la lectura en clase: ejercicios concretos para un objetivo

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ORIGINALES
Rev. Logop., Fon., Audiol., vol. VIII, n.º 1 (2-10), 1988
LA LECTURA EN CLASE: EJERCICIOS
CONCRETOS PARA UN OBJETIVO ESPECÍFICO
Por Lluís Quintana Trias
Profesor del departamento de Filología Catalana
Escola de Mestres «Sant Cugat»
Universitat Autònoma de Barcelona
Bellaterra
APRENDER A LEER:
UN OBJETIVO ESPECÍFICO
de los problemas más abundantes con los
que suele encontrarse el profesor de cualquier asignatura es el control de la comprensión lectora del alumno. A menudo, cuando se
encuentra con respuestas inadecuadas a un problema
de matemáticas, o al comentario de un texto, le es difícil averiguar cuál es la causa de los errores. Si no
cede a la fácil tentación de opinar que el alumno ha
estudiado poco, puede decidir que los fallos se deben
a algo que denomina vagamente «dificultades de expresión». Entonces, lo difícil es saber si el alumno no
se ha sabido expresar o si no ha entendido lo que se
le pedía: los profesores nos tememos lo segundo,
pero lo que él acostumbra a argumentar, cuando
quiere defender su ejercicio, es lo primero, y muchos
nos hemos encontrado en la absurda situación de tenerle que explicar aquello que el alumno nos pretendía decir. El caso es que muchos problemas del
área de ciencias dejan de resolverse simplemente a
causa de una deficiente lectura del enunciado, y que
el profesor de literatura no sabe si el alumno no entiende el poema porque no puede seguir un razonamiento muy abstracto o porque no se ha molestado
en descifrar una alteración del orden sintáctico (hipérbaton) cualquiera.
A esta situación se llega a causa, en gran parte, de
las deficiencias que presentan los textos y los ejerci-
U
NO
cios que les proponemos; deficiencias que, a menudo, reflejan la vaguedad de los objetivos que se
pretenden. Desde hace unos años, varios autores se
han propuesto estudiar los ejercicios de lengua y han
denunciado sus numerosas falacias. J. Bastuji,1 por
ejemplo, ha recordado que los ejercicios de gramática, aunque lo pretendan, no ayudan a «hablar mejor», sino que se justifican sólo por las necesidades de
alfabetización del alumno: se apoyan en el código escrito y no en el hablado, y por lo tanto exigen unas
capacidades (una «competencia») que no son, en absoluto, previsibles en todos los hablantes de la lengua. Es por eso que ella habla del aprendizaje de la
lengua escrita como de un segundo aprendizaje, para
diferenciarlo del primero, el aprendizaje de la lengua
oral, que el niño ya ha realizado intensamente antes
de pisar el aula. Ello no quiere decir que debamos rechazar los ejercicios que se fundamentan en el código escrito, sino que debemos ser conscientes de
que quien los haya de resolver tiene que dominar
este código, que es diferente del oral y que se adquiere también de manera diferente, más tardía y tras
un determinado aprendizaje. Por lo tanto debemos
ser conscientes de qué es lo que pretendemos en
cada caso, si se trata de controlar su dominio de la
lengua oral o su dominio del código escrito; debemos
especificar cuales son los objetivos de nuestro curso
de lengua.
1. Jacqueline Bastuji, «Pourquoi des exercices de grammaire», Langue Française, núm. 33, París, (febrero 1977).
Correspondencia: Universidad Autónoma de Barcelona. Departamento de Filología Catalana. 08193 Bellaterra (Barcelona).
2
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En este sentido, H. G. Widdowson2 ha resumido
los objetivos posibles en cuatro «habilidades» que se
corresponden a la interrelación entre dos actitudes
(activa, es decir, productiva; y pasiva, es decir, receptiva) y dos soportes (oral y visual), según el siguiente
esquema:
pasivo
recepción
activo
producción
soporte oral
soporte visual
I
————
I
I
Por tanto, lo que se tiene que plantear el maestro
es qué tipo de habilidad quiere explotar. Si, tal como
lo he planteado al principio, una dificultad básica
consiste en saber «leer», ha de procurar trabajar este
aspecto, concentrándose en él y procurando eliminar, en lo posible, las interferencias con las otras tres
habilidades: esto es difícil de llevar a la práctica en el
momento de la enseñanza, pero no lo es tanto en el
momento de plantear los ejercicios que controlen los
conocimientos adquiridos. Si queremos saber si el
alumno sabe «leer» no le hagamos, además, «escribir».
Ahora bien, entrenar al alumno en la habilidad de
«leer» resulta difícil. De hecho, la disciplina que se
dedica a estudiar los mecanismos básicos de lectura
es bastante joven, y va paralela a la que trata lo que
se ha venido a llamar la «gramática del texto», que estudia los mecanismos que dan coherencia a un texto,
y las reglas que sigue el autor para que lo que escribe
tenga un cierto grado de unidad.3
2. H. G. Widdowson, Une approche communicative de l'enseignement des langues, Hatier-Crédif, París, 1977.
3. La bibliografía sobre la gramática del texto ha crecido mucho en los últimos 20 años y es difícil estar al día. Un buen resumen de lo hecho hasta el momento de su publicación puede encontrarse en G. Rigau, Gramàtica del discurs, Servei de publicacions de la Universitat Autònoma de Barcelona. Bellaterra, 1981.
Otros estudios más recientes y que engloban aspectos más generales son J. Lozano, C. Peña Marín; G. Abril, Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual, Cátedra, Madrid, 1982, y Enrique Bernárdez, Introducción a la lingüistica del
texto, Espasa-Calpe, Madrid, 1982.
LA GRAMÁTICA DEL TEXTO
La gramática del texto parte del presupuesto de
que la unidad máxima de estudio de la lengua no
tiene por qué ser la frase, pues el texto tiene una unidad en sí: del mismo modo que el significado de una
frase no es la suma de significados de las palabras
que la componen, tampoco el significado de un texto
es la suma de los significados de las frases que lo
componen. Hay un suplemento de significación dado
por un conjunto de reglas de formación de textos;
podemos hablar en cierto modo de una «sintaxis» del
texto. El dominio de esta sintaxis y la consiguiente
capacidad de comprender y producir textos completamente nuevos nos lo da una «competencia» que podemos denominar «textual». Leer, por lo tanto, consiste en aplicar esta competencia textual para dar
sentido al texto que tenemos delante.
Antes de seguir, hay que recordar la distinción entre «leer» en el sentido de «llevar a efecto la correspondencia grafo-fonemática, que permite transformar toda cadena escrita en cadena oral» y, por otra
parte, en el de «explorar directamente lo escrito
como un lenguaje para el ojo, poniendo en juego, sin
mediaciones, comportamientos ideovisuales para acceder al sentido»;4 éste es el sentido que aquí nos interesa, y esto es lo que nos hemos de proponer enseñar. Se da a menudo una confusión lamentable entre ambos conceptos; sobre todo por parte del
profesor que cree dar clase de «lectura» haciendo
leer en voz alta a los alumnos: verifica si saben cambiar el código, no si saben explorar el texto. Nuestra
experiencia personal, por otra parte, nos recuerda
que, cuando leemos un texto en voz alta, a menudo
no nos enteramos del contenido.
La competencia textual se vale de una serie de «estrategias) que permiten al lector formular hipótesis
sobre el significado de aquello que lee. Por ejemplo,
si aparece un pronombre, el lector aplicará una estrategia determinada para saber a qué substantivo del
texto se refiere; si hay una palabra que no entiende,
4. Mouvements Pédagogiques, «Imparare a leggere. Un documento dalla Francia», Cooperazione Educativa, núm. 8-9, Roma
(ago-set. 1985), 21.
3
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ORIGINALES
hará conjeturas para deducir el significado a partir
del contexto, y sólo en última instancia se levantará
para buscarla en el diccionario. Incluso antes de empezar la lectura, una serie de indicios, como la localización del texto (libro, revista, periódico, folleto), su
presentación (formato, uso de gráficas), y, sobre
todo, la disposición de cada una de sus partes, la
forma de presentar las explicaciones o los argumentos, le permitirán plantear hipótesis sobre la clase de
texto que tiene delante: si es una narración, una descripción o un diálogo; si son noticias o publicidad.
Podemos denominar a la primera estrategia: establecimiento de las correferencias; anticipación semántica, a la segunda; uso de una tipología textual, a la
tercera.
Vale la pena tener en cuenta la primera, pues se
basa en un elemento básico de la gramática del texto,
como es la necesidad de un mecanismo que nos permita conectar los elementos dispersos en un todo:
una coherencia textual. Un texto sin coherencia no es
más que un conglomerado de frases. La coherencia
se basa en la repetición, la reaparición de un elemento del texto en el mismo texto: el recurso más
empleado es el de la pronominalización, pero hay
otros, como el denominado «de cohesión léxica», que
permite relacionar nombres ligados entre sí por una
relación de sinonimia, antonimia, hiperonimia, etc.
Cuando leemos, relacionamos continuamente una
palabra con el o los pronombres que la preceden o la
siguen, un sinónimo con otro: establecemos correferencias.
En el texto 3, por ejemplo, veremos como dos personajes son designados, no por sus nombres, sino
por los antónimos «viejo» y «chico». No podemos entender la presencia del uno sin tener en cuenta la del
otro. También podemos ver como una mala lectura
del pronombre «le» en «preguntándole que deseaban», causada por una interpretación incorrecta del
gerundio, puede llevar a una comprensión defectuosa del texto.
Por lo que respecta a la tercera estrategia, la tipología textual, hay que tener en cuenta que no hay aún
una clasificación tipológica unánimemente aceptada,
como ocurre con otros aspectos de esta disciplina,
relativamente nueva. Eso no quiere decir que el lector no sepa qué actitud tomar ante, por ejemplo, cada
4
uno de los cuatro textos que propongo al final. Las
conjeturas (segunda estrategia) que hará ante «opulentas» (texto 1) serán diferentes a las que hará ante
«nuestra era» (texto 3), en caso de que desconozca
ambos términos. Incluso el esfuerzo variará: se
pierde menos información con el adjetivo de una narración que con el sintagma nominal de un texto explicativo.
ENSEÑAR A LEER:
UNA ASIGNATURA DIFÍCIL
Del mismo modo que, como nos ha demostrado la
gramática generativa, el alumno ya sabe lengua antes
de entrar por primera vez en el aula, nuestro alumno,
al llegar al ciclo medio, ha de dominar los mecanismos básicos de la lectura, aunque a veces no entienda
los enunciados. Sin embargo, es un saber intuitivo y
nuestra labor consiste en hacerle reflexionar sobre lo
que ya sabe, y descubrir lo que no ha aprendido, o ni
siquiera ha intuido.
Uno de los puntos de los que debe partir el enseñante es que el aprendizaje de la lectura es un proceso continuo que «se prolonga por el autoentrenamiento que el lector programa indefinidamente para
sí mismo».5 Esto implica que cuanto más motivemos
al alumno para leer, más enriqueceremos su competencia textual, al aumentar este autoentrenamiento.
Otro punto importante a tener en cuenta es que comprender un texto es «interpretar, en el sentido pleno
de construir una significación y no ... en el de memorizar lo más posible».6
No pretendo que el maestro domine los arcanos
de un saber que está aún poco desarrollado. Pero, sin
necesidad de convertirlos en expertos en la materia,
quizá sería conveniente evitar la paradoja de que muchos enseñantes «no dispongan, en el plano del texto,
de un conocimiento efectivo del sistema de reglas a
partir del cual efectúan sus descalificaciones (del tra-
5. C. Masseron, y otros, «Lire à l’école: analyses et propositions», Pratiques, núm. 35, París (oct. 1982). Todo el número de
la revista está dedicado a estas cuestiones.
6. Ibid: 57.
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bajo de los alumnos]». 7 Saben que un texto está mal,
pero no saben por qué; esto les quita argumentos en
el momento de justificar su evaluación, por otra parte
correcta, la mayoría de las veces. Pero hay que tener
en cuenta que cualquier precisión terminológica va
dirigida al maestro, no al alumno, que no tiene por
qué saber qué es una correferencia, del mismo modo
que para entender un poema no tiene por qué saber
qué es una perífrasis o un hipérbaton. Es incluso dudoso que el profesor deba dar clases de «cómo leer»:
le será más provechoso hacer que el alumno reflexione sobre los mecanismos del texto, y que sepa
usar las ayudas que todo texto proporciona, tanto las
externas, «los léxicos, los vocabularios, las frases de
referencia, las clasificaciones», como las internas,
«compaginación, tipo de impresión, relación entre
imagen y texto...».8
UNA ALTERNATIVA:
LOS EJERCICIOS ESPECÍFICOS
Si «enseñar a leer» resulta difícil, no creo que lo
sea tanto imaginar unos ejercicios específicos que
controlen qué grado de competencia textual tienen
nuestros alumnos. Partiendo de lo expuesto por Widdowson, insisto en la idea de que en estos ejercicios
el alumno sólo deberá demostrar que sabe «leer», y
no si, además, sabe «escribir». A continuación, presento una serie de cuatro textos, seguidos de unas
preguntas, destinadas a controlar la eficacia de la lectura realizada por el alumno. Estos textos pretenden
cubrir tipologías diferentes; son de una aparente inocencia, pero presentan unas dificultades larvadas
considerables. Dos de los textos son de tipo narrativo, y los otros dos, de tipo descriptivo. Los cuatro
son de un nivel acorde con el que se acostumbra a
exigir en el ciclo medio y superior de EGB. Los dos
primeros podrían aparecer en un libro de texto del
área de lengua; el tercero está sacado de un libro de
7. M. Charolles (1978), «Introduction aux problemes de la
cohérence des textes. (Approche théorique et étude des pratiques
pédagogiques)», Langue Française, núm. 38, París (feb. 1978),
11.
8. Mouvements pédagogiques, «Imparare...», 24.
texto del área de ciencias (sexto curso), y el cuarto
forma parte de una colección juvenil.
En consonancia con lo que antes he expuesto, con
los ejercicios se impide que el alumno «escriba» o
«redacte», o bien se procura que la escritura se realice en un marco muy delimitado. Tenemos varias
clases posibles de ejercicios. En unos, el alumno no
tiene que redactar nada, y muestra su opción mediante otros signos (en este caso cruces, o especificación de los números de las líneas). En otros se sigue
el sistema de la «elección múltiple» (multiple choice),
donde el alumno tampoco tiene que escribir nada;
este último tipo ofrece una dificultad adicional al
obligar al alumno a un doble trabajo de interpretación del texto y de la pregunta, lo cual puede impedirnos saber la causa de los posibles errores. De todas formas este sistema es el más usual, y probablemente aquel con el que más familiarizado estamos.
En cualquier caso, lo que pretendo mostrar es una
manera de trabajar el texto, algo alejada de las consabidas preguntas del tipo «cómo se llama el protagonista» o «qué te parece su actitud». En éstas, matamos dos pájaros de un tiro, pues a la vez que controlamos si el alumno ha leído el texto, observamos su
capacidad de expresión. Pero me temo que la cinegética no es lo más adecuado en esta etapa: cuanto menos ambiciosos seamos, cuanto más desglosemos los
objetivos, más fácil nos será aislar las posibles dificultades de cada alumno. Además, procuro acercarme a otras áreas no literarias pues, insisto, el problema de la lectura deficiente nos atañe a todos, y todos debemos contribuir a arreglarlo.
Texto 1
«Por la alta ventana de la clase transitan unas nubes redondas, opulentas. Son nubes que se marchan
tranquilamente al mar, donde se quedarán como globos en espera de que el viento las vuelva a su destino,
que es el de las tempestades y el de los relámpagos.
Eso piensa Desiderio. Muchas veces les pinta bigotes
a los personajes de los libros, muchas veces pinta
muñecos también. Lástima que no tenga un espejo
donde mirarse para saber qué cara haría él con bigote.»
I. ALDECOA
5
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ORIGINALES
PREGUNTAS
1. ¿Quién es Desiderio? a) un padre, b) un
alumno, c) un maestro.
2. ¿Qué está haciendo? a) estudia el clima y las
nubes, b) está en clase de dibujo, c) está en clase pero
se distrae.
COMENTARIO
En este caso tenemos una narración, con un protagonista que se llama Desiderio. El contexto (situación, características personales, actividad...) hemos
de deducirlo a base de una serie de datos que nos va
dando la narración. Al ser un texto narrativo, el discurso es muy lineal; no se recurre a lo ya dicho ni a lo
que se dirá: hay pocas correferencias. El narrador supone que todo lo que escribe, hasta el detalle más nimio, es una información que el lector almacena para
después interpretar los hechos posteriores. Es un recurso que la novela policíaca lleva a la exasperación,
pero que se halla presente en muchas novelas contemporáneas.
En el caso 1 sabemos que Desiderio se halla en
una clase (descartamos a)) y que piensa en las nubes.
Sabemos que pinta bigotes a los personajes: eso descarta b). En el caso 2 descartamos a) porque la consideración sobre las nubes no proviene de una reflexión propuesta por el profesor, sino porque el protagonista mira por la ventana, y porque pasa de pensar
en las nubes a pensar en sus monigotes. Por eso
mismo, y porque no se concentra en nada, descartamos b) y preferimos c).
Texto 2
«El caballo se detuvo ante la puerta; el más viejo
de los que lo montaban se apeó, y luego de atarle, entró hasta la cocina; allí no encontró a nadie, y sólo
volviendo, en el pasillo, halló a Manolo preguntándole qué deseaba. Manolo es el dueño de la cantina;
vende género, alquila habitaciones y reparte el correo. Le preguntó al viejo:
- ¿Qué buscas?
- Al médico. ¿Está?
- No, pero vendrá en segunda.
6
El viejo puso cara de disgusto y pareció meditar.
Salió a mirar al chico sobre el caballo, inmóvil en el
porche, y el chico le devolvió la mirada, interrogándole a su vez. Manolo salió a la luz y vio la mano ensangrentada.
- ¿Qué le pasó?
- Se cortó. Estábamos podando. Hay que curarle
en seguida porque se está desangrando.
Le mostró la mano del muchacho envuelta en trapos manchados de sangre.»
A. FERNÁNDEZ-SANTOS, Los Bravos
PREGUNTAS
1. ¿Cuántos caballos aparecen en la narración?:
a) uno, b) dos, c) tres.
2. ¿Quiénes montan?: a) un viejo y un chico, b)
un viejo y Manolo, c) un viejo y un médico.
3. ¿Quién inicia el diálogo?: a) el viejo, b) Manolo, c) el muchacho.
4. ¿Quién busca al médico?: a) el muchacho, b)
Manolo, c) el viejo.
5. ¿Quién necesita la ayuda del médico?: a) Manolo, b) el viejo, c) el muchacho.
COMENTARIO
En este texto alterna la narración con el diálogo.
El problema que presenta este tipo de textos es que
la multitud de voces resulta a veces difícil de identificar con los personajes; es un problema que los textos
compuestos exclusivamente de diálogos, como los
teatrales, resuelven especificando en cada caso el
texto con su personaje. Evidentemente, el narrador
da indicios, pero el texto tiene que seguir, sin apabullar al lector, con una información redundante. De
todos modos, hay que considerar una serie de reglas
a la hora de interpretar un diálogo inserido en un
texto. Normalmente, tiene una estructura paralela:
cuando deja de hablar un personaje, habla el segundo y, si no se especifica lo contrario, vuelve a hablar el primero. Esto permite «reconstruir» los diálogos desde el final. Así, si se nos dice «el viejo puso
cara de disgusto», es que el último en hablar no ha
sido él, pues la novedad lo ha afectado. Por lo tanto,
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es el «segundo» personaje. Otra regla nos diría que,
para saber quién empieza a hablar, debemos tener en
cuenta la oración inmediatamente anterior: es probable que el sujeto de ésta sea quien da la voz «primera».
A veces, un error gramatical puede inducir a un
error de lectura. Por ejemplo, en la frase: «halló a
Manolo preguntándole qué deseaba», podemos hacer una incorrecta lectura del gerundio y considerarlo no simultáneo con la acción verbal, como sería
«halló... y le preguntó...», en vez de la lectura adecuada: «halló a Manolo, que le preguntó...». La primera interpretación puede hacer creer que es el viejo
quien inicia el diálogo, lo cual es absurdo porque él
es quien busca, y quien sabe lo ocurrido con el chico,
y es Manolo quien inquiere.
Hay en este texto otros elementos interesantes,
como por ejemplo la información acerca de la cabalgadura: el hecho de que haya dos personajes a caballo puede hacer suponer que hay dos animales, aunque la narración empiece con un determinativo singular, lo cual, en 1, descarta b) y c). Dado que hay un
solo caballo, hay que observar quién cabalga y seguir
el orden de acontecimientos: primero se apea «el más
viejo» y luego vemos «al chico sobre el caballo», lo
cual descarta b) y, sin duda, c).
La información acerca de la herida del muchacho
viene dada de manera implícita. Sólo al final se nos
dice de forma bastante explícita que el muchacho
está herido; pero ya antes se nos ha indicado que
Manolo ve la herida al salir de la casa, no cuando estaba dentro dialogando con el viejo, lo cual, en 5, parece descartar b) e, indudablemente, a).
mundo durante los tiempos modernos fue la erupción volcánica del Krakatoa, en Indonesia, el 27 de
agosto de 1883 (aproximadamente hace 100 años).
La tripulación de un guardacostas que se encontraba a unos 5.000 kilómetros de distancia, en el
océano Índico, oyó la explosión unas cuatro horas
más tarde de que se produjera (recuerda que el sonido se propaga a 340 metros por segundo). Las rocas se elevaron a 35 kilómetros de altura y una gran
nube de polvo rodeó la tierra durante tres años.
Pero no es éste el único ejemplo de volcán explosivo. En el ano 1470 a. C. hubo una erupción volcánica en la isla de Thira, en el mar Egeo (Mediterráneo). Se calcula que tuvo una fuerza cinco veces superior a la explosión del Krakatoa.
Aunque no todas las erupciones volcánicas son
así. Las hay menos violentas (el volcán no explota),
pero esto no significa que sean menos peligrosas. En
el año 79 de nuestra Era, Plinio describió la erupción
del Vesubio, que destruyó totalmente las ciudades de
Pompeya y Herculano.
En algunas ocasiones, se ha podido observar cómo
surgía un volcán del interior del océano y daba lugar
a una isla volcánica.
Por ejemplo, la isla de Surtsey, situada a unos 100
kilómetros de Reykjavik (Islandia). En el año 1963
empezó una erupción que surgía de dentro del mar.
Los pescadores, en un principio, lo confundieron
con un buque incendiado. En pocas horas, la acumulación de las lavas ya emergía claramente del nivel
del mar. En poco tiempo se había formado una
nueva isla. La actividad volcánica de la isla continuó
y en el año 1967 su superficie era ya de 2,16 kilómetros cuadrados (o sea 2.600.000 metros cuadrados).»
Texto 3
«En la tierra hay muchos volcanes activos de muy
diferentes tipos. En algunos la erupción es continua y
lenta; otros están muchos años sin entrar en acción.
Si un volcán inmovilizado no ha sufrido ninguna
erupción desde hace años, va formándose en su interior una gran presión. Cuando esta presión se vuelve
demasiado grande, el volcán explota y el tapón que
se había formado en su cráter y en el interior del
cono salta violentamente.
El ruido más estrepitoso que se ha oído en el
N. BOIXADERAS y otros,
Krakatoa, Onda, Barcelona, 1984
PREGUNTAS
1. La explosión del Krakatoa fue: a) menos estrepitosa que la de la isla de Thira, b) tan estrepitosa
como la de la isla de Thira, c) la más estrepitosa de
todas.
2. La explosión se oyó a unos 5.000 kilómetros
de distancia sólo cuatro horas más tarde porque: a) al
7
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ORIGINALES
ser tan fuerte viajó muy rápidamente, b) al ser tan
fuerte llegó muy lejos, c) la registró un barco especializado en sismografías.
3. Cuando no explota el volcán, la erupción es:
a) menos peligrosa, b) puede ser tanto o más peligrosa, c) más violenta.
4. Pompeya y Herculano fueron destruidas a
causa de: a) las lavas que derramó el volcán, b) la explosión del volcán, c) la caída de las rocas que formaban un tapón en el cráter.
5. Unos pescadores descubrieron el nacimiento
de la isla de Surtsey porque: a) buscaban un buque
incendiado, b) sufrieron una lluvia de rocas, c) vieron salir humo del agua.
6. La superficie de la isla de Surtsey llegó a 2,6
kilómetros cuadrados en: a) dos años, b) cuatro
años, c) cinco años.
COMENTARIO
Este texto es de tipo predominantemente descriptivo; ello implica que no tiene un desarrollo temporal
y causal, como un texto narrativo; dicho de otro
modo, lo que sucede en un párrafo no es consecuencia del anterior ni causa del siguiente y la acción da
continuos saltos cronológicos para delante y para
atrás. El tipo de lectura que requiere exige también
estos saltos, estas consultas a lo ya leído, y ello lo
hace el propio texto usando elementos que conectan
sus partes entre sí: pues este tipo de textos acostumbra a exponer varios casos de un mismo suceso, o varios elementos de un mismo cuerpo, por lo que es fácil dividirlo en partes sucesivas.
Los referenciales9 son los conectores más usados;
a ellos pertenecen, por ejemplo, los pronombres,
pero también tenemos que tener en cuenta las conjunciones, o las locuciones del tipo «por una parte» o
«en primer lugar». En frases del tipo «aunque no todas las erupciones volcánicas son así» o bien «pero
no es éste el único ejemplo de volcán explosivo», tenemos elementos que hacen referencia a toda una
9. Véase G. RIGAU (1981), 273 y ss.
8
afirmación anterior; de este modo, «pero» y «aunque» contradicen, total o parcialmente, algo afirmado más arriba; «así» evita repetirlo. Otros elementos pueden referirse a un aspecto más concreto,
como en el caso de «éste».
Ahora bien, esta misma posibilidad de saltar hacia
delante y hacia atrás permite al autor no repetir información, aunque la haya dado una sola vez. Por
otra parte, un texto de este tipo acostumbra a dar por
sabidos una serie de conocimientos, lo que se denomina un «conocimiento del mundo».10 Por ejemplo,
si hablo de «los tiempos modernos» me estoy refiriendo a lo que conocemos también por «edad moderna», es decir, la que empieza a partir del descubrimiento de América. Por lo tanto, en la pregunta 1 tenemos que excluir b) porque la explosión de la isla
de Thira fue «cinco veces superior a la explosión del
Krakatoa», y excluimos c) porque el Krakatoa fue el
más estrepitoso «de los tiempos modernos», mientras que la explosión de Thira ocurrió «en el año
1470 a. C.», es decir, antes de la edad moderna. Ante
la pregunta 2 tenemos la ventaja que el autor del
texto se ha asegurado de nuestro «conocimiento del
mundo» (tengamos en cuenta que es un libro de texto
para 6.º de EGB) recordándonos la velocidad del sonido. Esto tendría que excluir a) puesto que la fórmula no tiene en cuenta para nada la fuerza de la explosión; c) quedaría excluido por la referencia al
«guardacostas».
A veces ciertas perífrasis pueden desconcertar al
lector inexperto; esto suele ocurrir con las expresiones expresadas negativamente, lo que la retórica denomina la lítote. Esto es lo que intenta desvelar la
pregunta 3 ante la frase «esto no significa que sean
menos peligrosas», donde la confluencia del «no» y el
«menos» implica un «más» o un «tanto o más», como
es el caso de b).
Los elementos conectores a los que hacía referencia permiten al lector diferenciar el texto en partes;
por ejemplo, el «pero» distingue varias clases de volcanes explosivos; el «aunque» distingue entre volcanes muy violentos, o explosivos, y otros menos vio10. Véase L. SPRENGER-CHAROLLES, «Quand lire c’est comprendre. Approche linguistique et psycholinguistique de l’activité
de lecture», Pratiques, núm. 35, París (oct. 1982), 16 y ss.
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lentos, no explosivos. Por lo tanto, todo lo que siga al
«aunque» se referirá a volcanes no explosivos. Esto
permite que en 4 podamos excluir b) y, por ello, c),
puesto que la existencia de un tapón y de la consiguiente lluvia de rocas pertenece a los volcanes explosivos, los previos al «aunque», por así decirlo.
Una combinación de los dos casos anteriores se da
en la pregunta 5. Una lectura errónea puede hacer
creer que la respuesta es a), como ocurriría en el
caso de que la frase fuera «los pescadores, en un
principio, lo confundieron con un buque incendiado
que estaban buscando», situación suficientemente
verosímil. Por otra parte, el conector «en algunas
ocasiones» sitúa el texto como un ejemplo más del
segundo tipo de volcanes, presentado por «aunque»,
y no como un tercer tipo, o como un ejemplo del primer tipo. Ello excluye, por lo tanto, la respuesta b).
Finalmente, el texto descriptivo, como el narrativo, da a menudo informaciones implícitas, que pueden ayudar luego a la comprensión de lo narrado o
descrito. Esto es lo que intenta controlar 6: si el lector recuerda que el inicio de la erupción ocurrió en
1963, descartará a) y c).
Texto 4
«Una isla coralífera se encuentra siempre en lugares donde el fondo de los ríos no enturbia las aguas
marinas y la temperatura no es inferior a los 20 grados, pues los seres de coral sólo pueden vivir en agua
cálida y clara. Su tamaño es ínfimo. Sus esqueletos,
de una dureza pétrea, contienen un material llamado
calcita, que es también el componente de la caliza. El
coral se adhiere a las rocas o al fondo marino, donde
se desarrolla sin cambiar jamás de lugar. Tiene una
boca como la anémona marina y se alimenta de microorganismos. Su reproducción se caracteriza por la
formación de brotes, casi como una planta; cada
brote representa una nueva boca, pero permanece
unido al progenitor. Con la llegada de nuevos brotes
la colonia crece a razón de una pulgada por año; los
individuos viejos mueren y sus esqueletos se transforman en roca.»
J. PETRIE, La Tierra, «Biblioteca Juvenil Oxford»,
Plaza y Janés, Barcelona, 1970
PREGUNTAS
Algunas de las siguientes afirmaciones concuerdan
con expresiones del texto. Si es así, marca el SÍ e indica a qué líneas corresponde. En caso contrario,
marca el NO.
1. En el norte de Europa no hay islas de coral
porque los ríos bajan muy turbios. Sí, línea........ / No
2. Los animales que forman el coral se desplazan
muy lentamente.
Sí, línea....... / No
3. El coral vive agrupado y crece con lentitud.
Sí, línea........ / No
4. La base de una roca coralífera está formada
por cadáveres de animales.
Sí, línea........ / No
COMENTARIO
Este texto es también descriptivo. Aunque lo descrito sea más concreto, más delimitado en el espacio
y en el tiempo, se plantean las mismas condiciones de
«conocimiento del mundo» y de lógica expositiva.
Así, las referencias a nombres técnicos se dan sin
más detalles: se supone que sabemos qué es una anémona marina o la caliza, o bien se confía en la capacidad del lector por aplicar la regla según la cual una
palabra no entendida no ha de impedir la comprensión del conjunto. Por otra parte, no se dice nunca
«el coral es un organismo vivo», pero se habla de
«pequeños seres de coral» y se nos informa de su desarrollo y alimentación.
Las preguntas van dirigidas pues a controlar las relaciones que establece el lector entre lo que se le explica y lo que él ya sabe. Por ejemplo, el lector sabe
que no hay islas de coral en Europa; el texto le da
dos razones: la temperatura y la transparencia. De
ello se deduce que una sola no basta, y esto explica
por qué 1 es errónea. A veces se controla la capacidad léxica del lector: si sabe-entender perífrasis, frases elaboradas de distinto modo al que aparece en el
texto. Esto es lo que exige la pregunta 2, donde «desplazarse» se opone a «no cambiar jamás de lugar»; en
la pregunta 3 «colonia» sugiere «vivir agrupado», y
un breve razonamiento nos hace suponer que «una
pulgada por año» es un crecimiento lento respecto al
de otros organismos. En la pregunta 4 intentamos
controlar la capacidad deductiva del alumno: ha
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ORIGINALES
leído «isla coralífera» y «esqueletos [que] se transforman en roca»; por otra parte, sabe cómo los individuos vivos crecen encima de los muertos. Por lo
tanto, tiene que saber que hay «rocas coralíferas» y
que su base son los esqueletos.
OBSERVACIONES
La discusión acerca de la dificultad de los textos
seleccionados en el momento de hacer una antología, o de la dificultad de los términos empleados en
la redacción del libro de texto, no acostumbra a terminar con conclusiones muy concretas. Es difícil saber qué grado de «conocimiento del mundo» tiene
un niño, aunque sepamos con precisión su currículum escolar en el momento de escribir, porque las informaciones que acumula a través de distintos medios, fuera de la escuela, suelen ser abundantes y
dispersas. En el texto 3, por ejemplo, hemos visto un
uso de la palabra «moderno» (= «sucedido en los últimos doscientos años»), que muchos adultos no sabrían precisar. Pero esto no debe hacernos suponer
que el niño no lo entiende: además de sus conocimientos, tiene un contexto que lo ayuda. No es pues
el léxico el principal enemigo, lo es la poca capacidad deductiva, el escaso interés de lo que se le explica y la falta de práctica.
RESUMEN
Problemas muy diferentes, como la mala resolución de un problema o la nula comprensión de una
poesía, tienen a menudo una causa común: la incorrecta lectura de los enunciados. Estas dificultades
de lectura se deben a un conocimiento impreciso de
las reglas que dan coherencia a un texto, y que dis-
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ciplinas recientes, como la gramática del texto, han
procurado sistematizar. Aunque enseñarlas sea muy
difícil, en la práctica el maestro debe saber de la
existencia de tales mecanismos, para poder aislar así
con más precisión a qué se deben los errores de sus
alumnos. Aquí se proponen una serie de fragmentos
que ejemplifican lo variado de la tipología textual y
las reglas más comunes de la gramática del texto.
Por otra parte, una serie de ejercicios sugieren posibles explotaciones de dichos fragmentos procurando
no salirse del área de la lectura y evitando, en lo posible, la interferencia de otras cuestiones como la escritura o la expresión oral.
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Recibido: junio de 1987
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