objeto que podría ayudarme.
-La Corona de Daia.
-La... ¿eh?
-Todos la están buscando, la Corona de Daia, pero yo no la tengo.
-¿Qué es la Corona de Daia?
-El nombre lo dice.
-Sí, pero ¿para qué sirve?
-Puede servirte para pasar de un lado a otro, de Geo a Ethlan. Es una joya sagrada,
junto con el cetro, que tienen los Anax. Creen que puede usarse para despertar a Daia,
pero nadie sabe qué fue de la corona desde hace mil años.
-¿Cómo es que no lo saben?
-Se evaporó, oí que cayó al mar... Yo la guardé los mil años anteriores, pero los Urs nos
traicionaron, la querían para ellos, y luego los En traicionaron a los Urs. Hubo guerra y
acabó en manos de los En, yo conseguí desaparecer entonces, y poco después
desapareció la Corona. Los En dicen que los Urs se le robaron, y los Urs que no saben
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nada. Los rumores contaban que hubo una batalla entre dos jóvenes idiotas y se les
acabó cayendo al mar sin que se dieran cuenta.
-Vaya...
No parecía que iba a recibir mucha ayuda allí. Se preguntó si con los "Urs" se refería a la
familia de UrsHadiic, ya había oído antes que era un nombre familiar.
-Umm... ha oído hablar de un tal "UrsHadiic".
Baal ni parpadeó.
-Es un nombre ridículo, ¿conoces a alguien que se llame a sí mismo así?
-...sí, ¿por qué es ridículo?
El tipo mostró por fin emoción, se la quedó mirando, obviamente convencido que
hablaba con una tonta del bote.
-Hadiic es el nombre que se da a los daimiones que acaban de hacerse adultos, significa
"nuevo", cuando consiguen hacer algo útil para la familia, se lo reconocen poniéndole un
nombre de verdad. Ningún adulto respetable iría por ahí llamándose "Hadiic". Es falso.
Melia estuvo a punto de reírse.
Miró el hueco por donde había llegado. No tenía mucho más que hacer allí, el asunto de
la Corona era interesante, pero si varios daimiones no habían podido dar con ella en mil
años, nada podía hacer.
Había pasado de tener un problema sin solución, a muchas soluciones que no servían.
Aún le quedaba Gerón, de cualquier forma.
-¿Conoces más daimiones?
Se volvió algo sorprendida. Baal a veces mostraba iniciativa y todo.
-Sí, uno, pero no le diré que está aquí.
-...¿sois amigos?
-Más o menos, un tipo le ha contratado para que me cuide, pero me ha dejado un
tiempo sola.
-¿Te gustaría librarte de él?
Parpadeó, preocupada por aquella pregunta.
-¿A qué se refiere?
El viejo daimión se puso de nuevo en pie, y caminó hacia una pared.
-No sé cómo hacer para cruzar los Lagos, pero aún tengo algo de goeteia que podría
servirte...
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Con un movimiento de su único brazo, en la pared se formó otra entrada.
Melia le siguió, intrigada.
Llegaron a otra habitación, estaba llena de libros.
-Puedo ayudarte a desaparecer, si quieres-dijo él-. Es lo que mejor se me da.
-¿Desaparecer?
-Sí, es sencillo, hasta alguien sin experiencia podría aprenderlo pronto, aunque tiene
algunos inconvenientes.
Le enseñó un libro lleno de símbolos que en principio no entendió.
-No mires las letras, no van a decirte nada y no creo que tengas tiempo de aprender eso
ahora. Esta forma de goeteia ayuda a hacer que un daimión no te detecte, en realidad,
con humanos funciona también bastante bien. El problema, es que no sirve si el daimión
ya sabe que estás ahí, o si tú misma te delatas de alguna forma, haciendo un ruido fuerte,
o moviéndote con brusquedad.
Aquello sonaba bastante bien.
-¿Dice que se puede usar con humanos?
-Sí, supongo, pero ¿a quién le importa?
Ya, claro. Humanos. Pfffff.
Intentó explicarle cómo hacerlo el resto del día. Al principio no entendía nada.
Realmente, aquello de la "empatía" era un concepto que a los daimiones se les salía
volando por la ventana. Sintió un renovado aprecio por UrsHadiic.
Tuvo que retorcer su cerebro e intentar pensar como un daimión para conseguirlo.
<<Vamos a ver, soy una criatura aburrida y rancia que se ha olvidado lo que es tener
sentimientos y que además tengo un ego que no me entra por la puerta...>>
En realidad, aquello no le ayudó nada, pero al pensar comenzó a entrarle sueño, y, por
alguna razón, hizo algo bien.
-Oh, has hecho algo bien.
Era bueno saberlo.
Volvió a intentarlo. Era como quedarse dormida, del mismo modo que sentía que era
arrastrada a alguna parte cuando tenía sus misteriosos sueños. En aquel momento, era
como si ella arrastrara el sueño.
Y aquel gran rompecabezas que la había preocupado toda su vida, tuvo sentido.
Hacía goeteia en sueños, sin darse cuenta.
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Sonrió embelesada a Baal, que no hizo nada.
Aquello era maravilloso, eso quería decir que ahora podría intentar controlar sus sueños.
Si aprendía goeteia, aprendería a dominar los sueños.
Eso si conseguía un hueco para quedarse dormida.
Por lo visto Baal no encontraba diferencia alguna entre el día y la noche.
Y dormir era para los débiles.
Por la madrugada, Melia ya tenía medio dominado aquello de desaparecer, tenía que
practicar pero el daimión daba la impresión de estar ya aburrido de verla allí, así que
empezó a despedirla en cuanto estuvo seguro que al menos comprendía los mecanismos
básicos.
Antes de irse, Baal le recomendó aprender lo que decían los símbolos que había visto en
los libros. Si quería saber más de goeteia, si conocía los símbolos podría hacer más,
mucho más.
-Y otra cosa...-estaba a punto de marcharse, pero esperó, viendo como metía su brazo
bueno por el cuello de su camisa y sacaba algo. Era una cadena unida a un anillo- A
cambio de lo que te he enseñado, quiero que dejes esto en la tumba de Sofía.
Melia lo miró. Era un anillo de oro, con la palabra "corazón" grabada. No entendía lo
que podía significar. Al levantar de nuevo la cabeza se encontró con una pared de piedra.
Baal se había ido.
Iba a tener que aprender también cómo se hacía eso.
Se marchó de allí lanzando frecuentes miradas atrás.
De vez en cuando miraba el anillo en su mano.
"Corazón" ¿Qué quería decir con aquello?
Sospechaba que Sofía la Vieja se había ido a su tumba guardándose muchas, muchas
cosas.
Hizo lo que Baal le pidió.
Tras el viaje de cuelta, y vigilando que nadie la viera, enterró el anillo en la tumba, y
puso la figura del daimión encima.
-Me hubiera gustado que me contaras esta historia... pero supongo que si te la guardaste
para ti era por algo, ¿verdad?
Se quedó algunos minutos pensando frente al espacio de tierra aún revuelta y sin
vegetación, antes de ponerse en marcha.
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Tenía que buscar a UrsHadiic.
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14.Juntos
Tres días de distancia no era mucho, y menos para una pequeña ciudad bien
comunicada.
Llegó allí sin ningún tipo de problemas. Un poco cansada, un poco triste, y un tanto
alegre por volver a ver a UrsHadiic.
Entonces se dio cuenta que no tenía ni la más remota idea de dónde buscarle.
Ummm.
Dendron no era muy grande, empezó por algunos hostales, y, mientras preguntaba,
acabó sin tener la más remota idea cómo, en una pelea de borrachos.
Se agachó detrás de una mesa caída mientras oía a los borrachos juramentar e intentar
golpearse mutuamente con botellas, pero les fallaba la puntería.
En aquel momento UrsHadiic entró por la puerta.
Ignoró a los borrachos y pareció no darse cuenta que ella estaba allí, iba derecho a las
habitaciones.
Melia sacó el brazo de su escondite y le llamó.
-¡UrsHadiic, hola!
El daimión parpadeó confundido mirando el brazo parlante. En ese momento, una
botella se estrelló contra su cabeza.
Se produjo un súbito silencio, frío y nervioso.
Por allí debían saber quién era.
Se atrevió a salir de su escondite. El dueño del local había reaparecido con varios
soldados, pero se quedaron todos en la puerta, observando.
Con toda la parsimonia del mundo, UrsHadiic se quitó trozos de barro de la botella.
Hizo un intento de limpiarse la cara con la manga. Y luego lanzó una mirada asesina a
los borrachos que hizo que al menos dos se mearan encima y el tercero vomitara y se
desmayara.
Finalmente, cogió a los dos que estaban conscientes del cuello y los lanzó fuera del local,
mientras los soldados dejaban un espacio prudente.
-¿No vas a cargarte a nadie hoy?-preguntó.
-No, estoy de buen humor-pero podría haber lijado granito con aquel tono de voz-,
¿dónde has estado?, me enteré que la vieja murió hace más de una semana.
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El Paraíso Hundido
-Aah... me perdí un poco.
-¿Sí?, también te has perdido al contacto.
-¿En serio?, ¿qué ha dicho?
-Nos esperan en Oon en un mes.
-¿Está lejos?
-Bastante.
-¿Por eso estás enfadado o porque he llegado tarde?
Subían hasta las habitaciones, y de repente quedó parado en medio de las escaleras.
-Han estrellado una botella en mi cabeza.
-Ya lo sé, lo he visto, ha sido divertido, pero tengo la impresión de que no estás
enfadado solo por eso.
-Vale, estoy enfadado por muchas cosas, ya estaba pensando en salir a buscarte, y
alguien estrella una botella en mi cabeza. A veces tengo la impresión que hay alguien ahí
fuera que se divierte haciéndome sufrir.
UrsHadiic abrió la puerta del cuarto y entró.
-¿Cómo estás?, ¿has tenido problemas?
-Nno, no mucho, solo algunas vueltas de más...
-¿Y sobre la vieja?
-Bien, estoy bien.
-Estupendo, así no me darás la lata durante el viaje.
-Muy amable. Venga, dime de verdad lo que te pasa.
Le vio quitarse la camisa sucia y ponerse otra, ignorándola.
O intentando desviar su atención a su abdomen, una de dos.
Finalmente, se dejó caer sobre la cama, con aire derrotista.
-Oon está muy cerca de Etimón.
-...¿Etimón?, ¿no es la montaña de en medio de la isla?
-Sí.
-¿No se supone que alrededor están los...?, oh, ¿tienes miedo de encontrarte con
conocidos?
-No, pero no me gusta la idea de ir hasta allí.
-¿Por qué?
-...cosas.
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El Paraíso Hundido
Se sentó junto a él.
-Vamos a tener que viajar juntos de nuevo.
-Lo sé.
-¿Vas a portare bien?
-¿Vas a salir huyendo llevándote todo mi dinero?
-Deberías responder tú primero.
-Se te han pegado cosas de la vieja aquella.
Sonrió y se quedó mirándole. Se hizo un silencio algo tenso.
-Y... eh, ¿qué planes tienes?
UrsHadiic dio un respingo y se puso en pie. Como si se acabara de recordar algo.
Discutieron el viaje y lo que harían; empezando al día siguiente, se pondrían en marcha
hacia Oon.
Melia no estaba segura de a qué le daba más vueltas, si al viaje, o a lo que se
encontrarían al llegar.
Los primeros días de marcha se le hicieron muy agradables, algo que agradeció porque
aún se sentía mal por Sofía y no quería problemas.
UrsHadiic se estaba comportando bien, y lo mejor es que no se esforzaba por hacerlo,
estaba tranquilo y relajado. Lo cual contribuía a que ella se sintiera feliz, lo cual daba la
impresión que tranquilizaba aún más al daimión.
-¿Por qué tenemos que ir andando?, ¿seguro que serías capaz de llevarnos volando en un
pis pas?
-¿En un qué?
-Rápidamente.
-No, de eso nada, ¿sabes lo que cuesta cargar con mi propio peso?, gasto menos energías
yendo andando hasta allí que volando. Y aterrizar de la nada pegando a la frontera de
territorio daimión es un tanto imprudente.
-Vaya...
-¿Pasa algo?
-Pensaba que sería divertido volar un poco.
UrsHadiic la miró como si estuviera loca.
-¿Crees que soy una mula?
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El Paraíso Hundido
-No, claro. Tú eres aún más difícil de montar-el daimión le lanzó una mirada cargada de
suspicacia, pero no respondió nada-. Solo era una idea, si prefieres andar andaremos.
A veces sentía deseos de preguntarle directamente porque no había querido acostarse
con ella. Después de que la dejara tirada de aquella mala manera, solo le venían a la
cabeza malos recuerdos, por lo que el tema la molestaba. Viajaban muy a gusto, y no
quería estropearlo, así que se callaba.
No podía ser porque fueran incompatibles, ¿verdad? Ella era la prueba viviente de que
en algún momento daimiones y humanos habían conseguido llegar a tener hijos. Lo
único que le quedaba es que sencillamente no estaba interesado en ella. O no tanto
como para complicar su trabajo durmiendo juntos. Igual UrsHadiic era un profesional
serio.
Era un tanto deprimente que solo se decidiera a ser serio así.
Cuando cruzaban alguna región fría y montañosa, conseguía al menos acurrucarse junto
a él por las noches. No parecía importarle.
Una noche despertó, y vio su cara dormida a pocos centímetros de la suya. Era muy raro
verle dormir, normalmente siempre estaba despierto para cuando ella caía, y se levantaba
el primero. También parecía tener un sexto sentido para darse cuenta si ella estaba
dormida o no, y abría los ojos inmediatamente.
Pero aquella noche, dormía como un bendito.
Melia le observó embobada. UrsHadiic parecía realmente muy joven, y muy guapo.
Su nariz y su barbilla no eran especialmente bonitas, y llamaban mucho la atención.
Dependiendo del humor que estaba, Melia lo comparaba con un águila, un cuervo, o un
buitre. Luego mantenía siempre una expresión hosca y tensa, que relajaba muy pocas
veces, y aún cuando lo estaba, algunas sombras y arrugas la mantenían aún en su cara,
como recordatorio.
Sin embargo, en aquel momento, no había sombras. Estaba completamente en paz.
Era muy joven, inocente y adorable.
Las mariposas en su estómago se murieron al pensar en lo que Sofía le había dicho sobre
las segundas generaciones, sintió una inmensa furia y se juró que mataría a la persona
que había hecho de UrsHadiic el tullido emocional que era actualmente.
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El Paraíso Hundido
Al día siguiente se sentía muy cansada por la falta de sueño. Aunque estaba algo
acostumbrada, había intentado controlar sus sueños con la goeteia, por el momento con
rotundos fracasos, que además la dejaban agotada, como si no hubiera dormido.
En un pueblo vio un puesto con unos preciosos brazaletes dorados. No eran oro, solo
una imitación, pero eran bonitos y tenían cristales rojos.
-Oh, mira... Hacen juego con mi horquilla...-y la sacó de debajo de su cinturón.
-¿Aún llevas eso?
Se quedó sorprendida un momento. Sí, aún la llevaba, de hecho, no se había separado de
ella nunca. Iba a ser interesante explicarle aquello.
-Aah...
No se le ocurría nada.
-¿Por qué no te lo pones?, es una tontería llevar las cosas guardadas.
-Igual me lo roban...
-No conmigo por aquí.
-Ya, porque tienes un campo de fuerza especial contra las manos largas.
-¿Un qué?
-Nada, los ladrones pueden ser muy disimulados, lo sabes ¿no?
-Sí-gruñó-, pero ¿que gracia tiene un adorno si se lleva oculto?
Melia suspiró. Tenía su gracia, aunque solo tenía sentido para ella.
Se lo puso en el pelo y se compró los brazaletes. Tenía dinero ahorrado y de lo que Sofía
le había legado, pero en general dejaba que UrsHadiic pagara, o, más bien, Gerón.
Que se jodiera Gerón, tenía que hablar muy seriamente con él cuando se encontraran.
Salieron del pueblo en dirección a otra montaña. Había muchas cuanto más se
acercaban a Etimón, la inmensa montaña estaba rodeada de grandes cordilleras, cada ves
más altas y juntas. Empezó a pensar que la región tenía forma de rosa, o un cardo... una
gran flor en el centro, rodeada de pétalos y hojas más pequeños.
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El Paraíso Hundido
15.La reina y las bestias
Caminaron varias horas sin encontrarse con nadie. Tampoco había mucho movimiento
por allí, a los humanos no parecía gustarles vivir pegados a los daimiones.
Entonces encontraron a un chico. No parecía ser más que un adolescente. En lo primero
que se fijaron era que andaba de forma extraña, dando tumbos como un borracho. Se
apartaron con desconfianza, y cuando pasaron a su lado vieron que tenía una gran
mancha de sangre en su cabeza, cayendo por su camisa hasta su cintura.
-¡Oh, Dios mío!, ¡Chico, espera!
Melia corrió tras él, intentó cogerle de los brazos. El joven se dio la vuelta sorprendido,
no se había dado cuenta que había alguien allí, sus ojos no eran capaces de enfocar y
balbuceaba cosas incomprensibles.
-Ven, túmbate... UrsHadiic, ¿tienes algo para su cabeza?
El daimión miró al chico con desinterés.
-Habría que limpiarlo.
-¡Pues ayúdame!
Encogiéndose de hombros, dejó su equipaje y fue a buscar algo de agua.
Consiguieron limpiar la herida y vendársela, tenía también un brazo roto y le dolía la
pierna. UrsHadiic había bajado a un pueblo cercano, avisando que habían encontrado un
herido, y un par de personas prometieron que se acercarían después. No resultaban muy
ansiosos de salir de sus casas por alguna misteriosa razón.
-Pueblo... están... en el pueblo...
-¿Dices algo?, ¿qué pueblo?
Poco a poco, el chico parecía recobrar el sentido.
-Mi pueblo, unos hombres, han atacado... la gente se ha escondido, van a matarlos...
ayuda, necesitamos ayuda...
-¿Quién va a matarlos?
-No lo sé-se echó a llorar.
Melia miró a UrsHadiic. UrsHadiic la ignoró. Melia continuó mirando. UrsHadiic
frunció el ceño.
-No.
-Solo acercarnos...
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El Paraíso Hundido
-No.
-Igual hay más como él.
-No.
-¿Y si nos los encontramos nosotros también?
-A veces me pregunto si de verdad te gusta tan poco como dices que ande por ahí
matando gente.
-Tampoco me gusta que maten a aldeanos inocentes. Y no tiene que morir nadie, solo
podemos acercarnos, podría haber más gente que necesite ayuda.
-¿Y qué hacemos con este?
El chico había abierto mucho los ojos.
-Id, id... ayudadnos, por favor...
-Bueno, los del pueblo de abajo dijeron que se acercarían. Nosotros no podemos hacer
más por él.
Le dejó unas mantas, una fogata y algo de comer y beber. El pobre infeliz tenía
problemas para moverse, y muchos dolores, pero parecía estar más despierto, y ansioso
de que se fueran.
-Solo acercarnos-insistió UrsHadiic.
Continuaron el ascenso con precaución, vigilando los caminos. Todo estaba muy
silencioso.
Encontraron un precipicio y manchas de sangre.
-¿Crees que se caería por aquí?
El daimión miró a lo alto, preocupado. Melia le notaba muy tenso.
-Podría, hay algo ahí arriba.
Continuaron subiendo. El silencio era tan profundo, que no se dieron cuenta que ya
habían entrado en el pueblo. Vieron una pequeña estructura de madera y, tras una curva,
surgieron varias casas.
Las casas formaban un irregular semicírculo, como la mayoría de los alrededores, para
formar en su centro una plaza.
En la plaza había tres hombres.
O igual no.
UrsHadiic se echó hacia atrás, prácticamente empujándola, y por un segundo creyó que
iba a echar a correr.
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El Paraíso Hundido
Le vio ponerse rígido, y bajar la cabeza.
Empezó a asustarse.
Uno de los tres se acercó. De rostro serio y desconfiado.
-¿Quién eres?
-Solo estoy de paso-respondió UrsHadiic.
-Tu nombre.
-No tengo.
El tipo desconfiado le miró de arriba a abajo. Luego se fijó en Melia.
-¿Quién es?
Melia notó que la agarraba del brazo y la apartaba de un empujón. Se cayó al suelo.
-Nadie, me da calor por las noches. Vete de aquí.
Confundida y algo herida, se puso en pie.
De los dos tipos que quedaban la plaza, uno la ignoraba, y el otro sonreía, por lo visto le
había hecho gracia su caída.
Melia miró hacia atrás, sin entender muy bien lo que estaba pasando.
De una de las casas frente a ella, alguien se asomó por una ventana y le hizo señas para
que se acercara.
Lanzando una última mirada a su compañero, se dirigió al edificio.
Al entrar por la puerta, alguien la arrastró hasta el fondo.
-¿Quiénes sois?, ¿traéis más ayuda?
Se quedó perpleja.
No había mucha luz. Entonces se encontró con que había muchas personas allí
acurrucadas, todas mujeres, menos un niño.
-¿Qué pasa?, ¿y los hombres?
-Los han metido en otra casa. Nos quieren separar, han amenazado con matarnos de
uno en uno.
-¿Qué?, ¿por qué?
La mujer con la que hablaba, muy mayor, pero fuerte y de gran tamaño, se echó a llorar.
-No lo sé... dicen que buscan a alguien... y que nos irán matando uno a uno si no sale...
-¿A quién buscan?
-Usestar... Usistar... Algo así... No nos suena de nada...
-¿Y ellos no saben cómo es esa persona?
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El Paraíso Hundido
La mujer negó con la cabeza.
Melia miró alrededor suyo. Gran cantidad de rostros aterrorizados, se abrazaban las
unas a las otras y lloraban preguntándose qué estaría pasando en el otro edificio. Se fijó
en una mujer sentada en una silla con la cabeza vuelta, tenía unos rasgos muy marcados
y vestía envuelta casi de los pies a la cabeza en un pañuelo negro. Inmediatamente
sospechó que había algo raro en ella, pero no pudo precisar el qué.
Se acercó a una de las ventanas y espió un poco lo que pasaba fuera.
UrsHadiic hablaba con uno de los tipos, la conversación parecía tan tensa como cuando
les dejó.
-¿Y por qué no hacen algo? Solo son tres...
Las mujeres abrieron los ojos, encogiéndose aún más.
-Ss... son daimiones...-musitó alguien, como si solo al pronunciar la palabra fuera a caer
muerta.
Melia se quedó petrificada.
Tres...
Tres daimiones...
Oh, Dios.
UrsHadiic no tenía nada qué hacer. La única forma de salir vivos de allí iba a ser
intentando convencerles de que no les servían para nada.
-Vaya...
-¿Va a venir ayuda?-repitió otra persona.
A Melia se le encogió el estómago.
-Nos... nos encontramos un chico por el camino, y vinimos a ver, estaba herido pero lo
dejamos consciente...
-¿Cómo se llamaba?
-No lo dijo.
-¿Era muy joven y moreno?
-Sí.
Alguien dijo un nombre y una mujer se puso a llorar.
-Avisamos a un pueblo cercano... pero no sé si vendrá más ayuda...
Se produjo un frío tenso y terrible.
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El Paraíso Hundido
-Si conseguís salir de aquí-dijo la primera mujer que habló con ella-, pedid más ayuda,
por favor, necesitamos mucha ayuda...
-Sí, lo haremos, UrsHadiic les convencerá para que nos deje marchar y pediremos
ayuda.
-¿Qué has dicho?
La voz sonó como un látigo. Todo el mundo enmudeció de golpe.
Melia miró hacia el montón de gente, intentando averiguar quién había hablado. Casi
de golpe, la mujer del gran pañuelo negro se presentó frente a ella.
-¿Qué has dicho?-repitió.
-Que... buscaríamos ayuda...
-No, el nombre...
-¿UrsHadiic?
Por un momento, los ojos de la mujer brillaron, con una extraña lentitud la vio asomarse
también a la ventana.
-Mm... tres es difícil... dos, es otra cosa...
Melia vio como se daba la vuelta, dirigiéndose a la puerta con la misma lentitud, pesada
pero decidida, con la que se había acercado. Dejó el pañuelo en el suelo, y salió a la
plaza.
Las mujeres observaban sorprendidas. Los cuatro daimiones de fuera también quedaron
completamente mudos.
Entonces el cuello de la mujer se extendió.
-¡Oh, mierda! ¡Fuera, todas fuera de aquí!
Cogió a una de las mujeres y la intentó sacar fuera, por un instante se mostraron reacias
y absolutamente descolocadas. Hasta que un piso superior se vino abajo por el ala de un
daimión.
Salieron corriendo entre trozos de madera que caían y unos rugidos que helaban la
sangre. El suelo temblaba por los golpes y Melia apenas se atrevía siquiera a volverse a
ver lo que ocurría.
A su alrededor, solo veía gente huyendo, casas que se venían abajo y la sombra
gigantesca de unos monstruos.
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El Paraíso Hundido
Subieron a lo alto de la montaña, subió todo lo que pudo antes de darse la vuelta, pero
entonces, un daimión apareció de la nada y cayó a pocos metros, aterrorizando a la gente
que huía.
Melia intentó averiguar si era UrsHadiic, pero la bestia se puso en pie con rapidez y se
mezcló con otro daimión en el caos del combate.
Decidió que tenía que alejarse aún más para estar segura y ver lo que ocurría. Ascendió
corriendo por una pendiente aún más empinada, hasta quedarse sin aire, y se protegió
tras unas peñas.
Uno de los daimiones era monstruoso. Volaba sobre el pueblo porque apenas tenía sitio
para apoyarse sobre la pequeña plataforma en la que se alzaba, dos daimiones intentaban
lanzarse a por su cuello y sus alas, pero la gigantesca criatura los rechazaba, consiguió
lanzar a uno al suelo, haciendo volar por los aires un gran espacio de bosque, árboles
enteros saltaron como si no fueran más que astillas. Antes de que el caído pudiera hacer
nada, su enorme adversario apoyó las garras sobre su pecho y, bajando el largo cuello, le
arrancó la cabeza de un mordisco.
A Melia se le encogió el estómago.
No era UrsHadiic, ¿Verdad?, por favor, que no fuera UrsHadiic.
Sabía que la melena que lucía alrededor del cuello y sobre el pecho era marrón, algo más
rubia en su nacimiento, la del caído era más apagada. Y la del daimión gigante era negra.
Otra bestia intentó sorprender a la de pelo oscuro cuando estaba terminando con su
compañero, pero la gran criatura extendió de golpe las alas y arqueó al lomo, golpeando
al atacante que no pudo reaccionar en el aire y terminó por caer de lado. Se incorporó
antes de que su enemigo también pudiera alzar el vuelo, intentó alejarse para coger
mejor distancia, pero su rival no le dejó. Cogiendo impulso se lanzó contra él, con una
fuerza descomunal, empotrándolo contra la pared de roca de la montaña, haciendo que
esta temblara como si la sacudiera un gran terremoto.
La bestia cayó, aún moviéndose, pero muy malherida, rodó montaña abajo, llevándose
decenas de árboles a su paso y cayendo pesadamente sobre el pueblo, entonces dejó de
verla. Melia imaginó que se había vuelto humano de nuevo.
De los otros dos que quedaban luchando, uno salió huyendo apresuradamente. Él y su
rival habían estado muy igualados, ambos llevaban varias heridas encima, se dio cuenta
que el que se quedó tenía la melena castaña.
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El Paraíso Hundido
Volvió a bajar corriendo por la montaña, oía a la gente atrás llamándola para que
volviera, pero Melia estaba terriblemente asustada por su compañero.
El camino de vuelta era un desastre, había tierra y madera atravesada en varias zonas y
tuvo que trepar por ellas para llegar, y el pueblo no estaba mucho mejor. Tan virulento
había sido el combate que aún llovían astillas, serrín y partículas de tierra del cielo.
Melia tosió, mirando a todas partes.
No había daimiones a la vista ya, así que imaginó que se habrían transformado de nuevo.
Cuando estaba vuelta sobre la plataforma que había hecho de plaza del pueblo hasta
entonces, vio a la mujer del pañuelo.
La mujer se volvió un segundo para mirarla, pero pronto apartó la vista.
Estaba completamente desnuda, y se acercó a la esquina de lo que había sido una casa,
donde descansaba su gran pañuelo negro. Con lentitud y ademanes dignos, se lo colocó
alrededor del cuerpo como si fuera una toga. A continuación, se sentó.
-Disculpe... ¿dónde está UrsHadiic?
La mujer daimión no dijo nada, solo hizo un gesto con la mano.
-Gracias.
Melia se encontró a su compañero medio tirado en la salida del pueblo. Parecía intentar
detener las heridas del cuello y la espada con trozos de su camisa.
-Déjame, yo te ayudo.
-Solo vamos a acercarnos... no pasará nada...
-Oye, lo siento... lo siento mucho...
Sintió ganas de llorar, se alegraba tanto de que estuviera bien.
Fue a buscar agua al pozo del pueblo, encendió una hoguera e intentó encontrar aquellas
plantas que usaba como ungüento, solían ser plantas bastante comunes, pero no
conseguía dar con ellas entre toda la madera y tierra revuelta. Por el momento, tuvo que
conformarse con limpiar las heridas con agua caliente y vendárselas.
Cuando creyó que ya estaba todo, le dio un abrazo con cuidado, pidiéndole disculpas de
nuevo.
-Ya, bueno, seguro que nadie hubiera previsto que pasara esto, no importa...
Le dio un beso en la frente y continuó abrazándole. UrsHadiic no protestó mucho más.
Como si fuera un fantasma, la mujer de negro apareció lenta y silenciosamente de entre
el polvo.
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-Sigues vivo... Hadiic.
-¿Te sorprende?
-No mucho, posiblemente lo único que sabes hacer bien es conseguir que no te maten.
-También se hacer malabarismos con cuchillos.
-¿Has visto lo que ha ocurrido por tu culpa?
-¿Mi culpa?, hace años que no vengo por aquí.
-Me faltan guerreros, yo misma tengo que salir en misiones, gracias a tu
irresponsabilidad.
-No, se llama "dejadme en paz", y no se te va a romper una uña por hacer el trabajo
sucio de vez en cuando.
-Ponte en pie, nos vamos a casa.
-No, tengo otras cosas que hacer.
-No estás en posición de negarte, puedo engancharte en un anzuelo como a un pez y
llevarte a rastras.
Melia notó que la respiración de su compañero se aceleraba. ¿Qué estaba pasando?
-¿Puedo al menos descansar un poco?, ¿o vamos a irnos andando?
-¿No has descansado suficiente?
-No.
-Eres patético, Hadiic.
La mujer de negro se alejó, la vio desaparecer con el mismo silencio con se había
presentado frente a ellos.
-¿Quién es?-preguntó en un susurro, tenía la impresión de que podía oírla desde la otra
punta del pueblo.
-UrsIstar... la matriarca de mi familia... Y mi madre, en general...
Melia parpadeó. Ahora que lo pensaba, sabía que había algo familiar en aquella nariz y
mandíbula.
-Parece que se alegra de verte.
-Sí, ha brincado de la emoción.
-¿Qué quiere hacer?, ¿a dónde quiere ir?
-A nuestro territorio, supongo. Me ha encontrado, y quiere que vaya de vuelta a casa.
-Pero...
-Ya lo sé, ¿crees que ahora mismo puedo hacer algo por impedirlo?
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-No...
Le abrazó con un poco más de fuerza, preocupada.
Así que ella era el daimión gigante, así es una primera generación cuando se transforma.
Aquello sí que era realmente un monstruo. Estaba segura que la mujer hubiera podido
derrotar sola a los otros tres, estaba completamente ilesa después de acabar con dos.
Pero habría preferido que mataran a todo un pueblo antes que mostrarse y arriesgarse a
quedar herida, también había preferido arriesgar la vida de su hijo.
Se le crisparon las manos.
Poco después volvió a aparecer.
UrsHadiic se puso en pie, aunque aún no podía moverse bien.
-¿Qué va a pasar conmigo?
El daimión pareció dudar.
-Te vienes. Ten esto en cuenta: UrsIstar es la reina, sus hijos directos somos sus
súbditos, los fieles y aliados, son siervos. Los humanos sois gusanos. Tienes suerte, si lo
piensas, no te prestará mucha atención.
Melia sonrió. En realidad, lo que la asustaba es que la dejara atrás.
Paradójicamente, en aquel momento la feroz damión se la quedó mirando.
-¿Vas a llevártela? Ya tenemos de estas en casa.
-No me arrimaría a las arpías feas y arrugadas que tienes por esclavas ni muerto.
-Si crees que puedes con ella...-dijo, pasando de largo y lanzándose súbitamente por el
mismo acantilado en el que unas horas antes encontraron sangre. Reapareció volando,
transformada en una bestia.
-Muy bien, Melia, sujétate... ¿no querías volar?
-¿Seguro?, ¿estás bien?
-Sí... cuando me transforme, vete más hacia el lomo, tengo menos heridas y te moverás
menos.
-Sí, claro...
Espera.
Espera. Espera espera.
¿Qué?
Antes de que pudiera decir nada más, notó un fuerte golpe que la levantó hacia lo alto,
para volver a caer de nuevo en algo duro y áspero.
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Al abrir los ojos, se encontró el suelo a varios metros de distancia.
Sintiéndole algo renqueante, UrsHadiic tomó más impulso del que tomaría
habitualmente para conseguir suficiente aire y volar.
Melia sintió un súbito golpe de viento frío en la cara, tan fuerte que a punto estuvo de
hacerla caer hacia atrás.
Recordando lo que le había dicho, y dándose cuenta que estaba tumbada cerca de una
cicatriz en el cuello, retrocedió a gatas hasta casi el centro del lomo, donde el pelo de su
melena se empequeñecía.
Se dio cuenta entonces que no era pelo. Eran plumas, pero finas y sedosas. Se agarró a
ellas, sintiendo que la protegían del viento frío y la ayudaban a equilibrarse.
Estaba volando. Estaba volando encima de UrsHadiic.
Empezó a reírse algo a su pesar, lo encontraba tontamente divertido.
Cuando comenzó a acostumbrarse, se atrevió a incorporarse un poco más. Hasta quedar
prácticamente sentada, mirando a su alrededor.
Vio moverse las grandes alas violetas a los lados, con las plumas sacudiéndose por el
viento, bajando y subiendo lentamente en ocasiones, para mantener el aire pasando bajo
ellas a gran velocidad.
Por encima, bastante lejos considerando su tamaño. Vio a UrsIstar. Se preguntó si ellos
volaban tan bajo porque UrsHadiic se encontraba mal, o para que ella se sintiera más
cómoda.
En el suelo pudo ver manchas oscuras y verdosas de árboles y bosques, y peñas de piedra
sobresaliendo entre ellos. Pasaban las montañas por encima, casi rozando sus picos, y, de
súbito, a lo lejos vio una enorme y oscura masa, que bloqueaba por completo el
horizonte.
-¿Esa es la montaña de Etimón?
No esperaba respuesta, nunca había oído hablar a UrsHadiic cuando tenía aquella
forma, pero sintió un suave ronroneo bajo ella.
¿Ronroneaba?
¿Ronroneaba como un gatito?
Vale, aquello sí era muy divertido.
-¿Eso es un sí?-le preguntó.
El ronroneo se repitió.
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El Paraíso Hundido
Melia empezó a reírse otra vez.
-Sois unas bestias realmente curiosas, la que os creó debía estar muy borracha cuando os
concebió.
Hubiera podido disfrutar de aquel viaje, si no hubieran dos cosas principalmente que la
precupaban: las heridas de UrsHadiic, y la terrible forma oscura que volaba sobre ellos.
¿Para qué querría a su hijo?
UrsIstar empezó a hacer círculos, y fue descendiendo. Se internaron en un valle alto,
rodeado de picos oscuros y afilados. Aquel lugar parecía en medio de ninguna parte,
hacía tiempo que Melia no había visto un solo pueblo.
La matriarca se posó en una amplia extensión de terreno, junto a pequeño lago. Frente a
ella, se extendían unas largas escaleras que daban a un gran portal tallado en la pared de
roca negra. De interior bajaron un montón de figuras minúsculas, que supuso serían
personas o más daimiones, saliendo a recibir a su señora.
El aterrizaje de UrsHadiic fue más accidentado. Primero, se cargó la punta de un bonito
ciprés, al llegar a tierra, estuvo a punto de salirse de la pista y caer de cabeza al lago,
cuando consiguió parar se desplomó.
Melia lo interpretó como la señal para bajarse inmediatamente.
Su vuelta a forma humana era algo más lenta y menos espectacular, sencillamente
encogía, parecía que sus alas se caían y desprendían, mostrando bajo ellas un hombre
desnudo y encogido.
Y bastante herido.
Se acercó a él e intentó buscar algo en su zurrón para cubrirle.
La gente que había cerca del las escaleras prestaban toda su atención a UrsIstar, que ya
se había envuelto en otro largo pañuelo oscuro y subía majestuosamente las escaleras con
su séquito correteando detrás.
Solo vio una figura acercándose a ellos.
UrsHadiic se puso en pie y comenzó a andar hacia la casa. Melia le acompañaba,
pasándole un brazo por la cintura, por si acaso, aunque si se caía iban a ir de cabeza los
dos.
El tipo que se acercaba extendió los brazos, como esperando un abrazo.
Era de pelo muy oscuro, pero pálido, y de cejas finas y elevadas. Llevaba aquella toga
negra parecida a la de UrsIstar, pero más ancha y larga, como una capa.
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El Paraíso Hundido
A Melia le recordaba a un vampiro.
-¡Hadiic!, ¡cuánto me alegro de verte!, ¡dame un abrazo!
-Qué te jodan.
El tipo se quedó con los brazos en alto y sonriendo mientras UrsHadiic pasaba de largo,
entonces la miró a ella.
-Oh, una amiguita, tú si me darás un abrazo, ¿verdad?
-Ah...
Antes de que pudiera decir nada, el tipo se le echó encima.
UrsHadiic dio media vuelta.
-¿Qué haces?
-La estoy saludando. Es de buena educación saludar a la gente... vaya, si es bonita y
todo... ¿nos hemos visto antes?
Negó con la cabeza.
Aunque una vez, en una discoteca, conoció a un tipo disfrazado de Conde Drácula que
se daba cierto aire...
Su compañero la rodeó con los dos brazos y la arrastró lejos de allí, lanzando miradas
asesinas al príncipe de las tinieblas.
-Vale, muy bien, es tuya, ya lo has dejado claro, no hace falta ser tan antipático, sabes
que no me interesan las mujeres. Cuéntame algo interesante, para variar.
-No tengo nada que contar.
-Claro, desapareces 500 años y no te pasa nada. Seguro.
-UrsHadiic está herido, ¿tenéis algo para curarle?-interrumpió Melia, que empezaba a
cansarse de los dos.
Drácula la miró de forma extraña, como si se sintiera ligeramente ofendido de que se
hubiera atrevido a abrir la boca, luego se encogió de hombros.
-Muy bien, vete a que te curen, pero espero que tengas una buena historia cuando
vuelva.
Con paso lento y pesado, empezaron a subir las escaleras.
-¿Quién era ese?-preguntó cuando el otro tipo se fue.
-Hadiic Dos, mi hermano pequeño, aunque creo que se ganó un nombre hace tiempo,
UrsLeil, o algo así.
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El Paraíso Hundido
-¿Hay alguna razón por la que haya tenido que abrazarme?, ¿debería preocuparme por
algo?
-...no sabría decirte, es bastante inofensivo en general, pero a veces le da por hacer
bromas de mal gusto.
La condujo por una serie de galerías excavadas en la roca, la mayoría eran de gran
tamaño, podían haber dejado pasar a un daimión como UrsHadiic. Había antorchas
encendidas cada varios metros, pero el lugar seguía siendo bastante oscuro.
Llegaron a una zona donde entraba luz solar y aire de fuera. Había nichos excavados en
las paredes, y mantas grandes y blancas en el suelo. También reconoció un fuerte olor a
hierbas.
-¿Dónde están las malditas viejas? Oh, poniéndole la comida a mi madre, seguro...
-Déjame, ¿te ayudo en algo?
-Debería haber una olla en alguna parte, el fuego está por ahí, ¿puedes poner agua a
calentar?
-Voy...
Prepararon un ungüento, aquel era más espeso y oscuro, y tenía un olor penetrante. Su
compañero se tumbó en las mantas, y empezó a extenderlo por sus heridas, que estaban
por casi toda la espalda y el cuello.
Poco después, UrsLeil reapareció.
-Fíjate, que manitas más monas y pequeñas tienes. ¿Puedes dejármela luego para un
masaje?
-Gno-respondió UrsHadiic boca abajo.
Melia no dijo nada. En caso de duda, lo mejor sería ser cordial y asentir con la cabeza
hasta que la gente peligrosa se fuera.
-Cuéntame algo, hermano, me aburro en este agujero.
-Habla con mamá, es divertida.
-No, me apetece vivir algunos años más. ¿Qué tal?, ¿encontraste a la mujer que
buscabas?
UrsHadiic dio un respingo. Y ella se quedó quieta un momento.
¿Una mujer?
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El Paraíso Hundido
De forma algo nebulosa, recordó que Sofía mencionó que el daimión posiblemente
había llegado a sentir cariño por alguien, alguna vez. Y, obviamente, no por su hermano
pequeño.
-Oh, oh-dijo él-, no debería haberlo dicho delante de tu amiguita, ¿verdad?
-Desaparece de aquí.
-Vamos, dime, ¿sí o no? Llevo 500 años en ascuas, no me dejes con la intriga.
-No.
-Vaya, ¿lo ves?, una pérdida de tiempo las mujeres. No te ofendas.
Sonreír y asentir. Sonreír y asentir.
UrsHadiic decidió que ya era suficiente y se incorporó.
-¿Sabes si la señora me quiere para algo en concreto?, ¿o solo por la alegría de tenerme
de nuevo en casa?
-Tenemos problemas con los En, otra vez, los tipos que matasteis esta mañana eran
fieles suyos, estaban buscando ganarse las buenas gracias de la matriarca. Pobres
infelices. No sé si mamá habrá planeado nada en concreto, ¿sabes que tiene un espía?
-No, ni idea.
-Oh, tiene un espía, creía que lo había enviado para averiguar si tenían la Corona o no,
pero no ha dicho nada. Igual te manda a ti el siguiente.
-En En saben quién soy, no duraría mucho de espía.
-No durarías mucho de ninguna forma...
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El Paraíso Hundido
16.En el ojo del águila
El día pasó de forma bastante tranquila. Aquello era como un oscuro y tétrico palacio en
el que cada cual hacía lo que le daba la gana. Vio algunas esclavas, todas mujeres muy
mayores y bastante poco agraciadas, siendo amables, paseaban por allí con tranquilidad,
como si no tuvieran nada en especial que hacer. UrsHadiic tuvo que llamar a una dos
veces para que les trajera algo de comer.
-Solo mueven el culo por mi madre.
-¿Por qué?
-Porque si ella está contenta, saben que no podemos hacerlas nada.
-¿Hay alguna razón por la que sean todas tan mayores?, ¿o han envejecido aquí?
-Mi madre cree que los humanos son feos, y le gusta rodearse de cosas que le dan
continuamente la razón. Además, creo que tiene problemas para distinguiros.
La habitación del daimión era tan oscura y tétrica como el resto del lugar. Tuvo que
esperar a que su compañero encendiera el fuego y pusiera media docena de antorchas
para entrar. No solo estaba oscura, estaba helada.
-¿No hay camas?
-Sí, ¿ves esa cosa grande y cuadrada en medio de la habitación? Es una cama.
Y era de piedra.
-Me tomas el pelo.
-No.
-¿Puedes transformarte un momentito?
-¿Para qué?
-Podría fabricarme un colchón de pluma.
-No, mis plumas no se tocan.
-Supongo que no hay mucha diferencia con dormir en el suelo.
-Se está más calentito, pero buscaré mantas o algo así, hubo un tiempo que estoy seguro
teníamos colchones en alguna parte.
Por la noche había que cenar en un gran comedor. UrsIstar repasaba los acontecimientos
del día y daba las órdenes entonces. Al llegar vio varios pares de ojos luminosos, todos
fijos en UrsHadiic.
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El Paraíso Hundido
Melia pasó aquella reunión con el alma en vilo, temiendo que le mandaran a luchar
contra alguien, o ganarse algún mal intencionado interés, pero todo transcurrió con
calma.
En general, pasaron bastante ignorados mucho tiempo.
UrsIstar podía no ser una madre cariñosa, pero sabía que su hijo sería más útil si podía
moverse.
Solo su hermano venía a visitarlos de vez en cuando.
A Melia le acabó gustando salir a pasear por la especie de jardín que tenían fuera. Estaba
bastante cuidado, pero excepto los esclavos, nadie le hacía demasiado caso.
Un día vio a UrsLeil pintando por allí. Llevaba una tabla de madera rectangular pegada
a la cintura y sujeta a los hombros con telas.
Durante todo aquel tiempo, el daimión había sido solo una pequeña molestia, y la
mayoría de las veces concentraba su ingenio hacia UrsHadiic.
Se preguntó si sería buena idea acercarse a él sola.
-Buenos días...
-Sssssh...
Quedó callada. El daimión tenía fija su atención en el papel, hizo unos rápidos giros de
muñeca con el pincel y luego levantó la cabeza.
-Ya, buenos días.
-¿Puedo ver?
Se encogió de hombros.
-Oh, si quieres...
Había dibujado una flor. Una flor sencilla, pequeña y bonita. Y a su alrededor una
gigantesca sombra.
-Es... curioso-dijo.
-¿Curioso?
-No sé, no entiendo de arte, está bien hecho, la flor es bonita... da la impresión que algo
la amenaza, como unos nubarrones negros o algo así.
El príncipe de las tinieblas encarnó sus ya encarnadas cejas.
-¿En serio?
-Ah, no sé... ¿Qué tenías intención de dibujar?
-Una flor.
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El Paraíso Hundido
-Ah.
-Nubarrones, ¿eh?
Sonreír y asentir. Sonreír y asentir. Y si retrocedía poco a poco hacia la casa sin darle la
espalda igual sobrevivía a aquello.
-Ven un momento conmigo.
-¿A dónde?
-A mi salón de dibujo.
El daimión recogió sus pinturas, guardó el papel y se puso en pie. Melia le siguió algo
inquieta. No estaba segura de que fuera una buena idea, pero tampoco debía ser buena
idea negarse, ¿verdad?
Le siguió hasta el interior del edificio, por entre varios pasillos, hasta una sala por la que
entraba algo de luz solar por un hueco en el techo.
-Hay muchos salones en este lugar.
-Sí, preferiría que hubieran hecho menos habitaciones y más muebles, pero que se le va
a hacer. Mira.
Melia se volvió, una de las paredes estaba cubierta de dibujos.
-Oh, vaya, qué bonitos. ¿Los has hecho tú todos?
UrsLeil se encogió de hombros, la estaba observando con la misma curiosidad con la que
ella observaba los cuadros.
-Sí.
Cada dibujo era una cosa sencilla, y en general alegre. Vio varios niños, una chica de
espaldas recogiendo algo, un árbol. Y todos tenían un aire de oscuridad, o peligro
inminente.
-¿Cómo los haces?
-No lo sé, los hago, quiero dibujar un objeto, cojo las pinturas y dibujo, sin más.
-¿Son cosas que te gustan?
-...solo son objetos.
-¿Por salen tan oscuros?
-No lo sé.
Melia estaba un poco perpleja, entonces, tuvo la impresión que era UrsLeil el que estaba
esperando que fuera ella la que explicara lo que veía en sus cuadros. Realmente, él
mismo no sabía lo que estaba haciendo.
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El Paraíso Hundido
-Umm, son hermosos, pero todos resultan algo tristes... como si esperaran que fuera a
ocurrir algo terrible.
-¿Ah, sí?
-Es lo que me parecen.
Vio al daimión acercándose a una de las hojas de papel, la de la chica de espaldas.
-Puede ser... nunca me paro a pensar lo que hago... Tristes, ¿eh?
-Ah, te he dicho que no sé mucho de arte, podría confundirme. En mi mundo no era
capaz de dibujar ni un círculo con un compás.
-¿Tu mundo?
-...sí, vengo de Geo.
UrsLeil hizo un gesto con la cabeza, y Melia se arrepintió de haberlo dicho. No se le
había pasado por la cabeza que podría resultar un problema, pero obviamente, el
daimión había cambiado de actitud de golpe. Súbitamente, estaba muy serio.
Los dos salieron precipitadamente del cuarto al tiempo que intentaban fingir que no
sentían prisa alguna. Melia fue en busca de UrsHadiic, preocupada por haber metido la
pata. Se lo encontró paseando por el bosque.
-¿Pasa algo? ¿qué has hecho?
Aún no había abierto la boca, así que le observó un segundo confundida.
-¿Eh?... nada, bueno... no sé...
El daimión frunció el ceño y se cruzó de brazos.
-Estaba hablando con tu hermano... y...
-¿Y?
-Dije una cosa...
-¿El qué?
-Que soy de Geo.
UrsHadiic inclinó la cabeza, como si no entendiera de qué estaba hablando.
-¿Ocurre algo malo por eso?-le preguntó.
-No creo-respondió él.
-UrsLeil estaba sorprendido, me dio la impresión de que podía suponer un problema...
-No, no sé que pue...
Se quedó rígido de golpe, durante un momento se la quedó mirando con los ojos
abiertos y, con brusquedad, salió corriendo hacia las galerías de piedra.
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El Paraíso Hundido
-¿Qué ocurre?-corrió tras él- ¡UrsHadiic!, ¿qué pasa?
Empezó a asustarse, aquello no podía ser bueno. Su compañero despareció en la
oscuridad y tuvo que dar varias vueltas, perdida en el laberinto de pasillos, hasta dar con
el salón en el que se había metido.
Pudo oírle hablando en voz muy alta. Estaba discutiendo con alguien.
Con el corazón latiendo a toda velocidad, y un nudo en el estómago, intentó escuchar lo
que decían. Se acercó con precaución a la puerta entornada, mirando hacia dentro. Pudo
ver dos esclavas, a UrsHadiic, a UrsLeil, y, sentada semioculta frente a ellos, su madre,
UrsIstar.
-...humana, ¡qué esperas que pueda hacer!
Apenas oía las respuestas de la daimión, solo a su hijo.
-...¿y por qué habría de obederte?... ¿qué yo?, ¿qué?... no. No.
Una de las esclavas la vio, y, avisando a su compañera, se acercaron a ella.
Melia retrocedió instintivamente al verlas venir, las dos mujeres sonreían, eran bastante
grandes.
-Ven, bonita, pasa, no tengas miedo...
-Sí, entra...
Intentó retroceder un poco más, pero tras las amables invitaciones, una de ellas le pasó
un brazo por el hombro, y otra la cogió de la cintura. Iban a hacerla entrar en el salón
aunque fuera a rastras.
Al hacer su aparición, todos los presentes callaron.
Se quedó helada.
Al menos tres pares de ojos brillantes se clavaron de golpe sobre ella. Ser el centro de
atención de varios daimiones era una terrible impresión, de miedo e insignificancia
absolutas.
Hubiera salido corriendo si las esclavas no la estuvieran sujetando con una descomunal
fuerza.
-Acércate más-ordenó UrsIstar.
Las esclavas la empujaron hasta quedar frente a frente con UrsIstar. La feroz matriarca
inclinó levemente la cabeza hacia ella.
-Repite lo que le has dicho a UrsLeil. Eres de Geo.
Cogió aire.
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-Ssí.
Buscó la mirada de UrsHadiic, esperando apoyo, pero la tenía clavada en el suelo, se le
veía derrotado.
-Eres una bicrona entonces, ¿no es cierto?
-Sí.
-¿Sabes goeteia?
-No-mintió.
A veces, mentir podía ser increíblemente fácil.
UrsIstar frunció un poco el ceño, como si aquello le supusiera algún tipo de molestia.
-Guardadla en una de las cámaras de abajo, mientras pienso en algo-ordenó la
matriarca, acompañando las palabras con un gesto de su mano antes de volver la vista de
nuevo a alguna parte indefinible frente a ella.
Melia notó que volvían a empujarla, miró de nuevo a UrsHadiic, pero éste apartó la
vista.
¿Qué hacían?, ¿a dónde la llevaban?, ¿qué estaba pasando?
-¡Dejádme!-gritó a las esclavas en cuanto salieron del salón, intentando sacudírselas de
encima- Sé andar sola.
-Pues anda-le respondieron, con una gran sonrisa aún.
En aquel momento, UrsLeil se acercó a ella.
-Siento el chivatazo, no me guardarás rencor ¿verdad?, pero es que era una noticia
demasiado buena para callarla.
Melia le ignoró, estaba asustada, y enfadada, pero sobre todo, asustada.
El daimión continuó andando.
-No te preocupes, solo estarás en las cámaras mientras a mamá se le ocurre una idea, a
no ser que hagas alguna tontería. Solo quiere tenerte controlada.
-¿Qué es lo que queréis de mí?
-Creo que quiere que vayas a buscar la Corona de Daia... ¿sabes lo que es?
-Me parece que lo he oído antes, ¿no está desaparecida desde hace tiempo?
El daimión sonrió, era una sonrisa oscura y tenebrosa.
-Sí, por eso vas a ir tú, precisamente.
Melia parpadeó, sin entender nada.
En aquel momento entraron en una habitación, pequeña, fría, sin luz.
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El Paraíso Hundido
La miró espantada, sin darse cuenta que cerraban la puerta tras ella hasta que oyó el
golpe.
-¡Esperad, esperad!-gritó sintiendo auténtico pánico.
-¿Quieres algo?-oyó a UrsLeil al otro lado de la puerta.
-Tu... tu hermano... ¿puedes pedirle a UrsHadiic que venga a verme?
-Claro, enseguida.
Oyó cómo se alejaban.
Sintió un escalofrío. Con una mano se abrazó a sí misma, y con la otra tanteó a su
alrededor, intentando recordar dónde estaban las paredes.
Aquella podía ser una buena oportunidad para poner a prueba lo que Baal le había
enseñado. Aunque metida en una habitación cerrada no iba a servir de mucho, ya sabían
que ella estaba allí.
Un rato después, la puerta volvió a abrirse y apareció UrsHadiic.
Soltó un suspiro de alivio, pero el daimión no dijo nada.
Colocó una antorcha en una pared y la envolvió en una manta.
-¿Qué esta pasando?-le preguntó-¿cuándo voy a salir de aquí?
-Estoy hablando con la señora, saldrás pronto, probablemente esta noche.
-¿Qué pasa?
-No es nada, no te preocupes.
-¿Qué no me preocupe? Dime lo que pasa.
-...pronto lo sabremos. ¿Tienes hambre?
-No.
Le vio dirigirse hacia la puerta.
-...¿puedes quedarte conmigo?
El daimión se volvió, no tenía una expresión clara en el rostro, solo parecía enfadado y
confuso.
-Tengo que hablar con mi madre, esta noche saldrás fuera.
La puerta se cerró pesadamente tras él.
Melia se encogió en su manta.
UrsHadiic no iba a enfrentarse a su madre por ella. Si la perdía, solo perdía un trabajo,
estaba segura que UrsIstar podría hacerle algo mucho peor a su hijo si se le ocurría
contradecirla.
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Solo era un trabajo.
Podía entenderlo, de alguna manera...
Se cubrió la cara con las manos, y empezó a llorar.
Algunas horas después, la puerta se abrió de nuevo. UrsHadiic y un par de esclavas
estaban allí.
La expresión de daimión parecía más tranquila, pero se dio cuenta que le rehuía la
mirada.
-Vamos al salón principal, la señora UrsIstar te dirá lo que quiere-dijo una de las
mujeres.
Melia las siguió, cabizbaja.
En el salón de la cena había al menos una veintena de seres, la mayoría daimiones al
servicio de la matriarca. Había oído algo de que la mujer tenía dos hijos más, pero
estaban en otra parte de la región la mayor parte del tiempo. Tenían derecho a un
territorio propio.
Intentó no mirarlos, sabía que solo se pondría más nerviosa.
Siguió a las esclavas hasta la cabeza de la mesa, donde UrsIstar miraba a toda la
congregación con aire indiferente.
La hicieron sentarse y le pusieron un plato delante.
Creía que le iba a dar órdenes en el acto, pero, por lo visto, no era tan importante. La
señora estaba demasiado ocupada mirando a su alrededor y oyendo lo que algunos
daimiones le decían sobre los movimientos de una u otra familia.
-Haz que venga Hadiic-le ordenó a un esclavo al cabo de un rato-, le interesa oír esto.
Las manos de Melia se encresparon, y cerró los puños. Sabía que había llegado su turno.
UrsHadiic apareció, seguía rehuyéndole la mirada. Su madre le ignoró y se volvió hacia
ella.
-Tienes que ir a buscar un objeto para nosotros. Es la Corona de Daia, hace mil años
que nadie sabe donde esta-aquí hizo un extraño parón-, así que en vez de perder el
tiempo otros mil, voy a ir a su raíz. Dentro de nuestras tierras existe un Lago, una
puerta... ¿cómo lo llamaban en Anax?, un aionion. Te enviaremos a través de el hasta el
tiempo justo antes de que se perdiera.
Melia frunció el ceño, luego miró a UrsHadiic que parecía estar extrañamente tranquilo.
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No estaba segura de comprender lo qué quería decir. Había oído que los Lagos podían
hacer aquellas cosas... pero no esperaba que realmente se hicieran.
Lo que más la trastocaba en realidad, era la idea de que tendría que atravesar de nuevo
una de aquellas puertas.
La última vez su vida se había vuelto patas arriba. ¿Tenía que hacerlo?, ¿otra vez?
-Nno, no creo que pueda hacer eso... no se pueden traer cosas de un lado a otro de la
puerta.
-No, claro que no, no te he dicho que traigas nada. Solo busca la corona, infíltrate entre
los En, descubre quien la tiene y quién la guardó. Luego vuelve.
Siguió buscando frenéticamente dentro de su cabeza excusas por las que evitar que la
enviaran otra vez por uno de aquellos sitios.
-No creo que pueda hacerlo...
-Yo me encargaré de preparar las puertas. Mañana te indicaré donde están. Eres una
humana, diles que tienes hambre y te vendes como esclava. Luego encuentra la corona.
Cuando pasen dos Lunas exactamente abriré la puerta, si no vuelves entonces, la abriré
una última vez la Luna siguiente. Si vuelves con noticias, tendrás mi más profundo
agradecimiento y favor.
-¿Y si no lo consigo?
-Dependerá si es por algo irremediable o no. Si es remediable siempre puedo enviarte
más veces.
¿Y si no?
Posiblemente acabaría muerta. Lo cual apenas sería una molestia.
De ninguna forma UrsIstar perdía nada. Nunca.
No por mucho tiempo, al menos.
-¿Para qué quieren ese objeto?
-No te interesa saberlo.
Claro, porque igual huía con ello.
Pensándolo dos veces, supuestamente la Corona podría ayudarla a volver a casa sin
necesitar la ayuda de la goeteia, podría quedarse la Corona para sí.
Aquello se había vuelto muy peligroso, sabía que no debía jugar con los daimiones, y ni
siquiera tenía una buena idea de cómo usar la corona para volver a casa, pero ya que
estaban tan decididos a enviarla, lo iba a aprovechar.
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El Paraíso Hundido
Miró otra vez a UrsHadiic, en aquel momento la estaba mirando, pero con la cabeza
gacha.
Si él le hubiera pedido que se quedara en Ethlan para siempre, era muy posible que lo
hubiera hecho, pero no iba a ocurrir nunca.
-De acuerdo. ¿Qué más tengo que hacer?
-Nada. Infiltrarte, descubrir qué pasó con la Corona de Daia y volver. Dentro de dos
días te enviaremos. Podrás moverte por donde quieras pero estarás vigilada.
-No me voy a escapar.
-No, claro que no-la daimión se volvió hacia hijo-. Ya está, ya sabes lo que tienes que
hacer.
UrsHadiic no dijo nada, se acercó a ella y le hizo un gesto para que le siguiera fuera.
Melia miró a la señora, que ya no estaba prestándole atención, y luego salió del salón.
-¿Qué es lo que se supone sabes que tienes que hacer?-preguntó cuando estaba casi
segura que UrsIstar no podía oírles.
-Nada... vigilarte.
-Oh. Qué novedad.
Le vio detenerse frente a ella, con una larga mirada suspicaz.
-No estarás pensando en intentar escapar o algo así.
-¿Por qué?, ¿me dejarías?
Hubo un largo silencio, más largo del que Melia esperaba.
-No, no te dejaría.
Tras aquello, continuaron sin volver a abrir la boca.
Melia meditaba sobre lo que podía hacer.
Tenía los trucos de Baal para hacerse invisible, no solo podría infiltrarse entre los En.
Lo haría sin ser vista. No tenía tanta confianza en su goeteia para meterse de cabeza en
un nido de daimiones así de buenas, pero podía intentarlo. Entrar podía ser una cosa,
pero salir con la Corona otra. ¿Hasta que punto serviría su invisibilidad si tenía que
cargar con un objeto importante y que posiblemente llamaría la atención?
Tendría que enterarse antes de ir cómo se organizaban los En, y dónde estaban. Cómo
se podía acceder al lugar y volver. Cómo de pesada sería la Corona. Cómo se alimentaría
una vez allí.
Lo que le recordaba... ¿cómo iba a vestirse si no podía llevar nada?
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El Paraíso Hundido
Tenía muchas cuestiones para hacer y solo contaría con un día para responderlas.
Repasó mentalmente las más apremiantes y que necesitaría antes de llegar allí, y dejó el
resto de ideas y planes para cuando estuviera en el otro lado.
¿Quién sabe? Quizá la razón por la que la Corona llevaba mil años desaparecida era
porque ella se la llevó a su casa.
Sonrió malévolamente para sí.
El único gran defecto de aquel plan iba a ser no ver la cara de sorpresa de UrsIstar al ser
engañada.
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17.No se puede llevar nada al otro lado
Le dio vueltas al tema hasta bien entrada la madrugada. Apenas había vuelto a
intercambiar dos palabras con UrsHadiic, se sentía triste y enfadada con él. Lo que más
le dolía era lo contundentemente que le había dado por ignorarla desde entonces.
La gran piedra que hacía de "cama" era lo suficiente grande como para que pudiera girar
dos veces sobre sí misma y no llegar ni a rozarle aún. Y el daimión estaba arrinconado en
la punta opuesta y dándole la espalda.
¿Tanto le hubiera costado al menos fingir que estaba enfadado con su madre delante de
ella? En otras ocasiones no le había costado nada hablar mal de todo cuanto le rodeaba
por tonterías.
Qué importaba.
Si su plan tendría éxito volvería a casa. Si no, estaba muerta.
Lo demás, no importaba.
Aprovechó aquel día de gracia para enterarse de todo lo que pudiera. La señora en
persona tuvo la deferencia de llevarla hasta el Lago.
No era el que estaba en las afueras del palacio de piedra, como ella se temía. Había que
descender más por la montaña, internándose en el valle, lleno de altos árboles y grandes
helechos. Melia tuvo la impresión de que había estado allí antes.
Finalmente, rodeado por dos de sus lados por largas y perpendiculares paredes de roca,
apreció el pequeño lago.
Había varias figuras y formas talladas en roca negra todo a su alrededor, en el centro se
adivinaba una estructura sumergida de la que solo podía verse asomando un tímido
techo.
-Bajo este Lago hay un arco, has de pasar por debajo de él cuando el momento sea
adecuado. Es lo único que tendrás que hacer. ¿Sabes nadar?
-Sí.
-No hay problemas entonces.
Luego, UrsLeil la acompañó hasta lo alto de un pico en el exterior del territorio, y le
señaló donde empezaban las tierras de los En.
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El Paraíso Hundido
Melia observó asombrada desde las alturas que estaban a un paso del mar. No se había
dado cuenta, pero a apenas unas horas de allí podía ver un limpio horizonte azul,
gaviotas blancas y oscuros acantilados.
Hacía tiempo que no veía el mar.
La última vez que lo había estado mirando fue... cuando vino allí.
Un estremecimiento la sacudió.
Y ahora iba a marcharse de nuevo.
Había mantenido una actitud templada y serena todo el día, pero la visión del mar
atravesó algo en su interior.
Estaba preocupada. Intentó repetirse que no viajaría a un lugar tan diferente como la
última ocasión, era el mismo sitio y tendría algunas ventajas.
Pero seguía preocupada.
Iba a dejar a UrsHadiic.
Posiblemente no volvería a verlo nunca.
Sintió un nudo en el estómago.
Siempre podía cambiar de opinión, siempre podía hacer lo que UrsIstar le ordenó y
volver allí, tampoco tenía que hacerlo si ella no quería.
Pero de qué iba a servir, de qué serviría volver. No iba a significar nada más para él que
si se iba o si volvía.
Después de la reunión de la cena, en la que le tocó a ella recitarle a la señora de memoria
todo lo que tenía que hacer y los detalles de lo que había aprendido; intentó escaparse un
momento del daimión, pero no tuvo demasiado éxito.
-No deberías dar vueltas a estas horas-la reprendió-, vas a tener que levantarte muy de
madrugada.
-Argh, solo voy a tomar el aire, ¿no puedes dejarme un segundo?
-Es tarde.
-¡Y a ti que te importa!
-Melia...
Se hundió de hombros, derrotada.
-Está bien. Voy.
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El Paraíso Hundido
Al entrar a la gran habitación de piedra, fue a colocar en orden sus cosas. No tenía
mucho: algo de ropa, alfileres, algunos abalorios a medias, unos brazaletes... Hizo una
pequeña pila en un rincón, y colocó la horquilla con la flor de cristal en lo alto.
No iba a poder llevársela.
UrsHadiic estaba en pie casi en la otra punta del cuarto, esperando.
-¿Vas a estar vigilando hasta que me quede dormida?
-Más o menos...
Se puso una camisa larga para dormir. Habitualmente hacía varios malabarismos para
cambiarse sin quedar completamente desnuda, aún no se había acostumbrado al sentido
del pudor de aquel mundo, pero aquella noche le dio igual.
A continuación se subió a la enorme cama de piedra, se hizo un hueco entre las sábanas
y las almohadas y se echó.
No podía cerrar los ojos.
En la esquina veía brillar la horquilla. Parecía iluminar más que todas las antorchas de la
habitación.
Se giró un momento, mirando por encima de su hombro, intentando localizar a su
compañero.
El daimión se había sentado en la otra esquina de la cama, de espadas a ella.
Si tenía éxito, volvería a casa. Si no, estaba muerta.
Ocurriera lo que ocurriera, había muchas posibilidades de que no volviera a verle.
Se incorporó y se acercó lentamente a él, pasándole los brazos alrededor de los hombros.
-¿Melia?
No respondió, intentaba no echarse a llorar.
UrsHadiic se dio la vuelta, acercándola con un brazo.
-No va a pasar nada, estarás bien.
Sacudió la cabeza, negando.
Notó como colocaba una de sus manos debajo de su barbilla y la levantaba. Se encontró
sus ojos, parecían tristes, pero nunca los había visto así, no estaba segura de lo que
ocurría.
-Tú estarás bien, voy a cuidar de ti, ¿de acuerdo?
Le miró sin comprender.
-¿Sabes... sabes algo?
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El Paraíso Hundido
-...estarás bien.
No entendía.
No tenía miedo de estar bien, tenía miedo de no volverle a ver.
Se inclinó más para besarle, sintiendo que él se apartaba un poco.
-Acuéstate esta noche conmigo, por favor. Solo esta noche-le pidió.
-Solo esta noche...
Por su tono de voz, Melia no estaba segura si había oído una pregunta o una afirmación,
pero antes de que pudiera responder nada, comenzó a besarla, sin ningún tipo de
reticencia aquella vez.
No fue consciente de cuanto tiempo se quedaron así, abrazados. En un momento
comenzaron a quitarse la ropa, y Melia tuvo un brusco retorno a la realidad cuando
estuvo a punto de arrancarle las telas que usaba para mantener el ungüento de sus
heridas. El daimión dio un respingo e hizo un gesto de dolor.
-Lo siento-exclamó preocupada.
-No pasa nada-dijo empujándola con cuidado sobre las mantas.
Continuó besándole y acariciándole, evitando tocar sus heridas y dejando que las manos
de él tocaran lo que quisieran.
Estaba tan inmersa en sus emociones, y en los feliz que se sentía en aquel momento que
cuando sintió que el se apartaba un poco de ella sintió pánico.
¿Había vuelto a hacerle daño? ¿Iba a dejarla abandonada otra vez?
UrsHadiic apoyó las manos a ambos lados de su pecho, jadeaba y su expresión era un
amasijo de emoción y confusiones.
-¿Estás segura?-preguntó, bajando su cara hasta quedar a pocos centímetros de la de
ella.
¿Preguntaba aquello en serio? ¿Qué le hacía pensar que no lo estaba?
-...sí-dijo.
La cabeza del daimión bajó aún más, hasta hundirse en su cuello. Oyó como susurraba
su nombre, y sujetó sus brazos, el único sitio que sabía no le haría daño al agarrarse.
La noche pasó demasiado rápido. Apenas se habían detenido unos minutos, y Melia
estaba segura que no habían pasado ni segundos desde que empezara a quedarse
dormida, aún bien abrazada a su compañero, cuando éste le susurró al oído que tenía
que prepararse.
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El Paraíso Hundido
-No...
-Vendrán a buscarte pronto.
-Mmm, no.
Notó como su mano libre le apartaba el pelo de la cara.
-No van a esperar a que te decidas a levantarte.
-No quiero irme, quiero quedarme contigo-dijo, escondiendo de nuevo la cabeza entre
su pelo y el pecho de él.
Aquello pareció dejar aún más confundido a UrsHadiic, por un momento no dijo nada,
y cuando empezó a hacerlo, sufrieron una desagradable interrupción.
-Melia, ¿tú...?
La puerta se abrió sin llamar.
-¡Argh, malditos sean!-exclamó furiosa, obligándose de mala gana a incorporarse.
Un ejército de siniestras y sonrientes esclavas la esperaban. UrsLeil iba con ellas, que
hizo una broma que no entendió y fingió apartarse pudorosamente a un lado mientras
ella se cambiaba.
Miró a UrsHadiic, pensando que podría ser la última vez.
El daimión seguía en la cama, con la vista fija en la nada.
Se dio la vuelta para salir, notando los dedos arrugados y huesudos de las esclavas en sus
brazos. Según avanzaban, un brilló rojizo llamó su atención por el rabillo del ojo. La
horquilla seguía sobre el bulto que habían sido todas sus cosas.
Empujó a las mujeres que la sujetaban y fue hacia el adorno. Lo cogió antes de que las
esclavas tuvieran demasiado tiempo a reaccionar, luego se acercó a UrsHadiic.
-Te lo devulevo-dijo.
El daimión enfocó la vista y frunció el ceño, gruñó algo, haciendo un gesto despectivo.
Melia insistió. Le cogió de la muñeca y puso la horquilla entre sus dedos.
-Quiero que lo guardes tú, por favor.
Apretó el objeto entre sus manos, esperando que él las cerrara.
Tardó un momento, bajó la vista hacia ella con confusión, pero finalmente lo cogió.
-De acuerdo.
Se inclinó para besarle una última vez antes de que las viejas se hicieran con ella.
-¡Voy!, ¡voy!, ¡dejad de empujarme, maldita sea!
Intentó girarse una última vez antes de salir. UrsHadiic estaba de espaldas.
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El Paraíso Hundido
Fuera aún era de noche.
Hacía bastante frío a aquellas horas, en aquella montaña.
UrsLeil iba en cabeza, alumbrando mientras caminaban entre la vegetación. Tras ella,
las esclavas la seguían a poca distancia.
UrsHadiic no la acompañaría hasta allí, se lo había dicho, y su madre había ordenado
que no era necesario.
Su hermano lanzaba frecuentes miradas atrás y sonreía misteriosamente.
Melia intentó ignorarle, pero se acabó hartando.
Cuando descendía ya hacia el lago, iluminado por varios esclavos puestos en varias
zonas, y con la gran matriarca esperando impaciente en la orilla; le preguntó.
-¿Ocurre algo?
El daimión volvió a sonreír, la hizo bajar unas escaleras de piedra delante de él, y le
susurró al cruzarse.
-Ya sé de qué me suena tu cara. Mi hermano es un gran mentiroso, ¿verdad?
Quiso volver a atrás y encararse con él, quería saber a qué se refería, pero otro grupo de
esclavos vino a por ella, arrastrándola casi lo que quedaba de camino hasta colocarla
frente a frente de su señora.
Melia cogió aire.
UrsIstar aguardaba.
La miró con sus ojos oscuros, como si no fuera más que un ratón. No dijo nada.
En alguna parte, el Sol comenzaba a salir, el cielo se volvía más azul, pero en aquel valle,
todo continuaba frío y oscuro. El fuego de las antorchas lanzaba extraños destellos de los
ojos de la terrible matriarca.
Con un movimiento lento y digno, apartó la vista de ella y los posó en el Lago.
El agua comenzó a iluminarse.
-Nada rápido, la puerta solo aguanta unos minutos.
Todo estaba suspendido en un tenso silencio.
Melia se quitó la ropa para nadar mejor y comenzó a avanzar por la orilla.
El agua que tocaba sus tobillos estaba cálida, era una sensación agradable comparada con
el frío del exterior. Hasta más profundidad de la que podía hacer pie, continuaron
avanzando unas escaleras de roca negra, las siguió hasta que su pecho empezó a hundirse
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El Paraíso Hundido
y, mirando de donde provenía el resplandor y el arco una última vez, se zambulló de
cabeza al agua.
Sabía nadar, pero no era buena nadadora, en su mundo solo había ido de cuando en
cuando a la piscina con sus compañeras de equipo.
Cerró los ojos bajo el agua y se impulsó con los pies hacia donde creía estaba la puerta.
En un momento, no sintió nada, solo que poco a poco se estaba quedando sin aire y no
era capaz de sumergirse tanto como le gustaría. Entonces notó la oscuridad, y la
corriente, los conocía, la habían acompañado toda su vida.
Aquello que la empujaba en sueños hacia alguna parte.
Cuando sintió que se ahogaba luchó por salir de nuevo a la superficie. Dio brazadas y
pataleó con todas sus fuerzas. No distinguía donde estaba la superficie y donde el fondo.
Luchando por abrir los ojos, distinguió algo que refulgía amarillo y alegre sobre su
cabeza.
Fue hacia allí con todas las energías que tenía y asomó la cabeza fuera por fin, tomando
un vigoroso aliento.
¿Había pasado?, ¿lo había conseguido?
Miró a su alrededor.
Era de día. No había nadie.
Eso debería ser una buena señal, ¿verdad?
Al principio no estaba segura de donde estaba, no reconocía la zona.
Entonces se dio cuenta que miraba el valle desde la zona que había entrado, al cruzar la
puerta, había girado 180º y, en vez de salir por el otro lado, salía por el mismo que entró.
Dio lentas brazadas hacia la orilla, mirando con atención a su alrededor.
Siempre tenía la impresión de que había visto aquel bosque antes, varias veces.
Posiblemente en sueños.
¿Por qué aquel bosque?
Notó las escaleras de piedra bajo sus pies. Aún mirando hacia lo alto, distraída, comenzó
a salir.
Entonces algo se agitó en la maleza a su izquierda.
Miró asustada, había alguien allí.
Un chico se había puesto en pie y la miraba con la boca abierta.
Melia intentó taparse con las manos, sin mucho éxito.
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El Paraíso Hundido
El chico seguía mirando como un imbécil
Calculó que no tendría más de 18 años, el pelo corto a la altura de los hombros se
echaba hacia delante y le cubría media cara, dejando ver apenas una ya importante nariz,
pese a parecer tan joven.
Vaya.
Se acercó con cuidado, midiendo las distancias y observando con precaución. Estaba
algo cambiado, pero acabó por no tener demasiadas dudas sobre quien era.
-¿UrsHadiic?
El joven saltó hacia atrás como si le hubieran dado una patada en la cabeza.
-¡Daia!-exclamó.
Melia hizo una mueca.
-Eeh... no.
No estaba segura de qué pensar de aquel UrsHadiic. Era UrsHadiic. Pero no estaba
segura de qué pensar.
Por el momento, no se sentía muy impresionada.
Le vio acercarse un poco, con los ojos abiertos aún como platos. Extendió un brazo para
tocarla, como si quisiera comprobar que fuera de verdad.
Melia saltó hacia atrás.
-¡Qué haces!, no me toques.
Retiró el brazo a toda velocidad.
-Lo siento.
Los ojos se hicieron aún más grandes, si eso era posible, y la miró como si esperase que
le saliera fuego por la boca.
-Disculpa... esto es un poco incómodo para mí... ¿te importaría dejarme tu camisa para
cubrirme un poco?
-Sí, claro.
Le vio quitársela tan rápido que estuvo a punto de rasgarla, y se la entregó con una gran
sonrisa.
-¿Quién eres?, ¿cómo sabes mi nombre?
-Uh... solo una pobre humana que se ha caído al Lago...
-¿Vienes del otro lado?
-Vengo de otro lado, sí.
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El Paraíso Hundido
-¿Y sabes mi nombre?
-Digamos que te he conocido en el otro lado.
-Ooh...
UrsHadiic de joven no era especialmente espabilado, ¿verdad?
No estaba segura de cómo enfrentarse a aquello. No se había esperado algo así. Se daba
cuenta que en realidad no conocía a aquel chico, pero tenía un millón de emociones
encontradas.
-¿De verdad eres humana?
-¿No lo parece?
-Sí, pero eres preciosa, parecías Daia resucitada saliendo del Lago. Nunca había visto
una humana tan hermosa...
Le lanzó una larga mirada de medio lado.
-Tienes que salir más de casa de tu madre.
Suspiró, repensando lo que tendría que hacer.
Esperaba encontrar un hueco donde esconderse en las montañas, desde donde pudiera
moverse a otros sitios a investigar mientras trazaba un plan más definido. Pero ahora se
había encontrado con un UrsHadiic lobotomizado, y tenía que pensar en cómo librarse
de él.
-¿Vas a algún sitio?, ¿puedo acompañarte?
-Eh... bueno... verás, ahora voy a buscar un refugio, he perdido una cosa por aquí pero si
no vuelvo en dos meses no podré regresar a casa. Solo voy a dar algunas vueltas.
-Puedes venir a casa de mi madre.
-No, gracias.
-¿Conoces a mi madre en el otro lado?
-Sí.
-Oh, entiendo.
Le vio dejar la mirada en blanco y hundirse de hombros.
Sintió algo de pena.
-Mira, no quería ofenderte, pero preferiría evitar encontrarme con más gente, sobre todo
daimiones.
-¿Por qué?
Parecía herido, y ella empezó a sentirse muy tonta también.
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-... me dais un poco de miedo, solo soy una humana.
-Ya, entiendo... hay un sitio en el que te puedes esconder. No está demasiado lejos.
Señaló al otro lado del lago.
-Umm, ¿tú crees?
-No suele venir nadie por aquí, aparte de mí.
-¿Por qué vienes?
-...me... agobia nuestra casa.
Su cara se había tensado, y por un momento, pudo ver al UrsHadiic que conocía.
-Está bien, enséñame donde está.
La tensión despareció y el chico le dedicó una enorme sonrisa.
Melia creía que se le iba a romper el corazón.
Comenzaron a andar aún más hacia lo profundo del valle, donde rodearon las
estructuras de piedra que enmarcaban el lago, y siguieron bajando.
UrsHadiic iba delante. Le veía muy delgado, se le notaban varios huesos, el que ella
conocía tenía un aspecto más fuerte. Aunque, por el lado bueno, aquel chico apenas
tenía cicatrices.
Durante el descenso, tuvo que contener las lágrimas varias veces al observar aquella
espalda limpia y fina.
Resultaba... tan frágil.
¿Qué le habría pasado? ¿Qué habían hecho con él?
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18.Hace mil años
-Aquí es.
Le vio señalar un trozo de pared oscura, asomaba entre varios arbustos, helechos y el
musgo que trepaba por las rocas. Al acercarse, vio una rotura en la pared. Una caverna.
-Venía aquí de pequeño, cuando llovía... no es que llueva mucho, de cualquier forma,
pero puedes estar resguardada, y nadie te verá.
-Gracias... ¿de pequeño dices?
-Sí, este es territorio de cría.
-Ah...-tuvo una extraña premoción-,oye... y no habrá crías ahora, ¿verdad?
-Sí, Dos.
-¿Dos?
-Ah, no, solo es uno, Hadiic Dos, mi hermano pequeño.
-Um, ¿y es seguro que esté aquí?, ¿y si aparece e intenta comerme?
El joven daimión se rió.
-Es solo un bebé, y está bien alimentado, yo le traigo la carne, es mi trabajo.
-Ya...-miró con recelo la cueva, era un sitio bastante bueno, el único inconveniente era
que UrsLeil de bebé podría confundirla con el almuerzo-. Está bien, es un sitio muy
bonito, muchas gracias.
Se quedaron un momento en silencio. Ella sonreía con tensa amabilidad, él sonreía, a
secas.
Aquello empezaba a ser muy incómodo.
-¿No... no te echarán de menos en tu casa?
UrsHadiic alzó las cejas.
-Ah, claro, ya me voy... te dejo, espero que estés cómoda... ¿no te importa que me pase
por aquí alguna vez?
-No, no, aunque no estaré siempre, saldré a buscar lo que perdí, así que...
-Muy bien... hasta luego... no me has dicho tu nombre...
-Melia.
-Yo soy Hadiic... ah, espera, ya lo sabías... pues hasta luego entonces.
Le vio agitar el brazo al marcharse.
Pero qué mono y pánfilo era.
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El Paraíso Hundido
Se sentó y se puso a cavilar en lo que debía hacer a continuación.
Intentó apartar al joven UrsHadiic de su cabeza, ya tenía bastante problemas con uno
dando vueltas, y aquel, a su manera, parecía ser igual de conflictivo.
Sus necesidades más inmediatas iban a ser la ropa, la comida y el fuego. Ya tenía un
refugio discreto, agua podía conseguir en el lago (y le importaba tres cominos si era agua
bendita, si tenía sed, tenía sed).
Supuso que momentáneamente podría aguantar con la camisa de UrsHadiic, era más
corta que la ropa que la pusieron la primera vez que llegó allí, pero bastaría por un
tiempo.
De la comida había investigado, y sabía que había algunos árboles que deban bayas
comestibles en los alrededores. Los daimiones no era muy dados a la fruta, así que nadie
los recolectaba. Cuando preguntó antes de partir de qué otra forma podría encontrar
comida, UrsIstar le respondió que cazara.
Por supuesto, cazar, como no se le había ocurrido antes. En cuanto aprendiera a tallar
sílex se haría un conjunto de lanzas monísimo para cazar rinocerontes.
Iba a tener que conformarse con las bayas.
El fuego iba a ser más complicado. No había aprendido a hacerlo aún con palos, aunque
en todo el tiempo que había estado en Ethlan había visto a varias personas haciéndolo y
lo había intentado. Sin ningún éxito.
Tendría que buscar piedras. Las noches eran bastante frías allí.
Razonó que alrededor del lago había una orilla desnuda cubierta de piedra, la roca negra
de la zona no era muy buena, pero podría buscar entre ellas, era un lugar más despejado
que el suelo del bosque.
Había decidido que iría al lago a por piedras, y recogería algunas bayas por el camino,
cuando vio aparecer de nuevo a UrsHadiic.
Solo habían pasado algunas horas desde que se fuera, era medio día.
¿Ocurría algo?
Llevaba un bulto enorme a la espada. A medida que se acercaba pudo observar con
consternación que semejaba un cadáver.
-Hola otra vez-dijo el joven daimión como si no ocurriera nada-, te he traído algo de
comer, se me ocurrió que tendrías hambre.
Había unas patas rosas asomando del paquete.
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El Paraíso Hundido
¿Era un cerdo?
¿Le había traído un cerdo?
No consideraba a aquel UrsHadiic muy espabilado en cuestiones de humanos, pero
aquello era un disparate.
Le vio echarse las manos a la espalda y dejar un paquete en el suelo, con un sonido
metálico.
Se inclinó con curiosidad, y al destaparlo, vio una bandeja con pescado cocido y grandes
trozos de carne a la brasa.
Suspiró.
-Muchas gracias.
-Iba a darle de comer a mi hermano, pensé que no te importaría que pasara por aquí un
momento.
-No, no, muchas gracias de verdad.
-¿Necesitas algo más?, puedo traerlo...
-..nnno...
-¿Ropa?, tenemos bastante en casa, nuestras esclavas están haciendo cosas
constantemente.
-Bueno, algo de ropa estaría bien... unos pantalones.
-De acuerdo.
-Y..., si no es mucha molestia, ¿tenéis piedras para hacer fuego?
-¡Claro!, voy a llevarle esto a Dos, a la noche volveré con tus cosas y comprobaré que
estés bien.
-Oh, muy amable.
Le vio alejarse, otra vez, con un cerdo muerto a la espalda.
Muy bien, había querido ignorar al chico pero iba a ser el obvio que el chico no iba a
querer que lo ignoraran.
Maldito UrsHadiic, hasta cuando era útil le complicaba la existencia.
De todas formas, no pudo evitar quedarse sonriendo como una boba mientras comía y
pensaba en él.
Entonces recordó lo que le había dicho la noche anterior.
Iba a cuidar de ella.
Dejó de comer y se quedó mirando fijamente el suelo.
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El Paraíso Hundido
Le echaba de menos, no había pasado un día y ya le echaba tanto de menos.
¿Cómo iba a volver a casa si en menos de un día ya se sentía así?
Incluso contando con su versión rejuvenecida que daba brincos por allí, le seguía
doliendo el pecho al pensar en él.
Quería a su UrsHadiic.
Podía imaginarse que dos meses conseguiría olvidarle un poco, ¿verdad? Aunque fuera
más complicado con el otro aún por allí.
Tal como le dijera, por la noche el joven daimión volvió. Llevaba otro bulto bastante
grande y Melia se preguntó cuánto podía comer una cría de daimión.
Al llegar, dejó el bulto en el suelo y lo fue desenrollando.
Había ropa.
Mucha ropa.
Y más comida.
Y mantas.
Y un colchón de plumas.
-Ah, sí-y metiéndose la mano en un bolsillo, sacó un par de piedras.
No estaba segura si reír o llorar.
-¿Habéis desollado a algún familiar para hacer el colchón?
Hadiic se echó a reír.
-No, no creo al menos. Estas rocas son muy duras, supuse que te haría falta, también he
traído mantas.
Melia empezó a hacer fuego inmediatamente, no veía bien, y quería contemplar todo
aquel mercadillo en su gloria.
-¿Has traído más carne? Ya tenía de la comida.
-¿No te gusta la carne?
Parecía un poco preocupado.
-Ah, sí, pero no necesito comer tanta, y también me gustan otras cosas.
-¿Cómo qué?
Oh, oh.
Quería ser agradecida, pero le estaba crispando un poco los nervios.
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El Paraíso Hundido
Por un lado sentía que la trataba como si fuera un cachorrito que intentaba críar en el
garaje a escondidas sin que sus padres se enteraran, por otro, parecía ridículamente
sensible a sus observaciones.
Tenía la impresión de que estaba caminando en medio de un nido de serpientes. Un
paso en falso, y algo la mordería. O le mordería a él.
Su UrsHadiic no era así, y la estaba poniendo nerviosa porque a cada momento se daba
más cuenta que no conocía bien a aquel daimión, y no sabía hasta que punto podría
confiar en él.
-Me gusta... umm, algo de verdura de vez en cuando, y fruta... y los caruones, me
encantan los caruones.
-¿De verdad?... ¿fruta?-puso cara de asco.
-Sí, pero ahora estoy llena, y no necesito comer mucho, de todas formas. Te agradezco
todo lo que has hecho por mí hasta ahora, pero no hace falta que me traigas nada más en
un tiempo.
-Oh, ya, entiendo-parecía pensar, y entenderlo-, solo es que... no estaba seguro... ¿puedo
quedarme a cenar contigo si no vas a querer más?
-Claro, por supuesto.
El chico sonrió, se acercó una de las bandejas y se puso a comer con ganas.
-¿Puedo preguntarte de qué lado vienes?
Quedó un momento sorprendida, no había imaginado que podía encontrarse con algo
así, así que no había planeado ninguna excusa.
-De... aquí, en otro tiempo.
-¿Y me conoces en otro tiempo?, ¿cómo soy?
-...más serio.
-¿Sabes si me ponen nombre?
-No...
-¿De qué tiempo es ese?
-...¿quinientos años?
Mintió porque no quería herirle, pero falló miserablemente porque le vio quedarse
pálido de todas formas. También se dio cuenta vagamente que si creía que venía de
hacía 500 años podía confundirle, pero en aquel instante le resultó algo secundario.
La cara de angustia del chico la preocupaba más.
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El Paraíso Hundido
-...¿tanto?, ¿en quinientos años aún no tendré nombre?
-Pero... no importa, estarás bien, eres un daimión fuerte y valiente, no importa lo que tu
madre crea que hagas, si tú estás contento con lo que haces es lo que cuenta.
Estaba segura que había leído aquella frase alguna vez en una revista de moda.
Sorprendentemente, a Hadiic pareció animarle.
No había muchas revistas de moda en aquel sitio.
-¿De verdad soy fuerte y valiente?
-Sí.
-...eso está bien, mis hermanos siempre dicen que soy una birria.
Le sonrió, volviendo a sentir un gran conflicto de emociones encima.
Si no recordaba mal, el territorio de los En se encontraba más allá de la montaña bajo la
que se estaba ocultando. Era un interesante ventaja de su escondite, si conseguía dar con
un camino cercano que la atravesara, llegar hasta allí no debería suponerle más
problemas.
Tendría que marcharse si no encontraba la forma de pasar y buscar por otra zona.
Así pasó los primeros días, dando vueltas intentando localizar un camino a través.
Hadiic venía a verla prácticamente todos los días, algunos, hasta dos veces. Si no la
encontraba dejaba algo dentro de la cueva, normalmente comida.
Era un perrito en un garaje.
Al principio, achacó su comportamiento a que (como siempre había sabido, por
supuesto) en el fondo era un buen daimión al que su madre aún no había destrozado lo
suficiente, y, en general, a ser un post-adolescente hiperactivo emocionado con la
novedad.
Luego empezó a preocuparse.
Iba a tener problemas para realizar sus planes si no dejaba de rondar por allí.
Y, esperaba que no, cabía ser posible, que fuera el caso, de algún modo, que estuviera
colgado por ella.
Horror. Espanto.
Sacudía las manos sobre su cabeza, intentando apartar aquel pensamiento.
Tenía más problemas que dedos para contarlos. Preocuparse de no romperle el corazón a
un daimión era demasiado ya.
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Oculto entre grandes helechos, y tan empinado y quebradizo que decidió ignorarlo hasta
que fuera su último recurso; encontró un camino.
Consiguió subir hasta una zona donde la montaña se suavizaba y podía cruzar al otro
lado mejor, cuando estuvo segura que no era un cajón sin salida, y podría cruzar hasta el
territorio de los En, decidió regresar.
Temblando como una hoja.
Decidió que valía la pena perder un par de días más para hacer el camino más
transitable. Abrirse la cabeza entre las peñas no estaba en sus planes.
A la tarde del último día fue a recoger algunas bayas. Eran dulces y quería darse un
premio por el trabajo.
Masticaba distraída y no se sintió demasiado sobresaltada al oír unas ramas quebrarse
tras ella, tenía entendido que era una región segura.
Criaban daimiones allí, ¿quién se iba atrever a pasar?
Al darse la vuelta, vio un daimión bebé.
Más grande que un caballo.
Se quedó quieta en el sitio. Intentando recordar si el procedimiento era no moverse,
correr en zig zag, hacerse un ovillo o ponerse de rodillas y rezar lo que se supiera.
La cría no se movió del sitio, pero alargó la cabeza y abrió la boca, dejando escapar un
"Aaah" extrañamente humano.
Melia le vio los dientes.
Tenía dientes. Muchos.
¡Joder con el bebé!
Retrocedió hasta un árbol cercano, intentando no quitarle la vista de encima y se puso a
trepar.
El monstruito se acercó con un galope alegre, estiró su largo cuelo hacia arriba y volvió a
decir "Aaah". Ella seguía trepando, esperando llegar lo suficientemente alto para que no
pudiera alcanzarla.
Nunca había trepado a un árbol. O era muy buena, o era cierto que el terror daba alas.
El pequeño UrsLeil se puso a dos patas, dejando su cabeza a los pies de Melia.
Le vio sacar la lengua y chuparle los pies.
-Quita, bicho, son míos, dejálos en paz.
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Vio como agachaba un poco la cabeza y soltaba algo parecido a un gruñido. Luego
volvió a ponerse a cuatro patas, corrió alrededor del árbol un par de veces, se sentó y dijo
"Aaah".
-¿Eso es que no vas a comerme?
-Aaah.
-¿No se supone que para decir sí es un ronroneo?
-Brrrrrrrurrrrurrrrrurrrrr...
-Espera, ¿puedes entenderme?
-Aaah.
-Muy bien, voy a bajar, y cuando baje, ni se te ocurra comerme, ni morderme, si
chuparme, ¿de acuerdo?
-Aaah.
Y se puso a ronronear otra vez.
Melia descendió poco a poco (no era tan fácil como la subida). Al llegar abajo, UrsLeil
seguía sentado donde estaba.
-Muy bien, eres un daimión muy bue...
Entonces se lanzó rápidamente hacia delante, le dio un golpe con la cabeza, media
vuelta, y salió huyendo gritando "Aaaaaaah".
Tras el terrorífico susto inicial, se dio cuenta de que estaba jugando.
-Vivir para ver...
Fue tras él sin demasiado entusiasmo, no le apetecía nada jugar después del susto y tras
un día bastante largo de trabajo.
Pero tan poco quería enfurecer a algo con tantos dientes.
Media hora después, no solo se le pasó el miedo, si no que consiguió convencerle para
que le llevara a su caverna a cuestas.
-Creo que me sobra algo de carne, tu hermano siempre trae de más, no importa cómo se
lo diga... Cuando lleguemos te daré un poco, ¿qué te parece?
-Aah.
-Ese "Aah" no suena muy emocionado. ¿Estás cansado?
El daimión se puso a trotar y Melia se echó a reír.
Cuando volviera a casa, escribiría un guión de cine con aquella historia "Melia. La Reina
de los Daimiones".
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El Paraíso Hundido
De vuelta a su cueva, estaba dándole de comer algo de carne asada, cuando apareció
Hadiic, no parecía muy contento de ver a su hermano pequeño allí.
-Hola.
-¿Qué hace este aquí?
-Nos hemos encontrado en el bosque, me ha traído al refugio y le doy un poco de carne
en agradecimiento.
-Fuera de aquí-dijo al chiquitín, haciéndole gestos con las manos.
UrsLeil tenía sus propias ideas.
Se pegó a Melia y gruñó al intruso.
-¡Será posible!
Hadiic le agarró la cabeza e intentó llevárselo arrastras mientras el pequeño lanzaba un
sonido parecido a un mugido lastimero.
-¡Basta! Hadiic, déjale, le haces daño.
-No se va a romper.
-¿No me dijiste que era un bebé? Déjale, no pasa nada porque esté aquí.
-Sí, molesta.
-No, no molesta, a mí no. Ven chiquitín.
El daimión adulto había dejado de agarrarle y Melia comenzó a acariciarle el cuello y
llevarle de vuelta a la cueva.
Hadiic parecía muy muy confundido.
-¿De verdad no te importa que esté aquí?
-No, ¿debería importarme?, ¿por qué no quieres que esté?
-...no sé. Las crías deberían quedarse lejos, para que aprendan a buscarse la vida solas y
crecer más rápido.
<<Así os va>>.
-Estoy segura que Ur... Dos crecerá cuando le parezca más oportuno. Deberíais ser un
poco más cariñosos entre vosotros, tú has sido cría hasta hace poco ¿verdad? ¿No
recuerdas cómo era?
Vio cómo el joven daimión parecía pensárselo. Aún con una mirada algo irritada hacia
su hermano, se acercó a ella e intentó sentarse a su lado, pero la cría puso la cabeza en
medio.
-Serás desgraciado...
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El Paraíso Hundido
-Tsssss, Dos, bonito, ven aquí, no cabrees a tu hermano.
Intentó apartarle para dejar sitio a Hadiic. Dos empezó a hacer ruiditos como "Aaah
grrah ah grrr aaah", todos dirigidos con manifiestas malas intenciones a su hermano
mayor.
A Malia le hacía gracia.
-Creo que planea tu muerte cuando seas mayor...
El daimión grande bufó.
-No si lo mato antes yo.
Dio un respingo y se volvió hacia él sorprendida, no le gustaba el tono en que lo había
dicho.
-Era una broma... no irás a matar a tu hermano ¿verdad?
Por segunda vez en el día, quedó completamente callado y confundido.
Como no encontró nada más interesante por allí, poco después UrsLeil en miniatura se
alejó por voluntad propia. Melia podía verle buscando cosas entre los helechos en una
zona más baja del valle.
-Deberías portarte mejor con él, o cuando crezca te amargará la existencia con bromas
pesadas.
-Mientras se conforme con eso...
Ella no quería saber que otras cosas le hacían a él sus hermanos mayores, así que prefirió
no continuar con el tema.
-Mañana me iré durante unos días, ¿recuerdas que te dije que había perdido una cosa?,
voy a ver si la encuentro...
-Mmm, ¿vas a salir del valle?
-Puede, ¿por qué?
-Eso está fuera de nuestro territorio.
-¿Y?... ¿podría tener problemas?
El daimión pensó.
-No... supongo que a ti no te pasaría nada... pero puedes cruzarte con los En. Pueden
ser peligrosos, he oído que la matriarca obliga a luchar a muerte a sus hijos contra sus
siervos cada año, para quedarse solo con los guerreros más fuertes...
-Eso es terrible... pero tú has amenazado a tu hermano hace nada, ¿por qué son peores
que vosotros?
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El Paraíso Hundido
Hadiic brincó, la miró con expresión completamente ofendida y la boca abierta.
Melia esperaba que dijera algo, pero no se le ocurría nada, así que poco después la volvió
a cerrar y se quedó mirando el suelo.
-Te vas mañana entonces.
-Sí, por unos días, dos o tres.
-Ajá...-se puso en pie- Voy a volver a casa ahora. Si te vas, te recomiendo que guardes
las cosas y las cubras con piedras o algo, o el bicho ese de ahí abajo las hará trocitos.
-¿Te refieres a Dos?
-Sí, ese. Buenas noches, descansa bien.
-Buenas noches, igualmente.
Los daimiones podían pensar de los humanos como poco más que gusanos. En general,
no eran de su interés, y estaba realmente segura que no habría diferencias entre los En y
los Urs, si no hacía nada sospechoso, probablemente sería ignorada.
Tenía varias preocupaciones, sin embargo. Los gusanos podían ser aplastados sin querer,
incluso con malicia o por ser un estorbo.
Y tenía la intención de hacer muchas cosas sospechosas.
Cuando comenzó a acercarse a su territorio, usó la goeteia que Baal le había enseñado.
Aguantaría mientras ella quisiera. Caminó por una zona boscosa, no muy diferente a la
que dejaba atrás, pero con menos helechos, y oscuras coníferas. Había multitud de
pequeñas y afiladas hojas en el suelo, que crujían bajo sus pies más de lo que encontraba
seguro.
La madriguera de los En era tan discreta como la de los Urs.
Dio con ella cuando terminaba el día, empezaba a oscurecer y vio las antorchas de
algunos esclavos que controlaban que los alrededores estuvieran en orden antes de volver
para pasar la noche.
Con todo el silencio que podía, les siguió en la oscuridad.
Había también un gran espacio abierto, justo a la entrada. No encontró ningún lago
visible, ni escaleras. Pero una importante cortina de agua se deslizaba por la ladera, justo
a su lado, se abría un gran hueco en la montaña, parecía salir de debajo de la tierra como
una grotesca boca abierta.
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Melia se preguntó cuánto se atrevería acercarse, no veía bien en la oscuridad, y podría
encontrarse con algo desagradable de golpe.
Pensó en dar la vuelta, pero razonándolo un poco más, se dio cuenta que por la noche
estaría todo más tranquilo. Los daimiones no necesitaban dormir mucho, pero les
encantaba hacer el vago cuando podían, así que por las noches eran bastante inactivos.
Los esclavos probablemente estarían dormidos también.
Era el mejor momento para entrar sin que la vieran.
Caminó con precaución hasta la entrada, miró hacia el interior con curiosidad. La
construcción se hundía en la tierra, vio unas oscuras escaleras bajando hacia la oscuridad
del fondo. No parecía existir más que una gran nada, pero entonces salió a un esclavo.
Melia esperó, manteniéndose todo lo quieta que podía.
El esclavo fue al exterior y volvió un rato después con una silla de madera.
Sin dar ni una sola muestra de haberla visto.
Sonrió encantada y miró de nuevo la inmensa garganta oscura a sus pies.
Muy bien. Pues para allá iría.
De cabeza a la boca del daimión.
Lo bueno de aquella roca negra era que apenas hacía sonido alguno al pisarla.
Las escaleras descendían durante varios metros. En algunas partes se levantaban figuras
de animales portando antorchas, pero no todas estaban encendidas.
Al llegar abajo, comenzó a moverse siguiendo los ruidos de movimiento y
conversaciones. En el interior todo era parecido al palacio de UrsIstar, por donde ya
había tenido cierta costumbre para moverse.
Fue siguiendo cada voz, internándose más en la elaborada madriguera.
Al cabo de un par de horas, comenzó a temer que se estaría perdiendo, consideró dar
media vuelta y buscar la salida antes de que se hiciera tarde y no la encontrara.
Al volver, una conversación muy alta que había pasado de largo porque creía que no era
más que una riña personal, consiguió llamar su atención.
-¡...turno!, ¡eres una jodida tramposa, EnBeker! ¡Madre me hubiera enviado a mí a
cuidar la Corona!
-¿Por qué no lo discutes con ella entonces?
-¡Sabes que nunca cambia de opinión!
-Que te jodan entonces, Hadiic, otro día tendrás más suerte.
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El Paraíso Hundido
-¡Otro día volverás a pasar por encima mío!
Melia oyó un golpe brutal, y retrocedió dos pasos. Luego avanzó de nuevo, su
invisibilidad funcionaba, pero no quería tentar a la suerte. Ocultándose detrás de una
pared, observó el interior de aquella habitación.
Parecía un simple cuarto, con dos esclavos cargando con varios bultos arrinconados
contra una esquina del mismo, observando algo nerviosos la escena frente a ellos.
Una daimión con los ojos brillantes reía, en el suelo había tirado otro daimión joven, con
una gran mancha de sangre roja cubriéndole media cara.
-Si paso por encima tuyo es porque no eres más que un mierda y madre lo sabe,
confiaría antes la Corona a sus esclavos que a una basura como tú.
-Es mi turno-dijo el chico poniéndose en pie, desafiante.
-Si tanto te apetece tener un nombre, vete a matar un Urs o algo así. Imbécil.
La joven hizo un gesto a los esclavos, que se pusieron en movimiento, salieron por la
puerta con notable alivio. Posiblemente no la hubieran visto ni sin la goeteia.
Poco después iba a salir su señora, pero cayó de bruces justo a sus pies, con un furioso
daimión encima.
-¡Te mataré, mentirosa! ¡Cabrona!
La joven se incorporó de golpe, sujetando los tobillos del chico, se lanzó hacia atrás,
golpeándolo contra el marco de la puerta.
Melia ya había retrocedido, pero retrocedió un poco más.
Aquí es donde podían aplastar a los gusanos sin querer.
Con cierta controlada lentitud, la daimión se puso en pie, vigilando al chico caído a sus
pies.
El recién aparecido Hadiic gimió y empezó a moverse con torpeza.
-Tú... tú...
Se cayó al suelo.
Melia los observaba a los dos. Sintió algo de pena por el chico en el suelo, pero no podía
hacer nada por él; y si no había entendido mal la conversación, aquella chica iba a ir a
vigilar la Corona.
La daimión se arregló la ropa, y con una última mirada de disgusto al que posiblemente
era su hermano, se puso en marcha, detrás de sus esclavos.
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Aquel EnHadiic consiguió ponerse en pie, siguió a la chica con ojos brillantes a la escasa
luz de las antorchas y, mientras murmuraba las veinte formas en que iba a matarla,
intentaba quitarse la sangre de la cara.
Decidió alejarse de allí, algo le decía que aquel joven daimión estaba más allá de
cualquier ayuda.
Pensaban que saldrían fuera, pero EnBeker se adentró más a un en aquel laberinto. Se
detuvieron en un salón aparentemente vacío, vio cómo levantaban una gruesa puerta de
roca del suelo entre los dos esclavos.
De abajo llegaron voces.
-Ya era hora.
-El inútil de Hadiic me ha retrasado.
Otro daimión salió de la puerta en el suelo.
-Estaba harto de esperar, si no salgo a que me de el aire pronto te juro que empezaré a
derribar paredes.
-Pues lárgate, y llévate tus cosas.
-Dile a los esclavos que las traigan.
-Son mis esclavos, llama tú a los tuyos.
-No me da la gana de llamar a mis esclavos a estas horas.
-Y a mí no me da la gana entrar ahí con tu ropa sucia, llama a tus esclavos o recoge toda
esa mierda tú.
¿Iban a pelearse otra vez?
Sintió un nuevo aprecio por UrsHadiic y UrsLeil, nunca les había visto intentar matarse
por tonterías.
El daimión varón soltó un gruñido, y musitó algo sobre que dentro de un momento
vendrían a por sus cosas.
Mientras, EnBeker se quedó de brazos cruzados, haciendo un gesto a sus esclavos para
que no se movieran de donde estaban.
Melia observó la puerta abierta con interés.
Aquel era un buen momento para entrar, casi se lo habían puesto en bandeja.
Eso si atrevía a cruzarse a plena vista con aquella daimión y sus dos esclavos.
Sintió que se le aceleraba la respiración, aunque aún no había dado un paso.
¿Podría hacerlo?, ¿podría llegar hasta la puerta?
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No, era muy arriesgado.
Pero la Corona podría estar allí, justo delante suyo.
¿Y si había algo protegiendo la entrada?, ¿como un campo de fuerza anti-goeteia?
Se mordió los labios, había visto muchas películas.
Según lo que Sofía había dicho, los daimiones jóvenes no solían aprender nada de
goeteia, solo la conocían los mayores, y, aún así, no la empleaban mucho. Si querían algo
solo tenían que liarse a mordiscos con todo lo que se les cruzara por delante para
conseguirlo, así que la goeteia había quedado en cierto desuso.
Pero, ¿podía estar segura que no estaría protegida? Era la Corona de Daia, al fin de
cuentas, no dudaba que harían lo imposible por defenderla.
Cogió aire lentamente una última vez.
Si iba a intentar algo, tendría que intentarlo rápidamente, antes de que vinieran los otros
esclavos.
Avanzó por el salón, el silencio, vigilando todo lo que había a sus pies. La habitación
estaba vacía, pero solo una irregularidad en el suelo, un pequeño traspiés, y quedaría
completamente a la vista de los afilados ojos de la daimión.
Se acercaba a la puerta, ya podía ver el interior.
Miró a EnBeker, se había colocado de costado a ella, como si eso pudiera evitar que se
diera cuenta que estaba allí si algo fallaba. Cuando estuvo convencida que ni ella ni sus
esclavos eran ni remotamente conscientes que estaba allí, se inclinó sobre la abertura en
el suelo y se asomó.
Adivinó, más que vio, algunas escaleras. Estaba completamente oscuro allá abajo.
-En cuanto saquen sus cosas metéis lo mío y traéis un poco de agua de rosas o algo así...
Levantó la vista, notando que el corazón le iba a dar un vuelco. No era más que la
daimión dando instrucciones, pero hubiera podido caer muerta de la misma del susto.
Con pies temblorosos, comenzó a bajar por el hueco en el suelo.
La luz que llegaba de arriba era muy escasa, pero en cuanto se acostumbró un poco más,
pudo ver el borde de algunas formas.
No parecía ser más que una simple habitación.
No encontraba nada interesante.
Y EnBeker tenía razón.
Algo olía fatal allí.
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Oyó pasos apresurados a su espalda y una súbita luz.
Se apartó de las escaleras y se pegó a una de las paredes.
Los esclavos venían a por las pertenencias de su señor.
Vio cómo dejaban una antorcha y se ponían a recoger bultos apresuradamente.
En cuanto se llevaron un gran colchón al olor pareció marcharse también.
Menos mal.
Calculó que sería buena idea salir antes que la daimión que le tocaba hacer guarda bajara
y la dejara encerrada.
¿Pero dónde estaba la Corona?
En la oscuridad no había visto nada, pero a la luz de las antorchas descubrió un nicho en
una de las paredes. Alrededor del nicho había varias figuras talladas. Trece daimoines
entrecruzados entre sí. Dentro del mismo, un arcón de madera tallado en extrañas y
complejas formas.
Melia reconoció los símbolos que se usaban en la goeteia.
Bueno, era posible que el cofre sí estuviera protegido.
Y era casi seguro que aquel cofre tendría la Corona.
Observó la puerta abierta y los esclavos corriendo arriba y abajo por las escaleras.
No, no podría llevárselo ahora.
Lo miró, tomando nota mental del cierre y tamaño.
Podría cargarlo, si no pesaba mucho, aunque posiblemente necesitara ambas manos.
Podría con ello, si encontraba otra oportunidad para cogerlo.
Oía a los daimiones discutir en lo alto, los esclavos dejaron de bajar.
Decidió hacer una prueba.
Colocó una mano sobre la madera, e inmediatmente sintió un golpe. Como si alguien le
hubiera atizado en la frente.
Sintió frío y se miró las manos.
La goeteia se había ido, estaba protegido entonces.
Así que si quería sacar la corona de allí, antes tendría que sacarla del cofre.
Las voces disminuyeron y oyó otra vez pasos en las escaleras.
Asustada, volvió a hacerse invisible.
Sería mejor marcharse mientras pudiera.
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Los esclavos de EnBeker bajaron con las cosas de su señora y comenzaron a colocarlas.
Su señora vino tras ellos, dando órdenes de cómo quería todo en orden.
Aquel era un buen momento.
Moviéndose siempre con cuidado, cruzó tras la daimión y, todo lo rápido que creía
prudente moverse, subió las escaleras.
En lo alto no había nadie, e inspiró profundamente varias veces. Allí abajo se le había
olvidado que necesitaba respirar para vivir.
Muy bien. La misión estaba siendo un éxito por el momento. Sabía donde estaba la
Corona, sabía cómo conseguirla y aún le quedaban 28 días y algo más de una semana
hasta que UrsIstar abriera de nuevo la puerta.
Tenía tiempo de sobra para planear algo. Solo tenía que enterarse de cada cuanto tiempo
hacían aquellos cambios y volver para el siguiente, o el siguiente.
Se dirigió de vuelta a la salida, sintiéndose débil y mareada. Dio varias vueltas hasta
encontrarla, y una vez fuera, solo tuvo ganas de adentrarse unos metros en el bosque,
acurrucarse bajo una piedra escondida y dormir.
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19.Daimiones en la niebla
Cuando despertó decidió hacer guardia junto a la puerta de entrada, esperando oír algo.
El daimión que vio saliendo del escondite donde guardaban la Corona salió pronto, se
transformó y salió volando hacia alguna parte. Posiblemente a tomar aquel aire fresco
que quería.
Esperaba que aquello no significara que pasaban mucho tiempo allí dentro y que en un
mes no volvían a salir, o algo así.
Aguardó con paciencia, observando con curiosidad a los esclavos trabajando,
manteniendo el jardín y la pista de aterrizaje presentable. O sacando y metiendo bultos.
En el territorio de Urs traían muchas cosas de los pueblos más cercanos, los pocos
humanos que se atrevían a vivir en sus fronteras lo hacían precisamente por el comercio
con ellos. Los daimiones tenían oro guardado en el interior de sus cavernosos palacios de
piedra.
Aquello la entretenía, pero no le decía nada.
A media tarde, vio salir al Hadiic de allí, que decidió rebautizar como EnHadiic en su
cabeza. El otro daimión volvió a aparecer y fue en su busca.
Melia se acercó discretamente a ellos.
Si las cosas se ponían mal podía decir que venía del pueblo a traer telas y ya se iba. Por
lo que había podido ver aquel día, la mayoría de humanos entraban y salían sin
problemas.
Oyó una conversación, el más joven parecía enfadado, tenía una gruesa línea roja en la
frente, donde la noche anterior le golpearon. El mayor parecía reírse de él.
-...no podrás en una semana...
-¡Pues la próxima!
-Sí, sí... sin consigues el nombre en una semana te juro que te doy mi cuarto y todos mis
turnos.
EnHadiic soltó un gruñido bajo, que solo consiguió arrancar una sonrisa mordaz al
mayor, y se alejó de allí.
Melia hizo una mueca.
¿Una semana?, ¿una semana qué?, ¿en una semana cambiarían los turnos?, ¿eso era cada
siete días?, ¿o en una semana tenía que buscarse un nombre?
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Observó alejarse a los dos y se preguntó a cual sería mejor seguir.
Se decidió por el mayor, pero tras oírle durante dos horas hablar de lo fuerte y feroz que
era a una esclava que solo sonreía y le hacía caso porque no parecía apetecerle morir,
decidió marcharse.
Ya era de noche, y Melia decidió regresar y pensar un plan. Había tentado mucho a su
suerte, y no se había dado cuenta hasta entonces lo mucho que podía agotar usar la
goeteia. Apenas había comido nada porque sentía náuseas.
Cuando estuvo a una distancia prudencial echó una cabezada, pero no pudo dormir
bien. Poco antes del amanecer se puso de nuevo en marcha.
Caminaba ya cerca del límite del territorio cuando oyó una voz.
Quedó clavada donde estaba.
-Sal de dónde estés... no llegarás muy lejos...
¿Le hablaban a ella?
Uso de nuevo la goeteia, por acaso, y siguió avanzando.
-Sí, huye como un perro, si te descubro te mataré...
Se detuvo, vio a alguien cruzando entre algunos troncos caídos, mirando tras ellos con
atención.
Reconoció a EnHadiic.
¿La estaba buscando a ella?
No, no podía ser. Estaba segura que no la había visto.
Miró a su alrededor.
Si no era ella, entonces, ¿quién?
El frustrado daimión siguió avanzando, controlando cada rincón de bosque según
avanzaba.
Un poco más arriba vio asomar una cabeza castaña.
Hadiic.
Maldita sea, ¿qué estaba haciendo allí?
Controlando al otro daimión, se acercó a él. Podía verla.
-¿Qué haces aquí?-susurró.
-Yo... te he estado siguendo... quería ver que estabas bien.
-¿Y te cuelas en territorio enemigo?
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Intentó ver donde había ido su perseguidor, pero no conseguía encontrarle. Preocupada,
le hizo un gesto para que la siguiera.
Ella podía avanzar delante sin que la vieran.
Vigilaba continuamente los alrededores, solo se volvía para ver si su acompañante la
seguía.
Era muy silencioso, pero estaba bastante asustado.
No tenía una idea clara de cómo funcionaban las edades de los daimiones. De lo que
había visto y había podido entender, una vez adultos su aspecto humano cambiaba muy
poco, sus rasgos se volvían más duros, les salían heridas, les crecía el pelo, pero ninguno
podría decirse que tuvieran más de 25 años, a excepción de las primeras generaciones,
que eran otro mundo.
Pero sabía que como bestias, el tema era muy diferente. Las fuerzas entre un daimión
mayor y uno más joven podían ser grandes. Y aunque aquellos dos eran Hadiic, tenía la
impresión de que el de En era mucho más fuerte.
O eso, o su Hadiic era un cobarde sin remedio.
Estaban ya acercándose a lo alto de la montaña, desde donde estarían de vuelta en el
territorio Urs, y, un poco más abajo el paso a través de la montaña bajo la que estaba su
escondite.
Se sintió más tranquila al ver que faltaba tan poco, pero entonces una gran sombra se
perfiló en el cielo.
Un daimión volando se acercaba a ellos.
Hadiic lo había visto también, se quedó petrificado.
Melia se acercó a él y le hizo quedarse quieto.
Cuando ella quedaba invisible, su ropa también, así que imaginaba que de alguna forma
la goeteia podría afectar a su compañero si le tocaba.
Le pasó los brazos por los hombros y cerró los ojos, intentando concentrarse.
El daimión volaba a poca altura, podía oír el roce de sus patas con las copas de los
árboles, y el batir de sus alas.
Notó una ráfaga helada cuando su sombra cruzó justo por encima de ellos.
Continuó concentrada en mantener la goetia todo lo fuerte que podía. No tenía ni idea
si funcionaría, pero solo podían intentarlo. En aquel bosque las coníferas daban una
protección muy pobre.
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La gran sombra cruzó de nuevo en dirección contraria y se alejó.
Pasados unos minutos, se atrevió a abrir los ojos. Su perseguidor no estaba por ninguna
parte.
Se separó de Hadiic y se alejó con cuidado, el paso de la montaña estaba cerca, pero les
dejaría muy expuestos ante un daimión en el aire.
Volvió con su compañero.
-Esperaremos un poco más aquí-dijo.
El joven asintió con la cabeza, había pasado de muy asustado a confundido, la miraba
casi con recelo.
Tras una paciente espera en la que no volvieron a ver a nadie más, se acercó de nuevo
ella sola al paso y observó a la distancia. No había ni rastro de su perseguidor. Hizo un
gesto a Hadiic para que se acercara y atravesaron prácticamente a la carrera aquel
trayecto de vuelta a casa. Sin embargo, no pudo respirar tranquila hasta que no llegó
hasta su acogedora caverna.
Oh, bueno. Lo había logrado, con algunos pequeños contratiempos pero había
conseguido lo que se proponía con aquel viaje.
Ahora lo que tenía que hacer...
-¿Qué estabas haciendo?
Miró a Hadiic algo incómoda, no tenía ni idea de cómo explicárselo, no tenía ni idea de
cómo iba a reaccionar. No confiaba en aquel Hadiic, de hecho, no hubiera confiado lo
que iba a hacer ni a su UrsHadiic.
-Buscando un objeto.
-¡¿En el agujero de los En?! Te vi entrar.
Se estaba enfadando.
-No es asunto tuyo, ¿Qué haces siguiéndome para empezar?
-Estaba preocupado.
-Lo siento mucho, pero esto no tiene nada que ver contigo, has sido muy amable pero
preferiría que dejaras de hacer preguntas. No te incumbe.
El joven daimión se encogió de hombros. Se le veía claramente dolido.
Melia rememoró súbitamente una conversación similar, con los papeles invertidos.
Aquello era una especie de venganza, ¿verdad?
¿Contra cuál de los dos?, no estaba segura.
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-De acuerdo-dijo Hadiic con gravedad, y volviéndose brúscamente, salió de la cueva.
Suspiró, sintiendo una gran congoja en el pecho.
Había hecho bien no diciéndoselo, ¿verdad? Había hecho bien intentando alejarle de
allí, no quería hacerle más daño.
Las días siguientes los ocupó planeando su vuelta al hogar de los En, e imaginando las
mejores formas de entrar y salir y qué hacer a continuación. Había planeado volver en
una semana. Si para entonces no ocurría el cambio... mala suerte, aún le quedaba algo de
tiempo, esperaba que el tiempo no fuera un problema, había visto suficientes películas
en su vida para saber que el tiempo siempre era un problema en situaciones como
aquella, así que prefería no arriesgarse.
Lo que debería hacer una vez consiguiera la Corona... era algo que no tenía claro.
Durante aquellos días no volvió a ver a Hadiic. Por una parte se alegraba, por otra... le
echaba de menos, la mayoría de las veces era una compañía agradable, y le ayudaba a
añorar un poco menos a su UrsHadiic.
Se daba cuenta de lo paradójico que era, pero no podía evitarlo.
Los dos eran el mismo y los dos eran diferentes.
No tardó mucho en preparar lo que quería llevar, y lo único que le quedaba hacer era dar
vueltas a su cabeza. A menudo los pensamientos que la asaltaban no eran los más
agradables del mundo, así que buscó como distraerse.
El pequeño Dos solía acercarse a jugar cuando estaba aburrido como ella, pero aparte de
entretenerla un rato, poco más podía hacer. Un día decidió que iría a ver el mar, estaba
segura que no tardaría más de unas horas, podría ir por la mañana y regresar por la
noche, mientras, recogería frutas. Hadiic ya no le traía comida, y se terminaba la que
podía guardar, así que tenía que apañárselas de otra forma.
El viaje a través del bosque fue largo, tuvo que dar un rodeo para evitar un camino que
llevaba hasta el palacio de los Urs, pero mereció la pena.
No había playas cerca, solo grandes acantilados perpendiculares de piedra oscura donde
anidaban cientos de miles de aves. El mar tenía un tono azul intenso y profundo, como
el que solo existe mar adentro, y en el horizonte, se alzaba una tenue y pálida bruma.
Según lo que le habían dicho allí, los barcos que habían intentado escapar de Ethlan a la
desesperada cuando se hundió, desaparecieron en aquella bruma, no salieron de ella,
nadie volvió para traer noticias. Algunos infelices creyeron que en realidad habían
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llegado al otro lado, y sencillamente no podían volver, así que durante varios siglos
continuaron lanzándose hacia allí, hasta que solo quedó en Ethlan quienes creían
firmemente que aquella neblina era la muerte segura.
Con un Sol brillante a su espalda, y los chillidos y alboroto de las aves marinas, la bruma
no parecía amenazante, no más que la oscuridad del mar, pero Melia estaba con los que
prefería no tentar al destino. Aquella bruma parecía conducir a la nada.
Cuando se dio cuenta que el disco solar se inclinaba mucho hacia Etión, decidió que era
hora de regresar.
Al darse la vuelta, encontró una figura encogida entre unas rocas. Era Hadiic.
Se acercó a él, con sentimientos encontrados.
-¿Has estado siguiéndome otra vez?
El chico tragó saliva.
-No... no del todo, no quería bajar al valle, así que vengo aquí... cuando vi que estabas
no supe que hacer y me senté entre las rocas... ¿te molesta?
-No, las rocas no son mías, puedes hacer lo que quieras.
Al joven daimión no pareció gustarle la respuesta.
Permanecieron un momento en silencio, cada uno metido en sus propios pensamientos.
-¿Te enfadaste porque te seguía... o que te preguntara qué estabas buscando?
Melia lanzó un largo suspiro.
-Las dos cosas...
-Solo quiero ayudarte...
Le miró, se le veía triste, y confundido.
-Ya lo sé, pero es complicado... Eres un buen daimión y espero que lo sigas siendo
muchos, muchos años, pero podría darte problemas si te meto en esto, y puedo
encargarme yo sola, de verdad.
Le vio extender una mano hacia ella, se quedó quieta por la sorpresa, le acarició el pelo y
le rozó el hombro antes de retirarla, súbitamente avergonzado.
-Lo siento.
Melia parpadeó y se alejó un poco, muy confundida.
-Bueno, estaba pensando regresar porque se me va hacer de noche si no, y yo no veo en
la oscuridad. ¿Te apetece acompañarme?
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Hadiic la miraba con los ojos muy abiertos, como si no hubiera esperado una respuesta
tan afable, pero se recuperó en seguida y sonrió.
-Sí, claro.
En el camino de vuelta no hablaron mucho, y sobre tonterías básicamente, pero el joven
daimión estaba contento.
Cuando llegaron cerca del camino que llevaba de vuelta a la casa de los Urs, ya era casi
de noche, y se ofreció a acompañarla un poco más para señalarle el camino. Melia aceptó
agradecida, no le gustaba demasiado andar de noche sola de todas formas.
Cuando llegaron de vuelta a la cueva, se encontraron con UrsLeil metido de cabeza y el
colchón desplumado sobre su espalda.
-Oh, vaya.
-Te lo dije, es un desastre.
-No importa, solo es un niño, también tiene derecho a refugiarse de cuando en cuando,
¿verdad?
Estaba siendo muy diplomática delante de Hadiic. Por la mañana el renacuajo le iba a
oír. Aquel colchón se había convertido en su vida.
Se acercó para buscar algunas mantas al menos, la cría parecía dormir profundamente.
-Bueno, muchas gracias por acompañarme...
Le miró. Estaba muy serio.
-¿Ocurre algo?
-Buscas la Corona de Daia, ¿verdad?
Melia continuó mirándole fijamente, sin saber qué responder.
-No importa-continuó el joven-, no se lo diré a nadie, solo quería estar seguro.
-¿Cómo... cómo lo has sabido?
-Je, es lo único interesante que tienen... ¿Piensas volver pronto?
-...puede.
-Mi familia intentará otro ataque, en uno o dos días, te recomiendo no acercarte por allí
hasta que se pase. Dudo que consigan la Corona, morirán uno o dos daimiones y luego
volveremos todos a casa otra vez.
Su voz se había vuelto lúgrube, daba la impresión de que esperaba que él iba a ser uno de
los muertos.
-¿Tú irás también?
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-Sí, todos los adultos harán algo.
-...lo siento, estoy segura que lo harás bien.
-Eso espero...
Sintió deseos de abrazarle y darle ánimos, pero antes de que extendiera los brazos se dio
cuenta de que podía entender mal la caricia, y no se atrevió.
-Vuelve a verme cuando termine la batalla, me quedaré más tranquila si sé que estás
bien.
Aquello pareció animarlo.
-Claro, volveré. Oh, es tarde, tengo que irme o creerán que soy un desertor. Buenas
noches, que duermas bien... si puedes.
-Ya, al menos no pasaré frío. Buenas noches.
Le vio alejarse, con el corazón encogido en un puño.
Hadiic y UrsHadiic. Los dos iguales. Un dolor de muelas.
Se metió en su cueva y se acurrucó junto al pequeño UrsLeil.
Al menos a aquel le faltaban aún algunos decenios para empezar a hablar y convertirse
también en otro problema.
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20.La Corona de Daia
Obedeció a Hadiic y se quedó en su rincón del valle aquellos dos días. Era justo cuando
creía que iba a producirse el cambio, así que estaba un tanto disgustada, pero seguía
esperando que tendría tiempo.
Esperó aquellos días con cierta ansiedad, preguntándose si no debería acercarse a mirar,
solo para comprobar que las cosas estuviesen en orden. Pero había visto luchar ya a
aquellas bestias varias veces, el caos que podían sembrar a su alrededor era inmenso, e
iban a combatir dos familias enteras entre sí, dudaba que hubiera sitio seguro en las
cercanías.
Estaba ya esperando el momento en que Hadiic regresara, cuando su hermano pequeño
vino a verla, moviéndose nervioso. Le golpeaba con el hocico y la empujaba al interior
de la cueva.
-¿Te ocurre algo?, ¿qué pasa?
En ese momento, ella también lo oyó.
Un rugido lejano, que retumbó por todo el valle como un trueno. Poco después le siguió
otro.
Los daimiones luchaban.
La cría soltó uno de sus débiles mugidos y se metió de cabeza en la caverna.
Melia le siguió.
-Pobrecito, ¿estás asustado?
Le acarició el cuello.
-Aquí estás seguro, no te va a pasar nada-se preguntó si su hermano mayor también se
escondería allí para ocultarse de los combates-. Y ya verás, de mayor serás también un
daimión bueno y valiente, y te pondrán un nombre precioso.
La cría la miraba, con ojos redondos y oscuros, siempre daba la impresión de
comprender bastante bien lo que decía.
Melia esperaba. Era tranquilizadora la seguridad de que Hadiic saldría vivo de allí.
Menos tranquilizador era el pensar el cómo, y lo muy asustado que debía estar. Era un
daimión muy joven, los demás deberían ser monstruos a su lado, ¿lucharían también las
matriarcas? Se estremecía solo de recordar el tamaño y la fuerza de UrsIstar, aquella
daimión podía echar abajo montañas si quería.
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Al finalizar el día, UrsLeil salió de la cueva y fue a buscar conejos que perseguir antes de
irse a dormir. Interpretó aquello como que el combate había terminado, la pequeña cría
se olvidaba con rapidez de los problemas.
Esperó hasta bien entrada la noche que Hadiic volviera, pero no llegó.
A la mañana siguiente no empezó a preocuparse hasta el mediodía. ¿No estaba tardando
mucho?, ¿lo habrían herido?
Subió al lago a por agua, y se lo encontró allí.
Suspiró aliviada al verle caminar sin problemas y corrió a darle un abrazo.
-¿Estás bien?, ¿qué ha ocurrido?
El joven daimión sonrió, y Melia reconoció muy bien esa sonrisa que no era del todo
una.
-Oh, nada, solo tengo un corte en el brazo. Nada más empezar uno me empujó contra
unas rocas, y cuando intentó rematarme mi hermano mayor lo cogió de sorpresa y le
rompió el cuello. Todos están muy felices con mi actuación, dicen que hice un buen
papel como cebo. Es posible que ese sea mi nombre: UrsCebo.
El chico estaba canalizando su versión más adulta en aquel momento.
-Pero estás bien, tendrás otras oportunidades de ganarte un nombre... ¿Ganasteis?
-No, matamos a uno de sus hijos, pero ellos mataron a dos de nuestros sirvientes...
Quedamos algo empatados.
Se sentaron en el suelo de roca frente a la caverna. UrsLeil no se había ido muy lejos y se
acercó a curiosear. Comenzó a darle golpecitos en el hombro a su hermano mayor.
-¿Qué te pasa ahora?
-Igual quiere que juegues con él.
-¿Jugar? Estoy cansado, hemos tenido un gran combate hace poco, por si no te has
enterado...
La cría gruñó y se tumbó a su lado.
-¿Melia?
-¿Sí?
-¿Qué planeas hacer con la Corona?
-No estoy segura...
-¿Vas a marcharte?
-Es posible.
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El Paraíso Hundido
Hadiic se quedó serio, mirando al frente. Decidió que podía empezar a hacer algo de
fuego y calentarse un poco.
-Puedes quedarte conmigo...
Levantó la cabeza como si se hubiera quemado.
-No, no creo que pueda, lo siento.
-Me gustas.
-Lo siento.
La expresión del joven daimión era difícil de mirar, no solo estaba claramente dolido,
también daba la impresión de estar haciendo grandes esfuerzos para comprender algo
que se le escapaba.
-Tú... no... ¿no te gusto?
A ver cómo explicaba eso.
-Me gustas mucho, Hadiic, pero... es un poco complicado...
-¿Qué es complicado? te gusto o no-había cierta demanda en su tono de voz.
-No me hables así, sé que tu hogar no es un ambiente especialmente cálido y cariñoso, y
que te cuesta entenderlo, pero estas cosas son muy complicadas. Compréndelo. No es
una cosa o la otra. Te quiero mucho Hadiic, pero hay cosas que debo hacer, y hay otra
persona a la que quiero también.
El daimión intentaba comprender, pero no como a ella le gustaría. Su rostro se volvió
tenso y sombrío, acaba de ser consciente, a su manera, de lo que Melia intentaba decirle.
-Tú no me quieres...
Se sobresaltó, no le gustaba el matiz que tomaba aquella conversación. El pequeño
UrsLeil, aún echado, empezó a gruñir también, su melena se encrespó.
Hadiic se puso bruscamente en pie y dio una patada en la barbilla al pequeño.
Melia ahogó un grito.
-¡Cállate!-le gritó su enfurecido hermano mayor.
La cría encogió el cuello como para protegerse, pero rápidamente volvió a lanzarlo hacia
delante, con la boca abierta. Hadiic lo esquivó con facilidad y saltó sobre su cuello,
sujetando con fuerza la cabeza contra el suelo.
-¡Para!-ordenó Melia-¡Le estás haciendo daño! ¡Hadiic! ¡Déjale!
Se acercó corriendo a los dos daimiones para intentar separarlos, pero al intentar
sujetarle del brazo, Hadiic se volvió y de un solo golpe la lanzó contra el suelo, rodando.
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El Paraíso Hundido
Levantó los brazos para protegerse la cabeza, pero el golpe contra el suelo fue bastante
violento. Se quedó completamente quieta un momento, al principio no sentía nada,
luego comenzó un dolor punzante en la boca y el brazo que había quedado bajo ella.
-Melia... Melia...
Oía a Hadiic llamándola, pero le ignoró. Estaba enfadada, muy enfadada.
Sintió sangre en la boca, se había mordido el labio.
-Melia... ¿Estás bien?
El joven daimión se arrodilló frente a ella, estaba pálido como un cadáver. La lanzó una
mirada que hubiera derretido acero, y el chico se echó a llorar.
-... lo siento...
Antes de que ella pudiera contestar nada se puso de nuevo en pie y salió corriendo tan
rápido que patinó varias veces con las rocas.
Melia suspiró.
Ya no estaba enfada, solo muy triste.
En su brazo no tenía más que un golpe, se pondría algo morado y en un par de semanas
desaparecería.
Escupió algo de sangre al suelo, se le estaba acumulando y era desagradable, pero
tampoco parecía algo por lo que preocuparse.
UrsLeil se acercó, dándole golpecitos en la cabeza con el hocico.
-Eh... ¿Estás bien?, ¿te ha hecho daño ese bruto?
-Aaah...
-Me alegro...
Sacó la lengua y le lamió una oreja.
-Eeegh... espera, qué dijimos de lamer a la gente. Estoy bien, no pasa nada.
Se abrazó a su cuello, y apoyó la cabeza en su frente.
-Parece que ninguno tiene arreglo, ¿verdad? Debería volver a mi mundo...
La cría mugió.
-No, no puedo quedarme, ya lo has oído. Tengo que irme.
Cerró los ojos, intentando contener las lágrimas.
¿Cuándo?, ¿cuándo podría irse?
Aún tenía otra semana para lo que calculaba sería la siguiente guardia, aquello la dejaba
a menos de tres semanas antes de que UrsIstar volviera a abrir el Lago, y aún le quedaría
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El Paraíso Hundido
otra Luna, para una segunda vez. Esperaba conseguirlo antes, por si las cosas se torcían,
no quería terminar atrapada allí.
Esperaba que las familias no peleasen otra vez, pero no tuvo suerte, por lo visto los En
buscaron su revancha y atacaron a los pocos días. Fue una escaramuza en la que ninguno
murió, pero tan cerca que pudo oír sus rugidos con nitidez por todo el valle.
Esperaba que Hadiic estuviera bien. No le había vuelto a ver desde la pelea anterior. Le
dejaba pequeños regalos cerca de la caverna, o del lago, imaginó que era su forma de
pedir disculpas.
Melia hubiera querido que diera la cara y hablara con ella, pero prefería esconderse.
Cuando llegó el día del cambio de turno, no había vuelto a aparecer. Se preparó a
conciencia con el viaje, llevando en un nuevo zurrón algunos cachivaches que igual
podían serle útiles. Había decidido que cogería solo la Corona, dejando el cofre en el
lugar calculó que ganaría algo de tiempo antes de que descubrieran el robo.
Salió de mañana temprano para estar bien preparada por la noche, no quería que
realizaran el cambio de turno antes de que estuviera allí.
Concentrada, y cada vez más segura de su habilidad, llegó a la cavernosa boca que era el
hogar de los En. Había algunos árboles caídos recientemente, supuso que por los
combates, los esclavos aún no habían tenido tiempo de limpiar toda la zona.
Se internó en la oscuridad sin mirar a ninguna parte que no fuera frente a ella, y avanzó
hasta el salón donde estaba el escondite de la Corona.
El lugar estaba completamente a oscuras, pensó que se acuclillaría en una esquina y
esperaría.
Llevaba allí unos minutos cuando empezó a oír un sonido vago... una respiración. Por
un momento miró a su alrededor extrañada, ¿había alguien más allí?
Prestó atención. Sí, había alguien, y si era un daimión podría verla en aquella oscuridad,
y él no.
Mantuvo la goeteia encima, no había pensado deshacerse de ella, por si acaso, pero
entonces se mantuvo aún más concentrada.
Oyó un chirrido y que la puerta se abría. Continuó quieta, esperando, tampoco venía
ninguna luz de su interior.
-¿Dónde están mis esclavos?-reconoció la voz de la mujer de la vez anterior.
-Es mi turno...-respondió alguien que había permanecido oculto en las sombras.
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El Paraíso Hundido
-¿Qué haces tú aquí, Hadiic? ¿Les ha salido pelo a las ranas?
-Han matado a EnCiric, es mi turno.
-¿Muerto?, ¿cuando?
-Hemos tenido unas escaramuzas con los Urs.
-Valiente inútil, pero no me creo que tú seas su sustituto...
En aquel momento aparecieron varias luces, llegaron algunos esclavos y miraron a los
dos daimiones algo confusos y esperando órdenes.
-¡Ya era hora!-dijo EnBerek-Recoged mis cosas...
En aquel momento, el daimión más joven se coló en el interior y cerró la puerta.
-¡Maldito seas Hadiic! ¡Abre inmediatamente!
La daimión tiró de la puerta, pero no se movía. Debería poder cerrarse desde dentro.
En aquel momento aparecieron más luces, más esclavos, y otro daimión.
-¿Qué ocurre?
-¡Hadiic se ha encerrado ahí dentro!
Al nuevo daimión le entró la risa.
-¿Y no puedes echarlo?
-¡Inténtalo tú!
Si la situación no fuera tan precaria para ella, se hubiera llevado las manos a la cabeza
ante tanta estupidez.
Los dos daimiones adultos empezaron a tirar de la puerta. Y la arrancaron.
Bueno, igual su estupidez le iba a ser útil.
Entre los dos sacaron al joven daimión, que se debatía como una anguila, mientras los
esclavos aguardaban en una esquina con los ojos muy abiertos.
Aquel era su turno.
No podía correr, podría tropezarse o hacer más ruido del debido, pero le hubiera
encantado. Todo el mundo estaba atento al alboroto, pero al mismo tiempo, le estaba
crispando los nervios.
Bajó al escondite, la luz era escasa pero encontró el arcón tanteando con los dedos.
De fuera seguía llegando un fuerte alboroto. Tocó la cerradura, sintió de nuevo el golpe
y el frío... era visible.
Miró hacia lo alto.
Si a alguien se le ocurría bajar entonces...
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El Paraíso Hundido
Con dedos temblorosos luchó por abrirla lo más rápidamente posible. No tenía llave,
solo un gancho. Probablemente aquellas fuertes criaturas encontraban cerrar cajas de
madera con llave una pérdida de tiempo. Podían romper la madera y el hierro de un
golpe, ¿para qué molestarse en otra protección?
Al abrirla soltó un suave chirrido y por un momento contuvo la respiración. Después dio
gracias a que EnHadiic chillara como un cerdo en un matadero.
El interior estaba forrado de terciopelo negro, y, acomodada como entre almohadones,
descansaba una pequeña corona de oro y rubíes que emitía un tenue resplandor.
Melia se sintió impresionada y decepcionada al mismo tiempo. El oro era brillante,
elaborado en finas y elegantes filigranas abstractas, con las piedras preciosas en forma de
lágrima. Era una de las cosas más hermosas que había visto en su vida. Por el otro lado,
no era mayor que su puño, parecía un brazalete, más que una corona.
Fue cogerla, notando inicialmente cierto calor que ignoró, pero al sostenerla uno
segundos antes de guardarla en su bolsa, sintió que los dedos le ardían.
Se mordió con fuerza el labio para no soltar un quejido y la dejó de nuevo con cuidado
sobre el terciopelo.
¡Maldita sea! ¡Ni se le había ocurrido que pudiera ocurrir algo así!
¿Qué podía hacer?, ¿qué podía hacer?
Tenía que darse prisa...
Los gritos y el ruido de fuera no la dejaban pensar bien, pero tenía que actuar rápido.
Arrancó con decisión parte del terciopelo pegado al arcón, guardando la corona en el
centro. Si había podido contenerla hasta entonces, aguantaría algo más. La tela hizo un
ruido bastante alto, los daimiones tenían una vista y un oído más agudos que los
humanos convencionales, pero tampoco tanto como para darse cuenta de aquello,
afortunadamente.
Desde arriba le llegaba lo voz de EnBeker ordenando de nuevo a sus esclavos que
recogieran sus cosas.
Rápido, rápido.
Envolvió la corona con precaución. Estaba caliente aún a través de la tela.
Vio luces en las escaleras.
Rápido.
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El Paraíso Hundido
Sacó la corona en una sola mano, sintiendo que empezaba a quemarse. Con la otra bajó
la tapa del arcón y cerró.
Se hizo de nuevo invisible y se alejó poco a poco del arcón, hasta una pared.
La corona quemaba.
Apoyada contra una pared, vio moverse a los esclavos.
Con cuidado, abrió su zurrón, y guardó el preciado paquete entre los pliegues de una
manta de lana que creyó que podría servir de algo.
Aunque no se imaginó que sería para eso.
Respiró hondo varias veces.
La tenía, ya la tenía. Tenía la Corona de Daia...
Los esclavos continuaron recogiendo, ajenos a ella.
Ahora solo le quedaba salir de allí.
Esperó hasta sentirse más tranquila, no podría escaparse bien si le temblaban las piernas.
Entraron más esclavos con las cosas del siguiente ocupante del escondite, empezaba a
estar muy lleno aquello, si se tropezaban con ella podía despedirse de su cabeza.
Subió con cuidado, aún oía voces en lo alto.
Antes de salir miró con precaución, los dos daimiones mayores habían acorralado al
joven en una esquina y le insultaban, mientras le empujaban con los pies para que se
mantuviera quieto en el suelo.
Muy bien, aquella era la mejor oportunidad que pudo tener.
Se dirigió con rapidez a la salida del salón, pero cuando ya se sentía de nuevo envuelta
en la oscuridad de la caverna. Se encontró un par de ojos fríos y brillantes clavados en
ella.
Retrocedió, paso a paso...
¿La había visto? ¿la había visto?
¿Qué iba...?
Continuó retrocediendo, girando lentamente, hasta pegar la espalda a la pared.
No necesitó ninguna señal, ni ninguna presentación, para saber que aquellos ojos eran
de la matriarca de los En.
Fijos y helados como el hielo.
La daimión pasó de largo.
No la había visto.
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No se parecía demasiado a UrsIstar. Era bajita, de aspecto fuerte y basto, con una corta
melena pelirroja y rizada y una cicatriz atravesándole la cara de una ceja al labio inferior.
Estaba a punto de suspirar aliviada, cuando la oyó hablar.
-Noto algo extraño aquí... siento calor...
Se llevó una mano al zurrón, la tela estaba templada.
EnHadiic se levantó y corrió hacia su madre.
-Señora EnMot... ellos no me permiten...
La matriarca golpeó al joven daimión según se acercaba, dejándolo tirado a sus pies.
-¿Qué le ha pasado a la puerta?
Sus otros dos hijos mayores palidecieron y se miraron el uno al otro.
EnHadiic se puso en pie, casi contento, se alejó rápidamente.
Melia decidió que era el momento de que ella hiciera lo mismo, era la hora de salir de
allí.
Avanzó por los oscuros pasillos, notando la calidez de su zurrón en la pierna.
¿Cómo se suponía que iba a poderse poner aquello si quemaba?
¿Debería sumergirlo antes en el Lago?
Cuando estuvo fuera, se detuvo a aspirar un momento el aire fresco de la noche, tenía un
agradable olor a pinos y enebro.
Lo había conseguido.
Dejó libre una sonrisa triunfal.
Aún estaba demasiado cerca de la boca del lobo para hacer nada más, cuando regresara a
la calidez de su cueva daría brincos. Por el momento, se contentaba en sonreír.
Se alejó a paso decidido, y pasó el resto de la noche en el mismo escondite que la vez
anterior.
Por la mañana emprendió el camino de regreso con paso alegre.
Tuvo un pequeño sobresalto cuando vio a un daimión volando por encima de ella.
Reconoció a EnHadiic, y se preguntó qué haría allí.
Hadiic no habría vuelto a seguirla, ¿verdad?
Continuó avanzando con más precaución, y un mal presentimiento.
¿Por qué aquel En se acercaba tanto al territorio de los Urs?
Volvió a su caverna por el camino de siempre, pensando en qué tendría que pensar a
continuación, cuando oyó un mugido cargado de alarma.
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Era UrsLeil.
Hadiic no habría vuelto a pegarse con él, ¿verdad?
Bajó por el estrecho camino con algo de precipitación, y se encontró de pronto a la cría
de daimión, agazapada en el suelo, lanzando largos mugidos aterrorizados.
-...saber que existía este atajo, si cruzo la montaña volando me verían, pero ahora puedo
pasar a su territorio cuando me de la gana sin que se den cuenta, los idiotas de los Urs
deberían guardar mejor a sus crías... Creo que te mataré en nombre de EnCiril, y llevaré
tu cabeza conmigo...
Melia quedó petrificada al ver a EnHadiic. Cuando se dio cuenta de que había alguien
más allí, el daimión levantó un momento la cabeza.
-...oh, humana... ¿te encargas tú de criar al mocoso?, voy a dejarte sin trabajo entonces...
Se agachó para recoger piedras del camino.
-¡Aléjate de él!
El daimión se rió.
Lanzó un piedra, luego otra. Hizo que llovieran rocas sobre él, y cuando terminó las que
tenía en las manos se agachó a por más.
-¡Eh, asquerosa! ¡Esta mierda duele!
EnHadiic se apartó de la cría y se lanzó a por ella. UrsLeil se levantó y salió corriendo
mientras gruñía y mugía al mismo tiempo, daba pequeños saltos, como si luchara por
volar.
Al ver al daimión acercarse, quedó helada en el sitio.
En el último segundo intentó lanzar su última piedra, pero el joven la sujetó el brazo
antes de que pudiera hacer nada y la lanzó contra el suelo.
Melia sintió un agudo dolor en la cabeza.
-Te voy a quitar las ganar de arrojar cosas... creo que voy a arrancarte los brazos...
Sintió que sus pulmones quedaban sin aire.
¿Qué iba a hacer?
Sin embargo, el daimión se había quedado quieto, mirando a alguna parte sobre su
cabeza.
Ella intentó volverse, vio su zurrón abierto, con las cosas desperdigadas por el camino, la
manta fuera, y una tira de terciopelo negro extendida...
-¿Qué?... ¿qué...?
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El Paraíso Hundido
Sintió cómo la mano que la sujetaba cedía, el daimión la soltaba.
Consiguió erguirse, y arrastrarse un poco lejos de él.
-Es... es la Corona de Daia... ¿cómo...?, ¿cómo tienes tú...?
Fue a cogerla, pero al tocarla saltó una fuerte luz amarillenta y un zumbido. EnHadiic
aulló de dolor.
¿Aquello ocurría si un daimión intentaba tocarla?
El joven se volvió furioso.
-¡¿Qué haces tú con algo así?! ¡La has robado!, ¡nos la has robado! ¡Me llevaré tu cabeza
y la corona de vuelta!, ¡me haré famoso y dejaré en ridículo a los jodidos imbéciles de
mis hermanos...!
No supo más de su elaborado plan. Saltando de la nada, Hadiic apareció, agarrando al
otro daimión de los brazos mientras con un codo parecía intentar romperle el cuello.
El sorprendido EnHadiic se debatió con furia, consiguió librar uno de sus brazos y
golpeó a su atacante en la cara.
Hadiic aflojó el abrazo, su contrincante aprovechó para soltarse del todo y abalanzarse
contra él.
Rodaron un momento por el suelo, intentando inmovilizarse el uno al otro.
Melia se puso en pie, su Hadiic parecía llevar las de perder, pero en un momento
consiguió quitarse de encima a su adversario. Sus miradas se cruzaron, y sintió una
corriente helada corriendo por su espalda.
¿Qué iba a hacer?, ¿en qué estaba pensando?
El joven daimión echó a correr, su rival le persiguió, en plena carrera se trasformaron,
echando abajo los árboles en su camino.
Se alejaban de allí.
Tras un momento de duda, fue a correr tras ellos. Entonces recordó la Corona, y
torpemente volvió a recogerla y guardarla en el zurrón, que lo dejó escondido tras
algunos arbustos mientras perseguía los rugidos que oía en lo alto.
Pasó de largo el Lago, y siguió corriendo.
Cuando podía se subía a una peña, o un alto. Los dos daimiones chocaban y se lanzaban
dentelladas en el aire, subían y se dejaban caer en picado, esperando sorprender al rival.
El rival le esquivaba e intentaba atacar antes que el otro se recuperara del picado.
Volaron por todo el valle y más allá, hasta los picos de las montañas, y hacia el mar.
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Melia continuaba siguiéndoles como podía después de varias horas.
¿Nadie se daba cuenta de lo que ocurría?, ¿en todo el valle?, ¿nadie acudía en su ayuda?
No, claro que no, solo eran dos Hadiic. Dos nadies.
Debían matarse el uno al otro sin tener que molestar a los demás.
Les vio luchar hasta que comenzó a declinar el día, luchaban sobre el mar, aprovechando
el espacio en el aire sin molestas montañas de por medio, pero a medida que caía la
tarde, estaban más y más agotados.
Ya ninguno intentaba hacer picados, solo se mordían y arañaban, entrelazados en un
feroz abrazo, cayendo al vacío hasta sentían cerca las olas y reemprendían de nuevo el
vuelo cada uno por cada lado, reiniciándose la lucha otra vez.
Melia observaba desde los altos acantilados con el corazón en un puño.
Su Hadiic era algo más pequeño, pero se defendía con ganas, el otro no era más que un
montón de furia caótica, que empezaba a apagarse a medida que se cansaba más.
El Sol se ponía, una línea naranja se levantó en el horizonte, jugando con el fulgor de la
fría bruma a lo lejos.
Las dos bestias cayeron al agua entrelazadas.
Esperó, angustiada. Había olvidado que se suponía que Hadiic tenía que salir vivo de
aquel combate. Esperaba que volvieran a salir con el aliento contenido.
Una salió, impulsándose desde las profundidades, cogió altura y volvió a caer hasta que
sus garras rozaron las olas.
Se dirigía a la orilla lentamente... no había ni rastro de la otra.
Era Hadiic.
Apenas tocó tierra, se transformó de nuevo, dejándose caer a plomo en la tierra.
Melia corrió hacia él.
Estaba tumbado boca abajo, apenas se movía.
Se detuvo espantada al ver una gran herida cruzando su espalda, de una cadera al
hombro contrario.
Miró a su alrededor... Necesitaba agua, y fuego, y un caldero... y las hierbas, tenía que
haber hierbas por aquí...
-¿Melia...?
Apoyándose en un tembloroso brazo, el joven daimión intentaba incorporarse.
-Quieto, no te muevas... tengo que buscar algo para curarte...
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Empezó a deshacer el pañuelo en su cintura que usaba como cinturón, e intentó cubrirle
la herida.
-Melia...
Intentó incorporarse, apoyándose en un codo.
-Quieto, vas a empeorar las cosas.
-Eso... va a ser difícil... ¿vas a marcharte?
Cerró los ojos. ¿Tenía que preguntarle aquello ahora?
Sintió que una de sus manos se posaba en su mandíbula y le tocaba el labio inferior con
un dedo.
Aún lo tenía hinchado.
-...lo siento. Quédate conmigo, Melia, puedo ser mejor, sé que puedo, nunca te haría
daño a propósito...
-Déjalo. Tú no me harías daño a propósito a mí, pero harías daño a tu hermano, o a
cualquier otro, y a la larga, acabarías haciéndome daño a mí porque no sabes
contenerte...
-... pero tengo que luchar... soy un daimión...
-Ya lo sé.
-¿Por eso me dejas?
-No, no es por eso...
-Aprenderé a contenerme, aprenderé a tener cuidado, seré el mejor, seré mejor con
todos...
-Sé que puedes hacerlo si quisieras, pero no puedo quedarme aquí...
-¿Es por el otro?
-Más o menos.
-¿Si no existiera te quedarías conmigo?
-No lo sé, podría, pero no es un momento para ponerse a suponer...
-Volveremos a vernos.
-Sí.
-Lo prometes.
-Claro.
-Vete.
-¿Qué?
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El Paraíso Hundido
-Has dicho que te irías.
-Sí, pero...
-Hazlo ahora, enviarán a alguien a ver qué ha pasado, voy a decirles que se nos cayó la
Corona al mar, no sería buena idea que te vieran por aquí, vete.
Le sujetó la mano con fuerza, el malherido daimión había comenzado a llorar. Se inclinó
para darle un suave beso en los labios.
-Todo estará bien. Volveremos a vernos...
Hadiic no respondió.
Soltó su mano con cuidado, se puso de pies, y lanzando frecuentes miradas atrás se alejó
de allí.
Estaría bien.
Sabía que estaría bien.
Todo iba a salir bien.
Sentía que su corazón iba rompiéndose a trocitos cuánto más se alejaba.
De verdad, ¿estaba aquello bien?
Vio unas antorchas a cierta distancia.
Usó goeteia para pasar desapercibida. Si descubrían a Hadiic mintiendo, acabarían en
problemas los dos. Le encontrarían pronto, estaba segura.
Deambuló por el valle toda la noche, sin estar segura de por dónde caminaba, y sin
importarle.
Al amanecer, comenzó a llover.
Debería ser la primera vez que veía llover estando allí.
Se quedó quieta donde estaba, dejándose empapar por el agua.
¿Qué iba a hacer ahora?
Fue a recoger su zurrón de entre los arbustos en que lo había metido, el arbusto había
quedado seco.
Lo llevó hasta la cueva, casi arrastrándolo. Una vez allí, se dejó caer entre las mantas y
miró indefinidamente la pared de la cueva durante horas.
Se sentía mal. Se sentía terriblemente mal.
No podía volver a su casa, era ridículo, no podía volver así.
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El Paraíso Hundido
Tenía que hablar con UrsHadiic, tenía que hablar con él de nuevo, una última vez al
menos, tenía que decirle muchas cosas. Mil años eran muchos para olvidar, incluso para
un daimión, pero tenía que hablar con él, y pedirle disculpas.
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21.De vuelta a casa
Faltaban varios días para la siguiente Luna Llena, esperó allí, sabía que Hadiic no podría
andar en bastante tiempo.
Dio varias vueltas a qué podría hacer con la Corona, decidió esconderla en lo más
profundo de la caverna, la metió en un pequeño caldero boca abajo, regalo de Hadiic, y
lo cubrió todo con piedras; puso un montón de pequeñas debajo, y varias de gran
tamaño encima.
¿Aguantaría aquello mil años?
Posiblemente.
Sonrió tristemente para sí. La Corona que todos los daimiones buscaban estaba ahora
escondida en un agujero cubierto de piedras.
Era casi divertido.
En la noche de Luna Llena, esperó sentada junto al Lago.
UrsLeil la había acompañado, con la cabeza gacha, posiblemente no sabía lo que iba a
ocurrir, pero sí sabía que ella se iba.
Sintió una ráfaga de aire frío... y la superficie del Lago comenzó a iluminarse.
Aquella era la señal.
-Aaah.
-Pórtate bien, y no hagas enfadar tanto a tu hermano, intenta ser bueno.
La cría agachó más la cabeza y empezó a ronronear.
Melia se adentró en el Lago como la última vez, avanzando por las escaleras hasta que
no pudo tocarlas, y entonces se hundió en el agua.
Se hundió con decisión, manteniendo los ajos ligeramente abiertos, siguiendo la luz.
Volvía con UrsHadiic.
Cuando sacó la cabeza del agua, seguía siendo de noche.
Había gente con antorchas a los lados del Lago, y, por un momento, tuvo la impresión
de que allí no había pasado el tiempo.
UrsIstar esperaba en la orilla, tan digna y temible como siempre.
Salió del agua, hacía frío, comenzó a tiritar.
No había dado dos pasos en tierra firme, cuando la matriarca de los Urs la asaltó.
-¿Qué fue de la Corona?
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El Paraíso Hundido
-Cayó al mar... no pude hacer nada...
-Mientes.
La daimión la agarró del cuello, apretando sus dedos como tenazas. Era aún más dura
que las rocas que la rodeaban, y más fría que el acero.
Sintió un momento de terror, dándose cuenta que UrsIstar sabía algo.
UrsHadiic había hablado. ¿La había traicionado?
-No... cayó al mar... eran daimiones... no pude hacer nada...
Siguió apretando.
La había traicionado. No importaba, le había dejado tirado desangrándose... no había
hecho mucho por él... ¿Qué otra cosa se merecía?
Cuando sintió que su cabeza se iba hacia atrás, súbitamente la soltó, y Melia cayó al
suelo medio desvanecida.
Alguien le puso una manta sobre los hombros.
¿Seguía viva?
Algo mareada, vio como la gran señora se alejaba, con varios esclavos tras de ella.
-Vaya, estás helada como un témpano...
Era UrsLeil.
-¿Qué ha pasado?
-Umm... ¿qué versión quieres? Según lo que me acabo de enterar, mamá ya sabía que la
Corona se había caído al mar, pero creía que Hadiic le mentía, no sé porqué... debe estar
muy cabreada. ¿De verdad cayó al mar?, no recuerdo muy bien aquella época...
-Sí, al mar... con el otro infeliz... Hadiic ganó la pelea.
-Vaya, eso tampoco lo sabía.
La ayudó a levantarse y a andar, se sentía débil.
Caminaron por el bosque, de vuelta al palacio de piedra. Aquella vez, solo había un par
de esclavos con antorchas siguiéndoles.
Melia miraba a todas partes, al acercarse a las escaleras de la entrada, se paró un
segundo.
No estaba allí.
Subieron las escaleras y entraron en las galerías, nada parecía haber cambiado desde que
se fuera, casi podía creer que era la misma noche... quizá estaba aún en su habitación...
dentro de la cama...
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El Paraíso Hundido
Cuando abrió la puerta del cuarto, lo encontró a oscuras, y silencioso.
-Oh, vaya, creo que se olvidaron que venías, qué esclavas más cafres... llamaré para que
te pongan unas antorchas o algo.
-...dic.
-¿Qué?
-UrsHadiic... ¿dónde está?
-En una misión, vigilando los movimientos de los Isi, mi madre sospecha que van a
intentar traicionarnos. Igual consigue un nombre si vuelve vivo de esta...
Una misión, claro.
Se abrazó.
Quería verle... quería tanto poder verle.
Pasaron varios días, en los que estuvo casi completamente ignorada.
Caminó hacia el mar, estaba más cerca del hogar de los Urs que de su vieja guarida. Aún
no se atrevía a ir a ésta última, no tenía ni idea de qué hacer una vez en ella.
Estuvo dando vueltas algunas horas, entonces vio dos grandes daimiones volando sobre
ella, hacia mar adentro. Estaban volando en círculos.
Pegada tan cerca del borde que podría caer solo con un suspiro, se levantaba la figura
oscura de UrsIstar a varios metros de ella.
La miró furiosa. Ella le había alejado de UrsHadiic, ella le había atormentado y ella lo
había complicado todo.
De lo único que se podía reír era que la Corona de Daia aún estaba escondida.
Reuniendo valor gracias a la ira y la indignación, se acercó a ella.
-¿Qué hacen?
La matriarca no se volvió a mirarla.
-Buscan la Corona, y buscarán durante mil años más si hace falta.
-¿Por qué no la buscó antes?
-No creí a Hadiic, los daimiones no podemos tocarla sin protección especial.
-¿No estaba en una caja?
La señora giró levemente la cabeza para mirarla.
-Es posible, pero los En juraron que aún la tenían... es posible que mintieran.
-Así que creyó antes a los En que a su hijo... o a mí antes que a él.
-Tú solo has servido para confirmarlo.
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El Paraíso Hundido
Se volvió de nuevo hacia el mar.
-Hadiic ha sido siempre un hijo patético, nunca he podido confiar en él, esa fue una de
las pocas luchas que ganó, y perdió la Corona. Es un inútil y un cobarde.
La odiaba. La odiaba a muerte.
¿Qué pasaría si la empujaba desde allí? ¿Tendría tiempo a transformarse y alzar el vuelo?
¿Se estrellaría? Aquella caída tenía que ser terrorífica hasta para una gran daimión como
ella.
Y, bien pensado, también quería seguir viva.
-Es curioso...-continuó hablando, haciendo que Melia saliera de sus felices
pensamientos- Desde que ha vuelto parece un poco más dispuesto a colaborar, quiere
que estés más cuidada y segura, te habría matado en el Lago si no le hubiera jurado que
estarías bien-se giró, mirándola de nuevo con sus ojos negros, fríos y penetrantes-. Así
que mientras una simple humana se encuentre bien, mi hijo obedecerá... es realmente un
joven patético...
La iba a empujar. Estaba a medio centímetro de empujarla a las rocas.
En lugar de ello, dejó escapar una sonrisa tensa, se dio media vuelta y se alejó.
Con que aquellas teníamos, ¿verdad?
Muy bien.
Y una mierda se iba a quedar ella allí a merced de aquella miserable.
Tenía otras ideas.
Escaparía de allí.
Empezó a planear inmediatamente la huida. Sabía que los esclavos iban y venían por un
camino de las montañas hasta los pueblos a sus pies. Podía escaparse por allí, nadie la
vigilaba muy de cerca, se haría invisible y se marcharía.
Simple.
Si no fuera porque no sabía demasiado bien donde estaba...
Habían llegado hasta allí volando.
Según lo que había entendido, UrsHadiic no volvería en tres meses. Se le hacía
demasiado tiempo para esperar y planear la huida juntos, y no estaba segura de lo que
podría ocurrir en aquellos meses. Cuanto antes desapareciera de allí, mejor.
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El Paraíso Hundido
Se encontró a UrsLeil en el jardín un día mientras cavilaba. El daimión estaba pintando
a un chico muy guapo.
Les observó un momento.
-¿Un nuevo esclavo?
-Sí, si Hadiic puede tener una bonita humana yo también.
El chico sonreía como hace alguien feliz de estar vivo aunque sin estar muy seguro de
porqué. Melia conocía aquella sensación.
-Espero que lo trates bien.
-Por supuesto, ¿sabes lo que me costaría encontrar otro así?
Se rascó la cabeza, no era aquello lo que había querido decir.
-Intento hacer dibujos más alegres, ¿te gusta?
-Sí, es bonito...
-¿Solo bonito?
-Parece que se va a salir del papel, es un trabajo precioso.
-Gracias... ¿sabes lo que hay al fondo del valle?
Melia frunció el ceño, sorprendida por el giro de la conversación.
-El Lago...
-No, más al fondo.
-La zona de cría.
-Más...
-Ni idea.
El daimión suspiró.
-Existe un cañón, largo y seco, un antiguo río según tengo entendido, corta al valle a
través, al otro lado empiezan las tierras de los humanos. Hay una ciudad llamada
Dromos a unos tres días de allí.
¿Por qué le decía aquello?
-¿Sabes si queda cerca de Oon?
-Ni idea, Dromos es la ciudad más importante de la región, allí lo sabrán.
¿Era una trampa?
-El cañón es bastante largo, y no hay nada de agua, pero en la zona Este del valle hay un
pequeño arroyo justo antes de llegar.
-Ya...
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El Paraíso Hundido
-Si te largas será mejor que no vuelvas.
-¿Lo dices en serio?
-¿Me ves con pinta de tener algo mejor que hacer? Además, tengo mala memoria, pero
no tan mala...
-Gracias.
-...y no aguanto Hadiic por aquí, de repente él parece llevarse las misiones interesantes y
yo me quedo aquí aburriéndome como una mona. Que se largue también.
Sonrió. Aquello sonaba más creíble.
Dromos entonces.
Y si conseguía localizar Oon ya sabría a dónde debería ir.
Hacía tiempo que había pasado la fecha en que deberían haberse encontrado con Gerón,
pero aquello ya no la preocupaba, solo quería orientarse y poner la mayor cantidad tierra
posible entre ella y UrsIstar.
Al día siguiente ya tenía todo preparado, lo había ido colocando discretamente fuera,
cerca del Lago. No quería que nadie la descubriera cargando su zurrón de golpe.
Ya lo tenía casi todo, solo echaba de menos su horquilla, que UrsHadiic se había
llevado.
Tenía que presentarse todas las noches en la cena de la señora, después de aquello nadie
la prestaría atención hasta la siguiente cena. No podía caminar mucho de noche, pero
calculó que no tendría demasiados problemas en llegar a su viejo refugio al menos.
Dormiría allí, y en cuanto se iluminara un poco el cielo, saldría de nuevo.
Tampoco quería abusar de la goeteia, la hacía sentirse débil y mareada, si tenía que
caminar invisible hasta el cañón, posiblemente caería agotada antes de llegar, y aún
quedaría atravesarlo, no tenía ni idea de cómo era. Necesitaba salir con ventaja.
En cuanto terminó la cena, se puso en marcha. Salió con cuidado de la casa, procurando
que nadie la viera. Apenas había nada que iluminara el camino aquella noche, pero
Melia lo conocía, y, poco a poco, consiguió llegar hasta el Lago, y unas pocas horas más
tarde, hasta la caverna.
Exceptuando el hecho de que no estaban las cosas que había dejado, nada parecía haber
cambiado mucho.
Se internó hasta la parte más profunda, tanteando las paredes con las manos, reconoció
las grandes rocas bajo las que había escondido el pequeño caldero y la Corona. Empezó
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El Paraíso Hundido
a quitarlas una por una, casi no se podía creer que nadie hubiera estado allí en mil años,
posiblemente, solo UrsLeil y UrsHadiic, no había oído que hubieran tenido más crías
después de ellos, y ninguno era especialmente inquisidor.
Apartó las piedras pequeñas a bulto, intentando dar con el metal entre ellas, y algo
preocupada porque no lo encontraba, entonces oyó un chirrido y suspiró aliviada. Tocó
la superficie metálica del caldero, y sintió un agradable calor.
Allí estaba aún.
Levantó aquella cubierta, y aquella oscura zona de la caverna se iluminó con suavidad.
Era aún más preciosa que lo que recordaba.
Extendió las mantas y se tendió a su lado, como si fuera una pequeña y dulce hoguera.
Por la mañana la recogería y se la llevaría con ella. Tenía una pequeña caja de madera
forrada precisamente para ello, iba a esconderla lejos de aquellos daimiones.
Al día siguiente se puso en marcha con paso vivo. Atravesó el valle y llegó al cañón,
buscó aquella fuente de agua de la que UrsLeil le había hablado, y rellenó su
cantimplora. Luego siguió andando hasta bien entrada la noche. El cañón era una ancha
herida en la tierra, tenía montañas y bosques frondosos a un lado, y al otro podía
distinguir algunas llanuras y campos de cultivo. En el centro solo había una profunda y
ancha depresión oscura.
Se escondió en un pequeño agujero a un lado del camino de descenso, era todo lo que
pudo avanzar aquel día. La noche era fría, pero la Corona le proporcionaba cierto calor.
Por la mañana, empezó a sentirse nerviosa. UrsIstar ya debería haberse dado cuenta que
no estaba, y era muy posible que la buscarían, y el enorme espacio de terreno abierto
hasta ella no ofrecía protección alguna. Posiblemente no podría atravesar todo el camino
hasta el otro lado solo con la goeteia, decidió esperar y confiar en que nadie bajara por
allí. A no ser que UrsLeil la hubiera traicionado, aquel recorrido no era común.
El cañón era realmente interminable, para cuando la luz del sol llegó al fondo, ella aún
no había terminado de bajar, estaba a pocos metros.
También se dio cuenta de lo mucho que iba a necesitar el agua.
El aire del fondo comenzó a animarse en cuanto el Sol le toco, y minúsculas partículas
de aquella roca áspera empezaron a levantarse y a lanzarse contra ella. El calor no era
excesivo, pero notaba cómo se le pegaban a la piel y la irritaban, también en su nariz y su
boca, las sentía secas.
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El Paraíso Hundido
Aguantó cuanto pudo sin beber, aún tenía que llegar al otro lado y subir.
Iba a hacerse de noche, y aún no había cruzado.
Se sentó en el suelo, era todo igual, y se cubrió con una manta. Estaba completamente al
descubierto.
Entonces vio al daimión.
Se hizo invisible inmediatamente, pero no estaba segura de si la habría visto. Con
aquella luz no podía distinguir quién podía ser, pero sabía que aquello no era un
problema para la bestia.
Voló desde lo alto del valle y con un elegante giro subió y se posó en un peñasco de roca
en lo alto, vigilando todo el territorio. Quieto así, no hubiera podido distinguirlo del
resto de rocas en la noche.
Melia tragó saliva, inquieta.
Estaba agotada, quería dormir, pero sabía que el daimión estaba allí, esperando.
Aguantó, aguantó toda la noche, por la mañana le vio alzar el vuelo de nuevo, saltó de la
peña y abrió las alas, casi rozando el suelo, entonces salió hacia el cañón.
Definitivamente, estaba buscando algo.
Le vio posarse al otro lado y, a continuación, dio media vuelta y subió de nuevo al valle.
Bueno, aquella podía ser su oportunidad.
Comenzó a andar, sintiendo que las piernas se le doblaban.
Tenía que llegar al otro lado pronto.
No vio más rastro del daimión aquel día, esperaba que se hubieran dado aquella zona
por controlada y no volvieran.
Por la noche, se dejó caer en otro agujero del camino de ascenso y durmió como un
tronco. Ya no le molestaban ni el frío ni las rocas.
Llegó sin excesivos problemas a Dromos un par de días después, allí pudo intercambiar
algunas cosas por dinero, y elegir la dirección a la que iba a ir. Iba a ser un viaje largo,
pero no estaba preocupada.
Sintió algo de vergüenza al recordar la última vez que se había embarcado en un viaje
sola, y todo lo que había hecho mal, pero también algo de orgullo, al darse cuenta de
todo lo que había aprendido.
Consiguió hacer que el dinero aguantara más, siguió a algunos artistas ambulantes
buscando refugio y cuando no, sabía de buenos sitios donde pasar la noche sin molestias.
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El Paraíso Hundido
El viaje pasó sin demasiados incidentes, y algunas semanas después de salir de las laderas
de la gran montaña de Entión, llegó a Ankila.
UrsHadiic conocía la casa de Sofía, era el mejor sitio que se le había ocurrido para
esconderse, y, si volvía a buscarla, estaba segura que recordaría el lugar.
Eso era si volvía a buscarla.
Y si no, podría apañárselas una larga temporada con lo que había por allí. Era lo más
parecido a un hogar en aquella isla que tenía.
Llegó al claro por uno de los atajos, no quería atravesar el pueblo, igual se estaba
volviendo tan huraña como la vieja Sofía.
Al llegar vio que todo estaba más o menos igual. Algunos arcones estaban más rotos, se
habían caído hojas y tierra sobre el pequeño pozo, y lo habían dejado medio atascado, se
pasaría una mañana para limpiarlo y que estuviera de nuevo aprovechable.
Por lo demás, estaba exactamente como lo recordaba.
Supiró al entrar en la casa, nadie la había usado desde que murió Sofía... pero sabía que
la mujer se iba a enfadar si dejaba la madera pudrirse sin ser aprovechada, así que se
puso a limpiar a adecentarlo todo, para trasladarse allí y dormir bajo techo aquella
noche.
Antes de que se hiciera completamente oscuro, bajó hasta el cementerio para presentar
sus respetos a la señora. Habían empezado a salir tímidos brotes verdes de entre la tierra,
y alguien había limpiado la estatua del daimión.
¿Habrían sido los aldeanos?
A la mañana siguiente siguió con la limpieza, y buscó una de aquellas estatuas de
terribles daimiones de boca abierta que pudiera mover un poco. Luego empezó a excavar
bajo ella y metió dentro de su hoyo la caja con la Corona de Daia. Volvió a cubrirlo todo
con tierra y dejó caer (lo estaba sujetando en alto con maderas) la estatua sobre ello.
Allí estaría bien.
¿Quién iba a sospechar de aquel lugar?
Pensó en Baal, probablemente aún viviendo en lo alto de la montaña. No creyó
oportuno decirle nada, no se fiaba de cuál podía ser su reacción, pero pensó en subir
algún día a saludarle, y llevarle comida, darle las gracias por lo útil que habían sido sus
enseñanzas, y, con un poco de suerte, igual le decía que había pasado entre Sofía y él.
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22.Un viejo conocido
Pasó allí varias semanas, las semanas se transformaron en un mes, y luego en otro.
Empezó a impacientarse.
Un día, apareció un desconocido.
Venía del camino principal, diciendo "Hola, hola" constantemente, como si quisiera
hacer ver que no subía con malas intenciones.
Melia sospechó, sin embargo, sonaba algo forzado.
-Hola, ¿eres Melia?
Le miró de arriba a abajo. Era joven, moreno, no muy alto, parecía simpático.
-¿Quién eres?
-Me llamo Calos, me envía Gerón para buscarte.
-Oh, ¿de verdad?, qué bien. Ven, siéntante, te pondré algo caliente, seguro que has
pasado frío en la montaña.
-Oh, gracias, estoy bien...
El joven se sentó, puso agua a hervir y preparó una infusión.
-¿Cómo sabe Gerón que estoy?
-Umm, preguntando, averiguó que te escapaste otra vez y ha estado buscándote, los del
pueblo dijeron que vivías aquí.
-Qué bien... toma, que no se te enfríe.
-Gracias.
Entró en la casa y salió con un cuchillo, se lo colocó delicadamente al chico en el cuello.
-¿Y cómo saben los del pueblo que estoy aquí? No he bajado hasta allí ni una sola vez
desde que regresé.
Calos se quedó quieto.
-E... ¿es un cuchillo?... no voy a hacer nada, en serio, me envía Gerón...
-Pues dime cómo sabéis que estoy aquí y que me he escapado varias veces.
-Nn... no lo sé, el daimión mencionó algo, pero el señor Gerón lo sabe, sabe muchas
cosas... Solo me envió a buscarte.
-¿Dónde está el daimión?, ¿y porqué no ha venido Gerón en persona?
-Ah... no estoy seguro, tenía algunas cosas que hacer, también estaba buscando al
daimión, creo que lo encontró pero... no sé más...
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El Paraíso Hundido
Le apartó el cuchillo, estaba bastante asustado, y sonaba convincente.
-¿Y por qué no me has dicho eso desde el principio?
-El señor Gerón me dijo que no mencionara a la bestia... igual intentabas escapar de
nuevo...
Melia estaba a punto de reírse. ¿Creía que intentaba esconderse de UrsHadiic? Gerón
no sabía tantas cosas entonces.
-Muy bien-dijo más tranquila-, si el señor Gerón lo pide, iré con él.
El joven sonrió, aliviado.
-¿De verdad?, oh, gracias.
-Pero no vuelvas a ocultarme cosas... eh, Calos, si es ese tu nombre.
-Sí, lo es.
-Muy bien, ¿cuándo partiremos entonces?
-Cuando esté preparada.
-Mañana al amanecer, puedes dormir en cualquier esquina, pero no te acerques a las
estatuas, a veces se despiertan y muerden.
Calos hizo como si quisiera reír, y lanzó una mirada nerviosa alrededor suyo.
Le gente no se acostumbraba al claro a la primera.
-¿Y qué es de Gerón?, ¿por qué se hizo el muerto?
-Umm, no conozco los detalles, el Consejo quería quitarle poderes... bueno, ya se los ha
quitado de todas formas, y el señor Gerón está planeando una forma de restaurar su
poder, no estoy seguro cómo, nunca dice más que lo que necesita ser dicho, es un
hombre inteligente.
-¿Trabajas para él?
-Más o menos, me paga, pero soy fiel suyo, aún creo en la monarquía, ellos podrán
sacarnos de esta.
-...¿de esta?
-Ethlan puede volver a ser grande con una buena organización, y sin esos avariciosos
anfóreos destruyéndolo todo. El señor Gerón puede hacerlo.
-Ajá...
En aquel momento, Gerón tenía una llamativa luz roja sobre su cabeza. No se fiaba
mucho de él desde que supo que no había muerto y que muchas de las cosas que le había
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El Paraíso Hundido
dicho eran mentira, pero en ese momento, decidió no fiarse absolutamente nada. Lo
más prudente era pensar en él como un enemigo.
Sin embargo, seguiría al chico, si buscaban también a UrsHadiic podría reunirse con él.
Y tenía cierta malsana curiosidad por saber qué estaba planeando el príncipe de Anax.
Al día siguiente partieron, con un Calos algo cansado y cabizbajo, probablemente por
una mala noche al aire libre.
Sorprendentemente, Gerón y su grupo no estaba demasiado lejos de allí. Había tenido
problemas con algo, nada que ella pudiera saber, por supuesto, y tampoco había llegado
a Oon, aunque había un grupo esperando allí sus órdenes. Ahora buscaban a UrsHadiic,
que hasta hacía unas semanas no había vuelto a dar señales de vida.
Calos interrumpía a veces sus explicaciones para añadir lo irritantes que eran los
daimiones, y las carreteras tan ruinosas que tenían los inútiles de los anfóreos.
Ahora Gerón quería dirigirse de nuevo a la montaña de Etimón, tenía algo muy
importante que hacer allí.
Melia intentó descubrir varias veces sin éxito a qué zona de Etimón se refería, no quería
ni arrimarse al territorio de los Urs. Pero el chico realmente no tenía ni la más remota
idea.
En un par de días, llegaron a un pueblo medio abandonado, no había mucha gente, y
todos tenían el aspecto pobre y desconfiado de aquellos pueblos lejanos. Gran parte del
movimiento de la zona venía del pequeño grupo de Gerón, que intentaba pasar
desapercibido en territorio enemigo, y todos se referían a él como Arcadios.
Se acercaron a una casa que había sido en algún momento de color blanco, parte de su
techo estaba hundido y amenazaba con venirse abajo en cualquier momento. Fuera,
había un tipo sentado en la puerta, como si estuviera descansando, con una capucha
echada sobre su cabeza, pero Melia se dio cuenta que no les quitó la vista de encima en
el momento que entraron.
-Soy Calos-dijo su acompañante.
-¿Es la chica?
-Sí.
-¿Te han seguido?
-No, no he tenido ningún problema.
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Melia había asomado un poco la cabeza por una de las ventanas. Había cuatro hombres
reunidos alrededor de una mesa, completamente serios y hablando en susurros.
Reconoció a Gerón, con el rostro grave e impasible como nunca recordaba haber visto.
-Pasad, os esperábamos para irnos.
Calos abrió la puerta y la dejó entrar primero amablemente. Al verla, la cara de Gerón se
iluminó de golpe.
-¡Melia!, ¡me alegro de verte!, ¿cómo estas?
-Oh, muy bien.
Le dio un abrazo y se quedó sujetándola por los brazos y mirando de arriba a abajo.
Empezó a sentirse incómoda.
-Sí, parece que estás bien, no has cambiado mucho, sigues igual de guapa... te ha crecido
un poco el pelo.
-Sí, un poco.
-Estarás cansada, siéntate, te ofrecería algo para comer pero no tenemos mucho aquí,
cuando lleguemos al siguiente pueblo nos reabasteceremos.
-No importa, tengo mi comida.
-Oh, estupendo... De verdad me alegro de verte, intentaré resolver tu problema pronto.
Siento mucho lo que ha ocurrido, te lo debería haber dicho antes, pero a veces hasta las
cosas que esperas te cogen con la guarida baja.
-Oh, sí, sé lo que es eso.
-No te preocupes, estarás a salvo con nosotros, solo tengo que encargarme de un asunto,
y te enviaré de vuelta a casa.
-Está bien, muchas gracias.
Estaba siendo tan agradable y simpático como recordaba.
El muy perro le ocultaba algo seguro.
-Ponte cómoda, tengo que discutir algunas tonterías sobre el viaje con mi gente.
Se sentó en una silla comida por las polillas y fingió entretenerse mirando hacia fuera,
pero su oreja estaba puesta continuamente en la discusión. Solo hablaban de regiones,
caminos y pueblos, pero Melia quería estar atenta.
Prepararon una frugal cena, y cuando la conversación empezó a menguar decidió que era
el momento de hacer algunas preguntas.
-¿Qué va a ser del daimión?
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-Umm, iremos a buscarle, mi grupo en Oon ha conseguido retenerlo en Oon un tiempo,
pero dicen que está muy nervioso y que ha estado a punto de marcharse varias veces,
mandaré un mensaje para que salgan a recibirnos antes de que se me escape otra vez.
-¿Y por qué no contratas a otro?
Gerón se rió.
-¿No te gusta?
-Es un animal, deberías haberle pagado con carne cruda.
-Sí, es posible, pero la mayoría son así y necesito a este.
-¿Por qué?
-Oh, una tontería.
-Oh.
Iba a quedarse callada, si Gerón era tan listo, no iba a decirle nada si no quería, y si
quería decírselo, se lo diría. Si quería engañarle a conciencia lo haría mejor fingiendo
desinterés.
-Estoy buscando un objeto, y según lo que me han dicho mis fuentes, ese daimión es el
último que consiguió verlo-continuó el príncipe perdido, por lo visto, iba a hablar.
Melia masticaba su cena con cuidado, si no lo hubiera hecho, posiblemente se habría
atragantado en aquel momento.
-¿Y no puedes preguntarle directamente y ya está?
-Umm, creo que me mentiría... ¿tú nunca se lo habrás oído mencionar?, ¿algo sobre una
corona?
Negó con la cabeza.
Mastica, mastica, mastica despacio.
-¿Ha hablado alguna vez de cuándo estaba con su familia?
-No, que se alegraba de no estar ya... por lo que le entendí, su madre era una mujer
terrible.
-Sí, posiblemente, las primeras generaciones son algo atravesadas... No sabes nada
entonces.
Le miró inocentemente, bajando la cabeza e inclinándola hacia un lado.
-No... ¿debería?
Gerón suspiró.
-No, no importa, ya encontraré la manera de que me lo diga... ¿carne cruda dices?
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-La quema por fuera y por dentro está completamente cruda, es muy desagradable.
-¿Crees que podría sobornarle con eso?
-Posiblemente.
Poco después se retiraron a dormir, y Melia le dio vueltas frenéticamente a para qué
podía querer Gerón la Corona de Daia. Repasó varias veces todas las conversaciones que
pudo recordar y todas sus pequeñas mentiras y omisiones, intentó encontrar algo que las
uniera, un punto en común que arrojara alguna luz sobre lo que se proponía; lo único
que sacó en claro, es que los Lagos tenían algo que ver.
Salieron temprano del pueblo y caminaron de nuevo rumbo a Etimón, a un lugar del
que todavía no sabía nada, pero que, afortunadamente, no iba a quedar muy cercano a
los Urs. Supuestamente, deberían encontrarse con otro grupo que salía de Oon a medio
camino, a un par de semanas de allí.
El viaje fue lento, estaban en territorio enemigo y procuraban pasar lo más
desapercibidos posibles. Su muerte había sido muy convincente, pero tras no encontrar
ni rastro de su cadáver por ninguna parte, no fueron pocos los que empezaron a olerse a
chamusquina. Gerón tenía una gran fama de escurridizo entre sus enemigos, y éstos no
solo se encontraban entre los anfóreos, muchos de su pueblo querían que desapareciera
de verdad, y estaban dispuestos a aliarse con los primeros para conseguirlo.
Melia fue interpretando aquello de varias conversaciones que cazaba al vuelo, porque en
principito insistía en que todo marchaba bien y que solo eran algunos descontentos que
querían cogerlo.
Se preguntó hasta que punto creía que era tonta.
Cuando apenas estaban a unos días del punto de encuentro, se dio cuenta que alguien les
seguía.
Se encontraron con un grupo de artistas ambulantes y Melia fue a saludarles
inocentemente, esperando que le dieran noticias de algunos conocidos, pero los artistas
no parecían haber oído de nadie.
Lo dejó estar, creyendo que quizá por aquella zona habría más grupos diferentes que no
se cruzaban nunca, aunque lo encontraba raro.
En un pueblo cercano, volvieron a encontrarse con el mismo grupo, y, definitivamente,
supo que algo marchaba mal con ellos. Había más artistas en aquel momento en la zona,
y sus perseguidores debieron creerse bien camuflados allí, pero apenas se hablaban y
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saludaban con el resto, lo que para Melia era poco menos que un cartel que ponía
"sospechosos" sobre su cabeza.
Decidió decírselo a Gerón porque, aunque no se fiaba de él, si le cogían era muy posible
que ella también acabara muy mal. Colaboraría por el momento.
El joven se mostró poco sorprendido inicialmente, y volvió a repetirle que no se
preocupara, sin embargo, cuando abandonaron el pueblo y se dieron cuenta que aquel
grupo precisamente se venía con ellos, empezó a mostrarse más inquieto.
Los supuestos artistas ambulantes no eran más que tres, pero si les habían reconocido no
tardarían en juntarse más.
Decidieron buscar un paso, o pueblo perdido, donde pudieran emboscarles y quitárselos
de encima antes de que llegaran los refuerzos. Después intentarían desaparecer lo más
rápidamente posible de la zona, Gerón no quería descubrir al grupo que venía de Oon
bajo ninguna circunstancia.
Tras algunas indagaciones, encontraron un pueblo abandonado que les vendría bien,
pero al dirigirse hacia allí, comprendieron que sus perseguidores también planeaban
algo, porque solo podían ver a dos.
En el pueblo, decidieron dividirse en dos grupos y esconderse entre las ruinas de las
casas abandonadas.
-No te preocupes, Melia, tú vendrás conmigo. Estarás a salvo.
-Quiero un cuchillo.
Se produjo un silencio tenso que a Melia no le gustó nada.
-Va a haber un combate, ¿no?, y no me vais a dejar las espadas, así que quiero un
cuchillo al menos, tengo derecho a defenderme.
El silencio continuó. En aquel momento solo empezó a sospecharlo, pero más tarde
supo que después de haberse fugado (dos veces) de un daimión y el cuento que les había
contado Calos, la consideraban una mujer algo "incooperante".
Gerón sonrió por fin.
-Dale un cuchillo-ordenó a uno de sus hombres-, así estará más tranquila. Pero ya verás
como no te hace falta.
<<Sí,>> pensó ella <<ya lo veremos...>>
Su grupo consistía tan solo de Gerón, otro tipo y ella. No estaba segura de porqué eran
tan pocos, pero sospechaba que el principito tenía algo que ver.
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Se escondieron en una vieja casa con tres pisos, en algún momento, debió haber sido una
posada.
Esperaron junto a la ventana que daba a la calle principal. De vez en cuando, el otro tipo
que les acompañaba iba a otras habitaciones, comprobando que no vinieran por otro
lugar.
Pasaron varias horas, y todo permaneció en perfecta calma.
Entonces, oyeron el sonido de pies sobre el camino de piedra.
Melia se encogió en su esquina. Por supuesto que no tenía la menor intención de pelear
si no era absolutamente necesario, pero tampoco le iba a apetecer ver aquello.
Los seguidores de Gerón se hicieron señas de un lado al otro de la calle.
-¿Sólo uno?-susurró el príncipe de Anax a su compañero.
¿Solo un perseguidor?, ¿qué quería decir aquello?, ¿primero desaparecía uno y luego el
otro?
Entonces, se oyó una voz.
-¡Gerón!, ¡imbécil de los cojones!, ¡sal de donde estés!
Melia brincó hacia la ventana.
Reconocía muy bien aquella voz.
¡UrsHadiic!
Todos salieron despacio de sus escondites, mirando arriba y abajo de la calle.
Solo estaba el daimión.
-Oh, UrsHadiic, me alegro de ver...
En cuanto Gerón apareció, el daimión se lanzó a por él, sujetándolo del cuello de la
camisa, y lo estrelló contra una de las paredes de los edificios. Sus seguidores se llevaron
las manos a las espadas, alarmados, pero su líder les hizo un gesto para que las bajaran.
-¿Te crees que soy como estos monos que tienes de comparsas?, no vuelvas a ocultarme
cosas, ni a ordenarme nada a través de terceros, si descubro que intentas liarme en uno
de tus trucos te arrancaré la jodida cabeza.
-Te veo de mal humor.
-Hay lo menos un centenar de hombres rodeando el pueblo en este momento, imbécil.
Eres tan discreto como un bauro con cascabeles.
-Oh... entiendo... Te has adelantado para avisarnos, muy amable por tu parte.
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-No, me he adelantado para que no te rajen en canal antes de que me pagues lo que me
debes.
Le soltó por fin, y los hombres a su alrededor respiraron aliviados.
Gerón se acercó a ellos para planear una nueva estrategia, escuchadas las novedades.
Melia se había quedado en el marco de la casa, nerviosa e indecisa. En aquel momento,
UrsHadiic debió darse cuenta que estaba allí, sus miradas se cruzaron un segundo,
palideció e inmediatamente intentó unirse a la discusión con los demás, pero a las
primeras preguntas que le hicieron solo respondió con monosílabos.
-Muy bien-decía Gerón-, entonces creo que lo más prudente será escabullirse de aquí
mientras se pueda. Parece que hay un camino por aquí que asciende hasta un bosque,
será más difícil que nos sigan allí.
Repasaban un viejo mapa con atención.
-Eso si no han conseguido rodear esa zona también.
-¿Qué dices, UrsHadiic? ¿Has podido verlos?
El daimión se rascó la cabeza.
-Les he visto prepararse, ascendían desde el otro pueblo... al Sur. Es posible que esta
parte aún no esté vigilada.
-¿Al Sur? Muy bien, vamos a confundirles un poco... Vosotros dos y UrsHadiic os
quedáis por aquí y prendéis fuego a las casas de la zona inferior, que es por donde
debería venir, tendrán que dar un rodeo, y el humo podrá ocultarnos... ¿que os parece?
-Tendrá que ser rápido.
-¿Y qué ocurrirá con los que nos quedamos en el pueblo?-observó el daimión, algo
escéptico.
-Umm.... quedaremos en esta peña, si para el amanecer no estáis allí nos iremos sin
vosotros.
-Muy bonito.
-¿Qué son cien hombres para un daimión, UrsHadiic?
-Más de lo que puedes pagar, Gerón.
-Llámame Arcadios, estoy intentando pasar desapercibido.
-Prendiendo fuego a un pueblo... tienes un estilo muy particular de pasar desapercibido.
-¿Tienes algún inconveniente más?
-No.
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-Pues entonces nos pondremos en marcha. Vamos, Melia. Estaremos más seguros en los
bosques.
Melia fue tras ellos, volviendo frecuentemente la cabeza atrás. UrsHadiic respondió con
una mirada inquieta, pero fue con los otros dos seguidores de Gerón a encargarse de su
trabajo.
¡Maldita sea!
Necesitaba hablar con él. Urgentemente.
Todo aquel circo que Gerón tenía montado le importaba tres pimientos, solo quería
hablar con UrsHadiic.
Comenzaron el ascenso cuando varias columnas de humo empezaban ya a elevarse por el
aire. Entre ellas, a lo lejos, pudieron ver movimiento en los caminos.
-Están a buena distancia, podremos adelantarles antes de que se den cuenta que nos
vamos.
-¿Y los demás?-preguntó Melia.
-Oh, bueno, si son espabilados encontrarán por donde huir, además, el daimión irá con
ellos.
Ya, claro, porque cien soldados eran pan comido.
¿Por qué no se quedaba él a luchar entonces?
Avanzaron el resto del día, caminando entre el bosque y observando a lo lejos siempre
que podían asomar la cabeza entre la maleza. Cuando llegaron a la peña ya no podían
ver el pueblo, aunque en el cielo aún se percibía cierta humareda en el Sur.
-¿Qué haremos ahora?, si saben que estamos aquí nos buscarán de todas formas-observó
Melia.
-No te preocupes, queremos ir a Entimón, una vez lleguemos no se atreverán a entrar a
territorio de daimiones.
Si volvía a decir que no se preocupara le iba a clavar su aguja de abalorios en un ojo.
-¿Vamos a estar huyendo hasta entonces?
-Sí, más o menos.
-¿Y si reúnen a más personas?, si han adivinado a dónde intentas ir podrían cortarte el
paso.
Gerón alzó las cejas.
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-Sí, lo sé, íbamos a discutirlo ahora, pero no tienes que preocuparte-Grrargh-, no tengo
suficiente personal ahora mismo para pelear, solo nos queda huir.
Se sentó algo frustrada, empezaba a estar muy harta de Gerón, estaba hasta el moño de
aquella misión que ni le iba ni le venía y que ni siquiera entendía; y para colmo de males,
había visto A UrsHadiic y no había podido hablar con él.
Qué demonios. Posiblemente no podría hablar con él hasta que salieran del bosque, o
llegaran a Etimón... Gerón estaba convencido que ella y el daimión se llevaban muy mal,
y prefería seguir manteniéndole engañado. Si él se guardaba cosas, ella también.
Por la noche se medio acostaron sin encender ninguna hoguera, había dos hombres
haciendo guardia, pero Melia se mantenía con un ojo y las dos orejas abiertas.
Era casi de madrugada cuando oyeron pasos entre la maleza.
-¿Quién está ahí?-preguntó uno de los hombres, reconoció a Calos.
-Tú madre-reconoció a UrsHadiic.
La gente empezó a incorporarse y a hacer preguntas a los recién llegados.
La misión había tenido éxito, no les habían seguido, habían tenido que detenerse y dar
la vuelta por el fuego. Posiblemente, a aquellas alturas aún debían estar rascándose la
cabeza y preguntándose qué había pasado. Sólo había un problema: eran más de cien.
Según intentaban huir, vieron más soldados acercándose alertados por el fuego desde el
norte. Muchos soldados.
-¿Y con muchos queréis decir...?
-Queremos decir que podrían rodear este bosque si quisieran y no dejar salir un
mosquito sin su permiso.
-Ummm... dejad que piense un momento.
Todo el mundo miraba expectante a Gerón, excepto Melia y UrsHadiic, ninguno de los
dos se mostraba muy impresionado con él, aunque tenía que reconocer que sabía planear
las cosas. A su manera.
Melia estaba segura que "su manera", no tenía porqué incluir necesariamente que todos
salieran vivos de allí.
Tuvieron que esperar al amanecer para consultar el mapa. Sin saber por donde podrían
atacar, o incluso si realmente podrían estar rodeando todo el bosque, decidir por dónde
saldrían se resumió en encontrar el lugar más alejado por el que había menos
posibilidades de ser atrapados.
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-Tendremos que ir a Etimón rápido si salimos de aquí, quiero que uno de vosotros se
escabulla y vaya lo más velozmente posible hasta donde está el grupo de Oon y le digáis
que continúen sin nosotros y sin mirar atrás. Tienen que salir de aquí antes que los
descubran también. Nosotros seguiremos por el camino que rodea este valle, con un
poco de suerte llegaremos antes que ellos. ¿De acuerdo?
Nadie dijo nada. Eligieron a Calos para el trabajo de enviar el mensaje, ya que era el más
joven y rápido, y sabía confundirse muy bien entre la gente. Los soldados anfóreos iban
a tener que estar muy despiertos para cogerle.
Lo que más empezaba a preocupar a Melia de todo aquello, era el interés que tenía
Gerón de que no descubrieran al otro grupo. ¿Qué estaría guardando?
Al ponerse todo el mundo en marcha, quiso acercarse a UrsHadiic, pero el principito
quería tenerla cerca "por su seguridad". Y al daimión lo envió en cabeza.
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23.Huida
Acabaría matando ella misma a Gerón y entregándoselo a las autoridades. Podría vivir
muy bien durante muchos años con la recompensa por su cabeza.
La mayor parte de su cerebro no se tomaba aquellas consideraciones en serio, pero había
una muy pequeñita que empezaba a perder la paciencia de verdad.
Siguieron aquel camino durante dos días, avanzaban con lentitud pues no estaba muy
transitado, era malo y tenían que detenerse a menudo para vigilar que no caían en alguna
trampa. Se cruzaron con un par de casas perdidas, cuyos propietarios les lanzaron
miradas asesinas y no ofrecieron excesiva hospitalidad precisamente.
Cuando comenzó a adivinarse el final del bosque, se cruzaron con una patrulla. Estaban
tan sorprendidos de encontrarlos allí como ellos, y, aunque eran cerca de una treintena
de soldados, no parecían muy animados a luchar.
El grupo de Gerón intento esconderse de nuevo en la maleza, mientras los soldados se
organizaban.
-Parecen preocupados, quizá podamos librarnos de ellos sin combatir, ¿qué dices
UrsHadic? Estoy seguro que con un pequeño susto saldrán corriendo como conejos.
-No, es la única ropa que tengo y me gusta.
-¿Prefieres que muera alguien?
-Prefiero que muevas tú el culo para variar, ¿de verdad vas a pagarme todo lo que me
debes o estás esperando que me maten?
-Te pagaré, no te preocupes... Está bien, vamos a asustarles un poco. Vosotros,
acompañadme. Melia, quédate en la retaguardia con UrsHadiic. Solo será un
momentito.
-Oh... bueno...
Gerón y sus seguidores avanzaron hasta los soldados. Los siguió de cerca mientras
lanzaba miradas al daimión, preguntándose si sería un buen momento para hablar.
Posiblemente no, pero era lo más cerca que había estado de quedarse juntos en mucho
tiempo.
Se acercó a él y le rozó el brazo, sintió como sus dedos la buscaban y se sujetaron las
manos durante un momento.
-¿Qué haces aquí?-preguntó el daimión susurrando.
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Fue a responder cómo Gerón la había encontrado, pero antes de decir nada se dio
cuenta que no preguntaba por aquello, si no porqué no había vuelto a su casa, fuera de
Telan, y no encontró las palabras.
-No importa, me alegro de verte-continuó.
Melia sonrió, notando que su cara se volvía de todas las tonalidades de rojo existentes.
Entonces comenzó la batalla.
Los seguidores de Gerón gritaron y avanzaron hacia los soldados, que se lanzaron al
ataque algo confusos de ver avanzar al enemigo siendo tan poco numerosos. De pronto,
los seguidores detuvieron su avance y se colocaron a la defensiva, recibiendo a los
primeros soldados con sus espadas.
Una fuerte luz iluminó entonces la escena, como un rayo de tormenta surgiendo de la
tierra. Varios soldados cayeron del golpe y el resto retrocedió sorprendido.
Los que estaban luchando también intentaron echarse atrás, un segundo haz de luz hizo
que varios árboles se agitaran y cayeran, atrapando a muchos y haciendo que los que aún
dudaban salieran corriendo.
-¿Eso ha sido Gerón?-preguntó Melia alucinada.
-Sí, es un maestro de la goeteia, y un cabronazo integral.
Por lo que a ella respectaba, no lo iba a poner en duda. Apenas había visto moverse al
príncipe de los Anax, y él solito había conseguido que una treintena de soldados cayeran
o salieran huyendo presas del pánico.
¿Y ella hubiera podido aprender a hacer aquello?
Se maldijo por no haber hecho caso a Baal y no haber intentado estudiar los símbolos de
la goeteia.
En cuanto el camino volvió a estar libre salieron huyendo de allí. Pocas horas después
descubrieron que un grupo aún mayor les seguía, y tuvieron que poner pies en polvorosa
hasta bien entrada la noche, mientras UrsHadiic intentaba guiarles por nuevos bosques y
caminos.
El resto del trayecto hasta Etimón fue una carrera continua plagada de incidentes.
Apenas tenían tiempo para descansar escondidos entre la maleza, o en cuevas, bajo
grandes peñas.
Tuvo tiempo de ver un nutrido repertorio de lo que Gerón podía hacer, con tan pocos
hombres, y UrsHadiic no muy colaborador a la hora de decidir transformarse, hasta el
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principito tenía que molestarse en actuar. Vio filas de soldados que caían como si les
hubiera empujado un huracán solo con un movimiento de brazo del líder Anax, rayos
que brotaban del suelo y mataban a pobres infelices en el acto, temblores de tierra y
árboles y piedras que se abalanzaban sobre sus perseguidores.
Ya no le sorprendía que la gente quisiera hacerse con él. Tanto poder en un hombre tan
egoísta e imprevisible, era una bomba de relojería.
Y había otra cosa que comenzaba a molestar a Melia, y acabó ocupando gran parte de
sus pensamientos.
¿Por qué estaba ella allí?
Súbitamente, se dio cuenta que ya no se creía que su llegada a Ethlan había sido un
accidente.
Era otra mentira, estaba segura.
Observando el escaso interés que sentía por la vida de los demás, se preguntaba porqué
la llevaba a ella con él como si fuera un preciado tesoro.
¿Qué querría de ella?
Aquello no le gustaba nada, y empezó a perder interés por lo que Gerón planeaba, solo
tenía la apremiante sensación de que debería salir de allí.
Llegaron por fin al límite de la tierra de los daimiones, más adelante, se alzaba oscura y
gigantesca Etimón, rodeada de altos valles y montañas.
Melia vio el cañón que le resultaba familiar, y por un momento se preguntó inquieta si
no estarían demasiado cerca de la tierra de los Urs.
Fingiendo algo de inocencia, inquirió sobre el asunto a Gerón.
-Es la Tierra de Nadie, o la Herida de Ethlan, apareció cuando la isla se hundió. Al
principio dicen que un río de fuego corría por el fondo. Recorre prácticamente todo el
radio de la cordillera. Al otro lado empiezan las tierras de los daimiones, y es donde nos
espera nuestro grupo. ¿Estás cansada?
-No, estoy bien.
-Me alegro, la subida por la montaña va a ser agotadora.
-¿Qué hay en la montaña?
-Oh... un templo, vamos a dejar algunas cosas guardadas allí.
-Muy bien.
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En lo alto de la montaña es donde Daia estaba enterrada, era su templo. ¿Qué asuntos
podía tener Gerón allí?
Cruzaron el cañón con rapidez, el aire era tan seco y desagradable como recordaba, y el
agua fue un problema hasta el otro lado. Hasta Gerón se mostraba más hosco de lo
habitual, y con ganas de llegar al lado contrario lo más rápidamente posible.
El otro grupo les esperaba en una honda llanura, con un pequeño lago en su centro.
Al verles les saludaron con alegría, aunque no tanta como con la que recibieron el agua
del lago.
Melia contó una docena de seguidores más, había hombres y mujeres, y un crío que no
podía tener más de catorce años (o su equivalente allí). Todos fieles a Gerón.
Sintió cierta lástima por ellos.
Mientras la gente se entretenía saludándose, descubrió una caja de madera rectangular y
semicubierta por telas. Se acercó a curiosear por lo que podría ser, pero, sin haberse dado
cuenta de que estuviera ni remotamente cerca de ella, Gerón la cogió del brazo antes de
que hubiera podido inclinarse siquiera.
-No, deja eso.
Estaba sonriendo, pero se le veía algo tenso.
-¿Qué es?-preguntó poniendo una de sus caras de absoluta inocencia que había
conseguido perfeccionar.
-Nada, un objeto muy importante.
-¿Es la corona esa que decías?
-No, pero casi, es igual de importante a su manera.
-¿Hace algo?
-Puede ser un arma, pero solo son capaces de usarla los que poseen goeteia, para los
demás es peligroso, así que no te acerques mucho.
-Oh, vaya, lo siento, gracias por decírmelo.
La estaba mintiendo, para variar. Ahora tenía que imaginar qué era aquello y lo que
hacía realmente, pero tener cuidado era una buena idea.
Se tomaron el resto del día de descanso, y Melia intentó ignorar el paquete, para que
Gerón se apartara un poco de ella. Le agobiaba tenerlo constantemente encima.
Y cuando él estaba cerca, UrsHadiic ni siquiera se molestaba en acercarse.
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Al día siguiente, en cuanto se iluminó el cielo, se pusieron en marcha hacia lo alto.
Donde una oscura montaña cuyo pico atravesaba las nubes los estaba esperando.
Al ser un grupo tan grande, la comida empezó a flojear a los pocos días. El grupo tuvo
que hacer un parón y ponerse a buscar alimentos en la zona.
UrsHadiic vino a ellos.
-Necesito ayuda-le dijo a Gerón.
-¿Por qué?
-No pienso alimentarme de vuestras asquerosas verduras, quiero carne, voy a cazar algo,
pero necesito a alguien que me ayude.
Melia sonrió.
-Yo podría, no sé que hacer...-dijo mirando al príncipe, que obviamente no se iba a
ofrecer voluntario.
-Mmm... ¿estás segura?
-Mientras no la cocine él...
-Está bien, mirad a ver si encontráis algo.
Se alejaron por el bosque, hasta estar seguros que nadie podría verlos ni oírlos. Melia se
fijó varias veces en Gerón, si sospechaba algo no quería que se hiciera invisible o algo así
y los sorprendiera, pero se mostraba absolutamente indiferente. Lo último que le vio
hacer fue sentarse mientras el joven adolescente le ofrecía agua.
-¿Qué has hecho con la Corona?-preguntó de pronto el daimión.
-Está escondida, Gerón la busca.
-Ya lo sé, por eso pregunto, creía que te habrías ido de vuelta a tu hogar, te evaporaste
de casa de mi madre, UrsLeil me dijo que te habías ido, y de repente reapareces por aquí
y me dicen que con Gerón.
-...no podía irme, tenía que hablar contigo. Gerón me dijo que estabas con ellos y les
seguí.
-¿Hablar conmigo?
Dudó un momento, mirándole a los ojos. Solo estaba confuso. Tenía muchas cosas que
decirle, pero todas se le hacían complicadas de explicar.
-...lo siento.
-¿Por qué?
-Te dejé tirado.
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-¿Cuándo?
-Cuando me fui, hace mil años, estabas muy mal y lo único que hice fue dejarte allí y
salir huyendo.
El daimión inclinó la cabeza a un lado y la sacudió.
-Eso fue hace mucho, no importa.
-Para mí no hace mucho.
-Estoy bien, he pasado cosas peores, si no recuerdo mal, yo te pedí que te fueras.
Estamos en paz. ¿Era eso?, ¿es lo único que te preocupa?
-...no.
Cogió aire, preguntándose si de verdad valía la pena.
-¿Ocurre algo?
-Es solo... que entonces no podía decirlo, porque no era del todo cierto, pero ahora...
probablemente sea muy tarde...
-¿El qué?, dilo...
-Es una tontería...
-Dilo.
-No creo que te importe.
-Habla, por favor.
Volvió a coger aire. Muy bien, allá iba.
-Te quiero, quiero quedarme aquí, contigo.
Soltó aire.
No había sido tan terrible.
O quizá solo tenía que esperar a que su cabeza se pusiera a funcionar otra vez.
UrsHadiic parecía estar sufriendo un bloqueo similar. Su expresión confusa se tornó
ausente, su cara había saltado también mil años atrás y era de nuevo un joven daimión
ignorante y embobado con el mundo.
El leve fruncimiento de ceño le dijo que estaba regresando.
-¿Lo dices en serio?
-Sí.
-Pe... pero tú... espera...
Esperó, le vio llevarse una mano a la cabeza y masajearse las sienes.
-¿Soy yo el tipo del que hablabas?, cuando me dijiste que había otro... ¿era yo?
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Asintió con la cabeza.
-Es un poco difícil de explicar...
-No, da igual ahora.
Se inclinó sobre ella y la abrazó. Melia sintió que iba a ponerse a llorar.
-¿UrsHadiic...?
-¿De verdad te quedarás conmigo?
-Sí.
Estaba temblando, ¿lloraba también?, ¿UrsHadiic aún la quería?, ¿cómo era posible?, ¿de
verdad estaba ocurriendo aquello?
Cuando sintió que su respiración se tranquilizaba un poco se separó de él, mirándole a
los ojos.
-Pero...tengo una condición.
El daimión frunció el ceño, preocupado.
-¿Cuál?
-Tienes que pedírmelo tú.
-¿El qué?, ¿que te quedes?
-Sí.
Le colocó una mano en la cara, y se inclinó hacia ella hasta que sus frentes se
encontraron.
-Quédate, por favor.
Sonrió y le besó. Era tan feliz que estaba segura que su pobre cuerpo no iba a poder
contener tanta alegría y estallaría en mil pedazos.
No tenían mucho tiempo para quedarse juntos, sabía que aunque estaba solos, había
gente buscando comida a su alrededor y podrían tener un encuentro incómodo en
cualquier momento.
Melia confesó los mucho que le jorobaba aquella situación, y las inquietudes que tenía
respecto a Gerón.
UrsHadiic no dijo nada, solo asintió con la cabeza.
-Déjame tu cuchillo un momento.
-¿Para qué?
-Bueno, vamos a cazar algo, o empezará a sospechar cosas raras.
-¿Lo dijiste en serio?
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-Claro, tengo hambre.
-Pensaba que era una excusa para hablar conmigo.
-También, ¿puedo hacer las dos cosas no?
No pudo evitar reírse.
El daimión cogió una rama de un árbol, más o menos recta, la afiló con el cuchillo y
miró a su alrededor.
-¿Ves aquellos arbustos?
-Sí.
-Acércate por detrás y sacúdelos, a ver qué sale.
-Muy bien.
Consiguieron volver al campamento con dos conejos, una perdiz y un bicho grande y feo
que parecía una rata gigante, pero que le dijeron estaba en realidad emparentado con los
cerdos.
No era mucho para aquel grupo, pero serviría para ir tirando.
Al volver tuvo que aguantar de nuevo a Gerón pegado a ella, le hizo varias preguntas,
algunas le resultaron incómodas, pero estaba segura de que no sospechaba nada.
Intentaba buscar a UrsHadiic con la mirada más veces de las que podía controlar,
esperando cogerle haciendo lo mismo.
Por la noche acamparon en un lugar estrecho entre algunas peñas. Tenían siempre un
par de vigías controlando, aunque no esperaban encuentros desagradables allí, no sabían
hasta que punto podían estar siguiéndolos aún. Los enemigos de Gerón estaban muy
determinados a darle caza.
Melia se acostó con un montón de pensamientos felices, recordando la conversación con
UrsHadiic y recreándose en todas y cada una de sus palabras y expresiones.
El mundo era súbitamente tan hermoso.
Estaba completamente dormida cuando sintió que alguien le tapaba la boca. Se despertó
asustada, y se encontró los ojos brillantes del daimión.
Le hizo un gesto para que mantuviera el silencio y mirara hacia arriba.
Incorporándose poco a poco, observó a su alrededor, intentando entender lo que
UrsHadiic quería decirle. Lo que sí vio era que él llevaba su bolsa encima.
Volvió a mirar y entonces lo entendió. Los vigilantes no estaban.
El daimión hizo un gesto con la cabeza. "Ven".
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Con cuidado, Melia recogió su manta y su bolsa y le siguió. Su compañero le dio la
mano, aunque podía ver relativamente bien.
Caminaron con cuidado hasta el extremo del campamento, donde se encontró uno de
los vigías en el suelo. Miró interrogativamente a su compañero y este hizo un gesto
poniendo una mano junto a su cara. "Duerme".
Prefería no saber lo que había hecho para conseguirlo.
Descendieron por un camino de bosque iluminado por la Luna Llena. Al principio,
caminaban despacio, intentando no hacer ruido, pero a medida que se alejaban,
aumentaban la velocidad, hasta que acabaron corriendo sin razón alguna.
Llegaron jadeantes a una gran roca negra que sobresalía de la montaña. Melia podía ver
a sus pies los valles y montañas por los que acaban de subir, e, incluso si se esforzaba,
muy a lo lejos estaba la Tierra de Nadie. Era una visión magnífica, pero no había salida
por allí.
-¿A dónde vamos?
-¿No decías que no te fiabas de Gerón?, ¿no prefieres que nos marchemos?
Sonrió. ¿Se estaban fugando?
-Sí, pero ¿a dónde vamos?
-Ah, no sé, ya lo hablaremos, un lugar perdido de momento. ¿Te parece bien?
-Me parece perfecto...¿qué haces?
Se estaba desnudando.
-Desnudarme.
-No, eso ya lo veo.
-Podemos salir de aquí corriendo y tropezando con todos los árboles del mundo, o
podemos desaparecer en el aire.
-¿Estás seguro?, ¿no será peligroso que te vean?
-No, nos vamos de aquí, no me perseguirán si me voy. Guarda mis cosas, es lo único que
voy a tener.
Continuó sonriendo como una boba.
-Ahora sujétate a mi espalda, ¿recuerdas lo que te dije la última vez?
-Sí.
-Muy bien, pues agárrate fuerte.
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El Paraíso Hundido
No había espacio suficiente en la roca para transformarse, ni para coger impulso. Pero
no se dio cuenta del detalle hasta que UrsHadiic saltó al vacío con ella detrás.
Lo que en un principio fue una terrorífica caída con el viento frío metiéndose hasta sus
huesos, se detuvo súbitamente y sintió como su cuerpo se comprimía un momento
contra algo cálido y duro.
Cuando se atrevió a abrir de nuevo los ojos, estaban volando.
Retrocedió hasta la zona más segura de la espalda, rodeada de aquellas plumas suaves y
cálidas. Se abrazó a ellas, protegiéndose del frío de la noche.
Se alejaron de la ominosa montaña, cruzando varios campos, hasta que alcanzaron el
mar.
Sobre su cabeza ya no había nada más que la Luna Llena y todas aquellas estrellas que
nunca había visto en su mundo. Todo era tan grande y cercano que estaba segura que
podrían alcanzarlas si se elevaban un poco más.
A su alrededor, no había más sonido que el aire pasando y las alas empujándolo.
Miró hacia el frente, el mar lanzaba rápidos destellos según pasaban.
Se acercó de nuevo al cuello y oyó como UrsHadiic ronroneaba.
-Estoy bien, solo voy a asomarme un poco-le dijo.
Su vuelo era mucho más estable que la última vez, estaba segura que podría andar desde
su cabeza hasta el nacimiento de la cola sin problemas, pero prefirió no intentarlo. Se
conformó con asomarse a mirar el mar.
A lo lejos, la niebla que contenía aquel mundo se mostraba fría y fantasmagórica como
siempre, había algo inquietantemente silencioso en ella. Como si solo al mirarla sus
oídos quedaran taponados. Así que prefirió contemplar las olas.
UrsHadiic debió notar su interés y descendió, hasta que sus garras casi chocaban con la
superficie.
El agua era oscura, las olas se elevaban y balanceaban a su paso; a un lado estaba la isla, y
sus playas y acantilados, donde iban a romper.
Vio hogueras y humo, y un pequeño pueblo de pescadores. Estaban muy lejos de la
tierra de los daimiones.
Estaban muy lejos de todo.
Un estremecimiento la sacudió, y se abrazó de nuevo a las plumas, sintiendo el calor que
daban.
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-Te quiero-dijo, acariciando su espalda.
Entonces oyó un sonido profundo y dulce, como una flauta manteniendo una nota baja.
Venía de UrsHadiic.
-¿Haces tú ese sonido? Es bonito.
Lo repitió.
Los daimiones podían cantar. Pero era algo que nadie había oído en milenios.
Solo ella.
Volvieron a tierra, volaron sobre más campos y frente a ellos se levantó una montaña en
forma de aguja, al acercarse más, vio varios edificios de gran tamaño en ruinas.
UrsHadiic se posó en lo alto de uno de ellos.
Al bajarse, Melia comprobó que a su alrededor no había nada más.
-¿Dónde estamos?
-Un antiguo templo, el hogar de una primera generación. Nadie viene jamás por aquí.
Le rodeó con los brazos.
-¿Estaremos bien?
-Sí, un tiempo al menos, ¿tienes frío?
-No.
-¿En serio?
-...¿si tengo?
-Deberías calentarte.
Melia empezó a reírse.
-Muy bien, ¿tienes una idea de cómo?
-Tengo varias.
Se inclinó para besarla, y Melia se preparó para volar otra vez.
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24.El retorno de la Corona
Durante unas semanas no se asomaron al exterior. Alrededor del templo tenían
pequeños torrentes y suficiente comida para alimentarse. No les apetecía pensar en lo
que habría fuera o lo que traería el futuro, solo en recuperar el tiempo perdido.
-¿Puedo saber que tengo ahora que no tuviera hace mil años?
-Cabeza.
-Oh... muy bien, ya lo entiendo.
-¿Te molesta de verdad que me fuera?
-No, ahora no, hiciste bien, solo era un crío imbécil, tardé 500 años en creerme lo
suficientemente fuerte y reunir bastante valor como para irme de nuestro territorio, si te
hubieras quedado posiblemente nos hubiera buscado la ruina a los dos. Lo que me
preguntaba es si de verdad era tan distinto.
-...sí, y no... es difícil de explicar, había momentos que era como estar contigo, y otros
que no... Es raro.
-Mmm, ya, creo que me hago a la idea.
-¿En serio?
-Sí, verás, cuando te conocí hace mil años creía que eras la criatura más hermosa que
había visto, y eras valiente, te metiste de cabeza al territorio de los En, protegiste a Dos,
y a mí, robaste la corona... Eras absolutamente increíble, y durante mil años es la imagen
que retuve en mi cabeza, adornándola un poco más en el tiempo y todo... ¿Y sabes qué?,
reapareces y descubro que eres una humana bastante vulgar y cobardica que corretea
constantemente tras las faldas de Gerón.
-Yo no correteo.
-Sí, sí lo hacías.
-No.
-Sí.
-No.
-Sí.
-Estaba un tanto asustada, ¿vale?
-No te lo discuto. Fue un tanto decepcionante, por aquel entonces estaba bastante
frustrado con mi vida, de cualquier forma, y casi no me creía que fuera a volver a verte.
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El Paraíso Hundido
Fue extraño, y desconcertante. Me acabé dando cuenta que me seguías importando
mucho, de todas formas.
-¿De todas formas?
-Eh, han sido mil años soñando con cosas que no existen, el aterrizaje en la realidad no
fue bonito.
-Ummm...
-No me mires así, es lo que creía. Ya no, ahora creo que tú estás aquí, y eres una
humana maravillosa, y te quiero más que a mi vida, y te encerraré en las catacumbas del
templo si le dices a alguien que hablo así.
-Tienes un pico de oro.
-No tenemos pico, es un morro.
-También tienes mucho de eso.
Cuando necesitaron buscar ropa y otras comodidades, bajaron hasta los pueblos más
cercanos. Melia no descubrió hasta entonces que estaba en un lado de la isla que nunca
había pisado, el lado de Anax. Sin embargo, la vida entre los pueblos y la gente humilde
de allí no se diferenciaban en nada al del otro lado.
Se sentía muy feliz, y posiblemente hubiera sido capaz de pasarse cien años así sin
parpadear. Sin embargo, pasadas varias semanas (o quizá algunos meses) empezó a
pensar en lo que había dejado atrás. Ellos vivían felices, pero mientras, seguro que
alguien los estaría buscando, o si no a ellos, a la Corona, ella era la única que sabía
donde estaba.
Ya se había familiarizado con el tiempo en aquel lugar, y estaba segura que tarde o
temprano les encontrarían.
Todo aquello le reconcomía la cabeza, al principio pudo ignorarlo, pero poco a poco se
dio cuenta que prefería sentenciar aquello y librarse definitivamente de sus persecutores.
Iba a ser interesante decírselo a UrsHadiic. El daimión parecía tener aún menos interés
que ella en salir fuera.
Estaba feliz como no lo había visto nunca, si le decía lo que quería hacer posiblemente le
rompería el corazón. Así que esperó un tiempo prudencial antes.
Reaccionó mejor de lo que esperaba, solo se negó a hablar del tema dos veces.
-¿Y a quién piensas dárselo? ¿a Gerón o a mi madre?
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-Bueno...tu madre ahora mismo no nos busca, y si somos hábiles igual no descubre que
tuvimos algo que ver...
-Y yo de Gerón no me fío.
-Le diremos que le entregamos la Corona si nos deja en paz. Es un buen trato en mi
opinión.
-Sabes que no podrás volver nunca a tu casa si se la entregas.
-Creía que eso ya lo habíamos hablado.
-Comprobando que estuvieras segura...
Le pasó un brazo por la cintura, ¿cómo se le iba a ocurrir irse de allí?
-...y aún así-continuó él-, no tenemos ni idea de si cumplirá su parte. Es muy ladino.
-¿Entonces nos quedamos esperando hasta que nos encuentre?, ¿ o que tu madre
empiece a oír cosas y decida buscarnos también?
El daimión se rascó la cabeza y gruñó con frustración.
-Esta es una de esas cosas que la gente dice es mejor quitarse de encima antes que
después, ¿verdad?
-Puede.
-Pues yo creo que preferiría hacerlo después.
-Tampoco tengo prisa, lo dejaremos si quieres.
-Déjame pensarlo...
-De acuerdo.
Como si una vez sacado el tema, empezara a reconcomerle igual que a ella, a los pocos
días estaba haciendo comentarios sobre cómo tendrían que hacerse con la Corona, cómo
hablar con Gerón y que cosas iba a aceptar y no.
Eligieron un día para partir, y optaron por salir de noche e ir volando lo más cerca
posible hasta el hogar de Sofía.
UrsHadiic se mostró sorprendido, no tenía ni idea que hubiera guardado aquello allí,
había preferido no preguntar hasta entonces.
-¿Tú le hablaste a Gerón de aquel lugar?
-No, yo no.
-¿Y cómo supo donde estaba?
-Alguno de tus hombres te seguiría, o nos seguiría, en algún momento...
Aquello no le gustaba nada.
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El Paraíso Hundido
Muy bien, se librarían de Gerón cuanto antes de una vez por todas.
Salieron una noche sin Luna. Desde allí tardaron mucho tiempo en llegar, incluso con
UrsHadiic volando rápido. De mañana alcanzaron una zona apartada a menos de tres
días de Ankila. Cuando llegaron al lugar decidieron pensar con más detenimiento lo que
deberían hacer.
Enviar un mensaje a Gerón desde allí a donde quisiera que estuviera, les iba a costar
bastante tiempo, pero esperaban contar con él. Sin embargo, no había pasado una
semana desde su llegada que recibieron una imprevista visita.
Era Calos.
-¿Qué haces aquí?-preguntó Melia al verle, sorprendida.
UrsHadiic se acercó y le observó con atención, pero no dijo nada.
-Oh, me alegro de encontraros, el señor Gerón estaba muy preocupado, nos ha enviado
a buscaros a todos los sitios donde soléis refugiaros.
-Preocupado, sí, no me vengas con tonterías, ¿cómo sabe que estábamos aquí?
-Pues... ya lo he dicho, estamos bus...
En aquel momento, UrsHadiic le sujetó del cuello y lo empujó contra un árbol.
-¡UrsHadiic!-gritó Melia algo preocupada.
El daimión hizo que el joven levantara la cabeza.
-Es posible que por una parte nos buscarais, y es posible que tengamos algunos pequeño
chivatos... ¿hay muchos fieles tuyos dispersos por ahí, verdad Gerón?
-Yo no... soy...
-Ya, tú no, pero nos está oyendo de todas formas, ¿me equivoco?
Calos parpadeó. Melia se acercó.
-¿De qué hablas?
-Un truco de los viejos bicronos, compraban fieles como este infeliz de aquí, les vendían
su alma prácticamente, podían ver con sus ojos, oír con sus oídos y hablar con su boca si
les apetecía...
Contempló fijamente a Calos, ya no parecía tan simpático como siempre, pero que te
sujetaran contra un árbol por el cuello podía tener esas cosas. Por lo demás, no le
encontraba nada raro.
-¿Cómo lo sabes?
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-¿Se te ocurre alguna idea mejor para que Gerón sepa dónde estamos la mayoría de las
veces?, tendrá más de un espía cerca de Glauco. Y no me gusta como mueve los ojos,
sabía que había algo raro en él...
-Muy bien, me has cogido, ahora haz el favor de soltarme.
La voz de Gerón les cogió de sorpresa a todos. UrsHadiic incluso obedeció y dejó libre a
Calos. O quien fuera entonces.
-¿Qué quieres?-le preguntaron.
-No, no, decidme primero qué queréis vosotros, ¿os habéis ido por algo?
Vio que el daimión se apresuraba a decir algo, pero le cogió del brazo, intentando
contenerle. Si estaban hablando con el principito de verdad, sería mejor tener cuidado.
-¿Tú que crees?-le dijo.
El Calos poseído sonrió.
-La verdad es que me tenéis muy confundido... sobre todo tú, Melia. El daimión es más
simple que la calavera hueca de un bauro, así que imagino que lo estás manipulando por
algo.
Tuvo ganas de poner los ojos en blanco.
-¿Y por qué habría de manipularle?
-La Corona, la Corona de Daia. No sé cómo has descubierto para que sirve, pero es lo
único que te podría interesar, ¿no es cierto?
-Puede...
-Entonces, ¿la tenéis?
-Puede... dinos para qué la quieres.
Calos cayó y quedó un rato mirando el suelo, como si su huésped se hubiera desligado
de él pero no tanto como para dejarle actuar por su cuenta.
Gerón estaba pensando, y aquello no podía ser bueno.
-Intento sacar a Ethlan de la ruina en la que está.
-Eso no nos dice nada-gruñó UrsHadiic.
-Los simplificaré para ti, quiero despertar a la Señora... a Daia.
-¿Me tomas el pelo?
-En absoluto, y sabes que puedo.
Melia miró a su compañero, inquieta. Empezaba a entender lo que quería hacer, pero no
conocía los detalles, y parecía que el daimión tampoco, aunque no lo mostraba.
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-¿La Corona sirve para despertarla?-preguntó.
-Sí, entre otras cosas...
-¿Qué cosas?
-Eso depende... ¿qué queréis a cambio de la Corona?
-Para empezar, lo que le debes a UrsHadiic.
-Ah, bien, puedo hacerlo, puedo cubriros de oro si queréis, sé donde los viejos idiotas
que intentaron gobernar esto antes que yo guardaron sus miserias.
-También queremos que nos dejes en paz.
-¿Qué os deje...?
-Te entregamos la Corona, y no volvemos a saber de ti el resto de nuestras vidas.
Hubo otro momento de silencio, seguido de una sonrisa perturbadora.
-Oh, ya veo... está bien, puedo hacerlo si me entregáis la Corona, voy a decir la verdad,
pensaba usar a Melia en el ritual pero si tengo la Corona no me hace falta. Dádmela, y
haré lo que queráis.
Se volvió a UrsHadiic, que se limitaba a mirarlo fijamente, sin dejar traslucir ninguna
idea.
-Tendremos que pensarlo, déjanos.
-De acuerdo, decidle a Calos que se vaya a dar un paseo, volveré mañana.
Vieron como el chico parpadeaba repetidamente, y se puso pálido al verles de nuevo. Las
miradas que le estaban lanzando debían de aterrorizarle.
-Ah... ¿ha ordenado algo?...
-Que vuelvas mañana.
-Claro, mañana, está bien...
Le vieron ponerse en marcha, de vuelta al camino, pero se volvió un segundo.
-Una cosa, ¿podéis darme un sorbo de agua?, me deja la garganta seca...
Melia suspiró.
-Sí, espera un segundo.
Pasaron el resto del día y de la noche pensando la respuesta que le darían a Gerón,
sabían lo que querían, pero se daban cuenta que había demasiado detalles no del todo
claros.
-¿Sabes si de verdad puede despertar a Daia?, he oído hablar bastante de eso, pero todo
sonaba a fracaso-le preguntó a UrsHadiic.
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-Supongo que si el dice que puede... Ha tenido mucho tiempo para prepararlo, y creo
que lo tiene todo. Se necesitaba la Corona de Daia, que llevaba desaparecida milenios y
le podemos entregar nosotros, su Cetro, que han tenido bien custodiado en Anax y estoy
seguro era ese cajón que llevaba con tanto misterio y... una especie de ritual, del que no
conozco los detalles, pero con toda seguridad él sí.
-¿Nada más?
-Lo dices como si fuera algo sencillo...
-Bueno, visto así lo parece. ¿No pudieron ponerse de acuerdo los Anax y los daimiones
para despertar a Daia si era tan sencillo?
-Yo aún no había nacido entonces, pero creo que el templo estuvo sellado quinientos
años tras el hundimiento, y luego hubo guerras, luchas por el control de enclaves
importantes, y todo eso. Si las cosas eran parecidas a como son ahora, estudiarían como
sacarse mutuamente los ojos antes que colaborar.
Melia se llevó una mano a la cabeza. ¿Por qué la gente tenía que se siempre tan
estúpida?
Cuando Calos volvió, tenían bien estudiada su respuesta, y Gerón también.
-Venid los dos a Etimón, a lo alto de la montaña, tengo una pequeña colonia allí, estoy
seguro que a UrsHadiic no le supondrá demasiado problema alcanzarnos... o salir de allí,
es un pico algo pelado, podréis ver desde lejos si escondo algo.
-¿Y el dinero?
Melia no estaba tan preocupada por el dinero en realidad (aunque estaba segura que les
vendría bastante bien), quería tantearle, y evitar que creyera que lo más importante era
poder estar juntos. Si él creía que estaba manipulando a UrsHadiic, que lo creyera.
-Os diré donde está escondido allí. ¿Tenéis la corona?
-Te la enseñaremos allí.
Calos-Gerón sonrió.
-Muy bien. Es todo un dolor de muelas negociar contigo, Melia, y creía que el daimión
era malo...
-Ella no va a romperte los dientes si dices algo que no me guste, Gerón-intervino el
aludido.
-No, pero tampoco me los romperías a mí, en todo caso. Solo al pobre Calos... no es que
crea que tuvieras demasiado empacho en hacerlo, de cualquier forma.
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El Paraíso Hundido
-Espera que nos veamos en la montaña y lo comprobamos.
A veces ni Melia estaba segura si la actitud de gorila iba en serio o intentaba seguir en el
papel que Gerón tenía de él. Sospechaba que un poco de cada cosa.
-¿Eso quiere decir que hay trato? Os espero entonces... ¿vais a darme una fecha?
-De aquí a un mes, no te puedo decir más, y no queremos a ninguno de tus espías cerca.
La sonrisa de Calos se hizo aún más grande.
-Bien, os esperaré. Todo saldrá bien, permaneced tranquilos y todos obtendremos lo que
queremos.
-Más te vale.
Vieron al pobre chico parpadeando, Gerón se había ido.
-¿Tienes sed?-le preguntó Melia.
-Ah, sí... gracias...
No necesitaban un mes para coger la corona e ir allí, pero no querían dar ideas de dónde
la habían guardado. Melia aún apreciaba la casa de Sofía y no quería que Gerón o
alguno de sus esbirros sospechara algo y la destruyera.
Por no hablar que podría poner a descubierto a Baal.
-Ayúdame a levantar la estatua-le pidió cuando se aseguraron de que Calos ya estaba
lejos.
UrsHadiic se acercó y obedeció, mientras Melia cavaba.
-¿A dónde lleva ese camino?-preguntó el daimión señalando el escondido sendero que
subía a la montaña. No pudo evitar abrir mucho los ojos, y el daimión se dio cuenta.
-Ahh... ninguna parte...
-¿Seguro?
-... es un secreto.
-Vale, mientras no tengas escondido a un hombre.
-Ah...
UrsHadiic levantó una ceja.
-¿Tienes escondido un hombre, Melia?
-No... yo no...
-¿La vieja tenía escondido un hombre?
-Algo así.
-De acuerdo. No quiero saber más detalles, ¿seguro que la enterraste aquí?
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-Sí, aquí está, noto la madera.
La sacó sintiendo de nuevo el calor que desprendía, quitó la tierra alrededor de la caja y
la abrió.
Era una joya realmente preciosa.
UrHadiic seguía de pie a algunos pasos, sin ningún interés en acercarse.
-¿No quieres verla?
-Ya veo cómo es desde aquí.
-¿Ocurre algo?
-Tengo un mal presentimiento.
Volvió a cerrarla.
-Deberíamos prepararnos, no quiero quedarme más tiempo aquí... ¿estás bien?
-No es nada, de repente no creo que sea buena idea ir.
-...¿y qué hacemos con la Corona, entonces?
-No he dicho que no vayamos a ir, solo que de repente hay algo que no me gusta nada.
Le pasó los brazos alrededor de la cintura y se apretó contra él.
-Estaremos juntos, ¿de acuerdo?, todo estará bien si estamos juntos.
Se fueron pronto, caminando entre senderos ocultos durante los primeros días,
esquivando cualquier posibilidad de que los espías de Gerón les encontraran. Cuando
llegaron cerca del mar, comenzaron a volar. UrsHadiic prefería ir por el mar, porque
llamaba menos la atención que por tierra, y había menos posibilidades de que les
descubrieran y reconocieran su destino.
Melia iba preparándose para el ascenso a la montaña, sabía que iba a hacer mucho frío, e
imaginaba que podría tener problemas con la presión o algo así (en su mundo así
ocurría, aunque la atmósfera en aquel era algo particular). No fueron directamente hacia
lo alto. Paraban y caminaban varios días, en parte para aclimatarse, y en parte para no
llamar la atención de los daimiones que podrían vivir por allí.
Cuando ya estaban más alto de lo que muchos daimiones vivían, allí donde la montaña
rompía las nubes. Descubrieron un gran cúmulo de ellas, oscuras y amenazantes, dando
vueltas sobre la cumbre, con pequeños rayos, como chispazos, azules y violetas, saltando
de una nube a otra.
UrsHadiic decidió ascender primero en solitario, y comprobar que no había nada más
extraño. Melia esperó, observando las nubes.
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La hacían sentirse algo mareada. Gerón estaba haciendo aquello, ya había empezado su
ritual, fuera lo que fuera.
Cuando el daimión volvió dijo que no había visto nada, había un campamento en lo alto
y unos tipos apostados en la entrada del templo. Nada que debiera incomodar a alguien
como él.
Melia abrazó un momento la corona antes de ascender. Tenía también una sensación
desagradable, y, al mismo tiempo, un fuerte impulso por terminar de hacer lo que estaba
haciendo.
Las dos emociones se debatieron un momento, pero solo pudo reconocer que era
bastante tarde para dar marcha atrás y volver a perderse entre los bosques con
UrsHadiic.
Al llegar arriba, aterrizaron cerca del campamento. Mientras el daimión volvía a
cambiarse, esperaron que alguien saliera a recibirles, pero nadie vino.
-Muy raro-observó él.
Se adentraron en el mismo, y se dieron cuenta que estaba vacío. Todas las cosas estaban
guardadas y en orden, no lo habían abandonado precipitadamente, pero a Melia le daba
escalofríos.
¿Dónde estaban?
Continuaron avanzando hasta la puerta del templo. Estaba en un lateral de la montaña,
esta ascendía aún más a lo alto, con un pico perfectamente cónico. Era un gran volcán.
Los dos hombres que custodiaban la entrada ni siquiera estaban armados, y al verles se
levantaron con cordialidad.
-Gerón está ocupado, por eso no puede salir. Solo será un segundo-dijo uno.
-¿Dónde está la gente del campamento?
-Dentro, hace menos frío y querían ver el milagro.
Ninguno de ellos daba la impresión de estar mintiendo.
Entonces se oyó un murmullo desde el interior, y los guardas les invitaron a entrar,
abriendo ellos el camino.
Melia entró mirando con cuidado a su alrededor.
La entrada y los pasillos eran amplios, y los habían dejado bien iluminados, había
multitud de estatuas, la mayoría en buen estado, aunque había algunas caídas y rotas
aquí y allá. Le recordaba a los palacios de los daimiones, excavados en la roca negra, pero
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allí todo estaba más iluminado, y los adornos, figuras e, incluso dibujos que decoraban
las paredes eran más elaborados.
No era un lugar en donde se sintiera intimidada o incómoda.
Al volverse a su compañero, cambió de opinión.
UrsHadiic estaba pálido, y se movía de forma lenta y algo desacompasada.
-¿Estás bien?-le preguntó.
-Sí... no... hay algo raro...
-¿Gerón ha hecho algo raro?
-No, yo no he hecho nada.
La voz llegó desde el otro lado de la habitación que se abría frente a ellos. Una sala
circular con una escalera abierta de caracol en el centro.
-¿Seguro?, ¿qué le pasa a UrsHadiic?
-Es el templo, hace cosas raras a los daimiones, por eso no viven tan alto.
-¿Tú lo sabías?
-Oh, claro, ¿esperabas que os lo dijera?
Los dos guardas que les habían seguido se lanzaron entonces sobre el daimión,
sujetándole de los brazos y haciéndole caer de rodillas.
-¿Qué haces? ¡Déjalo!
Gerón sonreía.
-No es nada, no quiero que embrolle este asunto, cuando todo acabe podréis hacer lo
que queráis.
-¿Cuándo todo acabe?
-Acércate, Melia.
-No, suéltale.
El hombre suspiró.
-Lo digo en serio, puedo quitarte la Corona y arrastrarte hasta aquí, intento ser
dialogante.
-Eres un imbécil, es lo único que consigues ser.
-Has pasado demasiado tiempo que ese bruto. Acércate, cuánto antes terminemos mejor
para todos.
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Se volvió para mirar a UrsHadiic. El daimión se movía como sin fuerzas, no solo no
parecía poder hacer nada contra sus dos captores, apenas llegaba a levantar la cabeza y
hablar.
Se le encogía el corazón.
Iba a matar a Gerón por aquello.
Al aproximarse al príncipe de los Anax, se dio cuenta que había más gente en el salón...
tirados en el suelo junto a la pared.
-¿Qué es esto?, ¿qué les pasa?
-Duermen... ven, sube las escaleras.
-¿Los has matado?
Gerón estaba perdiendo su paciencia.
-No, solo duermen, imagino que no tienes un buen concepto de mí, pero esta es mi
gente, me preocupo por ellos, estoy haciendo esto por ellos, y ellos lo saben y se han
ofrecido voluntarios.
-¿Voluntarios?, ¿para qué?
Uno de los guardas se acercó a ella y le sujetó los brazos, mientras se debatía, Gerón
consiguió quitarle la caja con la Corona.
-¡Suéltame! ¡mentiroso de los cojones!, ¡suéltame!
-Te he dicho que intentaba ser dialogante. Muy bien...-le vio abrir la caja y sonreír,
sonreír como un maníaco- Muy bien. Sube...
El tipo que la sujetaba la soltó, pero se quedó cerca, controlando que hiciera lo que le
ordenaban.
Melia empezó a subir por las retorcidas escaleras, mirando repetidamente a atrás. Gerón
iba delante y su guarda se quedó abajo, pero cerca. Miraba, sin embargo, a UrsHadiic,
que apenas se movía.
Al llegar a lo alto, sintió un fuerte viento golpeándola en la cara. Sobre su cabeza solo
vio un oscuro vórtice.
Era la cima del volcán, y estaba abierta.
Las nueves giraban muy rápido sobre ellos, lanzando aquellas pequeñas descargas
eléctricas.
A su alrededor, solo había unas paredes de piedra, todos los adornos habían caído por el
suelo, dificultando el caminar. Solo permanecía en pie una especie de trono de roca.
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-¿Qué estás haciendo?
Gerón colocó la Corona en lo alto del trono. Había otro objeto que no había visto
nunca. Un báculo de oro, alargado y terminado en una brillante piedra roja. Adivinó que
sería el Cetro.
-Lo preparo todo.
-Si ya tienes lo que querías podemos irnos.
Tenía que gritar un poco para hacerse oír.
-No, no es tan sencillo. Verás, Daia murió, es difícil de explicar, pero no se puede
resucitar a los muertos.
-¿Qué intentas entonces?
-Um... Daia en sí, es Ethlan, en el fondo no puede morir mientras la isla exista, pero
para "vivir", para despertarla de nuevo para nosotros, necesita un lugar donde alojar su
consciencia.
Le lanzó una mirada asesina, que Gerón no pareció comprender.
-Ni se te ocurra.
-No será doloroso, será un honor, serás una gran reina, seguirás manteniendo parte de tu
persona.
-¡Y una mierda!
El príncipe se agachó para colocar algunas piezas caídas en su lugar. Dejándolo todo
arreglado en la medida de lo posible para el retorno de su señora.
-Mira el vórtice, está creciendo, aunque intentes salir ahora no podrás, y menos con el
daimión como está...
Melia también se agachó a coger una.
-...no se puede usar un simple humano-continuó el príncipe de Anax, sin darse cuenta
de lo que ella hacía-, no aguantaría todo el poder de Daia, los daimiones tampoco
sirven...
Se había acercado hasta ponerse a su lado, Gerón se dio cuenta que estaba allí y fue a
girarse, pero antes de conseguirlo, Melia levantó el trozo de roca caído y lo dejó caer
sobre su cabeza. El hombre se inclinó y trastabilló, mareado, pero aún podía moverse,
hasta que ella volvió a golpearle, con todas las fuerzas que era capaz de reunir.
Gerón cayó al suelo, inconsciente.
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Le tocó con una pierna para comprobar que no se movía y dio algunos pasos hacia atrás
para alejarse.
Miró a lo alto.
Tenía razón, el vórtice crecía, desde que había colocado la Corona sobre el trono, había
crecido como una boca siniestra que amenazaba con devorarles.
Y en medio de las siniestras nubes, Melia podía ver la oscuridad. La cálida y familiar
oscuridad.
Se mordió un labio, asustada.
Corrió de nuevo a las escaleras y bajó.
Todo el mundo abajo parecía estar desmayado, hasta los guardas.
-¡UrsHadiic!, ¡UrsHadiic!-llamó- Tenemos que irnos, rápido, por favor.
Se arrodilló junto a él, le cogió de los hombros e intentó comprobar que se encontraba
bien.
El daimión parpadeó un momento, débil.
-¿Qué... qué ocurre?
-Tenemos que irnos.
Parecía medio dormido, intentó moverse, pero a lo justo alcanzó a ponerse de rodillas.
Melia lo abrazaba, no iba a marcharse sin él.
-¿Qué ha ocurrido?
-Se acerca el vórtice... viene a por nosotros...
En ese momento, las luces de la sala se apagaron, y solo se oyó el rumor del viento, que
crecía, crecía hasta envolverlo todo.
-¡No veo!-gritó consternada.
-Yo sí...
Los brazos de él la rodeaban también, con las pocas fuerzas que tenía.
Sintió calor.
Era agradable, una sensación confortable, que al principio no supo reconocer.
Entonces sintió que los brazos de su compañero se aflojaban.
-¿UrsHAdiic?
-Ya... no veo tampoco.
-¡UrsHadiic!
No la estaba soltando, se estaba desintegrando.
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La oscuridad la había alcanzado.
Empezó a llorar.
-UrsHadiic... no me sueltes... UrsHadiic...
-...Melia...
Su voz sonaba lejana, dejó de notar sus brazos.
Siguió gritando a las sombras, desesperada por una respuesta.
Los gritos no le permitieron darse cuenta que el viento se había detenido.
Flotaba en la oscuridad.
La oscuridad por la que había viajado en sus sueños.
Familiar y cálida, y horrible.
-¿UrsHadiic?
¿Qué había sido de él?, ¿dónde estaba?, quería volver, necesitaba volver...
Algo susurró tras ella, pero al darse la vuelta, solo había más oscuridad.
El susurro se oyó de nuevo.
-¿Qué ocurre?
-Te están llamando...
-¿Quién es?
-Te llaman, te necesitan.
-¿Qué está pasando?, ¿quién eres?, ¿Gerón?
Le había parecido la voz del príncipe Anax, pero era diferente, más suave y femenina.
-Te llaman, ve a verles... enséñanos el camino de vuelta...
-¿Y UrsHadiic?, ¿dónde está?
-Guíanos... guíanos de vuelta a casa...
Vio una luz, a lo lejos. Crecía.
¿Volver a casa?, ¿eso estaba haciendo?
-Ve... guíanos...
Se acercó a la luz. Era amarillenta, y pálida... como una bombilla antigua... Extendió
lentamente una mano, tocándola con la punta de los dedos.
La luz creció, la luz creció y la envolvió.
Sintió que por un momento quedaba sin aire, y, al instante siguiente, un fuerte dolor por
todo el cuerpo, y voces, y pitidos, y caos.
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Durante varios minutos fue lo único que sintió, su cuerpo pesado y dolorido, y un gran
alboroto a su alrededor. Su cabeza tardó un segundo en ordenar las cosas, y su cuerpo un
poco más en relajarse.
En cierto momento, se dio cuenta de forma sorprendente, de que tenía los ojos cerrados.
¿Por qué tenía los ojos cerrados?
-Sí, está bien...-oyó que alguien decía cerca.
¿Bien?
Empezó a abrirlos, pesaban.
Había gente cerca de ella, la miraban.
Tuvo que abrirlos y cerrarlos varias veces, no parecían estar funcionando bien.
Tardó un poco, pero reconoció aquellas caras.
-¿Mamá?, ¿papá?
Sus padres se echaron a llorar, y, solo por aquel momento, se sintió completamente feliz
de estar de vuelta en casa.
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El Paraíso Hundido
25.Daia
Su recuperación desde ese instante fue rápida y sorprendente para quienes la rodeaban.
Tuvo tiempo de oír las historias más increíbles sobre ella y lo que había pasado.
Solo había estado ausente nueve días, más bien, tres. Es lo que tardaron en encontrarla
después de que su cuerpo cayera al mar, y todo el mundo había quedado sorprendido de
encontrarla con vida, aunque inconsciente.
Había salido por la tele y todo. Sus compañeras del equipo de baloncesto le prometieron
que le traerían un portátil con el vídeo.
Tuvo también visitas desagradables, como una psicóloga que no dejaba de hacer
preguntas incómodas.
Por lo visto, el bueno de Marcos sí que la consiguió reconocer el día de su desaparición
en el muelle, y había sugerido algo torpemente que tenía costumbres muy raras y que
había intentado suicidarse.
Melia decidió que en cuanto recuperara fuerzas lo estrangularía.
Sin embargo, el infeliz se presentó en persona, con el ramo de flores más grande que
podía comprar con su paga y llorando desconsoladamente. No había sido su intención
decir nada como aquello, solo que le habían hecho preguntas muy retorcidas cuando
supieron que había sido de los últimos en verla, y no pudo evitar que se le escaparan
algunas cosas que su cerebro lleno de culpa se estaba construyendo.
Muy bien, lo dejaría pasar. Al pobre chico se le veía en peor estado que ella, recordaba lo
sensiblón que podía ser e intentó hacerle entender que estaba bien, y que había sido un
accidente con toda la serenidad y contundencia de la que era posible.
No habló a nadie del niño Gerón... ni de nada de lo que pasó después, solo que había
sido un accidente.
Por eso la maldita psicóloga trituraba sus nervios, no dejaba de preguntarle cómo se
sentía.
¿Qué le iba a decir?
No podía...
Nadie podría saberlo nunca...
Nadie sabría de UrsHadiic.
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El Paraíso Hundido
El daimión hubiera llorado si tendría fuerzas.
Lo rodeaba la oscuridad, una oscuridad que nunca había tenido que padecer.
Melia se había ido, se había ido de entre sus propios brazos.
Le había dejado.
Otra vez.
El dolor en el pecho era terrible, pero no podía llorar, apenas sentía su cuerpo, no podía
hacer que llorara.
La había perdido.
La tenía, hace unos segundos.
Entonces, todo volvió a iluminarse. Seguía en el suelo, de rodillas, en la habitación
circular del templo de Daia, con un montón de gente dormida a su alrededor.
De lo alto de las escaleras, se derramaba una luz dorada.
Vio que alguien bajaba.
Una figura alta y extraña.
Estaba vestida con un largo traje negro, llevaba un centro en un brazo, acunado como a
un niño, y una gran corona de oro en la cabeza.
La reconoció, aunque el tamaño era muy diferente.
Daia.
La gran reina le resultaba familiar, reconoció parte de sus rasgos en Gerón, y otra parte,
no lo eran. Se alzaba más alto que ningún humano, y su forma se desdibujaba entre las
luces y sombras de su alrededor.
-Hola, niño. ¿Estás llorando?
No contestó, aunque hubiera podido, no quería decir nada, solo que le dejaran llorar de
verdad.
-Ooh... ya veo-la figura se inclinó sobre él, y le dio un beso en la frente- ¿Has perdido
un mundo verdad?
Daia le miraba, parte del dolor desapareció.
-Yo también... perdí un mundo porque no pude entenderlo... Pero ya pasó. ¿Quieres
recuperarlo?, ¿quieres ayudarme a recuperar nuestro mundo?
Se agitó, intentando moverse.
-...Melia...-pudo susurrar.
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El Paraíso Hundido
-¿Quieres ser mi heraldo? Dame tus alas, y recuperaremos nuestro mundo, y esta vez, lo
haremos bien.
UrsHadiic agachó la cabeza.
Lo que fuera, si podía volver a ver a Melia, lo que fuera...
Pasó un mes más en el hospital. Aburriéndose como una mona porque se encontraba
bien, pero por lo visto querían controlar los daños. No se podían creer que alguien que
cayera el mar en una tormenta y reapareciera tres días después estuviera en tan buen
estado.
Tenía varios dolores musculares y había empezado a desarrollar algo de sordera en un
oído, todo lo demás, perfectamente.
Bueno, menos su cabeza.
Aún fuera del hospital tenía que visitar con regularidad a un especialista para comprobar
que todo fuera bien.
Pese a sus intentos por aclararlo todo, la sombra del suicidio volaba sobre las cabezas de
toda la familia.
Cuando se aburría, se dedicaba a hacer abalorios. Algo que a sus familiares y amigos
dejó bastante perplejos, ya que la última vez que la habían visto aún se liaba con los
nudos de los cordones. Había sido así de manazas.
Era parte del problema de volver. Tenía tan solo 17 años otra vez, conocidos a los que
no reconocía y preocuparse por los estudios y qué carrera iba a elegir.
No fue un retorno demasiado agradable en ese sentido.
Cuando las cosas la agobiaban, hacía más abalorios.
Quizá debería estudiar Bellas Artes, la psicología había perdido parte de su encanto.
Estuvo completamente absorbida en su mundo, prestando poca atención al que había
fuera, así que no supo hasta mucho más tarde, que un gigantesco volcán había hecho
erupción en el Océano Atlántico, la mayor explosión registrada en la historia, mayor que
la del Tambora.
Al principio la noticia solo interesó a algunos geólogos y especialistas que la recogieron
en sus aparatos, ya que estaba prácticamente en medio de ninguna parte, nadie esperaba
un volcán allí. Pero, poco a poco, empezó a interesar al resto del mundo. Las nubes del
volcán se extendieron hacia el Sahara, de allí por todas partes.
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El Paraíso Hundido
Se previeron graves descensos en las temperaturas, problemas con las cosechas y
tormentas. La gente de todo el mundo pasó el verano preocupándose por las
consecuencias, mientras el volcán en medio del océano seguía creciendo.
Para cuando fue el momento de volver a sus clases en Otoño, había un extraño clima
apocalíptico en todas partes. Aunque lo único que Melia había llegado a sentir era más
frío que de costumbre.
Al principio, la noticia no la impactó de ninguna manera, seguía absorta en sus cosas.
Hasta que un día observó en una tienda de revistas una fotografía por satélite del
misterioso volcán... ella conocía aquella forma.
La había visto, en un mapa, en un libro de tapas rojas.
Era Ethlan.
Se volvió, mirando consternada a su alrededor, pero solo se encontró las miradas vacías o
sorprendidas de los clientes de la tienda.
Salió corriendo de allí, en dirección al puerto.
Era primavera, pero había nieve en la calle. Nunca nadie había visto nieve allí en
aquellas fechas.
Pasó entre algunos valientes caminantes del paseo, y bajó hasta el muelle, hasta el final
del mismo, donde se había caído al mar hacía tanto tiempo.
Soplaba el viento con fuerza, como siempre en aquel sitio. El mar estaba agitado.
Algunos copos blancos y perezosos se balanceaban en el aire, siguiendo sus corrientes.
No sabía que había esperado al estar allí, no sabía que esperar de nada.
Sintió deseos de gritar, y lo hizo. Aterrorizando a dos gaviotas que escaparon del paseo y
alzaron su vuelo al cielo gris plomizo.
-Oh... vas a hacer que te tomen por una loca...
Se volvió, gruñendo.
Sabía de quién era esa voz.
-¿Qué haces tú aquí, Gerón?
-¿A ti que te parece? Estamos preparando el terreno.
-¿Preparando?
-Te consideraba más inteligente. Ethlan se levanta, Ethlan vuelve a casa. No va a ocurrir
de un día para otro.
-¿Qué va a pasar?, ¿va a aparecer todo el mundo de allí aquí como caído del cielo?
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El Paraíso Hundido
-Más o menos, cuando todo este preparado, las puertas se abrirán de nuevo, y todo el
mundo pasará.
-¿Cuánto tardará eso?
Gerón se acercó a la helada barandilla, y, desafiando el hielo, se subió a ella, apoyando
un pie en lo alto y otro en la barra inferior.
-Algunos siglos.
Cogió una bocanada de aire helado. Unos siglos, muy bien...
El dolor no se iba.
-Pero eso no te interesa ¿verdad?-inquirió Gerón- No, quieres saber si podrás volver a
verle.
-...¿y a ti que te importa?
-Me importa, ¿no te has dado cuenta?, Daia es parte de mí, tú perdiste la ocasión, ahora
el honor es mío, y es algo magnífico.
Le vio levantar los brazos, desafiando aún más a los elementos.
-Vas a caerte.
-¿Intentarías cogerme?
-No, ahógate.
Le oyó reír.
-Destruiremos un poco, habrá caos algunos años, pero todo acabará bien, a veces hay
que destruir cosas, para permitir que crezcan otras nuevas. Por eso, la gente muere.
-Morir no es agradable.
-No, pero buscaremos el equilibro, después de estos años de oscuridad Ethlan se alzará
con todas sus fuerzas, los humanos tendrán una nueva Edad de Oro, y, esta vez, todos la
disfrutaremos.
-Bonito, muy bonito. Díselo a los chalados que lanzan sermones en la plaza.
-Ja, ja, ja... es difícil impresionarte.
-Años difíciles, y cientos antes de que ocurra, no estaré viva para verlo.
-Eso no lo sabes, sigues siendo una bicrona, has estado en Ethlan, eres una persona con
poder, te asombrarías lo que podrías hacer si quisieras.
Se quedó en silencio, aquello no le decía nada.
Gerón bajó de un salto y se plantó frente a ella.
-Está aquí.
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El Paraíso Hundido
-¿Qué?-preguntó, parpadeando confundida.
-Está aquí... es nuestro heraldo, ha perdido sus alas y no podrá transformarse nunca
más, pero está aquí.
-¿Dónde?
-Buscándote, posiblemente, ha sido un poco difícil hacer que se centre en su trabajo,
pero no nos importa. Quizá deberíamos decirle donde encontrarte.
-¿UrsHAdiic?, ¿hablas de UrsHadiic?-había empezado a llorar, le oía incrédula, con
miedo de creer en lo que decía.
-Si, ¿qué otro? Un dolor de muelas, hasta Daia lo cree.
-¿Dónde está?
-No muy lejos, le di algunas pistas, pero es un tanto espeso.
-Dímelo, por favor...
-No tanta prisa, las cosas buenas requieren paciencia y tiempo para prepararse.
-¡Gerón!, ¡Daia!, lo que seas, habla o te tiro al agua.
-Oh, infeliz, ¿qué crees que nos hará eso?, aparte de mojarnos. Ven por el puerto de vez
en cuando, quizá algún día te encuentres una sorpresa.
Le vio alejarse, y decidió seguirle, pero no había caminado unos pocos metros cuando se
esfumó en el aire.
Quedó en medio del muelle, con pequeños barcos de pesca atracados balanceándose a
sus pies por el viento, movimiento y alboroto en la zona del mercado, y los gritos de las
gaviotas sobre su cabeza.
¿En el puerto?
Volvería al puerto. Todos los días. Esperaría allí.
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