Tema 1

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Profesor Manuel Bermúdez Vázquez
Tema 1. Medio crítico-intelectual (pensamiento crítico)
Pensamiento crítico I.
Hay un conocido dicho anglosajón que reza así: “Solo hay dos cosas
inevitables en esta vida, la muerte y hacienda”. Sin embargo, me gustaría añadir una
tercera, el desacuerdo. Creo que es virtualmente imposible conseguir evitar
mantener discusiones con otras personas. Ya sea que un grupo de amigos discute
sobre deportes, cultura, religión, política, arte, educación, economía, moral, o, en
nuestro contexto, filosofía, casi siempre encontramos puntos de vista conflictivos.
La característica principal de la filosofía que nos va a ocupar en este tema es
la idea de que el intento de resolver cualquier cuestión filosófica o tratar de
responder a alguna pregunta filosófica es tan difícil como agotador. Una parte por la
que esto es así se debe a que las preguntas filosóficas no suelen tener respuestas
finales o definitivas; las disputas filosóficas no tienen soluciones últimas. Preguntas
del tipo ¿qué constituye la naturaleza humana?, o ¿existe Dios?, o ¿qué es lo más
importante en la vida?, no es probable que puedan ser respondidas de una vez y para
siempre por científicos, médicos, abogados, astrónomos o expertos de cualquier
tipo. Este tipo de cuestiones han existido durante siglos y continuarán existiendo
con respuestas parciales en el futuro. Parece como si la condición humana requiriera
que cada generación trate de encontrar sus propias respuestas. Jonathan Glover, un
filósofo británico contemporáneo, describió el quehacer filosófico como algo
parecido a tratar de mantenerse a flote en un barco que hace aguas. Las placas y
tablones podridos del casco tienen que cambiarse para evitar el hundimiento, pero
como estamos en el mar, tampoco queremos mandar el barco al fondo en el
proceso de llevar a cabo las reparaciones. La metáfora no deja de despertar interés.
De modo similar, en nuestro viaje de descubrimiento filosófico, algunas de las
suposiciones, valores, creencias e ideas que nos han mantenido a flote en el pasado
comienzan a pudrirse ahora y, por lo tanto, requieren algunas reparaciones en
nuestro “bote salvavidas” existencial. Ahora bien, encontrar los tablones adecuados
y llevar a cabo las reparaciones precisas nos costará un tiempo y esfuerzo
considerables.
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Ya que la tarea de mantenerse filosóficamente a flote es tan difícil, y puesto
que la mayoría de la gente no ha recibido formación filosófica, la argumentación y
discusión sobre asuntos importantes para la vida como la religión, la moral, la
metafísica o la naturaleza humana, degeneran, lamentablemente, en una mera
expresión de opiniones sin sentido o una explosión de emociones sin reflexión.
Resultado de esto es que cada vez más la gente trata de evitar temas susceptibles de
generar discusión, prefiriendo mantenerse en temas ligeros. La mayoría de las
personas mantienen, así, el discurso humano en un nivel superficial. Se corre el
riesgo de caer en la asunción de que si no dices nada importante, grave o polémico,
todo el mundo se llevará bien y no habrá problemas ni discusiones. Si las cosas se
ponen se demasiados serias, nadie se lo pasará bien. La música joven, la televisión y
gran parte de los estímulos a los que estamos sometidos todos, pero más aún la
franja de población más joven, conducen a una simplificación y reducción del
análisis de los problemas. Ahora bien, si permitimos que las personas se tomen esta
noción de forma personal, estaremos permitiendo que la gente no defienda nada
importante, se conformen con la superficialidad, también estaremos fomentando el
que se esté de acuerdo con todo, aunque sea algo contradictorio o adverso en sus
implicaciones para alguien, estaremos facilitando una sociedad que nunca discute
nada significativo o importante.
Mediante la reflexión que suscite este bloque del programa podemos mostrar
a los estudiantes que si adoptan psicológicamente este tipo de estrategias vitales, sus
relaciones interpersonales disfrutarán, eso sí, de un clima amistoso y fácil, pero, en
última instancia, mucho menos provechoso, gratificante, significativo y coherente
que si lo hacen de otra manera, si son capaces de discutir y de expresar
racionalmente sus discrepancias. Además, podemos hacer ver a los estudiantes que
si se niegan a adoptar una postura en los temas importantes la sociedad los
menospreciará porque podremos concluir que aquellos que lo aceptan todo en
realidad no defienden nada, son marionetas. Este desprecio es expresado de forma
elocuente por Dante al decir “los lugares más ardientes en el infierno están reservados para
aquellos que en tiempos de gran crisis moral mantuvieron su neutralidad”.
Si la superficialidad ciega y sin sentido y el no tomar partido no son opciones
atractivas y queremos fomentar la toma de decisiones racionales y responsables
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sobre las cuestiones importantes de la vida, y todo esto coincide con toda una
panoplia de opciones tanto morales como filosóficas entre las que elegir, entonces
será necesario que nuestros estudiantes, los que se acercan a la filosofía con pocas
opciones académicas de continuar con este tipo de estudios, aprendan cómo
discutir, argumentar y pensar filosóficamente. Para elegir entre todas las propuestas
de las que disponemos resulta de capital importancia determinar lo que vale la pena
aceptar, lo que necesita modificarse o lo que debe ser rechazado. Tenemos que
enseñar para que los alumnos aprendan a sopesar el valor de las ideas contrapuestas
y las posiciones filosóficas mediante la determinación de los distintos significados, la
coherencia y la justificación de los distintos discursos. Tenemos que ser racionales,
críticos y analíticos en nuestra perspectiva. Kant afirmó que “no es posible hacer
filosofía, sino únicamente aprender a filosofar”1, así, para hacer filosofía, para filosofar,
tenemos que comprometernos en un proceso estructurado de pensamiento con las
normas aceptadas de la lógica, lo que subraya el hecho de que la filosofía es más un
método que un conjunto de conocimientos.
Ahora bien, si vamos a embarcarnos en una actitud filosófica frente a
cualquier debate, antes debemos llevar a cabo una serie de ajustes en la actitud de
nuestros estudiantes. Si queremos discutir de una forma constructiva sobre qué es
verdad, qué es valioso o qué está justificado, es importante, previamente, cultivar
una mentalidad particular. Es necesario acoger los argumentos que se realizan
correctamente, no evitarlos. Más que volvernos beligerantemente defensivos sobre
puntos de vista conflictivos, debemos verlos como oportunidades para el
crecimiento y desarrollo intelectual. Si estas posturas se presentan de una forma
sincera y honesta, entonces representan un desafío legítimo que podemos utilizar
para la construcción de nuestro entendimiento filosófico. Si las discrepancias que
nos presentan están mal fundamentadas o razonadas podemos destacar estos
defectos. Si están justificadas, entonces tenemos una oportunidad valiosa de cambiar
nuestras visiones o incluso abandonarlas completamente. Es una característica
filosófica admirable ser capaz de cambiar de forma de pensar bajo el peso de
argumentos contrarios o en respuesta a una crítica legítima. Rehusar actuar así no
haría sino convertir al sujeto en un individuo irracional o tercamente dogmático.
1
Kant: Sobre Pedagogía, Textos, Montevideo, Universidad de la República, trad. J. Kupfer, 1978, p. 2.
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Del mismo modo que debemos mostrarnos abiertos a los argumentos,
también debemos intentar desarrollar una actitud de imparcialidad racional,
permaneciendo tan objetivos e imparciales como sea posible. Esta actitud requiere
que dejemos de intentar imponer nuestros puntos de vista. Una discusión
argumentada conducida de forma correcta y adecuada no es una cuestión de ganar o
perder, tampoco es una cuestión de quedar bien a expensas de otra persona. El
problema, algo que he vivido en primera persona en mi experiencia en el mundo del
debate, es que mucha gente ve la discusión y el debate como una competición
donde hay ganadores y perdedores. Ya que perder una discusión puede ser
personalmente embarazoso o una amenaza a la autoestima, algunas personas harán
casi cualquier cosa para no perder un punto disputado. 2 Antes de poder
comprometernos en un debate productivo, tenemos que poner en orden nuestras
cuestiones psicológicas. Esta es una parte de nuestra dimensión filosófica humana
que muy a menudo se pasa por alto.
Puede resultar interesante aquí traer a la memoria el ejemplo de Sócrates.
Cuando el oráculo de Delfos lo declaró el hombre más sabio, Sócrates, consciente
de su propia ignorancia, se puso en marcha por las calles de Atenas tratando de
encontrar a alguien más sabio que él. Después buscar durante mucho tiempo llegó a
la conclusión de que todo el mundo que había encontrado por la calle era tan
ignorante como él. Así, si él era poseedor de un gran conocimiento sería porque era
consciente de su propia ignorancia, cosa que sus conciudadanos no lo eran. 3 Si no
tenemos que ocultar nuestra ignorancia porque libre y abiertamente la admitimos
cuando no sabemos algo, entonces estamos reduciendo en gran medida la necesidad
de afrontar defensivamente una discusión. Al reducir la debilidad de las posturas
defensivas podemos, entonces, afrontar un diálogo más fructífero sin necesidad de
tener que demostrarnos a nosotros mismos o a los demás que siempre tenemos
Es habitual inventarse hechos o estadísticas en medio de una discusión, incluso se dicen cosas que
uno realmente no cree o no apoya si son medios para evitar quedar en entredicho. Todo esto no
hace sino constatar cómo los factores psicológicos pueden afectar los procesos de pensamiento
racional. Si uno u otro, en una discusión, se inventan cosas, entonces no tenemos que
sorprendernos de por qué las discusiones son a menudo vistas como algo inútil que habría que
evitar.
3
Una lectura diferente es ofrecida por I. F. Stone en su libro El juicio de Sócrates, Madrid, Mondadori,
1988. La postura de Stone incide en que donde la historia ha visto un rasgo de enorme modestia
intelectual no hay sino una marcada soberbia intelectual, pues Sócrates no estaría sino enfatizando
la ignorancia de los demás.
2
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razón. Además, más que intentar imponer nuestro criterio u opinión sobre los
demás, quizá deberíamos adoptar la humildad socrática, esforzándonos por escuchar
con cuidado y responder inteligentemente y con consideración a lo que los otros
han dicho. Las actitudes constructivas hacia el desacuerdo pueden aportar enormes
beneficios.
Los beneficios de aprender a argumentar son claros. Si se realiza
correctamente, la argumentación filosófica puede abrir las mentes. Puede librarnos
de la ignorancia y del mal inherente al prejuicio ciego. Sin argumentar ni discutir, la
gente permanece en el error de las creencias sin examinar. Desde mi punto de vista,
no hay peor defecto que la contumacia, que es justamente la persistencia en el error.
Sin la posibilidad de discutir las cosas corremos el riesgo de quedarnos anclados en
el error y, por ende, insistir en él sin solución de continuidad. También, sin la
adecuada preparación argumentativa, las mentiras pueden ser tomadas por verdades,
las más flagrantes injusticias se aceptan como algo normal o algo que estaba
destinado por naturaleza. Por ejemplo, antes de que algunas personas reflexivas y
moralmente sensitivas empezaran a cuestionar y discrepar con los valores de sus
contemporáneos, las mujeres y los negros eran considerados como seres inferiores y
se les negaba de forma injusta los derechos humanos más básicos. En parte a causa
de los desafíos filosóficos que surgieron en protesta, ahora estos colectivos son
considerados iguales y, en principio, comparte los mismos derechos básicos que el
resto. Podemos ver, así, que la argumentación, la discusión, la discrepancia y la
crítica racional pueden servir para un propósito social. Este tipo de cuestiones
permite exponer y rectificar injusticias prejuiciosas. Dicho en pocas palabras, la
argumentación filosófica, la filosofía, tiene un valor social importante y positivo.
El razonamiento y la discusión también tienen ventajas evidentes para el
crecimiento personal. Cuando alguien nos desafía a través de una argumentación
razonada no podemos permitirnos responder sin reflexión o de una forma mecánica
y tonta. Decir cosas sin pensar se vuelve algo más difícil cuando hay gente que es
capaz de expresar su desacuerdo de forma racional. Además, esto no debe
desanimarnos, al contrario, al entrar en un diálogo productivo con aquellos que
discuten nuestras posturas o creencias, podemos, en última instancia, reforzar
nuestros puntos de vista, modificarlos para hacerlos más aceptables o incluso
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descartarlos si vemos que se han convertido en algo que ya no podemos apoyar. De
hecho, cuando la gente discute y nos cuestiona debemos ver esto como un acto
amable, un cumplido y un halago. Si nuestros puntos de vista fueran considerados
como algo insignificante, o si no fuéramos tomados en serio, entonces nadie
perdería su tiempo en nosotros. Cuando alguien elige debatir algo con nosotros,
podemos asumir que esa persona, al menos, nos ha escuchado y reconocido.
El espíritu de humildad socrática, que creo importante recomendar ya fuera
este real o impostado, está más claramente expuesto en algunos de los escritos de
Platón. En el diálogo Eutifrón, Sócrates se encuentra con un hombre así llamado y
comienza una conversación con él. El marco del diálogo es el ágora ateniense.
Sócrates ha sido acusado del cargo de impiedad por Meleto. La sentencia por este
crimen es la muerte. Casualmente, Eutifrón ha acusado a su propio padre de haber
matado a un esclavo, delito que, en aquel tiempo, era una ofensa religiosa que era
considerada una forma de “contaminación” o “impiedad”, algo que si no era
ritualmente purificado, ofendería a los dioses. Al acusar a su padre, Eutifrón cree
que está actuando según su propio conocimiento sobre los dioses y sus deseos, y, de
este modo, sobre el tema general de la impiedad. Sócrates desea conseguir este
conocimiento especial de la impiedad de la mano de Eutifrón de modo que le sirva
para organizar su defensa en su propio juicio. Desafortunadamente, Eutifrón no es
capaz de responder las preguntas de Sócrates sobre la impiedad para frustración de
Sócrates y de sí mismo. Eutifrón es incapaz de aclarar lo que es la impiedad, incluso
aunque ha acusado a su padre de este crimen. Cuando Sócrates presiona a Eutifrón
para que este exprese su conocimiento de la impiedad, a Eutifrón no le queda más
remedio que abandonar la discusión alegando que tiene asuntos pendientes en otra
parte.
Considero oportuno ahora la lectura del diálogo platónico Eutifrón para
percibir directamente el sabor de la discusión filosófica de manos del propio
maestro Sócrates (o, al menos, el Sócrates platónico). Antes del texto, ofrecemos
una descripción de los elementos básicos del método socrático que se encuentran
típicamente en los diálogos platónicos.
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1.2 El método socrático
1. Entablar una conversación con alguien sobre algún tema polémico o
controvertido.
2. Llevar la conversación hacia algún concepto o término que tenga
significación filosófica o importancia central para el asunto a debate o discusión.
3. Pedir una clarificación definitoria de ese término o concepto filosófico
clave.
4. Desvelar las deficiencias de la definición que se haya aportado y ayuda a la
persona con la que discutes a desarrollar una nueva que sea más adecuada.
5. Examinar críticamente la nueva versión mejorada de la definición que
previamente era inaceptable, mostrando sus defectos o inconsistencias.
6. Repetir los paso 4 y 5 varias veces hasta que se haya articulado una
definición clara que satisfaga lo máximo posible a todo el mundo (curiosamente, en
los diálogos platónicos, quien discute con Sócrates a menudo se irrita o se ofende al
final, tratando de buscar una excusa para terminar la conversación o sugerir que la
investigación para una definición adecuada debe continuar en otro momento). 4
Adaptado de William F. Lawhead, The Voyage of Discovery: A History of Western Philosophy, Belmont,
California, Wadsworth, Publishing, Co., 1996, pp. 49-50.
4
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Pensamiento crítico II
La pendiente resbaladiza
La sociedad contemporánea está repleta de mensajes y de discursos que se
emiten. Desde la publicidad cotidiana presente en la mayor parte de las parcelas de
nuestras vidas hasta la propaganda proveniente de algunos sectores políticos,
pasando por los discursos que se dan en un aula o en las conversaciones con los
amigos. Los razonamientos están presentes en nuestra vida cotidiana y, quizá hoy
más que nunca, se torna imprescindible analizar con detalle y con cuidado el
contenido de los mismos para evitar caer en el error o el engaño. Existe toda una
multitud de diversos tipos de falacias discursivas, razonamientos engañosos, falsos,
que están presentes en los discursos que nos rodean. Entre los más conspicuos, los
más destacados y, a la par, los más fáciles de detectar son:
- Efecto dominó.
Este concepto supone que al caer una de las piezas del dominó golpea a la
que está inmediatamente delante de él y la hace caer iniciando una reacción en
cadena que no termina sino con la caída de la última pieza. Lo que viene a sugerir el
efecto dominó es que si ocurre un hecho particular que es indeseable este evento
desencadenará una secuencia de eventos similares. El efecto dominó también puede
ser conocido como “pendiente resbaladiza”, aunque ambos conceptos son
ligeramente diferentes. La pendiente resbaladiza es un argumento también de fácil
explicación: si permitimos que A ocurra (siendo A generalmente un hecho
prácticamente inocuo al que normalmente no nos opondríamos o sólo
presentaríamos una ligera oposición), entonces ello nos conducirá, inevitablemente,
hasta Z (un hecho horrible e indeseable). Una de las características fundamentales de
la pendiente resbaladiza es que se obvian los pasos que van de B a Y. Suele ocurrir,
además, que esta ausencia, notable por lo demás, es muy importante. También suele
faltar una justificación real sobre por qué es inevitable el camino que va desde A
hasta Z. Este es un viejo truco retórico cuyo objetivo fundamental es el de poner
toda la atención en lo horrible que es Z, pensando que así se pasará por alto los
posible méritos que pueda reportar A. Veamos algunos ejemplos de pendiente
resbaladiza.
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(1er ejemplo) A- Si legalizamos las drogas blandas, tales como el cannabis o
el hachís, ello llevará a que
Z- se anime la experimentación con drogas más duras y terribles y antes de
que nos demos cuenta las calles de medio mundo estarán repletas de adictos a las
drogas.
(2º ejemplo) A- Si permitimos la eutanasia para que enfermos terminales
puedan elegir el momento de su muerte ello nos conducirá ineluctiblemente a
Z- que los ancianos, en una atmósfera de culpabilidad, acepten el irse
calladamente de esta vida reduciendo la carga de los cuidados y el coste que
suponen.
-La cuña
Una pequeña grieta en una roca sólida puede ser ensanchada
progresivamente introduciendo en ella una cuña. Del mismo modo, con esta
imagen, podemos entender este tipo de razonamiento envenenado, la figura más
clara es la de la parte delgada de la cuña que permite, con el tiempo, introducir la
parte gruesa ensanchando la grieta que, inicialmente, era mínima. Lo que viene a
sugerir este concepto es que un cambio pequeño en, por ejemplo, una ley o una
norma, puede ser el inicio o la excusa para una reforma completa y un cambio
radical. Muchas de las políticas que se practican hoy en día, en los parlamentos de
las democracias occidentales, se llevan a cabo mediante este efecto, el de introducir
pequeñas reformas iniciales que, con el tiempo, permiten grandes cambios que, si
hubieran sido previstos por la opinión pública, habrían sido vistos con gran
oposición. Ejemplo:
Ante el aumento de la experiencia media de vida y la necesidad de afrontar el
pago de las pensiones de una población cada vez más avejentada, inicialmente se
retrasa la edad de jubilación hasta los 67 años. Con el paso del tiempo, esa edad de
jubilación irá cada vez retrasándose más y, quizá, se reducirá también la cantidad de
las pensiones.
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-Dibujar la línea
Este problema surge cuando es necesario establecer un límite para algo, la
línea resultante es un ejemplo claro de la arbitrariedad de la misma. Es difícil saber
con precisión dónde conviene dibujar la línea que supone el límite de algo. La
complicación fundamental radica en la búsqueda de cierto conocimiento en los
casos en que tal conocimiento no es posible, surge de la expectativa de un grado de
precisión que es inapropiado para el contexto. Por ejemplo, podemos estar todos
más o menos de acuerdo en que sería erróneo permitir a muchos millones de
inmigrantes establecerse en el país cada año y, sin embargo, es correcto permitir a
algunos de ellos hacerlo. ¿Dónde establecemos el límite? ¿Por dónde trazamos la
línea? El hecho de que hay, inevitablemente, cierto grado de imprecisión alrededor
de esta decisión que hay que tomar o sobre el contexto en el que se establece no
significa que no pueda o no deba llevarse a cabo. Uno de los ejemplos clave que
permiten valorar en su adecuada medida la importancia de este tipo de
razonamientos es el problema del aborto. Podemos estar de acuerdo en que un
embrión recién formado es bastante distinto de un niño ya nacido, sin embargo es
importante establecer cuándo se produce el cambio de uno a otro para poder
determinar hasta cuándo el aborto es legítimo y cuándo no. Este caso es
concretamente complejo porque la evolución del embrión es un proceso gradual y
señalar la línea de cuándo va a considerarse con derechos el embrión y cuándo no es
una muestra de la necesidad de cierta arbitrariedad en esta decisión.
Otro de los conceptos hermanados con el de dibujar la línea es el sorites. Este
concepto, creado por Eubúlides de Mileto, pero trabajado con mayor detenimiento
por Cicerón, debe su nombre al término griego soros, que significa puñado, montón,
e inicialmente se elaboró sobre la formulación de cuántos granos de arena tiene un
puñado de arena. Expresado en forma de adición de granos de arena, el argumento
es más o menos así:
- 1 grano de arena no hace un puñado.
- Si 1 grano de arena no hace un puñado, entonces 2 granos de arena
tampoco.
- Si 2 granos de arena no hacen un puñado, entonces 3 granos tampoco.
- (…).
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- Si 9.999 granos de arena no hacen un puñado, entonces 10.000 granos
tampoco.
- Entonces, 10.000 granos de arena no son un puñado.
Imagino que todos nos habríamos plantado antes de llevar este argumento a
su última expresión, que no es otra que una regresión o más bien progresión hasta el
infinito. Entonces, ¿dónde está el problema? ¿Dónde podemos establecer la línea?
Podemos tratar de volver sobre nuestros pasos para ver dónde hemos
podido equivocarnos, ya que la conclusión que hemos alcanzado con el sorites es que
no hay nunca puñados de arena en mis manos. Algo debe estar mal con las premisas
del silogismo. De hecho, a pesar de lo viejo que es este problema, todavía no hay un
consenso claro sobre cómo tratar de resolver esta paradoja (algo similar a lo que les
ocurre a las aporías de Zenón de Elea) y eso que se han intentado distintas
aproximaciones.
Una de las salidas propuestas para esta paradoja es insistir en que, alcanzado
cierto punto, se habrá logrado una diferencia y tendremos un puñado; otra
propuesta es que hay un número preciso de granos de arena que marcan la frontera
entre un puñado y un no-puñado. Si tal límite existe realmente, no podemos saber
con precisión dónde está. Cualquier intento de establecer una línea parecerá
arbitrario. No basta con decir que 500 granos de arena son un puñado, ¿qué pasa
entonces con 499?
Este tipo de razonamientos vienen a confirmar la tensión existente entre los
términos imprecisos que se emplean en el lenguaje natural y la lógica clásica, es que
este es ambivalente (lo que significa que cada proposición puede ser o verdadera o
falsa). Así, en el lenguaje natural quizá habría que introducir ciertos grados de
verdad, de modo que no todo sería o verdadero o falso, sino que toda una panoplia
de posibilidades surgirían entre ambos extremos. De ahí la oportunidad de la vieja
sentencia de A. N. Whitehead: “No hay verdades completas; todas las verdades son medias
verdades”.
Todos estos razonamientos envenenados, estas falacias más o menos burdas,
son explicadas aquí con un motivo muy simple: El de advertir contra la presencia de
este tipo de engaños en los discursos que nos rodean, los que van de la publicidad a
la política. Quizá, para terminar este bloque, sea lo mejor mencionar el cuentecito de
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la rana hervida que sirve para precavernos contra los peligros de algunos cambios
sociales y políticos indeseables. La idea del cuentecito es bien sencilla, si lo que
queremos es hervir una rana, nos esforzaremos en vano si la dejamos caer
directamente sobre una olla con agua hirviendo, porque dará un salto con sus
potentes ancas traseras y se escapará. Sin embargo, si ponemos la rana en agua fría y
gradualmente vamos aumentando la temperatura del agua hasta que hierva, la
historia cambia, pues quizá la rana no se dé cuenta a tiempo del cambio o nos dé
tiempo a poner la tapadera de la olla. Así, la erosión gradual de los derechos y
libertades de los que disfrutamos como ciudadanos puede, de la misma manera que
le ocurrió a la rana, producirse paulatinamente sin la adecuada respuesta social, que,
en cambio, sí aparecería si esta pérdida de derechos y libertades ocurriera
súbitamente y de un sólo golpe. El problema es que, quizá, algunos líderes políticos
tratarán de emular el plan de introducir primero la rana en el agua fría.
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