II. EL ARTICULO 3.° D E L CÓDIGO CIVIL 1. EL « S E N T I D O » Y EL «SENTIDO PROPIO» El art. 3.° del Código Civil dispone en su tercer apartado: «Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras en relación con su contexto, los antecedentes históricos y legislativos y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas». El precepto nos habla en primer lugar del sentido, como primer elemento de interpretación. ¿A qué sentido se refiere aquí el Código Civil?, o antes de nada ¿qué significación tiene aquí la palabra «sentido»? El diccionario de la Academia Española, refiere como cuarta acepción de la palabra la de «entendimiento o razón en cuanto discierne las cosas». Podríamos así decir que la interpretación ha de hacerse según el entendimiento o razón en cuanto discierne —en este caso— las palabras. Cabría cuestionar si la interpretación tiene como objeto directo a las palabras o por el contrario a las cosas o realidades representadas por los signos lingüísticos. El texto del precepto parece remitirnos a las palabras como propietarias del sentido a que él se refiere, por lo que en el análisis de la norma aceptaremos su propio enunciado literal, sin que por ello olvidemos esta cuestión de la identidad o diversidad entre cosa y palabra en la interpretación jurídica. Sólo hemos sustituido en la definición legal la palabra «sentido» por la acepción gramatical que parece más adecuada, y 23 JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA más ajustada a la materia que estamos tratando y sin embargo, se siente con ello cierta sensación de que el texto incurre en una especie de tautología: si interpretar es entender o averiguar lo que significa alguna cosa, el precepto nos dirá que las normas se entenderán según el entendimiento de sus palabras. La acción de entender transcendería de una cosa a la otra: el sentido o entendimiento del texto, vendría determinado por el sentido o entendimiento de sus palabras. La tautología se eliminaría si la norma fuera una cosa diferente de las palabras. Pero esta diferenciación no resulta demasiado convincente: el texto está formado por palabras como únicos elementos definidores, de tal manera que nos consideramos con derecho a afirmar que el texto son sus palabras, y las palabras unidas en una determinada sucesión constituyen el texto. Si reconocemos la identidad entre una y otra, la tautología seria ya más preocupante, porque el precepto — una vez identificado el «sentido» con la comprensión por un lado y las palabras y el texto por otro— nos diría algo así como que la interpretación o entendimiento de una norma ha de hacerse según la interpretación o entendimiento de esa misma norma. Esta significación del primer inciso del precepto no debería escandalizarnos como algo absurdo o inconsecuente; precisamente porque la interpretación refleja el entendimiento de algo, se nos ofrece como un fenómeno vital primario y las definiciones se ven forzadas a aproximarse a lo definido. En esta línea cabe una primera observación que atienda a la diferencia de redacción del art. 3-1 del C.Civil con la que luce en los arts. 675 y 1281 del mismo texto a propósito de la interpretación de los contratos o de los testamentos, que manda estar al sentido literal de sus cláusulas o palabras. Esta diferencia de redacción de preceptos con una sensible afinidad operativa, sugiere la idea de que la redacción del segundo de los textos en el tiempo —el art. 3-1— aunque haya querido evocar una misma idea, lo ha hecho con una fórmula de expresión distinta, en la que 24 LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»... acaso sea perceptible un cierto rebajamiento de la literalidad al suprimirse esta expresión, que queda limitada por la referencia a las palabras. El paso de la «letra» a las «palabras» no es en su dimensión positiva algo que pueda considerarse relevante dado que las letras como signos ortográficos no son capaces de evocar por sí mismas significación alguna. En realidad, el literalismo interpretativo tiene una significación conceptual y sobre todo una gran carga ideológica con la que el legislador no ha querido comprometerse. El artículo 3-1 del Código Civil nos habla de «sentido propio». En el lenguaje corriente empleamos el concepto jurídico de «propiedad» para designar la adecuación de la palabra al objeto o cosa que se designa. Una palabra es empleada propiamente cuando se reconoce una identidad entre el signo y lo designado, esto es, cuando empleamos el término preciso que el lenguaje ha creado para ello. Pero la propiedad o impropiedad del lenguaje, no resulta de una pauta ajena al lenguaje mismo, sino que es este el que invariablemente nos permite tal calificación. Decimos que una palabra no está empleada en sentido propio cuando del propio contexto lingüístico empleado resulta que debió usarse otra diferente. La comprensión es el presupuesto y no la consecuencia de un juicio sobre la propiedad o impropiedad del lenguaje. Si un texto resultara absolutamente ininteligible, sería también imposible juzgar sobre el empleo adecuado o inadecuado de cada una de sus expresiones. El mandato de atender al sentido propio de las palabras, supone una auténtica proposición normativa, que tiene como presupuesto el reconocimiento de la máxima relación de equivalencia entre las palabras y las cosas. El Código Civil contiene una afirmación de fe sobre la posibilidad lógica de que los hechos de la realidad puedan reflejarse adecuadamente a través de las expresiones de la norma, así como de que la norma tenga un sentido potencial de realidad. 25 JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA 2. LOS M É T O D O S INTERPRETATIVOS Ahora bien, nos cabe preguntar si la inferencia de sentido a través de las expresiones verbales constituye en realidad un método propio alineado con otros y en su caso, en qué consiste y cuál es su posición relativa respecto de los demás métodos. De Castro (1), encabezaba el examen de la interpretación con unas bien atinadas consideraciones generales sobre el método, señalando que la cuestión del método no constituye un problema independiente sino subordinado a un objetivo previamente determinado. Es necesario saber adónde se va antes de preguntarse cómo se va mejor, decía el ilustre civilista. Realmente, esta cuestión del método, es, básicamente una cuestión de fines y de medios, y por tanto de proporciones. Decir que el lenguaje constituye un método de comprensión entre los seres humanos, puede representar cuando menos una obviedad, porque las palabras constituyen no ya el medio o instrumento de comprensión, sino el límite de nuestras ideas. Si el método es la vía reflexiva que con el conjunto de sus pasos intermedios escogemos para lograr un objetivo práctico o a un conocimiento teórico, difícilmente podría convenir este concepto a una acción irreflexiva y no mediada como la representada por el lenguaje. Cuando leemos un texto normativo no nos imponemos en su lectura unas pautas previas de comprensión, ni lo podríamos hacer sin conocer el propio texto. Alcanzamos una comprensión previa, que luego, puede resultar confirmada o acaso corregida por otros puntos de vista. Pero estos tampoco representan cánones propiamente externos a la norma, ni por lo tanto al lenguaje en que ésta se expresa. Son medios que circunstancialmente ofrece la norma misma, y normalmente sugeridos por su propia expresión. El sentido que aplicamos a una cosa y que por consecuencia de esta aplicación, hace que esta misma cosa se nos revele, no (1) FEDERICO DE CASTRO: «Derecho Civil de España» I, p. 488. 26 LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»... presupone ningún método, ni fórmula preferencial, sino que de alguna manera permite compendiar a todos los que el ser humano esté en disposición de emplear. En su significado de discernir o discriminar, la palabra «sentido» implicaría sobre todo una operación intelectual de diferenciación de lo que dice un texto frente a lo que dicen otros textos, y frente a lo qué el mismo texto podría o debería haber dicho. Y este esfuerzo de diferenciación tiene tantos medios como potencias o facultades el alma humana. No podríamos decir que la función de hallar un sentido a un texto ha de hacerse a través de un examen gramatical o lingüístico, o por sus antecedentes históricos, o por su comparación reflexiva con otros textos. No es posible indicar a un lector cómo debe entender un texto, porque la comprensión es una meta que encuentra caminos infinitos. Una comparación fortuita, la recordación de una vivencia o un sentimiento moral, pueden llevar a la comprensión, sin que las vías de llegada —a la comprensión, no a las soluciones prácticas— puedan justificar listas de recomendaciones o preferencias. «Cada interpretación —escribe Habermas— depende de una red invisible de presupuestos». Estos no pueden ser englobados en categorías generales (2). Si el «sentido» del que nos habla el Código Civil es el obtenible por cualquier medio, comprendiendo por tanto, todos los que pueda brindar la razón humana para discernir el significado de un texto, la relación de métodos interpretativos previstos en el mismo, ha de asumir un puro valor didáctico y ejemplificativo. Tales métodos resultan principalmente de una observación empírica de las prácticas exegéticas usuales, y no a la inversa, como opciones previas que permitan considerar la interpretación como el resultado de emplear determinadas vías o procedimientos. En el texto del art. 3-1 del C.Civil nos encontramos también con el mandato de que «Las normas se interpretarán según el (2) J. HABERMAS: «Conciencia moral y acción comunicativa»; Traducción de R. García Cotarelo; «Península», Barcelona 1998; p. 20. 27 JÓSE MARÍA PABÓN DE ACUÑA sentido propio de sus palabras...». La expresión «según» es reveladora del grado máximo de vinculación imaginable; el obrar según algo implica la erección de un canon al que ese algo se debe ajustar. Pero seguidamente, el texto sigue diciendo: «...en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas...». ¿La interpretación «debe» hacerse también según estos medios?, ¿o es que el intérprete «debe» simplemente relacionar el sentido del texto con estas fuentes de ilustración? Obsérvese que si extremáramos el significado vinculante de la enumeración de medios, o dicho de otro modo, si el intérprete hubiera de ajustarse a todos ellos por igual, puede llegar fácilmente a interpretaciones contradictorias de la norma. Esto se aprecia sin dificultad, en el caso de los antecedentes históricos llamados a desempeñar una función interpretativa en el propio art. 3-1 del C.Civil. Evidentemente, los antecedentes legislativos, revelarán normalmente diferencias con la norma interpretada, porque en otro caso sería inexplicable la modificación normativa. La norma no deberá ser interpretada «según» sus antecedentes, como expresivos del sentido de ésta, sino atendiendo a las propias diferencias, como fuente de un mejor conocimiento del sentido de la norma modificatoria. Esto nos lleva a la idea de que los medios exegéticos en apariencia exherentes a la norma tienen un valor indicativo, subordinado a la norma misma, a su texto, y por tanto a su sentido. Podremos en caso de duda inferir el sentido de un texto normativo, por su relación con un elemento extraño a sus palabras, y seguramente su sentido pleno, sólo se adquiera por el conocimiento de todos estos medios interpretativos a que se refiere el C.Civil, pero estos medios tienen un valor subordinado; el intérprete no «debe» aplicar la norma según estos medios, sino relacionarlos acaso con la primera expectativa de significado que alcance, y sólo en su caso, podrá identificar el sentido del texto con el que evoque alguno de estos medios. El art. 3-1 del C.Civil 28 LA INTERPRETACIÓN SEGUN«LA REALIDAD SOCIAL»... no atribuye a estos el significado de fuentes del ordenamiento, sino de fuentes de ilustración de la acción interpretativa. La denuncia de una infracción de una regla interpretativa, nunca puede por ello, asumir un significado autónomo, sino en relación con una norma material; No bastará decir, ni bastará con derriostrar tampoco, que una regla interpretativa ha sido inaplicada o indebidamente aplicada, será necesario demostrar que esa regla, precisamente esa y no otra, es la que debe definir el sentido del precepto interpretable, resultando este vulnerado. La frase «en relación con» que emplea el art. 3-1 del C.Civil para aludir a otros medios interpretativos revela un cierto regusto casacional que para un jurista práctico apenas ofrecerá relevancia, en cuanto siempre estará en su mano alegar infracción del «sentido» y fundar tal infracción en razones no forzosamente vinculadas a los medios relacionados en el precepto. 3. E L M É T O D O SOCIOLÓGICO Que las posibilidades de interpretación pueden no agotarse en la relación de medios definidos en el Código, nos lo ofrece el caso del derecho extranjero. En efecto, ningún ordenamiento ha dejado de ser sensible a las determinaciones y prácticas de aquéllos otros con que se ofrece un mayor contacto. En nuestra jurisprudencia Constitucional hay abundantísimos testimonios de esta influencia interpretativa, como lógica consecuencia, por otra parte, de las similitudes textuales que se acusan en muchos casos entre nuestra Constitución y otras constituciones extranjeras. Realmente no debe existir ningún reparo en que una reflexión comparativa con otros textos u otras soluciones jurisprudenciales puedan llevar al convencimiento de que el sentido de un texto propio es expresión de una idea coincidente. En una sentencia de 10-2-1994 (Az. 848) se ha abordado este problema: «... la cooperación del derecho extranjero ha de tomarse con mucha cautela, y sólo como elemento subsidiario, sin que por ello deje de ser útil en una época como la actual en 29 JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA que la amplitud e intensidad de la Comunidad Internacional ha hecho más frecuente la relación entre países distintos, y podría sostenerse que la participación en la interpretación de las normas nacionales de instituciones extranjeras basadas, como en este caso, en el mismo Derecho Común recibido del Derecho Romano, forma parte de una hermenéutica sociológica acogida en el art. 3 del Código Civil bajo la expresión de la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas...». Esta sentencia parece partir del «numerus clausus» en los medios interpretativos, por lo que se cree en la necesidad de reconducir la consideración del derecho extranjero a la «interpretación sociológica» objeto de nuestro estudio. Creo que el razonamiento es, al menos en su enunciación, dudoso, vistas las cosas, tanto desde el punto de vista del «sentido», que como primer medio interpretativo indica el art. 3-1, como desde la perspectiva auxiliar del método sociológico. En efecto, ante una duda interpretativa de un texto aplicable, puede considerarse a la vista de una norma extranjera —y con mayor razón autonómica— que el sentido lógico de aquél es el que corresponde a la norma comparativamente considerada. Sin ésta, o similar argumentación sobre el texto propio, el recurso al derecho a extranjero puede representar una grave conculcación del sistema de fuentes, eludiendo la norma propia para adoptar espúreamente la extraña. Pero a su vez, referir la consideración del derecho extranjero al método sociológico, representa el peligro de crear una mera positividad de lo fáctico. El derecho extranjero, es, en efecto una realidad determinada; pero esta realidad, no tiene, ni puede tener significación normativa autónoma ni siquiera reconociéndosele un valor jerárquico subordinado. Por sí mismo, debe ser conceptuado como dato indiferente en la aplicación de la norma propia; su eficacia está rigurosamente condicionada a un paso previo e insustituible: su valor definidor del sentido de la norma aplicable. La incorporación de medios legales de interpretación de carácter puramente auxiliar, comporta el riesgo de colocar a los medios subalternos al lado del «sentido» como alternativas del 30 LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»... sentido mismo, y de un modo indirecto transformar lo que son medios auxiliares de la labor interpretativa en fuentes del derecho. La erección de cánones externos a las normas ha sido conceptuado por algunos sociólogos, por ejemplo, Luhmann (3), como causante de un «proceso de abstracción en dos grados», en el sentido de que junto a las normas jurídicas (que inevitablemente acusan su propio grado de abstracción), se crean conceptos y reglas de disposición para su tratamiento. Este fenómeno lleva consigo un doble efecto con un signo de cierta contradicción entre ambos; por un lado el que la dogmática jurídica acuse un grado mayor de dependencia del legislador que cuando faltan aquellos cánones y por otro, que el intérprete goza de mayores facultades formales de interpretación. En los métodos sociológicos, el intérprete tendría que presuponer una valoración de intereses por parte del legislador y sujetarse a ellos. Esto explicará que la realidad social de que habla el art. 3-1 se identifique en no pocos casos con la realidad jurídica inferible de los criterios o valoraciones del propio legislador, sin que esta identificación pase por el tamiz de una reflexiva consideración propiamente contextual facilitada por otros preceptos o instituciones del ordenamiento. Pero al mismo tiempo,, como resulta difícil añadir sin quitar a la vez, la depotenciación del «sentido de las palabras», acusa una reducción de la fuerza vinculante del Derecho. Este es el precio que hay que pagar —observa Luhmann— por dejar penetrar en la aplicación jurídica las valoraciones que, sin estar realmente positivizadas, habría que suponer que el legislador haría si tuviera oportunidad de dar solución al caso concreto. Esto es particularmente cierto en el método sociológico, el más exterior a la norma y la auténtica novedad de entre los medios interpretativos que relacionó el art. 3-1 del C. Civil. Una vaga creencia en el carácter cerrado de la lista de medios inter(3) N. LUHMANN: «Sistema jurídico y dogmática jurídica»; C.E.C. p. 20. 31 JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA pretativos propicia la residenciación en este medio de todas aquellas vías interpretativas no reconducibles a los demás medios: una especie de «cajón de sastre», de donde se extraen aquellas soluciones cuya última justificación se encuentra en una especie de «unión mística» entre el legislador y el aplicador del derecho. No importará tanto el sentido de la norma, cuanto su adecuación al tiempo presente, o a la ideología del legislador del momento de aplicación. Una depuración de esta vía interpretativa plantea dos cuestiones básicas de tipo epistemológico: la de en qué medida los hechos pueden sustituir o colaborar con los textos en la acción interpretativa, y la de en qué forma el tiempo o más exactamente la realidad social del tiempo en que las normas deben ser aplicadas influye o condiciona su interpretación. 32