Notas sobre la economía política de categorías y denominaciones en el fútbol argentino 1 Renzo Taddei [email protected] (Brasil) Profesor universitario, doctorando en el programa de Antropología Aplicada de la Universidad de Columbia, en Nueva York La producción académica sobre el tema de la violencia relacionada con el fútbol, tanto en América Latina como en Gran Bretaña, tiende a centrarse en los aspectos sociales y comportamentales del fenómeno. Muy poca atención fue dedicada a los elementos semióticos y discursivos de la economía política de las representaciones, estigmatizaciones e identidades envueltas en la cuestión. Este artículo analiza tres textos en los cuales el concepto de barra brava - un posible equivalente para hooligan utilizado en Argentina y otros países hispanoparlantes de América Latina - es utilizado: un editorial periodístico, un texto gubernamental sobre seguridad en estadios deportivos, y una entrevista con un miembro de una importante hinchada de fútbol. Las tecnologías discursivas que apoyan a estas representaciones específicas son analizadas, y los efectos de los diferentes marcos conceptuales en el cotidiano del mundo social son discutidos. Finalmente, el análisis es articulado con discusiones más amplias sobre los procesos de construcción, por parte del Estado, de la legitimidad del uso de la violencia contra segmentos de su población. Ponencia presentada en el IV Encuentro Deporte y Ciencias Sociales, Buenos Aires, noviembre de 2002 http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 55 - Diciembre de 2002 Introducción El objetivo de este artículo es explorar algunos de los procedimientos mediante los cuales determinadas categorías sociales son producidas y presentadas como verdad, a través de prácticas discursivas, en el universo futbolístico de Buenos Aires, Argentina. Nuestro foco de interés aquí es el fenómeno conocido como barras bravas. Ciertos recursos de la semiótica y del análisis crítico del discurso serán utilizados como herramientas analíticas. Los datos etnográficos presentados fueron obtenidos durante el invierno del 2001, junto a las hinchadas de los clubes Nueva Chicago y Racing. Nuestra intención es discutir brevemente la disputa acerca de las denominaciones utilizadas por los distintos actores en referencia a los grupos de fans. El núcleo del grupo, al cual los medios y la policía denominan generalmente la “barra brava”, es fácilmente reconocible por los fans y por el resto de los asistentes al estadio. Generalmente, los miembros de un grupo de fans no se refieren a sí mismos como “barras bravas”. La expresión fue tomando una connotación negativa durante los últimos veinte años y los medios especializados la utilizan como sinónimo de grupo o individuo problemático. Previsiblemente, y como demuestran otros estudios conducidos en América Latina y Europa (Carnibella et al. 1996, Salvo 1999), en general estos grupos no se ven a sí mismos como originadores de problemas, sino más bien como un conjunto que cumple un rol importante dentro del universo del fútbol: son los miembros de la comunidad representada por el equipo, aquellos que lo apoyan y siguen en todas las ocasiones. En el imaginario de la mayoría de estos grupos, un equipo de fútbol no existe por su propio bien, sino que representa algo mucho más grande e importante - en el caso del club Nueva Chicago, la República de Mataderos, donde éste está situado. Los fans de Racing se autodenominan nación (la nación Racinguista), y la defensa de los símbolos de esa nación, los colores del club, es el objetivo de la 1 actividad de estos grupos. Como se puede ver, territorialidad e identidad son elementos clave en el universo futbolístico. Los fans usualmente se autodenominan “hinchada”. Hay dos acepciones para la palabra “hinchada”. Puede referirse a los fans en general, si las divisiones internas de las tribunas no son tomadas en cuenta. Usualmente los medios utilizan la palabra “hinchada” con esa connotación, y luego las tribunas son divididas entre hinchas “ordinarios” y barras bravas, siendo ambos parte de la “hinchada”. El otro uso se refiere al grupo que lidera el carnaval de la tribuna. Así es como los miembros del grupo se autodenominan en oposición a “la gente”, aquellos simpatizantes que no están vinculados a ellos directamente. Aún así, el término barra brava es usado entre los miembros más viejos y ex-miembros de hinchadas en referencia a sí mismos, lo cual pareciera indicar que la resistencia a utilizar el término “barra brava” es algo relativamente nuevo. De hecho, en los últimos veinte años fueron creadas nuevas leyes en referencia al control del público en los estadios y comenzó a librarse la “guerra contra la violencia en el fútbol”; el cambio de patrón en cuanto al término de autoreferencia parece estar conectado con esto. Para cuando el término barra brava tomó un matiz negativo en el discurso de los medios, los grupos de fans comenzaron a preferir el término hinchada, denominación que desafía a los discursos de los medios y la policía debido al hecho de que tiene un sentido demasiado genérico en el lenguaje mediático y policial. 1) Extracto de la editorial de un periódico Comenzaremos el análisis textual con un párrafo muy breve extraído de una editorial publicada por el diario Clarín2. La pieza discute la presencia endémica de la violencia dentro de los estadios. El párrafo seleccionado describe a los lectores la actuación de los barrabravas en las tribunas: Si a las inconductas que se registran en el campo de juego se les suma la presencia de las barras bravas en las tribunas, tendremos como resultado un clima enrarecido donde en cualquier momento se puede desatar la barbarie. De hecho esto es lo que suele ocurrir en cada fecha, en la cancha y en sus inmediaciones. A pesar de que dirigentes y autoridades lo saben, los violentos siguen ingresando a los estadios, evaden los controles para introducir bengalas, consumen drogas y siembran el terror entre los espectadores pacíficos y aun entre los vecinos3. En función del análisis del texto, presentaremos tres procesos semióticos propuestos por Susan Gal (1998) en un importante artículo sobre las relaciones entre lenguaje e ideología. Estos procesos semióticos son iconización, recursividad y supresión4, y están relacionados con las estrategias discursivas que “naturalizan” las relaciones de dominación y de inequidad. Iconización es el proceso por el cual las diferencias lingüísticas que indican contrastes sociales son reinterpretadas como íconos de esos mismos contrastes (Gal 1998). Esta representación ideológica combina, entonces, algunas características de los rasgos lingüísticos del grupo en cuestión y supuestas cualidades del mismo, y entiende a unas como causa de las otras, o también como esencialidades inherentes a sus integrantes. “Las ideologías de los participantes, en lo que respecta al lenguaje, localizan - y a veces incluso generan - fenómenos lingüísticos como parte y evidencia de aquello que ellos ven como contrastes sistemáticos de comportamiento, estética, afecto y moral de los grupos indicados” (Gal 1998: 328). Irvine provee el ejemplo etnográfico de los Wolof de Senegal, en donde las diferencias de casta están asociadas con las diferencias en el estilo discursivo (Irvine 1989). La lógica podría ser expandida para incluir otros tipos de fenómenos que no son necesariamente verbales y en donde la relación icónica5 podría establecerse entre cualquier patrón de comportamiento y las sustancialidades 2 representadas: patrones de prácticas culturales como diferentes hábitos alimenticios, diferentes calendarios, diferentes orientaciones sexuales y cosas similares. El proceso semiótico de recursividad involucra la proyección de una oposición, característica de un nivel del fenómeno, en algún otro nivel. Distinciones intragrupales pueden ser proyectadas hacia relaciones intergrupales y/o viceversa. Supresión, el tercero de los procesos semióticos, se refiere a la situación en la cual “una ideología simplifica un campo lingüístico, forzando la atención sobre sólo una de sus partes, lo cual deja algunas formas o grupos lingüísticos invisibles o reacomodando la representación de su presencia y sus prácticas para adecuarse mejor a esa ideología” (Gal 1998: 328). La supresión introducida por Gal es el operador semiótico que genera lo que Lyotard llamó différend. Différend es la situación en la cual no existe comunicación posible entre dos partes, una vez que los términos que una de las partes reconoce como propios y con los que se identifica son, de antemano, definidos como ilógicos o ininteligibles por la otra. Esta incompatibilidad entre discursos, una vez conjugada con las configuraciones heterogéneas del poder, convierte a ciertos personajes de este choque discursivo en perfectos candidatos a víctimas de ceremoniales de degradación (Garfinkel 1972) y en chivos expiatorios de los procesos sociales. Dentro de este conflicto discursivo, el débil es silenciado, su discurso es prediagnosticado lógicamente imposible, incluso su condición de víctima es negada (a través de complejas tecnologías jurídico-discursivas), si es que cabe la posibilidad de que eso le fuese legalmente favorable6; existe también una especie de silenciamiento que proviene de lo que Rothleder llamó la “paradoja del reconocimiento”: “Hacer que nuestro dolor sea reconocido y reconocible dentro del lenguaje, es convertirlo en lugar común y en algo que puede ser aparentemente comprendido y por lo tanto menos horrible” (1999: 98). Différend-supresión son operadores semióticos centrales en las configuraciones opresivas del poder/conocimiento, como los encontramos en Foucault (1980, 1981), o en actos de violencia simbólica, como fueron propuestos y descritos por Pierre Bourdieu. Los intercambios lingüísticos, escribe Bourdieu, son relaciones simbólicas de poder donde las configuraciones de poder entre oradores y sus respectivos grupos son modernizadas y actualizadas (Bourdieu 1977, 1982, 1990). Recursividad y supresión generalmente actúan juntas, en el sentido de que la recursividad generalmente conlleva a la supresión de los elementos “inconvenientes”. A través de la acción de estos tres operadores semióticos, las representaciones son adheridas a los grupos sociales, las visiones alternativas son excluidas y la autoridad discursiva y la legitimación política son construidas. En el pasaje citado del diario Clarín, podemos ver a los tres operadores en acción. Según el texto, la mera presencia de los barrabravas es suficiente para crear el entorno enrarecido que caracteriza a los actos de “salvajismo”. Si su presencia equivale a violencia, como indica el texto, es porque la violencia es un elemento esencial del barrabrava, llevándola consigo adonde quiera que vaya: nos encontramos aquí con perfecto ejemplo de iconización. Los individuos del grupo son fusionados en una colectividad, y los rasgos de la colectividad son simplificados y reducidos al ícono de la violencia. Esta manipulación de los elementos del contexto, que torna invisibles las complejidades de la situación, ya que podrían poner en riesgo la tarea de iconización, es claramente un trazo de la supresión al que Gal se refiere. Asimismo, el argumento del texto está construido a partir de dicotomías fundamentales: nosotros/normales/civilizados/sanos/pacíficos versus ellos (los integrantes de la barra brava)/anormales/bárbaros/drogadictos/violentos, que aterrorizan incluso a miembros de su propio grupo (en un estilo canibalístico, se podría decir). Esta división polarizada refleja el discurso criminal de los Estados militarizados, en los cuales una lógica categórica distingue entre buenos ciudadanos y criminales, nacionalistas y subversivos. En ese sentido, estas oposiciones pueden ser entendidas como lo que Gal llama recursividad. Además de la operación de estos procesos semióticos, también están siendo usadas otras estrategias discursivas más discretas. El estilo discursivo comunica un conjunto de creencias 3 generales e implícitas sobre las cualidades, características y acciones de los actores de la escena presentada, como si fueran parte de un “bien establecido” sentido común. El uso del pronombre “nosotros” es un fenómeno típico de los discursos políticos (van Dijk 1998), en los cuales referencia de grupo, inclusión y lealtad se encuentran siempre implicados. La representación positiva de sí mismo combinada con la representación negativa del otro, el uso de la generalización como diagnosis y explicación social, la patologizacion de patrones marginales de comportamiento, y el uso de la hipérbole, son mecanismos retóricos utilizados por el texto para naturalizar las distinciones y oposiciones implicadas, y para afirmar la superioridad del conjunto de normas morales del orador sobre las del sujeto (el “otro”) descrito. Pasamos ahora al análisis de los extractos de un texto producido por el gobierno con la intención de regular y mejorar la seguridad en los estadios y la acción de las fuerzas de seguridad. 2) Extractos de un Reporte sobre Seguridad en Eventos Deportivos Este texto fue producido en abril del 2001, por la Coordinación de Seguridad Deportiva de la Secretaria de Deportes de la Nación. El mismo resume las acciones previas tomadas por el gobierno argentino en referencia al problema de la violencia en el fútbol, provee un recuento de los desarrollos históricos en Argentina y Europa, en cuanto a hechos y leyes, y propone nuevas guías para dirigir la acción de los oficiales de policía así como de las asociaciones y clubes de fútbol. Algunos extractos fueron seleccionados a causa del hecho de que se ocupan de la naturaleza y constitución de los grupos de fans. Informe sobre Seguridad en los Espectáculos Deportivos7 [1] (…) Quisiéramos resaltar que a los fines no sólo teóricos y de diagnóstico, sino a los fines preventivos y de seguridad, debemos tener en cuenta que en los estadios nos podemos encontrar con dos tipos de violencia, cuyas manifestaciones y tratamiento, por ese mismo motivo, requiere medidas distintas. La primera es la reacción violenta espontánea de una masa o un sector de ella, y como tal sorpresiva, provocada por algún acontecimiento imprevisto, en general relacionado directamente con el desarrollo del juego, y la segunda, es la violencia organizada, proveniente de grupos violentos, previamente dispuestos para ello y que en general actúan con algún grado de premeditación, aunque muchas veces su reacción violenta aparezca disfrazada o "explicada" por alguna situación propia del juego, y sobre la cual en muchas oportunidades se monta la reacción espontánea del resto de la masa. [2] (…) El problema que crean las multitudes de espectadores deportivos, está en directa proporción y relación, con la naturaleza del espectáculo y el número de espectadores, siendo justamente por ello el fútbol el más problemático, por la pasión que provoca, su gran difusión e inserción social, la asistencia masiva de espectadores y, fundamentalmente, por el mal comportamiento del público, lo cual no se da en igual grado en otras disciplinas. (...) En una apretada síntesis de las recomendaciones finales, señalaremos que las mismas tienen relación con los siguientes aspectos: [3] (…) Existencia y falta de control de los grupos violentos 4 Alcoholismo y otros tipos de adicciones. Instalación de sistemas de control inteligente de accesos y sistema de circuitos cerrados de televisión y audio dirigido. Adecuados y eficientes medios de comunicación y coordinación de la policía con la asistencia médica, ambulancias, primeros auxilios, plan de evacuación, Defensa Civil, etc. Gran entrenamiento de las fuerzas policiales, especialmente en lo que hace al autocontrol emocional y cumplimiento estricto de las órdenes y los planes tácticos. Mantener la prohibición [de] venta o consumo de alcohol en los estadios. [4] (…) Dentro del ámbito nacional, debemos señalar, que si bien la violencia en los espectáculos deportivos existió casi desde siempre, como manifestación fundamentalmente espontánea, recién en los años 60 comenzó a expresarse de una manera mucho más agresiva; con incipiente organización y luego a partir de la década del 70 y hasta la actualidad fue incrementándose y a tener incidencia decisiva la violencia organizada en grupos violentos que actúan con premeditación. Si bien las causales de la misma, como ya hemos dicho, son de estructura compleja, podríamos tratar de resaltar las condiciones indirectas que facilitaron el desarrollo de la misma y especialmente la formación y aparición de los grupos violentes denominados "barras bravas", que abarcarían los siguientes aspectos: • • • • • • Contexto social-económico grave Marco cultural-educativo deteriorado Marginalidad derivada y destrucción del vínculo familiar Influencia del alcoholismo y más actualmente de otras adicciones Crisis de autoridad Conformación y aparición de grupos violentos organizados, no sólo ya para sus actividades tradicionales de rivalidad frente a sus adversarios deportivos, sino como actividades funcionales y rentables, en forma paralela a la anterior y justificada en la misma, como: actos políticos, actos gremiales, activismo dentro de la interna de los clubes, "apriete" a técnicos y jugadores, venta y distribución de droga, y otros sinnúmero de "negocios" afines. De acuerdo a los esquemas conceptuales del documento, hay dos elementos contradictorios en el fenómeno analizado, en lo que a violencia se refiere: el juego parece causar violencia espontánea [1], debido a su naturaleza competitiva, y debido a la gran cantidad de gente concentrada en un mismo lugar [2]; aun así parte de la violencia es provocada por grupos fundamentalmente violentos [1], probablemente compuestos de espectadores que tienen mal comportamiento [2]. No se hacen comentarios acerca de la obvia necesidad de distinguir la una de la otra, si la violencia organizada debe ser combatida mientras que la violencia espontánea es tan solo un desafortunado brote del espectáculo. En [3] la violencia de los grupos se reafirma, con el agregado de la falta de que control sobre ellos. Medidas disciplinarias y vigilancia son entonces establecidas como los mecanismos tecnológicos más apropiados para atacar el problema. El operador de la iconización es aquí incluso más sutil que en el caso previo, una vez que no hay un comportamiento descrito que clasifique al grupo en cuestión. La violencia es reificada, transformada en algo que puede ser comprendido y tratado sin importar el contexto, lo cual significa que los grupos pueden ser identificados como violentos a través del análisis de 5 indicadores generales (no-indexados, en el sentido de no estar fundamentados en la actualidad del hecho y del contexto, sino iconizados hasta el punto en que ningún contexto o circunstancia es necesaria). La pura esencia es alcanzada - Primordialidad8, en la terminología de Peirce. En este marco de trabajo, las estrategias que se basan en la tentativa de influir en el comportamiento de los fans (como fueron exitosamente implementadas con los hooligans en Dinamarca, por ejemplo - ver Carnibella et al. 1996) no son una alternativa, una vez que la “barra bravura” de los individuos se torna esencial. El pasaje [4] es el más interesante. En primer lugar, algunas fechas fueron arregladas para asimilarse a la narración histórica, aunque no fue agregada ninguna información adicional. La misma información provista anteriormente es repetida en varias ocasiones, en distintos géneros discursivos. En [4], el alineamiento de las fechas da la sensación de análisis histórico, en un estilo académico simplista que tiene como meta la legitimación de la hipótesis del documento. A continuación se presenta una lista de los factores que condicionaron la aparición de las barras bravas. Aquí el dispositivo retórico es la patologizacion de los patrones culturales de los grupos marginales (van Dijk 1998), dentro de un marco conservador - la valorización de una determinada situación socio-económica, de un determinado patrón educativo y cultural, de una determinada estructura familiar. La explicación de la violencia organizada a través de la aparición de grupos violentos organizados es claramente tautológica. La unidad de análisis de los párrafos seleccionados es el grupo, que anula toda complejidad y heterogeneidad interna, a la vez que reifica una distinción ficcional entre violencia organizada y violencia espontánea como mutuamente excluyentes (incluso si en la practica esta distinción es imposible). Un punto importante a propósito de este texto, así como del anterior, es la absoluta ausencia de evidencia factual para sostener el argumento. Tampoco nos fue suministrada ninguna definición eficiente de violencia. A partir de los dos textos ya analizados, puede esbozarse un marco conceptual tentativo. La gran mayoría de las menciones de las barras bravas, tanto en periódicos como en documentos oficiales, suscriben a patrones discursivos que representan a los fans como fundamentalmente violentos, es decir, atrapados en una férrea jaula económico-cultural en la cual la violencia es el único medio de expresión. Hacer uso del aparato represivo y judicial del Estado es una conclusión lógica inducida por esta línea de pensamiento. Pasamos ahora a una conversación mantenida con un integrante de una barra brava. 3) Miembro de un grupo de fans “Acá no hay ningún barrabrava”, me dijo un importante miembro de la hinchada de Nueva Chicago, “somos todos gente de familia”. La “hinchada” es el grupo que ritualmente ingresa a los estadios tocando el bombo, que lleva las banderas del club y asume todos los riesgos que eso implica9; el grupo que canta a lo largo de todo el partido y que sigue al equipo cuando va a jugar a otros lugares. Es también el grupo que defiende “el honor y los colores del club”, envolviéndose en ocasionales combates. Daniel Barba, un importante ex-líder de la legendaria hinchada La 12, relacionada al equipo Boca Juniors, describe así a la hinchada: La barra es un grupo selecto, por decirlo de alguna manera, es un grupo chico de gente... chico depende del club, por supuesto unos tienen mas, otros tienen menos. Es el que va a todos lados, porque los hinchas de un club van a unos partidos sí, otros no, aquel le queda muy lejos, tiene que trabajar. Estos, esta gente que va incondicionalmente a todos lados, la barra, es un grupo social en el cual hay otras reglas distintas, hay códigos distintos a los de la gente común. Por supuesto cada barra tiene un código, pero hay códigos compartidos por todos, ¿viste? Es un grupo 6 que va a todos lados, ¿qué sé yo? A Rosario, a Mendoza, se va a 600 kilómetros, a mil, o a lo que sea, o a San Paulo, como fuimos... a Chile, a Uruguay, y no va por el hecho de viajar o conocer un lugar, porque nosotros por ejemplo viajábamos 15 horas en micro para llegar a la cancha, cuando empezaba, veíamos el partido y volvíamos cuando terminaba. Ni siquiera veíamos el lugar como era. Eso es para que comprendas un poco más el fenómeno social de la barra. Es un grupo incondicional, esa es la barra. Y es el grupo, es una opinión personal, que vendría a ser lo que seria el sentimiento de la gente de ese club. Por ejemplo, lo que canta la barra canta todo el mundo, es el que lleva a los demás, por decirlos de alguna manera, el que lidera. Si no lo canta la barra no lo canta nadie. Surge de la barra, o puede surgir de la gente, y si a la barra le gusta, lo empieza a cantar, lo cantan todos. Pero eso es lógico, porque es el grupo que lleva bombo, el que hace más ruido, el que cien tipos gritan más que siete mil. Una vez que empiezan a gritar ellos, todo el mundo los sigue. La misma gente esta esperando que es lo que cantan para seguirlos. ¿Entendés? Es una cosa como en la sociedad más o menos, son los líderes. “La gente” es el grupo compuesto por los fans no-tan-entusiastas, que no se sitúan en el centro de la tribuna sino en sus costados, que no se envuelven en peleas, y que generalmente prestan mas atención al desarrollo del juego que los promotores de la fiesta de la hinchada. Antiguos miembros de la hinchada que son viejos ahora, generalmente se quedan con “la gente”. Familias enteras, grupos de chicos, chicas, ancianos y gente que viene al estadio ocasionalmente son los que usualmente están con (y componen) “la gente”. “Banda” es otra palabra utilizada por los miembros de la hinchada refiriéndose a si mismos, y la razón de eso se debe a las actividades carnavalescas y a la ejecución del bombo. En este fragmento encontramos algunos elementos importantes. Primero, la barra brava es definida a través de un conjunto de acciones y comportamientos, y no de características personales. Participar en cierto cúmulo de actividades define a un miembro, en el sentido de que mide la pasión que el o ella tiene por el club. Viajar a lugares distantes para ver jugar al equipo es un signo que indica la fidelidad al club. Esa es una de las formas en la que los miembros de la barra se identifican entre sí; la otra es a través de su actividad dentro de los estadios, en la promoción del carnaval que toma lugar en las tribunas. A partir del momento en que la banda hace su ingreso a la tribuna, la gente canta a lo largo de todo el encuentro. O al menos ese es el objetivo. A través de las canciones y la música, los fans muestran su apoyo al equipo. Sienten que son parte del encuentro, y que su rol es el de transmitir su energía a los jugadores a través del poder de su canto. Esto es: a través del volumen y la continuidad del canto. Este “sentimiento de participación” es un elemento clave para entender adecuadamente el fenómeno de la violencia relacionada al fanatismo. La noción de una concurrencia pasiva a un espectáculo recreativo no podría ser más ajena aquí. La expresión “poner huevo” es utilizada dentro de este contexto, y significa brindar toda la propia energía y entrega al equipo. En el imaginario bonaerense del fútbol, el rol del jugador es el de participar con la determinación de ganar, dando todo lo que puede dar y dejando eso en claro durante el desarrollo del encuentro; y el rol del fan es el de nunca dejar al jugador solo en el campo de juego, poner de manifiesto que se esta defendiendo algo noble, y que eso esta hecho a través de los cánticos. La rivalidad entre vecinos o grupos es la base de la existencia del universo futbolístico, en el imaginario de la hinchada. Esto significa que existe un marco de incompatibilidad entre la idea del universo del fútbol centrado en el campo de juego, como lo consideran algunos investigadores (e.g. Romero y Archetti, 1994), y el entendimiento, por parte 7 de la hinchada, de que el mismo se basa en las tribunas, a partir del momento en que ese es el lugar en el cual se encuentran los miembros de la comunidad que el club representa. El pasaje en el cual Daniel dice que “todo el mundo esta esperando la entrada de la barra” es un ejemplo de eso. Por ejemplo, si la mala actuación de un jugador es asociada, en la mente del fan, con falta de determinación para ganar, su reacción es enérgica. El jugador puede ser insultado a trabes de cantos específicos durante la duración de ese encuentro o los siguientes; puede ser atacado con proyectiles arrojados desde la tribuna, o la hinchada puede invadir los vestuarios durante el entretiempo, o después del partido, para amenazarlo (o incluso golpearlo, aunque raramente ocurre). Estas situaciones son llamadas “aprietes”, y un rápido análisis de los artículos periodísticos nos revelaría que ocurren con bastante frecuencia en el fútbol argentino. Mientras que para diversos sectores de la población de Mataderos los aprietes son generalmente aceptados como algo natural dentro del mundo del fútbol, en donde valores capitalistas se chocan con antiguos códigos barriales de honor, los diarios principales los catalogan como “comportamiento barbárico”. Basándonos en estos análisis, podemos afirmar que cuando los principales diarios, fuentes oficiales y miembros de la hinchada usan el término barra brava, no se están refiriendo al mismo fenómeno o individuos. Este es un aspecto importante del tema en cuestión: porque a causa de la escasa intercomunicación entre el imperio discursivo de los medios y de la policía por un lado, y la cultura de la hinchada por el otro, cada dominio discursivo tiene su particular y, la mayor parte del tiempo, internamente coherente uso del término barra brava. El problema se presenta en las situaciones de contacto limítrofe entre los diferentes enfoques. Los fans conectados con la cultura del fanatismo futbolístico la viven a través de una experiencia activa, y los miembros de la barra brava son asociados con la fiesta de las tribunas, y/o la defensa del honor de un barrio. Los periódicos y la policía poseen una definición estática de la barra brava, asociada con una concepción reificada de la violencia, lo cual significa que quien quiera que actúe violentamente en las tribunas es inmediatamente considerado un miembro de esos grupos. Naturalmente existen ciertas confluencias entre ambos grupos, pero difieren la mayoría de las veces. Hay tantos pacifistas dentro de la hinchada, como individuos agresivos fuera de ella y a quienes los miembros del grupo no contemplan como parte de ellos. En la practica, se han dado muchos casos en que individuos, considerados lideres de las barras bravas por la policía, fueron arrestados como responsables por los actos violentos cometidos por personas absolutamente fuera de su control y que no eran miembros del grupo localmente considerado “la hinchada”. En algunos casos, estas situaciones provocaron, en ciertas hinchadas, movimientos enfocados al control interno de la agresividad de sus miembros, y muchos grupos de fans establecieron reglas y códigos informales, no permitiendo el robo en las tribunas, y controlando el comportamiento de las personas en los viajes, por ejemplo. En esos casos, el inculpamiento de los líderes hace evidente las contradicciones de marcos conceptuales incompatibles. Conclusión: violencia oficial y guerra simbólica La guerra contra la “violencia en el fútbol” es llevada a cabo en la Argentina como la guerra contra los “violentos del fútbol”. El intento de este artículo es explorar operadores semióticos y tecnologías discursivas que naturalizan y despolitizan no sólo relaciones de desigualdad, sino también el uso de la violencia de Estado. El uso de la violencia en los asuntos de Estado, contra la actividad subversiva o contra la actividad criminal en general, puede asociarse, según la opinión de Scheper-Hughes, con la necesidad del Estado de afirmar la “incontestable realidad” de su control sobre la población. “Es precisamente porque la realidad del poder es tan disputable, y 8 el régimen tan inestable”, que la violencia es utilizada (Scarry citada en Scheper-Hughes 1992: 225). Aun así hay patrones ocultos en este estratégico uso de la violencia oficial. Esta inserto en universos simbólicos y discursivos que lo legitiman, que lo localizan en las dinámicas sociales y culturales en las cuales su uso parece lógico y necesario, incluso para grupos sin conexión con el ethos militarista. No es infrecuente escuchar en las calles de Buenos Aires que el problema de las barras bravas hizo su aparición junto con la conclusión del último periodo del gobierno militar y el retorno de la democracia. “La policía suavizó su tratamiento con estos tipos, y ahora mire lo que pasa”, afirma Marco, de 35 años, empleado en una compañía multinacional de telecomunicaciones en Belgrano, un barrio de clase media alta en Buenos Aires. Una cuestión que surge es cuales son los mecanismos que hacen ver la violencia de un grupo como negativa mientras la violencia del grupo contrario (incluso a veces más intensa) es benéfica y necesaria. Existen estudios que apuntan hacia el hecho de que fueran fuerzas de la ley y agentes de seguridad privada los autores de más de dos tercios de los asesinatos en estadios durante las ultimas cinco décadas en Argentina (Romero 1986). Y sin embargo todavía existen fuertes y operantes mecanismos discursivos y semióticos que tienden a legitimizar la violencia policial como estrategia natural de combate contra otros tipos de violencia. Bauman discute como las inhibiciones morales contra la violencia tienden a erosionarse a partir de que tres condiciones se hacen presentes, juntas o separadas: La violencia es autorizada (por ordenes oficiales provenientes de cuarteles con habilitación legal), las acciones se rutinizan (por las practicas reglamentadas y la exacta especificación de los roles), y las víctimas de la violencia son deshumanizadas (por las definiciones y adoctrinamientos ideológicos) (Bauman 1989:21). Su análisis se ocupa específicamente de quienes perpetran atrocidades en situaciones de guerra, pero puede aplicarse al fenómeno aquí analizado. La legitimación del uso de la violencia se vería incluso facilitada si no hubiese contacto personal, ni un ambiente compartido entre víctimas y victimarios/partidarios de la violencia. Las tecnologías comunicacionales son importantes mediadores en ese proceso: la manera en que los medios describen guerras llevadas a cabo al otro lado del planeta, y el uso que algunos políticos hacen de esas representaciones para ganar apoyo popular y legitimizar acciones bélicas lo ejemplifican10. En este sentido, la desterritorialización es un importante elemento semiótico en la economía política de la legitimación de la violencia y de la agresión. Es común, en conflictos sociales como el que tratamos en este artículo, que los oponentes entiendan su lucha, y basen sus acciones y estrategias, en representaciones ficcionales del otro. Estas representaciones ficcionales son producidas como parte de rituales sociales en los cuales grupos marginalizados son retratados como íconos del peligro y la maldad que amenaza a los individuos identificados con los sectores centrales del grupo social. Representación y acción son producidas simultáneamente, una comprometida en la legitimación de la otra; el cuerpo participa integralmente en esta producción; cuando se encuentran en ámbitos tensos y conflictivos, los contendientes tienden a “pensar” con sus cuerpos - en lo que Scheper-Hughes llama culturas somáticas - mucho mas intensamente que en contextos pacíficos. Es relevante aquí una observación de Peteet, a propósito de la representación de los palestinos por las fuerzas de la policía israelí: “los palestinos son vistos como poseedores de un conjunto fundamentalmente diferente de conocimientos y moral - generalmente condensado en la frase: ‘Ellos solo entienden la fuerza’” (1994: 37). Existe una implicación importante en la creencia de que “ellos solo entienden la fuerza”, y esta relacionada con su exclusión del universo simbólico de la comunicación dialógica. Esto se logra de dos maneras distintas. La primera es a través de la destrucción de la seguridad ontológica y 9 del grupo de hábitos semióticos11 que estructuran la vida cotidiana con terror y sensación de caos, por ejemplo, a través de la promoción estratégica del desorden y la confusión (Taussig 1992: 17), tratando de destruir “de facto” el universo simbólico del otro. Es interesante notar que el caos y el desorden son exactamente lo que el agresor mas teme, y que él ve a la victima como la corporización del caos que él mismo promueve mientras lo combate. Como defensor de un particular y ordenado estado de cosas, él percibe como caótico, salvaje y peligroso a cualquier cosa que exista fuera de los limites de la base lógica que dan sentido a este estado de las cosas, y su pánico no esta relacionado al miedo de perder el poder que posee, sino al miedo de perder los mismos cimientos de la estructura de su mundo. Su guerra no es la continuación de la política, como afirmo Clausewitz (Mahmood 1996: 17); su lucha es contra la posibilidad de que las bases que sostienen su política y las guerras Clausewitzianas desaparezcan. Es por eso que su violencia es tan intensa: en palabras de Brecht, el miedo impera no solo sobre aquellos que son gobernados, sino también sobre quienes gobiernan12: Lo Salvaje… convoca al espectro de la muerte a partir de la propia función simbólica. Es el espíritu de lo desconocido y lo confuso, vagando libre por el bosque que circunda la ciudad y los sembrados, irrumpiendo en las convenciones sobre las que descansan el significado y la función formadora de la imagen. Lo Salvaje desafía la unidad del símbolo, la totalización trascendente que ata la imagen a aquello que representa. Lo Salvaje despedaza esta unidad y en el mismo lugar disloca y tritura las articulaciones entre significado y significante. Lo Salvaje convierte estas conexiones en espacios de oscuridad y luz en los cuales los objetos contemplan en su moteada desnudez mientras los significantes flotan a su alrededor. Lo Salvaje es el espacio muerto de la significación. (Taussig 1987: 219) En su miedo y su pánico, el agresor produce demonios y fantasmas, conjugando elementos de aquello a lo que defiende y a lo que combate. Cuanto más alto el nivel de represión policial, más intensa será la reacción de los miembros de la hinchada13 11 (y generalmente puede ponerse intensa al punto de producir varias muertes al año), y eso va a retroalimentar la imagen que la policía tiene sobre estos grupos, reafirmando su categoría de “peligrosos” y “salvajes”, justificando en definitiva la necesidad del uso de la violencia. En ese sentido el dolor y el miedo están relacionados a una retirada semiótica de la simbolización hacia la iconización, como nos muestra E. Valentine Daniel (1984, 1996). La segunda forma en que la exclusión del otro del dominio simbólico y dialógico de la comunicación toma lugar es a través de la creación de una ceguera ideológica frente al sufrimiento que excluye al otro de lo que Morris llama comunidad moral, un campo que define los limites dentro de los cuales la humanidad, el sufrimiento y la moral son conceptos válidos (Morris 1997: 39). La tercera condición de Bauman (la deshumanización de las víctimas de la violencia) es similar a lo que Harold Garfinkel llama rituales de degradación. Para la lógica interna del uso militar de la violencia, una vez que estos rituales se han llevado a cabo, los derechos civiles se tornan un problema (Sullivan y Miller 1999: 13). En cierta ocasión durante el transcurso de mi investigación, un oficial de alto rango se acercó a mí para preguntarme qué estaba haciendo (se había dado cuenta de que yo observaba a la hinchada y tomaba notas). Luego de que le hube explicado mi propósito, él muy amablemente me presentó dos de sus consideraciones acerca de la violencia en el fútbol: que los líderes de las barras bravas no son el problema, sino los más jóvenes que equivocadamente creen que para llegar a ser un líder es necesario desplegar altos niveles de agresividad, y terminan depredando estadios, autos y vidrieras de negocios aledaños; y que desgraciadamente la policía de Buenos Aires perdió el apoyo legal que tenia en el pasado (durante los años de la última dictadura militar), y que ahora “tenían que esperar a que los disturbios comenzaran para poder arrestar a esos tipos”. 10 Aquí encontramos claramente la confirmación de que ciertos fans serian arrestados sin haber quebrado ninguna ley, como generalmente ocurrió durante el período militar, si derechos civiles no estuviesen en práctica en Argentina. Sin embargo la averiguación de antecedentes es una disposición de la ley usada por la policía para poder detener individuos que no han cometido ninguna infracción. A través de esta disposición, la policía puede mantener a una persona bajo arresto hasta un máximo de 24 horas para verificar sus antecedentes. Los hinchas generalmente son arrestados bajo estas condiciones, sin importar qué fue lo que motivó la detención. Una situación observada fuera del estadio de Boca Juniors un par de horas antes del encuentro entre el equipo local y el Cruz Azul, de México, el 28 de junio del 2001, sacada de mi libro de notas, describe el uso de esta herramienta. Las entradas se habían agotado varios días antes del partido, lo cual había causado no pocos conflictos y confusión en las boleterías. Más de 53 mil personas concurrirían al encuentro, por lo cual la policía designó a más de 750 oficiales para esa noche. Ocurrió delante de la puerta número 12 del estadio. A la gente que aguardaba en fila se le ordenó mostrar sus entradas, y aquellos que no tenían fueron golpeados y arrestados. Fueron llevados hasta un camión policial estacionado cerca de las puertas del estadio, donde se les hizo completar un formulario con sus nombres y números de documento antes de hacerlos subir. Muchos de ellos estaban sangrando. Eran en su mayoría jóvenes de entre 18 y 23 años. Le pregunté a un oficial por qué esa gente estaba siendo arrestada. Por no tener entrada, contestó. Después me preguntó si yo tenía entrada. Una credencial de periodista brindada por el departamento de prensa del club Nueva Chicago me salvó de ser arrestado esa noche. En situaciones como esta, el recurso de la averiguación de antecedentes es lo que confiere un marco legal a estos arrestos. Dos días después del encuentro, el diario Olé14 describió lo que había ocurrido esa noche: Olé, Sábado 30 de junio de 2001. BOCA BICAMPEON DE AMERICA. Una noche de terror. Lo más grave pasó en Misiones, donde un hincha murió por un tiro en la cabeza. Pero también hubo incidentes en otras ciudades. Como ya es una costumbre cada vez que se festeja un título en la Argentina, en el de Boca también hubo que lamentar víctimas. (...) En la madrugada, hubo disturbios en varios puntos del país, con daños materiales de importancia y más de 350 detenidos: 290 por incidentes y averiguación de antecedentes y aproximadamente 60 por infracción a la ley de estupefacientes. (...) El autoritarismo del recurso de verificar antecedentes se encuentra diluido en la rica descripción de los daños cometidos por los fans, después del partido. A través de una relación metonímica que surge a causa de la forma en la que está construido el texto, los arrestos por verificación de antecedentes son presentados como opciones legítimas en el combate contra la violencia y la depredación que caracterizan a los disturbios provocados por los fans. La apropiación de los mecanismos de regulación legal en la imposición de un reglamento militar, fenómeno del cual la verificación de antecedentes es ejemplo claro, es mucho más peligrosa para los derechos humanos en muchos lugares de Latinoamérica, en el presente, que el dominio militar abierto basado en golpes, juntas o medidas de emergencia, sugiere Schirmer (2000). Usando Guatemala como ejemplo de análisis, esta autora nos muestra cómo el aparato policial puede actuar a través del uso estratégico de la creación de leyes al envés de la actuación, en acuerdo con leyes creadas democráticamente, i.e. a través de leyes creadas con la intención de dar un carácter legal a acciones autoritarias: 11 Es la imagen de la regularidad de las leyes que pueden ser confortablemente utilizada como muestra de que el gobierno está de acuerdo con la orden legal que él mismo ayudó a crear. Una entrevista de 1983 con Ríos Montt revela eso con relación a la actuación policial: “Cuando la Constitución (de 1965) era válida, yo no podía invadir una casa en busca de alguien. Entonces tuve que establecer un marco legal de forma que ahora me permite entrar a una casa (y) mantenerme dentro del marco de la ley” (New York Times, 15 de julio de 1983) (Schirmer 2000: 126-7) Notas 1. Este artículo forma parte de una investigación financiada por Tinker Foundation / Instituto de Estudios Latinoamericanos e Ibéricos de la Universidad de Columbia (Nueva York), por el programa de Antropología Aplicada del Teachers College de la misma universidad, y por el CNPq - Ministério da Ciência e Tecnología do Brasil (proceso 200305/01). La investigación de campo contó también con el apoyo inestimable de: Ana Laura Taddei; Lambros Comitas; Zoraida Arbo y Blanco y Mariano Horischnik, así como de Agustín, Gastón, Ana Irene y Manuel; Diego de Velasco; María Teresa Sirvent; Silvia y Hugo Molinari; Fabián Uchoa; y Alfredo Straga, además de muchos otros que seria imposible mencionar aquí. Martín Monreal, María Sánchez y Agustín Horischnik colaborarán en la traducción del texto del inglés al español. A todos, mi profunda gratitud. 2. Clarín es el diario argentino de mayor circulación. 3. Clarín, editorial, 04/07/2001. 4. Los términos originalmente utilizados por Gal son: iconization, recursiveness y erasure. 5. Utilizo aquí la definición ofrecida por Peirce, según la cual un ícono es un signo que establece una correlación con un objeto (o concepto) en razón del hecho de que sus cualidades son similares a las cualidades del objeto. Una fotografía es el ejemplo típico de un ícono, ya que posee muchas características en común con el rostro retratado (Liszka 1996: 37). 6. Como, por ejemplo, en las discusiones contemporáneas acerca de la definición de qué y quién es un refugiado de guerra. 7. Las itálicas corresponden al documento original. 8. Peirce utiliza el termino Firstness para denotar, entre otras cosas, el universo de lo esencial o primordial. 9. En virtud del hecho de que las hinchadas, tradicionalmente, intentan llevarse las banderas de las hinchadas contrarias como “trofeos de guerra”. 10. Una instancia es el bien conocido análisis de Baudrillard de la Guerra del Golfo. Ver Baudrillard 1995. 11. Estamos aquí utilizando la terminología de Peirce. Él propuso el uso del concepto de hábitos semióticos en un sentido muy semejante al del concepto de habitus propuesto por Bourdieu (Daniel 1984, 1996; Parker 1998). 12. Brecht, citado en Taussig 1987: 122. 13. El concepto de honor es uno de los elementos fundamentales de la cultura de la hinchada, y complica el problema de la relación entre la hinchada y la policía. Aceptar los desafíos, ser “guapo”, resistir con presteza combates violentos, todo esto tiende a transformar la represión policial en un factor que puede intensificar la violencia de la hinchada, en lugar de combatirla. 14. Olé hace parte de la compañía Clarín y es considerado el periódico deportivo más importante en Argentina. Bibliografía • • • • Archetti, Eduardo P., y Amílcar G. Romero (1994). Death and violence in Argentinean footbal. In Giulianotti, Richard, Norman Bonney y Mike Hepworth (eds.), Football, Violence and Social Identity. London and New York: Routledge. Baudrillard, Jean (1995). The Gulf War Did Not Take Place. Bloomington & Indianapolis: Indiana University Press. Bauman, Zygmut (1989). Introduction. In Modernity and the Holocaust. Ithaca: Cornell University Press. Bourdieu, Pierre (1977). Outline of a Theory of Practice. New York: Cambridge University Press. 12 • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • ---------- (1982). A Economia das Trocas Simbólicas. São Paulo: Edusp. ---------- (1990). The Logic of Practice. Stanford: Stanford University Press. Carnibella et al. (1996). Football violence in Europe. Oxford: The Social Issues Research Centre. Clarín, edición de 04/07/2001. Coordinacion de Seguridad Deportiva de la Secretaria de Deportes de la Nacion (2001). Informe sobre Seguridad en los Espectáculos Deportivos. Buenos Aires: Secretaria de Deportes. Daniel, E. Valentine (1984). Fluid Signs - Being a Person the Tamil Way. Berkeley and Los Angeles: University of California Press. ---------- (1996). Charred Lullabies. Princeton: Princeton University Press. Durkheim, Emile (1938 [1895]). The Rules of the Sociological Method. New York: Free Press. Foucault, Michel (1980). Lecture Two: 14 January 1976. In Gordon, Colin (ed.), Power/Knowledge. New York: Pantheon Books. ---------- (1981). The Order of Discourse. In Young, Robert (ed.), Untying the Text. Boston: Routledge and Kegan Paul. Gal, Susan (1998). Multiplicity and Contention among Language Ideologies. In Schiehelin, Wooland, y Kroskrity (eds.), Language Ideologies. Oxford: Oxford University Press. Garfinkel, Harold (1972). Conditions of Successful Degradation Ceremonies. In Marris, Jerome y Bernard Meltzer (eds.), Symbolic Interactionism. New York: Allyn and Bacon. Irvine, Judith (1989). When talk isn’t cheap: language and political economy. American Ethnologist, 16, 2 (1989):248-278. Liszka, James Jakob (1996). A general introduction to the semeiotic of Charles Sanders Peirce. Bloomington, IN: Indiana University Press. Lyotard, Jean-Francois (1988). The Différend: Phrases in Dispute. Minneapolis: University of Minnesota Press. Mahmood, Cynthia Keppley (1996). Fighting for Faith and Nation: Dialogues with Sikh Militants. Philadelphia: University of Pennsylvania Press. Miller, Barbara (1987). Female Infanticide and Child Neglect in Rural North India. In Scheper-Huges, Nancy (ed.), Child Survival: Anthropological Perspectives on the Treatment and Maltreatment of Children. Dordrecht: Reidel Publishing. Morris, David (1997). About Suffering: Voice, Genre, and Moral Community. In Kleinman, Arthur, Veena Das y Margaret Lock (eds.), Social Suffering. Berkeley: University of California Press. Olé, edición de 30/06/2001. Parker, Kelly (1998). The Continuity of Peirce’s Thought. Nashville: Vanderbilt University Press. Peirce, Charles Sanders (1931-1958). Collected Papers of Charles Sanders Peirce. Hartshorne, Charles, and Paul Weiss (eds.). Cambridge: Harvard University Press. Peteet, Julie (1994). Male Gender Rituals of Resistance in the Palestinian Intifada: A Cultural Politics of Violence. American Ethnologist 21(1): 31-49. Romero, Amilcar (1986). Muerte en la cancha (1958-1985). Buenos Aires: Editorial Nueva America. 13 • • • • • • • • Rothleder, Dianne (1999). The Work of Friendship. Rorty, His Critics, and the Project of Solidarity. Albany: State University of New York Press. Salvo, Andrés Recasens (1999). Las Barras Bravas: estudio antropológico. Santiago: Bravo y Allende Editores / Universidad de Chile. Scheper-Huges, Nancy (1992). Everyday Violence: Bodies Death and Silence. In Death Without Weeping: the Violence of Everyday Life in Brazil. Berkeley: University of California Press. Schirmer, Jennifer (2000). The Guatemalan Military Project: A Violence Called Democracy. Philadelphia: University of Pennsylvania Press. Sirvent, María Teresa (1999). Cultura Popular y Participación Social - Una investigación en el barrio de Mataderos (Buenos Aires). Buenos Aires: Miño y Dávila / UBA. Sullivan, Mercer and Barbara Miller (1999). Adolescent Violence, State Processes, and the Local Context of Moral Panic. In Heyman, Josiah (ed.), States and Illegal Practices. New York: Berg. Taussig, Michael (1987). Shamanism, Colonialism and the Wild Man. Chicago: University of Chicago Press. Van Dijk, Teun A. (1998). Critical Discourse Analysis. In Tannen, Debora, Debora Schiffrin y Heidi Hamilton (eds.), Handbook of Discourse Analysis. Blackwell Publishers. 14