VI. REALIDAD JURÍDICA Y REALIDAD SOCIAL Cuando el art. 3

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VI. R E A L I D A D JURÍDICA Y REALIDAD
SOCIAL
Cuando el art. 3-1 del C.Civil llama a la realidad social
como criterio hermenéutico, ¿se remite a un conjunto de hechos
identificables como constitutivos de un fenómeno social determinado, o por el contrario se refiere al conjunto de normas que
integran el ordenamiento?: Esta pregunta así formulada podría
resultar chocante en la medida en que pone en cuestión el significado natural de la expresión «realidad social», admitiendo
como posible que ésta no sea otra cosa que la propia realidad
jurídica.
Al propio tiempo, el que fuera el conjunto de normas del
ordenamiento el llamado a desempeñar una función interpretativa, pugnaría con la idea, implícita en el propio enunciado del
precepto de que es lapropia insuficiencia de la realidad jurídica
que se encuentra a disposición del intérprete, lo que justifica una
llamada a la realidad, social. El ordenamiento —en sus partes y
en su conjunto— se llama siempre a sí mismo para ser aplicado
y no precisa para ello de recordatorios especiales dirigidos al
intérprete.
Identificar la realidad social con la realidad jurídica, o más
exactamente con el conjunto de normas que integran un ordenamiento implicaría confundir el sistema de fuentes con los mecanismos de interpretación. Cierto que entre los medios interpretativos tradicionalmente relacionados, figuran algunos como la
interpretación sistemática o la analógica en los que operan como
instrumentos de comprensión las propias normas jurídicas. Sin
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
embargo estos medios interpretativos se encuentran ya explícitamente aludidos en el propio art. 3-1 del C.Civil de una manera
bien diferenciada de la realidad social, con lo que no parece ofrecer especial utilidad práctica reconducir el significado de ésta a
la realidad jurídica.
Alguna sentencia ha tratado de distinguir entre la realidad
jurídica y realidad social como es el caso de la STS de 16 de
Junio de 1993 (Az. 4839), que daba respuesta a una argumentación del recurrente, quien pretendía hacer prevalecer la Ley de
Marcas de 1988 sobre el viejo Estatuto de la Propiedad Industrial
de 1922, aun cuando por aplicación del régimen transitorio de la
primera, habría de ser aplicado dicho Estatuto. La argumentación del recurso trata de soslayar dicho régimen transitorio, invocando que la nueva norma refleja propiamente la realidad social.
Se trata, como bien puede apreciarse de una ocurrencia impugnatoria, tras la que se esconde el interés en la aplicación de la
norma nueva, que al no poder invocarse directamente —porque
en razón al régimen de aplicación temporal debía estarse a la
antigua— pretende serlo por la vía oblicua de la realidad social
como criterio interpretativo. La sentencia rechaza este argumento, señalando:
«...en este sentido, alega que esta interpretación debe
sustituirse por otra más conforme a la realidad social
actual (art. 3 del CC) que, a su juicio, impondría la eliminación de la distinción entre titulares inscritos o no, por
cuanto el art. 48 de la nueva Ley no la contiene y «la realidad no podrá ser otra que la normada en la propia Ley».
Abstracción hecha de que se confunde por la recurrente
«realidad social» y «realidad normativa», este motivo no
debe prosperar...».
Bien se comprende que en una materia con un significado
tan adjetivo y convencional como la registral, poco espacio podrá
reconocerse en la realidad social como algo no sólo diferenciado, sino existente al margen de la norma. En rigor, no es fácilmente reconocible en esta materia una realidad social distinta de
la misma norma revelada por el hecho de su propia vigencia. Si
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
hubiésemos de atender a la realidad social como práctica o como
hábito de hacer o de juzgar las cosas, más podría hacerse el razonamiento inverso al que en el caso señalado propugnaba el recurrente: el atribuir vigencia social al viejo Estatuto de la Propiedad Industrial, que rigiendo desde 1922, habría acreditado una
vigencia de más de sesenta años, frente a las novedades introducidas en la ley de 1988. Por esta razón, la sentencia reprocha al
recurso haber confundido la realidad social (que es la Contemplada en el art. 3-1 del C.Givil), con la realidad jurídica, que en
el caso indicado encubría de manera mal disimulada, una pretensión de retroactividad de la norma nueva.
Ahora bien, esta distinción entre la realidad jurídica, como
expresión de las normas que en un determinado momento gozan
de vigencia y la realidad social como manifestación de las vivencias sociales, no es tan nítido como en una primera aproximación
pudiera parecer. La realidad jurídica, forma también parte de la
realidad social con lo que, semánticamente al menos, no sería
censurable una cierta simplificación que englobara bajo aquella
expresión genérica a un conjunto de prescripciones positivas.
En un auto del Tribunal Constitucional de 30-4-1996, N°
115/1996, se cuestionaba la posibilidad de que el mismo pudiera acordar una anotación preventiva en garantía de la resolución
de fondo que pudiera resultar del recurso de amparo interpuesto.
El auto, formula una consideración analógica: si la LOTC prevé
que el TC pueda suspender como medida cautelar la ejecución
del acto o resolución impugnada, con mayor razón estará permitida una medida cautelar que no lleva consigo la suspensión de
la ejecución. A esta consideración, se añade su natural complemento: la resolución que otorgue el amparo, puede producir los
mismos efectos de anulación o destrucción de los títulos inscritos que las resoluciones judiciales ordinarias, razón por la cual
en el supuesto del art. 42-1 de la L.Hipotecaria deben entenderse comprendidas las demandas de amparo, añadiendo;
«Interpretación a la que, por otra parte, se llega, sin dificultad, atendiendo al espíritu y finalidad de la norma y a la
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nueva realidad social (jurídica) que resulta de la existencia del Tribunal Constitucional, conforme a los criterios hermenéuticos del art. 3.1 CC.»
La realidad del Tribunal Constitucional y sus cometidos,
podría enmarcarse como una realidad social en sentido amplio,
en cuanto expresión de un órgano existente en una determinada
organización jurídica. Claro está que también representa —y
más específicamente— una pura realidad jurídica, en cuanto su
existencia y funcionamiento se debe a las previsiones del propio
ordenamiento.
Por esta razón, el auto, introduce tras su invocación a la realidad social una referencia indicativa a la «realidad jurídica».
Puede verse que la argumentación del TC trasladando a su
propio ámbito jurisdiccional lo dispuesto para la jurisdicción
ordinaria no es otra cosa que un pulcro razonamiento analógico
para cuya aplicación no se necesitaba de ningún complemento
interpretativo basado en la invocación del art. 3-1 del C.Civil.
La realidad social como criterio interpretativo, no parece
llamada cuando la novedad que se coloca en el punto de mira del
aplicador del derecho, reviste un reconocimiento por el propio
ordenamiento jurídico. En tales casos, la invocación de la realidad social, parece representar una mera simplificación evocadora de una acción interpretativa analógica o sistemática.
Por ello, precisa distinguirse entre aquellos casos en los que
la referencia a la realidad social encubre una apelación a otras
normas del ordenamiento, y que en rigor representan otros
medios interpretativos como los sistemáticos y analógicos, de
aquellos otros en los que la realidad social despliega una función
interpretativa sobre bases exclusivamente fácticas.
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