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SEMANARIO P I N T O R E S C O ESPAÑOL.
ESPAÑA
97
PINTORESCA.
Eü. CASTIZ.I.O DEI. CASFICj!
inco leguas al E. N . E . de Córdoba, en un
c e r r o de mediana elevación , á un tiro do
bala de la orilla izquierda del G u a d a l q u i v i r , está situada la villa del C a r p i ó , que algunos escritores Lan juzgado que es la Ebora de los romanos á que
t l i n i o llamó cereal. Otros han asegurado que es la Onuba
que pone el mismo cerca de Córdoba á la orilla izquierda del Belis • empero otros colocan á Ebora a dos leguas
de Bujalance y a' una del Carpió hacia el cortijoi llamado
del t r a p e r o , y reducen a Onuba al sitio que ocupan las
Ventas de Alcolea. Colocando Plinio^ aquella antigua p o í^lacion á la orilla izquierda del Betis , se echa de v e r el
«rror de los que la suponen en el citado parage que ocupa
ía orilla opuesta. Otros finalmente p r e t e n d e n que Onuba
estuvo donde ahora los Cansinos, sitio distante de Córdoba
•íias de tres leguas, donde se descubren muchos vestigios
^e antigüedad. Aunque no sea fácil resolver esta duda en
*''6dio de tan diversas opiniones y de la confusión que
í'''oducen los varios sitios que en este terrilorio manifies-
Segimda serie.—Tojio II.
tan rastros de población, nos inclinamos a creer que el
Carpió debe reducirse á la Onuba con mas grados de p r o habilidad que á ninguna otra.
Mas sea de esto lo que fuere, lo cierto es que en !os
contornos de esta villa se han encontrado en varias oc»siones monumentos de antigüedad romana que p r c e b a n la
existencia de una población de aquellos tiempos en este
parage. En los de Ambrosio de Morales se descubrió el
magiiífico enterramiento de la familia de los Acilios en
que estaban sepultados Lucio Acilio B a r b a , d é l a tribu
galeria , Lucio Acilio Terenciano , Cornelia Lepidina, hija
de Cornelio Lepido, mujer del anlerior, y Acilia Lepidina,
hija de estos. En nuestros tiempos se ha encontrado igualmente otro sepulcro labrado en una pieza de m a r m o l
blanco eu figura de atahud j mas la lapida que lo cubría,
donde estarla la inscripción que regularmente tendría, ya
no existe. También se han encontrado vasos sepulcrales,
lucernas de b a r r o , y un trozo cilindrico de ara en que se
ven los instninieulos de los sacrificios, delabro , disco y
29 de marzo de 1840,
t±
SEMANARIO PINTO'RESCO ESPAÑOL.
íjjreferículo eu medio de un festón que pende al rededor.
No lejos del l u g i r que hoy ocupa la villa del Carpió
-sobre la orilla del rio cxislia al tiempo de la conquista
de Córdoba, es decir por los años de 1 2 3 6 , una pequeú« población llamada A l c o c e r , restos acaso de ü u u b a ,
liacia el sitio que en el pago de Huertas que se csticude
p o r la ribera del citado rio ocupa la ermita de San P e fico que ha conservado el sobrenombre de Alcocer, donóle aun se ven algunos vestigios de antigüedad. Los dona¿lÍGS repartidos por el rey San F e r n a n d o al linage deSotomajror eo esta población de A l c o c e r , vinieron a recaer en
Garciinendez de Soloniayor I I de este n o m b r e , tercer señ o r de esta casa y heredamientos en Córdoba y de la torre
da Bujugenal y p r i m e r Señor del C a r p i ó , el cual c o n o -cícndo que ¡a pequeña población de Alcocer estaría mejor situada y defendida en parage e l e v a d o , la trasladó
si cerro que hoy ocupa 1» villa del Ciirpio, y mandó l a Ijrar una torre en su cima en ei mismo sitio donde: d u r s b »
o t r a antig^ua en p a r t e demolida.
El arquitecto de esta o b r a , según indica la itiscripcion
cspresada, era m o r o , como todos ó casi l5dos l'os que
en aquellos tiempos se dedicaban á las a r t e s , y especialmente á la a r q u i t e c t u r a ; de modo que los vencedores
entregados al ejercicio de las armas tenían que valerse d*
los vencidos , y depender de la inteligencia y Itabilidad
de los que habían subyugado con su esfuerzo y v»lentía.
De esie mismo nombre Mahomad con el apellido de A g u do hubo otro moro maestro mayor de los albañiles y soladores de los alcázares de Córdoba por los años de 1 4 7 7 ,
lo que confirma la observación que acabamos de insinuar.
La poca comodidad que ofrece este edificio, da á e n tender que no fue habitado por sus Señores , al menos
por mucho t i e m p o ; los cuales hacían poco asiento e a
esta villa, teniendo su domicilio y casa principal en. C ó r doba que aun existe, siendo ¡a de mas antigua c o n s t r u c oiun que se conserva en esta ciudad^ En tiempos p o s t e rior.cs SO' labró en la plaza de esta villa una casa á la que
llain-.iu el palacio , edificio de bastante estension y soli*1Ele'vase esta fortaleza dejándose ver ai larga distaBci»' dez pero fie muy defectuosa p l a n t a , que fue reedificado
-vdíe la población en medio de lus edificios de la wllái y ^ l
en: 1^66, Eu este palacio hizo posada el 19 de febrero de
«u plaza p r i n c i p a l , a la altura de 93 pies hasta «1! J^UMH1-624 el rey D. FcÍipi> I V yendo á C ó r d o b a , y fue obsem e n t ó del piso superior ó azotea, siendo su aucMura pon
quiadoniaguificanieOte por el marqués del Carpió D. D i e los fientes del norte y mediodía de 60 pies y de 45 poi"
go-López de Ilaro y S o t o m a y o r , el cual dispuso para d i ios de orienta y occidente. Los cimienlos y muros soin
vertir al: monarca' q u e eu la plaza, del castillo se c o r r i e •de sillares pequeños, y los arcos y dinteles de l a s p u e r t a s
sen iQísos y cañas.
rj ventanas de piedra molinaza rosada. L Í S esquinas y eil^
Ea eleMacion del-sitio eu que está construida la forta«unas otras partes son de ladrillos perfuotameute unidos,, ']
leza y el cieIo>albgre y dsspejado de que goza esta villa
V todo lo domas de muy sólida argamasa. Tiene esl'e c a s proporciona gpzaii desde lo' alto de aquella amenas y eS"
tillo la entrada por la p a r t e del mediodía y se i&ube BÍp9
tendidas vistHS, esfrecialmente de la sierra que tiene al
pisos altos a fjvor de una escaiara> csM-ecliu y suavisíjna
norte. De.icdbrcse'graa esteu&ion del «rrecife que c o n d u formada do oscrlones i&uy Iwjíis-iy idwididia ©n *»IIÍOT trace de MadHdia Ci>diz y pasa por bajo de la población: el
m o s , muchos d é l o s cfua/lés ¡áonem Ijuaífanmia» t o a pisas
rto que por medio <le vendes y apaoibies riberas y for«on tres , en cada uno' dé ]m- OMnIltefi liny un» pieza die
mando varios'ginos tuerce hacia noroeste frente de la villa,
'400 pies c u a d r a d o s , de l»ó*8tlá; e n a i a d ü r n o s a J ^ a s l o g ó y á poca álstMnoia mueve las azudas., llamadas v u l g a r tico , y cada lado dé norte y tfioditjdia, tiene on' grjjcioso
ajimez sostenido por una coUuima-dij n)ariuuJ blauco. £1 m e n t e las grúass las cu«)es eni uúíncro de t r e s , s u b e a
cV'agua p m ' a i r e g i r los terrenos contiguos á la altura da
espesor de lo.s muros es de 9 pies, y el arcii de todo el
Sd pies dosde el nivel del rio, y eslBii OülüCadaS en Un SO»
od'iíicio tle 2 7 0 0 pies cuadrados. Kstaba roílcido este
lidlsiiuo edificio construido en 1 5 6 5 : la península qu»
CESlillo de un fuerte muro de argamasa de que aun hay
iforma' el Guadalquivir en su orilla- septentrional llamada
. festos por la p a r t e del mediodía, el cual fue demolido
la Huelga, sitio fecundo de caza menor que suele destruir
r a r a desembarazar el sitio y labrar casas y otros edificios
el rio cuando liinchado con las lluvias del invierno sal»
caott'guos. Eti su recinto actual se incluye un gian aigibe,
de mndre <• inumla los campos con sus grandes avenidas:
p o r lo que no podia faltarle agua en mucho liomoo a la
y finaUnente la sierra poblada de olivos y otros árboles
guarniciou de la fortaleza. Las almenas que la coronay arbustos que se eleva al frente , ofreciendo alegr? y v a ¿ a n en otro tiempo se han ido d e s p l o m a n d o , y de las
riada perspectiva.
g a r i t a s que ocupaban sus cuatro esquinas con saetías p o r
Esta villa fue erigida en marquesado que poseen hoy
la p a r t e inferior, apenas queda en algunas algo mas que
los duques de A l b a , por el rey D. Felipe I I en favor
ios graades canes que las sostenían.
de D. Diego López de Haro por cédala espedida en BfuiEn el «tur/o del n o r t e tuvo embutida una lápida que
selas á 20 de enero de 1 5 5 9 .
ateora se halla en el de oriein-le 4 cubierto de una casilla '|
Los Señores de esta casa lienen su p a n t e ó n <lcbaj<>
pegada al m a r o de aquel la<lo que hemos omitido en el
<lel c r u c e r o y presbiterio de laiglcsia pan-oquial, al cual
válibujo p a r a p r e s e n t a r el edificio e x e n t o , la cual dice asi:
se baja por una buena escalera de jaspe do un solo t r a m o ,
E.y EL NOMBRE DK D i o s AMKN.
y se e n t r a por una razonable portada, sobre la cual se v«
E s t a t o r r e mandó facer Garci Mendea de Sotomayor
el escudo de los fundadores. Este p a n t e ó n , q"^ es o b r a
:'Se»itóf de Jod»r é fizóla Mahomad é fue obrero^Rui Gil
suntuosa y c a p a z , consta de dos naves de piedra niolv*
«r fíeose « a era de CIoCCCLXIII snnos.
naiza rosada sostenidas de robustos pilares. Sus mui'O*
(Año de Cristo t5'25.)
CwMsTos vmciT. CiirRSTtís REG>rA'r. GUUTBTO» iiuveR/vF. '\ tienen hornacinas al rededor en las cuales están colocad»*
los cadáveres. A la derecha de su entrada h a y uBa pie**
Y »1 lado de esta se eoctienCra otra liipid« de máirtnol
c u a d r a d a , de b ó v e d a , la cual por tener u n eco quC !*
M M Í C O con la inscripción siguiente :
corii«6(»oHcle de un ángulo á otro opuesto, esMamada »«
.perdinandi de Silva, yilea,rez de
Toledo,
lofsi'íi'elos.
E n este panteón están se,pultadoS D . GafCI»
¿ilbensium ditcis ergn amiquilaíern
sludio
Mendte de Haro, obispo de Málaga, que mufióén eSltfti"»
•firoavosque pielale , lapis haec apud
jítn«n 1597: D' f r . Plácido Pacheco, inonge beneditttnOi ' * *
'ífrbsium Morales .híspanamm
scnptíoretn
r«n muy distinguido ea^^so religión, hijo de D . Ju*** ^^
reruin er.lehris, oh nimkarum
i»jur¡am»x
cbeco de H^ro,. clárigjo y oidor de la chancillefi*'d* V**
típpo'sitíiparielisfacrc
avuisa liacqtíe álpOte
lladolidí D. Luis Méndez de H a r o y S'otomaror, Í^^WÜ**
4ac(r tuto pósito, anno Moccix.ir,
SKMANARK) PINTÜIVESCO ESPAÑOL.
^ues del Csrpio que murió en Madrid ea 1614 y algunas
otras personas de esta ilustre familia.
Réstanos decir que el vulgo de este país está persuadido de que esta villa es de !•> que tornó apellido el insigne
'''jo de Doña Jiniena y del cunde de Saldaña j poro deben
Saber que no de esta villa ni. casti lo, sino del que este
lamoso paladín edifr^óá cuatro leguas de Salamanca , donde ahora está la vi la de A l h a , es del que lomó nombre
"EÜNARDO DEL CAIUMO.
L.
M. IlANinEz Y LXs
CASAS-DEZAV
GROMÍGA KACIQKAL.
XA BA'?AZ.T;A
9Z:
x a s z.ZiAsro't
BS
Si^kSsrA.
(Conclusión. Véase el número anterior.)
Oí.
En un espacioso salón de figura c i r c u l a r , bóvedas
inmensas recargadas de adornos y follages, muros ma
21Z0S, en cuyos principales frentes sobiesalijn grupos
dé b a n d e r a s , orlando blasones partidos en bandas gule^' y . pista con las armas del n i ñ o do León y s u perados de insiijuias de R i c o - h o m b r e , cruzaba traiiquila•n'afnté desde el uno al' oíro esltéino un personage de
^i'sá p r o v e c t a , blánéos cabellos, barba luenga y poblad a , y contiuente a Ja vez mesurado y profundamente
triste. Cubría su cabeza un birrete ó capuz monacal, y
'U pecho la cruz militar de Calatrara. Era el Maestre
García de Padilla; aquel guerrero invencible, que
pfóxiíno á bajar al sepulcro, cerida su frente de l a u r e 1 ^ , había estado á punto de pender la vida i manos i n fieles, y buscaba ahora asilo en el castillo de Cabra cont a r la feroz venganza de la morisma, triui.fnnte por psi••^tera vez de su esfuefzo en la malhadada batalla de los
"anos de liacna.
¡Qué contraste..'Ayer, soberano de vastas p r o v i n <^i^í, gífe de la hueste mas ilustre de la nobleza de
bastilla, padre de una sola faiuilia, y primer caudillo en Jas gloriosas lides del ejercito de C a l a t r a v a : hoy,
*bvitido y desgraciado sin faina y sin soldados, victima
^de la perfidia m u s u l m a n a , y objeto de la impostura de
'u'S propios hijos. Padilla, siempre magnininio y piadoso,
•'6'í)fa arrostrado los mas iiiininentts riesgos por salvíir su
"•oiijor y el honor de la fú: pero la ingratitud de sus ca"altetos no pudo resignarle en su vencimiento y humiilayoxx: aterrábale ia perspectiva de un cisma , y la conducta
*• rebelde P r a d o , que fugitivo de la rota de B.-iena y seS^'^do de sus cómplices alzaba en ViUareal la bandera de la
"^•^rpacioii, le desconcertaba y oprimía. Calumniado por ""os ante el mismo trono de O. Alonso ¿cómo justificar
'I' lealtad sometiéndose al juicio de un príncipe irritado,
.'"* declinar sus privilegios y faltar, á la alianza jurada por
J>S'tres órdenes
? Cómo i n t e n t a r l o , sin caer en manos
" 'Us encainizados enemigos? Estos recuerdos, ciribarp n d o el espíritu de Padilla, Je suiniau en profundo d o ""• A r r o y o s de lágrimas corrieron mas de una vez de
^^ ""ejilas venerables.
• ^ T o d o s los buenos (csclama) los leales á su Dios y é
. '*^, han perecido ante mis ojos- Testigo de su agonía,
|. .'^' ^hvia pura de tantos héroes volar á los pies del A l ci á"^' ^''""""" > P<írdon para ellos, y para tantos desgra; . O'S.,..! LT copa de tus iras derramada sobre mi c o r a f^'
predice futuros desastres. Morir como ellos rauriehabiia sido mi d i c h a , Dios poderoso. La infamia en-
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tonces no cubriría las cenizas del g u e r r e r o , ni la t r a i ción hallaiia hoy nuevos crfinetres que p e r p e t r a r y n u e vas vidas que ofrecer!—
.
Euagenado el IVlnes re con tales pensamientos no p e r cibió el rumor confuso, que en el patio del castillo e s citaba el arribo de un mensajero, y cuando el cbmen'dador de Cabra D. Ñuño de Arias le llamó por su n o m bre y entregó un pergamino cerrado , juzgó que la d i vina providencia, compadecida de sus ruegos, le a n u n ciaba el liu de tales desmanes y sacrificios. Pero DCK
era así: el aviso contenia las mas tristes nuevas. L a
rebelión crecía por m o m e n t o s , los moros invadían la
frontera por segunda v e z , y Córdoba estrechada p o r
sus armas , pedia los auxilios de los caballeros de la o r d e n . Padilla uo vacila, leune las numerosas reliquiasde su ejercito y recibiendo <U1 comendador Arias el
homenage de lealtad, conco su legítimo gefe, vuela a i socorro de los pueblos fronterizos, y seguido del pen—don de Cíl.Urava, penetra en Córdoba á c u m p ü r susduberes. Allí le sorprendieron recientes dcseng,ños: e í
ingrato clavero Nuñez del P r a d o , auxiliado de la p r o tección del rey y de un corto puñado de ptíiTidos c a b a l l e r o s , hablase p r o c l a m a d o , en medio de una elección
t u r b u l e n t a , Maestre de Calatrava.
¿Cómo podrá la pluma espresar coa viveza el c u a dro de los males que desde entonces se siguieron a l .
reino y á la orden....? No habían pasado tres años,,
cuando viniendo á las manos ambos partidos en Y i l l a r e a l , quedó el campo cubierto de c a d á v e r e s , y Padilla
gravemente herido. Los pueblos de la M n c h a , en especial
Miguelturra, fué asolado por los traidores. Otros resistieron la intrusa juisdiccion del Maestre. Sustancióse^
sin embargo el procoso en toda forma , y declarado P a dilla por verdadero gefe de la orden ante el capitulo
g e n e r a l , sufrieron sus contrarios el condigno castigo. A
p o c o , renaciendo los odios, y sin ser dueño por su
avanzada edad de r e p r i m i r l o s , verificó este su r e n u n cia condicional en 1529 , eligiendo la orden para s u c e dería al clavero P r a d o .
E m p e r o su no.inbre, signo tiempo había de c o n vulsiones y ds partidos , no b-isló á pacificar con nueva, y prudente conducta las provincias de su mando ; y
en tanto que el nuevo M/icstrc coiiihatia en Algecircs
al lado de su protector ü . A l o n s o , Mahomad i n v a d i e n do 4 la cabeza de grandes huestes la campiña de C ó r d o b a , tornaba castillos, asolabí pueblos, y volvía á G r a nada lleno de cautivos y de despojo.';. 'Tal y de tanta
influencia había sido pura ambos reinos el nsalogradív
desastre de los llanos de Baena!
IV.
La providencia, cayos decretos reservaban á.la yir—
tud el premio de los trabajos, y al crimen la pena d e i
e s c a r m i e n t o , señaló á P i a d o la hora de su justicia. Corrían los años de 1 3 5 5 , y D. Pedro de Castilla, n o m b r a d o , el cruel, gobernaba con duro cetro sus estados. Mal
avepido con el Maestre de Calatrava, y deseoso de dan^^
este cargo á D. Diego García de Padilla , hermaíJo d e
su manceba Düüa María, hizo decapitar á D. J u a n N u ñez en el caitillo de Maqueda. Asi pagó el traidor s a
auibiciosa i n g r a t i t u d , y el nombre de Padilla, de a m a r go recuerdo para é l , vino á acibarar t n un cadalso sus
últimos m o m e n t o s : porque está escrito en el libro e t e r n o , con la misma -üara que midieres
serás medido.
MASIUEL DE LA CORTE Y RUAKO.
too
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
CUEVA DE HERCULES,
i r f AI.ACIO XSrCAIffTASO D E TOI.EDO.
{ T~^/f^\^:^
" " ^^ ' ^ ' antiguallas mas notables que
V ^ — y ^ y ^ J ^ *'^"^ '* ciudad de Toledo, y que ha 11a^^
mado y llamará siempre la curiosidad
de todos los que van á visitarla, es la famosa , y p o n derada cueva de Hércules, de que tantas fábulas y consejas refieren nuestros antiguos y modernos historiador e s faltos de escritos y auténticas m e m o r i a s , y bien sobrados de cuentos y ficciones las mas pueriles que nos
trasmitió la ignorancia y falta de crítica de nuestras t i e m p o s primitivos.
El oiigen y principio de esta famosa cueva es tan
oscuro cerno la misma fundación de T o l e d o , que se pierde en la inmensidad de los siglos. Hay quien atribuya
la obra de esta cueva á Hércules el G r i e g o , otros al
E g i p c i o , muy sabio en la magia, cuya facultad asegur a n se esplicó en su r e c i n t o , algunos autores con la
misma c e r t i d u m b r e , que hubieran t e n i d o , si se hubieran
en ella matriculado por alumnos. Aun llevan mas adel a n t e el c u e n t o , pues dan por seguro que al cabo de una
m a n g a , ó recóndito escondrijo de esta cueva hizo labrar
H é r c a l t s nn palacio e n c e n t a d o , y en él puso un arca c e r r a d a q i e contenia los lienzos, figuras y caracteres que
pronosticaron á el infeliz D. Rodrigo la pérdida de E s p a ñ a , habiendo este monarca osado p e n e t r a r en aquel
Alcázar misterioso, sin haberle a r r e d r a d o la inscripción
q o e víó a la entrada , ni la estatua de bronce y formidable ' s t a t u r a , que colocada en u n oscuro apartamient o , d. ba golpes los mas fieros con una maza de armas,
n i por último las visiones y estrañas cosas que alü se le
p r e s e n t a r o n , y que latamente refieren nuestros antiguos
« o r o n ' s t a s , y trae en su historia el sabio Mariana , que
«rraslrado p o r la corriente del v u l g o , no pudo menos de
i u c l u í i l o ; aunque bien coaocia ser delirios, lo que a
sn pesar s e n t a b a , relativo a estos sucesos.
Con estos antecedentes no es eslraña la fama y opiBÍon qne ha contraido esta cueva, y el interés que han
teoido varios en apurar y descubrir su contenido , ó el
«so p ; r a que la destinaron en los tiempos mas remotos.
S o ex'stencia es segura é indubitable. Tiene su entrada
y prÍDcipio en la iglesia parroquial de san G i n é s , situada casi en lo mas alto de la ciudad. El arco ó puerta p o r
donde se entra a ella está en una bóveda de la misma
iglesia , que llena de escombros y cadáveres, le encubre
casi t c d o , adviniéndose tan solo la cstremidad de la clav e , , y o n poco del m u r o ó tabique que cierra la entrada.
Camina esta cueva, según dicen los que hablan de ella,
pOrbnjo de tierra hasta el espacio de tres leguas, y a u n f a e en su principio no fuese tan g r a n d e , los usos para
^ e en lo antiguo la aplicasen, serian causa de su'^eu^ a n d e c i m i e n t o y latitud. Su fábrica y adt)rno interior
aseguran .que es r a r o , por la compostura de arcos, pilaTes y labradas piedras de que está adornada, y para p r u e Jtá de la longitud de la cueva refieren que un muchacho
üespaijorido, huyendo del justo castigo que le iba á i m jpoaer su a m o , se entró sin r e p a r a r por ella a d e n t r o , y
Msdu&o tanto espacio, que vino a salir a tres leguas de
I B c i o d a d , camino de Añover de Tajo.
JKo falta también historiador.crédulo y vieja setento3H», qtreirefieren, el primero en sus e s c r i t o s , y la según• b e s sus veladas, que existe en la dicha cueva un gran
Oraors escondido bajo de tierra, ocultado allí por los ro-
m a n o s , al que guarda dia y noche u n vijilante y fiero
p e r r o , que conserva las llaves de estas g r u t a s , y tiene
por oficio deborar á los que se acerquen con mirss h o s tiles a tan ocultos l u g a r e s , no atreviéndose nadie a pelear ,
con esa espantable alimaña, p e r p e t u o centinela de las co»
diciadas riquezas.
E s t a s , y otras muchas fábulas que se contaban de esta
cueva misteriosa, movieron la curiosidad del sabio a r z o bispo y cardenal D. Juan Martínez Silíceo de examinar y
ver lo que dentro hubiese. Al efecto mandó descubrir y
limpiar la e n t r a d a , y prevenir h o m b r e s , con m a n t e n i mientos, linternas y cordeles, y ya j u n t o , y dispuesta
t o d o , entraron los esploradores con buena dosis de miedo,
y a poco tiempo turbados y perdidos de e s p a n t o , t r a s pasados de la frialdad , salieron y al p u n t o les tomaron
juramento de decir verdad en lo que hubiesen observado,
y declararon (para justificar su e s p a n t o ) que a cosa de
media l e g u a , (que regularmente seria milla, pues el m i e do hace las leguas mas larg¿s) se encontraron unas estatuas de bronce sobre uno como a l t a r , de las c u a l e s , la
mayor se cayó del pedestal haciendo un r u i d o , que les
llenó de p a b o r ; pero que cobrando a n i m o , dieron con u a
golpe de agua (lo cual es verosímil) que no pudieron a t r a v e s a r , y cuya rápida corriente y espantable ruido dio a l '
traste con el poco valor que les quedó a nuestros aventureros ; y unido esto a la frialdad de la c u e v a , y s u t i leza de la atmósfera que en su interior concabidad se r e s piraba , les hizo volver pies a t r á s , y salir al aire libre
con caras de difuntos, llenando de admiración a los que
los «guardaban, juzgando saldrían ricos y m e d r a d o s , Y
vieron por el c o n t r a r i o , que a poco enfermaron todos,
y los mas fueron víctimas de su a r r o j o , movido p o r
lo cual el cardenal Silíceo mandó cerrar y lodar la
cueva, para evitar de ese modo que nadie e n t r a s e , n o
consiguiendo el principal fin que tuvo ese prelado en
su esploracion, cual fue el desengañar al vulgo y h a c e r
cesar las hablillas; antes por el contrario tomaron estas
mas cuerpo con la relación d é l o s que la reconocieron,
inspirada sin duda ó por el escesivo m i e d o , ó p o r la
aprensión y misteriosas ideas , de que iban inpregnadas
sus c a b e z a s , semejantes a las qne D. Quijote llevaba
cuando osó p e n e t r a r en la cueva de Montesinos.
Lo cierto e s , que desde ese reconocimiento (funesto
en verdad para sus autores) el cual acaeció por los años
de 1546 , nadie ha vuelto a examinar esa cueva , ni aun
siquiera se ha proyectado hasta el año pasado en que UB
curioso por descubrir antigüedades intentó reconocerla
por segunda vez , a cuyo efecto se hicieron algunas d i ligencias y preparativos, pero por falta de medios é i n tereses absolutamente necesarios para poner espedita la
entrada , y purificar el aire encerrado por tantos años
en aquellas gargantas de la tierra , se frustró el p r o y e c to que hubiera sido de uljUdaií, y curioso al mismo t i e m po el relato y memoria que del contenido de la cueva p u diera haberse hecho , disipando de una vez cuantos c o n sejas andan impresas, y se c u e n t a n de tan tremendo lugar.
Son varias y muy curiosas las opiniones en que sobre
el uso de esta cueva discordan los a u t o r e s , unos que fué
ó sirvió de templo dedicado a H é r c u l e s , otros, y es a wi
ver lo mas p r o b a b l e , que sirvió en tiempo de los r o m a nos de cloaca principal por donde desaguaban las i n mundicias de la ciudad, pues son bien notorios los soberbios edificios sublerrái.eos que para ese objeto mandaron
construir los romanos , no solo en Roma é Italia , sino
en muchas ciudades de las provincias que dominaron, J
con especialidad en T o l e d o , ciudad a propósito para este
género de obras por sus muchas cuestas y general desnib e l , confirmando esto mismo una inscripción y lápida
SEMANAIUO PINTORESCO ESPAÑOL.
romana que estuvo fija en un antiguo torreón del piien** de Alcántara, y que ya no existe , la cual liizo t r a s ladar y tradujo el sabio Albar Gómez de Castro , y t¡ue
puede verla el curioso copiada cu la historia de Toledo
'leí conde de Mora en su primera parte.
Otros opinan sirvió esta cueva d e templo genlíüco
*n la época de la dominación rouiana , dedicado a los
dioses infernales, y luego posteriorraente de cementerio
para ios cristianos , v p u n t o de reunión para las c e r e 'Uonias y misterios de nuestra religión a semejanza de las
<^atacumbas de Roma. Últimamente muchos juzgan sirvió
*sta cueva de mina subterránea para poder sulir sin riesgo de la ciudad en ocasión de un asedio. En re.-úiiioii n.ida de cierto se puede establecer en este caso, quedando
'ibre el c a m p o , y fantasía de cualquiera para <liscuriir
Sobre el uso de esta famosa cueva , y sobre su contenido
<!omo mejor le acomode , yo por mi j)arte he cumplido
Con mi objeto, que no ha sido m a s , que poner de manifiesto cuantas noticias he podido hallar, fabulosas ó verdaderas, de esta cueva m e m o r a b l e , de la que lauto, se
ha escrito , y de la que tan poco cierto se sabe.
N. MAG.\N.
MANUEL EL RAYO.
3ITOV3SI.A
BE
C O S T U B I B K E S (1).
V.
C¿2
na hora hacia ya que el sol doraba con
sus ardientes rayos las elevadas cimas de
las montañas que rodean A la Gran fantasma , cuando los tres viageros llegaron á la ensenada de
'la Salud. Antonio acababa de p a r t i r por tercera vez á li
Ca-verna de los Cuervos en la roca negra , y Francisco Mu*loz era el que allí se hallaba , acompañado por algunos
hombres. Por el nú.nero de mercancías que aun cubrían
•la p l a y a , juzgó Manuel que la operación de la guarda
•es ocuparla aun todo el dia. Antonio no podia regresar
antes de mediodía , y por grande que fuese el deseo que
el contrabandista tenía de h a b l a r l e , le era forzoso espe>"ar basta aquella h o r a : dirigióse p u e s , hacia un bosque
Resguardado por elevadas r o c a s , con intención de disfintar algunos instantes de r e p o s o , después de haber e n •cargado al hijo del pescador P e d r o , que no perdiese de
^ista, a F e r n a n d o , y a Francisco Muüoz que indicase a
Antonio, en el momento de su llegada, el lugar adonde se
•"eliraba. Tendióse luego sobre el césped, colocó a su la^ 0 la escopeta, encendió su cigarro , tomo uua pistola en
'¡sda m a n o , y después de una lucha penosa y dilat:ida,
'*ntre el cansancio físico y moral contra la tumultuosa nral*|tud de pensamientos que provocaban el insomnio, ven*'o al fin aquel , y se quedó dormido.
T r e s horas hacia que el sueño pesaba sobre sus p i r c a d o s , pero estaba muy lejos de haber sido para el un
*ilsamo r e p a r a d o r : de sus labios entreabiertos se escapaban a veces palabras vagas, cuyo sentido hubiera sido diicil comprender: un sudor frío corria de las arrugas sombrías y profundas de su tempestuosa frente : de repente
^ despierta sobresaltado , se incorpora , y cediendo a un
"^ovimiento tan habitual como de instinto , p r e p a r a sus
pistolas, dirige en torno suyo los eslraviados ojos, y da
^ n grito de sorpresa al ver de pie a su lado a un hombre
T J e J e miraba con interés é inquietud. Era Antonio.
(1) Yc'anse las entregas anteriores del Semanario.
101
¡Manuel guardó silencio por algunos instantes : sabia
todo lo que había padecido, y lo que le restaba que p a decer como p a d r e , y preveía todo lo que Antonio iba á
padecer csmo amante. Esta idea le agoviaba, y no se sentía con fuerzas suficientes para despedazar con solo una
palabra el corazón del júvon contrabandista ; llegando á
desear que estuviese allí Pedro para encargarle de d a r
i conocer .-i aquel la noticia fatal.
Antonio le observaba silenciosamente con una a d m i ración mezclada de zozobra. — «¿Qué tienes?»—dijo p o r
fin el jóvc'u contrabandista.—Tengo que d e c i r t e , contesta
Manuel con vo:; gravo y conmovida ; siéntate á mi lado....
¿estamos solos?...escucha... A n t o n i o , si llegases á saber
que la que tiá has a m a d o , que la que amas todavía , q u e
tu novia , que Casilda en una palabra , no es digna de t í ;
sí te digesen que su corazón ha palpitado ó palpita d e
amor por o t r o , si te asegurasen que un h o m b r e ha ocupado ya su lecho ¿qué harías?—¿Y por qué supones c o sas que tú mismo tienes por imposibles? replicó Antonia
con cstrai'ieza. —Contesta á ini pregunta (continuó M a nuel), ¿qué barias?—Romper la cabeza del insolente c a lumniador, contestó Antonio haciendo un ademan t e r r i b ' e . — Pues bien, h i e r e , dijo Manuel inclinando la cabeza , h i e r e ; mi hija está deslionrada.—¿Qué dices? repuso
Antonio con sobresalto. — La v e r d a d , contestó Manuel.
— ¿Sueñas aun? dijo aquel fijaniio sobre el c o n t r a b a n dista sus ojos alterados.— Te be dicho la v e r d a d , r e p l i có este con el acento de la desesperación.—¿Y cuál es
el infame?—Ya sabes su nombre ; sin duda le he p r o n u n ciado en sueños.—Fernando Z a r z a l . — E l mismo.
Antonio permaneció como abismado bajo el peso d e
aquella terrible revelación , que heria su pecho como la
punta de un agudo puñal ; después de un largo espacio de
silencio, dijo por fin con una voz sombría. — ¡ Ah ! ¡ F e r nando Z a r z a l ! sin duda le habrás m u e r t o ? — N o : vive
a u n . — ¡ V i v e ! eschinó Antonio incorporándose y dejando
brillar en su semblante una feroz a l e g r í a . . . . ¡ V i v e ! y
¿dónde está? ¿dónde? y añadió blandiendo el puñal q u e
pendía de su cintura ¡ O h Manuel! ¡cuánto te agradezco
que no hayas derramado su sangre ! te has privado de
ese p l a c e r , has querido reservármele a mí solo.... ¿eh?
permite que te abrace por esa generosidad...¿Dónde está?
Dilo , Manuel... respóndeme...¿Dónde está?...Quiero deshacer su cabeza entre mis manos , como quien e s p a c h u r r a
un insecto... — F e r n a n d o Zarzal no morirá tal v e z . —
¿Qué d i c e s ? — T u mismo vas á dictar su sentencia — ¿Qué
misterio...?—Voy á esplícártele
• Di , pues. — ¿Me prometes hablarme con franqueza? dijo con voz grave el p a d i e de Casilda. — Jamás disiraulé mis pensamientos, r e puso Antonio.
Sucedióse un prolongado silencio: Manuel fue el p r i mero que le rompió después de haber dejado escapar u n
dilatado suspiro. — Antonio , dijo con voz grave pero c a si temblando de conmoción , con una palabra vas á d e s pedazar para siempre mi corazón , ó á lisongearle con la
esperanza de un porvenir tranquilo y dichoso : pesa bien
tu respuesta; hé aqui lo que quiero p r e g u n t a r t e . ¿Quieres, después de lo que te he revelado, dar á Casilda el título de esposa t u y a ? — Manuel trataba de leer una r e s puesta en los labios del joven contrabandista ; todos los
suplicios de la inquietud estaban pintados en su r o s t r o , y
por la palidez de sus facciones, por su convulsiva i n m o vilidad , se podía juzgar del inmenso interés con que esperaba la respuesta de Antonio. E s t e , con los ojos bajos é
inclinados hacia el suelo, parecia también víctima de una
lucha violenta en el interior de su corazón : su silencio
prolongó por algún tiempo la penosa ansiedad, hasta que
en fin , uua voz sorda y sombría vino á espirar en sus
i«
102
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
labios — M A ' O » — d i j o , y su cabeza cayó iiivoluntariatneiite sobre el pecho.
'—Manuel permaneció absorto un tnoinento , y eslreinecieiiriose luego repeiillnairienie m u r m u r ó estas palaliras.
— Fernando Zarzal no inoriri). — ¡ C o b a r d e ! replicó A n t o n i o . — « F e r n a n d o será esposo de Casilda» añadió á
meiiia voz el contrabandista ; y Antonio sin ser ya d u e ñ o á contener su i n d i g n a c i ó n . — ¿ Q u é dices?... Es imposible. — Será ; y ¿quien podría oponerse? ¿no soy dueño
de disponer á n:i gusto de la mano de mi hija ? le repito
que será. ¿Acaso me queda otro medio para cubrir su
falla? ¿ó he de ir yo mismo á dar publicidad á una desgracia que me llena de oprobio? porque es preciso ser
francos, y con la misma lealtad con que todo le lo he
descubierto , lo descubrirla igualmente á cualquiera otro
q u e aspirase á ser su esposo; y ¿crees tu por v e n t u r a que
estalla yo en a'ninm de hacer cada dia semejante confesión? ¿iu)aginas acaso que podria soportar con paciencia
que se me diese én rostro con un repugnante desden,
que liiiicse conilanteniente mis oidos el insultante no con
que acabas de ofenderlos? Desengáñate p u e s , no me que»
da otro camino para ahogar mis horribles recuerdos. La
pe'rdida da Z a r z a l , su fuga, ó cualquiera otro obstáculo
p a r a su unión con Casilda serian en este momento una
calamidad para m í ; y al c o n t r a r i o , haciéndole esposo de
n>i hija , quedará salvada su debilidad ante los ojos del
m u n d o , y á los propios mios será al di i siguiente de su
Union con Zarzal tau pura como lo era antes de conoc e r l e . — Tienes rfizoa , dijo Antonio en voz b a j a . — N o
q u i e r o , p u e s , volver a' parecer por «1 puerto de Sla. María hasta que mi hija sea esposa de Z a r z a l , y esta misma noche iremos a S. L u c a r , en cuya ciudad
— Pero
¿dónde esta tu hija? ioterrumpió vivamente A n t o t i i o . —
D e n t r o de pocas horas la venís. — ¡ Q j é ! ¿debe venir aquí?
—rAntes dé ser de noche. — Pues adiós; dijo Antonio con
una -voz s o m b r í a ' eslendiendo su mano a Manuel — ¿Y
adonde té quieres ir? esclainó este con interés. — Q u i e r o
abandonarte. — j Abandonar me !... y ¿ p o r qué ? — Al d e cir e s t o , los ojos del viejo se a r r a s i r o n en lagrimas. —
Si de aquí a algunos diss , continuó Antonio con una
tran/juilidad a p a r e n t e , Mcgasos a Snber que se ha hallado
en la jdaya el cadáver de un hombre arrojüílo por los
olas, solo te pido que- te acuerdes de m í . — ¿ Q u é es lo
que intentas? esc'auíd el contríbandista con un movimiento de t e r r o r , y ni decir esto, un pequeño ruido v i no a llamar la atención de auihos i n t t r l o c u l o r c s .
Antonio volvió rápidamente la cabeza, y lanzardo un
grito agudo.,— ¿Quién es aquel h o m b r e ? esclamó" —
¿Cual? ¿donde le v^s? — Allá abajo, entre las r o c a s , á la
somlira de aquel gran pino , acompañado de otro houibie
vestido de pescador. ¿ IN'o le ves?—¡ Ab ! ¿ por qué quieres
s a b e r l o ? — ¿ Q u i é n es aquel h o m b r e , te pregunto? p r e c i so es que yo lo sepa , tu reposo y el do Casilda d e p e n de deollo;Vamos r e s p o n d e - y diciendo pslo sus ojos d e sencí-iados centellaban de coraje , y en su mano brillaba
el horríiile p u ñ a l . — G u a r d a esas a r m a s , dijo pausadamente el cnntrabandista, y ten entendido que 'mientras Fernando Zirzal esté defétidiilo por uji, nadie se ha do
a t r e v e r ó atacarle.—¿Quién? ¿ F i r n a n d o Zarzal? gritó A n tonio bramando de furor; y el viejo Manuel temió que una
nueva desgraci.i amenazaba su cabeza.—¿Que quieres d e cir? — Ven conmigo, respondió Antonio y llavAndose lí
Manuel que apenas pndia seguir la precipitada marcha del
manrebo al través de las r o c a s , hasta que llegando al
pie (le la montaña , Antonio s e p a r ó de repente.—¿ Có
njo dices qué se llama ese hombre ? — F e r n a n d o Z i r z a l ,
Es falso. ¿De donde dices que era? —De G r a n a d a . — F a l so taml)it'n ¿Qi«' ro*S h a , d i c h o ? — Q u e viajaba por gusto
—Mentira.—¡Cómo! si tengo su pasaporte! — Mentirá,
m e n t i r a , su pasaporte miento como él. — El diablo roíí',
lleve ¿pues quien es ese h o m b r e ? replicó enfurecido M » - ,
uuel?—¿Quieres saber quien es? pues bien ; es el mismo
que yo busco hace a ñ o s , el joven de Mailjella de quieni'
te he hablado, el infame Arévalo, el asesiuo de mi h e r mano.
.
\
Sí la gigantesca cabeza de la Gran fantasma de.sprendida violentamente de su inmenso pedestal y lanzada pof
una fuerza scbrehumauíi hubiese venido á caer á los pie»del coHtrabíiudista , segurameate no hubiera e s p c r i m e n tado su pecho el asombro ele que quedó poseído al escuchar estas palabras. Sus ojos fijos é inmóviles ( e m p a ñ a d o j '
por una silenciosa lágrima) daban á entender los p a d e c i - '
mieutos interiores de su alma; Antonio lo miraba y son-;.
reía , p e r o con aquella sonrisa satánica de la venganza;
esclamando: — ¡Al fin le he vuello á h a l l a r ! y sea Dios
ó el diablo quien me lo presente, doy gracias á Dios ó al
diablo por habérmele i c h a d o al paso. . ¿No es verdad M a nuel que i;ie le cedes, y que encargas á mi brazo mil
venganza? ¿ N o es verdad que puedo ya cumplir el j u - '
rameuto de arrancarle la v i d a ? . . . Déjame, d é j a m e , S l a - '
nuel, que beba su sangre .. No te opongas á mis d e s e o s ; y diciendo estas palabras vibraba un puñal ante los
ojos de Manuel—¡Detente! esclamó este con una voz e s pantosa, sujetando con fuerza el brazo de Antonio. — D é jame.— Detente digo: ¿que es lo que pretendes? yo t a m r
bien quiero tener parte en la venganza. — ¿De veras? r e plicó Antonio brillnndo en su fíente la alegría. — Voy á
d á r t e l a p r u e b a . — P u e s vamos a l l á . — V a m o s . —
Y ambos se dirijieron hacia la pendiente de la roen,
en donde suponían encontrar á Arévalo.... De r e p e n t e Manuel se p a r ó . — Espera un poco, dijo.—¿Q^ie idea te ocurre?— Espera te digo y escúchame: yo he oido , no sé dond e , pero yo le lie o i d o , que en una ocasión un h o m b r e
asesinó á otro por venganza como n t s o l r o s ; pero en e l ,
momento en que sumerjió el puñal en su corazón, la san-^^^i
gre salió á borbotones de la h e r i d a , y alguHns gotas cayeron sobre las manos del asesino... quiso hacer desaparecer aquellas señales acusadoras, pero cuíntos medios empleó para conseguirlo fueron iuiitiles ; cuanto mas lababa las manchas mas claras se m a n i f e s t a b a n . . . . Aquellas
gotas de sangre siempre f.-escas, siempre vivas, que le r e cordaban cuntinuamcute su c r i m e n , le despertaron los r e mordimientos, los remordimientos le condujeron á la desesperación, y la desesperación á la m u e r t e . . . . — E s o eS
un c u e n t o , replicó Antonio con una voz que daba á entender p o r lo menos la dudo—¿Donde está la p r u e b a ? d i jo Manuel. — Yo no lo creo. — ¿Y porque? ¿no vemos diariamente cosas aun mas extrftordinarias? — En fin ¿ q u é
p r e t e n d e s ? . . . Quieres, me has d i c h o , tomar parte eu la
veng.nza ¿renuncias ya á ella? — N o . — P u e s entonces
¿ qué intentas h a c e r ?
Manuel rífiexionó por algunos momentos, y en seguí- .
da levantó lentamente los ojos hacia la cima de la G r a n
fantasma, Antonio siguió maquinalmente el mismo m o vimiento. Al volver 4 lij-irlos en el precipicio se e n c o n t r a ron sus miradas, y un rayo de diahólica alegría brilló
sobre los duros surcos de su atezada frente.
Los dos contrabandislas se hablan entendido.— ¡Hasta la n o c h e ! dijo Antonio — ¡ Hasta la noche ! repitió M a '
nuel con una voz soiubría. Y se scpararoa.
Aun no eran las nueve de la n o c h e : opacas nubes que
giraban do N o r t e á Sur tocaban á su pa.So en la cabeza
de la G r a n f.mt.fsms ; ni una estrella centelleaba á lo lejos
sobre la oscura línea que formaba el h o r i z o n t e , y «penas
SliWANAUlO PINTORESCO ESPAÑOL.
m
*6 distinguía un reflejo pálido producido por la farol» de ves? ¡Qué! ¿ningún secreto presentimiento te lia indicado
que yo estaba oculto á dos pasos de ti? ¿No te ha avisaCádiz , cu)'a lui ocultaba en intervalos una espesa uiebla.
do tu conciencia de que tu infame pecho iba á dejar de
Todo presagif.ba una de «quellas terrib es tempestades tari
latir? ¿ N o oistes una voz lúgubre que te decia : «Antonio
irecuentes en ambos equinocios; el viento soplaba b ú Doblado, el hermano del que cobardemente asesinastes
•nedo y violento , caprichoso é inconstante ; la mar iiia.después de haber deshonrado á su hermana , va á d e s p e gía lúgubre y s o r d a m e n t e , y sus olas amenazadoras codazarte entre sus manos? «Arrodíllate, Arévalo, arrodilla"•"enzaban á elevarse, como preludios imponentes de las
te y encomiéndate á D i o s ; porque vas á parecer aute
t'il'ribles luchas á (|ue suelen entregarse los elementos en
su presencia: pero sea breve tu oración. Yo haré u n
«1 inuiensü laboratorio de la naturaleza.
esfuerzo para detener por un instante mi brazo.-^¡Antonio
— « T e n g o fiio»—dijo F e r n a n d o Zarzal , que se h a l l a Doblado! exclamó Arévalo con abatimiento. — S í , este
ba al lado de Manuel sobre la cima del gigante de g r a n i nombre encierra la sentencia de tu m u e r t e . . . . ¿Estas dislo, — „ Y yo miedo. » añadió temblando y con voz débil y
puesto? continuó Antonio levantando su puñal.
tímida la desdichada hija del contrabandista. — El temor
Al oír esta terrible revelación, Casilda cayó sin c o l u e te inspira la proximidad de la tormenta no lardarii en
nocimiento sobre la piedra del Gran fantasma: y su padre
•lisiparse, repuso Manuel. — ¡Qué noche tan o s c u r a ! p r o corriendo á socorrerla dejó caer de sus manos la linterna
siguió Casilda ¿Cómo bajaremos? — No estoy yo aquí paque rodandoliasta lo profundo del abismo dejó aquella
f» guiarte? Jamás te estraviaste mientras tu pailre e s t u escena en la mas completa obscuridad. Arévalo temblaba
vo á tu l a d o . — P e r o es imposible que la nave que nos
ante el terrible vengador que acababa de aparecer á s a
««pera pueda acercarse á la costa en una noche de t e m l a d o ; un sudor frió inundaba su conmovida f r e n t e , y su
pestad. Habrá sin duda vuelto a la mar. Bajemos, pues,
cabeza se inclinó hasta las rodillas como impelida p o r
— Y ¿quién se atreve a dar consejos a quien lleva cuauna fuerza sobrehumana; en el cslravio de su razón solo
renta años de cspcriencia? dijo Manuel con una voz de
pudo pronunciar estas palabras con voz quebrada y s u trueno. —
plicante : — ¡Piedad! ¡piedad! A n t o n i o — j P i e d a d ? r e p i Sucedióse un largo y profundo silencio. •—¿Creéis, ditió este con voz a t e r r a d o r a , ¿ tuvistes acaso piedad de mí
jo por fin F e r n a n d o , que vuestras gentes estarán de r e cuando tu puñal atravesó ti aidoramente el corazón de mi
greso de la caverna de los Cuervos ó como la llamáis,
hermano? ¿Invistes piedad cuando deshonraste á mi h e r p a r a el momento en que llegue la n a v e ? — ¿Qn'í te i m man*? ¿túvisleS picded cuando engañastes á esta jóvea
p o r t a . ? — ¡Q;ié! ¿estamos solos? se atrevió a esclamar
qile me estaba p r o m e t i d a ? . . . . Disponte , repito , que vas
Casilda. — « Solos w — contestó su padre con una voz aterli íaot'i*'.-^-^ E s p e r a , e s p e r a , e*cVamó repentinamente Maradora. La infeliz se estremeció, F e r n a n d o m u r n m r ó e o nuel ,• deteniemio a Antonio. ^ Ñ v í , contestó e s t e , ¿qué
tredientes algunas palabras ininteligibles.
sníeiitas ? este h.imbre rfi* p e r t e n í e e y ¡ ay del que i n t e n — ¿ Q u í tienes? dijo Manuel con gravedad'. ¿ Atíaso «So
te contener nli brazo!—Detente . d i j o , quiero h a b l a r l e . . . .
inmenso y magestuoso espectáculo te lien* «tW e s p a n • ^ A r é v a l o , coutinuó el padre die Casilda con voz solemns
to ? ¿No se eleva tu espíritu al sentir ese OBtííínKitiinieny <»nñiovida , en el momento' etí q u e tocas al término de
to convulsivo de la naturaleza? ¡Si tu Supieses cuaiMias
la vida , tengo un favoí que pedirte: escucha : yo te p e r Teces me he hallado en csle lugar en el moiiietitó eil qiie
dono el mal qne nie has causado, pero sé generoso con
los elementos llenos de furor se despedazaboíl entre sí!
él hermano del que asesinaste: no le obligues á cometer
porque esta roca es mia : es mia por derecho de conu n - c r i m e n i g u a l ; Ht» «as pongas en la precisión de e n r o quista. Los huesos de los imprudentes qU« han Osado dis-"
gecef ríueSlras m'anxys- con tu impura s a n g r e : la m u e r t e
p u t a r m e su posesión , están allá abajo en el afeisiuo. A<\ai
esté a l l í , cV ülüismo está debajo de fus p i e s . . . . V é , . . . y
Soy p o t e n t a d o : y ¡ ay del temerario que sin mi permiso
ü«S(ttroS rogsrettlos por tu alma. — V « , repitió A n t o n i o .
se atreva a pisar este lugar! ¡ Ay sobre todo del criilliEstas pafebraB-liitíiefO'B concebir diguna esperanza á
Bal que impelido por la casualidad ó por la fatalidad d<e
Aíévaío'; lívawt'd' H esbezá com» parü imponer á sus ad«u destino crea encontrar aqui un refugio! ¡ A y !,.. Ay!
t^ersíf-ibS, y dijo tfotr éistWeKfl. —^ N ó , inunca! — V é , c o n s i , ¡ay de tí si ma hubieses e n g a ñ a d o , si no fueses P e i tinuas Manuel ¿(Mi ^0» die t r u e n o ; ¿'*o conoces que n o
nando Zarzal Tu juez va a parecer-, tu verdugo te licfifá...
puc<íe6 vivif ?• í í(ó t« dStfe t u í o f á í o i l que tu muerte es
»i míen, tes — ¡ Qu¿ Ó5gt> ! dijo FernaUdo eslremeciéfidose:.
jttSl#?... Sí',. 'íri Pe dSgiJ. Siento qn'é' el crimen impulsa ya
Silencio, esclanió el contrabandista.—Pero padre mittjse-ral iWft«<)..-..-^=^Y l<>soj<iS~ de' ambos cotilrabandistas c e n t e í á posible ? — Silencio',, repitió Manuel con voz t e r r i Heabdií' «« !«' oSOut'idarf, y laniáÜatiSe de sus pechos a g u ble. —Y al resplartdbp'de los relámpagos qUe ojiipezaliati
dos soi)idioB. Á^f^^iiVo' íii* i'étiráttdose siempre para e v i S b r i l l a r , vio Ferflanda-lal terrible contrabandista, coa
liw él'cotttíinwo eorttwctO'áie las p u m a s de los p u ñ a l e s , y
>"ostro sombrío , y armadas las ntaitos con diis pisiítlas.y * sus pii»S tbctibfiii' OH' Itts iJlViinos Hwkes de la roca. Casi
l)e r e p e n t e dio un »gsudo'SÍiljido;-^A'<JU( estoy,-^rtijrt Art''
í*i»()etíSü'titileiiltici'ddíli *<íiSrtli«', t'odfrvi» isu voz ahogada r e tonio saliendo de eütire u n o ' d « lúS escondijos diá 1« i'-oCtf.
jl^tith . ^ íí'mwíi, mi»»*!'Pcfb ál iv á dar un paso mas
Casilda y F e r n a n d o diortm uu gt'itic»'dé^ «S]l>Mli|io y dtí sól<-<c
p*i<* escíipw *IW «»»W4««» iWb«i«liidi*' de sus v e r d u g o s . . .
presa.
¡ Gi«l»S!... lL#til8fi'«'lW' íiil*<iA)- srsus pies , pierde el e q u i — Quien nada dclfev ««di»* Mettm,, tfij») ^»»*«iusiHií «ÍÍ Mviw y.v.-^ tt ÉstWttios V*«g«rtloS. > ' ^ Dijo í o fin Antonio;
*Íejo contrabandista , y ^olvítíndbsw l»ácia> AtltWMio;-^ í i r y éi y Sínrtítt^'mitt>tihw«o* «tt áiteédén opuesta al sitio da
Ke p r o m e t i d o , prosiguió, darl*4^ tíonaeer^(i qkw d«JÍB *B!i'
««poso de mi hija; ahí te lÍBM«r; mítialB;..v. ¿ És estw la
Ü « itt««is<sfirfiSffli^»'^ S«wcí5 en este momento el h o primera vez que le has visto?—'H? «1 dsfeii' «BÍ«S- ptüatóvüs
Manuel abrió la linterna sorda qWtfUeVali» **&(})»**«• taíc»'- i<»^t>»,. y el estotttpido diel tt*«eno siguió un instante d e s p'tMflS;- IW dtesdifehnds' GásíWa vuelta al fin de su parasisJM, jrsu resplandor dejó ver el rostro dé F e r n a n d o ZaifZal.
m(i,. se levalita'píecipitir**m«nte ; r e c o r r e con avidez ««
— Antonio retrocedió de furor al mirar claramente al
vista i uno y o t r 6 lado buScando a' su amado F e r n a n d o ;
WtíínO de su h e r m a n o ; y empuñando el terrible puñal, se
mas solo vé á »» padre inmxivit, silencioso y pintada tíli'
• d e k n t ó en seguida hacia é l . — «Monstruo, exclamó, h e m e
su semblante IktnSetibilidatl.;.. Adivina entonces la h o r •q«¡ frente á f r e n t e . . . . — ¡ G r a n Dios! ¿qué es lo que
ribU TCBgaB2a, J «onoaielido • « fin q u e el h o i ü b r í S
'feo? dijo F e r u a n d o con un temblor eonTulsivo,—¿Qué
104
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
quien había amado t a n t o , había cesado de exíslír, un g r i t o de dolor y de desesperación fue el único desahogo que
a l abandonarla de nuevo las fuerzas díó á conocer lo p r o fundo de su herida.
Peí o el terrible Manuel sin parecer conmovido por
t a n desastrosa escena. — « Casilda , la dijo con v o i g r a v e , procurando hacerla comprender su sioiestra inteacion;
á n i m o , hija m í a , ahora te toca á t í . . . . T u amante te esp e r a alia abajo.»—
Este horrible apostrofe penetrando fuertemente en el
corazón de aquella infeliz criatura, hizo prevalecer en ella
el sentimiento natural de la vida , y por ún movimiento
involuntario cayó de rodillas á los pies de su terrible p a d r e , sin acertar á pronunciar una palabra de p e r d ó n . —
n Sin duda me pides que te p e r d o n e , dijo Manuel entern e c i d o ; s í , hija m í a ; tu no bajarás a\ sepulcro acompañada de mi maldición ; pero entre mi deshonor y tu muert e no debes titubear. Entieriale contigo, Casilda, y e s p e r a alU á tu desgraciado padre que no tardará en seguirt e . — P i e d a d ; P i e d a d padre mío! —gritó áeste tiempo Casilda apocada en las fuerzas de la desesperación: si mi p a d r e me p e r d o n a , también el mundo me p e r d o n a r á . —
N o , no, hija m í a ; dijo Manuel con la voz ahíigada y b a l buciente: el mundo tiene menos misericordia que un pad r e : mira la prueba : mira allí aquel hombie que te ama-
b a , y que estaba pronto á u n i r . c o n t i g o su e s i s t e s c ü '
pues bien; pregúntale ahora si consiente en ll»a«arse tu
esposo: tu verás que ni tu llanto ni tu desgracia serán
bastantes a enternecerle. — A n t o n i o , A n t o n i o , gritó Casilda con amargura ; p e r J o n a m e por D i o s . — A n t o n i o , replicó Manuel con voz solemne ¿quieres tener compasión
de mi hija? ¿consientes en recibirla por esposa?—
La respuesta que iba a escaparse de la boca del j o ven contrabandista era el decreto de vida ó muerte de
Casilda; y ella y su p a d r e , procurando ahogar sus susp i r o s , miraban a A n t o n i o , como el criminal contempla
el semblante de su juez.
—.( No » — gritó este con una voz sombría. La d e s v e n t u rada joven lanzó un grito p e n e t r a n t e , y se arrojó en los
brazos de su padre como para buscar un abrigo contra
la m u e r t e ; pero Manuel levantándola en ellos por un
movimiento de desesperación. — E s t o es ya demasiado, no
puedo sufrir mas. — esclamó ; y marchó precipitado, arrastrándola consigo al borde del abismo: la infeliz joven no
tenia ya ni resistencia ni lagrimas que o p o n e r ; Manuel,
en el acceso de su frenesí, ni la conoce ni la mira ; álzala
en fin para p r e c i p i t a r l a , y en el momento en que sus
brazos la iban a abandonar....— «Detente.»—(grita con t e r ror A n t o n i o ) la viuda de Arévalo sera mi nmjer.» —
A estas palabras Manuel se vuelve rápidamente, y d e -
jando a Casilda en el suelo-se díríje a A n t o n i o , estrecha
fuertemente su m a n o : _ ¿ l , o j u r a s ? — l e dice con un m o vimiento de •_ e n t u s i a s m o . — L o j a r o , respondió g r a v e m e n t e A n t o n i o ; y ambos permanecíéi'on abrazados algunos, i n s t a n t e s .
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a la In^Bá^-lfeS relámpagos,
Pocos minutos Hc-ipnes , » ja inz a e
. f li~ Gavióscles bajar sosteniendo e n t r e los dos a la ' " ^ " ¡^^
sílda apenas vuelta «n sí, y luego tomaron juutob d
d e l P u e r t o de Santa María.
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M A D R I D : IMPRENTA DE D. TOMAS JORDÁN.
DE LV NOVELA.
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