CONFERENCIA MAGISTRAL El perfil del alumno y del tutor en los sistemas abiertos y a distancia Dr. Rodolfo Herrero Ricaño Coordinador del Sistema Universidad Abierta de la UNAM (México) La existencia de las instituciones educativas tradicionales se remonta, por lo menos, a la Grecia clásica, cinco siglos antes de nuestra era. Las escuelas cuentan, por tanto, con dos milenios y medio de existir. A pesar de los grandes cambios y transformaciones que han sufrido, en lo esencial se ha conservado la relación cara a cara entre maestro y alumno como eje del proceso educativo; en este sentido, sería difícil encontrar diferencias categóricas entre los jardines de Academo en que enseñaba Platón y nuestras actuales universidades. Los sistemas no presenciales, en cambio, lograron institucionalizarse hace apenas unas cuantas décadas. Han surgido como una alternativa para responder a las demandas educativas de sociedades que tienen crecientes y complejas necesidades, de atender grupos que por sus condiciones personales no tienen acceso a la educación escolarizada que exige su presencia dentro de horarios fijos. Los sistemas no presenciales son un claro producto de nuestra época. Cuando pensamos en el prototipo del maestro, es clásica la imagen de Sócrates llevando al joven esclavo de Menón a descubrir conocimientos geométricos mediante un hábil interrogatorio mayéutico. En la relación cara a cara, y en las condiciones ideales del método socrático, de uno a uno, la educación podía constituirse en un auténtico arte de excelencia. Desgraciadamente, a pesar de la imagen romántica que nos hemos formado de la Grecia humanista de Sócrates, en aquella época a los esclavos sólo se les enseñaba con espíritu de investigación, y no se consideraba un ideal proporcionar educación a todos. Con la evolución de la humanidad ha surgido, crecido y fortalecido el ideal de una educación básica de cobertura universal, y de una ampliación cada vez mayor del número de personas que pueden tener acceso a estudios superiores y a una educación permanente que los mantenga actualizados en un mundo cuya velocidad de cambio amenaza superar la capacidad que tiene la cultura para absorberlos. En estas condiciones, los sistemas educativos han evolucionado hacia estrategias capaces de aprovechar los avances científicos y tecnológicos para atender a grandes grupos de la población que, además, tienden a presentar una amplia variabilidad en sus características etarias, culturales y socíoeconómicas. Es ante esta necesidad que surgen los sistemas educativos no presenciales. En la educación existe una relación tan estrecha entre la enseñanza y el aprendizaje, que ambas actividades tienen que concebirse como elementos de un proceso imposibles de disociarse entre sí. Realmente no podría decirse que alguien enseñe si no existe simultáneamente otro que aprenda. Aunque lo contrario sí se da. Alguien puede aprender sin que nadie le enseñe: es la base de los sistemas no presenciales. Pero aunque no podamos disociarlos, sí podemos, y para fines de análisis debemos, separar la enseñanza del aprendizaje y, de este modo, establecer entre ellos relaciones de dependencia. En la educación, en la verdadera educación, es la enseñanza la que ha de ajustarse a las necesidades del aprendizaje, y nunca al contrario. Este es un principio fundamental que debe tenerse en cuenta cuando tratemos de analizar los sistemas educativos no presenciales. En ellos, aparte de que el proceso de enseñanza aprendizaje sale del aula, el laboratorio y el taller, para pasar a situarse en los escenarios más disímbolos, es precisamente la disociación de la relación cara a cara entre el maestro y el alumno lo que caracteriza a los sistemas no presenciales. El alumno ha de estudiar -y aprender- sin la presencia directa del maestro. Bajo estas condiciones, resulta clara la necesidad de redefinir el papel que habrá de jugar cada uno de estos dos actores. Es aquí donde podemos aprovechar la experiencia lograda en el tiempo que tiene de existir la educación no presencial, aunque realmente apenas comenzamos a rebasar una primera etapa experimental en su institucionalización y aplicación masiva. Podría, pues, resultar útil analizar los perfiles del docente y el alumno, para disponer de elementos de juicio que nos permitan avanzar en el mejoramiento de nuestros sistemas educativos no presenciales. Aportar algunas ideas a tal análisis es el propósito de está participación. Quizá la primera cuestión que habría que tener presente al analizar el perfil del estudiante de los sistemas no presenciales sea su edad. Por sus propias características, podemos asumir que pertenece a grupos etarios bastante mayores a los convencionales y que ya rebasó la niñez. Incluso en algunos países se establece como requisito un límite mínimo de edad -alrededor de catorce años- para ser aceptado como estudiante en sistemas no presenciales (en este caso, para la educación primaria). Esto repercute directamente sobre la educación superior, en donde puede esperarse que, en promedio, los estudiantes tendrán una edad bastante mayor que sus pares en los sistemas presenciales. Este requisito resulta congruente con las características de personalidad que requiere un alumno en un proceso educativo no presencial y podrían resumiese en un solo punto: la capacidad de autocontrol. Autocontrol de su tiempo disponible, de sus estrategias de estudio y de su nivel de aprendizaje. 90 Aunque, por supuesto, cuenta con la orientación y apoyo de su tutor, el estudiante tiene que ser capaz de fijarse a sí mismo metas, traducirlas en objetivos y derivar de ellos un programa personal de trabajo académico. El estudiante en un sistema no presencial tiene que asumir, desde el principio, la responsabilidad de ajustar -dentro de los marcos reglamentarios propios de la institución- las rutas y el ritmo de sus estudios, de tal modo que resulten adecuados a sus posibilidades y necesidades individuales. El programa de trabajo para afrontar sus obligaciones académicas debe ser, en sentido estricto, lo que podríamos llamar un "programa a la medida". Pero no basta con diseñar un programa de trabajo realista, adecuado y viable. Como ocurre en casi cualquier otra área de la vida, falta lo realmente importante: cumplirlo. Para ser capaz de asumir la responsabilidad que implica el cumplimiento de un programa de trabajo, el estudiante requiere un alto nivel de conciencia y de motivación. Así, la administración del tiempo se convierte en una prioridad. Si bien es indispensable atender muchas otras actividades además de estudiar, y esta última puede ajustarse a las necesidades de las otras, no debe considerarse que el estudio resulta lo menos importante. Habrá que considerarlo una actividad fundamental, y destinarle en consecuencia horarios y tiempos fijos. Estudiar no puede ser reducido a la condición de actividad secundaria a la que se atienda cuando se pueda. No es un pasatiempo, es una actividad fundamental para el desarrollo del individuo. El estudiante, pues, habrá de conocer y ser capaz de aplicar técnicas eficaces para el diseño de horarios y para la administración de su tiempo. Aunque no tendrá que presentarse a clases con horarios rígidos, sí tendrá que dedicarse a estudiar dentro de horarios establecidos por él mismo y a los cuales, si es congruente, tendrá que respetar. El estudiante en los sistemas presenciales se ve obligado a vivir una buena parte de su tiempo dentro de la institución educativa; esto lo conduce, prácticamente sin darse cuenta, a identificarse con ella y a desarrollar un sentido de pertenencia. En los sistemas no presenciales, en cambio, el estudiante suele percibir a la institución como algo distante y ajeno a él. Este no puede ser un buen contexto para la educación. Para combatir la enajenación del alumno con respecto a su institución, éste debe preocuparse por dedicarle el mayor tiempo posible para vivir los eventos que en ella se realicen e involucrarse en sus actividades; en resumen, debe esforzarse por "respirar su ambiente", por formar parte activa de ella. Un estudiante identificado con su institución está en mucho mejores condiciones para comprometerse con los programas académicos. Las técnicas de estudio, por su parte, juegan un papel central en el desempeño del estudiante en los sistemas no presenciales. Mientras que el estudiante en la clase tradicional, si no está motivado a la superación académica, puede tender a depender del maestro y en ocasiones a aprobar cursos limitándose a cubrir los requisitos, en los sistemas no presenciales el estudiante requiere indispensablemente aplicar técnicas de estudio para el aprendizaje independiente. El material impreso no ha sido superado hasta hoy como el eje del material didáctico en los sistemas no presenciales, por lo que la lectura resulta una habilidad fundamental para el estudiante. Debe desarrollar la capacidad de atacar cotidianamente grandes volúmenes de lectura, aplicando técnicas adecuadas que reduzcan el esfuerzo y optimicen los resultados. Aparte de desarrollar el gusto por la lectura y convertirla en un hábito, debe aplicar técnicas que le permitan, más que leer en el sentido tradicional, ser capaz de revisar textos aprendiendo, estructurando y sintetizando los conceptos e ideas fundamentales. Este es un problema, básicamente, de técnicas de lectura. Debe también desarrollar la habilidad de redactar textos en forma clara y legible para elaborar sus trabajos escolares. La capacidad de comunicar nuestro pensamiento con claridad y corrección, resulta básica en cualquier momento y contexto de nuestra vida y, sin embargo, día a día vemos que es una rara habilidad. Si se vincula con la habilidad de lectura, es mucho más fácil desarrollar la de redacción. Esta es una oportunidad que no debiera desperdiciarse en un sistema no presencial. El estudiante de los sistemas no presenciales debe, además de ser un buen lector, saber utilizar los materiales bibliográficos como verdaderas "máquinas de información" -para utilizar la figura de Ortega y Gasset. Debe aplicar diestramente las técnicas para manejar un libro y consultarlo , eficientemente en forma selectiva. El libro, en sus manos, ha de convertirse en su principal herramienta de trabajo, y así precisamente habrá de dominarla. Complementariamente, habrá de asistir habitualmente a bibliotecas y demás centros de información y aprovechar al máximo sus servicios, por lo regular subutilizados. La investigación documental habrá de formar parte importante del bagaje de habilidades que lo capacitará no sólo para estudiar, sino para enfrentar con éxito su vida. Para controlar su avance en el aprendizaje, el estudiante debe ser capaz de desarrollar la habilidad de autoevaluación apoyándose, por supuesto, en material didáctico adecuadamente diseñado. A través de la verificación del logro de los objetivos educacionales planteados en los programas de estudio, el estudiante podrá controlar en la práctica real, su nivel de avance y decidir si se encuentra listo para presentar los exámenes formales. Pero la autoevaluación del aprendizaje no se limita a prepararse para los exámenes formales, también permite al estudiante formarse juicios sobre la eficacia de sus métodos de estudio, de su propia capacidad de aprendizaje y, en general, del cumplimiento de su programa académico. Debe enfatizarse el hecho de que la autoevaluación, para que realmente sea tal, debe constituirse en un diálogo del estudiante consigo mismo, y con nadie más. Las conferencias, cátedras teletransmitidas o cualquier otro tipo de estos eventos académicos, forman una parte importante de la educación del estudiante de sistemas no presenciales, y éste debe disponer de habilidades para aprovecharlas debidamente. Cuando es capaz de hacerlo, queda en posibilidad de tener por maestros a las mentes más brillantes de su país y del mundo, pero para lograrlo, debe cambiar la actitud de considerar a tales eventos como meros incidentes de escasa importancia en su carrera. La educación no presencial, entonces, lejos de entrar en competencia con los sistemas presenciales, lo que resultaría tan absurdo como innecesario, debe enfocar su atención a atender a aquellos amplios sectores de la población que por sus condiciones concretas de vida no pueden asistir regularmente a clases, ni cumplir con tareas que requieran demasiado tiempo en horarios fijos. En resumen, para que este estudiante logre un desempeño académico de alto nivel, debe ser un individuo adulto y maduro, capaz de adecuar el programa educativo a sus necesidades personales y emprender responsablemente su cumplimiento, debe poseer habilidades que lo capaciten para el estudio independiente, debe mostrar un genuino interés por aprovechar, por motivación propia, los eventos académicos que se ofrecen en su medio ambiente y, no menos importante, debe identificarse con su institución educativa. Hasta aquí hemos hablado del alumno, pasemos ahora a explorar el perfil del docente. Ya hemos podido vislumbrar que el docente que requieren los sistemas no presenciales, resulta bastante diferente del maestro tradicional que enfrenta al alumno, solo o en grupo, y le transmite directamente sus conocimientos. En realidad, Io que se requiere en la educación no presencial, más que un transmisor de conocimientos, es un tutor, en el sentido literal del término. La tutela debe consistir en el cuidado que el maestro ejerce sobre el avance académico del alumno, a lo largo de un curso o programa educativo. El tutor debe renunciar a la transmisión de conocimientos y aplicar toda su energía docente para lograr que el alumno sea capaz de alcanzar los objetivos educacionales previstos, mediante la evaluación y corrección continua del avance. No puede suponerse que el alumno que ingrese a un programa educativo no presencial, tendrá las características y habilidades requeridas para cursarlo con éxito. Sin duda, el primer desafío para la docencia es la inducción del alumno a escenarios y a estilos de trabajo desconocidos para él. Si hemos dicho que el alumno requiere determinadas habilidades como sería la lectura, la redacción, el uso de centros de información y material bibliohemerográfico, el tutor debe estimularlo y guiarlo para alcanzarlas. Si el alumno debe convertirse en su propio control, el tutor debe orientarlo y apoyarlo para que lo logre. Quizá podrían resumiese todos los objetivos del tutor en una sola meta: impulsar al alumno para que alcance la capacidad de estudio independiente y eficaz. El tutor debe ser capaz de proporcionar al alumno una atención verdaderamente personalizado. Para que esto sea posible, debe cuidar de optimar el uso de su tiempo de tutoría, centrándose en aspectos fundamentalmente Normativos (en los sentidos arriba mencionados) y reducir al máximo los aspectos informativos en su interacción con el estudiante. Finalmente deben reducirse, hasta donde sea posible, las cargas de trabajo administrativo que ha de realizar el tutor. El desarrollo de sistemas administrativos cada vez más eficientes, que deriven las tareas del tutor a las máquinas o a personal de apoyo, constituyen actualmente un auténtico reto para las instituciones educativas. Pero hay otros ángulos de docencia en los sistemas no presenciales que no deberíamos pasar por alto. El vertiginoso avance de los medios masivos de comunicación, potenciados por la actual tecnología de los satélites, plantea la posibilidad, aquí y ahora, de una cobertura de áreas geográficas que rebasa las fronteras políticas. Para la educación este recurso representa, simple y llanamente, una posibilidad sin precedente en la historia. Ahora podemos aprovechar a los maestros con mayores conocimientos y de mayor capacidad didáctica, para transmitir sus conocimientos a auditorios asombrosamente amplios. Si bien la imprenta representó una posibilidad similar en cuanto a cobertura, realmente no tiene comparación en cuanto a su flexibilidad y rapidez. Ahora podemos analizar cualquier tema casi en el momento en que ocurre. Pero es claro que las habilidades didácticas que requiere un maestro para conducir experiencias de aprendizaje en sistemas no presenciales, difieren bastante de las de la cátedra tradicional. En la simple construcción de su discurso deberá tener en cuenta la diversidad de características personales de su auditorio. El maestro que diseña clases a distancia se ve obligado a partir de un supuesto fundamental: dada la enorme diversidad de condiciones que presentan quienes recibirán su mensaje educativo, debe renunciar al estereotipo docente de "conocer al alumno". El maestro, sencillamente, no puede conocer a cada individuo del auditorio al que se dirige. Podría pensarse que un conferencista típico se encuentra en una situación equivalente al maestro que transmite una cátedra a distancia, pero no es así. El maestro tiene que transmitir un mensaje orientado al logro de aprendizajes muy específicos, y el conferencista se orienta más bien a transmitir un mensaje que no persigue necesariamente objetivos específicos de aprendizaje. De este modo, vemos que el maestro que imparte una cátedra a distancia tiene que dirigirse a un auditorio variable y amorfo, pero al mismo tiempo debe perseguir objetivos de aprendizaje muy concretos, su cátedra no es una plática de cultura general. Estas condiciones exigen de él una gran capacidad de empatía para intuir la forma en que su auditorio captará el mensaje y aclarar por anticipado las dudas que estime puedan surgir en él. El maestro en las cátedras a distancia, en resumen, debe dominar la tecnología educativa y ser un diestro comunicador. Al diseñar materiales didácticos, por su parte, el docente debe dominar los aspectos lógicos y psicológicos del contenido de enseñanza, para poder estructurarlo de manera más adecuada. El material didáctico, particularmente el impreso, juega, hoy por hoy, un papel decisivo en la educación no presencial, y debe ser diseñado especialmente para ella. Su desarrollo constituye una de las piedras angulares que sustentan a los sistemas no presenciales y en él deben reflejarse y, a su vez, de él deben partir todas las estrategias instruccionales. Pero el docente no debe limitarse al uso de materiales escritos, como ya se ha dicho, debe esforzar su capacidad imaginativa para aprovechar al máximo las aplicaciones educativas que ofrecen los recursos de la tecnología de punta. De este modo, el docente de sistemas no presenciales se incorporará a los procesos de investigación y desarrollo tecnológico en la educación y, con ello, contribuirá decisivamente lograr una fisonomía propia para estos sistemas. La investigación educativa debe abarcar tanto los aspectos didácticos como los de la disciplina de estudio, y habrá de constituirse en una actividad cotidiana del docente que le permita actualizar sus conocimientos y colaborar a generar otros nuevos. El docente de los sistemas no presenciales, en resumen, debe ser un educador capaz de ejercer privilegiadamente la tutela y la orientación por encima de la exposición tradicional de clases. Pero la atención personalizado que esto implica, debe conciliarse con una gran capacidad de comunicación para dirigirse a auditorios grandemente variables. Todo esto habrá de complementarse con actividades de investigación educativa que colaboren a desarrollar su sistema. Como hemos visto en esta breve revisión de los perfiles deseables del alumno y del tutor en los sistemas no presenciales, éstos tienden a diferir sensiblemente de los del estudiante y el profesor tradicionales. Podría pensarse que nos hemos esforzado en delinear los perfiles de un alumno y un maestro tan ideales, que resultaría realmente improbable que se encontraran en alguna parte de la realidad. Esto podría ser cierto, pero tenemos que considerar que en el parteaguas histórico que hoy vivimos, cada vez es más clara la necesidad de formar individuos con habilidades y capacidades que les permitan afrontar el reto de construir la nueva sociedad que hoy vemos surgir, y de la que, aún cuando estemos lejos de conocer las características que tendrá, no podemos dudas que será bastante diferente a la que hemos conocido. El alumno debe transformarse en un individuo realmente libre, consciente y responsable de sí mismo. Ha de abandonar la dependencia a que a veces conduce la escuela, para asumir una actitud de autocontrol y compromiso. El maestro, por su parte, tiene ante sí el desafío de afrontar sistemas educativos cuya envergadura y complejidad, sencillamente, no tienen precedente en la historia de la humanidad. No creemos realista plantear la desaparición de la escuela como el escenario natural de la educación presencial, pero, al mismo tiempo, estamos convencidos de que los sistemas no presenciales incrementarán cada vez más su importancia ante el reto de educar a la sociedad. También tenemos la convicción, para terminar esta plática, de que si nuestras sociedades se empeñaran en favorecer el desarrollo de alumnos y maestros de este tipo, desde los niveles educativos básicos, avanzaríamos en la formación de individuos capaces de autocontrol, mejores estudiantes y mejores maestros, personas conscientes y comprometías con su propio desarrollo y con el de su comunidad. La educación, en resumen, se acercaría al ideal de formar seres humanos más libres y productivos, nos acercaríamos al ideal humanista: formar seres humanos plenos. 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