Cuidado con el parabrisas Mara Hodler Los residentes de ciudades habitadas por una considerable población de personas de escasos recursos, conocen lo que sucede al detenerse en un semáforo. Un enjambre de entusiastas lavanderos emerge para limpiar el parabrisas del automóvil. La mayoría sostiene un trapo húmedo con el que esparcen los insectos y la suciedad pegados en el parabrisas. Luego piden una propina. Los conductores en ocasiones les indican detenerse, puesto que no quieren ver la suciedad restregada por el parabrisas, pero los lavanderos no se dan por aludidos. Incluso avanzas el automóvil lentamente, pero continúan restregándolo. Cabe añadir que es muy triste ver a esas personas esperando limpiar una ventana a cambio de unas monedas. Procuro darles un poco de dinero mientras les pido que por favor NO limpien el parabrisas. A decir verdad, limpiar con un trapo sucio no sirve de mucho, sin importar cuánto se esmere uno. ¿Se preguntan cuál es el punto de esta narrativa? Me gustaría hablar de las elecciones de entretenimiento personal y la manera en que ello se relaciona con la limpieza del parabrisas. Para nadie es un secreto que los niños y jóvenes de la actualidad disfrutan de más opciones de entretenimiento que nunca antes. La mayoría disfruta de Internet, de numerosas consolas de videojuegos y del resultado de millonarias inversiones en entretenimiento para jóvenes. Muchos padres y adultos se las ven negras a la hora de monitorear todas esas actividades. Recuerdo que —cuando era niña— si quería ver una película debía dirigirme a la tienda de video. Elegía entre una enorme selección de títulos, seleccionaba la que me llamara la atención, la llevaba a la cajera y la registraba en mi cuenta. Si se trataba de un estreno, debía llevarse la caja de la película al encargado de la tienda y preguntarle si tenía una copia en la tienda. En las primeras semanas después de un estreno, tenías suerte si lograbas alquilar la película, puesto que todo el mundo quería verla. Ese fue el sistema oficinal durante muchos años. Una vez que se tenía la película en casa, se introducía al dispositivo de VHS. El nuestro debía ser muy antiguo, puesto que solo funcionaba de vez en cuando. Mi padre a veces lo golpeaba, sacaba la cinta y volvía a intentarlo. En ocasiones daba resultado. Cuando se quería leer un libro, había que hacer lo mismo: se dirigía uno a la biblioteca y tomaba prestado el libro. De más está decir que era más fácil para nuestros padres monitorear lo que veíamos y censurar lo que no les parecía apropiado. Aunque se tuviera una televisión en casa, había muchos menos canales y programas que en la actualidad. En las películas de la década de los 80 —e incluso los 90— se ven personas con mucho dinero que hablan por un celular del tamaño de un ladrillo. No existían los planes de texto ni la navegación por Internet. Hace unas semanas, mi hija de cinco años me pidió un teléfono móvil al volver del colegio. Decía que una de sus compañeras tenía uno. Lo intentaste, mi cielo. No ocurrirá durante al menos cinco años más, respondí. Para ella, un teléfono móvil no es sino un dispositivo para jugar y enviar fotos a sus amigos. La Internet nos brinda acceso a aplicaciones, libros y juegos que se descargan al instantes, películas en tiempo real, plataformas de videojuegos y todos los chismes y redes sociales que caben imaginar. ¿Y saben qué? Me encanta. Mentiría si digo que no me encantan las series de televisión. Me gusta mucho entrar a Facebook y mantenerme en contacto con mis amigos. Resulta maravilloso tener tanta información al alcance de la mano. Pero para nadie es un secreto que las redes sociales han causado innumerables problemas en la vida de jóvenes y mayores. Ahí es donde se aplica el ejemplo del parabrisas. Si se limpia el parabrisas con un trapo sucio, se termina embadurnando todo el vidrio. Nadie esperaría lo contrario. De la misma manera, ¿qué ocurre al llenar la mente y el corazón con pensamientos sucios? ¿Creen que afecta la perspectiva? ¿Modifica los valores? Por supuesto que sí. ¿Cómo podría no hacerlo? La Biblia nos motiva a «cuidar el corazón más que otra cosa, porque es la fuente de la vida» 1. Me parece que ello indica que nuestro corazón es el punto de partida de los pensamientos y acciones… y que resulta difícil cuidar de él y mantenerlo en buen estado. He llegado a la conclusión de que resulta imposible escudar a mis hijos de toda la información disponible hoy en día. La censura es cosa del pasado. Solo queda una opción: enseñarles a cuidar su corazón. De la misma manera que se sabe lo que sucederá al limpiar el parabrisas con un trapo sucio, se puede prever lo que sucederá en la mente y el corazón si no se cuida de ellos. La Biblia nos ofrece una manera sencilla de discernir entre una actividad buena o malsana. Dice: «Piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que es honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo digno de admirar, piensen en ello» 2. Esas son las ideas y los pensamientos que deben ocupar la mente y el corazón. Se debe aprender a determinar si una actividad es buena o malsana, puesto que solo uno sabe lo que lee, escucha y observa. Si lo que estás viendo y escuchando promueve pensamientos verdaderos, puros, admirables y amables, significa que vas por buen camino. Pero si promueve lo contrario, conviene detenerse a considerarlo. En más de una ocasión he dejado de ver series de televisión, puesto que los valores que promueven no concuerdan con mis creencias. Por supuesto que no fue fácil dejar de verlas. Suelo preguntarme: «¿Qué sucederá a continuación? ¿Cómo solucionan los protagonistas ese enredo?» Pero me veo forzada a considerar si quiero que los valores de los protagonistas de la serie se conviertan en mis valores. Si la respuesta es negativa, probablemente no debería dedicar tanto tiempo observándolos. Es muy sencillo: «Porque cual es el pensamiento en el corazón del hombre, tal es él» 3. Lo que dan cabida en su mente y corazón volverá a salir en algún momento. Así que escojan con prudencia. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López. © La Familia Internacional, 2014. Categorías: decisiones, diligencia Notas a pie de página Proverbios 4:23 Filipenses 4:8 3 Proverbios 23:7 1 2