La genealogía del Trabajo Social contemporáneo

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La genealogía del Trabajo Social
contemporáneo
“Complejidad del objeto de investigación/
intervención disciplinar”16
Víctor R. Yáñez Pereira17
Resumen
En esta ponencia se parte de la base que la realidad se va formando como
una trama que urde cosas con palabras (Foucault, 1995), configurando a nivel
de la conciencia y del lenguaje una densa trama discursiva, que posibilita
develar el contenido de aquellas vivencias y experiencias a través de las cuales
se hacen presentes extraordinarios insumos para que la razón trasparente
códigos referentes y expresivos sobre la realidad. Aludimos a puntos de
emergencia desde los cuales comienza la formulación de la realidad como un
constructo social tangible, emanado de complejas distinciones que, mediante
una observación que supera el nivel basal, se compromete con el momento
y las consecuencias en que lo exterior, los fenómenos, son aprehendidos,
esto es, fecundados como objetos/imágenes en nuestra interioridad. En este
marco, la racionalidad hermenéutica – crítica, en toda su proyección como eje
de discernimiento del pensamiento y deliberación de un discurso sustantivo,
traduce la lógica en una experiencia de razonamiento que procura rebasar
sus propios límites, poniendo en tensión la totalización impositiva de esos
cánones ideologizantes y deterministas de un conocimiento heredado desde
la tradición viejo europea del siglo VII. Asentado en esta composición de la
mirada disciplinar, Trabajo Social se hace portador de una comprensión y un
entendimiento que nace mediado por el cuestionamiento de la realidad como
movimiento socio-histórico, y no sólo como objetivación per se, ya que es en
la crítica donde nuestro objeto de investigación/intervención emerge como
construcción temporalizada, o sea, como devenir, pues el mismo siempre se
encontrará en itinerantica, en realización e impugnación. Afirmamos que
nuestro objeto es dialéctico por definición, ya que se erige en la contradicción
contingente y dinamizante de las contemporáneas relaciones sociales y su
conflictiva polivocidad. De ahí que junto a Walter Benjamín le concibamos
16
Esta Ponencia recoge algunos planteamientos desarrollados con mayor profundidad en: Yáñez Pereira,
Víctor R. (2013). Trabajo Social en Contextos de Alta Complejidad: reflexiones sobre el pensum disciplinar.
Editorial espacio, Buenos Aires, Argentina. [email protected]
17
Asistente Social y Licenciado en Servicio Social de la Universidad de Concepción. Diplomado en Mediación e Intervención Familiar en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Trabajo Social y
Políticas Sociales en la Universidad de Concepción. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad de Sevilla, España. Actualmente es Profesor Asociado y Director de la Carrera de Trabajo Social en
la Universidad Autónoma de Chile, Sede Talca. Además, es Director del Programa de Magíster en Trabajo
Social con mención en Intervención Social y Director del Centro de Estudios y Gestión Social del Maule,
en la misma Casa de Estudios Superiores. Ha oficiado como profesor Invitado en Programas de Pre y Post
Grado a nivel nacional e internacional.
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como “imágenes que piensan” (Benjamín, 2012, pp. 179-186), es decir, como
el producto de unas semánticas que entrelazan el potencial enunciativo con el
acto proposicional de los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales, trayendo
como resultante nuestra capacidad de nombrar aquello que da sentido a
las oportunidades de cambio o transformación social. De allí parte nuestra
responsabilidad y promesa ético – política por articular observaciones y
discursos de segunda generación, que nos permitan problematizar asuntos
situados en el mundo fenoménico, en atención a ciertas condiciones y
circunstancias que cualifican los atributos y pertinencias de investigación/
intervención en los contemporáneos y complejos escenarios sociales.
Palabras clave: Trabajo social contemporáneo, genealogía, investigación/
intervención, praxiología, observación de segunda generación, campo
discursivo, objeto/imágenes.
Presentación
Trabajo Social reclama de un cambio de lógica que nace mediada por la
expresión dialéctica y dialógica de lo contemporáneo, esto es, aquello que
ofrece el fundamento contenido y expresado en nuestra cosmología disciplinar,
develando que las líneas de base en que edificamos zonas de realidad, sistemas
de relación y marcos de representación recaen en eso que llamamos lo social,
en tanto espacio asentado en la pluralidad y diversidad manifiestas como
modus vivendi, es decir, como el producto de tramas y textos que enlazan
modos de ver y actuar divergentes, convergentes y acoplables, donde se borra
la antigua y absoluta frontera entre lo público y lo privado.
Lo anterior, promueve la mudanza del Trabajo Social en lo contemporáneo,
haciendo aparecer el logos como prueba para dinamizar y sustentar
nuestras problematizaciones, argumentaciones y propuestas, invitándonos
a auto-observarnos en el correr de la época, en tanto seres tempóreos en
los cuales las marcas del pasado van unidas a la contingencia del presente,
bifurcando nuestros estar en realización, como un proyecto orientado hacia
el por – venir, que emana en el instante de la historicidad y no como pura
actualidad. Concomitantemente, es en nuestro estado contemporáneo donde
recuperamos eso que para Bergson se reconoce como elan vital (Ciudad,
1969, p. 32), la fuerza interior que nos guía hacia la emancipación disciplinar,
visibilizándonos en aquellas cuestiones que se construyen como un juego de
representaciones ávidas de léxicos y elocuciones.
Entonces, pensar en la genealogía del Trabajo Social contemporáneo
reclama de una postura crítica que nos posibilite cuestionar y reinventar
nuestra capacidad de traducir las relaciones sociales en imágenes con
contenido decidor, asumiendo en ellas el punto de fuga desde el cual nuestra
investigación/intervención adquiere el vigor de los nuevos comienzos, esto
es, un sentido histórico disruptivo y discontinuo, donde las observaciones,
conceptualizaciones, discursos y praxis se tornan contingentes y flexibles,
pues recuperan la contradicción y el conflicto como motor del cambio y la
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Reflexionando las disciplinas
transformación social. Dicha genealogía deja a la luz que la investigación/
intervención representa un campo de poder, compuesto por relaciones de
fuerza y de lucha que actúan como oposición o contra-historia, desde donde
pueden emanar respuestas más pertinentes a las demandas sociales y a la
producción de categorías de entendimiento que posibilitan traducir tales
objetivaciones genéricas y vacías, en objetos/imágenes particulares donde
encontrarnos el fundamento silenciado de aquellas exigibilidades de derechos
propios de la condición humana que, al menos, aparentan carecer de historia.
La genealogía nos aproxima hacia aquello que la historia oficial y lo instituido
por dominación hegemónica ha dejado en los márgenes de lo cotidiano,
pretendiendo mostrar en plural lo que ha sido realizado y dicho en el espacio
del silencio, en tanto contradicción a lo que se instaura como “la verdad”.
Es una invitación a descubrir y revelar, a exaltar la crítica como dialéctica
negativa, o sea, como rescate de lo inconcluso, lo relativo y lo cuestionable,
propio de una arqueología del saber (Foucault, 2003), que se desarrolla en la
coetáneidad epocal en que los objetos/imágenes se encuentran en emergencia
y donde la observación captura su singular acometida, pudiendo hacerlo texto
y discurso, por lo tanto, fundamento expresable.
Es por el encuentro con su genealogía que Trabajo Social requiere revisar
su vinculación con los procesos de cambio que han enfrentado y enfrentan los
actuales escenarios sociales, esos que surgen a consecuencia de las contrastes
y ambivalencias entre las cuales se movilizan las relaciones sociales como
discursos y praxis, en cuyo seno se manifiesta el caos que, desde el siglo
XX, acuñan los rostros del Mundo Moderno, esas fisonomías duras de la
modernización que no se repliegan sólo a la pobreza, sino a todas las formas de
exclusión y desigualdad. Ello nos obliga a resituarnos, buscar los lugares tanto
empíricos como no empíricos desde los cuales podamos comenzar a movernos
en esos complejos escenarios contemporáneos, que logramos concebir como
una expresión de la disipativa organización de la vida moderna, dinamizando
de otra manera el horizonte temporal y espacial del presente, al reemplazar el
ficticio equilibrio de lo social, por la explicita asimetría e inestabilidad estructural
de su realidad (Prigogine y Stengers, 1994, p. 202).
Es allí, en dicha gradiente de complejidad, donde se erige la crítica
como discernimiento razonado y razonable, o sea, como interpelación
fundamentada sobre aquello que se presume verdadero, lo que no implica
disentimiento gratuito, sino un replanteo en el entendido que la verdad no es
la realidad, lo absoluto o la totalidad, es simplemente un error rectificado, que
no ha sido nuevamente refutado. De ahí que la verosimilitud sea consecuencia
de una lógica instrumental y analítica, que pone a la razón como vencedora
ante la falacia o la ficción (Nietzsche, 2001, p. 171), ocultando la dialéctica
que sostiene a la verdad como correlato del error y viceversa, lo que nos exige
a los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales reelaborar la conexión de lo
abstracto con lo concreto, lo epistémico con lo metodológico, lo científico con lo
común, lo profesional con lo cotidiano, logrando efectuar una re-lectura sobre
Reflexionando las disciplinas
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nuestras denominaciones y fuentes, así como sobre los datos que intentan
dar cuenta de la compleja eventualidad de lo social; pero, que por sí solos
jamás lo logran, pues requieren en todo momento de juicios, explicaciones e
interpretaciones.
En consecuencia, debemos re-aprender a trabajar con los objetos/imágenes
desde los cuales aprehendemos la realidad e intentamos afectarla, para darles
un significado y una argumentación trascendente, para escuchar los sonidos del
silencio, así como para conocer las oportunidades de igualdad, justicia y libertad
desde dentro, desde la propia disciplina en su compromiso ético – político y
teórico – metodológico con lo social. Dicha capacidad de traducción nos posibilita,
como Trabajadores Sociales, tomar una posición de incidencia respecto de
aquello que acontece históricamente en nuestra realidad, ya que las demandas
sociales siempre operan como irritaciones de lo otro (los entornos y contextos)
sobre el Trabajo Social, por lo cual hemos de asumir criterios de distinción que
releven categorías de entendimiento aptas para contrastar las áreas de verdad
construidas como situaciones concretas pensadas contra el error.
Únicamente desde ese quebrantamiento podremos posicionarnos
en aquellos escenarios sociales complejos, que implican des-regular,
primeramente, el espejismo de un orden social predefinido que, junto a
Durkheim, vimos manifiesto en una suerte de estructura instalada por sobre
los comportamientos individuales. Es una ruptura traída por lo contemporáneo
que es la manifestación de esa “[…] desaparición de las utopías centradas […],
en general, en la idea misma de la <<sociedad buena>>” (Bauman, 2006, p.
21), en tanto premisas rectoras que ofician como dispositivos de poder y
verdad (Foucault, 1992, p. 24) que, por el aprendizaje de la repetición y de la
procedencia, sólo pueden conducir a la petrificación del discurso instituido
sobre el discurso instituyente.
Parte Primera. Notas preliminares sobre el contexto de
referencia: hacia la ruptura y las nuevas lógicas en el
Trabajo Social
Para ningún participante activo del desarrollo de las ciencias sociales
es desconocido el hecho de que el propio impacto de la modernidad
sobre las formas de vida en sociedad ha conducido a una cada vez más
elevada complejidad social, la cual sólo puede ser comprendida y atendida
estableciendo mediaciones cognitivas entre lo global y lo local, entre lo
general y lo específico, entre lo teórico y lo empírico. Mediaciones que nos
ofrecen la posibilidad de abrir nuestro conocimiento hacia nuevos escenarios
geográficos, sociales, económicos, políticos, institucionales y culturales que
han venido a transformar, ostensiblemente, las bases en que se cimientan
las actuales formas de relación social, y que, sin lugar a dudas, entorpecen
las predicciones sobre los fenómenos, sucesos y/o hechos que definen a la
sociedad contemporánea, dejándonos en actitud de expectación y perplejidad
en cuanto a su significación y sobre todo a su re-significación.
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Reflexionando las disciplinas
Esto es así, pues dicha complejidad comporta una ascendente densidad,
variabilidad y difusidad en el entramado de conexiones y contradicciones
que son constituyentes de lo social, cuya inconmensurable universalidad hace
perder la cardinalidad de los puntos que proyectan la posición de la persona
en el mundo, trayendo consigo los lados oscuros en los procesos actuales
del conocimiento humano. Aludimos, a la incertidumbre en la esfera de un
entendimiento que nos acerca hacia un “algo” cada vez más desconocido,
hacia un fenómeno procesual que pone en tensión la cultura intelectual, la
cultura de la lógica, la cultura del lenguaje, exigiéndonos una apertura hacia
lo que hasta aquí se nos ha hecho incomprensible e improbable, pues nos
hemos encerrado en un cuerpo de conocimiento determinista y funcional,
cuya matriz radica en ese discurso cartesiano naciente en el advenimiento del
moderno mundo occidental, el cual se nos fue heredado como el fundamento
absoluto del saber y que, a la vez, nosotros mismos nos hemos encargado de
dejar como herencia y no como proposición a las nuevas generaciones.
En este sentido, reconocemos la existencia de una emergente crisis que
impacta fuertemente el progreso del conocimiento y el saber en contextos
contemporáneos, la cual radica en esa tendencia que le ha hecho devenir
cada vez más objetivo y menos reflexivo, como si fuese un producto que
contiene mucho de ciencia y poco de filosofía. Restricción que trae consigo
un debilitamiento en las posibilidades de apertura hacia un máximo
indeterminismo en sus campos de movimiento, como si se desconociera que
el inacabamiento del saber para conocer es cada vez más desbordante en
cuanto a su ritmo y más acelerado en cuanto a su frecuencia. Hablamos, así,
de una crisis que se engendra en esa búsqueda animista de un conocimiento
científico-analítico que encuentra su seno en la certidumbre, en esa esfera
intelectual que da cuenta de un entendimiento que se cree capaz de conocer
la “cosa en sí”, pero que en realidad llega solo hasta el nivel de las evidencias y,
por consiguiente, de lo que se presenta como aparente.
Dicha cuestión, sin lugar a dudas, nos ha hecho enfrentar lo que aquí
llamaremos las “crisis de los fundamentos del Trabajo Social”, la cual en
general no escapa a la crisis propia de las ciencias sociales. No podemos
olvidar que fue la búsqueda de la certidumbre lo que nos condujo a
privilegiar la indiscriminada recogida y asunción de cartografías extranjeras
de entendimiento, transmutadas, estas, desde las diversas disciplinas de las
ciencias sociales y humanas, a cuyos fundamentos les atribuimos seguridad,
fiabilidad y confianza; pero, desatendiendo las salvaguardas que vienen
a poner en vigilancia nuestra irregular adaptación de tal conocimiento a
los requerimientos y rendimientos de nuestros método, objeto/imagen e
investigación/intervención.
Más bien, nos hemos dedicado a huir, escapar, de la oportunidad de conocer,
de descubrir lo que nos parece incierto, para cobijarnos en la certeza de un
saber a mano, un saber que está allí antes de nosotros, por sobre nosotros y
con prescindencia de nosotros, pero “no en busca de un cultivo del alma, del
cultivo que corresponda al propio destino, al peculiar modo de ser y a la seria y
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objetiva cultura [social y científica] de la época, sino en busca de muy otra cosa:
de un amo que [nos] prescriba lo que hay que pensar, hacer y omitir” (Scheler,
1960, p. 13). Motivo por el cual, como contrapartida, hemos visto limitadas
nuestras posibilidades para construir, de-construir, y reconstruir estructuras
de conocimiento teórico y matrices conceptuales robustas, adoleciendo, por lo
mismo, de la inexistencia de una teoría del Trabajo Social, pues nada conocemos
hoy día cómo algo que podamos llamar así, porque ese algo aún no existe.
Tal asunto, es el germen que ha dado vida a la mencionada crisis de nuestros
fundamentos, la que nos invita a comenzar desde ahí, donde aún nada existe,
a reconfigurar la tradición disciplinaria, esa cosmología histórica, simbólica
y original que debemos asumir como punto de partida, siempre irruptor,
para un profundo cuestionamiento que nos permita relativizar y renovar,
permanentemente, el acervo de conocimiento disponible en el Trabajo Social.
Ese mismo conocimiento que nos ha hecho incapaces de ver que en la propia
realidad de lo real lo incierto se instala tras nuestras certidumbres locales,
para por el contrario haber construido una clase de saber práctico-operativo,
que binariamente se separa de la razón abstracta, dificultándonos desarrollar
observaciones, conceptualizaciones, discursos y proposiciones que hagan
proliferar concretos pensados desde racionalidades más complejas, capaces
de urdir la reflexión con la crítica y a estas con el lenguaje y la praxis.
Desde ahí que actualmente enfrentemos una necesidad vital de re-interrogar,
revisitar y resituar nuestro pensum disciplinar, para revalidad las condiciones,
posibilidades y límites de nuestras propias cualidades de comprensión,
integrando la explicación a la interpretación, así como el entendimiento con
la aprehensión, para conseguir participar en la construcción de la realidad
social mediante la producción de un conocimiento de y para la investigación/
intervención en la praxis. Asunto que nos obliga a reconocer que los y las
Trabajadores y Trabajadoras Sociales, en cuanto agentes cognoscentes,
desarrollamos aptitudes intelectuales y campos de racionalidad que nos
permiten pensar las materialidades como ideas, traducir los fenómenos en
lenguajes, aproximarnos a verdades contextuales y discernir razonadamente
sobre la realidad en la cual, también, estamos inmersos, expresando aquello
que observamos como gramáticas y semánticas contenidas en nuestras
investigaciones/intervenciones.
Es acá donde entra en el juego la disposición de los y las profesionales por
instaurar una cultura disciplinar orientada hacia la permanente ruptura con el
error, en la medida de una oportunidad en la generación de un conocimiento
con valor teórico-metodológico, que basado en el espíritu de la ciencia, asuma
atributo de perfectibilidad, pues se hace capaz de cambiar y desarrollarse
desde simples nociones hasta representaciones con mayor poder explicativo
e interpretativo, que nos permitan una más densa comprensión sobre la
realidad social. Toda ruptura trae como resultado un proceso de teorización,
con base epistémica, que comporta la síntesis tras la elaboración, organización
y sistematización del conocimiento, posibilitándonos la formación de
estructuras conceptuales que, posteriormente, serán sometidas a conjetura
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Reflexionando las disciplinas
y refutación “para constituir la lógica del descubrimiento de la verdad
como polémica contra el error y como esfuerzo para someter las verdades
próximas a la ciencia y los métodos que utiliza a una rectificación metódica y
permanente” (Bourdieu, 1999, p. 14).
En esta perspectiva, hay que concebir en el “error” la posibilidad para hacer
despertar una curiosidad intelectual que se proyecte más allá de las necesidades
del saber inmediato, a partir de un proceso reflexivo que arrastre al Trabajo Social
hacia una actitud científica, capaz de descubrir y producir una estructura de
saber integrado sometida a constantes quiebres, reconstrucciones y exámenes
de validez. Tal instancia de ruptura debe estar mediada por nuestros propios
procesos de investigación/intervención que, concomitantemente, revelan el
riesgo de conocer para actuar, esto es, lo eventual de la condición praxiológica
de la disciplina que, en la experiencia teórico-práctica, tensiona las relaciones
construidas respecto de las relaciones aparentes, complejizando el potencial de
significación, entendimiento y argumentación.
Parte Segunda. Pistas para Reposicionar la Complejidad
Praxiológica del Trabajo Social: patrimonio de la experiencia
teórico-práctica de la disciplina
La configuración y contenido praxiológico de nuestra disciplina implica resituar
la conjunción teoría – práctica, en cuanto a la complejidad que orienta y define
los procesos de investigación/intervención de Trabajo Social, y que hemos
de comprender como aquello desde donde se funda la razón disciplinar. Nos
referimos a un capital, a una riqueza capaz de ser revelada, atrapada y vuelta a
liberar a través de experiencias puntualizadas como imágenes, que el Trabajador
o la Trabajadora Social transfieren a las cosas, convirtiéndolas en objetos de sus
discursos, es decir, en construcciones derivadas de la densidad que comporta la
acción de su logos, que también es vivo, es movimiento y conflicto.
Es así que la trama praxiológica de Trabajo Social, en cuanto texto y
expresividad, pone en relación al episteme, la axiología y la ontología, para
erigir una razón teorética derivada de su praxis que, a su vez, es creada por
y creadora de una razón situada conceptualmente, o sea, de un contexto
de sentido para el entendimiento sobre algo actuoso. De esta manera, no
debemos detenernos, en revisitar las pretéritas concepciones binarias
que localizan a teoría v/s práctica, como una especie de polos disjuntos, ni
atender a las premisas intermedias que intentan revitalizar su tensión, debido
a que esa entidad emana como resultante de la experiencia de una dialógica
e indisoluble contradicción contenida en la articulación de argumentación y
realidad, o sea, entre palabras y materialidades, entre conceptos y cosas.
Por lo mismo, dicha experiencia no puede ser restringida a la noción de
práxis empírica, ya que ello sería más bien degradarla en la evidenciable
polarización moderna entre teoría y práctica (Adorno, 1973, p. 173), lo cual
expresa su fuerte incidencia en los modos de ver y concebir los procesos y las lógicas
Reflexionando las disciplinas
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de investigación/intervención, y que no pueden seguir haciéndose análogas a un
asunto de implementación, aplicación o interacción, por medio de metodologías o
procedimientos tipificados como un hacer operativo. En la fusión teoría – práctica
se impulsan saberes integrados, desde los cuales emanan enclaves y aperturas
a diversificadas constelaciones sobre la realidad, quebrantando perspectivas
positivistas que distancian la acción práctica de la acción teórica.
Entonces, bajar la valoración y el importe de la experiencia teórico-práctica
de Trabajo Social nos vuelve mudos en el campo de batalla, el de la investigación/
intervención, el del mundo social fenoménico y de la vida cotidiana, pues
perdemos la capacidad de lenguaje público y de comunicabilidad, como ya lo
adelantó Benjamin (2002) y Bauman (2009), cada cual a su manera. En este
escenario entendemos que los objetos/imágenes por sí solos son marcas frías,
representaciones mecánicas, que reclaman interpretaciones y explicaciones,
observaciones y sistematizaciones, de modo de hacerlas surgir a partir de
nuestra criticidad sobre los datos y evidencias, para desde allí conceptuar
el mundo social fenoménico con una noción de experiencia realizada sobre
un área sustantiva, validando supuestos emergentes o proposiciones que se
plantean como consecuencia del compromiso conceptual, las potencialidades
de lenguaje y argumentación, así como en la capacidad de nombrar al otro y
lo otro como realidad.
Por consiguiente, consideramos que el cúmulo de experiencias y el aporte de
Trabajo Social a la des-construcción y abordaje de las actuales demandas sociales
pasa por su capacidad de erigir debates e investigaciones sobre los fenómenos y
su potencial de transformación y cambio. Sin embargo, en el lugar de los debates
hemos instaurado la técnica y en el sitio de la investigación, la replicación de
descripciones uniformes, lo cual refleja nuestro enorme adeudo con la categoría
de experiencia y la pobreza en la vitalización de la complejidad teoría – práctica,
tan característica de la hibridez de concepciones imperantes en la época que corre,
la que siempre busca el nuevo rostro, intentando comenzar desde el principio
como tabula rasa; pero, alcanzando finalmente reduccionismos, fragmentaciones,
sin lograr hacer ruinas las hegemonías que nos alejan de la incansable lucha por
reflexionar y conocer para transformar la realidad (Benjamin, 1989).
Esto nos hace recordar que es mediante nuestros modelos de comprensión
que sacamos a la luz las desoladoras manifestaciones de la modernización,
a saber: la exclusión, desigualdad e injusticia que no son solo económicas
y que por lo mismo reclaman una observación contextual; pero sin separar
explicación de interpretación ni estas de la intervención, en tanto expresión de
un trabajo conceptual traducido en discurso. Lo mismo, representa un hondo
esfuerzo de traducción comprensiva y criticidad emancipadora, pues inspira
una autorregulación en la producción del conocimiento y la aperturidad del
saber, a través de la consciente exposición -transponible, articular y difundiblede la experiencia como lenguaje, pensamiento y acción, poniendo en dialéctica
negativa la fundamentación única, como prioridad del pensamiento concreto
(Adorno, 1984, p. 7), así como rebasando lo dado por supuesto, al aprehender
que las realidades se edifican y comprometen socio-históricamente.
114
Reflexionando las disciplinas
Por consiguiente, modificar el modo en que concebimos la investigación/
intervención como teoría o práctica, exige transitar hacia su articulación en
el “y”, que propone Beck (1999, pp. 9–21), llevándonos a entender que dicho
ensamble interpela la conciencia mediante las experiencias allí producidas,
revelando diferencias entre objetos/imágenes mentales anteriores y nuevos
conceptos, los cuales por referencia adquieren dinamismo en la vita activa,
mutando su estética para cuestionar y poner en mediación las ideas con
la intuición, a esta con lo azaroso de la empirí y a ella con la balanza de lo
razonado y lo razonable.
Parte Tercera. En la ruta de las Observaciones y Discursos de
Segunda Generación: la configuración de imágenes/objetos
que piensan
Observar implica asumir decisiones y efectuar selecciones, fruto de una
voluntad de verdad capaz de crear el presente como futuro, no supone
capturar la realidad en como tal, ni en un instante precario, sino un cauce de
comprensión sobre lo que acontece y constituye un abismo de posibilidades
para el conocimiento. Cuando observamos volvemos a insertarnos una y otra
vez en la realidad, rompiendo con el sentido de continuo y sucesión, ya que la
observación misma se desarrolla como un proceso de imbricación iluminadora,
lo cual no se repliega a puras categorías de entendimiento preconcebidas,
al contrario, inspira el sentido en la búsqueda, siempre renovable, de unos
fundamentos que se alimentan de lo contemporáneo.
Por lo mismo, advertimos que al comprender no generamos una forma
particular de conocimiento, sino un modo de ser que se reconoce comprometido
como cruce entre un espacio lleno de significación y una vida del espíritu capaz
de encadenar, coherentemente, tales contenidos conceptuales. Enfatizamos
que “comprender es transportarse a otra vida” (Ricoeur, 2008, p. 11), en el
entendido que la observación refleja aquella relación crítica y hermenéutica
que se produce entre la fuerza interpretativa y explicativa de la razón, en el
sentido ingenioso de la conciencia, así como en las cualidades articuladoras
del lenguaje.
De ahí que la realidad se construya mediante imágenes/objetos que
piensan, es decir, como figuraciones derivadas del “uso del lenguaje”
(Wittgenstein, 1989), en nuestro caso del lenguaje significante del Trabajo
Social, haciéndonos pertenecer a una trama argumentativa que, a la vez,
podemos des-construir y reconstruir al momento en que nos planteamos
sobre fenómenos, respecto de los cuales formulamos propuestas de abordaje
derivadas de nuestra cualidad de indagación y deliberación. Ahora bien,
formamos un espacio de des-construcción cuando surgen “preguntas que
enfatizan la significación ético-política [de nuestras observaciones, debates y
discursos]” (Berrios y Rodríguez, 2005, p. 54), que es donde se hace fecundo
aprehender lo misterioso de la realidad, a través de la runa y la objetivación
que hacemos de esos fenómenos que la constituyen, atrapándolos en la escena
de nuestra investigación/intervención.
Reflexionando las disciplinas
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Los objetos/imágenes piensan en la medida que ponen en tensión al
observador/conceptualizador con aquello que se observa/conceptúa, es
decir, al autor del texto y al campo discursivo en que las materialidades se
urden con los actos de habla (Searle, 1980, pp. 26–27), posibilitándonos
formular enunciados, plantear preguntas, erigir promesas, nombrar, etc., en
base a determinadas reglas de uso lingüístico o gramaticalidades, que nos
encaminan no sólo a querer decir, sino que efectivamente a decir algo, esto
es, a proyectar los objetos/imágenes como semánticas. Acá, la pericia desconstructiva de los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales opera desde
un adentro de lo que se observa y debate, rodeando los conceptos que guían
y definen los escenarios de ocurrencia y su puesta en desarrollo, a través de
proposiciones que designan su pertinencia, ya que “[se despliegan] de forma
inmanente, interna, habitando las estructuras en las que actúa” (Berrios y
Rodríguez, 2005, p. 49).
En rigor para que los objetos/imágenes piensen es fundamental que él
y la Trabajador y Trabajadora Social efectúen las oportunas mediaciones
dialécticas que posibiliten “integrar a cada cosa en conexiones sociales que
estén vivas” (Benjamín, 2012, p. 91), lo que de inmediato arma un complejo
juego de lenguaje, donde hablantes y oyentes, autores y textualidades, han
de enfrentar las controversias históricas, contextuales, epistemológicas,
teóricas, metodológicas, éticas, etc., que van interpelando nuestros procesos
de investigación/ intervención en los contemporáneos escenarios sociales.
Dicho proceso exige que, en los diversos campos discursivos, las categorías de
entendimiento sean determinadas por reglas enunciativas y proposicionales,
mediante las cuales se puedan relevar y visibilizar las propiedades y atributos
de la realidad observada, así como el uso que de ellas sea posible realizar,
legitimándolas como medios de demarcación del escenario y los modelos de
escenificación que orienta la investigación/ intervención.
Ahora bien, la escenificación es la instancia que posibilita poner en
acto público el proceso de inserción del y la Trabajador y Trabajadora
Social en la realidad, a través de la construcción de objetos/imágenes en
que se contrapone la comprensión con las condiciones socio-culturales,
políticas, económicas, institucionales, etc., que componen la trama de
nuestras investigaciones/ intervenciones, en tanto espacio de observación
y argumentación que correlaciona el conocimiento y la praxis con el
contexto en que las mismas están inmersas. Los modelos de escenificación,
no son tipos ideales pre-establecidos, a la inversa suponen referenciales
del orden factual, una especie de ligaduras entre atributos materiales y
simbólicos, que definen el contenido del campo discursivo, actuando como
marcas o huellas de sentido inscriptas en la conciencia y memoria de los
agentes de investigación/intervención circunscritos en un determinado
tiempo y espacio.
Por consiguiente, el texto y la trama del campo discursivo que fundamenta
nuestras observaciones, conceptualizaciones, debates y acciones, se contrasta
116
Reflexionando las disciplinas
con la estructura de lo real contenido en la singularidad y heterogeneidad
de cada situación social, donde se desarrolla una serie compleja e inestable
de articulaciones entre historicidad, espacialidad, relaciones y sentido,
configurando un contenido que puede ser revisado desde regímenes de la
mirada y traducido por codificación de la palabra, creando objetos/imágenes
que piensan y representan lo social. De esta manera, es en el hallazgo de
los fundamentos y argumentos que componen el campo discursivo, que los
objetos/imágenes dejan discurrir su sentido, generando desplazamientos
y contradicciones, muchas veces en forma de sombras desde las cuales es
posible hablar (Adorno, 1992, p. 297), una vez que son ubicadas e inventadas
dentro de un cierto repertorio temático, que nos permite expresar lo que se
piensa en la observación.
Así pues, el sentido (phenomena) nos refiere a la sensibilidad con que la
conciencia es capaz de encontrar y otorgar significatividad en y ante aquello
que se encuentra frente a nosotros y que aparece implicado tanto en las obras
como en los discursos humanos, lo cual podrá dejarse ver por medio de una
interpretación y explicación que inquiere a la realidad vivida y pensada por
nosotros mismos. Es así como el sentido disciplinar nos permite des-construir
y volver a construir el rostro de la realidad social, con miras a la reconciliación,
la rebelión o la resignación (Arendt, 2010, p. 17) de los potenciales objetos/
imágenes que inspiran nuestra incesante inserción en el mundo fenoménico,
el cual actúa como resistencia exterior, o sea, como contendiente masivo y
temporal que se hace aprehensible y decible en el nivel reflexivo y lingüístico,
donde nos propuso Karl Jaspers “<<importa ser del todo presente>> […] <<no
abandonarse a lo pasado ni a lo futuro>>” (Arendt, 2010, p. 15).
Allí se liberan los asuntos hermenéutico – críticos de la razón, conforme
a los cuales los Trabajadores Sociales podemos pensar desde parámetros
teórico-metodológicos y juzgar desde dimensiones ético-políticas objetos/
imágenes que hacemos emerger como patrimonio del mundo fenoménico, para
convertirlos en contenidos discursivos que sustentan nuestras observaciones,
en tanto unidades de comprensión que hemos de llamar de segunda generación
(Yáñez, 2007, pp. 198–210). Dichas observaciones incluyen y sobrepasan los
umbrales de las miradas inmediatas, propias de la actitud natural, son especies
de observaciones análogas, una suerte de observación de observaciones, las
cuales traspasan el nivel aparente que imponen los nichos de conocimiento
cerrados en sí mismos, pues se desarrollan como una especie de “[…] ser objeto
de creación por parte del querer” (Vattimo, 2002, p. 53).
Eso supone que nuestra observación siempre se formule incluyéndose
en ella misma, lo que nos indica que no puede librarse de lo que cada
profesional y el Trabajo Social, en su globalidad, es e implica; pero, siempre
en su relación de diferencia con aquellas innumerables experiencias que
enfrentamos cuando construimos los objetos/imágenes de investigación/
intervención, inmersos una pluralidad de escenarios sociales. De aquí que
debamos entender que complejizar nuestras observaciones es, más bien,
Reflexionando las disciplinas
117
una alternativa de racionalidad hermenéutica – crítica que nos ofrece el
pensamiento comprensivo y deliberativo, para desatarnos de la tradición
pragmática – empirista y del determinismo funcionalista tan arraigado en
nuestras tradiciones profesionales, recuperando “las coyunturas conceptuales
de que depende el sentido nuevo […]” (Cordua, 1999, p. 11).
La complejidad de nuestras observaciones comporta la fusión entre lo
teórico y lo práctico, formando un saber praxiológico que nos posiciona en la
premisa de que conocer implica “pasar de la marca visible a lo que se dice a
través de ella y que, sin ella, permanecería como la palabra muda adormecida
entre las cosas” (Foucault, 1995, p. 40), logrando trascender esa falsa
supremacía de la teoría sobre la práctica o de esta última sobre las conjeturas
y refutaciones. Esta construcción de la observación de segunda generación
escapa del sujetamiento a la noción de verdad como objetividad, ayudándonos
a “[…] distinguir entre lo que en ella es fundamental e irremediable y lo que,
por el contrario, se puede todavía corregir […]” (Vattimo, 2002, p. 99), pues
lo que se propone es rescatar la sensible racionalidad del discurso, no sobre
cómo pensar en Trabajo Social, sino sobre qué pensar, o sea, sobre lo que
acontece como objeto/imagen que piensa.
Parte Cuarta. Apuntes sobre la coyuntural construcción del
Objeto de investigación/ intervención: débitos y apuestas del
Trabajo Social
Como antes lo bosquejamos, la miopía epistémica, reflexiva y crítica del
Trabajo Social nos ha llevado a un reduccionismo que lacera la complejidad
de la realidad, poniéndola como algo adicional que unimos sólo ulteriormente
a objetos/imágenes que se cree son carentes de interrelaciones, apareciendo
aislados, uniformes y sin movimiento, como si los mismos se encontraran
inmersos en una situación de reposo. Por lo mismo, dejamos de reconocer
que la esfera de lo social implica una convergencia, siempre dinámica, de los
ámbitos socio-políticos, socio-económicos, socio-jurídicos, socio-históricos,
etc., instaurando como idea rectora, de la clásica tradición disciplinaria del
Trabajador Social, que cualquier cambio observable es posible de entenderse,
simplemente, como el efecto de una causa inerte y parasitaria, descuidando el
hecho de que un movimiento es explicable sólo por un movimiento, como, a su
vez, un cambio emerge sólo a partir de un cambio.
Hablamos de una lógica del reduccionismo que, en el caso de la profesión, ha
venido a disociar incluso la organización de sus más esenciales componentes
disciplinarios, partiendo por dividir los procesos de investigación respecto
de los de intervención, lo que fragmenta, al mismo tiempo, el pensamiento
y la acción, como si se tratase de procesos que comportan una existencia sin
conexiones. Tal simplificación es la que conduce a una inherente ceguera
cognitiva remitida a la pesquisa de aquella evidencia inmediata, que da
cuenta de esos denominados objetos/imágenes aislados y que acoplamos
a una determinada situación, también, separada de su contexto, para
118
Reflexionando las disciplinas
operar, entonces, sobre cuestiones aparentes que nos impiden interpelar la
complejidad de dicho espacio del habitar de una serie de fenómenos sociales.
Hemos de hacer despertar nuestras solidaridades con el universo
del cual formamos parte -este universo es el de las ciencias sociales-,
toda vez que logremos erigir un campo de pensamiento que nos
permita concebir lo social, a través de una observación capaz de formar
conexiones intelectuales que globalicen los diversos componentes de la
realidad, situándonos en una realidad de realidades, mediante la relación
conceptual entre problematizaciones y discursos. Ello traerá consigo el
descubrimiento de objetos/imágenes no triviales (Morin, 2001, p. 148),
entrando de frente contra el amenazante riesgo de la cosificación, que nos
ha tentado a asumir la falsa complextud de objetos/imágenes absolutos,
olvidando que los mismos son creados y re-creados, una y otra vez, por la
fuerza de la reflexión crítica y el discurso deliberativo sobre un “algo” que
le provee de sentido a la disciplina.
Tal asunto da debida cuenta de que el objeto/imagen no es plenamente
autosuficiente, sino que debe ser visto como un producto praxiológico que
comporta un atributo de doble faz, a saber: el de la autonomía y el de la
dependencia entre aquello que es en sí fundamental/fenoménico y abstracto/
concreto. Se torna fundamental que el Trabajo Social logre significar y
representar aquellos atributos propios del objeto/imagen en situación y
de la situación en contexto, para desarrollar un patrón de asimilación de
sus propiedades fácticas, inspiradoras de un proceso de ruptura que haga
posible su permanente reelaboración como encuentro de la razón teórica en
la razón práctica y viceversa.
Cuestión que nos permitiría discriminar entre un proceso real de
objetualización y una mera imposición de lo material o la cosificación de la
evidencia, ya que su construcción exige ir estableciendo nuevas relaciones
entre los aspectos y las esencias de los fenómenos, con nuestros mundos más
subjetivos y los principios de refutación científicos.
No olvidemos que la formulación del objeto/imagen en Trabajo Social
reclama de una constante apertura de nuestros puntos de vista, esos
mismos que lo crean al posicionamos desde racionalidades dialógicas y
críticas que pongan en relación los modos de ver y las realidades que ahí
se traducen en afirmación y negatividad, es decir, en cuestionamiento y
apertura a lo inconcluso (Adorno, 1984, p. 52). Ello implica una reinvención
en nuestros primitivos regímenes de mirada y de conocimiento, en tanto
posibilidades y constricciones de un principio de <<omnijetividad>> que
nos conduzca hacia la producción de un fundamento que no sea ni pura
objetividad, ni pura subjetividad, sino que ambas a la vez, lo cual nos
brindará la posibilidad de concebir la configuración objetivada de los
fenómenos, incluido el tratamiento objetivado de sí mismo, pero a partir y
en función de un interés subjetivo.
Reflexionando las disciplinas
119
Dicho asunto, conlleva la necesidad de cambiar la posición del observador
objetivo que impone al objeto sus propias reglas de elaboración, para convocar
a un observador crítico dispuesto a comprender la hermenéutica de la facticidad
y la fenomenología de la acción, de modo que la práctica de investigación/
intervención del Trabajo Social nos conduzca hacia una asociación entre sujeto y
objeto, desde la cual se emplace el pensar nuestra praxis, como constructum de
un lenguaje disciplinario capaz de concebir en su propio logos una praxiología.
La identidad del punto de vista capturará conceptualmente una realidad como
objeto/imagen en préstamo, que al mismo tiempo, interpelará empíricamente la
identidad del punto de vista, para dar, debida cuenta, del límite en la verdad de la
relación observador-observado, una relación que, implícita en los fundamentos
de una teoría de la práctica, transforma a ambos, pues valora la correlación
entre las condiciones socio-políticas y la actitud científica, trayendo consigo una
“ruptura insuperable con la acción y el mundo” (Bourdieu, 1997, p. 60).
Se trata de una intelectualización activa, que desde el sentido y la razón
situada, nos posibilita comprender la construcción del objeto/imagen como una
mediación cognitiva con la realidad, superando nuestra pura relación práctica con
la práctica, en tanto compromiso y reconciliación del y la Trabajador y Trabajadora
Social con lo que observa, por cuanto también forma parte de ello, provocando
una suerte de vínculo inmanente con el mundo social fenoménico, poniendo en
reciproca contingencia los cursos de pensamiento y acción del Trabajo Social con
la existencia temporal de sus objetos/imágenes. La invitación es a provocar una
conciencia crítica ante la mirada cotidiana, consiguiendo introducir en la teoría
de la práctica la interface entre las razones vividas y las razones objetivadas,
otorgando una alta incidencia a la correlación de conocimiento e interés, al
exponer la presencia de una existencia subjetiva contenida en la objetivación,
para reintroducir en nuestra definición total del objeto/imagen sus primarias
representaciones inmediatas; pero de-construyéndolas para relevar un contenido
que no sólo se constituye por lo que es, sino, además, por el ser que desde el punto
de vista del observador le ha sido atribuido simbólicamente.
Tengamos en consideración que el objeto/imagen es una forma de adecuación
entre el pensamiento y lo que se piensa, el conocimiento y lo que se conoce, lo
cual comporta una asimilación que impide a la comprensión, al entendimiento
y al lenguaje salir de sí, como a su vez encontrar algo que esté fuera de ellos. Así
queda establecida la unión que existen entre el punto de vista del y la profesional
con la oscilación de un objeto/imagen que pretenden construir en sus procesos
de investigación/intervención, explicitando la dependencia relativa que se
produce y re-produce entre las conceptualizaciones y argumentaciones del
campo discursivo que como observadores crean para explicar e interpretar la
realidad, así como la incertidumbre que esta misma comporta18.
Pues bien, en tanto constructo disciplinario nuestros objetos/imágenes
asumen una especie de movimiento de ida y vuelta, que integra la experiencia
18
Producto de su recorrido por complejos itinerarios fractales los discursos sustantivos sufren una desorganizan en su estructura lógica, pues dichas trayectorias interfieren en el modo de pensamiento que se
expresa en el “ahí” de una práctica situada.
120
Reflexionando las disciplinas
con la teoría y viceversa, ya que los mismos “por más parciales y parcelarios
que sean, no pueden ser definidos y construidos sino en función de una
problemática teórica que permite someter a un sistemático examen todos los
aspectos de la realidad puestos en relación por las situaciones que les son
[propicias de observar, problematizar, tematizar y argumentar]” (Bourdieu,
1999, p. 54), pues de lo que se trata es de reconocer un estatuto intelectual y
no de atribuir al objeto/imagen una estatus ontológico.
Ahora bien, es indispensable plantear que el objeto/imagen universal del
Trabajo Social se concibe habitando entre las contemporáneas relaciones
sociales y sus contradicciones, presentes entre agentes, colectivos y clases
que, en su propia reproducción del mundo social fenoménico, objetivado
en la vida cotidiana, forman una determinada organización relevada
como estructuras de saber integrado y modelos de autorregulación social.
Reconocemos que en la hondura de las relaciones sociales, parafraseando a
Habermas (2001), se entrecruzan tanto “actos instrumentales” y/o “actos
comunicativos”, los primeros entendidos como movimientos con que una
persona interviene en el mundo, causando cambios causalmente relevantes
y, los segundos, concebidos como expresividades de lenguaje, a través de las
cuales se representa un significado, produciendo cambios semánticamente
relevantes, a través de los que se va configurando y re-configurando, una y
otra vez, la propia realidad de nuestro objeto/imagen universal.
Las relaciones sociales trascienden la condición de agente particular, existen
en la experiencia y en la expresión de las diferencias, son contradictorias y
complejas, pues no paran de encontrarse y de multiplicarse con y en el ethos
de la vida colectiva, en las maneras de ser y de comportarse de las personas,
cuyas acciones se hacen visibles, a los ojos de los otros, así como concertadas,
en el margen de la libertad y de la determinación. Recordemos que es en dicho
espacio social donde emerge la pluralidad y la alteridad en contraposición con
la singularidad y la identidad, esto es, lo que en Arendt podemos apercibir
como el asunto más definitorio en las cuestiones humanas, o sea, la base
intersubjetiva y culturalmente simbólica del “hecho de que no un hombre,
sino muchos hombres viven sobre la tierra”, la cual es conditio perquam de
una vida política emancipadora (Arendt, 1993, pp. 21–22).
En tal sentido, rescatar el verdadero valor de nuestro objeto/imagen
universal implica resituar las posibilidades de emancipar el potencial humano
en los diversos dominios de la vida social, cuestión factible, únicamente, al
desinstrumentalizar los procesos de investigación/intervención, redefiniéndolos
en la hondura de una racionalidad hermenéutico-crítica que, en la base de la
argumentación y la dialéctica, lleve a los agentes a consensuar sus modus vivendi,
dejando con ello de otorgarle una orientación estratégica que le restringe al plano
de la interacción y coordinación funcional. Cabe señalar que la propia complejidad
del objeto/imagen universal del Trabajo Social, exige llevar a cabo un continuo
proceso teórico-metodológico para su depuración y singularización, esto es, para
construirlo en sus particulares representaciones y específicas interconexiones
como objetos/imágenes particulares y operantes, que son cualificados al interior
de la lucha y unidad de las propias relaciones sociales.
Reflexionando las disciplinas
121
Entonces bien, tales particularizaciones del objeto/imagen universal son
producto de una precisa demarcación, sobre aquellos aspectos a través de los
cuales se desarrollan instancias de selección, focalización y objetivación,
tras problematizaciones, tematizaciones y argumentaciones que, en
su formulación, hacen más operacionalizable y operativa la diversidad
incorporada en su contenido. Hablamos de formulaciones intelectuales
derivadas de distinciones críticas que, en sus propias diferencias, nos
permiten una específica apropiación intelectual hacia las potenciales
articulaciones que se generan entre cada contexto y sistema de acción,
mediante las cuales se escenifican nuestros procesos de investigación/
intervención, en conformidad al grado y nivel de inserción que logremos en
la realidad, pues sólo así se supera aquel concepto animista de observación
que opera sobre cosas en vez de hacerlo sobre relaciones conceptuales y
discursivas asentadas en realidades vivas, instaurando una comprensión
que insta a conocer más allá de la simple identificación y descripción de
lo evidenciable (Bachelard, 1993, p. 11), alcanzando una reconciliación con
realidades concretas, cruzadas por el sentido, las razones y los significados
con que visibilizamos objetos/imágenes situados.
Reflexiones finales: a modo de cierre preliminar de esta
textualidad
Lo que antecede quiebra el curso unidireccional que va del ego cogitans a la
res-extensa, y que determina una mono-causalidad en nuestros procesos de
investigación/ intervención, exigiéndonos emprender la penetrante necesidad
de crear una praxis que devenga tanto conjetural como auto-refutable,
apoderándonos de la eventualidad, de lo efectual de la experiencia vivida y
de la comprensión experimentada, cuyos productos han de ser sometidos a
la indagación e indignación del pensamiento y la acción. Entonces bien, el
proceso de construcción de objetos/imágenes de investigación/intervención
ha de venir mediado por la capacidad de interrogar, pero, no con el fin último
de buscar respuestas que se acomoden a nuestras propias preguntas, sino
que más bien para rescatar la riqueza del despliegue en las contestaciones,
ya que cada pregunta en medida alguna conduce hacia un único agregado de
respuestas coherentes y alineadas, sino que nos encaminan hacia la dialéctica
y conversacional verdad oculta, en cuanto espacio irónico y provocador de
cambios y bifurcaciones en nuestros modos de ver y aludir la realidad.
En consecuencia, la eventualidad de la observación y el discurso que se
gesta desde la segunda generación, va unida a la voluntad que es creadora,
ya que redefine, reorganiza y reconfigura, emancipadoramente, lo que
está vigente, trayendo una nueva necesidad de conocimiento, al reducir el
mero carácter cíclico y reproductor de lo aprendido como supuestamente
verdadero. La segunda generación de la observación y el discurso “al menos,
afianza el interés cognoscitivo emancipatorio a constelaciones históricas
azarosas y, con ello, la autorreflexión toma relativistamente la posibilidad de
122
Reflexionando las disciplinas
una fundamentación de su pretensión de validez [circunscrita a un contexto,
unos agentes y unas situaciones]” (Habermas, 1998, p. 25).
Este es un intento de elucidación que nos llama a reconocer el talento
que debemos desarrollar no solo para notificar lo que vemos, sino ante todo
para explicar interpretando, al ofrecer un transitivo significado a aquello que
pensamos y expresamos mediante nuestro lenguaje y acción, efectuando un
permanente esfuerzo por descifrar y traducir el fundamento discursivo con
que los demás y nosotros nos damos a conocer, nos ponemos en presencia, en
definitiva a través de los cuales unos ante otros nos presentamos en la esfera
política de la comunalidad. Ello representa un potencial de significación
y explinación que mediante “el uso de signos, que no son cosas, sino que
valen por cosas […] en la interlocución […]” (Ricoeur, 2009, p. 33), van
produciéndose como semánticas inscriptas y organizadas en la zona de las
gramáticas de nuestra investigación/ intervención, lo cual posibilita a nuestra
congregación disciplinar hacer frente a aquella tendencia que nos induce a
seguir respondiendo a las demandas de lo social a través de códigos, medios y
operaciones que, pese a nombrar de manera diferente, no han evolucionado y
aún se encuentran rígidamente rutinizadas en nuestras lexis y praxis.
Lo importante es re-aprender a situarnos en el interior de aquello que
nombramos, penetrando en el discurrir de la verdad situada de su contenido,
lo cual no implica mera nominación o notificación de algo, sino que exige un
brío de reconciliación y de pertenencia con lo que queremos decir cuando
expresamos algo. Es un intento por pensar sin límites sobre lo que, realmente,
estamos diciendo cuando referimos a objetos/imágenes de investigación/
intervención, capturándolos con un nombre y no con otro, ya que al nombrar
preñamos las cosas de manifestaciones lingüísticas, de una carga simbólica,
respecto de un determinado estado de situación temática y de densos procesos
argumentativos que van configurando el campo discursivo mediante el cual se
cualifica la escenificación de nuestras observaciones, debates y propuestas de
cambio y transformación social.
El acto de nombrar lo reconocemos mediado por un complejo proceso
de interacción comunicativa, donde se van estableciendo diálogos entre
lo de adentro de la connotación y lo de afuera de la denotación, creándose
lazos sígnicos de subjetivaciones y objetivaciones, dadas dentro de
ciertas zonas de experiencia y contextos de realización, gramaticales y
semánticos, particularizados en el escenario de nuestras investigaciones/
intervenciones. Es allí donde tomamos las nuevas experiencias por medio
de las palabras que desencadenan nombres, los cuales, a su vez, albergan
ideas, nociones, conceptos y concepciones previas y por lo tanto conectan
lo emergente con lo previamente conocido, a través de una allanamiento y
esclarecimiento comprensivo, en torno al proceso de nombrar la realidad, así
como respecto de la congruencia y consistencia de nuestras observaciones
sobre los objetos/imágenes que nos posibilitan capturar la realidad desde
un particular régimen de mirada e interpelación.
Reflexionando las disciplinas
123
En definitiva, es en los contemporáneos escenarios sociales del mundo
fenoménico donde la observación disciplinar erige y desarrolla construcciones
polémicas y polifónicos de objetos/imágenes móviles y dinámicos, en
honor a los cuales se configuran cuerpos elásticos de expresiones y códigos
lingüísticos cuyas urdiembres persiguen incorporar concepciones que nos
involucran con la realidad, dentro de un horizonte simbólico sobre el que las
palabras cumplen su labor de nombrar en narrativas, bien sean hiladas como
textos y/o como relatos temporalizados en torno a nuestras propuestas de
investigación/intervención en lo social. Ello nos relaciona con los propósitos
incorporados en nivel eidético, ahora, expuesto por actos de habla, lo que de
una u otra manera nos lleva a un conflicto de interpretaciones y explicaciones,
permitiéndonos captar la densa conexión y lazo de identidad entre el
pensamiento y la realidad, en función de un mundo donde las cosas existen en
alianza con sus propias características, en cuanto creaciones ex nihilo, donde
tutela un discurso que se nutre no sólo de oficialidad, sino que, además, de
cotidianidades marginadas (Castoriadis, 1989).
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