Publicado en: C. E. Maldonado (Editor Académico), Fronteras de la

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Publicado en: C. E. Maldonado (Editor Académico), Fronteras de la ciencia y
complejidad, Bogotá, Ed. Universidad del Rosario, 2010, págs. 17-48, ISBN 978-958738-149-8
TEORÍA DE LA HISTORIA, FILOSOFÍA DE LA HISTORIA Y
COMPLEJIDAD
Carlos Eduardo Maldonado
Profesor Titular
Universidad del Rosario
[email protected]
Introducción
La historia nace como ciencia recién a comienzos del siglo XX y su nacimiento tarda
varios lustros, hasta que termina de consolidarse como un campo propio,
independientemente de supuestos metafísicos, después de mediados del siglo XX. El
nacimiento y desarrollo de la historia como ciencia constituye uno de los fenómenos
más importantes y sugestivos en la historia del conocimiento de la humanidad.
No obstante, en el panorama científico en general, en el escenario cultural en particular,
y puntualmente, en el plano social y político, el tema de la historia ocupa un papel
secundario. En términos generales pareciera que el mundo actual tuviera una densidad
temporal muy baja. En las ciencias llamadas sociales y humanas incluso, la historia
aparece como un tema menor, mientras que otras disciplinas y ciencias ocupan un papel
más protagónico. Ahora bien, si esta situación pudiera ser preocupante, como
efectivamente lo es, la situación es bastante peor cuando en el plano de la historia y de
lo histórico se trata de aspectos tales como la teoría de la historia y la filosofía de la
historia, dos planos distintos, pero con numerosos vasos comunicantes entre sí. Dicho
de manera precisa y puntual: la historia es una ciencia políticamente incorrecta.
Una sociedad, un país, una época incluso pueden ser reconocidos, sin dificultad en
función de la densidad temporal que poseen1. Esta idea se corresponde con la
afirmación de I. Wallerstein según la cual las ciencias se caracterizan por una dimensión
temporal. Así, Wallerstein identifica ciencias del pasado –como la arqueología, la
paleobiología, la biología evolutiva, la historia misma-, y ciencias del presente: la
economía, la política, la sociología-. (Queda, entre paréntesis, pendiente para otra
reflexión, el tema de si existen, cuáles y cómo son, ciencias del futuro).
Como quiera que sea, el mérito de Wallerstein consiste en haber puesto de manifiesto,
una vez más, por otro camino y en un contexto diferente, la idea clásica de acuerdo con
la cual el estudio de la historia corresponde exactamente al estudio de la larga duración
(longue durée) – una idea importante y sugestiva a la vez y sobre la cual habremos de
volver oportunamente, más adelante, en este texto (y cuyo más claro antecedente es la
obra de F. Braudel, a la que con justicia menciona Wallerstein recurrentemente).
Complejización de la historia
Hay una anécdota que permite entender mejor, al mismo tiempo, la noción de larga
duración cuando hablamos de la historia y el proceso de complejización de la misma.
En una ocasión le preguntaron al entonces primer ministro chino Zhou Enlai (primer
ministro entre 1949 y 1976) qué pensaba acerca de la revolución francesa; su respuesta
fue: “Es un poco pronto para juzgar”.
En verdad, lo que aparece inmediatamente ante una mirada sensible es el encuentro de
dos dimensiones temporales perfectamente distintas: una, la occidental, para la cual una
escala de cerca de 200 años parece tener una profundidad y un significado claros, y la
otra, la china, acostumbrada a pensar su propia historia, y en consecuencia otras
historias, en términos de miles de años. Esta situación permite avanzar acerca de la
complejidad y la complejización de la historia.
El tiempo –como fue suficientemente puesto de manifiesto por I. Prigogine, entre los
primeros teóricos de la complejidad-, es generador de complejidad. Mejor aún, la
1
Con respecto al concepto de densidad temporal o de densidad histórica, cfr. Maldonado, C. E., (2009). complejidad es la obra, el resultado mismo, del tiempo, de tal manera que podemos
decir, sin ambages, que los fenómenos y sistemas simples lo son por una ausencia de
temporalidad o bien porque los proceso o dinámicas temporales en ellos no son
verdaderamente significativos. En contraste, cuando un fenómeno determinado exige
ser considerado en términos de procesos temporales que ponen al descubierto
inestabilidades, turbulencias, fluctuaciones, estamos con toda seguridad, ante un sistema
o comportamiento complejo en el sentido preciso que las ciencias de la complejidad le
adscriben al término. Las ilustraciones de campos tan diversos como la termodinámica
del no-equilibrio, la bioquímica, la fisiología y la sociología, o también la política y la
economía, por ejemplo, son abundantes y bastan para señalar el tipo y modo de
complejidad a que nos referimos, con precisión, en este texto.
De este modo, no es simple y llanamente la incorporación del tiempo la que permite
arrojar mejores luces acerca del comportamiento caótico, o fractal, o lejano al
equilibrio, según el caso, de un fenómeno, sino, además y consiguientemente, el hecho
de que la serie temporal sea vista e interpretada en términos de largas escalas. Ahora
bien, es claro que las escalas largas de la complejidad de los fenómenos debe ser tenida
en cuenta de acuerdo con el fenómeno o el sistema de que se trate, según, por ejemplo,
si operamos en la escala microscópica en general, en alguna en particular, o bien, de
acuerdo a si se trata de la escala macroscópica y de algún nivel intermedio en ella.
Así, la complejidad es tanto el resultado de dinámicas y procesos temporales como de la
incorporación de escalas de larga duración en la explicación o comprensión del
fenómeno o el sistema del caso. Esta idea será determinante a la hora de ocuparnos de la
filosofía de la historia, más adelante.
Mientras tanto, en el plano estrictamente histórico, el hecho fundamental es que en la
lectura histórica de determinados fenómenos y procesos empíricos –así por ejemplo,
administrativos, ingenieriles, económicos o políticos, militares o sociales-, se hace
absolutamente imperativo tener en cuenta que, en perspectiva histórica, se hacen
necesarios períodos más largos que los que las propias dinámicas de los planos
mencionados a título ilustrativo permiten o al que están acostumbrados. En este sentido,
al final de este texto propondré que un fenómeno puede y debe ser visto en perspectiva
histórica cuando han transcurrido por lo menos tres generaciones después de acontecido.
Oportunamente tendré la ocasión de argumentar a favor de esta idea.
Comprender los datos históricos de un modo racional
Si numerosos campos sociales humanos son objeto de emocionalidad e intereses, como
hace ya tiempo lo puso de manifiesto J. Habermas, los temas referidos a la historia y lo
histórico parecen serlo tanto más; particularmente cuando no existe una distancia
suficiente con respecto a los fenómenos discutidos. En este sentido, se hace imperativo
un abordaje riguroso de los datos históricos. Pues bien, las dos formas genéricas como
este tratamiento de los datos históricos tanto como las interpretaciones que los
acompañan pueden tener lugar de manera efectivamente rigurosa es con el recurso a, o
sobre la base de, una teoría de la historia, tanto como de una filosofía de la historia –
dos esferas distintas que, como espero mostrarlo más adelante, se implican recíproca y
necesariamente.
Digámoslo de manera franca: los dos temas menos trabajados en general en historia e
historiografía en las acepciones más amplias y generosas de la palabra son el trabajo con
o sobre teoría de la historia o sobre filosofía de la ciencia. En el caso de la segunda
parecen existir justificaciones suficientes debido a la comprensión clásica,
habitualmente cargada de metafísica, de las filosofías de la historia tradicionales.
Supuesta la justificación de la sospecha que la filosofía de la historia tradicional – en
general- suscita, el tema es entonces más crítico en el caso del trabajo serio en torno a
teoría de la historia.
Un tema crecientemente importante y que viene siendo el objeto de trabajo de los más
destacados historiadores es el trabajo con otras ciencias. Se producen, así, cierres o
puentes de apertura, según el caso, con las aproximaciones de otras ciencias. De esta
suerte, en contraste con la historiografía clásica –particularmente del siglo XIX-, el
trabajo con historia implica, de entrada, el conocimiento de otras ciencias y disciplinas y
la discusión de la forma como puede haber un enriquecimiento recíproco de cara a una
mejor elucidación de los temas o problemas estudiados.
De cara a las reflexiones filosóficas sobre la historia, esta apertura entre historia y otras
ciencias y disciplinas implica una modificación radical del lenguaje, enfoques y
tematizaciones de la filosofía de la historia, comparativamente a como ésta había venido
teniendo lugar – por ejemplo en la obra de Agustín de Hipona, Vico, Kant, Hegel, xyz,
xyz.
Como consecuencia, buena parte de la reflexión se ha volcado hacia la propia narrativa
de los historiadores. “La historia no es, simple y llanamente, otra cosa que lo que hacen,
discuten y escriben los historiadores”, sostiene un autor (xyz). En otros dominios
disciplinares encontramos expresiones semejantes de tal modo que, extrapolando,
podría decirse que, dependiendo del dominio científico o disciplinar, el propio dominio
no es otra cosa que lo que los expertos en el tema hacen, discuten y publican.
Independientemente de si ello es o no cierto, el primer objeto de consideración que
aparece es el propio lenguaje empleado.
En el campo de la historia, en relación estrecha con las reflexiones acerca del propio
lenguaje de los historiadores –historiografía-, el tema entonces es también el de la
consideración acerca de la propia lógica –o lógicas- tanto de los eventos históricos
como de los procesos historiográficos. Por “lógica” aquí sencillamente hay que entender
las reflexiones, amplias, acerca de métodos, enfoques, consistencia de datos,
archivística, teoría y diálogo con otras ciencias que adelantan los historiadores. Las
mejores escuelas de historiadores del siglo XX son prolijas al respecto y, a pesar de las
diferencias entre ellas, arrojan luces sugestivas de cara al estado de otras ciencias y
disciplinas – particularmente en el campo de las ciencias sociales y humanas.
La historia –el estudio de la historia, digamos-, tiene una utilidad enorme, como ha sido
reconocido hace ya tiempo. Se trata del hecho de que, gracias a ella, podemos orientar la
solución de problemas prácticos de desarrollo, dignidad y calidad de la vida. Así, la
historia forma parte, de salida, de aquellos conocimientos mediante los cuales podemos
intentar llevar una vida mejor extrayendo, en la medida de lo posible, enseñanzas del
pasado. Pero, al mismo tiempo, de entrada, la historia cumple una función enormemente
invaluable, a saber: nos permite construir escalas de tiempo magníficas – con todo y el
hecho de que en numerosas ocasiones aparecen redundancias, vacíos, opacidades en las
unidades de tiempo construidas. Sencillamente, la historia nos permite tratar con
problemas en una escala más amplia de la que habitualmente tratamos en el día a día,
independientemente de la ocupación que alguien tenga.
Ejes de la filosofía de la historia hoy
Quiero sugerir a continuación varios ejes temáticos o articuladores de la filosofía de la
historia – en el marco de la ciencia contemporánea, en diálogo con el trabajo teórico
acerca de la historia, y de cara a la consideración de la historia como un sistema
complejo. Estos ejes son, en realidad, la propuesta de formulación de las líneas
generales de un programa de investigación en filosofía de la ciencia en general y en
filosofía de la historia en particular. Propongo, por tanto, seis problemas constitutivos o
articuladores de la filosofia de la historia.
En acuerdo con la filosofía de la ciencia clásica, el problema del sentido de la historia
sigue siendo un problema vigente y que demanda aún de líneas de cumplimiento. En el
plano teórico este problema permanece como uno de los más sugestivos, no obstante el
esfuerzo de manipulación política que ha sufrido en ocasiones (notablemente debido a la
influencia de autores como S. Huntington y F. Fukuyama).
Con seguridad, uno de los retos más significativos en toda la historia de la civilización
occidental consiste en el debate teleología-evolución. Sencillamente, se trata de la
creencia, fuertemente enraizada por diversos mecanismos en la historia de Occidente, de
que existen fines y que la historia cumple o debe cumplir estos fines. Desde Agustín de
Hipona pasando por Vico, hasta Kant, Hegel y Marx, por ejemplo, la historia puede ser
vista como un largo proceso jalonado por fines que los pueblos, las sociedades y las
civilizaciones buscan cumplir de la mejor manera.
En contraste, la incorporación de una perspectiva evolucionista pone de manifiesto que
la historia es ciega, no sabe a dónde va, y avanza sencillamente a través de pasajes
rugosos adaptativos. Tan sólo existen óptimos locales que, acaso, pueden ser
comprendidos retrospectiva o retroactivamente, es decir, como la elaboración de mapas
que incorporan momentos o fases anteriores. De esta suerte, la historia no es, en manera
alguna, un sistema teleológico, sino un fenómeno esencialmente guiado por
contingencias. En otras palabras, la comprensión y la explicación de las cosas no son
causa de procesos y dinámicas de la sociedad y en la historia, sino, en el mejor de los
casos, tan sólo efectos. La dificultad para aceptar esta idea estriba en la necesidad
creada por toda la cultura tradicional en creer que hay fines, metas y objetivos en la
historia. La religión y la metafísica han desempañado un papel esencial en la nutrición,
fortalecimiento y defensa de esta creencia.
El segundo problema de la filosofía de la historia hace referencia al papel, la
explicación y el grado y modo del sujeto histórico. Una manera puntual de ilustrar este
problema es en referencia a la filosofía de las ciencias sociales a partir del papel
otorgado a la tesis del individualismo ontológico, del individualismo metodológico o
bien, igualmente, de un cierto estructuralismo. En términos elementales, se trata de si el
agente de la historia es un individuo, un grupo de individuos, o bien estructuras bien
determinadas, las cuales pueden tener a su vez acepciones, traducciones y variaciones
de distinto tipo.
En correspondencia, el tema no es única y acaso ni siquiera principalmente el tipo de
agente de la historia, sino el de los tipos de relaciones que en contexto histórico
podemos determinar entre individuos, grupos, fuerzas, organizaciones e instituciones.
En este sentido, cabe hablar, razonablemente, de fluctuaciones en las relaciones entre
estos cinco tipos de sujetos históricos, y de grados y modos de protagonismo distintos,
de una época a otra, de una región a otra, de acuerdo con el periodo o el lugar
estudiados.
Este problema nos permite afirmar que no existen leyes en la historia, y tanto menos en
términos de la identificación de sujetos o agentes excelsos en los procesos históricos. La
creencia en leyes de la historia corresponde, en rigor, a la filosofía de la ciencia del siglo
XIX y, en general, a la ciencia moderna de corte newtoniano, prevaleciente hasta hace
poco. En otras palabras, no existen leyes –a priori, por definición- que establezcan que
un modo de acción histórica habrá de tener lugar, y no otro; y por derivación, que un
sujeto o modo de agente tendrá prioridad sobre otro(s) cualquiera.
El tercer problema de la filosofía de la historia es el de la periodización de la historia.
Este problema contiene el problema difícil de los orígenes de procesos, siglos o épocas,
por ejemplo, tanto como el de la terminación de los mismos.
Habitualmente estábamos acostumbrados a pensar las dinámicas históricas en términos
euclidianos: es decir, con la delimitación de puntos, líneas o superficies. (La historia del
Estado-nación a partir del tratado de Westfalia constituye un ejemplo al respecto). Por el
contrario, es razonable pensar los procesos de delimitación en términos de lógica difusa
y, consiguientemente, de umbrales. Sólo una vez que se ha cruzado el umbral podemos
hablar claramente de nuevas estancias, lugares y momentos.
Mientras que habitualmente los períodos históricos fueron vistos en términos de grandes
acontecimientos –desde el inicio de una guerra hasta la muerte de un personaje, desde el
nacimiento de alguna figura hasta la creación o firma de un acuerdo o tratado, por
ejemplo, para no mencionar, más recientemente acontecimientos dramáticos como las
Torres Gemelas de Nueva York, por ejemplo-, hemos aprendido recientemente que el
problema de la periodización exige matices mayores y que no existe, en absoluto, un
único acontecimiento excelso, cualquiera que sea, que permita trazar una frontera o
línea demarcatoria entre un período y otro. Los períodos de la historia deben y pueden
ser leídos a la manera de capas geológicas o de líneas de evolución, como en biología,
en donde siempre quedan rezagos anteriores en los procesos posteriores, y en los que
existen conjuntos y redes de acontecimientos que dan lugar a la emergencia de perídos,
eventos y procesos que, al cabo, pueden ser leídos e interpretados correctamente como
históricos. Pues usualmente sucede que un hecho o dinámica calificado en un momento
como histórico puede resultar como trivial o anecdótico, ocultando o desplazando a
otros que sí han cumplido un papel más significativo.
Esquema de: Origen, desarrollo, apogeo, decadencia y muerte de la historia y los
fenómenos y procesos históricos
En estrecha relación con el anterior problema, el cuarto problema de una filosofía de la
historia en perspectiva de complejidad hace referencia al problema del final de la
historia. Este problema admite dos comprensiones distintas pero paralelas. De un lado,
se trata del final de una época, de un proceso o de un fenómeno, tanto como, de otra
parte, el problema filosófico, en general, de la historia humana. La incorporación de
ciencia y disciplinas como la paleontología la arqueología y la paleobiología, por
ejemplo, arroja nuevas y refrescantes luces al respecto.
Digámoslo de manera franca: aquí se encuentra inmerso, de manera implícita, el
problema relativo al estatuto epistemológico de la historia.
En efecto, tradicionalmente la historia formó parte de las ciencias sociales y humanas,
con lo cual tácita o explícitamente se afirmaba que la historia es un problema humano,
que otras especies carecen de historia y que, por consiguiente, si cabe hablar de historia
en otros contextos o planos es tan sólo, exclusivamente, en referencia a la historia
humana, que es la única que ha habido y puede haber. Recientemente, notablemente
gracias a autores como W. McNeill, G. Duby o Christian, hemos comenzado a hacer el
aprendizaje –completamente anodino a la luz de la tradición-, de que la historia no es
única o principalmente un fenómeno humano.
Más exactamente, la historia es un fenómeno que comienza en algún lugar antes del ser
humano, que atraviesa, por así decirlo, a los seres humanos, pero que termina más allá
de ellos. Dicho de manera puntual. Hemos aprendido recientemente a pensar en
términos distintos a geografía e historia. Incorporamos la importancia de la ecología, y
por tanto del medioambiente, en la historia humana.
Si ello es así, la historia no pertenece ya al ámbito de las ciencias sociales y humanas,
sino, más exactamente, al ámbito de las ciencias de la complejidad en cuanto que las
dinámicas ecológicas incorporan a la naturaleza y a la sociedad (P. Odum), sobre la base
de un trabajo científico cuidadoso abierto a otras ciencias y disciplinas.
En otras palabras, el final de la historia va acompañada de ciertas dinámicas ecológicas
o medioambientales, en el sentido al mismo tiempo más amplio y incluyente. Otra
manera de sostener lo mismo consiste en afirmar que el final de la historia, en
cualquiera de los sentidos anteriormente mencionados equivale, en rigor, a determinadas
fases o períodos de salud, siempre y cuando tomemos el término salud en el sentido de
salud pública o, lo que es equivalente, en una perspectiva macroscópica y no clínica,
cuya mejor ilustración es, sin duda, el trabajo de J. Lovelock en torno a la hipótesis de
Gaia, o acaso también la ciencia de Gaia.
El quinto problema de la filosofía de la historia es el de la causación en la historia. Para
decirlo de manera directa: el tema consiste, en este punto, en la crítica de la idea según
la cual existen en la historia causas inmaculadas (una expresión procedente de Gaddis
xyz). La historiografía del siglo XX ha avanzado notablemente en la crítica a la idea de
la existencia de causas inmaculadas y, por el contrario, ha comenzado a reconocer que
hay causas pequeñas que pueden tener repercusiones enormes – tanto en el plano
nacional y continental como en la escala mundial.
La historia no tiene lugar en términos de, y tampoco puede explicarse racionalmente a
partir de, causas puntuales, análogamente a como en la biología tampoco existen
factores –y ni siquiera un factor- que sea(n) determinante(s) a expensas de otro(s). Antes
bien, existe un tejido de causas –redes- que confluyen como bucles de retroalimentación
positivos, o bien como bucles de retroalimentación negativos, que gatillan determinados
procesos en la historia.
Existe en la historia algo así como el efecto Doppler en física, en el sentido de que hay
numerosas causas que operan de manera indirecta y tangencial y que sólo pueden ser
apreciadas de manera indirecta, por vía de efectos, de repercusiones que se expresan en
escalas y dominios que no son habitualmente los suyos. La Escuela de los Anales, por
ejemplo, o también, en otro plano, la Escuela de Bielefeld, han hecho contribuciones
importantes sobre el tema de la causación en la historia. Estos progresos pueden servir
de modelo, si se quiere, para tomar distancia de la vieja historiografía que cree –en
consonancia con la filosofía de corte aristotélica, tan fuerte en la historia occidental, que
cree en la importancia de causas precisas que explican –de manera inmaculada- proceso
y dinámicas.
Dicho de manera invertida, pequeñas causas pueden tener repercusiones magníficas en
la vida de la sociedad, de las naciones y del panorama internacional.
Finalmente, el sexto problema de la filosofía de la historia tiene que ver con la
elucidación de la historia como progreso.
La historia no sucede de manera teleológica, y por consiguiente, no es absolutamente
necesario ver progreso en la historia, particularmente cuando se la aprecia en la escala
universal. Por el contrario, es más adecuado hablar de un proceso de complejización de
la historia, no obstante el reconocimiento explícito de que sí existen factores evidentes
de progreso en varios dominios y escalas.
El tema es altamente delicado. Difícilmente podría aceptarse socialmente la idea de que
la historia de la especie humana no evidencia progreso y que ella misma no está atraída,
por así decirlo, por el atractor del progreso. Sin embargo, la idea que quiero presentar
aquí es que el progreso es juzgado ex post y no es el resultado de una búsqueda
consciente, y ciertamente no de planes o programas a priori o ex ante. Habitualmente la
historia como progreso tiene el tipo de predicción que se denomina predicción
retrospectiva, y que consiste en predecir los acontecimientos una vez que han sucedido a
fin de poner de manifiesto que así debían suceder y no era posible ninguna alternativa
real al fenómeno que tuvo lugar y en el modo que aconteció.
Con seguridad, el factor más importante del progreso en la historia consiste en haber
extendido o ganado en expectativa de vida, gracias a factores como la ciencia y la
tecnología, el desarrollo urbano y las políticas de salud en sentido amplio y
comprensivo. Asimismo, es indudable que el hecho de que el conocimiento se haya
socializado y sea altamente democrático, ulteriormente gracias a la Internet, constituye
un avance notable frente a la idea de sociedades secretas y de sociedades discretas que
dividían el conocimiento en esotérico y exotérico privilegiando al primero y cuidándolo
de la sociedad. Finalmente, la idea de la igualdad de los sexos, de las razas y de los
niveles de formación frente a la ley constituye un avance fundamental con respecto a
épocas en las que el destino de un individuo o de grupos enteros dependía de la
voluntad de un solo individuo. Al respecto, ulteriormente, el derecho internacional de
los derechos humanos constituye un progreso invaluable.
Sin embargo, la historia misma y con ella la idea de progreso, no es, en absoluto, un
fenómeno lineal. Ha habido igualmente retrocesos, y hay muchos fenómenos y sistemas
que, por decir lo menos, generan un vacío lógico; es decir, no es posible con seguridad
responder de manera positiva o negativa acerca de su beneficio o desastre en la curve
del progreso del género humano.
Lo que sí es contundente es que la idea de una historia universal resulta hoy en día
insostenible – y ciertamente si se la identifica en los términos, clásicos, del siglo XIX o
XVIII, por ejemplo. La historia ha ganado en polifonía, en polisemia, en matices y en
grados y modos. Y lo que quiera que pudiera ser la historia universal implica,
absolutamente, la insostenibilidad de un único punto de vista, o también de un punto de
vista central en desmedro de otro(s).
Teoría de la historia
En el panorama científico contemporáneo, en general, el trabajo sobre teoría no es,
desafortunadamente el más importante. Lo mismo acontece en el caso de la
historiografía. En general, podemos acusar una tendencias fuerte de acuerdo con la cual
todas las ciencias han terminado volviéndose operativas y/o operacionales y han
terminado, por consiguiente, por ocuparse de problemas eminentemente prácticos y
aplicados en desmedro de la investigación en torno a problemas fundamentales. Esta
afirmación tiene sencillamente un valor indicativo, y es claro que en algunos dominios
particulares se está cometiendo un ex abrupto2.
Es un hecho reconocido que la ciencia de mayor impacto en el mundo actual se publica
en revistas especializadas, con lo cual, se afirma implícitamente que los libros no
adquieren, hoy por hoy, un valor tan destacado como el que tuvieron en otras épocas.
Seguramente esto se debe a los ritmos vertiginosos de desarrollo del conocimiento en
general y de la investigación en particular. Pues bien, si ello es así, podemos entonces
girar la mirada a este contexto en relación con el trabajo y producción de teoría en
historia.
Mientras que en el ámbito de complejidad existen numerosas revistas especializadas con
un muy elevado impacto y en donde puede hallarse sin dificultad producción de teoría e
2
Dicho en otras palabras, existe un desplazamiento en general en las ciencias y disciplinas –incluida la filosofía-­‐, de la investigación básica hacia la investigación aplicada. Esta tendencia –fuerte y consolidada-­‐ puede ser igualmente vista como el predominio de la ciencia normal (en el sentido Kuhniano de la palabra), ampliamente dominante y la operativización de la academia y la investigación en general. Es cierto, por lo demás que sí existe un trabajo fuerte en teoría y en investigación básica, pero es periférico desde el punto de vista político, académico, sociológico, mediático y cultural en general. investigación de punta en el mejor y más riguroso de los sentidos, la situación en
historia no es la misma.
En efecto, en complejidad podemos dar cuenta de revistas tales como Complexity,
Complexity and Management, Complexity and History of Economic Thought,
Complexity International, Ecological Complexity, o Journal of Complexity, también
existen numerosas otras revistas más puntuales que admiten sin dificultad artículos de y
sobre complejidad abarcando temas tan variados como sistemas expertos, vida artificial,
inteligencia de enjambre, filosofía de la ciencia, economía, sociología y administración,
por mencionar tan sólo algunos ejemplos de manera caprichosa pero informada.
Después de una búsqueda e investigación minuciosa, existe tan sólo una revista
dedicada abietamente a la relaciones entre teoría e historia, a saber: la revista History
and Theory, editada por la Wesleyan University. Sin lugar a dudas, los mejores trabajos
en torno teoría e historia en general, y en particular, acerca historia y complejidad se
publican aquí. Incorporan, por tanto, desde luego, filosofía de la historia y complejidad,
teoría, historia y complejidad, y el trabajo historiográfico y su relación con la
complejidad, en el sentido de las ciencias de la complejidad.
El papel de la teoría en la investigación histórica cumple un papel perfectamente
distinto al que tiene en áreas como las ciencias físicas, por ejemplo. Por consiguiente,
las relaciones entre historia y teoría arrojan también nuevas luces acerca de la filosofía
de la ciencia, en general. En este sentido, la obra de K. Popper tiene muy poco valor y
puede contribuir al tema que aquí nos ocupa tan sólo negativamente.
Las fronteras entre filosofía de la historia y teoría de la historia son hoy menos precisas
de lo que lo fueron en los siglos XVIII, XIX y buena parte del siglo XX, cuando la
filosofía de la historia era un tema eminentemente especulativo restringido a los
filósofos técnicos o profesionales. En contraste, hoy en día los trabajos sobre ambos
campos cuentan con contribuciones de historiadores tanto como de filósofos, y no es
difícil encontrar investigadores provenientes de otros campos que hagan contribuciones
importantes en alguno de los dos dominios.
Como quiera que sea, la teoría de la historia es un campo perfectamente novedoso cuyos
ejes articuladores más importantes incluyen varios de los problemas mencionados
anteriormente constitutivos de la filosofía de la historia, además de las distinciones y
relaciones, importantes, entre historia e historiografía, entre el trabajo archivístico y la
recolección de datos, al lado de los análisis de tendencias y el diálogo con otras ciencias
y disciplinas. Un rastreo de varios números de la revista History and Theory es
suficiente para tener una primera percepción sólida sobre la teoría de la historia, aunque,
al mismo tiempo, varios otros libros pueden mencionarse como relevantes para una
consideración cuidadosa del trabajo en torno a teoría e historia. Aquí, sin embargo,
queremos enfocarnos en las relaciones entre teoría de la historia y complejidad, un
terreno sobre el que existe muy poco trabajo en países como Colombia y, más
ampliamente, en el mundo en general.
Teoría de la historia y complejidad
Quisiera concentrar la mirada en tres esferas perfectamente relacionadas entre sí, como
en los ámbitos más sugestivos de trabajo para una investigación actual y hacia futuro
sobre complejidad e historia. Estas son: el trabajo con lógica de contrafácticos –un eje
completamente desconocido para la filosofía de la historia en general-, el trabajo en
torno al propio lenguaje de los historiadores y de los teóricos e investigadores sobre la
historia, y la importancia y el significado de la lógicas no-clásicas para la explicación y
la comprensión de la historia y de los procesos y fenómenos históricos.
Aunque ha sido objeto de diversas críticas, particularmente de parte de historiadores con
una tradición analítica o empírica fuerte, la lógica de contrafácticos constituye, sin lugar
a dudas una de las aristas más sugestivas en el trabajo sobre teoría de la historia. Por
este camino es perfectamente posible abrir o encontrar una puerta comunicante con los
temas y problemas relacionados con complejidad.
Básicamente, la lógica de contrafácticos se basa en la siguiente asunción:
(AB) Λ ~A
Y que puede leerse así: A implica a B, pero no es el caso que A (suceda). La pregunta
entonces es: ¿si ~A, entonces podemos inferir legítimamente que B? Más ampliamente,
¿qué sucede entonces con B, en el caso en que no sea el caso que A (tenga lugar)?
Como es sabido, la lógica de contrafácticos trabaja en con experimentos mentales que,
negando los hechos o los antecedentes –A-, cuando en la realidad han sucedido
efectivamente, busca comprender o explicar mejor la necesidad de que B haya sucedido.
De esta forma, la lógica de contrafácticos demanda un distanciamiento con respecto a
criterios eminentemente empíricos (y por extension a cualquier tipo de filosofía de tipo
realista) y busca comprender por qué razón no fue otro el acontecimiento –digamos C o
D- que tuvo lugar, supuesto que A hubiera o no sucedido.
No son muchos los libros que han trabajado de manera prolija a la lógica de
contrafácticos en historia, pero el texto de G. Hawthorn (1995) constituye al mismo
tiempo una excepción y un ejemplo notable. En otro plano, la lógica de contrafácticos
ha sido incorporada también en dominios como el análisis de la política y de la
relaciones internacionales con notables resultados (Tetlock and Belkin, 1996).
Ahora bien, en cuanto al estudio acerca del propio lenguaje de los historiadores, con
seguridad el tema más sensible es el del estudio del uso de tropos en las descripciones y
explicaciones que llevan a cabo los historiadores. La tropología, sugestivamente rica,
introduce de manera creativa símiles, sinécdoques, metáforas, alegorías y otras formas
de lenguaje figurado al lado de descripciones eminentemente analíticas, descriptivas y
documentadas en las explicaciones acerca de dinámicas, fenómenos y comportamientos
fundamentales en la historia.
Si en algún dominio científico resulta claro que la ciencia en general se hace con una
mixtura inteligente de conceptos, juicios, categorías e ideas al lado de metonimias,
símiles, metáforas, hipérboles y sinécdoques, es en el trabajo con la historia:
notablemente en el trabajo con fuentes e interpretaciones acerca de dinámicas de tipo
histórico. Desde la historia y la historiografía, en este sentido, hacia otros dominios
científicos, es posible iluminar el hecho de que las explicaciones científicas no son,
nunca, estrictamente lógicas, sino que incorporan, además, de manera creativa,
elementos literarios y poéticos que dan como resultado explicaciones, comprensiones e
interpretaciones
que
pueden
ser
reconocidas
como
inteligentes
acerca
de
acontecimientos y procesos en épocas y lugares distintos.
El lenguaje científico –al igual que el lenguaje humano en general, con independencia
del campo o de los temas de que se ocupa-, incorpora siempre, de manera necesaria,
ambigüedades y polisemia. Pues bien, uno de las marcas constitutivas de la complejidad
es el uso de lenguaje polisémico y ambiguo (Solé, 2009. Es fundamental, sin embargo,
reconocer que no por ello la ciencia en general, y a fortiori la complejidad, acepte e
incorpore ambivalencias. La ambigüedad desempeña un papel creativo en el lenguaje
como en el pensamiento, en tanto que las ambivalencias deben ser identificadas como
anomalías en el pensamiento y en el lenguaje; y por tanto, negativas para el desarrollo
de la buena ciencia.
Sin lugar a dudas, la obra de A. Danto –La filosofía analítica de la historia (1964)constituye el más sólido trabajo acerca de las relaciones entre historia, teoría de la
historia y lenguaje. La escritura de la historia ha atravesado varios momentos
(Ankersmit, 2004). Es posible traducir en otros términos la relación entre lógica (=
discurso sólido, rígido acaso, basado en conceptos, categorías, ideas e inferencias) y el
lenguaje (acaso, igualmente) literario basado en ironía, metáforas y tropismos en
general. Se trata de la relación, más clara en el ámbito de la geometría o más
ampliamente de las matemáticas, entre descripciones basadas en gráficos y esquemas o
juicios y conceptos. Sin que sea un compromiso ecléctico, lo cierto es que pensamos
tanto en imágenes como en palabras, en gráficos tanto como en ecuaciones, en fin, en
conceptos tanto como en metáforas. La historia es, con absoluta seguridad, el lugar en el
que estas conflucencias al mismo tiempo nacen y se refuerzan recìprocamente. De allí,
sin más, la complejidad de la historia, es decir, la irreducibilidad de lo histórico – en el
ser humano, en el mund, en la naturaleza.
Las relaciones entre lógica y lenguaje se tornan rígidas particularmente cuando se
considera el problema en referencia a la lógica formal clásica. Sin embargo, lo que
usualmente se omite es el reconocimiento de que no existe una única lógica (o sistema
lógico). Por el contrario, hemos accedido al reconocimiento de un pluralismo lógico.
Emergieron las lógicas no-clásicas.
El pluralismo lógico es el resultado de una doble circunstancia, a saber: la lógica fromal
clasica era, para determinados efectos demasiado rígida, o demasiado amplia, como
consecuencia de lo cual surgieron sistemas alternativos de notación conocidos como
lógicas no-clásicas o, más propiamente, como lógicas filosóficas.
Algunas de las más destacadas de estas lógicas son la lógica modal, la lógica del tiempo
(o lógica temporal), la lógica epistémica, las lógicas polivalentes, la lògica difusa, las
lógicas paraconsistentes, la lógica de la relevancia, la lógica libre, la lógica cuántica.
Pues bien, el tercer componente de un programa de investigación sobre historia y
complejidad se aboca al estudio cruzado entre lenguaje, historia y lógica en el marco de
las logicas no-clásicas. Este es un plano que no se ha trabajado, y como se decía antes
arriba, tan sólo existen buenas aproximaciones entre la historia –teoría de la historia y
filosofía de la historia- y la lógica de contrafácticos. Lo que no es enteramente claro es
la ubicación de la lógica de contrafácticos en el contexto de las lógicas no-clásicas. En
el mejor de los casos, podemos decir que ésta ocupa un lugar de umbral entre la lógica
formal clásica y las lógicas no-clásicas.
Historia como sistema no-lineal
Sostener que las ciencias de la complejidad reresentan el mejor desarrollo del trabajo
interdisciplinar es ya, hoy por hoy, un truismo. Existen acercamientos tanto de las
ciencias hacia las humanidades como en sentido inverso. Cada vez más las ciencias y
disicplinas trabajan menos centrados en objetos y temas y sí más en función de
problemas; y más especñificamente, en función de problemas de frontera. De hecho, son
los problemas de frontera los que han dado lugar al estudio de los sistemas de
complejidad creciente. Un historiador como I. Wallerstein ha dado cuenta de este
proceso, notablemente a partir de su participación en la Comisión Gulbenkian y sus
diálogos con I. Prigogine (xyz. Ciencia sin certeza; Comisión Gulbenkian).
De otra parte, sin embargo, es igualmente cierto que las ciencias llamadas “duras” han
tenido un éxito histórico debido a la simplicidad mayor de sus temas, objetos y
problemas de estudio, relativamente a las clásicamente llamadas ciencias sociales y
humanas, las cuales se caracterizan por tener/ser una complejidad magníficamente
mayor que los temas de la física, la química, la biología y los sistemas computacionales,
por ejemplo. Esto ya ha sido objeto de estudio por parte de diversos autores (Pagels,
xyz; Maldonado, xyz; xyz).
Existen numerosas definiciones o caracterizaciones sobre lo que sea “complejidad”.
Aquí optaremos por una: la complejidad entendida como no-linealidad. La ventaja de
esta elección estriba en que el elemento destacado es el de información. Un sistema
complejo no-lineal es sencillamente aquel que gana información en el proceso mismo de
complejización que es su historia, su evolución. Que un sistema gane información en el
curso de su historia no debe, sin embargo, ser entendido en el sentido de que gana
memoria. Tal y como es sabido gracias a la teoría matemàtica de la información, a la
ingenieria de la computación o a la ingeniería de sistemas, la memoria es perfectamente
distinta de la memoria. Pues bien, quiero sostener que la complejidad de un sistema es
directamente proporcional a su capacidad de adquirir infirmación, de tal suerte que es
ese proceso mediante el cual gana información el que define la complejidad creciente de
un sistema determinado.
Más exactamente, la función de la historia no consiste ya tanto en la memoria de los
acontecimientos, sino en la comprensión y la explicación de los fenómenos. En la era de
los sistemas informacionales, de internet, la ingeniería de sistemas y el desarrollo de
magníficos sistemas computacionales, reducir a la historia a ser la memoria de los
acontecimientos es, en realidad, una trivializacion de la historia y, a fortiori, de lo que
sea o pueda ser considerado como histórico.
En efecto, al respecto, sostenía E. Ionesco que la más grande enseñanza de la historia es
que nunca aprendemos de la historia. En otras palabras, paradójcamente, adquirimos
información pero no por ello mismo ganamos memoria.
Con seguridad, el rasgo más destacado de la filosofía y de la teoría de la historia
contmporánea consiste en el aprendizaje de la no-linealidad. Así, mientras que la
historiografía clásica –aquella que, por ejemplo, incluye nombres tan notables como
Herodoto, Plutarco, Mommsen, Ranke o Gibson, por citar tan sólo unos pocos- trabajan
la historia con base en el principio de causalidad, la historiografía moderna ha aprendido
a tomar distancia con respecto a la creencia en causas inmaculadas y, más
significativamente aún, con respecto a la creencia según la cual grandes acontecimientos
obedecen a grandes causas.
De esta suerte, dicho de manera más direct: la historiografía ha aprendido la nolinealidad, una idea que de origen proviene de las ciencias físicas y las matemáticas (H.
Poincaré, E. Lorenz).
Sin ambages, podemos sostener que las escueas de la historia hoy son al mismo tiempo
fuente y resultado del descubrimiento de la no-linealidad en la historia; esto es, del
hecho de que existen siempre no solamente más de una causa para los acntecimientos, y
más de un efecto de una causa o de un grupo de causas, sino, mejor todavá, del hecho de
que en numerosas ocasiones no existe ninguna relaciòn direvta o inmediata entre
causa(s) y efecto(s). Esta última idea es la que se expresa mejor con el concepto de
emergencia.
Las escuelas historiográficas más destacadas hoy en dìa incluyen a la Escuela de los
Anales (Francia), la historiografía marxista (incluso aunque no se reclame abiertamente
como “marxista”. Los dos ejemplos más conspicuos son, hoy, Anderson y Wallerstein),
los historiadores de la ciencia social de Estados Unidos (the American social science
historians), el grupo “Pasado y Presente”, y la Escuela de Bielefeld.
(Entre paréntesis, digamos que el Departamento de Gobierno de la Universidad de
Harvard se ha convertido en el centro mundial de la filosofía de la historia, gracias
notablemente a los trabajos de Samuel, P. Huntington, una idea que se encuentra en:
“Political Conflict after the Cold War”, in History and the Idea of Progress, ed. Arthur
M. Melzer et al. (Ithaca, N. Y.: Cornell University Press, 1995), 137-154. Por lo menos,
es lo que acontece en el gobierno de lo que en politica se designa como el gobierno de
los Halcones (G. Bush, D. Cheney, C. Rice, etc.). La obra misma de F. Fukuyama se
sitúa exactamente en esta misma longitud de onda. Se trata, para decirlo en terminos
puntuales en el marco de lo que estamos considerando aquí, de la historiografía que
opera con base en la creencia en una causa fundamental o inmaculada, a saber: la
democracia de los Estados Unidos de América y el gobierno que la representa).
Esta idea se expresa de manera concisa con el conocido verso que expresa el efecto
mariposa, en el mundo anlosajón:
For want of a nail the shoe was lost.
For want of a shoe the horse was lost.
For want of a horse the rider was lost.
For want of a rider the battle was lost.
For want of a battle the kingdom was lost.
And all for the want of a horseshoe nail3.
Este verso traduce, sencillamente la idea de que el todo mayor que la suma de las partes
y que pequeños cambios pueden tener consecuencias magníficas, imprevisibles (Scott,
2007). Un trabajo importante en esta dirección es (Hitler/Weimar, History and Theory).
En un espectro más amplio, los trabajos de Fernandez-Armesto o de J. Diamond sirven
como ejemplos de esta línea de comprension y de trabajo.
Problema: Historia, teoría, filosofía, ciencia
En términos generales, hay muy poca reflexión, teoría, trabajo sobre la historia en un
segundo orden, esto es, como reflexión –epistemología, filosofía, teoría-. A semejanza a
de lo que acontece en la mayoría de ciencias y disciplinas, el trabajo se concentra
principalmente en historiografía de rimer orden. Es decir, en recuentos, memorias,
estudios sobre períodos y acontecimientos de distinta índole. Y ello, en el conexto
preciso mencionado antes arriba según el cual la historia es, hoy por hoy, una ciencia
políticamente incorrecta.
La incorrección de la historia como ciencia, por así decirlo, se debe a que distintas
instancias del poder –político, económico, militar, financiero, notablemente-, tan sólo
quiere leer su propia historia o la historia desde su propio punto de vista. En este
sentido, existe un mismo esfuerzo por cooptar ciencias y disciplinas como la
3
Por falta de un clavo se perdió el casco /por falta del casco se perdió el caballo/por falta del caballo se perdió el jinete/ por falta del jinete se perdió la batalla/ por falta de la batalla se perdió el reino/ Y todo fue por falta del clavo para la suela del caballo (traduccion C.E.M.). antropología, el derecho, la historia y la sociología. Este mismo sentido parece ser
claramente el de el periodismo y la comunicación social.
Existe, en el mundo, una profusión de trabajos históricos. Nunca, en efecto, se había
escrito tanto sobre historia. Con renovada energía ha (re)nacido incluso la novela
histórica como una arista importante en la interfase entre historia y literatura. Hay
numerosos países en los que la memoria historia pervive en la forma de la literatura,
debido a la reducción o cooptación que se ha hecho (o intendo hacer) de la historia y la
historiografía.
Se hace mucha historia, pero se reflexiona poco sobre lo que se hace. Son numerosas las
revistas de divugación de historia, generalmente reduciendola a “historia spam”: relatos
puntales, superficiales, colmados de nombres y datos sin mayores contextos o estudios
de profundidad, generlmente debido a criterioos editoriales. Se trata, en otras palabras,
de la postproduccion de la historia – análogamente a como se habla en el lenguaje de
los medios.
Tal es, grosso modo, la imagen más genealizada sobre la historia y la historiografía. A
este imagen es preciso agregarle la tendencia a disminuir las dimensiones temporales de
la historia y a la presentificación del mundo y de la vida.
Pues bien, exactamente en este sentido, el llamado al trabajo con escalas temporales
magníficas, el tiempo como larga duración, constituye, a todas luces, un llamado a la
crítica y la sospecha del discurso de banalización y trivializaciòn de la historia y de lo
histórico. Debemos poder aprender a pensar y a vivir en términos de escalas temporales
de larga duración, también a nivel sociológico, educativo, administrativo, politico,
económico, y otros. Más directamente: las ciencias del presente requieren ser nutridas
con las ciencias del pasado en el sentido de ciencias de larga duración, en el sentido de
Braudel.
La ampliación de las escalas temporales se acompaña no tanto con una ampliaciòn de
los píxeles de los detalles, cuanto que en la incorporación de cruces con disciplinas y
ciencias distintas aunque complementarias a la historia, y en la ampliación del marco de
trabajo. De esta suerte, el trabajo incopora, necesariamente, un plano teórico, reflexivo,
conceptual, y no ya simplemente la descripción y explicación detallada, por sí misma,
del tema, fenómeno o sistema en encosideraicon o en estudio. Los trabajos de autores
como Fernandez-Armesto, Duby, Diamond, o Legoff, por ejemplo, constituyen
paradigmas evidentes en este sentido.
En verdad, la ampliación de las escalas temporales y la ganancia en densidad temporal
no debe ser confundida con la incorporación de detalles, cuanto que, para decirlo
francamente, en la combinación de la ciencia –en general- con la filosofía, en la tarea
del historiador, tanto como, de parte de las demás disciplinas y ciencias que no son
historia pero que deben ser capaces de incoporrar una dimension histórica su trabajo y
sus investigaciones. Esto significa, por tanto, que la capacidad de incorporar una visión
o una perspectiva histórica por parte de las demás ciencias y disciplinas –distintas a la
historia- equivale exactamente a una capacidad de visión de largo alcance, de tal suerte
que cuanto menos atadas estén al presente, mayor será su capacidad de reflexión,
explicación, comprensión del tema o el fenómeno estudiado.
Historia y complejidad
Existen numerosos vínculos, crecientes, entre historia e historiografía y ciencias de la
complejidad. Pero, ¿puede la historia ser vista como un sistema complejo? Esto quiere
decir, ¿se comporta la historia como un fenómeno complejo no-lineal? Más
exactamente, ¿cómo puede contribuir la historia a las ciencias de la complejidad?
La historia, puede decirse, es el resultado de las acciones humanas. Atendiendo a la
lógica de contrafácticos: de aquellas acciones que tienen lugar tanto de las que nunca se
llevaron a cabo. Como lo advirtiera en su momento Marx, los hombres hacen la historia,
pero no siempre la hecen como desearían. Somos víctimas, en numerosas ocasiones, de
nuestras propias acciones, y éstas se cumplen, en numerosas ocasiones, de forma
emergente, no planeada o planificada. La crisis de la estrategia radica precisamente en
la forma imprevisible como las cosas termina sucediendo, al cabo.
La forma como ha sido leída, entendida y explicada la historia se ha correspondido con
el tipo de ciencia, de filosofía y de cultura que había exidtido en la historia de la
humanidad. Sin embargo, habida cuenta de que la historia nace como ciencia tan sólo a
partir de los años 1930s, y crece y se desarrolla propiamente en la mitad del siglo XX,
de forma autónoma, anaálogamente a la inmensa mayoría de ciencias y disciplinas, que
han nacido ondependientes de la metafísica (= filosofía), en consecuencia, la historia
comienza a leerse de una forma diferente a como tradicionalmente había sucedido. Pues
bien, los historiadores no han sido (no todos, es cierto) indiferentes al desarrollo del
estudio de los sistemas complejos no-lineales. Y por tanto, en cierta forma, han
aprendido o han incorporado conceptos, herramientas, métodos, conceptos y lenguajes
provenientes de las ciencias de la complejidad.
Sin embargo, esta situaciòn no es distinta en sentido contrario. De hecho, cuando I.
Prigogine recibe el Premio Nobel por sus contribuciones a la termodinàmica del noequilibrio, la Academia Sueca afirma: “Prigogine introdujo en la ciencia lo que ésta no
tenía: tiempo, historia” (xyz).
Lo que esto significa es que ha habido una doble acercamiento entre ciencias “duras” y
ciencias sociales o humanas en algún lugar intermedio en el que ambas se transforman
como resultado del acercamiento o del encuentro4.
La historia, hemos venido aprendiéndolo recientemente, se comporta como un
fenómeno complejo no-lineal. Tanto más cuanto que, cada vez, la historia incorpora,
abierta y explícitamente, o implícita e indirectamente, aspectos de tipo ecológico o
medioambiental en sus descripciones y explicaciones, y en cuanto el medioambiente, la
naturaleza y los sistemas biológicos son reconocidos por su complejidad creciente y nolinealidad. Al mismo tiempo, de manera significativa, existe una incorporación de
aspectos y elementos provenientes de otras ciencias, en marcado contraste con la
historiografía tradicional, digamos, anterior a la segunda mitad del siglo XX; elementos
y aspectos quer se alimentan de la sociologìa (rural y urbana), la psicología, la política y
la economía, la ecología y la historia de las ideas, en fin, la biología evolutiva y de
poblaciones, la ecología del paisaje, por ejemplo.
4
Empleo este lenguaje de “ciencias ´duras´” y ciencias sociales y humanas, aquí, por razones de velocidad del discurso y a fin de evitar explicaciones que ya se han incoroporado anteriormente en el texto. Sn e,mbargo, nunca sobra evcabar en el hecho de que ese lengauaje no solamente es engañoso y peligroso, sino, además, vetusto de cara a los desarrollos más recientes en ciencia, tecnologíua y filosofía en el marco de sistemas, comportamientos y fenómenos reconocidos por ser abiertos, emergentes, autorganizados, en los que operan sinergias, y demás. De esta suerte, la historia y la historiografía actuales transcurren si no por caminos
opuestos, sí indeendientes a los supuestos fundamentales de toda la historia clásica,
aquella ulteriormente maracada por supuestos de tipo metafísico. Se trata de la
discusión contra el positivismo, que reducía la historia a una secuencias de nombres,
fechas, eventos; contra el eurocentrismo, que consideraba a las otras culturas como un
apéndice de Europa (xyz M. Harris); y contra un tiempo de corto alcance, que la hacía
vìctima, por asì decirlo, de intereses políticos, religiosos y otros.
Exactamente en este sentido van las contribuciones de la historia como ciencia al
conjunto de las ciencias de la complejidad. No solamente en el propio proceso de
complejización de los estudios sobre sistemas complejos adaptativos en cuanto que han
avanzado, de manera sólida y creciente, desde las ciencias físicas, la química, las
matemáticas y los sistemas computacionales hacia el reconlcimiento de la importancia
de los sistemas sociales naturales, humanos y artificiales y a sus entrelazamientos
(Maldonado, 2009 chile). Además, en cuanto constituyen el principal animador, por así
decirlo, de la incorporaciòn de series largas de tiemnpo como una condición sine qua
non para que un fenómeno, sistema o dinámica determinada pueda ser considerado
como histórico. Finalmente, se encuentra igualmente el hecho de que la propia historia
es considerada como un sistema abierto, el pasado como un sistema abierto y no ya
concluido de una vez y para siempre, que era el supuesto más importante de toda la
tradición histórica e historiográfica anterior.
Complejidad de la historia
La complejidad de la historia estriba, sin duda alguna, en su carácter abierto y, por
consiguiente, inacabado. La historia se alimenta en el presente y con él lee-relle cada
vez el pasado. De esta suerte, el pasado es un sistema abierto en continua compleción,
en continuo acabamiento, esencialmente ilimitado o indeterminado gracias al decurso de
la evolución, del tiempo, en fin, gracias a la proyección, por así decirlo, del presente
hacia el futuro.
Leemos el pasado con los ojos del presente: una idea que parece hoy trivial pero que
hasta tan sólo algunas décadas era algo inopinado puedo que siempre, abierta o
implícitamente se afirmó que llemos el presente con los ojos de, o gracias a, el pasado.
El presente ilumina el pasado tanto como al futuro. Sólo que el futuro se ilumina con la
incorporaciòn que el presente hace del pasado y con los escenarios, juegos,
simulaciones y modelamientos que arroja sobre el futuro, por así decirlo.
Dicho de manera puntual: la historia es, manifiestamente, un sistema de complejidad
creciente, y el crecimiento de la historia es el resultado mismo de la creación de
presentes a cada momento. Asistimos al triunfo contundente de Heráclito sobre
Parménides y toda la tradición parmenídea que se proyecta sobre Occidente a través de
Platón y de Aristóteles. De esta suerte, la historia logra ser finalmente aprehendida
como el río heraclíteo, como la evolución misma.
Análogamente a como en el contexto de la teoría de la evolución hemos aprendido que
un organismo o una especie que dejan de adaptarse corren el riesgo de desaparecer, con
lo cual, en realidad la adaptación es un proceso esencialmente inacabado, a saber, es el
proceso mismo de la vida, así mismo, en el plano de la hstoria, la organizaciones, las
instituciones, las sociedades, culturas, estados y civilizaciones que dejan de
transformarse corren el riesgo de estar en peligro de desaparecer, de volverse ebdémicas
y de desaparecer.
A los ojos de la percepción humana normal, sin embargo, la dificultad enorme estriba
en las escalas temporales tan bajas que manejan, habitualmente, los individuos. La
principal enseñanza de la filosofía de la historia y de la teoría sobre la historia estriba en
la posibilidad de lograr que los individuos y los grupos de toda clase aprendana pensar
en términos de densidades temporales magníficas; esto es, ulteriormente, en términos de
larga duración.
Sin embargo, al mismo tempo, la verdadera complejidad de la historia radica en el
hecho de que la historia como la vida en general consiste en un entramado de tiempos,
escalas y densidades distintas, y en la capacidad de trabajar con la diversidad de
tiempos, según el caso, en cada momento. Así, por ejemplo, uno es el tiempo de la
clínica –el segundo-, otro es el tiempo de la medicina en general –el día-, otro más el
tiempo de la economía y la política –tres, cuatro o cinco años, normalmente-, uno
adicional es el tiempo de los proceso naturales –medidos en lustros o décadas, por
ejemplo-, y así sucesivamente.
En otras palabras, de lo que se trata es de reconocer abiertamente, y trabajar con ellas,
escalas, densidades y magnitudes temporales diferentes, intentado explicar y
comprender en cada caso los bucles de retroaliamentacion positiva y/o negativa que
tienen lugar enre ellos, las redes que puede presentarse entre varios tiempos, en fin,
igualmente, los agrupamientos de tiempos y las consecuencias que pueden tener en
diferentes niveles: en el individuo, en grupos y en la sociedad en general. Pues bien, en
el contexto de un mundo diferente de suma cero, crecientemente interdependiente,
altamente sensible en múltiples dominios y maneras, el panorama se asemeja, por tanto,
de una complejidad colosal. Exactamente, de una complejidad irreducible – lo cual es,
en rigor, un pleonasmo en el marco de las ciencias de la complejidad.
La historia, en general, consiste, en consecuencia, en un proceso magnifico a través del
cual –como vector general- podemos apreciar la forma como los individuos, los grupos
y las sociedades ganan en grados de libertad, en el sentido preciso que la expresión tiene
en el marco del estudio de los sistemas y fenómenos de complejidad creciente.
En otras palabras, el tema fuerte en la relación entre historia y complejidad estriba,
dicho de forma negativa, en la crítica del determinismo histórico; es decir, de la tesis
que sostiene que los acontecimientos que tuvieron lugar se desenvolcieron del único
modo como acontecieron en la historia. Así, la historia (y la historiografía) quedaría
reducida al marco del positivismo, del neopositivismo y del empirismo logico, y
termina siendo un acumulado de datos, nombres y fechas.
No existen causas inmaculadas en la historia ni, por consiguiente, fenómenos, procesos,
sistemas o acontecimientos inmaculados, en ninguna acepción de la palabra. La historia
como un proceo no-lineal no transcurre de acuerdo a un trazado previo; no existen, en
otras palabras, mapas en la historia. Tan solo, en cada caso, territorios. Y avanzamos
por ellos en la mayoría de las ocasiones a tientas, con ignorancia global del mismo, y
tan sólo con el (re)conocimiento local, dado o fundado precisamente por la imporancia y
las capacidades del observador, en cada caso y momento.
Desde una perspectiva filosófica, M de Landa (2000) ha llamado la atención acerca de
la no-linealidad de la historia. A su modo de ver, la aceleración de la historia estriba en
la importancia de la información y de los procesos y dinámicas informacionales,
particularmente en la escala humana y a las consecuencias de la acción humana. Si ello
es así, sostenemos, la historia es un acumulado –no-lineal, precisamente- de
información. La memoria histórica sufre los mismos avatares que la memoria biológica:
aprendemos aquello que en cada caso es relevante para cada caso, pero cuando los
riesgos, las constricciones o las limitaciones han sido superadas de laguna manera,
tendemos a olvidar aquello que hemo aprendido para ir incorporando nueva información
que es necesaria para el decurso de la evolución en cada paso.
Literalmente, la consideración de la historia como larga duración consiste en el proceso
mismo mediante el cual ganamos en grados de libertad con respecto al presente y la
presentificación que diversos intereses pretenden hacer de la historia. A mayor amplitud
–larga duración- de la historia, mayores grados de libertad.
Complejidad de la historia: el topos de la historia
La historia ya no es una de las ciencias sociales y humanas: la historia comienza en
algún momento antes del ser humano, atraviesa a los seres humanos –la cultura-y
desemboca en algún lugar más allá de los seres humanos.
En efecto, la comprensión de la historia se situó tradicionalente al interior de las
ciencias sociales y humanas con lo cual, tanto abieta como implícitamente, se asumió
que el tema de base de la historia era justamente el ser humano. Ya fuera en términos
individuales –biografía-, en términos sociales o colectivos, en bien, en función de sus
obras o capacidades (por ejemplo, la historia de las ideas, la historia del vestido, y así
sucesivamente).
En esta comprensión, cualquier otra instancia de la naturaleza, el mundo o la vida
quedaban relegados a lugares secundarios o bien literalmente supeditados a la
preeminencia o jerarquía del ser humano; por ejemplo, en términos de una preeminencia
epistemológica o metodológica u otras de, ser humano sobre la naturaleza en general.
En otras palabras, la comrpensión de la historia como una ciencia social y humana
asume tácita o explìcirtamente la idea de un cierto antropocentrismo, antropomorfismo
o antropologismo para los relatos históricos y/o historiográficos.
Esta comprensión, sin embargo, recibe críticas o bien conoce alternativas que si bien es
cierto aún son minoritarias, son crecientes y tienen la importancia de que se aproximan
o se situan al interior del contexto de las ciencias de la complejidad, las cuales tienen
fundamentalmente el mérito elevarse como una crítica o alternativa al dualismo, que es
la tesis fundamental de toda la humanidad occidental. Pues bien, la fora genérica como
viene a ser conocida esta “otra” historia, ya no más antropocéntrica, antropomórfica o
antropológica es como la gran historia: Big History.
La Gran Historia es, simple y llanamente, la historia que sabe que, por asi decirlo, el
contexto de las acciones humanas es la naturaleza en general y que ella desborda con
mucho a la dimension estrictamente humana. Se trata de la historia humana que es al
mismo tiempo implicada y atravesada por factores naturales en toda la dimension de la
palabra y que no assume, de manera abierta ni implícita, a la acción humana como un
acto estrictamente consciente, racional y deliberado. La Gran Historia, en fin, consiste,
sin más, en la complejización de la historia humana (Maldonado, 2007; 2010).
Un acercamiento y, hasta cierto punto, una preparación de la Gran Historia puede ser
identificada en una serie de artículos publicados en History and Theory. Éstos incluyen
artículos sobre historia y lógica modal, 1999; historia y caos, 1995, 1999; ecuaciones
diferenciales e historia, 1991; historia y complejidad, 1998 y 2001; historia e
indeterminismo, 2001; historia y evolución, 2005; historia y lógica del tiempo, 2006;
historia y emergencia, 2004; historia y teoría de la complejidad, 2001; filosofía de la
historia, 2001.
Sin embargo, con seguridad, el padre de la Gran Historia es W. McNeill, si bien I.
Wallerstein escribe un pequeño pero profundo texto en esta dirección en 1987. Desde
otro punto de vista, J. Gaddis, esencialmente un historiador de procesos militares,
escribe un pequeño texto en el que le dedica dos capítulos a lo que contrinuye a elucidar
el topos y el nuevo modo de trabajo de la historia (2002). Inspirado en McNeill, el
primer libro de con el (sub)título de la Gran Historia es de D. Christian (2005) en el que,
precisamente, el tema de base es el trabajo con, y el entrelazamiento de, diferentes
tiempos como el problema de base de la historia – esto es, de la historia en relación con
complejidad.
En consonancia con lo que hemos aprendido a partir del giro de la ciencia clásica hacia
las ciencias de la complejidad, sabemos que vivimos un universo no ergódico, es decir,
en un universo marcado por la flecha del tiempo y, por tanto, por su irreversibilidad. En
un universo esencialmente irrepetible, el estudio de la evolución y de la historia –dos
nombres distintos para una sola y misma moneda-, adquiere, como nunca antes, un
significado y una importancia sin iguales; caso, podría decirse, agónico. (El tema de la
extensión y la profundidad de lo agonístico de un reconocimiento debe quedar, aquí,
pospuesto, para otro espacio y momento).
El universo en el que vivimos es esencilmente probabilista, y la incertidumbre no es ya
un rasgo epistémico sino, por el contrario, ontológico – en las cosas, en el mundo, en la
naturaleza mismos. La regla en el universo, y a fortiori en la escala humana, es la
ruptura de simetrías temporales; se constituyen simetrías que vuelven a romperse con el
tiempo. Así, en rigor, la flecha del tiempo es fundamentalmente constructiva. Esta
construcción es la evolución misma del universo hasta la fecha, y de la familia humana
con las posibilidades y las probabilidades de evolución hacia futuro.
El estudio de la historia pone de manifiesta la pluralidad de las culturas humanas, de la
vida. Mejor aún, al entrelazamiento del tiempo humano y el tiempo natural, nio como
dos dimensiones distintas, sino como dos expresiones de una sola y misma dinámica.
De esta suerte, el tema que aparece ante la mirada reflexiva es el de las relaciones entre
historia, complejidad y pluralidad. La pluralidad es la obra y la consecuencia misma de
la complejización de la nauraleza y de la sociedad.
Desde este punto de vista, no existe, por tanto, ni es posible, una historia universal, que
era la idea clásica y fundante de la historiografía tradicional; particularmente a partir de
la Ilustración. Por el contrario, hemos hecho el aprendizaje
de un universalismo
pluralista, una idea completamente nueva cuando se la mira con los ojos de la tradición,
a partir de la Grecia antigua.
Quizás la principal contribución de Wallerstein consiste, en este contexto, en el
reconocimiento de y el llamado a las ciencias históricas, que son al mismo tiempo
aquelas que incorporan la larga duración, pero que no se reducen a la historia (o
historiografía) únicamente. Surge, así, consiguientemente, un nuevo espacio de
conocimiento y, en consecuencia, un nuevo espacio social.
Las ciencias del presente iluminan y nutren a las ciencias históricas; pero sin éstas,
aquellas se vuelven esencialmente vacías. Sin la perspectiva histórica, la ciencia y el
mundo se convierten en objeto de fáciles instrumentalizaciones políticas, en cualquier
acepción de la palabra. La política, en sentido amplio, es la esfera del interés (Kant,
Habermas). Sólo que en el mundo contemporáneo el interés se nutre, además, de
economía, finanzas, administración y derecho, cinco nombres (incluyendoa la política)
que reducen la densidad del tiempo al presente. “Sólo existe el presente”, parece ser el
motto de las ciencias del presente, dándole la espalda a, o ignorando, el significado de
los temas y problemas considerados en este texto.
Queda, en consecuencia, un problema: ¿Cuándo puede un acontecimiento ser
considerado como histórico? La pregunta hace referencia a la conexión entre el presente
y el pasado. Quiero aquí formular una propuesta: tan sólo al cabo de tres generaciones
puede considerarse un evento, proceso o fenómeno como histórico. Los argumentos de
esta tesis son el objeto de un libro en preparación5.
Por lo pronto, lo que podemos anticipar es que el lapso de tres generaciones permite una
toma de distancia suficiente con respecto al evento o al fenómeno considerado, gracias
al hecho de que la primera generación ya no existe, y la tercera tiene, particularmente en
el marco y en las velocidades del mundo actual, otros intereses que permiten decantar
los intereses de diverso tipo en la lectura, excplicación y comprensión de lo acontecido
con tres generaciones de distancia.
5
El libro, Complejidad e historia, me ocupa alctualmente, y debe estar terminado este año. Al respecto, sin embargo, se impone una observación puntual. Por “tres generaciones”
no hay que entender lo mismo que los demógrafos sostienen, sino, más ampliamente,
tres historias de vida, y que no se reducen a los veinte años que típicamente caracteriza
a la demografía. De este modo, cada generación comprende el lapso (difuso) entre las
expectativas y las esperanzas de vida de cada generación, que abarca un tiempo de
alrededor de setenta-ochenta años, actualmente (dado el estado de desarrollo de la
medicina y de las ciencias de la salud).
A manera de conclusión
Como es fácil apreciar, asistimos a un proceso de complejidad creciente de la historia,
como resultado de por lo menos dos factores principales: las sinergias crecientes de un
mundo crecientemente interdependiente en numerosas escalas y dimensiones de
términos inmediatos y a mediano y largo plazo, y el desarrollo de una cantidad (y
calidad) de información como nunca antes había sucedido en la historia de la
humanidad. Hoy sabemos más sobre el universo, sobre nosotros mismos y sobre las
dimensiones de lo posible mucho más de lo que jamás habíamos sabido, juntando toda
la historia registrada. Nunca como ahora resulta cada vez más evidente que la historia es
un sistema abierto simultánemanet hacia atrás y hacia delante.
En un contexto semejante, afirmamos, aparecen dos problemas de complejidad colosal,
a saber:
i)
¿Cómo cambiar la historia?
ii)
¿Cómo entrar en la historia?
En el primer caso, como se aprecia sin dificultad, el tema es el de romper el
determinismo historico, y en general todo tipo de determinismo. En esto consiste el
trabajo práctico fundamental de los complejólogos. Es decir, se trata de la tarea, por así
decirlo, de ganar cada vez mayores grados de libertad, lo cual, consiguientemente,
significa, en rigo, un enfrentamiento, cara a cara, con el indeterminismo, la
incertidumbre, las posibilidades. La asunción implícita en la primera pregunta descansa
en el reconocimiento de que podemos, efectivamente, cambiar la historia. La dificultad,
el reto estriba en el modo de hacerlo. Dicho de manera puntual, el campo de trabajo que
se abre ante nosotros es el de la lógica modal, un terreno que poco ha sido trabajado por
complejólogos tanto como por historiadores.
Por su parte, la segunda pregunta contiene o apunta hacia una complejidad aún mayor
que la primera. Entrar a la historia, como ya lo advirtiera en otro contexto M. MerlaeauPonty, no significa entrar al pasado, sino lograr que las generaciones futuras hablen de
nosotros.
Ahora bien, el supuesto de la pregunta descansa en el reconocimiento explícito de que
debemos poder entrar a la historia –ya sea en términos individuales, colectivos o
genéricos-, de manera positiva o contructiva. Esto es, afirmando y haciendo posible y
cada vez más posible a la vida sobre el planeta: a la vida conocida tanto como a la vida
tal.y.como.podría-ser. Sin la explicitación de este supuesto la pregunta podría hacerse
suceptible de ser interpretada de manera voluntarista y, por tanto, amañada.
Podemos entrar a la historia a través del prensente, que es, al cabo, la única puerta de
acceso a ella: es decir, mediante nuestras acciones. Pero es igualmente cierto que
nuestra entrada a la historia se garantiza, metodológicamente, al cabo del paso de tres
generaciones, que es cuando se decanta, efectivamente, la valoracion, la trascendencia
de nuestras acciones. Lo contrario, es decir, sin este compás de tres generaciones,
confundimos el éxito y la fama, en el sentido más trivial e inmediatista de la palabra,
con el reconocimiento y el ingreso a la historia, que es, al cabo, la única y vedadera
instancia de valoración de nuestras contribuciones en un plano determinado de la
existencia.
De parte del historiador, el trabajo interpela más que a la elaboración de panegíricos y
memorias acomodadas, al trabajo fuerte con teoría. Cuanta más fuerte sea la teoría, más
amplia la escala de tiempo. Es indispensable pensar, investigar e incorporar períodos
más largos para el análisis empírico. Pero estos períodos no descansan simple y
llanamente en la acumulaciòn (acaso lineal) de eventos, hehcos y logros, cuando en su
inscripción en un marco teórico sólido y riguroso.
Ahora bien, qué es y cuál se constituye como un marco riguroso y sólido de una teoría,
es una cuestión que nos remite, una vez más, a la filosofía de la ciencia y, de manera
puntual aquí, a la filosofía de la historia; o bien, desde otro punto de vista, es el trabajo
con una teoría de la historia. Y esta emerge como la verdadera piedra de toque de la
historiografía, de la historia. Se trata, simple y llanamente, de la elucidación de las
relaciones, reales y posibles, entre complejidad del mundo y de la vida –en la acepción
al mismo tiempo más amplia, fuerte e incluyente de la palabra- y la construcción de la
historia, que es, al fin y al cabo, la tarea más digna del historiador. Una tarea, un oficio
(métier), dice M. Bloch, del que no escapa, en absoluto, desde luego, la pars destruens,
a saber: la crítica, la de-construcción, la destrucción incluso (por ejemplo, en el sentido
de Bakunin o de Schumpeter, que remiten, al cabo, a una sola y misma idea) de
construcciones que quizás no resultan al cabo tan coherentes o tan consistentes, según,
como pareciera a primera vista, o como en una época se intentó verlas.
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DIAGRAMA HISTORIA COMO SISTEMA ABIERTO:
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